La Biblia en Español

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La Biblia en Español

I. Introducción
A. Datos importantes de la Biblia:
La Biblia fue traducida al Castellano en el año 1569 por Casiodoro de Reyna y fue revisado por
Cipriano de Valera en el año 1602. Son varias las revisiones y traducciones posteriores.
Contiene 66 libros. Se divide en dos partes; el Antiguo Testamento (39 libros) y el Nuevo
Testamento (27 libros).
Dios usó un conjunto de 40 hombres de Dios para escribir la Biblia.
El autor de la Biblia es Dios
La Biblia fue escrita en Hebreo, Arameo y Griego por los escritores que Dios usó.
La Biblia es el libro más vendido del mundo. Millones de copias se venden anualmente y se
encuentra traducida en todos los lenguajes principales del mundo.
B. Lo que dice la Biblia de sí misma
Acerca de los hombres que Dios usó para escribir la Biblia: "...porque nunca la profecía fue traída
por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el
Espíritu Santo." II Pedro 1:21
La escritura fue inspirada por Dios: "Toda la Escritura es inspirada por Dios..."
II Timoteo 3:16
Cualidades de la Biblia: "Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda
espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y
discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.," Hebreos 4:12
C. ¿Por qué motivo fueron dadas la escrituras?
"Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que
creyendo, tengáis vida en su nombre." Juan 20:31
"Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por
la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza." Romanos 15:4
"...para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de
Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra." II Timoteo 3:16-17
D. ¿Que dijo Dios de las Escrituras?
"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán." Mateo 24:35
II. Versión Reina-Valera La primera edición de la Biblia traducida por Casiodoro de Reyna se publicó en
1569. Después Cipriano de Valera revisó en el 1602 la traducción de Reina, por esto ahora se conoce este
trabajo como la versión "Reina-Valera".
Reina-Valera es la versión que las Sociedades Bíblicas han venido distribuyendo para el mundo de habla
castellana desde su fundación a principios del siglo XIX.
El castellano que hablaban Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera ha experimentado un cambio muy
grande. El lenguaje de la versión Reina-Valera fue revisado en 1862, 1865, 1874, 1890,1909 y 1960. En el
1909 se cambiaron 60,000 palabras por sinónimos más comunes. En el 1960, revisión hecha por
Sociedades Bíblicas, se introdujeron alrededor de 10,000 cambios de vocabulario para poner el lenguaje al
día. Por ejemplo en la versión del 1909 la palabra "caridad" significaba amor, pero ahora la misma palabra
se aplica a una persona caritativa, que da limosna a los necesitados, por lo tanto, se ha sustituido la palabra
"caridad" por la palabra "amor". En Colosenses 3:5 decía: "Amortiguad, pues, vuestros miembros..." y
ahora dice "Haced morir pues lo terrenal en vosotros". La palabra "amortiguad" no significa hoy lo que
significaba hace cien años.
III. Breve Historia de la Evolución de la Biblia La primera versión o traducción de los libros del AT a otra
lengua tuvo lugar alrededor de 250 a.C. El rey Tolomeo II Filadelfo, gran amante de las letras, mandó a
traducir, para su biblioteca privada de Alejandría, los libros religiosos de los hebreos. La traducción se hizo
del hebreo al griego. Pero además de los 39 libros que componen el AT hebreo, tradujeron otros 15 libros
que no habían sido considerados inspiración divina por lo que no formaban parte del AT Aquella
traducción vino a llamarse la Versión Griega Alejandrina o Septuaginta. El nombre de "Setenta" se debe al
número de traductores que intervinieron en ella y "Alejandrina" por haber sido hecha en Alejandría y ser
usada por los judíos de lengua griega en vez del texto hebreo. Esta traducción se hizo para la lectura en las
Sinagogas de la "diáspora", comunidades judías fuera de Palestina, y quizá también para dar a conocer la
Biblia a los paganos. De la versión griega se hizo una traducción al latín, que vino a ser considerada como
la versión Ítala. De los 15 libros apócrifos que formaban parte de la versión griega, 10 pasaron a la versión
latina, y fueron excluidos los siguientes cinco: La Ascensión de Isaías, Los Jubileos, La Epístola de
Jeremías, el tercero de Macabeos y Enoc. Dámaso, obispo de Roma, encomendó a Jerónimo, el cristiano
mas destacado de su época, que preparase una versión de la Biblia, y éste se fue a Belén (Palestina), en
donde estuvo veinte años entregado a la tarea que le habían encomendado con gran celo y dedicación. De
aquel trabajo surgió la Vulgata Latina, que vio la luz alrededor del año 400 d.C. Jerónimo se opuso a que se
incluyeran en esta versión los libros apócrifos, pero algunos que estaban familiarizados con la versión Ítala,
ejercieron tanta presión para que se incluyeren los apócrifos en la nueva versión que por último triunfaron,
a pesar de tener la oposición de Jerónimo. Bajo el auspicio de Alfonso X, el Sabio, Rey de Castilla y
Aragón, fue traducida la primera versión al castellano a partir de la Vulgata Latina y fue conocida como la
Biblia Alfonsina (1280). En 1430 un rabino judío, Moisés Arragel, tradujo el Antiguo Testamento
directamente del Hebreo y Arameo (Biblia del Duque de Alba). Luego, en 1553, se tradujo el Antiguo
Testamento del hebreo por Abraham Usqui y Yom Tob Abias (Biblia de Ferrara) En el primer siglo de la
era cristiana existía el AT hebreo compuesto de 39 libros. El AT en griego se componía de 54 libros (a los
39 habían agregado 15 libros apócrifos). Los samaritanos tenían un Pentateuco que no coincidía con el de
Jerusalén. Tal situación preocupó a los escribas piadosos y respetuosos de las Sagradas Escrituras, y
decidieron tomar medidas para la preservación del texto original del AT. y acordaron adoptar un texto, un
manuscrito fijo, normativo y autorizado de los libros del AT. Aquel manuscrito de todo el AT. vino a
llamarse el Texto Masorético. Los defensores o preservadores de a aquel manuscrito vinieron a llamársele
masoretas. Los masoretas asumieron la responsabilidad de sacar copias de las Sagradas Escrituras del AT. y
para evitar errores, contaron las palabras de cada libro, y después de copiar un libro, contaban las palabras
de la copia, para estar seguros de que no habían omitido ni añadido palabras a la copia. Hasta el día de hoy,
el Texto Masorético se reconoce como el más fidedigno y digno de confianza de todos los manuscritos que
existen del AT. Debemos agradecerle a los masoretas su piadoso celo por la preservación y pureza del texto
original del AT. Casiodoro de Reina tradujo los libros del AT. del Texto Masorético, la cual es la fuente
más confiable que existe hasta el día de hoy.
IV. En la primavera del 1948 se descubrió un tesoro de incalculable valor en relación a la Biblia. A doce
kilómetros al Sur de Jericó, en la costa oeste del Mar Muerto, un pastor de cabras encontró en una cueva
una serie de rollos manuscritos de casi todos los libros del AT. En total se encontraron, en varias cuevas,
330 manuscritos. Cuarenta de estos en lengua aramea, unos cuantos en idioma griego y los restantes en
hebreo. La mayor parte fueron escritos en piel (pergamino), y los otros en papiro. Se encontraron allí:

- 14 copias del libro de Deuteronomio


- 12 copias del libro de Isaías
- 10 copias del libro de los Salmos.
- 8 copias del libro de Éxodo
- 7 copias de los Profetas Menores (que los hebreos agrupaban en un libro)
- 6 copias del libro de Génesis.
- 3 copias del libro de Samuel.
- 3 copias del libro de Jeremías.
- 3 copias del libro de Daniel.

De los demás libros del AT se encontraron una o dos copias. Se acepta que los mencionados manuscritos fueron
colocados en los jarrones donde aparecieron alrededor del 150 a.C. Una de las copias del libro de Isaías se
encontró intacta y completa. Otros manuscritos se encuentran bastante deteriorados. Este descubrimiento ha
puesto de manifiesto la fidelidad del Texto Masorético, los milenarios manuscritos encontrados en las cuevas de
Qumrán verifican esta verdad, y esto imparte un alto grado de confiabilidad a nuestra versión Reina-Valera. Y
en cuanto al NT, Casiodoro de Reina lo tradujo de un manuscrito conocido como "Textus Receptus", llamado
también Texto Bizantino, que era reconocido generalmente como el texto manuscrito más fiel a los originales
de los libros del NT Pablo Besson, misionero suizo muy documentado en esta materia, afirma que el Textus
Receptus sirvió de base para traducir el NT de la versión llamada Peshitta. Esta versión fue hecha alrededor del
año 170 de la era actual. Este dato envuelve extraordinaria importancia en lo que se refiere a nuestra confianza
en la versión Reina-Valera. A la versión Peshitta siguieron la Ítala, la Vulgata y otras, traducidas todas del
Textus Receptus. La versión Vulgata traducida por Jerónimo, vino a ser la versión oficial de la Iglesia Católica,
entre los años 382 al 400 d.C.
E. Versiones Modernas de la Biblia en español:
V. Versiones y Traducciones En lo que se refiere al lenguaje, no hay dos traducciones que sean exactamente
iguales. Los libros del AT fueron escritos en hebreo. El lenguaje original del AT tiene, como promedio, una
antigüedad de 3,000 años. Los traductores se encuentran a veces con palabras hebreas cuyo verdadero
significado resulta difícil de captar o discernir. En la lengua castellana hay diccionarios de sinónimos o
palabras que tienen el mismo parecido o significado. Por ejemplo: Las palabras maquinar, conspirar,
intrigar, urdir y tramar entran en la clasificación de sinónimos; y el traductor puede emplear la que estime
más adecuada. Otro ejemplo: Las palabras aborrecimiento, aversión, odio, saña, desprecio, rencor y
maquinar son sinónimos. Esto sucede con muchas palabras de la lengua castellana.
Los traductores no usan las mismas palabras o vocabulario, pero el sentido del mensaje bíblico es,
generalmente, el mismo siempre que el traductor vierta con fidelidad el sentido del texto original.
VI. Los Libros Apócrifos En lo que se refiere al NT, no hay diferencias entre versiones católicas y
evangélicas, pero en el AT sí hay diferencia. El AT, la versión evangélica se compone de 39 libros y las
versiones católicas se componen de 46 libros, además de varios capítulos añadidos a los libros de Ester y
Daniel. Los siete libros añadidos son Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, Primero de Macabeos y
Segundo de Macabeos. ¿Por qué se les llama apócrifos? El primero en calificarlos de apócrifos fue
Jerónimo, traductor de la Vulgata Latina. Dice un autor católico que el "nombre apócrifos se aplica entre
los católicos a escritos de carácter religioso no incluidos en el canon de la Escritura que, si bien no son
inspirados, pretendieron tener origen divino o fueron algún tiempo considerados como sagrados" ("Verbum
Dei" tomo I Pág. 299). La palabra "apócrifo" viene a ser sinónimo de falso. Los evangélicos nunca hemos
aceptado los Libros Apócrifos como inspirados por Dios. Los libros inspirados que componen el AT fueron
escritos en hebreo, por profetas hebreos y dirigidos al pueblo hebreo. El apóstol afirma, bajo inspiración
divina, que la ley de Dios fue promulgada para el pueblo israelita (Romanos 9:4), y que Dios encomendó al
mencionado pueblo el cuidado o preservación de las Sagradas Escrituras (Romanos 3:1-2). Los llamados
Libros Apócrifos no fueron escritos en hebreo, ni por profetas hebreos inspirados por Dios. Nunca
formaron parte del AT hebreo. Cuando los mencionados libros entraron a formar parte de la versión griega
de la Biblia, los israelitas convocaron un concilio que se reunió en Jamnia, con el propósito de considerar la
naturaleza de los libros agregados a la versión griega. Para determinar si un libro es o no inspirado, aquel
Concilio estableció las bases siguientes:
a. El libro debe estar de acuerdo con la ley de Moisés.
b. Debe haberse originado en Palestina.
c. Debe haber sido escrito en hebreo.
d. Debe haberse escrito antes de la muerte de Esdras.
Como los mencionados libros no llenaban los requisitos establecidos por el Concilio, éste determinó que no
tenían derecho a formar parte del conjunto de libros inspirados por Dios. Los hebreos siempre han creído
que fue Esdras quien fijó, bajo inspiración divina, el canon o catálogo de los libros inspirados del AT En
términos generales, se puede decir que los libros apócrifos fueron escritos entre el año 150 a.C. y el año l00
d.C., por lo menos dos siglos después de la muerte de Esdras. En la época de Jesucristo, y de los Apóstoles,
Jerusalén tenia su Biblia hebrea, treinta y nueve libros. El Vaticano reconoce tácitamente que los libros
apócrifos no fueron escritos bajo inspiración divina. A los 39 libros que integran el canon o catálogo
hebreo, la Iglesia Católica Romana les da el calificativo de protocanónicos, y a los siete libros llamados
apócrifos les da el calificativo de deuterocanónicos. Algunos de los llamados Padres de la Iglesia hicieron
un estudio cuidadoso en relación con los libros inspirados y los no inspirados. En el año 395 d.C. se había
confeccionado 11 catálogos de los libros que se consideraban inspirados por Dios, y en ninguno aparecen
los libros apócrifos. Un sínodo convocado en Laodicea en el año 363 d.C. prohibió la lectura de los libros
apócrifos en las iglesias. En el año 1545 se convoco el Concilio de Trento, y dice el historiador católico F.
Díaz Carmona, en la página 272 de su Historia de la Iglesia Católica Romana, que aquel Concilio "empezó
fijando de nuevo el canon de la Biblia". En efecto, el Concilio discutió el problema de los libros apócrifos y
acordó excluir de la Vulgata 3 de los 10 libros que habían agregado: El tercero y el cuarto de Esdras y la
Oración de Manasés. Al afirmar que el Concilio fijó de nuevo el canon de la Biblia, se da por sentado que
modificó acuerdos de concilios anteriores. En la practica, como vemos, el hecho de que los apócrifos hayan
sido agregados a la versión griega no transforma su naturaleza ni le confiere ningún mérito, y la evidencia
la tenemos en el hecho de que de los 15 libros apócrifos agregados a la mencionada versión, 8 fueron
excluidos, y la exclusión de esos 8 demuestra que los que agregaron los 15 procedieron irresponsablemente.
Los mismos motivos que tuvieron para quitar los 8, los hay para excluir los 7 restantes. No hay un solo
argumento de valor o peso a favor de los libros apócrifos.
¿Cuál es la Verdadera Iglesia de Cristo?
Geraldo Eash T.

