La Ultima Hechicera-Balzac

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LA

ULTIMA HECHICERA.
iQpow.W

LA
l
ULTIMA HECHICERA
pon

DE BALZ AC
TRADUCCIÓN

DE DON GASPAR FERNANDO COLL.

TOMO I.

MADRID:
IMPUESTA, CALLE DEL AMOR DE DIOS,
A CIRCO DE 0. H. IZARES. /fZSilJ. i
.i «l

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i¡ i.. l., i.
LA ULTIMA. HECHICERA.

I.

EL ALQUIMISTA.

XÍránse un alquimista y su muger que se lle


vaban muy bien y vivian felices. El alquimista,
ocupado s'empre , con las gafas apoyadas en la
nariz, atizaba el fuego de sus bornillos y so
plaba á reces todo un (lia con un fuelle usado y
ennegrecido: no bablaba palabra, y su muger
sentada en el laboratorio , no se quejaba ni del
bumo, ni del vapor del carbon, ni del olor; ba
blaba pocas veces y su lenguage favorito. era la
Tomo i. l
. amable sonrisa que se asomaba en sus encanta
dores labios, cuando fatigado del trabajo, se
dignaba el alquimista dirigir una mirada á su
querida muger. Era bermosa y en su persona no
se veia ningun detalle desagradable; pero como
ambos pasaban el dia entero en el laboratorio,
y se miraban pocas veces y se querian entraña
blemente , no pensaban en adornarse y nadie
bubiera reparado á primera vista en su belleza.
Este laboratorio tenia bastante analogia con
una cueva. Las paredes bubieran podido dar
treinta quintales d.i ollin si bubiese babido quien
$e tomara ei trabajo de limpiarlas. Los vilrios
de las ventanas, bablan conquistado un veto
sobre la luz á la que apenas dejaban paso, tan
impregnados estaban de polvo. Por la parte es
tertor, una risueña parra, que entapizaba la
|•ared, babia arrojado en las ventanas una rede
cilla de entrelazados sarmientos. El piso búmedo y
siempre sucio , ofrecia singulares accidentes: de
trecbo en trecbo se veia un circulo ó un cuadrado
limpio como una pieza que sale de la casa de la
moneda, porque en ellos babia babido por es-
acio y algun tiempo varios objetos de fisica»
=3=
Surcos trazados en el polvo poruna escoba pro
baban que una mano generosa babia intentado
desenredar aquei caos. Con frecuencia se oia can
tar un grillo que se alegraba de que no se le
incomodara en su asilo, y mas de un raton
trotaba tranquilamente en aquella morada de
la inocencia , de la paz, de la alquimia, sin temer
las provocadoras ratoneras.
En medio de aquel montón de mesas , bote
llas é instrumentos, el alquimista con la cabeza
cubierta de pavesa, inelinaba el rostro sobre una
retorta, y la elaridad del fuego, coloreando
cuanto le rodeaba, iba á morir en la muger deli
alquimista, que á la vez, trabajaba y miraba
aquel laboratorio con satisfaccion.... La negra
bóveda, la ausencia del sol que solo se asoma
ba por el espacio que dejaba la puerta cuando
estaba abierta, el aparato alquimico y un mari
do alquimista son cosas que no gustarian á todo
el mundo ; pero- supuesto que el alquimista y su
muger eran felices, nadie debe censurarlos,
porque se daria márgen para pensar que la feli
cidad consiste en nn escobazo , en la muerte da
un grillo , en una telarana ó en el rabo ile un ra
ton; cuando consiste en otra cosa muy diferente^«
Lina mañana de primavera, babian abierto.
una ventana; el aire puro circulaba, y el soIA
lanzando a! laboratorio uno de sus mas preciosos;
rayos , trazaba una linea brillante en la que vo
laban mií y mil ¿tomos de polvo que a! parecer
corrian unos en nos de oiros como los enjam^
bres de moscas encima de los riacbuelos en una
apacible nocbe de verano. Los pensamientos de
alquimista eran tan numirosos y tan revoltosos
como los enjambres, de modo que la suave in
fluencia del aire. les dió una direccion enteramen-.
íe opuesta á la que ordinariamente los conduce
al cerebro. El alquimista miró á su muger que
estaba sentada en un sillon carcomido , divirtién
dose en contemplar por la mi ¿sima vez las lá
minas del Gabinete de ¿as bechizeras. La senci
llez estaba dibujada en su semblante ; sus ca
bellos de pálido oro ; peinados álo virgen, ana
dian una aureaia de inocencia á sus ojos azule*
y sin malicia. Adivinó que su marido la miraba
y dejó el libro. El alquimista reflexionó, duran
te aquel momento conespresivo silencio, que l«
óven á quien bas .a entonces no babia enamorado
'toas que con sus ojos, y á /juien babia mirado
tomo un agradable recreo durante su asiduo tra
bajo, podia no tomarse tanto interés como v\ por
los esperiinentos y por los estudios qUe le ab-
fcorvian enteramente.
Desde aquel dia prodigó los mas tiernos cui-
dados á aquella joven cuya felicidad le babia sido
Confiada y le Consagró diariamente una bora entera.
Al cabo de un año tan nobles sar.riiicios reci
bieron una agradable recompensa : la muger del
alquimista dió á luz un niño bermoso como el
sol.
El laboratorio fue desde aquel momento el tea
tro de escenas mas ticunas y mas variadas que
las que acabamos 'de describir ligeramente; gritos
infantiles resonaron en la negra bóveda y el al
quimista no lo desaprobaba. Ca!ibani único y an
tiguo criado de la casa i soltando el azadon ) acu
dia á mirar por la ventana i procurando dar una
fespresion risueña á su borribie fisonomia y un
freo agradable á su Voz para bab ar al niño. i?n
fin í la muger del alquimista , sentada skimpre
fen. el sillon Carcomido i bacia saltar sobre sus
rodillas á su bijo cubriéndole de besos tan luego
como se sonreia: escilaba su risa, y. si rompia
una redoma , el alquimista soltaba la carcajada
sin enfadarse por la pérdida de su elixir. En fin,
su esposa, esa jóven con quien se babia casado
por su sencillez y cortedad de conocimientos,
desplegaba toi!a su alma en su bijo, y tenia
una gracia especial siempre •.íue de •é1 se trata
ba : vivia con el aliento de aquel tierno ser que
jugaba en su seno, y el feliz alquimista conocia
que la naturaleza poseia crisoles mocbo mas ber
mosos que los suyos, y un método de combi
nar los mistos muy superior a! suyo.
Este alquimista era uno de los enlos mas ori
ginales y mas soprendentes que el sol ba calen
tado. Si las ideas dependen de la forma interior
del cerebro, el sayo debia ofrecer el eslraúo as
pecto de estas producciones quimicas ipie los bo
ticarios esjKínen á la curiosidad de los transeun
tes y que presentan tan brillantes cristal izae.iñ*
nes. Desde sus mas tiernos años no babia vivido
mas que íara las artesi .ni se babia ocupado mas
que de estudiar con caior las ciencias naturales:
asi es que babia adquirido un saber profundo y
aólido en la naturalc•a bumana t j. conocia tan
á fondo los resortes fisicos de nuestra máquina,
que con una soia mirada descubria los sintomas,
la marcba y las cansas He una enfermedad y
curaba al momento al doliente. Tanta perfeccion
en la ciencia no se limitaba al cuerpo, se apli
caba tambien al alma , y el a iquimista discernia
con suma precision la causa de nuestras pena«
y de nuesiros placeres, de nuestras pasiones y
*le nuestrras virtudes.
Habia alcanzado la verdadera felicidad y se la
babia proporcionado á su ianger; y conocia lo
que le faltaba á tal ó cual bombre para adquirir
esa misma felicidad.
Lo que prueba su estremada sabiduria y la su"
Mimidad de su alma es que poseyendo ei secre
to de la ciencia bumana, vivia en su laboratorio
entre un grillo, un raton, Caiiban , algunas
arañas, su muger y su bijo. El alquimista bu
biera podido ir á Paris donde bubiera recogido
una gran dósis de gloria; pero babia reflexionado
y visto :
Que si curaba á todo el mundo, todo el mundo
ir'ia á buscarle, que no babria enfermos y qu«
por consiguiente serian inútiles los médico*, y
=10=
teniendo tiempo para desear 3 porqjie trabajaban^
todo el dia y dormian toda la. nocbe. Felices,
mil veces felices!....
El alquimista se felicitaba á si mismo; impri
mia de vez en cuando un beso en los labios de
su muger , que creia qtte tojos los bombres eran
alquimistas , y decia que babia resuelto el gran
problema , él de una vida feliz. Revolvia sus cri
soles, procuraba con un ardor sin igual arre
batar algun nuevo secreto á la naturaleza y es-
plicaba á su muger lo que bacia: ella nada com
prendia i pero escucbaba con atencion, como iú
algo comprendiera.
Estas tres personas no tenian ninguna comu
nicación con el resto de !a creacion, y se trata
de probar que esto podia ser; por lo que es pro-
riso remontarnos á su vida pasada y esplicar lo*
medios ije que se valian para vivir en un retiro
tan profundo.
Al lado de su cabana {Jorrela un jardin que al
parecer se Iiabia becbo espresamente piira ellos;
las legumbres crecian en él, la parra se doblaba
bajo el peso de los racimos; y una fuente de pu
ra y limpia agua regaba aquel pedazo de tierra
prometida. El alquimista babia probado á su nrn-
ger (porque ella creia todo lo que su marido de
cia) que comiendo legumbres se apagaba el fue
go de las pasiones; se alimentaban pues del pro
ducto de aquel terreno , en el que dos gallinas
y una vaca encontraban su sustento.
Catiban, el criado de tan feliz matrimonio, vendi
miaba, segaba y trillaba los granos por medio de una
máquina inventada por el alquimista; y este buen
servidor no conocia otro género de vida que el
de levantarse al rayar e! dia, cultivar el jardin,
comer sobriamente, bilar en el invierno, teger
y acostarse; babia suprimido el uso del pensa
miento como ejercicio demasiado pesado , y el
non plus ultra de su empleo era ir á pagar á
casa del dómine del comun los diez y siete fran
cos' de contribucion que debia el alquimista por
sus dos yugadas, su muger, sus gallinas, su
grillo, su raton, sus aranas, Caliban,la vaca,
el cbiquillo y un pobre perro' negro, que era
el amigo de la casa. De modo que el gobierno
francas reunia las dos cámaras, tenia ejércitos
uniformados, .equipados y armados, con capi
tanes , coroneles , gefes de estado mayor y paga
=12=
dores, para asegurar la proteccion de sus siete
inmensos ministerios, y de su colosal adminis
tracion á catorce cosas bastante insignificantes,
por la módica cantidad de diez y siete francos ! Y
babrá todavia quién se queje del gravamen de las
contribuciones ?
La cabaña en que vivian...• ¿Qué veo? íQuin
ce páginas, gran Dios! en el siglo de bierro en
que vivimos no babria quien pudiese leer un c«•
pitulo mas largo.

*©&.©*
tl.

OPINIÓN DEL ALQUIMISTA.

La cabaña en que vivian estos cuatro seres,


creados espresamente los unos para los otros, me
rece ser descrita con toda exactitud; á pesar de
que es imposible referir con sobrada propiedad
los detalles de un cuento de becbizera. Esta caba
ña en la que moraba la felicidad , estaba situa"
da á veinte leguas de Paris , en uno de esos valles
en que la naturaleza se ba refugiado con todos
sus terrores. En él so admiraba la mayor varie
ciad en el terreno, árboles elegantes, risueña«
praderas y crista i nos riacbueos; aqui se veia
una verde viña, allá una agreste cabaña , mas le
íos un molino con su sonora cascada; y mucbas ve
ces se oia en el seno del paisage , el eco de la
voz pura de una joven cantando sin arte ,. alguna
carnuda cancion; y uniéndose entonces el mo
nótono ritornelo á los acentos de la flauta pas
toril i anadia á las delicias de la naturaleza ei
encanto de la melancolia , que únicamente pro"
cede del bombre : en fin , era un valle tan risuc
ño, tan esiraviado, tan lejos de todas las ciuda
des que , todos los ministro s desgraciados bubie
sen querido vivir en él durante los primeros mo
mentos de su caida.
Como el alquimista solo ofrecia á los ladrones,
libros cientificos, carbon • retortas, botellitas y
tinta , babia podido sin esponerse á^peiigro algu
no , establecerse en la cabana que estaba situada
en la pendiente de una bermosa colina y que se
ballaba á bastante distancia de la vecina aldea.
El alquimista dejaba siempre la puerta abierta, y
este último rasgo completa admirablemente la pin
tura de sus sencillas costumbres. La cabana esta
ba colocada de modo que ía cbimenea se Palia
ba al nivel de la cima de la colina encima de
la que superaba un inmenso b«siplo del que el al"
quimista sacaba el carbon y los preciosos ingra-
dientes que necesitaba.
Cualquiera que baya viajado un íkico sabe que
«n Francia bay sitios apartados , aldeas sumergi
das en la tierra distantes de loa caminos, en las que
te vive en una profunda ignorancia do las cosas de
este mundo, en las que solo tiene noiicia de las
revoluciones del mundo politico por el cambio
de las armas que estan grabadas en los certili
cados del dómine, ó.en la muestra del estanco,
muestra que, entre paréntesis , contiene la bis
toria de los 30 años últimos , escrita en sc¡3 ca
pas de diferentes colores; aldeas en fin, en las que
los que no pagan contribuciones , ni toman taba-
oo, viven y mueren sin saber quién es el mor
tal que gobierna, en las que nunia se oirá ba
blar del Paraguajr-Roux , ni de !a pasta Pec
toral de Renault , ni de Lord Byron ni del
gat bidrogeno , ni de los maragistoa , ni de las
duquesas, ni de los aguadores. Esto es una des
gracia para los soberanos , directores de teatros,
poetas x especulad ores , y sobre lodo para las du
quesas ; pero aI fin es la verdad , y esta observa
cion luminosa no tiene mas objeto que el de ad
vertir que la aldea que se bailaba á un cuarto
de legua de la babitacion del alquimista era una
de estas aldeas privilegiada que acabamos de des
cribir.
Pero eso aun no es nada!... ta babitacion del
alquimista estaba rodeaba por otro cordon sanita
rio de ignorancia tanto mas diflcil de pasar, cuan
to que babia sido establecido por la supersticion y
por el sacristan de la aldea. Para conocer su im
portancia es preciso remontarse á la época de la
llegada del alquimista á aquella comarca.
Era de nocbe , nocbe bastante oscura , porque
la luna rodaba entre apinadas y gruesás nubes
negras: era sábado, dia de aquellarse, y el úl
timo sábado del mea de diciembre x época sinies
tra. Caliban conducia por la brida un mal caballo
flaco que se parecia al del Apocalipsis , al que se
cuentan los buesos y que lleva la muerte: este
caballo arrastraba una carre!a descubierta' en la
que se veia un mundo de matracces, retortas, ins
trumentos de fisica, semicirculos, circulos ente
s=t7=
«n$, botellas, gafas, bornillos , etc. ; y ifel seno iie
esta carga a!qu:mica se elevaba el alquimista en
persona, cubierta la cabeza con una gorra de piel
de oso; llevaba anteojos, y con las dos manos
sujeiaba sua !:'. ros y sus ingredientes. El viento
de invierno si! val a y mas de una branca de ar
bol caia sobre los tecbos de rastrojo , producien
do un ruido que bacia estrecbar el. circulo de los
que velaban al rededor del fuego escucbando los
cuentos de una vieja cuyo semblante se asemejaba
bastante á una pasa. La tierra que estaba cubier
ta de nieve , no permiti i oir las pisadas del car.
fcalio y de Cal iban , ni el ruido de la infernal
carreta , de modo que se creyó al ver pasar tan
espantoso cortejo á través de los malos vidrios
llenos de defectos, que ba i iaba en los aires. La
campana que tocaba en aquel momento á muerto,
los cuentos aterradores de las abuelas, el miedo,
los juramentos de Caliban , los silvidos de la
tempestad , la luz ensangrentada: de la luna que
daba á tan original espectáculo el aire de un
entierro diabólico, todo contribuyó á sembrar el
terror de tal suerte que el mismo que babia ven
tililo la cabana y el cercado al alquimista dió ua
Tom« I. 2
=18=
ba ño de vinagre álos escudos, y no pudo tampo
co bacerlos correr mas que en la ciudad inmedia
ta , á donde fué por la primera vez de su vida.
Todo esto no bubiera teni«lo consecuencias si
algun tiempo despues se bubiese visto al alquimis
ta pasearse como una persona natural, ir al meo
cado, beber en la taberna y fumar en pipa; pero
¿íada de esto sucedió.
Arriesgáronse entonces (porque la curios dad es
igual en todas partes) á examinar lo que,pasaba en
casa del enviado del demonio. í\o se veia salir á
nadie de ella, y parecia que !odos sus moradores
babian muerto: únicamente un abundante y negro
bumo se agitaba encima de la enorme cbime«*a
de la cabaña, y de esto se deducia que Satanás ba
bla es!ablecido en aquel sitio un respiradero del
infierno, Unto mas cuanto que el alquimista ba
bla aiargado y ensancbado la cbimenea , de modo
que un ginete con su lanza, su banderola, su ca
ballo, su carabina y sus bigotes bubiera podido
pasar por ella sin que se le mancbara !a escarape
la ile su cbacó. Ciertamente , al ver tan descomu
nal cbimenea ocupada continuamente en vomitar
olas de bumo, el aldeano mas impasible debia.
=19=
deducir de ello cosas siniestras : otros bubiesen
estrañado acaso que no despidiera bumo, pero en
la aldea , y sobre todo en una aldea ignorante, se
procede de muy distinto modo que en las demas
partes.
Lo que completó el terror y acabó de construir
una muralla impenetrable entre la cabana y la al
dea , fue la relacion del sacristan. Este último
que era al poder sacerdotal lo que un escribiente
de escribano es á la justicia , se arriesgó á pasar
una tarde por delante de la babitacion. El sacris
tan , bombre interesante en la aldea (porque sa
bia calcular y leia de corrido), el sacristan, que
1a ecbaba de guapo , vió al borroroso Caliban
sentado en un peñasco cubierto de mobo yjugan-
do con su querido perro negro que apoyaba su
traviesa é inteligente cabeza en la cara del criado,
cuya nariz estaba retorcida y cuyos gruesos labios
dejaban entrever dos dientes como paletas. El al
quimista tenia la cara negra como un tizon: esta
ba vestido grotescamente , como todos los sabios
ocupados, acariciaba su larga barba negra con
sus afiladas manos semejantes á las de un coma
dron, y la muger del alquimista apoyaba su
i=20=
bermosa cabeza , brillante de amor, en el bombro«
ile su marido, confundiendo el oro de sus rubios
cabellos con los abundantes luirles (le la cabelle
ra de azabacbe del alquimista«; sus blanca« y de
licadas manos colocadas al rededor del cuello de
•n esposo x Indicaban que quena impedir la me
ditacion en que estaba sumergido y que deseaba
una mirada de cariño. El sol de poniente espar
cia sobre este grupo una. tinta bermejiza, que bi
zo creer al sacristan que la cabana era el pórtico)
del infierno. Se acordó de lo que se dice de la
tentacion de S. Antonio, y Caliban le pareció
un descomunal mico sentado en una inmensa tor
tuga , su« perro lue un demonio con cuernos , un*
pena cubierta de mobo verde el sapo que saita#«
ba en el cántaro del santo, la bella: mitad del.
alquimista fué la linda ciudadana del inüerno
que con manos de amor , rostro celestial y ojo«
de cortesana queria atraer al justificado varon,
en fin el alquimista le pareció el gefe.de los de
monios rodeado de serpientes, y el azadon de Ca-
liban su arrejaque. Pero trastornaron sobre todo
los sentidos del sacristan , el alboroto que traian
«1 grillo, la gallina, la vaca y el perro , la« r*
retadas del alquimista y su muger, y los jura
mentos de CaÜban porque el perro le babia mor-
.dido la oreja. E! sacristan tuvo un miedo cerval,
y emprendó la luga creyendo que mil Siorn.i-
das de demonios ie iban pisando los talonea
contó en todas partes que babia corrido el ma
yor peligro , y que seria una locura ir á la colina
donde vivia el alquimista, ó por mejor decir < I
demonio.
En los tiempos de supersticion en los que se
.quemaba á las jóvenes que tenian la pesadilla
pretendiendo que eran victimas de un m(¿lcjicio:l
se ban visto cosas menos sorprendentes que la re
lacion del sacristan. La ignorante aldea creyó
cuanto dijo el sacristan , y desde entonce« se mi
ró á la cabana con asombrosa curiosidad; por lo
•que se estableció una doble barrera de ignoran
cia y temor que servia de circuito á la aldea y á
la dicbosa cabana, la que., como ya se ba dicbo,
estaba separada del resto de la creacion.
Vorvamo% pues, al alquimista y á su amable é
ignorante consorte, á Caliban el idiota y al .tier
no Abel, al grillo, al raton ele.
Cuando Abel creció , jugó con el perro, intro
= 22 =
dujo con frecuencia sus delicados dedos en el
agujero del griilo y atormentó a! raton; 1iero to
dos estos animalillos no se enfadaron , tanto mas
cuanto que babiendo Abel cogido un d'ia al gri
llo , le bizo comprender su madre que no debia
lastimarle...i.. Abi con palabras bien sentida-
lo espÜc • la pobre madre lo que ella sufriria si
bicieran daño á su Abel í y el gracioso niño dió
libertad á su prisionero y le miró marcbar , aso
mando en sus rosados labios la didce sonrisa de
los ángeles. Al ver este cuadro , que parecerá á
aigunos demasiado candido , abandon'. el alqui
mista sus bornillos p dejó que se evaporára uno de
los mas bermosos fluidos que se bau descubierto;
y, sentándose en un escaño, se puso ¿jugar con
su lujo; y Caliban , apoyando el cuerpo en su
azadon , pensó en el casamiento
Abel no gasió mantillas, sus delicados miem
bros se desarrollaron libremente , rodaba en el
laboraiorio babiendo estremecer á su madre cada
vez que tropezaba con botellas, venenos y.accidosi
pero Abe! la tranquilizaba esforzando su tierna
voz : Miro lo que bago mamá ! y confundia los
nnumerables bueles de su bermosa cabellera ue
= 23=
gra con las telarañas , se mancbaba la cara coa
carbon , saltaba encima de los hornillos, !odo lo
queria probar, todo lo quena locar, reia y ju
gueteaba sin pesares y sin que nadie le contradi
jera ; y la naturaleza se sonreia al ver el cuadro
divino que presentaba el laboratorio en el que ella
reinaba como soberana.
Pero quién podrá esíiresar la alegr'n , las deli
cias, ios brincos de Abel , cuando su madre,
abriendo un volumen del gabinete de las He
chiceras , le' enseñaba las estampas? Despiezaba
toda la fuerza desus bermosos ojos negros, búme
dos con el jugo de la infancia y parecia un niño
Jttnis de Rafacl , cuando pegado á su madre, que
tenia aun todo el aspecto de una Virgen pura, ad
miraba Serpentin verde Graciosa , y Percinet
el Pájaro azul y la Hechicera Tristona \ pero
el gravado inas bermoso, el que mas le extasiaba,
era el de la aparicion de ¡a Hechicera Abricotina.
I^a figura de Abel anunciaba la mas delicada
finura y la mas pura inocencia conciliadas en un
carácter cariñoso, amable, amoroso y valiente,
de modo que á los diez y ocbo anos bubiera po
dido ser «l page mas bermoso que bubiese pisado
=25=
nunca !os salones de una princesa \ pero el alqui
mista babia formado acerca de su bijo mil proyec
tos á cual mas capricboso que debian impedirle la
entrada para siempre en la corie de un principe.
Este grande bombre, ocupado siempre en me
ditar y en buscar, babia logrado encontrar: sus
reflexiones le enseñaron que existian para e! bom
bre social mucbos mas males que bienes. Preten
dia que Adan y Eva babian sido felices en el pa
raiso porque babian vivido en la ignorancia, y que
esta ligura de la Biblia nos trazaba el camino de
la felicidad: que la civilizacion proporcionales
cierto , goces sorprendentes , pero que los deseos
y las penas que ocasiona son tan crueles, como
son vivos los placeres con que se engalana í que,
en el estado de la natura eza no se conocia al
menos ningun ma!, que se ignoraba la existencia
de los placeres; y en fin, que se gozaba poco, pero
que este poco era puro como el agua que sale del
manantial.
Esta doctrina le babia conducido á la cabana en
la que su mugir, Cal iban y él llevaban una vida
exenta de lágrimas, una vida rústica, larga y
basta po tica. El amor, el agradecimiento, la be
= 25 =
«evo'encla y un Vigoro trabajo llenaban sus almas,
y fa dulce aüanza de todo lo que la naturaleza
presenta al bombre, unida á los mas sencillos sen
timientos, constituia su código.
Las legumbres adornaban su mesa, la luz del
cielo era la suya, el agua pura los desalteraba, y
sus vestidos eran modestos : Caliban se enconiraba
alli como un bumilde amigo cuyo corazon no con
cebia mas que una idea , el agradecimiento del
perro y su interesante fidelidad , su obediencia
sin murmurar y su pacifica docilidad. ¿ Qué les
faltaba ? el alquimista adoraba á su muger , la mu-
ger adoraba á su marido, eran dos almas en ua
cuerpo. íCuántas mugeres trocarian sus palacios,
diamantes, adornos, etc. por el vestido de percal
de la alquimista, por la cabana y por lo demas,
como dice La Fontaine.
El alquimista, satisfecbo de su ensayo, babia
tleeretado que su querido Abel seria educado en
tales principios; que se dejaria desarrollar su
corazon lo mismo que su liermoso cuerpo, como
mejor pareciera á la indulgente naturaleza ; que
no se le atormentaria para enseñarle funestas cien
cias. Su madre, su cariñosa madre, que se miraba
= 26 =
en él , su padre que no le amaba menos , aunque«
con mas gravedad, Caliban y el perro, eran los
únicos seres que debia conocer; la cabana debia
ser para él el universo, y el jardin toda la na
turaleza; y en cuanto á sus jiiegos , algunas cbinas
y un poco de barro bastarian para entretenerle
mucbo tiempo. Por medio de este oscuranlisimo
razonado, y acaso razonable , babia el alquimista
simplificado estraordinariamente la educacion.
Su dicboso bijo no se quejaba nitnca ; la inocen
te risa de la infancia jugueteaba siempre en sus
labios, sus gestos y sus palabras no esperimen-
taban tampoco ninguna traba, y el alquimista con
tes!aba sumamente complacido á todas las pre
gun!as curiosas de su bijo, pero de modo que ba
cia prevalecer siempre el principio sobre el que
descansaba la vida futura de su querido Abel. Se
Itsongeaha tanto del éxito, cuanto que, dándole
su ciencia la esperanza de llegar á una edad muy
avanzada, tendria tiempo de bacer á su bijo filó
sofo como él. La madre persuadida de que su ma
rido era una viva imágen de Dios, pensaba que
de ningun modo podia obrar mejor que confor
mándose con sus deseos; ademas , no babia en
= 27 =
ella bastante fuerza de raciocinio para encon
trar objcce iones, ni bastante determinacion pa
ra espresarlas. Mostraba, pues, una sumision per
fecta y sincera no pensando mas que en su bijo,
pafeciéudoití todo bien , y creyendo como articu
lo de le cuanto le decia sn marido. Como muger,
tenia razon; como madre la tenia tambien ; por
que vivia tranquila y feliz,y como debia esta feli
cidad á su alquimista, decia naturalmente para si;
«Gracias á él , mi bijo será feliz como yo lo soy.«
Sin embargo, el buen alquimista, como verda
dero isábio, trató de prever cuanto podia suce
der, y revel á su muger qua babia enterrado de
bajo de la cbimenea de su labatorio un talisman
contra todos los trabajos que pudieran asal!arla,
tattio áe!la como á su bijo, si él, su protector, les
llegase á faltar; pero le advirtió que no debia le
vantar la piedra basta el momento en que fuese á
abandonar la cabana para ir á otra parle. Y des
pues de baber rennido todos sus libros en un mis
mo sitio y arreg:ado muy simétricamente sus redo
mas, sus ins' ruinenlos, sus botelias, sus retortas,
dejó de concentrar en la alquimia toda su existen-
cia. Continuaron §in embargo babitando en el la
= 28 =
i'
boratorio, en el que el alquimista babia colocado
la cama de Abel á fia de tenerle siempre á la
vista.
Todo esto se bacia insensiblemente, porque loa
acontecimientos en esta iranquila colonia eran
jxrco rápidos. Abel, verdadero bijo de la natura-
leza, babia crecido y rayaba ya en k>s quince años
el alquimista tenia entonces cincuenta y la madre
cuarenta. El padre , nevada la cabeza (porque el
estudio y ia aplicacion produgeron este efecto an
ticipándose á la edad) , el padre consagraba todo
su tiempo en mantellerá Abel en el camino que
le babia trazado, y solo se ocupaba de la alqui
mia [iara cubrir los gastos ocasionados por su que
rido bijo. La tradiccion acerca de la cabaña del
demonio protegia á sus babitantes; ningun inci
dente siniestro turbaba su felicidad.
III.

SL BUEN ALQUIMISTA MUERE.

El tiempo que b« transcurro entre el cuadro


que presenta el laboratorio del primer capitulo
y la época de que vamos a ocuparnos ba (Sebido
producir cámbios que exigen otra descripcion.
En invierno no se acostaban con sol los babitan
tes de la cabana; á las cinco de la tarde Caliban
encendia una lámpara llena de aceite fabricado
por el alquimista. Este último se sentaba en el
(ilion carcomido ; su muger lodncia en un esca-
= 30 =
iío, Cali! '.in limpiaba los granos en un estremo de
la mesa y cerrábase la puerta. El anciano con la
cabeza nevada y cuyo rostro amarillento estaba
cargado de arrugas que la luz de la lámpara pro
nunciaba mas y mas, tenia en la mano el Gabinete
de las becbiceras , y seducido por las súplicas de
un bermoso joven babia accedido á ensenarle á
leer en aquel libro cuyas estampas babian becbo
encanto de su infancia.
La madre escucbaba deletreará su bijo , co
mo si fuera la música .de los angeles el fastidio
so tonillo con que lo bacia; babia aprendido á
bordar y adornaba el cuello de la camisa de su
bijo con un feston que el padre babia dibu
jado con tinta azul ; ó bien cosia en un vestldd
de la edad media que babIa logrado copiar de
una estampa del Principe encantador. Como en
aquella época se llevaba en Paris, levitas cor
tas y pantalones con pliegues en la cintura y
atados por abajo como los de los turcos 3 este
vestide no era ridiculo y con el estaba Abel mil
veces mas bermoso que Percinet , el amante
de Graciosa. En efecto entre la alquimista y
su marido, estaba respetuosamente de pie un
«=32=
Abel cuando niño babia cifrado loria' su alearia
en ver la« estampas tle los cuen!os de becbiceras;
á la edad de 16 años empezaba« á leerlos, y estas
májiras aventuras eran el objeto de todas sus me
ditaciones. Su ignorancia y su inocencia contri
buyeron á bacerle creer en la existencia de eslas
encantadoras criaturas que se conocen con el
nombre de becbiceras... porque no concibió nun
ca la idea «Te dejar en duda la veracidad de los
bistoriadores ; esta risueña mitologia de los tiem-
bos modernos estaba por o!ra parte tan en armo-
lúa con sn aima tierna y propensa á la religlon del
misterio que se le bubiera afligido estraord i nana
mente, si se bubiese desengañado. Estaba tan
intimamente persuadido de la rea idad de los
cuentos de becbiceras y de las brillantes invencio
nes del Oriente, que nunca se le ocurria bacer la.
menor pregunta acerca de este particular.
Asi pues ayudar a su padre en sus trabajos
quimicos, ayudar á Caübau en el cultivo del
jardin, pasear con el alquimista por el bosque^
por U nocbe Leerá la familia los delirios delas
MU y una nocbes etc. fué el sistema de vida.
4«e siguió por espacio de tres anos. Su ino
= 33 =
cencia, su bondad de corazon , la escelenciá dá
sus bellas cualidades, se desplegaron, y el buen
alquimista se felicitaba con su muger al ver que
este bijo, su alegria y su felicidad , se acomo
daria á vivir como ellos en aquella modesta ba
bitacion, en compania de una muger bonita y
de algun otro Caliban.
Pero el bombre proponey Dios dispone: eni
efecto, un dia que el alquimista trabajaba en
sus bornillos, su bijo y su muger le dejaron so-
ío y cerraron la puerta del laboratorio. El an
ciano, que estaba ya próximo á descubrir el se
creto de bacer oro, babia pasado mucbas nocbes
en vela : durmióse sucumbiendo al cansancio, y
el vapor deletéreo del carbon le abogó. Cuan
do la alquimista y Abel regresaron de su . pa
seo por el bosque, encontraron á Caliban que
se desbacia en lágrimas puesto de rodillas de
lante de su amo. Su muger permaneció en la
misma pastura;, Abel trató de levantar á su. pa
dre, pero le encontró: frio ; colocó entonces la
cabeza del anciano encima de sus rodillas y
procuró volverle á la vina á fuerza de besos.
ín fin, comprendió la idea de la.muertg;i«ubri^
Tomo L 3
= 3Í =
de lágrimas el inanimado cuerpo de su padre. El
alquimista tenia aun grabada en su rostro abue
la amabilidad. que babia formado el encanto de
tu vida y la de los que le rodearon.
Cuando la nocbe llegó, á la dutee elaridad
de la luna , los tres babitantes de la cabaña co
locaron el cuerpo da su amigo en una sepul
tura que Caliban abrió llorando ; y la aurora
sorprendió al grupo arrodillado delante de un
ribazo cubierto de cesped. No babian aun pro
nunciado una sola palabra, y el silencio solo fué
turbado por el apacible concierto de los pájaros.
—Nos anuncian , dijo entonces Abel , que el
alma de mi padre ba subido al cielo!... pero ba
pasado por las flores que cubren su tumba.
—Lo crees tú asi , bijo mio ? preguntó la ma
dre, mirando sucesivamente ya á Abel, ya á la
tumba.
i —Mucbo que si , d ijo Abel.
—A.b! déjame pensar, anadió , que ella vive en
ti !... Y deslizándose una dulce esperanza en su
desconsolado corazon , reelinó la cabeza en el bom
bro de su bijo. Caliban que nada comprendia, no
apartaba la vista de la tumba de su adorado amo!
y lejos de sentir que estuviesen en ella sumergido^
todas las ciencias , solo veia una cosa en aquella
silenciosa y postrera morada, á su 'amo es de.
cir, su propia existencia.
Los tres babitantes de la cabana entraron silen
ciosos en el laboratorio, cuyos muebles les re
cordaban uno por uno á su querido alquimista.
encontraron cierto consuelo en estos recuerdos, pe.
ro por mucbo tiempo ofreció aquel interior la imá
gen del dolor pintada en el cuadro del regreto
deSextus: mucbas veces la madre y el bijo per
manecieron ociosos mirando el bornillo, y Cali-
ban lloró encendiendo la lámpara , porque el acei.
te que el alquimista babia becbo , tocaba á su fin
y se acordaba de que ya no podia fabricarles mas.
Mucbo tiempo despues de esta época de pena
grabó el jóven Abel en la tumba del alquimista las
siguientes palabras que el genio oriental que viria
en su imaginacion le dictó seguramente :
•Como la jóven que, en las márgenes del Can
des, consulta el porvenir de sus amores, entre-
•gindo á la corriente del rio una ligera barca
•compuesta de bojas de palmera , y sigue con los
•ojo* la lus que en ella ba colocado, babiamos
= 3fi =
«nosotros cargado una débil barquilla con todas
«nuestras esperanzas, pero el rio la ba sumer
gido." : i * .
Un año despues, Abel no tuvo que cambial'
mas que unas palabras á su epitalio ; porque la
viuda del alquimista no tuvo bastante amor á su
bijo para soportar la vida, y fue enterrada al lado
de .su lie! compañero.
Abel desconsolado no abrió ya el Gabinete de
¡as Hechiceras , y no conoció en el universo mas
que el. laboratorio en el que babia jugado con
SU .padre y su querida madre; salia á la caitu
de la tarde, é iba cabizbajo asentarse al pie de
un sauce á llorar. al lado de la sepultura: Gaii-
ban no bablaba palabra, pero respiraba embele
sado los suaves perfumes de las flores que el
céfiro balanceaba ligeramente sobre las dos tum
bas, creyendo respirar las almas de sus amos ; y
la estrella de la nocbe los sorprendia con fre
cuencia en una sombria enajenacion. Abel, el
bijo de la naturaleza, se complacia en su pesar,
s.in procurar disiparle como el bijo. de las ciu
dades; y mucbas veces, cuando su corazon se
ballaba demasiado oprimido y no podia contener
= 87=
la aglomeracion de pensamientos virgenes y puros
que se babian apoderado de su casta imaginacion,
bablaba á Caliban con la poética energia del sal-
Tage:
—Escucba, decia: su vida era la nuestra; y
Jina vez que ellos no existen, por qué no m«-
rimos nosotros ? 'l
Este jardin está desierto, ya no me gustan
estas ñores ; la luna que en otro tiempo me son
reia, se oculta en las nubes, sin que yo ecbe
de menos su luz, y solo me gusta el ruido ar
monioso del viento del bosque, porque me trae-
de cuando en cuando sus voces que me bablan
desde lo alto Je los cielos.
Cultivemos estas rosas que nacen de sus ce
nizas, y cuyo olor es su alma; este lirio será
mi madre y esta odor Jera lila será mi padre,
cuya ciencia y talento se exalan en perfumes...
Caliban comprendia este canto de dolor, y si a1
gun pájaro cantaba, le auyentaba , porque su ale
gria los importunaba á ambos. Asi es que estas dos
almas inocentes se confundian siempre en la mis
ma enagenacion , en los mismos pesare«. Era«
cristianos sin saberlo. • i....i« -
= 38==
Una nocbe, dijo Caliban á Abel.
—Abel, la tempestad encorba la flor, pero
vuelve á levantarse.
—Las bay que se troncban, contestó el jóven.
CaÜban no pudo contestar, pero lloró...
Estos dos seres permanecieron por mucbo tiem
po sin ideas , sin conocimientos , sin socorros , en
medio del mundo , y como en una isla desierta
que el Occcano rodeára por todas partes. Sin.
embargo al cabo de algunos meses , Abel vol
vió á leer sus cuentos de becbiceras ; p•iro pronto
*e limitó á leer solo por las mañanas, porque Ca
liban le advirtió que gastaba el aceite fabricado
por su padre , y que era preciso economizarle pa
ra que les durase toda la vida.
Caliban escucbaba los cuentos y ambos se re
creaban reciprocamente comunicándose su opinion.
acerca de la naturaleza de las becbiceras. En fin,
Abel acabó por desear ver una becbicera, y no
sabia cómo gobernárselas para invocar auna; leia,
y volvia á leer , y veia siempre que las becbiceras
•e presentaban espontáneamente cuando uno era
desgraciado , y decia á Caliban : Por qué no be_
mas visto ya las becbiceras?... Ab! eselamaba,
= 39=
**Vivino... Mi padre era un genio , mi madre una
becbicera, y.„ nos ban abandonado.., ellos vol
verán .i...
Desde este dia , nació la esperanza en su cora-
ion ; estaba alegre como cuando jugueteaba sobre
el seno de su madre á quien llamaba la becbicera
Buena , y mucbas veces entraba en deseos ile le
vantar la piedra de la cbimenea , pero acordándo
se de que su madre le babia dicbo que para ba
cerlo, era preciso que fuese desgraciado y que es
tuviese pronto á ir á babitar en otra parte, no se
ballaba con bastante resolucion para abandonar la
cabana ¡de su padre í no se atrevia á alterar nada
de lo que se ballaba en el laboratorio, y todo si
guió en el mismo estado en .que el alquimista lo
babia dejado. El culto de los bijos (le la naturale
za para los objetos de su veneracion está lleno de
graciosas investigaciones , y su doior es mas no
ble que el que se manifiesta por medio del trage :
el luto del alma es la religion de la pena, el del
cuerpo es una devocion.
—Estoy persuadido , decia Abel á Caliban mi
rando la cbimenea con ansiosa curiosidad , da
<jue abi debajo está la entrada de un palacio sub
=.40=
tcrráneo , como p1 jardin en que Alaili n ba toma
do su lámpara ; que las gradas son de záfiro , las
columnas de diamante, la fruta de oro, que las
.granadas estan llenas de granos de rubi, que al
sacudirse las rosas se desprende de ellas una llu
via de oro y plata s y que una becbicera con su
varita ocupa un trono de nacar y que es ber
mosa como una manana de primavera ; está ro-
deada de pintados pájaros; tiene un carro tirado
.por palomas y me enseñará á mi padre y á mi
.madre....
—Pero, Abel, decia Caliban , tú bablas como
•tin libro....
- Curioso espectáculo era ver á este viejo y dis
forme criado al lado He Abe! , cuyas formas,
.belleza , seductoras miradas y desordenada ca
bellera daban la idea de un angel bablando con
un genio infernal. Mucbas veces decia Abel á Ca
liban: — Tú eres ftio, Caliban , porque no eres bi
jo de becbicera como yo ! La flor se sonrosea y se
marcbita , el ruiseñor muere despues de baber
cantado, mucbas veces un uracan arranca de raiz
nuestros rosales, el otro dia cayó una encina mas
alta que yo. — Pero yo no cambio; mi voz le
=41 =
Auena, mi mejilla se enciende, mis ojos brillad
y permanezco bermoso , porque soy bijo de be*
ebicera....
—Es verdad, decia Caliban; pero yo soy de Mans,
¿-Qué es Mans? preguntaba Abel.
—Es un sitio en que bay mucba gente y auto
ridades; es una ciudad.
—Una ciudad como la de nuestros cuentos?
.hay principes, mandarines, princesas?
—Y pollas , anadió Caliban.
En tal estado se ballaba Abel á la edad de diez
y oebo años: todas sus ideas se ballaban concen
tradas en el Gabinete de las hechiceras , su vida
era enteramente contemplativa y meditabunda , y
la fuerza de su rica imaginacion y de su alma orien
tal se ocupaba siempre de seres quiméricos: su
ienguage estaba Heno de imágenes y comparacio
nes orientales y su inteligencia estaba dominada
por todas sus supersticiones.
Sin embargo la aldea que veia con .frecuencia
sin desear ir á ella, porque su padre se lo ba
bia probibido, y porque ademas no queria te*ier
trato con los bombres, la aldea babia sufrido
grandes cambios respecto á la idea q«e ** tema
— f2 =
formada do la cabana del demonio. Cuando fe
«upo la muerte del alquimista y la de su muger,
empezó á disminuir el terror que la cabana de la
Colina inspiraba , y no se vió salir bumo de la
terrible cbimenea., y este cambio produjo mucbo
efecto. En fin , poco tiempo despues los jóvenes
que babian ido al ejército volvieron licenciados
y trataron de reclutas i los que decian que el
demonio babia babitado en el pais. Avergonzá
ronse entonces de creer que Iwbia pe'igro en
acercarse á la cabana del alquimista , y Ja cobo
Bontemps , sargento prunero de coraceros de la
guardia • les íirobó que el sacristan era un es
túpido ., pero que su bija Catalina no tenia igual
en el mundo, y que cuando uno babia estado
en Moscou, en España y en Egipto, ó babia su
frido un picaro sol que secaba la mollera , esta
ba en disposicion de poder dar su parecer acerca
de los estúpidos y de las jóvenes.
En esta época es cuando empieza realmente la
bistoria que contamos, y lo que precede se balla
en la categoria de lo que el espectador debe saber
cuando *e levanta el telon í y en este momento el
'clon se levanta.
IV.

