Analisis de Textos Literarios
Analisis de Textos Literarios
Analisis de Textos Literarios
1. PRESENTACIÓN
2. JUSTIFICACIÓN
3. OBJETIVOS
4. CONTENIDOS:
I. De la lectura a la crítica
II. Análisis e interpretación
I. Introducción
II. Crítica de los sistemas de análisis literarios
III. Análisis estructural
IV. Análisis estructural de la narrativa
PRIMERA PARTE
DE LA LECTURA A LA CRÍTICA
(Tomado de Carlos Reis. 1981. Fundamentos y técnicas del análisis literario. Madrid,
Gredos. Páginas 13 - 36).
I. LECTURA CRÍTICA
1. Lectura
Una reflexión previa que pretenda estudiar, aunque sea sólo de modo sumario, un
conjunto de problemas que se definen como introductorios con relación a los procesos de
análisis de textos que este libro va a abordar, no puede dejar de iniciarse con una definición
del concepto de lectura. Nótese, sin embargo, que la lectura a que aquí nos referimos no es la
que, en una perspectiva lingüística se concibe como reconstitución, por parte del destinatario,
del mensaje textual elaborado por el emisor sea este mensaje de carácter literario, sea de
carácter predominantemente informativo. Tampoco se trata ahora de analizar una acepción
más vasta que también se le atribuye; en este sentido traslaticio el concepto “lectura” rebasa
con mucho el relativamente restringido de la descodificación de un texto escrito, y abarca
todo mensaje dirigido a un receptor: es al abrigo de ese enriquecimiento semántico del
término que ahora nos ocupa cuando es lícito hablar de lectura de mensajes de características
tan dispares como el filme, los “comics”, el anuncio publicitario o el lienzo pintado.
Todo esto no obsta, sin embargo, para que sea posible determinar un elemento común
al acto de leer, sea éste concebido en el sentido riguroso que inicialmente le hemos atribuido,
en aquel que hemos abordado últimamente, sea, finalmente en el que vamos a definir a
continuación: nos referimos a la imprescindible labor de sujeto que, considerándose receptor
del mensaje emitido, se afirma como término indispensable del acto de comunicación.
Sintomáticamente (y por lo que se refiere ahora a la lectura de textos literarios), los
mismos escritores manifiestan muchas veces una conciencia nítida del importante papel
desempeñado por los lectores; aún recientemente, un novelista español, Gonzalo Torrente
Ballester, afirmaba que, “escrita la novela, es como una partitura sin ejecutante”, añadiendo
a continuación: “La novela la ejecuta el lector, y la operación de leer consiste en verificar
íntimamente el contenido de la palabra, es decir repetir mental, imaginativamente, el mundo
que el novelista ha creado para nosotros”.
En efecto, el acto de lectura, sobre todo por lo que respecta a la ficción narrativa,
consiste verdaderamente en (re)construir un universo imaginario cuyas coordenadas muchas
veces están sólo esbozadas en el texto que se aborda. No por casualidad se habla, a este
respecto, de “lectura como construcción”, sobre todo si se piensa que leer una novela es, en
cierto modo, (re)organizar el tiempo de la historia, la orquestación de los punto de vista, el
proceso de narración, etc. Lo que nos permite afirmar que, en cierto sentido, todo texto es
leído con referencia a múltiples textos que lo preceden; o, con otras palabras, que el acto de
lectura tampoco ignora el amplio espacio intertextual en que se inserta todo discurso literario.
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Después de lo que hemos dicho acerca del concepto de crítica y teniendo en cuenta los
objetivos que inspiran este trabajo, suponemos que no nos compete, en este momento, intentar
encontrar una fórmula (una más...) que se proponga definir el referido concepto. Nuestra
actitud no significa, sin embargo, que despreciemos en absoluto una cuestión que
indudablemente, engloba problemas tan importantes como el de determinar los límites, las
funciones y las responsabilidades del acto crítico; mucho menos quiere decir que seamos
apologistas de posturas que, en este ámbito, no hacen más que, por medio de definiciones
vagas y generalizantes, esquivar hábilmente las dificultades.
De todos modos, e independientemente de cualquier definición, no se pueden dejar de
considerar dos grandes atributos cuando se pretenden clarificar las condiciones de existencia
de la crítica literaria. El primero de esos atributos -implícito en la definición de Doubrovsky-
se identifica con la actividad de desciframiento que el acto crítico implica; enfrentándose con
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produzca en términos aceptables, en virtud de dos razones distintas. En primer lugar, porque
la creación literaria opera, muchas veces, en conflicto abierto con los códigos estéticos
vigentes en determinada época: sirvan, como ejemplo, los movimientos estético - literarios
como los modernismos portugués y brasileño, que, cuando surgieron, dominados
respectivamente por escritores como Fernando Pessoa y Mario de Sá-Carneiro, Mario y
Oswald de Andrade, constituyeron verdaderos (y deliberados) escándalos, por el modo como
derogaban los códigos literarios instituidos y, hasta entonces, dócilmente acatados. Pero el
conocimiento profundo de los códigos estéticos puede no ser suficiente para fundamentar el
juicio crítico, por una segunda razón; y es que el texto literario, que responde a estímulos
creativos de diversa naturaleza y que existe en un contexto sociocultural que se proyecta en el
en grado y modo variados, obliga episódicamente a tener en cuenta ese conjunto de
circunstancias, no rigurosamente estéticas, que ayudan a su elaboración.
Ahora bien, es justamente en función de las distintas proporciones de atención que han
valorizado, ya el texto literario en sí mismo, ya el referido conjunto de factores
circunstanciales, como se han sucedido y confrontado múltiples corrientes críticas. Motivadas
por el grado de interés que en sus impulsores despiertan las diversas facetas implicadas en las
condiciones de existencia de la obra literaria, tales corrientes oscilan sistemáticamente entre
dos extremos: por un lado, el exclusivo e inconsecuente privilegio de meros constituyentes
formales; por otro, el desprecio sistemático de las características estrictamente estéticas del
texto literario, en beneficio de la explotación de pormenores, a veces anecdóticos, situados en
la periferia del objeto de la crítica.
No cabe, ciertamente, dentro de los horizontes que circunscriben este trabajo, hacer
historia de los caminos que la crítica literaria ha trillado, sobre todo desde que, con Madame
de Stael, se instituyó como actividad razonablemente sistemática; nos parece, sin embargo,
importante dejar aquí muy claras dos observaciones que en este momento se justifican por lo
que antes hemos escrito, en primer lugar, debemos tener en cuenta que las diversas lecturas a
que puede someterse un texto literario -privilegiando, por ejemplo, un método crítico de raíz
sociológica o de inspiración psicoanalítica, un análisis estructural o una óptica histórico-
literaria- radican, ante todo, en la opción metodológica del crítico, cuando confiere prioridad a
determinados aspectos de la existencia estético - cultural de la obra que estudia; en segundo
lugar es importante resaltar que la citada opción no debe ser considerada como motivo de
obligatoria mutilación del texto literario; ésta se afirma ante todo como deliberada y, en
tanto en cuanto posible, como opción independiente de un camino específico que es necesario
recorrer, en el sentido de conseguir apurar, de modo disciplinado, las potencialidades que, en
el ámbito de estudios privilegiados, ese texto faculte. Una crítica totalizante que pretenda
agotar definitivamente las diversas posibilidades y vías de introducción en la obra literaria
debe ser concebida sólo como ideal inalcanzable.
De tal modo se han sucedido y confrontado, a lo largo de los años, las varias
metodologías críticas y, por extensión, los distintos lenguajes arrastrados por ellas, que es
posible pensar en una en una metacrítica que, como el nombre lo indica, asume como objeto
de estudio no el texto literario, sino el metalenguaje que resulta de su cometido y los
principios operatorios en que asienta ese cometido. Nótese que la criticología a que aquí
aludimos no debe confundirse con una eventual historia de la crítica que se limite a referir,
según un criterio diacrónico poco más que enumerativo, diversas corrientes y sus más
destacados representantes; al contrario, se trata de una disciplina que aspira a reflexiones de
carácter epistemológico, que se pregunta acerca de la esencia, finalidades y funciones de la
crítica literaria. Como ejemplo bien elucidativo de una contribución considerable para la
constitución de la criticología, podemos enumerar las obras más importantes de la ya célebre
querella de la “nouvelle critique”, que, más que a críticos literarios, oponía, en el fondo,
opciones metodológicas y lenguajes críticos antagónicos.
