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II.

LA UNIDAD DE LA ESCRITURA
La unidad de la Biblia es una consecuencia directa de su origen divino. Los libros
de uno y otro Testamento, a pesar de su diversidad, de la laboriosa historia de su
composición y de los amplios espacios de tiempo que separan unos de otros,
forman una unidad, ya que todos tuvieron un mismo y único autor principal, Dios.
Los diversos autores inspirados expusieron por esto una sola verdad, aunque lo 1
hicieran desde perspectivas diferentes. Santo Tomás de Aquino precisa que los
escritores bíblicos tuvieron al escribir un mismo Maestro, fueron conducidos por
el Espíritu Santo... Este mismo Espíritu inspirador acompaña a la Iglesia en la
interpretación de la Escritura y genera la unidad del cuerpo eclesial.

La unidad de la Escritura, por otra parte, no excluye que en la Biblia existan


concepciones diferentes sobre el modo de presentar el misterio de Dios y del
hombre, debido a la pluralidad de autores humanos y las circunstancias en
surgieron los libros bíblicos.

Podemos definir, por tanto, la unidad en la Escritura como la armonía mutua


entre las verdades salvíficas contenidas en los textos bíblicos, en virtud de la
cual, unos a otros se iluminan, sin que exista ni pueda existir ninguna oposición o
contradicciones entre ellas1.

1. UNIDAD ENTRE EL ANTIGUO Y EL NUEVO TESTAMENTO


Existe un vínculo teológico firme entre los dos Testamentos, que hace que
el uno y el otro dirijan su mirada a Cristo. En el primer Testamento Cristo
está oculto como promesa, y en el nuevo manifiesto como cumplimiento.
Afirma San Jerónimo: Todas las páginas de los dos Testamentos convergen
hacia Cristo, como a su punto central .

1
A. Delgado, La unidad de las Escrituras, Scripta Theologica (Pamplona) 4 (1972) 7-82;
279-354. Hasta el Concilio Vaticano II se hablaba en la teología católica de analogía de
la fe.
Con la misma claridad se expresa el Catecismo de la Iglesia Católica cuando
afirma: A través de todas las palabras de la Escritura, Dios dice solo una
palabra, su Verbo único, en quien él se dice en plenitud .

a) RELACIÓN ENTRE AMBOS TESTAMENTOS

Dios, en su sabiduría, dispuso las cosas de modo que el Nuevo Testamento


estuviese escondido en el Antiguo, y que el Antiguo se hiciese patente en 2
el Nuevo, pues si los textos del Antiguo Testamento adquieren y
manifiestan su significado pleno en el Nuevo, a su vez lo iluminan y
explican (DV 16). La relación que existe entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento puede describirse así: según el plan divino de salvación, la
economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, a preparar,
anunciar proféticamente, y significar con diversas figuras la venida de
Cristo redentor universal y la del reino mesiánico (DV 15).

Siguiendo esta cita se puede afirmar que la tensión del Antiguo Testamento
al Nuevo se expresó también por medio de figuras (τυπος) enraizadas en las
mismas circunstancias y acontecimientos de la historia del pueblo elegido,
tal como es narrada en el Antiguo Testamento. Ya San Pablo en 1Cor
10,11, partiendo del relato de la rebeldía de Israel en el camino del
desierto, señala que todas estas cosas les sucedieron como en figura; y
fueron escritas para escarmiento nuestro2. En este mismo sentido, el diluvio
y el arca de Noé prefiguran la salvación por medio del bautismo (cf. 1Pd
3,21), igual que la nube y el paso del mar rojo; el agua que manó de la roca
era figura de los dones espirituales que Cristo derramaría sobre los hombres
(cf. 1Cor 10,1-6); el maná del desierto prefiguraba la eucaristía, el
verdadero pan del cielo (cf. Jn 6,32). Este tipo de lectura se llama
tipológica3.

