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Entre pérdidas y desarticulaciones: los avatares de la

memoria en la obra de Sylvia Molloy

Susanna REGAZZONI
Università Ca’ Foscari Venezia

Resumen
La novela Desarticulaciones (2010) de Sylvia Molloy se relaciona con la centralidad del tema
de la enfermedad que remite a menudo a la idea de descomposición y muerte. De esta forma, el
repudio del enfermo, especialmente la enferma, que se contrapone al saludable, por parte del
poder es automático puesto que éste tiene que representar y difundir la necesidad del progreso
y el bienestar social. El libro aquí analizado trata de una historia centrada en la desarticulación
de una mente, de la memoria, de un pasado, de una vida. Todo es simple y devastador: una
mujer que escribe, lee y vive en Nueva York visita todos los días a una amiga muy cercana que
padece de Alzheimer. A través de la narración de estos encuentros, se desarrolla también la
descripción de una enfermedad que ataca la esencia misma del individuo porque quita
paulatinamente la memoria, la instancia constitutiva de la identidad. Sylvia Molloy narra en este
breve libro los efectos del paso del tiempo causados por este mal a través de un relato profundo
y sabio.
Palabras clave: Silvia Molloy, relato, amistad, Alzheimer, recuerdo.

Abstract
The novel Desarticulaciones (2010) by Sylvia Molloy presents the theme of disease that
often refers to the idea of decomposition and death. In this way, the power expresses an
automatic repudiation of the sick as opposed to the healthy, since the latter must represent and
spread the need for progress and social welfare. The aforementioned book centers its story on
the disarticulation of a mind, a memory, a past, a life. Everything is simple and devastating:
every day a woman who writes, reads and lives in New York visits a very close friend who has
Alzheimer. Through the narration of these encounters, a description of the disease that attacks
the very essence of the individual is also developed, also embracing how it gradually removes
memory as the constitutive instance of identity. In this book, Sylvia Molloy narrates the effects
of the passage of time caused by this condition and she does it through a profound and wise
story.
Keywords: Silvia Molloy, narrative, friendship, Alzheimer, memory.

Orillas, 8 (2019)
ISSN 2280-4390
32 SUSANNA REGAZZONI

En recuerdo de I. F., mi madre

Correctas educadas casi pomposas/ estas rehenes


del Alzheimer/ ponen a congelar la lengua
materna/ mientras nos despiden de su mundo sin
palabras.
(Tamara Kamenszain)
¿Cómo dice yo el que no recuerda…?
(Sylvia Molloy)

1. INTRODUCCIÓN. OTRO CUERPO


Si el poder (cualquier tipo de poder: sea religioso, político, intelectual...) siempre
ha manifestado su fuerza a través del control del cuerpo femenino (con variadas formas
de violencia física, pero también con imposiciones de ideales estéticos como medio de
aceptación), este control se realiza con mayor crueldad y ferocidad entre los siglos XVI
y XVII, durante el pasaje del feudalismo al capitalismo, época en la que empieza la caza
de las brujas que eran quienes poseían, precisamente, el saber del cuerpo y sus remedios.
Cientos de miles de mujeres quemadas en los albores de la modernidad, acontecimiento
que las historiadoras feministas (Federici, 2004) han interpretado como la manera de
luchar en contra de las mujeres, marginándolas de la vida pública y encerrándolas en
casa. De hecho, es en ese momento cuando se establece la génesis del trabajo doméstico
en sus principales componentes estructurales y se destruye el conocimiento que las
mujeres tienen de sí mismas, de su proprio cuerpo y de la naturaleza. Así, gracias a su
exclusión del trabajo remunerado y su transformación en una máquina de reproducción,
se va formando el orden patriarcal, fundado y consolidado justamente sobre la
separación de la producción y la consiguiente devaluación del rol social de las mujeres.
No sorprende, pues, que con la posmodernidad, o sea con la puesta en discusión de
los principios totalitarios sobre los cuales se ha desarrollado la modernidad (razón,
progreso, dominación de la naturaleza, colonialismo y, naturalmente, patriarcado), las
mujeres pongan en tela de juicio la imagen que de ellas ha hecho el androcentrismo. Lo
hacen, por supuesto, a partir del cuerpo (como se puede comprobar de los estudios sobre
“la política del cuerpo” de Muraro, Cavarero y Braidotti,), y de la re-escritura de los así
llamados “textos de cultura”: los textos que como la historiografía, los cuentos de hadas,
los mitos, las tragedias clásicas, etc. se guardan y transmiten porque codifican lo que la
cultura considera fundamental para la organización social de las identidades de los
individuos (Mignolo, 1986: 56).
A partir de la perspectiva del citado marco teórico posmoderno y considerando
que el concepto de escritura femenina va íntimamente ligado a una actitud de resistencia
y trasgresión ante los códigos patriarcales del género y la sexualidad, deseo presentar
una novela donde el cuerpo enfermo ya no es un elemento de rechazo y exclusión sino
que entra en el marco de la experiencia de todo sujeto y, de alguna forma, participa de
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su identidad. Igualmente es interesante recordar que en varios textos latinoamericanos