Curiosamente es Roland Barthes uno de los protagonistas de esta polémica, quien
apunta un problema que consideramos de fundamental importancia para la correcta
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3. Discurso crítico
aunque casi siempre va prolijamente adornado, sólo consigue ofrecer una imagen pálida del
objeto de estudio. Nótese, sin embargo, que esta modalidad de discurso crítico no se
confunde, de ningún modo, con la que surge de una actitud que, ante el texto, se pretende
deliberadamente estética. Es justamente a este tipo especial de crítica -que tiene en Maurice
Blanchot uno de sus exponentes más destacados- a la que Gérard Genette confiere una
función literaria, explicitando que “un livre de critique comme Port-Royal ou L Espace
litteraire est entre autres choses un livre, et son auteur est a sa maniere et au moins dans une
certaine mesure ce que Roland Barthes appelle un écrivain (par opposition au simple
écrivant) c'est-á-dire l auteur d'un message qui tend partiellement á se resorber en spectacle »
Si la inclinación a la paráfrasis escolar es un error que hay evitar por lo que contiene
de aleatorio e inconsecuente, no lo es menos, ciertamente, otra tendencia: la que lucha por un
discurso que pretenda mantenerse escrupulosamente dentro de los límites del lenguaje
corriente; casi siempre derivada de una concepción diletante de la crítica literaria, tal
tendencia no consigue más que trivializar y empobrecer irremediablemente la actividad
crítica. De ninguna manera somos apologistas de la elaboración de un lenguaje que, pensando
sólo por ello conseguir su estatuto de dignidad, se fundamente en terminologías
intencionadamente abstrusas que, cuando no son retorcidas, al menos se revelan herméticas.
Pensamos, sin embargo, que una crítica que se pretenda consciente de su condición de
disciplina científica debe aspirar legítimamente a la utilización equilibrada de instrumentos
que le permitan concretizar cabalmente y sin ambigüedades su misión.
Los instrumentos a que nos referimos están constituidos fundamentalmente por el
conjunto de nociones teóricas que, diversificándose conforme a las metodologías críticas, se
encuentran fijados a través de la terminología que informa cada discurro crítico específico. En
este orden de ideas no debemos extrañarnos, por ejemplo, de que las lecturas de cariz
psicoanalítico emprendidas por el análisis temático de Jean-Paul Weber manipulen términos
como tema y símbolo a la luz de concepciones bien definidas; del mismo modo, cualquier
análisis estructural presupone, en el momento de la enunciación del discurso crítico, que el
término estructura sea utilizado con funciones precisas y en una acepción que refleje de modo
cristalino las operaciones analíticas efectuadas. Más que pretenciosa ostentación, el recurso a
terminologías razonablemente reconocidas representa, en último análisis, la síntesis de
pormenorizadas elaboraciones teóricas, a veces (como en el caso de Jean-Paul Weber)
preliminarmente explicitadas y justificadas.
Que existe efectivamente una distancia abismal en separar la capacidad operatoria del
proceso crítico cuando se sirve de lenguajes cualitativamente diferentes, lo prueba, de modo
elocuente, la comparación de dos fragmentos transcritos a continuación, que no contiene
(señalémoslo de paso) una apreciación genérica sobre los críticos citados:
Como fácilmente se nota, en el primer caso nos encontramos con el recurso a una
adjetivación extremadamente vaga y difusa (“superficial”, “humana”, etc.) que, aliada a
conceptos imprecisos (“los altos padrones de la novela universal”), contamina indeleblemente
el propio juicio crítico emitido, que no consigue más que ser una mera opinión personal,
ciertamente respetable, pero por completo desprovista de un mínimo de rigor. Al contrarío, el
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1. Análisis
2. Interpretación
I. Introducción
Dentro del estudio literario existen dos partes, la una dedicada al texto, objeto de
análisis y la otra dedicada a la metodología empleada para dicho análisis. En primera instancia
reconocemos tres segmentos referidos a la obra literaria.
1. Literaturidad
2. Especificidad del lenguaje
3. Estructura y funcionamiento
En lo que tiene que ver al tratamiento de estos temas lo haremos cuando sea de nuestro
dominio la fundamentación teórica necesaria.
Tratándose de los sistemas metodológicos de estudio de la obra literaria existen
muchos métodos, entre los cuales citamos: la historia literaria, la sociología literaria
(marxismo), el estructuralismo, la semiótica literaria.
Dada la elaboración perfectamente sofisticada de la metodología del análisis literario
es imposible pretender criticar y, mucho menos, analizar una obra sin la formación teórica
pertinente.
Pues todo análisis impresionista, inocente, que carezca de una sistematización es un
error crítico analítico. Este comentario último tiene particular importancia porque en nuestro
país no existe una crítica profesional; tampoco analistas de la literatura, aun cuando dentro de
las universidades existe una disciplina y un intento de realización de un trabajo científico de
indudable validez. La crítica y el análisis literario se ejercen a nivel profano de aficionados, de
amigos de los escritores. Cuando se edita un libro, los estudios que se hacen del mismo son
trabajos de otros escritores, cayéndose en un círculo vicioso de elogios mutuos. O de otro
modo de injurias, de críticas feroces, sin fundamentación seria.
A propósito de sistemas críticos y de análisis del texto literario tenemos que indicar
que no existe ninguno capaz de agotar él sólo los distintos niveles de valor de dicho texto.
Cada sistema o método de análisis es una opción particular, un punto de vista complementario
de otros tantos. Por tanto, es equivocado hablar de métodos totales, absolutos, cualquier
método utilizado, en razón de su unilateralidad, permite el empleo de cualquier otro.
Este fenómeno se debe a dos rasgos característicos del objeto literario: la
incompletación y la inagotabilidad.
1. La incompletación
2. Inagotabilidad
El analista de la obra literaria debe saber diferenciar entre un texto netamente estético
y uno que no sea y emitir, además, juicios de valor sobre ellos.
En este sentido, dicho analista debe ejercer un control de la subjetividad individual
propia; puesto que, aunque se elija un método de análisis objetivo, dicha subjetividad
permanecerá siempre.
Entonces el analista en cuestión tendrá que hacer un esfuerzo intelectual y proceder en
el estudio de un texto con objetividad e imparcialidad tanto como le sea posible.
Pues de otro modo el estudio o análisis literario podría constituirse en una simple
reacción frente al fenómeno literario y contener un simple gusto o parecer impresionista, es
decir de formación crítico analítico de validez general.
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De ahí que la lectura crítica de un texto no se trata de una experiencia de placer frente
al libro, como sería la lectura hablando de un lector cualquiera: se trata de una lectura de
profundidad, asumiendo todas las responsabilidades de este hecho.
El crítico y/o analista debe partir del conocimiento de los diferentes códigos que
conforman la obra literaria, los mismos que podrían ser simbólicos, ideológicos, míticos,
lingüísticos, filosóficos, etc.
Este fenómeno se explica así: como sabemos el código no es sino el idioma en que
está escrito un libro; sin embargo, dicho código contiene a su vez un código individual,
perteneciente en forma exclusiva al autor del libro, el cual lo disemina en el texto dándole
valores simbólicos. Estos valores serán entonces universales y particulares. Por ejemplo, los
símbolos del amor, de la paz, del cristianismo, son conocidos por todos.
En cambio hay símbolos o valores creados por un autor en medio de un contexto, de
unas pistas o indicios que permitirán su desciframiento, trabajo cuya responsabilidad es del
investigador o analista de la literatura.
6. Reconstitución de la obra
La tarea del analista literario “repite” las experiencias del escritor al escribir su obra.
Es decir descodifica el sistema de signos, la estructura, los puntos de vista, las categorías, los
símbolos, los mensajes que constituyen el objeto literario. Esta tarea incluso va más allá de la
tarea del escritor cuando sintetiza, cuando organiza y concluye dicha obra, hablando de la
obra contemporánea, la cual por su propia naturaleza abierta necesita de una organización, de
una conclusión.
