Sobre Molloy PDF
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Susanna REGAZZONI
Università Ca’ Foscari Venezia
Resumen
La novela Desarticulaciones (2010) de Sylvia Molloy se relaciona con la centralidad del tema
de la enfermedad que remite a menudo a la idea de descomposición y muerte. De esta forma, el
repudio del enfermo, especialmente la enferma, que se contrapone al saludable, por parte del
poder es automático puesto que éste tiene que representar y difundir la necesidad del progreso
y el bienestar social. El libro aquí analizado trata de una historia centrada en la desarticulación
de una mente, de la memoria, de un pasado, de una vida. Todo es simple y devastador: una
mujer que escribe, lee y vive en Nueva York visita todos los días a una amiga muy cercana que
padece de Alzheimer. A través de la narración de estos encuentros, se desarrolla también la
descripción de una enfermedad que ataca la esencia misma del individuo porque quita
paulatinamente la memoria, la instancia constitutiva de la identidad. Sylvia Molloy narra en este
breve libro los efectos del paso del tiempo causados por este mal a través de un relato profundo
y sabio.
Palabras clave: Silvia Molloy, relato, amistad, Alzheimer, recuerdo.
Abstract
The novel Desarticulaciones (2010) by Sylvia Molloy presents the theme of disease that
often refers to the idea of decomposition and death. In this way, the power expresses an
automatic repudiation of the sick as opposed to the healthy, since the latter must represent and
spread the need for progress and social welfare. The aforementioned book centers its story on
the disarticulation of a mind, a memory, a past, a life. Everything is simple and devastating:
every day a woman who writes, reads and lives in New York visits a very close friend who has
Alzheimer. Through the narration of these encounters, a description of the disease that attacks
the very essence of the individual is also developed, also embracing how it gradually removes
memory as the constitutive instance of identity. In this book, Sylvia Molloy narrates the effects
of the passage of time caused by this condition and she does it through a profound and wise
story.
Keywords: Silvia Molloy, narrative, friendship, Alzheimer, memory.
Orillas, 8 (2019)
ISSN 2280-4390
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“Toda escritura es memoria, siempre estamos contando lo que pasó o pudo haber
pasado, así que la memoria trabaja con todos los géneros”, declara Sylvia Molloy en la
entrevista con Silvina Friera en Página/12. “En el caso de Desarticulaciones se me impuso
el fragmento para captar esos encuentros breves, esas ‘conversaciones’ entre dos
personas en las que una recuerda y la otra casi no, pero en las que la comunicación –
porque la hay– se da en el puro presente del lenguaje”, la autora añade, además, que “el
fragmento se prestaba particularmente bien para anotar esos destellos en la memoria de
quien está perdiendo, esas irrupciones verbales sin ton ni son que funcionan como
pequeñas epifanías de quien, a pesar del deterioro, ‘todavía está’” (Friera, 2011).
La narradora es el testimonio necesario de este lento derrumbre y precisamente
en este papel, participa, recuerda, completa y, de alguna forma, hace parte del proceso,
puesto que reflexiona: “la horrible originalidad de la enfermedad se está volviendo, para
mí, convencional, otro modo, ahora previsible, de comunicarse. Yo misma entro en su
enfermedad, en su retórica, ya nada me sorprende” (22). De esta forma la percepción
de la enfermedad se transforma y de una condición que provoca rechazo y horror
cambia, gracias a la costumbre, a la aceptación. La narradora que es testigo y como tal
le otorga a la enferma la posibilidad de ser recordada y por esto de existir, logra una
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nueva relación con la otra, aunque precaria e inestable. Como en otras ocasiones, Molloy
explora el género autobiográfico en un relato que tiene mucho que ver con su existencia.
Escribe para dar testimonio del otro/a, para tratar de entender ese estar/no estar de una
amiga que se desintegra ante sus ojos, pero, al hacerlo, también ella misma se desintegra
en el acto. La narradora decide llevar una suerte de “cuaderno de bitácora” sobre el
Alzheimer de la amiga a pesar de que afirma: “Me da pena, porque es un libro que escribí
para sentirme más cerca de ella y que ahora no podemos compartir” (Friera, 2011)
porque es gracias a su función de testimonio por lo que el acto existe. Puesto que somos
lo que los demás recuerdan de nosotros, si nadie nos piensa o nos rememora, no
existimos, pues nadie existe únicamente para uno mismo (Cavarero 1997). La imagen
frente a la mirada del otro, nos completa y nos otorga la vida. Ahí entra en juego la
creatividad, la invención, la libertad de pensarnos y contarnos como más deseamos.
