Páginas de MENGHINI
Páginas de MENGHINI
Páginas de MENGHINI
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Raúl A. Menghini - Marta Negrín / Compiladores
ISBN 978-987-1171-98-9
Editorial de la
Red de Editoriales Universidad Nacional del Sur
Universitarias Nacionales E-mail: ediuns@uns.edu.ar
© 2008 - Ediuns
Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723
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Prácticas y residencias docentes. Viejos problemas, ¿ nuevos enfoques?
Indice
Introducción................................................................................................................................... Pág. 5
Raúl A. Menghini - Marta Negrín
Los diseños curriculares de formación de docentes: su tematización como práctica. .................. Pág. 57
Laura Morales
Las prácticas de evaluación en el espacio de la Residencia: una mirada posible. ........................ Pág. 69
Marcela Ickowicz
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Raúl A. Menghini - Marta Negrín / Compiladores
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Prácticas y residencias docentes. Viejos problemas, ¿ nuevos enfoques?
Introducción
Raúl A. Menghini
Marta Negrín
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Raúl A. Menghini - Marta Negrín / Compiladores
que la práctica docente durante la formación trate de parecerse lo más posible a la práctica
que llevan adelante los docentes en las instituciones escolares reales, a pesar de que son
prácticas ideadas con motivos de formación, que responden a un dispositivo que incluye
cierto grado de ficción y se realizan bajo la supervisión de profesores responsables. Valga esta
aclaración para advertir que de aquí en más centraremos el análisis en la práctica docente en
el marco de la formación inicial.
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Prácticas y residencias docentes. Viejos problemas, ¿ nuevos enfoques?
el hoy no resulta del todo adecuada: ni ayer todo fue tan malo, ni hoy todo es tan bueno,
porque la mera apelación a las perspectivas críticas no garantiza que las prácticas resulten
coherentes con dichos marcos teóricos. Como dice Susana Barco en esta misma edición, “las
prácticas escolares permanecieron impertérritas. Es que operó la sustitución de un ‘discurso
teórico’ por otro”. En tal caso, habría que plantearse la fuerza que puede tener la emergencia
de nuevas construcciones teóricas –surgidas también del trabajo en y con la realidad- en
la cotidianeidad de las prácticas; prácticas que se resisten a cambiar, que corresponden a
sujetos que sienten, razonan, observan, analizan, hacen, a partir de sus habitus construidos
social e hitóricamente. En este sentido, las prácticas no son independientes de los sujetos, no
son abstractas, no son entes materiales, sino que se concretan y hacen referencia al hacer de
los sujetos: son prácticas de los sujetos, humanas, sociales, culturales, políticas. Sujetos que
también responden a intereses y entran en lucha por espacios de poder.
¿Es que estamos frente a una novedad? Tal vez ha sucedido que la práctica no
logró imponerse con la fuerza hegemónica que sí logró la teoría. Porque es indudable que si
revisamos un poco la historia, encontraremos muchos “teóricos” de las prácticas, que hicieron
de ellas su centro de reflexión y que le dieron un lugar fundamental en sus desarrollos
conceptuales. Así, no podemos desconocer la centralidad que otorgaba Marx a la práctica,
en contraposición a la mera contemplación teórica. En sus tesis sobre Feuerbach sostenía que
los filósofos no habían hecho más que contemplar el mundo de distintas maneras, pero que
en realidad se trataba de transformarlo, y esto era -y es- posible por medio de la práctica,
que es una actuación revolucionaria a la que caracteriza como práctico-crítica. Sin entrar en
un análisis histórico-filosófico, toda la tradición marxista siguió haciendo hincapié en esta
dimensión fundamental de la vida humana como es la práctica, ligada a la revolución, por
lo tanto práctica transformadora y práctica reflexiva. Aquí la práctica no aparece escindida
de la teoría, sino que ésta forma parte de la práctica porque permite pensarla en la misma
acción. Así, “como concepción dialéctica, el marxismo no separa la teoría (conocimiento) de
la práctica (acción): ‘la teoría no es un dogma sino una guía para la acción’ (Lenin, en Politzer,
1970:23). La práctica es el criterio de verdad de la teoría, pues el conocimiento parte de la
práctica y a ella vuelve dialécticamente” (Gadotti, 1996:30).
