5 - La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo

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La Iglesia, Cuerpo

místico de Cristo
La Iglesia, Cuerpo
místico de Cristo
La doctrina del Cuerpo místico de Jesucristo consta expresamente en las
fuentes de la divina revelación. En ella es San Pablo el que expone esta
verdad en la Primera Carta a los Corintios (12, 12-28 1.

“Porque así como el cuerpo es uno, mas tiene muchos miembros, y todos
los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, forman un mismo
cuerpo, así también Cristo. Pues todos nosotros fuimos bautizados en un
mismo Espíritu, para ser un solo cuerpo, ya judíos, ya griegos, ya esclavos,
ya libres; y a todos se nos dio a beber un mismo Espíritu. Dado que el
cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: porque no soy
mano, no soy del cuerpo, no por esto deja de ser del cuerpo. Y si dijere el
oído: porque no soy ojo, no soy del cuerpo, no por esto deja de ser del
cuerpo. Si todo el cuerpo fuera ojo ¿dónde estaría el oído? Si todo él fuera
oído ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha dispuesto los miembros,
cada uno de ellos en el cuerpo, como Él ha querido. Y si todos fueran un
mismo miembro ¿dónde estaría el cuerpo? Mas ahora son muchos los
miembros, pero uno solo el cuerpo. Ni puede el ojo decir a la mano: no te
necesito; ni tampoco la cabeza a los pies: no tengo necesidad de vosotros.
Muy al contrario, aquellos miembros que parecen ser más débiles, son los
más necesarios; y los que reputamos más viles en el cuerpo, los rodeamos
con más abundante honra; y nuestras partes indecorosas, las tratamos con
mayor decoro, en tanto que nuestras partes honestas no tienen necesidad
de ello; mas Dios combinó el cuerpo, de manera de dar decencia mayor a
lo que menos la tenía; para que no haya disensión en el cuerpo, sino que
los miembros tengan el mismo cuidado los unos por los otros. Por donde si
1
También está la parábola de la Vid y los sarmientos del Evangelio de San Juan:
“yo soy la vid, ustedes los sarmientos”
2
un miembro sufre, sufren con él todos los miembros; y si un miembro es
honrado, se regocijan con él todos los miembros. Vosotros sois, pues,
cuerpo de Cristo y miembros (cada uno) en parte”.

En torno a esta sublime doctrina expondremos tres puntos fundamentales:

1. La idea general de la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo.


2. Cristo, cabeza del Cuerpo místico.
3. El cristiano, miembro del cuerpo místico de Cristo.

1. Idea general de la Iglesia como Cuerpo místico


de Cristo
1- PRIMERA PARTE: La iglesia, Cuerpo místico de Cristo.

Cristo al venir a este mundo quiso constituir la Iglesia. Esto consta por
tres motivos: 1) Adán había sido creado en gracia, que se transmitiría a sus
descendientes. Pero pecó y manchó con el pecado original a todos los
hombres, haciéndoles perder aquel tesoro divino y, con él, el derecho a la
vida eterna. 2) Por este motivo, el Verbo de Dios tomó entonces la
naturaleza humana y nos ganó como a consanguíneos suyos, no sólo la
justificación, sino una inefable abundancia de gracias. 3) Estas gracias pudo
repartirlas por sí mismo al género humano, pero quiso hacerlo por medio
de una sociedad: esa es la Iglesia. A la cual Cristo instituyó para que
continuase con su obra salvadora.

La iglesia es el cuerpo místico de Cristo. La Iglesia es un cuerpo: uno,


indiviso, visible, orgánico y jerárquico. Por eso se ha de afirmar que la
Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo por un cuádruple motivo:

1. Porque Cristo es su fundador. Que comenzó a edificarla cuando


predicaba el Evangelio. Y la consumó en la cruz al abolir la vieja ley
y extender la Iglesia el día de Pentecostés.