contemporáneos, la enfermedad, además de ser objeto de estudio, es un instrumento
crítico para debilitar y desestabilizar las categorías y los binomios fuertes (mujer-
hombre, enfermo-sano, vivo-muerto y también humano y no humano), para lograr
considerar la enfermedad como parte integrante de un organismo complejo y abierto,
en continua transformación (Fasano, 2019).
En Argentina, desde la Conquista y la sucesiva ‘guerra del desierto’, el gesto
fundacional es el de la aniquilación, que se realiza a través de la desaparición de cuerpos
y el cautiverio, acompañado por la violación de las mujeres, actuación que se narrativiza
en los muchos relatos sobre el mito de las cautivas ‘blancas’. Sobre este particular,
Carmen Perilli escribe: “la función de estas imágenes emblemáticas es legitimar, en una
construcción paradigmática de la muerte y la violación del cuerpo del vencedor, la
muerte y la violación del cuerpo del vencido. En el primer texto de ficción de nuestra
literatura, El matadero, se consuma la violación y la muerte” (Perilli, 1994: 12). También
Josefina Ludmer propone la lectura del delito como elemento constituyente del ámbito
simbólico y cultural del país y como instrumento de definición a través de la exclusión
y de la separación que empieza precisamente con El matadero de Echeverría y el Facundo
de Sarmiento (Ludmer, 1992: 2-3). Desde el principio de la historia argentina, los mitos
de los cuerpos blancos violados encubren los cautiverios de las mujeres ‘otras’, negras e
indígenas, simbólicamente negadas en la construcción de la identidad nacional.
La represión política que, por lo que se refiere a las mujeres, pasa especialmente a
través del cuerpo, provoca una reacción que resulta evidente en la voluntad de escribir
y pensar el cuerpo de otra forma y narrar la sexualidad femenina bajo nuevas
perspectivas. Es precisamente por esta razón por lo que Helena Araújo señala:
el dilema del cuerpo, esa presencia turbia y peligrosa, esa tentación de la especie, que según Simone
de Beauvoir, precipita en la inmanencia y la pasividad. Sin embargo es allí, sobre todo que ha de
instalarse la subversión. Al tomar por asalto lo que podría llamarse un campo vedado, asumimos
al fin la sexualidad, dando a la libido una nueva dimensión. (1994: 18)

El cuerpo de esta mujer es un territorio de imaginación biopolítica, un disparador


narrativo que, desde la literatura, sirve como instrumento de denuncia política y social.
Con respecto a la enfermedad, existe, además, una interesante narración que se expresa
a través de una serie de metáforas militares que, como señaló Susan Sontag (1978),
indican el lado nocturno de la vida. A menudo, son enfermedades consideradas
misteriosas y en torno a ellas los prejuicios, las fobias y los miedos han tejido una red
de complicadas metáforas que dificultan su comprensión.