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Así, queremos destacar el lugar político que le han dado Gramsci y Freire a la práctica. El
interesante estudio de Diana Coben sobre estos dos grandes “héroes radicales” los destaca en
tanto son los autores más citados a la hora de investigar sobre las prácticas.“Freire…encabeza
la lista de los autores más citados y su Pedagogía del Oprimido, descripta como ‘inspiradora
en lo que respecta a la práctica’, es la publicación más citada (Field et al., 1991:13). A Gramsci
se lo menciona en el estudio como un ‘autor sacralizado’, y se piensa que su influencia en
el campo orientado a la práctica refleja una cultura académica generacional y retrospectiva
(Field et al., 1991:15)” (Coben, 2001:16). La misma autora realiza comparaciones entre
ambos “héroes” y destaca la distinta forma de encarar la relación entre educación y política
que tenían: “para Gramsci, la política es educativa, mientras que para Freire, la educación es
política, aunque él, también, recalca ‘la naturaleza pedagógica de la revolución’” (2001:154).
Bourdieu, sin duda, es otro referente fundamental para hablar de las prácticas;
prácticas, en su caso, que liga estrechamente al habitus como principio estructurante de las
mismas, al tiempo que ha sido estructurado por aquella. “Producto de la historia, el habitus
produce prácticas, individuales y colectivas, produce, pues, historia conforme a los principios
[schemes] engendrados por la historia; asegura la presencia activa de las experiencias pasadas
que, depositadas en cada organismo bajo la forma de principios [schemes] de percepción,
pensamiento y acción, tienden, con mayor seguridad que todas las reglas formales y normas
explícitas, a garantizar la conformidad de las prácticas y su constancia a través del tiempo”
(1991:95). Pero también hay que tener en cuenta que las prácticas y el habitus “son el
producto de un sentido práctico, es decir, de una aptitud para moverse, para actuar y para
orientarse según la posición ocupada en el espacio social, según la lógica del campo y de la
situación en la cual se está comprometido” (Gutiérrez, 2005:71).
Al igual que los autores ya citados, Bourdieu entiende que la lógica de las prácticas
es totalmente diferente de la lógica teórica. “Es necesario reconocer a la práctica una lógica
que no es la de la lógica, para evitar pedirle más lógica de la que puede dar y condenarse así
bien a extraerle incoherencias, bien a imponerle una coherencia forzada” (1991:145). En el
marco de la lógica práctica, se destaca el lugar que ocupa el tiempo en ella, ya que
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sólo porque se juega en el tiempo, sino además porque juega estratégicamente con
el tiempo y, en particular, con el tempo” (1991:139).
Sin duda que este andamiaje conceptual, así como los señalados más arriba,
resulta sumamente fértil para la práctica docente misma, así como para pensarla, cuestionarla,
investigarla, transformarla. Este breve rastreo de algunos referentes en el tema nos permite
señalar dos cuestiones que resultan fundamentales: a) la relación entre teoría y práctica
(praxis) y b) la relación entre política y práctica. Hablar de prácticas nos sitúa en un ida y
vuelta con la teoría pero también la práctica es política, así como la política implica la práctica.
Al respecto, afirma Aguilar Villanueva que “la política es entonces un proceso, un ‘curso de
acción’ (Friedrich, 1063:79; Andreson, 1984:3), que involucra todo un conjunto complejo de
decidores y operadores, más que una decisión singular, suprema e instantánea. Una política
no es sólo una decisión (por ejemplo, la decisión de no actuar). Es, ante todo acción, un
conjunto de acciones” (1996:25).
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años de formación, y a partir de esta constatación desarrolla las nociones de eje y código
de plan. Con su sello propio, enfático, problematizador y crítico, plantea la metáfora de
las prácticas como “agua de río”, “que arrastra características desde su origen, y al que de
pronto hay que analizar, someter las aguas a análisis químicos para estudiar su composición,
tomando muestras que se extraen de un todo que es su corriente. El análisis prescinde en
un primer momento de la ‘historia’ de esa corriente, pero el resultado del análisis debe ser
resituado”. También hace referencia a la racionalidad técnica, a la que considera inadecuada
como única y exclusiva dimensión de análisis –tal como lo plantean Carr y Kemmis-, pero nos
recuerda que eso “no significa que la práctica educativa no incluya aspectos técnicos” sobre
los cuales haya que reflexionar. En esta línea, propone una revalorización de las instancias de
escritura en la formación de los docentes, porque ésta “entraña una actitud reflexiva, plantea
una dinámica particular de enriquecimiento y operaciones de abstracción del pensamiento,
constituyéndose en una acción mediadora –a la manera de Vigotsky- y por tanto, en la
desencadenante de procesos metacognitivos”.
