Modos Argumentativos en El Periodismo de Opinión

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 10

LUISA SANTAMARIA

MODOS ARGUMENTATIVOS EN EL PERIODISMO


DE OPINION

Bosquejo histórico
F,
, n los relativamente pocos años en que en España se ha convertido
el Periodismo en materia de estudio universitario, no ha sido muy
frecuente que los estudiosos y profesores de las diversas universidades
que se han ido creando hayan contemplado el panorama del periodismo
de opinión. Parece como si hubiera un acuerdo expreso en decir que lo que
verdaderamente interesa es la información: la noticia, el reportaje y la
crónica. Y en estos últimos años, interesa más aún que eso, la penetración
del periodismo en la sociedad, el impacto informativo, en fin, las leyes que
rigen la semántica y sobre todo la crítica a la desfiguración del idioma
debido a los medios de comunicación.
En este último concepto se ponen de acuerdo académicos y aficionados
para expresar cuales son exactamente los modos que los medios han ido
intercalando en el habla cotidiana y hay que convenir en que por mucho
que se extiendan en esos modos, generalmente no llegan a la docena, pero,
eso sí, todos señalan los mismos: a nivel de, en base a, álgido, constatar,
concienciarse, de que, etc.
El periodismo de opinión apenas si provoca la curiosidad de los es-
tudiosos —y esta aseveración se ha convertido para mí en reiterada—. Se
ve que cuando el periodismo sube en la escala y alcanza a aquellos "cabezas
de huevo" que tienen que pensar por sí mismos y expresar sus opiniones,
éstas ya no son objeto de consejo por parte de nadie, sino producto de la
80

elaboración propia dentro de un entorno aislado en el que la sabiduría se


produce por un éxtasis especial con los libros en un proceso de interiorización,
del cual apenas si se habla con nadie. Será por esa elevación por lo que
el periodismo de opinión no interesa.
Sin embargo, los dos géneros periodísticos básicos, están ahí. Coha-
bitan en las páginas de los periódicos las informaciones y las opiniones.
Las opiniones, en su diversificación de editoriales, sueltos, columnas y
críticas, llenan cada vez más las páginas de los periódicos y poco a poco
se van infiltrando de una u otra forma, en la radio y la televisión, parcelas
en las que nunca se habían dado.
Para tomar contacto con su estudio de una manera sistemática, uni-
versitaria, Aristóteles nos pone en bandeja su Retórica correlativa de la
Dialéctica "pues ambas tratan de cosas que en cierto modo son de cono-
cimiento común a todos y no corresponden a ninguna ciencia determi-
nada" (1).
Dos conceptos salen a relucir en estas primeras palabras de la Retórica
de Aristóteles: Retórica y Dialéctica. Si aislamos el segundo de ellos y lo
entroncamos con el pensamiento de todos los filósofos que en la historia
cuentan, sabemos que indefectiblemente la dialéctica está unida a la lógica
de una forma irrefragable. Más materia de dilucidaciones previas sería la
cuestión de la Lógica formal y la Lógica informal.
José Ferrater Mora en sus disquisiciones sobre la Lógica y la Logística
no encuentra que haya una clara razón para hablar de la Lógica formal y
la Lógica informal. Más bien, siguiendo las modernas técnicas a partir de
Frege, uniría la Lógica formal a la deductiva y deja pensar que la informal
sería la inductiva. Por tanto, siguiendo la terminología de Ferrater Mora,
llamaríamos argumentos a aquellos juicios que están fuera de la Lógica
formal (2).
Lógica formal es, según el autor citado y siguiendo la normativa de los
últimos autores, la procedente de la división entre Lógica clásica y Lógica
heterodoxa. La Lógica formal sería la clásica, porque usa un lenguaje
formal el cual es asertórico y se atiene a tres grandes principios: de
identidad, no contradicción y tercio excluso. En este sentido una buena
parte de la Lógica matemática moderna es clásica (3).
Introducido el concepto de la Lógica formal, pensamos que la Lógica
formal prescinde del contenido de las argumentaciones para ocuparse de
la validez de las formas. No le interesa a la Lógica formal lo que se dice
en los razonamientos, sino las implicaciones de las formas de los enun-
ciados. Por eso, a nosotros, dentro de la tarea analítica, repetimos, usamos
los argumentos, sobre todo en la forma de artículo de opinión, como
aquellos juicios que están fuera de la lógica formal (4).
El acercamiento de la Retórica, más aún el hecho de basar los artículos
de opinión en el arte de la Retórica, se debe a que estos son artículos de
solicitación de opinión, es decir, del conjunto de formas de expresión
periodística destinadas a conseguir la labor de convencimiento y persuasión
con vistas a la creación de opinión, que efectúan los medios de comuni-
cación por la fuerza probatoria del pensamiento y de los hechos (5).
81

