1560km Mi Bici y Yo Francesc Zamora

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1560

KM
(Mi bici y yo)
Dedicado a Manuel Zamora Porcel
Por Francesc Zamora Muñoz

Salida: Andorra, 6 de mayo de 2011.

Llegada: Córdoba, 12 de junio de 2011.

Kilómetros recorridos: 1560,20

Día 1
6 de mayo de 2011
“Feliz cumpleaños papa.”

Eran las siete de la mañana del seis de mayo, estaba acostado en la

cama boca arriba, más despierto que nunca, con la mirada posada en

el blanco techo. Los ojos bien abiertos y la mente atenta. No había

logrado dormir mucho y no necesité el despertador para recordarme

que era hora de levantarme, de vestirme, montar las mochilas sobre la

bicicleta y dar el primer golpe de pedal. Sentía un leve cosquil eo en el

estomago, estaba nervioso y emocionado, como a cada vez que me

dispongo a viajar sea donde sea. Estaba a punto de emprender un viaje

que me l evaría más al á de lo que nunca hubiese imaginado a pesar de

que había pasado los últimos diez meses de mi vida tratando de

visualizarlo con detal e. Muchas noches me iba a la cama y al cerrar los

ojos me imaginaba como sería viajar sobre mi bicicleta. Me imaginaba

paisajes y situaciones. Lugares donde acamparía, gente con la que me

cruzaría y sobre todo mi meta final. Se había convertido en una

obsesión y en una necesidad y no iba a permitir que nada se

interpusiese en mi camino. No había nada más en mi vida que quisiese

hacer con tantas fuerzas como lo que estaba a punto de hacer. Me

esperaban cientos de kilómetros durante varias semanas de viaje por


un país que conocía bastante bien desde otro punto de vista que no era

en absoluto comparable al que uno tiene cuando viaja en bicicleta.

Recuerdo que cuando empecé a planificar el viaje dibujé una ruta sobre

el mapa mucho más larga de la que realicé al final. Soñaba con hacer

miles de kilómetros durante varios meses pero mi falta de experiencia y

sobre todo mi situación económica me l evaron por otro camino mucho

más corto, aunque sin duda, en él encontré todo lo que estaba

buscando. Eso es lo más importante de todo.

Es ahora, varios años después, cuando puedo decir con total seguridad

que lo que hace que un viaje sea un gran viaje no son los kilómetros

que se puedan recorrer o los días que se esté fuera. Lo que realmente

importa es lo que queda grabado en el interior de las personas que se

aventuran a dar el primer paso. Es algo que no se puede medir ni con

el tiempo ni con la distancia.

Desayuné tranquilamente, sin hacer mucho ruido, mientras ojeaba uno

de los muchos mapas de España imprimido en tamaño A4 con rutas

trazadas a mano. No tenía muy claro por donde iba a pedalear las

próximas semanas ya que no tenía una ruta establecida. Tan solo una

vaga idea de que regiones quería cruzar. Llevaba un mapa de toda

España en la mochila del manil ar para guiarme, y dentro de mi, una

intuición bastante bien desarrol ada en la cual confiaba plenamente


para encontrar mi propio camino día a día. Después de cerrar la puerta

de casa bajé al garaje con todas las mochilas, las monté sobre mi

bicicleta y la apoyé en la pared. Retrocedí unos pasos y la contemplé

desde lo lejos. Aquel gran invento de la humanidad, con sus dos

ruedas, iba a ser mi medio de transporte, y mi delgado cuerpo, el motor

que lo haría avanzar. Dos alforjas traseras laterales con otra mochila

encima de estas que formaban un conjunto de tres maletas con mucho

espacio ahora ya ocupado. Por encima de todo, bien atada, la tienda de

campaña para una persona, suficiente para mi. Una esteril a, el casco

(que nunca l egaría a usar en todo el viaje) y unas zapatil as finas y

cómodas de montaña. Sobre la rueda delantera, dos pequeñas

mochilas atadas a un soporte de aluminio que fabricamos el dueño de

mi piso y yo. Encima de estas dos, un saco de dormir en una bolsa de

plástico de supermercado, y en el manil ar, otra pequeña mochila para

l evar la documentación, el mapa de España y unas fotos que me

acompañarían durante todo el viaje. Una de mi padre, otra de mi

hermano junto a mi tío y yo, y una más de mi madre.

Reflexioné durante unos minutos sobre lo que estaba a punto de

emprender, de si lo lograría o no, de dónde dormiría, de qué comería y

de muchas otras cosas más que eran desconocidas para mi. No sabía

si lograría l egar a mi destino que se hal aba a más de 1400 kilómetros


de mi casa y aquel o le daba emoción al viaje. Una cosa estaba clara, si

no lograba terminar el viaje, debía l egar cómo mínimo hasta Gerona, a

unos 220 kilómetros de casa. Al í me esperaba mi madre, mi hermano y

parte de la familia.

Repasé una ultima vez el equipaje, me aseguré de que todo estuviese

bien atado, de que no olvidaba nada y me dispuse a subir la cuesta del

garaje para salir a la cal e. La bici pesaba mucho más de lo que había

imaginado en los meses anteriores mientras planeaba el viaje aunque

con el paso del tiempo, de los días y de las noches se iría aligerando.

Poco a poco iría desprendiéndome tanto de cosas materiales como

inmateriales, aunque eso lo iba a descubrir a lo largo del viaje.

Salí del garaje y l egué al parking exterior del edificio. Estaba cerca de

la carretera mirando al cielo nublado y sintiendo la fina l uvia en mi

rostro. Pensé por un instante que quizás no era el mejor día para

emprender tal viaje, pero esa estúpida idea no tardó mucho en

desvanecerse. Porque si emprendía ese viaje, lo iba a hacer el 6 de

mayo. De todas maneras, durante todo el viaje, seguramente sucedería

que la fina l uvia se convertiría en grandes tormentas y las pequeñas

brisas en grandes vientos.

Tomé aire y noté como mi piel se ponía de gal ina suavemente mientras

avanzaba sobre mi bicicleta unos metros, tambaleándome, hasta que


logré equilibrarme. Entré en la carretera general, miré hacía atrás y vi

como mi casa se iba alejando poco a poco. Entonces me di cuenta de

que ya estaba en el camino. Había hecho lo más importante de todo

viaje que es dar el primer paso, o en este caso, la primera pedaleada.

En esa primera etapa los primeros kilómetros eran mayoritariamente

cuesta abajo, cruzaría este pequeño país de los pirineos l amado el

Principado de Andorra. Mi lugar de nacimiento y de mucho más. El

Tarter, Canil o, Encamp, Andorra la Vel a, Sant Julia de Loria... Pueblos

y pequeñas ciudades que conozco como la palma de mi mano. Miles

de rincones con historias, recuerdos, fotografías, algunos besos,

encuentros y también más de una despedida. Visto desde la bicicleta,

todo me parecía muy distinto. Todo estaba hecho de otra materia.

Ahora notaba el viento en todo el cuerpo, el frío en las manos, la l uvia

y su sonido sobre mi chubasquero...

Llegué a la frontera y la policía Andorrana me paró en el control para

pedirme la documentación. Les dí mi pasaporte, estaba todo en regla,

no soy un delincuente, tan solo uno más entre la multitud. Charlamos

un poco sobre a dónde me dirigía y me desearon suerte para l egar a

mi destino. Les di las gracias, miré una ultima vez hacia atrás, le dije

adiós a Andorra y seguí pedaleando para al fin cruzar esa linea que

divide a las personas, a las culturas y al mundo entero. Entonces me di


realmente cuenta de que había empezado mi viaje, había cruzado la

única frontera física que separa ambos países y la primera de muchas

fronteras que hay en la mente del ser humano para acercarse a la

libertad. Cada vez estaba más lejos de casa y a cada golpe de pedal

que daban mis piernas mejor me sentía.

La bici se portaba bien, era solo cuestión de acostumbrarse. Entre

todas las mochilas y la bici misma, aquel o pesaba casi 40 kilogramos.

Me paré un par de veces a orinar, comer algo, beber y observar el

paisaje nublado que me rodeaba sin dejar caer muchas gotas de agua.

Estaba emocionado, ya estaba en el camino, lo estaba haciendo!

Recuerdo que en uno de esos momentos tan únicos que suceden

menos a menudo de lo que a uno le gustaría, nació en mi interior un

sentimiento que no se quedó atrapado tan solo en la mente o en el

corazón, sino que se expandió por todo el cuerpo, moviendo los

músculos de mi rostro para crear una sonrisa única.

Aquel o, era la felicidad.

Llegué hasta Organyà poco después del medio día. Pedalee 60,9

kilómetros exactamente. Una distancia que en coche se hace en menos

de una hora, aunque yo tardé unas tres horas y media. No merecía la

pena comparar el tiempo que se tarda en ambos medios de transporte,

porque desde que me subí a la bicicleta por la mañana, el tiempo ya no


era un factor importante en el viaje. Lo haría a mi ritmo, disfrutando de

todo aquel o cuanto el destino me propusiese, que seguramente sería

cuantioso.

Me instalé en el camping del pueblo para pasar mi primera noche fuera

de casa durante el viaje. Tardé un buen rato en instalar la tienda y

desempaquetar lo necesario.

Una vez todo listo, salí al pueblo para comer algo, un buen plato

combinado que me sentó de fabula. Lomo a la plancha, huevos y

patatas fritas con ensalada, un helado de postre y un cortado. Con el

estomago l eno volví al camping paseando. Charlé con unos chicos que

también estaban en el camping y practicaban parapente. Buscaban la

libertad en cada vuelo, el silencio, la paz, la luz y tal como me lo

describía aquel chico alemán de unos 30 años, todo aquel o cuanto

buscaban era encontrado. Después de la charla me eché una siesta

mientras poco a poco el día l egaba a su fin. El atardecer es un

momento precioso, la luz se va apagando y si le prestas suficiente

atención, te das cuenta de que por muy solo que te sientas, nunca lo

estás. El mundo está vivo y tu formas parte de él.

Al despertar, me preparé un plato de arroz con atún, una cena simple

pero eficiente. Todo acompañado de una brisa de aire fresco pero

agradable que acariciaba mi espalda transpirada. El día, a pesar de no


haber visto mucho la cara del sol, había sido bastante caluroso.

Mientras cenaba, sentado en el interior de mi diminuta tienda de

campaña, con la puerta abierta y con el mundo entero justo enfrente de

mi, sentí la tierra, sentí el silencio, sentí que estaba haciendo algo

increíble a pesar de ser el primer día de viaje.

Me sentí relajado, ahora que estaba unido más que nunca con el

mundo. Y es que ese contacto directo con la naturaleza hace a las

personas mejores, soy testigo de el o. Sólo la naturaleza conoce a los

hombres y sólo los hombres en contacto con la naturaleza pueden

conocerse a el os mismos.

Me sentí feliz después de mucho tiempo.

Ya estaba en el camino, en la ruta, en el viaje, en nuestro viaje... El

estaba al í, junto a mi, lo sentí.

Mi primer viaje en bicicleta y no iban a ser unos pocos kilómetros.

Día 2
7 de mayo de 2011
“La ducha más larga de mi vida”

A la mañana siguiente me desperté con ganas de comerme el mundo,

de recorrer decenas de kilómetros, y porque no, un centenar.

Imaginaba poder recorrer cien kilómetros en algún momento del viaje,

pero no iba a ser así ese día. Pedalee 25 kilómetros, ni uno más ni uno

menos...

La noche anterior hice varios estiramientos y comí bien así que no

padecía de agujetas. Aunque hay que decir que tampoco fue un

esfuerzo muy grande al ser la mayor parte del recorrido cuesta abajo.

Dormí bien en Organyà, la hierba del camping era lo suficientemente

corta como para no perder nada y lo suficientemente larga como para

poder dormir sobre el a sin notar la dureza del suelo. Fue agradable y

relajante. Fue como quitarse un peso de encima, porque ya estaba

viviendo lo que en su día fue un sueño.

A primera hora de la mañana, empecé a empaquetar todas las cosas

mientras humeaba el té de mi taza posada en la hierba. Volví a

montarlo todo sobre la bici mientras el tiempo se mantenía nublado.

Hacía algo más de frío que el día anterior y el poco horizonte que podía

ver entre las angostas montañas era de un color grisáceo oscuro, lo


que significaba que tarde o temprano, en aquel a dirección caería una

buena tormenta.

Justo antes de salir decidí cambiar la ruta prevista que pasaba por la

carretera general de Oliana y pasar por un puerto de montaña que

aparecía en el mapa , todo con el fin de evitar las grandes afluencias de

trafico que suponía habría en las nuevas carreteras y túneles de

aquel a zona. Mi nueva ruta cruzaba unas altas montañas cuyo nombre

ahora no recuerdo. Con una carretera estrecha y un desnivel

impresionante. Lo cierto es que lo había menospreciado, el mapa de

España no era en absoluto detal ado y a pesar de l evar un pequeño

tablet para poder enviar mis correos de vez en cuando y mirar unos

mapas en formato electrónico con los relieves de las montañas, todos

mis cálculos se fueron al traste nada más empezar la primera cuesta.

