Resumen de La Veritatis Splendor
Resumen de La Veritatis Splendor
Resumen de La Veritatis Splendor
Capítulo I
MAESTRO, ¿QUÉ HE DE HACER DE BUENO…?
El primer capítulo que viene a ser una gran justificación de la Encíclica
utiliza de forma programática el pasaje del joven rico y su diálogo con Jesús,
está dividido en ocho apartados a lo largo del documento antes de pasar a la
parte central del mismo. En el primer apartado se le aceró uno…, se reflexiona
sobre la identidad del joven rico que si bien no se revela, es motivo para la
propia auto-identificación de todos los fieles con él, así como de la
importancia del encuentro con Cristo para determinar la propia moralidad,
encuentro siempre mediado por la Iglesia.
A continuación el segundo apartado Maestro, ¿qué he de hacer de
bueno para conseguir la vida eterna? evidencia la relación íntima que hay
entre la vida eterna y el comportamiento del hombre. Pasando a Uno solo es el
Bueno, encontramos el motivo verdadero de la interpelación, la pregunta por
lo bueno solo puede hacerse a aquel que es el “Bueno”, sólo Dios puede
responder a la pregunta, de esta manera la vida moral se presenta como la
respuesta debida a las iniciativas gratuitas que el amor de Dos multiplica en
favor del hombre.
Se prosigue al siguiente numeral que inicia con el apartado si quieres
entrar en la vida, guarda los mandamientos, y se responde por la pregunta del
bien alegando que Dios ya lo ha dictaminado previamente en la creación del
hombre al inscribir su ley divina en él, así Jesús responde con el cumplimiento
de la Ley, específicamente las leyes concernientes al prójimo sin que por esto
se menoscabe la primacía de Dios como él mismo recordará en otros pasajes,
estos mandamientos son presentados por él que es la plenitud de la Ley,
llevándola más allá de su mínimo restrictivo hasta su plenitud en el sentido.
Continuando con el dialogo se nos presenta el siguiente apartado, si
quieres ser perfecto, aquí constatamos que la respuesta no termina de
satisfacer al joven que considera que ya ha cumplido con los preceptos de la
Ley, ante esto el Señor le hace una propuesta superior al seguimiento, leído en
el contexto más amplio del sermón de la montaña la respuesta de Jesús
comporta la libertad madura y el don divino de la gracia, con todo este camino
de perfección no es posible sin el previo “cumplir los mandamientos”, que
vienen a ser como esa primera condición indispensable, de tal manera que los
mandamientos y la invitación de Jesucristo al joven están al servicio de una
única e indivisible caridad, que espontáneamente tiende a la perfección.
Luego el documento continúa hacia la respuesta de Jesús, ven y
sígueme, revelando así el fundamento esencial y original de la moral cristiana,
es decir, el seguimiento de Jesús, la adherencia a la persona del Maestro, que
nos lleva a la radicalidad del precepto del amor, que afecta a todo el hombre
en su interioridad. El acento ahora se posa en la conclusión del coloquio, para
Dios todo es posible, donde se revela un final amargo de negativa a la
propuesta de Jesús y de incluso escándalo de los apóstoles, ¿Quién puede
cumplir esto? Imitar y seguir a Cristo es imposible para las solas fuerzas del
hombre, es por eso que es necesario el don de Dios para poder cumplir con
estas exigencias.
Este primer capítulo termina con tres numerales comprendidos en el
apartado he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo, por el cual se amplía la perspectiva del pasaje de tal manera que le da
continuidad fuera de su contexto histórico, de tal manera que los preceptos de
Dios sean siempre salvaguardados en todas la épocas y culturas de tal manera
que se recuerda la imposibilidad de laceración en la Iglesia entre la armonía de
la fe y la vida, misión de unidad confiada a los apóstoles y continuada por sus
sucesores y garantizada por el Espíritu Santo en la Traición. Concluye así el
apartado enlazando con el siguiente al justificar la interpretación eclesial de la
moral cristiana.
Capítulo II
NO OS CONFORMÉIS A LA MENTALIDAD DE ESTE
MUNDO
Luego del capítulo I que utiliza el pasaje del joven rico como esquema
programático para exponer la necesidad de la Encíclica, al igual que la base
fundamental para hablar de una “moral cristiana”, reconciliando las leyes del
A.T con la ley de la Gracia, ahora el capítulo II entra directamente en la
materia hablando del discernimiento de algunas tendencias de la teología
moral actual, este es pues el capítulo central que conforma el cuerpo de la
carta.