Retórica es el arte de persuadir con razones, y su objeto es el estudio


de los medios de argumentación que no dependen de la lógica formal y
que permiten obtener o aumentar la adhesión de otra persona a la tesis que
se propone para su asentamiento (6). Su estudio, que ha sido muy contro-
vertido a lo largo de la historia del pensamiento, nace con los sofistas, se
consolida con Aristóteles, que la equipara a la Lógica, renace otra vez en
la Baja Edad Media y va decayendo paulatinamente hasta llegar al siglo
XIX en que únicamente la adoptan los jesuitas en su intento de enseñar
oratoria a los alumnos que forman con ánimo elitista. En estas condiciones
llegamos a la segunda mitad del siglo XX donde ocurren dos hechos que
van a impulsar el estudio de la retórica: en primer lugar el desarrollo de
los medios de comunicación de masas y, en segundo lugar, el estudio
sistemático de esta ciencia sin contenido, por parte de un filósofo de talla:
Chaim Perelman.
Perelman, polaco (1912), discípulo de Frege, el fundador de la Lógica
formalizada, estudió Derecho y Filosofía en la Universidad de Bruselas de
la que luego fue profesor, hizo el doctorado sobre la Lógica de Frege, lo
que denota que cuando Perelman reivindica la Lógica no formalizada lo
hace con verdadero conocimiento de causa.
No es que los géneros de opinión y en general el periodismo se acerquen
a la Retórica. Lo que ocurre es que cuando estos surgen como los vemos
ahora, cuando se desarrollan, cuando se expanden, se ayudan de la Re-
tórica, que en su inicio sirve para ayudar a los oradores, para enseñarles
a tener qué decir y sobre todo cómo decirlo, recurriendo a los tópicos o
lugares comunes que todo el mundo conoce. Los medios de comunicación
actúan en estos momentos como los antiguos sofistas y como ellos tratan
de educar al lector. El periodismo es la forma que la antigua retórica ha
adquirido en la época moderna y para ello ha debido adaptarse. Han sido
los mismos periodistas los que a lo largo de una tradición, varias veces
centenaria, han ido estableciendo los medios más eficaces para alcanzar
esos objetivos (7).

Tipología de los artículos de opinión


Es importante saber a qué atenerse cuando se habla de artículos de
opinión. Al referirse al artículo o comentario en todas sus manifestaciones
(editorial, suelto, columna y crítica), se da por sentado que es un género
que efectúa una tarea persuasiva sobre la sociedad, en contraposición al
género información (noticia y reportaje), que no tiene esa tarea. Se define
la persuasión como un fenómeno que se realiza a través de signos, que
incitan a hacer o hacer creer a unos determinados sujetos. La doble dimen-
sión racional-emotiva hace que algunos estudiosos del tema hablen de dos
tipos de persuasión: la que conducidía a la acción y la que provocaría unas
creencias —opiniones— inclinándose más hacia el segundo tipo. Por tanto
deducimos que se habla del estilo de opinión o de solicitación de opinión
82