Lo que me l evó a no ser capaz de hacer más de 25 kilómetros ese día.

Otro factor importante fue la l uvia. A los quince minutos de

encontrarme subiendo por aquel puerto horrible, ya con los pulmones a

pleno rendimiento, empezaron a caer grandes gotas desde lo alto del

mundo colisionando contra todo lo que hubiese en su paso.

Empapando los arboles, la tierra, la carretera y un chico en su bicicleta

con cara de preocupación. Y es que algo preocupado si que me sentía,

empezaba a sentir frío y pesadez. Me paré bajo unos arboles cerca de


la carretea para refugiarme un rato, esperando a que cesase la l uvia

aun sabiendo que eso no iba a ocurrir. Pero necesitaba una pausa,

tanto mental como física para recargarme de energía y seguir con el

puerto y sus curvas.

Sobre la dos de la tarde l egué al pueblo de Cambrils, agotado y

empapado. Fui directo al camping en busca de descanso. Quería

secarme para luego ducharme, comer, descansar y dormir.

Incluso estaba dispuesto a romper el presupuesto de ese día y de

algunos más para alquilar un bungalow y poder dormir completamente

a cubierto. Llevaba una lona plástica para atar entre arboles y así crear

un pequeño techo en días de l uvia, pero en ese camping, no había los

arboles necesarios en las parcelas libres como para montar mi

pequeño refugio. Así que le pregunté a la recepcionista si quedaba

algún bungalow libre y cual sería su precio. Desafortunadamente o

quizás afortunadamente, no había ninguno libre para mi. Después de

aprender aquel a noticia y pasar por mi mente la idea de una noche

bajo la l uvia, la recepcionista me ofreció una pequeña caravana por tan

solo cuatro euros más de lo que costaba una parcela para la tienda de

campaña. Aquel a fue una gran noticia, iba a pasar la noche a cubierto,

con un calefactor para secar la ropa y todo lo que quedó empapado,

con luz e incluso con Internet para poder echar un vistazo a “Google
Maps” antes de partir por la mañana.

Aquel o, era el lujo.

Un lujo que me evitó una noche terrible ya que la tormenta me despertó

en varias ocasiones con sus fuertes truenos y vientos casi

huracanados. Pasé una noche agradable con un buen té y un buen

libro. Eso era todo cuanto necesitaba.

Día 3
8 de mayo de 2011
“La aventura de la vida”

“Como todo ser humano, tengo preguntas. Más preguntas que

respuestas y eso es bel o. Porque eso nos empuja, a aquel os que

tenemos curiosidad, a explorar los confines de nuestra mente, a salir a

la aventura hacia lo desconocido. Solo de esta manera se logra saber

que es lo que uno se pierde si no lo hace. Solo así, se encuentran

algunas respuestas a la vez que otras preguntas se unen en este gran

viaje que es la vida”

Desperté con los pocos rayos de luz que se atrevían a abrirse paso

entre unas nubes que parecían ahora tener prisa por marcharse. Eran

las ocho y media de la mañana y me sentí afortunado por haber

dormido en la caravana, pude secar mi cuerpo y toda la ropa. Pude

cocinar, pude moverme en libertad en ese diminuto espacio junto al

sonido de la estufa, pude leer y pude escribir.

Desayuné, volví a empaquetarlo todo y seguí con mi camino. Seguí

cuesta arriba, buscando la cima del puerto que dejé a medias el día

anterior. Poco a poco, con paso firme, fui alcanzando esa primera cima

de entre muchas mientras el calor se iba haciendo notar lentamente,

mientras el sol, cada vez más fuerte, le ganaba la batal a a las nubes.
Cuando l egué a la cima, de nuevo en mi rostro, la felicidad dibujó una

gran sonrisa. Aquel o fue mágico, fue único. Era tan solo mi tercer día

de viaje, pero ya empezaba a sentir una gran sensación de libertad, de

felicidad y equilibrio dentro de mí que nunca antes había

experimentado. Miraba de vez en cuando hacia atrás y ya no veía

aquel lugar l amado hogar, sin embargo, todo lo que había frente a mi,

todas esas tierras por descubrir, me hacían sentir como en casa. El

mundo era mi hogar, nuestro hogar. Hice una parada en la cima para

comer una fruta, para sacar unas fotografías desde el mirador para el

recuerdo y disfruté de ese momento que no volvería a repetirse jamás.

Después de gozar de todo aquel o, me subí de nuevo a la bicicleta,

miré al frente y pude ver como la carretera serpenteante descendía por

un val e verdoso. Eso era la gloria tras el esfuerzo, una bonita

recompensa.

Una bajada de unos quince kilómetros bajo el fuerte sol.

Realmente lo disfruté. Cada curva, el viento, el sonido del silencio...

Aunque también me l evé un buen susto. Mientras apreciaba las vistas,

se cruzó en mi camino un gran agujero en la calzada que no pude

evitar y en ese breve instante justo antes de que la rueda delantera se

metiese dentro, no vi mi vida pasar ante mis ojos, tan solo pensé

“prepárate para el impacto” y todo rebotó con mucha fuerza, noté la


dureza del asfalto en la columna vertebral. Afortunadamente no caí de

la bicicleta y logré parar a los pocos metros. Todo estaba intacto salvo

las mochilas delanteras fabricadas en el garaje de casa que saltaron

por los aires y quedaron colgadas por las cuerdecitas que las sujetaban

trabándose en la rueda. Tuve suerte y fui consciente de el o. Pensé que

quizás debía cambiar las pastil as de freno, con todo aquel peso sería

mejor gastarse unos pocos euros y comprar unas mejores.

Acabado el descenso, empezó un nuevo ascenso más bien pesado

para l egar a Solsona, dónde hice una breve pausa para comer unos

buenos pasteles en el casco antiguo de la ciudad que me sentaron

genial. Cogí fuerzas y seguí adelante. Quería seguir pedaleando unos

kilómetros más.

Al poco rato vino la gran cuestión, ¿donde dormir? El lugar por donde

circulaba no me agradaba demasiado como para acampar en los

alrededores así que decidí seguir bajo un cielo a cada vez más cubierto

hasta Sant Ponç. Un pueblecito junto a un embalse en el cual

supuestamente había un camping. Quince kilómetros más tarde al í

estaba yo, frente a la única parcela libre, mirando el suelo, y pensando

que sería imposible plantar la tienda sin maquinaria pesada. Empezaba

a l over, pero aún así, le dije amablemente a la señora del camping que

no iba a pasar la noche en aquel lugar, prefería arriesgarme y salir en


busca de un lugar donde acampar junto al embalse. Me pareció

arriesgado, aunque no lo era en absoluto, en el peor de los casos me

iba a mojar. Era el primer día que decidía acampar al aire libre en algún

lugar desconocido, sin parcelas, sin normas, sin vecinos, sin saber si

era legal. Empecé a rodear el embalse por un camino pedregoso,

mirando a ambos lados en busca de un buen lugar para pasar la noche

y también al cielo, cuyas gotas caían sin ser demasiado molestas. Al

cabo de casi una hora encontré “el lugar” porque en cuanto lo vi supe

que ahí iba yo a dormir bajo la luz de la luna si las nubes decidían

marcharse en algún momento. Era un pequeño montículo de tierra con

árboles junto a la oril a del embalse, se elevaba unos dos metros sobre

este lo que le daba unas vistas inmejorables. Habían cuatro árboles

perfectamente posicionados para instalar la lona plástica que me

cubriría de la l uvia permitiéndome cocinar tranquilamente. Aquel lugar

parecía estar hecho a medida para mi. Bajo la l uvia monté la tienda de

campaña, desempaqueté lo necesario, instalé la lona y cuando ya

estaba todo listo para que mi cuerpo pudiese descansar un poco, dejó

de l over.

Quedaban unas pocas horas antes de que anocheciese y las

aproveché para asearme en el embalse. Aquellas aguas estaban

heladas aunque pude quitarme la suciedad de mi cuerpo y mente


mientras vi pasar algunas pequeñas truchas cerca de mis pies y un

pequeño grupo de patos que navegaban en silencio a lo lejos.

Día 4
9 de mayo de 2011
“Físico y mental”

“Hay dolor, pero hay bel eza. El físico no lo es todo, no es la única

fuerza que hace que uno avance, porque el poder de la mente es

quizás mucho más fuerte, tiene su propia fuente de energía.”

Al cuarto día de viaje el cansancio empezó a pasar factura, el cuerpo

estaba resentido no tanto por los kilómetros ya recorridos sobre la bici

sino más bien porque emprendí el viaje sin preparación física alguna.

No había entrenado durante el invierno. Tan solo salí alguna que otra

vez a pedalear unos kilómetros cuando el trabajo me lo permitía pero

sin duda no era como las etapas que estaba recorriendo ahora. Aunque

me estaba acostumbrando poco a poco, empezaba a conocer mis

propios limites. Aprendía sobre la marcha lo que suponía viajar en

bicicleta. Cuando me adelantaban ciclistas con mail ot o me pitaban los

coches dándome ánimos en alguna cuesta cuyo final no estaba a la

vista tan solo podía significar que me esperaba algo duro.

Empezaba a ser consciente de dónde me había metido, de las muchas

cosas que iban quedando atrás y de las muchas otras que estaban por

venir. Era simplemente increíble. No importaba el cansancio ni los

dolores porque seguía avanzando y no pensaba abandonar.


La noche había sido algo dura, a pesar de dormir en un lugar mágico,

rodeado de bosques y con vistas al embalse, a mi espalda no le gustó

demasiado aquel duro suelo. Tan solo l evaba una pequeña esteril a de

montaña cuyo grosor no era el optimo aunque como muchas otras

cosas era falta de costumbre. Desperté cansado pero lavarme la cara

en el embalse y tomarme un buen té humeante con miel me reactivó

para volver a la ruta. Avancé unos cincuenta kilómetros por subidas y

bajadas hasta l egar al pueblo de Berga. Donde sin pensarlo dos veces,

me dirigí hacia el camping municipal en busca de una parcela con

hierba y duchas con agua caliente. Aproveché para reorganizar un

poco las maletas, comprar algunos víveres, descansar cómodamente,

conectarme a la red para escribir a los amigos y ojear mapas. Me

esperaban unos buenos kilómetros al día siguiente según mis cálculos.

Cada vez estaba más cerca de Gerona, de ver a mi madre, mi hermano

y la familia. A cada golpe de pedal estaba más lejos de casa, pero al

mismo tiempo, a cada vuelta que daban las ruedas de mi bicicleta

estaba más cerca de mi mismo.

Pensaba mucho en mi padre, nunca he dejado de hacerlo, pero

entonces sentía como si el estuviese junto a mi a cada instante. Su

presencia, su mirada, su sonrisa,...

Tiempo antes de que él fal eciese habíamos hablado sobre hacer un


viaje en auto caravana hasta su ciudad natal, Córdoba. Era algo así

como un sueño que compartíamos. Recorrer parte de los Pirineos, la

costa mediterránea, ver los molinos de viento de Castil a la Mancha y

sin prisa alguna, l egar a Córdoba. Fue tras su fal ecimiento cuando

decidí que aquel viaje soñado por ambos lo iba a hacer sobre dos

ruedas. Iba a l evar sus cenizas hasta su tierra natal para esparcirlas.

Ese era mi sueño, el que había ocupado todas mis noches durante los

últimos meses.

En la bolsa del manil ar l evaba, a parte del mapa de España y de las

fotos de mis seres queridos, un palo de madera como el de los helados

en el que mi padre escribió antes de fal ecer nuestras iniciales.

RMF.FZM.JMZM.MZP.

Esas fotografías y esas iniciales escritas de su puño y letra me

recordaban a cada instante la importancia de lo que estaba realizando.

Era un reto enorme para mi.

“Quizás sea este el viaje más grande de toda mi vida, quizás sea este

el camino a la liberación, el camino hacia la paz que tanto ansío. Eso lo sabré
cuando se abra la ultima puerta. La puerta del perdón, la puerta

de la libertad. Cuando recite las palabras del corazón en la auténtica

despedida de mi padre, la que el se merece.”

“Nunca Olvidaré”
Día 5
10 de mayo de 2011
“Noche de hotel”

“Lo más gratificante de las subidas son esos momentos en los que

l egas a la cima, cuando ves el horizonte, y te das cuenta de que

empieza la bajada, cuando l ega la brisa de aire a saludarte, a decirte

que ahí viene la gloria…”

Mi cuerpo empezaba a aclimatarse al esfuerzo, iba cogiendo el ritmo.

Ya estaba en Ripoll aunque exhausto y con las piernas ardiendo. Había

sido una etapa bastante dura y había tenido que cruzar algunos puertos

de montaña en los que me tuve que parar varias veces para coger aire.

