Bolívar Echeverría. Lo Político y La Política
Bolívar Echeverría. Lo Político y La Política
Bolívar Echeverría. Lo Político y La Política
Bolívar Echeverría
Max Weber
1.
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por excelencia: reactualiza, en el modo de lo virtual, el replanteamiento y la
reinstauración de la forma social en cuanto tal, su interrupción y reanudación,
su fundación y re-fundación. Lo político se hace presente en el plano
imaginario de la vida cotidiana bajo el modo de una ruptura igualmente
radical, en unos casos difusa, en otros intermitente, del tipo de realidad que
prevalece en la rutina básica de la cotidianidad. Esta ruptura de la realidad
rutinaria se cumple en la construcción de experiencias que fingen trascender
las leyes de la "segunda naturaleza", la naturaleza social: las experiencias
lúdicas, las festivas y las estéticas, todas ellas infinitamente variadas, que se
llevan a cabo en medio de las labores y el disfrute de todos los días.
Por esta razón, la puesta en práctica de lo político sólo puede ser entendida
adecuadamente si se ve en ella una combinación compleja de dos versiones de
diferente orden, genuinas ambas, de la actualización de lo político en la vida
cotidiana, y no cuando se la contempla reducida a los márgenes de la gestión
política pragmática, la que trabaja sólo en el ámbito real de las instituciones
sociales.[1]
2.
Sólo otra obnubilación del discurso moderno sobre la cultura política puede
equipararse a ésta; es la que, a su vez, toma aquella de las dos vías de la
puesta en práctica cotidiana de lo político, la que se constituye en el plano de
lo real como actividad especialmente política, y la reduce a una sola de sus
versiones, la política pura, constituida por el conjunto de actividades propias
de la "clase política", centradas en torno al estrato más alto de la
institucionalidad social, el del estado, aquel en que la sociedad existe en tanto
que sociedad exclusivamente "política".
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Las formas propiamente sociales dentro de las que se reconfigura la
gregariedad animal toman cuerpo concreto en el sinnúmero de instituciones
que regulan la socialidad, instituciones que tienen que ver con todos los
aspectos de la convivencia -unos más "públicos", otros más "privados"- y que
abarcan por tanto desde las instituciones de parentesco hasta las instituciones
religiosas, pasando por las instituciones laborales, civiles, etcétera.
Es claro que cualquier alteración de una de las formas que definen y dirigen la
vida social tiene que alterar también, a través de la totalidad práctica de la
convivencia, a todas las demás. Por ello, sólo una muy severa (y sintomática)
restricción de lo que debe ser tenido por política -que se añade a la
disminución previa de lo que puede ser visto como político- permite al discurso
reflexivo de la modernidad establecida dejar de lado una parte sustancial de
todo el conjunto complejo de actividades que modifican, ejecutan o adaptan
realmente la vigencia institucional de las formas sociales y adjudicar la
efectividad política exclusivamente a aquella que, desde su muy particular (y
peculiar) criterio, reúne las condiciones de ser, primero, una actividad "pública"
y, segundo, una actividad "racional". Una aproximación crítica a la cultura
política no puede dejar de insistir en que la realización de lo político por la vía
de la actividad especialmente política tiene necesariamente que ver, sin
excepción, con todas estas instituciones concretizadoras de la socialidad,
instituciones que pertenecen a órdenes muy diferentes.
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Para Hegel es indispensable distinguir tres principios de constitución de estas
relaciones interindividuales en medio de la comunidad, correspondientes a tres
dimensiones o modos de la socialización concreta, que interactúan entre sí
totalizándose en un orden jerárquico.
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contrincantes entre sí, y que, gracias a los sutiles mecanismos de la esfera de
la circulación mercantil, son capaces de contratar entre ellos todo un complejo
conjunto de asociaciones destinadas a promover y defender los intereses de
realización del valor económico de la parte de la riqueza mercantil que
detentan en propiedad.
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ellas. La racionalidad mercantil es universalizadora en abstracto, dado que
parte de la posibilidad de reducir la riqueza cualitativa del valor de uso a la
substancia única del valor económico, de tratar a la riqueza no como un
cúmulo de bienes sino como una suma de valores. Es capaz de calcular con el
mundo como si fuera un puro objeto, y de desatar así la capacidad productiva
del trabajo humano. Por esta razón, el nivel burgués de la sociedad mira desde
arriba al nivel natural, como un escenario demasiado cercano a la animalidad;
lo tiene por irracional y contradictorio, víctima de la magia y el absurdo,
necesitado de una represión que lo encauce en las vías de la civilización.
