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Kevin M. Anzzolin
Doctor en Letras Hispanas. Facultad de Sociología de la Universidad de Wisconsin-Stout (EUA).
Email: kmanzzol@gmail.com
Perros callejeros, el indigenismo y el fracaso legal: Es el amor que
pasa… la novela de los perros, texto desconocido del porfiriato
Kevin M. Anzzolin
Este artículo analiza una novela corta de 1907 que hasta ahora ha carecido por completo de
examinación. Es el amor que pasa…la novela de los perros, escrita por el mexicano Ricardo Colt,
ofrece una visión compleja de los últimos años de la sociedad mexicana bajo el mandato de
Porfirio Díaz (1876-1911). Se planteará que la novela de Colt, la cual dramatiza el recorrido de
una jauría de perros por un pequeño pueblo mexicano, recurre a tropos animalescos para generar
una mordaz crítica social. Esta crítica se ocupa principalmente de la condición legal de la
población indígena. Por último, se verá que la novela pone al descubierto cómo funcionaba el
pensamiento indigenista frente al sistema legal del porfiriato.
Palabras clave: los perros, la ley, México, porfiriato
Este artigo analisa um romance curto do ano 1907 que até agora há carecido por completo de
estudo. Es el amor que pasa...la novela de los perros, escrito pelo mexicano Ricardo Colt, mostra
uma visão complexa dos últimos anos da sociedade mexicana baixo o mandatário Porfirio Díaz
(1876-1911). Se arguirá que a novela de Colt, a qual dramatiza o recorrido duma matilha de cães
por uma pequena aldeia mexicana, recorre a tropos animalescos pra promover uma mordaz
critica social que. Esta crítica se ocupa principalmente da posição legal da população indígena.
Por último, se planteará que o romance curto mostra como funcionava o pensamento indigenista
ante o sistema legal do porfiriato.
Palavras-chave: os cães, a lei, México, porfiriato
This article examines a novella from 1907 which until now has not be studied. Es el amor que
pasa…la novela de los perros, a texto written by Mexican Ricardo Colt, presents a broad picture of
the last years of Mexican society under the Presidency of Porfirio Díaz (1876-1911). It shall be
argued that Colt’s novel, which dramatizes the runaway journey of a pack of dog through a small
Mexican village, employs animalistic tropes in order to forward a mordant social critique. This
critique deals primarily with the legal status of the indigenous community. Finally, it is proposed
that the novel explores how indigenist thought operated within the Porfirian legal system.
Key Words: dogs, law, Mexico, Porfiriato
411
1. Planteamientos preliminares
Ya son innumerables los estudios que se han interesado por el fin del porfiriato (1876-
1911) y el subsiguiente estallido de la Revolución Mexicana (1911-1917), evento bélico
enaltecido por el estado mexicano a lo largo del siglo XX, y el cual se haría piedra de toque
para la cultura revolucionaria oficial durante esta época (Vaughan y Lewis, 2007). De los
varios factores que precipitaron el fin del régimen del presidente Porfirio Díaz, se incluyen
la crisis económica de 1907, el envejecimiento del gobierno, la desigualdad social y la
opresión racial (Knight, 1988). Pero de estas y otras explicaciones de por qué el gobierno
de Díaz se derrumbó en 1911, una de las más acertadas es la de François Xavier-Guerra,
académico hispano-francés que caracteriza la Revolución Mexicana principalmente como
resultado de una “querella de élites”. El célebre historiador destaca el conflicto político y
personal que se desplegó entre los dos principales bandos del gobierno porfirista durante
la última década del régimen: los científicos, encabezada por el secretario de Hacienda
José Yves Limantour y los militares, entre los cuales se destaca el general Bernardo Reyes,
figura que ya había asumido un papel notable en la escena política de México (Bryan,
1969). Finalmente, el presidente Díaz fue incapaz de pasar la batuta a un sucesor legítimo
y el resto ya es historia: el místico Francisco I. Madero, vástago bajo de una familia
adinerada de Coahuila, llegó triunfalmente a Ciudad de México el 7 de junio de 1911,
justo una semana después de la dimisión de Díaz. Desde el puerto de Veracruz, el propio
Díaz afirmó que no tenía ni remota idea de por qué el pueblo mexicano había decidido
levantarse en armas: “No conozco hecho alguno imputable a mí que motivara ese
fenómeno social” (Monge Chuliá, 2018, p. 327). Hasta cierto punto, los historiadores de
hoy en día siguen haciéndose esa misma pregunta: el número de libros escritos sobre el
porfiriato y su final no ha disminuido para nada. 1
Aunque se ha gastado una gran cantidad de tinta sobre la historia y el derrumbe
del régimen porfirista, la producción artística y literaria de esa misma época no ha
inspirado el mismo nivel de estudio. Desde luego, cabe mencionar el trabajo de
investigación que han hecho académicos como John Brushwood, William Beezley y Juan
Bruce-Novoa, cuyas obras arrojan luz sobre la vida y el arte en el porfiriato. Sin embargo,
y como se ha planteado correctamente, el “estudio de la cultura popular; y de la cultura
1
“The historiographer of the Porfiriato encounters several problems. More than two thousand books, pamphlets, and
articles pertaining entirely, or in large part, to the Porfiriato have been published during the last hundred years”
(Benjamin y Ocasio-Meléndez, 1984, p. 324).
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política del porfiriato está aún por escribirse” (Tenorio-Trillo y Gómez Galvarriato, 2006,
p. 46). Es muy probable que este desinterés en la narrativa porfiriana se deba a la ya
mencionada promoción de la cultura revolucionaria. Los escritores y artistas del
porfiriato tradicionalmente han sido tildados de aburguesados o afrancesados, sin ningún
interés en la aflicción de los pobres.2
Pero ¿realmente todos los libros que se produjeron a lo largo del porfiriato pasaron
por alto la vida de la gente común y corriente, la gente marginada y, sobre todo, la
población indígena? ¿Cómo entendieron el último adiós de Díaz los escritores e
intelectuales a quienes les tocó vivir ese momento? Y ¿cómo percibieron las disputas
políticas al término del porfiriato a la luz de la ley? En esa época ¿se tenía fe en que la
población indígena pudiera apelar al sistema legal mexicano para resolver conflictos y
corregir cuentas? ¿Cuáles eran los tropos a los que recurrieron los letrados porfirianos
para indagar sobre estos asuntos sociales, políticos y legales?
