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2.2– La cubierta.
2.3– Cúpulas.
2.5– Plantas.
2.6– Cimientos.
2.8– El monasterio.
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2.9– Pórticos.
4– Escuelas nacionales.
7– BIBLIOGRAFÍA.
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difundidas por los nuevos monasterios creados por monjes de procedencia lejana, por
las vías de peregrinación, etc.
La Iglesia desempeñará un papel crucial respecto a la vida del bajo medievo. Por un
lado, fue la autoridad de la Iglesia la que regía la cristiandad occidental, dada la carencia
de poderes más firmes (el rey es simplemente un noble revestido de algo más de poder
que los restantes, pero incapaz de someterlos: actúa como un simple señor feudal más).
De esta forma, el poder y prestigio del papado es fundamental.
En segundo lugar, se trata de la época de las grandes reformas monásticas y del
desarrollo de los monasterios. El monasterio se convierte en centro de oración, de vida
intelectual, foco artístico (en él se forman los escultores y arquitectos), lugar de
protección y de producción. La cultura se refugia en los monasterios.
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El término románico tiene mucha menos antigüedad que los objetos a los que
designa. Es una creación de la postura romántico–pintoresca que se adopta hacia 1820,
cuando Charles de Gerville y Le Prevost
(insaciables buscadores de lugares en ruinas que retratar en sus acuarelas) intentan
designar con esta denominación a una arquitectura básicamente distinta de la gótica,
denominación muy anterior.
Mediante el vocablo, querían dar a entender la proximidad a los modos y formas
de la antigua Roma ya que, realmente, estaban descubriendo algo que hasta entonces
había sido ignorado y despreciado, como prueban las numerosas demoliciones de
iglesias románicas para ser sustituidas por otros estilos más modernos y funcionales, o
su entero recubrimiento enmascarado con otro estilo (Santiago de Compostela). Será
precisamente esa tendencia historicista de lo romántico (creación del "neogótico",
"neorrománico", etc.), cuyos valores estéticos se aproximan al mundo medieval, cuando
el románico comience a ser un estilo valorado.
Pero ya a finales del siglo XIX, aunque la denominación estaba plenamente
aceptada, se comienza a aceptar que el estilo es más deudor del mundo bizantino, e
incluso islámico, que del romano, siendo más percibidas las diferencias regionales o
autóctonas, como forma de reivindicar el desarrollo de la identidad cultural de cada
región.
Encontramos el llamado estilo románico en el marco geográfico de la primera
Europa: Francia, prácticamente igual a la actual; Imperio Germánico, con su expansión
hacia el sur (hasta Roma), el este (Yugoslavia, Hungría, Polonia) y norte (parte
meridional de Escandinavia); España en lo que queda al norte del Ebro y todo el
cuadrante noroccidental; Inglaterra, normanda desde 1066, así como otros puntos
dispersos que también son "románicos" por extensión de esta sociedad medieval: Sur de
Italia y Sicilia, por la actuación de los normandos, o Chipre, punto estratégico para el
ataque a los Santos Lugares.
El románico estaría precedido por un período que abarcaría desde el siglo IX, al
que se conoce como "pre" o "proto"–románico, al que corresponderían creaciones como
las de Santa María del Naranco o San Miguel de Lillo en Asturias, alcanzándose el
primer arte románico hacia el 1088 (convencionalismo admitido, coincidente con el
inicio de la tercera abadía de Cluny); mientras que para el período posterior se habla de
románico pleno con sus múltiples variantes regionales en Francia y nacionales en otros
países, que se designarán con distintos nombres: normando en Inglaterra, sículo–
normando en Sicilia, sálico en la Alemania imperial de los siglos X y XII, etc. En el otro
extremos, el románico irá conviviendo con los primeros tanteos del Gótico a partir de
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mediados del siglo XII y con a definitiva implantación del cisterciense por esas mismas
fechas.
2– Elementos de la arquitectura románica.
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cada uno de los cuatro arcos que tiene que sustentar (el de la nave central, el de la
bóveda de cañón, y los arcos divisorios de las arquerías, el de la nave lateral)
Se generaliza así el uso de los pilares compuestos, de diversos tipos (cruciformes,
formados por un cuerpo central rodeado de medias columnas adosadas, etc.), que a
veces alternan con grandes columnas cilíndricas.
