Trabajo Sobre Exhortación
Trabajo Sobre Exhortación
Una Encíclica es una carta que el papa escribe toda la Iglesia (como la Lumen Fidei) o
una epístola a un iglesia en particular (como la Non Abbiamo Bisogno de Pío XI, que
condenaba el fascismo italiano).
Y luego, penetrar en los treinta largos años donde Jesús se ganaba el pan trabajando
con sus manos, susurrando la oración y la tradición creyente de su pueblo y
educándose en la fe de sus padres, hasta hacerla fructificar en el misterio del Reino.
Los esposos son por tanto el recuerdo permanente para la Iglesia de lo que acaeció en
la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el
sacramento les hace partícipes».
El matrimonio es en primer lugar una «íntima comunidad conyugal de vida y amor»,
que constituye un bien para los mismos esposos, y la sexualidad «está ordenada al
amor conyugal del hombre y la mujer», por eso, también «los esposos a los que Dios
no ha concedido tener hijos pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana
y cristianamente». No obstante, esta unión está ordenada a la generación «por su
propio carácter natural».
El niño que llega «no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del
corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento», no aparece
como el final de un proceso, sino que está presente desde el inicio del amor como una
característica esencial que no puede ser negada sin mutilar al mismo amor.
Por eso, el amor puede ir más allá de la justicia y desbordarse gratis, «sin esperar nada
a cambio» (Lc 6,35), hasta llegar al amor más grande, que es «dar la vida» por los
demás ( Jn 15,13). ¿Todavía es posible este desprendimiento que permite dar gratis y
dar hasta el fin? Seguramente es posible, porque es lo que pide el Evangelio: «Lo que
habéis recibido gratis, dadlo gratis» (Mt 10,8).
El Evangelio invita más bien a mirar la viga en el propio ojo (cf. Mt 7,5), y los cristianos
no podemos ignorar la constante invitación de la Palabra de Dios a no alimentar la ira:
«No te dejes vencer por el mal» (Rm 12,21). «No nos cansemos de hacer el bien» (Ga
6,9).
Una cosa es sentir la fuerza de la agresividad que brota y otra es consentirla, dejar que
se convierta en una actitud permanente: «Si os indignáis, no llegareis a pecar; que la
puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo» (Ef 4,26). Por ello, nunca hay que
terminar el día sin hacer las paces en la familia, y, «¿cómo debo hacer las paces?
¿Ponerme de rodillas? ¡No! Sólo un pequeño gesto, algo pequeño, y vuelve la armonía
familiar. Basta una caricia, sin palabras. Pero nunca terminar el día en familia sin hacer
las paces».
El matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros. También Dios, en efecto, es
comunión: las tres Personas del Padre, Hijo y Espíritu Santo viven desde siempre y
para siempre en unidad perfecta. Y es precisamente este el misterio del matrimonio:
Dios hace de los dos esposos una sola existencia ».
Esto tiene consecuencias muy concretas y cotidianas, porque los esposos, « en virtud
del sacramento, son investidos de una auténtica misión, para que puedan hacer visible,
a partir de las cosas sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia,
que sigue entregando la vida por ella».
Es algo que se conquista, ya que todo ser humano «debe aprender con perseverancia
y coherencia lo que es el significado del cuerpo».
La vida virtuosa, por lo tanto, construye la libertad, la fortalece y la educa, evitando que
la persona se vuelva esclava de inclinaciones compulsivas deshumanizantes y
antisociales, asimismo, es indispensable sensibilizar al niño o al adolescente para que
advierta que las malas acciones tienen consecuencias. Hay que despertar la capacidad
de ponerse en el lugar del otro y de dolerse por su sufrimiento cuando se le ha hecho
daño, algunas sanciones (a las conductas antisociales agresivas) pueden cumplir en
parte esta finalidad.
Es importante orientar al niño con firmeza a que pida perdón y repare el daño realizado
a los demás, el encuentro educativo entre padres e hijos puede ser facilitado o
perjudicado por las tecnologías de la comunicación y la distracción, cada vez más
sofisticadas.
Cuando son bien utilizadas pueden ser útiles para conectar a los miembros de la familia
a pesar de la distancia,los contactos pueden ser frecuentes y ayudar a resolver
dificultades, pero debe quedar claro que no sustituyen ni reemplazan la necesidad del
diálogo más personal y profundo que requiere del contacto físico, o al menos de la voz
de la otra persona.
Una educación sexual que cuide un sano pudor tiene un valor inmenso, aunque hoy
algunos consideren que es una cuestión de otras épocas, es una defensa natural de la
persona que resguarda su interioridad y evita ser convertida en un puro objeto, sin el
pudor, podemos reducir el afecto y la sexualidad a obsesiones que nos concentran sólo
en la genitalidad, en morbosidades que desfiguran nuestra capacidad de amar y en
diversas formas de violencia sexual que nos llevan a ser tratados de modo inhumano o
a dañar a otros.
De ese modo se los alienta alegremente a utilizar a otra persona como objeto de
búsquedas compensatorias de carencias o de grandes límites. La educación de los
hijos debe estar marcada por un camino de transmisión de la fe, que se dificulta por el
estilo de vida actual, por los horarios de trabajo, por la complejidad del mundo de hoy
donde muchos llevan un ritmo frenético para poder sobrevivir, sin embargo, el hogar
debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de
la fe, a rezar y a servir al prójimo.