Dicho de otro modo, la lectura de la historia bíblica a partir de Cristo nos


ayuda a descubrir el inagotable contenido cristiano de los textos del

2
Sobre las tipologías véase CEC, 1094. La lectura tipológica revela la novedad de
Cristo a partir de las figuras del Antiguo Testamento.
3
Cf. M. A. Tábet, Introducción general a la Biblia, o. c., pp. 435-448.
Antiguo Testamento (cf. Rom 5,12-19). Esto, sin embargo, no debe llevar
a olvidar que el Antiguo Testamento posee un valor propio como palabra de
Dios dirigida a los hombres de todos los tiempos, que Jesús reafirmó con
su recurso constante a los textos sagrados4. Dicho de otro modo, los
textos del Antiguo Testamento, además del contenido de la verdad que
expresan en su sentido literal-histórico (por ejemplo: Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, Dt
6,5), poseen un sentido profético-tipológico de indudable riqueza que
3
delinea aspectos centrales de la persona y obra de Cristo. Por ejemplo, el
oráculo profético de Is 7,14, que Mateo ve cumplido en la concepción
virginal de Jesús (Mt 1,23) tiene un sentido cristológico una enorme
trascendencia5. Pero el oráculo en el Antiguo Testamento ya tiene un
sentido en sí mismo: el profeta quiere afirmar en un momento de gran
turbulencia política que Dios pone la señal de la alianza, reafirma su
compromiso histórico de estar con su pueblo, a pesar de la incredulidad del
rey.

En resumen, para los primeros cristianos, el acontecimiento central del


kerigma: la muerte y resurrección de Cristo, encontraba su anuncio y
confirmación en las Escrituras hebreas. Ya el credo proto-cristiano que
Pablo recibió de las comunidades helenistas de Damasco (1Cor 15,3-8),
afirmaba que: Cristo murió κατα τας γραφας (según las Escrituras) y que
resucitó κατα τας γραφας (según las Escrituras). Además de que los
evangelistas interpretan la persona y la historia de Jesús situándolas en el
plan de Dios contenido en las Escrituras, las numerosas citas del Antiguo
Testamento insertadas en el relato de la pasión sugieren que los primeros
cristianos encontraron especialmente en las Escrituras el sentido de la
muerte de Cristo6, sobre todo en los llamados poemas del Siervo. Por otra
parte, el mismo resucitado hace conciencia a los discípulos de Emaús de que

4
Cf. CEC, 129. Los cristianos leen los textos del Antiguo Testamento a la luz de
Cristo. En esta lectura tipológica manifiesta el contenido inagotable del Antiguo
Testamento.
5
Cf. U. Luz, El evangelio según San Mateo, I, Sígueme, Salamanca 2001, p. 145.
6
Cf. M. A. Tábet, Introducción general a la Biblia, o. c., pp. 171-172. La centralidad
cristológica de la Escritura es un dato innegable y bien documentado en los evangelios.
Toda la tradición evangélica confluye en esta verdad.
se llega a la certeza de la resurrección de Cristo por la comprensión de τας
γραφας (Lc 24,13-35).

b) EL NUEVO TESTAMENTO, PLENITUD DEL ANTIGUO


El Nuevo Testamento posee un carácter de plenitud de lo que el Antiguo
contenía en germen, en promesas o en figuras. Desarrolla de modo explícito
y total el mensaje de salvación todavía en embrión del Antiguo Testamento.
4

Gracias a la instauración de la nueva economía salvífica, los grandes


misterios a los que Dios iba gradualmente preparando a la humanidad se han
manifestado en su plenitud, revelándose el significado profundo de los textos
del Antiguo Testamento. Cristo, el Hijo de Dios, el Verbo hecho carne, es,
a la vez el portador supremo de la revelación y el supremo contenido de
dicha revelación. En él la revelación alcanza su cumplimiento y su
perfección. Él ha mostrado a los hombres los misterios escondidos, por
medio de su Encarnación, con su presencia y su manifestación, con sus
palabras y obras, con sus signos y milagros, con su muerte y resurrección
y, después de su marcha al cielo, con el envío del Espíritu Santo. De ahí la
centralidad de los evangelios en la lectura cristiana de la Biblia. Ellos son,
efecto, el testimonio principal de la vida y enseñanza de Jesús 7. Ellos
constituyen el centro hermenéutico y unificador de toda la Biblia.