Usted pertenece a la Iglesia Cristiana más numerosa del mundo, la Iglesia Católica Apostólica Romana. Su
influencia se extiende a todas partes y penetra en todas las esferas de la vida cotidiana: la política, social, deportiva,
educacional, y religiosa. La iglesia tradicionalmente ha mantenido la creencia de que es la original y única Iglesia de
Cristo, y que sin ella no hay salvación.

¿Tiene usted la plena seguridad de que esto es cierto?

¿Está convencido de que si acaso usted se muere esta noche en la Fe Católica, irá a la presencia de Dios? ¿Se ha
puesto alguna vez a examinar su Fe para asegurarse de que está en la verdad? No es una mala idea, ¿verdad? Sin
duda, usted sabe que hay personas que no comparten sus creencias y no aceptan la autoridad y la unicidad de su
Iglesia.

Quisiera, con toda sinceridad, lanzarle un reto. Conozca su religión. Estudie su Iglesia. Busque razones y pruebas
para poder defender la Fe que profesa. En las páginas de este librito encontrará algunas de las doctrinas principales
de su Iglesia, y muchos textos bíblicos que tienen que ver con esas doctrinas. Espero que la lectura de este librito le
sirva de mucha bendición y ayuda para que pueda contestar con plena seguridad la pregunta que aparece en la
portada del libro: ¿Cuál es la verdadera Iglesia de Cristo? ¡Dios le bendiga!

Geraldo Eash T.

CONTENIDO
Introducción.

1. La Regla de Fe de la Iglesia
2. El Clero de la Iglesia
3. El Culto de la Iglesia
4. El Sacrificio de Cristo
5. La Confesión del Pecado
6. Después de la Muerte
7. La Salvación
8. Bibliografía

Introducción
El mundo se ha llenado de religiones, sectas, iglesias, y creencias muy variadas y distintas. Muchas de las llamadas
“cristianas” son exclusivistas, manteniendo la posición de ser la única iglesia verdadera de Cristo. El hombre se
confunde. No es posible que todas tengan razón. ¿No es cierto? ¿Cuál es, después de todo, la verdadera iglesia de
Cristo? ¿Cuál es la iglesia que Cristo fundó en la tierra? En América Latina, como en otras partes del mundo,
predomina la Iglesia Católica Apostólica Romana. En muchos pueblos sus capillas y templos están situados en el
punto más alto donde domina el paisaje, y donde se pueden ver de lejos. Las ciudades grandes tienen impresionantes
catedrales, algunos del estilo moderno y otros del estilo español colonial, muy bellos y pintorescos. Durante los días
de las fiestas religiosas, y especialmente la Fiesta del Santo Patrón, las calles se llenan de feligreses que caminan
largas distancias en la procesión del Santo con el fin de rendirle culto. En la ciudad de Barquisimeto, Ve nezuela,
medio millón de personas llenan las calles por donde pasa la procesión de la Divina Pastora. Asimismo sucede en
muchas otras ciudades del mundo. Pero la belleza de los templos, de las imágenes que cargan en las procesiones, y
del colorido vestuario del clero es poca en comparación con la belleza que uno puede disfrutar cuando visita la sede
de la Iglesia Católica, el Vaticano.

Más o menos el tamaño de un parque grande en una ciudad, el Vaticano es el centro y sede de la Iglesia Cristiana
más numerosa del mundo, y contiene la basílica más grande del mundo, la de San Pedro. Adentro de los muros altos
que rodean la ciudad, situada dentro de la ciudad de Roma, hay muchos edificios muy pintorescos, como el museo,
la Capilla Sixtina, y el Edificio de los Archivos, además de otros edificios para los residentes y el gobierno del
Vaticano. El visitante puede disfrutar con admiración de la hermosura de los muchos patios bonitos y bien cuidados,
los jardines llenos de bellas flores, y las calles muy tranquilas.1 En esta lujosa ciudad reina el Papa, la Cabeza espiri -
tual y temporal de la Iglesia. La prensa italiana ha estimado que cambiar de Papa, esto es, enterrar al muerto y
nombrar al nuevo, cuesta como veinte millones de dólares, pero eso no es nada para la Iglesia, cuyos activos son
estimados en miles de millones de dólares.2

La historia de la Iglesia Católica Apostólica Romana es sumamente interesante. Cuando Cris to anduvo aquí en
nuestro planeta Tierra, afirmó categóricamente: “...edificaré mi Iglesia.” (Mateo 16, 18) Después de su muerte y
resurrección, los apóstoles, junto con otros creyentes, llevaron el mensaje del Evangelio a todas partes del Imperio
Romano con mucho éxito. Miles de personas creyeron en Cristo. Se establecieron iglesias de Cristo en las grandes
ciudades del Imperio y en muchos pueblos y aldeas. Con el paso de los años los obispos de las grandes ciudades
como Éfeso, Constantinopla, Alejandría, y Roma comenzaron a disputar la supremacía de la Iglesia, quedando el
obispo de Roma como el Obispo Universal. Muchas circunstancias contribuyeron a este reconocimiento,
comenzando con el hecho de que Roma fue la capital del Imperio Romano.

Esta Iglesia, que tanto impresiona, tiene que ser la verdadera Iglesia de Cristo. ¿No es cierto? Su historia,
comenzando con el ministerio de Cristo mismo, sus grandes edificios, la belleza y riqueza del Vaticano, y sus
millones de feligreses en todo el mundo: todo esto parece indicar que es de origen divino. Y especialmente si su
fundador fuera el gran apóstol Pedro, el príncipe de los apóstoles. Sí es, en verdad, la verdadera Iglesia de Cristo, y
que sin ella no hay salvación, sus enseñanzas estarán de acuerdo con las de Cristo y de los apóstoles, o sea las de las
Sagradas Escrituras. ¿No es así? Fíjese que San Pablo le comunicó al joven Timoteo que la Iglesia del Dios viviente
es: “...el pilar y la base de la verdad.” (1 Timoteo 3,15).

¿Dónde se consigue la verdad? En la Palabra de Dios. En la Biblia. Jesucristo en su oración intercesora a favor de
los suyos confirma esto al decir a su Padre Celestial: “tu Palabra es la verdad.” (Juan 17,17) Y el apóstol Pablo
expone tanto la importancia como la inspiración de la Biblia en 2 Timoteo 3,16-17:

“Todos los textos de la Escritura son inspirados por Dios y son útiles para enseñar, para rebatir, para corregir, para
guiar en el bien. La Escritura hace perfecto al hombre de Dios y lo deja preparado para cualquier buen trabajo.”

En las páginas que siguen, estimado amigo, deseamos comparar los dogmas de la Iglesia Católica Apostólica
Romana, que llamaremos “Iglesia Católica” o sencillamente “Iglesia”, con las Sagradas Escrituras.

El estudio de la Biblia nos lleva a la conclusión inmediata que la Iglesia Católica tiene plena razón cuando enseña
que hay un Dios en el cielo, que ese Dios se manifiesta en tres Personas, la Santa Trinidad, que Cristo fue concebido
por obra del Espíritu Santo en la Virgen María, que vivió una vida santa sin pecado, que murió en la Cruz por los
pecados del mundo, resucitó corporalmente, ascendió al cielo, y que viene otra vez al mundo. No se equivoca la
Iglesia al afirmar que Cristo es el Hijo de Dios, que el Cielo es la esperanza de los salvados y el Infierno la
condenación de los perdidos, que el Espíritu Santo es una Persona Divina, miembro de la Trinidad de Dios, que el
hombre nació en pecado, y que Cristo es el Salvador del mundo. La Biblia contiene muchos textos que comprueban
la veracidad de estas doctrinas. El Credo de la Iglesia, que menciona muchas de estas doctrinas, se apega mucho a la
Biblia. Reza así:

“Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro
Señor; que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, Nació de Santa María Virgen; padeció bajo el poder
de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los
muertos; subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos. Creo en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, en la comunión de los Santos, en el perdón de los
pecados, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Amén.”3

Además de las doctrinas ya mencionadas, la Iglesia Católica enseña muchos otros dogmas y doctrinas en sus libros
de catecismo y libros doctrinales. La evolución de su doctrina a través de los siglos con las fechas de su
promulgación se ve abajo.4

431 D.C. El culto a la virgen María en el concilio de Éfeso.


553 D.C. La perpetua virginidad de María en el concilio de Constantinopla.
593 D.C. La doctrina del Purgatorio, reconocida oficialmente en 1439.
606 D.C. El inicio oficial de la Iglesia Católica Romana con el decreto del Emperador Focas de que la Iglesia
Romana es Cabeza y Señora de todas las iglesias, y el obispo es Papa u Obispo Universal.
787 D.C. El culto a las imágenes y reliquias.
993 D.C. La canonización de los santos
1001 D.C. El sacrificio de la Misa.
1070 D.C. El celibato del clero.
1076 D.C. La infalibilidad de la Iglesia.
1090 D.C. El uso del Santo Rosario.
1140 D.C. La Fiesta de la Inmaculada Concepción de María, reconocida oficialmente como dogma en 1854.
1215 D.C. La confesión auricular y la doctrina de la Transubstanciación.
1264 D.C. La Fiesta del “Corpus Cristi”.
1545 D.C. La doctrina de que las tradiciones de la Iglesia tienen igual importancia que la Biblia.
1546 D.C. Los libros del Apócrifa, agregados al canon de la Biblia.
1563 D.C. Los siete sacramentos decretados en el concilio de Trento.
1570 D.C. La infalibilidad del Papa, aunque la autoridad del Papa había sido discutida antes en el concilio de
Trento (1545-1563).
1950 D.C. La Asunción de María.

No pretendemos en esta obra breve examinar todas las doctrinas de la Iglesia ni analizar a fondo todos los puntos de
cada doctrina, sino sólo estudiar algunas de las doctrinas que ya hemos mencionado para compararlas con las
enseñanzas de la Biblia, la Palabra de Dios. Nuestro propósito es ayudarle, amado amigo, a contestar para su propia
satisfacción la pregunta en el título de este libro: ¿Cuál es la verdadera Iglesia de Cristo? La comparación de los
dogmas de la Iglesia con los textos de la Biblia nos dará la respuesta. La mayoría de los textos que citamos son de la
versión Latinoamericana, pero hay también unos cuantos de la Biblia de Jerusalén, marcados (B.J.).

Ambas versiones tienen la aprobación oficial de la Iglesia Católica.

Hemos subrayado algunas palabras claves de ciertos textos bíblicos para destacar su importancia.

Capítulo 1

LA REGLA DE FE DE LA IGLESIA

¿De dónde consigue la Iglesia Católica sus enseñanzas, los dogmas y las prácticas que forman su credo completo?
¿Cuál es la fuente de su doctrina? ¿En qué se basa? La Iglesia afirma categóricamente que se basa en las enseñanzas
de Cristo y de los apóstoles, y que éstas se encuentran en la Palabra escrita y oral. La Palabra escrita es la Biblia. La
palabra oral es la tradición. La Iglesia es completamente veraz al afirmar que la Biblia es la Palabra de Dios; que es
“el mensaje de Dios en palabra humana, que “es un libro escrito bajo la inspiración divina”, que ...“como mensaje de
Dios transmite las verdades religiosas que Dios quiere comunicar al hombre y en este sentido no cabe en él ningún
error”, y que “la Palabra de Dios constituye: sustento y vigor de la Iglesia; firmeza de la fe para sus hijos; alimento
del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual...”5 En esto concuerdan las palabras de la Biblia misma:

“Todos los textos de la Escritura son inspirados por Dios y son útiles para enseñar, para rebatir, para corregir, para
guiar en el bien. La Escritura hace perfecto al hombre de Dios y lo deja preparado para cualquier buen trabajo.”
2Timoteo3,16-17

El gran apóstol agrega su propia afirmación a la veracidad de la inspiración divina de la Biblia en 2 Pedro 1,21:

“Ya que ninguna profecía proviene de una decisión humana, sino que los hombres de Dios hablaron, movidos por el
Espíritu Santo.”

La Biblia es la biografía del Señor Jesucristo. Es su historia.

Se nos introduce en tipología y profecía en el Antiguo Testamento.


Los eventos de su vida y las enseñanzas que dejó con su Iglesia llenan el Nuevo Testamento. No hay historia más
bella y sublime, más fascinante e inspiradora, que la hermosa historia de Cristo: su concepción milagrosa,
nacimiento virginal, ministerio tan lleno de obras milagrosas y compasivas, muerte dolorosa y substitucionaria, resu-
rrección victoriosa, y ascensión gloriosa al cielo. El centurión que estaba encargado de la crucifixión de Cristo, al
observarlo en la Cruz, no pudo menos que exclamar: “Realmente este hombre era un justo.” (Lucas 23,47) A esto
agregamos que, más que un justo, Cristo era y es el mismo Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Y la Biblia cuenta
su historia, siendo que él mismo dijo en cierta ocasión: “Las Escrituras hablan en mi favor.” (Juan 5,39). La Biblia
de Jerusalén da esta versión: “...ellas son las que dan testimonio de mí.”

El tema principal de la Biblia es la salvación que Cristo compró con su sangre en la Cruz del Calvario y ofrece al
hombre. De que la Biblia contiene el mensaje de salvación se ve claramente en las palabras de Pablo en 2 Timoteo
3,15:

“Además, desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras. Ellas te darán la sabiduría que lleva a la salvación
mediante la fe en Cristo Jesús.”