2. EL RELATO DE UNA MEMORIA ENFERMA

La novela Desarticulaciones (2010) de Sylvia Molloy es una especie de falso diario


contra el olvido, con dos protagonistas, una de ellas ya casi no existe porque ha olvidado
quién es. Se trata de un libro que, de una forma muy original, se relaciona con la
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centralidad del tema de la enfermedad que en la literatura hispanoamericana ha devenido


en tópico fundacional (Guerrero; Bouzaglo, 2009: 25). Además, la idea de enfermedad
remite a menudo a la idea de descomposición y muerte. De esta forma, el repudio del
enfermo, especialmente la enferma, que se se contrapone al saludable, por parte del
poder es automático puesto que éste tiene que representar y difundir la necesidad del
progreso y el bienestar social. Sin embargo, es precisamente Sylvia Molloy en “La
política de la pose” quien señala que, más allá de la estigmatización que suele producir
la enfermedad, puede hacerse visible otro cuerpo, deseo y sexualidad que supera el inicial
rechazo (Molloy, 1994: 130) y en “Enfermedad” (Molloy, 2003: 31) se lee que: “La
relación con la enfermedad es siempre complicada, mediada por temores, negaciones,
conjuros”.
El libro aquí analizado trata de una historia centrada en la desarticulación de una
mente, de la memoria, de un pasado, de una vida. Todo es simple y devastador: una
mujer que escribe, lee y vive en Nueva York visita todos los días a una amiga muy
cercana que padece de Alzheimer1. A través de la narración de estos encuentros, se
desarrolla también la descripción de una enfermedad que ataca la esencia misma del
individuo porque quita paulatinamente la memoria, la instancia constitutiva de la
identidad. Sylvia Molloy narra en este breve libro los efectos del paso del tiempo
causados por este mal a través de un relato profundo y sabio. Los dos personajes de la
novela son la narradora –que en alguna ocasión se nombra como Molloy– y ML, con
quien la primera compartió una estrecha amistad. La protagonista informa de sus visitas
casi diarias a la enferma. El conmovedor relato de estos encuentros cuenta la
desarticulación de una mente que progresivamente va borrando todo de una manera
peculiar.
Después de una dedicatoria: Para ML., que todavía está, la autora en una primera
página a modo de introducción declara que: “Tengo que escribir estos textos mientras
ella esté viva […]. Tengo que hacerlo así para seguir adelante, para hacer durar una
relación que continúa pese a la ruina, que subsiste aunque apenas queden palabras” (9)2.
El libro de apenas 80 páginas, se estructura en 45 capítulos sin número pero con títulos
que nos van revelando en su brevedad un recurso lingüístico (“Retórica”, “Lógica”,
“Traducción”, “Rememoración”, “Listas”) o ciertas palabras claves que pronuncia ML
en su viaje hacia el olvido (“Buenamoza”, “Ser y estar”), sentimientos (“Premonición”,
“Decepción”) y pasajes donde la protagonista se cuestiona todo. Estos microrrelatos
pueden leerse también como apuntes de un diario, escenas cotidianas del presente o del
pasado que sirven a la narradora para tratar de rescatar algo del olvido y para reflexionar
acerca de la memoria, la identidad, el lenguaje y su función, la relación pasado/presente,

1 La enfermedad de Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa que se manifiesta como deterioro


cognitivo y trastornos conductuales. Se caracteriza en su forma típica por una pérdida de la memoria
inmediata y de otras capacidades mentales (tales como las capacidades cognitivas superiores). A medida
que progresa la enfermedad, aparecen confusión mental, irritabilidad y agresión, cambios del humor,
trastornos del lenguaje, pérdida de la memoria de corto plazo y una predisposición a aislarse a medida
que declinan los sentidos del paciente.
2 A partir de este punto indicaré solamente los números de páginas para referirme a Molloy (2010).
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la amistad o la soledad, las cuales llevarán a la autora a comprobar que la desarticulación