Este trabajo es importante puesto que dentro de una obra no hay nada gratuito. Dicho
de otro modo, no puede dejarse sin revisar, sin analizar, componentes aparentemente
improductivos, insignificantes: todo es significativo en un texto, inclusive un epígrafe.
Analizar un texto, como puede verse, se presenta como una actividad difícil, en
primera instancia. No obstante, las experiencias posteriores, los instrumentos o métodos, su
practicidad y el desarrollo gradual de este trabajo nos permitirán volverlo cada vez más
accesible hasta hacer de él una actividad intelectual sin dificultades.
7. Discurso analítico
Con el objeto de evitarlos, vamos a revisar los principales errores del discurso
analítico, los mismos que son cuatro. Dichos errores son cometidos principalmente por el
aprendiz de analista literario y crítico:
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1. Análisis pretextual
Este tipo de análisis toma al texto en estudio como pretexto de erudición por parte del
autor del análisis.
Retomando el fragmento de Fray Luis de León, el análisis pretextual insistirá en la
biografía del poeta. Podrá decir que Fray Luis de León nació en Belmonte (Cuenca, España)
en 1527. Estudió en Madrid y fue profesor en la Universidad de Salamanca. A los 14 años se
hizo monje agustino. Sufrió persecuciones de la Santa Inquisición. Es autor de La perfecta
casada y de Una exposición sobre el libro de Job.
Otra forma de análisis pretextual se dedicará a destacar los componentes técnicos del
trabajo en estudio. Valiéndonos de la misma estrofa en referencia podría decirse lo siguiente:
se trata de una lira, la misma que está compuesta de versos heptasílabos y endecasílabos,
dispuestos así:
Primer verso heptasílabo
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2. Análisis subtextual
Este análisis se interesa por descubrir la génesis u origen de la obra literaria. Dicho de
otro modo trata de encontrar una relación lineal entre los hechos o realidades que sirven de
base a una obra y dicha obra. Los hechos que integran un texto literario se encuentran
reelaborados, retorcidos, transformados, distintos de lo que fueron en tanto realidades
históricas. Además otros hechos parten de la individualidad del autor, constan en su
subconsciente, volviéndose materiales del psicoanálisis.
Posiblemente el aspecto más importante del análisis subtextual sea su referencia a la
sociedad; puesto que, como sabemos, toda obra es una imagen de la realidad, entendida en
una dimensión social, además es fácil suponer la influencia que ejerce la sociedad en el
individuo, uno de los cuales es el escritor. En este caso será la sociología la encargada de
analizar este fenómeno.
En síntesis, no se rechaza a este método de plano ya que algunas de sus informaciones
podrían aclarar problemas literarios; sin embargo, hay que evitar que el análisis subtextual
caiga en extremos como los de averiguar el autor de una obra anónima. Tampoco podría dar
importancia a la investigación de la originalidad de un texto, tratando de establecer, por
ejemplo un plagio.
Pues en la actualidad los escritores recurren a veces a la intertextualidad, que
consiste en elaborar un texto a base de trabajos propios y ajenos. A este método formativo se
lo llama pastiche.
3. Análisis textual
Para establecer la definición y los límites del lenguaje literario hace falta conocer los
aportes teóricos del Formalismo ruso y del New criticism norteamericano, mediante los
cuales el análisis literario y la crítica han adoptado un sentido científico alejado de sistemas
impresionistas e historicistas que tocan al texto literario de forma superficial.
El lenguaje de la literatura es un sistema lingüístico compuesto por habla. Así como el
habla, en términos estrictamente lingüísticos, es la manera individual de asumir el idioma en
forma oral; asimismo, la obra literaria es una manera de asumir el idioma desde un punto de
vista individual, ahora en forma escrita.
Dicho de otro modo, una novela, por ejemplo, está concebida por un idioma,
pongamos por caso el castellano, pero ese idioma es empleado por el escritor de modo muy
personal, tan personal que llega a denominarse estilo.
Esa forma individual de escribir un idioma a veces está dirigida contra el sistema de
ese idioma, pero en un nivel creativo. Roland Barthes formula este problema del siguiente
modo: “La lengua es fascista, en un sentido estricto de la palabra, ya que toda lengua, por su
estructura, impide el poder expresar ciertos sentimientos y relaciones, o lo que es más grave,
obliga a decir otras cosas, a asumir otras relaciones con el otro. La lengua es coercitiva y por
eso, según el pensamiento de Vico, está asociada al derecho y a la ley o sea a la represión. La
solución que el ser humano tiene de hallar la libertad, bajo la ley de la lengua, es precisamente
la literatura”.
En síntesis, el texto literario por estar conformado por una serie de códigos
(lingüísticos, estilísticos, simbólicos) puede denominarse hipercódigo, el mismo que a nivel
lingüístico está compuesto de lengua y habla mezcladas en niveles de difícil determinación.
Los principios del análisis estructural son dos: a) El texto literario es un todo acabado
y b) El texto literario depende de las relaciones de las partes.
El primer principio concibe al texto literario como un sistema o corpus,
independientemente de los métodos de su composición. Desde esta consideración se
observarán las líneas de fuerza de la construcción interna del texto y el equilibrio de las
unidades que lo componen, estimándolos una forma total.
El segundo principio habla de los componentes de la estructura artística literaria y,
sobre todo, de las relaciones y movimientos de dichos componentes. Este tipo de relaciones es
tan importante que puede definir el concepto de principalidad, por ejemplo de los personajes
de una novela.
Dicho de otro modo es evidente que el carácter de personaje principal de una narración
está dado por las relaciones de este personaje y los personajes secundarios de esa obra.
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Función autónoma
Función sínoma
Esta función permite establecer relaciones entre una obra determinada y otras del
mismo autor. Además en razón de las relaciones de simpatía entre los sistemas y subsistemas,
entre los que se encuentra la literatura como una subserie cultural, la función sínoma puede
poner en contacto las obras de distintos autores pertenecientes a una época.
Pensando en un autor concreto: Gabriel García Márquez, su obra Cien años de
soledad mantiene relaciones evidentes con las obras anteriores a ella. Es un lugar común que
la temática garcíamarquiana anterior a Cien años de soledad aparece desarrollada sólo
fragmentariamente, conformando pequeños relatos o novelas que después de su obra capital
se consideran ensayos narrativos que tan sólo en Cien años de soledad obtuvieron su más
completo desarrollo.
Carácter organizativo
Este hecho permite la existencia de unidades y subunidades dentro de una obra que no
carecen de valor. Dicho de otro modo, dentro de un texto literario no habrá ningún término
gratuito. El conocimiento de este fenómeno da razón a muchos críticos para tomar cualquier
unidad de un libro y estudiarlo, en virtud de la representatividad que este carácter estructural
atribuye a cada uno de los elementos del mismo.
Este carácter se refiere a la unión o cohesión de las unidades de una estructura. Esta
unión otorga un principio de armonía, proporción y equilibrio a las partes de un todo
organizado, hecho que relativiza la noción del todo.
De aquí se deriva el concepto de interdependencia de los elementos estructurales; es
decir las relaciones que hay entre dichos elementos. Es más, la interdependencia de las
unidades de una estructura literaria imponen las funciones y el valor de las mismas en esa
estructura. Valiéndonos del ejemplo de una novela, ya usado con anterioridad, los personajes
deben su característica de principalidad o su función secundaria a las relaciones de
interdependencia que entre dichos personajes existan.
Carácter dinámico
Para la realización del análisis estructural del relato tenemos que servirnos de los
instrumentos teóricos ofrecidos en la Revista Comunicaciones No 8, publicada en París en
1966, de la cual sus principales autores son: Roland Barthes, J. A. Greimas, Gerard Genette y
Tzvetan Todorov (búlgaro).
En este texto, principalmente a partir de los trabajos de Roland Barthes se encuentran
los principios del análisis estructural que es el método más actual para el conocimiento de la
literatura. Nos servimos de sus proposiciones de gran aplicabilidad práctica en razón de que
proceden de forma muy objetiva sin recurrir a terminologías sofisticadas.
El análisis propiamente dicho se interesa en tres aspectos de la narrativa: 1) Estructura
de las acciones, 2) Sintaxis narrativa y 3) relación entre narración y descripción.
Se parte de dos principios:
a) La posibilidad de analizar una narración, considerándola como una frase de
frases.
b) Releva la funcionalidad de las acciones de los personajes y de la narración.