Comienza pues, la exposición de este capítulo con el apartado enseñar
lo que es conforme a la sana doctrina en el cual recuerda (enlazando con el
capítulo anterior), el lugar y misión de la teología moral dentro de la Iglesia,
así como la progresión en el entendimiento y exposición de la doctrina moral,
análogamente a la evolución del magisterio y el deber irrenunciable de los
sucesores de los apóstoles de transmitir estas “verdades morales”
interpretando el depósito de la fe. Todo lo anterior advirtiendo de varias
corrientes teológicas que se han propagado y que el Papa cataloga como
“contrarias a la sana doctrina”.
Continúa la exposición con el apartado conocereís la verdad y la
verdad os hará libres”, donde el Papa sintetiza las discusiones morales
contemporáneas en la problemática de la “libertad del hombre”. En efecto,
reconociendo el valor debido a la libertad, el Papa sin embargo, previene en
contra de su exaltación como valor absoluto en sí mismo, desplazando así el
centro de la “verdad objetiva”. A la par. Advierte también del peligro
contrario por parte de las ciencias sociales, que sacando conclusiones erróneas
llegan a negar la libertad y por ende la responsabilidad del hombre por razón
de sus múltiples condicionamientos. Contra estos dos peligros se contrasta en
el documento con la doctrina de la Iglesia expresada en el Vaticano II: “…
quiso Dios dejar al hombre en manos de su propia decisión, de modo que
busque sin coacciones a su creador y, adhiriéndose a él, llegue libremente a la
plena y feliz perfección”. Es decir en palabra del Caard. Newman “la
conciencia tiene unos derechos porque tiene unos deberes”.
El capítulo continúa con la primera de sus cuatro secciones, La libertad
y la ley, encabezada por el título Del árbol de la ciencia del bien y del mal no
comerás. Aquí basándose en el relato del génesis, el Santo Padre reflexiona
sobre los límites de la libertad, ésta es amplia pero está limitada por el “bien y
el mal”, es decir, por los designios de Dios Creador, soló Él sabe lo que es
bueno para el hombre, el cual debe asentir lejos de revelarse contra la ley de
Dios, esta reflexión sirve para condenar las tendencias antes citadas que
deslindan a la razón y la libertad de leyes naturales objetivas queridas por
Dios.
Continúa con el apartado Dios quiso dejar al hombre en manos de su
propio albedrío, en donde se repite el concepto de libertad dado por el
Concilio Vaticano II, poniendo de manifiesto que la libertad humana tiene a
Dios como su fuente y como su fin y estriba en el autogobierno del hombre en
progresión personal y comunitaria hacia Dios, recuerda la justa autonomía de
las realidades terrenas condenando la desviación de entender dicha autonomía
como “separación del Creador”. La verdadera autonomía moral debe
entenderse, dice el documento, como: “aceptación de la ley moral, del
mandato de Dios”.
Continúa con el apartado Dichoso el hombre que se complace en la ley
del Señor, profundizado en la normatividad de la ley divina inscrita en los
hombres y que en la tradición de la Iglesia se ha identificado con la “ley
natural”, con la cual el hombre está llamado a adherirse. Luego se pasa a
analizar el presunto conflicto entre ley y libertad o entre naturaleza y libertad
en el apartado como quienes muestran tenerla realidad de esa ley escrita en
su corazón, en él se expone las desviaciones contemporáneas que, deslindado
la libertad de la naturaleza y corporalidad humana, la hacen centro y motivo
del actuar del hombre sin más, ante esta pretensión se recuerda el lugar del
cuerpo en las cuestiones de ley natural, y condena la posición contraria como
contradicción a la enseñanza de la Iglesia sobre la unidad del ser humano así
como a la enseñanza de la sagrada Escritura y la Tradición, pasa l siguiente
apartado recalcando la necesaria interpretación de la moralidad aplicada en la
unidad de la persona humana en su cuerpo y espíritu.
A continuación en pero en el principio no fue así, se analiza los
aspectos de la universalidad e inmutabilidad de la ley natural resguardadas en
la verdad que, lejos de dañar la singularidad de cada persona, la salvaguarda
en la comunión con el resto. Esta ley en su expresión negativa obliga pues, a
todos y a cada uno siempre y en todas partes. Esto debido a que siempre se
puede exigir el no hacer determinados actos incluso frente a amenazas de vida
o muerte, no así con los preceptos positivos que dependen de las posibilidades
para su realización. Por último el apartado previene de cierto culturalismo que
supedita las leyes universales a la propia cultura, recordando de que ninguna
cultura se agota en sí misma y que la estructura fundamental del hombre las
trasciende, de tal manera que las leyes positivas en cada cultura deben verse
supeditadas a los dictados de la ley natural.