de ML acarrea también la desaparición de una parte importante de sí misma.
Lentamente el mal de Alzheimer avanza sobre ML., desalojando de su mente los
recuerdos que configuraban una historia personal. Los modos en que la mente elige
empezar a olvidar, dejando intactas algunas habilidades y no otras zonas son los temas
que ocupan las observaciones que la narradora va hilvanando. Se trata de una tentativa,
a través de la escritura, de “hacer durar una relación que continúa pese a la ruina, que
subsiste aunque apenas queden palabras” (13), “¿Cómo dice yo el que no recuerda…?”
(19) se pregunta la narradora frente a esa mujer que le muestra la casa como si la visitara
por primera vez o que es incapaz de decir lo que sufre pero puede traducir al inglés
perfectamente un mensaje donde se dice que ella ha sufrido un mareo (18). Se narra
acerca de dos mujeres que se quieren y que han compartido una parte de sus existencias
y por esto muchas experiencias. Se trata posiblemente de un “cuaderno” de una
observadora inclemente que indaga sobre los mecanismos de la memoria y del lenguaje,
pero también es el relato de una existencia que se acerca cada vez más a la soledad.
El impacto de la novela se encuentra en que el Alzheimer no se ensaña con una
anciana pariente sino con una crítica literaria, una mujer acostumbrada a trabajar con el
lenguaje y sus relaciones. El relato se demora en la enumeración de sus olvidos, de sus
afasias y la serie incluye, junto con los trazos de su firma o su número telefónico, el
nombre de Borges, ese autor tan central en el trabajo de la protagonista que es una de
las claves en su relación con la narradora; este olvido es paradigmático de una existencia
dedicada a la investigación crítica y tiene la fuerza de una advertencia que lo desestabiliza
todo.

3. ‘CUÉNTAME MI HISTORIA’. EL TESTIMONIO DEL RECUERDO PERDIDO

“Toda escritura es memoria, siempre estamos contando lo que pasó o pudo haber
pasado, así que la memoria trabaja con todos los géneros”, declara Sylvia Molloy en la
entrevista con Silvina Friera en Página/12. “En el caso de Desarticulaciones se me impuso
el fragmento para captar esos encuentros breves, esas ‘conversaciones’ entre dos
personas en las que una recuerda y la otra casi no, pero en las que la comunicación –
porque la hay– se da en el puro presente del lenguaje”, la autora añade, además, que “el
fragmento se prestaba particularmente bien para anotar esos destellos en la memoria de
quien está perdiendo, esas irrupciones verbales sin ton ni son que funcionan como
pequeñas epifanías de quien, a pesar del deterioro, ‘todavía está’” (Friera, 2011).
La narradora es el testimonio necesario de este lento derrumbre y precisamente
en este papel, participa, recuerda, completa y, de alguna forma, hace parte del proceso,
puesto que reflexiona: “la horrible originalidad de la enfermedad se está volviendo, para
mí, convencional, otro modo, ahora previsible, de comunicarse. Yo misma entro en su
enfermedad, en su retórica, ya nada me sorprende” (22). De esta forma la percepción
de la enfermedad se transforma y de una condición que provoca rechazo y horror
cambia, gracias a la costumbre, a la aceptación. La narradora que es testigo y como tal
le otorga a la enferma la posibilidad de ser recordada y por esto de existir, logra una
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nueva relación con la otra, aunque precaria e inestable. Como en otras ocasiones, Molloy
explora el género autobiográfico en un relato que tiene mucho que ver con su existencia.
Escribe para dar testimonio del otro/a, para tratar de entender ese estar/no estar de una
amiga que se desintegra ante sus ojos, pero, al hacerlo, también ella misma se desintegra
en el acto. La narradora decide llevar una suerte de “cuaderno de bitácora” sobre el
Alzheimer de la amiga a pesar de que afirma: “Me da pena, porque es un libro que escribí
para sentirme más cerca de ella y que ahora no podemos compartir” (Friera, 2011)
porque es gracias a su función de testimonio por lo que el acto existe. Puesto que somos
lo que los demás recuerdan de nosotros, si nadie nos piensa o nos rememora, no
existimos, pues nadie existe únicamente para uno mismo (Cavarero 1997). La imagen
frente a la mirada del otro, nos completa y nos otorga la vida. Ahí entra en juego la
creatividad, la invención, la libertad de pensarnos y contarnos como más deseamos.
Como ha analizado Adriana Cavarero, es importante narrar al otro para narrarnos a
nosostros mismos, decir al otro para explorarnos puesto que cada persona recibe,
gracias a la mirada del otro/a su proprio retrato y el correspondiente relato. Todo ser
humano desea este relato que es su historia y que solo los/las otros/as pueden percibir
a través de las líneas que caracterizan una identidad y narralas en su presencia. Con una
prosa precisa, sencilla, hasta esencial y al mismo tiempo poética, la narradora salva la
memoria de ambas a través de la escritura como arma de rescate de los recuerdos que
están a punto de desaparecer en el olvido.
El tema del recuerdo es un elemento que caracteriza parte de la obra de ficción
de Sylvia Molloy, uno de sus libros más sugerentes a este propósito es su novela El común
olvido que, como indica el título, trata de una memoria en peligro y al borde entre dos
lenguas. La pregunta que incesante subyace en cada página y que lentamente se vuelve
apremiante es ‘qué va a quedar de nosotras cuando tu memoria nos haya olvidado’. Por
esto es necesario registrar y narrar puesto que el Otro o la Otra es imprescindible para
delinear los contornos de su propia vida y de la memoria compartida precisamente en
el momento que la memoria y la lengua de ML se desarticulan y consecuentemente
también el tiempo de la narradora pierde su anclaje.
Los recuerdos de una vida en común que se disuelven pertenecen también a la
narradora y pueden existir solo en el diálogo con la amiga; en el momento que ésta los
pierde, también se pierden en la memoria de la testigo: “Cuando empezó a perder la
memoria (digo mal: solo puedo decir cuando yo noté que empezaba a perderla)
comenzó a usar mucho más las manos. Llegaba a un lugar conocido y se ponía a tocar
cuanto había sobre una mesa, un estante, como un chico toquetón, de esos para cuyas
visitas hay que preparar la casa escondiendo objetos o poniéndolos fuera de su
alcance…” (44) señala la narradora, que confiesa: “Me costaba aceptar que había
empezado a poner en práctica, instintivamente, la memoria de las manos. Como la Greta
Garbo de Reina Cristina, estaba recordando objetos, no para almacenarlos en su mente
sino para orientarse en el presente” (44, 45).
El olvido trabaja y las palabras se reducen o extravían, los recuerdos son como
pequeños destellos que iluminan cada vez menos el cerebro. Ahora que anochece en su
mente, la amiga en sus muchas visitas es testigo de ese naufragio, anota con paciencia
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de artesana en su “cuaderno de bitácora” el repertorio de un deterioro que no tiene