La Biblia nos hace sabios para la salvación que se consigue por la fe en el Señor Jesucristo. Ese es su tema — la
salvación. Por eso, es tan importante leer y estudiar la Biblia, porque en verdad no hay nada más importante para
nosotros, amado amigo, que conseguir la salvación. Cristo nos advirtió que si ganamos todo el mundo pero
perdemos el alma, hemos hecho mal trato. (Marcos 8,36). Hemos perdido. Hemos fracasado. El mundo es tan
temporario, tan pasajero, que tiene poco valor en comparación con el alma que es eterna. Y es la Biblia la que nos
revela el bello mensaje de la eterna salvación del alma, del perdón del pecado, y de la vida eterna. Es interesante que
a pesar de que durante los siglos muchos han sido los esfuerzos para destruirla, la Biblia ha durado y durará para
siempre, como ella misma afirma:

“Está escrito: Toda carne es como hierba y su gloria como flor del campo. La hierba se seca y la flor cae, pero la
Palabra del Señor permanece eternamente.” 1 Pedro 1, 24-25

El emperador Diocleciano procuró destruir la Biblia y a los que seguían sus preceptos. Mandó quemar todas las
Biblias, y muchos cristianos sufrieron muertes crueles en sus manos. Al final, consideró sus ataques tan efectivos
contra los cristianos y su libro, la Biblia, que construyó un monumento con las palabras en el latín: “El Nombre de
Cristiano ha sido Extinguido.” Pero sucede que el siguiente emperador, Constantino, abrazó el cristianismo en el año
312 D.C., y el cristianismo fue proclamado la religión oficial del imperio. La Biblia había triunfado. El poeta y
escritor francés Voltaire (1694-1778), quien atacó la Biblia duramente, afirmó que: “Dentro de un siglo más y no
habrá ni una sola Biblia en la tierra.” Pero Voltaire murió, y su casa se convirtió en una agencia de publicaciones de
la Biblia.6

“La Biblia firme está cual roca, nunca se desvanecerá.

El cielo y la tierra al olvido pasan, mas la Biblia perdurará.”

Sí, es vital que la Biblia sea la base de nuestra fe. Ahora bien, el Antiguo Testamento de la Biblia, versión católica,
contiene algunos libros, llamados apócrifos, que no aparecen en otras versiones.

Son los libros siguientes: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, 1 y 2 Macabeos, más algunas porciones o
adiciones a otros libros del Antiguo Testamento. La Iglesia apela a estos libros para verificar algunas de sus
enseñanzas. Usted puede juzgar si estos libros son, en verdad, libros inspirados por Dios y dignos de toda confianza
al leer los siguientes datos referentes a ellos:

1. Los libros apócrifos no están ni nunca han estado en el canon hebreo del Antiguo Testamento. Los Judíos, a
quienes Dios entregó el Antiguo Testamento, siempre han rechazado estos libros del canon de sus Escrituras Sagra-
das, o sea de su, Biblia.

2. No hay en el Nuevo Testamento ni una sola cita de ninguno de estos libros, aunque hay como 350 citas del
Antiguo Testamento. De manera que, ni Cristo ni los apóstoles hicieron referencia alguna a estos libros.
3. Filón de Alejandría, un filósofo griego de origen judío, escribió extensamente durante el tiempo de Cristo,
citando constantemente del Antiguo Testamento, pero ni una sola vez nombró ni citó ninguno de los libros
apócrifos.

4. Los libros apócrifos no se encuentran en ninguna lista de libros inspirados hasta después del siglo 4, y no
fueron aceptados por la Iglesia Católica como libros inspirados por Dios hasta el Concilio de Trento en 1546. Fueron
rechazados por el Concilio de Laodicea (343- 381), y por los padres de la Iglesia como Melito, Justino, Orígenes,
Jerónimo, y Josefo.

5. Algunos de los autores de los libros apócrifos reconocieron la ausencia de inspiración, y nin guno reclamó
inspiración y autoridad para su libro. Vea 2 Macabeos 2,25-27.

6. Estos libros contienen muchas trivialidades y el tenor general no se puede comparar con los libros de la
Biblia.

7. Estos libros contienen enseñanzas contrarias a las revelaciones doctrinales de la Biblia. Aprue ban la
mentira, el suicidio, el homicidio, la salvación por obras, la salvación por limosnas, oraciones mágicas, etc. Vea
Tobías 4, 10-11.

8. Estos libros fueron escritos muchos años después de los otros libros del Antiguo Testamento. El canon
hebreo fue cerrado con el libro de Malaquías, escrito como 450 años antes de Cristo, mientras que los libros del
Apócrifa fueron escritos en el primer o segundo siglo antes de Cristo. En cuanto al idioma, los libros del Antiguo
Testamento fueron escritos en el hebreo, mientras que los libros apócrifos fueron escritos en el griego. Así que, no
cuadran con los libros del Antiguo Testamento ni en tiempo ni en idioma.7

Otra fuente de dudoso origen e inspiración es la tradición. Aunque es muy cierto que Cristo enseñó muchas cosas
que no están en los cuatro Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, como Juan mismo afirma en 21,25 de su libro,
sin embargo las que fueron escritas tenían un buen propósito:

“Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en
su nombre.” Juan 20,31 (B.J.)

La Biblia contiene todas las historias de la obra ministerial de Cristo y todas las enseñanzas que el Dios del cielo
creyó necesarias para que el hombre reconociera que Cristo es el Hijo de Dios y creyera en él. En ninguna parte de
la Biblia se nos insta a indagar y a buscar otros eventos o enseñanzas que supuestamente han sido entregados por
boca de los apóstoles o profetas a los que creyeron en su mensaje.

Hay un texto muy interesante en la epístola de Judas. El verso tres reza así:

“Amadísimos, tenía un gran deseo de escribirles acerca de nuestra común salvación, y me vi obligado a hacerlo para
moverlos a luchar por la fe que Dios entregó de una vez a sus santos.”

Las palabras “la fe que Dios entregó de una vez a sus santos,” se refieren a las palabras bíblicas, o sea todas las
enseñanzas que Cristo y los apóstoles entregaron a la Iglesia. Esta “fe” fue dada “de una vez para siempre” a los
santos cristianos de aquel tiempo. Para conservarla los santos hombres de Dios escribieron los libros de la Biblia
bajo la inspiración del Espíritu Santo. San Pedro también creyó que la revelación de Dios era completa, sin
necesidad de nada más, porque así lo afirma en 2 Pedro 1,3:

“Su poder divino nos ha dado todo lo que necesitamos para la Vida y la Piedad.”

Ya no necesitamos más. Tenemos todo. Y al completar el canon del Nuevo Testamento con su libro de Apocalipsis,
el apóstol Juan da esta advertencia muy seria:

“Yo, por mi parte, declaro a todo el que escuche las palabras proféticas de este libro: a quien se atreva a añadirle
algo, Dios añadirá sobre él todas las plagas descritas en este libro.” Apocalipsis 22,18
Si alguien cree que este texto solamente prohíbe que se le agregue al libro de Apocalipsis, le llamamos la atención al
consejo de Agur en Proverbios 30,5-6:

“Toda palabra de Dios es verdadera, es un escudo para quien se refugia en él. No agre gues nada a sus palabras, no
sea que te reprenda y te tenga por mentiroso.”

¡Gracias a Dios por la Biblia! ¡Qué sea siempre la luz que alumbra en nuestro camino, para que sepamos dónde
andar y qué creer, y que sea el alimento espiritual que nos da crecimiento en nuestra vida cristiana!

De palabras el mundo se llena,


Por la radio y el televisor;
Revistas y libros abundan,
Material para todo lector.
Entre todos los libros hay uno
Que brilla en el mundo atroz,
Ninguno hay tan respetado,
Es la Biblia la Palabra de Dios.
Me habla de Cristo el santo,
Que por mí en la Cruz sufrió,
Llevando mi mucho pecado,
Para mi salvación él murió.
La Biblia me alumbra el camino
Al cielo el bello hogar,
La Biblia alimenta mi alma,
Es pan de que puedo gozar.
Sí, amigo, conozca la Biblia.
En la mente y el corazón.
Obedezca sus mandamientos;
La vida eterna es su don.

G.E.T.

Capítulo 2

EL CLERO DE LA IGLESIA

La efectividad de una organización, sea civil, secular, o religiosa, depende mayormente de sus líderes. Todas las
iglesias necesitan y tienen los que llevan la batuta, los que se encargan de sus ceremonias, los que enseñan sus
doctrinas. La cabeza espiritual y temporal de la Iglesia Católica es el Papa, y los que comparten este ministerio se
llaman cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, presbíteros o ancianos y diáconos. Recientemente se ha leído
mucho acerca del Papa en la prensa. Los periódicos y la televisión cubren cada movimiento de importancia de este
personaje tan célebre. El Papa Juan Pablo II se ha hecho notorio con sus frecuentes viajes a otros países para llevar a
las gentes del mundo un mensaje de renovación espiritual. No cabe duda de que más personas han visto a este Papa
en persona que a cualquier otro en la historia de la Iglesia. Y siempre en todas partes ha dado una buena impresión y
ha conquistado la lealtad y el amor de millones de los feligreses de la Iglesia. Su primer acto al llegar al país
extranjero, de arrodillarse y besar el suelo, ha sido bien recibido. Un hombre sincero, amoroso, espiri tual, y a la vez
sencillo así opinan las masas que esperan muchas horas para tener un vistazo breve del máximo líder de la Iglesia
Cristiana más numerosa del mundo. Siendo de tanta importancia el oficio del Papa, vamos a dedicar nuestra atención
por unos momentos a sus funciones.

El Papa

El título completo del Papa es “Obispo de Roma, Vicario de Jesucristo, Sucesor del Príncipe de los Apóstoles,
Pontífice Supremo de la Iglesia Universal, Patriarca del Occidente, Primado de Italia, Arzobispo y Metropolitano de
la Provincia Romana, y Soberano del Estado de la Ciudad Vaticana.”8 La Iglesia afirma que es el sucesor del
apóstol Pedro, el primer Papa, basándose en las palabras de Cristo en Mateo 16,18-19:

“Y ahora, yo te digo: Tú eres Pedro, o sea Piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las fuerzas del Infierno
no la podrán vencer.”

Según la Iglesia, Cristo prometió a Pedro en este texto que edificaría su iglesia sobre él, Pedro, la piedra,
efectivamente nombrándolo como el fundador o piedra principal de ella. El primer Papa. ¿Es esto lo que Cristo
realmente estaba diciendo? Vea de nuevo el texto. La palabra “Pedro”, en el griego en que fue escrito el Nuevo
Testamento, es “Petros”, que significa “una pequeña piedra.”

Pero la palabra “piedra” en la expresión “sobre esta piedra” no es “Petros”, sino “petra”, que quiere decir “una gran
roca.” Son dos palabras distintas en el griego, una la diminutiva y otra la aumentativa. Cristo le dijo a Pedro algo así:
“Tú eres una pequeña piedra, y sobre esta gran roca edificaré mi iglesia.” En otras palabras Cristo no prometió
edificar su iglesia sobre Pedro sino una roca mucho más grande que Pedro. ¿A qué roca se refiere? Echemos una
mirada a los versículos anteriores. Directamente antes de esta importante declaración de los labios del Señor
Jesucristo, el apóstol Pedro exclamó:

“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo.” vs.16

¡Vaya qué declaración! Aquí encontramos la piedra grande. Es Cristo mismo. Con esto concuerdan otros textos de la
Biblia. Por ejemplo, en 1 Corintios 3:11 leemos:

"Pues la base nadie la puede cambiar, ya esta puesta y es Cristo Jesús.”

La base de la Iglesia es Cristo Jesús. No hay otra base. Y en Efesios 2,20 Pablo afirma que los verdaderos cristianos
componen la casa de Dios de la cual la piedra angular es Cristo.

“Ustedes son la casa, cuyas bases son los apóstoles y los profetas, y cuya piedra angular es Cristo Jesús.”

Pedro mismo declara en su primera carta, capítulo 2, versículo 3 al 8, que el Señor Jesucristo es la piedra viva,
preciosa, rechazada por los hombres, pero escogida por Dios para servir de piedra angular. Los versículos 3 y4 rezan
así:

“En realidad, ya han aprobado lo bueno que es el Señor. Acérquense a él: ahí tienen la piedra viva, rechazada por los
hombres, y sin embargo, escogida por Dios que conoce su valor.”

Es evidente, entonces, que el Señor Jesucristo es esta piedra sobre la cual su iglesia ha sido edificada. El apóstol
Pedro llega a ser una de las columnas de la iglesia, según Gálatas 2,9, donde el apóstol Pablo comenta:

“Santiago, Pedro, y Juan reconocieron las gracias que Dios me concedió. Esos hombres, que pasan por los pilares de
la iglesia, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé, en señal de comunión.”

Aunque la Iglesia Católica tiene mucha dificultad sosteniendo su creencia de que el apóstol Pedro fue el primer
Papa, tanto bíblicamente como históricamente, sin embargo, tiene razón al enseñar que Cristo dio las llaves del reino
de Dios a Pedro. Las palabras de Cristo, dirigidas a Pedro, son bien claras:

“Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos.” Mateo 16,19

Y efectivamente, en el libro de los Hechos de los Apóstoles encontramos que nada menos que el apóstol Pedro,
usando las llaves, abrió las puertas del cielo para los diferentes grupos del mundo de aquel tiempo. En el día de
Pentecostés Pedro se levantó y predicó ese primer sermón potente que abrió la puerta del reino de los cielos para que
entraran muchos judíos. (Hechos 2,14-36) Mas luego Dios le concedió la oportunidad de abrirla puerta a los
Samaritanos. (Hechos 8,14-17) Y no muchos días después usó las llaves de nuevo para abrir la puerta a los Gentiles.
(Hechos 10) Habiendo abierto la puerta del reino de los cielos por medio de la predicación del mensaje de salvación
en Jesucristo que resultó en la conversión de distintos grupos de personas, Pedro entonces cedió el lugar a Jacobo
como líder de los apóstoles y de la iglesia en Jerusalén. (Hechos 15,13-21) Jamás leemos en las Escrituras que Pedro
tomó ni el nombre ni la autoridad de Papa de la iglesia. Al contrario, en su primera carta, 5,1, (B.J) Pedro escribe
esto:

“A los ancianos que están entre vosotros les exhorto yo, anciano como ellos...”

Pedro se consideraba un anciano también como los otros ancianos, del mismo nivel, y con el mismo oficio que ellos.
La palabra “Papa” viene del latín “papá”, que sencillamente significa “padre”. Cristo expresamente prohibió el uso
de este título, al decir:

“Tampoco deben decirle Padre a nadie en la tierra, porque un solo Padre tienen: el que está en el Cielo.” Mateo 23,9

Claro que estaba refiriendo al uso de este título en referencia a la familia espiritual y no para el padre humano,
físico. Dios es nuestro Padre espiritual, nuestro único Papa, y ningún hombre tiene derecho a ese puesto.

¿Es infalible el Papa cuando habla ex-cátedra en asuntos de fe y moral? La Iglesia Católica afirma que sí. La Biblia
mantiene absoluto silencio en cuanto a este dogma tan importante para la Iglesia. No la confirma. No la aprueba. Y
¿qué enseña la historia? En la evolución de la Iglesia Católica es bien sabido que muchos Papas contradijeron lo que
otros antes de ellos enseñaron.