Una vez concluido el numeral cincuenta y tres se pasa a la segunda
sección del capítulo titulado conciencia y verdad, iniciando la exposición con
el subtítulo: el sagrario del hombre, donde se pone de manifiesto que la
relación entre la ley de Dios y la libertad encuentran su centro en la conciencia
moral que hoy ha sido reinterpretada “creativamente” en contraposición a la
enseñanza de la Iglesia, de tal manera que la misma sería hoy incapaz de
formular juicios universales para todos los casos, justificando así una
separación entre las normas universales y la aplicación práctica que hoy día
muchos identifican con “respuestas pastorales” a las situaciones particulares.
Profundizando más en la conciencia moral se esboza en el juicio de la
conciencia, la caracterización cristiana de la conciencia como diálogo del
hombre con Dios que da testimonio de la rectitud o la maldad del hombre al
hombre mismo y lo abre a Dios. El juicio hecho por la conciencia es de
carácter práctico es decir, ordena al hombre lo que debe y no debe hacer, así
se convierten un dictamen interior, una llamada a realizar el bien en una
situación concreta, teniendo así un carácter imperativo para el hombre. Con
todo, recuerda que la conciencia no crea la ley, sino que la obedece
aplicándola a las situaciones concretas.
Para concluir con la sección se presenta el apartado busca la verdad y
el bien, en el mismo se recuerda que la misma conciencia no es inerrable ,
yerra, ya sea por ignorancia o por el hábito al pecado, es lo que la Iglesia
llama la conciencia errónea, de ella debemos cuidarnos de tal manera de no
confundir un acto subjetivamente erróneo de uno objetivamente recto, con
todo y la posibilidad de la no imputabilidad de algunos de estos casos por la
falta de culpa personal, sin embargo, nunca deja de ser un mal aquello que lo
es. Por otra parte ha conciencias erróneas culpablemente, es decir, cuando el
hombre no por su ignorancia, sino por su falta de búsqueda de la verdad y el
bien yerra y oscurece su conciencia. Culmina con la llamada a la “formación
de la conciencia”, con la ayuda del magisterio.
Se pasa ahora a la tercera sección titulada La elección fundamental y los
comportamientos concretos, seguido del título sólo que no toméis de esa
libertad pretexto para la carne, en él se empieza a abordar el tema de la
opción fundamental, entendida como decisión global de la persona sobe sí
misma, sobre su conformación al bien o en contra suyo, de esta manera los
actos individuales serían signos de esa opción fundamental previa, e
individualmente ninguno de estos actos puede calificar a la globalidad de la
persona. La concepción cristiana si bien conoce la opción fundamental, sin
embargo, debe renunciar a una escisión entre ella y los actos individuales,
calificando esta división como contraria a la enseñanza bíblica, se recalca que
la opción fundamental siempre actúa mediante elecciones consientes y libres.
Con estas consideraciones la encíclica entra más en materia
especificándola naturaleza del pecado mortal y venial, aquí habla de la
opinión de muchos teólogos que quieren cambiar la doctrina del pecados
mortal, ante ello el Papa recuerda el reciente testimonio de la encíclica
Reconciliatio el Paenitentia, y el sínodo de los obispos del ochenta y tres, que
recuerdan la actualidad perenne de la distinción entre pecados mortales y
veniales, así como el objeto del pecado mortal en el acto grave y que, además
es cometido, con pleno consentimiento y deliberado consentimiento. La
orientación fundamental puede pues, ser modificada por los actos particulares,
salvaguardando en casos particulares la no imputabilidad de la persona a causa
de procesos psicológicos sin cambiar por esto la maldad intrínseca del acto.
La última sección, el acto moral, inicia con el apartado teleología y
teleologismo, recalcando la importancia y dignidad de los actos humanos
como actos morales donde el hombre se perfecciona en cuanto tal, esta
moralidad del acto está definida por la relación de la libertad del hombre con
el bien auténtico, establecido como ley eterna por Dios. El acto es pues,
verdaderamente bueno, en cuanto a las elecciones libres están conformes con
el verdadero bien del hombre y expresan su ordenación hacia su fin último,
Dios. De tal manera que la vida moral tiene un carácter teleológico, es decir,
ordenación deliberada de los actos a Dios. Por último la carta explora nuevas
teorías éticas teleológicas como lo son el consecuencialismo y el
proporcionalismo.
En el objeto del acto deliberado, se califica a las teorías antes dichas
como no compatibles con la doctrina católica, en cuanto creen justificar, como
moralmente buenas, elecciones deliberadas de comportamientos contrarios a
los mandamientos de la ley divina y natural. La única consideración de la
intención y de las consecuencias de los actos no es suficiente para valorar la
calidad moral de una elección concreta. Para ello la Iglesia recuerda la
doctrina tomista por la cual “la moralidad del acto humano depende sobre todo
y fundamentalmente del objeto elegido racionalmente por la voluntad
deliberada” por lo que recuerda el catecismo “hay comportamientos concretos
cuya elección es siempre errada porque esta comporta un desorden de la
voluntad, es decir, un mal moral”. No basta entonces la buena intención, sino
va acompañada también de la recta elección de las obras.
