UCAMI - Etica-03C

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Ética

UCAMI

Material de trabajo académico.


Cuadernillo·03·C
[Temas de la Unidad III]
Mg. Claudio Altisen

***

Conceptos fundamentales.
¿Cambio y esfuerzo?

1./ Entrando en tema...


2./ Metanoia.
3./ Hybris.
4./ Ascesis.

1./ Entrando en tema.

La vida es un flujo abierto de relaciones.


No tiene un sentido dado o cerrado de antemano. Hay que echarle mano…
La vida es algo que cada quien debe elegir. Tiene valor, pero no tiene sentido.
Su valor es lo que la hace soportable. Eso quiere decir que la vida tiene valor por el placer que somos
capaces de procurarnos; es decir, por cuán capaces seamos de desactivar lo que se nos impone.
O sea: el sentido no se impone, sino que lo abre y lo atribuye cada sujeto, a partir del valor que logre develar
para su vida.

El filósofo español José Ortega y Gasset escribió:

La vida nos es disparada a quemarropa…


Lo más extraño y azorante de esta circunstancia o mundo en que tenemos que vivir
consiste en que nos presenta siempre dentro de su círculo un horizonte inexorable,
una variedad de posibilidades para nuestra acción, variedad ante la cual no
tenemos más remedio que elegir…
Lo más extraordinario, extravagante, dramático, paradójico de la condición
humana… es que el hombre es la única realidad, la cual no consiste simplemente
en ser, sino que tiene que elegir su propio ser.

1
El hombre no está “puesto” en la vida, sino que dis-pone, pro-pone y com-pone su propia vida.
La existencia declina cada vez que el ser humano no está a la altura de la vida . Y esa declinación ocurre
cuando el sujeto “se deja” (activa o pasivamente) a lo que se le im-pone; esto es: la brutalidad pasional que
pisotea, humilla, avasalla y golpea a los débiles. Es el caso de los regímenes totalitarios, de los abusos de los
grupos de poder económico, de las crueldades del capitalismo que degrada al hombre a la categoría de
mercancía. También es el caso de los que yacen inermes y resignados al borde del camino, de los que han
caído a lo largo de la historia: los alienados, los maltratados, los despojados, los explotados, los oprimidos,
los degradados, los escupitados de la vida.

En ese escenario de desvalorización y sinsentido de la vida, el trabajo intelectual ejercido con actitud crítica
se yergue con propósito emancipador del sujeto de deseo. Se alza con el propósito de no ser indignos de lo
que nos ocurre.

* * *

2./ Metanoia.

Ante esto el mensaje más sabio de las diferentes culturas, y en particular de la cristiana, invita a la
conversión, a un cambio de marcha interior respecto a la dirección que tomaríamos espontáneamente si
nada más nos dejáramos llevar… En griego se diría que estamos hablando de una invitación a la metanoia, a
un cambio de mentalidad en el modo de ver la vida. Un cambio que consiste esencialmente en asumir unos
criterios y una actitud ética basada en no perder de vista al otro como mi semejante, y en no dejarse uno
mismo perder de vista como semejante por los demás.
En cualquier caso invita a cambiar la marcha o cambiar la mirada para volver a casa, o sea: invita a retornar
al origen, a recuperar la fuerza naciente de una trayectoria, a no alejarse de la vida, a caminar hacia la verdad
de la existencia, a salir de la alienación para volver hacia sí mismo; esto es, invita a alojar la subjetividad ahí
en donde se es deudor… en la comunidad de los vivientes.

La invitación a la metanoia, implica que para honrar la vida recibida de los padres, hay que dejar al padre y a
la madre, y salir al encuentro de la sociedad. Dicho de otra manera: implica salir del mero acatar una moral
inhibidora del deseo (la ley), para encaminarse a asumir una posición ética en la que el sujeto no ceda su
deseo. Implica dejar de hacer caso a otro, para comenzar a hacerse cargo de sí junto a los demás. En síntesis:
la metanoia es un llamado a dejar las protecciones infantiles y a asumirse en la adultez.

3./ Hybris.