De este segundo principio se derivan dos niveles: Nivel distributivo y nivel
integrativo.
1. Nivel distributivo
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Este nivel ejerce su funcionalidad en un plano superior, por ejemplo las acciones de
los personajes y la narración. Contiene las siguientes funciones: funciones indicios y
funciones informantes.
Las Funciones indicios (I) son las pistas o indicios de significado que se encuentran
en forma disimulada, escondida en el texto narrativo.
Las Funciones informantes (IF) son referencias espacio temporales del texto,
colocadas en él con el objeto de darle verosimilitud, credibilidad. Ponen en contacto la ficción
narrativa con la realidad.
Ejemplo de análisis:
Nivel distributivo: Atravesé la escuela (F1), pasé el corredor (F2), estaba fuera de la
escuela y corría (C).
Las funciones cardinales siempre están señaladas por verbos de acción terminada, en
pasado perfecto.
El ejemplo de análisis realizado deja ver una pulverización del texto, el mismo que ha
sido fragmentado en los cuatro tipos de funciones estructurales antes mencionadas. Dicha
fragmentación o pulverización de la estructura vale como ejemplo; sin embargo, cuando se
trata de un texto completo, se procederá buscando las funciones más representativas en los
dos niveles. De otro modo el análisis estructural de un texto se verá afectado de artificio.
Con la finalidad de aclarar este trabajo hacemos las siguientes observaciones.
Una.- Las cuatro funciones conocidas son importantes en la estructura de una
narración, pertenezcan al nivel que pertenezcan, puesto que captan los rasgos que definen
dicha estructura. La totalidad de ella se la obtendrá con la identificación de sus funciones
mayoritarias.
Dos.- Las funciones cardinales o nucleares se indican, aunque no siempre, mediante
verbos en pasado, de acción terminada: atravesé, pasé, dormí, amé. Representan actos
concluidos, hechos terminados sin discusión.
Contrariamente las funciones catálisis se refieren a acciones no terminadas,
inconclusas.
Existen casos en que una función contiene a otra. Si consideramos la expresión
“Estaba fuera de la escuela”, encontramos que “Escuela”, por ser una referencia de espacio o
lugar es un informante, sin que este fenómeno impida la existencia de la función catálisis en
dicho enunciado.
Tres.- Esto no sucede con las funciones cardinales o nucleares: ellas no contienen a
otras, puesto que se caracterizan por su independencia y su especificidad.
Cuatro.- La existencia de una función en otra es el principio que determina el llamado
reenvío de funciones.
Con el objeto de dar espesor y densidad a un relato, para que el mismo no asome
representado únicamente por las funciones que hemos revisado, lo cual haría parecer a todo
relato en forma esquemática y artificiosa, se produce la saturación y reenvío de funciones de
un nivel a otro.
Así por ejemplo, pueden reenviarse funciones del nivel integrativo al nivel
distributivo. De este modo, además se cumple el enunciado a propósito de la funcionalidad
del nivel integrativo, la misma que se ejerce en un nivel superior (el nivel distributivo).
Vamos a ejemplificar este fenómeno valiéndonos de la pequeña narración que antes
habíamos anotado. Tomamos el informante “calle”, el mismo que en el desarrollo de las
acciones (que no se encuentra en el relato por su condición de fragmento) cobra importancia
particular porque en dicha calle convertida en escenario, tienen lugar los acontecimientos
principales del relato.
Entonces dicho informante, por este hecho, adquiere un traslado del nivel integrativo
al nivel distributivo.
Tomamos por otro lado el indicio “de las almas”. Esta expresión, por causa de la
tradición, supersticiones, etc., en nuestro medio hablante puede significar “la calle del
cementerio”, “la calle de los aparecidos” y, en un sentido general, tiene relación con la
muerte. En el texto narrativo donde funciona el indicio que revisamos y en el transcurso de las
acciones (que tampoco consta en el relato anotado), ocurre más tarde la muerte de un hermano
del protagonista de la historia.
De este modo dicho indicio, unidad o función del nivel integrativo, pasa o es
reenviado al nivel distributivo, en razón de que se ha convertido también en parte principal de
la narración.
La revisión hecha de las funciones contenidas en el breve relato anotado tiene un valor
ejemplificativo, principalmente. Es decir se ha forzado, se ha extremado el recuento de
funciones, dejando ver en última instancia una simple enumeración de las mismas.
El análisis así hecho es un trabajo artificioso que pulveriza el texto. Cuando
analicemos textos completos el método cambiará. Se tomarán, en todos los casos, las
funciones más representativas del relato. Esto a propósito de las funciones: cardinales,
catálisis, indicios e informantes.
Después se completará este trabajo con una interpretación de sus significados o sea se
buscará el valor dentro del texto de cada una de las funciones conocidas.
Aunque para inicios del siglo XIX la sociología no constituía un corpus científico lo
suficientemente estructurado; de manera convencional, se podría decir que la sociología de la
literatura arranca desde 1810, año en que Madame Staël publica en Francia su obra titulada:
De la literatura considerada en sus relaciones con las instituciones sociales, en la cual se
propone examinar la influencia de la religión, las costumbres y las leyes sobre la literatura y, a
la inversa, la influencia de ésta sobre aquellas (Escarpit: 1971, 8).
En Estados Unidos de Norte América la sociología de la Literatura y la crítica
sociológica emergen luego de la primera guerra mundial con V. F. Calverton, quien sostenía
que "es indispensable tomar en cuenta la génesis y el medio circundante de una obra de arte
para comprender los efectos que ésta produce en el público" (Cit. por Goldmann: 1984,49).
Más tarde esta opción de crítica literaria toma nuevo impulso con Ian Watt, para quien el
realismo de una novela no reside en el género de vida que presenta sino en la manera en que
lo presenta.
En Alemania, F. Mehrine, fundamentando en el aporte teórico de Hegel y Marx, al
establecer la relación entre sociología y literatura dice: "La herencia ideológica también actúa,
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cosa que, una vez más, el materialismo histórico nunca ha negado, pero sólo actúa como actúa
el sol, la lluvia o el viento sobre el árbol cuyas raíces se encuentran en la ruda tierra de la
condiciones materiales, de los modos de producción económica, de la situación social" (Cit
por Goldmann: 1984, 53). Dentro de Alemania otros aportes significativos han dado
Guillermo Dilthey, Theodor W. Adorno, Wálter Benjamín y E.Kohler.
En Francia no hay que olvidar los indudables aportes de Jean Marie Guyau, el mismo
que en su obra: EL arte desde el punto de vista sociológico planteaba que la sociedad es el
primero y principal medio de influjo de la literatura, pero en la medida en que aparece en la
estructura de la obra como un sistema de hitos, de puntos de referencia. En este intento de
explicación sociológica del hecho literario han contribuido también J. Bédier, G. Lanson,
Lucien Febvre, entre otros.
En nuestra América de habla hispana destaca como uno de los principales iniciadores
y representantes de la crítica sociológica el ensayista peruano José Carlos Mariátegui, quien
en su ya clásico Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana dedica un capítulo
(un ensayo) al análisis e interpretación socio histórica de la literatura de su país.
La crítica sociológica que venimos comentando puede asumir dos puntos de vista: a)
tomando la sociedad como punto de partida y b) tomándola como meta de llegada. La primera
opción ha sido la que más desarrollo ha tenido y, gracias a ella, se han logrado descifrar
algunos aspectos concernientes a la obra literaria como es el de los géneros o formas, mismos
que se los hace corresponder puntualmente al desarrollo social de cada época, al de sus clases
sociales, hasta llegar a la novela contemporánea, ligada de manera estrecha al sistema
burgués, pero cuyo contenido ideológico también suele arremeter contra los bastiones de la
clase dominante burguesa y sus inherentes aspiraciones de reproducción y perpetuación.