Así pues se puede afirmar en el siguiente apartado, el mal intrínseco: no
es lícito hacer el mal para lograr el bien, que el elemento primario y decisivo
para el juicio moral es el objeto del acto humano, el cual decide sobre su
“ordenabilidad” al bien y al fin último que es Dios. Hay objetos no-ordenables
a Dios, por su naturaleza misma (actos intrínsecamente malos), sobre esto
Pablo VI había escrito: “En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal
menor a fin de evitar un mal mayor o promover un bien más grande, no es
lícito, ni aún por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien”. Por
ende ninguna circunstancia puede suprimir (si bien atenuar) la malicia de
dichos actos. Se recalca al final que la doctrina del objeto moral, representa
una explicitación auténtica de la moral bíblica así como la exhortación al
episcopado a exponer no solo los errores morales sino el esplendor de la
Verdad de Cristo.
Capítulo III
PARA NO DESVIRTUAR LA CRUZ DE CRISTO
Este tercer y último capítulo presenta la gran propuesta del bien moral
para la vida de la Iglesia y del mundo, dividido en nueve apartados siendo el
primero, para ser libres nos libertó Cristo. Comienza recapitulando la
problemática central del anterior capítulo, las relaciones entre la libertad y la
verdad recordando en síntesis la doctrina de la Iglesia y exhortando a la misma
a una pastoral que muestre al mundo contemporáneo la riqueza de esta
doctrina. Recuerda el problema contemporáneo del desprecio a la verdad y
propone a Cristo como respuesta a las interrogantes del hombre.
Continúa con el apartado caminar en la luz, en el cual se identifica la
crisis de la escisión entre libertad y verdad con la crisis entre fe y moral, es
decir, vivir como si Dios no existiera, por lo que es urgente el
redescubrimiento de l propia fe y su fuerza de juicio, sabiendo que la fe tiene
también un contenido moral, suscita y exige un comportamiento coherente con
la vida que se materializa en testimonio.
Seguidamente se pasa a: el martirio, exaltación de la santidad
inviolable de la ley de Dios, aquí se coloca el testimonio de los mártires de
todos los siglos que confirman con su vida las leyes morales inviolables. Da
una serie de testimonios para concluir con la exaltación del testimonio de la
santidad de vida en el martirio como consecución de la ley de Dios.
Posteriormente se habla de las normas morales universales e inmutables al
servicio de la persona de la sociedad, donde se hace patente el rechazo del
mundo hacia la Iglesia por su doctrina, recalcando sin embargo que esta
doctrina como expresión de su misión docente es un servicio a la humanidad.
En la moral y renovación de la vida social y política, se deja claro la
interconexión de las leyes morales universales y el correcto ordenamiento
político y económico, ya que el bien supremo que salvaguarda los valores
universales son el reguardo contra toda forma de totalitarismo. La carta sigue
con Gracia y obediencia a la ley de Dios; se recuerda la gran dificultad que a
veces comporta el cumplimiento de la ley moral, comenzando con la dificultad
de la condición pecadora, sin embargo, el documento inmediatamente afirma
que por muy difícil que sea nunca es imposible gracias a la Gracia de Dios y
se concluye con la mirada al misterio de la debilidad humana y de la necesidad
del hombre de la misericordia de Dios.
A continuación se pasa a la moral y nueva evangelización, donde se
habla de la interrelación en el nuevo anuncio del evangelio a las comunidades
descristianizadas y de las exigencias morales de la vida en santidad que no se
puede disociar. El escrito pasa a comunicar el servicio de los teólogos
moralistas, que identifica con la labor siempre necesaria en la Iglesia de
profundización en los contenidos de la fe de la mano del Espíritu Santo, los
teólogos morales están llamados a ser pues, colaboradores del episcopado;
mención especial merecieron en el documento los profesores de institutos
teológicos y seminarios, se recalca el carácter normativo de la teología moral,
su carácter universal e inmutable frente a los cambios de época, así como su
no “democratización”, advirtiendo contra algunas manifestaciones erróneas de
los teólogos disidentes.
Todo el capítulo concluye con cuatro numerales agrupados bajo el título
nuestras responsabilidades como pastores, donde señala el grave deber de
enseñanza de los pastores de la Iglesia y su responsabilidad en la transmisión
de estas enseñanzas.