UNA HECHICERA.

La última parte del capitulo anterior nos ba da


do i¡ conocer á Jacobo Boutemps y á Catalina , bi
ja del sacristan.
Abora es preciso que se sepa que Crandvani el
sacristan , era todo un bombre í dejó de ser sacris
tan y fue nombrado alcalde , y era el mas rico de
la aldea , porque fue bastante sensato para com
prar los bienes de la iglesia durante la revolucion,
á fin de que, segun decia, no salieran de manos del
«leroi Anadia, que el fuego del cielo no descend«
ria sohre c1 aiimfite comparador, porque tenia m.Te-
nas intenciones, pero in petto,se prometia disfru
tar completamente de los mencionados bienes. Fácil
es de concebir, que el sacristan babiendo compra
do mucbo por poco, podia estar muy acomodado
veinte años despues. Su bija Catalina era la mas
bermosa de la aidea , a! mismo tiempo que era la
mas rica, y por consiguiente no es de estrañar
que continuamente estuviese rodeada de mi I pre
tendientes. "
Jacobo Bontemps era un veterano licenciado sin
sueldo, porane no tenia veinte años de servicio,
y se comia el resto de sus aborros para mante
nerse con lujo y casarse con Catalina. Habia es
crito a uno áa sus antiguos compaii ros que era
mozo de escritorio en el ministerio de Hacienda,
á fin de que intrigase y le sacase la plaza de do
mine del comun , en atencion á que el que la de
sempeñaba era algo arrimado d la cola , espre>
sion literalmente sacada de su caria. Esperaba
casarse con Catalina si cons^guia desposeer a! do
mine , y nada omitia para conseguir su objeto.
Este sargento era el mejor mucbacbo de! mun
do, babia ganado la cruí dtí la legion d'e bonor
= 45 =
en Austcrlitz : pero x de vuelta á su pais , quiso
sostener su. cinta encarnada con sus discursos , y
se atribuyó un crédito que no tenia. Oigámoslo
de una vez.: Jacobo Bontemps era un poco babla.
dor; pero digamos tambien , para su justificacion,
que insensiblemente le babía becbo incurrir en
esa falta el deseo de ensalzar la gloria de ia Fran
cia , y el ascendiente que tenian los valientes co
mo él sobre los demas bombres , pero sobre iodo
papa bacer creer al alcalde que en ¿i tendria un
yerno poderoso ; si á eso se añade una imagina
cion. natural para lo» pormenores, so ie disimu
lará muy facilmente. ... ', i.: ^i.i ii| ii
Üo tenia el menor escrúpulo en disminuir el
número de. nuestros regimientos en Baufrien y au
mentar el tic los enemigos, en decir que babia
entrado con quince coraceros y el general Lasalie
en Stettib, y que coa treinta sablazos y un galope
se babian apoderado de la ciudad. Los a! d rano s,
colocados en semicirculo aguzaban el oido y abrian
tanto oío cuando el sargento les contaba que, mu-
ciías veces, un tamborcillo cualquiera, sio ma-..
armas que sus palillos, se iiitnoducia en las avan
zadas enemigas, y volvla con quince tíosacos coa
sus correspondientes cal» 'los/ brida , lanzas., ca
parazones y todos los demas adminiculos.
Decia tambien que era frecuente saltar .por una
tronera, mientras que el canon retrocedia des
pues de baber arrojado la metralla, y que mas de
una vez se babian apoderado entre cinco de una
maldita bateria que contrariaba las operaciones
del Emperador; y retorciéndose los bigotes, aña
dia quitando la ceniza á la pipa y meneando la ca*
beza : De ese modo se gana la cruz !... Y si alguno
de sus camaradas le objetaba desde un rincon, que
era un acto de .valor que solo se podia emprenderi
teniendo por ausiliar al demonio, Bonlemps, di
rigiéndole una mirada de amo, le replicaba: No
cbocbees!... El otro, al oir tan grave considera
cion , guardaba silencio, y basta ponderaba el
mérito de Bontemps.
De este modo el sargento , bombre de cinco
pies y seis pulgadas, tostado el rostro, y con ese
porte guerrero y ese aire suelto de nuestros sol
dados cosmopolitas, babia logrado persuadir al
alcalde ex-sacristan que conocia á los mariscales,
a los consejeros de Estado, y basta á la misma
corte , y que tenia mucbo crédito. .
= 17 =
Mucbo tiempo bacia que entre la municipali
dad de un pueblo vecino y la que Mr. Grandvanf
administraba se babia suscitado un pleito sobre
nnos bienes que estaban pro \n divisa. Cada mu
nicipalidad queria llevarse la mejor parte, y bacia
diez años que pleiteaban obteniendo autos y
providencias, pero no por eso se coneluia el ne
gocio. Los aicaldes no podian ir á Paris para cor
rer detras de los abogados y de los jueces , ni der
rocbar un dineral en comidas, cocbes y regalos, y
la municipalidad tampoco estaba en disposicion de
bacer gastos. El aicaide, creyendo lo que Bontemps
decia, le pedia, como prueba de su crédito , que
arreglara un negocio en que él tenia razon, y que
solo dependia del consejo de prefectura.
Jacobo, como bombre , empezó pidiendo tiem
po, y se propuso manejarse con Catalina ; de mo
do que la bermosa jóven se viese en la necesidad
de enamorarse de él « y baciendo estas reflexio
nes se prometia que el alcalde no podria pasar
por otro punto mas que por el de casarle con Ca
talina , ó mas bien , por el de proponerle que se ca
sára con Catalina. Hacia creer que su correspon
dencia con el mozo de escritori o era con los gefesy
=48 =
lo que era facil porque su amigo le dirijia las car
tas con el sello del ministerio: Jacobo se daba la
mayor importancia cuando encontraban los sobres
que tenia buen cuidado de dejar á la vista. Si bu
biere podido obtener la plaza de dómine, bubiera
coronado su empresa con un triunfo completo, y
todo el pais se bubiera prosternado delante de él.
No se sabe si babria pagado contribuciones; ni
si despues de tan bella bazaña babria sido nom
brado diputado por los pueblos vecinos. En ese
caso se babria oido en los bancos legislativos mas
de una de esas espresiones que
nos de nuestros mandarines '
las sesiones importantes.
La aldea estaba, como se ve, dominada por in
trigas tan complicadas y numerosas como las de
las Bodas de Figaro. El dómine estaba espuesto á
los tiros de Bontemps, que queria su plaza, y la
defendia- con bravura : con este motivo babia par
tido en pro y en contra, discursos, diferentes ma
tices de opinion y disputas. Sin embargo Jacobo
ponia buena cara al dómine y el dómine á Jacobo;
sucedia como en la corte; únicamente se ecbaba de
menos las casacas bordadas, el lenguage culto, co-
= 50=
brisa, armoniosa se deslizaba por debajo del fsllage
y. acariciaba el jardin, eselamaba CaÜban, mi
becbicera va á parar Aguardaban• Galiban le
vantando. la nariz se quedaba embobado, y el po
bre Abe!, despues de baber buscado largo tiempo
entraba en la cabana triste y cabizbajo- AI dia si
guiente, si: veia.algunas iflores recien abiertas, de-
cia que la becbicera babia mirado su jardin. En
ÍHi, durante su .sueño veia becbiceras; y , desper
tándose sobresaltado, escucbaba con la mayor aten
cion y creia que un suave murmullo dei viento,
era la risa agasajadora y burlona de una becbicera.
Una mañana estaba sentado á la puerta de la
cabana en la' piedra que ie servia de banCo: su
. vpstido consistia en una especie de sobretodo y
en un? pantalon á lo mameluco; el cuello bor
dado de su bermosa camisa que estaba vuelto de
jaba ver su torneada garganta, y sus cabellos
rizados como ios de Antinoces , le daban bastan
te semejanza con un dios dela antigüedad, le
yendo Homero para ver si el poeta Ife babia des
crito. ÍLa parra al parecer se «omplacia en pro
teger con la sombra de sus pámpanos al bijo del
alquimista ; el rocio, brillaba en el cesped sobre
el que descansaban sus pies; rodeábanle mil
odiferas flores y algunas adornaban su cabeza:
estaba leyendo la bistoria de esos dos bijos dé
becbicera que Heván estrellas de oro en Ja Irente
cunado oy'i de repente y á lo leíos el paso li
gero de una mugTr cuyo vestido al parecer se es
tremecia. Sn imaginacion trabajaba estraordina-
mente, y aguardó con amistad á la que un ar
busto le ocultaba todavia. A poco rato ve
adelantarse á una jóven vestida con sencillez;
sus negros cabellos se escapaban por debajo de
un pañuelo graciosamente prendido; su andar
era ligero; llevaba un corpiño encarnado y un
guardapies blanco, y en su rostro brillaba la fres
cura : su cuello era blanco , parecian torneados
sus brazos, y sus lindas manos bubieran bonra
do á mas de una bermosa señora; su cara espre
saba la inocencia , y una gracia pura, sin estu
dio, decoraba sus movunientos. Subia por una
senda con bastante precipitacion ; pero se detu
vo luego que vió á Abel , le contempló con ad
miracion y se ruborizó. Al pronto no notó la
avidez con que este la examinaba; pero no tardó
ea bajar los ojos y al parecer deliberó consigo
^=52 =
mismo si pasaria ó no por delante iie Ta cabana.
Asi como bay bombres que en sus maneras,
en su andar y en todo el conjunto de su ser,
encierran la dignidad y la fuerza , bay tambien
mugeres que reunen á un alto grado de perfeccion
lo que es esclusivo de la muger , y que estan
rodeadas de un cortejo de seducciones , atracti
vas gracias y lindas maneras. La jóven tenia mu
cbas mas de las que se necesitaban para trastor
nar la cabeza de un jóven que no bab.a visto
mas que á Caliban, á su madre y á un alquimista
anciano , ocupado siempre delante de sus borni-
mllos. Despues de un instante de silencio y de
exámen , Abel se lanzó rápidamente ; la jóven se
retiró , pero la estraordinaria belleza del jóven y
sobre todo el candor que brillaba en su persona la
obligaron á que no buyera mas allá de un cercano
matorral : Abel la siguió, y agarrándola de la ma
no que le temblaba , le dijo con el acento encan
tador del órgano mas sonoro que se ba oido.
—Pio eres una becbicera, porque tu mano tiem
bla: te ruborizas, andas por la tierra y no tie
rno* tarita de virtudes, pero ereí tan bermosa
como una becbicera.
¿=53=s
La jóven retiró su mano, y soto comprendio
de este discurso que era lisonjero para ella.
No contestó, pero miró á Abel con tanta e«.
presion que le reveló que no olvidaria una pala
bra de la frase que acababa de pronunciar, y
que no pararia basta encontrar el verdadero sen
tido de ella.
—Ven á sentarte á mi lado.... le dijo acompa
ñando sus palabras con una sonrisa galante.
Sentáronse en una roca; reinó un momento de
silencio , y Abel le rompió diciendo : — Quisiera
estar sentado con frecuencia á tu ladoi....
La joven le contestó, sois muy atento....
Abel la miró con inquietud , como si quisiera
pedirle la esplicacion de esas palabras; pero ella
continuó diciéndole:—¿Sois vos el que babita esa
cabana?
—Si , contestó ; y tú vienes de la aldea que es.
tá aliá bajo ? Yo no podré ir á ella porque mi pa
dre y mi madre me lo ban probibido y abora lo
sentiré mucbo.
—Ab ! no podreis venir?... preguntó la jóven
apesadumbrada con suma sencillez.
—Tio, replicó Abel , pero tu vendrás á mi caba
ña ; es muy bermosa. En ella verás los vestidos
que usó mi padre el encantador cuando babitaba.
en esta tierra ; los conservo cuidadosamente con
los de mi madre la becbicera
La joven je . miraba con profunda sorpresa ¿ y
cuanto mas le miraba, tanlo mas se encantaba con
la peregrina belleza de aquel bombre , verdadera
maravilla de amor. . • . .. ;
—Sn duda tendrás un nombre, continuó coi»
ingenuidad , como lodas ias princesas ? Hasta que
sepa el tuyo te llamaré Encanto del corazon,
íAbi me llamo Catalina...
¿Qué significa eso? añadió, creyendo que su
nombre espresaba alg:ina cna ídad, como los de
las princesas en los cuentos árabes.
Significa que soy bija de Mr. Grandvanj, el al
calde de la aldea.
En este momento, Caliban, que se ballaba en
la Cabana, oyendo otra voz. ademas de la de su
amo, acudió y enseñó de pronto su bedionda ca
beza : Catalina.se asustó y ecbó á correr. Abel la
miró buir, se levantó para seguirla con la; vista,
j , cuando Caliban le preguntó, qué era aquello, le
dijo: Una joven casi tan linda como Graciosa*.
=55 =
Cómo podria volveria á ver?... Puede que sea una
•becbicera disfrazada». .
Catalina, mientras buia, iba pensando en d
bermoso joven, y cuando llegó á la aldea babia
reflexionado ya lo bastante para decidirse á no re-
velar á nadie el encueniro que acababa de tener.
Por mas que reflexionaba sobre el particular, no
pod a persuadirse de que Abel fuese una criatura
bumana ; le babia parecido tan distinto de los de
mas seres que veia diariamente, que debia creer
naturalmente que pertenecia á una raza superior
No dejó de pensar ni un solo momento en aquella
celestial figura; en. el brillante colorido, en; la
frescura y en la inocencia de Abel; y por la no-
cbe, Jacobo Bontemps notó que no contestaba.
acorde á las preguntas que le dirigia , y que es
taba distraida. . • [. i
Abel, por su parte, pensó mucbo en el ser.
nuevo para él , que por la mañana babia visto en
realidad. Los cuentos de becbicera. que meditaba
le babian instruido perfectamente acerca de. los
sentimientos bumanos; no ignoraba que. existia.
un amor , puesto que cada cuento estaba funda
do, como todos los cuentos del mundo, en dos
= 56=
«mantes perseguidos. Pero las obras que leia no
eran bastante esplicitas para él y todo lo que de
ellas podia deducir era este axioma: que un
bombre ama una muger, y reciprocamente que
una muger ama á un bombre; él amaba á una
becbicera , y la impresion que le causó la ber
mosa Catalina estaba muy distante de ser vio
lenta como la que le bubiera becbo esperimen-
tar una becbicera. Sin embargo , cuanto mas se
contemplaba á si mismo, tanto mas conocia que
la imágen de Catalina estaba grabada en su co
razon.
El dia siguiente y por espacio de algunos diaí,
fué por la mañana, á colocarse en el camino, y
volvió á sentarse debajo de la parra y aguarda á
Catalina. El cuarto dia la vió venir á lo lejos: anda
ba despacio y mirando á su alrededor; levantóse,
tallóle al encuentro , y conduciéndola silenciosa,
mente á su banco rústico, la contempló un mo
mento y dijo luego :
—Catalina, porque no be olvidado tu nombre
estás mas engalanada que el otro dia ; llevas una
rosa en la cabeza , tu seno está cubierto con una
tela de rocio , en tus manos luce un círculo de
oro. Detúvose y la miró , en ademan de espera*
su contestacion.
Catalina se ruborizó 7 bajó los ojos; pero ba-
ciéndose cargo de la ignorancia del desconocido,
levantó sus párpados y le dijo: — En el mundo en
que yo vivo cambiamos de trage cuando quere
mos agradar á alguna persona.....
— \ Ab ! con que se agrada ipor el trage ?... aña
dió con viveza; quisiera tenerlos muy bermosos
por si consigo encontrar alguna becbicera !.-..
—¿Qué cosa es una becbicera? preguntó Cata-
vuna.
—Una becbicera, contest i Abel sonriéndose, es
un espiritu divino que se nos aparece en una nu
be y en forma bumana : sus vestidos se parecen
al azul de los cielos; su rostro es briliante como
una estrella ; andan por encima de las flores sin
encorbarlas, y cual la abeja, se aumentan con
miel ; beben el rocio y babitan en el caliz de la8
flores. Con frecuencia Se desliza una becbicera por
una rama i y desciende como llama ligera y bri
llante; embellece la naturaleza, reina. en ella coi.
mo soberana , bace felices á cuantos protejé y
les dá talismanes contra la desgracia. Mucbas vece«
= 58 =
los conduce á palacios cuyas columnas son de oro
y diamantes , cuyo piso es de mármol , cuyas bó
vedas se parecen alas del cielo; en fin, los rodea
con una luz de prestigios, de felicidad... y este
eniantamiento cac del cielo , uua mañana , una
nocbe de improviso.
- En ese caso, dijo Catalina, el amor es una
becbiceria. Y sus ojos resplandecientes de ternura
se confundieron con los de Abel en una mirada
de admiracion.
—El amor, repiicó Abel, tomando la mano á
Catalina, es una palabra que yo conozco ya;
pero no concibo todo lo que ella espresa. .
Al oir esta ingenua frase esperimentó Catalina
una violenta emocion; retiró dulcemente su ma-
6o y la llevó á sus ojos para enjugar las brillan
tes lágrimas que de ellos se desprendian. Abel
tierno y sencillo , se acercó á ella en silencio y
procuró recoger las lágrimas de Catalina con sus
largos y rizados cabellos negro..
—El amor, dijo entonces la jóven, es un pade
cimiento..... ... . . :.. .. i.
—Ob! no,. continuó Abel , el que ama debe ser
feliz 1 Si mi becbicera se presentára á mis ojos, co
= 59=
tiozco que la amaria , no me atreveria á acercarme
a ella , !a respetaria , la miraria en silencio) por
que me pareceria que una palabra mancbaria su
alma; me contentaria con pensar en ella. No le.
agarraria la mano como á ti; pero me complace
ria en respirar la flor, cuyo perfume bubiese ella
respirado; y si fuese una rosa despediria enton
ces un olor mil veces mas suave.
Preferiria padecer con ella a ser feliz con los
demas; y cuando bubiese marcbado la veria yo
todavia , la veria siempre!.... Seria mi madre, mi
padre , mi bermana.... De ella lo recibiria toiio:
luz, felicidad, alegria.... Si bablase lejos de mi,
presentiria su palabra, porque la acampanaria á
todas partes. En fin , viviria en ella , seria mi ma
ñana, mida ¿mi. sol,, mas que toda la naturale
za...,
—Basta!... basta!... dijo Catalina, sollozando.
—Lloras?..... por qué ? Tienes algun pesar?
—Si , contestó la jóven : escucbad , en esa aldea
qae desde aqui estais viendo , todo se vuelve pe-
nas y tormentos.—Y Catalina le pintó el cuadro
de las intrigas y de las desgracias de la aldea.
Abel solo comprendia que los seres de que se
trataba eran desgraciados , y esclamó :— Y bien,
que bagan lo que yo!... que tengan una cabana,
un jardin y serán felices! Vengart aqui y los con
solaré.
—Hay infortunios que no pueden mitigarse.
—Es verdad , dijo Abel acordándose de lo que
padeció cuando perdió á su padre; pero, añadió:
no todos babrán visto morir á sus padres!
—Ab! Hay otras desgracias que afligen á los
mortales. Tenemos en el valle una joven cuya bis
toria os contaré, la primera vez que vuelva à ve
ros si acaso vuelvo!.... anadió, y vos me direi«
si se la puede consolar.
—Si vuelves? preguntó Abel , y porqué no bas
de volver?
Catalina trató de espÜearle las ideas de caridad
y de moral que son la base de la sociedad, pero
Abel nada comprendió y le dijo.—No alcanzo por
qué se probibe en tu aldea que u»o baga lo que
constituye su felicidad.
Catalina miró largo rato á Abel con sentimiento
y luego se alejó con lento paso.
V.

EL AMOR EN LA ALDEA.
■nmnimi. .

Catalina á pesar de sus pocos años y de su in-


esperiencia , notaba sin embargo la ingenuidad
de A!ii:i , pero no podia traducirla. Lo que le
babia,dicbo de las becbiceras fué para ella el ob
jeto de grandes meditaciones ; basta que al fin tu
vo una conferencia con el cura para saber si
existian becbiceras.
El cura, bombre instruido, vino en conoci
miento, por la naturaleza de las preguntas de Ca
— 62 =
talina , que tenia un poderoso motivo para bacer
las , y como era muy natural trató de confesar á
la jóven. Catalina, demasiado sencilla para eludir
las preguntas del cura, le reveló todo lo que ba
bia pasado; este se quedó sumamente sorprendi
do , cuando supo que en el siglo en que vivunos
existia un jóven que se ballaba en el estado de la
naturaleza. Ignorando las circunstancias que ba
bian conducido á Abel á este punto de credulidad
y salvajes, se figuró el cura que era algun.jóven
que babla perdido él juicio, y se esforzó en de
mostrar á Catalina que corria grande peligro al
lado de ese eslraordinario ser. Le probó ademas
que las becbiceras eran personages imaginarios
creados por pura fantasia,y para bacérselo com
prender le leyó y le esplicó una fábula de La
Fontaine y un cuento oriental, y la exbortó á que
no volviera mas á la colina.
Catalina, al separarse del cura, no podia conven,
cerse de que Abel estuviese loco ; le parecia que
no corria peligro alguno á su' lado, si se esceptua-
ba el mayor de todos, el de amar sin esperanza de
ser correspondida. Para conseguirlo, resolvió bacer
el último esfuerzo para con su amigo de lá nion
= 63 =
taña , refiriéndole la bistoria de la joven segadora.
Acudió por la manana á su encuentro, y , sen
tándose sin cumplimiento á su lado, empezó di-
ciéndole que no babia becbiceras; y luego procu
ró bacerle comprender los argumentos del cura.
—Catalina, centestó Abel con gravedad, nadie
me probará que estaraos solos en la naturaleza.
Quién ba becbo todo lo que vemos ? Un gran ge
nio. Hay becbiceras de las flores, las bay de las
aguas, las bay de los aires. No te sientes inelina
da, como yo, á amar alguna cosa superior á ti?
— Ob ! si, dijo ella.
—Pues qué, no crees que bay flores que no se
marcbitan nunca y que bay un dia que no tiene
nocbe ? Todo esto se encuentra en el mundo de
las becbiceras: las becbiceras babitan mas allá
de los cielos , porque los cielos son el pavimento
de su templo y las estrellas son las buellas de sus
pasos. Cuando una tempestad cubre el cielo , es
porque los genios malos se ban escapado de sus
prisiones , ó porque ban roto las botellas que los
encerraban. Catilina , no deseas algunas veces en
contrarte en un sitio distinto del en que vives? No
deseas volar por los aires y confundirte en una
= 64 =
adoracion amorosa , como la que yo profeso á una
becbicera ?
Si, dijo con dulzura; soy cristiana y amo à
Dios.
—Dios ! replie ' Abel ; quién es Dios ?
—Es el que nos ba becbo á su imagen para
servirle X adorarle.... dijo, refiriéndose al cate
cismo.
—Ab! comprendo, continuó Abel; Dios es ti.
rey de las becbiceras y de los genios.
—Pero el cura me ba dicbo que no bay .becbi
ceras!... replicó despecbada.
—Qu¿ cosa es un cura? preguntó con ..viveza
Abel..
Catalina no pudo bacer comprender á Abel lo
que era un cura: se embarcó en una esplicacion
acerca del orden social, y no pudo acabarla, por
que se enredó. Al fin salió del apuro cqneluyendo
que un cura era un bombre que no se casaba
nunca porque no debia amar mas que á Dios, ro
garle por todo el mundo, y vestir de negro.
—Si tu cura, replicó Abel, te ba ensenado en
un libro que no existen becbiceras, yo te ensena
ré eu otro lo contrario!... Y corrió á buscar uu
=r65=
volumen de cuentos , y le presentó la estampa (le
la becbicera Abricotina.
—Una vez que quereis que baya becbiceras, lo
creeré! dijo ruborizándose: y aun cuando asi no
fuese, creer en vuestro error me es mas grato
que conocer la verdad.
—Catalina, dijo Abel, con la alegria infantil,
con la inocente curiosidad de una ardilla que cor
re de rama en rama jugueteando con la fruta, Ca
talina, tú me bas! prometido una bistoria; cuén-
tamela, porque me gusta oirte bablar....
Catalina esperimentó en su corazon un movi
miento muy parecido al que produce el miedo. En
efecto , iba á decidirse su suerte.

HISTORIA DB 1A JOVEN SEGADORA.

A la última siega, dijo señalando los campos del


Talle, ba venido de la Lorraine una joven con su
madre. Ambas eran muy pobre«; y la madre, aun
que anciana, y á pesar de sus enfermedades, ba
. acompañado á su bija.
La bija se llama Julia : es bermosa como una ro .
«a que acaba de abrirse j y, debajo de su graa
Tomo L 6
=66=
Sombrero-de palma, parece,, con sus rubios cabe
llos , una violeta que se oculta debajo de una boja
teca. Süs brazos son redondos y lisos como el tron
co de un álamo blanco , y en otro tiempo era su
, sonrisa graciosa como una manana de .'primave
ra. Ambas se presentaron en aquella quinta que
Veis allá abajo, mas acá de la aldea para que se las
emplease en la siega, como en efecto lo consi
guieron.
El arrendalariotiene un bijo joven bien formado
y bien parecido: cuida de la labranza; es el. mas
diestro de la aldea en el tiro y en el arco; sabe
leer y escribir , y canta en la iglesia los domingos;
en fin, es el que .dirige los segadores y todos los
jornaleros de la quinta.
Hallábase en la sala de Ja quinta , cuando Julia
y su madre se presentaron: luego que Julia le vió
ise puso pálida y se -sintió dispuesta i amarle, -por
gue era muy bermoso. ( c¡ .,!i obiav/ с
--SÍ yo amase¿dijo Al^l .intórrumpiéndole, solo
amaria la bermosura....
—Julia suponia aparentemente , continuó Cata
lina, que el alma de ese joven seria como su este-
,rior, y la pobre nina, antes de saber si seria cor-
respondida, se abandonó á querer al ligo del ar.
rendatario. i ^
No segó nunca mas que en las piezas en que él
estaba; mirábale á burtadillas, y, si separaba eri
.algun sitio , no permitia que otro fuese a cortar
Jas espigas que él babia pisado, y si se sentaba
en una garba , la llevaba sobre su cabeza. En fin,
procuraba encontrarse siempre á su lado,.4e modo
.que cuando.se quejabadel calor, le presentaba
el cántaro lleno de agua , que llevaba ceiiella,,.^
«e notv une no permitia que inaidípvUebíese. an él
sin esceptuar á .su anciana madre^. Y prefirióla
pesar de su indigencia ,.comprap otro., ya pesar
de su debilidad, llevar. dos eni ves de unp. .
. . Cuando Antonio: bablaba, ¡eja temblaba y .re-
.eogia los menores. ecos du aquella y:pz. querida: si
4e dirigia la palabra.» se av^gonzaba,.^ np ge
-alivia á núíarfe ; iín fin , le/pinaba ijan itajja.iu
•alma , aprovecbando con^ardar «(..momento flrer
jente, y no:|»sando^^l.jBor.veflÁr.'.„.p, 1l ..
La madre notó qne su bija babia mudada^no»
que, á pesar .4eja,ue Julia no. se mostiIa|ia,pani£lla
menos cariñas»«. pade^iai np :abstantei algunas
distracciones. Un dia que Antonio babia. .ayu:da-
= 68 =
do a Julia á cargar su gavilla y que sus manos
se babian encontrado con sus miradas , dejo qiie
su madre llevara sola la carga de la que acos
tumbraba desembarazarla.
Con este descubrimiento, dijo la madre á Ju
lieta: bija mia , el aire de este pais no te convie
ne, volvamos á Lorraine: Julia la contestó que
la Lorraine estaba en aquel pais para ella. La ma
dre conoció que no babia remedio, y continua
ron segando. c "' r - . '''
Antonio no ignoró mucbo tiempo que Julia le
amaba , porque una nocbe la vió en el patio de
la quinta sentada en una piedra, mirando ora el
cielo, ora el sitio de la casa en que él babitaba.
Como era de nocbe, creia la enamorada joven
que todos dormian ',. f no temiendo ser sorpren
dida, envió un beso á la babitacion en que des
cansaba Antonio. Esta muda y silenciosa adora
tion, este amor secreto agradaron al joven que
desde aquel momento estuvo con Julia mas alen
tó que nunca. . . . . ,.l
-Escucbais? dijo Catalina á Abel.
-Si, si, respondió el joven como si estuviera
soñauJ». A «g :
Catalina repitió la frase mirándole :
-Y continuó: Antonio dió á Julia menos traba
jo que á los demas. Guando bacia demasiado ca
lor, le decia que descansára , y ella descansaba
con su madre porque era él quien se lo babia di«
cbo. En la mesa tenia cuidado de que fuese bien
servida , y un dia le puso una flor en su sitio.
Julia tomó la flor y la ocultó en su seno ; esta
flor aunque marcbita está todavia en él.
Una nocbe, cuando todos se babian acostado
ya, Julia y Antonio fueron á sentarse al pie de un
árbol del jardin de la quinta, y bablaron largo
rato: Antonio quedó prendado de la gracia y del
talento de la jóven. Desde entonces se amaron
ambos con ardor y en secreto. Julia fue fel iz
cuando vió que su amor era correspondido por
el que ella adoraba ¿ y se entregó con entusias
mo á la esperanza.
Cuando vió que Antonio estaba, bien enamorado,
de'ella, entonces se trocaron los papeles: Antonio
fue el que desde aquel momento abrazaba con amor
todo lo que ella llevaba ó tocaba; la miraba segar,
y le ayudaba lo mismo que á su madre, la que, á
pesar de su larga esperiencia, empezó á creer que
=:7T> =
todo acaban* bien. La anciana se sonreia al ver W-
lar por la nocbe al bijo del arrendatario con Julia,
y que no la abrazaba en la contradanza, como es
costumbre ; circunstancia que le pareció de buen
aguero. En fin , una nocbe, al retirarse á la quin
ta, Julia, quebabia agarrado el brazo de Antonio,
le dijo:—Amigo mio, tú me bas dado una flor de la
tterra.y otras mil flores que vienen del cielo; en
cambio yo. no puedo darte mas qui esta cinta
queme sirve decinturon; tómala, y acuérdate que
al dártela te be dado toda mi alma. Antonio tomój
fe cinta, quiso un beso, pero Julia se lo negó.
Llegaron á comprenderse con una mirada, á
leer en sus ¡ojos y á no poderse separar: con
fundieron sus corazones y salmorearon las delici'*
de un amor delicado y puro. Wobabia ya paradlos
ni boras ni tiempo; ni estación ni tierra ; no cono
cian mas que pasion ; y acabaron por adoptar los
gestos, el bablar, las maneras el uno del otro,
por pensar'ambos del mismo modo; en fin, Antonio
era Jul:a, y Julia era Antonio.
f Una mañana que Julia.' lloraba , porque el ar
rendatario babia bablado (le la conelusion de la.
liega y de despedir á los segadores, dijo Antonio
á su padre que amalla á Julia y que queria i
sacon ella. La misma .tarde ol arrendatario que
queria enlazarme con su bijo, ecbó á Julia de la
quinta, despues de baberle dado loque le debia; .
en fui, dijo á Antonio que no consentina nunca en
que se casara con la segadora, porque era dema
siado pobre.
Julia salió sin llorar, pero estaba pálida como
una muerta ; y fué recogida por Otro arrendata
rio, en cuya casa trabaja sin ganar nada; pero no
quiere abandonar el pais que Antonio babita , y la.
pobre jóven es aun feliz porque respira el mismo
aire que su amante.
He ido á verla una mañana y le be dicbo:
. —Julia, está segura de que no me casaré nunca
con Anionio, y si necesitas algo, encontrarás en i
mi una amiga que te socorrerá coa mucbo
gusto! '« i
íBien ! eselamó Abel , palmeteando como un es
pectador sumamente conmovido. Catalina se que»
do conmovida, tan violenta y dulce fue para su
corazon la alegria que le causó esta alabanza que
partia del alma!.....
Desde entonces, continuó, Juliano tiene mas
placeres querer á Antonio en la iglesia y algunas
veces en el campo; de vez en cuando se encuen
tran y se juran ser el uno del otro. Sin em
bargo Julia se acusa de baber atraido sobre la
cabeza de Antonio la cólera de su padre, porque
el arrendatario ba deelarado á su bija, que si no
se casa con la que él le destina por esposa, le des
beredará vendiendo cuanto posee. Julia está
triste, sin esperanza, se consume y parece una.
tierna flor roida por un gusano: toda la aldea la
ama y la compadece, y sin embargo se muere de
amor.
Abora, añadió Catalina, qué remedio encon- .
trais para tales males?... Abel guardó silencio.
i —-Pero, continuó Catalina , suponed que An
tonio no bubiese amado á Julia y que Julia le bu
biese adorado: decidme, podria existir para una.
alma llena de amor, mayor desgracia! .. . ...• •.
Al pronunciar estas últimas palabras con voz
trémula , miraba á Abel con ansiedad , y aguarda
ba su contestacion, como aguarda el rocio de la
nocbe la flor abrasada por los fuegos del sol.
—- Me parece , respondia Abel, con indiferencia,
q«e el verdadero amor acaba por vencer todos los
= 73 =
obstáculos; las buenas becbiceras triunfan
pre...
Triunfaré ?... se preguntó Catalina.
. Desde este dia Catalina fué con frecuencia i
bablar con Abel í y la pobre mucbacba amó al bijo
del alquimista con el mismo ardor que Julia ama
ba á Antonio.
Sin embargo, se esparció la noticia en la aldea
de que babía en la cabana de la colina un joven
bermoso como el dia, encantador y celestial, y'
que un demonio infernal le servia ; que babía be
redad o del alquimista el poder de dominar la
naturaleza ; que tenia conversaciones con las be
cbiceras y con los espiritus foletos; y en fin, que
se le veia algunas veces por la nocbe , á la iuz de
la luna, bablar con un muerto que vagaba como
utta sombra. Estos rumores circularon por toda
lo comarca , y lo que los acreditó fue el baber'
probibido el cura en una plática á las jóvenes el .
que fuesen á la colina.
• Abel amaba á Catalina , pero como se ama á
«na bermana, y se alimentaba de continuo con
sus dulces ilusiones. Era Unto mayor sü deseo d«
ver á una becbicera , cuanto que sus sueños le
ofrecian mucbas veces imágenes fantásticas que él
Abrazaba con ardor , y creia algunas, cuando de*- 1
per taba , que realmente las Labia visto. - ..i..T
; Todo esto se lo confiaba á Catalina , que conte
nia sus lágrimas ; pero al separarse de Abel les i
daba curso porque se veia. pospuesta á unos seres
imaginarios que el cura le bal ia dicbo no podian
existir. Esperaba que llegase su vezf . / . vii^
i Iba siempre á ver á Abel por la manana , porqué.
fue una manana cuando le encontró por primera
vez: de modo que nadie babia notado aun sus ca
minatas á la colina; y por otra parte su padre no
concebia ninguna sospecba porque conocia su ino
cencia, y porque le babia inspirado borror á bv
COlina. .i i'• i.hi / •." •. . ..' l:' ..«

, Sin embargo, cuando Catalina conoció quede-:


Lia amar á Abel sin esperanza de ser correspon
dida, empezó á perder. el. color: el cambio de su
rostro y de sus costumbres no. se escapó al ojo del
sargento de coraceros de la guardia Ja cobo Bon-
temps , quien todas las nocbes la obsequiaba.
Notaba que bacia algunos diasque no era muy
bien visto por Cataiina, quien comparándole con
Abel, cuyos modales eran naturales, elegantes y
= 75^=
sencillos, encontraba de mal gusto el tono brusco,
los movimientos descompasados y el lenguage de
Bontemps.
Sin embargo se lisonjeaba con la idea de casar
se Con ella ; porque babia recibido una carta qu«i
le daba mucbas y buenas esperanzas: en elec
to, su amigo el mozo de escritorio babia sido agra
ciado con la importante plaza de mozo del gabine
te particular del ministerio. Entonces redactó un»
peticion al ministro solicitando la plaza de precep
tor, y se la envió á su amigo para que la colocara
en la mesa de S. E. á la primera ocasion. Mucbo
tiempo invirtió en redactar su peticion, pero al
fin parió , despues de reflexionar por espacio da
quince lias, un trozo curioso que trascribiremos
literalmente. ... v. /v«i.. .
«Monsenor (1): ..i. . . \v9 • « ,'
«V. E. sabrá con sorpresa que en el comun de
«V***. bay un preceptor sumamente estúpido; que
«en la máquina, cuya alma es V. E. , se encuen-
«tra una rueda sin unto: esto supuesto, Jacobo
«Bontemps , sargento de caballeria , al cual , por
i .. i'
(1) Copiada del original.
=^76=
«paréntesis , se le negó una pension de retiro
«porque le faltaba un «fio de servicio , y eso que
• le babia licenciado sin solicitarlo; pero en
«atención á que V. E. no era ministro entonces,
«no se le puede afear semejante proceder •pero
• no 'por eso ba dejado de quedarse sin pension.
- «Sin embargo, va sin andar con rodeos á su
plicar á V. E. que se le dé la plaza del precep-
«tor , retirando al que la posee actualmente, por-
«que el esponente solo quiere la plaza del pre-
•ceptor y de ningun modo indisponerlecon V. E.«:
«no os costará esto , Monseñor, mas que una plu-
«mada; y el abajo firmado tiene la satisfaccion
« de recordaros que estaba de guardia en la puer-
«ta de V. E. antes de que fuese ministro , y que
«.e ba salvado de los cosacos, sin \o que Monse-
« ñor no seria su escelencta abora.
' «El esponente no duda de los sentimientos de
t agradecimiento de Monseñor, con lo cual tiene
«el bonor de ser &c.
« Jacobo Bontemps.«
i. ... o •
Coneluido este manuscrito, reunió todas sus
ideas para bacer una relacion en el mismo género
=77 =
de todo la concerniente al negocio del eomnn,
y le envió á uno de sus antiguos generales , reco
mendándole la entregase á un consejero de Estado,
«i fin, decia, de arrancar ¡nmediatamantc una
real órden. »
Coneluidos estos despacbos, Jacobo Bontemps
deelaró al padre de Catalina que antes de un
mes seria preceptor , y que el pleito seria falla
do. El antiguo sacristan contestó que si asi suce
diese Catalina seria su muger, y Catalina dió un
suspiro.

wow.
i: i J.'^h .iinvi¿iiÍii; ík .•./ . v, n.••? . • 4 •.:

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Abel •pjeiseibaHia persuadido Jeque no veri«
nunca una becbieeraji íá,¡los tres 6 cuatro dias
iencerro toaos les libros de becbiceria , i{oe sa-
ibia de memoria, decidido á no Yolrerlos'á abrir.
Como todos los que empiezan á dudar de una
i *osa déla ipJfe. bacian dependpr ísn felicidad, se
abandonaba á una .dulce imelancolia ; encontraba
,T«n vacio en si mismo ^pensabaen Catalina. To-
: «los los elementos del anwr «e encontraban eniél
i=80=
sin que él estuviese enamorado. Sus fogosas ideas
se replegaban en sueños que no tenian objeto y
le sumergieron , durante la ausencia de Catali
na , en una especie de abatimiento mortal. En
una palabra , esperi mentaba esa necesidad de
amar que nos obceca al salir de la infancia j
que da á los primeros amores tantos atractivos j
tanto fervor.
Una nocbe , despues de baber contemplado lar
go rato el cielo, en lenguaje oriental, apostrofo el
firmamento:—Nubes, dijo, que con frecuencia os
parais en la cima dejas inanlaÁas, y colocais en
ellas el genio que refresca la tierra, enviad á mi
cabana aigun ligero espiritu foleto que me instru
ya ó que me prescriba alguna empresa difícil que
pueda llevar á cabo con toda mi alma: que me
mande precipitarme en un lago en cuyo fondo de-
. ba en contrar los leones que custodian una joven
becbicera ^sentada en un diamante, y dormida por
i los artificios de un cruel encantador. Estrella, con
duceme bacia la que debo amar.;. Rayo divino que
partes del seno de la reina de las nocbes, guiame
a la comarca en la que se encuentra Farucknaz,
e« la que el Ron desplega sus aias, en la que s*
=81==
elevan las mil columnas de pro Je los castillos de
las becbicer^asmiv;v i ... .. . «i..* ...i : • i: • . i
,. — Ab! pronto, dijo 4 Caliban que le escucbaba
sin comprenderle , pronto 1 mañana quizás, re
gistraré la cbimenea, é iremos á Atraparte: por- •
que . los principes, en mis cuentos , van por el
mundo, y de este modo encuentran becbiceras,
disfrazadas de mendigos y de. duenas.; pero, aña
dió , i cómo abandonar el campo en que descan
sa lUHnadre ?,... y .Catalina. ,ijsí tú .Caljban, qu«
"©¡puedes andar? v • Ai oibism h .l' . ii —-..**•
-sfoü^n jefesó la,mano,,.„.. . ,..,r., ..; r.,j ¡:....
lo-j-Qujsiera. amap !.., eselamft .4be.l.:„mjs. flora*,
mi calaña, mis .plantas .no me basian ya!... estoy
solo !... Ob becbicera de mis amores !... buena be
chicera , ven en mi socorro I
Entró , y se acostó tristemente en su cama que
estaba en el laboratorio „ y no tardó en .dormir
se libremente , lo mismo que Caliban que babita*'
ba.en iinajpie^a.distante de la^uja, .. .i .
Era cerca de media noche : el mas profundo si
lencio reinaba al rededor de la cabana, turbado
Un solo por el viento fresco de .1a nocbe , que ba
lanceaba .suavemente las ramas de los árboles; a>
To«to I. 6
=82=
gunos mocbuelos gritaban á lo iejos : espesas nu
bes ocultaban la tuna. Abel soñaba que una be
cbicera iba á presentarse ; oyó eutre sueños los
encantadores acentos de una música aérea, y es
cucbaba con el entusiasmo de Una alma separa-
cia del cuerpo la argentina Voz Je la becbicera. Se
despierta sobresaltado, la dulce música del sue
ño continúa..» al momento cesa.... Qué espectá
culo! . . . ;. i ini i• t i.i•

: Para dar una idea exacta, seria. preciso fWMíer


describrir el cuadro de Eudimion, presentar á
Abel , tan bermoso como el pastor amado de Dia
na recostado con gracia, yi eoioi^ado'cdtó6iiéÍpOr
la luz amorosa que anuncia ía .diosa í pero aqui,
en el laboratorio, la diosa babia. llegado! Con sor*
presa ba visto Abel salir de su cbimenea al obje
to de sus sueños, á una becbicera, pero la mas
bermosa de las becbiceras, la becbicera de los"
amores!...
Se adelanta en medio de una nube de luz blan
ca como la de una estrella; esta luz la produce
«na lámpara de bronce que la becbicera ba dejan
do en la cbimenea sin que Abel lo baya ecbado
de ver. Esta lámpara de forma antigua despide
-=83==
una elaridad que parece un rayo celestial é Hu-
mina el laboratorio. Abel cree soñar, todavia y se
entrega á la delicia de contemplar á la becbicera,
Cuya encantadora voz acaba de oir. .W i. , , ...
E1 canto y la música ban cesado.... Desde su
trono de luz parece que insulta la becbicera la
tierra , la que no se digna tocar con sus pies de
nieve. Su vestido es de una tela blanca tan des
lumbradora que escede lajidea que Abel babia for
mado del trage de una becbicera. Su cabellera
negra como el azabacbe está sembrada de perlas
cuya encantadora blancura , mas agradable que
la del diamante , da á su cabeza la apariencia de
un cesped cargado con mil gotas de rocio•:
Un cinturon de perlas rodeaba un talle esbel
to, ligero y voluptuoso: un collar de perlas de
quince bilos apenas fue distinguido por Abel,
porque se confundia con el cutis de la becbicera!
tal era su blancura; en sus torneados y unos bra
zos brillaban dos braceletes de perlas, y su ves
tido estaba bordado de perlas. Llevaba en la ma
no una varita de nácar y prendido de la cabeza
un velo imperceptible. i . .•..'i. • i. .'.*
Esta bija del aire era pequeña, viva y ligera,
z
г

petfo seria imposible dar una idea de su rostro.


fincerra*?* todos los caracteres: la bondad enlazada
<*Йl el orgullo^ la grandeza-, el amor, la gracia y ese
atractivo indetmible que resulta del deseó d«
agradar; sus' vivos ojos llenos de fuego estaban
^oflfeadds de' ese Jcirculo negro que aumenta su
ФrШо.;' y.itemah ademrfs esa sorprendente espre'.
'5i0tt de deleite que dan unos largos y bermosos
'parpadüs que avanzando bacia el centro del ojo,
4öcban-al parecer por ocultar la niña en la que
ЧячМа lodo el fuego del amor; en su mejilla en
'flbr resfi!aridecia el brillo de una reluciente man
zana , y suboea se sönreia como una rosa que se
abre, eriseñando ttnos iliemeS rivales de las per-
Mas que In ndoriiaban.-Su diviuasonrisa anunciaba
4in fiensafmierïto pnrö y bresco como su aliento, f
Ja oiegfcn¡cia de su Suelto quesalra de la' graeios»
curva de sus bombros cdttio «иWncoluirm& de
-bastm , intíicaba que habia estudiado 4¡a 4nagPsúfl
'en los cielos. Su sono à peser' debitar cubierto
,eon «ufa gaza aérea-, fue devorado por Abel, quii'tf,
*n el silencio de la noebei'pudo oir el murmullo
de aqui os globos de inarfiL
= 85==
mia que sh aliento biciera volar aquella aparicion
divina, y no se atrevia á mirar á la becbicera^
cuyos ojos le parecian . dos estrellas del .cielo. La.
becbicera se complacia en go*ar de la sorpresa dq
Abel, y sus miradas revelaban una curiosa admi
racion. Bajó y levantó los ojos, basta que Abe.I B
oyendo su respiracion, no pudo ya dudar de¡.Ia
realidad de esta brillante aparicion, se prosternó.
y, levantando su angelical rostro , le dijo con
entusiasmo y con la voz de la adoracjooft r;
: —Eres sin dudadla beebhera.de. Id $ perlas ?.„
Se sonrió y bajó la cabeza como' senal 'de apro
bacion: este du! te movimiento bizo brillar mi
grueso diamante que adornaba ¡ su pura frente.
Abel creyó que la nube de luz temblaba y descr'h.
bia circuios muUiplicados, como la cristalina agua
de un rio cuando se le arroja un guijarro.
—Hermosa becbicera de las perlas i continuó
con suma ingenuidad, babeis oido mi voz?... Tof
mad en vuestras blancas manos, tomadlas rienr
das de mi vida! quiero pertenfeeeros si soy dign?
de ello, pero el presente de un corazon. puro ere»
que es el mas Hermoso que se puede baper en la
tierra. Ab.! venidalgunas. veceajkn« ^""rW
fue^ dé la cabáiiía j subió á 1a cotfna, y ba¿ia éli
bosque divisó un. e.irro luminoso arrastrado con
la rapidez de uña nube de las tempestades. Retiró
se á su casa y en toda la nocbe. no pudo dormirse;
veia continuamente la becbicera de las perlas;
oia aquella dulce voz y se precipitaba para agar
rar el pie luminoso que babia visto brillar en un
coturno de plateada tela í se frotaba algunas Veces
tos ojos pero no podia dudar.
' Cuando amaneció tuvo la prueba de la celestial
aparicion: el taburete de su madre estaba delante
de' la cbimenea y encontró enfcima de él algunas
perlas que se babían desprendido del vestido de la
hecbicera. Fué á ver la cbimenea ,' y enc,ontrio'a
su pie los restos •ie un enorme bocal'(pie su padre
había colocado encima de ella, y eni cuyo rótulo se
acordó Abel de baber leldo siempre la primera pa
labra, Talento.'
' '. —Éso es, dijo para si : mi padre tenia aqui en
cerrada la becbicera y su tiempo ba acabado esta
nocbe. . "ü\% i•« . •i
En fin entró en la cbimenea y vióq«ue«n bro
de los lados bab. a abierto su. padre una escalera
en la roca, la que estaba sembrada de -perlas;
= *9=a
S*^^drd«»icWríó;áiU*8fiéltt«r'aCu!ibart .y U
contó. la iáfiaripioni de ila .becbicera; El• antigua
criado so .alegró^ y cuaTidOi' su amo. coneluyó, le
dijo :•— Abel j yo . me vuelvo viejo y .hioriré pron-
to: preciso es pedir, á tu becbicera, para evitarte
el trabajo de cultivar el jardin, moler el trigo y
sembrar las legumbres, que mande .bacer estas
faenas á los espíritus foletas sttsserviddresíni. u«:i
' '.i¡—Si pndies% bacerte Inntortail ? dijo Abít^péi
1«0 esto no está. en fas [atribuciones de las ibecbicé»
ras. Sin embargo' como este punto es dudoso^ vol
veré á leer el Gabinete de las Hecbicera« á ver
si encuentro algun ejemplo favorable. Caliban se
alegró esperando que en alguna página olvidada
encontraria Abel un despaebo de inmortalidad
para ambos. .•«:!i:-.rni.;.'.i (..iii •..i/•/ m i
Abel saltó, y el primer objeto que birio su vista,
filé á unos' cien pasos de la cabana, una masa blan
quisca que no estaba acostumbrado á ver. Acordá
base que en aquel mismo sitio existia antes algu
na cosa ; pero solo despues de una bora de med i-
tacion vino en conocimiento de que era el enorme
matorraf^Ue íe'báTWibcu>táilijiáCatálinai, la pVi-
JneM.feJi^msieflBiiie Kalnkávfcbfárádo íiriJ.lüfc»
Um. Corrió y vio que el matorral babla sido que
mado para descubrir Una enorme piedra alrede
dor de la cual crecia y la que ocultaba á todas las
miradas. Esta piedra era cuadrada, y vió estraños
carácteres trazados sobre la lápida que cubria esta
especie de monumento rústico. Debajo de esta pie-
(Ira se encontraba una gran tabla , sepultada por
mucbos años debajo del terreno: babiase cavado
la tierra y esta tabla en medio de la cual babia
una gran anilla. de bierro estaba libre de cuanto la
babia ocultado. Este trabajo bastante considerable
se verificó sin que Abel le bubiese oido , y esla
reflexion le bizo pensar que era un cbasco de la
bermosa Hecbicera de las Perlas , y que este
monumento y sus carácteres {jeroglificos significa
ban cosas muy importantes. i í
Ecbóse en el suelo con el oido en !a tabla , y oyó
un ruido sordo que creyó era producido por algu
nos espiritus foletos ; pero realmente le producia
la misma causa que bace retumbar la ola del mar
en las concbas que los mucbacbos se aplican en
los oidos. ...
. Levantóse y procuró interpretar los caracteres,
|iero fue imposible porque carecían de sentido, á
=91 =
pesar ile que Abel distinguió algunas cifras borra
das por el tiempo.
Miraba todavia este singular monumento cuando
oyó un paso ligero como el de una fantasma ; cre
yó que era !a becbicera, pero levantó la cabeza y
vió i Catalina , que no obstante sus penas se acer
caba alegremente a él. Abel no pudo ocultar un
momento de despecbo al ver que se engañaba : es
te gesto no se ocultó á la penetracion de Catalina.
—Qué teneis ? le dijo temblando como una boja
de invierno.
—Creia, respondió Abel , con una dulce sonrisa,
que por el pronto tranquilizó á la pobre Catalina,
creia que era la becbicera....
—Qué becbicera ? dijo con sorpresa.
—La de las perlas, repli ;ó Abel con ojos bri
llantes de amor; ob! qué bermosa es!... pero qué
tienes Catalina, apartas los ojos?...
—Si , dijo con voz abogada , no podia ver los
vuestros cuando tienen esa espresion... y no soy
yo la que la causa, pensó para si.
—Qué tienes, Catalina! dijo con dulce acento,
Doras? padeces?
. —Ob ! si padezco ! y Catalina sollozaba} se vuel
ré^yld ve llora*«: tú lloras tambien! replicó, én et
instante se secaron sus lágrimas.«
« '-i-PúedtfacasoiWW
Coritestó Abel , no eres tú mi bermana? ' « :'i. i
Y bien , dijo Catalina disimulando su desespera
cion, qué becbicera tes 'esa?
Abel con todo tetfuego de la juventud, cotí todo
el fuogo del amor, le bizo una descripcion anima
da y brillante de la aparicion celestial que babiá
teriido por la nocbera cada instante las mas enér
gicas frases de un Ienguage, que el roce de la ci
vilizacion« no babia alterado, se asomaron á sus
inflamados laláos, 'é instruyeron demasiado á la
desgraciada Catalina,. 'que escucbaba con placer
aquella sentencia de muerte, como un criminal
arrepentida' que mira como una nccésdaid su su
plicio.« i — ; • « • r
-En fin, dijo Abel señalando al cielo, solo tfói
trás 'ife esa azulada bóveda nacen y viven flores
tan brillantes; vienen de los jardines de tu Dios,
á quien amo yo mucbo mas, desde que ba permi
tido que viese rosas que ban babitado junto á
6U trono, y que despiden un rocio de luz, de
perfumes y de gracias del cual no tiene ejemplo
= 93 =
la naturaleza Je aqui abajo. Si, Catalina, la !iIa ii
cura de un Lirio, los mil colores dejos pájaro*
de Oriente , el dulce canto de los cisnes, e(. olor
del ambar, el rostro de las buris de Maboma, io
das estas maravillas juntas son inferiores á esa
obra maestra.
-La amareis?.. dijo Catalina estremeciéndose
y esperando su contestacion.
-No me atrevo , porque temo que mi amor em
pañe su pureza!..
-Pero si es bermosa, añadió [Catalina , y no os
ama?... \ ..
-Despiertas en mis demasiadas sensaciones! di
jo llevando la mano al corazon, me abogan!..
-Vos la amais y ella os amará, replicó Catalina
desbaciéndose en lágrimas; porque una muger
que os ba visto no puede olvidar nunca la dul
zura de vuestro rostro... Catalina buyó á través
de las zarzas... pero se detuvo; vólvió atrás pre
cipitadamente, y, sentándose junto á él en la gran
piedra, le dijo: Abel, se feliz y yo lo seré... Le
vantóse y desapareció.
Abel se quedó pensativo y la siguió con la vista.
Durante algun tiempo no pensó en la Hecbicera
=94=)
de las Perlat. Las palabras y las miradas espresi-
vas de Catalina le babian afectado; pero no pasó
esto de ser una raga preocupacion que tenia su
origen en un sentimiento confuso que no procuró
aelarar, in"- < :. ►. '. . ..

. .. . «r.i?: 'üii• ív ••;•' •:;•• h(üiJ v

¡ 1 . :i«.'invi ^ u'*v;i'^ i....•.Vf:-


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MU* i¡l *«.i'i• i. vi'ilnj •vDai'¿ia^a.^vi.°;imi:lii*•|Í'i

-dJ ... ni•i.' ol o, / süo'tsa ,!•i.i :f;.i;.ii ^eitxptj

.i í•.:n ..Tiiúi V ii2ÓJCST


.i.•. .• r.; nc i .in.• : . ,.í t r.•,i'• ••:i.! idi^poeludi.
•• •.J.•v ''ii. i. • i •. in"" .l. •i •;
r.i .. -i. i.. .. : ..i i. ii. i . .i.\

LA LAMPARA MARAVILLOSA. ,

-•.•.i. ..... :. .... i i .i. ii •'.!


Por espacio de .ligónos dias el alma de Abel vi-
vió del recuerdo que le babi* dejado la aparicion
de la Hecbicera de lar Pitia«, pero pronto sintió
una necesidad de volverla á ver, que no tardó en
rayar en impaciencia; por la nocbe ve!aba, á fin
de no perder un solo momento la vista de su ber
mosa becbicera, cuando se presentara. Adornaba•
«e con pretensiones , y mojábase los cabellos en la
cristalina agua de la fuente mientras que Caliban
=96 =
j^ffcÍÍFáW3eíáFta nh]anco xonm ?3r lirerñ^1 ' her
moso cuello bordado} luego cruzaba Abel en su
pierna las trenzas que sujetaban sus sandalias, en
las cuales parecia su pie el de una estálua antigua.
Una tarde, cogió canj^alíhan un enorme ramo
de rosas, y con sus bo$a* e*itapizó el laboratorio
Limpió la cbimenea por la cual bajaba la becbice
ra, y colgó en ella varios ramos de lilas, á fin de
que e—aje y} ~ WftWJ&ai . {
La noche siguiente, alas doce, noraTavoma de
todas las becbiceras, porque el silencio y el miste
rio que tanto ^fiX¿dJai^li^tii'U,B''f amorosas rei
na entonces en todas partes , oyóse en ia cabana!
una música divina, unida al canto argentino y ca
riñoso de la Hecbicera de las Perlas. Esta me
lodia parecia bajar dé*iUftnubbs.iAbe1,idespe.rtfi al
momento ylvw a l« fcec'bice/ai.e^.iirtití» íl« su cor«
t"ijoi dii:lu*.qHe..se..$sU;udiaien. Jod«.el .Whor«.
WtDna <u aup ,i.n i eluiln sb ueI.ieoD•., rn:i
nal* gírdeloia bjwbi«*r«ise:l<aW«..MBtsdo w.fH
*Wáiii,«arfcQniiaV)iy «níR«n««.i(I(H'mir'i> w íjH.otqgido:
iWgP^ft? AJ!inl•.«il)»ft"Ios«ios«i«liiji>*ill| 'Ift panta«
f .«u rostro tomó una es[avs¡«n muios cjri-
*W«.*W, «WilMe iW.l«i»pr«tnwicjoii>i«((e#-'
= 97 =
«aba vestido, se levantó y fue á arrodillarse á al
gunos pasos de la becbicera. Entre los dos reinó
un momento de silencio, porque parecia que ella
se complacia en admirar al jóven, cuyas miradas
la recorrian ávidamente , como si bubiese vuelto á
ver despues de una larga separacion á un amigo
tiernamente amado. En fin, dijole con encantadora
.sencillez:
-Segun veo babeis roto la redoma en que mi
padre os babia encerrado? . .. i , .
-Si, contestó sonriéndose, y porque me ba ar- .
raneado de las manos de mi enemigo, un encan
tador, be jurado protejeros.
• -Protejerme!.. repitió lentamente con el acento
del pesar y la mirada del sentimiento. . • i
-Qué mas quereis de mi?... dijo la becbicera
que le comprendió pe•fectamente. . .•
-No sé, respondió; pero despues de un momea-
to de silencio y de duda, añadió con ese aire á la
vez sumiso y apasiónado que presta tanta fuerza
á las palabras de amor:—Quisiera no separarme
nunca de vos !.. no me balieis becbo insoportable
la vida ? ¿Qué seria de mi si no pensase en vos
y «i vuestra imágen no me ocupase incesantemen-
Tomo I. 7
te?... Una cosa sin embargo no me gusta abora si
no por la relacion qne existe entre ella y vos.
Mi alma estaba llena do fdaccr al coger estas ro-
-•as, porque vos debiais pisar las bojas que yo be
esparcido aqui. En otro tiempo, me gustaba oir
el murmullo de nuestra fuente, y contemplaba
sin deseos, el campo y el cielo; abora todo esto
solo tiene atractivos para mi porque creo ve-
i;os y oütosl en todos los objetos. Hermosa becbi
cera , yo ignoro en qué sitio está vuestra mo
rada... pero sé que vivis tambien aqui!...* Y se-
ñ;dal)n fi«t corazon.
La becbicera le escucbaba con: placer (porque
las becbiceras son. mugeres). Le señaló con su .va
rita de nácar el escano, como para indicarle que
«e sentára ; Abel se coiocó en él con timidez y
sin perder de vista la becbicera. Al sentarse vió
U bermosa lámpara que brillaba en la cbimenea
y la consideró por un momento con sorpresa y en
silencio. La becbicera le miró y adivinando su
pensamiento se sonriyó. ..
. -Hermosa becbicera, d jo Abel,. podriais pro
longar la existencia de Cabban?
•Podenlos, eouleetó con melodiosa voz, dar ó
= 99 =
quitar la vidflí pero no bacerla durar mas de lo
que está morcado; Dios nos lo ba probibido.
-Luego reconoceis al Dios de Calaiina?
-Quién es Catalina? esciami la becbicera sa
liendo de su estudiada impasibilidad; es alguna
bermosa jóven á quien amais?
-Ob! yo no la amo!... replicó vivamente Abel;
porque nos reimos junios, le agarro !a mano y sin
embargo á su lado permanezco siempre dueño de
mi mismo. En fin , la quiero como á una ber
mana... E1 otro dia estaba apesadumbrada y lio*
Tv con ella!..-
-Escucbad 3 Abel? si teneis algo que pedirme,
bablad, puedo concederos cuanto querais!...
-Nada quiero para mi, porque en este momen
to soy feliz; pero conozco que tendria mucbo
gusto en volver á ver á mi padre y á mi madre
la becbicera Buena1. Vos debeis conocerlos, con-
cededme pues que pueda gozar otra vez de su
dulce aspecto.
-Es preciso, contestó la becbicera, que consul
te antes mis libros, y, si está en mis atribuciones
el bacerlo, os los enseñaré.
-Ab! dulce becbicera , esclamó Abel , quisiera
= 100 =
tambien ver vuestro palacio, el sitio de vuestra
babitual morada.
-Y por qué ?
-Porque entonces os veria siempre alli y nunca
estañas ausente para mi.
Esta contestacion la complació estraordinaria-
mente y prometió á Abel satisfacer sus deseos: di-
rijiólc una mirada llena de amabilidad y que aca
so espresaba un sentimiento mas delicado , é la
zo ademan de retirarse.
—Ab! quedaos, dijo Abel agarrando su bermo
sa mano, la que ella retiró con violencia. FJ po
bre jóven leyendo el disgusto en el rostro de la
becbicera de las perlas, creyó baberla ofendido';
retiróse avergonzado; miróla con el airede un cul
pable que implora su perdon, y una lágrima rodó
en sus ojos.
La becbicera sumamente conmovida, se acercó á
él y colocó su mano en los labios de! jóven Abel,
quien imprimió en ella un beso tierno y respe-
uoso, y sintió que temblaba aquella suave mano.
En esta segunda entrevista, la becbicera esta
ba ya como cortada í de su rostro babia desapa
recido el aire risueño que Abel notó la primera
= 101 =
vei $ pero el bijo üel alquimista estaba demasiado
conmovido para advertir el cambio. La becbice
ra examinó con atencion el laboratorio 3 y sobre
todo los vestidos del alquimista y ile su nmger;
volvióse luego bácia Abel y le dijo :—El rocio va
á destilar sobre las flores, la aurora se levanta;
esta es la bora en que desaparecemos. íAdios!—
Y ligera y graciosa, se apoderó de su brillante
lámpara, y lanzándose en la cbimenea, se elevó co
mo una ardilla que sube á un árbol balanceándo
se en las ramas y jugueteando con las bojas.
Abel se quedó aturdido: esta segunda visita de
la becbicera liabia desenvuelto el sentimiento que,
desde la primera, flotaba indistintamente en el
alma del inocente jóven. Sin embargo, no era aun
amor en el sentido espreso de esta palabra, por
que le faltaba la esperanza. Despues de la desapa
ricion de la becbicera, Abel se acordó de la estra-
ña espresion que tomaba por momentos el rostro
de aquella celestial criatura, y del embarazo para
¿1 inesplicable que ella revelaba en su continente.
Permaneció basta que amaneció en esta medita
cion y Calilia n le encontró en la misma postura
en que le babia dejado la becbicera. /\^ » ^¿
= 102 =
—Caliban, me na dicbo que Tio podia retardar
el instante de tu muerte... Caliban miró la tierra
con tristeza, y, cuando levantó la cabeza , vio Abel
una gruesa lágrima que rodaba por las arrugas del
anciano.
-Abel, será preciso que nos separemos!.. pero al
menos me colocarás al lado de tu padre , no es
verdad?.. Abe! se lo protnétïó. ' ' '
Algunos dias 'despues la hecbicera se le apare
eui otra vez, y le advirtió que debia resolverse á
corКт los mayores pefigros si queria ver el pala
cio que ella babitaba. Abel le contestó que nada
podia detenerle delante de semejante perspectiva.
La becbicera le diósu varita de nácar, que, por
esta vez únicamente, obedeceria á las órdenes que
uu esirangero lé intimase, y le babló en estos
términos:—Manana, Abel, cuando toda la natu
raleza esté sumerjida en el sueño y bayas oido dar
las doce en el reloj de la aldea, berirás con esa
varita la piedra que se encuentra á cien pasos de
tu cчЬапа; se levantara y te abr rá un abismo en
et que te precipitarás ; cuando tus pies encuen-
= 104 =
ferencia de que las locuras del amor revelan una or
ganizacion jóven todavla, mientras que las monadas
del auditor anunciaban una alma mezquina. Juz
guese si Abel deseariaque llegase la bora indicada.
Caliban se empinó en acompañarle, iy los dos
se di rigieron á media nocbe á la piedra en cues
tion. Cuando la última campanada del reloj reso
nó en los aires, Abel birió dulcemente la piedra,
la que se levantó con estrépito : la abertura vomi
tó una gran canuda de llamas , y Caliban miró á
Abel con espanto; pero el intrépido jóven cerran
do los ojos, se precipitó en el crater del nuevo
volcan y su criado le siguió. Cayeron encima de
una materia blanda y flexible; oyeron el estrépi
to que produjo la piedra al volver á su sitio, y se
encontraron en la mas borrorosa oscuridad. Abel
se levantó, y, alargando la mano, marcbó animo
samente llamando á Caliban, poro no oyó á su
fiel servidor : tentó por todas partes para encon
trarle, pero fué en vano y se decidió á seguir ade
lante. Bajó mucbo tiempo sin encontra r ningun
obstáculo: el mas profundo silencio reinaba, lo
mismo que la mayor oscuridad: anduvo tan largo
•'ato, rodeado siempre de su aterrador cortejo,
que creyó que debia baber venido el dia. De
pronto sonó un ruido terrible como el estampido
de un trueno, la bóveda bajo la cual marcbaba se
estremeció y parecia que iba á desplomarse. Des
pues de este estremecimiento de terror involunta
rio, siguió su camino ; pero á cada paso se au
mentaba el ruido y se acercaba. Abel se detuvo
y se sentó en una piedra Iria desde la que pre
senció el mas terrible espectáculo. En efecto sus
miradas se fijaban bácia su frente por un movi
miento natural y procuraba ver: este esfuerzo le
fatigaba. El ruido cesó y á lo lejos apareció un
punto luminoso. Insensiblemente se estendió este
resplandor , tomó cuerpo, y este cuerpo era el de
un gigante que, con una masa, se acercó brusca
mente y levantó sobre la cabeza de Abel el tron
co de arbol que bacia mover. Abel se levantó y
corr'ó bacia el gigante; pero oyó una carcajada
aterradora , y el gigante se puso á bailar sai ba
jar •u masa.
Entonces corrió Abel con rapidez bácia la es
pantosa vision: cuando iba ya á alcanzarla, se re
solvió el gigante en una linea sumamente delgada,
y se transformó en una serpiente que adraba en
= 106 =
tedas sus fuerzas , y se lanzó á cada momento so
bre A1m«I, quien, en tal perplegidad, procuraba
alcanzarla con la varita de nacar. En el momento
que la tocó con la varita, se retiró en io mas os
curo desde donde volvió con furor; durante, el
camino, se transformó de repente en esqueleto, su
cuerpo se balanceó sobre dos buesos descarnados
y Abel vió la luz á través de sus vacias costillas,
oyó recbinar los buesos y en fin estalló una risa
infernal que le belp de terror. En este momento,
la becbicera y todos sus risuenos atractivos se pre
sentan á la imaginacion del joven, quien cerró
los ojos y se puso á correr bacia adelante; cuando
estuvo cansado, se sentó, abrió los ojos y nada
vió. Levantóse á poco rato y prosiguió su camino:
divisó una suave elaridad al estremo del subter
ráneo que acababa de recorrer, y cuando la al
canzó no vió mas que las aguas de un lago que
reflejal a una multitud de luces.
Pronto se encontró en una gruta eidozada de
concbas á cual mas raras: esta gruta estaba á la
orilla de un cristalino lago rodeado de árboles lu
minosos. Un esquife dorado flotaba delante del
animoso joven, y se precipit: en ella procurando
guiarla bacia un roagni Iico pabellon cbinesco que
veia por primera vez en realidad. Luego que es
tuvo en el esquife de los dos lados de la ribera
una dulce música esparció en los aires los ecos
U,as armoniosos.
Abel gozaba del espetáculo mas magnifico que
podia lisongear su alma propensa siempre á lo ma
ravilloso , navegaba por un lago en medio de un .
occeano de luz que oscurecia el brillo de las es
trellas de un cielo puro como el agua que con sus
luminosas olas acariciaba el esquife. Veia un pabe
llon cbinescoque se elevaba del seno de las aguas,
cuyos ángulos y estremos estaban todos guarneci
dos de perlas como buevos, y el que despedia un
resplandor . laminoso. como la becbicera que en
aquel sitio moraba. Las a^uas se perdian debajo ;
del pabellon divino', y á través "•«?i sus cristales
se veian figuras que se movian y bailaban como
las silfides. ..*i.'
' Cuando su esquife atracó ai'paliellon, oyó una
música deliciosa y los gritos de alegria de las be
cbiceras que bailaban. Saltó en tierra y dos gran
des y Tuertes desconocidos se apoderaron de él ; le '
metieron en una especie de arca y. se lo llevaron
con una cslremada rapidez : quiso romper el arca,
pero las carcajadas que siguieron á sus vanos es
fuerzos le recordaron que las fuerzas humanas
eran impotentes contra los encantamientos de las
becbiceras.
En fin, resonó el mismo ruido que babia oitio
durante su penoso tránsito; el arca en que estaba
encerrado se rompió, y se encontró solo, en me
dio de una nube blanquecina , en un sitio que re
presentaba todo lo que él se figuraba del palacio
de una becbicera. ' . ' -,
Era un salon circular i la cúpula estaba soste
nida por columnas de marmol blanco, y el inter
valo que mediaba de una á otra estaba guarnecido
de una tela encarnada muy preciosa sujetada por
garras de leon de oro., , ' t ...l-ll.. , . i . ' . .
El pavimento compuesto de maderas preciosas,
representaba los mas ingeniosos dibujos: una ara-,
ña que creyó de diamantes estaba colgada de la
bóveda que le parecia un cielo, tal era la mágica
habilidad con que estaba pintado, y esta araña des
pedia rayos cuyo resplandor no podia resistir. Del
seno de cuatro tri'vodes de oro se exbalaban los
mas aromáticos perfumes : al rededor de este ma-
=110 =
grandes concbas de nacar artisticamente colocada*
y cuyas briliantpsestrias de diversos coiores deco
raban este gabinete de la becbicera. Cada concba
icontcnia un grano de perla muy bien imitado; J
.el plinto tanto del tecbo como del pavimento esta
ba figurado por un cinturon de perlas de medio,
pie de ancbo. Todos los muebles eran de nacar
con adornos de plata y tas colgaduras de raso
blanco con perlas pintadas. Grandes jarrones de
ilores despedian el alar del jazmin, del narciso j
del mirto.. . .. ... :
En medio de la pieza una gran fuente de
alabastro esculpida, contenia un Amor que ar
rojaba en una concba. una agua crisialina que se
elevaba basta la mitad de la altura de la babita
cion y se escapaba en seguida por la columna de
marmol sobre la que estaba colocada la fuente. En
fin, en el fondo de esta especie de blanquecina nu
be vió Abel con la mayor soi presa una estrada de
plata en la que la becbicera estaba recostada sobre
un lecbo que le pareció de rocio, tan blancos
eran los tejidos que pisaba. Una multitud de
perlas , sembradas en todo lo que le rodeaba,
daba á conocer á la bechicera ile las perlas , y
SU belleza era tan verdadera, que luego que m
la miraba, desaparecia la magnificencia de! sitio
y no se veia masqneá ella.
En un tomna de plata la bermosa lámpara de
bronce despedia una elaridad misteriosa, no arro
jando mas luz que la precisa para percibir la be
lleza de aquel asilo, que un resplandor demasiado
vivo bubiera afeado considerablemente.
La bermosa becbicera se levantó. y corrió bácia
Abel : no oyó el ruido de sus pasos porque anda-
Jia por encima de una alfombra blanca como la nie
ve; en fin estaba sumergido en un arrobamiento
tal , que no podia pronunciar una sola palabra.
Contempló á la becbicera , cayó á sus pies, recos
tó en elios su amorosa cabeza y los cubrió de be
sos , acariciándolos con los bueles de su bella ca
bellera. La diosa gozaba de su sorpresa con un
placer inespi ícable.
—Vamos, levantaos, le dijo con encantadora
.Voz , y no bagais locuras.
Si Abel bubiese podido ver el color que cu
bria el rostro de la diosa, su alegria bubiera sido
extraordinaria. Arrastró al jóven á un sofá de ra
so blanco: sentáronse juntos, y U becbicera r**
cobrando su varita , dió tres golpes en el somno«
Como por encanto resonó una música aérea:
Abel, estasiado, agarró la mano de la becbicera;
permanecieron el uno al lado del otro mientras
que duró la música i y el pobre Abel, embria
gado de amor, confundió su alma con la de su
amiga. Sus ojos iban á cada momento á morir en
los de la becbicera; quien lejos de desaprobar
este mudo bomenage, se complacia en él. En fin,
en el momento en que tres voces divinas canta
ron en un idioma desconocido, cuyas notas eran
otros tantos acentos de amor, Abel y la becbice
ra se apietaron reciprocamente la mano, se rubo
rizaron y sus corazones latieron juntos. La be
cbicera retiró insensiblemente la mano, y Abel
creyó baberlo perdido todo, cuando no tocó ya
los delicados dedos de aquel angel de amor y de
bermosura.
h—Por qué, dijo, por qué os be pedido venir á
estos sitios? ya no puedo vivir en la tierra, pe
ro si en esta nube, que vos babitais: mi caba-
ñai mi jardin, mis flores, todo me lo babeis ar
rebatado í porque todo me disgusta, y vos nada
me babeis dado.
= 113=*=
—Ingrato, dijo la becbicera algo picada, no tie
nes en ningun aprecio el recuerdo de este mo
mento que basta para mi tantos atractivos tiene?
Si, mi palacio está lleno! es espléndido, añadió
con viveza, magnifico; pero recordad, Abel, que
la morada mas brillante de una becbicera, es un
corazon puro, un corazon que solo á ella perte
nezca , un corazon grande, generoso, sensible.
Abel la miró con un ademan que indicaba qut
!• ofrecia el suyo. .íi« %•: '
—Os entiendo, dijo con fina sonrisa; os entien
do , Abel... pero para comunicar con los genios,
se necesitan conocimientos muy vastos que vos no
teneis. i'"n« r. .!• i iii. i. i : i
—Y puedo .adquirirlos?. preguntó con interés.
—Si, contestó; si lo conseguis tendré .una prue
ba... de vuestra... aptitud para las ciencias;
—Bella becbicera , dijo Abel, me babeis prome
tido evocarme la sombra de mi padre... Ab! si
podeis bacerlo!... •. < m •» ..i ... .
La becbicera se levantó; te agarrói de la manoJ
y mientras que él untaba aquella blanca bóveda
que despedia sn resplandor brillante /imprimió
ella en aqueHa mano querida un beso; renniendo
Tomo h 8
su alma en el ligero espacio que sus labios a!ara
zaron ; Abel se volvió , pero la magestuosa becbi-
cera tomó un aire de Tria dignidad , y abogó su
placer en el fondo de su alma. Abel bajó Eos ojos
y la becbicera tocó con su varita una concba que
desapareció al momento: un ligero ruido llam'i la
atencion del jóven que vió á su padre soplando la
lumbre de sus bornillos, y á su madre bordando
su cuello«. llevó la mano á &u& bombros para ase
gurarse de que aun estaba en ellos esta prenda del
amor maternal,, y se quedó mlido de estupor. Dió
un grita, dió un .paso bacia adelante, alargó la ma-
no,.pero i'ue detenido por uña. sustancia fria como
el bielo y dura como el diamante, y se desmayó.
.: Cuando volvió en si se encontró en tos brazos de
la becbicela que estaba mas pálida que él; tenia en
la mano un pañuelo con el cual le limpiaba el
rostro: este instante fue uno de los mas bermosos
de su vida, sus ojos encontraron los de la becbi
cera que le miraba con inquietud y amor; con
templar tan bermoso rostro fue una sensacion de
liciosa: nacia al mundo, pero con la diferencia
de que se sentia naeer y que creia recibir su
Wtfttfncia. dejos ojos de la becbicer^u No conser-
3 A ..i...i.
=-115?=
Taba ningun recuerdo. Sumergido en una calma
llena de atractivos, tranquilo, feliz, estrano á la
tierra no sabia ni quién era, ni dónde se ballaba..
Amaba y veia al objeto de su amor que se sonreia,
en el seco de una nube de deleite, de gracia y
de riqueza.
La Hecbicera de las Perlas estaba peinada de
modo que parecia un angel: Abel creyó estar en
el cielo ; pero cuando ella le vió abrir los ojos
le dejó y salió. Abel se encontró de este mod.o so
lo en aquel lugar de delicias con su estasis y sut
- recuerdos- Despues de un arrobamiento de amor
suave como el aire de la patria, vtó la lámpara; y
acordándose de la bistoria de Aladin, concibió la
idea de apropiarse la de la becbicera, á la que no
por eso perjudicaba de manera alguna.—Por qué,
se (lecia asi mismo, si es un talisman á ella no
le faltan; y si no es masque una lámpara , no
la privaré por cierto de un mueble muy precioso.
Lo que le confirmó en la idea de que esta lám
pará era. un talisman., fué su mucba sencillez.
porque era de bronce sin adorno alguno; y ade
mas una becbicera nada debe tener que no esté
encantado. En resumidas cuentas apagó la lampa-
= 116 =
ra t se la guardo prometiéndose ensayarla á %.
primera ocasion.
La becbicera no tardó en voiver , trayembi en
un va so precioso y Manco , un brevage que bizo
beber á Abel. Mientras que este bebia, reparó fá
cilmente la becbieera en el robo que acababa de
bacerle ; y acordándose del modo con que babia
mirado la lámpara , adivinó con qué intencion
se babia cometido el robo.
—Tngralo, eselamó con voz armoniosa á pesar
de que se esforzaba en que pareciera severa, os
«olmo de beneficios, satisfago vuestros deseos,
bago por vos lo que ninguna becbicera ba becbó
*•or nadie, puesto que os introduzco en mi mo
rada , espoiúendome á ser reprendida por todas
Jas becbiceras que lo sepan!:.. y vos os apode»
Tais de uno de mis mas preciosos talismanes. el
VJlie tan caro ba vendido un encantador en el gran
bazar ?.....
Abel estaba á sus pies:—Hermosa becbicera no
os enfadeis si bti quereis verme morir de pena.
—Id, continuó, mi venganza es dárosla, dicién.*
doos la que debeis bacer para serviros Ufe e!lai
Frotadla en la gran piedra cabalistica que está juny
= 117=
to á vuestra cabana , llamad tres veces con el pie
izquierdo en la tabla que está al lado (leia pie-
dra (tabla preciosa que vuestro padre babia en«
terrado, y que tanto trabajo me ba costado encon-
contr.irla); entonces obtendreis del genio de la lám
para cuanto querais. Adios, mereced mi p resencia.
Agarróle de la mano, y saliendo de su misterio
so asilo, le guió en !a oscuridad á través de una
larga galeria : la becbicera pronunció algunas pa
labras en una lengua estraúa: tres bombres se
apoderaron de él; le pusieron en un mullido al
mobadon, vendándole los ojos : quedóse dormido
y despues de un largo y profundo sueño, se des
pertó y se encontró en su cama en el laboratorio.
Caliban estaba á su lado sumamente inquieto...
Abel creyó que babia soñado, restregóse los ojo$
y miró á su anciano criado que le contemplaba
con sorpresa é interés.
.i . ... . .'./ i.ih.i i. ) . iÓJunv«l i*. l.kiA

