2 La Adivinación Antigua en La Historia Del Pensamiento

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2.

La adivinación antigua en la historia del pensamiento

occidental

El interés por la adivinación antigua se reconoce en Occidente ya en

los mismos escritos de los Padres de la Iglesia, y a partir de ahí se extiende

sin solución de continuidad hasta nuestro presente. Claro está que a lo largo

de todo este tiempo ese interés se ha manifestado de muy diversas maneras y con fines muy
distintos. En términos generales se puede decir que los

observadores occidentales cultos o vinculados a las instituciones de poder

han adoptado tradicionalmente actitudes abiertamente negativas, cuando no

hostiles, hacia la adivinación antigua (o de otras épocas), movidos generalmente por determinadas
consideraciones de orden religioso, moral, filosófico o cultural imperantes en sus respectivas
épocas. No es menos cierto, sin

embargo, que frente a una crítica pública generalizada de los integrantes de

estos sectores sociales hacia la adivinación clásica, se reconoce por su parte

no ya sólo un interés en su estudio de forma privada, sino incluso el recurso

mismo a su práctica en determinados momentos de la vida oficial, lo que

no deja de ser una auténtica paradoja. En cualquier caso, la aceptación de la

‘normalidad’ de la adivinación en las estructuras mentales y en las prácticas

colectivas e individuales de las sociedades antiguas, premisa irrenunciable

para su estudio científico, es una adquisición metodológica relativamente

reciente de las disciplinas humanísticas y las Ciencias Sociales, pues no se

aprecia en la literatura especializada más que a partir de la segunda mitad

del siglo XX.

La posición oficial de la Iglesia y los poderes públicos ante la adivinación en la Edad Media queda
bien reflejada en el tratado teológico de Tomás

de Aquino Summa theologiae(1266-1273). El filósofo dominico dedicó allí


un capítulo específico a la “superstición adivinatoria” (II, II, quaest. 95), analizando el problema y
sus causas y estableciendo finalmente el carácter irracional y pecaminoso de la pretensión
humana de conocer el futuro (que es

una capacidad únicamente reconocida a la divinidad). La misma rotunda

condena a todas las formas de adivinación, entendidas como invocaciones de

los demonios, se encuentra en el Malleus maleficarum(I, quaest. 16 [1486]),

el ‘manual’ de la Inquisición contra toda forma de poder maléfico.

En el gran retrato de la condición humana que propone Dante en su

Divina Comedia(c. 1308-1321) se juzga también severamente la figura del

adivino clásico, siguiendo la misma línea de pensamiento establecida por la

Iglesia. Obsérvese en este pasaje que el carácter del suplicio de los condenados en el Infiernoestá
en relación con su falta. Al mítico adivino griego

Anfiarao se lo castiga desplazándole la cabeza hacia atrás por el ‘pecado’ de

haber querido ver demasiado adelante para averiguar el futuro:

«Alza la frente y mira de este lado / al que ante Tebas se tragó la tierra; /

gritábanle: “¿Dó te hundes desalado, / Anfiarao? ¿Por qué dejas la guerra?”

/ Y cayó sin parar, todo derecho, / hasta Minos, que a todo el mundo aferra.

/ Mira su espalda convertida en pecho: / pues quiso en demasía ver avante, / mira y anda hacia
atrás el contrahecho» (Infierno, XX, 31-39; trad. A.

Echeverría [Alianza] 1995).

Estas condenas públicas de la adivinación durante el medievo contrastan sensiblemente con la


continuidad de dichas prácticas a lo largo de

casi todo el periodo, incluso en el seno de la propia Iglesia. Se recordará

que las primeras comunidades cristianas adoptaron y adaptaron ciertas formas de adivinación
clásica (Barns 1911), particularmente las ‘suertes’, que se

mantuvieron en uso largo tiempo en los ambientes oficiales en general y los

eclesiásticos en particular. Los mismos apóstoles escogieron al sucesor de

Judas por sorteo (Act. 1, 26) y reyes, gobernantes, hombres y mujeres de Dios
consultaban en época medieval las sortespara tomar decisiones trascendentales o aventurar
sucesos futuros. Para las consultas se usaba bien la Biblia,

que se abría al azar (y de ahí el nombre de sortes biblicae), bien colecciones

de oráculos o respuestas que se elegían por sorteo según determinados procedimientos (sortes
sanctorum)

. La primera de estas formas tiene un claro

precedente romano en las “suertes virgilianas” (sortes Vergilianae), en las que

eran los textos de Virgilio los que se abrían al azar, y la segunda paralelos precisos en
determinadas formas de consulta oracular conocidas por los

griegos (véase capítulo 4.3.1.).