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2. Porque Cristo es su cabeza.
a. Por razón de su excelencia como Hombre-Dios. Por ello,
porque es Hijo por naturaleza y no por adopción,
corresponde a él, antes que a otro, la principalía. Por eso
la Iglesia lleva el nombre de Cristo, porque debe ser
considerado como su cabeza.
b. POR RAZÓN DE LA PLENITUD Y PERFECCIÓN DE LOS
DONES CELESTIALES. PORQUE ASÍ COMO EN EL HOMBRE
EN SU CABEZA ESTÁN TODOS SUS SENTIDOS (VISTA,
TACTO, GUSTO, OÍDO Y OLFATO), MIENTRAS QUE EL EN
RESTO DEL CUERPO SOLO TENEMOS UN SENTIDO (EL
TACTO). ASÍ EN CRISTO SE ENCUENTRAN TODOS LOS
DONES, VIRTUDES Y GRACIAS.
c. POR RAZÓN DEL INFLUJO QUE EJERCE SOBRE LA IGLESIA,
AL ILUMINARLA Y SANTIFICARLA COMO AUTOR Y CAUSA
DE LA SANTIDAD.
3. Porque Cristo es su sustentador.
a. Por razón de su misión: pues es Él quien por la Iglesia
bautiza, enseña, gobierna, etc.
b. Por razón del Espíritu Santo, que es el alma del Cuerpo
místico y que Cristo concedió a la Iglesia como fuente de
todo don.
4. Porque Cristo es su salvador.
a. Salvador de todos,
b. Pero especialmente de los fieles y en cuya obra salvadora
podemos nosotros prestarle ayuda.

Por ello afirmamos que la Iglesia es un cuerpo místico. No físico, como el


nacido de María y oculto en la Eucaristía. En el cuerpo físico, cada parte no
goza de subsistencia propia; en el místico, cada miembro goza de su propia
personalidad. A su vez, en el cuerpo físico, los miembros tienen como
suprema finalidad sólo el bien del conjunto; en el místico, el fin último es
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el bien de cada uno de los miembros o personas. Tampoco, la Iglesia, es un
cuerpo moral. En el cuerpo moral el principio de unidad es el fin común y
la colaboración mutua bajo una autoridad (por ejemplo una nación); en el
místico se da un nuevo elemento sobrenatural e infinito (el Espíritu
Santo) que actúa como principio de unidad. Por eso la Iglesia supera
inmensamente a toda otra sociedad puramente natural, aunque ésta
reconozca a Dios como autor. Porque el Señor dice: “Yo soy la vid y
vosotros los sarmientos…” la vida de Cristo, su sangre, corre por
nosotros, penetra en nosotros. Y esta vivificación de la cabeza en sus
miembros solo se da en un cuerpo místico y físico, pero nunca en un
cuerpo moral.

Por consiguiente es un error lo que muchos dicen, que la Iglesia es una


simple creación humana.

2. SEGUNDA PARTE: unión de los fieles con Cristo. La unión de


Cristo y de los fieles se compara en la Escritura:
a. A la del vínculo matrimonial (Ef. 5, 22-23): “Las mujeres sujétense
a sus maridos como al Señor, porque el varón es cabeza de la
mujer, como Cristo cabeza de la Iglesia, salvador de su cuerpo”.
b. A la de los sarmientos y la vid (Jn 15, 1-5): “Yo soy la vid
verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que, estando
en Mí, no lleva fruto, lo quita, pero todo sarmiento que lleva fruto,
lo limpia, para que lleve todavía más fruto. Vosotros estáis ya
limpios, gracias a la palabra que Yo os he hablado. Permaneced en
Mí, y Yo en vosotros. Así como el sarmiento no puede por sí mismo
llevar fruto, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en Mí”.
c. A la del organismo de nuestro cuerpo (Ef. 4, 16): “De Él todo el
cuerpo, bien trabado y ligado entre sí por todas las coyunturas que
se ayudan mutuamente según la actividad propia de cada
miembro, recibe su crecimiento para ir edificándole en el amor”.