Lo contrario a la metanoia, lo que “es una pena que ocurra” porque sería el mayor peligro, es eso que los
latinos denominaron “peccatum” (pecado). Los griegos lo denominaron hybris (desmesura), para significar
con esa palabra: la arrogante autosuficiencia de quienes se erigen como amos del deseo ajeno, la petulancia
de quienes se ufanan de sacar provecho de la vida ajena. Correlativamente también refiere a la
irresponsabilidad de quienes, cual esclavos, se dejan enajenar su vida. Vale decir: hybris o pecado es lo que
divide sin pasar por el saber… es lo que extravía al ser humano de su personal responsabilidad para con la
comunidad.
La imagen más tradicional para figurar esto es la de quien pierde el camino. El camino de la vida. La imagen
del “descamino” es la de quien cede su deseo, la de quien permanece pasivo en la alienación.
Pero, frente a estas expresiones hay que hacer algunas aclaraciones:

 Sin alienación no es posible la vida comunitaria. El deseo, para expresarse, necesita articularse en el
lenguaje de la comunidad, y comienza ese camino partiendo de la alienación del sujeto en el Otro de
la cultura. Se trata, entonces, de una relación dialéctica entre el deseo del sujeto y la ley de sus
mayores (la tradición cultural) en la que el sujeto se encuentra. Precisamente: la ley cohesiona la
vida en sociedad, y da soporte a sus creaciones culturales. Ahora bien, de lo que se trata es de vivir;

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en tal sentido: la ley solo es válida en la medida en que favorece la aparición y el desarrollo del
deseo. Se diría en términos bíblicos: en la medida en que hace resucitar a los muertos.

 Sin alienación no es posible la vida comunitaria, pero aunque la ley sirve para dar cauce al deseo
durante cierto tiempo (pues el deseo consiste en ser reconocido por otro), no cabe hacerlo de una
forma determinada, fija o estacionaria, porque ese camino tan solo conduce a trastornar el cometido
de la ley, haciendo que el deseo se esclerose, se cuartée, ceda y muera bajo el imperio del Otro. El
sujeto queda fuera de un sistema representacional que le otorgue reconocimiento y reciprocidad. En
consecuencia: ya no cambia el mundo, no se cambia a sí mismo, y no se convierte en el autor de su
propio destino en la comunidad.

 En consecuencia, la alienación es muerte cuando es mera sumisión al Otro de la cultura; es decir:


cuando el sujeto adapta imaginariamente su deseo a la conformidad cultural que se le impone. Y esto
en el preciso modo de adaptarse a una conformidad que lo aleja de la vida, en la medida en que
según los parámetros discursivos de esa conformidad pierde de vista a los demás como semejantes y
en la que se deja perder de vista como semejante por los demás. De ahí, entonces, los dos tipos de
muertos que surgen de la “lucha a muerte” entre quienes procuran reconocimiento tratando de
imponer a otros la idea que tienen de sí mismos; estos son: los activos y belicosos amos, y los
pasivos y resignados esclavos.

Excesivos unos, e impotentes otros. Dominadores y dominados, resultan ambos desubjetivados sin
pasar por el saber de sí.

o El amo:
…que se impone unilateralmente, con violencia y de manera totalitaria… obtiene el
reconocimiento de aquellos a quienes ha vencido y sometido a esclavitud, pero él mismo está
muerto porque no puede cambiar nada por sí mismo, sino sólo a través de la mediación del
trabajo de sus esclavos. Además, el tipo de reconocimiento que pueden brindarle sus
esclavos le resulta insatisfactorio, porque no es reconocimiento de semejantes. El esclavo no
es un sujeto autónomo. Es que el amo obtiene el acatamiento de los esclavos, pero eso no es
un reconocimiento que lo prestigie. No es la mera sumisión de los esclavos, lo que él desea.
Porque los esclavos no le hacen semblante, no le sirven de espejo.

“El hombre que se comporta como un Amo nunca estará satisfecho”,


afirmaba el pensador Alexandre Kojève.

o El esclavo:
…que en lugar de arriesgar su muerte en la lucha por obtener reconocimiento, teme morir,
cede su deseo y acepta ser esclavo… renuncia así a su vida, a su deseo de reconocimiento y
se rinde al otro. Resignadamente acepta la agresión, y como un muerto en vida va durando
en una existencia gris, mientras aguarda la muerte del amo, con la ilusión de que podrá
suplantarlo. El esclavo ofrece una buena analogía de la ilusión neurótica, particularmente la
del neurótico obsesivo, que se caracteriza por la vacilación y la posposición.

Pero la relación dialéctica entre el amo y el esclavo, es una paradoja.