Pero lo que sucede con la sociedad natural sucede también con la sociedad
burguesa. La sociedad propiamente política, el estado, mira también hacia ella
por encima del hombro. Ante su racionalidad dialéctica, la racionalidad
abstracta, que tanto esorberbecía al burgués, se revela como ciega para las
astucias cualitativas del mundo y obtusa en la interpretación de las
estratagemas de la historia, y termina por mostrarse tanto o más incoherente
y prejuiciada que la natural. Sólo reprendida y encauzada por la actividad
totalizadora de la vida ciudadana, la agitación infraestructural de la vida
burguesa puede adquirir sentido y validez. En la teoría de Hegel prevalece
fuertemente una noción del progreso como una secuencia jerarquizada en
términos tanto sistemáticos como históricos: la sociedad civil supone a la
sociedad natural y avanza más allá ella así como la sociedad política supone a
la sociedad civil y la rebasa; dicho en otras palabras, la sociedad política es la
"verdad" -aquello hacia lo que se abren sus posibilidades más extremas- de la
sociedad civil, que es a su vez la "verdad" de la sociedad natural. Hay que
enfatizar, sin embargo, que este "progresismo" hegeliano se afirma a sí mismo
como "dialéctico", es decir, como un progresismo para el que lo nuevo, lo más
alto o lo mejor no vive de anular y sustituir a lo anterior, lo inferior o lo peor,
sino por el contrario de superarlo (aufheben), de retrabajarlo, de rebasarlo e
integrarlo permanentemente. Es así que la sociedad natural no es aniquilada o
anulada por la forma civil de la socialidad, ni ésta por el estado, sino que una y
otra están siendo refuncionalizadas cada una por la posterior; ambas están
siendo siempre reprimidas y remodeladas, pero se mantienen como sustratos
imprescindibles.
Hegel es sin duda el mejor de los defensores de la idea de que la política del
estado o política pura es la única que cuenta realmente en la vida real y en el
proceso histórico de las sociedades. La superioridad de su defensa convierte a
todas las demás en versiones disminuidas de ella.
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5.
Hay, primero, la política "informal" proveniente de las luchas por el poder que
se gestan en el nivel natural de la socialidad, un nivel que la civilización
desarrollada por la modernidad capitalista ha alcanzado a reprimir y deformar
pero no a anular y sustituir. Es una autoafirmación "salvaje" de la primera
figura de la política espontánea o "proto-política", que resulta de la necesidad
insatisfecha en la sociedad de que la concreción de su actividad política
disponga también de una dimensión corporal; se trata de una política que, al
no encontrar la manera de traducirse a los términos abstractos de la socialidad
burguesa, que salta por sobre ella para incidir sin mediaciones en la vida
estatal o puramente política, transformándola en gran medida c en un juego
irracional de poderes carismáticos.
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de los principales capitalistas y por su coda, el mantenimiento de la propiedad
privada de todos los demás.[6]
El tercer tipo de política "espuria" está dado por la combinación de los dos
anteriores y se hace presente en la multiplicidad de fenómenos de "carisma
tecnocrático" que aparecen una y otra vez con intermitencia más o menos
frecuente en calidad de impurezas salvadoras de aquello que en realidad
sustituyen: la actividad política como actividad autoconsciente de la comunidad
en cuanto tal.
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Para citar la versión impresa de este documento:
Echeverría, B. Lo político y la política, Chiapas, núm. 3, México: IIEc, UNAM-Ediciones
ERA, 1996, pp. 7-17. ISBN: 968-411-393-5.
Notas:
[1] Lo político sólo se reconoce a sí mismo como tal, y deja de identificarse con lo religioso,
cuando sus dos modos de presencia -el real y el imaginario- dejan de cumplirse
confundidos entre sí y el segundo de ellos es puesto por la vida social en calidad de a-
político.
[2] Elusión que, por lo demás, obedece dócilmente la disposición básica de la cultura
política en la modernidad capitalista: suponer a tal punto incuestionable la justificación
real y la bondad de lo que Marx llamó "la dictadura del capital", que la sola mención o
tematización de la misma -no se diga su discusión- implica ya la ruptura de un tabú.
[4] El prejuicio que afirma "no hay más política que la estatal" conduce a un
empobrecimiento substancial de lo que puede entenderse por "cultura política". La idea
de democracia, por ejemplo, secuestrada por este prejuicio, explicitada por el mito que
confunde la sujetidad comunitaria con la sujetidad del capital, pierde su sentido
esencial, el de apuntar hacia toda la multiplicidad de figuras que puede adoptar la
presencia del pueblo en su propio gobierno, y tiende a referirse solamente a una suerte
de mecanismo de representación de los intereses de los socios de una empresa en las
disposiciones de su consejo de administración. (Véase, al respecto, del autor,
"Posmodernismo y cinismo", en: Las ilusiones de la modernidad, El Equilibrista, México,
1995.)
[5] No sólo dos, como lo hace la politología moderna, a la que la socialidad natural o del
orden familiar se le presenta como un tema ajeno, que le correspondería tratar a la
antropología etnológica; algo que puede ser dejado de lado en el estudio de la vida
política moderna por cuanto hace referencia a determinaciones propias de sociedades
arcaicas o primitivas, es decir, de sociedades que habrían sido ya rebasadas por la
historia, y que no tiene por tanto una importancia actual.
[6] El fenómeno del caciquismo, del cual es imposible prescindir en una descripción de la
historia política real y de la realidad política actual en los países de modernidad católica,
en particular los de la América latina, es tal vez el mejor ejemplo de lo que sucede
cuando la institucionalidad política de la modernidad dominante pretende ignorar las
que para ella son "impurezas" de la vida política real. Expulsadas por la puerta,
desdeñadas como formas genuinas de la actividad política, se introducen en ella por la
ventana, ilegal, corruptamente, dando como resultado "legalidades" e instituciones
paralelas, manifiestamente monstruosas.
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