Pero si el Papa es infalible Vicario de Cristo, se supone que Dios lo guardará de errores en sus pro clamaciones de
asuntos de fe y moral. Sencillamente, no ha sido el caso. No vamos a tomar el tiempo para señalar los muchos casos
de diferencias de opiniones entre Papas en los asuntos importantes de la fe, pero lea la historia de la Iglesia para
quedarse convencido. Basta algunos ejemplos de falibilidad papal: el Papa Honorio I fue denunciado, después de su
muerte, por el Sexto Concilio celebrado en el año 680, como un hereje. El Papa Gregorio I declaró que aquel que se
hace obispo universal o que pretende serlo, es precursor del Anticristo; y, sin embargo, su sucesor, Boni facio III, se
hizo dar aquel título por el emperador Focas. El Papa Adriano II declaró los matrimonios civiles como válidos, pero
el Papa Pío VII los condenó.9 Y así sucesivamente. Se puede ver que los Papas no han sido infalibles. También es
menester hacer la pregunta: ¿Dónde dice en la Biblia que el Papa es el Vicario de Cristo aquí en la tierra? Lo que la
Biblia enseña es que Cristo prometió la venida del Espíritu Santo al mundo como sucesor. Juan 14,16-17 registra las
siguientes palabras de Cristo:

“Y yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de
verdad...”

La palabra “Intercesor,” “Parákleton” en el griego, tiene varios significados: Intercesor, consolador, ayudante. La
palabra “otro” es muy importante aquí. Hay dos palabras griegas que se traduce “otro”. Son “allon” y "éteron”. En
Gálatas 1,6 Pablo advierte a los de Galacia a que no sigan “otro” evangelio. La palabra “otro” en este texto es
“éteron” y quiere decir “uno completamente diferente.” Mientras que en Juan 14,16 la palabra “otro” es “allon” que
quiere decir “otro exactamente igual”. Cristo prometió enviar otro Intercesor o Ayudante exactamente igual a él.
Este es el verdadero vicario de Cristo aquí en la tierra. Al llegar al libro de los Hechos, encontramos que ya no es
Cristo que dirige la iglesia a solas sino que es el Espíritu Santo quien controla, dirige, y da poder a los que llevan el
mensaje glorioso del Evangelio de salvación a todo el mundo. El es completamente infalible y digno de toda
confianza.

Los Sacerdotes

Sirviendo al Papa y a la Iglesia Católica, hay miles, y quizás cientos de miles, de sacerdotes en todas partes del
mundo. También se identifican como Curas o Padres. Ellos son, según la Iglesia, los sucesores de los apóstoles,
encargados del ministerio de la Iglesia, en cuya función escuchan confesiones, perdonan pecados, y celebran la
Misa, matrimonios, bautizos, etc. Son sacerdotes. ¿Sacerdotes? ¿Dónde se encuentra ese título en las páginas del
Nuevo Testamento? El Nuevo Testamento nombra apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, maestros, obispos,
presbíteros, ancianos y diáconos, pero nunca nombra cardenales ni arzobispos, y no usa el término “sacerdote” para
identificar una clase de oficiales o ministros de la iglesia. Lo usa solamente para identificar el ministerio sacerdotal
que incumbe a cada verdadero creyente en Cristo. San Juan, el escritor del único libro profético del Nuevo
Testamento, incluye a todos los cristianos cuando afirma:

“Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes
para su Dios y Padre...” Apocalipsis 1,6 (B.J.)

Esta verdad de que cada cristiano es sacerdote de Dios se confirma en 1 Pedro 2,5, cuando Pedro se dirige a los
expatriados de la dispersión de la manera siguiente:

“Ustedes pasan a ser una comunidad de sacerdotes que, por Cristo Jesús, ofrecen sacrificios espirituales y agradables
a Dios.”

¿A quiénes está llamando Pedro sacerdotes? ¿A un grupo selecto de personas dedicadas a servir a la Iglesia? ¿O a
todos los cristianos? Busque el primer versículo de esta carta para descubrir a quiénes la dirigió.

“Pedro, apóstol de Cristo Jesús, a los judíos que viven fuera de su patria, dispersos en Ponto, Galacia, Capadocia,
Asia y Bitinia.”

Es evidente que estos judíos cristianos, dispersados a todas partes por la persecución del Imperio Romano, son los
sacerdotes que deben ofrecer sacrificios espirituales a Dios, sacrificios de la alabanza y de las buenas obras de
generosidad, (Hebreos 13,15-16). De estos sacrificios, entregados por cada cristiano como sacerdote de Cristo, Dios
se agrada.

El celibato de los sacerdotes católicos fue promulgado en el año 1070. Es cierto que el apóstol Pablo recomendó a
los Corintios que no cambiaran su estado civil, que los solteros no se casaran, (1 Corintios 7,7-8 y 26), pero expone
la razón también:

“Esto me parece bueno en los tiempos difíciles en que vivimos.”

La persecución que estaba diezmando a la iglesia de aquellos días, separando a los familiares, requería de esa
enseñanza. Pero la clara enseñanza de las Escrituras favorece el matrimonio. Textos como los que siguen: Génesis
2,18; Hebreos 13,4; y 1 Corintios 9,5. El celibato ha sido la causa directa o indirecta de mucho pecado. Fíjese que
los mismos apóstoles se casaron, incluyendo el apóstol Pedro.

“¿No tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana, como los demás apóstoles y los hermanos del
Señor, y Cefas?” 1 Corintios 9,5 (B.J.)

“Habiendo ido Jesús a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste en cama, con fiebre.” Mateo 8,14

No vaya a pensar el lector que la mujer cristiana a que hacía referencia el apóstol Pablo en 1 Corintios 9,5, era
solamente una cocinera o lavandera para cuidar de su comida o ropa. Pablo se estaba refiriendo a una esposa. Los
apóstoles tenían sus esposas, tanto como los hermanos de Cristo, y Pedro mismo (Cefas), Cristo sanó a la suegra de
Pedro de la fiebre que tenía. No se puede tener suegra sin tener esposa. En las instrucciones que Pablo dio al joven
Timoteo, le comunicó la necesidad de que el obispo sea marido de una sola mujer. (1 Timoteo 3,2) Por consiguiente,
el celibato del clero católico es un dogma de la Iglesia que carece de base bíblica. Y hablando de base bíblica, hay
dos cosas más que debemos señalar en cuanto a los sacerdotes: la primera, el uso del título “padre” que Cristo
condenó en Mateo 23,9, como ya hemos visto; y la segunda, la función de perdonar pecados, de la cual hablaremos
en el capítulo 5. Todo esto arroja duda sobre la autenticidad escritural de la jerarquía de la Iglesia Católica, en
cuanto a sus funciones.

Capítulo 3

EL CULTO DE LA IGLESIA
¿A quién o a quiénes rinden culto los fieles de la Iglesia Católica? Claro que adoran a Dios, el Dios del cielo,
grande, poderoso, sabio y santo; y junto con Dios Padre, también tributan loor a su Hijo Jesucristo, el Verbo
Encarnado y el Salvador del mundo. En esto están cumpliendo el mandato bíblico: “A Dios debes adorar.”
Apocalipsis 19,10. Los Salmos están repletos de hermosas expresiones de alabanza y adoración a Dios, como las
que siguen:

“Alma mía, bendice al Señor, alaba de corazón su santo Nombre.” Salmo 103,1

“¡Bendice al Señor, alma mía! Eres grande, oh Señor, mi Dios, vestido de honor y de gloria, envuelto de luz como
un manto.” Salmo 104,1-2

“Celebren al Señor, alaben su Nombre, digan sus hazañas a todo el mundo. Entónenle cantos, y mediten todos sus
prodigios.” Salmo 105,1-2

Más recientemente muchos cristianos han puesto en papel sus emociones y pensamientos al contemplar la grandeza
de Dios. Uno de los más conocidos himnos de adoración se intitula: “¡Cuán Grande Es El!”

“Señor, mi Dios, al contemplar los cielos


El firmamento y las estrellas mil,
Al oír tu voz en los potentes truenos
y ver brillar al sol en su cenit,
Mi corazón se llena de emoción:
¡Cuán grande es El! ¡Cuán grande es El!
Mi corazón se llena de emoción:
¡Cuán grande es El! ¡Cuán grande es El!

A.W. Hotton

El ejercicio más alto y sublime que el cristiano puede hacer es adorar y alabar a Dios. Pero el Señor Jesucristo puso
límites a la adoración, confinando la adoración y el servicio cristiano sólo al Ser Supremo, cuando afirmó:

“Adorarás al Señor tu Dios, y a él solo servirás. Mateo 4,10

Desde el libro de Génesis hasta el Apocalipsis la Biblia declara que hay un solo Dios, y uno sólo digno de adoración,
homenaje, y veneración, Dios mismo. Por eso, hay algo preocupante en el culto de la Iglesia Católica.

El Culto a la Virgen María

No hay mujer en toda la Biblia ni en toda la historia del cristianismo más amada que María. Sin duda fue una dama
muy consagrada a Dios, justa en sus hechos, piadosa en su devoción, y en sobremanera buena con todo el mundo.
Dios la escogió para ser la madre de nuestro Señor Jesucristo. Nos toca amarla, respetarla y apreciarla. Pero el
estudiante cuidadoso de la Biblia se preocupa al darse cuenta de que la devoción que sienten los adeptos de la Iglesia
a veces va más allá de lo permitido en la Biblia. Por ejemplo, el llamar a María la Madre de Dios.10 María fue
madre de Jesús, del cuerpo humano de nuestro Señor. Pero Dios no tiene madre. Es eterno. Sin principio y sin fin.
No nació. Cuando el eterno Cristo se hizo hombre, el Espíritu Santo produciendo la concepción milagrosa en la
virgen María, ella le proveyó el cuerpo humano. Es madre de Jesús. No es madre de Dios. Tampoco convencen los
que señalan que Elizabet llamó a su prima María, “la madre de mi Señor”, y siendo que la palabra “Señor” se refiere
a la Divinidad en la Biblia, también podemos llamar a María, "la Madre de Dios.” Una buena exposición de un texto
bíblico toma en cuenta no solamente a qué se refiere una palabra, sino también lo que significa. La palabra “Señor”
quiere decir “amo”, “dueño”, “jefe”. A Jesucristo, el hombre-Dios, le pertenece el Señorío sobre nuestras vidas tanto
como sobre toda la creación.

Elizabet estaba reconociendo este Señorío del hijo de María, aún antes de nacer. Pero llamar a María “la Madre de
Dios” va más allá de esto, porque directa o indirectamente atribuye divinidad a María. Si Dios es único y primero,
no puede tener madre.
La expresión es incorrecta porque atribuye a María lo que la Biblia nunca le concede, ni tampoco puede, siendo que
Dios es eterno.

Otra doctrina de la Iglesia que carece de base bíblica es la de la Concepción Inmaculada de María. Aparte de que no
hay ni una chispa de evidencia bíblica de que María nació sin pecado, el testimonio de toda la Biblia con una
multitud de textos es que nadie nació sin pecado, excepto Jesucristo. El pecado es una contaminación que ha
penetrado por toda la raza humana, haciéndonos todos culpables delante de Dios. Este es el tema del capítulo 3 de
Romanos. Considere los versículos 11y23:

“No hay nadie bueno, ni siquiera uno...”

“Pues todos pecaron y a todos les falta la Gloria de Dios.”

Como miembro de la raza humana, María participó de la misma naturaleza que nosotros, y por eso ella le exclamó
emocionada a su prima Elizabet:

“Celebra todo mi ser la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en el Dios que me salva.” Lucas 1,46

María confesó su necesidad de que Dios le salvara, confesión que sólo un pecador puede hacer. El único que nació y
vivió sin pecado fue Cristo, porque es el Hijo de Dios.

Es cierto que María concibió a Jesús estando en la condición de virgen. ¿Pero será cierto también que siempre fue
virgen?

Los siguientes textos de la Biblia presentan evidencia de que ella vivió con su esposo José en el santo estado de
matrimonio como buena esposa y madre, después del nacimiento de su primogénito Jesús, dando a luz a otros hijos.

1. Mateo 1,24-25 (B.J.)

“Despertando José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. Y no la
conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús.”

Este texto nos enseña que José recibió a Maria como esposa, después del mensaje del Ángel que le quitó las dudas
acerca del autor de su embarazo, pero sin tener relaciones sexuales con ella hasta que nació Jesús. La palabra
“conocía” se usa en la Biblia por conocimiento sexual. Claro que él la conocía como persona mucho antes de esta
experiencia. Solamente que no la conocía sexualmente hasta después del nacimiento de Jesús.

2. Mateo 13,55-56

“¿No es el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre? ¿No son sus hermanos Santiago, José, Simón, y
Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas viviendo entre nosotros?”

3. Otros versículos que también introducen a los hermanos de Jesús, y por consiguiente a los hijos de María,
son Mateo 12,46-47; Marcos 3,31; Marcos 6,3; Juan 2,12; Juan 7,3-5; Hechos 1,14; y 1 Corintios 9,5.

4. Santiago, el mayor de los hermanos de Jesús, vio al Cristo resucitado, 1 Corintios 15,7, creyó en él, y llegó
a ser el líder de la Iglesia de Jerusalén, Hechos 12,17; 15,13; y Gálatas 2,9. Escribió el libro que lleva su nombre.

5. El hermano menor de Jesús se llamaba Judas. Escribió el libro que lleva su nombre, identificándose como
el hermano de Santiago, Judas 1.

6. La afirmación de que éstos no son hermanos, sino primos, carece de base por varias razones, pero
especialmente porque la Biblia siempre los llama “hermanos” (griego “adelfos”) y nunca “primos” (griego
“anepsios”), y también porque siempre aparecen con María y no con su hermana.
7. El hecho de que la Biblia no llama a Jesús el unigénito hijo de María, sino su primogénito, Lucas 2,7, da
testimonio de que María sí tuvo más hijos. Unigénito significa que no hay más, pero el primogénito es el primero de
varios.

Esperamos que nadie tenga menos estima, respeto y amor hacia Maria por ser ella la madre de otros hijos, y no
siempre virgen, porque el matrimonio es un estado santo instituido por Dios mismo, y la Biblia enseña que no hay
pecado en la unión de dos seres casados.

“Tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado.” Hebreos 13,4 (B.J.)

No hay pecado en las relaciones sexuales de dos personas casadas. Ni es más santa la persona que no se casa.
Muchas veces sucede lo opuesto, porque el estado de virginidad, o sea de soltero, no lo soportan muchas personas
sin cometer toda clase de inmoralidad.

Maria es santa, habiendo sido santificada por Dios, y merece todo nuestro respeto y amor.

Muy recientemente, en el año 1950 para ser exacto, la Iglesia Católica proclamó la Asunción de Maria al cielo,
donde en la actualidad, según la Iglesia, es Mediatriz y Co-redentora con Cristo, y la Reina del Cielo. Pero
preguntamos, ¿cómo es posible que sea Mediatriz?, cuando la Biblia afirma categóricamente:

“Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también.” 1
Timoteo 2,5 (B.J.)

¿Cómo es posible que sea Co-redentora con Cristo?, cuando la Biblia asevera:

“Jesús es la piedra que ustedes los constructores despreciaron y que se convirtió en piedra fundamental, y para los
hombres de toda la tierra no hay otro Nombre por el que podamos ser salvados.” Hechos 4,11-12

“El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el
perdón de los pecados.” Colosenses 1,13-14 (B.J.)

Solamente en Cristo,

Solamente en él,

La salvación se encuentra en él.

No hay otro nombre,

Dado a los hombres.

Solamente en Cristo,

Solamente en él.

El Señor Jesucristo se hizo hombre, uno de nosotros, tomando nuestra naturaleza pero sin pecado, experimentando
nuestras tentaciones, pero sin ceder, para poder compadecerse de nuestras debilidades; y murió en la Cruz del
Calvario por nuestros pecados. Es el único Salvador. El único Redentor. La exaltación y veneración de María, su
madre, no cuadra con las enseñanzas de la Palabra de Dios. Podemos y debemos orar a Dios en el santo Nombre de
Cristo. Es el único mediador entre Dios y el hombre. Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro Sumo Sacerdote y por medio
de él podemos allegarnos a Dios.

“Jesús, en cambio, permanece para la eternidad y ningún otro sacerdote lo reemplazará. Por eso, él es capaz de
salvar de una vez a los que, por su intermedio, se acercan a Dios. El vive para siempre, y para interceder a favor de
ellos.” Hebreos 7,24-25
“Jesús contestó: Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida. Nadie viene al Padre sino por mí. Juan 14,6

La oración se debe dirigir a Dios Padre en el nombre de Cristo, como él mismo nos instruye en Juan 16,23:

“En verdad, les digo: Todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo dará.”

No es correcto orar o rezar a Dios en ningún otro nombre, sea el de Pedro, o de Tomás, o de María; y menos
correcto todavía es pedir algo directamente a estas personas humanas. Toda oración bíblica se dirige a Dios Padre en
el Nombre de Cristo. Sí, mi amigo, amamos a María y la respetamos como madre de nuestro Señor Jesu cristo, pero
no debemos rezar a ella ni venerarla, porque estas acciones se reservan solamente para Dios. “A Dios debes adorar.”
Algunas oraciones a la Virgen nos preocupan porque atribuyen a María lo que sólo Cristo merece. Por ejemplo, la
SALVE.

“Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura, y esperanza nuestra; Dios te salve, a ti llamamos los
desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas, ea, pues Señora, Abogada
nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto ben-
dito de tu vientre, ¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo. Amén”11

Con todo respeto y amor hacia María y para con los amigos sinceros de la Iglesia Católica, debemos señalar algunas
divergencias que tenemos en cuanto a esta oración. Primeramente, como ya hemos visto, toda oración se debe dirigir
a Dios Padre en el nombre de Cristo.

El llamar a María “Abogada nuestra” no concuerda con los textos bíblicos como 1 Juan 2,1. Cristo es nuestro único
abogado. No es María quien ruega por nosotros, sino su Hijo Jesucristo, Hebreos 7,23-25. Además, ¿cómo puede
uno rezar estas palabras sin incurrir en el pecado de adorar a María? Parece muy difícil. “A Dios debes adorar.”

El siguiente incidente en la vida de Abraham Lincoln ilustra la necesidad de tener a alguien que puede interceder por
nosotros.

Un día un soldado entró en el espacioso cuarto de espera para los que deseaban hablar con el Presidente Lincoln, y
tomó un asiento. Pronto entró al cuarto el hijo pequeño del presidente, y fue atraído al uniforme del soldado. Al
acercarse al soldado se dio cuenta de que había perdido un brazo en la guerra. Comenzó a conversar con él, y el
soldado le dijo que tenía necesidad de hablar con el presidente. “No hay problema, le dijo Tad, el hijo del presidente.
“Es mi padre. Yo puedo lograr que lo vea.” Se fue enseguida y entró por una puerta privada a la oficina de su padre.
Mientras tanto, el secretario del presidente salió para avisar a los que estaban esperando que el tiempo se había
agotado y que el presidente no podría ver a nadie más ese día. Todos se marcharon menos el soldado.

Cuando el secretario le dijo que era inútil esperar, él contestó que el hijo del presidente le había asegurado que
tendría la oportunidad de ver a su padre. “Bueno,” le contestó el secretario, “si Tad se lo dijo, tendrá su deseo,
porque él ama a ese muchacho y siempre lo complace.” Asimismo nosotros podemos llegar a la presencia del Dios
del cielo, de nuestro Padre, por medio de su Hijo Jesucristo. Dios lo ama y siempre le complace en todo, porque
Cristo hace siempre la voluntad de su Padre. Es nuestro mediador, nuestro abogado, nuestro único medio para poder
entrar a la presencia de Dios Padre y presentarle nuestras peticiones. ¡Gracias a Dios que su puerta está siempre
abierta y podemos acercarnos al trono de la gracia en todo momento, si vamos en el nombre de su Hijo Jesucristo!

El Culto a los Santos

La virgen María no es la única que tiene poderes de mediación según la Iglesia, sino que también los santos,
habiendo vivido aquí en el mundo y conociendo nuestros problemas, flaquezas, y debilidades, sirven de mediadores
entre el hombre y su Dios, porque pueden ayudarnos a conseguir la gracia del Señor y la eterna bienaventuranza del
cielo.12 Además dicen que es conveniente orar a los ángeles para que intercedan a Dios a favor de nosotros.13
¿Quiénes son los santos? Un estudio de la Biblia revela que los santos son los cristianos vivos y muertos que
conocen o han conocido a Cristo Jesús como su Salvador y Señor. Casi todas las cartas del Nuevo Testamento están
dirigidas a los santos. Por ejemplo, 2 Corintios 1,1:
“Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a la Iglesia de Dios establecida en
Corinto, y a todos los santos que viven en toda Acaya.”

Los santos son los verdaderos creyentes en Cristo. Nosotros también somos santos si entrega mos el corazón a
Jesucristo y lo recibimos como Salvador de la vida. Podemos seguir el ejemplo expuesto por San Juan en su
Evangelio:

“Pero a todos los que le recibieron, les concedió ser hijos de Dios: éstos son los que creen en su Nombre.” Juan 1,12

Los santos que murieron están con Cristo ya. No nos pueden ayudar. Además no necesitamos su ayuda. Tenemos a
Cristo. ¡Qué más! Cristo es más que suficiente para nuestra salvación, consolación, y edificación, mientras andamos
en este mundo. El mismo afirmó:

“Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo.” Mateo 28,20

Un hombre soñó que estaba caminando por el mundo con Dios, dejando huellas en la arena, cuando de repente se
dio cuenta que en los lugares difíciles y peligrosos de la vida aparecía un solo par de huellas en la arena en vez de
dos. En seguida preguntó: “Señor, ¿por qué me abandonas cuando la senda se torna difícil y peligrosa?” El Señor le
contestó: “No, mi hijo, yo no te abandono. Cuando tú ves un solo par de huellas en los lugares tenebrosos es porque
yo te estoy cargando.” Cristo nos ayuda especialmente en esos tiempos de pruebas por los cuales tenemos que pasar.
Y cuando nos toca el último viaje, no olvidemos que Cristo dijo:

“Yo soy el Camino... Nadie viene al Padre sino por mí.” Juan 14,6

No hay otro camino al cielo; no hay otro Salvador; no hay más nadie que nos puede conseguir la salvación, sino
Jesucristo. Cristo es el único camino; el único mediador entre Dios y los hombres; el único que murió por nosotros.

¿Y qué diremos de las estatuas, reliquias, e imágenes? Solamente que no debemos venerarlos. No deben tomar el
lugar de Dios en nuestras vidas. Dios mismo prohibió esto en los primeros dos mandamientos:

“No tengas otros dioses fuera de mí. No tengas estatua ni imagen alguna de lo que hay arriba, en el cielo, abajo, en
la tierra, y en las aguas debajo de la tierra. No te postres ante esos dioses, ni les des culto, porque Yo, Yavé, tu Dios,
soy un Dios celoso.” Éxodo 20,3-5

Siendo que Dios es un Dios celoso, no acepta que adoremos a los ídolos, porque la Biblia también dice: “A Dios
debes adorar.” El culto del verdadero cristiano se dirige a Dios, y solamente a Dios. Y es en el nombre de su Hijo
Jesucristo, el nombre más alto en el cielo y en la tierra, que podemos acercamos a Dios.

EL NOMBRE DE JESUS

No hay nombre más sublime

En el mundo de dolor,

Donde muchos con renombre

Nada saben del Señor.

Grandes hombres de ciencia,

Deportistas, estadistas,

Gobernantes y artistas

Brillan con fulgente luz;


Mas ninguno hay tan grande

Cual el nombre de Jesús.

Jesucristo, tan glorioso;

El Señor de salvación,

Emanuel, el Rey de Gloria,

Ofreciendo redención.

Padre eterno El se llama,

Príncipe de Paz su nombre,

Hijo de Dios y del hombre,

Es el Cristo de la Cruz,

Ningún nombre se compara

Con el nombre de Jesús.

Autor desconocido

Capítulo 4

EL SACRIFICIO DE CRISTO

“Creemos que Jesucristo padeció en tiempos de Poncio Pilato, como cordero de Dios que lleva sobre sí los pecados
del mundo, y murió por nosotros en la Cruz, salvándonos con su sangre redentora.”

Así reza el credo del Artículo 10 del capítulo dos, PASION Y MUERTE DE CRISTO, del libro “LA FE DE MI
PUEBLO,” escrito por Mons. Constantino Maradei, un eminente clérigo venezolano. ¡Qué magníficas palabras!
Completamente bíblicas. Veraces. Es la enseñanza clara de las Sagradas Escrituras. El apóstol Pedro afirma la
veracidad de este credo cuando escribe:

“Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos...” 1 Pedro
3,18 (B.J.)

“El mismo subiendo a la cruz cargó con nuestros pecados para que, muertos a nuestros pecados, empecemos una
vida santa.” 1 Pedro 2,24

Es el hecho histórico de mayor trascendencia que Jesucristo, el verdadero Hijo del Dios omnipotente, entregó su
cuerpo y derramó su sangre en la Cruz del Calvario para pagar el precio por nuestros pecados.

El profeta Isaías, que algunos llaman el profeta evangelista del Antiguo Testamento, profetizó unos 600 años antes
de Cristo acerca de su crucifixión con lujo de detalles. En el capítulo 53, versículos 5 y6 de su libro, anuncia lo
siguiente:

“Fue tratado como culpable a causa de nuestras rebeldías y aplastado por nuestros pecados. El soportó el castigo que
nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados.
Todos andábamos como ovejas errantes, cada cual seguía su propio camino, y Yavé descargó sobre él la culpa de
todos nosotros.”

Nosotros somos pecadores, apartados de Dios (Isaías 59,2), sentenciados a la muerte, porque también proclama la
Biblia:

“Pues el salario del pecado es la muerte...” Romanos 6,23 (B.J.)

Pero gracias a Dios que encontramos en Cristo un Sustituto, un perfecto Cordero que murió en nuestro lugar,
llevando sobre sí nuestros pecados, para poder ofrecernos la salvación y la vida eterna. Hace recordar la historia del
muchacho que hizo un pequeño barco con su navaja. Le puso una pequeña vela a su barquito, y un día lo llevó al río
para jugar con él. Cuando de repente oyó la sirena de los bomberos, corrió emocionado tras los bomberos para ver el
incendio, olvidando su pequeño barquito. Recordando su barquito de nuevo, corrió otra vez al río, pero no pudo
encontrarlo. El viento y la corriente lo habían llevado a otra parte. Regresó muy triste a su casa. Pero no muchos días
después, mientras paseaba por la calle principal de su pueblo, vio su barquito en el mostrador de un negocio. En
seguida le dijo al vendedor: “Ese barco es mío. Yo lo hice.” “Lo siento,” le contestó el vendedor. “Lo compre no
hace mucho. Si lo quieres, tendrás que pagar el precio que yo pagué.” El muchacho volvió a casa, vació su alcancía,
y regresó corriendo a la tienda. Compró su barquito. Cuando salió del negocio, dio un beso a su barquito y dijo: “Ya
tú eres dos veces mío, porque te hice y “te compré.” También nosotros pertenecemos dos veces a Dios. Nos hizo en
el principio y nos compró con la sangre de Jesucristo en el Calvario.

Sí, mi amigo, la Biblia apoya cien por ciento esas palabras del credo católico. El Señor Jesucristo nos dejó un acto
para recordar su muerte.

La Biblia lo llama la Comunión o la Cena del Señor. A estos dos nombres la Iglesia agrega la Misa y la Eucaristía.
Afirma la Iglesia que la Misa es el sacrificio del Calvario, hecho presente en el altar, “una auténtica renovación del
acto del Gólgota.”14 En otras palabras la Iglesia está diciendo que cada vez que un sacerdote celebra la Misa está
actualmente crucificando a Cristo de nuevo sobre el altar.

Afirma que el vino se convierte literalmente en la sangre de Cristo y el pan o la hostia se convierte en el cuerpo de
carne del Señor.

Se calcula que se celebra la Misa cuatro veces cada segundo en alguna parte del mundo, o sea 240 veces cada
minuto, 14.400 veces cada hora, y 345.600 veces cada día. Así que en nuestro mundo Cristo muere de nuevo
345.600 veces cada día. ¿Es esto lo que enseña la Biblia? Veamos algunos textos. Primero, el autor de la carta a los
Hebreos afirma que Cristo murió una sola vez.