Sucede que el esclavo es parcialmente compensado de su derrota por el hecho de que el amo
lo pone a trabajar para que produzca un excedente o plusvalía del que el amo pueda
apropiarse. Lo pone a trabajar para que produzca objetos para el goce del amo. Pero ese
intento del amo siempre fracasa, porque ningún “plus” alcanza, ya que siempre hay algo que
escapa… y eso implica que, a diferencia del amo, es el esclavo quien mediante el trabajo se
eleva a sí mismo por sobre la naturaleza para transformarla en algo distinto de lo que era. En
el proceso de cambiar el mundo, el amo nada puede sino a través del trabajo del esclavo
(depende de su sometido). El progreso histórico de la vida humana, entonces, no es producto
del amo belicoso, sino del esclavo laborioso.
En consecuencia: mientras el amo permanece en la insatisfacción (en la senda de la muerte,
en la búsqueda de un goce sin fisuras), el esclavo conserva la posibilidad de lograr
satisfacción por medio de la “superación dialéctica” (al modo de una metanoia) de su

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situación de esclavitud. Es que en el proceso de cambiar el mundo mediante su propio
trabajo, el esclavo se va cambiando a sí mismo, y en ese proceso existe la posibilidad de que
(si renuncia al goce) escuche la llamada a experimentar el placer de estar vivo como causa de
sí en el deseo. Y quizás por ese camino pueda llegar a salir de la resignación y de la
postración; es decir que pueda “resucitar”… convirtiéndose en el autor de su propio destino
dentro de la comunidad de vida de los hombres.
También el amo podría dejar la senda de la muerte, si acaso escuchara de qué discurso se ha
hecho esclavo también él, como efecto de la conformidad a la que ha rendido su vida.

Ahora bien, señalemos que el pecado no debería pensarse en base a la violación de un reglamento, sino en
base a las distintas formas de violencia ejercidas contra la vida en la comunidad de los vivientes.

 Lo que el discurso religioso tradicional denominó como pecados “mortales”, han sido considerados
los más graves, porque apartan del camino o itinerario ético de la vida. El pecado mortal consiste en
escoger la muerte; vale decir, es un retorno imaginario a la desmesura de la nada… a lo que aún no
es la muerte real del cuerpo, pero ya no es la vida del alma deseante. Extralimitaciones… Se trata de
actos que no expresan lo posible para dar cauce a un deseo de vida placentera, sino la emergencia de
un mortífero afán de goce total, tan imposible como desmesurado. Es lo que sucede con el modo de
goce del amo (que para el esclavo, dicho sea de paso, es espejo de su reprimida sed de dominio), el
cual se afirma ante los otros por medio de un deseo de muerte; es decir, por un deseo de imposición.
Lo cual equivale a una violenta ruptura de la estructura dialógica en la que es posible el despliegue
de la vida humana.

 Los pecados denominados “veniales” han sido considerados leves, porque ralentizan o entorpecen el
tránsito por el camino de la vida, pero no apartan del mismo. Por eso el discurso religioso tradicional
los llamó “veniales”, en alusión a la “venia” que los guardianes hacían a los transeúntes para dejarlos
pasar. Sin embargo, eso no significa que se los minimice, pues quien se acostumbra a darse “venia”
frecuentemente, se arriesga a ir disponiendo su ánimo hasta el punto de introducirse en situaciones
cada vez más violentas y alejadas de la caridad. Con esto no se intenta melodramatizar el tema, sino
apelar seriamente a la responsabilidad de cada quien ante el resto de la comunidad.

Ahora bien, para que un acto pueda ser cualificado como “pecaminoso” (ya sea mortal o venial), los
pensadores occidentales en la estela del cristianismo señalaron que deben cumplirse tres condiciones; a
saber: materia, advertencia y consentimiento. Si no se registran estas tres condiciones (¡las tres! y no tan solo
alguna de ellas), entonces no se puede hablar de pecado.

1. Materia (grave o leve). Refiere al “objeto” 1 de lo que se va a hacer (ya sea una comisión o una
omisión, de pensamiento, palabra u obra); es decir, desde la perspectiva de quien actúa: ¿qué es
aquello que rompe con la comunidad, y que por eso mismo el individuo se propone hacerlo (con
alguna intención y en una circunstancia específica)?

2. Advertencia. Significa que el individuo tenga conciencia del objeto de su conducta; es decir, que
actúe “con conocimiento”. 2 Más precisamente: pone en juego un señuelo que disimula el saber del
que carece, porque en realidad no sabe, sino que tan solo goza con el “conocimiento” de eso de lo
que no sabe ni quiere saber nada…

1
Etimológicamente, la palabra “objeto” deriva del latín ob jectum. El prefijo ob indica algo así como sobre, encima, superpuesto,
pero también situación frontal, el afrontar algo. Por su parte, jectum deriva de iacere (lanzar, tirar) como en eyectar, inyectar,
eyacular, proyectar. Así, ob-jectum es aquello que está arrojado o lanzado frente a un sujeto (sub-jectum). Objeto es la peculiar
captura que un sujeto hace de alguna “cosa”, para desde ahí afrontarla según sus posibilidades de decir algo sobre ella.
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Téngase en cuenta que “conocer” no equivale a “saber” la verdad sobre el propio deseo; o sea: conocer no es saber la relación del
sujeto con el orden simbólico. En efecto: la certeza del Yo (imaginaria) no es lo mismo que el saber de sí (simbólico). Al respecto,
valga señalar que: siendo imposible una conciencia plenamente presente para sí misma, entonces la “advertencia o conocimiento”
refiere a la ilusión del individuo respecto del dominio absoluto de sus actos, lo cual obstruye el acceso del individuo al saber del que
es sujeto, o sea que corta el acceso a la verdad.

