Cintia Scoch y El Lobo - Ricardo Mariño

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“Cintia Scoch y el lobo” de Ricardo Mariño

Incluido en Cinthia Scoch, Buenos Aires, Sudamericana, 1991. Ilustraciones:


Juan Noailles. Colección Pan flauta.

El lobo apareció cuando Cinthia Scoch ya había atravesado más de la mitad


del Parque Lezama.

—¡Hola! ¡Pero qué linda niña! Seguro que vas a visitar a tu abuelita —la
saludó.

—Sí, voy a visitarla y a llevarle esta torta porque está enferma.

—¿Y si la torta está enferma para qué se la llevas? ¿Tu idea es matarla?

—No, la que está enferma es mi abuela. La torta está bien.

—Ah, entiendo. Entonces puedo dejarme la torta como postre.

—¿Cómo?

—Que me gustaría acompañarte para que no te ocurra nada malo en el


camino. Por acá anda mucho elemento peligroso. ¿Cuál es tu nombre?

—Cinthia Scoch.

—Lindo nombre.

—¿Usted cómo se llama?

—Jamás me llamo. Siempre son otros los que me llaman. ¿Vamos?

A poco de caminar, Cinthia y el lobo encontraron a una chica y a un chico que


estaban sentados sobre un tronco, llorando.

—Pobres... —se apenó Cinthia—. ¿Qué les ocurrirá?

—Bah, no te detengas —murmuró el lobo—. Ya te dije: este lugar está lleno de


pordioseros y granujas. Deben ser ladrones, carteristas, drogadictos,
mendigos.

Pese a la advertencia, Cinthia se acercó a los niños.

—Estamos extraviados —le explicaron—. Nuestro padre nos abandonó porque


se quedó sin trabajo y no tenía para alimentarnos.

—Lo siento —dijo Cinthia.

—¿Para qué? —preguntó el lobo, impaciente-. ¡Si ya está sentado! Mejor


vamos a lo de tu abuelita.

—¿Cómo se lla... perdón, cuáles son sus nombres, chicos? —preguntó Cinthia.

—Yo, Hansel —respondió el chico, mirando con simpatía a Cinthia.

—Y yo, Gretel —balbuceó la nena, secándose las lágrimas con la manga del
pulóver y mirando desconfiada al lobo.

—Bueno, vengan con nosotros. Vamos a lo de mi abuela y allá, mientras nos


comemos esta torta, podemos pensar en alguna solución —propuso Cinthia.

Los cuatro siguieron camino. El lobo iba malhumorado porque se le estaba


complicando el plan de comerse a Cinthia. De la rabia, no dejaba de patear
cuanta piedrita había en el sendero.

Poco después se toparon con un grupo de siete niños o, para ser más preciso,
seis y medio, ya que uno era una verdadera miniatura. Venían marchando en
fila con el chiquitín adelante, y al encontrarse con los otros se detuvieron,
confundidos.
—¿Perdieron algo? —los interrogó Cinthia.

—Es que... veníamos siguiendo unas piedritas que yo había dejado caer en el
camino de ida para orientarnos al volver. Era la única forma que teníamos de
encontrar el camino de regreso a nuestra casa...

—No entiendo —dijo Cinthia.

—Nuestros padres nos abandonaron porque no tienen trabajo —empezó a


explicar el pequeñito.

—¡No lo había dicho, yo! ¡Este lugar está infestado de pordioseros, huérfanos y
delincuentes! —lo interrumpió el lobo, tirando del brazo de Cinthia. Pero ella se
resistió.

—¡Un momento! ¡Debemos prestar atención a este niñito!

—¡No hay que prestar nada! ¡Después no te lo devuelven!

—El problema es que en esta parte del camino las piedras han desaparecido
—terminó de explicar el niñito.

Cinthia miró furiosa al lobo y éste se hizo el desentendido.

—Vengan con nosotros a lo de mi abuela. ¡Llevo una torta!