La columna no desaparece, pero generalmente se alterna con pilares y se restringe a ser
soporte de los ábsides (espacio redondeado que sobresale de la cabecera de la iglesia),
criptas, atrios, claustros, etc. Se trata de una columna que ha perdido la proporción
clásica, abandona los órdenes... El capitel se convierte en un lugar de primacía en la
decoración del edificio, siendo un marco adecuado para el desarrollo de la escultura
románica.
2.5– Plantas.
La más frecuentemente utilizada es la de cruz latina, de una o varias naves
longitudinales (terminadas en su cabecera corrientemente en un ábside semicircular) y
una nave transversal o nave crucero. El tramo de la intersección de la nave del crucero y
la central, que recibe el nombre de "crucero" también, tiene gran importancia en el
edificio, y suele ir cubierta con cúpula, cimborrio (construcción elevada con forma de
torre o planta cuadrada u octogonal) o linterna que contribuyen a iluminar el interior y a
dar esbeltez al exterior.
Cuando el templo tiene más de una nave, si los laterales dan la vuelta por detrás de la
capilla mayor, esa parte de las naves se denomina girola o deambulatorio: servía para
organizar en el interior de las iglesias procesiones, que tenían un carácter simbólico muy
definido: representaban tanto las peregrinaciones a lugares sagrados como el propio
tránsito de la vida, el ciclo vital. Las girolas son casi ineludibles en las iglesias de
peregrinación, como Sainte–Foy de Conces en Francia, o Santiago de Compostela.
Solían ir además provistas de una corona de capillas, especialmente en las iglesias de
mayor tamaño, dedicándose cada una de ellas a atender una devoción particular, lo que
es coherente con una religión muy dada a la singularización de los cultos (determinados
fieles sienten una especial o casi absorbente devoción por un santo o personaje religioso
determinado, al que continuamente se consagran, como una especie de vasallaje.)
Generalmente los templos son de una o tres naves, con crucero señalado por mayor
anchura del tramo. En alzado, el problema de la iluminación determina que la nave
central sea generalmente de mayor altura, lo que permite abrir ventanas por encima de
las naves laterales. Es frecuente que las iglesias de peregrinación y catedrales que por
encima de las naves laterales se sitúa una amplia galería de la misma anchura que la
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nave baja, que es la tribuna, comunicada con la nave central mediante huecos que
constituyen el triforio.
El sistema de equilibrio dependerá del número de naves de la iglesia:
– si se trata de una iglesia de una sola nave, los empujes de la bóveda inciden
directamente sobre las paredes y el problema del equilibrio es relativamente sencillo:
muro más contrafuertes.
– si existen varias naves, se resuelve contraponiendo unas bóvedas a otras para
contrarrestar sus mutuos empujes: o bien se contrarresta la bóveda de la parte principal
con otras laterales también cubiertas con bóvedas apoyadas ya en muros y contrafuertes
(permaneciendo la nave central ciega, sin vanos, mientras las laterales son las que
permiten la iluminación del templo); o bien se emplea la tribuna (que además
proporciona más capacidad en las iglesias de peregrinación que tenían que acoger a
grandes masas humanas), cuya bóveda hace el efecto de una superficie de descarga que
traspasa parte del empuje de la bóveda de la nave central a los muros y contrafuertes de
las laterales.
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arbotantes). En los casos más notables, la base de los muros y la de los pilares quedaban
interrelacionada bajo tierra, formando una especie de parrilla.
2.7– Otros elementos.
– Las criptas bajo el ábside central de la iglesia son frecuentes, ocupando una
gran superficie en ocasiones y llegando incluso, como en la catedral de Espira, en
Alemania, a abarcar crucero y brazos del crucero. Normalmente están realizadas a base
de tamos cubiertos por bóveda de arista y sujeto por gruesas columnas, pilares circulares
o cuadrados. Un caso particular es la de Santiago de Compostela, que se ubica a los pies
del pórtico, debido al desnivel del terreno existente, tal como intuyó su constructor el
Maestro Mateo.
