La Floración Vanguardista
La Floración Vanguardista
La Floración Vanguardista
La floración vanguardista
Lo más vivo del cine vanguardista de los años veinte nació de la orgía surrealista
de André Bretón. Torbellino emancipador nacido de las entrañas del dadaísmo,
arremetió con violencia contra los cánones establecidos. La escritura automática,
desconectada de las riendas de la voluntad, será el modo predilecto de los nuevos
poetas. No es de extrañar que la fiebre surrealista contagiase al cine, pues en palabras de
Buñuel, “es el mecanismo que mejor refleja el funcionamiento de la mente”. Germaine
Dulac sería la encargada de inaugurar el capítulo del surrealismo con Fete espagnole
(1919) o La souriante Madame Beudet (1922), pero sería La coquille et le
clergyman quien levantaría una enorme polvareda. No fueron los burgueses los que
protestaban, sino Antonin Artaud que mostraba ruidosamente su desacuerdo, ya que la
sensibilidad de Dulac no podía compararse a la ferocidad de Artaud. En realidad, todo
este arsenal de imágenes oníricas y símbolos psicoanalíticos que plagan estas películas
tenían una fecha de caducidad corta, envejeciendo sin remedio. Hoy en día, estas
películas solo son piezas arqueológicas que nos narran una época ya pasada. Todas estas
piezas surrealistas recurren a sin sentidos narrativos, inventando y experimentando
atrevidos recursos, que, pasado el infantilismo vanguardista, se aplicaron en el cine
cabal y maduro del lenguaje cinematográfico habitual: montaje acelerado,
sobreimpresiones, desvanecidos, etc.
El mediocre movimiento surrealista francés, se vino enriquecido con
personalidades extranjeras que lo enriquecieron de una forma decisiva, gracias a Man
Ray y, sobre todo, con la llegada en 1928 de Luis Buñuel, que no tardaría en
convertirse en el cineasta maldito y uno de los monstruos de la historia del cine. Nacido
en Calanda, a los 17 años se trasladó a la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde
conocería a la flor y nata de los futuros intelectuales del momento. En 1925 dio el gran
salto a París, donde su interés por el cine cristalizó un año más tarde como profesional
al lado de Epstein. En 1929 escribe y dirige junto a Salvador Dalí Un perro andaluz
con un guion tejido por sus sueños. Su apertura es simplemente radical y chocante,
monstruosa tal vez: una navaja de afeitar secciona el ojo de una muchacha. Le seguirá
un torrente de imágenes oníricas que, según el autor, le infunden un llamamiento al
asesinato. La conmoción que generó este film se queda pequeña en comparación con su
siguiente obra La edad de oro (1930). Se trata este de un taque demoledor contra el
orden establecido, coronado con un blasfemo homenaje al marqués de Sade, aderezado
con música de Wagner para mayor grandiosidad. Su proyección se saldó con altercados
y su prohibición y confiscación. Poco después, Buñuel sería llamado por la Metro, que
le ofrecía un contrato. Su estancia sería breve. De vuelta a España, rodará en las Hurdes
el impresionante documental Tierra sin pan (1933) retablo de una miseria alucinante.
Paris y Berlín se habían convertido en las capitales de la vanguardia
cinematográfica. Ya hemos visto que a Paris llegaron numerosos extranjeros empujados
por la marea de inconformismo e inquietud creadora. Tras el naufragio de la industria
cinematográfica danesa, fue a parar a París Theodor Dreyer. La Societe Generale de
Films le propuso la creación de una película basada en un personaje histórica francés.