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que estos espacios de práctica apuntan sólo a tomar conocimiento de cómo es la enseñanza
en el aula, pero lo hacen como si fuera una realidad dada, sin una comprensión más amplia
que permita ponerla en cuestión para no reproducirla. Estas cuestiones, según Insaurralde,
se agravan por el doble discurso sostenido desde la provincia, que vació de significado a la
reflexión crítica, y no logró romper con la lógica aplicacionista de los planes de estudio.
Por su parte, Laura Morales hace referencia a la noción de practicum en relación con
el curriculum, destacando la necesidad de pensar prácticas que permitan superar la dicotomía
entre formación disciplinar y formación pedagógica. reconoce la tensión existente entre estas
formaciones, pero subraya la importancia del diálogo para generar diseños curriculares que
contemplen prácticas formativas que vayan en la línea de un profesional reflexivo, porque “la
reflexión crítica sobre la práctica permite dar cuenta de cómo es, y además atreverse a pensar
cómo podría ser una práctica alternativa”.
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desempeño como docentes, para que tomen conciencia de las elecciones que realizan, y de
sus consecuencias”.
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presenta la práctica. Esta postura se define por un carácter doblemente aplicacionista: por un
lado, se cree que bastará con trasvasar al campo educativo, de manera directa, determinados
saberes derivados de teorías psicológicas y pedagógicas, convertidos en ‘métodos’ que
permitan a los alumnos asimilar cuanto antes y de la mejor manera la máxima porción
posible de la ciencia que se pretende enseñar. Por otra parte, de acuerdo con este modelo, los
contenidos que conforman la disciplina escolar quedan establecidos por una operación de
mera simplificación –una ‘bajada’ al aula- de los conocimientos científicos más actualizados”.
El artículo focaliza la distinción entre el conocimiento científico y el conocimiento escolar
como pauta clave para entender las tensiones entre estos dos campos y postula la centralidad
de las Didácticas Específicas, en este caso de la Didáctica de la lengua y la literatura, como
ámbito diferenciado en la formación de grado donde estos problemas pueden encontrar un
lugar para ser planteados y discutidos.
Como cierre del libro se presenta un capítulo donde Carolina Fernández Coria
y Ana Clara Yasbitzky analizan los principales emergentes que surgieron de las ponencias
presentadas en las Jornadas Regionales de Práctica y Residencia Docente, en particular
aquellas de autores e instituciones universitarias. Así, tensionan el contenido de esas
ponencias con las demás temáticas trabajadas en los paneles y centran la mirada en tres
núcleos recurrentes de problematización: la relación teoría - práctica, las articulaciones entre
formación disciplinar y formación pedagógica y la reflexión sobre la práctica.
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Además, hemos conservado las formas en que cada autor nos comunicó su deseo
de ser presentado en esta publicación, tanto en los encabezados de cada texto, en los que
se encuentran sus direcciones de correo electrónico para posibles contactos, como en el
apartado final denominado “Los autores”.
BIBLIOGRAFÍA
Aguilar Villanueva, L. (1996) La hechura de las políticas. México: Miguel Angel Porrúa.
Coben, D. (2001) Gramsci y Freire, héroes radicales. Política en educación de adultos. Madrid:
Miño y Dávila/Fundación Paideia.
Gutiérrez, A. (2005) Las prácticas sociales: una introducción a Pierre Bourdieu. Córdoba
(Argentina): Ferreyra.
Sanjurjo, L. (2002) La formación práctica de los docentes. Reflexión y acción en el aula. Rosario:
Homo Sapiens.
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Capítulo 1
Viejos y nuevos debates sobre prácticas
y residencias en la formación de docentes
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sociales, a otros estados del conocimiento. Recordemos brevemente que el código de plan
está constituido por la lógica organizativa del mismo (Barco et al, 2005) y por lo tanto opera
sobre la crono y la topogénesis de la propuesta1.
Los planes aludidos tienen como eje principal a “las prácticas docentes”, pero en
muchos casos esta expresión se vació de contenido significativo y rápidamente, por debajo del
nuevo formato adoptado, apareció la segmentación en asignaturas de la versión tradicional,
fuertemente inscripta en el ámbito institucional, en las prácticas de los docentes. El plan
se redujo así a un documento curricular (que excluye las prácticas que se originan en su
puesta en acto) tomado como un documento prescriptivo, inmovilizado en el texto escrito. No
obstante, la presentación escrita tiene su importancia porque orienta el rumbo y articula con
el código permitiendo el desciframiento de sentidos y la “decodificación” del plan. El código
es a su vez el resquicio por el que se cuelan las prácticas docentes, un lugar dinamizador de la
propuesta que, sin embargo, deja a salvo el “núcleo duro” del plan que es el EJE.