porque la emisión de comentarios a través de los medios provoca unas


opiniones en el público. Es decir, cuando el editorialista —articulista—
escribe y expone una opinión argumentando para sostenerla, lo que está
haciendo es solicitar la opinión del lector, ayudándole a formársela.
Con esta noción entramos en relación con una de las tres tareas espe-
cíficas del quehacer periodístico —la editorializante—. Estas tareas dan
origen a tres tipos humanos muy distintos: el reportero, el redactor y el
editorialista. Este último es el encargado de dar forma y alcance a la noticia
conforme a la orientación del periódico. Los editorialistas son los hombres
que saben apreciar exactamente el valor general, tanto político como cultural
del acontecimiento, deduciéndolo de la emoción y la sensación que cause.
El término editorialista engloba en su denominación a cometidos y a
periodistas distintos: los que estrictamente escriben los editoriales del
periódico, los críticos, los comentaristas, los glosistas, etc.
Toda esa tarea, que el profesor Dovifat califica de publicístico-literaria
tiene como misión encauzar la rapidez y precipitación del suceso para que
así llegue al dominio público en forma ponderada; hacer que encaje la lucha
fugaz de cada día dentro de la guerra general, sin olvidar, donde la misión
del periódico lo reclama, la lucha publicística en forma convincente y con
buenas armas. Se trata de un trabajo en el cual se enjuician e interpretan
las noticias en función de la orientación ideológica del periódico (8).
La misión del periódico en cuanto a lo que al género de opinión se
refiere es la de canalizar los acontecimientos diarios en consonancia con
una opinión más firme de acuerdo con la época, desviándolos de los juicios
equívocos, precipitados, subjetivos y predominantemente sentimentales
que inspira la opinión del momento, preparando así las convicciones. El
proceso se lleva a cabo siguiendo el camino de la libertad en la formación
de opinión.
La tarea realizada por el periodista es la de llevar al lector a través de
una información correcta en su forma y concienzuda en su documentación,
apoyado en la conexión de las causas internas y las conexiones entre todos
los sucesos, desde la opinión del día, pasajera, a juicios firmes y bien
fundados. En ellos está la clave para que las medidas sociales y las de-
cisiones administrativas aparezcan claras y comprensibles difundiendo así
la mejor defensa de la democracia: la comprensión y la colaboración
políticas (9).
Precisamente el periódico es la gran tribuna de expresión de la comu-
nidad acerca de la vida política y para muchos periódicos esa misión se
antepone a todas las demás. En la vida de la Prensa, el carácter combativo
ha cedido poco a poco ante la misión de informar y de intercambiar
opiniones. Pero su importancia política sigue en pie.
Compete casi exclusivamente a los periodistas, más que al estado, la
tarea de garantizar la libertad de adhesión de los receptores, a los que nadie
puede coaccionar de una forma u otra en el uso de las técnicas propias del
trabajo de redacción. Esa libertad del receptor tiene dos ámbitos. En los
géneros informativos: a) los datos aportados deben ser susceptibles de
83

comprobación; b) los textos deben ser elaborados con arreglo a unas reglas
lingüísticas que son las reglas del lenguaje periodístico. En los textos de
opinión: a) el comentario debe ser claro, distinto e identificable; b) sólo
se puede comentar los previamente relatados. Es muy importante el respeto
a estas normas para que el periodista aspire a la credibilidad y estima del
lector (10).
Presumiendo el respeto a estas normas, el periódico tiene un papel
integrador desde el punto de vista de la función política que tiene en-
comendada. La influencia que ejerza sobre el público dependerá de la
confianza de los que puedan ser objeto de persuasión a pesar de que en
términos generales dice la verdad de lo que pasa o de lo que puede pasar.
En los tiempos modernos, el papel del periódico como productor de textos
de opinión está siendo cada vez más valorado, hasta el punto de que algunos
teóricos de la comunicación afirman que los comentarios son los únicos
mensajes verdaderamente originales de un periódico. De ahí su enorme
importancia en las sociedades actuales: los comentarios son mensajes
claramente atribuibles a un periódico determinado (o a un sistema productor
de textos de opinión) como puede ser el equipo editorial. Los comentarios
periodísticos sirven para cambiar el mundo y en ocasiones para intentar
también cambiar la vida.
La labor editorializante, la tarea de escribir textos de opinión, representa
el cierre del círculo dentro del cual se desenvuelve la actividad del perió-
dico, como intérprete autorizado, en quien la sociedad delega su derecho
a explicar la realidad del mundo que afecta a los lectores.

Argumentación en los textos de opinión


Perelman ayuda a comprender la situación existente para el lector
medio en lo que se refiere a la opinión en Periodismo con su Tratado de
la Argumentación, en el que explica del modo más intelectual de todos el
proceso del pensamiento por el cual se forman los argumentos que van a
hacer creíble una tesis presentada para el asentimiento. El proceso lo
seguimos todos cuando queremos razonar, cuando aportamos razones,
cuando queremos argumentar, pero le ocurre a Perelman lo mismo que a
Descartes con el Discurso del método cuando enseña a resolver un pro-
blema: sistematiza las enseñanzas y las eleva a una categoría intelectual,
pasan por el pensamiento ordenadamente. En este sentido Perelman es un
nuevo Descartes y por el rigor de sus argumentaciones en cuanto a la
Retórica se refiere, un nuevo Aristóteles.
No es fácil saber si cuando el editorialista argumenta intentando per-
suadir a su tesis al lector, sabe que está utilizando los argumentos "ad
hominen", "a fortiori", "ad populum", "de analogía", "de circunstancias"
o "de petito principii". Es más que probable que la mayoría de ellos, como
hombres de cultura profunda, así los conozcan, aunque no es necesario.
Lo que es absolutamente necesario es que los estudiosos de esos editoriales
84