Para hacer frente a estas preguntas, en este trabajo se analizará una novela corta
de 1907 y que hasta ahora ha carecido por completo de examinación. Es el amor que
pasa… la novela de los perros, escrita por Ricardo Colt, aporta una visión compleja de los
últimos años del porfiriato. A través de la alegoría animalesca, la novela aborda varios
asuntos políticos, sociales, culturales y legales que el pueblo mexicano tenía muy presente
en los albores del siglo XX. Se sostendrá que la novela de Colt, la cual dramatiza el
recorrido de una jauría de perros por un pequeño pueblo mexicano, recurre a la alegoría
animalesca para promover una mordaz crítica social que, en su momento, se ocupará
principalmente de la posición legal de la población indígena. La obra muestra cómo
funcionaba el pensamiento indigenista frente al sistema legal del porfiriato; al representar
al ser indígena como a un perro —benévolo, inocente, leal pero muchas veces
injustamente maltratado—, la novela de Colt desvela los puntos ciegos del indigenismo
porfiriano, el cual tenía piedad por los indígenas, sin embargo, los concebía como seres
pasivos y sumisos, víctimas de un caótico y desigual sistema legal (Díaz Polanco, 2018,
pp. 67-68). Entre los diferentes hilos narrativos que recorren la novela se incluyen la
historia de un charro renegado, la de una calumnia de periodistas y la de unos niños
traviesos del barrio, todas ellas unidas por los percances de una ambulante jauría de perros
callejeros. En suma, el propósito principal de la novela es el de enseñar (y criticar)
2
“It has persistently attracted the attention of scholars that Mexican novelists during the Porfiriato showed little
concern in their works for the socio-economic problems of the lower classes” (Schmidt, 1977, p. 49).
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deleitando y así transformar al ciudadano. El texto de Colt abarca una visión de cómo la
élite letrada discutía entre sí, hacia el final del porfiriato, cuáles eran sus fundamentales
preocupaciones, sus motivaciones políticas, así como sus reflexiones sobre cuestiones
legales y culturales, en particular, el papel de la población indígena. Este artículo deberá
entenderse como un análisis del discurso, situado dentro del campo de los estudios
culturales y enfocado en la historia intelectual mexicana. Para abordar su tesis —que la
alegoría animalesca de Colt sirve para expresar el precario estatus legal de la población
indígena en el México porfiriano— se aludirá tanto a las ciencias jurídicas como a los
estudios críticos animales.
En cuanto a los estudios de animales pienso recurrir a los planteamientos que hace
Jaques Derrida en El animal que luego estoy si(gui)endo y, ante todo, los que aborda en su
entrevista con Elisabeth Roudinesco, “Violence against animals”. La teoría derridiana da
a entender cómo y por qué la novela de Colt plantea los siguientes cuestionamientos:
¿hasta qué punto sirven los animales y su comunidad para poder entender la justicia
humana? Y, a la vez, ¿hasta qué punto se puede aplicar el comportamiento de los animales
al ámbito humano? Derrida examina estas ideas cuando explica “[i]t is too often the
case—and I believe this is a fault or a weakness—that a certain concept of the juridical,
that of human rights, is reproduced or extended to animals. This leads to naive positions
that one can sympathize with but that are untenable” (Derrida, 2004, pp. 109-110). Lo que
se verá es que el libro de Colt, igual que la teoría derridiana, muestra que el tratamiento
“humano” de los animales —extenderles nuevos derechos a los animales que son cortados
por el mismo patrón—nunca será suficiente para establecer una sociedad más igualitaria
entre todos los animales o, como lo dice Derrida, entre los animots. 3 Junto con la teoría
de Derrida, la novela de Colt también sugiere que el sistema legal tendrá que modificarse
por completo para reconciliar diferencias entre animales y humanos –y también entre
humanos e indígenas.
La obra propone una apropiada respuesta al llamado “problema del indio”
mediante el alegórico sufrimiento de los animales, tropo que se resalta bastante en el texto
de Colt. Así, este artículo también se enfocará en lo que la novela de Colt indica acerca del
3
Derrida plantea la necesidad de entender lo animal y lo humano no según la perspectiva del humano, ni la del
animal, sino mediante otra nueva categoría de saber. Como combinación de animal y mot (palabra), el animote de
Derrida sugiere un nuevo camino de cómo pensar la relación humano-animal: “forjar otra palabra singular, a la vez
próxima y radicalmente extraña, una palabra quimérica que contraviene la ley de la lengua francesa, el animot”
(Derrida, 2008, p. 57).
414
carácter legal o jurídico del porfiriato. Teniendo en cuenta los planteamientos que hacen
dos teóricas del derecho, Patricia Ewick y Susan S. Silbey en The Common Place of Law:
Stories From Everyday Life, se destacará cómo el texto de Colt revela la relación entre la
ley y la sociedad. En dicha obra, ellas proponen la teoría de la “conciencia jurídica”, la cual
enfatiza el intercambio entre la vida cotidiana y el ámbito jurídico: la ley y el mundo social
se forjan mutualmente mediante un proceso de retroalimentación. Explican que: “legality
consists of cultural schemas and resources that operate to define and pattern social life.
At the same time that schemas and resources shape social relations, they must also be
continually produced and worked on—invoked and deployed—by individual and group
actors” (Ewick y Silbey, 2008, p. 43). Son las prácticas cotidianas de gente común y
corriente las que dan sentido al derecho y al sistema jurídico.
Al pensar dichas prácticas cotidianas en el México porfiriano (como lo observamos
en la novela de Colt), se da a entender que la ley se definía por el personalismo, el notable
poder de jefes políticos y el desprecio hacia el procesamiento justo y democrático: la
sociedad de aquel entonces no logró deshacerse de las antiguas formas de poder social y
político que regían al país. Por tal motivo, el libro de Colt activa la alegoría animalesca o
zoomórfica para enfatizar hasta qué punto la sociedad mexicana no se había desarrollado
según las pautas legales establecidas por la constitución. México, con o sin Díaz, seguía
siendo un país que servía a la clase élite pero no a los marginados: más bien, muchas veces
fue la ley misma que efectivamente desplazó a ciertos sectores de la sociedad,
suprimiéndoles derechos y oprimiéndolos. No se podría pensar en una mejor metáfora
que una jauría que va corriendo por un pueblo pequeño de México para simbolizar la
inestabilidad legal en la época en que Don Porfirio envejecía; en la siguiente sección se
profundizará en la idea de que Es el amor que pasa… constituye una crítica a las
instituciones legales y cívicas que afectaron el bienestar jurídico de los indígenas, y se
enfocará en algunas de estas instituciones: la prensa, el ejército y las cortes.
fue publicado por los editores Andrés Botas e Hijos, cuya casa editorial se convirtió en
unas de las más exitosas de la primera mitad del siglo XX en México; la familia fundó su
librería en 1906 cuando un amigo barcelonés le encargó a la familia Botas la venta de unos
libros en su tabaquería capitalina. 4 En la última página del libro, los editores invocan su
compromiso por mantener precios bajos en sus ediciones. 5 Parecería entonces que uno
de los propósitos de la familia Botas (y es más, del libro en sí) fue alcanzar un amplio
número de lectores. Dado que Colt salpica su texto con artefactos culturales netamente
mexicanos (rompope, mezcal, el zócalo, etcétera) y emplea ciertas palabras al estilo
mexicano (“cuetes” por “cohetes”), se entendería que uno de los objetivos del libro es
hablar directamente a un público letrado, pero a la vez común y corriente 6. La novela, por
ser una crítica social, pretende enviar un mensaje sencillo que pueda ser comprendido
por un mayor número de personas; se escribió para agradar, influenciar y de este modo
cambiar opiniones.
