Marlowe and Shakespeare - Eusebio de Lorenzo
Marlowe and Shakespeare - Eusebio de Lorenzo
Marlowe and Shakespeare - Eusebio de Lorenzo
RESUMEN
Este artículo-reseña tiene por objeto evaluar la vigencia y el vigor intelectual que el Nuevo Histori-
cismo sigue intentando mantener al comienzo del nuevo milenio. Pese a ser un movimiento crítico que
comenzó su andadura al principio de la década de 1980, las recientes publicaciones de Stephen Gre-
enblatt y de David Riggs demuestran el continuo interés de esta corriente crítica por seguir exploran-
do el texto Renacentista como el producto inevitable de la tensión continua entre las energías sociales
dentro del marco ideológico de la Inglaterra isabelina. Dicho marco se revisa cuidadosamente en los
dos volúmenes, prestando atención a las instituciones isabelinas (el teatro, el medio urbano, la religión,
o el sistema educativo) que configuran la imaginación tanto de Shakespeare como de Marlowe.
El Nuevo Historicismo se reinventa a sí mismo en publicaciones como las aquí reseñadas, que com-
binan los fundamentos ya clásicos de esta corriente crítica con un formato divulgativo, y no por ello
menos científico, que busca impulsar sus resultados más allá del ámbito académico. Los fundadores
del Nuevo Historicismo se han transformado paulatinamente en líderes de la crítica estadounidense,
ubicándose en posiciones estratégicas de influencia en universidades y editoriales.
ABSTRACT
This article reviews the contents of two recent biographical studies of William Shakespeare and Chris-
topher Marlowe written from a New Historicist perspective. The article discusses New Historicism
and its principles as they are applied in these studies. The authors, Stephen Greenblatt and David
Riggs, offer invaluable insights into the literary text as the repository of the social energies which cir-
culated in the ideological domain of Elizabethan England. Such energies, operating upon the creative
imagination of both Shakespeare and Marlowe, are visible not only in their plays or poems, but also
in the institutions (the theater, the City, the church, the school or the university) where the authors lived.
Therefore, both books present imaginative and profound accounts of Elizabethan society, undersco-
ring the exposure of the artistic mind to that world.
These publications demonstrate the more than active role that New Historicists have had in the US aca-
demic world for the past two decades. Even though these studies undoubtedly follow a scholarly, cri-
tical perspective based on extensive textual research, their format and style turn them into informati-
ve treatises addressed to an audience broader than the scholarly world.
SUMARIO: 1. Una vez más, el Nuevo Historicismo. 2. Diálogos entre Stephen Greenblatt y William
Shakespeare. 3. Christopher Marlowe: autor, hereje, espía. 4. Conclusión.
RIGGS, DAVID (2004). The World of Christopher Marlowe. New York: Henry
Holt. 411 pp. ISBN: 0-8050-7755-3.
Renaissance literary works are no longer regarded either as a fixed set of texts
that are set apart from all other forms of expression and that contain their own deter-
minate meanings or as a stable set of reflections of historical facts that lie beyond
them. The critical practice represented in this volume challenges the assumptions that
guarantee a secure distinction between “literary foreground” and “political back-
ground” or, more generally, between artistic production and other kinds of social pro-
duction. Such distinctions do in fact exist, but they are not intrinsic to the texts; rather
they are made up and constantly redrawn by artists, audiences, and readers. These
collective social constructions on the one hand define the range of aesthetic possibi-
lities within a given representational mode and, on the other, link that mode to the
complex network of institutions, practices, and beliefs that constitute the culture as a
whole. (1982: xiii)
1 Sobre este punto es interesante aludir al elocuente ensayo de Hayden White “The Historical Text as
Literary Artifact”, publicado por primera vez en la revista Clio en 1974. En este ensayo, influyente también
en los postulados del Nuevo Historicismo, White afirma que lo que entendemos como discurso histórico es
esencialmente una construcción textual de hechos pasados (lo que hace que la historia sólo resulte accesi-
ble, por tanto, en forma discursiva), que se aproxima más a la estructura del texto literario que a la de otras
ciencias descriptivas:
...historical narratives are not only models of past events and processes, but also metaphorical statements
which suggest a relation of similitude between such events and processes and the story types that we con-
ventionally use to endow the events of our lives with culturally sanctioned meanings. Viewed in a purely
formal way, a historical narrative is not only a reproduction of the events reported in it, but also a complex
of symbols which gives us directions for finding an icon of the structure of those events in our literary tra-
dition. (400)
Tanto en Will in the World como en The World of Christopher Marlowe, Green-
blatt y Riggs ofrecen respectivamente un cuidado y profundo análisis de esa “com-
pleja trama de instituciones, prácticas, y creencias que constituyen la cultura” de la
Inglaterra isabelina. Las dos obras son estudios pormenorizados de las construccio-
nes sociales y de los mecanismos de producción textual de la época. Para alcanzar
su objetivo, Greenblatt y Riggs fijan nuestra atención en las estructuras del poder
social, y en textos que están más allá de las fronteras de lo meramente literario.