¿Qué elementos constitutivos de un plan pueden ser de utilidad para una institución
educativa, para producir su dinamización e incluir los cambios que la práctica va generando,
sin esperar el farragoso trámite de una modificación jurisdiccional? La respuesta no parte,
obviamente, de la modificación del texto escrito que permanece como referencia necesaria,
sino que proviene de la capitalización de las prácticas que se generan en las distintas
instituciones, de la reflexión sobre las mismas.
Conviene recordar qué elementos resultan centrales en el diseño de un plan, de
un diseño curricular. No lo constituyen las materias en sí: por debajo de ellas y como trama
de sostén, subyace el EJE del diseño, constituido por los conocimientos, saberes y prácticas
centrales de la carrera en cuestión y los sentidos que a ellos atribuyen los elaboradores del
plan. Los ejes son pensados en función de los campos disciplinares que la carrera abarca,
1 Los conceptos de plan de estudios, eje y códigos pueden ser consultados en Barco, S. (coord.); Ickowicz, M.; Iuri, T.; Trinchera, A.
Universidad, docentes y prácticas. El caso de la UNCo. EDUCO, Argentina, 2005, cap. II, pág. 47-72.
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tanto como de las prácticas profesionales a desarrollar por el egresado y las características del
estudiante que cursará la carrera (Barco et al, 2005).
Los ejes son estructurados desde la puesta en tensión2 de las prácticas profesionales
para las que el plan habilita, con los campos disciplinares que le sirven de sustento y permiten
la organización topológica y cronológica de las disciplinas al interior del plan y sus modos de
organización (seminarios, talleres, pasantías, etc.), como así también su distribución en ciclos,
recorridos, etc. Recordemos que la organización del trabajo del docente y del estudiante no es
una cuestión burocrática: toda organización predetermina en parte la comunicación y por lo
tanto, la formación, tarea de nuestras instituciones (Mendel, 1996).
Si se trabaja con más de un eje, lo que es factible, es necesario pensar en articulaciones
entre ellos, para evitar un paralelismo que conduce al aislamiento disciplinar. De este modo,
el eje se constituye en una matriz generativa distribucional al interior del plan, constituido
por conceptos clave que vertebran los elementos nodales de cada campo disciplinar, junto
con las prácticas que le son propias. La lógica que organiza al eje se vuelve, así, configurativa
del diseño.
Siendo el eje un elemento innegociable en sí, permite, no obstante, su articulación
surgida de la dinámica de las prácticas. Lograr estas articulaciones no es una tarea individual
sino el producto de una tarea institucional a realizar con el conjunto de los docentes de un
establecimiento -incluyendo a los directivos que también lo son-. Surgen aquí algunas cuestiones
interesantes: cómo plantear entonces un dispositivo institucional que permita: a) atendiendo
al eje de las prácticas que aparece en los planes, darle sentido y permitirse efectuar cambios
topogénicos y cronogénicos, y b) atendiendo a las dificultades que toda tarea de relación e
integración presenta a los estudiantes, ¿cómo encontrar modos de salvarlas?
Durante años la tendencia fue la de plantear la formación docente desde una lógica
aplicacionista: primero las materias teóricas y finalizando la carrera, buscar en las prácticas
-concebidas como espacio residual- la aplicación de la teoría. La tendencia mundial mostró
la necesidad del adelantamiento de las prácticas, pero pareciera que sin borrar del todo la
lógica aplicacionista, de neto cuño positivista. A las prácticas se va a encontrar u observar
2 ¿Podemos hablar de antinomias entre el documento curricular y las prácticas curriculares? Este término convoca al corte, la
ruptura, la oposición total y a la elección monolítica entre los términos de la antinomia. Preferimos hablar de tensión, que supone
una dinámica de contacto en la que opera un intercambio.
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lo que se estudió en Pedagogía o cualquier otra de las disciplinas de cursado paralelo. Y esta
conexión se establece de modo puntual, sin relacionar siquiera marcos teóricos. Para paliar
esta dificultad, se apela a la transversalidad que termina por tener existencia virtual o sólo a
modo de enunciado sobre el papel: no hay tiempos institucionales que permitan la reunión
de docentes para plantear problemas, casos, experiencias con la intervención de todos, y
menos aún para situarse el conjunto de docentes para tratar la cuestión en conjunto con los
estudiantes.