—Muchas gracias —dijo el chiquitín, emocionado, y muy respetuosamente se


presentó:

-Me llaman Pulgarcito, y éstos son mis hermanos.

Continuaron camino.

El lobo estaba cada vez más impaciente porque al ser tantos, se complicaba el
plan de comerse a Cinthia. Aunque enseguida, pensándolo mejor, se le ocurrió
algo:

—Querida Cinthia —dijo el lobo—, como ya encontraste amiguitos que te


pueden acompañar, puedo regresar a mis quehaceres. Hasta pronto y que les
vaya bien a todos.

—Adiós, señor. Gracias por su compañía. Poco después el grupo llegó a la


casa de la abuela. Cinthia golpeó la puerta y esperó. Pero en lugar de permitirle
pasar con todos sus amigos, la abuela le dijo:

—Ay, querida, justo hoy que estoy enferma me visitas con todos tus amiguitos.
¡No quiero contagiarlos!

—Está bien, abuela —respondió Cinthia, desilusionada. Les pidió a los chicos
que la esperaran afuera, y le dio la torta a Hansel para que la tuviera.

Una vez que pasó al interior de la casa, la abuela cerró la puerta y la miró de
una manera extraña.

Cinthia notó algo raro.

—¡Qué orejas tan grandes, abuela!

—Para escuchar mejor lo que dicen los vecinos, querida.

—¡Y qué peludas tus manos!

—Para ahorrar en guantes...

—¡Y qué boca tan grande!

—¡Estaba esperando que dijeras eso! —exclamó el lobo, desfigurado de


bestialidad—. Tengo esta boca tan grande... ¡para comerrrr...! —había
empezado a decir la abuela, cuando se escucharon tres enérgicos golpes en la
puerta.

Cinthia abrió. Era una loba.

—Vengo a buscar a mi marido.

—Acá no hay ningún lobo —le explicó Cinthia.

—No estoy para bromas, nena. Puedo oler a ese inútil a trescientos metros.
¡Oh! Ahí está. ¿Qué hace disfrazado de anciana humana? ¿De dónde sacó esa
ropa?

—¡Sólo estaba haciéndole una broma a esta simpática criatura! —dijo el lobo.

—¿Broma? ¡Cómo para bromas estoy yo! —dijo la loba—. Acabo de encontrar
a dos cachorros humanos en el parque. Sus padres los han abandonado. Se
llaman Rómulo y Remo y pienso amamantarlos yo misma. Es necesario que
vengas conmigo y me ayudes a armarles un lugar donde puedan dormir —dijo,
o más bien ordenó, la loba.

Cuando el lobo se marchó, Cinthia, que no había entendido nada de lo


ocurrido, encontró a su verdadera abuela amordazada en el baño. Sólo cuando
la anciana se calmó, pudieron entrar los demás chicos y entre todos comieron
la torta.
Los chicos vivieron unos días con la abuela de Cinthia y luego pudieron
regresar con sus padres.

Hansel y Gretel, como todo el mundo sabe, lograron encontrar el camino que
conducía a la casa de sus padres, aunque antes debieron vencer a una bruja
que los tuvo prisioneros varios días.

Pulgarcito y sus hermanos también pasaron ciertas peripecias para regresar


con su familia, pero finalmente lo consiguieron gracias al ingenio del diminuto,
que hasta llegó a casarse con una princesa.

En cuanto al lobo, se vio obligado a buscar comida para alimentar a los


robustos y apetentes Rómulo y Remo, y ya no tuvo tiempo para fechorías. De
grandes, los niños viajaron a Europa y fueron muy importantes, aunque como
hermanos no se puede decir que se llevaran bien.

La loba, por último, fue apreciada por todo el barrio de San Telmo, que premió
su gesto levantando una estatua en el mismo Parque Lezama. Cualquiera que
pase por allí puede verla. Es una escultura que muestra a una loba y a los dos
niños, y está ubicada en el sitio donde el animal los encontró.

De Cinthia Scoch no podemos agregar demasiado, pero se dice que por allí
circula un libro que cuenta parte de sus aventuras.

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