Dividida en ocho capítulos, la novela narra una serie de acontecimientos que
ocurren durante un día; los personajes representados y las escenas que se desarrollan
pertenecen a un pueblo pequeño, mientras que el narrador es omnisciente, aunque de
forma limitada: nosotros los lectores no llegamos a conocer la psicología de los personajes,
sino que se ven sus acciones y se insinúan algunas de sus motivaciones. El narrador
emplea lo que se podría describir como un estilo cinematográfico, ya que su vista abarca
todos los acontecimientos, los cuales se producen alrededor de la ya mencionada jauría
que asecha y sacude al aletargado pueblito. Como indica el subtítulo, la novela de Colt es
un texto “de los perros” en el sentido de que son estos animales en su tránsito por la novela
(y por el pueblo) los que dan paso a la vista del lector: son los perros a quienes seguimos
y quienes enlazan las distintas historias y personajes. Además, los perros son “el amor” al
que se refiere el título; representan una pureza del espíritu, libertad y benevolencia, ya que
como dijo el mismísimo Voltaire cuando caracterizó al perro: “[e]s el más fiel de los
animales, el mejor amigo del hombre” (Voltaire, 2000, p. 723). Si se tomara más libertad
al pensar el título, se podría sugerir que ese “amor” fue la idea que originalmente formaba
parte del positivismo comteano, pero que se suprimió en el México de los científicos, y el
4
Publicaron libros de Heriberto Frías, Mariano Azuela, Emilio Zola y Víctor Hugo (Zahar, 2000, pp. 88-89).
5
“De todos modos la novela moderna no está hecha para obtener grandes utilidades, por lo tanto su precio será
módico y podemos asegurar desde luego que el lector siempre quedará ampliamente recompensado del gasto que
haga” (Colt, 1907, p. 60).
6
Durante el porfiriato, “los números indican que se puede hablar de una élite consumidora de publicaciones
periodísticas constituida apenas por un 10 del total de habitantes” (Toussaint, 1989, p. 43).
416
cual Colt decidió resucitar. 7 Se muestra mucho cariño hacia los perros en la novela, serán
el “espejo de amor y de felicidad”, indicado en el penúltimo párrafo del libro (Colt, 1907,
p. 57). Por lo tanto, será doblemente doloroso su extremo sufrimiento cuando se concluya
la novela.
La novela inicia al mediodía de un día caluroso en un pueblo “pequeño” y “triste”.
Mientras el anónimo narrador descansa en su oficina, repentinamente es sorprendido por
una ruidosa “chusma de perros anónimos, trotando asoleados e infatigables tras la más
ridícula y zarrapastrosa perra que ha llevado pulgas a cuentas” (Colt, 1907, p. 7). El
revoltoso grupo es encabezado por una hembra cuyo nombre es La Tribuna, y quien
arrastra con profundo liderazgo a su pandilla de canes por el pueblo, provocando
desorden vayan donde vayan. El grupo también “recluta” a otros perros que –siguiendo
su instinto animal– se suman a las travesuras de la jauría. Los perros del narrador, Kate,
Boy, Togo y Chamuco igualmente se unen a este grupo. Todos recorren el pueblo,
subvirtiendo el orden social y provocando la ira de los ciudadanos, haciendo todo tipo de
diabluras, y topándose con varios personajes del pueblo: entre ellos, el panadero, quien
les echa una cubeta de agua, en tanto que una turba de muchachos atormenta cruelmente
a los perros atándoles petardos en las colas.
La Tribuna y su camarilla canina se tropiezan también con varios dignatarios (y
algunos notarios) del pueblo. En el primer capítulo, los perros itinerantes perturban la
vida de un escritor político que se llama don Pedro de los Tacones, un fino y quijotesco
erudito que se gana la vida como “escritor de oposición” (Colt, 1907, p. 25). Su nombre
burlesco “Tacones” parece aludir a la supuesta feminidad o debilidad del letrado –es una
especie de petimetre. Poco después, los perros espantan a un tal “señor licenciado
Tintero”, un académico de pacotilla que pasa el día leyendo periódicos; el grupo perruno
entra en la casa de Tintero y sus tres respectivos perros –Lima, Onofre y don Cabrera– se
juntan a la revuelta perruna, saliendo todos de la casa del señorito. Después, unos
muchachos que juegan en la calle atacan a los perros y difunden el chisme de que uno de
los perros, don Cabrera, tiene rabia. Todo siguen correteando por el pueblo hasta que se
encuentran con dos tipos en la cantina, quienes le dan de comer a don Cabrera solo para
que el perro se detenga un momento mientras que ellos le amarran un petardo en la cola.
El maltrato a los animales es uno de los elementos constantes de la novela, lo cual
estudiaremos con detalle más adelante; por ahora, basta decir que el abuso y la crueldad
7
Para pensar el lema original del positivismo era “Amor, Orden y Progreso (Quintero Rubio, 2017).
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son una parte fundamental de la crítica social de Colt. Don Cabrera y los demás perros,
asustados por los explosivos, siguen armando un escándalo por el pueblo aunque al
mismo tiempo son perseguidos sin justificación debido al chisme de la rabia. Pese a que
buscan durante largo tiempo un lugar donde descansar, los perros son atacados por
cazadores que se encuentran entre las zarzas del bosque y después, por mineros que les
disparan.
Con los perros en fuga y mientras todo el pueblo está sublevado, los bufonescos
sabelotodos Tintero y Tacones hacen lo que es su pan de cada día: unen sus fuerzas para
promover fracasados e injustificados pleitos contra las autoridades, en “defensa” de la
comunidad indígena. Los dos se ven bien prepotentes –no expertos legales– y se insinúa
que, si no se están aprovechando de sus clientes indígenas, por lo menos les hacen perder
el tiempo:
El Señor licenciado Tintero con rollos de papeles bajo el brazo y en la mano el
bastoncito con puño de plata, sombrero bolita ladeado y levitón cola de pato,
acompañado de su íntimo don Pedro de los Tacones, muy serio y muy digno, de
negro todo y con su garrote en la diestra, salían del juzgado hablando pestes «del
idiota juez» y seguidos por infelices indios, sus clientes, que los veían con borregunos
ojos, pisando suave, los sombreros en las manos. (Colt, 1907, p. 23)
El sistema legal es muy poco fiable en esta escena y a lo largo de la novela. Después
de la sesión en el tribunal, Tintero por fin llega a casa, donde ve cómo sus perros han
sufrido a manos del pueblo: Onofre aparece lesionado y manchado, Lima no regresa a
casa y don Cabrera anda por el pueblo, asechado por vigilantes que lo han tachado de
hidrofóbico. Los dos letrados se ponen furiosos y salen en busca de los perros
calumniados. De camino, los picapleitos eruditos se topan con otra figura estereotipada,
un charro y “famoso tirador” (Colt 1907, p. 28) que se llama Pancho Delgado y que ha
asumido el papel del jefe del Club Reyista. Este, convencido de que don Cabrera tiene
rabia, les dispara un tiro a los licenciados para amenazarlos; no deberán entrometerse en
la venganza justiciera que él piensa desempeñar. Todos los personajes saldrán ilesos de la
escaramuza, pero don Cabrera, todavía en fuga, será apedreado por los residentes del
pueblo y cuando por fin lo encuentran muerto, “[e]l pobre animal era una bola de pelos y
sangre” (Colt, 1907, p. 36). La muerte de don Cabrera desata aún más las pasiones del
pueblo, y estalla un alboroto. Pensando nuevamente en valerse del sistema legal con otro
pleito patético e ilógico, Tintero y Tacones ahora deciden litigiar contra Delgado:
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Figura 1. Portada. Es el amor que pasa…La novela de los perros. Ricardo Colt, 1907.