solución ni reparo. Registra las conexiones perdidas de “esa relación que continúa pese
a la ruina, que subsiste aunque apenas queden palabras” (60). Cada experiencia
compartida es una luz que lentamente se apaga en esa casa que es testigo silente de una
vida en común que está a punto de desaparecer. El tono es desolador pero también en
cierta medida sereno en la descripción de esta intensa relación que unió y que continúa
uniendo a estas dos mujeres.
ML. recuerda fragmentos de Aristófanes en griego, algún poema de Darío, alguna
frase de Borges, y su sobrenombre. “Me pregunto si la pérdida de memoria de ML tiene
algo que ver con el exacerbamiento arbitrario de la mía –apunta la narradora–. Si de
algún modo estoy compensando, probándome a mí misma que mi memoria recuerda
aun cuando yo no quiero recordar” (22). La narradora constata cómo el cuerpo almacena
una memoria independiente del propio intelecto. Son interesantes sus reflexiones sobre
la palabra, sobre el derrumbamiento progresivo de los recuerdos y cómo estos, al final
constituyen nuestra identidad.
Molloy, que se ha destacado por sus estudios sobre la narración autobiográfica
como género literario, demuestra en este peculiar libro que transita del ensayo a la
ficción con total naturalidad, la permeabilidad de los géneros, la ductilidad de su
escritura y la gran capacidad para hacer de lo anecdótico y vivencial un relato de
connotaciones universales, que ilumina e invita a reflexionar sobre la muerte, la vejez, la
enfermedad, la soledad de la desmemoria, el lenguaje y la capacidad para amar el mundo
a través de los demás.
Es la misma autora la que señala esta relación entre el dato autobiográfico y la
narración: “Mis ficciones anteriores también trabajan con la memoria, con recuerdos
personales que se utilizaban ya ficcionalmente, como en En breve cárcel y El común olvido,
ya autobiográficamente, como en Varia imaginación; y aclaro al pasar que esta división
entre autobiografía y ficción es completamente inestable”, Molloy confiesa que en
“Desarticulaciones me impulsaba otro propósito, que era atestiguar algo que estaba
pasando ahora mismo, ante mis ojos, y que cambiaba todos los días. Algo que yo estaba
viviendo, no recordando, y que contribuía a armar” (Friera, 2011).
La narradora entonces tiene que fijar a través de la escritura ese mundo en
descomposición que se encuentra en continua mutación y que le es imperioso preservar
para dar cuenta de lo que se va. La autora declara con cierto humorismo que: “La gente
piensa siempre en el lado trágico de la desmemoria, pero quería mostrar también lo otro:
la risa, el disparate, la ligereza de quien, por así decirlo, se ha dejado ir” (Friera, 2011) y
con esta declaración y a pesar de que “La sorpresa es la norma en estos encuentros, pero
nunca se vuelve hábito, repetición. Quiero decir que siempre es una sorpresa nueva para
la cual no se está preparada” (27). La narradora/autora consigue que la enfermedad
entre dentro de su existencia como una parte de sí misma y le devuelve su significado
inclusivo y por esto reflexiona: “Yo misma entro en en la enfermedad, en su retórica, ya
nada me sorprende” (68).
Recordar no es gratuito, por el simple hecho de recordar, las personas cambian
su destino, o mejor dicho, su presente y de algún modo su pasado. En el relato de esta
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amistad la pregunta que surge es acerca de la relación entre la memoria y el olvido puesto
que hay un límite inexistente entre los dos. El recuerdo es lo que nos hace humanos, es
lo que nos sitúa en el mundo, lo que nos permite (re)conocernos y construirnos, lo que
nos permite relacionarnos, aprehender lo que nos es conocido. La mirada y, por ende,
el recuerdo de la otra es lo que permite que ML continúe viva. En este sentido, el último
texto del libro, “Interrupción”, determina el fin de una relación “Siento que dejar este
relato es dejarla, que al no registrar más mis encuentros le estoy negando algo, una
continuidad de la que solo yo, en estas visitas, puedo dar fe. Siento que la estoy
abandonando. Pero de algún modo ella misma se está abandonando, así que no me
siento culpable. Casi” (76).
El conjunto de entregas, formas breves –acertado recurso narrativo– podrían
pensarse como notas teóricas para un ensayo científico acerca de la memoria, sin
embargo, termina siendo un testimonio de emotividad extrema. El texto resulta
desarticulado, arbitrario e híbrido, pero alcanza su unidad a través de la voz narradora
que lo va hilvanando hacia dentro y hacia fuera del texto dada la homonimia con la
escritora. Se logra así una suerte de no ficción pudorosa en un diálogo singular en la que
un personaje está y no. En pocas páginas, Molloy apuesta a un bricolage e intenta e
improvisa técnicas: “Para mantener una conversación es necesario hacer memoria juntas
o jugar a hacerla, aun cuando ella ya ha dejado sola a la mía” (55).
Detrás de esta “historia”, y a partir de un hecho real y concreto que forma parte
de un momento esencial en la vida de la mujer, surge la urgencia o el deseo del acto de
narrar, que a su vez, volviéndose sobre sí no deja de lado la reflexión sobre el mismo
acto narrativo y sobre la concepción, tal vez no de forma deliberada, del lugar del
narrador. A partir de estas consideraciones se articula un libro que se aleja de un relato
sentimental para construir una suerte de indagación sobre la relación entre la memoria
y la experiencia y devolver a la enfermedad su dimensión humana.