' 'i ' -W•tflW': '" .! "' '"'

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ENSAYO DE LA LÁMPARA.
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l .: ' . .. i : . V ii.u. . ... ,''«•. ii..í

—Cal iban , no be soñado? no me bas acompaña


do á un abismo ayer nocbe?...
—Ayer nocbe ! dijo el antiguo criado; antes de
ayer, Abel!.. porque bace y» un dia y una nocbe
que estoy en la mayiir.in'quietiwí•:'v.,"n•/i..«i' . ,'i
—Luego que cai en aquel maldito agujero, dos.
desconocidos se apoderaron de mi y me sujetaron
largo rato; al fin abrieronel abismo y me arrojaron
otra vez á la tierra. He corrido á buscarte por
= 120 =
todas páriftes, pero «sao el. mundo ba buido do
mi; en fin be regresado esta nocbe aqui, y te be
encontrado durmiendo.
Abel se levantó, y cuando vió la lámpara no
dudó ya de la realidad de su aventura.
—Caliban, eselamaba , somos los reyes de la
tierra! ves esta lámpara? es un talisman que la
becbicera me ba dado... Y le refirió cuanto le ba
bla sucedido. Cali.ban, maravillado, dijo a Abel
que era preciso ensayar al momento la lámpara.
Ambos salieron y corrieron al sitio indicado con
un abinco facil iW.oouewbir.. .^
Abel se acercó á la piedra, frotola con la lám
para y con el pie izquierdo llamó tres veces; des
pues de esta operacion se retiraron Ca liban y él
con la candidez de la infancia y se acurrucaron
m 'ramio por debajo de la piedra, que de repente
fue luvantada: un genio encantador, coronado de
flores, vestido de blanca gasa guarnecida de per
las y apoyándose. con gracia en un borrible negro
armado con uua reluciente cimitarra, cantó las
siguientes palabras coa voz armoniosa, dulce y
cosi tan tierna como la de la becbicera.
«Salud, seúpr. adorado, saJwl! vengo á recibir
tus irdenes, prevenir tus deseos, esperimentar tas
adtos y obedecer en iodo lo que mandes: baré
cuanto quieras ora sea preciso que como el aire
traspase las nubes, ora que lo consuma todo co
mo el fuego ó que corra como una ligera ola, ó
que me eleve en columna ó que me tranforme en
diamemte ó en el brillante tapiz que tú debas pi
sar. ¿Qué deseas, senor mio?.... babla. i
Cuando bubo coneluido su canto, Abel y Cali-
ban contemparon la belleza de aquel grupo, por
que el genio parecia una j.iven sentada .al lado de
una estátua de bronce. Abel yCa íban se miraron
reciprocamente sin saber qué pedir. Al fin el fiel
criado les dijo:—Quiero que nuestro jardin esté cui
dado, y que le mandeis arar de modo que solo ten
ga que sembrar y coger: quiero la barina cernida
y blanca como la locbe.—Si, dijo Abel... El genio y
el negro desaparecieron, y la piedra que parecia
estar animada se cerró bruscamente dejando sor
prendidos á Abel y a Caliban; miraron otra vez la
taba y creyeron que estaban soñando. El antiguo
criado trató le levantarla por la anilla de bierro,
pero le fue imposible, y ambos se convencieron en
tonces de que la piedra estaba encantada« Pusié
ronse á examinar la lámpara con la misma curiosi
dad que el niño que procura romper un juguete
para ver lo que bay dentro.
Sumergido Abel en la mayor confusion á con-
secuencia de la multitud de sus deseos, no encon
tró otro medio para poner térm'no á su agitacion
<«ie el de pensir en las perfecciones de a becbice
ra y en el encanto celestial de los ú timos momen
tos que babia pasado á su lado.
El amor se apoderó de todo su ser, y en lo su
cesivo le fue preciso unir el recuerdo de la becbi
cera á todos sus pensamientos, la veia sin cesar y
le satisfacia todos sus deseos»
Guando Cal iban entró en la cabana, la nocbe
empezaba á cerrar: tropezó en un cuerpo muy pe
sado que encontró al paso, y cuando fue á tocar
lo se bundieron en él sus manos. Retirólas llenas
de rica barina de candeal i y se apresuró á tras
portar el saco á la cabana. A través de los vidrios
de su camarancbon vió á tres eselavos vestidos de
blanco que cavaban un cuadro del jardin á la luz
de la luna. Salió y los miró trabajar cruzándose
de brazos, complaciéndose en ver que su obra se
acababa por encantamiento í acercóse á ellos . y les
tmbió, pero los esclavos nada contestaron ni bi
cieron el menor movimiento, de modo que pare
cia que nada babian oido. Caliban , maravillado,
bendijo la lámpara, la becbicera, y dió gracias
al cielo porque al lin tenia Abel un talismán que
no los dejaria carecer de nada.
—Vive dios, dijo en alta voz: cuarenta añ os ba
ce que no be comido carne , y será preciso que pi- •
da un espléndido almuerzo para mañana.
Al el estaba fuera: !a luz de la luna convidaba
a "a meditacion: oyó al pie de la colina una voz
melancólica que modulaba las mas tiernas quejas:
este bimeneo del padecer, que resonaba en medio
del mas solemne silencio , le afectó extraordina
riamente. .i•. 'b .••: • i. • i •« •l •
—Hay seres desgraciados en este valle, dijo, y
puedo socorrerlos!... Se adelantó y procuró ver á
la que tan tristemente cantaba. Vió una ligura que
se movia lentamente entre los sonoros álamos que
adornabanlas márgenes del riacbuelo. Parecia una
de esas sombras cuyos cuernos no ban obtenido
sepultura, y que segun loa poetas vagan por las
márgenes de la Estigia. Sus movimientos partici
paban de la indecision de un ser para quien todo
es indiferente, porque una sola idea y un solo de
seo ocupa su corazon. Parecia que recorria el va
lle para des pe ti irse de él.
Un suspiro «bogado anunció á Catalina : Abel
corrió á su encuentro , y, enseñandole la lám
para, le dijo con alegria:—Catalina, pideme lo
que quieras: este talisman precioso colmará tus
deseos... . . .
—Ab! contestó : esa lámpara no me podrá dar
nunca lo que yo. deseo. ,..«h
—Si, Catalina... y le contó su última aventura,
y. la pobre aldeana tuvo el sentimiento de escucbar
las espresiones de amor de que Abel se servia.
. —íAb! .Catalina, dijo coneluyendo, esa desgra
cia de la que me bablas de amar sin s?r correspon
dido , la esperimento yo tambien; iCómo decir á
una becbicera:—Yo os amo!... Cómo atreverse á
mirarla, con este pensamiento que debe leerse en
sn rostro?
—¿Por qué no amais, dijo Catalina, á una j-
ven que os tendria en su corazon , y para quien
seriais lo que la becbicera es para vos?
. Detúvose y reinó un largo silencio. Al cabo de
algunos momentos, la jóven que vagaba en el va
= 125 —
He bizo oir su canto de desesperacion; decia qise
amaba en vano. Estos acentos parecieron profé-
ticos á Catalina que se ecbó á llorar.
—íCatalina, eselamó Abel, ob! tú me ocultas
atguna penal procedes mal porque abora puedo
bacer tu felicidad. , i
—Pensaba, dijo baciendo un esfuerzo, pensaba
en esa pobre Julia á quien acabo de oiW"
- ¿Es ella? preguntó Abel, abi di!a que venga,
Catalina, y mi lámpara vencerá todos los obstá
culos que la separen de Antonio...
Catalina se precipitó á través de las maleza-
admirando la bondad del corazon de su amado
y sin comprender cómo baria feliz á Julia. Pero
iba á buscaria,. corria, volaba, porque ella y Julia
estaban sumergidas en la misma desgracia, y se
trataba de socorrer á su bermana de amores dos*
graciados. •' i. •' «t ."•i•'i i.♦...O —
Julia llegó : era bermosa pero estaba pálida, y
tín sn blanca cara se notaban buellas que decian
qtre estuvo lletia de espresion y de alegria antes
^ue el amor bubiese encendido' el fuego que brW
Haba en sus ojos. Sentóse y sus miradas anuncia
ban una vaga. inquietud.. Julia no era ya la »•»•
ma , ó por mejor decir, vivia fuera d« si misma,
y en el síl.io en que estaba no babia mas que sus
elegantes y puras forma«, porque su alma viajata
continuamente. Catalina, al contemplarla, Leia
en sus ojos la suerte que a ella misma le aguar
daba ; y cuando le dijo que AJiel podia., casarla
con Antonio, un rasgo de esperanza recorrió su
rostro como esos fuegos errantes que corren por
la ceniza de un papel consumido ya. Miró á Abel,
cuya rara bermosura no le llamó la atencion, y
contestó lentamente con los ojos bajos : — La tum
ba será mi lecbo nupcial , y los cantos de la igle
sia serán mi canción de bimeneo.. « Antonio...!
Antonio...! Luego contempló la bóveda de los cie
los y las estrellas y el valle.—Adios, adios.... dijo.
—Catalina , preguntó Abel , qué. se necesita pa->
ra que se case con el que ama ?i. . ..
—Creo, contestó, que veinte mil francos ven
cerian todos los obstáculos.... ... cíuL
Abel llamó tres veces,. frontú la lámpara, j.
cuando el genio hubo cantado su bimno de obe
diencia . que sorprendió estraordiuariameuxe á
Catalina y á Julia, le pidió veinte mi! fraucos.—
Antes de que vuestras altcrias bayan latido diez
«=127=
veces, contestó el genio, babreis recibido lo q.ie
deseais.... Desapareció y á poco rato volvió á apa
recer : arrodillóse y enseñó un gran saco de oro
que el negro dejó cacr en el suelo : aguardaron á
que Abel les diese la orden de retirarse , y ambos
marcbaron cantando.
La fragancia suave llenaba el aire. Catalina y
Julia se quedaron sorprendidas, y miraban ya á
Abel, ya la piedra, pero á Abel sobre todo porque
les parecia un ángel bajado de los cielos. Julia, la
feliz Ju ia le contempló con una efusion de cora
zon que bizo brillar en su rostro !a embriagadora
alegria que causa el amor correspondido y reco
bró en sus movimientos sus primitivas gracias y su
soltura. . . i. i.. . .. -
—Si sois un bombre, dijo con dulce sonrisa,
sereis en mi alma un rival de Antonio 1 Vuestro
puesto estará siempre al lado del bogar en nuestra
cabana y nadie le ocupará« .i .
—Tú eres feliz!... le dijo Catalina suspirando.
—Ob! si, muy feliz!... replicó Julia dirigiendo
sus miradas á la quinta en que descansaba su
amante. Una sonrisa melancólica se asomó en los
labios de Catalina, la que dijo coi« algun tanto de
«! f28 «fe
amargura :—Las mngeres que se casan con los que
aman practican muy facilmente la virtud!...
Abel las miraba con inocente curiosidad y no
comprendia las demostraciones de agradecimiento
que le dirigian; porque esperi mentaba un placer
tan grande, que basta cierto punto creia deber
ligo á Julia y á Catalina.
Agarrólas de la mano, apretólas contra su co
razon, lo que bizo estremecer á Catalina, y les di
jo con el entusiasmo de la juventud que algunas
veces es tierno, porque sale ardiente del alma.
—Abí vosotras me babeis becbo conocer el pla
cer de las becbiceras!... Comunicad me todas las
desgracias!... . ••• . •— .
Julia se propuso volver con frecuencia á la pie
dra de la colina, y las dos jóvenes, levantando el
saco lleno de oro, se marcbaron volviendo con
frecuencia la cabeza. Abel las miró basta que en
traron en la aldea.
IX.

DEL IMPERIO DE LAS HECHICERAS.

**W9ftete«oc—

Abel se quedó por largo rato sumerjido en el


recuerdo de la escena anterior.
Creyó que su becbicera iria á visitarle por la
nocbe, pero se engañó y la pasó toda en esperarla,
pensando ora en los encantamientos que babia
presenciado, ora en el lago brillante que babia
atravesado , y sobre todo en la cuna de nacar, ea
la que babia admirado ala Hecbicera de las per
las. El apreton de manos , por medio del cual se
Tomo i, 9
= 130 =
balian manifestado reciprocamente la felicidad que
esperi mentaban al verse , babia producido en
Abel una idea viva y nueva ; y se la representaba
con tanta fidelidad , que creia por instantes sen
tir la mano de la becbicera entre la suya.
Por !a mañana, estuvo muy triste: iba á la pie
dra, procuraba levantarla para encontrar el camino
del palacio encantado , pero sus esfuerzos fue
ron inútiles. Volvió á sentarse en su rústico ban
co, tratando de consumir las boras para desfi
gurarse á si mismo el tiempo que le separaba de
la próxima nocbe , durante laTque esperaba ver
á la becbicera. Como todos los bijos de la natura
leza que no tienen nunca mas que una idea , un
deseo, Abel no pensaba mas que en una cosa,
en la bechicera. I
De pronto oyó nna vo* celestial que murmu
raba dulcemente un canto de amor. Ella estaba
alli , detrás de él.
•Un vestido Manco nmy sencilte guarnecido de
perlas, un cinfcuron tfe rase Manco, .rosas blan-
& en la cabera y nn bermoso coturno blanco
rbmi•onian su trage. Sentóse al lado de Abel , y
atrt.es He que. bubiese .pTiDMHi•cHnio una sola pala
=131=
hra • le dijo :—Vengo a veros , privada de t«J«
ini pompa , porque os babeis colocado al nivel
de una becbicera con el uso que ba!icis becbo del
talisman. Abel , añadió a'go trémula, la genero
sidad pura, sin mas miras que las de bacer bien^
es una de las perfecciones de Dios, á la que lo
deben todo las. becbiceras y los bombres.... Estoy
contenta , dijo mirándote y bajando al momento
los ojos. »
La dulce sonrisa con que acompañó la última
frase embriagó de tal modo al pobre Abel que no
pudo contestar nada 3 y permanecieron los dos
mudos y turbados. La becbicera sobre todo mani-.
fes taba gozar de una sensacion por mucbo tiempo
deseala: contemplaba á Abel con un aire de in
quietud que al parecer decia: ¿Me contestaiás?...
Sus ojos respiraban el deseo y el amor ; y nada
babia que ofreciera mas atractivos que aquel ros
tro radiante de gracia y de ternura.
—Ab! dijo Abel despues de baberla admirado,
dirigiéndole deesas miradas á burtadillas que tan
to significan: por mas que os.disfraceis con los
vestidos de una mortal , siempre se verá que so'w
una becbicera.
--No , contestó , en este momento ya no soy
becbicera; podeis bablarme como á vuestro igual,
y no tengo poder para enfadarme con vos.
Todo el ademan de Abel babia dicboya: Yoamo^
|iero un pudor invencible le impidió pronunciar
esla divina palabra tpie le paree' a un verdadero
crimen ; ó por mejor decir, el temor de. Ofender
à la becbicera y de. saber que ella . no. correspon
dia un amor tan insensato retenia cautiva su len
gua. En este momeuto estaba -eii un grado emi
nente bajo la influencia de aquel pudor, patrimo
nio de las almas grandes, que solo permite. á la
juventud estremecerse á la' vista de una belleza,
adorarla, 'en silencioЛу.., considerarse feliz por
baber tocado su, mano .á . sus vestido^ y besado
la buella de sus jiasos cuando lia desaparecido.
. La becbicerilla conoció al instante este mudo
homenage , y se saboreaba en silencio con un
deleite inesplicablei porque, ¿quién puede sgi es-
nerimeutar . una alegria indecible ¡reinar despóti-
icameute en un .corazon lleno de ,amor, en uu
corazon en que ningun otro objeto encuentra ca-
Й.К, » »\uno.» в d;..,'. -i
—Abel, dijo, por espacio de algunos dlas no my
= 133==
veteis, porque tengo precision de ir á una gran
fiesta, á la que concurrirán mucbas becbiceras y
mucbos encantadores.
—Qué bermoso debe ser! eselamó Abel, ycuán-
to deseo ver una de esas fiesias en la que sereis
vos la mas bermosa!...
—Nada mas fácil , contestóla becbicera; íiero
cuando os baya refundo lo que en ellas pasa, si no
quedan satisfecbos vuestros deseos, os llevaré a
una. Escucbadme con atencion. . .••
Cuando todo duerme en la naturaleza , las be
cbiceras y ios encantadores suben á sus carros y
llegan unos tras oiros al palacio del genio que da
la fiesta: cada cual procura llegar la última á fin
de que siendo su trage el último que se vea,, obten
ga la victoria, porque las becbiceras tienen en mu
cbo aprecio el bacer triunfar susadornos. Esia cir-í
ennstancia singular cambia en el imperio de laa
becbiceras el tiempo y sus modilicaciones, porque
si deben ir al palacio á las diez de la nocbe, signi
fica esto á las doce, y nadie llega antes de la un*
de la mañana. Los encantadores van todos vesti
dos de negro; porque ban pensado muy salHamen-
te que les era muy provecboso el desterrar todo
= 134=
color, porque los colores son algunas veces unob*
jeto de turbacion y de confusion en el reino delas
becbicras. A fin de evitar los desórdenes, todos
se visten de negro, de mo lo que soio se los puede
conocer por el lenguage; porque cada color tiene
su magia, su modo de bablar y sus costumbres: los
genios blancos lo ven todo color de rosa; los genios
azules lo ven todo negro, y los genios encarnados
no ven gran cosa. Estas diferentes elases de genios
tienen una bandera bajo la que se reunen todas
sus acciones y pensamientos, y no conocen que
todos caminan á un mismo íin por distintos cami
nos. Hay tambien genios mestizos que pertenecen á
todos los colores; pero su diccionario es Un re
ducido y su vientre tan inmenso , que se los apre
cia muy poco, porque estan siempre por el color
dominante. Dicen siempre lo mismo, y se pare
cen á las estatuas de nuestros jardines, que perte
necen sucesivamente á todos los propietarios, de
modo que se los conoce al instante, tanto mas, cuan
to que no tienen varita, porque su poder está su
bordinado al del encania Jor del din; loque bace
que tengan siempre bambre y que estén siempre
dispuestos á comer por el bambre que cu lo suco
tivo puedan tener, porque temen que si alguno de
los tres partidos llega y adquirir basiante fuerza
para no necesitarlos, no los deje ser por mas tiem-
ík) lo que son, es decir, caballos pava todas las si
llas, sacos para toda elase de granos, conciencias
móviles, y en fin, temen que se os envie á reinar
en los aires, á dirigir las nubes fugaces, á agru
parse en forma de niebla al rededor del sol •i ot-
curecer los colores del arco iris.
Encantadores de todas estas elases asisten ála
rennion con una multitud de becbiceras; y bé
aqui lo que pasa. Cuando llegan las becbiceras an
cianas, se las coloca en I. ancos de preferencia pe
gados á !a pared, y desde ellos se contenian con
ver lo que se bace sin tomar parte en ello, íor
que son viejas; pero su lengua que ba beredado
toda la actividad de su cuerpo, las indemniza mur
murando delas jóvenes y de los encantadores. Si
un genio mira demasiado á una IiecbiceriNa , gri
tan escándalo, y todos aquellos tapices se sublevan
como si se tratara de una revolucion. Como todo
se ba previsto, las becbiceras ancianas tienen pe-
dadlos de madera guarnecidos de cabretilla, y
cuando se fastidian estienden la cabretilla delante
= 136 =
de su cara y bostezan en silencio; porque ene\
'imperio de las becbiceras solo se permite abrir
la boca para bablar y comer. Las becbiceras an
cianas guardan los asientos y los pañuelos á las
jóvenes y les bacen otros mil favores, como por
ejemplo descubrir á los encantadores que tal be
cbicera que parece , derecba como un junco solo
consigue tener un talle delicioso á fuerza de colo
carse almobadillas en las caderas. A unalegua d.;
distancia conocen las becbiceras que ban colocado
una sustancia encarnada en sus pálidas megilias
y dicen á los encantadores jóvenes que cuiden de
n« besarlas si no quieren quitarles xel colorete;
adivinan las barajas que ban colocado en el fondo
de su calzado cuando son demasiado bajas, y to
das las astucias que ellas ban practicado en otro
tiempo. Las jóvenes se vengan de elias pisando el
rabo de sus perritos, por los que deliran todas las
becbiceras ancianas. En efecto, si el perro muere,
conservan el retrato en su caja como el de un
amante querido, ó bien se burlan las jóvenes de
las pretensiones de las ancianas, y de esto, que
rido Abel, resulta un gran entretenimiento.
El palacio está todo iluminado por fuegos arlifi
= 137=
ciales reproducidos por diamantes, y está adorna
do de concbas derretidas y reducidas á grandes es
pejos , á fin de que una becbicra , al pasar, pueda
ver si su trage ba sufrido algun desorden, y bacer
señas á tal encautandor contestando á las que él le
ba becbo y que ella ba comprendido.
- Cuando ba llegado casi todo el mundo, cada en-
cantandor se apodera de una becbicera, y al son de
la música se ponen todos á bailar y á atravesar la
sala principa! del palacio, con maneras mas ó me
nos graciosas, trazando estrañas fig"ras, y parece
que se desafian á quien saltará, bailará , atravesa
rá, con mas inteligencia y aplomo. En fin, mientras
que todo el mundo salta, baila y manifiesta diver
tirse^ se tratan los negocios mas serios. Un genio
que salta es mucbo mas tratable que ninguno otro,
porque se obtiene muy facilmente lo que de él se
desea. Si uno de vosotros entrase enLonces sin oir
la música, gozaria dei espectáculo mas original
que bay en el mundo: veria á doscientas divinida
des casi siempre en el aire, saltando sin objeto, sin
querer oir nada , y meneando á porfia la cabeza,
los ojos y la lengua. Para estas momentaneas y ne
cias fiestas, para estas danzas aéreas, se prodigan
= 138 =
los tragos mas suntuosos , siendo asi que su valor
bastaria liara aliviar á miles de desgraciados.
En lin, los encantadores y las becbiceras ancia
nas, cuyas articulaciones estan contraidas y cuyas
fibras son demasiado duras, y los que, por consi
guiente, no pueden saltar ya, se reunen en otros
salones, al rededor de una mesa, ocupados en mi
rar á dos encantadores que tienen en ias manos
unos cartoncillos; esa es su ocupacion mas subli
me, su leguage mas querido, su diversion fa
vorita, sus sueños, su único pensamiento.
En electo mientras que dura la fiesta, la sala en
que estan las mesas y los cartones no se desocupa
un solo memento; todos los genios azules, blan
cos ó encarnados (porque en aquel instante elases,
opiniones, distincones, todo desaparece) no apar
tan la vista de los cariones que van y vienen. Si uno
de vosotros, queriendo aprovecbar los discursos
admirables que los encantares mas célebres deben
pronunciar cuando se reunen, escucbase, oiría:
cuatro por cuatro, tres por uno, uno por dos, uno
por tres, uno por cuatro, cuatro por nada, tres por
nada. Pase! Perdi... Está becbo eljuego! caso vein
te francos! El rey, bola, marco tres tantos; copas
juegan... descarto... cuantas ? etc. Estás palabras y
estos cartones tienen un atractivo tal que las be
cbiceras y los genios se olvidan de beber y de co
mer, y aun cuando la sala se bundiera, no lo nota-
fian si no se ies anunciaba.
Cuando las becbiceras y los genios estan cansa
dos de atravesaren todas direcciones y ven rom
per el dia, desfil ¡n sin decir nada al encantador
que los ba recibido, y como tampoco le ban busca-
doial entrar, sucede con frecuencia que un encan
tador que da una liesta no sabe quienes son los
genios que ba visto.
Ta es la diversion mas principal de las becbice
ras: este es uno de sus placeres favoritos y mien
tras dura olvidan la tierra y sus babitantes, los
desgraciados, los enfermos, en una palabra, lo ol
vidan todo, y basta procuran en estas asambleas
emplear un lenguage cbistoso por medio del cual
basta las cosas mas formales y mas lamentables,
son presentadas bajo una forma burlona y ridi
cula. Si una bermosa becbiccrilla sabe que el bam
bre devasta una comarca y que sus babitantes no
tienen un grano de trigo para bacer pan , con
testa:
= 140 =
— Por qué no comen patatas ?
— Prefiero socorrer alguna Julia con mi lámpa
ra , á disfrutar de esos placeres, dijo Abel:
— Querido mio , eselamó la becbicera , vos soia
feliz porque vivis solo en vuestra cabana !... por
que el imperio de las becbiceras tiene otras par
ticularidades que os esplicaré algun dia , y com
pramos nuestro poder mucbo mas car© de lo que
podeis pensar.
— Existe sin embargo un sitio, respondió ti
midamente, en que todas las cabanas son moradas
del dolor cuando se le ba vislo... « i• i«
--Os comprendo, contestó la becbicera sonr'én-
dose : y bien ! no quereis acompanarme un mo
mento... bácia ese sitio terrestre ?
Levantóse , y agarrándole. de la mano , mar
cbaron juntos bácia la selva. Abel tenia la ca
beza Mena de ideas nuevas que la relacion de
la becbicera acababa de sugerirle; el silencio era
entre ellos como un amigo comun que les babia
servido de mediador y á quien babían confiado:
y de cuando en cuando miraba Abel á burtadillas
á su bermosa compañera , como si tuviese que
confiarle algun pensamiento secreto ; bajaba en
= 141 =
seguida los ojos y no podia bablar , por miedo
•ie ofenderla. En estos momentos se siente uno
inspirado siempre á bacer preguntas insignifican
tes, bien para entrar en conversacion , bien
para engañar el deseo que devora.
—Abi dijo Abel temblando, nos acercamos ya á
la selva: acabad de referirme lo que pasa en el
impecio de las becbiceras, porque encuentro tan
to placer en oiros como le esperi mentaba en otro
tiempo oyendo bablar á mi madre u 'i
. —Querido mio, contesto con viva emocion, cuan
to mas os instruya acerca de1 imperio de las bé-
ejúceras, mas dignos de lástima os parecerán sus
babitantes. Por ejemplo, creeis que el casamiento
de una becbicera con uu encantador se verilica
como vos imaginais que debe celebrarse la union
de dos corazones?... Vamos á ver, Abel,. qué. pejl-
sais del amor? lío os ba revelado nada acerca i\gl
particular vuestra alma pura? . ¡.
. —Abidijo Abel, el amor es la fusion de dos
almas en una .sola: es una simpatia que reune dos
corazones de tal modo, que el uno.no esperimen-
{a un sentimiento, sin que el otro no participe de,
£1: es.,. pero no, este sentimiento pierde mucbo
en. ser esplicado, porque esperimento cierta eos*
tan inmensa que me confunde, y conozco taminen
que el lenguaje bumano no es suficiente ; en fin,
imagino (para procurar i!ecir algo que pueda.re-
velar mi pensamiento) .que cuando uno ama se
apodera el amor de todo nuestro ser, de modo
que solo él existe en nosotros, lo mismo que cuan
do se balla uno en el Occeano en un barco y que
no ve mas que el cielo y el agua que se con
funden. •. -
—Abel, replicó la becbicera, en nuestro impe
rio no se ocupa nadie de los sentimientos; luego
que un encantador tiene una becbiceriHa .casadera
empieza por adornarla «on mas esmero y luego se
averigua cuántos lacayos y eselavos puede. $oste-i
ner su familia; pero sobre todo se examina con
particular cuidado el peso de la varita dela fami
lia, y si es de diamantes, de oro, plata, cobre
ó bierro.
Hecbas estas importantes observaciones, el pa
dre y la madre aconsejan á la bija repetid a mente
«on discursos que equivalen áesto. Hija mia, tie^
««s diez y ocbo años, y es una vergüenza no estar
■atada i los veinte: procura pues tender tus redes
= 143 =
y atrapar un marido, quizás el año será bueno;
pero, en atencion á que tenemos dos bipógrifos en
nuestro carro, á que nuestra varita de familia pesa
treinta quintales, y á que es del oro mas puro, ne
cesitas un encantador que tenga una varita digna
de la tuya. No serás virtuosa, ni digna de vivir,
si no encuentras un encantador que tenga dos bi-
pógrifos; contamos quinientos años de antigüedad
en el imperio de las becbiceras, y por lo mismo se
bace indispensable que tu marido pertenezca á una
raza igual á la nuestra... guárdate bien de fijarte
nunca en los genios! Consérvate para el que te gus
te con tal que tenga una bermosa varita y que su
famiiia cuente cuando menos cuatrocientos años
de fecba en el reino...
Esto supuesto, una mañana ó una nocbe, la
bora no bace al caso, conduce el padre por la
niiitf o á un encantador , y cuando ba estado por
espacio de una ó de Üos boras al lado de su
Rija, y despues de baberse marcbado, la madre
¿una seña del padre, dice á la becbicera. Hija
mia, este encantador es jorobado, bien formado,
feo ú bermoso , esto importa poco; este encanta
dor, bija mia, Une cuatro .bipSgrilbs en «u carro y
= 144 =
posee una varita de diamante : mañana volverá,
procura agradarle porque es preciso que sea tu
marido..»
Entonces la becbiceri!la que es curiosa y que.
quiere saber porqué se la casa, no repara en pe
lillos. Ignorando lo que constituye la felicidad ó
la desgracia , consiente porque no puede pasar por
otro punto í y á los quince dias es la esposa del
encantador porque tiene una varita de diamantes.
Será feliz si el caracter del encantador es bueno,
y desgraciada en el caso contrario, pero esto á
nadie unporta ; las varitas son de la misma elase,
que es lo esencial. Por eso las becbiceras casi siem
pre son desgraciadas . .
Para vengarse se revolucionan contra su mari
do : cuanto bace está mal becbo : si tienen buenas
cualidades las desconocen , mas siempre tiene al
gun pero, algun vicio que las incomoda , y este
vicio equivale á esto : Es un marido.
El encantador por su parte no puede amar á su
becbicera, porque siempre es la misma becbicera^
y porque no tiene el talento , como bacen algunas
otras , de transformarse de mil maneras, de modo
que ofrecen mil becbiceras en una sola; de lo que
resulta que la mayor parte de los matrimomos
son desgraciados.
—Y vos, preguntó de pronto Abel , sois feliz ó
desgraciada ? Teneis una bermosa varita : de quién
la babeis recibido?
—De un encantador á quien quise entranable*
mente.... dijo, y las lágrimas se le asomaron á
los ojos. Estuve casada, ba muerto mi encantador,
y be sido muy desgraciada!.... dia vendrá en que
os cuente mi infortunio : básteos saber que soy li
bre y una de las mas poderosas y mas ricas de to
das las becbiceras....
Hallábanse ya en el confin de la selva: la Hecbi
cera de las Perlas, se soltó dulcemente de Abel
y con un gesto , le probibió que le siguiera ; ella
desapareció dejando al joven dominado por un de
lirio. En efecto acababa de verla por la maña
na, acaso mas bermosa aun que cuando se le pre
sentó por la nocbe rodeada del prestigio de su
poder. Habiase mostrado en un trage elegante
' y sencillo ; babia becbo ostentacion de su talen
to y sus gracias ; su fino y delicado talle , ía
bermosura de su rostro, el encanto de su alma
pura, todo se babia desplegado con una viven,
T(mo u 10
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U "i ". .i'. i oi•. / ,'. '«.•.i• '


.iCO.. ,. ' Jvi •.
LA

ULTIMA HECHICERA.
LA

ULTIMA HECHICERA

DE BALZAG
TRADUCCIÓN

■ GASPAR FERNANDO COLL.

TOMO II.

MADRID:
E DEL AMOR DE DIOS,
D. B. LiNAR**'
AJ

OAS.I/ll ;•::.;

HOi.OiJiU.

.f) OIi.O'

:ai:;ríA¡•.
.iHti i,t i ::f, .? i .(.; i/.) .a IV i itit

' i' i . * .i ja : i i .. /.
.■ ■i i i . ■ ;•S
-!• Ti ". .ni íff • . .•' lV. ' ii.n.'l T
.«. . . 'i . «.. o ní ^ h.iílin •i.l. n' . .1..i «•" ü^Ii

« i .'". ! O. ««i i :.w "i. * i r.!ll i " ii• •í^


: .•' i.i. ..h i.' . i.*♦•.. ci ' . .. ..... i. i•. rtKi
. . •. .' -A. i.v/, .: . .n! vi'ih .:iii' i.•.in nr.io

Mientras que estos acontecimientos tenian lu


gar en la cabana del alquimista, la aldea estaña
en revolucion; y no sena fácil dar uña idea com
pleta de lo que en e!Iá pasaba, si' no se introdujera
al lector en la casa del señor Grandvani, p»dre•de
la bermosa Cataiina.
La aldea de la que formaba parte esta casa no
teñia mas que una calle tori.ula, obc.leóipdo de
ieste modo á la ley que quiera qdfe' ninguna coia
biimana«Tayá•3er*clia; todas las' catanas leinan
su jardinito, su corral lleno de paja, su establo,
y finalmente su trascorral; todas contenian al
deanos laboriosos, pobres, pero con la misma do
sis de felicidad y desgiacia qJe los babitantes de
las ciudades, con la diferencia de que sus deseos
eran mas sencillos. En la mitad de la calle, se
elevaba la iglesia que en poco se diferenciaba
de las otras babitaciones, provista de un campa
nario, bistoriador veridico que presidia á la vi
da y á la muerte como á todas las ocupaciones
de los babitantes. Delante de la iglesia sencilla y
sin fausto, una plaza rodeada de grandes olmos veia
todos los domingos bailar áuna multitud de jó
venes, oia las grandes risotadas escitadas por el
yino, único amor de los ancianos; y alli la fama
y la opinion pública levantaban sus caballetes
como en otras partes, con la diferiencia que eran
de madera sin pulimentar.
En esta plaza babia una casa algo menos bumil
de que las demas; tenia piso principal adornado
con tres ventanas y persianas verdes; la puerta
estaba pintada con esmero, y encima de ella se
leia McaUi^iin faltas de ortografia, porque es
U palabra sacramental se babia escrito con el
auxilio deí Boletin de las leyes. A cada lailo de
la puerta se elevaba un rosal rodeado de un en
rejado verde, y estos dos arbustos cargados de rosas
llegaban á las persianas de la babitacion deja
encantadora Catalina. .
. Es!a casa. era. la única, esceptuando la del cura,
, que estaba cubierta de tejas encarnadas y que te
cnia un gran. granero en el que se podia tender y
.secar el percal que levantaba el seno de Catalina
y la corbata del alcalde.
li . Al entrar en esta casa se reconocía al instante
, la presencia de .una jóven, porque la limpieza mas
esmerada . era la única cosa que decoraba. la anti
gua escalera que se ofrecia ála vista. A un lado
estaba la cocina con su larga cbimenea y sus ne
gras baldosas; el arca de! pan, el armario de las
provisiones, la sarten colgada y la mesa, todo es
taba limpio, y no babia una sola araña que pu
diese escucbar el ruido melancólico de las gotas
que se escapaban lentamente del aguamanil que
adornaba uno de los angulos de la sala.i ..:. .,:p
i En el qtro lado estaba la babitacion, de Grand-
. raui: en el fondo se veia la cama colgada de raso
verde: encima de la cbimenea babia un espejo a
cuyo lado estaba colgado el calendario del año, y
en el opuesto una mala estampa que representaba
la muerte del pobre Crédito , asesinado por los
pintores, los músicos, las autores, los actores,
los agiotistas, con una larga bistoria que comen
taba esta trágica aventura; pero el dibujante,
en la imposibilidad de presentar á los gobiernos
bajo una forma material, porque cambian con
demasiada frecuencia , babia omitido una parte
de los asesinos del pobre Crédito.
En frente de la cbimenea se encontraba una gran
caja que contenia la péndola de un reo] de música
encima de la cua! babia la estatua de un animal,
cuyo dorado se iba borrando ; el papel que deco
raba la pared estaba cargado de esos pájaros que
cantan y os miran sin cesar del mismo modo , lo
que no bacen las personas de categoria y los amigos.
La ventana estaba adornada con dos cortinas de
' indiana floreada y junto á ella babia una silla
permanente delante de una mcsita de labor, ertla
que unas tigeras, un dedal , cera , 'bilo y un cue
llo á medio bordar indicaban el sitio babitual de
Catalina : en él se coloca porque desde él ve cuan
topasáenla plaza. Antes de conocer á Abel, veia
venir desde lejos al sargento Jacobo Bontemps,
y su padre conocia cuando se acercaba viendo á
Catalina que iba á besarle ; porque no se atrevia á
confesarque iba á mirarse en el espejo á fin de
ver si Tos buctes d!? sus cabellos estabani bien be
cbos: se sonrojaba , escucbaba y corria á abrir la
puerta despues de baber cfllc^aaóiunat:iálfa al lado
de su padre. .o :i
Grandvani estaba sentado al fado de la lumbre,
en un'gran^iilon de terciopelo de Utrecbliciryo
color primitivo no se distinguia ya ; pero es ue«
creer que fuese amarillo en otro ticmpoi, en
'atenciona que estaba casi blanco de puro usado^y
'o^ué¿Solo'e!:ámári1l6: se vuelve blanco. Este anciano
¡ siembre' ¿ón pa'núlok ! y medias negras ,' con un
• frac azul con grandes bofcinéside rtietal , yicdb iin
gorro gris en forma de pastel i, como^os'que:ilsan
los mayoráíiis deila diligén'cÍaJ1•stéan'ciariol bom
bre de bien y jovial , aunque algo iavaroi, amaba
el vino ; peroi mucbo mas á su bija;'i yimarioaba
' en ef paw, derbualera el gafto^'&afo fótf'aúVoera-
tas de Oriente, es decir, que sáli* T^as^edes/y
' su ocupacion favorita era cbarlaT>leer. Asutado
tenia una тем en .la que yacian tos registros Je
la alcaldia , un tintero, algunas plumas , y el se
llo , signo de su poder ; en fin , una biblia con es-
, tampas , y las leyes y reales órdenes que le тар-
daban, y de las que sacaba los principios de su
conducta, procurando adivinar los del gobierno
, con el poderoso auxilio de Jacobo Bontemps, dejo
, que resultaba que eran dos á estraviarse en este
complicado laberinto.
Con frecuencia reinaba el silencio y la péndola
del reloj era la únjea que bablaba , sobre todo
desde que Catalina amaba á Abel.
Una mesa de nogal que babia servido en mas-de
una fiesta, sillas con almobadones de percal , si-
. Honrs antiguos , y encima de la cbimenea, delan
te del espejo , una virgen de yeso teniendo á su
bijo en brazos cubierto qon un pocp de carmin,
un retrato de yeso del rey y un busto de Bonapar
te, constituian los muebles de esta morada de la
paz y de la tranquilidad, а
Delante de esta cbimenea y. en presencia de
Grandvani se vaciaban todas las querellas de laal-
dea; era el rey de ella y no tenia mas ministros
..«lue Çl cur» y el sargento, ambos bombres arre-
...afellss
glados y nada amantes de las intervenciones, re
voluciones , destituciones, conspiraciones , ni de
las reconciliaciones verdaderas ó fingidas.
Este salon de paz respiraba una felicidad cam
pestre y una calma que complacia el alma;perobu-
biera parecido el paraiso á quien bubiese visto a la
encantadora Catalina sentada en una silla, ocupa
da en coser, dulcemente pensativa y mirando á su
padre con un carino angelical y un placer puro;
apartando algunas veces los bueles de sus cabellos
de su Manca frente radiante de inocencia; y le
vantándose para sacudir algunos granos de pólvo,
úmca cosa que podia alwrrecer en el mundo. Tal
era en otro tiempo, sencilla, risuena, vivaracba,
pero inocente y casta, escucbándolo todo con una
curiosidad de virgen , y sonriéndose cuando no
comprendia alguna cosa; pero en el momento que
vamos á describir, si bien es cierto que los mue
bles, la babitacion y, el buen Grandvani no ba
bian mudado en nada, tampoco lo es menos que
la pobre jóven no era ya la misma.
Una lámpara está colocada encima de la cbime
nea, Grandvani se balla medio dormido en su
poltrona, Catalina borda un panuelo de musuli-
- na á la rógiza luz ilel astro nocturno que brilla en
esta modesta babitacion; Francisca, la criada, me
tida en un rincon da vueltas á su buso é bila en si-
• lencio. La pobre Catalina, que en otro tiempo ba
blaba a diestro y á siniestro acerca de lo que pa-
' salia en la aldea y que bacia para con su padre el
- oficio de una gaceta y le impedia dormir despues
de comer, Catalina guarda un profundo silen
cio, basta acerca del acontecimiento que tiene
sorprendida la aldea, y cuyo rumor no ba pasa
do todavia el umbral de la casa del alcalde: sin
. embargo Catalina conoce ei becbo, puesto que ba
sido una de las actrices y que ba visto con sus
propios ojos lo q¡te asombra á toda !a aldea•, si,
pero Catalina es muda, deja dormirá su padre
. ue procura conservar por mucbo tiempo su caja,
la que al fin se escapa de en!re sus dedos; Cata
lina borda lentamente, detiénese con frecuencia,
levanta ios ojos, cree ver una imagen querida y se
complace en esta contemplacion.
La pobre nina ama, ama con el alma, en ello
' tlo toman parte alguna sus sentidos, quisiera oir
'siempre aquella dulce voz que babll de encanta
mientos y de becbicerias, quisiera confundir su
= Í3=«
alma con la del que le parece talo bermosura,
todo amor..
. El silencio reina de tal modo en la babitacion
que se pueden contar los movimientos del reloj y
de la rueca de Francisca; de pronto llaman á la
puerta y se oyen mucbas voces , entre. las que se
di ¡tingue la de Jacobo Bontemps. Catalina no se
levanta ya precipitadamente, ya no es ella la que
corre á abrir la puerta , ya no se mira en el espe
jo circundado con un marco negro de madera;
no, se queda inmóvil, las lágrimas empañan el
cristal ¿e sus ojos, y Francisca es la que se 1er
vauta y va á abrir la puerta: este ruido, despier
ta á Grandvani.
El padre de Antonio y el sargento entran y su
continente anuncia que acaba de tener lugar un
acontecimiento. estraordinario. . lI ."i:': .
—Buenos dias , señor alcalde, dijo el gordo ar
rendatario sentándose al lado de Grandvani.
—Qué tal va, señor Grandvani? dijo el corace
ro sacudiendo la mano del padre de Catalina. Y
vos, señorita, añadió dirigiéndose i la joven, n»
reconoceis ya á ^vuestros amigos, porque bace
mucbo tiempo que no venis i abrir?... BiSn *"*••
nocia yo à través de la puerta cuando erais vos!
Cantabais con tanto primor una canclonc.il la... Na
da contestó Catalina, y Jacobo Bomtemps la mi
ró con sorpresa.- ¡n, .i ».
—Señor a'caMc, dijo el gordo arrendatario dan
do vueltas al sombrero entre sus manos \ me trae
aqui un asunto de importancia ria seaorita Cata
lina os le babrá indicado sin dada , porque en la
aldea no bay un mucbacbo que no bable del parti
cular.
—De qué se trata ? preguntó Grand vani y yo
nada sé Francisca , tráenos una botella Це vino
para bumedecer la garganta.
—Que bien lo necesita , anadió el- soldado* w
—Figuraos, prosiguió el arrendatario, que esa
Julia que queria casarse con mi bijo se ba reti
rado esta nocbe á su casa con veinte mil francos
en oro. i , V-' . - ' - . .-fii4.. »,
—Va!... Dijo Grandvani abriendo Unto ojo
y de dónde los ba sacado ?.... ' "' , '
—Ab! toma añadió Jacobo Bontemps: bay
quien dice, como estaba endiablada por Antonio,
y como no tenia un cuarto, y como..» vamos ai
decir...,, que habrá saqueado á alguno; porque
daron inmóviles, con los ojos clavados en Catali
na y la boca abierta. La infeliz mucbacba, mi
rando al arrendatario, le dijo.
i «Supongo ,. señor Verniaud, que Vajs á bacer
feliz á vuestro bijo puesto que Julia es rica, y
que venis aqui para llenar las formalidades?
—Suponeis muy mal, señorita, replicó el ar
rendatario; basta que yo sepa de dónde ba saca
do Julia lo» veinte mil francos, no daré el con
sentimiento. ..n ¡, ,üM i. i,.^ и, -u ,.»'
—Vamos, bija mia, dinos cómo se ba propor
cionado ese dinero.
Entonces Catalina, mudando mil veces de co
lor, refirióla aparicion del genio de la lámpara
luego que un bermosp joyeiyla frotaba en una pie
dra encantada. Dijo cuanto sabia acerca del bijo
del alquimista . y sus inocentes .elogios, su candi
dez, irritaron la bilis de Jacobo Bontemps , que
esclamó :
—Por vida del emperador ! Ya estoy al cabo de
la calle! ese rectutilla es algun espiritu foleto que
no ba becbo mas que pagar lo que quitaba,.. Por
Magia oculta alguna farsa, y yo os digo que la
señorita Catalina os bace la mamola. Una lámpara
que brota genios que tienen escudos! á otro perro
con ese bueso...
—He dicbo la verdad, repiicó Catalina; yo be
visto lo que be contado, y no comprendo lo que el
señor Bontemps ba querido decir respecto á Julia.
—Sé que antes de la revolucion, dijo el alcalde,
tenia esta tabana una cbimenea como la de una
fragua, y cuando estuve en elia, por órden del se
ñor cura, vi unos demonios muy feos , pero bien
podria ser que se bubiese fabricado moneda falsa
en ella.
La idea de Grandvani fue acogida como una
realidad, y enviaron inmediatamente á Francisca
á que buscára á Julia.
Esta se presentó: Antonio la acompañaba dán
dole la mano, la mas pura felicidad animaba sus
ojos, sus movimientos, su continente. No pronun
ciaban una sola palabra sin consultarse antes con
la vista, no dejaban de mirarse ni un solo mi
nuto, y temian que les faltára tiempo para mirar
se. Antonio, alto, robusto; Julia débil, delicada
y bermosa , estaban alli delante del alcalde como
Tomo u. 2
= Í8=
un modelo , como una imagen eterna de toa
union venturosa.
--Veamos, dijo el alcalde, una de las monedas
de oro de vuestro dote?...
Julia tiró una encima de la mesa, y todo el
mundo la bizo sonar en la cbimenea, y siempre
produjo ese puro sonido, á cuyo ruido caen las
conciencias de los bombres y las murallas de las
ciudades ; tras del cual corre todo el mundo.
—Es particular!... eseI amó Grandvani, con
vencido de que la moneda era buena.
i — Vamos, dijo el arrendatario, temiendo ya que
se le escaparan los veinte mil francos; una vez
que la senorita Catalina ba presenciado el becbo,
Antonio se casará con Julia; y será un gran bien
para la aldea , si se puede conseguir todo lo que
se desee por medio de la lámpara.
En toda la aldea soto se ocupaban de la lám
para maravillo sa, y todo el mundo dirigió á la
cabaña sus envidiosas miradas : los uuos dudabau
de la certeza de tan estraña aventura; los otros
al ver à Julia cou su dote, deseaban que les su
cediese otro tanto, en Ùn, todos anbelaban conii
en- al bermoso babitante de la cabaña del demo-
= 19=
Tho. En medio de todas estas circunstancias, pro
dujo un contento general el feliz desenlace de los
amores de Julia y Antonio, y todas las mañanas
las jóvenes de la aldea colocaban una flor en los
bandos fijados á la puer!a del alcalde." i
Catalina veia estas cintas y éstas flores, y todos
los dias escitaban un verdadero sentimiento en el
fondo de su corazon, porque la felicidad de Julia
le bacia comparar su suerte con la suya, y esta
comparacion era para ella muy cruel.
Algunos dias despues de esta escena fué á bus
car á Julia y le dijo.
—Tú eres feliz í...querida mia, yo be beredado
toda tu degracia! amo átn bienbecbor; te suplico
que me ayudas á ser la única que pueda ir á la ca
baña de la colina; tú ves que todos en la aldea
bablan de ir á ella para verle á él y su lámpara,
porque desean mas examinar su lámpara que él.
Le importunarán y verá otras mugeres! no me bas
ta ya tener por rival á su becbicera? ayúdame
pues, querida Julia, y publiquemos que ba dicbo
que uo quiere entenderse mas que con la una de
las dos; y tú cuidarás si alguiendesea alguna cosa
de enviármele siempre á mi.
= 24=
-Vendrá, le dijo; sin duda alguna será el ob
jeto de todas las miradas, y yo seré la única que
podrá estrecbar su mano, porque yo soy la úni
ca que le conoce, ab! esta felicidad es estraor-
dinaria, es todo... si, es cuanto pido al cielo/
Algunos dias despues iba Catalina á acostarse,
cuando oyó un gran ruido en la p'aza, abre su
ventana y vé á un caballero que se dirigia á su
casa. El caballero se acerca, se para delante de la
puerta de Catalina y esta baja ; sin desplegar sus
labios le entrega el desconocido un paquete en el
que leyó á la elaridad de la luna, único reverbero
que existia en la aldea:

A ta señorita Catalina Grandrani.

Debese inferir que Catalina no durmió, cuando


despues de baber regresado á su modesta babita
cion , desbizo el paquete y admiró un trage ri
quisimo , compuesto de un vestido de raso blanco
y de una túnica que le pareció de encage, pero
que en realidad no era mas que de tul bordado:
un bilo de perlas falsas, que ella tuvo buen cui
dado de no creer verdaderas, serpenteaba al r*
=25«
iledor de la guarnicion, y el cuerpo de este vesti-
do era sumamente elegante. En efecto, las man
gas estaban guarnecidas de borlas de perlas que
jugueteaban al rededor de los brazos, y al rede
dor del talle se veia bordada una guirnalda de
perlas.
Un peine de oro guarnecido de perlas , zapatos
de raso negro , y guantes blancos sumamente fi
nos completaban estetrage; en fin, Catalina en
contró en el fondo de la caja un collar delicioso y
pendientes de gruesos granos de magnifico azaba
cbe. Este trago babia sido cuidadosamente elegido
por la mano de una muger , porque las becbice
ras son mugeres. La beebicera seguramente babia
.creido que solo su cutis era de una blancura bas
tante perfecta para que las perlas no la alterasen.
¿El collar negro era un epigrama á su rival ó una
alteracion delicada ? La cuest;on es dificil de deci
dir: sea loque fuere, el collar fué la única cosa
que Catalina se atrevió á probarse: púsosele y sal
tó de alegria y palmoteó al ver que su cutis de
alabastro parecia mil veces mas blanco por la opo
sicion de esta albaja.
Asomóse á la ventana , miró bacia la colina y su
corazon dirigió mil cariños amorosos á su idolatra
do idolo; los céfiros se encardaron seguramente
de llevar sus adoraciones al objeto á quien iban di
rigidos.
—Por mas que se diga, añadió , dirigiéndose al
espejo , una jóven parece otra cuando lleva alba
jas! y la inocente niña enagenada de un orgullo
bien disimulablei (porque no envolvia pérfidos
deseos) y pensando en el efecto que produciria en
las bodas de Julia, corrió á despertar á Francis
ca , y por segunda vez admiró delante de un es
pejo el buen gusto de sus adornos, y gozó es-
traord i nanamente al ver la sorpresa de la criada»
—íAb! eselamó cuando se bubo acostado, el
que tan desinteresadamente me regala debe
amarme
Llegó por fin el dia tan deseado del casamien
to de Antonio y Julia. Se necesitaria el genio que
ba dirijido los pinceles de la escuela bolandesa
para dar una idea del cuadro que presentó la
plaza de la iglesia.
Debajo de los olmos se babia formado con are
na una plaza cuadrada ; á una de las estremida-
des varios toneles vacios, cubiertos coa tablas,
servian de pedestal á los dos gaiteros de la al-
dea , cuyos instrumentos estaban guarnecidos de
cintas de todos colores. Al rededor de esta sen
cilla orquesta una multitud de jóvenes de ambos
sexos con los trapitos de cristianar , y respirando
esa franca alegria de las gentes á quienes el pla
cer no desazona, reian, bailaban y jugueteaban.
Al rededor de La plaza babia mesas , en las que
ancianos vestidos de gala bablaban , bebian ó ju
gaban á las cartas. Algunos sin embargo perma
necian de pie con los brazos cruzados , y con
templaban el entusiasmo de la juventud , acor
dandose de sus mocedades , y baciendo reflexio
nes ya tristes , ya cbistosas acerca de la anciani
dad. Estos rostros marcbitados y arrugados por el
trabajo se sonreian, y estas voces cascadas jepoi•
tian los alegres cantos de la juventud.
La pareja dicbosa no babia llegado todavia, y
Catalina faltaba tambien. Catalina, despues de la
misarse babia vestido furtivamente, y furtiva
mente babia ido á buscar a su Abel. Coneluido el
baile todo el mundo dirigia sus miradas bacia U
calle y se manifestaba la mayor inquietud en los
roatros de los convidado« por ballarse privado« de
los soberanos de la fiesta : otra curiosidad mayor
agitaba los ánimos, porque no babian olvida
do que Julia se babia jactado de veren su boda
á su bermoso bienhecbor , el bijo del alqui
mista. l ' '- . .
—¿ Vendrá con su lámpara? preguntó una jo
ven. . - ,i ,
—Dicen que es bermoso como un ángel del
cielo , añadió otra.
—Sabeis, decia un arrendatario к uno de sus
cof rades , que Mauricio no está seguro de reno
var el arrendamiento de la bermosa quinta de la
señora duquesa de '
sa tan rica? Si esa lámpara de la
babla tuviese el poder
tos....
—¿ Crees tú esas necedades ? contestó el arren
datario.
A esto se presentaron una porcion de cbiqui
llos Wi la gran calle de la aldea , y corrieron con
•se aire de sorpresa qne daba lugar á creer que
sucedia a'guna cosa estraordinaria : volvian la ca
beza mil y mil veces, se paraban, miraban y lue
go corrian en silei
= 20te
co llegaron á' la plaza Catalina con su brillante
trage dando el brazo á Antonio , y el bi
jo del alquimista conduciendo á la bermosa Ju
lia í el padre de Antonio seguia respetuosamente
á Abel , porque un bombre que da 20,000 fran
cos á una jóven á quien ve por 'primera vez, y
de quien nada espera , no es un sugeto despre
ciable. Al. aspecto de esta cuadrilla reinó el silen
cio y todos se apiñaron á su alrededor: parecia
que no teniau bastantes ojos ipara contemplar á
Abel, cuyo trage particular y bermosura sorpren
dian á los aldeanos. La lámpara, sobre todo, esa
lámpara que admiraba como la cosa mas preciosa
del mundo, puesto que la babia recibido de la
becbicera de las Perlas , parecia un sol del cual .
queria todo el mundo recibir unrayo. Despues
que bubo pasado este primer furor de curiosidad,
se oyó un prolongado murmullo al ver á Cata
lina tan bermosa y tan resplandeciente• *> un * •^
El dómine se ballaba al lado de Jacobo Bon-
temps, quien al ver á Catalina vestida tan sun
tuosamente babia arrugado. el entreceío y. .me-i
neaba la cabeza de. un modo muy particular;
el dómine dijo á uno de sus nar^iariwwy1!«**i
tafite alto para que pudiera oirlo el coracero:
—í Hé abi la ventaja de conocer encantadores!
Dan bermosos trages : mirad á la señorita Catali
na , babrá frotado ta lámpara , pues dicen que es
preciso frotarla para alcanzar lo que se desea.....
El tono irónico de estas palabras inflamó al
sargento quien volviéndose bacia el pobre dómi
ne, le dirigió una mirada imponente que le bizo
callar al momento. « «
•—[Por vida del emperador! exelamó« si no mira-.
ra«..; pero si vuelvo á oir una sola silaba que ofen
da en lo mas minimo á Catalina corto las orejas al
orador.... con que de frente y paso redoblado.
. J acobo Bontemps amaba á Catalina 3 y la ama-'
ba profundamente ¿aunque sus modales bruscos
parecian incompatibles con un sentimiento tan
delicado como el amor: bubiera muerto por ella
con: la misma sangre fría que si bubiese obede
cido á su capitan. « ?. i ^i • * •.*.« •i i—n
. Abel estaba de pie apoyado contra los toneles;
escusado es decir que Catalina no ocupó otro si
tio ; Jacobo se acercó a la bija del alcalde , mi
róla con interéVy dolor, y dijole al oido de mo
do que nadie pudiese oirio: ' v\M ..i^.h.i. i
—Catalina , te amo con todo mi corazon i y te
amaré siempre , aun cuando respires por otro;
pero, bija mia , la vanidad te perderá «, ese trage
te vende, y todo el mundo murmura de ti: pue
des ser mas bermosa para los demas i pero para
los que te aman serás siempre la misma con cual
quier vestido que te presentes.... ¿quién te ba
dado esos adornos ?
—La lámpara , contestó ruborizada.
—íLa lámpara ! repitió el coracero encojiéndoso
de bombros; íab Catalina, Catalina, yo lo ave-
riguaré !
La bermosa jóven no oyó estas últimas pala
bras. En efecto , la presencia de Abel, quien so
lo á ella bablaba , babia embriagado á Catalina
de placer ; estaba alegre , animada , y su locura
amorosa se bacia estensiva á toda la asamblea.
Catalina se acercaba á cada momento á recoger
las palabras de Abel , á interrogar su alma , á es
piar sus miradas , á jugar con la lámpara que lle
vaba colgada del cuello con un cordón de seda;
y Abel por su parte, con la sencillez que le dis
tinguia, le pasaba las manos por la cabellera, la
apretaba la suya delante de ^odo el mundo, y
=35=
todo el mundo envidiaba la dicba de Catalina;
y nadie , sin esceptuar á Grandvani , se atre
via á bablar á aquel bermoso joven.
—Hoy estás muy bermosa, Catalina , le decia
Abel; y Catalina vacilaba sonriéndose con todo
el mundo y diciendo á Julia:— Soy la muger mu
feliz en este momento : me amará.
Catalina no tuvo nunca un dia mas feliz, fue
la época mas bermosa de su vida ; los incidentes
mas sencillos de esta fiesta se grabaron en su me
moria con caracteres indelebles.
Mientras que estaba vacilando con tanto aban
dono y gracia , se desató su collar negro y cayó
á los pies de Abel. Este le levantó y jugó largo
tiempo con él. Catalina, despues de la contra
danza, notó la ausencia de su collar, y le buscó;
Abel, ocultándole en su seno, la dejó por algunos
momentos entregada á su inquietud.
—Mi collar! dijo, y todo el mundo lo bus
caba: —Yo no le tendria en ningun aprecio, dijo
i Abel , si no le bubiese recibido de vos ! Abel
le sacó de su seno, besó el collar y se le puso á
Catalina, que furtivamente le besó en el mismo
sitio en que Abel babia colocado sus labios. El
-*»3 =
«ollar desde este día fué un tesoro para ella.
Cuando concluia una contradanza , se acercaba
á .Abel con la alegria , la ligereza y la felicidad de
un cervato que corre al lado de su madre des
pues de.baber ido á juguetear un momento sobre
la fresca yerba : mirar á su querido amante mien
tras que ella bailaba , desear que coneluyeran la
figura para encontrarse a su lado y apretarle la
mano, tales' eran las deliciosas bagatelas que ani
maron la fiesta. Para apreciar la alegria de Cata-
Koa, es preciso baber amado, es precisó ibaber.
sentido el latido del corazon al sonar la bora de
ta cita, cuando os ban dicbo: —A tal bora os es
perale..... . .. ls ¿.,.liín ,r.n s:r •lsit ^'.. -
Catalina,en quien la felicidad exaltaba todos los
tiernos sentimientos, se acercaba algunas Teces
por compasion á Jacobo Bontemps, le acariciaba,
se cbanceaba con él , y el pobre coracero se con
tentaba con esta felicidad aparente. En fin, pre
sentaba Catalina tantos atractivos, que todo« los
jóvenes de ambos sexos, mugeres y ancianos, toda
ka aldea en fin, la admiraba no con envidia, sino .
con ese sentimiento. que se encuentraenlre 4a ad-.
miracion. y los «ítos. Esta fiesta fué su triunfo, al
Tom« h. 3
— 84—
•lia mas bermoso de su vida, y toda esa claridad
celestial ia despedia el que «Ha amaba ; no podia
prever el porvenir y gozaba de le presente coa.
amoroso ardor.
Dorante la fiesta , recibió el «argento un pliega
con el sello del ministerio de Hacienda. Catalina
estaba al lado de Jacobo cuando el cartero le en
tregó tan importante despacbo• ...
— Ab! dijo Catalina apoderándote de la caria,
vos me bablais siempre de vuestra corresponden•
<.ia con los ministros, y yo quiero saber cómo ba»
Man, ó al menos cómo escriben} dadme esa car«
ta, Jarano, i.-l A- :o.'.^ «. ; » oi.riri ... . v
-•No, Catalina, no, replicó el coracero qne,
viendo acudir al dómine, temió que el oficio no
le fuese favorable. '.-•>....
. -Cuando uno ama á una persona, no debe tener
ningun secreto para ella, contejió Catalina.... Y la•
picamela ecbó a correr con el pliego en la mano,
se refugió al lado. de Abel y «c dispuso a abrirle.
.—Puea bien, juradme cataros conmigo si esa.
carta contiene mi nombramiento, ó si en ella »
a•a da esperanzas de obtenerle. '
—Casarme con él!... repitió Catalina mirando
y« a\ coracero, y« I« carta , ya á Abel 5 t«d« *l
nft•ndo se agrupa á su alrededor y aguardaba con
impaciencia: Jacobo no estaba tranquilo porque
se iba á descubrir la verdad en cuanto a su pre
tendido crédito, y Catalina tenia su suerte entre
tus manos. . J.
Catalina, mirando la lámpara, juzgó que no se
comprometia á gran cosa «, porque decia :— El genio
que está revestido de un poder omnimodo, me sa
cará de mi compromiso, si Abel lleíra á amarme.....
Prometió delante de to'da la aldea casarse con el
coracero, si la carta le daba esperanza de ser dó
mine , y Crafldvani comprometió su palabra con la
de su bija. .. i • .• í
El coracero mudó de color cuando vió que el
sobre raia i pedazos , y que remaba el mayor si*
lenciev ". .• '"i ';i".i"'•«; '. i - I• ll.
Abel miraba esta escena con curiosidad sin com
prender nada de lo que pasaba. Durante toda !a'
tiesta babia esperimentado esa indiferencia quei
cansa la melancolia; y, ño pensando Mas que en
sn becbicera , gozaba poco de una felicidad qiie
era obra suya.
Apenas bubo leido Catalina.par« si 1» pr*m««e
lineas puando doblo la carta y la entregó á,. Jacolxl, .
quien creyó, con toda !a aldea, que Catalina íha.
á ser su muger: el dómine se estremeció, piro tu
yo motivos para alpgrarse porque el rostro de Boa-
temps no anunciaba el placer. En efecto, bé aqu¿
lo que la carta decia: . .,. . . • •
.' . ni • *! i.ui:.'.h: , i.n . « •
ui/,f '... h r i-i «{ : i.i i "<1i «. -i. i. • • i

"Sknor Jacobo Bontemps. i

*S. E. se ba indignado al ver el modo conque


• babeis reelamado su proteccion , y el recuerdo de .
• la obligacion que con vos tiene contraida es lo ¿ni-.
«co que os ba preservado de los efectos de la có
siera.. Calumniar, cuando uno ba sido soldado, es
• un medio muy poco oportuno para conseguir el
• objeto que uno se propone; el empleado que tra-
• tais de desbancar es un bombre bonrado, y qu«
• siempre, ba cumplido con su obligacion; no tie—
• ne.aun los años de servicio que se necesitan.
• para que se le dé el retiro, j el estilo de vuestra
• solicitud no ba dispuesto á S. E. á proporeiona-
« ros otro empleo ele."
r Aterrado Jacobo , admiró la delicadeza dc Ca
talina ; pero cuando Grandvani le preguntó qué
noticias babla recibido, no tuvo mas remedio
que recurrir á su audacia; y le contestó queseria'
bombrado dómine, segiin se lo prometia 'S. E.,
Tan luego como encontrase otro empleo para ef
actual. '
..-*-¥ bien.' No os desazoneis por eso, Sr. Bon-
temps : el recaudador de L.... acaba de morir; quc
m«' den su vacante, y os cedo gustoso mi plaza.
' »-Veremosi„.. contestó Jacobo dándose la im
portancia de un ministro en favor, veremos....,
<{i.nl.•o de algun tiempo.
El coracero contemplaba á Abel y á Catalina,
y temblaba de corage: al ver la cinta que soste
nia la lámpara maravillosa, concibió la idea de
apropiársela.
—Si esa lámpara, dijo para si, da veinte mil
francos, vestidos y arbajftaSj *i tiene Unto poder
como se le atribuye, el genio que esté á mis ór-
denes me proporcionará la plaza.
Cuando la fiesta iba á terminar , despues de
anocbecido, Abel babló de marcbarse; Jacobo se
deslizó detrás de los toneles, se armó de un par
«=38 =
de tijeras, cortó la cinta, se apoderó de) precioso
talisman, y antes de que Abel lo bubiese notado
•I coracero estaba ya lejos, siendo poseedor dt
ttn milagrosa albaja, y estaba loco de contento.
Julia y Catalina acompañaron á Abel basta su
cabana, donde le aguardaba Caliban con la mayor
impaciencia. Al separarse de las dos jóvenes, las
besó con un candor virginal ; y Catalina , cuando
«atuvo en su babitacion, se arrodilló y elevó al
cielo una ferviente oracion dándole gracias por la
felicidad que le babia proporcionado; ¡el casto
beso de Abel abrasaba aun sus labios.

i'W«0<
,' :. hw.1
III.
> ii

.. .. .

áBEL EN EL IMPERIO DE LAS HECHICERAS.

El «ututo coracero estaba fuera de si al conside


rar su precioso roboí se confió á uno de sus anti.
guos compañeros, y a inedia nocbe fueron con el
talisman como el zapatero de La Fontaioe con sus
cien escudos: no sabian donde ocultar su tesoro.
El coracero ignoraba las formalidades que debian
preceder para que se presentara el genio de la
Lampara, y por mas que frotaba, nadie se presen
taba. Tuvieron que esperar el dia, j Jacobo a*
= 4<Ь
talisman.
El sol dado fue, pues, á ver á Catalina , y des
pues de mil rodeos, le preguntó vanos detalle»
acerca del bijo del alquimista, y fingiendo no
creer en el poder de la lámpara , bizo explicará
Catalina todo lo que se bacia para llamar al ge
nio. Cuando llegó la nocbe, el sargento marcbó á
la coliua coa su.camaracla , y despues de baber
buscado y encontrado la piedra, bicieron compa
recer al genio, quien les cantó su bimno de obe
diencia.
El coracero y el busar seTquedaron con la boca
abierta y admirados delante del grupo que se pre
sentó á sus ojos: la bermosura de la joven- que los
miraba con sorpresa, inclinándose al mismo tiem
po con respeto delante de la lámpara, les bizo ol
vidar lo que querian.
' —Yo daria esa berramienta, dijo el busar mi
rando la lámpara, por abrazar á ese gemecillo.
. —¿Que^uereis? preguntó la bermosa voz.
—Omero, replicó el coracero, que obtengais al
instant« para .Jacobo Bontemps, cx-sargento de
«rateros de la guardia, la plaza de d
tnun de O..... y, si es posible, la plaza ile recau
dador de L para el actual dómine, porque no
hay que perjudicar á nadie.
El negro y el genio se miraron : el africano des
apareció y volvió al momento á escribir !o que
Jacobo le dictase. Guando se bubo coneluido esta
tfperacion , el genio eselamó agitando su cabestri
llo de oro:
' —Antes de que vuestros ojos se bayan cerrado
tres veces al sueño, antes deque bayais respirado
seis mil veces yantes de que bayais visto tres
auroras y tres rocios de la nocbe, estareis satis-
fecbo. Voy á volar por los aires, á atravesar los
cielos, y mi amo estará contento
i Una llama azul salió de debajo de su trono y des
aparecieron dejando sorprendidos i ios dos sol
dados.
—Jacobo, dijo el busar, no te bas acordado de
ibi; no podias pedir algo para mi? si yo tuviese
dinero me casaria con la bermana de Antonio. La
quinta de la señora duquesa de Sommerset esta
por arrendar; pide una escritura de arrenda
miento para mi: el tio tomas quiere dar quince
mil francos, procura que la duquesa me la ceda
cn ¿Ve mil; me casaré con la bermana de Anto
nio y me enriqueceré. i
Jacobo frotó la lámpara, y llamó al genio que
se volvió a presentar con la misma sumision.
—Ve á buscar, le dijo el coracero , á la duquesa.
de Sommerset; que alquile su quinta i Juan Le-
blanc, ex-busar de la guardia, cu doce mil fran-.
eos, y que traigan al instante la escritura para fir
marla , con cincuenta botellas de vino de Cbam
paña que beberemos en bonor' de la duquesa,.
la muger mas bermosa del mundo: quiero tambien
que el pleito que tantas costas ba causado al co~
mun se l'alle al momento. Marcbad.....
—Antes de que bayais comprado lo necesario.
para esplotar la quinta de las Granja* , tendreis
la escritura que pedís.... y desapareció.
—Es un verdadero milagro/.... eselamó el co-.
racero.
Trataron de levantar la piedra ¿bicieron vanos
esfuerzos para descubrir, á la elaridad de la luna,
los resortes que dirigian aquel fenómeno de la
tierra; nada pudieron conseguir, y se marcbaron
formando mil proyectos, el coracero, para cuando.
fuese preceptor y esposo de Catalina} y el búsar.
par* cuando fuese arrendatario y esposo de Su-
lana. .: r. . . .... .,..•«' •
Se marcbaron locos de contento ; el nuera dó
mine enviaba ya sus avisos, el arrendatario con•
taba sus vacas y sus carneros. .. .:..•..'.
Mientras que bacian sus castillos en el aire,
Abel estaba sumergido en el mayor pesar'. babia
perdido su querida lámpara, y la buscaba por to-.
das partes y no la encontraba. Marcbó a la aldea
con Caliban, persuadido de que la encontrarian.
en el camino, si se le bubiese caido, y contaban con
que se la devolverian si se la bubiesen quitado. Las
quejas de un amante que ba perdido á su amada no
pueden compararse al dolor que Abel esperimen-
ub«. . p. r.i •. ..-..::. v¡ i.•h.. .: . .: .1 :
A la mitad del camino encontraron á Catalina
que cantaba un romance amoroso.
¿ Qué tienes, Abel? dijo con temor detenién
dole y agarrándole la mano í tú estas triste íob!
dirae lo que te baíe padecer : seré feliz si comu
nicas tus penas á mi corazon.
—Catalina, dijo, be perdido la lámpara..-
A esta palabra , la hija del alcalde le detuvo
y se qaedó forprendida.} y solo se puede comfa-
-•Abel, dijo en fin, permite que tu Catalina te
pida una coi«... pero, anadió ,. despues de baberle
mirado con dolor ,. quinera que me prometiera*
bacer lo que deseo y que me lo prometieras ante*
da saber lo que vojra pedirte; .•i•i< ..
—Lo prometo. . ! •-
—Pues bien ! continuó 1« hermosa. aldeana, qui
siera ver á tu becbicera sin que ella me viese á mi...
Quiero saber si es tan bermosa, tan bermosa , que
n« pueda ser oscurecida. . -
—Lo procuraré, dijo Abel, para loque te ocul
tarás alguna noelie en el laboratorio.
—Con t¡ae tanto te ama esa hecbicera?... pre
guntó Catalina.
—Me contento con amar la , respondió Abel , t
no me atrevo á esperar que me corresponda. .i 1
—Luego serás muy feliz , continuó Catalina,
queriendo á un ser sobre natural que no te ama*
Abel calló: este silencio dió alguna esperanza .
ái la .pobre aideanita , quien , despues de baber
contemplado á su amado, regrosó lentamente á s..
nu. .Sentose al lado de su padre y le contó el ro-
bo (le la lámpara. Suspiraba, lleraba y sin cesar
airaba la pared , creyendo ver siempre á Abel,
, Algunos dias despues, un correo atravesó rápi- i
clamente la aldea, detúvose á la puerta de Jacnbo
Bontemps, le entregó un pliego que llevaba el
sello del ministerio de Hacienda: el coracero al .
abrirle , encontró sá nombramiento de dómina y
el de recaudador para el dómine actual: una real
orden que terminaba el pleito, y un» escritura
de arrendamiento firmada por la duquesa de
Sommerset tal como la babia pedido Jacobo Bon
temps; en fin una carta de un escribano en la qne-
señalaba dia para autorizar la escritura otorgadai
a favor de Juan Leblanc.
—Y las botellas del vino de Cbampaña ? íir«- ¡
guntó Jacobo. . •-i... .
—Hace tiempo que están en vuestra bodega,
contestó el mensagero, que volvió a montarai
caballo y desapareci 'i á galope tendido.
El coracero bajó a la bodega , y encontró efec
tivamente las botellas perfectamente colocadas. Con
aire de triunfo, se presentó en casa de Grandva-
m con el dómine y Juan Leblanc : entregó al al
calde la real orden y redamó la mano de Ca
talina. • . . .
iAl «ir ta« desagradable peticion, la pobrem*
(bacba je poto pálida y colorada , tembló y 09
encontró por el momento mejor espediente que
pedir un plazo de algunos dias , plazo que le fué
•oncedido.
Dejemos á Juan Lebianc y i Jacobo Bontemps.
entregados al sentimiento de no baber exigido.
del genio deja lámpara cien mil libras de ren
ta ; dejemos á todos los aldeanos sorprendidos y .
admirados, sentir que, por ballarse ausente el.
oura, no pueda decirles si es pecado creer en
•1 omnimodo po !er de las becbiceras ; dejemos
tambien por un instante á Catalina , por mas in- .
teresante que sea, dejémosla llorai y afligirse en
medio de la general alegria y volvamos al bijo
del alquimista y á la encantadora tlecbictra d*
tus Perlas. . . •
Algunos dias babia estado Abe' privado de las .
Maravillosas apariciones de la que él adoraba»
Su melancolia empezaba á ser estrema , y Calibaa> .
se inquietaba al ver que perdian -1 color las. nao» .
gillas de su amo, cuyos discursos y acciones indi
caban a su parecer algunos sintomas de locura»
—No puedo vivir sin ella, decia Abel al ancia-
ao criado ; todo es para mi insoportable. Yo lea
leido que la vida es un banquete, pu?s bien; yo
no deseo en este banquete mas que un solo plato
al que no puedo llegar; todos los demas me re
pugnan... i
Una nocbe, dormia profundamente; y entre sue
ños sintió que le arrastraban rápidamente ; le pa
reció que tenia alas y que volaba; alargaba las
manos , creyendo que iba á caer ; despertóse en
fin en medio de tan penosas sensaciones... y enton
ces se vió al lado de la encantadora becbicera en
un carro aéreo : le miraba dormir, Abel al abrir
los ojos turbados aun por el sueño se encon
tró con las ardientes miradas de la Hechi
cera de las Perlas; caballos infatigables arras
traban el carro que volaba como una nube empu
jada por la tempestad.
Abel estaba casi en los brazos de la becbicera,
cuyo aliento podia saborear. Cuántos placeres es-
periinentó cuando conoció que su cabeza debia de
baber descansado sobre el seno de tan divina cria
tura.
La becbicera le miraba sin desplegar los labios,
y sus ojos despedian una llama búmeda, con. la
que se embriagaba Abel.
Tomo u.
= 50*-
—¿Dónde estoy?... ilijo al fin.
--Al lado de vuestra becbicera... contestó con
voz tan conmovida que aumentó la turbacion de
Abel.
-•¿ A dónde vamos?
—Al imperio de las becbiceras ; ¿ no babeis
deseado presenciar las mágicas escenas á las
que asisten los genios , los encantadores y las
becbiceras? Mi carro os conduce á una de sus
mas brillantes renniones....
.-Cómo! eselamó , ¿las veré yo cara a ca
ra?....
—Si , respondió 1« becbicera ; pero con una
condicion: escucbad í cuando yo os lo diga cerra
reis los ojos , porque os espondriais á perder la
vista , si en algunos momentos os biriese la luz...
Abel prometió lo que la becbicera le exigia con
una inelinacion de cabeza; porque estaba sumer
gido en una inefable admiracion, contemplando
la peregrina bermosura de la Hecbicera de las
Perlas. Estaba vestida con elegante suntuosidad
que la embellecia, sin queese brillo perjudicase
en. lo mas minimo la dulzura que se dibujala
en su rostro con el amor y la bondad.
«51»
Su cidwza estaba coronada de flores, colocadas
artisticamente , los negros bueles de sus cabellos
caian simétricamente á lo largo de su rostro, au
mentando de este modo la finura de su mirada,
y el brillo de su bermoso cutis Guardaba
silencio, pero las miradas que dirigia á Abel de
cian al parecer al jóven que bablase á su vez y
que cada palabra que saliese de su boca seria aco
gida con entusiasmo. Sus pensamientos durante
tan encantador silencio viajaron seguramente por
la misma region, porque sus manos se juntaron,
se apretaron involuntariamente, y Abel eselamó
con la graciosa sencille« que tan natural lc era:
—Padezco!..« mi corazon está oprimido.
—Teneis algun pesar? dijo la becbicera.
--No, dijo, creo al contrario que [soy dema
siado feliz.
La becbicera se ruborizó y bajó los ojos sin
responder:. y este momento no se borró nunca de
la imaginacion de Abel. Se encontró con bastante
fuerza entonces para bablar de su amor ; pero un.
temor invisible y un invencible pudor le belaron
los sentidos y le trabaron la lengua.
Durante este viaje , sus ojos fueron los únicos
= 52=
que bablaron , y mucbas veces una sonrisa en
cantadora se aromó á sus labios y les bizo com
prender que se entendian. Puede darse cosa mas
deliciosa que ese lenguage de! a!ma í ese poder
simpático que , sin el incompleto auxilio de Jas
palabras bumanas, nos bace adivinar lo que pien
sa ? lo que desea , lo que ambiciona el objeto
que amamos. En esta regkm pura del pensamiento
agen a á las estrañas sensaciones del cuerpo i \ ci
na un encanto sutil que no puede proporcionar
ninguna palabra bumana , porque ninguna pala
bra bumana puede manifestar la idea de un mis
terio que solo puede ser sentido. Parece que en
estos momentos una llama ligera pasa ile uno
á otro corazon comunicando sucesivamette los pen
samientos.
Abel y la Hecbicera de las Perlas gozaron de
este sobrebumano deleite, y estas dos maravillas
de la naturaleza que estaban dotadas de almas
dignas de la perfeccion de sus cuerpos , se com
prendieron tan perfectamente que al terminarse
el viage i siendo ya ?os ojos de Abel demasiado
espresivos, la encantadora becbicera bizo con su
abanico una sena llena de delicadeza y de graeia
= 53=
para obligarle á bajar sus largos párpados, y le
dijo: Silencio A!iei!
A osta frase, la única que babia sido pronuncia
da despues de una bora, se miraron ambos y se
ecbaron á reir.
--Ab! dijo Abel ; no conozco nada mas delicio
so que un amor que pace y crece en medio del
buen gusto, del lujo y de !a elegancia! Veros
siempre adornada , respirando los mas suaves
perfumes, rodeada de prestigio de vuestro po
der... Ab! eso es demasia/o !.. si yo no soy mas
que vuestro protegido, quieroinorir!..
—Morir?.. aii! vivid, Abel! vivid para mi!..
En este momento tapó á Abel los ojos con su
mano, y Abel oyó un ruido confuso, gritos y vo
ces; pero a! cabo de un cuarto de bora, se detu
vieron; la becbicera le encargó que cerrara bien
los ojos; y, llevándole de la mano, le guió á !ra
vés de galerias y de escaleras. En fin, llegaron á
un sitio en que la becbicera bizo sentar á Abei , y
le permitió abrir los ojos pero con la condicion
de que solo á ella debia mirar.
—Y aun cuando los cielos estuviesen abiertos,
dijo, no veria tampoco mas que á vos.
=54=
De pronto rompió una música encantadora; !i
becbicera, descorrió con su bermosa mano una
cortina que babia delante de ellos , y Abel se que
dó mudo de sorpresa al ver el mágico cuadro que
se le acababa de presentar.
Un vasto circo decorado de columnas de guir
naldas, rosetones y plintos dorados, contenia
una multitud innumerable de genios y de encan
tadores: de trecbo en trecbo vió Abel una inlini
dad de becbiceras mas bermosas ias unas que las
otras: se le aparecieron rodeadas de una nube de
luz; porque entre cada fila de becbiceras brillaba
un espejo de diamantes cardado de bugias que
despedian una elaridad mara\ illosa. Sus vestidos
riva izaban en riqueza y elegancia; reian , ba
blaban y se cbanceaban con los encantadores y
los genios que estaban detrás de ellas.
Reinaba el mas profundo silencio' y todos escu
cbaban con atencion una música encantadora:
Abel creyó que estaba en el cielo, creyó oirias má
gicas voces delos ángeles: estaba profundamente
conmovido y no podia bacer otra cosa que apretar
dulcemente la mano de su becbicerilla, que go
zaba de su sorpresa con un placer indecible.
—Ocultaos bieft en est; ángulo, le dijo, por
que si las becbiceras mis compañeras notáran la
presencia de un mortal á mi lado, seria perdi
da!., bastante trabajo me ba costado ya introdu
ciros, á pesar de que estais vestido como un
genio...
—En efecto, el trage de Abel era enteramente
parecido al que llevaban ios genios. Volvióse,
miróse en un espejo, y admiró tan sorprendente
encantamiento. Tal vez esperi mentaria tambien un
momento de coqueteria al reparar que era mas
bermoso que la mayor parte.de los genios que
reia•
De pronto cesó la música, y dando un golpe
con la varita el genio que presidia la orquesta
desapareció de repente una mágica decoracion
que cautivaba la atencion de Abel, y un espectá
culo mucbo mas sorprendente vino á sumergirlo
en un occeano de nuevos goces.
Un palacio adornado con profusion de colum
nas de mármol y de porfiro, con galerias que se
perdian de vista y maravillosamente suntuoso,
se ofreció á sus miradas como por encantamiento:
una multitud brillante de becbiceras y de genios
= 56 =
vestidos magn iAcamente, y Je los cuales le reeor-
daban algnnos el genio de la Lámpara , entona
ron un canto de alegria, que le aturdió algun
tanto el oido, pero la bermosa Hecbicera de las
Perlas le dijo que era preciso ser un genio para
apreciar la armonia de aquel concierto, cuyo
canto no convenia mas que á la tropa inmortal
de los encantadores, por no comprenderle los
bombres.
—Aguardad un poco, continuó, y vereis los
genios entregados á una especie de frenesi llegar
alas manos con encarnizamiento; porque aqui
pasan cosas que os sorprenderán estraordinaria
mente.
En efecto, al cabo de un cuarto de bora, bubo
un estrepito tal, que Abel tuvo que taparse las
orejas; sin emlwirgo se sucedian numerosas mara«
villas para sorprenderle: un palacio fue reempla
zado por un bosque, campos y cabanas; la caba
na por un jardin, el jardin por un calabozo, el
calabozo por sitios que le enagenaron de admi
racion.
No tenia bastantes ojos, ni bastantes oidos para
oir los cantos y la música, y para ver el baile de
= 57=
las mas bermosas beebierras. Estos mágicos cua
dros estaban mpzelados con advertencias curiosas
d• ía Hechicera de las Perlas que |ior interva
los le esplicaba los usos y costumbres del imperio
de las becbiceras.
—Los genios que veis aqui rennidos, le decia,
tienen manias muy originales, se les puede tocar
la mano, ios dedos, los brazos, los bombros, to
do el cuerpo en fin, escepto la megiüa.... luego que
la megilla de un genio ba sido tocada aunque li
geramente por otro genio, no se puede lavar mas
que con sangre: los encantadores no estan someti
dos « esta necedad. Tienen tambien lo q« e ello*
llaman su patriotismo , que consiste en alabarse
á si mismos acerca de sii valor y de su gloria ; y
seria un atentado reconocer el valor de las otras
nacion-s de genios. Hay masi: veis á algunos en
cantadores que llevan una cinta encarnada en sus
ves•idos? pues bien, esa cinta es una de sus pa
siones. Colgad una golosina en una sala y soltad'
«nos perros, se fatigaran saltando para alcanzar
algunos pedazos , lo mismo sucede con los genios
respecto á la cinta: se fatigan y se consumen ba
ciendo mil esfuerzos para alcanzar un pedazo, y
cuando le tienen, le miran ya COB indiferencia*
En lin, veis genios vestidos con el mayor es
mero y cargados de albajas, ay!.. eso es lo que
mas les gusta... Vos, Abel, con vuestra alma
sensible y noble , á pesar del cortejo de virtu
des y de gracias que os acompaña , y con vues
tra bermosa figura, si do estuvierais vestido coa
elegancia , como lo estais abora , seriais mirado
con indiferencia : el último de los encantadores
seria preferido á vos. Entre otras cosas, bay ge
nios que les ensenan el arte de matarse con ele
gancia y segun ciertas reglas. Si entre los genios
bay a!. i. ios superiores , nadie bace caso de ellos
mientras viven ; y cuando mueren se los celebra.
Generalmente miran los genios con indiferencia las
grandes acciones, y á las insignificantes les dan
una importancia estraordinaria: es preciso gastar
diez veces mas para pasearse que para comer; y
bay animales cuya manutencion cuesta ma* que la
de las personas«
En fin, la religion de los genios consiste en
arrodillarse, leer en un libro y escucbar los
bimnos; pero bacer bien, salvar á los desgra
ciados...... Abí son tan pocos los genios que
imanen el culto estertor y el cullo interior que
mora en la conciencia: para la mayor parte , el
coito esterior es todo, y creen ganar el cielo co
mo se gana una partida de agedrez, á Tuerza de
calculo y de astucia.
—Lo que me decis i contestó Abel, me sor
prende mucbo mas que lo que veo.
--; A\i ! replicó i aun diré otras cosas mucbo maa
sorprendentes. t
—Proseguid , dijo Abel, prefiero oiros: porque
por la armonia de vuestras palabras daria toda la
orquesta de vuestros genios.
— Ya no tenemos tiempo de bablar, replicó la
Hechicera de las Perlas > porque la fiesta toca
ya á su fin; mirad , dijo enseñándole una encan
tadora que llegaba, mirad con atencion.
Abel se quedó sorprendido al verá la que no
vaciló un momento en llamar la Hecbicera del
Baile. En efecto, al ver que apenas tocaba con loa
pies en el sueio, se preguntaba á si mismo, si
aquella becbiccriba era una sombra fugitiva sepa
rada del cuerpo. Pero esta deliciosa danza no era
nada en comparacion de la accion muda de la fi
sonomia de la becbicera y de lo« sentimiento* qu«
= 60 =
espresa!ia con los 'movimientos y actitudes de su
ligero cuerpo.
Lloraba á un amante querido , que la suerte de
los combates babria becbo sucumbir á ios esfuer
zos de los enemigos : cada movimiento de aquella
admirable becbicera retrataba tambien el dolor,
comunicaba todas sus penas al alma de los que
la miraban. En fin, volvióse loca, y Abe!, aterro
rizado, apretaba con fuerza la mano de la Hechi
cera de las Pcrlas:e\ ingenuo sentimiento que ma
nifestaba causaba unplacerinespücableá la becbi
cera, porque tenia en curto modo las primicias de
las emociones de aquel corazon joven. Gozaba con
las lágrimas que él derramaba por infortunios fin
gidos, porque aquellas lágrimas le revelaban con
toda su estension la bondad del alma de Abel.
Cuando la loca encontró en los campos una
boda de aldea que le recordó su pasamiento y
cuando vio los vestidos de la novia , espresó que
ella tambien babia sido conducida á la iglesia coa
un traje semejante; remontándose entonces á los
tiempos de su felicidad, empezó un baile vivo y
gracioso que un terror sordo le bacia suspender
de cuando en cuando; esta mezela de locura y de
= 61 =*
alegria, estas reminicencias de felicidad y iie des
gracia espresadas con verdad , arraniaron á A!iel
un grita de dolor y de admiracion.
En fin, en medio del mayor parasiymo de la
locura de la jóven , llega su esposo, que ella creia
muerto: la infeüz cree que es la vision de un
sueño de amor, y no se atreve á acercársele,
basta que por fin se decide á elío gradualmen
te, alarga timidamente la mano, le toca, sien
te latir su corazon, le mira, ve demasiado amor
en sus ojos para dudar de su existencia, y, reco
brando la razon, se desmaya y muere de placer.
En este momento la becbicera tuvo que llevarse
á Abel, porque lloraba ámas no poder , como
todos los espectadores empezaban á dirigir sus
miradas al palco.
—Cerrad los ojos!.... eselamó la becbicera que
le arrastraba.
Cuando Abel se sosegó enteramente , se encon
tró en el carro de la becbicera.
—A dónde vamos? preguntó.
-A mi palacio, y desde boy llevareis la vida de
«Jos genios.
JEn efecto . el carro entró en vn magnifico ves
= 02 =
tibulo, Abel y 1« becbicera se apiaron , y la be«-
mosa encantadora guió á su protegido ¡i través de
una magnifica escalera con columnas de mármol.
IV.

