Discurso de Bruto y Marco Antonio PDF

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 2

Discursos ante la muerte de César

Fragmentos de la tragedia Julio César, de William Shakespeare

BRUTO: Tened calma hasta el fin. ¡Romanos, compatriotas y amigos! Oídme


defender mi causa y guardad silencio para que podáis oírme. Creedme por mi honor y
respetad mi honra, a fin de que me creáis. Juzgadme con vuestra rectitud y avivad
vuestros sentidos para poder juzgar mejor. Si hubiese alguno en esta asamblea que
profesara entrañable amistad a César, a él le digo que el afecto de Bruto por César no
era menor que el suyo. Y si entonces ese amigo preguntase por qué Bruto se alzó
contra César, esta es mi contestación: "No porque amaba a César menos, sino porque
amaba a Roma más". ¿Preferiríais que César viviera y morir todos esclavos, a que esté
muerto César y todos vivir libres? Porque César me apreciaba, le lloro; porque fue
afortunado, le celebro; como valiente, le honro, pero por ambicioso, le maté. Lágrimas
hay para su afecto, júbilo para su fortuna, honra para su valor, muerte para su ambición.
¿Quién hay aquí tan abyecto que quiera ser esclavo? ¡Si hay alguno, que hable, pues a
él he ofendido! ¿Quién hay aquí tan estúpido que no quiera ser romano? ¡Si hay
alguno, que hable, pues a él he ofendido! ¿Quién hay aquí tan vil que no ame a su
patria? ¡Si hay alguno que hable, pues a él he ofendido! Aguardo una respuesta.

William Shakespeare, Julio César. Acto III, escena II

ANTONIO. —¡Amigos romanos, compatriotas, prestadme atención! ¡Vengo a inhumar


a César, no a ensalzarle! ¡El mal que hacen los hombres perdura sobre su memoria!
¡Frecuentemente el bien queda sepultado con sus huesos! ¡Sea así con César! El
noble Bruto os ha dicho que César era ambicioso. Si lo fue, era la suya una falta grave,
y gravemente la ha pagado. Con la venia de Bruto y los demás, pues Bruto es un
hombre honrado, como son todos ellos, hombres todos honrados, vengo a hablar en el
funeral de César. Era mi amigo, para mí leal y sincero; pero Bruto dice que era
ambicioso. Y Bruto es un hombre honrado. Infinitos cautivos trajo a Roma, cuyos
rescates llenaron el tesoro público. ¿Parecía esto ambición en César? Siempre que los
pobres dejaban oír su voz lastimera, César lloraba. ¡La ambición debería ser de una
sustancia más dura! No obstante, Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre
honrado. Todos visteis que en las Lupercales le presenté tres veces una corona real, y
la rechazó tres veces. ¿Era esto ambición? No obstante, Bruto dice que era ambicioso,
y, ciertamente, es un hombre honrado. ¡No hablo para desaprobar lo que Bruto habló!
¡Pero estoy aquí para decir lo que sé! Todos le amasteis alguna vez, y no sin causa.
¡Qué razón, entonces, os detiene ahora para no llevarle luto? ¡Oh raciocinio! Has ido a
buscar asilo en los irracionales, pues los hombres han perdido la razón…
¡Perdonadme un momento! ¡Mi corazón está ahí, en ese féretro, con César, y he de
detenerme hasta que torne a mí!

William Shakespeare, Julio César. Acto III, escena II


ANTONIO.—¡Oh señores! Si estuviera dispuesto a excitar al motín y a la cólera a
vuestras mentes y corazones, sería injusto con Bruto y con Casio, quienes, como todos
sabéis, son hombres honrados. ¡No quiero ser injusto con ellos! ¡Prefiero serlo con el
muerto, conmigo y con vosotros, antes que con esos hombres tan honrados! Pero he
aquí un pergamino con el sello de César. Lo hallé en su gabinete, y en su testamento.
¡Oiga el pueblo esta su voluntad, aunque con vuestro permiso, no me propongo leerlo, e
irá a besar las heridas de César muerto y a empapar sus pañuelos en su sagrada
sangre! ¡Sí! ¡Reclamará un cabello suyo como reliquia, y al morir lo transmitirá por
testamento como un rico legado a su posteridad!

William Shakespeare, Julio César. Acto III, escena II

ANTONIO.—Si tenéis lágrimas, disponeos ahora a verterlas. ¡Todos conocéis este


manto! Recuerdo cuando César lo estrenó. Era una tarde de estío, en su tienda, el día
que venció a los nervios. ¡Mirad: por aquí penetró el puñal de Casio! ¡Ved qué brecha
abrió el envidioso Casca! ¡Por esta otra le hirió su muy amado Bruto! ¡Y al retirar su
maldecido acero, observad cómo la sangre de César parece haberse lanzado en pos de
él, como para asegurarse de si era o no Bruto el que tan inhumanamente abría la
puerta! ¡Porque Bruto, como sabéis, era el ángel de César! ¡Juzgad, oh dioses, con
qué ternura le amaba César! ¡Ese fue el golpe más cruel de todos, pues cuando el
noble César vio que él también le hería, la ingratitud, más potente que los brazos de los
traidores, le anonadó completamente! ¡Entonces estalló su poderoso corazón, y,
cubriéndose el rostro con el manto, el gran César cayó a los pies de la estatua de
Pompeyo que se inundó chorreando sangre!… ¡Oh, qué caída, compatriotas! ¡En
aquel momento, yo y vosotros, y todos, caímos, y la traición sangrienta triunfó sobre
nosotros!

William Shakespeare, Julio César. Acto III, escena II

ANTONIO.—¡Buenos amigos, apreciables amigos, no os excite yo con esa repentina


explosión de tumulto. Los que han consumado esta acción son hombres dignos. ¿Qué
secretos agravios tenían para hacerlo? ¡Ay! Lo ignoro. Ellos son sensatos y
honorables, y no dudo que os darán razones. ¡Yo no vengo, amigos, a concitar
vuestras pasiones! Yo no soy orador como Bruto, sino como todos sabéis, un hombre
franco y sencillo, que amaba a su amigo, y esto lo saben bien los que públicamente me
dieron licencia para hablar de él. ¡Porque no tengo ni talento, ni elocuencia, ni mérito, ni
estilo, ni ademanes, ni el poder de la oratoria, que enardece la sangre de los hombres!
Hablo llanamente y no os digo sino lo que todos conocéis. ¡Os muestro las heridas del
bondadoso César, pobres, pobres bocas mudas, y les pido que ellas hablen por mí!
¡Pues si yo fuera Bruto, y Bruto Antonio, ese Antonio exasperaría vuestras almas y
pondría una lengua en cada herida de César capaz de conmover y levantar en motín las
piedras de Roma!
.............................................................................................................................................
ANTONIO: —¡Oídme todavía, compatriotas!
.............................................................................................................................................
ANTONIO: —Aquí está (el testamento), y con el sello de César. A cada ciudadano de
Roma, a cada hombre, individualmente, lega setenta y cinco dracmas.
.............................................................................................................................................
ANTONIO: —Os lega además todos sus paseos, sus quintas particulares y sus jardines
recién plantados a este lado del Tíber. Los deja a perpetuidad a vosotros y a vuestros
herederos como parques públicos para que os paseéis y recreéis. ¡Este era un César!
¿Cuándo tendréis otro semejante?

También podría gustarte