4. UN IMPOSIBLE RETORNO.
“Identikit” es el sugerente título de uno de los breves capítulos donde la narradora
se pregunta cómo dice “yo” la persona que no recuerda, y piensa cuál es el lugar de su
enunciación cuando ya no hay memoria, pues ML ha respondido, en un momento, que
se llama Petra –un nombre ajeno– y ahí es donde Molloy ve un juego de ironía, pues
“Petra”, “la piedra”, es insensible.
Las dos amigas viven en Nueva York, pero hablan un español coloquial y en un
determinado momento surge la pluralidad de lenguas que domina la escritora: el español,
el francés y el inglés. Sobre esta condición, Molloy comenta que es “un tema sobre el
cual estoy escribiendo en este preciso momento, y que es, efectivamente, qué pasa
cuando se tiene más de una casa de la lengua”. Y afirma que “El sujeto bilingüe o
trilingüe se siente levemente desviado cuando escribe, tiene la sensación de que lo que
dice está siempre siendo dicho en otro lado, en muchos lados, como un eco
desasosegante. Si toda comunicación es inherentemente rara, los cambios de lengua
acrecientan esa rareza. Paradójicamente, el que habla/escribe en más de un idioma, es
LOS AVATARES DE LA MEMORIA EN LA OBRA DE SYLVIA MOLLOY 39