“Los sacerdotes permanecen a diario, de pie, para cumplir su oficio, y ofrecen repetidas veces los mismos sacrificios
que nunca tienen el poder de quitar los pecados. Cristo, por el contrario, ofreció por los pecados un único sacrificio y
se sentó para siempre a la derecha de Dios. Así, pues, con su única ofrenda llevó a la perfección para siempre a los
que hizo santos.” Hebreos 10,11-12 y 14

Afirma el autor de estas palabras bíblicas que el sacrificio de Cristo culminó en dos resultados: primero, Cristo se
sentó a la diestra de Dios. Ya no se puede sacrificar más, siendo que está sentado, y el sacrificio siempre se hace de
pie. Su sacrificio por el pecado finalizó con su único acto de esta naturaleza en la Cruz. Segundo, Cristo hizo per -
fectos para siempre a los santificados. No se requieren más sacrificios para perfeccionar a nadie, porque con su sola
ofrenda hizo perfectos para siempre a todos los verdaderos cristianos (santos). El apóstol Pablo está de acuerdo con
esto, y lo manifiesta en Romanos 6,9:

“Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no muere más y que la muerte, en adelante, no podrá
contra él.”

¿Cuándo murió Cristo? En el Calvario. En la Cruz. No muere más. El autor de la carta a los Hebreos se preocupa de
que quede bien clara esta verdad, porque muchas veces la confirma. Otro ejemplo se halla en Hebreos 9,26-28.
“El, en ese caso, habría tenido que padecer muchísimas veces, desde la creación del mundo. Pero no; esperó que
fuera el fin de los tiempos y se manifestó ahora, de una vez, para borrar el pecado con su sacrificio. Y puesto que los
hombres mueren una sola vez, y después viene para ellos el juicio, de la misma manera Cristo se sacrificó una sola
vez para borrar los pecados de una muchedumbre.”

Cristo murió una sola vez para siempre. Ya no muere más. Murió para borrar el pecado con su sacrificio. ¿No
enseña esto que el sacrificio de la Misa es innecesaria? ¿Cómo es posible que el sacrificio de la Misa sea el auténtico
sacrificio de Cristo, si Cristo no muere más?

Cuando Cristo ofreció la Cena del Señor a sus discípulos en el aposento alto antes de su crucifixión, él tomó el pan y
dijo: “Esto es mi cuerpo.” Tomó la copa y dijo: “Esto es mi sangre.” Léalo en Mateo 26,26-29 y en 1 Corintios
11,23-26. Ya, por los textos que hemos citado, es difícil creer que estaba hablando en forma literal. También en otra
ocasión Cristo dijo: “Yo soy la puerta.” Pero claro está que no es ninguna puerta material. Además dijo: “Yo soy el
buen Pastor.” Pero jamás cuidaba un rebaño de ovejas. También dijo: “Yo soy la luz del mundo.” Pero no debemos
imaginar que estaba hablando del sol o de las lámparas de kerosén de aquellos días como si fuera una de ellas.

Cuando Cristo dijo: “Yo soy...” o “Esto es...” casi siempre, si no siempre, estaba dando una comparación, y se debe
agregar la palabra “como” después de la expresión. Cristo es como una puerta, porque es la única entrada al cielo. Es
como un pastor, porque tiene muchos seguidores que él guía, alimenta y protege. Es como la luz porque sus
enseñanzas proveen comprensión y entendimiento en medio de la ignorancia espiritual que abunda en el mundo.
Asimismo en Mateo 26,26-29 Cristo quiso decir: “Esto simboliza o representa mi cuer po,” al tomar el pan en la
mano. Y “esto simboliza o representa mi sangre,” al levantar la copa de vino. Cualquiera que haya participado del
vino y de la hostia sabe que no se convierten en sangre y carne, por lo que llaman los accidentados: el color, la
forma, la textura, el olor, y el sabor. Dios nunca pide que creamos sin razón. La fe bíblica no es una fe ciega. Tiene
muy buena base. Cristo murió una vez para siempre en el Calvario, y cada vez que participamos de los elementos de
la Cena del Señor estamos recordando su muerte hasta que él venga de nuevo a este mundo atribulado.

A la cruenta Cruz anduvo Jesús,

El pecado del mundo cargó.

Su vida entregó, su cuerpo sufrió;

En sacrificio perfecto murió.

Los sacrificios mil para el pecado tan vil

Jamás consiguieron la paz.

Con su sangre que dio, el Cristo proveyó

Salvación y eterno solaz.

Su sola ofrenda abrió la senda

Al cielo el eterno hogar,

Más nunca sufrir, más nunca morir.

La redención logró preparar.

G.E.T.

Capítulo 5
LA CONFESION DEL PECADO

El devoto seguidor de la Iglesia Católica tiene el deber de confesar sus pecados mortales, los más serios como el
adulterio y el robo, al sacerdote; y se le recomienda que confiese también los pecados veniales, los menos serios
como la mentira, aunque este último no es un requisito absoluto. Luego de un examen de conciencia para tratar de
recordar estos pecados, y del arrepentimiento que se manifiesta en el dolor del corazón, y de la confesión sincera de
los pecados al sacerdote, y de cumplir la penitencia,16 el penitente oye con alivio cuando el sacerdote le dice: “Yo te
absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.” Hasta el siglo XII el sacerdote
sólo decía: “Dios te absuelva...” pero en aquel tiempo las palabras fueron cambiadas a “Yo te absuelvo...” para darle
al sacerdote mucho más poder.17 Sintiendo perdonados sus pecados, el confesante sale de la Iglesia y regresa a casa,
sabiendo que si vuelve a cometer los mismos pecados, no hay problema. Con sólo regresar al confesionario, estará
bien otra vez. La Iglesia basa su dogma de la Penitencia en las palabras de Cristo a los apóstoles en Juan 20,23
(B.J.):

“A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”

Este poder, para perdonar o retener los pecados, que Cristo concedió a sus discípulos, ha sido transmitido a los
sacerdotes de la Iglesia, según afirma.

Debemos examinar este texto, Juan 20,23, a la luz de otras Escrituras para determinar exactamente lo que quería
decir el Señor Jesucristo. La primera cosa que notamos en seguida es que no hay ninguna mención de la confesión
del pecado en las palabras de Cristo. Cristo no les dijo a los apóstoles que primero tenían que escuchar la con fesión
del pecado de los labios del penitente para poder absolverlo del pecado. En efecto, en ninguna parte de la Biblia se
nos enseña que la confesión del pecado al apóstol o al sacerdote es necesaria para el perdón del pecado. Y si nos
ponemos a buscar ejemplos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, o en cualquier otro libro de la Biblia, para el
uso del confesionario, buscaremos en vano. No hay ni un solo ejemplo. Ninguno. Aunque la Biblia nos enseña la
necesidad de la confesión del pecado, también nos señala a quién debemos confesarlo. Tenemos, por ejemplo, las
palabras de Santiago en Santiago 5,16:

“Confiésense unos a otros sus pecados y pidan unos por otros para que sanen.”

La palabra “pecados” en este texto quiere decir “ofensas”. Son pecados contra otras personas. Es el deber del
cristiano confesar una ofensa a la persona ofendida y pedirle perdón. En 1 Juan 1,9 nos promete la Palabra:

“Si confesamos nuestros pecados, él, por ser fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados; y nos limpiará de toda
maldad.”

Es de suma importancia que determinemos a quién se refiere Juan con la palabra “él”. Si regre samos al versículo 7
del mismo capítulo, las últimas palabras de este texto nos revelan la identidad que buscamos.

“...la sangre de Jesús, Hijo de Dios, nos purifica de todo pecado.”

Juan está hablando de Jesucristo, el Hijo de Dios. Desde luego, es claro que tenemos que confesar nuestros pecados
a Jesucristo para que nos perdone y nos limpie de todo pecado. Los escribas en el día de Cristo hicieron esta
pregunta retórica:

“¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?” Marcos 2,7 (B.J.)

Para ellos la respuesta fue obvia. Nadie. No hay persona humana que puede perdonar pecados. Só lo Dios tiene esa
capacidad. El Salmista sabía qué hacer para conseguir el perdón de pecado. Expresó su experiencia en el Salmo 32,5
al clamar:

“Te confesé mi falta, no te escondí mi culpa. Yo dije: Ante el Señor confesaré mi falta. Y tú, tú mi pecado
perdonaste, condonaste mi deuda.”
Nuestro abogado, nuestro único abogado, aquí en la tierra es Jesucristo. San Juan lo confirma en 1 Juan2, 1:

“Hijitos míos, les escribo para que no pequen. Pero si alguien peca, tenemos un abogado ante el Padre; es Jesucristo,
el Justo.”

Nuestro abogado ante el Padre celestial es su propio Hijo, Jesucristo. No tenernos otro abogado, ni Pedro, ni Pablo,
ni María, ni el sacerdote. Sólo Cristo. Y tampoco podemos defendernos a nosotros mismos ante Dios. Si procuramos
hacerlo, fracasaremos, como el hombre que fue acusado de robar, y decidió no contratar un abogado, sino
defenderse él mismo. Pero perdió el pleito cuando estaba examinando a la víctima y le preguntó: “¿Me vio bien la
cara cuando robé su bolsa?” Nos reímos de su equivocación, pero el jurado le condenó a 10 años de prisión por robo.
No piense, amigo, que podrá defenderse ante un Dios santo y omnisciente. Tome a Cristo como su abogado, y
confiese su pecado a él. Es el único que puede perdonar sus pecados. ¡Gracias a Dios que el cristiano tiene un
mediador, un abogado, que está siempre a la orden para interceder al Padre a favor de él, para perdonar sus pecados,
y limpiarlo de toda maldad! Ese Mediador se llama Jesucristo. Oiga las palabras de Cristo mismo:

“...el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados.” Lucas 5,24

Ese Hijo del Hombre es Cristo mismo. Y más que una vez durante su vida terrenal, se le oye decir: “Tus pecados te
son perdonados.” El perdonar pecados es atributo de Dios, y solamente de Dios.

Pues, si la Biblia enseña que solamente Dios tiene el derecho de perdonar los pecados, ¿qué quería decir Cristo con
las palabras del texto que antes citamos en Juan 20,23?

“A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”

Este texto forma parte de la Gran Comisión que Cristo encomendó a sus discípulos en Mateo 28,18-20; Marcos
16,15-16; Lucas 24,45-48; Juan 20,21-23; y Hechos 1,8. Citamos solamente Marcos 16,15-16:

“Y les dijo: Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se
salvará. El que se resista a creer se condenará.”

Cristo comisionó a sus fieles discípulos a llevar el mensaje de la Buena Nueva de salvación y perdón del pecado por
medio del arrepentimiento y la fe en él a todas partes del mundo. Todos los que escuchan el mensaje de salvación y
perdón del pecado por medio de la Cruz de Cristo se hacen responsables de recibir a Cristo, o de rechazarlo. Los que
ablanden sus corazones y depositen toda su confianza en el Señor Jesucristo para su eterna salvación, reciben el
perdón de pecados y la vida eterna. Sus pecados son perdonados. Pero los que resistan a creer y rechacen a Cristo
con sus corazones no arrepentidos mueren en sus pecados. Retienen sus pecados. La predicación del mensaje de
salvación por los apóstoles resultaba en el perdón del pecado o la retención del pecado. Y Pablo, ese gran apóstol a
los Gentiles, confirma esto en 2 Corintios 5,20:

“Nos presentamos, pues, como mensajeros de parte de Cristo, como si Dios mismo les rogara por nuestra boca.
Déjense reconciliar con Dios: se lo pedimos en nombre de Cristo.”

Adondequiera que iba el apóstol Pablo, algunos endurecían sus corazones y rechazaban el mensaje de Cristo. No
querían reconciliarse con Dios. Retuvieron sus pecados. Otros, dándose cuenta de su necesidad, y de la veracidad del
mensaje que predicó Pablo, se reconciliaron con Dios. Sus pecados fueron perdonados. No por medio del
confesionario, sino por su arrepentimiento y fe en Cristo el Salvador. De esta forma, hoy día también, nuestros
pecados son perdonados o retenidos. Y usted, amigo, ¿qué escoge, el perdón de sus pecados o la retención de ellos?

Cuentan la historia del último esfuerzo que hizo un sacerdote para traer de nuevo a una señora moribunda a la
Iglesia.18 Le dijo: “Yo he venido para perdonar sus pecados.” En seguida la señora respondió: “Muéstreme sus
manos.” Cuando el sacerdote asombrado le mostró sus manos, la señora le dijo: “Usted no puede perdonar mis peca-
dos. El que me perdona los pecados tiene las marcas de los clavos en la mano.” El Señor Jesucristo sí puede
perdonar sus pecados, mi amigo. Acuda a él con fe.
Dios en Cristo está siempre dispuesto a perdonar al que se acerca a él con sincero arrepentimiento y verdadera fe,
aun cuando haya vivido en las profundidades del pecado. Cuentan la historia de un joven que salió de su casa
disgustado para vivir su propia vida en algún lugar distante del hogar. No le fue bien. No se comunicó con sus
padres. Después de un largo tiempo reconoció su falta, se dio cuenta de que había ofendido a sus padres, y decidió
regresar a casa. Pero, ¿lo perdonarían? ¿Lo aceptarían otra vez? Al fin les escribió una carta para pedirles perdón y
avisarles que quería regresar a casa. Les dijo que si lo perdonaban y lo recibían de nuevo, que atasen una tira blanca
de tela al árbol cerca de los rieles del ferrocarril, para que al pasar por ese punto en el tren, si veía la tira blanca, se
bajaría del tren en la parada, pero si no, continuaría su viaje. Estaba muy nervioso durante el viaje del tren, y el
pasajero a su lado notó su nerviosismo. Le preguntó la razón por su aparente excitación. El joven le contó la historia
y le dijo: “Estamos llegando a la granja de mi padre, y tengo miedo. No quiero mirar.” “Bueno”, le dijo su nuevo
amigo, “No mire usted, y yo miraré a ver si han amarrado la tira blanca al árbol.” De repente, le dio un codazo al
joven y le dijo excitado: “¡Mire, mire!” El joven enseguida echó la mirada en la dirección de la granja de su padre.
El árbol estaba completamente cubierto de tiras blancas. Cada rama tenía tiras blancas. Los padres no solamente lo
perdonaron, sino fue tan amplio su perdón que cubrieron el árbol de tiras blancas para que supiera el gran amor que
sentían por él. Así es nuestro Padre Celestial. Cuando nos acercamos a él con arrepentimiento y fe, y le confesamos
nuestros pecados, nos perdona ampliamente, y nos recibe gozosamente.