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d. A la unión inefable del Padre y del Hijo (Jn 17, 21-23): “a fin de
que todos sean uno, como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti, a fin de que
también ellos sean en nosotros, para que el mundo crea que eres
Tú el que me enviaste. Y la gloria que Tú me diste, Yo se la he dado
a ellos, para que sean uno como nosotros somos Uno. Yo en ellos y
Tú en Mí, a fin de que sean perfectamente uno, y para que el
mundo sepa que eres Tú quien me enviaste y los amaste a ellos
como me amaste a Mí”.

3- TERCERA PARTE: Exhortación a amar a la Iglesia.


 CON AMOR SÓLIDO. Amando no sólo los sacramentos y las
solemnidades litúrgicas, sino los mismos sacramentales y los
diversos ejercicios de piedad. Observando sus mandamientos
como un camino hacia Dios. Y amando a todos los miembros de la
Iglesia, aunque algunos sean indignos y pecadores.
 Viendo a Cristo en la Iglesia. No solo en el Papa, los obispos y los
sacerdotes, sino también en todos los fieles, especialmente en los
enfermos, en los heridos, en los débiles, en los niños y en los
pobres.
 Imitando el amor de Cristo a la Iglesia.
 Padeciendo con Cristo. Supliendo con ello a lo que falta a su
dolorosa pasión en pro de su Cuerpo místico, que es la Iglesia (Cf.
Col. 1, 24). Él ganó tesoros infinitos, pero la distribución de estos
tesoros depende no poco de nuestras mortificaciones y de
nuestras buenas obras. Por eso debemos levantar nuestros ojos al
cielo y ofrecer a Dios nuestros dolores, enfermedades,
persecuciones, angustias, calamidades de todo orden, etc. Por el
bien de todo el Cuerpo místico y de la humanidad entera.

Invocación final a María, Madre de la Iglesia. La Santísimas Virgen María


tiene una relación especialísima con el Cuerpo místico de Cristo:

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 Ella Dio su consentimiento, en representación de todo el género
humano, a la encarnación del Verbo, uniendo al Hijo de Dios con la
naturaleza humana.
 Ella dio a luz a Cristo, cabeza del Cuerpo místico.
 Ella presentó al recién nacido a los judíos y gentiles como Profeta,
Rey y Sacerdote.
 Ella consiguió de Cristo el primer milagro en las bodas de Caná, en
virtud del cual sus discípulos creyeron en Él.
 Ella ofreció a Cristo en el Calvario por los pecados de los hombres,
conquistando por un nuevo título de dolor y de gloria la
maternidad espiritual sobre todos los miembros de Cristo.
 Ella consiguió que el Espíritu Santo se comunicada con dones
prodigiosos a la Iglesia el día de Pentecostés.
 Ella, en fin, como Reina de los mártires, sufrió inmensos dolores y
más que todos los fieles: “cumplió lo que resta padecer a Cristo en
pro de su Cuerpo místico, que es su Iglesia” (Col. 1, 24).

2. Cristo, cabeza del cuerpo místico.


Jesucristo es la cabeza del Cuerpo místico que es su Iglesia. Consta
expresamente en la divina revelación: “a Él sujetó todas las cosas bajo sus
pies y le puso por cabeza de todas las cosas en la Iglesia, que es su cuerpo”
(Eph. 1, 22-23).

La prueba de razón de este argumento la da Santo Tomás en la q.8, a.1 de


la tercia pars de la Suma. Allí el Santo Doctor se pregunta: “Si a Cristo, en
cuanto que es hombre, le compete ser la cabeza de la Iglesia” Responde
por medio de una analogía con el orden natural. Dice que: “así como se
dice que la Iglesia es un cuerpo místicos por la semejanza que se encuentra
en el cuerpo natural, en cuanto que diversos miembros tienen diversas

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funciones; así se dice que Cristo es la cabeza de la Iglesia por la semejanza
que hay respecto de la cabeza del cuerpo humano”.