A pesar de preguntar varias veces por direcciones a la gente con la que

me cruzaba para no equivocarme de ruta, en una ocasión me

equivoqué de carretera en un pequeño cruce lo que me l evó a tener

que pedalear unos 8 km de pura subida por una estrecha carretera que

no l evaba ningún lugar. Lo primero que sentí al darme cuenta de mi

error fue algo de frustración, aunque luego, mientras volvía a bajar

supe reírme de mí mismo y apreciar todo aquel o que me rodeaba.

Decidí quedarme esa noche en un hotel, para poder dormir en una

auténtica cama y también cenar algo consistente. Quería reponer mis

fuerzas para poder afrontar los dos días que según mis cálculos me
quedaban para l egar a Gerona. Una vez al í, vería a la familia y podría

disfrutar de unos cuantos días de descanso.

232 km recorridos, es lo que estaba anotando en mi diario antes de

irme a la cama mientras reflexionaba en la inmensidad de todo aquel o.

Una distancia que en coche se tardaría apenas tres horas en recorrer

mientras yo l evaba unos cuantos días pedaleando. No quería hacer

comparaciones sobre velocidades y distancias en ambos medios de

transporte pero era evidente que en bicicleta era mucho más lento y

costoso pero tenía la posibilidad de apreciar las nubes, de sentir las

brisas de aire, los rayos de sol, de ver el baile de la hierba en los

campos verdes en la primavera... Aquel o no tenía precio.

No eran más de las nueve de la noche cuando finalmente me metí en la

cama.

Día 6
11 de mayo de 2011
“La mesa”

“Cuando no pasan coches, tan solo existe la naturaleza, los cantos de

los pájaros que a veces te acompañan con su vuelo, el canto del río

que cambia a cada instante y el susurro de la hierba cuando se mece

con el viento. Entonces, existe la libertad, existe la paz y existe el amor.

Es maravil oso ”

Llevaba pocos días viajando sobre la bici y durmiendo sobre mi

precaria esteril a y mi tienda de campaña pero fue suficiente tiempo

para darme cuenta de lo poco que valoramos por momentos todas las

comodidades que tenemos a nuestro alrededor. Cuando estamos

sumidos en nuestra rutina no nos damos cuenta de que tener agua

caliente para la ducha, parquet en el suelo y una gran cama esponjosa

son lujos que no todo el mundo tiene la suerte de poseer. Es tan sólo

cuando no se tienen cuando más se aprecian.

Estaba cerca de Olot y tan sólo había recorrido unos 35 km. Había

sufrido más de lo normal por un puerto de montaña con unas cuestas

muy pronunciadas y eso redujo la distancia total que podían abarcar

mis piernas aún sin mucha experiencia ni musculatura. Además, al

mediodía me paré a comer en un pueblecito y me l ené demasiado el


vientre como para poder seguir pedaleando muchas horas más. Tan

solo logré avanzar unos pocos kilómetros después de comer hasta

l egar a un pequeño camping en medio de la naturaleza donde apenas

conté cinco parcelas ocupadas por auto caravanas extranjeras. Podía

escoger la parcela donde pasar la noche así que sin prisa alguna,

empujando la bici me pasee por todo el camping en busca de la parcela

ideal hasta que di con el a. Tenía buenas vistas, le daba el sol, los

aseos no estaban muy lejos y lo más importante es que tenía una mesa

de madera a disposición. Si, una simple mesa, pero una gran mesa

para mí. Un lugar donde poder cocinar, sentarme, leer y escribir a

gusto, quizás incluso dormir en el a... No me molestaba hacer esas

cosas sentado en el suelo o apoyado contra el tronco de un árbol pero

al cabo de unas horas siempre acaba doliéndome la espalda así que

tener una gran mesa a disposición era algo increíble.

Al poco tiempo de haber escogido mi terreno, l egó una gran

autocaravana que se aparcó a unas tres parcelas de distancia. Nos

saludamos cordialmente desde la distancia y cada uno empezó a

desempaquetar sus cosas. Aquel señor de la autocaravana sacó unas

sil as, una mesa y desenrol ó el toldo que le permitiría protegerse del

sol y de la l uvia si ésta se animaba a venir por improbable que fuese

ese día. Yo monté la tienda de campaña, preparé mi saco de dormir, la


esteril a, mi almohada y también saqué todo lo necesario para cocinar

aquel a noche mientras aquel hombre me observaba desde su cómoda

sil a de plástico. Seguramente aquel señor tendría en su autocaravana

muchas cosas que le facilitarían sus tareas aunque estaba seguro de

que él no l evaría un rasca espaldas como el mío, que no era más que

un palo de madera con una mano tal ada en la extremidad para poder

rascarse todos esos lugares del cuerpo donde no l egamos con las

manos.

Poco después, cuando yo ya estaba bien instalado en mi mesa,

escribiendo mi diario, tomándome un té con dos de azúcar, l egó otra

autocaravana al camping. Ésta era aún mayor que todas los que había

visto en las otras parcelas y me hizo reflexionar sobre lo simple o

complicada que puede l egar a ser la vida mientras se viaja. Yo tan sólo

necesitaba un lugar donde resguardarme de la posible l uvia y del frío,

un fogón para poder cocinar algo y poco más la verdad. Cada uno tiene

su manera de viajar y eso hay que respetarlo evidentemente.

El camping estaba en el parque natural de la Garrotxa, una zona

volcánica preciosa l ena de verdura y densos bosques por las l uvias

primaverales. Aproveché y cogí una pequeña roca volcánica del suelo

para l evarle a mi madre pensando que nadie se daría cuenta. Me

sentía a gusto, relajado y en paz. Era todo muy distinto a los primeros
dos o tres días de viaje, todo fluía con mayor naturaleza, ya no habían

en mí esos pocos nervios que me hacían dudar de vez en cuando

sobre este camino. La rodil a izquierda me dolía un poco al pedalear

aunque no le di demasiada importancia. Me paraba cuando estaba

cansado, comía cuando tenía hambre y bebía cuando tenía sed. De

qué más tenía que preocuparme?

Sobre las diez de la noche me metí en la cama para fundirme en los

sueños profundos. Esperando quizás, volver a ver a mi padre en

sueños tal y como sucedió unos días atrás. En aquel sueño, era joven

como en una foto que tengo de el en casa, l evaba una chaqueta que

conocía, nos cruzamos en medio de una cal e y ambos nos

sorprendimos al vernos. Fue extraño aunque supongo que todos estos

sueños los genera el subconsciente por el deseo de que siguiera en

vida. También soñé en esos primeros días de viaje con que tenía una

barba negra y densa y me dieron ganas de no afeitarme nunca más

para ver si la imagen del sueño era igual que la propia realidad.

Día 7
12 de mayo de 2011
Después de 330 km sobre la bici, unas 27 horas pedaleando, cientos

de paisajes, miles de sentimientos y un dolor de rodil a ya casi

insoportable por momentos l egué a Gerona. Mi primera meta en ese

viaje. Lo primero que hice fue ir a ver a mi madre, le di una buena

sorpresa, aunque más bien fue por casualidad. En un cruce a unos 5

km de distancia de casa de su casa me paré en un cruce para

reflexionar sobre qué ruta tomar para l egar antes y escogí la carretera

nacional ya que ésta era una línea recta sobre el mapa en lugar de una

carretera serpenteante que me parecía mucho más larga. Entonces

pasé al lado de una gasolinera (donde el a trabajaba desde hacía unos

meses y yo nunca había estado) y vi al í fuera el coche de mi madre

aparcado a propósito en ese lugar para que yo lo viese si pasaba

cerca. Me acerqué cautelosamente, apoyé la bicicleta en un muro y

muy lentamente me asomé a la ventanil a para ver como mi madre

atendía un señor desde la caja registradora. No dije nada, tan sólo

esperé a que el a se girase hacia mi lado para verme y cuando lo hizo

se l evó una gran sorpresa. Tan grande que su grito de alegría hizo que

aquel señor que pagaba por su gasolina se asustase. Fue genial,

l evábamos casi nueve meses sin vernos. Mi madre, la mejor madre


que uno pueda tener.

De ahí salí hacia su casa en las Olivas, mientras el a seguía con su

trabajo unas horas más. Se estaba nublando el cielo rápidamente así

que quizás me iba a mojar, aunque ya no importaba porque esa noche

dormiría en un lugar seco y cómodo, en un lugar familiar. Al l egar a la

puerta de casa, al abrirla, entonces ha empezó a l over.

Lo primero que hice fue darme una buena ducha, pero que muy buena.

Me relajé, comí algo y fui a ver a mi tía, a mi tío y mi primo que viven

todos en el mismo pueblo. Me alegré mucho de verlos y de saber que

iba a poder pasar unos días junto a el os.

En parte me sentía a salvo porque estaba en un lugar conocido, junto a

la familia. También me sentía orgul oso de mí mismo porque había

logrado l egar hasta Gerona sobre mi bicicleta después de seis duros

días de pedaleo. Seis días increíbles que nunca olvidaría. Cuando

imaginaba el viaje mucho antes de emprenderlo pensaba que si no

lograba completar el viaje, como mínimo debería l egar hasta Gerona.

Pero ahora, ya sentado en un sofá conocido, habiendo descansado

unas horas y con una sonrisa en la cara sabía que si había l egado

hasta al í nada me podría detener.

Estaba contento por estar con los míos aunque ya pensaba en el día en

que iba retomar la ruta, era la emoción y la felicidad que me brindaba


viajar sobre dos ruedas. Lo único que me preocupaba un poco era el

tremendo dolor en la rodil a que me impedía caminar con normalidad e

incluso bajar o subir escaleras. Lo reconfortante era saber que me

quedaban unos días de descanso y que seguramente aquel dolor

acabaría desvaneciéndose y quedando atrás en el recuerdo.

Hasta pronto le dije a mi diario...


15 de mayo de 2011
“Hoy la melancolía está aquí.

Hoy las lágrimas quieren salir.

Hoy se escribir lo que el corazón me susurra sin añadir condimentos a

la receta del amor.

Hoy, me siento yo mismo.

Me siento vivo.”

Día 8
21 de mayo de 2011
“De vuelta a la carretera”

El 21 de mayo volví a la carretera con el calor del Mediterráneo. La

semana había pasado volando aunque el descanso me sentó genial.

Estar con mi hermano, con mi madre y parte de la familia fue

gratificante. Pude ver algunos seres queridos después de mucho

tiempo. Una de las cosas más emocionantes que hicimos durante esa

semana fue dar un paseo en avioneta con el señor Pino, un italiano

amigo de mi tía. Nos dio una vuelta en su avioneta por turnos a mí y a

mi hermano y pudimos sobrevolar parte de la costa mediterránea bajo

el intenso sol que calentaba sus aguas. Fue una experiencia increíble y

me alegré muchísimo de que mi hermano pudiese disfrutar de esos 30

minutos de libertad en el cielo.

Pedalee unos 45 km ese día. Preferí no avanzar mucho más para ver

cómo respondía el cuerpo tras una semana de descanso y sin ejercicio.

Y la verdad es que se notaba bastante. Lo peor de todo fue que volvió

aquel dolor intenso en la rodil a izquierda nada más dar el primer golpe

de pedal. Pensaba que con una semana de descanso se habría

marchado por completo pero no fue así. Era un pinchazo agudo bajo el

hueso en forma de ol a de la rodil a. Aquel o me preocupó ya que según


mis cálculos me quedaban más de 1200 km para l egar hasta Córdoba.

Aunque no importaba, quería seguir adelante costase lo que costase.

Fui a parar a un camping en playa de Aro, y éste, estaba igual de vacío

que todos los otros campings por donde había pasado. Era lógico ya

que todavía era temporada baja en todas partes. De todas maneras lo

prefería así, siempre he preferido la tranquilidad al bul icio de la gente.

Una vez instalado me acerqué al Decatlón en busca de algún tipo de

sil a súper plegable que pudiese l evar en la bici y que no pesase

demasiado pero creo que mi imaginación fue demasiado lejos porque

no la encontré, quizás ni siquiera existiese algo así. Pero no me fui con

las manos vacías, compré un cojín hinchable por tres euros para poder

sentarme mucho más cómodamente y que me sirviese también de

almohada. Había que improvisar así que usaba una de las maletas

laterales de la bicicleta como mesa para poder escribir y apoyarme

cómodamente.

Una vez instalado y habiendo comido me eché una buena siesta hasta

que el sudor me despertó. El sol era fuerte y la sombra realmente

escaseaba. Pensaba haber plantado bien la tienda de campaña,

estratégicamente para aprovechar la sombra de uno de los pocos

árboles que había en mi parcela pero me equivoqué en mis cálculos y

el sol me dio de pleno en la cara al cabo de una media hora.


Después de despertar me di un paseo por la playa para bañar los pies

y me di una ducha para quitarme el sudor y toda la suciedad que se te

pega al cuerpo cuando viajas en bicicleta. Luego me acerqué a la

cafetería del camping para tomarme un buen té como a mí me gustan,

con leche y dos de azúcar. " Esto es vida" pensé.