Como ha analizado Adriana Cavarero, es importante narrar al otro para narrarnos a
nosostros mismos, decir al otro para explorarnos puesto que cada persona recibe,
gracias a la mirada del otro/a su proprio retrato y el correspondiente relato. Todo ser
humano desea este relato que es su historia y que solo los/las otros/as pueden percibir
a través de las líneas que caracterizan una identidad y narralas en su presencia. Con una
prosa precisa, sencilla, hasta esencial y al mismo tiempo poética, la narradora salva la
memoria de ambas a través de la escritura como arma de rescate de los recuerdos que
están a punto de desaparecer en el olvido.
El tema del recuerdo es un elemento que caracteriza parte de la obra de ficción
de Sylvia Molloy, uno de sus libros más sugerentes a este propósito es su novela El común
olvido que, como indica el título, trata de una memoria en peligro y al borde entre dos
lenguas. La pregunta que incesante subyace en cada página y que lentamente se vuelve
apremiante es ‘qué va a quedar de nosotras cuando tu memoria nos haya olvidado’. Por
esto es necesario registrar y narrar puesto que el Otro o la Otra es imprescindible para
delinear los contornos de su propia vida y de la memoria compartida precisamente en
el momento que la memoria y la lengua de ML se desarticulan y consecuentemente
también el tiempo de la narradora pierde su anclaje.
Los recuerdos de una vida en común que se disuelven pertenecen también a la
narradora y pueden existir solo en el diálogo con la amiga; en el momento que ésta los
pierde, también se pierden en la memoria de la testigo: “Cuando empezó a perder la
memoria (digo mal: solo puedo decir cuando yo noté que empezaba a perderla)
comenzó a usar mucho más las manos. Llegaba a un lugar conocido y se ponía a tocar
cuanto había sobre una mesa, un estante, como un chico toquetón, de esos para cuyas
visitas hay que preparar la casa escondiendo objetos o poniéndolos fuera de su
alcance…” (44) señala la narradora, que confiesa: “Me costaba aceptar que había
empezado a poner en práctica, instintivamente, la memoria de las manos. Como la Greta
Garbo de Reina Cristina, estaba recordando objetos, no para almacenarlos en su mente
sino para orientarse en el presente” (44, 45).
El olvido trabaja y las palabras se reducen o extravían, los recuerdos son como
pequeños destellos que iluminan cada vez menos el cerebro. Ahora que anochece en su
mente, la amiga en sus muchas visitas es testigo de ese naufragio, anota con paciencia
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amistad la pregunta que surge es acerca de la relación entre la memoria y el olvido puesto
que hay un límite inexistente entre los dos. El recuerdo es lo que nos hace humanos, es
lo que nos sitúa en el mundo, lo que nos permite (re)conocernos y construirnos, lo que
nos permite relacionarnos, aprehender lo que nos es conocido. La mirada y, por ende,
el recuerdo de la otra es lo que permite que ML continúe viva. En este sentido, el último
texto del libro, “Interrupción”, determina el fin de una relación “Siento que dejar este
relato es dejarla, que al no registrar más mis encuentros le estoy negando algo, una
continuidad de la que solo yo, en estas visitas, puedo dar fe. Siento que la estoy
abandonando. Pero de algún modo ella misma se está abandonando, así que no me
siento culpable. Casi” (76).
El conjunto de entregas, formas breves –acertado recurso narrativo– podrían
pensarse como notas teóricas para un ensayo científico acerca de la memoria, sin
embargo, termina siendo un testimonio de emotividad extrema. El texto resulta
desarticulado, arbitrario e híbrido, pero alcanza su unidad a través de la voz narradora
que lo va hilvanando hacia dentro y hacia fuera del texto dada la homonimia con la
escritora. Se logra así una suerte de no ficción pudorosa en un diálogo singular en la que
un personaje está y no. En pocas páginas, Molloy apuesta a un bricolage e intenta e
improvisa técnicas: “Para mantener una conversación es necesario hacer memoria juntas
o jugar a hacerla, aun cuando ella ya ha dejado sola a la mía” (55).
Detrás de esta “historia”, y a partir de un hecho real y concreto que forma parte
de un momento esencial en la vida de la mujer, surge la urgencia o el deseo del acto de
narrar, que a su vez, volviéndose sobre sí no deja de lado la reflexión sobre el mismo
acto narrativo y sobre la concepción, tal vez no de forma deliberada, del lugar del
narrador. A partir de estas consideraciones se articula un libro que se aleja de un relato
sentimental para construir una suerte de indagación sobre la relación entre la memoria
y la experiencia y devolver a la enfermedad su dimensión humana.
4. UN IMPOSIBLE RETORNO.
“Identikit” es el sugerente título de uno de los breves capítulos donde la narradora
se pregunta cómo dice “yo” la persona que no recuerda, y piensa cuál es el lugar de su
enunciación cuando ya no hay memoria, pues ML ha respondido, en un momento, que
se llama Petra –un nombre ajeno– y ahí es donde Molloy ve un juego de ironía, pues
“Petra”, “la piedra”, es insensible.