En efecto, en la cabeza humana podemos considerar tres cosas: orden,


perfección y virtud (fuerza).

1. Orden, porque la cabeza es la primera parte del cuerpo


comenzando por la parte más elevada. De allí que se acostumbre
llamar a todo principio “cabeza”. Por eso a Cristo le corresponde
la primacía del orden, ya que es Él “el primogénito entre muchos
hermanos” (Rm. 8, 29); y ha sido constituido en el cielo: “por
encima de todo principado, potestad, virtud y dominación y de
todo cuanto tiene nombre, no solo en este siglo, sino también en
el venidero” (Ef. 1, 21), a fin de que: “tenga la primacía sobre todas
las cosas” (Col. 1, 18). En efecto, a Cristo le corresponde la
primacía de orden por cuanto que él está más cerca de Dios
Padre que nosotros.
2. Perfección, porque la cabeza se encuentran, confluyen, todos los
sentidos internos y externos. A Cristo le corresponde la perfección,
sobre todos los demás, ya que se encuentra en Él la plenitud de
todas las gracias, según aquello de san Juan (1, 14): “lo hemos
visto lleno de gracia y de verdad”.
3. Virtud (fuerza), porque la fuerza de aquí se extiende a los demás
miembros y gobierna los actos de cada uno de ellos. A Cristo,
finalmente, le corresponde esta virtud, esta fuerza motiva y
regente sobre sus miembros, por ser él la cabeza de todos los
miembros de la Iglesia: “de su plenitud todos hemos recibido
gracia sobre gracia” (Io 1, 16)

Esta triple perfección de Cristo como cabeza de la Iglesia queda recogida


en la carta del Apóstol San Pablo a los Cristianos de Colosa (1, 18-20):

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De tres modos se dice que Cristo es la cabeza de su cuerpo que es la
Iglesia:

1. Por la dignidad, por cuanto que compartió con nosotros su


naturaleza humana, pero en ella la gracia sobreabundo, por
cuanto que de su plenitud todos hemos recibido.
2. Por su potestad gubernativa, por cuanto que en la Iglesia
encontramos un orden de unidad en cuanto que sus miembros se
ordenan mutuamente y ayudan mutuamente en Dios.
3. Por razón de su causalidad (influentiae), puesto que Cristo
continúa su acción benéfica en ella por medio del Espíritu Santo, el
cual siendo uno une y llena a toda la Iglesia.

3. El cristiano, miembro del Cuerpo místico de


Cristo
Para comenzar hemos de decir que son tres las condiciones que se
requieren para ser plenamente miembro del Cuerpo místico de Cristo:
estar bautizado, profesar íntegramente la fe católica y no haberse
separado de la Iglesia. Y detalla el Concilio Vaticano II:

“A esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes,


poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y
todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible
están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los
obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del
gobierno y comunión eclesiástica. No se salva, sin embargo, aunque esté
incorporada a la Iglesia, quien, no perseverando en la caridad, permanece
en el seno de la Iglesia <en cuerpo>, pero no <en corazón>. Pero no
olviden todos los hijos de la Iglesia que su excelente condición no deben
atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la

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que, si no se responden con pensamiento, palabra y obras, lejos de
salvarse, serán juzgados con mayor severidad (Lc. 12, 48)”.

En la Iglesia todo es social y colectivo. Todo cuanto de bueno o de malo


haga o deje de hacer el cristiano repercute inevitablemente en toda la
Iglesia para aumentar o disminuir su propia vitalidad sobrenatural. De
manera semejante a como una sola gota de agua que se añada o se quite
hace subir o bajar el nivel de una serie de vasos comunicantes, cualquier
acto de virtud (por insignificante y pequeño que sea) realizado por un
cristiano hace subir el nivel sobrenatural de toda la Iglesia; lo mismo que
cualquier pecado de omisión (por pequeño y venial que sea) disminuye y
recorta algo de aquella vida divina que Cristo nos mereció con su sangre
preciosa y que circula incesantemente por las venas de la Iglesia. Gran
misterio es este, tan sublime en su aspecto positivo, como tremendo en
su aspecto negativo2.

