Michel Onfay Eel Deseo Erótico

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Michel Onfay es uno de los filósofos más interesantes de nuestra época.

Por su
origen francés pertenece a una tradición de polemistas e intelectuales incómodos
que han buscado ir a contracorriente del pensamiento establecido. En este sentido
se le puede alinear junto a Michel Foucault o Jean-Paul Sartre, pero sólo por esa
cualidad contestataria, porque el camino que ha seguido su obra tiene diferencias
remarcables.

¿Contra qué pelea Michel Onfray? Una respuesta sencilla podría mostrarlo como
un filósofo empeñado en contar otra historia de la filosofía. Con notable espíritu
nietzscheano, Onfray ha construido una obra que recupera puntos de vista
soslayados, autores considerados menores, ideas descartadas en ciertos períodos
del pensamiento filosófico, todo porque, en las circunstancias correspondientes,
hubo alguien más que se impuso, por distintas razones: Sócrates y Platón sobre
los sofistas, el neoplatonismo de los Padres de la Iglesia sobre ideas más
hedonistas y epicúreas, la lógica analítica de Wittgenstein por encima de una
filosofía más cercana a la tradición de la eudaimonía, etcétera. 

Y es que, en parte, ese es el lugar desde donde Onfray sostiene su lucha: la


certeza de que la filosofía es, desde su origen, una serie de principios,
organizados bajo cierta coherencia, que tienen como propósito ayudarnos a vivir, a
entender la existencia, a enfrentar las contrariedades propias de la vida. De
Aristóteles a Nietzsche, la filosofía se ocupó esencialmente de la vida en el
mundo.

En este sentido, en su obra Onfray cuenta con un libro dedicado al erotismo.


Como sabemos, a lo largo de la historia el amor, el deseo sexual y el erotismo han
tenido distintas manifestaciones, pero salvo ciertos momentos específicos, en
general se la ha buscado contener, deformar, ajustar a ciertos lineamientos.
Onfray sigue parte de esa historia desde una perspectiva filosófica y tomando una
postura clara, la de la defensa del cuerpo y su sexualidad que, al ejercerla
libremente, también es fuente de conocimiento.
A manera de estímulo para la curiosidad, en esta ocasión compartimos un breve
fragmento de esa "teoría del cuerpo enamorado", que es el título que lleva el libro.
En pocas líneas, Onfray elabora una de las definiciones más bellas y precisas que
se han hecho del deseo, al cual entiende como lo que nunca debió ser: la fuerza
que nos mantiene con los pies en la Tierra, amantes de las cosas que tenemos y
las personas con quienes nos relacionamos, puesto nuestro deseo en cada una de
las acciones que realizamos cotidianamente, a cada instante. Escribe Onfray:

Consultando mis diccionarios de etimología, me alegró aprender que el


término deseo procede de los astros. No estamos, pues, lejos de la esfera y
del cielo habitado por magníficos y poéticos planetas. Dejar de contemplar la
estrella, así dicen los étimos: de y sidere. Esto es tanto como decir que el
deseo rompe con lo celeste, lo divino, lo inteligible, el universo de las ideas
puras, ése donde danzan Saturno y Venus, Marte y Júpiter, la melancolía y
el amor, la guerra y el poder. Aquel que desea baja la mirada, renuncia a la
Vía Láctea, al azul apabullante y arraiga su voluntad en la tierra, en las
cosas de la vida, en los pormenores de lo real, en la pura inmanencia.
Algunos, volveré sobre este tema cuando trate de los cerdos epicúreos,
celebran acertadamente al animal que tiene siempre el hocico a ras del suelo
y la mirada incapaz de dirigirse a las estrellas. Desear supone menos buscar
una unidad perdida que preocuparse por la Tierra y apartar la vista del
firmamento. Lejos de las Pléyades y otras constelaciones que absorben el
cuerpo y restituyen un alma extasiada de absoluto, el deseo obliga a
reconciliarse felizmente con las divinidades ctónicas.

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