Greenblatt es fiel a estos principios en sus estrategias para abordar el estudio del
texto literario. En un volumen publicado en 2001 sobre las conexiones entre los
símbolos del Catolicismo, la actividad teatral y el texto de Hamlet, Greenblatt abre
su explicación con una alusión a un texto “menor”, incluso no calificable de “lite-
rario”, pero aún así producto del discurso e ideología del sistema Tudor:
ni siquiera como scholar, como titulado universitario, le será posible participar acti-
vamente en niveles sociales superiores: “Marlowe was a poor boy on scholarship
throughout his education. This situation made him keenly aware of the wealth and
prestige that he would never have” (2).
De acuerdo con lo expuesto hasta ahora, no hay duda de que el Nuevo Histori-
cismo considera el texto –literario o no– como un artefacto que refleja la tensión
entre energías sociales e influencias del poder, y que se materializa en un momento
cultural determinado. En consecuencia, al Nuevo Historicismo no le importa tanto
definir las cualidades del texto como obra artística como comprender cuáles son las
condiciones para que ese texto, y no otro, se haya producido, y cuál es el efecto que,
acto seguido, el texto puede producir en el contexto en que opera. Consecuente-
mente, el Nuevo Historicismo, de nuevo siguiendo las pautas de Foucault, cuestio-
na una de las convenciones monolíticas que hasta el momento la crítica ratificaba
como inamovibles: el concepto de “texto”. Inevitablemente, al mismo tiempo que
se revisa esa idea, se debate el hegemónico concepto de “autor”, llegando al recha-
zo de las definiciones en las que tal concepto ha llegado hasta nosotros, e indagan-
do las condiciones sociales, políticas, económicas o estéticas que el poder ha emple-
ado para la construcción de tales definiciones.
Además del camino abierto por los ensayos de Greenblatt en la década de los
ochenta, posiblemente sean los artículos de Stephen Orgel, “What is a Text?” y
“The Authentic Shakespeare”, publicados en 1981 y 1988 respectivamente, los dos
trabajos que a día de hoy más hayan contribuido en la academia estadounidense a
redefinir las categorías fundamentales de la producción textual renacentista: “texto”
y “autor”2. En ambos ensayos, Orgel retoma la notable intervención crítica que
Michel Foucault formuló en su artículo “¿Qué es un autor?” de 1969, en el que el
filósofo francés revisa las nociones de “texto” y de “autor” que las críticas literaria
e histórica habían ratificado hasta el momento. Foucault afirma que el nuevo orden
económico que desde el Renacimiento lleva hasta la articulación del sistema capi-
talista en la nueva esfera pública del siglo XVIII, transforma las ideas de “autor” y
“texto”. Dichas transformaciones llegan inamovibles hasta el siglo XX. Desde el
siglo XVIII, ni el “autor” puede ser ya identificable como el transgresor que reac-
ciona estéticamente ante los mecanismos de poder, ni el “texto” puede ser concebi-
do como el resultado de unas fuerzas sociales en lucha continua. El nuevo sistema
de producción y de propiedad trae ambos conceptos bajo su esfera de influencia,
convirtiendo primero al autor en un sujeto con hegemonía sobre su producto (el
texto) y a su vez haciendo del texto una mercancía susceptible de convertirse en
propiedad y sujeta a los códigos que articulan las transacciones comerciales. Subra-
ya después Foucault que el nuevo concepto de “autor” convenientemente define y
clasifica los textos literarios (y aparta a los que no lo son), transformándolos en pro-
ducto o moneda de cambio controlable dentro un nuevo orden social. Además, al
establecer su hegemonía sobre el “texto” (su “autor-idad”) el concepto de “autor”
deja así velada la posibilidad de que tanto “texto” como “autor” sean vistos en rea-
lidad como algo distinto, como efectos de las fuerzas sociales y mecanismos de
poder que operan en un orden ideológico determinado.
