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Trabajo Sobre Exhortación

Este documento resume las principales enseñanzas del Papa Francisco sobre el amor en el matrimonio y la familia. El Papa explica que el matrimonio es un sacramento que representa el amor entre Cristo y la Iglesia, y que está ordenado a la generación de hijos. También enfatiza la importancia de la educación moral de los hijos a través del afecto, el testimonio y la inspiración de confianza en los padres.
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Trabajo Sobre Exhortación

Este documento resume las principales enseñanzas del Papa Francisco sobre el amor en el matrimonio y la familia. El Papa explica que el matrimonio es un sacramento que representa el amor entre Cristo y la Iglesia, y que está ordenado a la generación de hijos. También enfatiza la importancia de la educación moral de los hijos a través del afecto, el testimonio y la inspiración de confianza en los padres.
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TRABAJO SOBRE EXHORTACIÓN

AMORES LETICIA, SOBRE EL AMOR A LA FAMILIA

• ¿QUIEN ES EL PAPA FRANCISCO Y CUAL ES SU FUNCIÓN?

El papa  Francisco, de nombre secular Jorge Mario Bergoglio, cardenal argentino


elegido sumo pontífice en marzo de 2013.

Su cargo se corresponde al del antiguo patriarca de Occidente de la Iglesia ecuménica,


previa al Cisma de Oriente.

Su objetivo es la de reformar reglamentos de la iglesia, además preside los concilios,


que son reuniones con los obispos de todo el mundo para tratar asuntos
trascendentales. ... El Papa tiene muchas funciones y atribuciones dentro de la iglesia
católica, desde presidir la audiencia pública, hasta santificar a los beatos.

• ¿QUÉ ES UNA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA Y QUÉ ES UNA ENCÍCLICA?

Una Exhortación Apostólica es un documento por el que el papa comunica a la Iglesia


las conclusiones de un Sínodo.

Una Encíclica es una carta que el papa escribe toda la Iglesia (como la Lumen Fidei) o
una epístola a un iglesia en particular (como la Non Abbiamo Bisogno de Pío XI, que
condenaba el fascismo italiano). 

El Papa Francisco ha escrito solamente dos encíclicas desde el inicio de su


Pontificado: la primera, la ya mencionada Lumen Fidei (2013) y la segunda Laudato
Si (2015), la llamada encíclica ecológica sobre el cuidado de la creación.
• RESUMIR LA “MIRADA PUESTA EN JESÚS: VOCACIÓN DE LA FAMILIA”.

La encarnación del Verbo en una familia humana, en Nazaret, conmueve con su


novedad la historia del mundo. Necesitamos sumergirnos en el misterio del nacimiento
de Jesús, en el sí de María al anuncio del ángel, cuando germinó la Palabra en su
seno; también en el sí de José, que dio el nombre a Jesús y se hizo cargo de María; en
la fiesta de los pastores junto al pesebre, en la adoración de los Magos; en fuga a
Egipto, en la que Jesús participa en el dolor de su pueblo exiliado, perseguido y
humillado; en la religiosa espera de Zacarías y en la alegría que acompaña el
nacimiento de Juan el Bautista, en la promesa cumplida para Simeón y Ana en el
templo, en la admiración de los doctores de la ley escuchando la sabiduría de Jesús
adolescente.

Y luego, penetrar en los treinta largos años donde Jesús se ganaba el pan trabajando
con sus manos, susurrando la oración y la tradición creyente de su pueblo y
educándose en la fe de sus padres, hasta hacerla fructificar en el misterio del Reino.

Este es el misterio de la Navidad y el secreto de Nazaret, lleno de perfume a familia, es


el misterio que tanto fascinó a Francisco de Asís, a Teresa del Niño Jesús y a Carlos
de Foucauld, del cual beben también las familias cristianas para renovar su esperanza
y su alegría.

El sacramento del matrimonio no es una convención social, un rito vacío o el mero


signo externo de un compromiso.

El sacramento es un don para la santificación y la salvación de los esposos, porque «su


recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la
misma relación de Cristo con la Iglesia.

Los esposos son por tanto el recuerdo permanente para la Iglesia de lo que acaeció en
la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el
sacramento les hace partícipes».
El matrimonio es en primer lugar una «íntima comunidad conyugal de vida y amor»,
que constituye un bien para los mismos esposos, y la sexualidad «está ordenada al
amor conyugal del hombre y la mujer», por eso, también «los esposos a los que Dios
no ha concedido tener hijos pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana
y cristianamente». No obstante, esta unión está ordenada a la generación «por su
propio carácter natural».