Pero no son sólo las suertes las prácticas adivinatorias de tradición

antigua que se mantuvieron durante esta época. Entre los nobles castellanos

de la Alta Edad Media persistía aún cierta forma de consulta auspicial de

clara raigambre romana (véase capítulo 4.4.2.), empleada en los mismos contextos públicos que
en la propia Roma, es decir, antes de emprender acciones

bélicas o adoptar decisiones de grave trascendencia. En el propio Cantar de

Mio Cid(c. 1200) se presenta a Ruy Díaz, su protagonista, como experto

consultor de las aves:

«Allí piensan de aguijar, allí sueltan las riendas. / A la exida de

Bivar ovieron la corneja diestra / e entrando a Burgos oviéronla

siniestra. / Meció mio Cid los ombros e engrameó la tiesta: / -

¡Albricia, Álbar Fáñez, ca echados somos de tierra! -» (I, 10; ed. de

A. Montaner [RAE], 2011)

La recuperación de la Antigüedad Clásica que proclamaba el

Renacimiento europeo promovió un renovado interés por la adivinación antigua, del que dan
buena cuenta los 59 manuscritos producidos en el siglo
XV conteniendo el tratado ciceroniano Sobre la adivinacióno las 56 ediciones publicadas en el siglo
siguiente de esta misma obra (un esfuerzo editorial sin precedentes que sólo se igualaría en el
siglo XIX [Pease 1920-23:

422-452]). Los resultados de este interés fueron naturalmente muy diversos

Así, Pico della Mirandola teorizaba en su De rerum praenotione(1506) sobre

los posibles beneficios prácticos de determinadas formas de conocimiento

del futuro, que habrían de distinguirse de otras ciertamente banales o ilícitas. El severo teólogo
protestante Kaspar Peucer, por su parte, reunió una

gran cantidad de información dispersa en la tradición literaria para componer un gran tratado
crítico sobre los géneros de la adivinación grecolatina

(Commentarius de praecipuis divinationum generibus[1553]), en el que se

alternan los modernos métodos de la erudición anticuaria con la condena

ciega y severa de la Iglesia más ortodoxa. En una línea más moderada, un

gran estudioso de la naturaleza humana, Michel de Montaigne, aceptaba tácitamente en uno de


sus ensayos, “Los pronósticos” (I, 11 en la ed. póstuma

de 1595 a cargo de M. de Gournay), la doctrina de la Iglesia Católica ante las

prácticas adivinatorias (antiguas y contemporáneas) al considerarlas artes

vanas y sin provecho alguno. Escribiendo en los difíciles años de las guerras

de religión y las sangrientas persecuciones contra los hugonotes en Francia,

adoptar una postura conservadora era la mejor garantía para mantenerse

libre de toda sospecha.

Los ‘anticuarios’ de los siglos XVI y XVII desarrollaron también su

particular proyecto académico centrado en la Antigüedad Clásica, aunque

ahora trabajando fundamentalmente sobre las instituciones civiles, militares y religiosas de


griegos y romanos (sus ‘antigüedades’, como se entendía

entonces), en el que también tuvieron su lugar las prácticas adivinatorias.