Las torres, colocadas en las partes laterales de la fachada, sobre el centro del
crucero, en los extremos de éste o en su unión con la nave central, flanqueando incluso
el ábside mayor, aparecen como algo inseparable de la iglesia románica. Las torres
poderosas y cuadradas flanquean la fachada, mientras las octogonales se suelen erigir en
el centro del crucero en la Borgoña, y las pequeñas y circulados suelen flanquear las
fachadas. Una vez materializado el gran proyecto de Cluny III, que contaba con diez
torres distribuidas entre la fachada y los dos cruceros, todos los templos intentan
multiplicar sus torres, considerándolas como inmejorable símbolo del vínculo entre los
hombres y Dios. Santiago de Compostela, por ejemplo, tenía en proyecto nueve.
2.8– El monasterio.
Por su parte, el monasterio está compuesto por muchas dependencias con una
estructura y concepción más bien propia de la arquitectura civil (sala capitular, refectorio,
dormitorio...), teniendo en cambio el claustro un valor artístico más cuidado, por ser la
pieza que vincula el templo y el monasterio. El resto de las habitaciones, que por los
escritos conservados eran también de gran envergadura, aportan poco a la evolución de la
arquitectura en occidente. Todo cambiará cuando los monjes cistercienses estudien
detenidamente la construcción de sus racionales monasterios.
Los claustros son normalmente de cuatro lados y la tendencia general es que la
planta sea un cuadrado perfecto. En el centro está la fuente, manantial de vida en este
pequeño paraíso de la oración, y las cuatro crujías se resuelven en pórticos abierto de
arquerías sujetas por columnas, generalmente geminadas. Son raros los que están
compuestos por dos pisos (el de Silos), que suelen cubrirse de techumbre de madera plana
a un agua.
2.9– Pórticos.
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Los rasgos más notorios en el nivel estético y espacial de las iglesias románicas serían,
según los elementos y funciones de los mismos antes aludidos, los siguientes:
– Predominio del macizo sobre el vano (oscuridad en los interiores): responde a una
necesidad del sistema de reconstrucción, pero también en parte a la intención de
conseguir este efecto. Las ventanas consisten simples aberturas estrechas, a veces sólo
saeteras, debido al espesor del muro abocinadas. El amplio desarrollo de las superficies
lisas en el interior de la iglesia permite el desarrollo de la pintura mural al fresco,
especialmente en los ábsides y las paredes interiores.
Los interiores son oscuros, dotando a la iglesia de una atmósfera de misterio (la misma
que envuelve en general a la concepción religiosa predominante), que es fruto en parte
de la intención de promover un ambiente que incite al recogimiento (por no decir al
sobrecogimiento: es una religión basada en el miedo).
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– Horizontalismo: las construcciones románicas, sobre todo las más primitivas, dan
sensación de horizontalismo, de pesadez. En el interior hay un movimiento desde la
entrada hacia la cabecera donde se sitúa el altar mayor; este movimiento horizontal está
provocado por la ordenación y el rito de las arquerías de la nave central y de los tramos
de la bóveda. Al horizontalismo de la construcción que lleva la mirada hacia el altar se
opone una tendencia al verticalismo, a medida que el estilo va evolucionando. De igual
forma, la austeridad inicial da paso a una ornamentación cada vez más rica.
– Volúmenes precisos: se trata de un estilo de perfiles claros. Se alza sobre una planta
sistemática organizada como un conjunto articulado, estructurado entre compactos
muros y pilares. Aunque su principio de construcción es acumulativo, es decir, se van
añadiendo espacios, éstos están trabados y articulados en un conjunto, lo cual supone
una brusca interrupción con la basílica paleocristiana de muros planos y las frágiles
columnas que se distinguían claramente de la cubierta.