El niño que llega «no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del
corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento», no aparece
como el final de un proceso, sino que está presente desde el inicio del amor como una
característica esencial que no puede ser negada sin mutilar al mismo amor.

Desde el comienzo, el amor rechaza todo impulso de cerrarse en sí mismo, y se abre a


una fecundidad que lo prolonga más allá de su propia existencia, entonces, ningún acto
genital de los esposos puede negar este significado, aunque por diversas razones no
siempre pueda de hecho engendrar una nueva vida.

En este contexto, no puedo dejar de decir que, si la familia es el santuario de la vida, el


lugar donde la vida es engendrada y cuidada, constituye una contradicción lacerante
que se convierta en el lugar donde la vida es negada y destrozada, es tan grande el
valor de una vida humana, y es tan inalienable el derecho a la vida del niño inocente
que crece en el seno de su madre, que de ningún modo se puede plantear como un
derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa
vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser
humano.

• SÍNTESIS CON PROPIAS PALABRAS: EL AMOR EN EL MATRIMONIO.


El mismo santo Tomás de Aquino ha explicado que «pertenece más a la caridad querer
amar que querer ser amado» y que, de hecho, «las madres, que son las que más
aman, buscan más amar que ser amadas».

Por eso, el amor puede ir más allá de la justicia y desbordarse gratis, «sin esperar nada
a cambio» (Lc 6,35), hasta llegar al amor más grande, que es «dar la vida» por los
demás ( Jn 15,13). ¿Todavía es posible este desprendimiento que permite dar gratis y
dar hasta el fin? Seguramente es posible, porque es lo que pide el Evangelio: «Lo que
habéis recibido gratis, dadlo gratis» (Mt 10,8).

El Evangelio invita más bien a mirar la viga en el propio ojo (cf. Mt 7,5), y los cristianos
no podemos ignorar la constante invitación de la Palabra de Dios a no alimentar la ira:
«No te dejes vencer por el mal» (Rm 12,21). «No nos cansemos de hacer el bien» (Ga
6,9).

Una cosa es sentir la fuerza de la agresividad que brota y otra es consentirla, dejar que
se convierta en una actitud permanente: «Si os indignáis, no llegareis a pecar; que la
puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo» (Ef 4,26). Por ello, nunca hay que
terminar el día sin hacer las paces en la familia, y, «¿cómo debo hacer las paces?
¿Ponerme de rodillas? ¡No! Sólo un pequeño gesto, algo pequeño, y vuelve la armonía
familiar. Basta una caricia, sin palabras. Pero nunca terminar el día en familia sin hacer
las paces».

Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero


nadie dice que sea fácil. La verdad es que «la comunión familiar puede ser conservada
y perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio.

Exige, en efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la


comprensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconciliación. Ninguna familia ignora que
el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces
hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las múltiples y variadas formas de
división en la vida familiar».
El matrimonio es un signo precioso, porque «cuando un hombre y una mujer celebran
el sacramento del matrimonio, Dios, por decirlo así, se “refleja” en ellos, imprime en
ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor.

El matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros. También Dios, en efecto, es
comunión: las tres Personas del Padre, Hijo y Espíritu Santo viven desde siempre y
para siempre en unidad perfecta. Y es precisamente este el misterio del matrimonio:
Dios hace de los dos esposos una sola existencia ».

Esto tiene consecuencias muy concretas y cotidianas, porque los esposos, « en virtud
del sacramento, son investidos de una auténtica misión, para que puedan hacer visible,
a partir de las cosas sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia,
que sigue entregando la vida por ella».

A quienes temen que en la educación de las pasiones y de la sexualidad se perjudique


la espontaneidad del amor sexuado, san Juan Pablo II les respondía que el ser humano
«está llamado a la plena y madura espontaneidad de las relaciones», que «es el fruto
gradual del discernimiento de los impulsos del propio corazón».

Es algo que se conquista, ya que todo ser humano «debe aprender con perseverancia
y coherencia lo que es el significado del cuerpo».

La sexualidad no es un recurso para gratificar o entretener, ya que es un lenguaje


interpersonal donde el otro es tomado en serio, con su sagrado e inviolable valor, así,
«el corazón humano se hace partícipe, por decirlo así, de otra espontaneidad».

• FORTALECER LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS


Los padres siempre inciden en el desarrollo moral de sus hijos, para bien o para mal.
Por consiguiente, lo más adecuado es que acepten esta función inevitable y la realicen
de un modo consciente, entusiasta, razonable y apropiado, aunque los padres
necesitan de la escuela para asegurar una instrucción básica de sus hijos, nunca
pueden delegar completamente su formación moral.