Hay perdón por la sangre de Jesús.

Hay perdón por su muerte en la Cruz.

Proclamad que hay perdón;

Para todos hay perdón,

Los que acuden al Señor Jesús.

L.M. Roberts

Capítulo 6

DESPUES DE LA MUERTE

¿A dónde vamos cuando nos llega la hora de la muerte? ¡Vaya qué pregunta! Vamos al cementerio. ¿A dónde más,
pues? Por supuesto que el cuerpo va al cementerio, donde estará enterrado, para luego, poco a poco desintegrarse
hasta volver a la tierra de que fue formado. Más no me refiero al cuerpo sino al alma. Es una preocupación universal
saber qué pasa con nosotros después de la muerte. Solamente pensar en la muerte infunde temor.

Echan el cuento de un joven que, al pasar por el cementerio en la oscuridad de la noche, cayó en una nueva fosa que
había sido cavada hacía poco. Procuró salir pero la fosa era demasiada honda y todo su esfuerzo resultó en vano.
Decidió sentarse en un rinconcito de la fosa y esperar el amanecer, cuando de repente pasó otro joven por el mismo
camino, y también cayó en la fosa. El primero lo miró en silencio desde la oscuridad mientras trataba de subir pero
siempre volvía a caer dentro de la fosa y nada podía hacer para salir. De repente quebró el silencio de la noche al
decirle: “Tú no puedes salir de aquí.” El otro joven se asusto tanto que pegó un brinco y salió. Aunque el cuento es
gracioso, nos recuerda que por nuestro camino nos espera una fosa de la cual no saldremos hasta que Dios mismo
nos saque. Pues bien, ¿qué hay después de la muerte? ¿Qué hay en el más allá? No tenemos ninguna experiencia que
revele lo que nos espera cuando crucemos ese portal misterioso entre la vida y la muerte. Hay muchas opiniones. La
reencarnación. Sus seguidores esperan volver a la vida en otra forma, quizás la de un animal, o la de otra persona. El
sueño del alma. Algunos creen que tanto el alma como el cuerpo duermen hasta el día de la resurrección. ¿Y qué
enseña la Iglesia Católica? Hay un catecismo para niños que contesta de esta forma:

“¿A dónde se va el alma cuando uno se muere? Cuando uno se muere, si está en gracia de Dios, su alma se va al
cielo; y, si tiene pecado mortal, su alma se va al infierno.”19
Los nombres de los dos lugares mencionados en este artículo del catecismo aparecen muchas veces en la Biblia: el
cielo para los salvados, y el infierno para los condenados. Es de suma importancia saber quiénes van al cielo, para
procurar asegurarnos un puesto en ese lugar tan bendito; y quiénes van al infierno, para poder evitar ese horrible
lugar. En otras palabras, ¿qué hay que hacer para conseguir entrada en las mansiones gloriosas del cielo y evitar las
penas terribles del fuego eterno? Pero vamos a esperar el próximo capítulo de este libro para escudriñar la enseñanza
bíblica en cuanto a la salvación. No cabe duda de que la Biblia enseña que hay un cielo que ganar y un infierno que
evitar.

¿Se concreta la Iglesia en enseñar solamente estos dos destinos del alma? No. También agrega dos otros lugares para
el estado intermediario del alma hasta que alcance el cielo. Son: el Purgatorio y el Limbo, el Purgatorio para adultos
y el Limbo para niños. Parece que recientemente hay una corriente en la Iglesia que rechaza la enseñanza del Limbo
y afirma que el niño no bautizado, siendo que no ha cometido pecados mortales, pasa directamente a la presencia de
Dios. Y creo que tienen razón, porque Cristo dijo:

“Dejen a esos niños y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos es de los que se asemejan a los
niños.” Mateo 19,14

Pero, ¿qué de los adultos? Los fieles adultos tienen que pasar un tiempo indeterminado en el Purgatorio, para la
purificación de sus pecados, para prepararse para entrar al cielo, donde según la Biblia:

“...no entrará nada manchado. No. No entrarán los que cometen maldad y mentira, sino solamente los que están
escritos en el Libro de la Vida del Cordero.” Apocalipsis 21,27

Para poder conseguir la libertad del Purgatorio, se requieren muchas misas y muchos rezos de parte de los amados
que se han quedado aquí en la tierra. Aunque para algunos parece lógica esta enseñanza, para decirle la verdad, no
tiene ninguna base bíblica. Jamás se menciona en la Biblia ni el lugar llamado Purgatorio ni la posible purificación
del pecado después de la muerte. La Biblia nada habla de ese lugar. Y si la base de nuestra fe es la Palabra de Dios,
¿no es mejor aceptar como cosa segura lo que afirma y enseña, rechazando las ideas que no se encuentran en ella?

El catecismo para niños tiene toda la razón cuando indica que hay dos lugares eternos del alma: el cielo y el infierno.
Pero sin lugar intermedio. Sin Purgatorio. Sin Limbo. Echemos un vistazo al Evangelio según Lucas, el capítulo 16,
y los versículos 22 y 23. Cristo nos narra la vida y la muerte de dos hombres, uno rico, sin nombre, y el otro pobre,
llamado Lázaro. Veamos lo que dice:

“Pues bien, murió el pobre y fue llevado por los ángeles hasta el cielo cerca de Abraham. Murió también el rico y lo
sepultaron. Estando en el infierno, en medio de tormentos, el rico levanta los ojos y ve de lejos a Abraham y a
Lázaro cerca de él.”

El rico y el pobre partieron de este mundo hacia la eternidad. El pobre se encontró con suma felicidad cerca de
Abraham, el amigo de Dios. El rico no tenía la misma suerte. Abrió los ojos en el infierno, en los tormentos. Nada se
habla de un lugar intermediario llamado el Purgatorio. O es el cielo o es el infierno. Ni más ni menos. Hay muchos
otros textos en la Biblia que indican claramente que el salvado pasa directamente a la presencia de Dios en el día de
su muerte. Tomemos, por ejemplo, a dos: 2 Corintios 5,6-8 y Filipenses 1,21-24.

“Sabemos que mientras vivamos en el cuerpo, estamos aún fuera de casa, o sea, lejos del Señor; pues caminamos
por fe, sin ver todavía. Pero nos sentimos seguros y nos gustaría más salir de ese cuerpo para ir a vivir junto al
Señor.”

“Cristo es mi vida, y de la misma muerte saco provecho. Pero, si la vida en este cuerpo me permite aún un trabajo
provechoso, ya no sé que escoger. Estoy apretado por los dos lados. Por una parte siento gran deseo de partir y estar
con Cristo, lo que sería sin duda mucho mejor. Pero a ustedes les es más provechoso que yo permanezca en esta
vida.”

En ambos textos el apóstol Pablo afirma que para el cristiano salir del cuerpo es estar con Cristo. Directamente a la
presencia del Señor. Sin parada intermediaria. Recordemos además que Cristo le prometió al ladrón penitente que
estaría con él en el Paraíso ese mismo día, Lucas 23,43. Si pasó primero al Purgatorio, su estadía allí fue bien corta.
Pero no fue al Purgatorio sino directamente a la presencia del Señor.

Pues bien, ¿qué pasa con el perdido? Ya hemos visto lo que sucedió con el hombre rico. Además, el autor de la carta
a los Hebreos nos advierte que habrá un día de juicio.

“Y puesto que los hombres mueren una sola vez, y después viene para ellos el juicio.” Hebreos 9,27

Al pasar, quiero agregar que este texto prueba la imposibilidad de la reencarnación, porque todos morimos “una sola
vez”, no muchas veces en diferentes formas, y después entramos en juicio. Volviendo al tema, Dios abre la cortina
del futuro para mostrarnos la escena impresionante de ese espantoso día del juicio en Apocalipsis 20,11-15. Lea
despacio acerca de los eventos de aquel día.

“Después, vi un trono espléndido, muy grande, y al que se sentaba en él, cuyo aspecto hizo desaparecer el cielo y la
tierra sin dejar huellas. Los muertos, grandes y chicos, estaban de pie ante el trono. Se abrieron unos libros, y
después otro más, el Libro de la Vida. Entonces los muertos fueron juzgados, de acuerdo con lo que está escrito en
los libros, es decir, cada uno según sus obras. El mar devolvió los muertos que guardaba, y lo mismo la muerte y el
Lugar de los Muertos, y cada uno fue juzgado según sus obras. Entonces la Muerte y el Lugar de los Muertos fueron
arrojados al lago de fuego. En esto consiste la segunda muerte: el lago de fuego. Todos los que no se hallaron
inscritos en el Libro de la Vida, fueron arrojados al lago de fuego.”

De modo que, según estos textos, primero viene la muerte, y segundo el día del juicio, cuando todos estarán
congregados ante la presencia de Dios. Aunque el grado de castigo varía de acuerdo con las obras de cada uno, el
punto importante para determinar la salvación o perdición de cada uno se encuentra en el Libro de la Vida. Los que
están inscritos en este libro se salvan. Los que no están inscritos se pierden. Pero, ¿qué es el Libro de la Vida? ¡Eso
sí es importante! Determina nuestro destino eterno. Recordemos que Cristo dijo:

“Yo soy el Pan de Vida.” Juan 6,35

“En verdad les digo: El que cree tiene vida eterna.” Juan 6,47

“Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.” Juan 10,10 (B.J.)

“Yo soy la Resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá.” Juan 11,25

A este testimonio de los labios de Jesucristo mismo, agregamos las palabras del autor del libro de Juan.

“Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en
su nombre.” Juan 20,31 (B.J.)

El Libro de la Vida es sencillamente el libro de Cristo, donde se registran los nombres de todos sus verdaderos
seguidores, los que creen en él y en su muerte sustitucionaria en la Cruz; es el registro de todos los que han recibido
a Cristo por Salvador. Recibir a Cristo es recibir la vida. Es inscribirse en el Libro de la Vida en el cielo.

“El que tiene al Hijo, tiene la Vida, el que no tiene al Hijo, no tiene la Vida.” 1 Juan 5,12

De nuevo, el apóstol Juan en su primera carta afirma:

“Les escribo entonces todas estas cosas para que sepan que tienen la Vida Eterna todos los que creen en el Nombre
del Hijo de Dios.” 1 Juan 5,13

Fíjese en los verbos que usa Juan, “sepan” y “tienen”. Ambos, en el tiempo presente, indican que es posible saber
hoy día que uno tiene Vida Eterna. ¡Cuán importante es depositar toda nuestra confianza y fe en Cristo para obtener
la Vida Eterna!
Capítulo 7

LA SALVACION

La doctrina más importante de toda la Biblia responde a la pregunta más importante de toda la vida: ¿Cómo se
consigue la eterna salvación del alma? El carcelero de Filipos hizo la misma pregunta pero en otras palabras:

“Señores: ¿Qué debo hacer para salvarme?” Hechos 16,30

¡Qué pregunta tan significativa! Su suprema importancia se revela en las palabras del Señor Jesucristo en Marcos
8,36:

“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? Pues, ¿de dónde sacará con qué
rescatarse a sí mismo?’

Gracias a Dios que el hombre no tiene que rescatarse a sí mismo. En efecto, no puede. Y gracias a Dios que Cristo
ya efectuó ese rescate. San Pedro nos revela cómo lo hizo en 1 Pedro 1,18-20.

“No olviden que han sido liberados de la vida inútil que llevaban antes, igual que sus padres, no con algún rescate
material de oro o plata, sino con la sangre preciosa del Cordero sin mancha ni defecto. Ese es Cristo...”

En el capítulo 4 de este libro alegamos que el sacrificio de Cristo es la base de la salvación. Es que todos hemos
ofendido a Dios con nuestros pecados, y Dios decretó que:

“...el que peque, ése morirá.” Ezequiel 18,4

“Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Romanos 6,23 (B.J.)

El hombre destinado a la muerte física y eterna, mientras ande en la muerte espiritual, separado de Dios, necesita de
un sustituto, porque le es imposible salvarse a sí mismo. Si paga el precio de su propio pecado, se muere. Por eso,
Dios envió a su Hijo, Jesucristo, quien vivió una vida perfecta, sin pecado, aquí en el mundo tan lleno de corrupción
y pecado, habiendo sido tentado en todo, pero siempre victorioso sobre la tentación, para que pudiera servir de
nuestro sustituto. En la cruenta Cruz del Calvario Dios colocó nuestro pecado sobre su Hijo, así que Cristo murió en
nuestro lugar como nuestro perfecto Sustituto.

Hay una historia, autor desconocido, que ilustra lo que Cristo hizo por nosotros en la Cruz. Una casa se incendió y
se quemó rápidamente. Llegaron los bomberos y lucharon contra las llamas que subían hacia el cielo. De repente
apareció la cara de un muchacho pequeño en una ventana del segundo piso. ¿Quién se atrevería a salvarlo? Del
gentío curioso que se había reunido para presenciar el espectáculo, salió un hombre, y sin perder tiempo, corrió a la
casa. Agarró el tubo del drenaje del techo, y comenzó a subir. El tubo estaba calientísimo. La gente le gritó palabras
de ánimo. Haciendo mucho esfuerzo, el señor llegó a la ventana, tomó el niño en los brazos, y comenzó a descender
lentamente. Deposito el niño en el suelo, sano y salvo, y luego desapareció. Pero tenía las manos horriblemente
quemadas. El único sobreviviente de esa tragedia fue el niño, así que lo colocaron en el hogar de un ministro por un
tiempo, y después lo ofrecieron para la adopción. Una pareja de clase media decidió adoptarlo, pero de repente
apareció otro interesado. Cuando el juez le preguntó por qué quería adoptar al muchacho, siendo que no era casado,
le mostró las manos terriblemente cicatrizadas, y le hizo recordar la historia de esa tragedia. Ciertamente merecía el
privilegio de poder adoptar al niño, y lo logró, porque había arriesgado su vida por él. Cristo no solamente arriesgó
su vida por nosotros, sino que la entregó por completo. Murió por nosotros. Las heridas en sus manos y sus pies son
las evidencias de su gran amor para con nosotros. Basado en su muerte sustitucionaria, nos ofrece la vida, la vida
eterna y la vida abundante.