Aunque Es el amor que pasa… es un texto humilde y hasta ahora olvidado, plantea unas
revisiones significativas a lo que se sabe de la producción literaria del porfiriato, además
de aportar una visión compleja de los debates culturales, políticos y legales que
caracterizaban la época. Primero, la novela de Colt ofrece una perspectiva matizada del
sistema jurídico del porfiriato, y expone que uno de los problemas fundamentales con los
que lidiaba la sociedad porfiriana era la falta de confianza en los procesamientos legales.
La novela propone que el sistema legal ha dejado desamparada a la población indígena.
Esta disfuncionalidad legal y cívica –su falta de legitimidad frente al público y
particularmente su incapacidad de proteger a los indígenas– da paso a la inestabilidad
social: una volatilidad que, según Colt, promete acabar en el levantamiento de armas o
más bien, en la insurrección. Como muchas narrativas del porfiriato (por ejemplo, La bola
de Emilio Rabasa o La parcela de José López-Portillo), es el posible estallido de violencia
–sea una riña callejera, una bola, o hasta la temida Revolución– que aparece como una
amenaza constante. En muchas ocasiones –y si retomamos la terminología de Patricia
Ewick y Susan S. Silbey– se podría decir que la “conciencia legal” del porfiriato fue influida
por la política personalista, una cultura que, según Colt, estropeaba al bienestar legal y
social del pueblo. Desde luego, quienes no disfrutaban de un prestigio social eran los
mismos que sufrían las consecuencias cuando se pretendió llevar a cabo una serie de
cambios al sistema jurídico y a la prensa, dos vertientes cruciales en la naciente clase
burguesa porfiriana. Aquí, vale la pena resumir brevemente la historia de estas dos
instituciones durante el porfiriato para entender cómo los marginados llegaron a ser
afectados por una ley injusta.
Tras los complicados años de la primera mitad del siglo XIX, definidos por las
múltiples presidencias de Antonio López de Santa Anna y la pérdida de la mitad del
territorio mexicano en 1848, el régimen de Díaz pretendió promover la estabilidad cívica
y el desarrollo económico a través de la racionalización de varias instituciones cívicas para
legitimarse frente a los mexicanos y a la comunidad internacional: las dos instituciones
mencionadas arriba –la prensa y las cortes– eran fundamentales para lograr estos
objetivos, dada su influencia en la opinión pública. Para los llamados científicos (los
célebres tecnócratas que se habían unido al gobierno de Díaz y quienes representaban la
filosofía positivista) el vínculo entre el periodismo y las cortes fue aparente: ambos servían
para respaldar la vida pública o, por el contrario, minar su coherencia. Fueron dos
instituciones cívicas capaces de promover historias sensacionalistas, difundiéndolas por
el pueblo como un contagio de Gustavo Le Bon. Se temía que al otorgarle a los ciudadanos
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demasiado poder –fuera mediante la ley o a través de la opinión pública, la lectura y los
periódicos– se pudiera descarrilar el país del ilustrado camino hacia el orden, el progreso
y la modernidad.
A tal efecto, políticos, congresistas e intelectuales, aprovechando de la filosofía
positivista, tomaron la iniciativa de ratificar la constitución, eliminando los llamados
“fueros” legales (o cortes especiales) de los que disfrutó la clase letrada durante la primera
mitad del siglo XIX. Estos “fueros” tenían dos jurados: uno de acusación y otro de
sentencia, lo cual dificultaba la posibilidad de que se llegara a un veredicto de culpabilidad
contra el escritor (normalmente un periodista) denunciado. Pero, según la perspectiva
positivista, este era solo uno de varios problemas que dificultaban el funcionamiento legal
en México. Para colmo, estos dos jurados eran populares, es decir, se constituían por
miembros del público, un grupo heterogéneo de ciudadanos que no solía tener especial
conocimiento en materia legal. Según la clase ilustrada, este tipo de estructura fomentaba
el sensacionalismo, los lloriqueos y la difamación entre las sagradas paredes del tribunal.
De acuerdo con las críticas, las altas emociones eran endémicas a las cortes: los tribunales
se veían sacudidos por el afecto en vez de ser motivados por el raciocinio. Por último, la
élite porfiriana –que siempre prefirió la administración a la ideología– también se saturó
de casos de riñas periodísticas, de constantes acusaciones que se lanzaban entre
periodistas de “poca monta” en su “perioduchos” menores, y que turbaban la esfera
pública obstruyendo el fluido procesamiento en las cortes. Como ha estudiado el
investigador Pablo Piccato, muchas veces los debates públicos entre periodistas acabaron
con violentos duelos, llevados a cabo con daga o pistola. Estas riñas fueron muy comunes
en el porfiriato: el ámbito periodístico era indómito y cruel, existía un batiburrillo de ideas
y muchas perspectivas políticas. Periodistas fueron acusados de difamación por otros
periodistas o por jefes políticos –autoridades locales– tras la publicación de editoriales
desfavorables. En muchas ocasiones, estas acusaciones no tenían fundamento, pero
crearon el efecto de una esfera pública revoltosa. Otras veces, los periodistas chantajeaban
a políticos locales con la idea de que iban a difamar su reputación. La comunicación
pública era un sinfín de querellas, chismes y amenazas.
Para hacer frente a estos fenómenos que degradaban la vía cívica –al periodismo y
a las cortes, al periodista y al abogado– la élite porfiriana proyectó diferentes ideas.
Primero, el gobierno de Díaz intentó desplazar a la prensa ideológica del mercado
mexicano mediante la subvención de un periódico “moderno” e “informativo” (es decir,
sin una fuerte carga ideológica). Contando con las arcas del estado, en 1896 el periodista
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Rafael Reyes Spíndola fundó el periódico El Imparcial, publicación que se vendía por un
centavo, que incluía llamativas imágenes compitiendo de este modo con los periódicos
liberales que habían definido el ámbito periodístico y político durante más de treinta años.
En ese mismo año, dos periódicos de la “vieja guarda” liberal, El Siglo XIX y El Monitor
Republicano cerraron sus puertas para siempre.