– Carácter de monumentalidad y sobre todo solidez y duración. La monumentalidad del
edificio religioso podía encontrarse en las grandes basílicas paleocristianas romanas,
centros que pese a su ruinosa decadencia, aún seguían hechizando a los visitantes y
viajeros. Pero la costumbre de realizar las enormes techumbres de madera para cubrir la
nave central, a imitación de los ricos artesonados romanos, provocaban que esa
sociedad de peregrinaje religioso con pernocta en templos provocara numerosos
incendios, por lo que es preciso levantar las iglesias con bóveda de piedra. No es un
"invento" románico: en occidente ya se habían aplicado a cubrir espacios pequeños;
pero durante el románico esta construcción resultará aplicada al conjunto de la iglesia,
siendo el principal condicionante constructivo el sostener su terrible peso.
El románico es un arte esencialmente religioso, promovido por la Iglesia y destinado a
los fieles cristianos: destinado, más específicamente, a adoctrinar a una población
fundamentalmente analfabeta, a la que hay que instruir por medio de símbolos y
alegorías visuales y espaciales. Esto es lo que explica que, en su conjunto, la Iglesia
tenga una significación simbólica conectada con el mundo celestial. Sólo así se explica
el afán sempiterno del medievo de hacerse enterrar en los lugares más próximos a la
iglesia, a ser posible el altar o una capilla, o como mínimo en sus inmediaciones,
cuando no en un monasterio, lugar de peregrinaje, etc.: implícitamente existe la idea de
que quienes se encuentran enterrados en lugares santos tienen un proceso de ascensión
al cielo más inmediato. Recordemos al respecto que en uno de los Milagros de Santa
María de Gonzalo de Berceo, el clérigo de vida disipada pero devoto de la Virgen es
salvado de su enterramiento "en medio de la quintana"; no resucita, pero el milagro es
que la Virgen ordena que sea enterrado cerca de un lugar santo, lo que prácticamente
asegura una salvación.
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La iglesia es un símbolo en sí mismo de la corte celestial, en una religión por otro lado
vivida de forma muy sensitiva, muy poblada de gestos. Por eso, las poblaciones se
protegen del exterior por los "humilladeros" (cruz ante la que es obligado persignarse, y
que protege a quienes salen del pueblo y hace temer el poder de Dios a los llegados), y
se exige a la población como señal de su "sumisión" (nótese el paralelismo entre la
sociedad feudal y las prácticas religiosas, en ritos como el del matrimonio ahora
definidos que reproducen el del vasallaje), etc. Las iglesias posibilitan en la práctica que
el fiel tenga una idea del cielo, y pueda poner en práctica todo ese juego de
sometimientos simbólicos a los poderes divinos, encarnados en la Iglesia como
institución y en sus construcciones. Tenemos constancia en varios escritos de cómo
cada una de las partes de la Iglesia tenía su correspondencia con el cuerpo espiritual de
Cristo.
Así, las criptas simbolizan la vida oculta de los fieles; el suelo que pisa con los pies es
símbolo de la humildad que debe tener; las cuatro paredes son las cuatro regiones de
donde vienen todos los pueblos hacia Cristo; la piedra angular son los cuatro
Evangelios; la pared de la izquierda recuerda a los judíos, la de la derecha a paganos; las
piedras cuadradas representan a las almas perfectas, unidas unas con otras por el
cemento que es la claridad; las doce columnas principales son los profetas y apóstoles;
la bóveda, el escudo con que protegen los príncipes seglares a la Iglesia; la cúpula es el
Cielo al que debe ascender el creyente; el claustro del monasterio es el perfecto
funcionamiento de la Jerusalén celestial, y un largo etcétera de símbolos y alegorías que
forman parte del acerbo cultural del cristiano medieval, entre los que destaca
especialmente la forma de cruz de la propia iglesia (especialmente en las que se erigen
en advocación de algún mártir), o la significación de los cimientos o fundamentos,
identificados con el mismo Cristo.