Como en otros campos de las ciencias humanas, en el de la sociología de la literatura
es posible diferenciar, con toda nitidez, dos caminos a seguir. En razón de que el del
positivismo ha sido caracterizado como ahistórico, cuyo énfasis constituyen los hechos y
datos estadísticos, se ha optado por el llamado estructuralismo genético, el mismo que lo
describiremos en las líneas subsiguientes.
a. Base y superestructura
Si aplicamos el concepto de clase social a la literatura hay que reconocer que, por su
origen, su contenido y su escritura, la novela es un producto social y por lo mismo forma parte
de la dinámica de las clases. Empero, como dice Mario Monteforte, no hay que olvidar que las
grandes obras nunca se someten al molde partidario de una clase sino que expresan la relación
de las diferentes clases en el interior del conjunto social y levantan, por así decirlo, a sus
autores por encima de sus prejuicios de clase (Monteforte: 1976, 252).
c. Ideología y visión del mundo, si se admite que ideología es sinónimo de falsa
conciencia se la puede definir como "una codificación de la realidad a través del discurso,
hecha por intereses de clase, a fin de inculcar una conciencia falsa capaz de inducir a la
aceptación de una posición subordinada dentro de las relaciones de producción" (Monteforte:
1976, 182).
Sin embargo, desde el punto de vista marxista, a la ideología se la entiende como el
sistema de concepciones e ideas: políticas, jurídicas, morales, estéticas, religiosas y
filosóficas.
La ideología forma parte de la superestructura y como tal refleja, en última instancia,
las relaciones económicas. No obstante esta característica, la ideología posee, al mismo
tiempo, cierta autonomía e independencia relativa, ello se debe a que hay otros factores
extraeconómicos que influyen, directa o veladamente, en su desarrollo.
Como es obvio las ideologías surgen por acción de las relaciones y contradicciones
que se dan entre las clases sociales y los individuos que las conforman; además emergen
como producto de la base económica y de las nuevas relaciones sociales que en ella se
establezcan, a esto último se debe el que se sostenga que los momentos de crisis son propios
para la generación de ideologías.
En todo caso cualquiera fuera la concepción de ideología que se maneje, ésta es
inmanente al desarrollo de lo humano al punto que se ha llegado a decir que "ninguna
sociedad puede sobrevivir sin soportes ideológicos y sin fe en ellos. Solo emprende la tarea de
cambiarse y reconstruirse cuando se ha forjado un nuevo conjunto de creencias" (Monteforte:
1976, 184).
Si aplicamos las concepciones antes citadas al campo de la literatura es fácil deducir
que el texto literario (novelístico o de cualquier otro género) es portador y también operador
de una reproducción de la ideología y es, además, parte del equipo de los medios para la
transmisión y la introducción de la ideología en la sociedad.
Otro concepto muy relacionado con la ideología es el de visión del mundo, misma
que según Lucien Goldmann es la expresión del máximo de conciencia posible que tienen una
clase social sobre sí misma; es decir, un punto de vista coherente y unitario sobre la realidad,
una totalidad compleja y estructurada de aspiraciones que reúne a los miembros de una clase y
los opone a los miembros de otra clase; una comunidad de pensamientos y acciones que
corresponde a un grupo de hombres en la misma situación económica y social.
La visión del mundo en narrativa se manifiesta implícitamente y cobra vigencia en el
contenido, la estructura, el lenguaje, la vida de los personajes, etc. En una sociedad de clases,
como lo es la capitalista, esta visión del mundo en narrativa puede optar por tres alternativas:
identificarse con la ideología dominante, con la ideología impugnadora del orden constituido
o, de plano, con la posibilidad revolucionaria (Monteforte: 1976, 254), claro que, en
ocasiones, por razones estéticas y literarias es necesario ocultar y sacrificar determinados
valores humanos.
homología rigurosa entre la forma literaria de la novela y la relación cotidiana de los hombres
entre sí, en una sociedad capitalista que produce para el mercado.
Este reflejo y reproducción, de la novela respecto de la sociedad, no sólo se refiere a
los grandes hechos, acontecimientos y fenómenos del mundo objetivo, sino también al clima
subjetivo de la experiencia vivida por los personajes en un lugar y en una época determinada;
así, por ejemplo, las grandes crisis del comienzo del siglo XX y la transformación del
capitalismo liberal en un capitalismo de monopolio, en el que el individuo desempeña un
papel cada vez menos importante, son contemporáneas de la crisis de la novela de héroe
individual, de las tentativas de cambio con miras a volver a vincular al héroe a una
colectividad y, luego, de la crisis de la novela que carece de héroe individual.
Pese a lo dicho es necesario señalar, en contraposición al sociologismo vulgar, que el
nivel de dependencia de la obra literaria, como elemento superestructural, respecto de la base
económica no es directo ni mecánico, puesto que a veces en una sociedad decadente o en
aguda crisis surge una literatura de primer orden, progresista e incluso revolucionaría,
conforme sucede en el Ecuador entre los años de 1925 y 1949.
En una posición bastante exagerada y alejada de la verdad, quienes defienden la
directa dependencia, relación y reproducción de la novela respecto de la sociedad en que se
halla inserta, llegan a poner en duda la "autoría" individual de las novelas; pues, afirman, que
el original y verdadero "autor" de una creación literaria es el momento histórico, social,
ideológico, político y psicológico del cual forma parte el escritor individual; puesto que, el
hecho de que un individuo pertenezca a un grupo mayor posibilita el que reciba influencias
sobre su pensamiento, su afectividad y su comportamiento, todo lo cual, obviamente, se ve
reflejado en sus creaciones individuales. Empero, como todos sabemos, el escritor se
pertenece, simultáneamente, a varios grupos: sociales, profesionales, nacionales, étnicos,
laborales, políticos, religiosos, familiares; todos los cuales, de una u otra manera, le influyen;
es más el escritor, como la mayoría de sus personajes ficticios, es un actante político, un
sujeto problemático que, por lo general, se opone y se resiste a la sociedad en que se
desenvuelve. Toda la caracterización hecha del autor determina que su obra, al tiempo que
refleja la sociedad y sus circunstancias en que germina muestre, también, un sello, una
impronta de individualidad y originalidad, única e irrepetible, y que le es privativa al escritor,
en tanto creador de obras y seres de ficción.
Estilo deriva de stylus, punzón o buril que sirve para escribir. Por extensión significa
la manera de escribir y, particularmente, la manera de escribir propia de un autor, de un
género, de una época; es decir, es la utilización, por parte del escritor, de los medios de
expresión con fines literarios.
Para Dubois el estilo es la marca de individualidad del sujeto autor del discurso,
pertenece al dominio del habla, es la elección hecha por los usuarios en todas los
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Pierre Guiraud utiliza tres grandes criterios para clasificar al estilo literario:
3.1. Significado
retórica que preside esas figuras, intentando a través de él enraizar en una visión particular del
mundo o en un revelación de facetas ocultas o insospechadas de lo real; es decir, el análisis
estilístico estructuralista no sólo debe clasificar las figuras literarias sino aclarar, explicar,
justificar el porque de las mismas. Para cumplir este cometido es necesario articular
armónicamente dos actitudes específicas: en primer lugar, el conocimiento y capacidad de
descripción del funcionamiento retórico de las figuras; en segundo lugar, la tentativa de
descubrir en ciertos textos la importancia relativa de determinada o determinadas figuras
(Reis: 1981, 141-142).
3.2. Significante
3.3. Morfosintaxis
Se habla de morfosintaxis porque "Las formas de las palabras (morfología) [...] deben,
en parte, su existencia a su papel en la frase y a las relaciones que entre ellas se establecen,
precisamente entre las mismas palabras que la forman (sintaxis)" (Reis: 1981, 164). En el
ámbito de la morfosintaxis se abordan al menos dos cuestiones: la utilización estilística de
ciertas categorías léxicas y gramaticales y la problemática del orden verbal.
a) El adjetivo se muestra muy fecundo para el análisis estilístico sobre todo teniendo
en cuenta la necesidad de enraizar la ambigüedad del signo literario en la subjetividad del
sujeto de la enunciación. Empero, para su exitoso tratamiento es necesario diferenciar dos
tipos de adjetivos: los que asumen una posición objetiva y los que fluyen de la subjetividad
del sujeto de la enunciación. También es oportuno diferenciar entre los adjetivos calificativos
de aquellos que no tienen esta función.
b) El verbo es una categoría lexical de gran relieve morfosintáctico puesto que le
cabe muchas veces un importantísimo papel en la configuración estilística del texto, en parte
porque está normalmente caracterizado por una gran elasticidad de flexión.