Todo aquel tiempo libre me permitía pensar en muchas cosas, sobre

todo en lo que estaba realizando, era un viaje muy íntimo y todo un reto

para mi cuya experiencia en viajes sobre dos ruedas era nula antes de

emprender ese camino. Pensaba en las palabras que me gustaría leer

antes esparcir las cenizas de mi padre y empecé a escribir unas pocas

en una de esas libretas que siempre me acompañan al á donde val a.

No sabía muy bien cómo ocurriría todo, tan sólo había avisado a mis

tíos de Córdoba de que estaba de camino y que no sabía cuánto

tiempo tardaría en l egar. Quizás no supiese cuando ni donde ocurriría,

pero sí sabía lo que deseaba, que era l evar los restos de mi difunto

padre a su tierra natal. Despedirme de él de una forma auténtica.

Verlo marcharse lentamente fue sin duda la experiencia más dura de

toda mi vida, nunca se está preparado. Hubieron momentos muy duros

aunque también hubieron momentos muy buenos e increíbles. Lo mejor

de todo que pudimos y supimos decirnos mutuamente " te quiero" con el


corazón. Te quiero, esas fueron las últimas palabras que le dije antes
de fal ecer. Llevaba dos días en el hospital junto a él, sin apenas

dormir, dándole de beber, acomodándole la almohada, mojándole la

frente... Y en la mañana del domingo 22 de agosto de 2010, sobre las

10 de la mañana decidí subir a casa ducharme y volver a bajar con mi

hermano. Entonces, antes de salir de su habitación le dije " te quiero"

En cuanto l egué a casa, sonó el teléfono, l amaban del hospital y eso

sólo podía significar una cosa...

El me lo dijo, " en cuanto te vayas, yo también"

Quería estar ahí, junto a el..

Día 9
22 de mayo de 2011
“El dolor, mi peor enemigo”

El dolor en la rodil a era muy agudo pero aún así logré avanzar unos 50

km. Los primeros 20 fueron un constante sube y baja por una zona algo

montañosa, cruzando unos acantilados a la oril a del mar Mediterráneo.

Fue bastante duro pero esas vistas impresionantes lo hicieron todo más

l evadero. Por el camino me crucé con muchísimos ciclistas, perdí la

cuenta después de unos 30. Muchos de el os me adelantaban a

grandes velocidades y otros venían en dirección contraria con posición

aerodinámica. Supuse que era un lugar donde venían regularmente

para entrenarse mientras yo estaba de paso para alcanzar mi propia

cima, la cima de la montaña de mi sueño que se estaba haciendo

realidad, porque a cada día, a cada kilómetro, a cada golpe de pedal

que daba, me acercaba un poco más.

Algunos me animaron e incluso charlé durante unos minutos con un

chico que mientras me adelantaba redujo su velocidad y se puso a mi

lado para saber sobre mi viaje. Ese intercambio de palabras y esa

conexión con otras personas es muy interesante. " Eso es pedalear y no lo que
hacemos nosotros" fue lo que me dijo el chico con quien

charlaba.
Aquel o me animó, incluso noté como el dolor en la rodil a se

tranquilizaba un poco. Quizás fuese porque al motivarme con sus

palabras mi cuerpo entendió todo lo que estaba sucedeiendo, entendió

por lo que estaba luchando kilómetro tras kilómetro.

No tan sólo me animaban otros ciclistas durante mi camino sino

también transeúntes que aplaudían mientras yo pasaba con mi bicicleta

cargada hasta arriba por las cal es de los pueblos, además de todos los

coches que pitaban mientras muchos otros sonreían. Algunas veces

oía a mi alrededor gente hablando y diciendo "¡ mira ese!" Supongo que no se
ven ciclistas viajeros todos los días.

Con el tiempo acabé encontrando una posición sobre la bicicleta para

que la rodil a me doliese bastante menos y eso fue un gran alivio ya

que me quedaban muchísimos kilómetros por recorrer. La temperatura

marcaba 32 °C, era un día muy caluroso, aunque sobre la bicicleta se

soportaba bastante bien ese calor. Al estar en constante movimiento

siempre se genera algo de viento. Lo peor son los pueblos y ciudades

donde no corre ese viento y el sol te abrasa por completo. Aunque

l evaba una buena gorra de esas que te tapan el cuel o y mucha crema

solar para mi pálida piel. No era cuestión de quemarse en los primeros

días. Poco después del mediodía l egué a un pequeño camping donde

fui amablemente acogido cosa que es de agradecer. Aunque antes de


escoger ese camping me informé en otros dos, uno de el os estaba ya

completo ya que todas las parcelas las alquilaban anualmente y del

otro me marché después de presenciar con mis propios ojos y oídos

algo que me disgustó profundamente. Yo estaba haciendo cola en la

recepción del camping a la espera de ser atendido mientras un chico de

color cruzaba la entrada para acceder a su parcela y el guardia de

seguridad le paró para preguntarle qué es lo que quería. El chico tan

sólo le dijo que quería acceder a su tienda de campaña pero el guardia

le exigió que le mostrase un resguardo o un documento de identidad

antes de dejarle entrar mientras muchos otros campistas pasaban sin

problema alguno. El chico, enojado, le preguntó al guardia si le había

detenido a él y no a todos los demás porque era de color, y para

sorpresa de muchos, la respuesta fue que si. Aquel o me disgustó tanto

que tan sólo quise marcharme de ese lugar. Como puede ser que en

estos tiempos todavía haya gente tan racista y tan ignorante.

Estaba en Blanes...

Mientras me instalaba en el camping tuve la idea de doblar la lona

plástica y ponerla bajo la tienda de campaña a modo de colchón para

que el suelo no fuese un lugar tan duro donde dormir. No sabía si

funcionaría aunque no perdía nada por intentarlo.

Por la noche, como todas las otras noches, abría mi mapa de toda
España para marcar la ruta recorrida con un rotulador y calcular

cuantos kilómetros podrían quedarme hasta l egar a destino. Quizás

unos 1100 más, aunque a partir de ahora estaría sobre un terreno más

l ano lo que significaba que podría avanzar más de prisa y hacer más

kilómetros por día.

Día 10
23 de mayo de 2011
“Locura sobre ruedas”

Llevaba 10 días sobre mi bicicleta, empezaba a notar como mis piernas

se iban endureciendo, como iba ganando musculatura y como mi

cuerpo se iba acostumbrando a la rutina. Estaba en Cardedeu y me

alojaba en un pequeño hostal de la carretera general. Había recorrido

unos 55 km por las afueras de la ciudad de Barcelona, por una telaraña

de carreteras que me provocó más de un dolor de cabeza. No había

encontrado ningún lugar donde poder plantar la tienda con comodidad y

tampoco camping alguno o albergue juvenil para pasar la noche así

que opté por el hostal. No me vino mal la verdad porque no me

quedaban fuerzas ni motivación para seguir buscando. Me fui a la cama

agotado y esperando despertar al día siguiente en plena forma para

seguir avanzando en mi camino. No había sido un gran día.

Día 11
24 de mayo de 2011
“Amistades”

Llevaba dos días bastante cansado aunque era lógico ya que estaba

viajando en una bicicleta cargada a más no poder cuyo motor era mi

propio cuerpo. Poco a poco me iba alejando de esas carreteras

infernales que tan poco me gustaban a las afueras de Barcelona para

dirigirme a casa de un buen amigo. Hacía tiempo que no nos veíamos y

que no compartíamos momentos juntos. Llegué a Terrassa, hasta la

puerta de su casa con las pocas energías que me quedaban

disponibles ese día. El calor y la fatiga eran duros de soportar por

momentos. Aunque todo en esta vida por muy malo que sea siempre

tiene su lado positivo. Siempre que paraba en algún pueblo o ciudad

para hojear el mapa y saber que dirección tomar aparecía alguien

dispuesto a ayudarme. Transeúntes, motoristas, personas sentadas en

bancos e incluso policías municipales formaban parte de este viaje.

Porque también es gracias a el os por lo que l egaba de un punto a

otro. Parecía como si la gente estuviese más dispuesta a ayudar a

alguien que viajaba en bici que a alguien que viaja en automóvil, la

gente que se me acercaba siempre lo hacía con una sonrisa, y sobre

todo, con buena energía.


Una vez bien instalado en casa de Ivet, el indio amigo, pude disfrutar

de su compañía. Pudimos charlar, mirarnos a los ojos y reír sin

necesidad de palabras. Hacía prácticamente un año que no lo veía,

desde el mismo día en que mi padre fal eció y él me tendió su hombro

para que yo pudiese desahogarme entre lágrimas.

Por la noche me quedé a solas en la habitación mientras sonaba The

Doors en el ordenador. Jim Morrison se dejaba la voz en la famosa

canción "Light my fire". Y yo, mientras sus cuerdas vocales creaban la famosa
melodía reflexionaba y escribía al mismo tiempo todo lo que por

mi mente pudiese pasar.

“Pasan las curvas, pasan las dunas y las lunas. Ahí está la libertad tras cada
golpe de pedal, la gloria tras cada colina, siempre me aguarda…

El sol nunca descansa y el dolor casi siempre me persigue aunque más

astuto soy yo que sé dónde esconderme. No tan sólo duele la rodil a

sino que duele el corazón también. Desde mi vista panorámica la

suciedad de la sociedad es contemplada. Al í donde no pisan los

neumáticos y donde las hormigas desfilan en una búsqueda incesante

de comida van a parar nuestros desechos.

Las piernas me cuentan que hay dolor, sin embargo el corazón me

cuenta que desea seguir, que le gusta reír cuando en la cima de una

montaña conoce la gloria.

Tan sólo el destino es capaz de saber si hago lo correcto, si es justo…


El destino dirá… Aunque algo en mi sabe de antemano que todo lo que

estoy haciendo tiene ya sentido, tiene bel eza y no importa nada más.”

Día 12
26 de mayo de 2011
“Buen camino”

“Las cosas buenas no serían tan buenas si no existiesen las cosas

malas. Si no costase nada en absoluto pedalear 20 km cuesta arriba

para alcanzar la cima de un puerto, seguramente el momento en el que

l egases a la cumbre no sería tan especial.”

El cuenta kilómetros marcaba 65 km ese día, un buen día de pedaleo.

Con un total de 582 km desde que salí de Andorra. Parecía que la

rodil a había mejorado, los calmantes que tomaba de vez en cuando y

una mejor postura sobre la bicicleta dieron sus frutos. El terreno

empezaba a al anarse, las montañas se disipaban y quedaban atrás.

Las cuestas era más l evaderas y las piernas eran ya algo más

maduras como para afrontar los 1000 km que suponía me quedaban

hasta l egar a mi meta. El calor era cada vez más intenso, en uno de

los pueblecitos por los que pasé el termómetro marcaba 35° y nada

más ver esa cifra me hizo sentir más calor todavía. Pero no importaba

porque siempre habría algún árbol dispuesto a protegerme del sol y

agua en mi botel a para hidratarme. Volví a pasar por unas carreteras

donde me crucé con muchísimos ciclistas, todos vestidos con sus

respectivos mail ots sobre sus bicis ultra ligeras mientras yo con la
bicicleta más baja de gama y económica que pude encontrar en todo

Andorra sudaba y gozaba plenamente de mi ruta. Uno de los ciclistas

con quien me crucé me saludó con la mano mientras me decía "¡ buen

camino!"

Después de dos días pasados en casa de Ivet, que realmente me

sentaron bien, volví a la esencia del ser humano, a la naturaleza.

Quería encontrar un lugar perfecto para evitar posibles problemas,

nunca se sabe si está permitido acampar y si van a venir a despertarte

en mitad de la noche para echarte del terreno. Así que me costó algo

más de una hora encontrar un antiguo camino abandonado que pasaba

entre unos pocos árboles, en medio de unos grandes campos sobre

elevados del resto del paisaje, con lo que tenía unas vistas

inmejorables sobre todo el val e. Me dediqué durante unos 30 minutos

a cortar hierba y brancas para usarlas como colchón debajo de la

tienda de campaña. La idea que tuve unos días antes de doblar la lona

plástica con el mismo propósito no funcionó muy bien y esperaba que

de esta forma sintiese una gran diferencia.

Día 13
27 de mayo de 2011
“Dolor”

Era un dolor agudo, como si cientos de agujas se clavasen dentro de

mi rodil a a cada golpe de pedal que daba. El dolor de los días

anteriores no era nada comparado con el que sentía ahora. Varias

veces tuve que pararme en medio de la carretera y bajar de la bicicleta

para estirarme en el suelo y reposar unos minutos. Era casi

insoportable y muy preocupante. Me detuve en una farmacia y compré

una rodil era con la esperanza de que aliviase el dolor. Me unté de

crema anti nflamatoria y seguí adelante unos kilómetros hasta que en

una de mis paradas habituales, se me pasó por la cabeza la idea de

abandonar, de dejarlo todo y volverme a casa. El dolor me impedía

pensar con claridad pero tras unos minutos de silencio vi claro que

después de haber recorrido cientos de kilómetros y de haber gozado

tanto durante los últimos 12 días de viaje abandonar no tenía sentido.