Otra acción fue la eliminación casi por completo de los llamados fueros para
periodistas tras la ratificación de la Constitución en 1883. La doctrina jurídica a la que
recurría el gobierno de Díaz (regido por la filosofía positivista) dictaba que un único y
astuto juez sería más capaz de llegar a una decisión acertada que un jurado popular. Así,
repentinamente resultó más expedito incomodar a los periodistas conflictivos que
trabajaban en la prensa. A partir de entonces, fue posible clausurar periódicos, encarcelar
a periodistas o editores y hasta desmontar la prensa misma de donde salían los impresos.
Si un periodista o político se consideraba calumniado en la prensa, no llegaba muy lejos
en su pleito contra otro escritor.
Estos cruciales debates acerca de la composición de la esfera pública, el tono de la
prensa y los procesamientos jurídicos (cuestiones cruciales del porfiriato) son clave en el
argumento de Es el amor que pasa... La idea de que el sensacionalismo desencadenará en
violencia es una constante del texto y, como ya queda dicho, aporta una perspectiva de la
gran preocupación por el mejoramiento de las instituciones legales. Los personajes Pedro
de los Tacones y el Señor Licenciado Tintero representan la potencia que la prensa y las
cortes tienen para desequilibrar a la sociedad; hasta el nombre del segundo personaje
obviamente alude al poder de la pluma. La notoria jauría liderada por La Tribuna
funciona como alegoría de la difamación, el lenguaje descuidado o el espectro de las malas
lenguas; su correteo por el pueblo simboliza cómo se difunde el chisme por el pueblo,
nutrido por la prensa sensacionalista y un sistema judicial que carece de orden de tal
manera que no funciona. Este temor de que el lenguaje empleado en la prensa y en los
tribunales perjudique a la sociedad se ve desde el comienzo de la novela de Colt.
Como ya se mencionó, la novela abre con el omnisciente y anónimo narrador,
sentado en su casa, desde donde observa tranquilamente lo que pasa a su alrededor; lo
vemos leyendo y meditando con calma enfrente de la ventana de su casa. Curiosamente,
su “vieja casa […] está ya un poco más baja que el nivel de la calle” (Colt, 1907, p. 7), lo
cual le brinda una perspectiva privilegiada de los acontecimientos –su situación es
perfecta para observar, comentar y criticar. Como el texto mismo de Colt, el narrador se
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ubica en un lugar adecuado para detallar los problemas de México, entre ellos, la
disfuncionalidad del sistema jurídico, degradado por los abogados y los periodistas. El
narrador “trataba de leer distraído” un “artículo tonto de un periódico que ataca a otro”
antes de resolver que “esos chismorreos” no son de interés para el público (Colt, 1907, p.
7). Repentinamente aparece la jauría que rompe el silencio del lector; es como si los perros
encarnaran los mismos valores de ese pleito haciendo un ruido cacofónico que
representara la falta de razonamiento en el periódico que estaba leyendo el narrador. Colt
emplea este tropo a lo largo de la novela, el cual equipara a los perros con las palabras: el
desenfrenado retozo de la jauría se asemeja a la impulsividad de la prensa sensacionalista
y las cortes revoltosas. Mientras los perros recorren el pueblo “hacen remolino,
empezando luego un murmullo como si afinaran los gaznates, y de pronto, tres, cuatro,
seis, forman maraña en pleito salvaje, todos contra todos, fieramente, unos arriba y otros
abajo, con escándalo enorme que aturde”; el grupo de perros se encuentra “entrecerrando
los ojos que poco le sirven y hablando con tal ímpetu, pura farfulla […] ruin y tonto anda
muy lejos del tema discutido, de la Orden del Día……perdiendo tiempo y ocasión” (Colt,
1907, p. 9). Durante el recorrido, un muchacho travieso del pueblo le tira una piedra a La
Tribuna, lo cual provoca que la capitana del grupo pierda un ojo. Más adelante, el
narrador se refiere a La Tribuna (ya herida de ojo y de pata) como un “verbo-motor
siempre en tres patas y el gráfico carlangudo, pero tan aporreado y sucio que apenas lo
hubiera conocido su dueña” (Colt, 1907, p. 18). Cuando la juntan con otros perros
también se activa el lenguaje que nos remite a la expresión, a la supuesta capacidad
perruna de “vocear” y así formar una sociedad aparte: 8 “entre otros muchos, los dos
chiquitines, eternos mites, sin voz ni voto, pero obstinadísimos soñadores. ¡Los vates
quizá!” (Colt, 1907, p. 18). Una y otra vez se destaca el ruido que hacen los perros, sus
expresiones y ladridos, lo cual sirve como metáfora del habla, el discurso público y el
chisme. Esta metáfora será el hilo conductor del libro, y casi se hace “literal”, es decir, se
concreta: en una escena del libro a uno de los perros del Licenciado Tintero, Onofre, le
echan tinta unos muchachos del barrio. El perro va corriendo por el pueblo manchado
por el colorante.
Mientras los perros van “esbozando” su trayectoria por el pueblo, o “escribiendo”
la narrativa que es su recorrido, también se promulga el rumor de que tienen rabia, que
8
Immanuel Kant explora la idea de que los animales forman una sociedad propia en Antropología, idea que Derrida
discute en El animal que luego estoy si(gui)endo (Derrida, 2008, p. 116).
423
los perros son hidrofóbicos. De este modo, los animales se asocian explícitamente con la
mala fama, la notoriedad y la habladuría, aunque a la vez son las víctimas de estos
rumores. Esta misma idea –que el poder de la prensa ejerce una violencia contra los
inocentes perros– se concreta justamente al final de la novela cuando los líderes del pueblo
claman por la matanza de la jauría: “seis gendarmes y un oficial gordinflón de rabitieso
machete al flanco sallan con pedazos de periódico llenos de trocitos de chicharrón,
chorizo y carne cruda, envolturas traidoras del arseniato de estricnina” (Colt, 1907, p. 51).
Antes de esto, tiene sentido que un grupo de escuincles, siempre traviesos, sean los
primeros en difundir el chisme; dicen que don Cabrera, el perro más amado del Señor
Licenciado Tintero, es el rabioso. Ya le habían amarrado un cohete a la cola en un acto de
profunda crueldad; como es de esperar, el perro correrá por el pueblo con cara de angustia
y de espanto. Igual que el titular chillón de un periódico amarillista, se describe la
acusación contra don Cabrera como un ejemplo de “calumnia”, aun cuando se deshace
de todo lo que le han atado los muchachos:
Ya no llevaba bote ni cohete y apenas unos hilos sobre sus riñones se veían
ondear; pero llevaba encima lo peor, una calumnia:
--¡Tiene rabia! ¡Un rabioso! ¡Ese perro tiene el mal!
Los perseguidores detuviéronse fatigados, perdiendo la esperanza de matarlo, pero
de las casuchas inmediatas salía la gente con palos, machetes y piedras, y el grito
repetido como eco, horrible maldición, lo perseguía:
--¡Tiene rabia! ¡Tiene el mal! (Colt, 1907 p. 19).