En virtud de la dificultad que existe para determinar las funciones estilísticas del verbo
sólo serán consideradas aquellos modos y tiempos que, considerados en sus utilizaciones
estético - literarios más sugestivas, revelan un impacto estilístico considerable, así: el modo
imperativo, puesto que no sólo es la expresión de mandato la que está en causa, sino que,
también, puede interesar su posibilidad de modulación estilística: del mandato imperioso a la
súplica persuasiva se extiende un amplio abanico de formulaciones, sólo explicables en
función de contextos específicos. Además a través de este modo se puede expresar el carácter
impositivo de un personaje, su voluntad de adoptar alguna actitud o la pasiva aceptación de
una voluntad más fuerte (Reis: 1981, 171).
31
Los matices estilísticos del modo verbal se ven completados por la categoría del
tiempo, de cuya multiplicidad consideramos que los más interesantes son el presente, el
pasado perfecto y el imperfecto. De estos tres tiempos citados el presente "sufre interesantes
tratamientos aspectuales en el ámbito de la narrativa; justamente porque surge como una
excepción de un género literario casi siempre marcado por tiempos del pasado, el
aparecimiento del presente en textos narrativos puede llevar el análisis estilístico a
consideraciones centradas en la subjetividad del narrador" (Reis: 1981, 173-174).
Para finales del siglo XVII John Locke resucitó el viejo término estoico semiótica
para referir una ciencia que se ocupara del estudio de los signos y de las significaciones. Esta
nueva disciplina científica debía constituirse a partir de la lógica, entendida como ciencia del
lenguaje.
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Entre los autores que más han contribuido al desarrollo de la semiótica como método
de análisis literario se destacan Jan Mukarovsky, quien define a la obra de arte como signo y,
consecuentemente, objeto de estudio de la semiótica y no de la lingüística.
Más tarde, retomando los aportes de Jan Mukarovsky y los que habían dado otros
estudiosos de la lingüística y la literatura como: Louis Hjelmslev, Román Jakobson y
Vladimir Propp adviene el auge moderno de la semiótica literaria en Europa Occidental,
especialmente en Francia con el equipo capitaneado por Roland Barthes y críticos eslavos
afincados en este país como Tzevetan Todorov y Julia Kristeva.
En virtud de que la semiótica literaria constituye una ciencia todavía en proceso de
consolidación las directrices comunes entre sus cultores son pocas, las mismas que pueden
resumirse en cuatro:
3.1.1. Códigos estilísticos, los cuales se los aborda como componentes parciales de un
conjunto determinado de instrumentos metodológicos de análisis literario. Con la finalidad de
operativizar este tipo de análisis la perspectiva semiótica recurre a las posibilidades
operatorias facultadas por el conocimiento de subcódigos estilísticos y de registros del
discurso.
3.1.1.2. Registros del discurso, con este concepto se pretende relevar la utilidad
operatoria de recursos de implicación operatoria estilística que, pudiendo, en cierto modo
considerarse funcionalmente homólogos a los signos literarios, no comulgan enteramente con
su condición por varias razones: incidencias semánticas designarles, valen como significantes
de otros subcódigos y corresponden a un subcódigo específico. Dentro del registro del
discurso hay cuatro modalidades principales, los cuales tienen un impacto semántico muy
intenso e imprimen al discurso cierta configuración ideológica y afectiva. Estas modalidades
son: el discurso abstracto, el connotativo, el valorativo y el figurado.
3.1.3.3. Código de la narración, con este código se muestra especial interés por la
narración y las entidades comprometidas en el proceso comunicativo de la narrativa:
a. El narrador, o sea, el sujeto de la enunciación, primer responsable, de la
producción del discurso narrativo.
b. El narratorio, o sea, el destinatario inmediato del acto de enunciación, entendido
como necesario término de recepción del mensaje narrativo.
En cuanto al narrador puede contar su historia eligiendo entre dos grandes opciones:
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Son aquellos que integran repertorios de signos que no agotan su eficacia semiótica
solamente en el dominio del lenguaje literario, ya que se extienden también a zonas de
influencia más amplias. La dificultad que presenta su análisis es el carácter muy disimulado
de la manifestación en el discurso. Entre los principales códigos paraliterarios se mencionan:
temáticos, ideológicos, metalingüísticos, históricos, onomásticos, topográficos, etc.
4. Principios operatorios
A. TÉCNICAS CLÁSICAS
Todo escritor que se dispone a construir una ficción (cuento o novela) tiene que hacer
frente a una variedad de problemas los mismos que pueden agruparse en cuatro grandes clases,
según hagan referencia: al narrador, al espacio, al tiempo y al nivel de realidad.
El narrador, como todos sabemos, no es el autor de carne y hueso que construye la
ficción y vive independientemente de ella, sino una invención del autor su representante o
plenipotenciario en la ficción. Está hecho de palabras y solo vive para la historia que inventa.
Ni antes ni después de la ficción no tiene ninguna existencia ni real ni imaginaria, vive por y
para ella y nada más.
El espacio hace referencia al mundo, universo o cosmos espacial creado por la ficción
o la historia narrada. Este referente espacial nos permite identificar si el narrador está fuera de
la historia como ocurre en el omnisciente, dentro de ella como sucede con el narrador testigo o
protagonista que ocupa una posición incierta, ambigua; es decir, ni totalmente dentro ni
totalmente fuera de la historia.
El tiempo puede admitir, al menos, tres criterios bifurcados de clasificación: a)
tiempo cronológico dentro del cual vivimos inmersos autores y lectores y tiempo de la ficción
que leemos, el cual, también, es un invento del autor; b) tiempo real que existe objetivamente
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con independencia de nuestra subjetividad y tiempo psicológico, del que somos concientes en
función de lo que hacemos o dejamos de hacer y que influye de manera distinta en nuestras
emociones y más estados psicológicos; y c) tiempo cráter, aquel que es vivo, intenso dentro
del mundo ficticio y tiempo muerto, el que es de mera transición entre un acontecimiento y
otro.
A partir de la noción de tiempo se construye el punto de vista temporal, entendido
como la relación que existe en toda ficción, entre el tiempo del narrador y el tiempo de lo
narrado. En este sentido las posibilidades del narrador son tres, con múltiples subdivisiones y
combinaciones:
a) Mundo real, que incluye toda persona, cosa o suceso reconocible y verificable por
nuestra experiencia del mundo.
b) Mundo fantástico o imaginario, referido a todo aquello que no es tangible ni
verificable e incluye la mágico, lo milagroso, lo legendario, lo mítico;
c) Mundo objetivo, como el mundo real abarca cosas, hechos, personas que existente de
por sí, en sí mismos.
d) Mundo subjetivo, incluye la interioridad humana, emociones, sentimientos, fantasías,
sueños y motivaciones psicológicas.
Con la finalidad de acrecentar el poder de persuasión, credibilidad, verosimilitud de la
obra narrativa y sin olvidar la indisoluble unidad fondo-forma, así como la infaltable presencia
del narrador, lo narrado y de los tres puntos de vista: espacial, temporal y de nivel de realidad
es que los escritores, desde los mismos orígenes de la literatura, se han ideado, experimentado
y recreado una serie de técnicas, recursos y estrategias y procedimientos de organización y
presentación del material narrativo.
Según Mario Vargas Llosa, esta multiplicidad de recursos técnicos, puede agruparse en
cuatro grandes clases: mudas y salto cualitativo, cajas chinas, dato escondido y vasos
comunicantes, los mismos que abrazan la infinita variedad de procedimientos para construir la
escritura narrativa o sea el orden de revelación de los datos de la historia. Sin embargo, no hay
que olvidar que sólo constituyen meras direcciones, esquemas generales que cada autor ha
utilizado, emplea y empleará o combinará de acuerdo a sus propias necesidades, introduciendo
variantes y combinaciones, razón por la cual estos métodos de ordenación de los datos de la
ficción adoptan, en cada novela o cuento, características particulares (Vargas: 1971, 278). Lo
que interesa es que el artificio narrativo se diluya, se pierda, pase inadvertido al lector el cual
gracias a la maestría del narrador, asume la historia que lee como real y verdadera aunque,
racionalmente, tenga conciencia que esto no es así.