Pese al legado teórico de Michel Foucault que subyace en el Nuevo Historicis-
mo, su plan de acción se centra primero en observar la producción de textos con-
cretos como formas de representación de un momento cultural determinado, más
que un conjunto de premisas teóricas que actúen de programa hermenéutico3. El
Nuevo Historicismo es práctica antes que teoría. Así, afirma Greenblatt en su intro-
ducción a un reciente estudio:
3 Aparte del trasfondo teórico que Foucault aporta al Nuevo Historicismo, Greenblatt reconoce la
influencia de las teorías antropológicas de Clifford Geertz (The Interpretation of Cultures) como base para
el concepto de cultura desde el que parte en Renaissance Self-Fashioning:
“There is no such thing as a human nature independent of culture,” Geertz writes, meaning by culture
not primarily “complexes of concrete behavior patterns—customs, usages, traditions, habit clusters”—but
rather “a set of control mechanisms—plans, recipes, rules, instructions...—for the governing of behavior”.
Self-fashioning is in effect the Renaissance version of these control mechanisms, the cultural system of mea-
nings that creates specific individuals by governing the passage from abstract potential to concrete histori-
cal embodiment (1980: 4)
tomando Greenblatt las citas usadas a los largo del libro, puesto que no incluyen
tampoco números de página adonde acudir para encontrar la cita original.
A pesar de esto, el valor del libro es inestimable, así como el esfuerzo de inves-
tigación del autor. Este formato demuestra el interés de Greenblatt por no hacer un
libro universitario, plagado de notas y llamadas que justifiquen su tarea como inves-
tigador, posiblemente porque ya no necesita esa justificación. El libro está sólida-
mente construido y elegantemente escrito; la forma de estructurar la información
hace de él un volumen atrayente cuyas páginas no podrá el lector dejar de pasar. Es
evidente que el público lector al que está dirigido va mucho más allá del mundo de
los departamentos de inglés; es un libro para cualquier ávido lector, para alguien
deseoso de conocer cómo Shakespeare dio lugar al texto de las obras que escribe.
Por otro lado, Riggs se desvía menos del guión establecido propio de un texto de
investigación académica como es The World of Christopher Marlowe. Dicho guión
comienza por un recorrido cronológico de la vida de Marlowe, reconstruido exhaus-
tivamente a partir de la inspección incansable de archivos y documentos, continúa
con un análisis detallado de los aspectos más significativos del mundo isabelino, y
finaliza con un comentario de los personajes centrales de sus obras: Tamburlaine,
Barabas y Doctor Faustus. Estas diferencias de formato y estructuración entre
ambos libros conllevan estilos distintos de narración. Mientras que Greenblatt inda-
ga hábilmente en la ideología isabelina a través de lo que él mismo entiende como
hablar con los muertos (“I began with my desire to speak with the dead” (1988:1)),
dotando así a sus escritos de un personal e innovador misticismo a la hora de pre-
sentar sus averiguaciones, el texto de Riggs se enmarca más claramente en la prosa
esperable de un tratado académico de crítica literaria. Pese a esto, hay que resaltar
el esfuerzo de Riggs por reducir las páginas de notas al máximo, evitando asimis-
mo las llamadas dentro del texto. El formato del ensayo gana así ligereza, pero sin
perder la densidad adecuada en el estilo.