Las dos amigas viven en Nueva York, pero hablan un español coloquial y en un
determinado momento surge la pluralidad de lenguas que domina la escritora: el español,
el francés y el inglés. Sobre esta condición, Molloy comenta que es “un tema sobre el
cual estoy escribiendo en este preciso momento, y que es, efectivamente, qué pasa
cuando se tiene más de una casa de la lengua”. Y afirma que “El sujeto bilingüe o
trilingüe se siente levemente desviado cuando escribe, tiene la sensación de que lo que
dice está siempre siendo dicho en otro lado, en muchos lados, como un eco
desasosegante. Si toda comunicación es inherentemente rara, los cambios de lengua
acrecientan esa rareza. Paradójicamente, el que habla/escribe en más de un idioma, es
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decir, el que tiene más de una casa de la lengua, escribe siempre a la ‘intemperie’” (Friera,
2011).
A propósito de las lenguas que practica, Molloy, que es escritora y también crítica
literaria (es autora de Las letras de Borges (1999), uno de los más importantes estudios
sobre el autor) afirma que junto con el castellano, el inglés fue una lengua que habló
desde niña, era la lengua de sus abuelos paternos; mientras que el francés llegó como
saber más tarde; era una lengua culta, en el sentido de que primero la estudió y sólo
después, cuando pasó algun tiempo en Francia, se volvió lengua cotidiana. Así, concluye:
“Es una cuestión de registro: si paso del español al francés siento que estoy citando. En
cambio, del español al inglés, o al revés, hay continuidad, no hay sutura” (Friera, 2011).
Hacia el final de Desarticulaciones, se enumera una serie de palabras o expresiones
de ese español doméstico y coloquial como “porrazo”, “creída”, “chúcara” y “a la que
te criaste”. La autora las repite para que no se pierdan en su memoria y para que sean
testigos de las conversaciones con la amiga que llegarán a su fin:
Las consigné, sí, porque además de devolverme conversaciones que ya no puedo tener con ML,
me devuelven un habla porteña de otra época, la de mi infancia o adolescencia, un poco como
esas voces que decía escuchar Manuel Puig cuando empezó a escribir La traición de Rita Hayworth.
Me pasó lo mismo cuando escribí El común olvido y quise recobrar ya no palabras aisladas sino
entonaciones y estilos de habla de ciertos individuos de otra época. Me gustaría pensar que esas
palabras tienden a resistir el borramiento, que se quedan cuando todo lo demás se ha ido, pero
creo que es la expresión de un deseo más que una realidad, porque la enfermedad progresa por
vías imprevisibles. (Friera 2011)
Las palabras remiten a una lengua y tienen una pertenencia precaria puesto que se
reparten entre dos o más espacios. Uno pertenece al presente de la narración, el otro a
una existencia pasada que remite a otra época, a otro lugar. Sobre este aspecto es
pertinente resaltar el penúltimo relato, “Volver”. En él se describe un sueño de la
protagonista narradora, donde la amiga –lúcida y con la memoria intacta– le comunica
su voluntad de regresar a Argentina. La narradora asocia la decisión del retorno a un
texto que describe el regreso de un personaje que busca una vida mejor en su país –
Argentina– y que, en cambio, encuentra la violencia de una dictadura que lo lleva a la
muerte. La cruel reflexión final remite a un retorno imposible puesto que ¨solo el olvido
total permite el regreso impune” (75) y remite a la difícil relación memoria - olvido de
un yo escindido por el exilio y por una vuelta inalcanzable. Sylvia Molloy dejó su país
antes de la dictadura militar del ‘76, reside desde hace muchos años en New York y
vuelve todos los años a Argentina3. La presencia de la violencia que se instauró en la
región siempre fue algo que afectó su existencia, un elemento constante en toda su
escritura, como en este caso. Solo el olvido permite el regreso impune y precisamente
por esto la memoria es el tema recurrente de toda su obra.
3 Sylvia Molloy dejó Argentina en la época de Onganía, cuando la Universidad de Buenos Aires fue
tomada y el poder reaccionó con “La noche de los bastones largos”. Ella estudiaba Ciencias exactas y
aunque no fue exiliada se fue a Francia.
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4 Como especialista en Borges, Molloy siempre pone alguna frase de Borges como guiño al lector.
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Cfr. Susanna Regazzoni (2019a): “El desierto argentino de Gabriela Cabezón Cámara”, Oltreoceano (en
prensa); Susanna Regazzoni (2019b) “Otras transfiguraciones de Fierro: Martín Kohan y Gabriela
Cabezón Cámara”, Landa, 2019. En prensa.
6 “Al fondo di ogni scrittura c’è sempre ‘lo sguardo di un’intenzione che non è già più quella del
linguaggio’. Detta altrimenti non c’è scrittura che non sia attraversata dal guizzo del nostro ‘misero tesoro’:
l’identità personale (almeno secondo Lévi-Strauss)” (Cutrufelli 2018: 17).
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BIBLIOGRAFÍA