El narrador recurre algunas veces al término “calumnia”, enfatizando así la alegoría
social y resaltando el tropo “lingüístico” o “expresivo” que ya señalamos: la simbología
abarca una crítica de la prensa sensacionalista del porfiriato, la cual han analizado muchos
investigadores –entre ellos, Alberto del Castillo (1997). Más significativamente, se explica
la brutalidad con la que tratan al pobre don Cabrera: “lo volvían loco y perseguido por la
calumnia de que tenía rabia” (Colt, 1907, p. 27).
Con los pueblerinos alarmados por el chisme y mientras la jauría sigue recorriendo
el pueblo, los señores Tintero y Tacones empiezan su misión de reparar las injusticias.
Obviamente, representados como dos personajes bufones, dignos de burla, su misión
parece patética; estos dos personajillos emprenden su marcha a la tribuna “con rollos de
papeles bajo el brazo” y “hablando pestes ‘del idiota juez’” (Colt, 1907, p. 23). Cuando
informan por primera vez a Tintero que todo el pueblo va persiguiendo a don Cabrera
424
por tener rabia, curiosamente vemos que Tintero “rabioso se puso inmediatamente”
(Colt, 1907, p. 23). En el penúltimo capítulo, estos dos representantes de la prensa y la ley,
Tintero y Tacones —o, como se refiere a ellos el Juez, estos “picapleitos” (Colt, 1907, p.
24)— reciben lo que merecen por sus constantes quejas, es decir, por “rabiar” tanto.
Cuando se presentan ante el Juez, quien va a tomarles declaración, vemos que “ambos se
habían puesto muy graves […] y según el “doctor” gringo había peligro de una meningitis
encefálica espinal aguda” (Colt, 1907, p. 53). Dentro de la novela de Colt, el defectuoso
sistema judicial del porfiriato, el poder sensacionalista de la prensa y la falsa erudición de
los letrados desencadenan una grave enfermedad mental. Apto para dos personajillos
quijotescos, los dos se vuelven locos de tanto lío. Cuando se presentan ante el Juez,
recurren a un sinfín de argumentos para pedir su libertad, pocos de ellos basados en la
ley. Más bien, Tintero y Tacones, con la esperanza de lograr su liberación, lanzan ideas
amenazantes que se respaldan en el chisme, el chantaje, la mala fama; hasta que se le ofrece
al Juez la hija de Tacones como pieza de trueque a cambio por la libertad de los letrados:
Inmediatamente los dos reos se explicaron ante la “primera autoridad” en
torrencial chisme, apareciendo como víctimas de un “inaudito atentado a las
garantías individuales”, con copia de diálogos y hasta imitación de tonos y
declamación. El Jefe les oía pensando que Tintero era muy amigo del señor
“Secretario Particular”; que Amparito Alisarín, hermana de Tintero y casada con
el Tesorero General había “tenido que ver” con el señor Regente de la Corte; que
don Pedro, escritor de la oposición podía “agarrar” a su Distrito y a él en el odiado
periódico y que, además, Tacones tenía una hija normalista, muy guapa, poetisa y
pianista, de la cual se decía que el señor General—¡chitón!—y no, no, no. (Colt,
1907, pp. 24-25)
Por fin, el Juez, escuchando esta serie inaudita de amenazas se da por rendido, y
permite que los liberen: “Vuelvan ustedes a sus casas. Violencias de ambas partes que a
nada conducen. Yo arreglaré esto con el presidente” (Colt, 1907, p. 25). Esta escena, tan
ridícula y satírica, debe provocar risa: se presentan los derechos cívicos de muy poca
sustancia, son advertencias para inventar “arreglos” o manipular a los demás y así
apoderarse de ellos, se trata de soportes para mantener libertades personales y facilitar el
funcionamiento de la sociedad civil. Es particularmente llamativo el papel de la hermana
de Tintero, “Amparito”, cuyo nombre alude a las leyes de amparo, las cuales
supuestamente servían para proteger los derechos más básicos de la ciudadanía. Sin
425
embargo, esta “Amparito” no nos remite a la ley, sino a una sola persona que podría
mangonear a las autoridades y, por ende, las leyes que aparentemente rigen la sociedad.
La visión de la cultura jurídica del porfiriato planteada por Colt se caracteriza por
el personalismo, el nepotismo y la manipulación: el código legal es poco más que una
fachada que sirve como una palanca para los poderes o para encubrir la corrupción, el
chantaje y las injusticias “detrás del telón”. En este sentido, los planteamientos de Ewick
y Silbey –los cuales entienden la ley como parte constitutiva e integrante de la sociedad
misma– sirven para mejor comprender la sociedad porfiriana, la cual Colt pone al
descubierto. Según las dos teóricas del derecho, “law is both an embedded and emergent
feature of social life, it collaborates with other social structures (in this case religion,
family, and gender) to infuse meaning and constrain social action. Furthermore, because
of this collaboration of structures, in many instances law may be present although
subordinate” (Ewick y Silbey, 2008, pp. 125-126). Los pleitos tontos de Tintero y Tacones,
así como su disposición a recurrir a sus conexiones personales para facilitar ciertos
manejos, dejan claro que la ley (tal y como se la representa en la novela) funciona en
conjunto –y como explican Ewick y Silbey– “con otras estructuras sociales”, formando un
tipo de colaboración nociva y permitiendo que ciertos actores sociales se apoderen de los
demás. 9 Colt describe un sistema jurídico marcado por el compadrazgo, maniobras sucias
y engaños, lo cual refleja la condición de la sociedad más que el pensamiento ilustrado.
Los códigos legales afloran más bien como un juego: solo después de insinuar promesas,
pleitos, chantajes y hasta sexo, Tintero y Tacones logran ganar cuando el Juez se rinde y
los deja ir. Como explican Ewick y Silbey, esta situación se ha visto en varias épocas y
lugares cuando: “something legal was the operation of a distinctive cluster of rules and
proceduresthe “rules of the games”—that one followed in seeking those self-interested
ends” (Ewick y Silbey, 2008, p. 451).
El libro de Colt desmiente la noción de que México es un país sostenido por leyes
justas y estructuras claras; lo que se observa más bien es que la capacidad de subir
escalones sociales y lograr cierto funcionamiento, por parte del gobierno, es como si se
tratara de un juego.
9
“But without really transforming the everyday, legality often exacerbates the powerlessness that it is supposed to
remedy” (Ewick y Silbey, 2008, p. 197).
426
10
Uno de los corridos mexicanos más famosos es Soldado de levita, canción que data de finales del siglo XIX
(Mendoza, 1991, p. t22). También, hay que notar: “[c]onstitutionally, the government absolutely could not force army
service on any Mexican” (Neufeld, 2009, p. 64).