El desarrollo afectivo y ético de una persona requiere de una experiencia fundamental:


creer que los propios padres son dignos desconfianza, esto constituye una
responsabilidad educativa: generar confianza en los hijos con el afecto y el testimonio,
inspirar en ellos un amoroso respeto. Cuando un hijo ya no siente que es valioso para
sus padres, aunque sea imperfecto, o no percibe que ellos tienen una preocupación
sincera por él, eso crea heridas profundas que originan muchas dificultades en su
maduración. Esa ausencia, ese abandono afectivo, provoca un dolor más íntimo que
una eventual corrección que reciba por una mala acción. La libertad es algo grandioso,
pero podemos echarla a perder.

La educación moral es un cultivo de la libertad a través de propuestas, motivaciones,


aplicaciones prácticas, estímulos, premios, ejemplos, modelos, símbolos, reflexiones,
exhortaciones, revisiones del modo de actuar y diálogos que ayuden a las personas a
desarrollar esos principios interiores estables que mueven a obrar espontáneamente el
bien, la virtud es una convicción que se ha trasformado en un principio interno y estable
del obrar.

La vida virtuosa, por lo tanto, construye la libertad, la fortalece y la educa, evitando que
la persona se vuelva esclava de inclinaciones compulsivas deshumanizantes y
antisociales, asimismo, es indispensable sensibilizar al niño o al adolescente para que
advierta que las malas acciones tienen consecuencias. Hay que despertar la capacidad
de ponerse en el lugar del otro y de dolerse por su sufrimiento cuando se le ha hecho
daño, algunas sanciones (a las conductas antisociales agresivas) pueden cumplir en
parte esta finalidad.

Es importante orientar al niño con firmeza a que pida perdón y repare el daño realizado
a los demás, el encuentro educativo entre padres e hijos puede ser facilitado o
perjudicado por las tecnologías de la comunicación y la distracción, cada vez más
sofisticadas.

Cuando son bien utilizadas pueden ser útiles para conectar a los miembros de la familia
a pesar de la distancia,los contactos pueden ser frecuentes y ayudar a resolver
dificultades, pero debe quedar claro que no sustituyen ni reemplazan la necesidad del
diálogo más personal y profundo que requiere del contacto físico, o al menos de la voz
de la otra persona.

El Concilio Vaticano II planteaba la necesidad de «una positiva y prudente educación


sexual» que llegue a los niños y adolescentes «conforme avanza su edad» y «teniendo
en cuenta el progreso de la psicología, la pedagogía y la didáctica», deberíamos
preguntarnos si nuestras instituciones educativas han asumido este desafío.

Es difícil pensar la educación sexual en una época en que la sexualidad tiende a


banalizarse y a empobrecerse, sólo podría entenderse en el marco de una educación
para el amor, para la donación mutua, de esa manera, el lenguaje de la sexualidad no
se ve tristemente empobrecido, sino iluminado.

Una educación sexual que cuide un sano pudor tiene un valor inmenso, aunque hoy
algunos consideren que es una cuestión de otras épocas, es una defensa natural de la
persona que resguarda su interioridad y evita ser convertida en un puro objeto, sin el
pudor, podemos reducir el afecto y la sexualidad a obsesiones que nos concentran sólo
en la genitalidad, en morbosidades que desfiguran nuestra capacidad de amar y en
diversas formas de violencia sexual que nos llevan a ser tratados de modo inhumano o
a dañar a otros.

Con frecuencia la educación sexual se concentra en la invitación a «cuidarse»,


procurando un «sexo seguro», esta expresión transmite una actitud negativa hacia la
finalidad procreativa natural de la sexualidad, como si un posible hijo fuera un enemigo
del cual hay que protegerse.

Así se promueve la agresividad narcisista en lugar de la acogida, es irresponsable toda


invitación a los adolescentes a que jueguen con sus cuerpos y deseos, como si
tuvieran la madurez, los valores, el compromiso mutuo y los objetivos propios del
matrimonio.

De ese modo se los alienta alegremente a utilizar a otra persona como objeto de
búsquedas compensatorias de carencias o de grandes límites. La educación de los
hijos debe estar marcada por un camino de transmisión de la fe, que se dificulta por el
estilo de vida actual, por los horarios de trabajo, por la complejidad del mundo de hoy
donde muchos llevan un ritmo frenético para poder sobrevivir, sin embargo, el hogar
debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de
la fe, a rezar y a servir al prójimo.

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