sepan analizarlos aplicando el nombre y la definición de cada uno de los


argumentos a las razones que da el editorialista para persuadir. Es la manera
de buscar un proceso analítico rigurosamente intelectual y que, como toda
la ciencia universitaria, tiende a entroncarse con los conocimientos de los
clásicos.
Según lo expuesto anteriormente vamos a intentar sistematizar algunos
de los editoriales extraídos de diarios publicados en Madrid y de ello sacar
algunas normas que tengan en cierto modo carácter general.
Como ejemplo de editorial argumentativo exponemos por su brevedad,
para poder ser seguido, uno del diario ABC publicado el día 8 de febrero
de 1992. Dice así:

EL VOTANTE ILETRADO

Según se deduce de un revelador estudio sobre "El sistema político


de los medios de comunicación", encargado por el Ministerio del
Portavoz del Gobierno, la mayor edad, la residencia en los núcleos
menores de cinco mil habitantes y la falta de cualificación profesional
son los tres rasgos característicos de los más bajos consumidores de
noticias políticas. A menor inquietud política, mayor preferencia por
la información de la televisión y mayor estima de la gestión de Felipe
González. El porcentaje más alto de refractarios a la lectura de Prensa
se encuentra entre los votantes del PSOE. Castilla-La Mancha y
Extremadura —dos feudos— son las regiones con menor avidez hacia
la información política. "El fascismo se cura leyendo" fue una frase
acuñada por la progresía de los años del franquismo tardío y repetida
como latiguillo. Si la traemos hasta nuestro presente, se podría mo-
delar concluyendo que la lectura es un eficaz antídoto contra la in-
moderada propensión de votar al PSOE.

El editorial argumentativq de tipo polémico utiliza un argumento de


analogía a-b como c-d. Crea una comparación de imagen que da mucho
juego en el razonamiento. Es un argumento muy utilizado por aquellos
medios de información fuertemente ideologizados. Es un método de ar-
gumentación inestable en que para superar la analogía se intenta aproximar
las dos imágenes. De modo general la superación de la analogía tiende a
presentar a ésta como el resultado de un descubrimiento. Es el caso del
ejemplo que ponemos, en el que se produce una falacia, la de comparar
el fascismo con el socialismo al decir, si el fascismo se cura leyendo, el
socialismo se cura leyendo, por lo que el fascismo es igual al socialismo.
No se tiene en cuenta formalmente que el fascismo es un sistema totalitario
mientras el socialismo es un sistema democrático, en la famosa clasifica-
ción de W. Ebenstein (11).

Otro ejemplo es el proveniente del diario El País, del 27 de septiembre


de 1992. Dice así:
85

DEL BUEN MORIR

Relatos como el ofrecido hoy en EL PAÍS por un enfermo en fase


terminal, y que fue escrito algunos días antes de su muerte, ayudan a
comprender los complejos problemas que se le plantean al ser humano
en las situaciones límite de su vida. ¿Cómo no mostrarse de acuerdo,
a su luz, sobre la necesidad de que los enfermos en esas condiciones
dispongan de un mayor reconocimiento de derechos tan elementales
como el de morir dignamente y el de disponer de una información veraz
sobre el proceso de su enfermedad?
La controversia —ideológica legal y moral más científica— que
existe sobre estos problemas se revela cuando se conocen relatos como
el publicado, en grad medida artificiosa. Suelen traerse a colación
argumentos pretendidamente objetivos —la ciencia, el ordenamiento
jurídico, el sistema sanitario, etc.—, pero en realidad solo encubren
prejuicios personales y consideraciones científicas que de ningún modo
lo son de acuerdo con la ciencia actual. Con ello se impone a la
persona, en el momento en que se encuentra más inerme e indefensa,
el más sutil de los totalitarismos: el que violenta su voluntad en el
altar de normas y principios que la historia y la cultura han demostrado
cambiantes.
"Con estas líneas pretendo que situaciones como las que yo he
sufrido desaparezcan y no lesionen los derechos del enfermo, eligiendo
el individuo morir con la dignidad necesaria. Si lo consigo, mi esfuerzo
no habrá sido estéril", afirma el protagonista del relato. Su testimonio
no será en balde. Constituirá sin duda una aportación valiosa a cuantos
desde hace arios luchan contra un sistema que, en ocasiones, responde
justamente a lo que se ha venido en llamar encarnizamiento terapéutico
y reivindican en el derecho a una muerte digna.