Porque cada vez estaba más cerca de mi destino, de mi meta.

Quería seguir, debía seguir.

Sobre el medio día me encontraba pedaleando al norte de Tarragona

cuando vi un letrero con el nombre de un pueblo que me resultó ser

muy familiar. La Pobla de Mafumet. Al í vivía mi amigo David, un amigo


de la infancia que se había mudado años atrás dejando Andorra. Nada

más ver el nombre del pueblo en el letrero encendí el teléfono y l amé a

David para decirle que tenía pensado pasar a visitarle. La ruta que

tenía planeada no pasaba por al í en absoluto y antes de ver ese letrero

no recordaba el nombre de su pueblo pero quizás todo aquel o era una

señal de que debía cambiar mi ruta y visitar a mi amigo. Esa era la

libertad que me brindaba viajar en bicicleta, sin realmente una ruta

establecida y sin horarios. Podía ir a donde quisiese.

Día 14
28 de mayo de 2011
“Las nubes, luchan conmigo.”

Había pasado la noche en casa de David y eso me había permitido

descansar correctamente en una auténtica cama. Fue agradable

volverlo a ver, volver a recordar aquel os tiempos de la infancia que

parecían tan lejanos y reírnos de nuestras gamberradas. Por la tarde

David me l evó a Tarragona para visitar el casco antiguo de la ciudad

junto a Mónica, otra gran amiga de la infancia que desde hacía poco

tiempo vivía en Reus. En la plaza principal había un grupo de jóvenes y

no tan jóvenes que eran l amados los indignados en los medios de

comunicación. También los vi en Barcelona, reclamando cambios al

gobierno y empezando una nueva revolución social. Me sentía parte de

el os, yo que siempre he creído que el mundo nunca debe ser

gobernado por un puñado de ladrones y seres egoístas. No entiendo

gran cosa sobre política, pero desde mi punto de vista, en cuanto hay

personas que malviven, que sufren, que duermen en las cal es y que

mueren de hambre, entonces algo no va bien. Y que decir de sus

sueldos... Me hubiese quedado unos días para apoyarles si no fuese

porque yo también estaba realizando mi propia revolución interior y

seguir adelante era la única manera de l evarla a cabo. Se estaba


produciendo dentro de mi algo que me cambiaría por siempre. No era

tan solo un viaje en bicicleta, no eran unas vacaciones, era algo mucho

más profundo que todo eso. Me había prometido a mí mismo que

l evaría las cenizas de mi padre a su tierra natal, que las esparcía al á

donde él se lo mereciese costase lo que costase. Recuerdo cómo

algunos familiares y amigos me animaron desde el principio, otros,

apenas se pronunciaron al respecto mientras otros pocos me tacharon

de loco cuando les conté mi intención de realizar este viaje. Sentí una

falta de apoyo por parte de algunos, yo que necesitaba que alguien me

dijese que era lo correcto, que tenía sentido, que era bel o o noble lo

que me proponía hacer. Necesitaba que alguien me confirmase lo que

ya sabía, que lo aprobasen aun sabiendo que de todas maneras lo

acabaría haciendo.

Salí temprano de la casa de David para aprovechar el frescor de la

mañana y de las nubes que me protegerían del sol. Quería avanzar

bordeando el mar y encontrar algún pequeño hotel donde poder pasar

la noche, simplemente porque esa noche era la final de la Champions

League y quería disfrutar de una noche de fútbol. Quería juntarme con

algunos desconocidos y oírlos gritar, quería también sentir el lujo de

una habitación de hotel, de una comida... Sentía mucho menos dolor en

la rodil a izquierda así que pude gozar mucho más de los sube y baja
de las carreteras. En una de esas subidas seguidas de una bajada,

paré a pensar un poco, y es que todo estaba pasando muy de prisa.

Llevaba 22 días fuera de casa y 14 sobre la bicicleta. Casi 700 km en el

contador y una infinidad de paisajes maravil osos y momentos únicos

de los que fui testigo. Apenas miraba el reloj y tan sólo encendía el

teléfono móvil un rato cada tarde por si recibía alguna l amada urgente

de mi hermano o de mi madre. No necesitaba horarios, mi cuerpo

dictaba las pautas. Comer cuando se tiene hambre, beber cuando se

tiene sed y dormir cuando se tiene sueño. Poco a poco me iba

liberando de muchas cosas que rondaban en mi mente, iba creciendo

desde dentro hacia fuera con cada experiencia que vivía, con el

contacto con la naturaleza y la gente. Ya no me preocupaba como en

días anteriores donde iba a pasar la noche, donde iba a comprar

comida y todas esas cosas que son parte del viaje, ahora todo fluía con

mayor naturalidad y las respuestas a mis preguntas iban l egando por sí

solas. Cuando me despertaba por las mañanas desayunaba

tranquilamente, preparaba la bicicleta, hacia unos estiramientos y

entonces sin prisa alguna volvía a pedalear. No me sentía solo en

absoluto, porque siempre estaba acompañado de una manera o de

otra.

Día 15
29 de mayo de 2011
“Las recompensas”

Me sentí triste al ver como las carreteras que nos l evan a todas partes

en este mundo moderno se habían convertido en vertederos para los

viajeros. Pero más triste es ver cómo ignoramos todo cuanto nos rodea

y nos engañamos a nosotros mismos día tras día. Por momentos, me

parecía que el mundo era un auténtico vertedero, que los humanos

eramos una plaga dispuesta a acabar con este mundo. Me crucé con

gatos muertos, atropel ados, zorros, serpientes, erizos y muchos otros

animales que no pude reconocer a causa del mal estado de sus

cuerpos. Aquel o era doloroso. Parecía que tan sólo yo era testigo de

esa crueldad ya que todos los demás viajaban en sus latas metálicas y

no prestaban atención a lo que tenían al otro lado del cristal. Con el

tiempo me volvía más consciente de lo que me rodeaba, tanto de las

cosas buenas como de las malas. Pero ese día, parecía como si todas

las cosas malas se hubiesen puesto de acuerdo para cruzarse en mi

camino al mismo tiempo. Era uno de esos días en los que uno prefiere

quedarse en casa, en el sofá, con todas las comodidades posibles,

distraerse con cualquier cosa y no hacer nada.

Tan sólo había recorrido unos 25 km cuando ya no podía más. Había


pasado dos horas bajo la l uvia y mis ánimos parecían estar bajo los

neumáticos de la bicicleta. Empecé a buscar un lugar donde acampar,

donde estirarme y quedarme dormido para olvidar todo lo que había

visto durante el día. Y mientras avanzaba a paso de tortuga por una

linea recta que parecía no tener fin, vi que todo aquel o, tanto lo malo

como lo bueno, era parte del camino de la vida. Pude ver por un

instante con total claridad, lo comprendí. No tan solo se trataba de

luchar físicamente, sino que había otra lucha que debía ganar dentro

de mi. No podía engañarme a mi mismo, no debía dejar que el

agotamiento me hiciese desear abandonar y tomar un tren hasta mi

destino, porque entonces quebraría mi sueño en dos. Así que me dije

que debía seguir un kilómetro más, y cuando este había pasado, hice

otros más, y después de este otro y otro y otro...

Logré finalmente recorrer 60 kilómetros aquel día, más de lo que

hubiese imaginado por la mañana cuando tan solo deseaba acostarme.

La verdad es que a pesar de que fue un día muy duro, lo que aprendí

al í, no tiene precio. Todo aquel o me hizo más fuerte.

Estaba a tan sólo a 10 km de poder decir que había cruzado toda

Cataluña sobre mi bici. A unos 150 km de Sagunto, donde vivía

Libertad, sus padres y Rubén. Tenía muchas ganas de verlos.

“Si, me arrepiento de ciertas cosas aunque me alegro de muchas otras.


Si, puedo lograrlo aunque queda mucho camino por hacer.

Si, estoy seguro de que aquel que se lo propone lo consigue.”

Día 16
30 de mayo de 2011
“El viento, un gran enemigo”

Había dormido unas 12 horas la noche anterior con lo que pude

descansar placenteramente y reponer todos las fuerzas que necesitaba

para seguir adelante. Empecé el día con optimismo y hasta parecía que

la bici pesaba menos que los otros días y los neumáticos se deslizaban

mucho mejor sobre la calzada. Me separaban dos días de viaje hasta

l egar a un lugar conocido, donde volvería a ver personas que aprecio,

donde podría descansar. Descansar, descansar... Esa palabra estaba

siempre presente en mi mente. Aunque era lógico, yo era el motor de

mi medio de transporte.

A la hora de estar pedaleando por carreteras que nunca antes había

visto empezó a soplar un viento de frente que era más bien molesto.

Durante todos los días anteriores no hubo tanto viento y era la primera

vez que sentía como las fuerzas de la naturaleza me frenaba,n pero no

me detenían por completo porque a pesar del viento conseguí avanzar

74 km ese día.

Me gustaba todo aquel o, la libertad que me brindaba la bicicleta no la

podía conseguir con ningún otro medio de transporte. Ni siquiera con la

autocaravana que me l evó a tantos lugares del continente europeo


años atrás. Recuerdo que cuando viajaba en autocaravana ya pensaba

en lo magnífico que sería viajar en bicicleta. Y cuando viajaba en

bicicleta, ya pensaba en como sería viajar en autoestop (cosa que haría

un año después) Tengo una mente que siempre está imaginando

nuevas aventuras y formas de vivir la vida. Quizás sea excesivo por

momentos aunque de todos esos sueños que ocupan mi mente

siempre hay uno que acaba convirtiéndose en realidad.

Cada día era un nuevo reto tanto mental como físico, una batal a y una

aventura. Nunca antes había viajado en bici, lo máximo que había

recorrido eran apenas 40 km en un día sin l evar más que una botel a

de agua. Ahora iba cargado hasta arriba pero con las cosas más

básicas que uno puede poseer. Iba comprando la comida mientras

paraba en pequeños mercados o pequeños supermercados a lo largo

del camino. Cuando dormía en hoteles de 1000 estrel as me aseaba en

ríos o embalses y cuando de vez en cuando acababa pasando la noche

en un hotel de apenas unas estrel as gozaba de cada segundo

mientras me revolcaba en la cama. Aunque eso no significaba que

dormir en mi diminuta tienda de campaña de una plaza no fuese

cómodo, todo lo contrario. Era cuestión de acostumbrarse a dormir

sobre una esteril a diminuta que me separaba del frío suelo y de su

dureza. Los pequeños momentos de la vida cobraban intensidad,


comer una fruta fresca comprada en un puesto ambulante en la oril a

de la carretera, beber un trago de agua fría mientras hacía una pausa

bajo la sombra de un árbol en las calurosas carreteras valencianas…

Estaba disfrutando de todo aquel o y aunque mi cuerpo no había sido

preparado para el o, poco a poco se iba adaptando a los esfuerzos y a

las nuevas situaciones, a dormir en el suelo, a mojarse o a quemarse

Llegué por la tarde cerca de Marina d'Or, a un pequeño camping casi

desértico en el cual los chicos que lo regentaban me prestaron una sil a

y una gran mesa de plástico para mi parcela. Pude ver la puesta del sol

reflejarse en el mar desde mi pequeño rincón de paraíso. Según mis

cálculos tan sólo me quedaba un día más en las carreteras antes de

l egar a Sagunto. Estaba ansioso por l egar.

“La l uvia no me para y el viento tan sólo me frena un poco, el sol

quizás pueda quemarme pero seguramente siempre habrá un árbol

dispuesto a regalarme parte de su sombra.

Mi meta está a mi alcance.”

Día 17
31 de mayo de 2011
“Recorriendo el mundo interno”

“Dentro de cada uno hay una fuente enorme de energía, no cabe duda.

Es algo increíble, cuando crees que estas vencido, que no puedes

más, entonces se enciende la luz. Una luz fuertemente acogedora”

79 km, una larga etapa l ena de emociones. No era la mejor carretera

por donde circular en bici aunque lo disfruté al máximo. Estuve durante

20 km pedaleando bajo una intensa l uvia y he de decir que fueron los

mejores kilómetros de todo el día. La l uvia impactaba en mi rostro con

mucha fuerza y se deslizaba por todo mi cuerpo hasta volver a la tierra.

Era refrescante y a pesar del ruido que creaba todo aquel o era

silencioso. No me importaba mojarme porque sabía que tarde o

temprano me secaría. Esos momentos son especiales, a pesar de estar

bajo una gran tormenta, parecía como si no existiese nada más, como

si formase parte de la tierra. Seguramente sea así. Otros días, la l uvia

había sido molesta, pero esos 20 kilómetros fueron distintos, quizás

fuese porque acepté que las cosas suceden porque deben suceder y

uno mismo ha de saber disfrutar de el as o bien rechazarlas. Yo lo

gocé. Estaba aprendiendo a conocerme mucho mejor, a conocer mis

deseos más íntimos, a querer encontrar mis límites y a valorar todo lo


que tenía.