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Al no querer saber, rompe pero no corta, y por eso no hace más que girar en círculo, porque con cada
pecado es devuelto siempre al punto inicial: retorna a la muerte del sujeto en la alienación, en lo
imaginario.

3. Consentimiento. Esto quiere decir que el individuo está de acuerdo en hacer eso que va a hacer, o en
no hacer nada en contra y dejarse llevar. Vale decir: no se trata de aceptar, descubrir y saber algo que
no se quiere saber, sino más bien de lo contrario; es decir que se trata de querer el “no querer saber”.

Dicho de manera resumida:


Que entendiendo que es irresponsable lo que conoce que va a hacer (cometer u omitir), quiera hacerlo.
O sea: lo conoce, lo puede prever, pero no lo toma en cuenta y continúa.

Finalmente, el Magisterio de la Iglesia católica durante las últimas décadas del siglo XX (particularmente el
pensamiento social en el Pontificado del Papa Juan Pablo II) enseñó que aunque el pecado es siempre una
acción personal, sin embargo el “dejarse llevar” por los aires de la época puede resultar en una suerte de
“complicidad” conceptualizada como cooperación al mal. La dificultad radica en que esa pecaminosa
cooperación provoca en la historia situaciones sociales e institucionales que constituyen estructuras de
pecado social, las cuales oprimen y amargan la vida de los pueblos.
La estructuración del “pecado social” se ejerce de diversos modos, en la forma de lo que Hanna Arendt llamó
la banalidad del mal. Según interpretación de Silvia Bleichmar, esta “banalidad” consiste en un modo de
operar que no es ni agresivo ni cruel en sus maneras (aunque si lo es en sus efectos), pues no es un intento
explícito de demoler al otro, sino acciones presuntamente “racionales” en las que es inherente el
desconocimiento liso y llano de la existencia del otro. La “banalidad” consiste en la ausencia de todo
reconocimiento de lo que se produce en el otro como semejante, en la desarticulación de toda empatía. Se
ejerce socialmente de manera técnicamente estructurada, prolijamente burocratizada, milimétricamente
calculada: mediante controles, planillas, racionalización de recursos, etcétera, y funcionando con indiferencia
absoluta por el contenido ético de la propia acción administrativa. Son, por ejemplo, los modos del
capitalismo salvaje, neoliberal, que subordinan la vida a la eficacia del sistema económico. Por ese camino se
ejercen sobre la sociedad actos de destrucción con impávida superficialidad, como si fueran un mero trámite.
Es que la banalidad del mal es la indiferencia. Pero no cualquiera, sino la indiferencia estructurada como un
dispositivo regulador que organiza y naturaliza sistemas de representaciones que permiten accionar bajo
cierta “normatización” y “normalidad”, por muy mortífera que resulte.

***

4./ Ascesis.

Manos a la obra…
¿Qué hacer para salir del pecado y entrar por caminos de metanoia?

Para poder hacer algo, algo hay que hacer… es decir que se requiere de un tipo de conducta que
tradicionalmente ha sido calificada como: ascética.

La palabra “ascetismo” es de origen griego (proviene de “asketós”) y significa ejercitación; es decir: lo


trabajado con arte, lo que se adquiere con la práctica.
La imagen está tomada originariamente de los deportistas, que en el mundo antiguo se imponían privaciones
a los efectos de embellecer y fortalecer sus cuerpos, para así obtener mejores resultados finales en las
competencias atléticas. De ahí que el término ascetismo haya adquirido en la reflexión ética una inevitable
connotación de lucha consigo mismo, orientada a la libertad y a la elevación estética; es decir, un decidido
afán de elaboración discursiva orientado a la mejoría de sí mismo como ser humano, y esto en el preciso
modo de conocerse, quererse, aceptarse, asumirse en la relación con los demás. Consecuentemente, esa lucha
también implica el no ceder a la desmesura.