Este editorial, más breve de los que habitualmente publica El País,


responde en su razonamiento a un argumento por las consecuencias de los
basados en la estructura de lo real. Es válido a partir del momento en que
se comprueba un enlace hecho-consecuencia y permite pasar de un orden
de valores a otro, mostrando que cierto suceso es condición suficiente y
necesaria de otro.
En el caso del artículo es necesario, para que se produzca una muerte
digna, que los facultativos que atienden al paciente, le informen debida-
mente del estado de su enfermedad, sin subterfugios de índole caritativa
que creen engaños, para que el enfermo pueda optar por continuar o no
con determinados tratamientos que alargarían la vida infructuosamente
rebajando la calidad, hasta el extremo de convertirle en un vegetal que
únicamente sufre sin esperanza.
El editorial está basado no en el núcleo de una noticia, como suele ser
habitual, sino en una carta que escribe un enfermo terminal de cáncer al
director del periódico y que entrega su esposa después de la muerte de
aquél.
86

El diario El Mundo nos da pie a otro ejemplo de argumentación con


un editorial corto, como los que habitualmente suele publicar en sus pá-
ginas de opinión, del día 8 de mayo de 1992:

AZNAR TIENE LA PALABRA

La sentencia dictada ayer en Burgos en el llamado caso de la


construcción es concluyente: el alcalde de la ciudad José Maria Peña
y el constructor Antonio Méndez Pozo son culpables de diversos graves
delitos. La Audiencia provincial ha condenado al primero a doce arios
de inhabilitación y siete de suspensión para el desempeño de cargos
públicos y al segundo a siete arios de prisión.
José Maria Peña dijo ayer que la sentencia por la que se ha
condenado es un "bodrio aberrante", fruto de un "montaje socialista,
y que no tiene intención de dimitir, porque a él no pueden echarle de
la alcaldía los tribunales: solamente el pueblo". Una afirmación absurda
—por supuesto que los tribunales pueden arrebatarle el cargo— que
da la medida de la altura ética y política del personaje dispuesto a
aferrarse al sillón contra viento y marea.
Pero el quid de la cuestión no está ya en Peña, sino en el Partido
Popular. Cierto que el fallo del tribunal deja a José Maria Aznar sin
culpa en los turbios affaires cocinados entre su representante en Burgos
y el constructor Méndez Pozo. Pero lo que la sentencia no hace —no
podría— es lavar las responsabilidades políticas del líder del PP.
Aznar cometió el innegable error de presentar como candidato a la
alcaldía burgalesa a un hombre bajo gravísima sospecha, dejando en
manos de la justicia el establecimiento de una culpabilidad que en su
vertiente política, podía haberse dilucidado mediante una investigación
interna del PP.
Pero ese error será pecata minuta si el dirigente del PP optara por
no retirar su confianza al empecinado Peña, aceptando que se obligue
a los burgaleses, hasta que se vea el recurso de la sentencia, a tener
como primer mandatario a un delincuente. De escasa credibilidad
podrán g. ozar sus denuncias contra la corrupción, y sus exigencias de
ceses y dimisiones en otros casos, si en éste se muestra incapaz de
mostrar la misma energía purificadora. La condena de Peña es le-
galmente recurrible; a cambio, políticamente es inapelable: un partido
no puede mantener en un cargo público a un prevaricador convicto.
Si Aznar no es capaz ahora de cortar amarras con Peña, la ciudadanía
tendrá derecho a preguntarse si no será que le protege por razones
inconfesables. Dice que va a estudiar la sentencia. Que lo haga rápido,
la cuestión no admite demora. En realidad debería hacer aún más:
tomar este penoso caso como escarmiento y, desvincularse asimismo
de Juan Hormaechea, antes de que éste sea también condenado y le
coloque en idéntico brete.
La sentencia de Burgos deja un solo resquemor, su realidad ajena
87

a ella. ¿Por qué el mismo justo rigor que se ha mostrado en este caso
no ha sido aplicado en otros, como en el de la reciente estrafalaria
resolución del Tribunal superior de Andalucía con respecto al "caso
Guerra"? ¿Será que existe una justicia para los escándalos que
involucran a personas vinculadas al PP y otra muy distinta cuando los
implicados están en la vecindad del PSOE? Filesa, Ibercop y los restos
del "caso Juan Guerra" nos ilustrarán pronto sobre ello.

