Articulo Diego Lozada

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Mi nombre es Diego Alejandro Lozada Rodríguez, graduado en el año dos mil tres

(2003). Trabajador social con estudios de maestría, docente universitario entre


otras cosas, pero sobre todo Escritor y creador de historias.
No es posible escribir sobre lo que fue el paso de mi vida por el colegio o intentar
remembrar algo de aquellos tiempos, sin recobrar la esperanza ni las ilusiones que
se crearon en él. Un sinfín de historias y anécdotas se levantan con sonrisas de un
lugar convertido en el segundo hogar.
Era una existencia sencilla, de conversaciones en el patio con amigos (algunos
olvidados por el paso del tiempo y otros separados por los caminos que la vida ha
dispuesto). Una época sin miedos, sin el temor al futuro. Un camino de
esperanzas repleto de sueños y preguntas por lo que nos depararía el destino.
Hoy diez y seis años después del último adiós a compañeros que acompañaron la
niñez y la adolescencia, muchos de ellos de quienes no soy capaz de recordar sus
rostros, nombres o apellidos y otros a quien por fortuna puedo llamar amigos y
hermanos se convierten en un mito de la historia de mi vida.
Imposible no recordar a profesores que llenaron con posibilidades las maletas del
éxito, aquellos que desde mil novecientos noventa (1990) hasta el dos mil tres
(2003) se ofrecieron para guiar el conocimiento, encontrando en muchos de ellos
una manera de entender la vida desde lo simple y lo sencillo: Leonardo Gutiérrez,
Gabriela Guerra, Joaquín, Zuleta (el químico), Marcos (con su tradicional cabeza
hombros, rodillas y pies o el juego de la lluvia con la palma de las manos), Liliana
(mi profe de matemáticas en primaria) Torres, Gloria (bioquímica), Víctor Tegua (el
filósofo), Efraín Moreno, Gallego, Maristy Gómez entre otros, a quienes llevo en
los recuerdos más preciados de mi historia.
Sin duda alguna no paso un solo día sin recordar lo feliz que era al llegar al
colegio y encontrarme con aquellos amigos que con un solo abrazo y unas
cuantas palabras entregaban lo suficiente para alegar el resto del día, y aunque
existían clases que siempre preferí no ver como: dibujo técnico, matemáticas,
trigonometría o física; hoy, después de tantos años debo reconocer que fueron
momentos conmemorables.
Recuerdo el periódico, lugar donde publiqué mis primeros cuentos y poemas, las
horas posteriores a la clase para la edición del mismo y las ventas en las
reuniones de padres de familia. Los torneos Intercursos que acaparaban la
atención de los estudiantes, las competencias Intercolegiados, sometiendo el
sueño para llegar a las siete de la mañana o después de las tres de la tarde en los
curiosos entrenamientos del equipo de baloncesto.
Hoy, aún trato de conservar aquello que fui en ese espacio, manteniendo vivo lo
que me hacia sentir especial y diferente, escenarios que recorro a través de la
palabra oral y escrita.
Siempre me pareció muy extraño el querer crecer, ser adulto pensando en
horarios de trabajo y mantener un fuerte conceso financiero, expectativas que en
ocasiones logran someter la libertad y desacreditar los sueños de la niñez.
Agradezco profundamente el hecho de mantener tan vivo el pequeño niño de
transición que ingresó sin saber leer y el joven que culminó sus estudios con la
idea clara de luchar por las ilusiones que se forjaron en ese trayecto. Aunque
aquellas metas parecieran alejadas de lo tradicional.
Extraño los horarios, el timbre del descanso, las enormes filas para comprar algo
en la cafetería y la audaz travesía que se debía emprender para evitar a los que
conocíamos como “gorreros”.
Hoy me siento agradecido profundamente por las enseñanzas, las tristezas,
alegrías, historias, anécdotas, regaños y demás circunstancias que se
entretejieron detrás de los muros del colegio. Encontrado siempre en esos
instantes, la fortaleza para continuar con el trayecto de mi vida.
Mil gracias y feliz cumpleaños.

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