El Orden Social de Los Discursos - Luisa Martín Rojo

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El orden social de los discursos

Discurso – poder – saber


Los discursos no reflejan la “realidad”, sino que construyen, mantienen y
refuerzan interpretaciones de esa “realidad”, es decir, construyen
representaciones de la sociedad, de las prácticas sociales, de los actores
sociales y de las relaciones que entre ellos se establecen. Los discursos
generan, por tanto, un saber, un conocimiento.

Para el análisis crítico del discurso, el objetivo no es únicamente desvelar


cómo se lleva a cabo esta consunción de los acontecimientos, de las
relaciones sociales, y del propio sujeto, a través del discurso, sino revelar,
además, cuáles son las implicaciones sociales de este proceso.
Numerosos trabajos en ACD han señalado distintas implicaciones:

En primer lugar, el papel del discurso en la transmisión persuasiva y en la


legitimación de ideologías, o más bien de fragmentos de ideologías,
valores y saberes.

En segundo lugar, unido a lo anterior, se trata de determinar qué papel


juegan determinados discursos en el mantenimiento y refuerzo del orden
social, es decir, en el mantenimiento del status quo –impidiendo, por
ejemplo, el acceso de los discursos de oposición o de los discursos
producidos por determinados grupos sociales, a determinados contextos.

Se trata igualmente de estudiar el papel del discurso en la pervivencia de


las diferencias sociales –incrementando o consolidando tales diferencias–
y en la puesta en funcionamiento de estructuras y mecanismos de
dominación.

Discurso: es una práctica tridimensional que emprende el estudio de


cualquier discurso, simultáneamente:

1) En tanto que texto, es decir, como el producto, oral o escrito, de una


producción discursiva;

2) En tanto que práctica discursiva, que se inserta en una situación social


determinada
3) Como un ejemplo de práctica social que estructura áreas de
conocimiento, que no sólo expresa o refleja entidades, prácticas,
relaciones, sino que las constituye y conforma.

-Los discursos instituyen, ordenan, organizan nuestra interpretación de los


acontecimientos y de la sociedad e incorporan opiniones, valores e
ideologías. Este poder generador es común a todos los discursos. Sin
embargo, no todos tienen la misma trascendencia social, mientras algunos
discursos se citan y se reproducen, otros se desvanecen o resultan
excluidos.

Las diferencias de poder, status y autoridad que conforman la sociedad


como un universo jerarquizado, poblado de tensiones y enfrentamientos,
en el que existen grupos dominantes y grupos dominados, élites y grupos
marginados, se proyectan sobre el universo discursivo y conforman el
ORDEN SOCIAL DE LOS DISCURSOS. Este se asienta, en consecuencia,
sobre un principio de desigualdad, que explica por qué junto a discursos
autorizados, encontramos discursos “des-autorizados” y frente a discursos
legitimados, discursos “des-legitimados”.
Sin embargo, este orden social de los discursos no proviene sólo de la
proyección de las diferencias sociales que se proyectan sobre el discurso
(por ejemplo, fuentes autorizadas que producen discursos autorizados),
sino, también, de la intervención en el orden discursivo mediante la
regulación de su producción y circulación.

La producción discursiva tiene (es) que ser regulada con el fin de controlar
la insurrección, es decir, de neutralizar el poder desestabilizador y
liberador de los discursos. Esta regulación discursiva es paralela a la que se
produce en el orden sociolingüístico, a través de la imposición de criterios
de “corrección” que excluyen y rechazan aquellas variedades lingüísticas
que entrañan una inversión de los valores establecidos.

Los discursos femeninos generan, en este caso, un saber alternativo sobre


el otro y el propio género. Este saber alternativo (que aparece también en
los discursos de los delincuentes, de los homosexuales, de los inmigrantes,
es decir, de los excluidos) se opone a la apropiación de la palabra por
parte del otro, sin embargo, no es desestabilizador, en tanto que no
adquiera legitimidad social, en tanto que el grupo que lo genere se
encuentre en una posición de inferioridad. Cuando esta situación de
dominación se resquebraja, los discursos ya no pueden ser silenciados y se
legitiman. De la exclusión y del silenciamiento se pasa a la confrontación
de discursos y puntos de vista.

¿Cómo se gestiona y controla socialmente la producción y circulación de


los discursos, de manera que se mantenga su desigual distribución y
valoración?

Según Foucault, el término circulación no se refiere exclusivamente a la


reproducción de los discursos en los medios de comunicación, sino a ese
fluir de los discursos que permite a cualquier locutor retomar la voz de un
enunciador autorizado. Este fluir puede ser obstaculizado, frenado e,
incluso, impedido. Para ello se ponen en marcha normas y procedimientos
de control del discurso que son establecidas por aquellos colectivos que
tienen poder para hacerlo. De esta manera, algunos sectores sociales
llegan a “apropiarse” del discurso, y a través del control de su producción
y circulación se aseguran el mantenimiento de su posición dominante.