decir, el que tiene más de una casa de la lengua, escribe siempre a la ‘intemperie’” (Friera,
2011).
A propósito de las lenguas que practica, Molloy, que es escritora y también crítica
literaria (es autora de Las letras de Borges (1999), uno de los más importantes estudios
sobre el autor) afirma que junto con el castellano, el inglés fue una lengua que habló
desde niña, era la lengua de sus abuelos paternos; mientras que el francés llegó como
saber más tarde; era una lengua culta, en el sentido de que primero la estudió y sólo
después, cuando pasó algun tiempo en Francia, se volvió lengua cotidiana. Así, concluye:
“Es una cuestión de registro: si paso del español al francés siento que estoy citando. En
cambio, del español al inglés, o al revés, hay continuidad, no hay sutura” (Friera, 2011).
Hacia el final de Desarticulaciones, se enumera una serie de palabras o expresiones
de ese español doméstico y coloquial como “porrazo”, “creída”, “chúcara” y “a la que
te criaste”. La autora las repite para que no se pierdan en su memoria y para que sean
testigos de las conversaciones con la amiga que llegarán a su fin:
Las consigné, sí, porque además de devolverme conversaciones que ya no puedo tener con ML,
me devuelven un habla porteña de otra época, la de mi infancia o adolescencia, un poco como
esas voces que decía escuchar Manuel Puig cuando empezó a escribir La traición de Rita Hayworth.
Me pasó lo mismo cuando escribí El común olvido y quise recobrar ya no palabras aisladas sino
entonaciones y estilos de habla de ciertos individuos de otra época. Me gustaría pensar que esas
palabras tienden a resistir el borramiento, que se quedan cuando todo lo demás se ha ido, pero
creo que es la expresión de un deseo más que una realidad, porque la enfermedad progresa por
vías imprevisibles. (Friera 2011)

Las palabras remiten a una lengua y tienen una pertenencia precaria puesto que se
reparten entre dos o más espacios. Uno pertenece al presente de la narración, el otro a
una existencia pasada que remite a otra época, a otro lugar. Sobre este aspecto es
pertinente resaltar el penúltimo relato, “Volver”. En él se describe un sueño de la
protagonista narradora, donde la amiga –lúcida y con la memoria intacta– le comunica
su voluntad de regresar a Argentina. La narradora asocia la decisión del retorno a un
texto que describe el regreso de un personaje que busca una vida mejor en su país –
Argentina– y que, en cambio, encuentra la violencia de una dictadura que lo lleva a la
muerte. La cruel reflexión final remite a un retorno imposible puesto que ¨solo el olvido
total permite el regreso impune” (75) y remite a la difícil relación memoria - olvido de
un yo escindido por el exilio y por una vuelta inalcanzable. Sylvia Molloy dejó su país
antes de la dictadura militar del ‘76, reside desde hace muchos años en New York y
vuelve todos los años a Argentina3. La presencia de la violencia que se instauró en la
región siempre fue algo que afectó su existencia, un elemento constante en toda su
escritura, como en este caso. Solo el olvido permite el regreso impune y precisamente
por esto la memoria es el tema recurrente de toda su obra.