No conozco una mejor manera de aprender en esta vida que no sea

viajando, estrechando nuevas y desconocidas manos para compartir

unas palabras. Descubrir nuevos horizontes y experimentar nuevas

sensaciones. Darse tiempo para reflexionar sobre todas las cuestiones

que te importan, tiempo para mirar el pasado, vivir el presente y soñar

con el futuro. ¿En que escuela te enseñan a seguir adelante tras perder

a un ser querido, a saber pedir perdón y dar las gracias, a ser humilde,

honesto y justo con los demás, a ser perseverante y a jamás renunciar

a tus sueños?
1 de junio de 2011
“Hoy es el primer día del mes de junio, un nuevo mes por delante.

Llevo casi un mes fuera de casa, ha pasado tan deprisa…

Han pasado muchas curvas, muchas sonrisas de esas que salen solas

e incluso varias lágrimas tanto de felicidad como de tristeza.

Me gusta todo esto, vivir como un nómada, sobre mi bici, con lo básico,

aunque sigo dependiendo del dinero para subsistir...

No tengo ganas de volver a la rutina que impone la sociedad.

A la esclavitud del día a día...

Ahora, me gusta lo que veo, ahora, estoy sentado en una sil a de una

casa de la cal e Cristo Rey del pueblo de Sagunto, en la comunidad

valenciana, España, continente europeo y ante todo, planeta Tierra.”

Voy a dejar que todo ocurra cuando tenga que ocurrir.


2 de junio de 2011
¡Nunca Olvidaré!

Día 18
3 de junio de 2011
“Seguimos”

Sagunto, como todos los otros lugares por donde pasaba en ese viaje

quedó atrás. Sin embargo, muchas cosas estaban aún por l egar. Me

despedí de mis amigos en la cal e Cristo Rey y seguí con mi camino.

En lugar de seguir por la costa mediterránea dirección sur me adentré

en una zona montañosa para evitar las grandes carreteras y sus

aglomeraciones. Prefería tener que sufrir un poco en los puertos de

montaña antes de tener que vérmelas con el ruidoso tráfico. Prefería la

tranquilidad y el silencio al ajetreo y estrés de las ciudades.

Con el tiempo nublado pero con las ideas claras fui avanzando

kilómetro a kilómetro por paisajes increíbles, subidas y bajadas

pronunciadas. Bordeando ríos mientras algún que otro pájaro me

acompañaba unos metros. Logré recorrer 60 km de ese día aunque

podría haber avanzado bastante más. Pensé que sería mejor ser

precavido y no forzar el cuerpo. Me desvié por un camino hacia el

interior de unas tierras con mezclas de colores marrón, verde y algunas

toques de púrpura gracias a las flores. Divisé a lo lejos un gran árbol

que parecía l amarme. Era majestuoso, sabio y seguramente habría

visto muchas cosas más que cualquier humano en su corta vida.


Decidí acampar bajo sus grandes brancas para que me sirviesen de

resguardo ante la proximidad de una pequeña tormenta. Cavé un surco

en el suelo alrededor de la tienda de campaña para desviar el agua y

evitar mojarme durante la noche ya que el terreno estaba algo

inclinado. Nada más acabar de instalarlo todo se puso a l over. Paseé

un rato por los alrededores cuando la l uvia era mucho menos intensa y

descubrí un pequeño lugar donde cientos de pequeños trozos de

cuarzo bril aban con los pocos rayos de sol que pasaban

intermitentemente a través de las nubes. Recogí los que me parecían

más bonitos y me los l evé pensando que quizás alguno de esos

trocitos sería un diamante (más tarde descubrí gracias a un amigo de

mi tío que aquel o era cuarzo en estado puro pero sin mucho valor

económico, aunque con gran valor para mí).

En aquel lugar parecía como si las otras formas de vida fuesen

inconscientes de la maldad que había no muy lejos de al í entre los

seres humanos. Al í los pájaros cantaban cánticos que l evan en la

memoria de la evolución. Aquel o era vida.

La única señal de civilización que lograba ver eran los pocos aviones

que volaban a lo lejos.

“Tormenta de sentimientos,

Sonrisas y lagrimas se unen para crear algo único.”


“El tiempo no existe, ahora, solo hay ahora. Ahora, sopla el viento,

ahora, se acuesta el sol. Ahora, aprovecho la luz del mundo para ver

en la oscuridad de la sociedad. Ahora, la luz del mundo, es la libertad

en mis palabras.

Ahora, el ahora es increíble, tan solo se puede vivir ahora.”

Día 19
4 de junio de 2011
“De vuelta a las curvas”

Desperté relajado y estaba convencido de que el lugar había sido

partícipe de mi estado mental y físico. Preparé con mucha calma la

bicicleta para seguir adelante, disfruté de los cantos mañaneros de los

pájaros y del sonido de los insectos revoloteando alrededor del árbol.

Me subí a la bicicleta y como no, seguí pedaleando. Al poco rato l egué

al pueblo de Chulil a que está encastrado en plena montaña. Luego

vino Sot de Chera, también encantador, donde me paré a comer al

medio día y mientras le echaba mostaza a mi bocadillo de lomo pude

oír como un chico que estaba frente a mi bicicleta (aparcada un poco

más lejos) decía en voz alta "¿ Quien se está dando la vuelta al mundo en bicii”
Levanté la mano tímidamente, me sonrió y dijo en voz alta

"¡ muy bien chaval, así se hace!"

Seguí avanzando y noté como el tiempo se iba refrescando,

afortunadamente todavía l evaba algo de ropa de abrigo ya que en

Gerona me deshice de muchas cosas que no pensaba utilizar más

durante el viaje. Sobre las cinco de la tarde l egué al embalse de Buseo

y me sorprendió ver en un entorno tan montañoso tanta suciedad cerca

de las carreteras e incluso cerca del agua. Pensé que quizás no todo el
mundo sabía lo que era un contenedor de basura y aún menos el

respeto hacia la naturaleza. Evidentemente yo también generaba

basura aunque nunca la tiraría en medio de la nada. Decidí pasar la

noche cerca del embalse, planté la tienda estratégicamente para poder

tener vistas al agua desde la sombra de uno de los altos árboles que

me rodeaba. Estaba l eno de ardil as que saltaban de un árbol a otro y

me impresionó su tamaño. Esa noche, iba a cerrar bien la tienda de

campaña. Contrariamente a lo que me esperaba el tiempo era más

fresco. Aunque ya l egaría el calor una vez l egados a Castil a la

Mancha y Andalucía. Por la noche, como todas las otras noches abrí mi

diario para escribir en él unas palabras y me di cuenta de que todos los

días escribía en esas páginas en blanco lo cansado que estaba mi

cuerpo, aunque era totalmente normal. Mi cuerpo era la máquina que

hacía avanzar mi sueño. Anoté los kilómetros recorridos ese día y al fin,

pude escribir una cifra de cuatro dígitos Había pasado la barrera de los

1000 km. Llevaba 1012,9 km en 18 días de pedaleo. Sólo había

logrado avanzar 45 km ese día y visto en el mapa parecía como si no

me hubiese movido ya que todos esos kilómetros fueron por pequeños

puertos de montaña con cientos de curvas. Llevaba una media de 56

kilómetros diarios, no estaba mal. (Había calculado que haría una

media de 60 o 65 kilómetros diarios cuando planeé el viaje.)


Lo estaba logrando y eso me hacía feliz. Me estaba liberando de

muchos de mis miedos y eso me daba confianza en mí mismo. Me

estaba empezando a gustar el dolor y el sufrimiento porque sabía que

después de todo eso siempre habría una recompensa aguardándome.

Quizás fuese una bajada serpenteante por un lugar precioso, encontrar

una fuente de agua pura y fresca para beber de el a o simplemente ser

consciente de la bel eza de lo que me rodeaba.

“Hay un instinto natural en todos nosotros que nos l eva hacia el agua

siempre que la vemos. Nos acercamos a mirarla, a tocarla... Quizás se

deba a que en el pasado vivíamos en el a y en nuestros genes sigue

estando el recuerdo que se quedó grabado mientras evolucionábamos,

o quizás sea simplemente porque el agua es vida.”

Día 20
5 de junio de 2011
“Suenan las campanas”

Cruzaba paisajes mientras unas nubes se formaban y otras se

disipaban. Algunas parecían seguirme como si observasen cada uno

de mis gestos y yo, las miraba asombrado por su bel eza mientras

decidía no sacarles una fotografía y dejar que mi memoria fuese quien

almacenase esas imágenes. Aquel os instantes eran solo míos. Son

instantes especiales en los que uno sonríe sin saber por que sonríe.

Eso es la felicidad.

Después de dos días acampando en plena naturaleza volví a

decantarme por la comodidad de una cama, otra vez más. Me parecían

demasiadas noches de hotel las que l evaba en el viaje pero en esta

ocasión no tenía muchas alternativas. Alquilé una habitación que

sorprendentemente era casi tan grande como todo mi piso. Habían dos

camas separadas por al menos 2m de distancia y un escritorio

gigantesco con unas butacas de cuero donde me senté desnudo a

escribir en mi diario. Sonaba John Lennon de fondo y aquel o me relajó,

me inspiró a escribir mientras el sol se ponía al otro lado del cristal de

la ventana.

“Me ha dicho que estas muy mal...”


“Te vas y me voy...”

Recuerdo muchas cosas que nunca olvidaré. Hay cajones de mi mente

repletos de recuerdos de todo tipo. Recuerdo rodearle los hombros con

mi brazo, paseando, tranquilamente, en paz. Recuerdo bajarle los

parpados... Recuerdo besarle la frente… Recuerdo l orar junto a mi

hermano…

Lo que he hecho, lo que hago, lo que haré al final del camino, es mi

única ambición ahora, mi único objetivo.

A veces se apagan las luces, pero siempre se vuelven a encender.

A veces te quedas sin fuerzas, pero siempre vienen más.

Han habido lágrimas, y las que habrán…

Han habido sonrisas, y las que habrán.

Ahora hay palabras, ahora los sentimientos se canalizan por mi mano

dando sentido a las letras.

Un día, todos seremos amor en estado puro, un día, todos viviremos en

paz. No lo dudo.

Día 21
6 de junio de 2011
“Altibajos”

Todo lo que sube baja, tanto las pendientes como los estados de

ánimo. Era un día en el que me hubiese quedado en la cama dormir, a

vaguear entre las sábanas pero por algún motivo a las ocho de la

mañana mis ojos estaban bien abiertos. Salí de la cama y miré por la

ventana, y la verdad, es que no tenía ganas de moverme. Pero debía

hacerlo así que como todos los otros días volví a empaquetarlo todo, a

montarlo sobre la bici y empecé a pedalear. Los primeros kilómetros

fueron muy duros, tuve que subir por un puerto que me parecía no

tener fin. Aunque realmente no era nada del otro mundo, era la falta de

motivación lo que alteró mi perspectiva sobre aquel a carretera. Estaba

l eno de mosquitos por todas partes y no dejaban de pegarse a mi piel

en busca de sangre. Me paré a comer una fruta en un rincón y me

invadieron la cara. Probé el espray anti mosquitos que compré en la

farmacia antes de partir de viaje y aquel o no servía de nada, parecía

atraerlos todavía más hacia mi. Por si fuera poco a los pocos minutos

empezó a l over cosa que no me hubiese importado de no sentir frío

como el que sentía.

Pasadas las dos horas sobre la bici y tan sólo habiendo recorrido 20 km
ya estaba agobiado, cansado. Pero entonces sucedió algo mágico.

Respiré profundamente, me observé a mi mismo, busque las fuerzas,

las ganas y el amor que siempre está ahí, miré el mapa y realicé lo

lejos que estaba de casa. ¡Había recorrido más de 1000 km sobre una

bicicleta cargada! Y debían quedarme tan sólo unos pocos días para

l egar a Córdoba. Lo realicé y entonces se l enaron mis piernas de

fuerza, todo mi cuerpo de emoción y el corazón empezó a palpitar

como si éste me dijese que ya estaba bien de tanto quejarme, que

siguiese adelante y que no renunciase a mi sueño. Y así lo hice. Los 30

km que siguieron fueron intensos e increíbles. Del dolor y el agobio de

las primeras horas pasé al apogeo de la felicidad, con una sonrisa en la

cara, con la piel de gal ina, sintiéndome parte del mundo, unido al todo.

Cuando me di cuenta ya había l egado a Castil a la Mancha, con sus

paisajes a perder de vista. Era inmenso e inconmensurable. Campos

de trigo a ambos lados de la carretera… No hay palabras para describir

todo lo que vi.