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Sin embargo, no podemos perder de vista que en algunas vertientes de la discursividad religiosa a lo largo de
la historia oriental y occidental, el ascetismo ha sido y sigue siendo entendido como un camino ruinoso,
dirigido a desligar al espíritu de las “impuras” exigencias del cuerpo. Para ese tipo de ascetas, el infligir
castigo al cuerpo expresa la voluntad del penitente de educar su cuerpo; o sea: dominarlo, para someterlo a
un orden divino. En el siglo XIV los excesos llegaron a tanto que el teólogo y filósofo cristiano Jean Charlier
de Gersón se opuso decididamente a la desmesura y a las transgresiones de las cofradías de flagelantes.
Condenó enérgicamente esas crueles prácticas ascéticas, oponiendo al goce idolátrico del cuerpo mortificado
un cristianismo de la palabra, basado en el ejercicio efectivo de la caridad. Preconizando la razón contra el
exceso, Gersón prefirió sustituir el “castigo”, la punición exuberante de la carne, por un mesurado
autocontrol espiritual.
Sin embargo, hoy en día aún hay personas religiosas que insisten en que lo importante es “lo de adentro” y
no “lo de afuera”. De ahí, entonces, su incapacidad para manifestar en la actitud, en el porte y en el adorno,
por ejemplo, un saludable disfrute del propio cuerpo. De ahí también esas fachas mojigatas, raras, sufridas:
sin arreglo, sin maquillajes, sin peinados, con la mirada y la voz siempre bajas, las mejillas sonrojadas, la
sonrisa nerviosa, los dientes apretados. Expresiones todas de un cuerpo lleno de culpas y de mentiras.

A pesar de ese triste y morboso itinerario que “el poder de las pastorales de la carne” (como diría
Foucault) le dieron al “asketós” griego, es posible volver a pensarlo en su originalidad etimológica, pensando
la lucha ascética como un hacerse cargo responsablemente de la fragmentación interior, en pos de procurar el
acceso a una experiencia más integrada de nosotros mismos.
El ascetismo, entonces, puede ser entendido creativamente (poiéticamente) como el arduo acoger la propia
verdad, para expresarla en una actitud y en unos criterios éticos consecuentes.

Incluso podríamos aseverar que no se puede evitar el ascetismo, porque la vida en sociedad siempre es en
cierto punto restrictiva, pues exige poner en juego la capacidad de perder goce. La cultura es mortificante.
Precisamente, en cada época y en cada cultura encontramos una clave pragmática de interpretación de la
vida, en referencia a la cual los hombres implícitamente determinan un particular tipo de ascetismo.

Pero el riesgo recurrente de los ascetismos radica en que la vida de los hombres puede terminar siendo
expropiada, al resultar instrumentalizada para fines externos a ellos mismos. Este riesgo podemos observarlo
en el devenir de Occidente, especialmente manifestado en la legitimación de una razón técnica que tiende a
sacralizar la eficacia (interpretada como poder de dominio) y que se constituye como estructura burocrática.
Por este camino, de la antigua visión amplia del hombre como agente de su propia existencia, se va pasando
de a poco hacia una visión reduccionista que concentra cada vez más la atención y el esfuerzo en la eficacia
y brillantez de un delimitado sistema normativo. Esa sistematización pretende establecer un preciso control
racional (técnico) sobre las formas de organización de la vida humana. Al hacer eso, lo vivo va quedando
sepultado por un lastre de determinaciones técnicas que se imponen a los individuos al modo de una ascética
carente de apertura y cerrada sobre el eficaz control de lo productivo.
Dicho esto con palabras sencillas, significa que: el empeño por lo productivo (que no es más que un medio al
servicio de la vida humana), acaba convirtiéndose en el fin en pos del cual las vidas se empeñan y se gastan
por completo. Así, las existencias particulares de los hombres se entregan al exclusivo dominio de lo
productivo. La vida de cada hombre, entonces, se ofrece al goce de otro haciendo de sí un mero medio para
fines exteriores a él mismo.
Esto significa que los hombres se entregan a las exigencias del Mercado con la ilusión de consumar sus vidas
en el consumo, y en ese derrotero gastan sus vidas, consumiendo toda su vitalidad en un afán que no logra
consumarlos nunca.

Urge un ascetismo distinto, una poética y praxis diferentes, un otro afán estético, ético y político… uno que
sin prometer una imaginaria “consumación”, empero nos permita construir la posibilidad de acceder a una
experiencia más integrada de nosotros mismos en la comunidad de los vivientes. Es decir: un “asketós”
consistente (protector de los lazos entre los sujetos) que sea coherente con una simbólica de la convivencia
del Pueblo en la que se brinde reconocimiento al semejante.

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