Las principales disertaciones en este último ámbito fueron compiladas en

los volúmenes VII y V del Thesaurus Antiquitatum Graecarum(1697-1702)

y el Thesaurus Antiquitatum Romanarum(1694-1699) respectivamente,

editados por los grandes eruditos holandeses Jakob Gronov(ius) y Johann

Georg Graeve(ius). El autor más prolífico fue sin duda el jesuita Julius Caesar

Bulengerus, que trató sobre los oráculos griegos (De oraculis et vatibus liber), la práctica auspicial
romana (De auguriis et auspiciis) y los prodigios

(De prodigiis). En estos estudios aparecen ya presentadas un buen número

de cuestiones fundamentales con un importante apoyo documental, si bien

los resultados obtenidos pudieran parecer limitados en la actualidad por la

aplicación de un método de trabajo aún poco refinado. En su favor se añadirá

que en todos ellos predomina el tono académico frente a la crítica por motivos religiosos o
culturales.

La ‘Edad de la Razón’, orgullosa en su cuestionamiento de todas las

creencias e ideas ajenas a la ‘razón ilustrada’, ha dejado ejemplos notables de

incomprensión de la adivinación clásica. Así el holandés Anton Van Dale

publicó en 1683 dos eruditas disertaciones latinas contra los ‘errores’ de los

Padres de la Iglesia acerca de la naturaleza de los ‘oráculos de los antiguos’

(De oraculis veterum ethnicorum dissertationes duae), a la par que pretendía

demostrar que éstos no eran más que meros artificios de los ‘sacerdotes paganos’. Sus tesis y
argumentos serían popularizados algunos años más tarde

por Bernard de Fontenelle, al adoptarlos en su Histoire des oracles (1687).

Allí el ilustre miembro de la Academia de las Ciencias de París, ‘cartesiano’

convencido, insistía en el carácter fraudulento de las respuestas oraculares y

la manipulación e impostura de los sacerdotes que atendían los santuarios.

Más allá fue aún Voltaire, quien en la Philosophie de l’histoire(1765) consideraba todas las
prácticas adivinatorias burdas especulaciones motivadas
por la superstición e ignorancia o promovidas por intereses personales

. Su

discurso contra tales ‘desviaciones’ está cargado de malicia e ironía:

«Las adivinaciones, los augurios, eran especies de oráculos y son, según

creo, más antiguos... Pero ¿quién inventó este arte? El primer pícaro que

dio con un imbécil... Cuando casi toda la Tierra estaba cubierta de orácu-

los, hubo unas solteronas que, sin estar adscritas a ningún templo, se dedicaron a profetizar por
cuenta propia» (XXXI-XXXII; trad. M. Caparrós

[Tecnos] 1990).

En el mismo siglo XVIII se gestó igualmente la desafortunada asociación entre adivinación y


primeras y más rudimentarias capacidades intelectuales del hombre que tan intensamente
desarrollarían los estudiosos

de la centuria siguiente (sobre todo a partir de la difusión de los principios

de la antropología evolucionista). Giambattista Vico proponía en Principi di

Scienza Nuova(1744

, II, I, 1), su gran obra de indagación en los orígenes

y la naturaleza de la Humanidad, explicar el nacimiento de la adivinación

como una creación de la más primitiva forma de entendimiento humano, la

«sapienza poetica».

Los sociólogos y antropólogos evolucionistas anglosajones de la segunda mitad del siglo XIX
determinaron que la adivinación, como el resto de

las ‘ciencias ocultas’ (magia, brujería...), era practicada colectivamente sólo

por las ‘razas mas primitivas’, por lo que la vincularon a formas de pensamiento ‘salvajes o
bárbaras’, propias, en definitiva, de lo que se consideraba

estadios culturales muy simples. La obra de Edward Tylor (I, 1873


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: 112-159)

es probablemente el mejor ejemplo de esta forma de acercamiento a la adivinación y, en todo


caso, gozó de una autoridad enorme y su influencia pronto

se dejó sentir en los estudios de historiadores y filólogos de finales del siglo

XIX y primeras décadas del XX. De esta manera, en el reconocido Dictionary

of Greek and Roman Antiquities, editado por William Smith (1875: 416), se

lee la siguiente afirmación sobre la adivinación:

«La convicción de que los designios de la voluntad divina eran revelados

ocasionalmente por la misma divinidad, o podían ser descubiertos por

ciertos individuos, la desarrollaron los pueblos clásicos de la Antigüedad

(en común con otros pueblos) antes de alcanzar cierto grado de desarrollo

intelectual».