Una muda se refiere a cierto tránsito a cambio que experimenta la narración. Es toda
alteración que experimenta cualquiera de los puntos de vista que integran la escritura de una
obra narrativa. En virtud de los antes dicho pueden haber mudas espaciales, temporales o de
nivel de realidad, según los cambios ocurran en esos tres órdenes: el espacio, el tiempo y el
plano de la realidad (Vargas: 1997, 103).
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a) La muda espacial tiene lugar cada vez que cambia la perspectiva espacial del relato,
porque el narrador se mueve del lugar de omnisciente (fuera de la historia) a personaje (dentro
de la historia) o incierto o viceversa, esta muda se evidencia por el cambio en la persona
gramatical de él a yo o tú o viceversa
Este tipo de cambios es muy común en el relato contemporáneo, en el cual las historias
son narradas por varios narradores en una especie de posta para contar la historia, cada uno
desde su particular perspectiva:
b) Las mudas temporales refieren esos movimientos del narrador en el tiempo de una
historia, el cual gracias a este recurso narrativo, se despliega, simultáneamente en el pasado, el
presente y el futuro. Este procedimiento, si es bien utilizado, da la idea de totalidad
cronológica, de autosuficiencia temporal para la historia.
“-…El arte es lo que es; ni aspira a más, ni consigue más, si alguien pretende hacer útil sus
lágrimas, dejará de llorar…
Yo me acordaba de un día en que mi padre me había reñido y castigado no sabía por qué, y en
qué, llorando, apoyada contra la pared del jardín en Panticosa, quise llenar de lágrimas una
campanilla azul(…) Pero lo malo fue que dejé de llorar en cuanto me propuse llorar más y
contabilizarlo. Laura seguía:
-Si alguien persigue una finalidad distinta de la de recordarse, la obra de arte será objeto de
mercado y efímera por tanto.” (Gala: 1991, 19.).
En la cita anterior la narradora protagonista desde una conversación, que tiene con sus
compañeras de universidad sobre arte, a través de los recuerdos y en virtud de un símil que se
ha establecido en la mente, retrocede en el tiempo y rememora sus ingenuidades de niña. Con
la misma velocidad con que se había evadido del presente retorna a él y el diálogo iniciado
sigue influyendo.
Las mudas temporales en La pasión turca generalmente están marcadas por un triple
margen interlineal de un segmento a otro; sin embargo, incluso dentro un mismo párrafo se
pueden apreciar mudas temporales en las siguientes páginas: 20, 78, 82, 163, 176, 177, 193,
230 y 275.
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“La madre de Yamam me miró. Me incorporé. Ella me hizo un ademán para detenerme y darme
a entender que luego me vería. Me hallaba como un enfermo grave, sin cita previa, ante un
médico que tiene su salvación en la mano y que se dedica a reír y cambiar impresiones con unos
amigos, indiferentes todos a su desgracia” (Gala: 1991, 213).
La cita alude a la necesidad que tenía Desideria Oliván de entrevistarse con la madre de
Yamam para implorarle que le permitiera tener el hijo que había concebido. La muda se da por
cuanto de un nivel de realidad objetivo, tanto de la narradora como de lo narrado, se pasó a un
omnisciente subjetivo, luego incluso se produce un entrecruzamiento de lo objetivo y lo
subjetivo.
2. La caja china
Consiste en construir una historia como aquel objeto en el que se hallen contenidos
objetos similares de menor tamaño; en una sucesión que se prolonga hasta lo infinitesimal. Es
decir, de una historia principal (madre) se generan otras secundarias o derivadas (hijas o nietas)
que integran, influyen y se enriquecen mutuamente entre sí y con aquella que les dio origen.
Este recurso se operativiza insertando historias dentro de historias, a través de mudas
de narrador, mudas que pueden ser espaciales, temporales o de nivel de la realidad.
Para que esta técnica tenga un efecto creativo la relación entre las historias debe
aparecer, no como mecánica o yuxtapuesta, sino como necesaria como simbiosis, como
estrecha alianza entre elementos; por lógica consecuencia las historias deben quedar articuladas
dentro de un sistema en que, como ya se anticipó, el todo se enriquece con la suma de las
partes y cada una de las partes es enriquecida o al menos afectada por su carácter de
dependiente o generador respecto de las otras historias. (Cfr. Vargas: 1997, 119).
3. El dato escondido
Se refiere a los silencios, a los datos escamoteados por un astuto narrador que se las
arregla para que las informaciones que se callan sean locuaces, azucen la imaginación del
lector, de modo que éste tenga que llenar aquellos blancos de la historia con hipótesis y
conjeturas de su propia cosecha (Cfr. Vargas: 1997, 128).
El uso de este recurso no puede ser gratuito ni arbitrario. Es preciso que el silencio del
narrador sea significativo, que ejerza una influencia inequívoca sobre la parte explícita de la
historia, que esa ausencia se haga sentir y active la curiosidad, la fantasía y expectativa del
lector; es decir, es necesario que ese vacío premeditado sugiera, ese silencio hable, esa
mutilación turbe, intrigue, contamine al resto del relato cierto enigma, cierta zozobra y obligue
al lector a intervenir en la narración para completar ese hueco significativo, añadiendo,
adivinando, inventado, en complicidad activa con el narrador, quien de esta forma potencia el
poder de persuasión de su obra narrativa.
Este recurso es tan viejo como la novela y el cuento, puesto que la parte escrita de toda
ficción es sólo un fragmento de la historia que cuenta: ésta desarrollada a cabalidad, con la
acumulación de todos los ingredientes sin excepción, abarca un material infinitamente más
amplio que el explícito en el texto y que ningún autor estaría en condiciones o desearía
explayarlo en su totalidad, como ha dicho Gabriel García Márquez, lo ideal es que únicamente
se presente un octavo de lo que el relato pudo haber sido, las siete octavas partes restantes
deben mantenerse ocultas o no pasar del nivel de la sugerencia.
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B. EL PUNTO DE VISTA
El punto de vista considera el modo de presentar los hechos, es decir, el ángulo desde
el cual se revela cada uno de los eventos que constituyen la trama narrativa (cfr. Segre: 135).
Para Jaime Romo Narváez, el punto de vista es el lugar donde se sitúa el narrador para
contarnos las historias, si está fuera o dentro; ausente o presente en ellas". (Romo Narváez:
1977, 213). Es decir es el enfoque utilizado por el relatista para "controlar a sus lectores", y
presentarles su mundo creado.
En definitiva y de acuerdo con Oscar Tacca, considero que el punto de vista "es el
punto de mira o ángulo de enfoque desde el cual el narrador, eje de la novela, cumple con su
función: contar". (Tacca: 1985, 66).
Sobre la taxonomía de esta técnica narrativa, los tratadistas aun no se han puesto de
acuerdo en establecer una clasificación única, por esta razón cada uno de ellos ordena la suya
con denominaciones que en el fondo son lo mismo. Las diferencias son más terminológicas que
conceptuales.
1. Narrador omnisciente
Es el narrador Dios. Es decir que se trata de un narrador que realiza y presenta las
acciones, los pensamientos y sentimientos de sus personajes. Ningún detalle se le escapa.
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Norman Friedman señala este punto de vista como un progreso hacia la presentación
directa, como una perspectiva de mayor objetivización de la historia que la anterior, ya que se
rinden los canales de información y los posibles puntos de ventaja del autor. Aún cuando el
narrador es una creación del autor, desde este momento, este último no tiene en absoluto voz
directa en las actuaciones. El testigo narrador es un personaje por derecho propio dentro de la
historia en sí, más o menos involucrado en la acción, quien habla al lector en primera persona,
es decir, es un personaje de la novela pero no el principal (cfr. Jaramillo: 1980, 73).
Entre las principales características del narrador testigo citamos:
- El narrador es un testigo presencial que cuenta al lector la historia o las historias; nos
relata las acciones que ocurrieron pero no podrá decirnos los pensamientos de otros personajes.
- El narrador es un personaje de la ficción pero no el principal.
- El narrador testigo es el que mira los acontecimientos y la realidad o irrealidad
ambiental.
- Su visón es menos densa en la ficción, pero más extensa y objetiva en la realidad.
