BIENAVENTURANZAS

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Las bienaventuranzas

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los


cielos.

Es completamente normal (ante la mirada del mundo) que cuando se lea


“pobre” se lo asocie a carencia de bienes materiales, pero aquí nuestro Señor
está muy lejos de referirse a eso; cambiemos por un momento el orden de la
frase: El reino de los cielos es de aquellos que son pobres de espíritu y ellos
serán (la consecuencia) bienaventurados. Existe un orden, una promesa que
se dará si somos: pobres de espíritu. El término original de pobres es Ptöchoi
es aplicado igualmente en Lucas 16:20 que significa agacharse o ponerse de
cuclillas; esto es una adoración, es entender nuestra deplorable naturaleza,
que somos pobres espiritualmente –en realidad en todos los aspectos– y que
Dios en su maravillosa misericordia desea ofrecernos una remisión de
nuestros pecados.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.

En el mundo buscamos lo necesario para evitarnos el dolor y el llanto,


mientras que Jesús dice que para poder entrar al Reino de los cielos es
necesario derramar muchas lágrimas. ¿Qué es lo que estruja el corazón al
punto del llanto que es capaz de captar Su atención? Ante todo es necesario
ver el pecado de la misma manera en como Dios lo ve, el pecado es rebelión
contra su Autoridad, es desdicha, es insatisfacción, es impiedad y también es
dolor; es lo que Él ve cada día en los corazones corruptos. Aquellos que
mediante el Espíritu Santo comprenden lo que el pecado hace en el mundo, y
en sus vidas –llevarlas al sufrimiento eterno– sienten ese temor y dolor, al
punto de quebrantarse complemente, y es que el llanto es inevitable cuando
nos hallamos frente a la santidad de Dios y descubrimos que no somos
buenos, que no merecemos nada, y aún así el Señor pagó el precio de
nuestra redención por amor.

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.


La mansedumbre aquí descrita por Cristo no es una característica moral, es
decir que no es algo caritativo, ni tampoco significa ser callado ante la
humillación general, no es sinónimo de tener carácter débil.En el Antiguo
Testamento se describe a Moisés como el hombre más manso, (Números
12:3) el mismo que sacó a todo un pueblo de la esclavitud, el mismo que
escuchó a toda una nación renegar por no tener que comer, fue conocido por
Dios como un nombre lleno de mansedumbre; nuestro Señor se describe a sí
mismo como «manso y humilde» (Mateo 11: 29) esta mansedumbre no es
una cualidad humana, es un fruto del Espíritu Santo y como todo fruto
(Gálatas 5: 22-24) debe pasar por el proceso correcto –tribulaciones– para
que este florezca y como consecuencia produzca hombres cuya fuerza y
convicción proviene de Dios; guerreros sabios, templados y espiritualmente
fuertes capaces de oír la voz de Dios y obedecer su voluntad sin refutar.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos


serán saciados.

Como seres humanos tenemos la necesidad vital de comer y beber para vivir,
como creyentes y fieles discípulos de Cristo esa no es nuestra necesidad
primaria (Mateo 4:4) esta hambre nace de la dependencia que se tiene con
Dios (Isaías 55: 1-2), mientras más dependiente somos, más hambre
tendremos de su Palabra, más sed de su Santidad, más querremos ser como
el modelo perfecto, Jesucristo. Y es promesa de Dios, que mientras más lo
busquemos seremos saciados de Él (Mateo 7: 7-8), en ningún momento es
una obligación de Dios darnos, es una dádiva que Él nos ofrece, una
recompensa y aquella produce gozo –Makarios–.Quien desea más de Dios
busca de Él, esto no es un anhelo superficial de leer la Biblia o asistir todos
los días a la Congregación, sino de un cambio radical que nace ante la
irrefutable evidencia de que somos nada, que estamos muertos y que es
necesario nacer de nuevo, y únicamente el Espíritu Santo de Dios puede
lograrlo mediante la constancia del alimento divino, su Palabra.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.