La trascendencia de este poder de control que se ejerce a través de los


discursos no se entiende si no consideramos la interiorización de los
saberes. Cuando los individuos asumen las representaciones de la
sociedad que determinados discursos transmiten, cuando interiorizan la
imagen que de ellos mismos proyectan estos discursos y ejercen en
consecuencia, el proceso de dominación se consuma.

Los procesos de dominación: La normalización a través


del discurso
A través del discurso se constituyen saberes que modifican las relaciones
de sujeto a objeto. Estos saberes constituyen los procesos de
normalización.
La normalización se produce, entre otros procesos, mediante la
objetivación y la subjetivación:

Objetivación: el individuo se constituye como objeto de un campo de


saber. Los procesos de objetivación están claramente vinculados con la
producción discursiva: requieren nuevos discursos, se basan en
observaciones discursivas y lingüísticas.

Regulación discursiva: se da dentro de cada región discursiva, al


establecerse condiciones de producción y en tal contexto, el discurso tiene
que conformarse de tal manera. Además, constituye un poderoso
mecanismo de exclusión, por el cual se excluye lo que se dice y a quien lo
dice, sobre la base de cómo lo dice.

-El saber generado por las disciplinas consolida y cristaliza los procesos de
objetivación.

Los modos de objetivación pasan a ser modos de subjetivación y son


utilizados por la persona para la comprensión de sí misma, cuando se
convierten en formas de comprensión del individuo. De esta manera, el
ser humano se reconoce como sujeto, se constituye como objeto de
conocimiento para sí mismo.

Subjetividad: es el modo en que el sujeto hace de la experiencia de sí


mismo un juego de verdad consigo mismo.

La interiorización de saberes y discursos a la que hizo referencia Foucault


en distintas ocasiones remite, por tanto, a la experiencia que el ser
humano tiene cuando se da en pensar su ser propio. De ahí que la lucha
que emprenden muchos colectivos contra las formas de dominación y
sujeción, responde a una forma de poder que vincula a los individuos con
su identidad, transformándolos y sujetándolos como sujetos. Esta lucha se
hace patente en el discurso por medio de distintos recursos,
especialmente aquellos que permiten evocar discursos normativos, ante
los que se presentan distintas respuestas: asimilación de los discursos
existentes, deconstrucción de éstos, o elaboración de discursos
alternativos.

El orden de los discursos: el control de la producción y


circulación de los discursos
Para Foucault los procedimientos que controlan, seleccionan, organizan y
redistribuyen los discursos tienen por objeto conjurar sus poderes y
peligros, controlar el azar de su aparición y esquivar su materialidad.

Control de los poderes del discurso


Para Foucault, son los procedimientos de exclusión los que intervienen en
el control de los poderes desestabilizadores y de transformación de los
discursos, mediante los cuales se bloquea o se impide la producción de
discursos o bien se neutraliza su poder. Hay dos tipos:

Prohibición: la prohibición de determinados objetos del discurso, en


determinados contextos y en relación con determinados hablantes,
especialmente, en campos como la sexualidad y la política. Sin embargo,
los juegos de prohibición cambian en las sociedades y se modifican dentro
de una misma sociedad a medida que cambian las circunstancias sociales
en las que se enmarcan.

Neutralización: se ejerce en este caso mediante la producción y


transmisión persuasiva de una imagen negativa y deslegitimadora que se
proyecta en tres direcciones: 1) la deslegitimación de la fuente de
discursos y de representaciones alternativas; 2) la deslegitimación de otras
representaciones e ideologías; 3) la deslegitimación de los propios
discursos, en tanto que discursos “inadecuados”.

Por otro lado, el rechazo entraña la construcción de una imagen negativa,


sobre la base de unas normas o reglas que pueden hacerse o no explícitas,
pero que, en cualquier caso, son evocadas. El interlocutor se ve absorbido
en el “nosotros” o, de lo contrario, el sujeto tendrá que asumir una
posición de excluido.

La deslegitimación de otras representaciones e ideologías: La


apariencia de objetividad
Se da cuando se trata de controlar el poder de otros discursos,
cuestionando la representación o interpretación que en ellos se construye
de los acontecimientos. Generalmente, este cuestionamiento y
desautorización se apoya en una noción particular de la ideología, vista
como elemento distorsionador de la “realidad” que sólo unos individuos
padecen (“ellos”), mientras que otros serían objetivos (“nosotros”). El
objetivo es presentar el propio discurso como reflejo, mientras que los
discursos rivales son presentados como interpretaciones sesgadas o
distorsiones de la realidad. Entre las estrategias de deslegitimación están:

-Deslindamiento: verdadero frente a falso. Esta distinción suele verse


acompañada de un compromiso del locutor con la veracidad del
enunciado. Además, presenta al locutor como un observador neutral, que
no ha participado en los hechos ni tiene ningún interés que lo
comprometa con una versión determinada de ellos.