El ejemplo que a continuación se plantea no tiene características de modélico y
menos de receta a aplicar. Intenta, simplemente, operar como disparador de la creatividad de
los docentes y apela a medios conocidos por todos, organizados de una manera entre otras
posibles. Se sugiere recortar un problema de la realidad escolar de cada establecimiento en el
que acuerden los docentes de primer año o de segundo, redactarlo de modo claro y que cada
estudiante lo tenga en su carpeta o cuaderno. En cada hora de clase, sea cual fuere la materia
que en ella se desarrolle, abordar durante un tiempo establecido dicho problema desde la
óptica de la disciplina, registrando por escrito el aporte que se recoge desde ese enfoque,
y cada quince días -por ejemplo- que en el espacio de prácticas se organice la perspectiva
completa. Si en cada año se selecciona uno o más problemas o casos, si se los revisa hacia el
fin del ciclo lectivo y se retoman conclusiones procediendo de este modo en años sucesivos,
se arriba a la instancia de Residencia con un caudal considerable de problemas enfocados al
menos pluridisciplinarmente. Para el estudiante, pasar en una materia de una actividad -la
de abordaje del problema- a otra, el desarrollo clásico de la asignatura, no demanda mayor
esfuerzo: es una suerte de zapping de mayor duración. Y el registro escriturario lo pone frente
a una tarea en la que, generalmente, tiene dificultades que no pueden ser abordadas desde
una asignatura o como un curso aparte de lectoescritura, sino que debe formar parte de las
prácticas de todas las asignaturas. No corresponde aquí un desarrollo pormenorizado (y sería
además un asunto con entidad propia) del tema referido a la relación de las operaciones
mentales superiores del pensamiento y la escritura, más allá de constituir una cuestión
candente en la formación de docentes. Pero se podría agregar que el trabajo con el problema
elegido puede dar pie al encargo de tareas para la próxima clase que impliquen reflexión,
búsqueda de relaciones y no simple lectura de textos inconexos. Estas tareas, al promover
análisis que permitan generar síntesis parciales, pueden operar como organizadores previos
de la próxima reunión. Conociendo -como cada docente conoce- las posibilidades de reunirse
para realizar tareas grupales que cada grupo tiene, puede distribuirlas de modo tal que
permita la realización de un esfuerzo individual, enriqueciéndolas luego con las bondades
del trabajo grupal.
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Basándose en este concepto es que puede afirmar que el currículo puede entenderse
como proceso de invención de una tradición. Desde esta perspectiva resulta comprensible la
dificultad por modificar realmente un currículo y, dentro de éste, un documento curricular como
lo es un plan de estudios. En él se imprime con fuerza la impronta institucional, sus mandatos
fundacionales, su historia. Y la tarea de modificar un plan forma parte de las prácticas docentes
-como caso particular de las prácticas sociales- en las que tenemos que formar a los egresados
de nuestras instituciones. Tal vez acuciados por el tiempo relegamos estos aprendizajes que rara
vez encuentran lugar en la formación y que por desconocimiento de su importancia, terminan
por obturar las posibilidades de cambios curriculares.
3 Hobsbawn, E. y Ranger, T. (ed.) The invention of Tradition, Cambridge, England, Cambridge University Press, citado por Good-
son, I., Historia del curriculum. La construcción social de las disciplinas escolares, Barcelona, Pomares – Corredor, 1995.
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Desde el inicio de la década de los ’90, el discurso escolar que circula en la formación
de docentes se llenó de apelaciones a la “pedagogía crítica”. Las referencias a Carr y Kemmis,
a Giroux y Mc Laren, a da Silva y Freire fueron constantes. Al integrar mesas examinadoras
en los profesorados y universidades, se escuchaba desde la primera hasta la última de las
asignaturas pedagógicas el recitado de estos autores. Obstinadamente, las prácticas escolares
permanecieron impertérritas. Es que se operó la substitución de un “discurso teórico” por otro.
Retomaré esto más adelante.