- Una de sus características más distintivas es que el autor ha renunciado totalmente a su
omnisciencia acerca de todos los otros personajes involucrados y permite a su testigo que narre
al lector solo lo que un observador normal pudiera describir. El lector tiene a su disposición
solamente los pensamientos, sentimientos y percepciones del narrador testigo; por ello él
contempla la historia desde lo que podría denominarse una periferia errante.
Lo que el testigo pueda transmitir legítimamente al lector no es tan restringido como
pareciera a primera vista: él puede hablar a varios personajes dentro de la historia y puede
detener sus observaciones acerca de los asuntos importantes; particularmente puede
entrevistarse con el propio protagonista (Romo Narváez: 1997, 73, 83):
“Permite que te lo repita, Desi: obedécele por última vez a Yamam, y sedúceme. Sedúceme si
no te repugno demasiado; pero vuelve a España después. O espérame y nos volvemos juntos…
Sepárate de ese hombre, Siempre te ha utilizado, no solo de la manera que ha simple vista se
percibe, sino de muchas otras: como criada, como cómplice, como dependienta, como mujer
anuncio, como auxiliar de su narcotráfico. Te ha utilizado como un rufián utiliza a su coima”.
(Gala: 1993, 258).
Las palabras antes citadas están en boca de Pablo Acosta, el amigo de toda la vida de la
protagonista; de ellas se deducen tres cosas: Pablo Acosta estaba plenamente enterado del
narcotráfico de Yamam, así como de la rufianesca utilización de Desideria; Pablo, rompiendo
una amistad de años, acepta y se presta para ser beneficiario de esa vil utilización; y, Pablo
sugiere a su amiga que abandone al amante y retorne a España.
Como se advierte en este ejemplo el narrador testigo tiene pleno conocimiento de la
vida de la protagonista e incluso mayor claridad de conciencia en aquello que la protagonista
no advertía, enceguecida por su obsesiva pasión amorosa.
3. Narrador protagonista
En este punto de vista el narrador, con sus propias palabras, nos cuenta sus peripecias y
pensamientos (Anderson Ímbert: 1961, 263). Es el caso de los relatos en primera persona, en
donde el narrador es el personaje principal, Es una evolución del narrador testigo Este “yo” se
constituye en el centro protagónico que nos habla de sí mismo.
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“En el puerto la gente corría, comía bocaditos de jurel o cebolla (…) En el puerto se vendían
castañas, rosas de sésamo, pitos de agua, lotería, refrescos, trompos de colores, cebollas crudas,
pepinos, barajas, avellanas… En el huerto la gente llamaba por teléfono, se besaban se reía a
gritos, se abrazaba, se despedía como para no volver a verse, se embarcaba y estaba viva, viva,
viva, y tan cerca asimismo de la muerte” (Gala: 1993, 265).
El párrafo citado da una visión del puerto estambuliota hacia donde, como anticipando
su propia muerte, se dirige Desideria Oliván a despedirse no se sabe de qué. El solo recuento
de lo que sucede en este lugar da la idea del gran movimiento que en el mismo existe.
“Su cuerpo es esbelto, moreno, musculoso, no en exceso velludo; sus piernas rectas y largas; sus
hombros anchos, y el cuello surge de ellos con una delicada firmeza” (Gala: 1993, 111).
En este caso la cámara sigue y presenta todos los movimientos que realiza Desideria,
en compañía de su perro trajín, desde cuando ingresa al Instituto hasta cuando llega a la oficina
de secretaría, en la que se desempeñó, durante algún tiempo como auxiliar. En este caso se
trata de una especie de cámara viajera que nos permite observar (mentalmente) todas las
acciones y movimientos del personaje.
fría, pobre que nada nuevo o interesante podría ofrecerle; sin embargo, más tarde sabremos
cuán equivocada estaba la pobre Desideria.
“Me impresionaban los elevados montes, sobre cuyos picos más altos nevaba muy pronto, y no
conseguí nunca adaptarme a ellos y verlos como amigos, porque me hacían sentir, bajo su
custodia, más insignificante y desvalida aún de lo que era” (Gala: 1993, 41).
“Era, pues, conciente de que no me quedaba otra salida que jugar lo que faltaba al sobre. Sólo
tenía la esperanza de que el individuo no gozase de aficiones demasiado peligrosas… Sin el
menor motivo, me acordé de mis amigas de Huesca. Fue un fogonazo: las vi con sus hijos en el
parque brincando alrededor, y vi a Trajín. Me dije: No es mal recuerdo para terminar. Me trajo a
la realidad el hombre que, cogida por los hombros, me levantaba del sillón” (Gala: 1993. 235).
5. Corte o close-op
Esta técnica consiste en cortar el discurso narrativo, sin previo aviso, de forma brusca y
luego continuar con una unidad que omita tiempo y espacio respecto de lo anterior. La
narración contemporánea, de naturaleza fragmentaria, puede ser articulada gracias a los cortes
esto con el objeto de dar una visión totalizadora de la realidad.
“No sé si he escrito lo anterior para desahogarme. Pero hoy- para siempre él tarda demasiado-
pienso que está bien que él trabaje, y yo esté aquí anhelando que vuelve, y que vuelva por fin, y
que me tome, y que obtengamos juntos la recompensa por haber esperado y que yo sea su
recompensa y la prisión en que entre libremente, y él sea mi recompensa y mi prisionero”
(Gala: 1993, 97).
El corte se produce en razón de que de una reflexión inicial en torno a las razones por
las cuales escribe la protagonista abruptamente se pasa a referir de la dilatada y angustiosa
espera del amante que, en razón de su trabajo, casi siempre tarda en retornar a casa: empero la
espera vale porque luego de la llegada los amantes se verán mutuamente compensados.
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“Pero la dicha que yo había imaginado ¿dónde está? No lo que los curas denominan el deleite
carnal ya ni siquiera me refería a eso, sino a una cierta realización, tener la certeza de que algo
que va a complementarnos ha sucedido, trascendental y para siempre (…) No; no esperes;
lánzate tú; no esperes que nadie te cumpla, que nadie te realice: eso será como antes, como
siempre, cosa tuya… Pero entonces… ya irás viendo las cosas más claras; es pronto todavía…
sin embargo, esta impresión de fracaso, de vacío, esta impresión de haberme equivocado…”
(Gala: 1993. 35).
En este dilatado párrafo, parte del cual se ha transcrito, Desideria Oliván analiza
algunas de las razones de su insatisfacción y fracaso junto a Ramiro Ayerbe, la curiosidad se
aflora y quisiera comparar para establecer conclusiones verdaderas.
Este recurso consiste en poner en contacto dos imágenes de modo que su relación es un
choque blando, no brusco en el cual se pierden poco a poco los rasgos de los mismos. Es un
cambio de imagen distinto al corte en el que el paso de una realidad a otra es totalmente
inesperado, violento. Parecería que en el caso del difuminado, el ojo del que observa está
acomodándose, que le cuesta aceptar la nueva realidad. Puede ser apropiado cuando el
observador sufre algún estado físico especial como una borrachera, un golpe o los efectos de la
droga:
“Cerré de nuevo los ojos y olvidé (…) cerré los ojos para no encontrarme de nuevo con la
realidad. Yamam estaba junto a mí, y lo sentía; lo demás no importaba, ni siquiera que hubiese
una testigo (…)” (Gala: 1993, 269).
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49
ANEXO 1:
2. Cuerpo central o desarrollo del ensayo, en el cual se harán constar las ideas
centrales y de apoyo trabajadas, las mismas podrían abordar algunos aspectos como los
siguientes:
a) Sucinto contexto socio histórico, cultural y literario del autor de la obra y cuento
seleccionados.
b) Ligera referencia a la biografía y obras del autor estudiado.
c) Desarrollo analítico de los temas trabajados, como resultado de la aplicación de una o más
perspectivas de análisis literario a la lectura del cuento seleccionado.
d) Otros aspectos, que cada estudiante de manera personal, considere pertinente desarrollar en
su micro ensayo.
Anexos, debe incluir una fotocopia del texto del cuento analizado y cualquier otro tipo de
material que se considere ilustrativo para la cabal y completa comprensión del contenido de
ensayo.
Del ensayo escrito, que da cuenta de la aplicación de una o más perspectivas de crítica
literaria a la lectura y valoración de un cuento seleccionado por el alumno, se calificará los
siguientes parámetros, cuya ponderación es como a continuación se detalla: