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leongg@prodigy.net.mx
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LEÓN GUILLERMO GUTIÉRREZ
Abstract: This essay analyzes, through texts of different genres, such as novel,
essay, article, stories, memoirs and newspaper articles, the life and customs of
Mexico City’s gay population in the late nineteenth century, which seemed to
move casually and even carefree, it could be said, in a city that enjoyed the
progress and modernity of any major European city. In this study, I aim, as a
paleontologist does, to reconstruct through the pieces found, the body of
homosexuality during the Porfiriato before 1901. The essay is divided into six
sections: a) The 41 Ball; b) Historical context; c) The journalistic scandal; d)
Taxonomy of the Mexican gay in the nineteenth century: from the chicken to
the lizard-dandy; e) Pimps and prostitution; and f ) Homosexuality in prison.
The investigation was intended to be as thorough as possible, regarding what
is written on the subject in different genres.
EL BAILE DE LOS 41
C
on más morbo que profundidad se ha tratado el tema de la famosa
redada de 1901. Lo que no se ha dicho o escrito es lo que parece
evidente: la existencia de una vida gay extendida a una gran comu-
nidad en la Ciudad de México a finales del siglo XIX. Sólo baste ejemplificar
que los 41 detenidos, en una población de 540 478 habitantes en la Ciudad de
México en 1900, corresponderían a 687 de los 8 851 080 pobladores en
2010. Es decir, la fiesta aludida convocó a una gran cantidad de gays, y claro
no fueron todos, por lo que se deduce su número hacia finales del siglo XIX
era bastante considerable. Indudablemente, la literatura escrita desde en-
tonces es la que arroja la luz de un espectro más amplio que la focalizada en
un solo lugar y la que también utilizaré para revelar la vida y costumbres de
una población que, al parecer, se movía de manera despreocupada y hasta
libre —podría decir— en una ciudad que gozaba del progreso y de la
modernidad de las grandes ciudades europeas. Para la realización de este
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CONTEXTO HISTÓRICO
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Robert McKee Irwin es quien aclara la fecha verdadera del baile de los 41 (“Sexuality and social
control…”).
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Partieron los carruajes en línea recta y uno tras otro, cuando la ilumina-
ción de la ciudad comenzaba, a tiempo que los enormes focos munici-
pales que se mecen en las esquinas y a la mitad de las calles —mezclados
a las innúmeras [sic] luces incandescentes que cubrían caprichosamente
las fachadas del comercio rico— prestaban a la metrópoli mágico aspecto
de apoteosis teatral. (Gamboa 70)
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as errand boy for the regime during his frequent trips abroad. In 1907,
the first lady asked Limantour to purchase a small, dark-blue, Moroccan
leather-upholstered, custom-built, 20-horsepower Renault roadster so that
she could enjoy her morning ride about Chapultepec Forest in an exclusive
and modern style. Limantour seemed to have been so busy shopping for
the regime matrons that he did not think twice about marshaling the
diplomatic corps to do his own personal shopping. In 1903, for example,
he asked Miguel de Béistegui, chargé d´affaires in London, to procure a
large porcelain service for him in France —and to ship it directly to his
country chalet outside Mexico City. (231-232)2
Por si lo anterior fuera poco, el desmedido gusto por todo aquello que
fuera de características europeas, incluyendo el fenotipo, alcanza al mismo
Presidente de la República:
2
En el verano de 1902, don Juan Antonio de Béistegui, entonces agregado de la delegación de
México en París, compró un collar de perlas, pendientes y una tiara para la hija de Limantour,
María Teresa, a un costo de 75 350 francos franceses. Incluso el ministro de Hacienda, José Ives
Limantour, trabajó como habitual recadero del régimen durante sus frecuentes viajes al extranje-
ro. En 1907, la Primera Dama pidió a Limantour que comprase un pequeño auto Renault, de
color azul oscuro, tapizado en cuero marroquí, hecho a la medida, con 20 caballos de fuerza, para
poder disfrutar de su paseo matutino por el Bosque de Chapultepec en un estilo exclusivo y
moderno. Limantour parecía haber estado tan ocupado comprando para las matronas del régi-
men que no pensó dos veces antes de encargar al cuerpo diplomático sus propias compras
personales. En 1903, por ejemplo, pidió a Miguel de Béistegui, encargado de negocios en
Londres, conseguirle en Francia una gran vajilla de porcelana y enviársela directamente a su chalet
de campo fuera de la Ciudad de México (traducción mía).
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Hasta aquí el breve panorama del contexto histórico que dominó en México
el último tercio del siglo XIX, en el que si algo queda claro, es el ascenso acelerado
de la economía del país, con la consecuente creación de una aristocracia que a
toda costa quería ser europea y no perdía oportunidad de hacer ostentación de
su riqueza, edificando mansiones al puro estilo francés y vistiendo a la última
moda de los Campos Elíseos o las casas de alta costura londinenses.
EL ESCÁNDALO PERIODÍSTICO
3
Porfirio Díaz se rodeó de jóvenes atractivos, tanto empleados como guardias presidenciales. Lo
que estoy sugiriendo, de alguna forma, es que Díaz y sus colaboradores notaron que el fenotipo
de varones europeos era atractivo y, por lo tanto, contrataron a estos hombres para ocupar cargos
de gran visibilidad y prestigio. Los hombres guapos de la familia imperial de Iturbide, por ejemplo,
obtuvieron protección y puestos lucrativos durante el régimen de Díaz (traducción mía).
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afeminados”.4 Desde ese día hasta el mes de diciembre no hubo periódico que
no dedicara artículos sobre la noticia y su desenlace final. El tono y expresiones
eran similares, el hecho fue catalogado como “repugnante” (El Diario del Ho-
gar, 19 de noviembre); decían que omitían detalles “por ser en sumo as-
querosos” (El Popular, 20 de noviembre) y “síntoma de la depravación” (El
País, 22 de noviembre), de “afeminados conocidos” (El Popular, 24 de no-
viembre). El Diario del Hogar, El Universal, El Popular, El País, La Patria y El
Imparcial siguieron la noticia convirtiendo el suceso en un verdadero escándalo
periodístico a nivel nacional. Desde un principio los hechos fueron tergiversa-
dos; a ciencia cierta no se sabe si la policía de la 8ª demarcación llegó al número
4 de la calle La Paz a instancias de una denuncia anónima o si la misma policía
se dio cuenta de lo que ocurría en el interior de la vivienda. Por ello pode-
mos inferir que también pudo haber sido una delación de alguien que preten-
día vengarse o poner en evidencia algo que ocurría con frecuencia ante la
mirada elusiva de las autoridades y de la sociedad. El caso es que en el
interior de la vivienda encontraron a 42 hombres (muchos de ellos vesti-
dos de mujer, maquillados, con postizos y pelucas). Desde el inicio se le llamó
“El baile de los 41”, porque quedó excluido uno de los asistentes: Ignacio de la
Torre y Mier, nada menos que el yerno del presidente Porfirio Díaz, casado
con la hija mayor del General, Amada Díaz. Según las notas de los periódicos,
varios de ellos eran “pollos” conocidos que acostumbraban pasear en el bulevar
de Plateros y eran hijos de buenas familias, es decir, pertenecientes a la aristo-
cracia. José Guadalupe Posada no dejó pasar la noticia y documentó el he-
cho con grabados donde se aprecia la recreación del baile de hombres
que bailan abrazados a otros hombres vestidos de mujer. A pie de foto
se lee el titular: “Aquí están los Maricones. Muy Chulos y Coquetones”,
seguido de las cuartetas que relatan lo ocurrido de manera grotesca, deta-
llando el atavío femenino de hombres a quienes llama: jotitos, lagartijos,
mariquitos, jotones. Para 1901, el crecimiento económico ya había traído
consigo una desigualdad sin precedentes, también se muestra el ocaso del
sistema, el envejecimiento de la clase política, a quien llaman “la momiza”,
4
Todas las citas de las notas periodísticas fueron tomadas de McKee Irwin (The Famous 41…).
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En 1869, Karl Heinrich Ulrichs publicó algunos estudios monográficos titulados “Inves-
tigaciones sobre la clave del amor entre hombres”, y en 1886, Richard Krafft-Ebing publi-
có el clásico Psychopathia Sexualis, sobre las desviaciones sexuales.
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El uso del coldcream había realizado su ensueño de tener una tez virginal;
había logrado mantener arqueadas las pestañas, calentándoselas con un
instrumento de su invención; se pintaba los labios con carmín, y tenía
diez preparaciones diversas para conservarse la dentadura. Había logrado
convertir su cabello lacio y opaco en ensortijado y brillante; conocía todas
las preparaciones adecuadas al efecto, y empleaba gran número de pei-
nes y cepillos de tocador. (211)
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para una población extenuada por las largas jornadas de trabajo a cambio
de un mísero salario. Robert McKee Irwin observa:
En las notas periodísticas del escándalo del baile de los 41, con insistencia
se señala acerca de los detenidos que: “Fueron reconocidos algunos de los pollos
de Plateros que diariamente se ven por ahí” (El Popular 20 de noviembre);
“Muchos de ellos son personas conocidas” (El País 22 de noviembre); “Entre
los aprehendidos hay muchos que han figurado en el boulevard de Plateros y
son hijos de buenas familias” (La Patria 22 de noviembre); “Afeminados
conocidos” (El Popular 24 de noviembre). En el grabado de José Guadalupe
Posada titulado “Los 41 maricones encontrados en el baile de la calle de la Paz
el 20 de noviembre de 1901” y en la hoja volante impresa por Venegas se
puede apreciar que los que vestían de hombre llevaban puestos elegantes
fracs y levitas propios de la aristocracia. Todo lo anterior confirma que, al
menos en la Ciudad de México, gran parte de la población estaba al tanto de
que entre la clase alta se encontraban muchos jóvenes homosexuales, y que el
evento fue la ocasión propicia para nombrarlos con todas sus letras en los
titulares: “Los 41 maricones”. Así fue que en 1901 la comunidad gay pasó del
silencio al estruendo, de la invisibilidad al protagonismo de nota roja. La
recreación de la vida gay de los burgueses de finales del siglo XIX, la
encontramos en la novela Los Cuarenta y uno: Novela crítico-social escrita por
Eduardo A. Castrejón (1906), quien toma como base del argumento la fiesta
del 16 de septiembre en la casa de la calle La Paz donde ocurrieron los
6
El dandy podría haber servido como símbolo de civilización, modernización e inclusive patrio-
tismo para las clases superiores mexicanas de esa época, pero también se convirtió en símbolo de
la corrupción burguesa y decadente para las incipientes fuerzas revolucionarias de México.
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Lo que hace el autor es erguirse en el juez y portavoz de una sociedad que veía con total desprecio
todo aquello que atacara los principios católicos, base de la conducta pública y privada de los
mexicanos en la época porfirista. Sin mérito literario alguno, Castrejón da rienda suelta al morbo
al tratar de recrear los sucesos de 1901, ridiculizando a los protagonistas desde sus motes femeni-
nos, así como sus grotescos comportamientos. El objetivo único es anatemizar la homosexualidad
(Gutiérrez 166).
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Si bien las interpretaciones tradicionales de la naturaleza del consumidor, en el cambio de siglo,
nos quieren hacer creer que el consumidor ideal era una mujer de clase media alta, casada, la
evidencia de la publicidad, novelas, diarios y correspondencia oficial sugiere que el ideal del
comprador del México porfiriano era el lagartijo o varón elegante de las clases media y alta
(traducción mía).
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Ignacio de la Torre y Mier, el yerno homosexual de Porfirio Díaz, se rodeó de sirvientes jóvenes,
guapos, rubios y europeos (traducción mía).
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Por toda Europa y los Estados Unidos, era común que hombres de clase
media tomaran un amante de la clase obrera. Las diferencias de clase —como
las diferencias de religión y raza— eran hechas a un lado más que abolidas
por el deseo. La “igualdad” podía ser desesperadamente tediosa. (220)
ALCAHUETES Y PROSTITUCIÓN
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Después de leer lo anterior, me pregunto por qué México iba a escapar a este
fenómeno tan generalizado en los países con los que tenía una gran cantidad de
relaciones comerciales y diplomáticas, aunado a que el intercambio de viajeros
entre los dos continentes era más que frecuente. Si por la información con que
se cuenta no resulta contundente la práctica de la prostitución masculina en
México a finales del siglo XIX, al menos se abrió una ventana que deja ver parte
de un paisaje de mayor riqueza.
HOMOSEXUALIDAD EN PRISIÓN
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Parecerá increíble que los hombres se cosan a puñaladas por celos de otro
hombre a quien aman con abominable y exótico amor; pero aquí suele
suceder. Ayer nada menos se desarrolló una tragedia en el Patio de talleres
en el lugar llamado el Patiecito. La Cubana es el apodo, el nombre de
combate de un hombre que despertó las pasiones de otros colegas de cárcel,
entre ellos las de Juan Bobadilla y Juan Rodríguez, y tal punto su amor
fue, que resolvieron ambos dar fin a sus rivalidades batiéndose a cuchilladas
a las seis y media de la mañana, con fatal resultado para el primer Juan,
cuya carne recibió la desagradable visita del puntiagudo cuchillo del Juan
segundo. (2)
Este breve texto es por demás significativo, Frías es testigo y cronista del
drama de un triángulo amoroso entre hombres, cuya pasión la llevan al límite
de la muerte misma. Aquí no hay denostación, sino el asombro ante los
sentimientos homoeróticos que pueden provocar la violencia más natural
del hombre que defiende —sin importar perder la vida— el objeto de su
amor, así sea otro hombre. Bataille escribe que: “El impulso del amor, llevado
hasta el extremo, es un impulso de muerte” (46). Pablo Piccato señala que en
la vida carcelaria era común el sexo en el que a veces se involucraba dinero,
violencia y protección: “Violence, therefore, was a natural companion to
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CONCLUSIÓN
A lo largo de este trabajo nos hemos asomado a las últimas décadas del siglo
XIX en México, periodo conocido como el Porfiriato, por la larga estancia en el
poder del general Porfirio Díaz. Aún en nuestros tiempos esta etapa sigue
siendo polémica y objeto de controversias. Si por un lado es contundente el
enorme trabajo de modernización y de construcción que se hizo en todo el terri-
torio nacional —la pacificación del país, la bonanza comercial con la llegada de
capitales extranjeros, los vertiginosos cambios en la vida cotidiana con los
10
La violencia, por lo tanto, era la compañera natural de la homosexualidad masculina. La
violación, en particular, parecía la práctica por definición de “el infierno de los homosexuales” en
Belem (traducción mía).
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BIBLIOGRAFÍA
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