Y por tanto podríamos decir que la iglesia, como edificio, predica por sí sóla: es
emblema de la solidez divina, pero también elemento de amenaza, de la grandiosidad de
un poder muy por encima del humilde vasallo. Existen ejemplos en los que el juego
simbólico (en buena parte hoy desconocido) preside aún con más densidad alegórica la
construcción de templos, como sucede en muchas construcciones templarias, como la
Iglesia de la Vera Cruz, de finales del XII (consagrada en 1208), de Segovia: es la
iglesia más fascinante de las de planta central de España (otras se encuentran en Torres
del Río, Almazán o San Marcos de Salamanca) por el sentido misterioso de su
estructura: un dodecágono que, justo en su centro, alberga otra estancia de la misma
forma dividida en dos pisos; se completa con tres ábsides escalonados y torres
cuadrangular, dedicándose el espacio central probablemente a ceremonias iniciáticas.
Las iglesias de planta central tienen un precedente remoto en San Vital de Rávena, y en
el caso de España suelen tener un carácter o bien funerario o bien mistérico–iniciático.
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4– Escuelas nacionales.
En Francia se conserva el mayor número de monumentos románicos. En la Borgoña,
centro creador y promotor, se distinguen edificios con tribunas, como el grandioso
monasterio de Cluny, del que subsiste una parte, la iglesia de S. Lázaro de Autún, con
influencia clásica. Santa Magdalena de Vezélay es un ejemplo de iglesia sin tribuna, con
ventanas sobre las naves laterales y arcos con dovelas alternadas en su colorido. En el
centro de Francia destacan las iglesias de Santa Fe de Conques y Nuestra. Señoradel
Puerto en Clemont–Ferrand.
En Inglaterra los modelos normandos se difunden, ganando en amplitud y solidez, con
arquerías entrelazadas y decoración geometizada. Son características las catedrales de
Peterborough, Yord, Canterbury.
En Italia son característicos de la región de Lombardía los monumentos con arquillos
rematando los muros y las bandas verticales, como en San Ambrosio de Milán. En
Toscana destaca el empleo del mármol y una predilección por el empleo de la columna,
todo ello con una clara influencia clásica: conjunto de Pisa. En Roma se emplean
modelos paleocristianos, que se enriquecen con la decoración de mosaicos destrozados:
claustro de San Juan de Letrán.
En Cataluña es frecuente el empleo de rústico aparejo de sillería; columnas o
más bien pilares cuadrados; arcos sencillos de medio punto; y cubiertas de madera en
las naves y bóvedas en los ábsides semicirculares, en los más antiguos, que se hacen
extensivas a las naves del templo en el segundo tercio del siglo XI. En estas iglesias la
nota más característica es la decoración de muros y cabecera con arquillos y bandas
verticales (bandas lombardas) que en los modelos más antiguos se reducen a la
cabecera. Son característicos San Pedro de Roda, la abadía de Ripoll, San Pedro en la
Seu de Urgel. Este estilo se extiende hacia el Pirineo aragonés e incluso su influencia se
percibe en algunos monumentos castellanos (Urueña, en Valladolid) o gallegos (San
Martín de Mondoñedo, en Lugo)
La otra gran zona románica es el camino de Santiago: destacan la cripta de la
catedral de Palencia, el Panteón de San Isidoro de León, y en el último tercio del XI la
catedral de Jaca, la iglesia de Frómista, la de San Isidoro de León, y la obra magna de la
catedral de Santiago de Compostela. En el siglo XII destacan la iglesia de San Pedro de
las Dueñas (León), San Vicente de Avila, San Miguel en San Esteban de Gormaz
(Soria), Santa María de la Antigua (Valladolid). Como claustros más representativos,
puede citarse el de Santo Domingo de Silos.
5– Caracteres generales de las artes plásticas.
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Los temas más frecuentes son las representaciones bíblicas, en las portadas, y el tema
muchas veces repetido de Cristo, la Virgen, apóstoles, ángeles y evangelistas en las
pinturas de los ábsides.
Se trata de auténticas "biblias en piedra". Aunque la temática religiosa es la principal,
existen también decoraciones geométricas, vegetales, y representaciones de animales
fantásticos ("quimera") y monstruos, de origen oriental.
6– Valores estéticos: expresividad, antinaturalismo y simbolismo.