-Inclusión minuciosa de datos y detalles: contribuyen a la presentación de


una interpretación particular como si se tratara de una observación
detallada y neutral. Responde a una determinada visión de los
acontecimientos y forma parte de una estrategia persuasiva con la que se
pretende guiar al interlocutor en su interpretación de los acontecimientos

La deslegitimación de los discursos en tanto que discursos


“inadecuados”
La noción de mercado lingüístico establecida por Bourdieu llama la
atención sobre la transcendencia de los criterios de valoración de los
distintos discursos y registros y cómo actúan como mecanismos que
desencadenan la desigualdad entre los capitales lingüísticos con los que
cuentan los distintos individuos. De esta manera, los criterios de
corrección, que coinciden con los de adecuación y pureza, permiten
distinguir entre variedades “elaboradas”, “complejas”, “normales” (por
ejemplo “registros académicos”, frente a variedades “primitivas”,
“crudas”, “desestabilizadoras del sistema lingüístico” e, incluso,
“destructivas” (jergas delincuentes).

La existencia de prejuicios lingüísticos supone que sólo los discursos que


se adaptan a determinadas normas, géneros, registros y sociolectos, son
considerados adecuados en contextos sociales relevantes, mientras que
los que no se adaptan a estas normas, se encuentran de partida
deslegitimados y son considerados como no pertinentes en el contexto en
el que son producidos.

Control de la aparición de los discursos


Difícilmente encontraremos un ámbito social en el que determinados
discursos no estén excluidos o su aparición no se vea limitada.

Los medios de comunicación, vinculados a distintos grupos de poder, son


un ejemplo de cómo se obstaculiza el acceso a los discursos generados por
grupos que producen discursos alternativos o de resistencia, de manera
que éstos quedan silenciados. Reproducen así el orden discursivo
imperante y permiten observar con particular nitidez qué discursos y
grupos están socialmente legitimados y cuáles son silenciados.

Además de estas diferencias a la hora de reproducir o no discursos


producidos por distintas fuentes, se observan también en el tratamiento
que de ellos se hace. Se manifiesta así la actitud del locutor hacia el
discurso reproducido y se predispone al interlocutor a valorar de una
determinada manera la información.

Al hablar de circulación no se trata exclusivamente a la reproducción de


los discursos en los MCM, sino a su reproducción y repetición en todos los
ámbitos de la vida social y, muy especialmente, a su conformación como
lugares comunes en la conversación cotidiana. Esta última desempeña un
papel decisivo en la transmisión persuasiva y en la legitimación de saberes
e ideologías. De esta manera, algunos discursos “se dicen” y
“permanecen”, otros se “dicen” pero no encuentran ni ámbitos adecuados
para su producción, ni para su reproducción y, por lo tanto, se
desvanecen.

El silenciamiento se orienta, en consecuencia, a controlar el azar de esta


aparición y permanencia de los discursos

La intertextualidad permite la evocación de discursos legitimados, a través


de los que se ejercen los nuevos rituales de poder y se genera saber.
Procesos que determinan las condiciones de la puesta en
circulación de los discursos
Estos procedimientos responden, por tanto, a lo que podemos entender
como estrategias de “apropiación del discurso” por medio de las cuales
algunos grupos sociales e instituciones que tienen acceso a los medios de
producción del discurso establecen normas de producción y circulación de
los discursos, quedando otros colectivos excluidos de la producción
discursiva.

Según Van Dijk, el acceso a los discursos y a los distintos acontecimientos


comunicativos es uno de los factores que en mayor medida potencia la
reproducción discursiva del poder y la dominación. En este sentido, el
establecimiento de restricciones retóricas y lingüísticas dificulta el acceso
de los grupos sociales cuya participación en el sistema se quiere frenar.

El establecimiento de normas y regulaciones discursivas no sólo dificulta la


producción de discursos que no emanan de las esferas de poder, sino que
cierran las posibilidades de intercambiabilidad, de protesta y rechazo.

Las regulaciones sobre la producción discursiva sientan un principio de


desigualdad entre los hablantes: aquellos que tienen acceso a los medios
de producción, quienes están familiarizados con tales regulaciones y
poseen los medios de satisfacerlas poseen un importante capital dentro
del mercado lingüístico, mientras que quienes no las poseen quedan
desposeídos del discurso.

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