Hubo quien por mis culpas muriera en la cruz,

Aún indigno y vil como soy;


Soy feliz, pues su sangre vertió mi Jesús,

Y con ella mis culpas borró.

Mis pecados llevó en la cruz, do murió,

El sublime, el tierno Jesús.

Los desprecios sufrió, y mi alma salvó,

El cambió mis tinieblas en luz.

Es mi anhelo constante a Cristo seguir,

Mi camino su ejemplo marcó;

Y por darme la vida él quiso morir,

En la cruz mi pecado clavó.

Pedro Grado

La gran pregunta es: ¿Cómo conseguimos esa vida, esa salvación? La Iglesia Católica responde a esa pregunta de la
manera siguiente: “No olvidemos: Jesucristo redimió la humanidad por su muerte de Cruz…, pero con la muerte de
Cristo, no estamos automáticamente salvados, ni basta sólo la fe. Hay que trabajar con amor y temblor por la
salvación individual.” (La Fe de Mi Pueblo, por Mons. Constantino Maradei, págs. 179-180). El capítulo siguiente
del mismo libro, Artículo 4, lleva por título: “El Bautismo Borra el Pecado.” Y en seguida expone: “Creemos en un
solo Bautismo, instituido por N. S. Jesucristo para el perdón de los pecados.” Quisiera citar también lo escrito en el
catecismo para adultos, intitulado “Dios te Ama” por Eduardo Boza Masvidal, p. 37, en que el autor hace referencia
a las palabras de Cristo a Nicodemo de que es necesario nacer de nuevo: “Jesús, explicándole un poco más, le dijo:
‘Si no naces otra vez por el agua y el Espíritu no puedes entrar en el reino de Dios.’ Con estas palabras le estaba
hablando del bautismo, que es un nuevo nacimiento, recibir una vida, que hasta entonces no se tenía, la vida de la
Gracia que nos hace hijos de Dios. El agua, que lava y vivifica, es sólo un signo externo de lo que está sucediendo
interiormente por la virtud del Espíritu Santo.” El autor tiene mucha razón al afirmar que el agua del bautismo es
sólo un signo, o señal como lo identifican en otros escritos, un signo externo de lo que sucede en el interior de la
persona. Realmente un signo nada puede hacer, ni nada hace. Solamente simboliza una obra hecha por otro medio.
En este caso es la obra eficaz del Espíritu Santo en el corazón del que cree en Cristo. Si es así, ¿por qué afirma la
Iglesia que el bautismo borra el pecado, que da el perdón a los pecados? Además, el señor Masvidal agrega en la
página 38: “Pero el bautismo no obra todo esto por arte de magia, sino que exige y supone la fe y la voluntad de
vivir de acuerdo con ella.” Si es que el bautismo exige la fe y la voluntad de vivir de acuerdo con ella, ¿por qué
bautizan a los niños? Ellos no tienen ni fe ni voluntad. No saben lo que está pasando. Son inocentes. No entienden
nada. Es cierto, como agrega la Iglesia, que los padres pueden tener fe y voluntad, y prometer criar a sus hijos para
entregarles esa fe y voluntad, pero cabe la pregunta: ¿No tienen los mismos niños, al llegar a la edad de la
comprensión, algo que hacer con este asunto tan importante? ¿No sería mejor esperar hasta que sean suficientemente
grandes para que escojan ellos mismos el camino de Cristo, y luego bautizarlos? Especialmente cuando no hay
ningún mandamiento bíblico de bautizar a los niños, ni tampoco un solo ejemplo bíblico del bautismo de un niño. El
bautismo de la Biblia fue reservado para los que tienen suficiente edad y suficiente conocimiento para creer en
Cristo como su Salvador.

Ya hemos visto que la doctrina católica acerca de la salvación comienza con el bautismo. Los otros sacramentos son
importantes también, según la Iglesia, porque por medio de ellos se consigue la Gracia. Por eso es que la Iglesia ha
afirmado que fuera de ella no hay salvación, porque se cree el depósito y guardador de la Gracia de Dios entre gada
por medio de los sacramentos. Afirma que la fe sola no puede salvar, porque es hecha viva por medio de los
sacramentos, por el amor y la gracia, y por las buenas obras que hay que hacer con temor y temblor. De nuevo
hacemos la pregunta, ¿es ésta la enseñanza de la Biblia en cuanto a la salvación? Vamos a la Biblia.
El patriarca Abraham fue llamado el Padre de la Fe. Ese gran caudillo de Dios dio comienzo a la nación de Israel
cuando obedeció a Dios para salir de Ur de los Caldeos y caminar a la tierra que Dios le prometió. Dios le llamó un
santo. ¿Pero cómo consiguió la santidad, por obras o por la fe? Veamos lo que nos dice Dios en Romanos 4,3-7:

“En efecto, ¿qué dice la Escritura? ‘Abraham le creyó a Dios, quien se lo tomó en cuenta y lo constituyó santo.’
Ahora bien, cuando alguien hace una obra, no se le entrega su salario como un favor, sino como deuda. Por el
contrario, quien no tiene obras que mostrar, pero cree en el que hace santos a los pecadores, a ese tal se le toma en
cuenta su fe y, como un favor, se le hace santo. Es así como David felicita al hombre que llega a ser santo por favor
de Dios, y no mediante obras: ‘Felices aquellos a quienes Dios les perdona sus pecados, olvidando sus ofensas. Feliz
el hombre a quien Dios no le toma más en cuenta sus pecados.”

Creo que el argumento del apóstol Pablo es suficientemente claro, porque es de la vida real. El que trabaja por otro
espera recibir su salario. El salario viene siendo la paga justa por su trabajo. No es regalo. Pero si uno no ha
trabajado y recibe algún dinero, ése sí es un regalo. Es un favor. Es por gracia. Nosotros no podemos trabajar lo
suficiente para merecer la salvación. Nuestras obras están manchadas por nuestro pecado. Por eso, Dios nos la
ofrece a nosotros completamente gratis, sin obra alguna, sino solamente por la fe en Cristo.

En seguida miremos al mensaje de Pablo a los Efesios.

“Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios;
tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe.” Efesios 2,8-9 (B.J.)

¿Qué le parece? La salvación sin mérito alguno, sin obras algunas. Así dice. Léalo otra vez. Es por la fe solamente.
La palabra “gracia” quiere decir que es gratis. Claro que esta fe que salva produce buenas obras, según nos indica el
versículo 10. Pero las obras nada tienen que ver con la apropiación de la salvación, sino más bien, son la manifes-
tación de ella. La fe que salva produce buenas obras como resultado natural. Al carcelero de Filipos que preguntó
cuáles eran los requisitos de la salvación, los apóstoles le contestaron:

“Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia.” Hechos 16,31

No le dieron otro requisito, sino solamente la fe. No le hablaron del bautismo, de los sacramen tos, ni de las buenas
obras. No le dijeron que tenía que trabajar con temor y temblor para conseguir su salvación. La fe en Jesucristo es el
único requisito para la salvación. En cierta ocasión un hombre vio que muchas personas entraban y salían de una
casita de herramientas, y fue a investigar.20 Adentro estaba el cadáver de un hombre que habían encontrado al pie
de un cerro esa misma mañana. Estaban procurando identificarlo. Al mirar a esa forma sin vida, el hombre se dio
cuenta de que en una mano tenía agarrada una paja larga. Evidentemente el hombre la agarró desesperadamente,
esperando que lo aguantara para que no cayera por el precipicio. Hay muchas personas hoy día que agarran la paja
de las ceremonias religiosas y las buenas obras, esperando salvarse de la eterna condenación. Son como el apóstol
Pablo antes de su conversión a Cristo, cuyo testimonio de cómo había abandonado esa paja de los propios méritos
para poder ganar a Cristo se encuentra en su carta a los Filipenses.

Porque, hablando de méritos humanos, yo también tendría con qué sentirme seguro. Si alguno cree que puede
confiar en tales cosas, cuánto más lo puedo yo. Nací de la raza de Israel, de la tribu de Benjamín, y fui circun cidado
a los ocho días. Soy hebreo e hijo de hebreos; con referencia a la Ley, soy fariseo; mi fanatismo lo demostré
persiguiendo a la Iglesia; en cuanto a ser justo de la manera que dice la ley, fui un hombre irreprochable. Pero,
fijándome en Cristo, todas esas ganancias me parecieron pérdidas. Más aún, todo lo tengo al presente por pérdida, en
comparación con la gran ventaja de conocer a Cristo Jesús, mi Señor; por su amor acepté perderlo todo y lo
considero como basura. Ya no me importa más que ganar a Cristo y encontrarme en él, desprovisto de todo mérito o
santidad que fuera mío, por haber cumplido la Ley, sino aquel mérito o santidad que es el premio de la fe y que Dios
da por medio de la fe en Cristo Jesús.” Filipenses 3,4-9

Ya vemos que nuestros méritos no nos pueden salvar; son como la paja que agarramos para no caer por el abismo al
Infierno, pero es aquel mérito que Dios da por medio de la fe en Cristo Jesús que nos salva.
Cristo mismo dio una atrayente invitación a la gente de su época, que resuena por todas las eda des hasta el día de
hoy, con estas palabras:

“Vengan a mí los que se sienten cargados y agobiados, porque yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de
mí que soy paciente de corazón y humilde, y sus almas encontrarán alivio. Pues mi yugo es bueno, y mi carga
liviana.” Mateo 11,28-30

También el Evangelio según Juan contiene unos cuantos textos tan sencillos y claros que nadie necesita extraviarse o
confundirse en cuanto al modo de conseguir la salvación. Voy a citar algunos.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó su Hijo Único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga
vida eterna.” Juan 3,16

“El que en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios
permanece sobre él.” Juan 3,36 (B.J.)

“En verdad les digo: El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, vive de vida eterna; ya no habrá
juicio para él, porque ha pasado de la muerte a la vida.” Juan 5,24

Todos estos versículos de la Biblia, y muchos otros que se encuentran en las páginas del sagrado libro, nos señalan
un factor de suma importancia para la salvación. La fe. El creer. El creer en Cristo como el sacrificio por nuestros
pecados. Y el que cree de verdad, de corazón, recibe la paz con Dios, don de mucha estima para el alma cargada de
pecado. Hay otro elemento que actúa junto con la fe y de modo simultáneo en la conversión a Cristo. Es el
arrepentimiento del pecado. San Pedro dio la siguiente exhortación:

“Arrepiéntanse entonces y conviértanse, para que todos sus pecados sean borrados.” Hechos 3,19

Arrepentirse es cambiar de actitud hacia el pecado y dar la vuelta. Es reconocer el mal camino en que cada uno de
nosotros anda, darse cuenta de que Cristo murió en la Cruz para pagar el precio de nuestros pecados, y con
verdadero pesar de corazón a causa del pecado de uno, aceptar ese sacrificio de Cristo a favor de nosotros. Un
verdadero arrepentimiento junto con la fe en Cristo resulta en la justificación, o sea el perdón de peca do, y un
cambio de vida. Cristo llamó ese cambio de vida un nuevo o segundo nacimiento. Pablo se refirió al cambio de vida
que resulta de la conversión a Cristo cuando dijo:

“Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo.” 2 Corintios 5,17 (B.J.)

Esto también es lo que Pablo declaró en su carta a la iglesia de Roma.

“Por la fe, pues, conseguimos esta santidad, y estamos en paz con Dios, gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor.”
Romanos 5,1

Hay dos versículos más que quiero citar porque son textos claves, de mucha importancia, en cuanto a la doctrina de
la salvación. El primero es Juan 1,12.

“Pero a todos los que lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios: éstos son los que creen en su Nombre.”

Creer en Cristo es recibirlo, según este texto. Es recibirlo como Salvador. Si yo le ofrezco un regalo, no es suyo
hasta que extienda la mano, y lo reciba. Pudiera rechazarlo. Y nunca sería suyo. Así es la salvación. Cristo la ofrece
como regalo, como don de Dios. Tenemos que creer en él, extender la mano de la fe, y aceptarla. La fe que salva no
es el mero consentimiento del intelecto. No es creer con la cabeza solamente. Es creer con el corazón. El segundo
texto que quiero mostrarle es Apocalipsis 3,20 (B.J.), donde Cristo presenta esta invitación:

“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz, y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él
conmigo.”
BIBLIOGRAFIA

1. Enciclopedia WORLD BOOK, sección Vaticano.

2. De un escrito en El Universal, periódico de Venezuela, por Ernest Bakker, Ciudad del Va ticano, 1 de
octubre de 1985.

3. MI CATECISMO, por Santos Lorenzana, p. 5.

4. EL CATOLICISMO ANTE LA HISTORIA Y LA BIBLIA, por Francisco Fernández Marín, publicado en


la Estrella de la Mañana, Diciembre, 1977, p. 362, y otras referencias.

5. DIOS TE AMA, por Eduardo Masvidal, págs. 9-10.

6. De un escrito intitulado: “The Word of God shall Stand”, por George Sweeting, publicado en la revista
MOODY, Junio, 1978.

7. UN VISTAZO A LA DOCTRINA ROMANA, por Adolfo Robleto, capítulo 6. GENERAL BIBLICAL


INTRODUCTION, por H.S. Miller, págs. 117-119.

8. Enciclopedia WORLD BOOK, sección Papa.

9. UN VISTAZO A LA DOCTRINA ROMANA, por Adolfo Robleto, págs. 30-31.

10. LA FE DE MI PUEBLO, por Mons. Constantino Maradei, págs. 153-160.

11. DIOS TE AMA, por Eduardo Boza Masvidal, págs 21-22.

12. LA FE DE MI PUEBLO, por Mons. Constantino Maradei, p. 293.

13. MI CATECISMO, por Santos Lorenzana, p. 27.

14. LA FE DE MI PUEBLO, por Mons. Constantino Maradei, págs. 247-250.

15. THE BIBLE AND THE ROMAN CHURCH, por J.C. Macaulay, p. 30.

16. MI CATECISMO, por Santos Lorenzana, págs. 41-43.

17. CATOLICISMO ROMANO, por Francisco Lacueva, p. 180.

18. THE BIBLE AND THE ROMAN CHURCH, por J.C. Macaulay, págs. 63-64.

19. MI CATECISMO, por Santos Lorenzana, p. 15.

20. OUR DAILY BREAD, 3 trimestre de 1986, Viernes, 20 de junio.

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