Un rasgo de identidad propia del románico es la tendencia al esquematismo, la
expresividad, el fuerte poder dramático derivado de la abstracción. En el Románico no
existen los criterios de proporción, belleza y realidad del mundo clásico. El arte no
busca ahora la perfección de las formas, sino exclusivamente que las figuras transmitan
a los fieles las vivencias interiores, esenciales (como en las vanguardias, existe un
intento de llegar a la esencia de las cosas), un sentido religioso transcendente: y como
en el cielo no importa la materia (y por tanto la apariencia), sino el alma (lo fundamental
de las cosas), predomina la plasmación de ideas, de lo que las cosas son en sí.
Por tanto, las imágenes se deforman, buscando la expresividad anímica mediante
exageraciones de la forma (como en el expresionismo): los cuerpos se alargan, las partes
más significativas como los ojos y las manos se agrandan, las piernas se entrecruzan y
adoptan posturas anatómicamente imposibles para expresar conmoción, etc.
Junto a esta deformación expresiva hay que señalar la adecuación de la escultura
al marco arquitectónico, no importa si esto conlleva el adoptar posturas o proporciones
irreales: la figura se estira o se reduce según el espacio que deba ocupar (la escultura,
por tanto se supedita también espacialmente a la arquitectura). El resultado final son
unas representaciones de la figura humana muy antinaturalista.
El mundo cristiano está muy sujeto a simbologías comunes. Piénsese que se trata
de un lenguaje que debe ser comprensible por fieles de todos los países cristianos
(iglesias de peregrinaje, de talante internacional). Por tanto, se crea un mundo
simbólico, con signos y alegorías, que se repiten frecuentemente y que hay que conocer,
para poder comprender adecuadamente con todo su mensaje la representación: por eso,
hoy nos puede parecer de difícil comprensión un arte que, para los habitantes de la edad
media, resultan más fácilmente comprensibles, más próximos a su mundo de intereses y
tópicos.
De esta forma, se repiten unos esquemas y tipos iconográficos fijos, heredados en
parte del mundo paleocristiano, bizantino y prerrománico. Así, la figura humana no
tiene un tratamiento individual, sino genérico. No aparecen retratos, sino unas formas
estereotipadas (para representar el agua, los vestidos como un conjunto de pliegues
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paralelos, el pelo, los ojos, etc.) con las que se quiere representar no a un hombre
concreto, sino a toda la Humanidad o a las personas divinas. Ello explica la impresión
de que todas las figura "se parecen" (igual rostro o "isocefalia").
El espacio se organiza geométricamente, se compartimentaliza muchas veces en franjas
y recuadros, en los que se distribuyen las escenas: de esta forma, se borran todas las
referencias, todo el "aquí y ahora", dado que la religión aspira a una universalidad y
atemporalidad. Todas las figuras se suelen situar en un mismo plano, sin sugerir por
tanto profundidad. Incluso suelen ocupar todo el espacio, por lo que sugieren cierto
amontonamiento, una gran densidad.
Los tamaños respectivos indican la importancia que cada uno de los personajes tiene (a
mayor tamaño, superior dignidad o importancia, técnica que ya se emplea en el arte
oriental primitivo). Las figuras aparecen desprovistas de equilibrio y con un contenido
dinamismo: las piernas flexionadas, vueltas hacia los lados o formando convulsivos zig–
zags.
Las esculturas ocupan principalmente los capiteles de las columnas de las iglesias
(especialmente cuando existen pórticos exteriores) y de los claustros de los monasterios,
así como las puertas de las fachadas: en este caso, se decora tanto el tímpano (el espacio
ciego que hay sobre las puertas, encima del dintel) y las arquivoltas que enmarcan la
puerta (arcos concéntricos que unen las jambas o laterales de las puertas).
En el tímpano se despliega un tema escultórico más amplio, formando frecuentemente
escenas. Es frecuente que se represente en él la figura de Dios todopoderoso o
Pantocrátor, de la Virgen y el Niño, o bien una representación del santo a quien se
consagra la iglesia con escenas de su vida. En las arquivoltas abunda la decoración
geométrica, vegetal, o de pequeñas figuras que se disponen radialmente y se adaptan al
espacio de manera tosca.