Evidentemente l ega un momento en que el cuerpo dice basta y como

el cupo de kilómetros diario estaba hecho era momento de buscar un

lugar para dormir. Pero entonces ya no habían casi árboles para

esconderme, tampoco vi un solo camping en muchos kilómetros. Los

pueblos por los que pasaba eran formados por apenas unas pocas
casas hasta que l egué al pueblo de Madrigueras donde encontré un

hostal l amado el Quijote. No lo dudé y alquilé una habitación para

pasar la noche. Estaba decorada al estilo virgen María, con los típicos

cuadros de santos cuyos nombres desconozco, estatuil as por todas

partes, muebles que seguramente tenían mi edad y una cama de

muel es que hacía ruido estruendoso. Al que si reconocí fue a

Jesucristo que estaba crucificado en un cuadro con relieve encima de

la cama.

Me quedé un par de horas en la habitación viendo como l ovía desde la

ventana, viendo como las alcantaril as se l enaban de agua en estas

tierras más bien áridas. Cuando cesó la l uvia, a eso de las ocho de la

tarde salí a cenar al pueblo, al único bar que había a la vista.

Necesitaba comer algo consistente ya que l evaba unos días con una

dieta algo desequilibrada.

Cuando volví al hostal me estiré tranquilamente sobre la cama para

reflexionar y me di cuenta de que estábamos a lunes, había perdido la

noción del tiempo, apenas miraba la hora en la que vivía y menos

todavía el día. Poco antes de dormirme mientras miraba al vacío a

través de la ventana recordé que la noche anterior había vuelto a soñar

con mi padre. En esta ocasión, el me sonreía, estaba bien, ambos

estábamos bien. Aquel o me animó y me hizo creer más todavía en que


lo que estaba haciendo era lo correcto. Que tenía sentido y que sin

duda era bel o.

“Estas ahí? Mira dónde estamos, es increíble!”

Día 22
22 de junio de 2011
“La rueda en Roda”

Salí motivado por la mañana, con ganas de batir mi récord. Descansé

bien en Madrigueras y me dispuse a salir con buen pie a la carretera.

Empecé con buen ritmo, el motor funcionaba correctamente, con los

pulmones a pleno rendimiento pero con ritmo aunque con. Lo única

cosa molesta era el dolor de la rodil a que iba y venía según se le

antojaba. No lo entendía pero aún así lo aceptaba.

El cielo estaba muy nublado, ese color grisáceo no me agradaba

demasiado, era como si supiese de antemano lo que iba a suceder...

Lluvia, mucha l uvia durante casi una hora en la que me refugié bajo

unos pocos arboles a la espera.

Entonces seguí adelante y sobre las dos del medio día paré a las

afueras del pueblo de Roda. Un pueblo de dimensiones medianas que

no me pareció muy atractivo desde donde yo estaba. Me senté junto a

un árbol tristemente acorralado por los adoquines de la acera y comí un

poco de todo de lo que l evaba en la mochila. Cerré los ojos un instante

y ese instante se convirtió en algo más de una hora hasta que el sonido

de los truenos me despertó bruscamente. Lo primero que pensé fue

que debía seguir y encontrar un lugar para refugiarme y pasar la noche,


así que me subí a la bici y avancé poco más de un kilómetro por la

única carretera que veía en el horizonte y que se dirigía hacia el sur. De

pronto, alcé la vista y vi que el centro de la tormenta estaba justo

encima de aquel a carretera. Me detuve para observar y a los pocos

segundos cayó un rayo a lo lejos, en uno de los pocos arboles que

habían cerca de la calzada. Analicé la situación, el terreno era l ano,

caían cada vez mas rayos a lo lejos, algunos sobre los pocos arboles

que habían y otros en los campos. Si me arriesgaba a seguir adelante,

que probabilidades existían de que un rayo me cayese encima?

Mientras pensaba en esas cuestiones, otro rayo cayó aunque esta vez

mucho más cerca e incluso me pareció notar una leve vibración en el

suelo. Aquel fue el mensaje que esperaba, así que di media vuelta y

empecé a pedalear de forma estrepitosa hacia el pueblo de Roda.

Estaba decidido, buscaría alojamiento en Roda.

La primera persona con quien me crucé al entrar en el pueblo me contó

que había un albergue en la plza de toros y que me dirigiese a la oficina

de la guardia civil a por información ya que estaba justo al lado de

nosotros. El guardia civil que me atendió l amó a varios sitios para

conseguir el teléfono del gerente del albergue y en cuestión de dos

minutos ya estaba l amando al numero que me habían facilitado, pero

al no contestar nadie, los guardias civiles me sugirieron que fuese a la


oficina de la policía local ya que el os podrían ayudarme mejor. Fui

hasta la oficina tal como me indicaron los guardias civiles y mientras

que estos l egaban (porque no estaban en el despacho y los l amé al

móvil) conseguí contactar con el encargado del albergue. Aunque no

sirvió de mucho ya que aquel albergue era tan solo para los que

realizaban el camino de Santiago. Quedé más que sorprendido. ¿El

camino de Santiago? No sabía que por aquel pueblo pudiese haber

alguno de los muchos caminos que existen para ir a Santiago de

Compostela durante la peregrinación. Le pedí por favor que me dejase

aunque fuese un sitio exterior pero a cubierto de la l uvia, pero insistió

“s olo peregrinos” , así que no insistí más, le di las gracias y colgué. Yo que
estaba haciendo el camino de mi vida...

A los pocos minutos l egó la policía local, me hicieron pasar al

despacho mientras encendían las luces y tras contarles brevemente mi

experiencia en Roda empezaron a l amar a varios hostales del pueblo

para saber si había disponibilidad hasta que dieron con uno que según

me dijo uno de los policías estaba muy bien. Así que al í me dirigí

después de despedirme y darles las gracias.

Dejé las mochilas en la habitación, mientras la bicicleta quedó

aparcada en el patio trasero del hostal que hacía de parking para los

coches de los dueños y fui directamente al bar. Quería comer queso


manchego. Empecé a charlar con el camarero y luego con mi vecino de

barra, quien hizo preguntas sobre mi viaje y escuchó atentamente las

respuestas. De mientras, el camarero, también atento a mis palabras,

me invitó a probar varios pinchos y mi vecino de barra, hizo gesto al

camarero para volver a servirme una bebida. Me contaron que no muy

lejos de Roda había caído granizo del tamaño de pelotas de golf esa

misma tarde mientras la tormenta se acercaba hacia aquí (Quizás no

me hubiese caído ningún rayo pero seguramente me hubiese golpeado

alguna bola de hielo caída del cielo) Compartimos algunas sonrisas y

miradas sinceras hasta que mi cuerpo me pidió algo de descanso, así

que pedí la cuenta y para mi sorpresa, solo me cobraron el primer

pincho de queso manchego que pedí. Las bebidas las pagó mi

compañero de barra y el resto de los pinchos el camarero. Valió la pena

el dolor de cabeza y las vueltas por el pueblo en busca de alojamiento

por que gracias a el o l egué a ese hostal para cruzarme con buenas

personas y sentir su hospitalidad.

El tiempo no me acompañaba demasiado, tormentas, vientos, l uvia y

además frio. Yo que pensaba morir de calor en Castil a la Mancha y

todavía vestía con un forro polar durante algunas horas del día. Pensé

que sería distinto, pero así es la aventura, nada está escrito, ni el

tiempo, ni las personas con las que te vas a cruzar, cuanto vas a lograr
avanzar, donde vas a l egar... Eso es mágico.

Castil a la Mancha, paisajes bel os, únicos. Molinos de viento.

Día 23
8 de junio de 2011
“Quizás el día más frustrante”

La frustración... Ese día sentí lo que esa palabra realmente significa.

Fue la jornada más dura de todo el viaje. El viento de los otros días no

era nada comparado con el que ahora soplaba. Me hizo daño, me

lastimó en lo más profundo de mi ser. Normalmente, en l ano, lograba

avanzar a unos 15km/h e incluso algo más deprisa pero con tanto

viento a penas pasaba de los 10km/h. Ni siquiera en las bajadas podía

permitirme el lujo de dejar de pedalear. Pasé siete horas sobre la

bicicleta y aquel o me dejó exhausto. Por momentos hablaba solo, le

hablaba al viento, y éste se l evaba rápidamente todas mis palabras

más al á de los campos amaril entos que me rodeaban. Sobre el medio

día mi frustración l egó a su apogeo y entonces dejé de pedalear hasta

que la bicicleta se paró a los pocos metros. Incluso me pareció que

retrocedía, aunque no lo hizo. No había nada en ninguna dirección, ni

rastro de civilización, tan solo una carretera en la que apenas habían

pasado tres o cuatros coches desde que yo pedaleaba por el a.

Entonces, perdí la calma y le grité al viento, le insulté. Y como todas las

otras veces, mis palabras se fueron muy lejos. Me estiré en el templado

alquitrán y sin saber por que, me relajé, respiré y luego empecé a reír
mientras le volvía a hablar al viento y a la nada que me rodeaba « ¿Eso

es todo? ¿A caso crees que vas a lograr detenerme?

Parpadee y en ese pequeño instante lo comprendí. El viento iba a

seguir al í, igual que el sol, las nubes, los colores de los campos y el

olor del alquitrán. Todo seguiría al í fuera. Sin embargo, si yo seguía

luchando y avanzando todo aquel o sería superado y quedaría en el

recuerdo. Comprendí que quejarme no servía de nada, ni los insultos,

ni los gritos. Nada que no fuese seguir pedaleando iba a cambiar

aquel a situación así que me volví a subir a la bicicleta y seguí, y seguí

y seguí... Hasta que el contador marcó 77 kilómetros y frente a mi

estaba montada mi tienda de campaña, en Lagunas de Ruidera, al á

por dónde Don Quijote pasó una vez. Al í estaba yo, roto físicamente,

en un pequeño camping, a las nueve de la noche y listo para fundirme

en los sueños. Me pregunté si aguantaría otro día como aquel, pero no

tenía respuesta, aunque no importaba. De momento, yo había salido

victorioso de aquel a lucha contra las fuerzas de la naturaleza. Había

aprendido en unas pocas horas cosas que nunca habría aprendido en

muchos años.

Día 24
9 de junio de 2011
“Carreteras sin fin”

Lugares inhóspitos, curiosos, desérticos. Carreteras largas y sin curvas.

Sin fin. Daba la sensación de que no avanzaba, de que no pasaba el

tiempo. Aunque en realidad, el tiempo pasaba a gran velocidad y no

eran lugares desérticos. Era la monotonía de las lineas rectas entre dos

pueblos por las que circulaba las que me hacían creer que estaba

perdido en algún lugar del mundo alejado de todo el resto de la

humanidad. Pero la realidad es que estaba en Castil a la Mancha, en

España. Y a pesar de pasar largas horas solo, sin pronunciar palabra,

estaba conectado con el resto del mundo, no estaba solo. Mi mente

viajaba más al á de lo que mi cuerpo lo hacía... Llevaba un mes fuera

de casa, l evaba más de mil kilómetros sobre las carreteras.

La noche anterior fue dura, era tal el cansancio que sufría que me costó

encontrar el sueño. Por suerte, los chicos del camping me prestaron

unas mantas que me vinieron muy bien ya que hizo frio tal y como el os

predijeron. No tanto como otras noches en las que había dormido con

la ropa dentro del saco de dormir aunque era un frío distinto esta vez.

Llegaba a los huesos. Mi estomago tampoco estaba en forma, quizás

por algo que comí aunque bebiendo mucha agua se fue recuperando
poco a poco.

Por la mañana recordé lo que había experimentado el día anterior.

Recordé el viento y la frustración. Pero ya había pasado, y aunque me

las tuviese que ver de nuevo con fuertes vientos en los próximos días,

ahora, ya no era la misma persona. Era mucho más fuerte.

Y sucedió, volvió el viento otra vez aunque no fue hasta l egado el

medio día, sobre el kilómetro 40 de la jornada. Fue duro e incomodo

aunque esta vez no sentí la necesidad de gritarle, tan solo miré al

frente y seguí pedaleando.

Estaba muy cerca de mi destino, había recorrido más de 1300

kilómetros, y lo más importante, estaba recorriendo algo que no se

puede medir con kilómetros y que está dentro de cada uno de nosotros.

Me estaba al fin conociendo desde dentro hacia afuera. Me estaba

poniendo a prueba a mi mismo día tras día.

Mientras pedaleaba en una de esas rectas infinitas de Castil a la

Mancha pensado en mil y una cosas a la vez, protegido por mi gorra

del sol que ahora era abrasador, bebiendo agua caliente de mi botel a y

con las manos doloridas, vi a lo lejos lo que parecía ser una persona en

la carretera. Se fue acercando hasta que pude verlo con detal e a unos

metros de mi. Un hombre en pantalones cortos, sin camiseta y con

barba venía corriendo desde quien sabe donde y se dirigía quizás al


pueblo que yo había cruzado unos 4 kilómetros antes dónde empezó la

linea recta. Nos miramos fijamente, sonreímos los dos mientras nos

acercamos y entonces me dijo « ¡vamos amigo! » Me quedé sin

palabras, aquel a escena fue increíble, y unos 200 metros después de

habernos cruzado me paré, miré atrás y vi como desaparecía

lentamente en el horizonte aquel hombre mientras la sacaba una

fotografía.