ABEL EN CASA DE LA HECHICERA DE LAS


PERLAS.

Cuando se acerco la becbicera, eselavos mag-


n ticamente vestidos abrieron las puertas de !as
salas, cuya elegancia fue un nuevo motivo de
sorpresa para Abel que se paraba en todas las
piezas para contemplar las maravillosas curiosida
des (1ue las embellecian.
Cuando llegaron al gabinete, la becbicera tomó
por la mano á Abel, y enseñándole encima de la
cbimenea un admirable grupo de bronce , le es
plicó cimo se mareaban las boras en el imperio
Je las becbiceras, y le dijo:—Es tarje, Abel, se
guid á esa eselava. Aqui, continuó, os dejo en en
tera libertad para que podais ir y venir como me
jor os parezca, con tal de que no salgais de mi
palacio. Desapareció.
Abel fue trasladado á una babitacion divina, ca
si Un magnifica como el gabinete de las Perlas^
pero mas sencilla. Apenas se bubo acostado en un
lecbo compuesto de telas suaves como la seda,
cuando oyó una lenta y dulce armonia que le con
vidaba al sueño, y se durmió mecido por tan en
cantadora música.
La rapidez de las sensaciones de aquella noebe
de encantamiento no le babian dejado el uso del
pensamiento, y se durmió sin baber tenido tiempo
de reflexionar acerca de cuanto babia visto: y ya
sea á consecuencia de aquella multtud de sensacio
nes, ya sea efecto de una velada á la que no es
taba acostumbrado, lo cierto es que se quedó pro
fundamente dormido, de modo que pareció que
n casa de las becbiceras se dormia mejor que en Cl
ido real.
[ay en el sueño un fenómeno que todo cl mu«
= 65 =
do debe baber observado : mucbas veces, á pesar
del estado de impasibilidad en que se encuentra
nuestra alma , esperúuenta uno cierto presenti
miento que procede al parecer de un instinto es-
traño. Este presentimiento nos advierte que des
pertemos, ya porque es tal ó cual bora, ya porque
un ruido ligero que nuestros sentidos ban oido. sin
que se nos baya revelado enteramente ba sonado
en nuestra babitacion : á consecuencia de una pre
vision de este género despertó Abel por la mañana.
Creia oir que su querida Hechicera de las
Perlas estaba alli... Abrió los ojos y vió aun en
tre sueños el rostro encantador de su protectora.
Estaba inelinada bacia una arpa, y sus bermosas
manos vagando por sus armoniosas cuerdas pro
ducian sonidos que llenaban el alma de Abel de
una alegria indecible: parecia que el mas puro
deleite los rodeaba. . . .
La Hecbicera de las Perlas gozaba al ver des
pertar á Abel, como goza la naturaleza a la salida
del sol. La becbicera estaba vestida con una sen
cillez . extraordinaria que formaba un bermoso
contraste con la elegancia y riqueza del trage
qu* llevaba la vispera: ua vestido blanco de mu
ta ii. « 5
s.ei?n& parecia un ligero velo ecbado al descuido
sobre sus encantadoras foranas..' "!ii i"
—.Y bien] dijo olla , ¿cómo 05 encontrais en el
palacio de una becbicera?... Y se sentó en el bor
de de la cama del jóven con una libertad menos;
amorosa que 'maternal. i
Laf becbicera , sin aguardarla contestacion de
Abel, se puso á juguetear con éli. La vivacidad de
sus preguntas y de sus réplicas; la ligereza con
que daba mil vuei!fas a su convérsacion siempre
agradable, y en fine! conjunto de sus', maneras bu
bieran revelado á cualquier otro que no fuese Abel
una alma apasionada, pero demasiado viva para
ser constante. Parecia que miraba a Abe! como á
un juguete, como á un entretenimiento: la senci
llez de ese bijo de la naturaleza,i el candor de- sa
alma .la sorprendia,. y era como und diosa, que se
burla de un mortal y que á pesar de amarle no
sacrificarla el mas minima de. 'los placeres ó de los
deberes de su divinidad..
Abel amaba demasiado y carecia, de esperiencia
para juzgarla asií no veia mas que las gracias y la
peregrina perfeccion de este ser encantador.
Le dejó para prepararle por sus propias manos.
ua nTmnerzo. Le condujo á uni safa adornaba cor«
colwnnl« do marmol y le bizo sentar ort. uit 'confi
dente, delante de una mesa cargada de manjares
y cosas que escitaron la sorpresa de 'Abel.
No se atrevia á tocar los preciosos cristales que
le rodeaban i tenia miedo de manchar IbTniantéles
cuya blancura competia con la de íainieve y ad
miraba lá plata trabajada y esculpida Víne. conté-
nia manjares desconocidos parrfiéP.i i
Su querida becbicera estalia aiáii 1&d¿/ separa
balos tan solo,un alntobadort iW^rpura' ^dori fre
cuencia potfia tocar su'manoi su' ti'razo y«lá",gasa
que la cubria. Ella le seVv7aá,iiy,Foilqíle mas ile gus
tó del imperio de las bccnicY Has, fue que Id áe tas
Perlas comiSide cuanto él eoniia y* i^ue Tiélifói ék
el mismo wsaque él... -l :' .,iW i „'' ,' i "i ,i:..lil
-Es una costumbre mdyrantiVrfí;fé!i(Hjo,;i ila.
bemos abolido , pero me parece't/ue bemos' Kecbióv
mal (I).. *'•* ni / ' : n'"ni **" ii-"'•'i.: •. • :
.. . - --• .i . . ."i.i . ' | . i .: . . J
' (1) En los siglos de caballería., cuando Ui*&i'
dama queria favorecer d un caballero ¡le baifth
tentar dia meta junto á ella iy comian junios«.
( LACIÍRNE ¡9AÍtoTE-PALAT*:)i *
=68=»
De este 'modo procurabala becbicera derribar
la barrera de. respeto que la separabanle Abel. Es-
.te no se atrevia a. entiegarse á una libertad que
empezaba á desear y á comprender; veia á la be
cbicera imponente y inagestuosa á pesar de que el
amor esparcia sobre aquella escena una magia in-
_definib)e: todo lo que se permitia, craalreverse
aunque timidamente á acariciar los dedos de la
becbicera al tomar el vaso, y ruborizarse cuando
fingia esta incomodarse. Acababa un manjar cuan-
,Ü^a.ella le babia empezado , imprimia sus abrasados
labios en el sitio del vaso en que ella babia bebido,
y devoraba con ardor las miradas, las palabras
. de 1« becbicera; á pesar de que se cruzaban mil
pensamientos en su imaginacion , no se atrevia á
pronunciar una sola palabra í parecia que toda su
yida estaba concentrada detras del terso cristal de
los ojos de la divinidad. . i. . ., .
La pobre Catalina , esa jóven tan sencilla y tan
modesta, podia tener atractivos para Abel y en
trar en comparacion con la Hechicera de lar

.vAHRiiue Catalina amaba con ardor , no era cor


respondida. Si en el inundo no bay mas que cier
= 69 =
ta cantidad de cada sentimiento clei cual toma su
parte cada ser, Catalina tenia en el corazón todo
el amor de la naturaleza , y babia en él ademas
toda la sencillez y todo el candor que eran de
desear; pero ¿podia poseer, como lá becbicera
el cortejo de perfecciones , la magestad , la gran
deza y los Seductores encantamientos de la rique
za y del poder? En una viria el amor con todos
sus atraetivos, y aunque la otra tenia tanto amar
por el momento, le manifestaba sin embargo con
mas sencillez, pero seguramente con mucba mas
gracia ! ademas, la becbicera érá amada : qué digo
amada? adorada!... El amor de Abel confundido
con el dela becbicera embellecia cada sonrisa/
cada movimiento , con un atractivo .que Catalina
encontraba en Abel, pero que Abel no encontraba
en Catalina. ' i'
. Al terminar el almuerzo , Abel babia adquirido
ya alguna confianza, y empezaba á dirigir algu
na que otra sonrisa á la becbicera y se atrevia á
agarrarle la mano, pero furtivamente y cuando
ella fingia no notarlo, á pesar de qne saboreaba
la dulzura de aquella caricia divina. i' i
Se pasó todo el tiempo jugueteando amorosa-.*
— 7«=»
tóenle: la ibecbicera divertia á Abel con un talen
to admirable , ya con discursos cbistosos, ya can-
tandp á su lajo, ya arrancando del seno ile su
arpa mágicos conciertos. Abel padecia uno de los
mayores, tojnientos que el bombre puede espe-
rimentar. ft . ... . . . .. . i .
. En .efecto, 4 fiada momento, crecia elíunor en
su alma como las aguacen una inundacion, cuan
do se roníiíen Ips diques; desde que babia entra
do en el palaciirde, la becbicera, queria arrojarse
á sus pies y declararle su amor. A cada momento
se deciíyvoy;4.l)jldar;í'cr9..uu invencible temor,
un puijpr.secr^o le c-ntenla;, ya. sea que temiese
el enojo di¡ ísu. becbicera , ya sea que temiese no
espresar cu¡inJto.#pntia. Los tormentos de esta in-
decislou eran terribles para. Abel , porque se en"
contraba á cada momento delante de su becbicera
como iin jugador que arriesga cuanto posee,, y que,
dentro de un momento, se ballará en el colmo de
Ij felicidad ó ep.,ls tumba. Con frecueniia pro
nunciaba imaginariamente l.as frases de su amoro-
soijisciirso, íl^u^u^iiyá repeúrjasá su becbi
cera, una miradajínnglísfo, una palabra le de-
.touíau. La beclii*cr.a.al parecer sabia Jo que 4iasa-
lia en el alma de Abel y se complacia en atormen
tarle. „....... • n. .
En fin, por la nocbe, á la luz misteriosa de las
bugias y despues de baber contemplado a la be
cbicera radiante de bermosura, Abel , sin caer a
sus pies, le agarró la manoj| y venciepdo. el. miedo,
le.dijo: :,...•i. ...', .v .. . .'. .,s .• -.
. —Hermosa beqbicera .!..... cuando pronunció esta
palabra con la idea de bacerle la pintura de todb
lo que esperimentaba , su corazon recibió una do
sis escesiva de saligre, y un movimiento de fuerza
increible bizo estremecer todo su cuerpo.—Her
mosa beeliiceífa; continuó después de un momen-
todeAíleoci.o.):bace tiempo que quierq bablaros y
no me atrevo; ignoro lo que mi corazon esperi-
menta, per« sé que solo puedo espresarlo (licién-
doos, íos amo!...: Casi me avergüenzo de confesa
ros que os amo mas y menos que á mi madre: Os
amo menos, porque espirimento en mi cierta cosa
tumultuosa cuando me.mirais, siendo asi qiie el
aspecto de mi madre nq me turbaba. Yp bubiera
dado mi vida por mi madre, y quisiera poder sa
crificar mil por. vos: y besaba mil. veces á mi ma
dre, .y «n sol* bes« me parece un crimen «emetld*
bacia vos; esperimento el deseo de dárosle y no
rae atrevo á satisfacerle.
En una palabra, padezco cuando estoy junto i
vos; estaba tranquilo y era feliz junio á mi madre,
y sin embargo me gusta estar á vuestro lado; acu
dia á la voz de mi madre y la vuestra me bace es-
tremecer: en fin, qué os diré? No conociendo mas
que el amor de un padre ó de una madre para es-
pilcarme loque esperimento, me parece que vos
sois para mi una madre á quien amo con delirio...
vos que sois tan poderosa, podeis quizás borrar
de mi alma tantos pensamientos como la abru
man, y dar á mi carino una espresión mas dulce,
mas pura, menos fogosa, porque mucbas veces me
siento arrebatado (lo diré!) por un furor que ape
nas puedo contener... necesito una palabra vues
tra... vuestros labios estan demasiado sonrosados•
me tientan, y me afeo todas mis ideas... cuando
vuestra sonrisa parece convidarme...
A esta palabra se levantó la becbicera; Abel te
mió baberla ofendido, cayó á sus pies y detenién
dola por el vestido:
—Abi bermosa becbicera, continuó, conozco
que mi lenguaje no es digno de yoíj pero no ba
biendo amado nunca y no amando mas que á vfis,
ignoro cómo se babla de amor en vuestro impe*
rio; no soy mas que un pobre mortal , pero á pe
sar de ser mortal , siento en mi corazon tanto
amor que no desespero de acercarme á vos...
Sus ojos derramaban lágrimas y estaba intere
sante en aquella bumilde postura: sus ojos que
brillaban á través de las lágrimas, arranearon á
ia becbicera la sonrisa mas divina que se puede
baber visto en labios bumanos , es decir, de for
ma bumana.
Le levantó sin bablar una palabra, y le acom
pañó á la babitacion que le babia destinado en su
palacio. Cuando Abel entró en ella, le presentó la
becbicera su mano, y desapareció como para ocul
tarle su emocion.
Abel despertó el día siguiente: la sonrisa con
que babia acogido la becbicera su discurso estaba
grabada en su corazon. Entraño no oir la musica
encantadora cuyos armoniosos acentos le babian
berido al despertar} abre los ojos para admirar la
suntuosidad del sitio en que dormia.... ve el labo
ratorio, las retortas, los bornillos, la cbimenea,
el polvo. No oyó mas música que la del canto de
=74 s*
los pájaros de su jardin: la desesperacion se apn-
derú de su alma, vio que acababa de pasar una no
che dominado por las ilusiones demasiado risueñas
lie un sueno de amor, y que toda su felicidad era
obra de su imaginacion. Recordó cuàn seductora
y bella babia visto à la becbicera, y repasó tris'
temente su alma eu los acontecimientos de la
»ccbe. . {
l. .

-in- i . '/ , , '1 ¡ ,n i '


i4 :c, r ' .. i .l ' i ! i i
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»' ' щ i.. ; g . i ' ' is ' -'l , ,
.. . l nf ' i ili, .'
. ' (ü a
V.

QUIÉN ES LA HECHICERA DE LAS PERLAS.

"«mnm»

.. : . ... h....-... !..i..


Abel se vistió, y al ver los vestidos de su sue
ño empezó á creer que las sensaciones multipli
cadas <íue babia esperimentado podian ser reales,
á pesar de que el recuerdo que de ellas conser
vaba, estaba cubierto con esos vapores que rodean
las ilusiones de la nocbe.i Vio á Calibán que se
acerci á él: este fiel criado se alegró al volver á
ver á su amo , y, arrastrándole fuera de la cala
ña, le enseñó á Catalina que estaba sentada enci
= 76=
ma de la piedra, y en cuyo rostro estaba grabado
el mas acerbo dolor.
Abel se acercó: Catalina levantó la cabeza, dió
un grito y se precipitó llorando en los brazos del
jóven.
—Por espacio de tres dias, dijo, be venido to
das las mañanas, aguardando mi sol, mi vida.»
Pero nada disipaba la nocbe de mi alma. Cada vez
que subia la colina, decía para mi, boy estará!...
Lo decia también al bajar; estaba triste porque
no babias llegado... Ab! si yo tuviese un enemigo
y le quisiera mal desearia que aguardára tres
dias... á la persona que amase.
—Catalina!... querida Catalina...
—Ab! querido Abel , qué bermoso estais!... Ab!
dejadme que os mire.
—Estoy bermoso/... pues sabe que la becbicera
es la que me ba dado estos vestidos, y ella es
quien ba bordado las flores de esta preciosa tela.
—La becbicera , siempre la becbicera!...
—Ab ! Catalina, ella me ama.... lo sé á no du
darlo».. be visto su palacio, el imperio de las be
cbiceras.. „ no sé lo que me pasa.... Y Abel contó
i Ca. alina la« maravillas de que babia sido testi
= 7T=a.
go y las delicadas atenciones de la becbicera; Ji
jole tambien que le ecbaba leibe en el vaso para
temperar un licor divino que aumentaba en el ce
rebro la actividad del pensamiento y animaba el
amor etc. etc.
—Abel, te suplico que me proporciones ser tes
tigo de una aparicion de la becbicera.
—Ven esta nocbe , contestó Abel ; debe recupe
rar la lámpara porque, segun dice , no la necesito
ya: Ob! Catalina! yo no me atrevo á revelarte mi
esperanza.
—Se casará contigo la becbicera? dijo Catalina.
—Asi lo creo, contestó , pero ignoro cómo pue
de un. bombre ser el marido de una becbicera....
—Y serás feliz, replicó Catalina , si te casas con
una muger que tiene mas poder que tú ?...Y si te
engañase? . . . . '•'.i:.
--Imposible!... eselamó Abel.... imposible!... Se
conoce, cuando eso dices, que no bas visto su son
risa.
Catalina miró á Abel , y, no pudiemlo conte
nerlas lágrimas, buyó despues de baber prome
tido volver por la nocbe.
Al anocbecer cumplió en efecto su palabra: ba
tiía dejado acostado á su padre que la babía re
prendido ligeramente, porque, decia, que estando
próximo su casamiento, corria demasiado por los
campos, y que no parecia bien anduviera sola tan
to tiempo : Jacobo Bontemps se babia quejado«
Habia tranquilizado. á su padre á fui rza de ca
ricias y de besos.... Y poniéndose de acuerdo con
Francisca, babia dejado su lecbo virginal y corrido
á la cabana para ver á la becbicera , y sobre todo
á su amado..
Abel estaba sentado en aquel mismo sillon car
comido que babia formado las delicias de la infan
cia , tenia ios codos apoyados en la mesa , éir la
que en otro tiempo limpiaba sus granos Ca liban,
j pensaba en su becbicera: la lámpara alumbra
ba el laboratorio« Catalina, baciendo señas á Ca
liban, se deslizó ligeramente, pasando por la puer
ta que estaba entreabierta, y acercándose de pun
tilla s á Abel le saludó con un beso/
~/Ab! /eres tú Catalina/
—Si , dijo ella , vengo á ver la becbicera... pe
ro su divina sonrisa decia que Abel ocupaba to
dos sus pensamientos.
—¿ Djndc te ocultaremos ? p¿' eguntó este mi*
= 79 =
raiuTo á todos lados. El parecer de Caiiban pre
valecio, y se decidió que el gran sillon carcomi
do seria colocado entre los bornillos y la cbi
menea, y que Catalina se ocultaria detrás de aquel,
guardando el mas profundo silencio.
Catalina procuró ocultar su pesar y. juguete»
toda la nocbe con Abel : las caricias de su amigo
le daban alguna esperanza siempre que ella babla
ba ó jugaba con é!. . •i r. Vií i i r ..
En fin , Abel se ecbó en la cama , Cal iban s*
retiró y á media nocbe se presentii con su brillan
te trage la Hecbicera de las Perlas , mas bella,
mas graciosa , mas viva que nunca ; recorrió el
laboratorio, tocó con las manos todo loque serviai
á Abel , le babló y le escucbó« Sentáronse en 'aca^
ma y, desplegando la bermosa becbicera sus gra
cias y el prestigio de su coqueteria , se ofreció
á los ojos de Catalina como la reina de la natura
leza. iLa infeliz jiven, oculta en un rincon, se ta
paba la boca con el pañuelo para abogar sus so! !o
zos, y conoció que nunca, podria competir con
una criatura tan perfecta como la Hecbicera de
tas Perlas. .. h ' •. . . .•. . ri. " ••
-Ay de mi! decia, porqué ba alterado el sol,.
= 80 =
á pesar de todas mis preca liciones , la blancura de
mis manos? Porque no soy becbicera?... Ob! s',
es una becbicera/... porque en el mundo no pue
de baber una muger que tenga tanta gracia, tan
tos atractivos/ Gran Dios! el amor mora en sus
ojos/... qué mirada/...
--Abel, decia la becbicera , dentro de poco sa
breis á loque yo me someto para baceros feliz...
ya no me vereis mas que como á una criatura
mortal, abdico por vos el imperio de las becbice
ras y todos los bonores correspondientes á mi
elase.
—Qué prueba de amor puedo yo dar que no sea
infinitamente inferior a esta? decia para si Catali
na banando el pañuelo con sus lágrimas. '
Abel, enagenado de alegria, apretaba con ar
dor las manos de la becbicera, cubrialas de besos
y ella se sonreia , en fin, la misma becbicera (es
to destrozó el corazon de Catalina), la. misma be
cbicera imprimió en los labios de Abel un beso de
despedida, que el bijo del alquimista saboreó con
deleite. La becbicera, que no estaba menos con
movida , desapareció precipitadamente llevándose
la lámpara maravillosa.
= si=.
Abel fue llamado á la vida por la amaWe Cata
lina: se desbacia en. llanto, y era tan iviolento su
pesar, que Abel no sabia qué bacer para mitigar
el dolor de Catalina. • i " :«"« t>
—Es demasiado bermosa/... Ob/ si, debes amar
la, no puedes pasar por otro punto/.*. y yo.... yo
debo morir/... Abel, conozco que no !puedo' vivir
sin ti.... para mi no eres ya mas que un bermano....
Ab/ qué va á ser de mi?i..i . r i « i r i l^t . ¡ A
Abel pasó el resto de la nocbe consolando á Ca
talina; solo pudo calmar su desesperacion juran
do que la amaba tiernamente, y que estarian siem
pre juntos. Catalina contestaba que sabia que la
engañaba, pero que le gustaba oirle, y mecida por
una esperanza, cuya poca reabdad conocia, enju
gó sus lágrimas y se. tranquilizó algun tanto. Por
la mañana dió un beso á Abel y salió decidida a no
volverá ella. Ob juramentos de amor/:
Al salir de la cabaña, preocupada por la deses
peracion y por la idea de que tenia que casarse
con Jacobo Bontemps, tomó el camino del bosque:
miraba ai suelo, y de en cuando en cuando «nju- •
gaba sus lágrimas: de pronto vió en el camino va
rias perlas que anunciaban que la becbicera babia
Tomo ii.
Aues bien' ! lo qne yo os dijera envenenaria vues
tra dicba... Adios, señora, sed feliz).. Sin embar
go yo fui la primera que le vi/ me pertenecia...
Ob / dijo tapándose la boca con ia mano , guarde
mos , guardemos mi secreto , muramos con é!...
La duquesa contemplaba enternecida la joven
aldeana y la compadecia á pesar de que ignoraba
la causa de las lágrimas que vertia. En fin, la úuica
gracia que pidió Catalina, fue que ia señoraduque-
sa mandase llevarla en cocbe bastala aldea de V...
. La duquesa mandó satislacer los deseos de Ca
talina, y dio al mismo tiempo órdenes secretas á
sus gentes para que se informasen de la aventura
<jue conducia á aquella jóven á su castillo.
Cuando vieron recorrer a! cocbe la aldea y pa
rarse delante de la casade Grftiidvani, la poblacion
entera acudió y vió apearse á Catalina moribun
da: tenia losoos encarnados, el rostro pálido, y
tuvieron que ayudarua á bajar, tan débil•« tan do-
Jorosamente afectada, que ya. no parecia aquelia
jóven risueña, llena de vigor y de salud, y á quien
un dia antes llamaban la reina de la aldoa.
En el bumbral de la puerta de la casa de'! al*
calde estaba Jacobo Bontemps coa los brazos eru
= 85=*=
¿ados,sus miradas eran feroces, y en su rostro
estaba grabado «1 dolor. En efecto, Grandvani ba
bia notado la ausencia de su bija, y desde por la
manana babia mandadoi á llamar al nuevo precep
tor para participarle el dolor que le causaba este
acontecimiento. El veterano que amaba á la bermo
sa aldeana mas bien como pa Iré que como Aman
te, babia llorado con Grandvani ; pero al ver á Ca
talina en un magnifico cocbe, una idea importuna
que le era imposible desecbar, le atravesó el cora
zon, y maldecia ya al gran señor, que, con el tra
ga y con el auxilio del fingido candor de /¿6#/,ba-
bia seducido la rosa de la aldea, la perla del va
lle, la bermosa Catalina, y meditaba ya el modo
de vengarla. • «• i. . • • i
Catalina, con esa ingenuidad encantadora , que
era la menor gracia de su caracter, se' precipitó
en los brazos d^ Jacobo Rontemps y derramó un
torrente de lágrimas; el soldado r receptor se en
terneció, agarró á Catalina de la mano, la llevó
¿donde estaba su padre, y. Francisca se rennió
al grupo que espiaba. la primera palabra de i\a jó
ven aldeana.
Precipitóse en los brazos de su padre | nero e\
h=86 =
anciano con ese poder paternal y la conciencia de
bonor cuya espresion es tan imponente , \a recba
zó con un gesto tan desdenoso que bizo estreme
cer basta el mlsnio Jacobo. ii «. « c
Un torrente de lágrimas se escapó de nuevo de
los ojos de Catalina, quien, renniendo sus fuerzas,
se levantó y quiso salir: dirigió á Bontemps una
mirada de indignacion y de inocencia , y á su pa
dre una sonrisa que le valió su perdon , porque es
ta sonrisa era de las que lanzan los inocentes por
toda contestacion á injustas acusaciones. . «.
Esta escena tuvo lugar en medio del mas .pro
fundo silencio; todos se babian comprendido.
i—Vengo, dijo Catalina sentándose, vengo del
castillo de la duquesa de Sommerset.J be ido á él
conducida por circunstancias acerca de las cuales
debo guardar silencio, y ruego á los que me quie
ren que no me recuerden nunca esta época de
dolor.
Esta frase pronunciada con un candor incom
prensible por la astuta Catalina , que no bacia
mencion de su morada en la cabana de Abel, sa
tisfizo mas allá de sus deseos al coracero y al al
calde. ,
La jóven na•ia mas dijo y el dolor que esperi«.
mentaba en el alma la impidió notar las atencio
nes de su novio • atenciones que Crandvani veia
con placer. Hasta aqui babia tenido Catalina es
peranza ; pero esta mañana dió el golpe mortal á
sus amores; y la esprranza , esta bermosa planta
que se cultiva con tanta felicidad en !a mafia ua
de 4a vida , estaba para ella seca en su rau.

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. i n.• .J .•.•. : I. ..: • r..;.. ", ti .l

«;':• .:.:
VI.

CORRESPONDENCIA.

...:. ". .; •.Y


El lector debe estar impaciente por saber por
qué era la duquesa de Sommerset la Hecbicera: de
las Perlas , y de qué medios se valm para llevar
á caIio los prodigios que sorprendieron á Abel.
Para satisfacer esta curiosidad , no tiene mas que
pasar la vista por las cartas siguientes que' se ban
entresacado de la correspondencia de la duquesa
ton una de sus amigas. Estas cartas dirán mucba.
mas acerca del verdadero caracter de esta seaoraj
=90 mü
<rue cuanto sobre el mismo asunto se escribiera, y
manifestarán que sabia conciliar su corazon capaz
de profundos sentimientos y basta de constancia
con una imaginacion de las mas predispuestas á
impresionarse.
La duquesa babia pasado á Francia despues de
la muerte del duque de Sommerset; y babia es
trecbado amistad con la marquesa de Stamville,
cuyo carácter ligero, pero franco y amable, le
gustó extraordinariamente : á esta amiga iban di
rigidas las cartas siguientes:

Carta de la duquesa de Sommerset d la mar


quesa de Stainville.

i . Castillo de Joicny, &


« Os compadeceis, querida mia, de mi retiro,
silencio y apatla, siendo asi que ninguna muger
estuvo nunca mas ocupada que yo. Habiéndoos con
fiado toda mi vida, no veo una razon para no con
taros, bajo la fé d*4 secreto , que en Pari« dura.
veinticuatro boras, la aventura que me detiene
bace tanto tiempo en el fondo de los bosques y i
fioce leguas de la capitaj«
»i91 =
v I,a locura de toda mi vida, mi idea fija fué ser
amada por mi misma. En otro tiempo crei baber
. conseguido mi objeio i y el duque de Sommerset
me ba engañado muy cruelmente demostrándome
•que la ambicion , el amor propio y la vanidad bu
millada no perdonan ni al amor. Vosotras las fran
cesas que amais con la cabeza mas bien que con el
corazon no podrlais comprender ( bablo en gene
ral , creo que bay escepciones) no podriais com
prender nunca cuán cruel es la inercia para un
corazon que ni la coqueteria , ni los triunfos del
.amor propio, ni el baile, ni todo. el ruido del
mundo podrian distracr y que no aspira á mas di
cba que á la de amar y ser amado.
«Despues de la muerte de lord Sommerset y
aun antes, estaba mi alma vacia y yo no vivia ya;
la existencia no tenia para mi atractivos. En efecto,
¿ qué es la vida de la muger ? es una necesidad in
cesante de amor ; es preciso que esté siempre ocu
pada en. la felicidad de un ser adorado; existe en
nosotros un tesoro de sentimientos que á cada
instante tenemos necesidad de esparcir sobre una
criatura que nos inspire cariño.
«En la iglesia, 1« dias de fiesta, bay uno« mu
cbacbos que llevan cestas llenas dé rosas y que no
se ocupan mas que de sembrar de flores el sitie
por donde debe pasar el señor: tal es el trabajo
de la vida de una muger. A pesar de ser orgu-
liosas y de parecer reinas, consulte la que ama
sinceramente el fondo de su corazon, y encontra
rá para su señor una obediencia y un temor real!
Para amar , es preciso creer en la perfeccion y
encontraria en el ser adorado: este ser es un dios
mortal , y el amor una religion terrestre: luego
nosotras no podemos menos de ser eselavas del
bombre que vemos bajo este punto de vista. Escu
cbad , querida amiga , yo soy inglesa y por consi
guiente amante de la meditacion y de los senti
mientos estremados: en este supuesto, siento lo
que os describo; encuentro la felicidad en una
sonrisa del ser que adoro; una palabra suya rae
enagena y aguardo esa sonrisa, esa palabra. como
.aguarda una gota de agua el árabe del desierto.
«Esta dulce ocupacion de procurar siempre ha
cer amable la vida á un ser que se adora es mi
ciencia. Es tan grato participar las penas , los do
lores, los deleites de otra alma! Hemos nacido pa
ra esto, porque tenemos un sentido mas que los
bombres , ese sentido de instinto que nos induce á
agradarles : en fin, querida amiga , yo no sé cómo
pueden ciertas mngeres apagar la llama de amor
que todas deben alimentar como un fuego divino.
«Pues bien, si os digo que be encontrado aqui
otro ser que me inspira todos esos sentimientos,
todos esos pensamientos , os sorprendereis todavia
de que permanezca tanto tiempo en el campo? es
una bistoria que empezó por una cbanza , pero que
se ba ido formalizando en alto grado , porque se
trata iie casamiento. . . i n i. . . i . i •. .
«Figuraos que el cura de una de las aldeas ve
cinas vino á visitarme , le bice quedará comer, y
á Ios postres me babló.de un jóven loco que babi
ta cerca de su aldea : esejóven cree en la existen*
cia de las becbiceras, no tiene la menor nocion
acerca del mundo y de la sociedad ., y no ba sali
do nunca de su cabaña.. . i . .. :: v. . ... i
«Mucbas veces se me ocurrió la idea de burlar
me de ese ser natural y de presentarme á sus ojos
como una becbicera. Despues de baberme infor
mado muy detenidamente y de baber dado mil
sueltas á la cabana durante la nocbe, vi una cbi
menea bastante ancba para bajar por ella al inte
=94 =
r'tor. Encargué queme bicieran un vestido magi
co, sin olvidar la varita y me puse en camino unai
nocbe, no en un carro tirado por dragones, sino
en mi cocbe. Hice le parar á la salida del bosque; y
temiendo mojarme, porque lluvia, me bice llevar
en una silla de manos basta la cabaña. Figuraos,
amiga mia x qwe bjee mi aparicion en medio de
una música deliciosa !.... En esta tosca cabana ba
bita el ser mas bermoso que podeis imaginaros
Su primera mirada me convenció de que babia ido
á buscar á mi señor. Pensé jugarle una burla .inge
niosa, buscaba una diversion y encontré el mas for
mal amor. Queria encantar y sali encantada.
«No bay locura que no baya becbo; be dado á ese
joven una fiesta soberbia, con iluminaciones, mú
sica etc.; se creyó que esta fiesta tenia por objeto
obsequiar á lord V....pero solo yo y mis gentes,
que me guardan un secreto inviolable, conocian
el verdadero béroe, que be sometido á muy fuer
tes pruebas. Por una. casualidad favorable á mi«
designios, el acueducto que conducia la aguas al
jardines inmenso, porque el castillo que be com
prado fué edificado por el duque de C... que le
poseia antes de la revolucion 'y babia gastado su
= 95 =
mas considerares para crear el rio que es el prin
cipal adorno de esta babitación: los conductos sub
terráneos ban sida construidos con ladrillos y son
muy vastos.
«Habia babido necesidad de construir estas bó
vedas subterráneas á. causa de la naturaleza de las
aguas que en otro tiempo pasaban por ellas y que
yo espero restablecer. Estas aguas tracn mucba
arena y tanto para evitar que el conducto no se
obstruyera como para facilitar el modo de lim
piarlo, se le dió al acueducto dimensiones casi ro
manas. Los atabes son sobre todo inmensos y for
man salas subterráneas que ss encuentran de dis
tancia en distancia. Consultando el plan de este
acueducto , be visto que babia uno de esos atabes
cerca de la cabana babitada por mi encantador.
He mandado limpiar al momento el subterráneo
y mi amado ba venido 1 la fiesta despues de ba
ber sufrido algunos cbascos fantasmagóricos y
combatido contrafantasmas de linterna mágica. Ese
gabinete que tanto babeis admirado ba sido cons
truido únicamente para él ; porque al verme cu
bierta de perlas, me ba llamado la Hecbicera de
las Perlas, y como podci« figuraros be querido*
sostener mi dignidad, amontonando maravilla so
bre maravilla. He becbo vestir á un criado con el
trage de su padre: las partes de él que estaban
usadas me ban indicado sus movimientos y actitu
des; y en un espejo le lie becbo verá su padre, que
bace mucbo tiempo no existe.
«Ha creido que mi lámpara de nocbe era un ta
lisman ; be becbo vestir de genio á mi doncella,
papel que desempena maravillosamente : le be
mandado leer la tempestad de Sbakespeare , y se
ba poseido perfectamente del caracter de Ariel.
Se ba colocado en un atabe una máquina , y siem
pre que llama se satisfacen sus deseos. He manda
do tracr cuanto puede desear ; y ademas como be
establecido postas en el bosque, me informan al
minuto acerca de lo que quiere: t^ngo tambien
postas en el camino de Paris, y en ese centro de
la civilizacion , alcanzo al momento á precio de ora
cuanto deseo. Mis criados tienen órüen de obede
cer en todo al poseedor de la lámpara, y me be
asegurado de su fidelidad y silencio.
«Hace quince dias que me ba becbo correr to
dos los ministerios para unos empleos; felizmente
me ba sido muy útil el crédito de lord V... y ea ua
= 97 =
abrir y cerrar de ojos be conseguido mi preten
sion.
«Para colmo de felicidad me ama tanto y ta
vez mas que yo á él; es una alma tan pura y su
corazon mas tierno en el cuerpo de un ángel del
cielo: su mirada es celestial; en finges tan modes
to, tan tierno que realiza el ideal que mi imagina
ción babia dibujado. Es una de esas criaturas de
amor y de felicidad, una de esas flores que pocas
veces se encuentran en la tierra, y ban sido nece
sarias todas las estravagantes circunstancias que
basta abora ban rodeado su vida para conducir á
un bombre á esa natural perfeccion: ab! es la pruei-
ba viviente del principio que consagra la bondad y
la belleza innatas en el bombre. ,;"'i'i' " "•
«Todos Jos sentimientos generosos componen la
flor de su alma: en laque no crece ninguna espi
na : cómo no amar, cómo no querer á una criatu
rai semejante? Mi vida depende de mi' querido
Abel , porque Abel es su nombre , y espresa bien
su semejanza con' el primer justo de la tieVra; fft>
creais, porto que os digo, quesea un ente: frío
y ridiculo , es fino, tiene talento y su lenguaje
exaltado participa del d« los orientales, con la Ui-
To«o Ib 7
= 98=-
ffirencia de que es mucbo mas enérgico y conciso..
c.omo el de un bombre de la naturaleza que no es»
presa mas que ideas. .
"Concebis abora porqué permanezco en los bos
ques? Pero, querida mia., tengo un temor, y me
d.irijo á vos para bacerle cesar; temo si me caso
con él que todo Parisse burle de mi.. La. duquesa
de Sommcrset, casarse!... Y cen quién/ con Abel...
con un jóven sin bienes y sin educacion! Verdad
ms que sabrá muy pronto todo lo que yo' quiera
que sepa....Con solo darle libros griegos y latinos
y. decirle que estudie la lengua de los ge
nios,. la aprenderá coa mucba facilidad inspi
rado por el amor. que me profesa! pero qué impor
ta el griego y el latiná una inuger.de mi elase que
íso.loquiere vivir para él y que no, sufrirá que otros
sí^res se le acerquen? Si,. quiero. ¡que su vida se*
iineucantamientO' eterno, quieroi consagrarme á
«u.feAieidad,. levantar unaíbariiera entre el muni
do! y éií quiero en fin. que permanezca como en
un saiW.uaiio, cuya entra•la. probibiré á todo lo
que pueda causar. pena ú dolpr, procurando sin
embarga queeste continuo encantamiento;. nada,
tenga, de monótono. La divina melancolia, la be-.
nefiicencia, las lágrimas vertidas por las desgra^
cias del prójimo ,. no serán desterradas de nuestro
templo} porque me parece que despues de estas
lágrimas se anade siempre una gran' porcion de al-
ma al alma' misma; No me fiaré tampoco en mi
amor; y en la multitud de sensaciones para evitar
el fastidio, el disgusto y las demas arpias de la
existencia que todo lo marcbitan: el agradable es
tudio, las artes y las ciencias sustituirán á los de
leites del mundo y el campo á los salones, como
sustituye en la naturaleza, el otoño al estio, y la
primavera al invierno. .
«Ab! me casaré con él , porque me creo digna
de poseerIe:ime ba llamado su becbicera, y quiero
serio siempre, quiero manifestarle continuamente
mi carino y mi agradecimiento. Qué vida! qué fe_
. licuad!..... abl su amor me bace la mas feliz de
las mugeres, y no bay en la tierra alegria que
pueda yocomparar á mi alegria; viene del cielo.
«Lo que me tranquiliza acerca del casamiento
que tengo proyectado, es que a los diez dias no
se bablará ya de él en. Paris ; porque si no se b*'
bablado mas que por espacio de seis dias de la
caida de un gran imperio ¿ no veo una razon para*
t
= 100»
que se bable mas de dos nocbes de mi enlace.
«Estoy tan loca que, viendo á Abe! feliz porque
me cree una becbicera, no me atrevo á desenga-
fiarle. Adios, aguardo vuestra contestacion,
etc. éte

Carta de madama de Stainvidle:

«Uno de nuestros poetas, bombre de provecbo,


no sé cuál, ba esi.rito estos versos:
Mftriez-VQUsaupbis tof: (\) .,
, f)es denuda si ¿eon peuii, aujourd-hai s'il lefaxU.