En la parte central de la puerta, el parteluz, se suelen colocar imágenes de Cristo,
la Virgen o el Santo al que se dedica el templo. Las jambas pueden tener las columnas
desnudas, con los capiteles decorados con relieves, o colocarse alargadas figuras de
apóstoles o santos, superpuestas a los fustes.
Las pinturas generalmente se realizan al fresco. El esquema iconográfico
fundamental (por ejemplo el seguido en las pinturas de los ábsides de San Clemente y
Santa María de Tahull) sería el siguiente: la figura principal, el pantocrátor o la Virgen
con el Niños, ocupan el centro superior del ábside enmarcadas por la mandorla o
almendra mística. A ambos lados se disponen figuras de ángeles o Reyes Magos.
La pintura es lineal, es decir, con predominio del dibujo frente al color (simple
relleno). Las figuras están claramente delimitadas por líneas gruesas, de color negro.
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Con ellas se representan los rasgos del rostro y se quiere también sugerir una mínima
noción de bulto en los ropajes. Los colores son puros y vivos, con predominio de los
azules y rojizos, llenando de forma uniforme las superficies delimitadas por las líneas.
Es así una pintura plana, bidimensional, en la que no hay profundidad ni
volúmenes. El paisaje apenas existe, y se quiere sugerir el espacio mediante un método
de series de franjas paralelas, de diversos colores. La iluminación es clara y se extiende
uniformemente por toda la obra, sin contrastes de luz y sombra.
Las figuras no tienen volumen. Los trazados lineales no logran darle corporeidad,
aparecen como ingrávidas muchas veces. El modelado de los rostros es muy simple, con
convencionalismos como círculos rojos para significar mejillas.
Generalmente impera el frontalismo, tanto para los cuerpos como para los rostros,
como un medio de producir una comunicación más directa e inmediata con los
espectadores.
Las representaciones no suelen concebirse formando escenas, sino ocupando
cada figura su lugar prefijado, sin interés narrativo. Por otro lado, muchos
convencionalismos se integran en las escenas: el alfa y omega, símbolos animales del
tetramorfos (el hombre que representa a San Mateo, el buey como San Lucas, el león
como San Marcos, el águila como San Juan).
La Historia del Arte se ha escrito frecuentemente partiendo de un presupuesto un
tanto marginador: la forma de representación más perfecta sería aquella que está dotada
de un elevado grado de iconicidad (semejanza a cómo vemos los objetos). Y, por tanto,
existe una narración del relato sobre los estilos artísticos que tiende a primar los
períodos donde este alto grado de iconicidad se hace más presente: en la antigüedad
clásica (nos referimos especialmente al período de la Grecia clásica), y el Renacimiento:
tal o cual pintor (Fray Angélico, por ejemplo), "descubre" un nuevo avance en el
camino hacia la representación tridimensional y realista que acabará siendo hegemónica
en los últimos cinco siglos de las artes plásticas (excepción hecha de las vanguardias).
El románico, y en parte el gótico (considerado en dicha concepción del Arte como
el inicio del camino hacia la representación realista–renacentista), ocupan en este
esquema una posición degradada: durante el medievo se "pierde" el anterior sistema de
representación grecorromana, que tardará en "recuperarse" varios siglos. Sin embargo,
esta visión es poco admisible: las artes plásticas del románico constituyen simplemente
otra forma de representación, otro código icónico, caracterizado por sus propias normas
y convencionalismos.
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7– BIBLIOGRAFÍA.
GERMÁN RAMALLO: Las claves del Arte Románico. Ed. Planeta, 1989. J. VON
SCLOSSER: El arte en al Edad Media Barcelona, 1981.
BRAUNFELDS, W.: La arquitectura monacal en Occidente. Barcelona, 1975.
JOSÉ Mª AZCÁRATE: El Protogótico hispánico. Real Academia de Bellas Artes
de San Fernando, Madrid,
1974.
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J. YARZA: La Edad Media. Historia del Arte Hispánico. Ed. Alhambra, Madrid,
1978
J. YARZA et al.: Arte Medieval II, Románico y Gótico.. Ed. Gustavo Gili,
Barcelona, 1982
M. DURLIAT: Introducción al Arte Medieval en Occidente. Madrid, 1979.
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