La Humildad
La Humildad
La Humildad
En tiempo de San Felipe Neri vivía en Roma una religiosa que gozaba fama de gran santidad. El
Papa, al tener noticia de las cosas extraordinarias que se decían de aquella persona, mandó a San
Felipe Neri al convento de aquellas Hermanas, para que, en su nombre, se informara con mayor
seguridad sobre la tal Hermana, a quien muchos tenían por santa.
En un día de lluvia, llegó al monasterio San Felipe, calado hasta los huesos, y lleno de barro el
calzado. Sin más dilación pidió que se le presentara la referida Hermana. Llegó ésta y preguntó al
Santo qué deseaba. El Santo se despojó entonces de su calzado todo enlodado y sucio, y dijo a la
Hermana: "Ante todo pido a la Hermana que me limpie los botines". "¿Yo —replicó la religiosa,
hecha una avispa— yo limpiar su calzado? ¿Por quién me ha tomado Vuestra Reverencia?
¿Acaso soy un limpia-botas de Vuestra Reverencia?". Y así continuó…
San Felipe no tuvo más remedio que volverse a poner los botines sucios como los trajo. Sin decir
palabra, salió del locutorio el delegado pontificio, y al presentarse ante el Papa le dijo estas
palabras: "Santo Padre, aquella monja no es Santa, porque no es humilde".
Tuvo razón San Felipe de Neri. La humildad es la piedra de toque de la perfección y la base de
todas las virtudes. La humildad es para el hombre lo que la raíz es para el árbol.
— De Jesucristo son estas palabras: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón"
(Mat., 11,29).
Así pues, Jesucristo se constituye en maestro de la humildad, y sólo de El podremos aprender esta
virtud desconocida en el mundo.
En el mundo reina la soberbia. ¿En qué hace consistir el mundo toda su sabiduría y virtud, sino en
ser estimado y en dejar gran fama de sí?... No puede ser discípulo de Jesús el que no aprende de
El a ser manso y humilde de corazón.
a) Sin humildad, la salvación es imposible. "En verdad os digo que si no os volvéis y hacéis
semejantes a los niños no entraréis en el reino de los cielos" (Mat., 18, 3). "Quien se ensalzare
será humillado, y quien se humillare será ensalzado" (Mat., 23, 12). "Dios resiste a los
soberbios, pero a los humildes les da su gracia" (I Pedro, 5, 5).
Todas estas palabras de la Sagrada Escritura son suficientemente claras, y no dejan lugar a duda.
"Si me preguntas cuál es el camino para llegar a la verdad; qué es lo principal en la religión y
en la escuela de Cristo, te responderé: Lo primero es la humildad. Y si me preguntas cuál es lo
segundo, te responderé también la humildad. Y si me preguntas cuál es lo tercero, todavía te
responderé: la humildad. Y si cien veces me preguntases, cien veces te daría la misma respuesta"
(San Agustín).
b) Sin humildad no es posible adquirir las virtudes sobrenaturales de fe, esperanza y caridad. Para
recibir el influjo de la divina gracia es menester arrancar del corazón la soberbia, puesto que Dios
resiste a los soberbios. (¡Cuantas veces me pasó hablar con personas que no aceptaban a Dios,
muchas de ellas porque lo tenían todo, lo que las llevaba a ser muy soberbias.)
a) Conocimiento de sí mismo. Preciso es, por lo tanto, que la estima en que nos tenemos,
corresponda a la verdad; es preciso que nos examinemos a nosotros mismos para conocernos
debidamente, y entonces llegaremos a convencernos de nuestra nada; de que somos pecadores,
pero hermanos de Jesucristo, por la gracia de Dios, hijos del Eterno Padre y participantes de su
misma naturaleza divina.
Vemos así de un lado nuestra propia miseria, y del otro la misericordia de Dios; reconocemos el
bien y el mal que en nosotros se encuentra, pero dando a Dios toda la gloria del bien, y
atribuyéndonos a nosotros toda la culpa del mal.
Preguntemos como San Francisco de Asís: "Señor, ¿quién sois Vos y quién soy yo?".
b) Efectos: 1º) En nuestra alma. Una vez que hayamos adquirido este conocimiento, entonces
aspiraremos a cosas más elevadas, es decir, al reino de Dios y a su justicia, dejando todo lo demás
al arbitrio de Dios. Para aspirar al reino de Dios y su justicia, hemos de negar nuestra voluntad,
hemos de someternos a la dirección de quienes nos pueden guiar por el camino del cielo, y no
hemos de retroceder ante obstáculo alguno, confiando siempre en la gracia de Dios que nos
conforta.
2º) En nuestro exterior. "De la disposición interior de la humildad proceden también las señales
exteriores de esta virtud, en palabras, gestos y acciones, como suele acontecer con cualquier otra
virtud que se manifiesta al exterior" (Sto. Tomás de Aquino). Por ejemplo: evitar todo lo
chocante, no darse por ofendido cuando se recibe una reprensión o una sencilla observación, sino
antes bien mostrarse agradecido por aquel acto de caridad; no ser propenso a burlarse o a criticar;
disculpar, siempre que se pueda, las faltas ajenas; tratar a todos con afabilidad; refrenar la
curiosidad y la excesiva libertad de la vista…
En una palabra; la humildad viene a confundirse y a hacerse una sola cosa con aquella caridad
que en frase del Apóstol "es sufrida, es bienhechora; no tiene envidia, no obra precipitadamente,
no se ensoberbece, no es ambiciosa, no busca sus intereses, no se irrita, no piensa mal, no se
huelga de la injusticia, complácese sí en la verdad; a todo se acomoda, cree todo, todo lo espera,
y lo soporta todo" (I Cor., XIII, 4-7).
La Santísima Virgen, reina de cielo y tierra, humilde esclava del Señor, nos conceda que también
nosotros seamos humildes, poniendo solo nuestra confianza en Dios.