También operaron otras substituciones: las prácticas -afortunadamente- dejaron
de ser la última asignatura del plan de estudios y siguiendo una tendencia mundial, avanzaron
hasta colocarse en los primeros tramos de dichos planes. Como no se las puede confundir
con prácticas de la enseñanza, se fueron convirtiendo en prácticas de observación en marcos
acotados. A influjo de los aportes de la etnometodología, muchas veces mudaron en mecánicos
ejercicios de registros etnográficos- en ocasiones de calidad dudosa- que reemplazaron a las
guías de observación. El registro tuvo así valor per se y no se lo sometió luego a un trabajo
de análisis de su significación ni tampoco a un trabajo de recontextualización. Tampoco se
buscó un rescate de los aportes de las miradas y marcos provistos desde otras asignaturas de
cursado anterior y paralelo, ahondando viejos abismos entre teoría y práctica.
Mientras, sumergidos en una cultura del zapping, de la fragmentación, la
emergencia de un currículo de colección se volvió patente. Y el llamado “espacio de las
prácticas” se convirtió en una materia más, aislada de las restantes, y al finalizar los estudios,
a la llegada de las prácticas de la enseñanza, observamos que, gatopardezcamente, todo ha
cambiado… para que nada cambie.
Convencidos de las virtudes de la reflexión sobre la propia práctica, concentramos
los esfuerzos en su realización, pero tropezamos con dos escollos planteados por los sujetos
involucrados en ella: nosotros/as y nuestros/as estudiantes. A veces los espacios de reflexión
se constituyen en espacios catárticos únicamente; otras, nos embelesamos con los aspectos
anecdóticos y nos quedamos en lo fenoménico, en los sentires suscitados en la situación
narrada. A este punto, pareciera conveniente recordar que, como lo sostiene Achilli (1988),
retomando características planteadas por Agnes Heller (1985), el pensamiento de los
docentes se rige en buena parte por las características del pensamiento del sentido común, el
pensamiento cotidiano, que a su vez se ve penetrado por los modelos hegemónicos que operan
en diversos campos. Así el pragmatismo, la hipergeneralización, la analogía y la imitación nos
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caracterizan, no es que los mismos sean privativos de maestros o profesores de nivel medio,
somos docentes, realizamos nuestro trabajo docente en similares condiciones a los docentes
aludidos, pensamos, resolvemos en la práctica los problemas que se nos presentan como
docentes que somos. Y si una de las características fundamentales de la reflexión sobre
la propia práctica reside en el preguntarse por qué se dice, se hace, se piensa, se valora de
determinada manera en una situación seleccionada para la reflexión, estas preguntas nos
permiten tomar la necesaria distancia para efectuar un distanciamiento que no opera atado
a las características del sentido común. Pero este distanciamiento es complejo, no se da
naturalmente, hay que promoverlo, sostenerlo y hay que arrimar elementos conceptuales para
enriquecer el necesario análisis, sin perder de vista la carga emocional que se manifiesta en
cada situación. No es necesario decir que es una tarea compleja, que demanda de laboriosidad
y minuciosidad, pero que tampoco puede caer en una disección, una fragmentación en la que
los sentidos se evaporan. Fundamentalmente, son tareas que llevan tiempo, y que no se las
puede reducir a diez minutos por encuentro, ni a las que se puede dedicarle una reunión por
bimestre. Las reflexiones sobre la propia práctica son co-construcciones no sumativas sino
integradoras, con sus síntesis parciales, con recurrencia a situaciones tratadas anteriormente
sobre las que hay que volver profundizándolas, que comportan la construcción de una mirada
diferente sobre lo habitual, una mirada desnaturalizadora que no se ejerce ante una orden ni
se sustenta porque conceptualmente se la pueda definir, sino que se genera en un ejercicio
permanente de análisis diversos.
Es una tarea erizada de dificultades. Además, como las “matrioshkas”, es una tarea
dentro de otra y otra. En primer lugar porque es una práctica después y a propósito de otro
tipo de práctica. Tal vez, Bourdieu (1991:5, 138 ss) desde su análisis del sentido práctico
nos ayude a iluminar los repliegues de esta tarea. En primer lugar, no podemos confundir
la visión teórica de la práctica con la práctica en sí, incluyendo en esa visión teórica el plan
de clase -en nuestro caso- que es el que se ajusta a norma, el que propone y fundamenta
qué hacer, por qué y cómo hacerlo, es el plan de batalla, el armado de jugadas previo a la
acción. El tiempo de la práctica y el tiempo de la teorización son distintos, el esquema teórico
se construye a posteriori de la práctica, como manifiesta este autor, “después de la batalla”.