11
“Díaz had not encouraged the development of either a civil or a military chain of command. He constructed instead
a personal regime that invited, if not demanded, direct contact from his constituents. Military commanders,
newspaper editors, governors, hacendados, legislators, businessmen, private citizens, even some of humble social
427
standing, corresponded personally with the president during this critically difficult period of developing civil war”
(Vanderwood, 1976, p. 567-578). También, se ha dicho que “[w]ithin his personal approach to government, Díaz had
encouraged a kind of competition among his subordinates as a means of checking the ambition of any single
individual. Such a policy might have helped to preserve the peace of the Porfiriato, but it seriously detracted from
efforts to stem Madero’s movement” (Vanderwood, 1976, p. 570).
12
El autor trata de la invasión española de México (1829), la guerra de Texas (1836) y la primera guerra con Francia
(1838), todas grandes pérdidas para México. Bulnes acaba considerando el bajo salario de los soldados como uno de
los asuntos más pendientes y censurando mordazmente a los militares de México que habían asumido la silla
presidencial a los albores de la independencia.
428
serie de meditaciones que se hacía Bulnes en su conocido libro, Colt se pregunta cómo
sería la constitución, la organización y la capacidad del ejército ideal para el estado
mexicano; el autor hace referencia explícita a los planteamientos de Bulnes cuando, al
hablar de los perros, plantea que “[t]ienen tan gran resistencia para la lucha […] ahí la
materia prima para un gran ejército (Bulnes)” (Colt, 1907, p. 9). Y hay otros pasajes en los
que la descripción de los perros sugiere el pensamiento institucional y organizacional,
viendo cómo podrían ordenarse los perros. Como exploraremos al final de esta
intervención, Colt –al igual que Derrida– entiende el escenario bélico como lugar
privilegiado para reflexionar sobre lo que distingue al animal de lo humano.13 Los perros,
como los propios indígenas, nos hacen explorar los parámetros de lo humano; en ambos
casos –es decir, de la comunidad indígena y la comunidad perruna–, es la ley la que
permite la opresión de estos marginados.
La asociación entre los perros y el ejército se hace explícita en muchos pasajes: el
grupo de perros de La Tribuna está “lleno de “carlangas” oscuras y con bigotes
“kayserianos” y cuando emprende su “marcha triunfal” por el pueblo, los perros del
narrador les “dan el Vº Bº” (Colt, 1907, p. 8), terminología que claramente se refiere a la
organización militar. Durante su marcha por el pueblo, se analiza repetidas veces la
perseverancia y capacidad de los perros soldadescos, “allí los tiene y por ahí los llevará sin
desmayos ni fatigas” (Colt, 1907, p. 11). También se hace referencia específica a varios
generales de otros países, entre ellos, los de Japón y Alemania, dos países que durante el
porfiriato y dentro de la comunidad internacional, lograron formar milicias fuertes. De
este modo, Colt explora cómo sería el poder del ejército mexicano al lado de otros
ejércitos del mundo. Pensando en los perros como soldados, son descritos así:
acumuladores notables de energía son los perros. Apenas se alimentan y sin
embargo desarrollan un trabajo enorme. Bien es verdad que nada naturalénico
tienen los infelices, más para lo que es la vida, y peor la de ellos, mejor es así. Si
hubiese soldados con la resistencia (o radio de acción, según los marinos) frugalidad
(que no excluye la glotonería cuando hay oportunidad) valor, lealtad o instinto de
orientación que tienen en grado sumo estos animales, se formarían ejércitos ideales
13
“Ahora bien, ¿qué es, en última instancia, lo que distingue así la guerra animal, aquella que confina pues dentro de
la bestialidad salvaje, de una guerra humana que, por el contrario, haría salir del estado salvaje, abriendo entonces a la
cultura y a la conciencia social?” (Derrida, 2008, p. 118).
429
14
–¡Y yo lo amparo y protejo… contra el atentado inicuo a su sagrada personalidad, honra y prez de todo un
continente!” (Colt, 1907, p. 14).
431
disfrutar por completo la soberanía y la ciudadanía. Se acudían a estas leyes para conservar
el derecho a la tierra, para protegerse de los pleitos que se lanzaban en contra y evitar el
alistamiento forzoso al ejército. Siempre preocupado por la posible invasión de los
Estados Unidos, lidiando con sublevaciones locales y, es más, tratando de mantener
estable el orden social, el gobierno porfirista tenía problemas para reclutar a nuevos
soldados. En estas condiciones, el ejército se vio obligado a adquirir nuevos soldados
mediante la leva, mientras que la población indígena buscaba mantener su libertad
recurriendo a las leyes de amparo (Sánchez, 2012). Es más, para muchos porfiristas, estas
garantías individuales, establecidas en la Constitución de 1857, llegaron demasiado lejos;
según varios intelectuales positivistas, la Constitución Mexicana, ratificada durante la
tumultuosa época de Reforma, les había aportado demasiados derechos a los ciudadanos
(Cosío Villegas, 1973, p. 34). La élite porfirista veía en las leyes de amparo una falta de
ciencia, de lógica y de planificación: otorgaban excesivas libertades a los que atestiguaban
en las cortes, a la clase humilde y a los que no tenían ningún conocimiento legal o
científico. Para muchos, las leyes de amparo generaron desorden social porque dieron a
cualquier “fulanito” derechos para los cuales no estaba preparado, ni podía entender. En
suma, mientras que las leyes de amparo les otorgaban derechos a los que no merecían
tanta protección civil, y en tanto las cortes daban a los que se había topado con la ley un
foro público inmerecido, la prensa sensacionalista ofrecía un mismo tipo de foro público
a la “gentuza” de México. Todo esto se tendría que racionalizar. Estos debates se
representan alegóricamente a lo largo de Es el amor que pasa… y aunque Colt no plantea
soluciones, sí destaca la notable ineficacia de las protecciones civiles.
Las constantes víctimas en la novela son los indígenas y los perros –aunque las
autoridad legales y militares pretenden “ampararlos”–; sus patéticos intentos, según Colt,
no merecen agradecimiento. Así, aunque Tintero y Tacones supuestamente van a
representar a la población indígena en las cortes para corregir cuentas (tal vez acudiendo
a las leyes de amparo), 15 en cuanto atacan los indígenas a la jauría y, sobre todo, a don
Cabrera, Tintero y Tacones, deciden vengarse, contratacando a los indígenas:
Y como los cobardes que con los débiles son crueles, ahí quisieron vengar el agravio
y dar rienda suelta a la rabia que los tragaderos les amargaba. Echaron los caballos
sobre los pobres indios (nuestros indios) pisoteando a unos y derribando a muchos,
con blasfemias a gritos y amenaza de baleaos. Los indios que no esperaban aquella
15
“y seguidos por infelices indios, sus clientes” (Colt, 1907, p. 23).
432
acometida pues creían haber ayudado a matar un rabioso, que es un peligro común.