El cristiano debería tener constantemente ante sus ojos esta proyección


social inherente a todos sus actos para regular por ella las actividades de
toda su vida. Nada debería alejarnos tan radicalmente del pecado como
la consideración del daño que con él inferiríamos a toda la Iglesia, y
pocas ideas deberían impulsarnos a procurar con tanto empeño nuestra
propia santificación como el pensamiento de que con ella aumentaremos
la energía sobrenatural de todo el Cuerpo místico de Cristo.

Esta proyección social de la Iglesia, sin embargo, no anula, en modo


alguno, a la personalidad individual. Porque así como en el organismo
corporal cada uno de los miembros contribuye y colabora al bien de todo
el cuerpo, pero conservando su autonomía funcional propia (v.gr., el
corazón impulsando la sangre, los pulmones respirando, etc.); de manera
semejante el cristiano, como miembro del Cuerpo místico de Cristo, ha de
2
Pesemos muy bien en esto, Dios nos podría decir: “de tu santidad depende la
salvación de tu padre, de tu madre, de tu esposo, de tu esposa… ¿qué haríamos
ante la posibilidad de pecar o no?
10
contribuir al bien de toda la Iglesia conservando y perfeccionando su
propia personalidad individual. Ello quiere decir que ha de trabajar, ante
todo y sobre todo, en su propia santificación individual, como condición
indispensable y medio más necesario para influir sobrenaturalmente sobre
todo el conjunto de la Iglesia.

Sería un grave error, en efecto, sacrificar la propia e individual santificación


so pretexto de entregarse de lleno al servicio del prójimo. Una actividad
apostólica tan intensa y trepidante que nos obligara, por ejemplo, a
suprimir nuestra vida de oración o reducirla a límites demasiado estrechos,
sería de consecuencias muy funestas no sólo con relación a nosotros
mismos, sino incluso con relación a toda la Iglesia. Es preciso proclamar
con fuerza estos principios, que, por desgracia, se echan en olvido con
demasiada frecuencia, entre la agitación y el torbellino de una actividad
apostólica demasiado indiscreta y febril. El ejercicio del apostolado (que
obliga a todo cristiano sin excepción)3, no nos autoriza a olvidarnos de
nosotros mismos, ni debe dispensarnos jamás del ejercicio de la oración
callada y soilitaria, del trato íntimo y sosegado con Dios, sin el cual es del
todo imposible la perfección y la santidad. POR LO DEMÁS, NUNCA
SEREMOS TAN ÚLTILES AL PRÓJIMO Y A LA TODA LA IGLESIA DE CRISTO
COMO CUANDO TRATEMOS EN SERIO DE INCREMENTAR NUESTRA VIDA
DE ORACIÓN Y DE TRATO ÍNTIMO CON DIOS.

3
CVII, Constitución dogmática sobre la Iglesia, n.17: “La responsabilidad de
diseminar la fe incumbe a todo discípulo de Cristo en su parte”.
11
 Textos del Catecismo de la Iglesia Católica
 "MIRA, SEÑOR, LA FE DE TU IGLESIA"

168 La Iglesia es la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi


fe. La Iglesia es la primera que, en todas partes, confiesa al Señor y con
ella y en ella somos impulsados y llevados a confesar también : "creo",
"creemos". Por medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva en Cristo
por el bautismo. En el Ritual del bautismo se pregunta: "¿Qué pides a la
Iglesia de Dios?" Y la respuesta es: "La fe". "¿Qué te da la fe?" "La vida
eterna".

169 La salvación viene solo de Dios; pero puesto que recibimos la vida de
la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre: "Creemos en la Iglesia
como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia como si
ella fuese el autor de nuestra salvación". Porque es nuestra madre, es
también la educadora de nuestra fe.