Entre los sinónimos de la palabra «Misericordia» están piedad, bondad,
comprensión que es lo que Dios nos ofrece día tras día, nosotros debemos
sentirla y actuar con nuestro prójimo (hermanos u enemigos) de la manera
en como Dios actúa con nosotros. Por naturaleza, la piedad, bondad y
comprensión hacia los demás jamás vamos a poder sentirla, no de la misma
manera en que Cristo nos la ofrece a nosotros, por eso es necesario que
primero la experimentamos –nos quebrantemos–, haciendo a un lado la
dureza e inflexibilidad de nuestro corazón. Por lo que, sin esta experiencia
espiritual personal es imposible dar misericordia. Así como Jesús, que en
carne propia experimentó el quebranto, sobre Él fueron nuestras
enfermedades, dolor y desesperación, sufrió la paga del pecador (Isaías 53: 2-
6), aunque la muerte debió ser para nosotros (Romanos 6: 23), fue tal su
amor, que tomó nuestro lugar (Juan 3: 16-17). Esta es la mejor descripción de
misericordia. La misericordia de Dios toma al hombre en ruinas, lo limpia,
lava, purifica, pule y lo llena de bendiciones. Ser misericordioso es amar, pero
este amor es plena y puro, es el amor de Dios que nos inunda y nos permite
actuar piadosamente con los demás, así como Él lo es con nosotros.

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

El pecado ciega y nos aleja de Dios, es así como habíamos estado, lejos de su
Santidad porque nuestra pecaminosidad nos imposibilitaba acercarnos a su
trono. Los fariseos y escribas jamás pudieron ver que a quien crucificaron fue
el Hijo de Dios prometido, aquél que vendría a predicar la buena nueva
(Isaías 61: 1-2) su corazón no podía estar más lejos de Dios (Jeremías 17: 9),
tergiversaron las leyes al punto de convertirlas en meros actos religiosos
olvidando lo importante, la pureza del corazón, es por esta razón que Jesús
los atacó duramente (Mateo 23: 13). Un corazón limpio no se trata de obras
ni formalismos, no se trata de caridad a los demás, ni “ocupar un puesto” en
la congregación a la que asistes, todo esto es necesario hacerlo (Santiago 2:
17-18), pero en nada contribuye a mi Santidad (Efesios 2: 9). Un corazón
limpio es un nuevo nacimiento (Juan 3: 3), es estar lleno de Espíritu Santo, es
buscar a Dios, adorarle constantemente mediante nuestras acciones, no
simplemente de palabras.
Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de
Dios.

A ser posible, y cuanto de vosotros depende, tened paz con todos (Rom., XII,
18). Cuando San Pablo exhorta a los fieles de Roma a que se muestren
pacíficos, no les promete que sus manifestaciones amistosas hayan de ser
siempre pagadas con la reciprocidad. “A ser posible, y cuanto de vosotros
depende”.Para vivir en paz con el prójimo hace falta que sean dos quienes lo
deseen. Y eso es que el Apóstol no tiene presente más que las relaciones
ordinarias de su vida. ¿Qué será cuando se trate de mantener la paz pública,
sea de los diferentes pueblos de la tierra? Sin embargo, los temores, las
mismas posibilidades de un fracaso, no dispensan a los cristianos de
intentarlo todo, de atreverse a todo para hacer reinar la paz en el mundo;
pues solo bajo esta condición merecerán ser llamados hijos de Dios.

"Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo


es el Reino de los cielos”

Jesús interroga a su auditorio: “¿Estáis decididos a luchar por los derechos de


Dios y por los derechos de vuestros hermanos, a oponernos al mal bajo todas
sus formas?” Porque para extender el reinado de Dios le hacían falta unos
discípulos valerosos. Los que vinieran tras Él no debían contentarse con
enseñar y con practicar la “justicia” –lo cual implica ya, ciertamente, serios
esfuerzos-, sino que habían de comprometerse a defenderla y a sufrir por
ella. Esta exhortación al valor hace oír Cristo a los hombres de todos los
tiempos, a todos los que quieren ser cristianos. Recordemos que nos alista
para un combate cuyo desenlace no es dudoso: “Yo he vencido al mundo”,
nos ha dicho. Sintámonos, pues, dichosos, a pesar de la fatiga, del recelo y de
los tratos injuriosos, pues, que tenemos la seguridad de la victoria del
Evangelio.

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