(Colt, 1907, 29)
En la última página de la novela, son diezmados los animales: caballos que han
muerto en las escaramuzas del pueblo y perros, envenenados. De estos animales que
sirven tan bien al ser humano, solo queda un campo lleno de carroña, una imagen
horripilante con la que Colt cierra su diagnóstico de México:
La más negra ingratitud y la más horrible perfidia estaban en aquel hacimiento de
carne muerta. El pobre caballo, el animal más útil al hombre, factor de su progreso
y hasta escalón prehistórico de su poderío actual, el que gasta toda su vida
trabajando para nosotros, cuando ya no puede servir, viejo y enfermo, lo echan
vendado para que un toro lo mate cobardemente entre aplausos y rechifla de todos.
Y el perro, el virtuoso compañero ancestral, espejo de amor y fidelidad, prototipo
del valor caballeresco, al que vela nuestro sueño, sufre nuestras iras, juega con
nuestros hijos, padece con nuestras pobrezas, goza limitadamente de nuestras
prosperidades. eliminado así, en masa, por un fútil pretexto o una calumnia, y en
el fondo, por negro egoísmo de lo poco que consume (Colt, 1907, p. 57).
Haciendo referencia más explícita al porfiriato, el narrador subraya dos ideas claves
del positivismo, una de éstas afirmativa y otra, negativa: el progreso y la selección del más
apto, filosofía que, en efecto, justifica la pérdida de los miembros más débiles de la
sociedad: “¡Qué canallas somos todos y qué estúpida es la vida, de la cual ni siquiera
sabremos jamás qué objeto tiene! Y el efímero progreso a costa de la dura selección ¡cuán
caro y doloroso y lento es, para tropezar inmediatamente con peores problemas!” (Colt,
1907, p. 57). Con la última línea de la novela, se expone que “el efímero progreso” del
porfiriato es demasiado “¡[…] caro y doloroso y lento […] para tropezar inmediatamente
con peores problemas!” (Colt, 1907, p. 57).
un fiel amigo para el ciudadano ilustrado –un ser simple e imperfecto, pero que a la vez
merecía compasión y a quien le deberíamos dar la oportunidad de vivir en paz en su
propia comunidad. Obviamente, desde la perspectiva de la actualidad, esta visión del
indígena carece de aceptación y respeto, y no nos permite elaborar una nueva visión de la
humanidad, la cual podría reconfigurar los contornos de la subjetividad. La novela de Colt
abre un espacio para aceptar con más cariño al indígena y al animal, pero sin cuestionar
las bases filosóficas que sostienen la distinción, por un lado, entre sujeto nacional
(mestizo) e indígena; y lo humano y lo animal, por otro. La novela representa la fragilidad
del pueblo mexicano, la disfuncionalidad de las instituciones y la descarnada crueldad de
los seres humanos, lo cual pone la prueba la diferencia tradicionalmente aprobada entre
la civilización y la barbarie, la ciudadanía y la “chusma”, lo humano y lo animal.
En este sentido, la novela también puede entenderse a la luz de los planteamientos
que hace el filósofo francés Jaques Derrida en su “Violence Against Animals”. Derrida
examina la crueldad y las injusticias a las que se enfrentan los animales, y se opone
fuertemente a la violencia que padecen. El filósofo plantea que vale la pena repensar la
relación humano-animal, no debido al hecho de que los animales razonen (a lo mejor, no
lo hacen) sino porque sufren; el solo hecho de que padezcan nos obliga a conceptualizar
de nuevo la distinción entre animales y humanos. En este sentido, no es tan diferente el
gesto retórico que hace Colt a través de su novela: durante todo el relato los perros –
polivalente símbolo y, sobre todo, sustito para los indígenas– sufren. Derrida también
reconoce que, desde la perspectiva animalesca, los tiempos modernos no se definen por
la ilustración, el racionalismo y el bienestar sino por la matanza: en la actualidad los
animales sufren más que nunca debido principalmente a los grandes “avances” de la
industria alimenticia –es decir, que hay genocidios de animales. Derrida argumenta que
no será suficiente “aplicar” o “extender” las leyes actuales y el liberalismo a los animales.
Más bien, la ley misma junto con la filosofía de la subjetividad tendrá que repensarse para
después abrir un espacio para lo animal entre los seres humanos.16 Colt sugiere algo
parecido, pero en relación con la comunidad indígena: el texto pone de manifiesto que el
sistema jurídico no es útil para esta comunidad tradicionalmente marginada, ya que se ha
plagado de periodistas chantajistas: Tinteros de toda índole y jefes políticos que se
interesan más por su estatus de caudillo. La novela reta a los lectores a que meditamos en
16
“For the moment, we ought to limit ourselves to working out the rules of law such as they exist. But it will
eventually be necessary to reconsider the history of this law to understand that although animals cannot be placed
under concepts like citizen, consciousness linked with speech, subject, etc., they are not for all that without a “right.”
It’s the very concept of right that will have to be “rethought” (Derrida, 2004, pp. 73-74).
435
cómo México podría ser menos cruel y más inclusivo. El texto reivindica la sociedad
porfiriana: su apariencia de paz y progreso no convence porque no apoya a los miembros
más necesitados de la sociedad—los indígenas y los perros.
Es el amor que pasa: la novela de los perros es un punto de inflexión que desafía a
la élite porfiriana a examinar cómo tratan a los demás seres con quienes comparten el
mundo, sean estos “compatriotas” indígenas o animales. Parecería que en México
también, el final del siglo diecinueve significó un fundamental cambio de perspectiva
hacia los animales; dejaron de ser bestias de cargas y asumieron una nueva posición como
vínculo afectivo dentro de la esfera doméstica. 17 La novela de Colt dista mucho de ser
progresista, pero aun así, sirve para matizar la idea de que el indigenismo porfiriano se
caracterizaba por una orientación arqueológica. 18 El texto de Colt ofrece una visión de
cómo la querella de las élites en los últimos años del porfiriato también incluía cierto afán
de “enseñar deleitando”. Por un lado, el libro de Colt nos proporciona una vista a una
sociedad temerosa de revivir la violencia de la primera mitad del siglo XIX y, por lo tanto,
dispuesta a resolver los asuntos sociales mediante el humor, la parodia y la cortesía. Como
ya se sabe, estos intentos por resolver pacíficamente los conflictos del porfiriato tardío
fracasaron.
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17
La novela de Colt sugiere que en México también se repensó la relación humano-animal durante el final del siglo
XIX: “To redress the apparent crisis of affective inadequacy, the dog was appropriated away from its historical usage
as a beast of burden to become a beloved companion. No longer the prerogative of the wealthy, the pet—and
literature about the pet—became a necessary relation for the emotional health of the bourgeoisie (Chez, 2017, p. 3)
18
Había una “purely archaeological orientation of official indigenism during the Porfiriato” (Swarthout, 2004, p. 95).
Aunque esta idea deja algo que desear, en términos básicos es acertada.
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438
KEVIN M. ANZZOLIN
Es doctor en Letras Hispanas por la Universidad de Chicago (EUA).
Actualmente imparte cursos de lengua y literatura a nivel licenciatura en la
Universidad de Wisconsin-Stout. Entre sus publicaciones recientes figuran
artículos en Tiempo histórico, Fuentes humanísticas y Revista Javeriana.
439