La segunda sección del libro, (en concreto los capítulos sexto y séptimo, “Life
in the Suburbs” y “Shakescene”) se ocupa de la descripción minuciosa de Londres
y del mundo de las letras al que un Shakespeare inexperto accede a principios de la
década de 1590. Greenblatt explica de forma magistral la dinámica comercial y
competitiva de las compañías de teatro, así como la preocupación del Estado por
imponer los límites, en muchos casos velados, entre la imitación teatral y la vida
real. A su llegada a la capital, con toda probabilidad Shakespeare quedó marcado
por la visualidad y brutalidad del Estado represor isabelino, en una época en la que
las ejecuciones públicas eran motivo de espectáculo. Sus primeras obras de éxito,
entre ellas la trilogía de Henry VI, abundan en la fantasía del poder absoluto, la
lucha por el poder, y la violencia del Estado.
Del capítulo séptimo cabe destacar el condensado recorrido por las figuras más
relevantes de los círculos literarios de la ciudad: Christopher Marlowe, Thomas
Watson, George Peele, Thomas Nashe, y Robert Greene. Todos estos autores, entre
los que Greenblatt descuida quizá a Ben Jonson, ostentaban flamantes títulos de
Oxford o Cambridge que el recién escritor llegado de las provincias por supuesto
no poseía, lo que le provocó el ataque por parte de algunos de estos colegas. A pesar
de las numerosas veces que ha sido citado el insulto de Robert Greene a Shakespe-
are en el panfleto de 1592 Groat’s Worth of Wit, en el que Shakespeare no es sino
un “upstart crow...an absolute Johannes Factotum, is in his own conceit the only
Shakescene in the country” (213), Greenblatt no puede dejar de mencionarlo, dado
que es una de las pocas referencias textuales que un contemporáneo deja sobre el
dramaturgo. Ningún documento se ha encontrado donde la pluma de Shakespeare
contestara la mordacidad de Greene. Greenblatt explica la ausencia de respuesta
directa de Shakespeare de nuevo volviendo sobre el texto de las obras. El hecho de
que no exista un ataque directo de Shakespeare sobre sus contemporáneos en modo
alguno implica la inexistencia de otras alusiones burlescas por parte de Shakespea-
re, aunque quizá no es en panfletos donde hemos de buscarlas, sino en las mismas
obras. En un alarde de explicación “neohistoricista”, Greenblatt llega a identificar
la figura del borracho carismático, del atrayente y grotesco cobarde Falstaff con la
del malogrado poeta Robert Greene. No solamente se dan coincidencias físicas
entre Greene y Falstaff, sino también costumbres (alcoholismo) y posición social:
al igual que Falstaff representa la paradoja del delincuente, del villano de baja esto-
fa, que misteriosamente es asociado con la realeza por su amistad íntima con el
príncipe Hal, Robert Greene simboliza la escala social a la que pertenece un escri-
tor, un intelectual con posibilidad de reconocimiento social, pero cuya atención a la
taberna, a la prostitución, o a la explotación de los amigos le garantiza un final pre-
maturo de enfermedad y quiebra económica.
Pero de nuevo Greenblatt no detiene aquí su explicación sobre el juego de
influencias y energías sociales que moldean la mente Shakesperiana; va un paso
más allá al final del capítulo, cuando sugiere una identificación entre el propio Sha-
kespeare y el príncipe Hal, personaje central de Henry IV, part 1. Del mismo modo
que Hal encuentra útiles en su proceso hacia la madurez los juegos criminales de
Falstaff y sus acólitos, al igual que Hal interpreta un estudiado papel entre la banda
de delincuentes que Falstaff lidera y obtiene de ellos un mero escenario de prácticas
En los tres primeros capítulos de The World of Christopher Marlowe, Riggs pre-
senta las dos premisas fundamentales que vertebran el volumen: en primer lugar, el
Este empeño por moldear la conciencia colectiva según los postulados del Pro-
testantismo no sólo facilitó el cuestionamiento de la doctrina sino también el extre-
mo opuesto, la adhesión hipócrita y mecánica de muchos fieles, que sin ningún
pudor mentirían a la hora de expresar la acción que el Espíritu ejercía sobre ellos.
Explora Riggs esta idea poniendo como ejemplo el mundo académico que encuen-
tra el joven Marlowe en sus años de enseñanza secundaria, años en los que el currí-
culum incluía inevitablemente el catecismo de Nowell como manual básico. Dicho
texto era una obra capital en la instrucción protestante del alumnado, ya que pre-
sentaba los conceptos clave del Calvinismo, con la obediencia a Dios y a la auto-
ridad nacional como elementos fundamentales para determinar la fe verdadera que
el individuo poseía, una fe imprescindible para alcanzar la salvación. La presencia
de dicha fe venía marcada por la presencia de Dios en el individuo, que había de
notar el Espíritu actuando sobre él, en una especie de éxtasis místico. Según Riggs,
era éste el momento en el que la hipocresía y el fingimiento entraban en acción en
muchos fieles, que de ese modo no serían condenados, acusados de herejes, o ais-
lados del conjunto de los escolares a los que así se adoctrinaba (41-4).
En la escuela secundaria constató Marlowe las rígidas divisiones entre las clases
no privilegiadas y las clases nobles. Su sensación de desplazado social comenzaría
aquí. Salvar el espacio existente entre las clases sociales era ardua tarea, en especial
para un hijo de inmigrantes de provincias, cuya imaginación empezaba a dar forma
en este momento de juventud a las estrategias que facilitaran su movilidad social.
El acceso a la enseñanza secundaria, que despejaba a su vez el camino para llegar a
la universidad, estaba articulado en torno a un sistema de becas otorgadas en núme-
ro limitado, y rescindidas para aquellos alumnos no lo bastante competitivos como
para mantener el resultado académico deseable. Marlowe y otros compañeros, hijos
de comerciantes inmigrantes que apenas llegaban a poder definirse como clase
media, conseguían a través de estas becas estar en contacto con una elite que inclu-
ía a los hijos de prominentes magnates, terratenientes, políticos, y miembros de la
jerarquía eclesial. Pese a este contacto entre clases sociales dispares, el currículum
de retórica y argumentación recordaba a través de los ejercicios entregados a los
alumnos para sus prácticas de retórica básica que la pobreza era deshonrosa y que
la humanidad estaba dividida en dos clases de personas: ricos y pobres. Estos últi-
mos, normalmente “viles” e “ignorantes”, podían huir de su poco esperanzador des-
tino a través de la muerte, o bien, como recordaban a Marlowe algunos de estos
ejercicios, a través del aprendizaje, el conocimiento, y el entrenamiento en la exce-
lencia verbal (52). En una época, señala Riggs, en la que el acceso a la universidad
era difícil y competitivo, el conocimiento de las lenguas clásicas así como de las
normas de versificación en latín eran requisitos ineludibles para llegar a formar
parte del alumnado universitario. Comenzaba, por tanto, desde una edad temprana,
la conciencia de Marlowe de hallarse inmerso en una sociedad brutalmente jerar-
quizada entre los poderosos y las clases privilegiadas en un lado, y las clases bajas,
carentes de dignidad y de influencia, en el opuesto.
Su estancia en Cambridge University no hizo sino alimentar la frustración de
Marlowe causada por su pertenencia al estamento de los no favorecidos. En Cam-
bridge Marlowe ocupó una plaza becada, pero la universidad imponía a los que
gráfico mayor, visible y controlable en su totalidad por el ojo humano, la obra pre-
senta el escenario como el receptáculo de acontecimientos cósmicos visibles para el
público. Así, Riggs revela a un Tamburlaine que se ve a sí mismo como un fabri-
cante de países, como un cartógrafo justiciero y valeroso, que borrará las fronteras
existentes entre naciones, dibujando unas nuevas con su espada y su poder. Tam-
burlaine es asimismo el héroe-poeta que logrará ascender a los cielos –siguiendo el
patrón de Epicuro– para entender el cosmos y así eliminar el miedo a los dioses y a
la muerte (171).
El estudio de Tamburlaine se extiende hasta el capítulo noveno (“In the Theatre
of the Idols”), donde la profundidad de la investigación de Riggs da lugar a uno de
los análisis más certeros de todo el volumen. Riggs, haciendo hincapié en el origen
humilde de Marlowe y también de Tamburlaine, concluye que las similitudes entre
ambos son lo suficientemente convincentes como para poder establecer un parale-
lismo entre autor y personaje. Tamburlaine es un personaje con un pasado pobre, un
origen mundano, quizá oscuro, que se convierte en el doble del príncipe heroico, se
transforma en el justiciero rebelde que, ayudado por el destino, ha venido a impo-
ner un nuevo orden histórico con su poder individual (204). Tamburlaine es la figu-
ra del vagabundo errante hecho héroe, es el anti-héroe traducido en su opuesto, en
un líder legislador con una fuerza de lucha sin precedentes. Establece Riggs una
similitud entre el propio origen de Marlowe, sus aspiraciones por escalar puestos en
el entramado social, y la ascensión al poder de Tamburlaine:
Marlowe’s narrative transforms the cycle of poverty, poetry and social mobility
that had cast him on to the margins of Elizabethan society into an unparalleled suc-
cess story. In life, the base-born poet’s opportunities for advancement were severely
restricted and could easily prove illusory. (208)
modo de vida del agente-espía isabelino (Marlowe), que se movía en los entresijos
del Estado trabajando a un tiempo para distintas facciones enemigas (católicos y
protestantes), pero que sólo guardaba fidelidad a sí mismo. Pese a que Barabas está
lejos de inspirar así la admiración del público, en absoluto eso significa que Marlo-
we se acerque a las posiciones oficiales de elogio y defensa de la doctrina Protes-
tante; más bien es al contrario. El mundo cristiano en The Jew of Malta es incapaz
de leer el sentido alegórico de la doctrina religiosa presente en la Sagrada Escritu-
ra, de la cual la obra está plagada de alusiones. Cuando se confiscan los bienes del
judío para poder así pagar la deuda contraída con los Turcos, el gobernador respon-
sable del embargo afirma que, según reza la Escritura, el sacrificio de uno ha de ser-
vir de salvación de todos (266). El sentido espiritual que tal idea de sacrificio tiene
en el Evangelio queda velado a los ojos del gobernador de la cristiana Malta, que
interpreta la Biblia según su propio interés político. Barabas es en efecto un sujeto
interesado y maquiavélico, pero tampoco hay duda de que es un marginado necesa-
rio para el Estado. Sin su dinero, no se puede pagar la deuda estatal.
Marlowe refleja su deseo inalcanzable de superar su origen social en la figura de
Tamburlaine como un líder que controla el poder; asimismo, traduce su propio yo
en Barabas, el eterno marginado que se sabe necesario para el funcionamiento del
Estado. Pues bien, el rechazo de Marlowe de la doctrina protestante oficial se mate-
rializa finalmente en la figura del descreído académico que reniega del intelecto
para aliarse con el diablo: el Doctor Faustus. Riggs subraya en el capítulo undéci-
mo (“‘He is Like Dr. Faustus’”) cómo –pese a la percepción que el público y la crí-
tica tienen del personaje como hereje– Dr. Faustus no se aleja tanto de las formas
isabelinas de interpretar la religión. Lee el Nuevo Testamento al más puro estilo del
humanista dialéctico, decidiendo no interpretar aquellos pasajes que no le sirvan en
su plan de encontrar otras doctrinas más atrayentes. Así, en el acto primero hace una
lectura de la carta a los Romanos en la que sólo escoge el mensaje de San Pablo que
anuncia la muerte como recompensa del pecado. La segunda parte del mismo men-
saje, donde se afirma que la recompensa de Dios será la vida eterna, no interesa al
Doctor, ya que él busca explicaciones que le permitan alejarse de lo intelectual y
religioso para no tener más opción que recurrir a la magia del pacto diabólico. La
doctrina protestante hacía del mismo pasaje exactamente la misma lectura que Dr.
Faustus (241). Tanto Calvino como los 39 artículos de la Iglesia instaurada por Eli-
zabeth afirmaban sin paliativos que el castigo del pecado era la muerte; no había
alternativa. Los salvados eran los que estaban predestinados por Dios para tal fin. En
otras palabras, el Doctor Faustus es ni más ni menos que un producto del propio sis-
tema isabelino de divulgación de la creencia. Ha aprendido a interpretarla siguiendo
el patrón universitario de las enseñanzas de lógica y dialéctica. Como Riggs comen-
ta al principio de su libro, la imaginación atea de Marlowe es a su vez el resultado
de un fomento violento y radical del Protestantismo por parte del Estado.
Riggs recuerda a lo largo de sus análisis de los personajes de Tamburlaine, Bara-
bas y Doctor Faustus que la creación de tales obras tenía como fin desestabilizar el
orden ideológico. Los protagonistas presentados en las tres obras principales de
Marlowe no son sino anti-héroes, iconos antisistema transformados en figuras que
intentan imponer –con éxito en el caso de Tamburlaine– un orden alternativo al ofi-
4. CONCLUSIÓN
investigación que sin descanso recorre archivos en busca de textos que viertan luz
sobre la dinámica político-cultural del Renacimiento. Son estudios llenos de vigor
intelectual que, por medio de la indagación interdisciplinaria, han revolucionado
nuestra forma de abordar nociones tan aceptadas como “texto” “contexto” y
“autor”. La vanguardia crítica derivada del post-estructuralismo que supuso el
Nuevo Historicismo en sus principios no sólo ha demostrado ser un nuevo punto de
partida para renovar esas nociones, sino que también ha sabido consolidar esa nove-
dad inicial en un incuestionable modo de entender la literatura.
Dicha revolución ha supuesto en los últimos veinte años el aumento en la repu-
tación de estos académicos, y su traslado paulatino hacia los centros más represen-
tativos y canónicos de las humanidades en EEUU. No sólo son todos ellos miem-
bros destacados de departamentos de inglés en universidades de prestigio, sino que
además han estado y están al mando de empresas editoriales o instituciones litera-
rias del país. Por ejemplo, Stephen Greenblatt fue presidente de la MLA en 2002, y
recientemente pasó de ser editor asociado de la canónica Norton Anthology of
English Literature a ser el editor general de la octava versión de la antología, publi-
cada en 2005. Sirva también como ejemplo la actividad académica de Stephen
Orgel, que por su parte ha editado recientemente, junto con A.R. Braunmuller, un
volumen de las obras completas de Shakespeare para Pelican, así como obras indi-
viduales (The Tempest y The Winter’s Tale) editadas para Oxford, a lo que se suma
su labor como editor general de los Cambridge Studies in Renaissance Literature
and Culture, una serie de monografías cuidadosamente publicadas por Cambridge
University Press, que ha sacado a la luz decenas de volúmenes en los últimos quin-
ce años.
Como crítica a los dos volúmenes aquí reseñados, se podría argüir que es algo
chocante toparse con Greenblatt escribiendo nada más y nada menos que un estu-
dio biográfico: un libro centrado en exclusividad sobre la figura del “autor” (!)
Décadas después de haber comenzado a releer el Renacimiento bajo el prisma de
Foucault, cuestionando a través de sus teorías el concepto moderno de “autor”, y
regenerando la noción de “texto” hacia formas más interdisciplinarias, cualquier
ensayo parecido a una biografía parece violar los fundamentos sobre los que se
asienta en Nuevo Historicismo. Lo mismo se puede aplicar a Riggs. Si bien es cier-
to que él no figura, al contrario que Greenblatt, como socio fundador del club neo-
historicista, también lo es que sus técnicas de investigación se apoyan en los mis-
mos esquemas. Lo cierto es que esta acusación de contradicción que se puede lanzar
contra Greenblatt y Riggs no tiene mucha solidez ni debe causar inquietud si, como
se señala al comienzo de este artículo, entendemos que ninguno de los dos libros es
una biografía convencional. A pesar del énfasis de estos títulos sobre unos autores
concretos, Greenblatt y Riggs no tienen el propósito de desarrollar una biografía
covencional. Sus trabajos pueden considerarse con más acierto biografías del texto
(Greenblatt), y del contexto (Riggs) que estudios pormenorizados del recorrido vital
de Shakespeare o Marlowe.
Tanto Will in the World como The World of Christopher Marlowe han sido éxitos
de crítica y público. Las ventas del libro de Greenblatt han superado las previsiones
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