171La Iglesia, que es "columna y fundamento de la verdad" (1 Tim 3,15),


guarda fielmente "la fe transmitida a los santos de una vez para siempre"
(Judas 3). Ella es la que guarda la memoria de las Palabras de Cristo, la que
transmite de generación en generación la confesión de fe de los Apóstoles.
Como una madre que enseña a sus hijos a hablar y con ello a comprender
y a comunicar, la Iglesia, nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe
para introducirnos en la inteligencia y la vida de la fe.

 Tres son las notas características de la Iglesia: Una, Santa,


católica y apostólica…

LA IGLESIA ES SANTA

823"La fe confiesa que la Iglesia... no puede dejar de ser santa. En efecto,


Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama 'el
solo santo', amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó por ella para
santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del

12
Espíritu Santo para gloria de Dios" (LG 39). La Iglesia es, pues, "el Pueblo
santo de Dios" (LG 12), y sus miembros son llamados "santos" (cf Hch 9,
13; 1 Co 6, 1; 16, 1).

824La Iglesia, unida a Cristo, está santificada por Él; por Él y con Él, ella
también ha sido hecha santificadora. Todas las obras de la Iglesia se
esfuerzan en conseguir "la santificación de los hombres en Cristo y la
glorificación de Dios" (SC 10). En la Iglesia es en donde está depositada "la
plenitud total de los medios de salvación" (UR 3). Es en ella donde
"conseguimos la santidad por la gracia de Dios" (LG 48).

825"La Iglesia, en efecto, ya en la tierra se caracteriza por una verdadera


santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). En sus miembros, la
santidad perfecta está todavía por alcanzar: "Todos los cristianos, de
cualquier estado o condición, están llamados cada uno por su propio
camino, a la perfección de la santidad, cuyo modelo es el mismo Padre"
(LG 11).

826 La caridad es el alma de la santidad a la que todos están llamados:


"dirige todos los medios de santificación, los informa y los lleva a su fin"
(LG 42): Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por
diferentes miembros, el más necesario, el más noble de todos no le
faltaba, comprendí que la Iglesia tenía un corazón, que este corazón
estaba ARDIENDO DE AMOR. Comprendí que el Amor solo hacía obrar a
los miembros de la Iglesia, que si el Amor llegara a apagarse, los
Apóstoles ya no anunciarían el Evangelio, los Mártires rehusarían verter
su sangre... Comprendí que EL AMOR ENCERRABA TODAS LAS
VOCACIONES. QUE EL AMOR ERA TODO, QUE ABARCABA TODOS LOS
TIEMPOS Y TODOS LOS LUGARES... EN UNA PALABRA, QUE ES ¡ETERNO!
(Santa Teresa del Niño Jesús, ms. autob. B 3v).

827 "Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha, no conoció el


pecado, sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia,
13
abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre
necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación"
(LG 8; cf UR 3; 6). Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros,
deben reconocerse pecadores (cf 1 Jn 1, 8-10). En todos, la cizaña del
pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio
hasta el fin de los tiempos (cf Mt 13, 24-30). La Iglesia, pues, congrega a
pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías de
santificación:

La Iglesia es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores; porque


ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros,
ciertamente, si se alimentan de esta vida se santifican; si se apartan de
ella, contraen pecados y manchas del alma, que impiden que la santidad
de ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por
aquellos pecados, teniendo poder de librar de ellos a sus hijos por la
sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo.

828 Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que


esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la
fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de
santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles
proponiendo a los santos como modelos e intercesores (cf LG 40; 48-51).
"Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en
las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia" (CL 16, 3). En
efecto, "la santidad de la Iglesia es el secreto manantial y la medida
infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero" (CL 17, 3).

829 "La Iglesia en la Santísima Virgen llegó ya a la perfección, sin mancha


ni arruga. En cambio, los creyentes se esfuerzan todavía en vencer el
pecado para crecer en la santidad. Por eso dirigen sus ojos a María" (LG
65): en ella, la Iglesia es ya enteramente santa.

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