2. IMPORTANCIA DE LA LECTURA DEL ANTIGUO


TESTAMENTO
El Antiguo Testamento es la Palabra de Dios para los judíos; para los
cristianos es Palabra de Dios abierta a otra Palabra. Los textos del Nuevo
Testamento se conciben a sí mismos como una interpretación de las
profecías y expectativas del Antiguo, y por tanto, requieren de éste para
que se pueda comprender su mensaje. Por ejemplo: sin el libro del Éxodo
que narra los hechos que dan origen a la pascua no se entiende por qué a
Jesús lo juzgan y crucifican durante los días de la celebración de esa fiesta
en Jerusalén; y también: cuando el jurista pregunta a Jesús cuál es el
7
Cf. DV, 18.
mandamiento más importante (Mt 22,36-40), no crea uno nuevo, sino que
cita los dos de las Escritura: amar a Dios (Dt 6,3) y al prójimo (Lv 19,18) 8.
Para Jesús, los primeros discípulos y para Pablo, la Biblia que citan y
buscan cumplir es la Biblia hebrea, por lo que resulta imprescindible el
estudio del Antiguo Testamento para entender los textos del Nuevo. Dicho
en pocas palabras, los cristianos leemos los libros del Antiguo Testamento
para aprovechar su riqueza inagotable y entender mejor el Nuevo
Testamento.
5

En el Antiguo Testamento habla el mismo y único Dios que en el Nuevo. En


él contemplamos la misericordia de Dios que elige, acoge y perdona a un
pueblo pecador y rebelde, como afirma la misma palabra: El Señor, Dios
misericordioso y clemente, tardo a la ira y rico en amor y fidelidad (Ex
34,6). El hesed (misericordia, benevolencia, fidelidad) no sólo atraviesa toda
la historia del pueblo bíblico desde el principio hasta el final, sino que
constituye también la razón última de su obra creadora (Sal 136). Para
decirlo en otras palabras, la misericordia de Dios es la base firme donde se
sustenta la creación y la historia, que son los ámbitos principales en los que
se revela el Dios bíblico. Por eso el autor del Salmo 136 atribuye la creación
y la historia a la acción misericordiosa de Dios: Él hizo el cielo con
sabiduría… y guió a su pueblo por el desierto ki le’olam hasdo (porque es
eterna su misericordia)9. Esta misericordia se ha manifestado de modo pleno
en la persona de Jesús, en sus palabras y en sus acciones.

El Antiguo Testamento es sobre todo testimonio del encuentro del Dios


santo con la fragilidad humana. Por ejemplo, en los Salmos, testigos del
diálogo orante entre Dios y los creyentes, se pone de manifiesto la realidad
humana en toda su patenticidad: el sufrimiento, el gozo, el dolor. El ser
humano que se pone frente a Dios, no sólo lo alaba, sino que se lamenta,
implora y suplica su perdón. Esta oración que emerge de la vida nos muestra
no sólo quién es el orante, sino también quién es ese Dios, tan cercano con
quien se puede vivir en serena comunión desde la propia realidad.

8
Cf. P. Andiñach, Introducción hermenéutica al Antiguo Testamento, o. c., p. 48.
9
J. L. Sicre, Introducción al Antiguo Testamento, o. c., pp. 39-40.
No negamos, por supuesto, que muchos textos del Antiguo Testamento
sean difíciles de entender y que a veces nos resulten hasta chocantes 10,
cuando vimos en la introducción. Porque son reflejo de una cultura y una
manera de pensar que en muchos casos no responden a nuestra mentalidad.
Esto, sin embargo, esto no nos debe apartar del estudio y la meditación de
los libros sagrados. No debemos olvidar que para conocer, comprender y
aprender a situar adecuadamente los textos del Nuevo Testamento es
indispensable estudiar y profundizar los del Antiguo. Eso sí, hemos de
6
leerlos como una realidad en tensión, abierta una realidad ulterior.

10
Cf. J-L. Ska, ¿Cómo leer el Antiguo Testamento? en O. Simian-Yofre, Metodología del
Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 2001, pp. 27-42.

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