Se decantó por Juana de Arco. Tradicionalmente, las películas históricas no habían
salido muy bien paradas. Los directores se habían acercado a los temas históricos con
alegre desenfado, no con una actitud documentalista o investigador. Dreyer prefirió la
muestra de una investigación psicológica de los protagonistas, estructurando su obra con
un notable carácter investigador y documentalista sobre la vida de la santa, ciñéndose
escrupulosamente a su historia real. Por consiguiente, se ciñó al guion, cosa muy poco
común por aquellos tiempos en los rodajes, se prescindió de todo tipo de maquillaje en
los actores y las lágrimas no iban a ser, por supuesto, de glicerina como anteriormente,
sino auténticas. Los decoradores, además, eran de una gran simplicidad. Por tanto, el
realismo de La pasión de Juana de Arco (1928) supuso un punto y aparte en el cine,
donde además de lo ya mencionado, destaca su uso magistral del primer plano, creando
una obra de una gran belleza plástica. Dreyer pasaría a ser uno de los grandes místicos
del cine, se pasó ahora al borde de la realidad con su siguiente película La bruja y el
vampiro (1930) primera de sus películas sonoras, que realizo también en Francia. Nos
encontramos de nuevo ante el agobiante tema del Mal, de las fuerzas diabólicas y
sobrenaturales, que han tentado a los grandes místicos de la pantalla como Murnau o
Bergman. Destaca el final de esta historia, un tanto extraño para los gustos del público
de la época, el entierro visto por el propio muerto a través de la mirilla del ataúd,
inquietante cuanto menos. Supuso un rotundo fracaso para la carrera Dreyer.
Si bien una parte de la vanguardia se fue por los derroteros sobrenaturales, otro
tiro hacia el cine documentalista. Pionero fue Alberto Cavalcanti, debuto con su obra
Rien en les heures. Se trata de un documental que narra la vida de Paris desde el
amanecer hasta el ocaso de un día, interrumpida periódicamente por un reloj que dice la
hora. No se quedará solo en lo más pintoresco de la ciudad, sino que dará tintes
populares a sus escenarios. Sobre este mismo registro populista, el emigrante estonio
Dimitri Kirsanov realizo Menilmontant, film rodado en el barrio epónimo de la ciudad
parisina y que hoy seria calificado de neo realista a pesar de su intriga y melodrama. En
Alemania, esta tendencia documental fue representada por Walter Ruttmann, tránsfuga
del cine abstracto que influido por Verte canta en imágenes la capital alemana durante la
primavera, que discurre igual que la obra de Cavalcanti desde el amanecer hasta el
ocaso. Lo que difiere es el uso de caleidoscopios collages que mezclan montajes de
diferentes escenas sobrepuestas de distintas horas del día. Parecida característica tiene
su película sonora La melodía del mundo (1929) realizada por encargo de una
compañía de navegación. Se trataba ya, no solo de una ciudad, sino del mundo entero.
La idea era demostrar cuan parecidos eran los hombres de distintas partes del mundo, su
relación con los paisajes donde viven y su relación con los animales. El éxito de estas
películas, inauguro en Alemania la era de los Kulturfilms, que más que detallar la
realidad, se entretienen en realizar vertiginosos montajes.
Como se puede apreciar, las vanguardias evolucionaron desde un terrorismo
cultural, hasta una observación naturalista y el verismo documental. Este itinerario
acaba llegando hasta la figura de Jean Renoir. Aunque irregular, su carrera revela un
poco común talento cinematográfico y una versatilidad ante los géneros que viene
abalada por Tire au franc donde se aprecia ya la desenvoltura de sus prodigiosos
movimientos de cámara. Sin embargo, sería con el cine sonoro, cuando desarrollaría
todo su talento. Sería de los primeros en usar la emulsión pancromática en interiores,
para lo cual introduce las lámparas de filamento, en sustitución de los arcos voltaicos.
Sería película La cerillerita, junto con Juana de Arco, las únicas películas que usaran la
citada emulsión pancromática.
Clair entrará en la vanguardia gracias a su primera obra Paris dormido (1923)
en la cual narra la historia de un genio loco que ha descubierto un rayo con el que
paraliza a todo París. Este se pasea por la ciudad con todos los habitantes petrificados,
estropeándose luego el tiempo, yendo la gente más lento o más deprisa, acabo todo en la
vuelta a la normalidad. Un puro disparate, futurista si se quiere definir. En 1927 Clair da
un viraje decisivo al adaptar a la pantalla el vodevil Un sombrero de paja de Italia,
con la cual arrancara la obra satírica d Clair: una boda burguesa en el que el novio tiene
que buscar desesperado un sombrero de paja en el día de la ceremonia para encubrir una
infidelidad de una señora casada. Entre los monigotes de Paris dormido y la comicidad
de esta boda, se convierte en un penetrante caricaturista de una época y de una clase
social concretas.