3 Sylvia Molloy dejó Argentina en la época de Onganía, cuando la Universidad de Buenos Aires fue
tomada y el poder reaccionó con “La noche de los bastones largos”. Ella estudiaba Ciencias exactas y
aunque no fue exiliada se fue a Francia.
40 SUSANNA REGAZZONI

5. ENTRE LA AUTORA Y LA NARRADORA


Continuando la tradición de Borges, Sylvia Molloy en cierta ocasión afirmó: “Yo
no practico una escritura original, en el sentido de que no me gusta o no sé inventar. A
lo mejor es por pereza. En cambio, me gusta trabajar a partir de reliquias, de restos o
ruinas, a los que doy nueva circulación” (Friera 2011)4. Desarticulaciones es un falso diario
contra el olvido, un relato estremecedor que nos comunica un mundo tan intenso como
privado, de emociones personales y al mismo tiempo universales. Hay que señalar que
se aleja del relato patético para construir una suerte de indagación sobre la relación entre
la memoria y la experiencia, sobre el poder devastador del olvido y el lenguaje, sobre la
vida cotidiana y la vigencia intelectual que reside entre los intersticios de la memoria. La
enfermedad así se vuelve parte de la vida y rescata su parte escondida y negada, se
transforma como un elemento que puede pertenecer a la existencia humana. Sylvia
Molloy, gracias a una autoficción emprende un viaje a través de un lento y complicado
proceso de olvido y la consiguiente desarticulación de la memoria, que también tiene que
ver con la difícil historia reciente de un país: recordar para que nada de esto se olvide.
Para ambos –el país y la persona– se trata de un difícil camino a través de secretos y
dudas que, sin embargo, es necesario realizar.
Una vez más la voluntad de la narradora es la de contar desde otra perspectiva,
revisando (o invertiendo) el discurso oficial, incluyendo todas las variantes de los puntos
de vista. Sylvia Molloy demuestra en este original libro la permeabilidad de los géneros,
la ductilidad de su escritura y la gran capacidad para hacer de lo anecdótico y vivencial
un relato de connotaciones universales, que ilumina e invita a reflexionar sobre la
muerte, la vejez, la enfermedad, la soledad de la desmemoria, el lenguaje y la capacidad
para amar el mundo a través de los demás.
Como en otros libros y como la misma declara, sobresale la presencia del autor,
en este caso autora, hecho que caracteriza la escritura de Sylvia Molloy y que, como ya
he escrito en otras ocasiones5, contradice la tan citada muerte del autor que la crítica del
siglo pasado anunció repetidamente. Especialmente en esta novela, la autora arma el
texto a partir de su experiencia biográfica, puesto que, como afirma Maria Rosa
Cutrufelli, en toda escritura se encuentra la mirada de una voluntad que no es solo del
lenguaje. Es decir, que no hay escritura que no dé testimonio de nuestro “misero tesoro”
o, lo que es lo mismo, de nuestra identidad personal6. El misero tesoro, en este caso,
lleva consigo, además, una profunda carga emocional.

4 Como especialista en Borges, Molloy siempre pone alguna frase de Borges como guiño al lector.
5
Cfr. Susanna Regazzoni (2019a): “El desierto argentino de Gabriela Cabezón Cámara”, Oltreoceano (en
prensa); Susanna Regazzoni (2019b) “Otras transfiguraciones de Fierro: Martín Kohan y Gabriela
Cabezón Cámara”, Landa, 2019. En prensa.
6 “Al fondo di ogni scrittura c’è sempre ‘lo sguardo di un’intenzione che non è già più quella del

linguaggio’. Detta altrimenti non c’è scrittura che non sia attraversata dal guizzo del nostro ‘misero tesoro’:
l’identità personale (almeno secondo Lévi-Strauss)” (Cutrufelli 2018: 17).
LOS AVATARES DE LA MEMORIA EN LA OBRA DE SYLVIA MOLLOY 41

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