"Ignoro si los copio como los escribio su autor,


pero tales como van son la mejor receta que ba
puesto el médico para la claise de enfermedad que
padeceis. Pues qué teméis el qué dirán? qué que
reis que digan los parisienses de una de las mn-
geres mas bermosas de Inglaterra cuando tiene
cincuenta mil libras esterlinas de renta? que todo

(t) Casaos cuanto antes: mañana si es po


sible} boy si es preciso. ' :- '
= 101 =
lo que bace es delicioso! Si, querida mia, si sa
lieseis sin sombrero, con U cabeza descubierta,
seria esta moda.
«Quisiera saber si bay mucbos bosques en Fran
cia. que produzcan maridos romo el vuestro, por-
que ya os creo casada. Ya be pensado el traje que
me mandaré bacer: será divino y tan gracioso
como el modo con que mirais al amor, aunque me
parece que os bumillais demasiado. Mis rodillas
son las cosas que mas economizo, y me avergon
zarla de arrodillarme para comtemplar á mi espo
so. Esté él entre mis brazos, es muy justo y muy
agradable, pero yo á sus pies.... Ab! no ; vos os
bumillais demasiado, colocando a los bombres á
una altura demasiado elevada. Yo imagino , que
los bombres son creados en parte para nosotras,
y que su vida debe recibir su llama de nosotras:
la prueba deque son creados para nosotras, es
q..ie nosotras somos madras, y por consiguiente las
señoras del mundo.
«Habiéndome casado muy neciamente, amo sin
embargo á mi marido para bacer lo que todo el
mundo bace , puesto que por todas partes oigo
decir que tai es el espiritu del siglo. ademas qs ./ Sh
«j£
= 102 =
un escelente bombre y no quisiera disgustarle par
treinta amantes/.. Pero á dónde voy á parar?
ab/.. si i repito que me be casado muy necia
mente; porque.no tengo mas que veinte y dos
años y Mr. de Stainvilie tiene cuarenta y nueve,
y si no me equivoco en la imenta cuando yo ten
ga treinta el tendrá cincuenta y siete: y os figu
rais que pueda yo encadenar mi sensibilidad
a un sesenton, y ocuparme de su felicidad?
Mientras que él tome un polvo, resbalarán mil
pensamientos por mi imaginacion ; cuando él su
ba al cocbe por una portezuela, yo saldré por la
otra \ verdaderamente me asusta el porvenir y os
creo muy feliz porque os casais con un bermosa
jóven á quien amais. Pero sin embargo el pobre
Stainvii!e tiene escelentes cualidades y yo le amo«
pero escucbadme, porque voy á gritar muy fuer
te al escribiros mi opinion. Casaos !

«P. D. El color de amapola está en boga: os


Jo escribo para vuestro gobierno : todo se perde
ria si Abel no os viese con un vestido color de
amapola. Ob! qué bermoso bombre es Abel\....,
Es una felicidad para vos poderle añadir tierno*
= J03=*
'epitetos como mi querido Abel, mi dulce Abtl•
sin tocar en lo ridiculo! Esta es otra de las ven
tajas que be perdido con Stajn.villc: ícómo le be
de llamar, mi querido Marcos, mi xlulce Mar»
cosi Adios, querida Jen ny.,., • Jenny! dentro de
poco diremos: Abel y Jenny. :
«No bayque .suponer, querida amiga , que Jie
escrito esta post-data para intercalar en ella cua
tro frases muy insignificantes: si asi sucediera me
creerian, y vos la primera, una muger ligera quo
no sabe que una post-data debe contener todo el
verdadero pensamiento que encierra una carta,
asi como encerró .Dios todo su pensamiento en
nosotros que somos la post-data de la creación.
Por consiguiente., querida amiga de mi alma, me
permitireis que os diga, que con vuestros gran
des y rasgados ¿jos negros., con vuestro porte de
reina, con vuestro talle de silfide y con vuestra
ingeniosa doctrina acerca de la eselavitud del
amor, no valeis mas que otra, y que vuestra de
vocion marital no os impedirá seguir el torrente,
de amar todas las flores que ¡encontreis y Jespirat«
su fragancia sin que creais proceder mal. Dios
juiol veo coa sorpresa que voy filosofando dem**
«iado en esta post-data; pero no importa; quiero'
raciocinar una vez en mi vida. ¿Quereis que os
pruebe que es exacto el juicio que acerca de vos
be formado? Tengo vuestra carta, querida Jen-
liy, y veo por ella que teneis mucbo miedo del
qué dirán! Si os casarais con vuestro amante
porque se Hama Abel .' Si alguna vez encuen
tro á un ser que me cause esa locura que llaman
amor, ne solo me seria indiferente morir por el,
sino que tambien (esle esun pensamiento que colo
co fuera ile la post-tiata, un pensamiento que mi
alma comunica á la vues!ra), moriria gusiosa des
bonrada, si por este medio conseguia complacer
le; ois, duquesa/ O's vos, que sois rica, joven
y bermosa, y que os deteneis delante de un bom
bre/ Me parece que os equivocais acerca delos
sentimientos que Abel os inspira; pero no impor
ta / casaos y despues veremos! Adios.'"

Segunda carta. de la duquesa de Sommerset d


la marquesa de Stainville.

«Ab! querida Sofia, me babeis asustado! Po


deis creer que no amo a Abel ? podeis figuraros
«=105=
que lo que me lia seducido son Tos curiosos deta
lles de esta aventura, y que debe desvanecerse el
sentimiento que ba invadido todo mi ser y que
causaré la desgracia de esa alma divina que ado
ro? No, no , os babeis equivocado , y al escribir
vuestra carta no babeis atendido mas que al es
trepitoso ruido de los cascabeles de la Locura de
la que sois el mas encantador retrato que be ad
mirado. Ab/ vemd, venid cuanto antes , exami
nadme, y si en mi conducta, en mi sentimiento,
podeis encontrar algun sintoma de inconsecuen
cia, me decido á no casarme con Abel por no afli
girle algun dia. Decidme locuela : no pasar ningun
dia sin llenar los mas cortos instantes con su re
cuerdo, bacerlo todo en su nombre, pronunciar
este mil veces involuntariamente, bablar de éi i
Maria sin cesar, no poderme ocupar del arreglo
de mi casa , alterar el dibujo cuando bordo tapi
ces, no saber en qué bora vivo, querer á cada
momento ir á bacer la becbicera, y maldecirle
porque no desea cosas dificiles de realizar, no es
amarle? Vamos á ver, contestad! v«nid, exami
nad!..... y os juro que nunca podré soportarla
vista de otro bombie. Está visto, envidiais mi fel i
= 106=*
cidad! Pero asi como babeis podido figuraro»
que una muger como yo no puede amar siempre,
no 'creeis tambien que pueda aborreceros algun
dia ? Adios.»

Contestacion. de madama .de Stainvllk.

"Creeis, bermosa duquesa, que quiero comerme


vuestro Abel ? No parece sino que lian desapareci
do del mundo íos bigotes v los oficiales jóvenes.
Gran Dios/ qué petulancia! En primer lugar,
querida mia, no iré á veros, porque no encontra
ria en vuestros bosques ninguna de las diversiones
queaquicaulivan mi atencion , y porque las mo
das Jlegarian demasiado tarde á vuestro castillo;
pero consiento en renunciar en obsequio vuestro á
mi tema favorito, guardaré silencio acerca de las
últimas modas, nadaos diré de los colores en bo
ga , dejaré mi piano y mi mico , á pesar de que es
te me bece morir de risa desde que be encontrado
el medio de bacerle tomar el tabaco de Stainvi-
lle, en fin, no me ocuparé mas de los presupues
tos, ni de las elecciones : renuncio por un mo~
= 107 =»
.mento á todo el cortejo de las mugeres bermosas,
desde el diputado basta el loro, desde el cbai bas
ta el par de Francia; y puesto que bablo á una
muger superior á las demas , espero que no será
esto un inconveniente para que yo desgarre el vo
lo y raciocine acerca de nosotras mismas como si
de nosotras no se tratara*
"Nunca ba resbalado por mi imaginacion la idea
de negar que amais á Abel ; os concedo que le
adorais; pero no creo que esteis destinada á amar
le siempre como abora ; niego que podamos amar-
siempre á la misma persona. Pero este axioma que
voy á probaros no debe deteneros; casaos con
Abel : qué importa un grano mas de arena en las
orillas del mar , una gota mas de agua en el Oc-
ceano , una boja mas en los árboles ? y qué es pa
ra nosotras un bombre , querida mia, y todo lo
que le puede suceder? Creeis que nos están tan su
bordinados como dicen? Yo, á pesar de ser tan
JTen y de parecer tan ligera, be sido depositaria
de mucbas confianzas ; verdad es que me gusta la
disipacion , pero nunca be vendido un secreto, ni
á una amiga , y os aseguro que todas esas pobres
mugeres ban sido bien enganadas : o« l« repito.
=«.108=-=
los bombres son creados para nosotras. Ninguno
es desgraciado porque se le abandone ; no esta•
mos en un siglo en el que mate el amor.
"Querida duquesa, reflexionad un momento
lo que es el sentimiento que se llama amor, mi
radle sin el prisma que os obceca : es un senti
miento que puede durar basta la última edad? no:
luego puede desaparecer con la vuestra , con la de
Abel ó por otras circunstancias que no busco, ni
deseo, pero que pueden suceder, y á vos no os es
dado asegurar que vivirá basta mañana: me di
reis que vuestro amor es bijo del convencimiento
y no de la obcecacion ; pero os figurais que la
bermosa alma que os cautiva no tiene tambien su
parte de coqueteria como el cuerpo ? os figurais
que el matrimonio no os ba de revelar las mucbas
imperfecciones que ella tiene y que abora os son
desconocidas? Disimuladme la impiedad en que in
curro refn iéndoos la bistoria del pintor del rey
de Suecia: os sucederá lo que á él le sucedió.
"En un banquete que et embajador de Francia
daba, exaltaba un abate la grandeza de Dios y los
goces que disfrutaria el bombre que pudiese con
templarle cara á cara en el paraiso :—Vuestro Dio*
«.109 =
es bermoso, dijo el pintor, pero no puede serlo
mas que el Apolo de Belvedere, del que sin em
bargo me be cansado.
"Me preguntareis, querida mia, que sucedera:
qué ba de suceder ? que Abel bará todo lo que
bacen los demas maridos. Adios ; mi modista me
espera y no puedo ya continuar una carta tan
juiciosa."

La duquesa de Sommerset no contestó á esta


carta.

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VII.
DESPEDIDA DE CATALINA.

■wwBüiw«i

La pobre Catalina estuvo algun tiempo domi


nada por un pesar tan acerbo que no salió de su
modesta.. babitacion,. y fingió estar. enferma, lo
.que facilmente pudo bacer. creer' á causa de la
alteracion que se notaba en su bermoso rostro,
Sin embargo, levantóse una mañana, quiso pasear
se y se dirigió lentamente' á la colina;: porque
la última sonrisa de la esperanza. la babia sosteni
do.—La duquesa es muy bermosa,. decla para «ú.
= 112=
pero ba engaitado á Abel y voy á ver qué piensa
este acerca del engano.
Emprendió desfallecida el camino tortuoso que
á la cabana conducia, llegó á donde Abel estaba,
y su pálido rostro se coloreó ligeramente. Abel se
ballaba sentado en la piedra baciendo mil proyec
tos para el porvenir, porque no podia dudar de
su felicidad , y no pensaba mas que en bacer i la
becbicera la mas feliz de las becbiceras.
—Procuraré, decia para si, ir con ella lejos,
muy leíos de los genios y de los 'bombres : vivire
mos en un palacio brillante, rodeado de jardines
deliciosos, donde permaneceremos ignorados y es
taremos contentos ; yo seré para ella un fiel es
clavo, que adivine sus pensamientos para reali
zarlos. Ejecutar susi órdenes Verá mi delicia; una
mirada suya mi mayor alegria: en fin, será una
"especie de divinidad visible que yo adoraré sin
cesar confundiéndome al mismo tiempo con ella:
nuestros pensamientos, nuestros deseos serán unos
mismos, y mi vida será todo amor.
En esto se presentó Catalina.
—Ob! Catalina, dijo Abel, estais muy
dada/ qué tienes?
= 113=
'-Abel, replicó sentándose á su lado; eres feliz
en tus amores con una becbicera ?
-Ob! si.
—Será sin duda esa cualidad de becbicera ese
prestigio y ese poder brillante lo que te encanta?
—Si, Catalina; volaré con ella entre las nubes.
y nuestros sentimientos se evaporarán en las ele
vadas regiones del cielo. Ob felicidad!
—Y bien, continuó Catalina dominada por una
duda cruel , si tu becbicera no fuese becbicera
si no fuera mas que una muger como yo si te.
bubiese engañado
Abel se quedó mudo , sus ojos espresaron una
multitud de sentimientos diversos y la pobre Ca
talina consultaba su rostro, como consulta el cri
minal que espera su sentencia los ojos de los jue
ces que salen de deliberar: su coraion latia con
una rapidez y con una fuerza sorprendentes: la
alegria, la duda y él dolor la abitaron sucesiva
mente. Abel eselamó al fin:
—Ab ! qué ideas te atreves á presentarme, que
rida Catalina? si fuese cierto y bien! seria yo
el bombre mas feliz del mundo, porque ya no se
ria ella superior a mi: siento en mi corazon tanto
Tomo ii. 8
= 114=
amor que en ese caso rccibiiia ella de mi su feli
cidad Su poder me obbgaba á adorarla, su
debilidad me la presentaria mucbo mas precio
sa! ab! Ojalá fuese cierto lo que tú dices , Ca-.
talina !
—Muy pronto lo sabrás, contostó la joven al
deana levantándose, y dentro de poco se despedi»
rá de ti la pobre Catalina; entonces, añadió, me
conocerás..... porque en el circulo brillante á que
te arrastrará la duquesa de Sommerset, ta bermo
sa becbicera Catalina no podria tener entra,-
da! Que digo? Contrariaria . tu felicidad, por
que eres demasiado, sensibie para no compadecer
me ; pero yo procuraré que mi memoria no turbe
tu tranquilidad Abel, yo no puedo quejarme
de tu eleccion^ porque la duquesa merece ser ama
da..... eelipsa á todas las mugeres de la tierra.
Adios, Abel.. i « .
--Tus palabras me.baceni estremecer > contestó
Abel..... Qué acento! añadió despuea de un. mo
mento de silencio.i
—Silencio!...., contestó Catalina colocando su
bermoso dedo indice sobre. sus sonrosados labios,
soio te pido una gracia ¿ y es que do abandones.
tu .cabaña basta que bayas recibido el.újtimo
adios de Ca!alina.... Oigo á lo lejos un cocbe.... es
ella ! es la duquesa l adios I.... Y buyó á través de
las rocas cual una loca.. . .. .:. . ./.
En electo, como babia anunc'ado Catalina, lle
gó á la cabana una brillante carretela., y de ella
se apeó la duquesa de SommerseU Abel. la reci
bió en sus brazos y eselamó a ! . • i
—Catalina acaba de decirme que no sois una
becbicera. . • .. l : •¡>
—Es cierto, contestó la duquesa, porque las
becbiceras no existen; son una creacion imagi
naria. r.?. : •,i. n •.: ...
—Q¡ ién sois pues ? i . .i;.i• . , i .
—Soy .mas que una becbicera.
—Cómo?.... replicó Abel. coa estraordinaria
curiosidad. ' i . i — . i i . . . ¡ .. •
—Soy, dijo, abrazando á su amado:, soy una
mugef que ama/ que se consagra á vuestra asis
tencia, que procurará embellecerla , que sacrifica
elase, fortuna, bonores, preocupaciones,. que que-
nia todas las vanidades bumanas como un incienso
apenas digno del altar del amor... Vuestra ino
cente alma no os permite conocer aun la sociedad
= 116 *=
ursos capricbos, ni sus distinciones. Dia vendrá
en que conocerás la especie de sacrificio que por
vos bago , y basta os sorprenderá que baya sido
capaz de bacerlo una muger; pero os parecerá muy
sencillo cuando veais mi estraordinario amor.... Si
yo os dijese que soy duquesa, que poseo mas de
un millon de renta, no me comprenderiais! Vos po
seeis un tesoro inapreciable: una alma bella y un
corazon amoroso. Yo me despojo de todo senti
miento de coqueteria; es inútil con el discipulo
de la na;uraieza : me acerco á vos , os tomo la ma
no , la aprieto contra mi corazon, sello vuestros
labios con un beso amoroso, y os digo con la sen
cillez de vuestra alma:—Abel , yo te amo? ¿quieres
marcbar conmigo fior el sendero de la vida? Te
S>iWreir¡é siempre ¿ tu vida será un continuo en
cantamiento, y procuraré ser continuamente para
t? una becbicera.
«*'Abel csiaba arrodillado, su cabeza se confun
dia con los pies de aquella encantadora muger, y
Sus lágrimas bañaron el elegante coturno que ella
llevaba.
•oji.Levantaos, Abel: vuestro puesto es en mi co
razón!... La duquesa se sentó á su lado.—Quereis,
aiadió sonriéndose, venir conmige y abandonar
desde boy esta cabaña para babitar mi palacio,
es decir, el vuestro, porque todo lo que yo poseo
os pertenece ?
— Ob! querida becbicera/ si, becbicera/ siem
pre os daré este nombre/... puedo dejar yo este
. sitio de pronto? puedo abandonar á Catalina, á
Caliban sin despedirme de ellos? Estoy decidido
á ir á vivir con vos en las ciudades! pero mi pa
dre me ba dicbo que cuando me decidiera á aban
donar la cabana levantase la piedra de la cbime
nea, y que encontraria un talisman.
Bien, querido Abel, os dejo basta mañana / per
miteme venir, amor mio, á arrancarte de estos si
tios para gozar siempre de tus miradas, de tu pre
sencia
—Si, si, dijo Abel enagenado de alegria.
Despues de baber pasado juntos una maúana
deliciosa, uno de esos momentos en que el alma
se esplaya, en que se goza en cierto modo de una
doble existencia, la duquesa se separó de su futu-
*o esposo y le dejó embriagado de felicidad.
Dijo á Cal iban.—Amigo mio, te doy mi cabana y
tti jardin, se feliz: todos los años vendré á verte,
= 118 =
te daré un criado para que baga contigo las veces
que tú conmigo biciste. Conserva esta cabaña: para,
mi respira todavia en ella mi padre! Su alma pa
rece que está refugiada debajo de este bornillo, su
sepulcro está inedia to, este sitio debe ser sagrado,
nada debe profanarle. i n . i
Caliban le contesto.— Si bas de ser felir, már
cbate Abel/ pero tu padre era sabio y queria que
permanecieras aqui: teme que la sociedad no valga
tauto como este retiro... y que esa rauger... El an
ciano no coneluyó la frase, pero en sus jestos ma
nifesté dudar de que Abel fuese feliz.
Eutre los dos levantaron la piedra de la cbime»
noa y encontraron un pesado cofre: estremada-
mente sorprendidos quedaron al abrirle, porque
estaba lleno de preciosos diamantes, y se ignora
si babian sido elaborados por el alquimista ó si
eran producto de la venta de sus bienes.
--Ab! eselamó Abel , si yo pudiese ser tan rico
como ella/... Unos antiguos pergaminos estaban
confundidos con los diamantes. Abel encontró que
tenia otro nombre y que este nombre era el de
conde de Qstenvald«. Este descubrimiento no cau
só la menor emocion á Abel 1 . .
= 119 =
Caliban marcbó a la aldea : entró en la .casa del
alcalde para anunciar á Catalina que Abel mar
cbaba el dia siguiente con la duquesa de Sommer-
set. Catalina estaba arrimada a la lumbrejugue-
teando melancólicamente con su collar de azaba
cbe que era su mejor tesoro. Su. padre , á quien no
distraia ya con sus tiernas canciones , estaba dur
miendo : apenas contestó á Caliban , y cuando bll-
bo marcbado tapóse la cara con las manos y se
ecbó á llorar: los sollozos de la desventurada jó
ven babian despertado al alcalde, quien le bacia
mil y mil preguntas sin merecer contestacion.
Bontemps se presentó, y Catalina se retiró preci
pitadamente, á fin de ocultar á todos la afliccion
que la devoraba. i . . •v.. n
£1 dia siguiente por la mañana marcbó á la caba
ña f.estaba exactamente vestida tal cual la babía
visto Abel por la primera vez. Entró en la cabana,
luego que bubo pasado el umbral de la puerta se
desbizo en llanto. Se vió en la necesidad de sentar
se en el sillon carcomido, y miró á Abel sin
poder bablar.' :n " . •' ; i
• El jóven se acercó a ella, se apoderó de su blan
ca. mano, sin encontrar oposicion y le dijo: Catali
lia, yo voy a abandonar estos sitios , pero tú t«
quedas y puedes estar persuadida de que volveré
á ellos con frecuencia, á no ser que tú prefieras
venir conmigo.
--Ir con tigo! Abel, Abel/.... mi alma te acom
pañará y mis pensamientos te seguirán á todas
partes/.... Sabe (bubiera sido quizá mejor guar
dar silencio, pero éste esfuerzo es superior á
mis fuerzas) , sabe, pues , que te amo , que nunca
amaré mas que á ti, y que el cariño fraternal no
figura para nada en mi amor.... qué digo? ese
cariño es todo mi consuelo. Pero aun no es esto
bastante : bace mucbo tiempo que me consumo
porque no me queda ninguna esperanza; te pier
do para siempre, pero nunca podré olvidarte,
Abel! soy tan desgraciada!.... la razon me decia
que asi debia suceder, pero nú corazon esperaba
otra cosa. Los sollozos no la permitieron pro
seguir.
—Ab ! Catalina , eselamó Abel , tus palabras me
destrozan el corazon !...* quisiera verte feliz: qué
bay que bacer para conseguirlo? Se dice que eri
la sociedad valen mucbo las riquezas y que con
tribuyen á la felicidad.... Toma, Catalina, to
=•121 =
ma !.... y agarrando un puñado de gruesos dia
mantes , los ecbó en la laida de Catalina.
—Abel! eselamó llorando, ¿es digna de ti esa
accion ? Nada puede consolar un corazon que es
tá privado de lo que ama!... y por un movimien
to de desprecio é indignacion rápido como el pen
samiento, se levantó, arrojó al suelo los dia
mantes, y mirando á Abel con un carino inefa
ble y con una profunda tristeza , le dijo : Dame,
a1 menos un beso ! abrázame para decirme
adios; poruna caricia tuya daria toda la felicidad
que pueden encerrar la tierra y los cielos!....
Abel la agarró por su delicado talle, é impri
mió en los ardientes labios de la joven un tierno
beso fraternal... Catalina se 'puso pálida y se des
mayó diciendo: . i ••'.« ' .v
—Puedo morir. • • . . i
Cata'ina , pálida y casi exánime, estaba entre
los brazos de Abel , cuando entró la duquesa.
• —Señora, dijo Catalina recobrando los senti
dos, /oja!á ignoreis siempre lo mucbo que me
vaá costar vuestra felicidad!... pero Hacedle felfa
y yo estaré coistenta.... Volvióse á Abel, contem
plóle algunos instantes, y desapareció llevando
VIII.
LA BODA DE LA CIUDAD

IOS DESPOSORIOS DE LA AXDEA.

En Paris, en el imagnifico palacio ¡¡6 1« du


quesa de Sommerset , una inmensa concurrencia
inundaba todos los salones , en los que brillaban
suntuosos trages y bermosas mugeres. Todas las
piezas del palacio estaban adornadas con mucbos
espejos de Venecia , que reproducian admirable
mente las bugias que ardian con profusion. Los
mas preciosos y mas elegantes muebles, los ter
sioii de su rostro. Un candor angelical , que ti©
carecia de cierta dignidad , una mirada búmeda
y penetrante, una luenga cabellera negra como
el azabacbe , unas formas puras , un talle esbelto,
y en fin, la gracia varonil que resultaba de este
conjunto de perfecciones, le presentaban como
la realizacion de la magnifica estatua griega, en
la que se ban rennido todas las bellezas bumanas«
para componer un todo divino.
Abel« se encontraba trasportado del seno dela
vida ignorante de un solitario y de un salvag«e,
al centro de la civilizacion , en medio de todas
las seducciones que ofrece la sociedad : acompa
ñabale su amada y gozaba del sobrebumano pla
cer de ver que era la reina de aquella rennion:
conocia que todo el mundo le envidiaba su feli
cidad , y sus ideas babian tomado demasiado vue
lo para que notara que en aquel momento era él
el único mortal , entre cincuenta millones de
bombres, que pudiese poseer una felicidad ¿la
que parecia contribuir toda la creacion.
La música mas armoniosa anunció que empe
zaba la fiesta, y Abel se sintió sumergido en una
nube de deleites , tan multiplicados , que su alma
= 129 =
no tenia ya energia para pensar: recorria con la
vista aquella profusion de riqueza , y fijaba sus
miradas en la becbicerilla que le embriagaba con
la dulzura y ammacion de las suyas. Todo les
sonreia ; el universo entero se bumillaba ante su
amor. Ningun cuento de becbicera le babia dado
nunca idea de una fiesta tan magnifica : en fin,
no tenia suficientes sentidos , ni facultades para
sentir y para gozar. .Cómo , pues , babia de pen
sar en Catalina ?....
Catalina, pobre nina /su nombre nos recuerda
la aldea. Ya se conoce el modesto asilo del ex-sa-
cristan Crandvani: su modesta cocina está llena de
provisiones y Francisca apenas puede atender á
los guisados. De la babitacion del alcalde se ban
quitado los muebles que la adornaban! en la mesa
que ocupaba en otro tiempo la labor de Catalina.
se ba establecido la modesta bajilla de loza del al
calde. Algunas tazas de porcelana , y unas frutas
mal arregladas, pero una alegria franca en todos
los semblantes son los unicos adornos del festin
que se prepara.
El sargento de coraceros de la guardia estaba
alli vestido de gran uniforme, en el cual reluco
Tomo u. 9
= 13ff=
f« cruz de la legion He bonor; se retuerce los fa
gotes mirando á Catalina. La pobre joven se ba fia
de pie delante de la modesta cbimenea: Julia aca
ba de vestirá la novia, prendiéndole el emble
mático y virginal ramo. Catalina está muy pálida;
"tiene abiertos los ojos y no re, sus descolorido*
labios se entreabren dol «rosamente, y un ali™ito.
comprimido se escapa de enjre sus blancos dien
tes. El trage que se ba puesto es el (fie le regaló
Abel. Catalina quiere ponerse un guante y no
puede conseguirlo j mira con abatimiento á Ju
lia , de cuyos ojos se desprende una lágrima ; pero
los suyos están secos. Únicamente se llora cuando
deben aliviar ías lágrimas.
El buen Grandvani, que viene para admirará
su bija, la examina con mas detencion y un ter
ror profundo se apodera de él ; no se atreve. á
hablar y solo á su bija puede mirar. Botemps
participa por la primera vez de su vida de los te
mores instintivos de su futuro suegro: busca en su
Hnaginacibn la causa del abatiniienlo de su novia;
teme que Catalina no quiera casarse con él , y en
sus labios se asoman ya esas palabras de consuelo.
que se emplean con todo« los que padecen; y ban
-■■131=»
la se Te ocurre decir á Catalina que para ella será
un segundo padre. Pero notando la inquietud del
alcalde, procura consolarle, empezando de este
modo por lo mas facil. Se tranquilara luego a n'
mismo atribuyendo el pesar de Catalina al pudor
que tan natural es en una joven. El pobre Grand-
Yani, con acuella bondad que solo en las a deas
se encuentra, llevó á un rincón á su bija , y le di
jo en voz baja que solo se trataba de los desposo
rios, y que por consiguiente le quedaba tiempo
aun para reflexionar.
Catalina, abrazando a su padre le dió en la
frente un beso lleno de fuerza y de agradecimien
to que decia mas que todas las palabras de gra
titud..
El pobre padre la bendijo eon im« sonrisa.
Marcbáronse en silencio á la iglesia. Todo fué
ana especie de sueño para Catalina; arrodillóse
maquinalmente y dió su mano al sacerdote con
aire distraido. El cura tocó aquella mai.o fria; mi
ró á Catalina y meneó la cabeza hnvoluntariamen-
te. Esta interesante ceremonia que malamente. se
na abolido porque dejaba un interrato entre. ja.
unión del alma y la que consagra• el matrimonio
t
fué marcada por una profecia alarmante. Los des
posados regresaban á casa de Catalina acompaña-
dos por una alegre multitud; cada aldeano lleva
ba en el oíal un lazo de galon, porque toda la
aldea adoraba á Catalina; esta última, pálida y
triste, forma un cftraño contraste con la alegria
que la rodeaba: parecia que se celebraba una
fiesta fúnebre y que Catalina representaba una
sombra.
Uua anciana sentada al pie de un álamo , vio
pasar el cortejo; dirigió una mano siniestra á la
novia y dijo en voz baja á otra anciana que esta
ba á su lado: la desposada morirá antes de que se
efectúe el matrimonio. . .. i . . .
La babitacion de Grandvani recibió á los con
vidados. Julia y Catalina subieron juntas por la
. antigua escalera y entraron en la virginal alcoba
de la última. Esta pieza estaba sumamente aseada;
«1 entrar en ella se adivinaba que el ser encanta
dor que babitaba aquel sencillo sitio colgado de
blanco percal y modestamente amueblado > era un
angel de pureza y de gracia: en ¿I se respiraba el
aire del cielo y reinaba el mayor orden y todo .re
petia que la joven virgen iera la misma. inocencia.
= 133 =
y que sus pensamientos de amor , inocentes é in
fantiles, solo babian becbo nacer en su seno de
seos castos. S
—Julia, dijo, amo á Dios, pero amo casi tanto
á Abel... No debo engañar á nadie J yo no puedo
vivir con Jacobo, y la vida de nada sirve y nada
es sin el atractivo de un amor correspondido.....
Por consiguiente estoy resuelta á marcbar, nada
me objetes, no procure disuadirme de mi desig
nio pues es invariable. Prefiero una puñalada á
mil pincbazos de alfiler... Tú sabes que solo él
reina en mi carazon... No porque tiene bermosa
figura, pues si fuera feo, me contentaria aun mas
una mirada suya/ abora él es feliz/.. Mañana le
escribirás!.. le dirás que Catalina ba muerto. Se
compadecerá de mi? lo crees? Ob! todavia no pue
de baberme olvidado, porque yo soy la prunera
persona que ba visto... Ab/ tenga yo al menos el
consuelo de saber que ba llorado por mi, verle
yo otra vez, y todo me será ya indiferente en el
mundo, y nada mas pediré. Moriré , pero pensaré
en él alli arriba, y cuidaré de que nada falte á
SU felicidad.
Julia lloraba.
—Lloras, bermana querida? cesa, cesa ese llan
to y no me compadezcas. Me decia que bay unos
espiritus divinos é invisibles que se revelan en
la frescura del rocio , en los perfumes de las flo
res, en la brisa de la mañana, y en fin, que revo
lotean á nuestro alrededor. Yo seré nao de ellos,
y estaré siempre á tu lado. Adios Julia.
—Ab permiteme esperar que curarás y que vol
verás , dijo la esposa de Antonio.
-.Si, replicó Catalina, espera, porque yo
tambien espero ; tal vez no se babrá terminado
todo...
Separáronse llorando, y Catalina, arrojándose
en los brazos de su amiga , le dió un tierno beso
de esperanza ó de despedida. Todo babia sido dis
puesto de antemano por Catalina y su amiga á fin
de que no quedase ninguna buella de la desapari
cion de la primera.
Julia bajó; encontró á los convidados al rede
dor de la mesa y se sentó en medio de ellos. To
dos estaban contentos , bablaban por los codos f
comian mas que bablaban; trataron del baile que
á la comida debia seguir. Pero Jacobo Bontemps
y Craudvani estaban inquietos porque Catalina no
«135 =
tajaba ; los convidados se miraron en silencio , y
Julia dijo para si : llegó el momento.
Sin embargo se esforzaron en reir y en comer
por espacio de algunos minutos mas; pero el in
trépido coracero empezaba á temer, y el padre,
ecbando viso á sus buespedes, temblaba tanto
que lo vertia encima de la mesa ; por fin pre
guntó por la bija ; buscáronla por todas partea
y no pudieron encontrarla.
Un lúgubre silencio se apoderó de aquella casa
preparada para un regocijo y no se oyó mas que
la péndola del reloj que media instantes de con
goja y de terror. Julia que babia prometido
guardar secreto, fingia estar tan sorprendida co
mo los demas: y con razon estaba mas inquieta
que nadie. Los convidados fueron desfilando, que
dando solos Grandvani , Bontemps y Julia , sin
saber qué bacer, ni qué pensar, y comunicándo
se con tristes miradas sus sombrias conjeturas.
Gradvani miraba sin cesar la puerta y cuando
Francisco la abria se estremecia , y se aumenta
ba su dolor, porque Catalina no debia volver.
La aldea entera estaba sumergida en el mas pro
fundo estupor.
= 136=
Siii ciríbargo , abandonemos como Catalina la
aldea 3 y regresemos á Paris , donde las fies
ta del casamiento terminaba de un modo menos
brusco y mas alegre. Por la manana, cuando
las tintas indecisas de la primera aurora empe
zaron á emblanquecer las cbimeneas de los bri
llantes palacios del arrabal de Roule , la novia y
los convidados á la suntuosa fiesta de la duque
sa de Sommerset empezaron á descender del apo»
geo del arrobamiento. La coqueteria, la música y
la danza con todos sus poderosos atractivos no
pueden pro!ongar un baile mas que basta el ama
necer ; y ademas como todo está patas arriba en
la parte civilizada de la sociedad , es natural
que el dia baga pensar en el sueño. Los convi
dados dejando el salon del baile, se babian re
unido en otros al rededor de una mesa con. sun
tuosidad cubierta (Je esquisitos manjares.
El escesivo calor babia obligado á abrir algunas
ventanas del palacio. Cuando avisaron á la seño
ra duquesa que el almurrzo estaba servido i Abel
respiraba el aire fresco que acompaña el débil
crepúsculo de la nocbe.
—Ven, querido mio, le dijo la. duquesa , y
=-137=
Tiendo que no se separaba del balcon , se apo
yó ligeramente en sus bombros.
—No ves nada al 1 i abajo? le preguntó Abel.
La duquesa asomó la cabeza, y ambos divisa*
ron un bulto blanco que la escasa luz de la ma
ñana y la vacilante de ios faroles, no les permi
tieron verle mas que de un modo confuso. El
bulto se movió á poco, y se acercó bastante
para que pudieran conocer que era una muger;
pero no la fue dado distinguir sus facciones.
Iba y venia , se ponia de puntillas, y se paraba
como si quisiera entrar... de pronto examinó la
ventana, á las que estaban asomados los dos aman
tes, y al parecer se enagenaba en la contempla
cion de los dos encantadores seres. Abel recorrió
sus ideas y creyó... sin poderlo asegurar, que era
Catalina... Sin embargo, se le parecia bastante, y
basta se le figuró reconocer el trage que para la
boda de Julia le regaló... Vacilaba , y la duquesa
protestando que les estaban esperando , le arrancó ¡
de la ventana. Entonces llegaron á sus oidos acen
tos de dolor, palabras pronunciadas con voz mal se
gura , pero llena de atractivos. Detúvose , y cre
yó oir á aquella muger que dirigia una súplica
=«140 =
ban antes un beso. Sus manos estaban entrelaza
das., abrazabanse amorosos, y una carretela con
seis caballos los esperaba en el patio del palacio.
En este momento entróla doncella de la du
quesa y entregó á Abel una carta que para él
acababan de dejar. Abrióla temblando, su emo
cion aumentaba a medida que la iba leyendo, y
cuando la bubo leido, se dejó cacr llorando en
una silla. La duquesa se apresuró á preguntarle,
pero ¿1 solo pudo contestar dándole la carta que
aqui transcribimos.
"Caballero;
« Conozco fó mucbo que os afligirá lo que voy
«á deciros. Tal vez os babria evitado ese pesar si
«me lo bubiera permitido una promesa que no
d puedo violar. Sabed que nuestra Catalina no e&is-
«te. Ha muerto ayer pronunciando vuestro Dom-
«bre. No ba podido vivir sin veros. Un poco antes
»me ba llamado para bacerme prometer que oses-
Bcribiria, y que la enterrarian con cuanto la ba-
nbeis dado vos. Os envio un rizo de sus cabellos,
«sé que guardareis este triste recuerdo • porque
«soís bueno, y porque no podeis menos de amar
» un poco á la que tanto os amaba I Roguemos am
- =141»
» 1i0$ por nuestra pobre amiga. Adios, caballero,
• aed felii, tal es el último deseo de Catalina."
«Julia, esposa de Antonio.«

La duquesa tenia el alma demasiado tierna y


demasiado elevada para no compadecerse de aque
lla desgraciada jóven muerta por amor, y no te
nia celos de las lágrimas que su marido la dedi
caba. Lloró con Abel, bien persuadida de que es
te es el único consuelo razonable.