El tiempo de duración de una práctica -cualquiera sea ella, no nos restrinjamos al ámbito
escolar-tiene su propio tempo y se juega en el tiempo y con el tiempo. El que está inmerso
en la práctica tiene siempre presente la anticipación que puede hacer de las acciones de
los otros, sus compañeros u “otros otros” y ajusta sus acciones a esa anticipación. Decide en
función de las probabilidades objetivas, de la captación global de los otros y sus posibilidades
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sales, o una temperatura determinada? ¿Es que la corriente es portadora de su propio origen,
de su “historia” incorporada? ¿Y esto debe ser considerado a la hora de la reflexión?
Cuando sometemos a análisis teórico una práctica se opera una sincronización de
lo sucesivo, y esto genera una totalización artificial, que puede redundar en una sustitución
de los sistemas de producción de la misma por sus productos, cosificándola. Este es también
un riesgo a tener en cuenta, sobre todo considerando la tendencia al pragmatismo que ya
señaláramos.
Hasta aquí hemos buscado aportes teóricos que nos permitieran “iluminar” la
naturaleza de las prácticas, para comprenderlas mejor y obrar en consecuencia en el plano de
la reflexión planteado inicialmente. Pero las prácticas que sometemos a escrutinio son prácticas
de enseñanza, enseñanza de “algo” que no puede ser olvidado para seguir, solamente, el
proceso de su enseñanza. Sabemos que lo que en lenguaje corriente se denomina contenidos,
aparecen consignados en los diversos planes de estudio, en los programas de años anteriores
que circulan al interior de una institución, en los textos escolares de uso corriente. A los
dos últimos apela habitualmente el docente, seleccionando las temáticas que allí aparecen
para volverlos materia de enseñanza. Pero esos contenidos no son un simple recorte de
un campo científico disciplinar, sino que constituyen parte de una “disciplina escolar” que,
como bien afirman Chervel (1991) y Goodson (1995), constituyen un complejo entramado
de constitución histórica. En él se entrecruzan políticas de distribución del conocimiento,
dispositivos didácticos, consideraciones acerca de las posibilidades de aprehensión por
parte del estudiante, lo que da lugar a un producto propio del campo pedagógico, las ya
mencionadas “disciplinas escolares” y las “disciplinas universitarias” que hemos analizado en
nuestros trabajos de investigación.(Barco et al, 2005). En este trabajo de elaboración de las
disciplinas interviene la transposición didáctica, analizada por Chevallard (1991) y también
en un trabajo de Negrin (2004) para un encuentro anterior de Prácticas y Residencias. No
obstante, en el fárrago de tareas del docente a cargo de la Residencia, este aspecto suele ser
soslayado y no siempre merece atención al momento de la reflexión sobre las prácticas. En la
práctica, el residente -tal como luego lo hace como docente- en el momento de seleccionar
un contenido consulta el manual que usan los estudiantes o apela a los textos referidos al
tema, que le han sido sugeridos en su formación, sin tener en cuenta que lo que él recibe en
el nivel terciario no siempre está al alcance de un estudiante de primer año del nivel medio,
por ejemplo. Y menos aún considera que si lo escoge de un manual, ese contenido ha sido
procesado por la editorial, siguiendo sus propias políticas y fines. De este modo, resigna parte
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muchos los docentes que aportan conocimiento fundado, con lo que se termina por proceder de
acuerdo con el peso de la tradición inventada. En el caso particular de los planes de formación
de profesores, es bien conocida la situación crítica que muchos de ellos presentan, ya que con
una addenda de unas pocas materias llamadas “pedagógicas” al plan correspondiente a las
licenciaturas y una residencia cuatrimestral, se da por concluida la formación de profesores.
Los docentes investigadores que a través de sus trabajos generan conocimiento acerca de
la formación docente en las universidades, acerca de cómo se instituyen como docentes
en el ámbito universitario, ven relegada la consideración de sus trabajos al ámbito de los
investigadores en Ciencias de la Educación, sin que la institución universitaria los aproveche.
No sorprende sin embargo esta situación: en una investigación que realizáramos en la UNCo
(Barco et al, 2005) detectamos que el imaginario social universitario, en su largo proceso
histórico social de construcción y desde sus orígenes, descansa en la premisa que el que
sabe, sabe enseñar, y que el ritual de institución que configuran los concursos de ingreso a la
docencia universitaria instituye en el lugar de docente a quien aprueba el mismo. La impronta
institucional resulta muy clara en este caso.