Muy significativa igualmente es la opinión del latinista Herbert J.

Rose (1911: 775), comenzada ya la segunda década del siglo XX:

«Pensadores antiguos y modernos han denunciado y expuesto repetidamente su falacia [de la


adivinación]; aún así es practicada en todo el mundo

por las razas más retrógradas de la humanidad y por los miembros más

incultos de los pueblos civilizados. Incluso en las grandes religiones los adivinos, como otros
magos, siguen proliferando, aunque sus artes no forman

parte de los ritos y creencias principales y a pesar de que son denunciados

frecuentemente por los líderes de la religión. Como otras pseudo-ciencias,

la adivinación se fundamenta en convicciones muy antiguas y extendidas,

heredadas de los estadios más bajos de la cultura...».

Pero este mismo siglo XIX impregnado de prejuicios culturales sobre

la adivinación de las sociedades tradicionales alumbró también al más grande y sensible


historiador de la adivinación antigua de nuestra época, Auguste
Bouché-Leclercq. La introducción a su monumental Histoire de la divination

dans l’Antiquité(París, 1879-1882) es una declaración bien elocuente de la

orientación de la investigación (I: 5-6):

«No se sabría estimar suficientemente la influencia que ejerció sobre las

sociedades antiguas la creencia en la adivinación… Podemos juzgarla por

el vigor que debió tener una fe tal en los tiempos donde, en lugar de ser

ridiculizada como una superstición, era profesada por los gobiernos, representada por
instituciones veneradas, alabada por los poetas, demostrada por los filósofos y practicada por
todos… El estudio previo que vamos

a emprender, antes de abordar las cuestiones de detalle, está destinado a

demostrar que los principios sobre los que reposa y las consecuencias que

entraña [la adivinación] no son en absoluto esas prácticas absurdas que se

llevan a cabo con una sonrisa».

Con esta obra, todavía hoy de consulta imprescindible, el sabio francés no sólo consiguió
demostrar la importancia de las prácticas adivinatorias

en las sociedades antiguas, sino que abrió a la comunidad científica un nuevo

La renovación teórico-metodológica que desde mediados del siglo

XX están experimentando las Humanidades y las Ciencias Sociales ha promovido ciertamente un


cambio radical en la percepción de la adivinación en

general y la antigua en particular, limitando los juicios morales y las posturas

anacrónicas e impulsando los análisis cuidadosos de las especificidades históricas y culturales. Es


éste evidentemente el contexto intelectual que ampara

este pequeño estudio sobre la Adivinación y Astrología en el Mundo Antiguo.

Pero al margen de los ambientes estrictamente académicos, todavía en nuestra sociedad


occidental se mantienen ciertos prejuicios sobre la adivinación

antigua. Se me permitirá citar en favor de esta tesis, por su popularidad,

uno de los mejores cómics europeos y ejemplo significativo de la recepción

de la Antigüedad en nuestra época, Astérix el Galo (Astérix le Gaulois). El


volumen19 de la genial creación de René Goscinny y Albert Uderzo se titula

precisamente El adivino, y en él (especialmente pág. 9 de la edición española)

si insinúa abiertamente el carácter fraudulento y picaresco de la adivinación

y de quienes la encarnan, en una línea no muy distinta (aunque mucho más

simpática) de un Fontenelle o un Voltaire. También los académicos de nuestra lengua aceptan y


fijan ciertas acepciones para determinados vocablos que

remiten a esos prejuicios residuales que aún permanecen en nuestro mundo

sobre la adivinación clásica. En la última edición (2001

22

) del DRAEse leen

las siguientes definiciones (la cursiva es mía):

s.v. adivinar. «Predecir lo futuro o descubrir lo oculto, por medio de agüeros o sortilegios».

s.v. agüero. «Procedimiento o práctica de adivinación utilizado en la

Antigüedad y en diversas épocas por pueblos supersticiosos... ».

s.v.sortilegio. «Adivinación que se hace por suertes supersticiosas».

s. v.superstición. «Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón».

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