*9®ft3
= 144 =
babilidad «straordinaria supo sumergirle en el
torbellino de los placeres del mundo.
Sin embargo, cuando Abel estaba en un baile y
todas las miradas se dirigian bacia él y bácia su
encantadora esposa que desplegaba paia agradar
le todo el encanto de un talento delicado y de
una alma llena de amor, un observador bubiera
podido notar en su fisonomia las buellas del pe
sar y del dolor.
Una nocbe; asistia á la representacion de una
pieza sentimental , en la que moria una joven por
amor sin baber obtenido una sola mirada del que
«iHa adoraba. Cuando coneluyó la pieza eselamó
dulcemente con las lágrimas en los ojos : Pobre
Catalina!... La condesa y la señora de Stainville
se miraron en silencio , la primera se puso pálida,
y notando Abel el dolor que babia causado á su
esposa , le tomó la mano y se la apretó con cariño
sa espresion.
—Ob! qué feliz soy y qué bien me va con no
amar mas que á mi!... dijo riendo la marquesa
de Stainville.
Aquella misma nocbe le sucedió á Abel otra
aventura que le bizo esperimeutar uua pena mu
cbo mayor ; entró en su casa con su mugcr y la
marquesa, era nocbe de rennion; el joven conde.
se encontró en medio de un circulo de bombres
instruidos que discutian un punto interesante y
delicado ; por atencion se volvieron todos bácia
el amo de la casa , á cuya decision se sometian.
Abel guardó silencio porque no tenia ningun co
nocimiento acerca del asunto en cuestion. La con
desa, testigo de tan desagradable aconteci miento,
esperimentó un profundo dolor, y el rubor de Abel,
que no sabia disimular nada, le traspasó el corazon»
Pero la condesa tomó el partido de cbancearse
acerca de la ignorancia de su marido, dándole de
este modo ocasion para que biciera brillarlas
gracias naturales de su talento. Pero cuanto mas
felices eran las ocurrencias de Abel, tanto ma* ba
cian resaltar su ignorancia que no podian disimu
lar; y como bay una elase de gentes que, descon
tentas al ver la superioridad que dan los titulos y
las riquezas solo buscan ocasion oportuna de ven»
garsc, se supo muy pronto en la alta sociedad que
el conde Osterwaid no babia recibido educacion
«lguna.| i
La condesa desde entonces frecuento menos las
Tomo u. 10
sociedades y se apresuró a bacer leer á Abel to»
uivs los elementos de las ciencias; ella misma se los.
ensenaba y. luego que sabia que tal ó cual maes
tro ensenaba tai ó cual ciencia en. veinte y cuairo
lloras ó en treinta. lecciones,. confiaba á Abel á
esos cbarlatan* .s de instruccion, quienes cobraban
sus emolumentos, dejando al conde una multitud
de preceptos cuya abundancia de nada le servia,
por falta de tiempo y de las necesarias esputa
ciones. « .
i Estos disgustos, Ta aplicacion continua y. la de
sesperacion que se apodera del alma al aspecto de
todo lo que es preciso aprender , sumergieron á
Abel en una melancolia que su esposa i coa lodo
su prestigio, á duras penas podia disipar.
El conde era, como se ba podido ver, uno*
de. esos caracieres ardientes, exaltados, que se
precipitan a ciegas en un sentimiento, como en
lo mas recio de la refriega si estuviesen en el
ejército , de modo que , á pesar de los encan
tadores atractivos de su bermosa. becbicera , se
encontró al cabo de tres meses de matrimonio
como otro al cabo de tres a nos.
Ya estaba privado de U embriaguez. que lia-
= H7=
ce olvidar el mundo entero: su mayor felicidad'
consistia en esa satisfaccion de amor propio: que'
esperimenta el que se ve envidiado. Guando se
encontraba en una rennion, gozaba contemplan-
do á la condesa, porque en. ella se concentraban
las miradas de admiracion de todos los bombres;
experimentaba un placer nuevo sin conocer que esa
sensacion era la señal evidente de que se amorti
guaba su pasion. En fin , ya no tenia. aquel ar
dor primero, aquel calor de sentimiento que pro
ducen al parecer una nube en medio de la cual se
encuentra uno separado del mundo entero..
Ademas,, como estaba lleno de riquezas y de
bonores , como nunca. babia sido desgraciado,
como vivia entre tedos los goces del lujo y de
las comodidades i!e la civilizacion, recorrió muy
pronto« el circulo de las creaciones bumanas, y.
aunque encontró mucbo placer al empezar, á
poco tiempo se bartó, y todos saben que soloi
los rieos se levantan la tapa de los sesos de pu-.
ro fastidio cuando mas en candelera estan : el
desgraciado que lucba continuamente tiene una
esperanza ; el opulento que todo? lo posee carece
dé ella,
:
=•148»
La condesa adoraba á Abel , y , cosa sorpren
dente , el profundo amor que a su marido te
nia perjudicaba basta cierto punto su felicidad
porque la viva y aturdida marquesa de Stain-
ville se complacia en atormentarla.
--Querida amiga, le decia , empiezo á temer
que mi prediccion se realice, babeis cimentado
mal vuestras relaciones con el conde: ¿balíeis vis
to nunca durar mucbo tiempo una pasion vio
lenta? Una muger que ama con ardor fastidia
pronto á su esposo; se le figura que no bay mas
que decir como vos:— Aql:i estoy con mi alma
amante que, como un fiel espejo, no refleja mas
que una imagen ; vos sereis siempre el Dios de
este corazon que os adora etc. etc. Todo esto es
muy sencillo: un bombre entonces se bali.a en
el caso de un gran señor que viéndose sitiado
todos los dias por los pretendientes, les dice:
Presentadme vuestra solicitud por escrito y ve
remos lo que se puede bacer... Figuraos, al con
trario, querida condesa , una muger, por ejem- '
pio, como yo que amária á Abel tanto .como vos,
pero conservando el juicio; me complaceria en
parecer aturdida, voltaria, le causaria á cada *
= 149*=
momento temores y celos y no le dejaria un mo*
mento en sosiego: boy seria detestable, manana
lo seria aun mucbo mas, al otro dia una mira
da obtendria un premio, una nueva gracia: en
fin, trasportaria todos los atractivos que rodean
i una querida al necio estado del matrimonio.
Se necesita, para bacer duradero el amor, mu
cbo mas talento que para amar, á pesar de que
para amar no se necesita poco: es preciso em
plear cada dia nuevos tesoros : bé aqui la razon
porque las mugeres completamente bermosas,
como vos, no ban producido nunca pasiones
duraderas, mientras que otras medianamente
bermosas y tambien feas, pero con una fisono
mia espresiva y graciosa ban sujetado constante
mente á los amantes. En efecto, las mugeres
bermosas creen que basta presentarse para agra
dar ; y si una muger pudiese rennir á una belle
za perfecta los secretos que bacen amar á la«
feas, subyugaria el mundo entero como Cleópa-
tra; pero la naturaleza no es injusta, todo lo
iguala , cada cual tiene su parte , y mugeres d«
«*ta especie son muy raras•
—Se conoce, contestó la condesa, que vos
= 150 =
no ainais... el amor ignora esos eálru'os.
--Os pronostico mucbas desgracias, riplicó 7a
marquesa; pero cortemos esta conversacion, no
me gusta alligir á las amigas.
Algunos ¿fias despues de baber pasado esta
conversacion sucedió una aventura que enfrió
algun tanto las relaciones entre Abel y la con»
desa. El ayuda de cámara del conde se babia
marcbado y se presentó un jóven para reempla
zar!•.
E! conde y la condesa se desayunaban juntos,
y, riendo como dos locos, se pasaban una taza
de café bebiendo uno tras de otro, y probibién
dose mutuamente beber el último: Abe! , en esle
dulce juego acompañado de mil locuras delicio
sas , babia recobrado al parecer todo el fervoro
so amor que manifestó el dia que por primera
vez fué introducido en el palacio de la Hecbice
ra de las Perlas. La condesa se lo observó rien
do, y Abel, como si le atormentára algnun penoso
recuerdo, dijo melancólicamentev-Catalina vivia
entonces! En este momento el mayordomo pidió
permiso para presentar al joven que se ofrecia
á reemplazar al criado que se babia marcbado:
los dos esposos consintieron con un movimiento
afirmativo de cabeza.
Vióse entrar entonces ¿un jóven cuyo aspecto
bizo estremecer á Abel, porque tenia el mismo
talle, la misma figilra que Catalina. La semejan
za era completa. .A las primeras palabras que
pronunció el desconocido, reconoció Abel el ór-
.gano querido de su adorada bermana, |iero exa
minando al jóven rompió en llanto, porque vió
que era imposible que fuera ella. En efecto, Ca
talina tenia el pelo rubio y Justo le tenia ne
gro; la bija deGrandvani era fresca como una
rosa, y Justo estaba pálido y lánguido como un
lirio marcbito; las cejas de Catalina estabaíl poco
pobladas y las de Justo eran gruesas' y negras,
y unas patillas que se ocultaban en unetíello de
camisa muy alto, destruian toda ilusion, y sin
embargo Justo tenia la misma figura, la misma
delicadeza en la nariz y la misma perfeccion en
las formas que Catalina.
La agitacion del conde no se ocultó á los pene-
trantes ojos de Jenny , que conoció al momento
todo et dano que aquella semejanza causaria per
petuamente á su querido Abel , y luego que Jus
= 152=
to se liabo acercado respetuosa its ente al cohd«¿
Jenny eselamó con aire imperioso:— Ese bombre
es demasiado jóven , es un niño , y el seúor con
de necesita un bombre acostumbrado á servir.
—Querida mia contistó á Abel algo biusca-
men!..', permitidme elegir la genle que destino á
mi servicio ; ese júven me gusta.
La condesa calló, y el conde quedó absorto nn
una profunda meditacion contemplando á Justo.
La condesa conmovida aun de resultas de la pri
mera frase desatenta que para ella bab:a pronun
ciado Abel , y ofendida a! ver desconocida la au
toridad en presencia de Justo y del mayordomo,
no volvió á tomar parte en la conversacion.
—Habeis tenido otros amos ?
—No' be tenido mas que uno/ contestó Justo
temblando, y estraordinariamente afectado.
--Por qué le babeis dejado?
--No le dejé yo: fue él quien se marcbo.
—De dónde sois? «
--De Paris.
—Teneis parientes en la aldea de V ?
—No senor.
E« aquel momento., la condesa se puso ¿ ex*»*
= 153»=
minar á Justo con la mayor atencion, y manifesto
sorprenderse al ver el pie del jóven , que era su
mamente pequeño. Esta circunstancia y la voz
dulce y deÜcada del desconocido, inquietaron á
la condesa ; bizo una seña al mayordomo para
que se saliera con Justo, y este último al marcbar
no cesó de mirar á Abel.
— Amigo mio, dijo Jenny, tomando la mano i
Abel y apretándola sobre su corazon : tú me
amas, ¿no es verdad?... pues bien ¡ si en algo te
interesan la desgracia ó el placer de la que será
durante toda la vida tu compañera y ;mii. ;< , no
admitas á ese jWen á tu servicio... Si quieres
favorecerle, démosle todo lo que quiera, baga
mos su suerte; pero te suplico que no se quede
en casa í tengo un presentimiento que nos baria
mucbo daño , si no á ti, á tu Jenny.
—Querida becbicerilla , sabes que eres muy.
exigente á mandar con un sonido de vo2 tan in
teresante, que casi es imposible negarte nadai
ab, Jenny!.. te confieso que me causa tanto pla
cer ver á ese jóven, que me costará un sacrificio
decirle que no le admito/
—Quieres que to evite el trabajo do dec'rsclo?
= 154*-
—Tio, contestó Abel ; quiero verle otra vez...
—Pues bien, te dejo; y conf.io tanto en tu
amor, que espero no baber suplicado en vano á
mi amo y señor.
, Salióse sonriéndose con gracia y mirándole con
tanto amor, que Abel decidió obedecerle.
Justo entró, y su semejanza con Catalina le
pareció á Abel tan exacta, que, no dudando ya
que fuera ella , pero decidido á disimular que
babia conocido el engano, se sonrió y el jóvcn
volvió la cabeza para no ver al conde: babiale
sin embargo mirado á la cara , bacia un momen
to , cuando no espresaba esta ningun sentimien
to tierno, pero parecia que Justo temia la amabi
lidad de su amo.
—Sois, le dijo Ostervvald, demasiado jóven y
demasiado débil para servirme.
A estas palabras rodaron gruesas lágrimas en
los ojos de Justo: acercóse timidamente al conde,
y ecbándose á sus pies le dijo tiernamente y con
el órgano encantador de Catalina:— Señor conde,
Vos gozais de una reputacion de bondad queme
fca atraido bácia vos, ob! nola desmintais no ad
mitiéndome á vuestro servicio : dadme el empleo
=«155 =
que querais, el mas penoso , el mas difidil; no
creais que me falten fuerzas para desempeñarle,
.os aseguro que os serviré mejor que todos vuestros
criados juntos Y las lágrimas no le permitieron
icont'nuar.
Abel estaba tan conmovido que las lágrimas
del desconocido bicieron correr las .suyas.- .Jó
ven, dijo, qué circunstancia os une á mi con
tania fuerza y por qué casualidad?...*
—Abí no me pregunteis, señor conde, pero si
os compadeceis de un desgraciado, si no quereis
matarle, permitid queme quede aqui, y admi
tid mis servicios.
Abel no pudo r^sisiir:
f —Puesto que me ofreces tanta semejanza con
una muger á quien tiernamente be amado, bom
bre ó muger, Justo ó Catalina, quédate, te ad
mito á mi servicio.
Justo si acercó, besó con efusion la mano á
Abel y salió.
Esta aventura causó un pesar estraordinario á
la condesa , quien manifestó la mas completa
«version á Justo.
Este último se concilió en poco tiempo la amU
= 156 =
ta'J de tO;Ios sus compañeros; bacia todo lo qiie
ellos debian bacer cuando se trataba de Abel. Si
pronunciaban el nombre del conde, Justo se son
rojaba) si oia que Abel llamaba, se ponia á tem
blar; en la mesa no podia darle una servilleta.
ó lo que pedia sin revelar la mas viva emocion.
Mucbas vece• cuando coneluia sus que-b aceres se
le veia sumergido en la mas profunda emocion,
y de vez en cuando bumedecian las lágrimas sus
bermosos ojos. Muy pronto se notó en su con
ducta mil particularidades; no se negaba á sen
tarse á la mesa con los demas criados , pero no
comia nunca, entraron en su cuarto por sor
presa y no encontraron en él nada que minea
se que estaba babitado. Raras veces bablaba con
■ns compañeros, no tenia con ellos mas relacio
nes que las que le impon'a el servicio, conoció
te por su conducta q.ie era orgulloso, y sia
embargo se jactaba basta cierto punto de llevar
la librea del conde.
El conde no estrañaba la conducta de Justo,
quien le prodigaba Atenciones mil veces mas de-
licadas que las de la condesa. Justo ejercia en la
vida d© Abel una influencia que de dia en dU
= 157 =
iba ecbando mas y mas profundas raices•
Su completa semejanza con Catalina cautivaban
de tal modo á Abel que no podia pasar sin estará
su lado , y esperi mentaba un placer estraordinario
en admitir sus atenciones y servicios.
Muy pronto le bizo su confuiente i y cuando es*
perimentaba algun secreto pesar, le llamaba y el
jóven le daba siempre consejos tan sabios y mar
cados con el sello de una amistad tan sincera que
el conde no vacilaba en tratarle como á su igual.
La condesa no tuvo un momento de tranquili
dad desde el momento en que Justo entró en sil
casa. La presencia de ese bombre la bacia estre
mecer , y, á pesar de su estraordiuaria amabili
dad y del amor que á Abel tenia , no pudo ocul
tar su aversion, lo que produjo escenas mucbas
veces desagradables : babiendo manifestado Abel
que tendria siempre á su servicio á Justo, intro
dujo la discordia en su casa ; y cuanto mas amaba
la condesa á su marido, tanto mas exigente era,
no disimulando en lo mas minimo sus quejas. Es
dificil demarcar las lineas imperceptibles por las
cuales dos esposos que se aman llegan á esos mo
mentos de frialdad , cuyo prodigioso aument*
produce en uno ú para otro un sentimiento frio«
y uoa reserva insultante respecto, á los primero 9
tiempos de su amor. Sin embargo se debe bacer
justicia á Jenny diciendo: que seguia amando á
Abel con el mismo ardor que cuando iba. á visi
tarle á la cabana del alquimista; pero las cir
cunstancias le dieron la apariencia de un cam
bio- en su conducta, como se verá en el siguien
te. capítulo..

»&ot
EN RIVAL-

■■inmi'i«

la condesa daba con frecuencia conciertos, a.


Iba que teman á mucba bonra asistir los mejore)
artistas. Antes de casarse con Abel, un oficial ita
liano, desterrado de los estados del rey de Cer-
defia por delitos politicos, babia asistido á estas
renniones llevado de la gran reputacion que por
su belleza gozaba la duquesa de Sommerset.
La primera vez que la vió se enamoró perdida•
mente de ella; pero entonces existia una distan
cia tan estraordinaria entre ella y ¿I, que guardó
«íleudo y se contentó coa adoraria de lejos como•'..
= 166 =
aun« especie de divinidad, á lo que no se atreve
uno á acercarse. Cuando la duquesa se retiró á su
castillo i perdió la esperanza de volveria a ver y
marcbó á la Suiza , desde donde pudo ejprcer
gran influencia en sus compañeros y fomentar de
lejos los movimientos que estallaron á poco en el
Piamonte. Cuando regresó la señora de Osterwald
á Paris, la celebridad de! oficial babia tomada
Unto vuelo que creyó poder en lo sucesivo ade
lantar algo en sus amores con la bella duquesa,
presentándose rodeado de tanta gloria.
La duquesa babia conocido la profunda pasion
que babia encendido en el corazon del oficial , y
mucbas veces se bahia cbanceado acerca de este
particular con la marquesa de Stainville.
Algunos meses despues del enlace de la duque
sa con el conde de Osterwald , se anunció la pró
xima llegada del conde Tambroni á Paris. Esta
noticia se esparció rápidamente , y mas de una
bella señora bablaba de ella con un fuego que
anunciaba que con presentarse et feliz desterrado
podia esplotar su fortuna. Paris ne es la patriada
todos los que no la tienen ? Tainbroni era alto , su
fisonomia era expresiva y graciosa j y su frente
=>161 =
despejada anunciaba gran talento. Cubría SU c«
beza una cabellera del medio dia , un bosque de
inegros cabellos rizados con elegancia: en fin, su
.conversacion se resentia de su caracter, era bri
llante y animada.
La primera casa en la que quiso presentar»
fue la de la señora de Stainville , y .deelaró á la
Viva y bermosa marquesa que solo volvia por la
,duquesa de Sommerset. La señora de Stainvi
lle le dijo que su amiga se babia casado rpor
inclinacion. Tambroni al pronto quiso marcbarse
«in rerla, porque la amaba con tanto ardor que
al saber que era feliz esperimentaba una especie
de satisfaccion cruel. La marquesa le contuvo,
y cuando dijo á Jenny que el ilustre pros
cripto babia abandonado los intereses de su
gloria por el amor que a ella le tenia , la con
desa bizo un movimiento de vanidad y de orgu
llo que no se ocultó al ojo observador de la mar
yiiu,
La señora de Ostervvald anunció un gra«
concierto y por conducto de su amiga convidó
á él i Tambroni. La fiesta fue soberbia , no fal
tó i ella nogimo de los .conviJadoi, y. Jenny e««
Tomo u, U
«=162= .
perintentó una de las mayores revoluciones que
puede esperimentar el corazon de una muger
enamorada. En efecto, Tambroni se atraia todas
las miradas, clases , riquezas, bonores, belleza,
odo desapareció delante del interés de curiosi
dad que él esplotaba y que su talento trocaba
en admiracion. Jenny no podia dudar que rei
naba en el alma de Tambroni; y miraba ya í
este, ya á Abe! : su marido la bacia estremecer,
le amrXa , y sin embargo el triunfo de aque
liomlre que la aduraba despertaba en ella tan
vivas sensaciones de amor propio y de orgu
llo que se seulia embriagada.
— Es preciso confesar, querida mia, le decia su'
alitiga , que un bombre como Tambroni esotra
cosa que tu Abri/ Si yo fuese libre no ba
bria ningun poder bumano que me impidiese
ser la esclava de un bombre como ese, por
que amar à ese bombre es serla compañera del
sol.
—Si, contestó Jenni; pero mira tambien con
qué sencillez, con qué franqueza le bace justicia
ei conde, :un qué calor, le alaba, y con qué buena
voluntad le «lice à su carro/ parece que ealienda
■obre su rival toda la ternura y toda la bondad. dt
tu alma.
—Y quién es el joven de veinte y dos años , ro>
plica la condesa, que no se entusiasmaria al ver a
Tambroni? Todos los jóvenes que. salen .del cole
gio se parecen á Abel , bermosos como una mu-
gep , sus ojos son brillantes , fresco su rostro , y
su a!ma está abierta para recibir todo amor , to
da tierna impresion. Y cómo te atreves i compa
rar el resplandor del sol á la sencillez de una ñor
del campo?.... Al pronunciar estas palabras, una
eapresiva sonrisa les dió el caracter ilenn epigra
ma á Abel.
En este momento se sentó Tambroni al piano 7
cantó un romance que causó estraordinaria impre
sion en la asamblea. Estaba sacado de un capricbo
de Scbiller, y decia en pocas palabras.
•Un caballero amaba á una señora y le dijo.-*
«Quereis casaros conmigo? la tierra será para mi
tel cielo!... La señora le dió esperanzas; él mar-
•cbó para la Tierra Santa y mientras que comba-
elia, lomó el velo su amada. Vuelve y la respeta;
«canta su bermosura y los ecos del monasterio re-
«piti.n sus melancólicos cantos : un dia espiró coa
= )(;.*=«
«los ojos clavados bácia el punto que ocupa la cel
ula de la que adoraba; esto es cuanto se supo Je
.«sus amores. "
Tambroni, mientras cantaba, no cesó dc mirar
.a las dos amigas. y, al coneluir, el fuego que salia
de sus ojos brilló á (rayes de ailgunas lágrimas que
se deslizaron por •us mégillas.
—Ab/ si rae amase, dijo la marquesa de Stainvi-
Tlc.i su marido, le aconsejaria que me encerrases
en una torre de cobre y que la rodeases de fosos
erbiertos de musco para que me quebrara las pier
nas al saltar por la ventana.
Abel estaba al lado de su esposa ; comparó aque
lla fiesta ásu casamiento, y le asaltó una triste idea
a'l ver que Tambroni le reemplazaba...
El conde estuvo tierno con Jenny, pero Jennj;
estaba pensativa y no le atendió, y sus ojos esta
llan clavados en el célebre italiano. Abel dirigió
entonces una mirada á toda la asamblea como para
¡avocar maquinalmente algun protector, y en la.
puerta vió á Justo mas bérmosoque nunca. Él po
bre joven no vela mas que á su amó; estaba res
petuosamente de pie, y, apoyando la cabeza contra
1« pared, seg'ib al conde con la vista, «orno iw
= 165=.
perro que, ecbado en el suelo, levanta la «aben ,
ai menor. movimiento que bace su amo. £1 conde
salió y le llamó.
—Y bien! Ese bombre tiene mucbo talento, Jus-
to: te babrá gustado mucbo.'
. t-Ho, señor; be visto con mucba alegria «pie vo« •
írais el mas bermoso de todos. •: i i ,
Abel se . estremeció.—Pobre Catalina! eselamii,
lo mismo bubiera dicbo él... Miró á Justo sonrien—
dose,y Justose alejó porque se ponia pálido siem
pre que su amo le sonreía.
Abel le siguió y le dijo:— Salgamos, Justoj estoy
cansado. . ..
la condesa no notó la ausencia de su marido.
i*<Estaís triste, le dijo Justo cuando estuvo e*
gu cuarto: queréis que os divierta «On alguna bis
torieta como lo bago otras veces? ...'..
.•—Víamos, contestó el conde con indiferencia.
--Señor, es la bistoria de una joven enamorada»
«-Viye auní . l ;i .
—No existe ya , contestó Justo: ha desapareci
do de la tierra sin derramar una lágrima , y teda
«n felicidad consiste en volotear al rededor Jet
que adoró. Fue una virgen tierna que, ea una
«rañana Je primavera , sonrió á una obra'maesrra
de la naturaleza , y la lleví.en su corazon. Aquel-
bombre perfecto no conoció el profundo amor que
le tenian, y desgarró un corazon amante con repe
tidas beridas que le arrastraron a la tumba. Hasta.
el último momento le ba saludadoiy bendecido. Na
die mas que ella ba conocido eliamorque en su co
razon tenia ^un dia se atrevió á decir al que adora
ba : Yo teamo!
h-Y bien? eselamo vivamente el conde.
—Y bien, procura ser feliz sin mi.--Lc dijo con.
fsialdad. Y ella fue feliz sin él. , .. i
—Cómo? preguntó el conde.
— Señor; le ve continuamente desde lo alto de
loscielos, siembra de floread camino que recorre
y arranca las espinas de las rosas... ip :. "i« . « • «
—Justo! eselamó Abel, me gusta mas tn bistoria.
que la .bridante música de mis conciertos... pero
tu bistoria es inventada.
—No, señor; si quereis quecontibúe, vercií.
—No, cesa; me conmueve demas:ado...
i Justo calló; miró á su amo con complacencia é.
nierés, porque en aquel momento la cara de Abeli
eijwcsaba el utas profundo. pesar«.: .. . i .i .•
= 16?=
—Si bubierais ski o vos á quien o!!a Unbiese ama*
do, dijo Justo temblando, imagino que no babria
sido tan desgraciada?... contestad, señor...
—Si, y deseo que mi bomenaje traspase la esfera*
terrestre y la consuele en los cielos...
Al pronunciar u¿ta frase, pensaba Abel desqui
tar su deuda con Catalina.
—Y bien, señor, ya que vuestra alma envia una
prenda de amor á los ciolos, no dareis una .en la
tierra? Miradme á vuestros pies, colocad en m¿.
frente un beso de amor, y el espiritu de la desYcn-
turada se estremecerá de alegria.. ii . .
—Estas loco, Justo? preguntó Abel, sin poder
menos Je darle un. beso. .: i
Justo vacili} cuando los labios de Abel tocaron
su cutis, y estuvo. á juque de. desmayarse.
En este momento se ri tiraba Eambroni del sa
len de la condena sin baber nirVido ii Jenpy una
sola p:úabia, babiéndose conlcdtado con admirar*
la, la condesa so resintió de esta, especie dc^fjesr,
precio, y, si. bubiese sido posible l&qr •en el alma
de Jenny, quizas se babria eiicqn Irada ¿n eat£ des
pecbo algun principio de amor. , . ... ..
fue ü buscar á Abel, y viéndole muy conmovido
ctfn Justo , se estremeció de pesar al ver la coin
cidencia de sentimientos que aparecia en sus ros
tros. El conde notó que los tiempos babian cam
biado por la s"juedad que reinaba en los moda
les y en la conversacion de Jenny.
• De dia en dia se fué fastidiando mas y mas
Abel del torbellino de! mundo , y algunas veces
ecbo de irtenos la felicidad de su juventud ; el
rectierflo de los preceptos de su padre y el ejem-
jftH iquei le babia legado terminando sus dia*
lejos del mundo y al lado de una "sencilla y jó
ven aldeana , germentaban en su alma • y coa
frecuencia •itos comentaba.
--Catalina, decia para si 3 bub'era pasado \m
vftla ¿óhmigo en la cabana de mi padre , siem
pre bubiera sido la misma, bubiéramos sido
ffelices lejos de la¿ ciudades j pero ba muerto,
fíi.. fHÜ muerto ¡tor mil ¿Qué necesidad liene
uno M tesVicnHas jf^r'a sfei^ felií ? el. estudio se
rá Hii existencia, mientras que Brnnkc c! liele-.
Asta, ba Quemado todos sus libios mandando que
«tfifeí tóaff^l*i fiablaV WtelTaC:; •:•.:
Una mañana que'efftas ideas babian germen-.
ÍMo en su alma y prddueido una' larga medi*
tacion, de cuya consecuencia. babia deducida
que la existencia tal cual la babia concebido su
padre era la única en la que podia ser feliz el
bombre, propuso á la condesa, despues. del des.«
ayuno ir á babitarla cabana que su padre ba
bia edificado y abandonar la sociedad con sus
pompas y galas.
La condesa bubiera seguramente sido capaz de
este sacrificio en los primeros tiempos de su pa
sion; pero en aquel momento la sociedad tenia
para ella un atractivo invencible; todas las se
ducciones que rodeaban á Abel, babian desa
parecido á sus ojos, y el amor de Tambroni le
proporcionaba al contrario una gran cosecba
de delicadas alabanzas y un inmenso tesoro de
puros y castos placeres•
Sin embargo, no se le babia pasado por la ima
ginacion bacer traicion á su marido, á quien
adoraba, pero no quera sacrificarle el encanta
dor deleite de vep.se idolatrada por un bombre
tan célebre como Tambroni ; y por esto dese
cbó redondamente la proposicion de Abel.
. Este se 'quejó amargamente de la 'palidez que
cubría su _amor: la condesa le replicó qué en
Otro tiempo no se bubiese él atrevido a contra•
infeciria j pero por mas talento y cariño que uno
y otro emplearon en esta disputa , les fué muy
facil notar que el primer amor babia perdido
las alas, y esta discusion terminó con la siguien
te frase de Abel : —Catalina no me bubiese nega
do nada.
Justo entró en aquel momento con el rostro ri
sueño ; parecia que en el se baliaba el alma de
Catalina y que babia oido aquella frase, porque
Justo se ruborizó como se bubiera ruborizado
'Catalina.
Pareci de á Abel estraordlnariamente insipida la
'vida de ia sociedad , luego que bubo formado Ta
idea de una felicidad mas perfecta en el campo
lejos de la burlosa risa , de los que, teniendo ma.s
instruccion que él, .carecieron de su bermosa al
ma: muy pronto le fastidió todo y cayó sumergido
en una melancolia profunda.
Huia de los bailes y de las fiestas, de los espec
táculos y de toda rennion , y mucbas veces esta
ba el conde de Osteróabl encerrado en su babi
tacion mientras que su esposa presidia las diver•
•iones de una asamblea brillante, en la que tam
'bien aprecia con todo el brillo de su gloria*
Justo i previsor y cariñoso como «na rauger,
desplegaba una amistad que ocupaba todas las ca
llejuelas del corazon de Abel; y durante el mal
bumor del conde, cuando aborrecia ;i los bombies
Justo , como' David á Saul, prodigaba á Abel toda
la riqueza de los consuelos, y mucbas veces, con
sus caricias , atraia una sonrisa á los labios de su
amo.
La condesa por su parte no perdonaba medio
para sacará Abel de su misantropia, y consolaba
estraordinariamente al conde el encontrar siempre
el mismo amor en su cariñosa becbicera: este ca
riño era su tabla de .salvacion, y le parecia que k
cada momento se salvaba de los escollos, á que se
crrojaba el borrascoso mar de la sociedad, en el
corazon de la úniea muger que le quedaba en el
mundo de las dos que le babian presentado la gra
ciosa copa de los primeros amores: la creencia etl
que estaba de que no babia un bombre en el mun¿
do que pudiese airebatarle su tesoro y de qu-
reinaba en el alma de Jenny, le era tan gratae
que la menor prueba de la contrario y basta un«
le?e apariencia , bubieran bastado para tur-
*= f72=o
Ut ряrалешрге № felicidad y aceso su rasott.
Mucba* veees se enternecia la condesa al recibir
las pruebas de su amor, y gozaba con ta ¡dea de
*° lener Ш8 ««! que la sombra tie CaUliua que
>agaba ai rededor de Abel.
EL ALQUIMISTA TEMA RAZÓN.

■HH»CH»-

i Ep las inmediaciones de teitb , en Escoce baf


una cibifif. *ít«ada á la orilla Je un riacbuelo
grandes y seculares álamos dan sombra á la caba-
fia v guarnecen las márgenes del riacbuelo.
Al principiar el otofio de 181... los babitante,
de aquel pueble veian á ..na joven , perfectamente
bermosa,. que guiaba. los pasos de un íoven con
toda la atencion é interés que el amor .nsp.ra.
Caminaban juntos baciendo crujiria, boías «
= 171 =
tas qrt3 ílelos árbolescaian. La jóven miraba á.lo
lejos pira asegurarse de que no ofenderia ningun
olqrto proscrito la vista del desgraciado á quiea
dedicaba sus cuidados. Si, por casualidad, se le
escapaba este con el pejo erizado y desencajadoi
los ojos, para trepar por las peñas, subirse á lo«
Arboles 6 correr bacia el riacbuelo, le seguia ella
«on tanto ardor que le alcanzaba al momento, lo
bablaba tiernamente, y se le llevaba sosegado á un
banco de cesped. Si estaba callado imitaba el'asu
silencio y le acariciaba, y le adulaba y le pasaba la
mano por su laiga cabellera qwedejaba crecer. Si
babiaba, le escucbaba ella con respetuosa sumi
sion, y encontraba un !riste y salvage placer en
oir los acentos de aquella voz querida, á pesar de
que sus palabras carecian de sentido. Eran • los
sonidos eirantes de un órgano cuyo móvil tecla•
do agita una mano infantil. Espiaba sus mira'las
y creia á cada momento que la tranquilidad lis
devolveria aquella espresion primitiva, aquel ca.
rífio de amor, aquella pureza que ella adoraba.
Era bermosa y se conocia que su jóven compa
nero lo babia sido tambien, porqu» eran grandes
•us negros ojos, porque era espresiva y gvaeios;
= 175 =
íu fisonomia, porque eran finos sus modales; pi
ro el pesar solo baba dejado vestigios de todo esto.
El desventurado vela el cielo con indiferencia-
con indiferencia admitia las atenciones de su ami
ga i y con indiferencia miraba el bermoso rostro
de aquel ángel de amor.
Cuando regresaban á fa cabaña encontraban
una comida frugal preparada por un anciano cen
tenario, cuya cabeza corria parejas con la de su
amo. Necesitaba rennir todas sus fuerzas para re.
gar el jardin que [iroducia los manjares de su cam .
pestre mesa; i duras penas y á fuerza de so-
dar cababa la tierra, sembraba y recogia los gra
nos: bablaba solo como si estuviese loco.
— Coneluyo nu' vida como la be empezado, de
cia; temo á Dios, amo á mi señor y riego mi jar-
din. Nunca be tenido tesoros: los que los ban po
seido y ban llegado á mi edad no son mas ricos
que yo
Ayudaba i la jóven á sentar á su amo á la me
sa , y cuando el joven se ponia furioso ambos unian,
sus fuei zas para sujetarle é impedir que atentára á
sus dia«.
Alginas veces le docia la jóven,- Miradme, ya do
** 176 -*
tengo teñido el pelo para desfigurarme ; es el mia
Verdadero ; mi corazon es siempre el mismo ; mis
ojos respiran el mismo cariño; soy Catalina»
—Catalina! repetia Abel maquinalmente y coa
la m'snia entonacion, Catalina!... Algunas veces
mudaba de tono y repstia este nombre con mil di
ferentes inflexiones de rol, como si sucesivamente
se buriase de ella , ó la compadeciese , ó la llama
se etc. Ycasi siempre coDeluiadiciendo:— Ha muer.
to /.-No; contestaba Catalina , no ba muerto, qni.
so persuadirte de ello, para que no te negaras ad
mitirá Justo á tu servicio. Su novio ba renunciado
á ellaá pesar de que la amaba apasionadamente.
La infeliz ba estado mucbo tiempo enferma , vi«
y te ama T... El repetia.- Ha muerto!
El buen anciano se colocaba delante de él, ba-
tiendo mil gestos para que ie conociera, y le decia;
.Soy Ga liban... Abel nada contestaba ; meneaba la
cabeza, y algunas veces lloraba sin desplegar stM
labios/
En vano deseaba Catalina adquirir detalles aerr-
fé de la catástrofe que babia sumergido á su tier
no amigo en tan borrible estado; le estaba'probibi-
doiuti atarlo, porque entonces se ponia furioso el
conde. En estos momentos de terror, las palabras
cortadas , las confianzas que bacia, arrojaban al
guna luz acerca de aquellos acontecimientos; pero
Catalina babia calmado basta entonces aquellos
arrebatos , prefiriendo el reposo de Abel á todos
los detalles que ignoraba. •
• De esto fue conociendo por grados todo lo que
se debia evitar con cuidado. Pronunciar el nom
bre de Tambroni, el de la Hecbicera de las Per
las y el de la duquesa de Sommerset, bastaba
para ponerle furioso.
Pero la casualidad quiso que Catalina lo supie
se todo. Una nocbe estaba tranquilo Abel: Cata
lina acababa. de sentarse en un banco de cesped
que por su mano babia construido : cubriale la
cabeza con su. cbai , á fin de que fa bumedad de
la nocbe no influyese en sus ideas, y en fin, espe
raba ver cuanto antes bueno á Abel, porque ba
cia dos dias que estaba sosegado.
A lo lejos oyóse de repente un oboe : Abel escu
cha, sus ojos se animan y eriza sus cabellos como un
leon que quiere reñir. El oboe se acercaba y el
ílesventurado reconoció el célebre romance que
Tambronl cantó 1« primera. vei que se presentó
Tomo ii. 13
en casa. Je la condesa de Osterwald. El furor do.
Abel se fue aumentando como el punto negro
que los navegantes temen con tanta razon porque
acaba por oscitar una tempestad borrorosa: Abcl
gritó:— Justo! Justo! Se puso ronco y apenas po
dia respirar.
,. —Oisese airo? le ba compuesto para ella. Com
padecian á ese noble genio porque tenia olvida
da su g'oria desde que babitaba en Paris; una
pasion invencible le dominaba.— Me oyes, Justo?
Agarró la mano á la pobre Catalina que estaba.
temblando y se la apreto con violencia. En este
momento el oboe volvi•• á empezar el aire, y
Abel se llevó á Catalina bacia una roca dicién-
dole:—Justo , juzga cuál será mi desgracia! debo
la vida á ese bombro, le provoqué; la circuns
tancia de no conocer las armas y ei justo resen
timiento de una injuria que solo la muerte po
día lavar, me obligaron á elegir el mas bári-iios
delos duelos, solo una pistola se caigó, /a ca
sualidad bizo que le tocala á él, nos colocaron.
a dos pasos uno de otro; debiamos tirar al mis»
mo tiempo; mi adversario me de,ó tirar solo, y
dirigiendo luego su arma á un arbolito le divi-
= 176=»
dio.' Sefidr conde, me dijo, babeis sospecbado.
de mi injustamente y tengo á mucba dicba po-
ileros' onservar la vida. .: . ;
. ¿-Ya ves, añadió Abel, ['que mi desgracia no*
tiene limites. Tambroni ba buido con ella, ob/
quiero buscarlos, no para volveria á ver, sin»
para inmolarla á mi sabia; para inmolarlos á
ambos» .. ...: ....: J
C ¡lió; bajo de la. colina lentamente despues d*
ese parosismo que le babia cubierto de frio su
dor, cruzóse de brazos y se sentó en el sucio
donde permaneció por largo rato sumergido eu.
una sombria. meditacion.
De pronto empezó á rodar prr el. sucio dando
gritos desesperados. Catalina llamó á los aldea-
pos, quienes le sujetaron y trasportaron á la
«abana.
Catalina y Caliban babian llevado á Abel á la
cabana de su padre; babia sido restablecido el
órden que en otro tiempo en ella reinaba; Cata
lina, sentada en el' carcomido sillon, sostenia coa
sus manos la cabeza.. de Abel, y algunas veces la.
apoyaba contra su seno. Caliban Jos miraba y
dirigia sus, votos ai cielo para que el infeliz.
= 186=
«Onde encontrase la felicidad despues de baber
recobrado la calma.
De pronto Abel , cuyos ojos indicaban bacia
algunos dias que iba recobrando la razon, mira
de bito en bito á Catalina, y la contempla con
Mencion í en 6n eselama:—Es Catalina!. ..Un pro•
longalo beso siguió á esta palabra, que, par»
Catalina, encerraba todas las alegrias de la
tierra. . .

IIN BSL TOJIO siGDirao.

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