Por último, en el proceso de formación de docentes, los profesores y los estudiantes
concurrimos a otros establecimientos educativos para realizar las “prácticas” de distinto tipo
indicadas en los planes. En estas instancias se pueden observar colisiones entre las tradiciones
inventadas en cada institución, lo que crea muchas veces situaciones de conflicto. La condición
de “visitantes” en otro ámbito institucional agrava la situación y el problema de la selección
de contenidos en el caso de las residencias obliga a la generación de dispositivos múltiples
para atenuar o resolver el conflicto. Son estos los momentos en que se patentiza el poder
determinante que tiene la industria editorial en la selección de contenidos de la enseñanza,
ya que son muchos los docentes que aceptan a pie juntillas los contenidos propuestos en los
diversos textos que circulan en los niveles primario y secundario de la enseñanza. El análisis de
planes, programas y textos se perfila así como un contenido necesario de la formación docente,
y aunque seguramente esto sea percibido por muchos como algo a agregar a los sobrecargados
planes, habrá que generar los modos de hacerlo, de lo contrario habremos contribuido a que los
contenidos de la educación pública sean “gerenciados” por la industria privada.
A lo largo de esta exposición he procurado tener en cuenta las situaciones comunes
tanto como las peculiaridades de las dos grandes instituciones de formación de grado de
nuestros docentes: los Institutos de Formación Docente y las Universidades. Cualquiera de las
dos instituciones trabajan con sujetos (los docentes y los estudiantes) y prácticas (las prácticas
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BIBLIOGRAFÍA
Achilli, E. (1988) “Práctica docente: una interpretación desde los saberes del maestro”, en
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Prácticas y residencias docentes. Viejos problemas, ¿ nuevos enfoques?
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Capítulo 2
Políticas educativas, curriculum y prácticas
en la formación de docentes
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1 La Ley 24.049/91, conocida como Ley de Transferencias, facultó al Poder Ejecutivo Nacional a transferir, a partir del 1 de enero de
1992, a las provincias y a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires los servicios educativos administrados en forma directa por
el Ministerio de Cultura y Educación y por el Consejo Nacional de Educación Técnica, así como las facultades y funciones sobre los
establecimientos privados reconocidos. Esta medida afectó a escuelas secundarias e institutos de formación docente que, hasta ese
momento, dependían del gobierno nacional.
2 “El CFCyE es el ámbito de coordinación y concertación del Sistema Nacional de Educación y está presidido por el ministro nacional del
área e integrado por el responsable de la conducción educativa de cada jurisdicción y un representante del Consejo Interuniversitario
Nacional” (Ley Federal de Educación, Art. 54).
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Prácticas y residencias docentes. Viejos problemas, ¿ nuevos enfoques?
y los resultados del proyecto estuvieron sujetos al control y a la evaluación centralizados como
un requisito para su acreditación o, como alternativa para el cierre o la reconversión de esas
instituciones hacia carreras diferentes de la docencia3.
¿Cuáles fueron las prácticas que los profesores de los IFD en la provincia de
Buenos Aires desarrollaron para elaborar el PEI y lograr la acreditación institucional? ¿Cómo se
llevó adelante esa política que, desde el discurso, prometía la profesionalización y autonomía
institucional de los institutos?
3 El cierre de establecimientos en varias provincias o su reconversión en institutos de formación tecnológica fue el contexto amena-
zador de pérdida de fuentes de trabajo en que se desarrolló el proceso de acreditación en la provincia de Buenos Aires. A su vez, el
desempleo creciente en el nivel global fue el contexto mayor en que los profesores vieron peligrar su futuro laboral.
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Ball define la gestión como una tecnología moral o tecnología de poder. A partir de
los conceptos de Foucault plantea que se trata del equivalente moderno de aplicación general
del panóptico de Bentham y la considera una tecnología teórica y práctica de racionalidad
orientada a la eficiencia, a la viabilidad y al control. “Representa la burocratización de la
estructura de control a través de las descripciones de tareas, relaciones lineales de gestión y el
establecimiento de flujos determinados de comunicación (...) constituye también un discurso
imperialista. La teoría de la gestión considera que el mundo social está encerrado en un caos
irracional y necesita que le aporten su orden redentor” (1993:159). Ese orden está identificado
con la racionalidad tecnicista, que aparece –desde estas concepciones- como la única capaz
de dotar de orden a las organizaciones. Esa racionalidad, plasmada en los formularios que
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guiaron la elaboración del PEI pretende “ordenar” las acciones de las instituciones formadoras.
Efectivamente, tanto la Nación como la Provincia han utilizado la evaluación y la acreditación
institucional con el sentido que le asigna Foucault, como una “mirada normalizadora, una
vigilancia que hace posible calificar, clasificar y castigar”.
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