Este editorial utiliza un argumento a fortiori, que desemboca en el uso


del superlativo por medio de la superación, para finalizar con una argu-
mentación de preguntas y respuestas (estas últimas inexistentes dentro del
contexto del editorial).
El argumento "a fortiori" es un argumento por el ridículo. Se supone
que ridiculizar la opinión del interlocutor, constituye un argumento contra
ella. Es una de las falacias más vulgares y muy socorrida para las columnas
de opinión y en los editoriales.
En el editorial también se advierte, sobrepuesto al argumento "a for-
tiori", un argumento de "autofagia': consistente en indicar que lo que se
dice acerca de una doctrina no se aplica a dicha doctrina, como en el caso
de Aznar que defiende a los inculpados contra la idea que para su partido
preconiza. Pero este segundo argumento subyace en el fondo, frente al
argumento más notorio, el "a fortiori".

Conclusión
En líneas generales, puede decirse de los textos editorialistas que cuanto
menor extensión tienen, se da en ellos más preponderancia a la argumen-
tación de todo tipo. Los editoriales más amplios se basan en una fuerte
documentación con exhibición de datos, hasta el extremo que algunos de
ellos tienen simplemente documentación suficiente para que el lector pueda
encontrar sus propias conclusiones.
Si nos fijamos en el caso de las columnas de opinión, al que acabamos
de aludir, y tomamos el ejemplo de una de las más significativas, como
puede ser la de Jaime Capmany en el diario ABC, podemos asegurar que
tanto ésta como también muchas otras —las de Francisco Umbral, en El
Mundo, o Manuel Alcántara, en Epoca, etc.— están basadas en su mayoría
en argumentos "a fortiori", por el efecto "ridiculum". En estos textos tiene
que quedar el escrito a cubierto de varios defectos, captando la risa y, por
tanto, la simpatía del público en favor de la propia causa.
En mayor o menor grado el humorismo ridiculiza y así se prepara para
convertirse en un arma eficaz al servicio de la crítica periodística. Todos
los recursos humorísticos tienen un denominador común: minimizar la
exigencia de que algo en particular debe tomarse en serio, bien reducién-
dolo a lo absurdo, bien reduciéndolo a lo negligente, de manera que
produzca placer la minimización (12).
88

NOTAS BIBLIOGRAFICAS

(1) ARISTOTELES, "Retórica", Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1985.


(2) FERRATER MORA, JOSE, "Diccionario de Filosofía", Madrid, Alianza, 1990, p.
2003.
(3) Op. Cit. p. 2013
(4) CASALS CARRO, MARIA JESUS, "Proyecto docente y de investigación", pre-
sentado en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense para
optar a una plaza de Titular de Escuela Universitaria en abril de 1991, p. 226.
(5) SANTAMARIA SUAREZ, LUISA, "El comentario periodístico", Madrid, Paraninfo,
1990.
(6) FERRATER MORA, JOSE, "Diccionario de Filosofía", Madrid, Alianza, 1990, p.
2859.
(7) CASTAÑARES, WENCESLAO, "Asistentes de Mercurio", en "Nueva Revista",
mayo de 1992, p. 77.
(8) DOVIFAT, EMIL, "Periodismo", UTEHA, México, 1960, Tomo I, p. 26 y 115/116.
(9) Ibidem.
(10) MARTINEZ ALBERTOS, JOSE LUIS, "El lenguaje periodístico", Paraninfo,
Madrid, 1989, p. 33 y 34.
(11) EBENSTEIN, WILLIAM, "Los ismos políticos contemporáneos", Barcelona, Ariel,
1961, pássim.
(12) SANTAMARIA, LUISA, "El comentario periodístico", Madrid, Paraninfo, 1990,
p. 127.

También podría gustarte