La Revolución de Los Sapos de Eugenio Maglioca Piazza
La Revolución de Los Sapos de Eugenio Maglioca Piazza
La Revolución de Los Sapos de Eugenio Maglioca Piazza
Y un día, los sapos se cansaron. Ya no había bichos por ningún lado. Ni noches en paz, ni
sonidos nocturnos. No había lagunas ni arroyos. Hasta los pocos lugares que quedaban para
refugiarse, se extinguían. Así que, decidieron actuar. Se juntaron a la vera del arroyo
Saladillo, donde ya no podían nadar y dicen, comandados por Celestina, iniciaron la
revolución.
El plan que habían montado era sencillo. Iban a dominar a los hombres. A esos invasores
que destruían sistemáticamente el antiguo Pago de los Arroyos. La primera medida era
convencer a las ranas. Los sapos quisieron imponer algunas cuestiones y las ranas no
cedieron. Terminaron peleándose y cada uno por su lado.
La segunda parte del plan era hablar con los gorriones. Pero éstos estaban más que
contentos con la vida urbana y ni siquiera se presentaron. Celestina, comandanta suprema
de los sapos, no tenía plan B. Sin consultar, fue a hablar con las palomas. Las palomas
estaban demasiado ocupadas comiendo cereales. Acompañar en algo a los sapos, era una
tarea imposible.
Celestina se fue con la cabeza gacha pero como era testaruda se fue a hablar con las ratas.
Las ratas se fueron por la alcantarilla luego de hacer exigencias ridículas. Los sapos quedaron
tan solos como al principio.
Ricardo propuso ir a hablar con los caranchos, las lechuzas, las serpientes y las pulgas. Lo de
las pulgas nadie lo entendió. Pero Ricardo, pese a su escasa inteligencia, también tenía un
plan. En su cabeza pensaba convencer a las pulgas para atacar a los humanos sin pausa y sin
piedad. Que las mismas salten de los cuerpos de perros y gatos, instalándose en los hombres
hasta volverlos locos por la picazón. Los caranchos y las lechuzas debían entrar en acción
una vez que la desesperación se apodere de la ciudad, rodeando los edificios y casas,
picoteando cabezas de cuanto ser humano quiera salir. Allí entrarían en acción las
serpientes. Ingresando en los hogares. La victoria, según pensaba Ricardo, estaba
garantizada.
Sin embargo, lejos de apoyar el plan, las lechuzas y caranchos se armaron un festín con los
pobres sapos representantes. Las serpientes, pícaras, le dijeron que sí pero que tenían que
armar una reunión entre muchos sapos y muchas serpientes para debatir los detalles.
Obviamente, muchas serpientes se alejaron con la panza llena.
Con la tragedia a cuestas, muchos sapos volvieron a pedir a Celestina y otros apoyaron a
Ricardo pero, hubo unos terceros que propusieron al joven y bravío Luis. Luis era guerrero y
uno de los pocos que había sobrevido al ataque de las serpientes. Se había ganado el
respeto de muchos y, en nuevas elecciones, ahora divididos en tres postulantes, se impuso
con comodidad.
La propuesta de la nueva comandancia implicaba ahora asociarse con los perros y gatos. Las
mascotas de los hombres conocían sus debilidades, sus costumbres y hasta sus secretos. Luis
se juntó con Pimpi, el almirante mayor de los perros callejeros, y con Lara, la comandata
primera de los gatos. Como ya pueden imaginarse, no se llegó a ningún acuerdo.
Así, Luis programó las bases de un nuevo órden y empoderado, decidió que desde entonces
habría sapos asesores, sapos generales, sapos coroneles y sapos vigilantes. Se rodeó de ellos
y se apoltronó a la vera del río, en uno de los clubes náuticos de la ciudad. Era uno de los
lugares preferidos y más privilegiados para cualquier sapo.
Entonces sucedió lo que nadie esperaba. La llama de la revolución había prendido en los
sapos más jóvenes y no estaban dispuestos a entregarla. Dicen que hasta los renacuajos
estaban entusiasmados. Entonces, en una histórica caravana, cientos fueron a hablar con
Luis. Y allí, en las orillas del río Paraná, vieron lo que nunca podrían haberse imaginado: Luis
vivía en una fuente o una especie de piletón del club Náutico; rodeado de sapos vigilantes.
Hasta tenía todo tipo de manjares a su alcance que los sapos asesores le alcanzaban.
Celestina y Ricardo no lo podían creer y ya, dispuestos a enfrentar a Luis, dolidos por la
traición y el aprovechamiento de los sueños colectivos, avanzaron sin tregua, tomándose en
lucha con los vigilantes.
Cuando la batalla se hacía cruenta y el amanecer daba paso a una mañana soleada,
escucharon los sonidos inconfundibles de humanos que se acercaban. La primer tanda de
una colonia de chicos correteaba ya dispuesta a entregarse a los placeres de la playa, el río y
el piletón. Muchos sapos se escondieron rápidamente pero Luis no se movió, quería
observar su victoria.
Y fue allí que, sin más, de tanto querer el poder, de querer regocijarse con su poder, es que
Luis no vió que una niña pequeña se acercaba y lo tomaba entre sus manos. Los centenares
de sapos vieron entontes cómo esa humana, de no más de tres años, lo besaba y éste se
convertía inmediatamente en un hombre.