Día 25
10 de junio de 2011
“Récord”

Lo batí. En casi seis horas sobre la bicicleta logré recorrer 92,6

kilómetros. Nada mal. Sería el día que más kilómetros pedalearía en

todo el viaje. Había sido un buen día, cuerpo y mente habían trabajado

correctamente sincronizados para l evarme tan lejos. Por el camino me

crucé con varias personas que me ofrecieron agua e incluso alguna

que otra fruta mientras me escondía un poco del sol bajo los arboles de

las avenidas en los pueblos. Un de el os, Emilio, me contó que se

estaba construyendo su casa él mismo durante sus horas libres.

También me recomendó seguir adelante hasta l egar al embalse de

Guadalén. Dijo que valía la pena así que exprimí las fuerzas para l egar

hasta una de sus oril as. Y la verdad es que de no ser por la suciedad

que encontré en algunos lugares donde supuse que los jóvenes

vendrían a beber sus bebidas alcohólicas el resto me pareció

encantador. Esperé a que el sol se escondiese lo suficiente para que

nadie me viese plantar mi tienda y no demasiado para que yo pudiese

ver donde plantarla. No quería l amar la atención. (La tienda de

campaña era roja) Tenía una mesa a mi disposición, aunque a el a

trepaban muchas hormigas en busca de algo de comida. Estaba cerca


del agua así que aquel o estaba repleto de mosquitos. Aunque ya me

había acostumbrado a todas esas cosas. Ya no eran tan moletas. Me

l evaba una hora montar la tienda y preparar todo lo necesario cada

tarde al acampar, y otra hora cada mañana para empaquetarlo todo de

vuelta. Algunas de las maletas las guardaba dentro de la tienda de

campaña por la noche, lo que reducía considerablemente el espacio

que tenia para dormir pero no quería dejar ciertas cosas fuera. En una

de esas maletas, la que siempre colocaba primero dentro de la tienda

de campaña, contenía las cenizas de mi padre. Ahí estaba él, no en las

cenizas, sino que ahí estaba él. En el todo.

Supongo que en una de esas maletas estaría la araña que se coló en

mi habitáculo para luego picarme las piernas dejando como resultado

dos moratones del tamaño de pelotas de golf. (Tuve también otra araña

viajando durante unos 200 kilómetros sobre mi bicicleta ya que tenía su

tela de araña en una esquina del manil ar y me dio pena quitarla,

supuse que si se hartaba de ver mundo se bajaría en alguna de las

paradas. Y así lo hizo sin despedirse) Maletas dentro, maletas fuera.

Montar, desmontar. Abrir, cerrar. Encender, apagar... Era todo un ritual,

una organización.

El calor estaba ahora presente a todas horas del día, y me reí de mi

mismo cuando pensé por un instante “¿ Por que no sopla algo de viento
para refrescar?”

Me sentía bien y pensar en que tan solo me quedaban dos días de

viaje para l egar a mi destino me emocionaba y entristecía a la vez.

Quería que la aventura siguiese por mucho más tiempo, quería sentir

que estaba haciendo algo noble durante más tiempo. Aquel o me hacía

sentir bien con migo mismo. El camino me estaba curando, aunque no

cabía duda de que lo que me esperaba al final iba a ser mucho más

grande que todo lo vivido anteriormente. De mientras, miraba el

embalse, a la espera de que algunas estrel as se dejasen ver en el

cielo, mientras me veía también a mis mismo 1300 km atrás, cuando

estaba aun pedaleando por los Pirineos, reflexionando en si lograría o

no l egar a mi destino. Aquel chico con sus dudas, sus inquietudes y

sus miedos estaba mucho más lejos que 1300 kilómetros. Me dí cuenta

de el o, tan solo habían pasado unas semanas, pero aquel o me estaba

cambiando desde dentro. Ya no era el mismo

Ahora estaba seguro de que lo lograría, no porque tan solo estuviese a

dos días de pedaleo de mi destino, sino por que ahora sabía que todo

era posible si me lo proponía, si lo deseaba de verdad. Lo iba a hacer,

iba a l egar. Incluso si debía acabar el viaje a pie, así lo haría.

“Miro el mapa y me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Cada día

trazo la ruta que he hecho con un rotulador negro, apunto los


kilómetros en una hoja, escribo en mi diario. Medito junto a los árboles, junto al
agua, bajo las nubes. Mi casa, es el mundo entero.

Me siento a gusto en cualquier lugar, siempre y cuando haya una pizca

de naturaleza.”

Día 26
11 de junio de 2011
“Cuenta atrás”

70 kilómetros más en el contador. El cuerpo me pedía unas vacaciones

aunque yo le pedía a mi vez un último esfuerzo. Estaba muy cerca. Ya

estaba en Andujar y me hospedaba en un hotel. Apenas había buscado

un lugar donde acampar ese día, y al quedarme algo de dinero de mi

presupuesto diario decidí que para la ultima noche de viaje antes de

l egar a destino me podía permitir el lujo de dormir en una buena cama.

De poder darme una buena ducha y de rodearme de gente. El día

había sido bueno y se me puso la piel de gal ina en muchas ocasiones

al ver que ya estaba tan cerca. Un buen día, a pesar de lo 40 grados

que marcaba el termómetro de uno de los pueblos por los que pasé. Un

pueblo en el que me paré para pedir información sobre caminos que

l evasen a Córdoba y donde acabé tomando un refresco en la sombra

de una terraza junto a un señor en sil a de ruedas que fumaba un

cigarro de marihuana tranquilamente. Sufrió un accidente años atrás

que le dejó sin sensibilidad de cintura para abajo y pasaba las tardes

charlando con amigos y desconocidos, en este caso, conmigo. Quizás

fuese el humo que inhalé pasivamente mientras charlábamos lo que

hizo que la vuelta a la carretera fuese algo mas duro de lo normal.


Después de haber instalado todas mis cosas en el hotel, rebusqué en

mis bolsil os en busca de monedas para salir a comer algo. A pesar de

tener dinero suficiente para una vez acabado el viaje volver a mi casa,

el presupuesto diario estaba agotado después da haber pagado por la

habitación así que con los 7 euros que encontré en varios bolsil os me

fui a cenar a una de esas hamburgueserías tan famosas de comida

rápida y no tan sana como predican en busca de grasa y calorías. No

pasé desapercibido, con mi camisa descosida, abierta en el pecho y de

color verde pistacho, mis sandalias romanas, mis pantalones

manchados de tierra y mi barba de un mes. Debía parecer un

vagabundo, pero no importaba en absoluto. Estar rodeado de gente

bien vestida, bien peinados y con mil y una colonias distintas era

extraño aunque agradable.

Llamé a mis tíos, desde que salí de Andorra no les había vuelto a

contactar, sabían que me dirigía hacia su casa, aunque no tenían idea

de donde estaba. “Mañana, l ego mañana” les dije.

Un día más y vería a la familia, una familia que apenas reconocería se

la viese en la cal e. Hacía tantos años que no nos veíamos...Tenía

nueve años la ultima vez, y ahora 24. Tenía pensado pasar unos días

con el os y volver a conocerlos antes de volver al País de los Pirineos.

Un día más, un poco más de sufrimiento, unos kilómetros más, unas


risas y unas lágrimas más.

“Ya casi estamos”

Día 27
12 de junio de 2011
“Córdoba”

16h00, ya estaba en Córdoba. Lo había logrado. Aparqué la bicicleta en

el patio interior de casa de mis tíos, me duché y empezaron a l egar a

saludarme familiares a los que apenas reconocía, me sentía

avergonzado por no recordarles tan bien como el os me recordaban.

La tarde pasó volando y la noche l egó repentinamente para mandarme

a la cama sabiendo que al día siguiente ya no tendría que volver a

montar las maletas sobre la bicicleta y seguir adelante. Ya había

l egado.

“Ya estamos aquí,

Hemos vuelto,

Juntos”
13 de junio de 2011
Desperté en Córdoba, mas temprano de lo que me esperaba a pesar

del cansancio. Me preparé un té y fui al patio interior de la casa de mis

tíos para desayunar tranquilamente, para trazar en el mapa de España

con rotulador la ultima etapa. Los kilómetros totales, los días de viaje...

Y entonces me di realmente cuenta de que lo había logrado. Estaba al í

donde mis sueños ya habían estado muchas veces en los últimos

meses de mi vida. Yo, después de 1560,20km pedaleados y de 27 días

sobre la bici estaba en Córdoba.

Ese día fuimos a pasear por la ciudad con mi tío Pepe. Me enseñó

parte de la ciudad y me l evó a un lugar que yo no me esperaba. A la

puerta de una casa situada en la cal e Claustro, junto a la cal e del

viento como la l amaban algunos. En aquel a casa, se había criado mi

padre mas de 50 años atrás y me dio la sensación de que al í estaba el,

observándonos en silencio como durante todo el viaje. Aquel o me

emocionó y me retuve las lágrimas. Seguimos paseando, fuimos hasta

la oril a del Guadalquivir y señaló con la mano el lugar donde de

pequeños se iban abañar al rio. Todo aquel o era desconocido para mi,

era una ciudad nueva mirara hacia donde mirara, aunque algunas

cosas me resultaban familiares, me hacían sentir a gusto.


Charlamos un poco y me contó que conocía dos lugares donde quizás

querría esparcir las cenizas de mi padre. Lo haríamos al día siguiente.

Iba a hacer algo que me cambiaría para siempre.

“El papel, mi mejor amigo, la tinta, mi amada, mi pluma, mi mejor

compañera, solo el os entienden de verdad, me acompañan por la

senda de las palabras en este mar de sentimientos, las lágrimas y los

deseos del corazón.”


14 de junio de 2011
Se podía ver más al á de los sueños, del horizonte, del presente. El

lugar era blanco, alto y amplio. Uno podía ver el mundo entero si así lo

deseaba. Mi tía Rafi, mi tío Pepe y yo. Al í estábamos los tres, en la

terraza de una gran ermita en lo alto de un monte, con Córdoba a

nuestros pies. No había nadie más. Me había vestido para la ocasión

con una camisa y un pantalón de color beis claro que no había usado

en todo el viaje porque eran para ese día. Eran mi humilde traje de

delgada tela. Fue en el borde de aquel a terraza elevada donde sucedió

lo que l evaba tanto tiempo planeando y soñando. Fue al í, donde mis

palabras sonaron en voz alta, donde las lágrimas corrieron a caudales,

donde al fin, conocí la paz. Donde le dije al mundo y a mi padre que al í

estaba con nosotros “Nunca Olvidaré” y muchas cosas más, palabras

que quedaron en aquel lugar para siempre. Fue al í donde aprendí en

tan solo unos instantes lo que no te podrían enseñar en la escuelas

durante toda una vida, dónde todo empezó, donde nada acabó. Dónde

volví a nacer y donde me perdoné a mi mismo. Donde me

liberé...Donde mi sueño se hizo realidad. Al í vi que ese momento era

perfecto gracias a todos los momentos que había dejado atrás.

Después de aquel o, me sentí listo para afrontar cualquier cosa, la vida,


la muerte, o lo que fuese. Había hecho la cosa más bonita de mi vida y

ahora estaba en paz. Al í fue donde no le dije adiós a mi padre, sino

hasta mañana.

La última página de mi diario de viaje dice así:

Hoy, me perdono por el pasado.

Hoy, me libero de una parte del dolor.

Hoy, vuelvo a nacer.

Hoy, vuelvo a crecer.

Hoy, no importa nada más, porque el corazón puede al fin vivir en

libertad absoluta, en la paz eterna que ahora gobierna incluso mis

palabras.

Soy Humano,

Me l aman, Francesc Zamora.

Gracias,

Gracias a todos y cada uno de vosotros que me habéis acompañado

en este viaje, a los que me habéis apoyado y animado en los

momentos duros. A los que habéis estado a mi lado kilómetro a

kilómetro. Gracias también a los que no habéis estado, por que

también formáis parte del viaje. Gracias a los que me habéis acogido

en esta aventura, gracias Ivet, gracias David y gracias Libertad.

Gracias a los que me habéis guiado y a los que habéis cruzado la


barrera para ayudar a un desconocido sobre ruedas. Gracias a mi

hermano, a mi madre, a mi tía Nandi, a mi familia en Gerona, y mil

veces gracias a mi familia en Córdoba por ser únicos cada uno de

vosotros. Por haberme recibido tan calurosamente después de tantos

años sin vernos. Gracias Rafi, gracias Pepe y gracias Rafa por todo el

tiempo que me has dedicado, por las charlas, por las risas, por todo.

Sois una auténtica familia por que ante todo, sois auténticas personas.

Gracias a la vida.

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