Cuaderno de Lecturas - Vanessa Morillo

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CUADERNO DE ESCRITURA

VANESSA MORILLO
1722126
NOTA ACLARATORIA

Por el día 12 de septiembre sucumbí ante la incapacidad de escritura que yo misma me


había impuesto involuntariamente. La vergüenza a exponer “las estupideces” que
siempre escribo, significó una gran piedra en el camino que me costó muchos días
mover; así, como estrategia liberadora realicé una pequeña ilustración a manera de
primera entrada, buscando aclarar que lo que se produjera en esas páginas sería una
serie de reflexiones vagas más que acotaciones propias de un producto ensayístico.
“Esto no es un cuaderno ensayístico. Es una crisis existencial escrita” reza la primera
página en la versión física de este archivo, donde las ilustraciones corresponden a
garabatos a lápiz realizados por mí, dando un aspecto un poco más lúgubre que lo
reflejado a través de imágenes de Pinterest.
Once días después, el producto a entregar habla por sí mismo: ni de haber sido
planeadas estas páginas hubieran conseguido honrar más aquellas primeras palabras.
Hoy, 21 de septiembre, estoy feliz, satisfecha con aquello que surgió de mí, complacida
con las horas dedicadas al dibujo manual y al diseño digital de este documento. Si bien
no he comprendido la mecánica de la escritura ensayística, he logrado escribir,
reflexionar y exteriorizar pensamientos que, antes de este ejercicio, solo escribía de
manera ocasional cuando los golpes de la vida me dejaban knock out.
Para cerrar, me he tomado cierta libertad en cuanto a la estructura de las
recopilaciones. La presente nota es la última entrada (fechada el 21 de septiembre) pero
introducida de primera a modo de introducción, explicación, entre otras. A continuación,
se encuentran las entradas realizadas durante la elaboración del trabajo con el fin de
dar cumplimiento al mismo, ordenadas cronológicamente de acuerdo a la escritura.
Finalmente, añado algunas entradas previas que encontré entre cosas viejas, estas con
fechas aproximadas a su creación.
14 – Septiembre – 2020
Cuaderno de escritura, diario de lecturas, un seguimiento a mi vida diaria. Desde el
momento en que recibí la directriz de plasmar en papel todo aquello que atraviesa mi
mente, que me hace cuestionar mi propia existencia, fue como si me desconectaran el
bombillo. Oscuridad. Olvidé el alfabeto, olvidé mi vaga experiencia de 12 años
cuestionándome la vida mediante palabras.

Así, bajo la presión del calendario, solo me quedaba un tema para escribir: la mecánica
misma de la escritura. No soy experta, no escribo de la mejor manera ni con la ortografía
del año; cuando lo hago solo es mi mano recorriendo el papel con un lápiz y pop gringo
de fondo para callar el silencio. Yo escribo con el corazón en la mano y la mente
suspendida. Esto es liberarse, sentarse y dejarlo salir, plasmar mi propio inconsciente
con letras sin sentido en el primer papel que mis ojos encuentran.

Como ya dije, mi vida entera ha sido cuestionada en trozos de papel, documentos Word
o notas de celulares que ya ni tengo. Esto es, según yo, consecuencia de la inconformidad
(o la depresión), pero eso es tema para otra “entrada”, Será por el carácter íntimo de
mis textos que no lo siento propio de una escritura ensayística, porque yo, mejor que
nadie, aplico eso de dejar un poco de si en la escritura, creería incluso, que la escritura
deja un poco en mí. Al coger el lápiz y el papel, me introduzco como una masa sin forma
a un mundo de revelaciones del cual salgo un poco menos amorfa, con mis
pensamientos claramente plasmados y listos para explicarme quién soy hoy.

La escritura es un mecanismo de autoconocimiento, de introspección y reflexión, al


menos así es como yo la conozco. Es la amiga de los solitarios que nos
replanteamos todo en medio de la noche, observando el techo cuando
deberíamos estar durmiendo.

Pero, la presión no me favorece en estos casos, se me seca el


corazón y las palabras no fluyen. Mi mente reconecta con el
mundo real y me cuestiono si las tonterías que escribo son lo que
en realidad debería escribir. Porque, cuando se es inconforme y
medio perfeccionista, el interior colapsa, ya nada sale y todo es insuficiente. Pero, esto
es lo que hay, soy alguien que se desnuda ante un lápiz y se expone a la vida sin ningún
tipo de armadura.

15 – Septiembre- 2020
Inconformidad: Según yo, es algo inherente al ser humano. A lo largo de los años he
visto que las personas prescindimos de aquello que poseemos, fijando la mira en lo que
nos falta: dinero, pareja, cosas materiales, un nuevo empleo, etcétera. Todas estas cosas
pueden ser el objeto de deseo del humano.

¿Por qué esta inconformidad? Vacío. Algo en el interior que se busca llenar, ya sea
felicidad, amor, amistad, expectativas propias o ajenas; siempre hay algo que
pretendemos llenar a través de la adquisición. Pero este vacío mantiene en constante
evolución: lo que quería llenar hace cinco años no es lo mismo que quiero llenar ahora,
ni será lo mismo que quiera llenar en cinco años más. Cuando el vacío no evoluciona es
que hay un problema.

Dicho vacío cambia junto al sujeto en cuestión. Algunas, pasan de la búsqueda de


aprobación a la búsqueda material, luego al descubrimiento del yo y a la satisfacción
espiritual; estos, sin importar el orden, son el eje principal que sostiene la inconformidad
humana.

Ahora, no considero que ser inconforme sea negativo. Al contrario, sin la inconformidad
las personas no tendrían motivos para ir más allá de sus límites materiales, ni exigirían,
ni lucharían; básicamente, la vida se reduciría a una constante monotonía. Cosas
esenciales como la música, el arte y la misma literatura no serían como las conocemos
hoy en día, quién sabe si significarían tanto para nosotros si no fuera por este factor.

Es necesario ser inconformes, cuestionarnos y tratar de respondernos, explorar el


mundo y explorarnos nosotros mismos como individuos y como parte de una sociedad.
16 – Septiembre – 2020
¿Por qué cuando necesitas que algo fluya, simplemente no sale? Te encuentras cruzando
una pista de obstáculos, intentando superar los miedos, las limitaciones, el
perfeccionismo. Necesitas sacar ganas de donde no las hay, encontrar ánimo que no
tienes o la constancia que te falta. Porque, desde el momento en que es necesidad, la
cosa se complica, aparecen “peros” y pierde el atractivo.

He leído cuantas páginas de una novela muy extraña llamada “el cuarto mundo”. Solo
tengo dos preguntas: 1) ¿cómo rayos se le ocurrió a la autora darle seguimiento a la vida
de su personaje desde la fecundación? 2) ¿por qué a mí no se me había ocurrido usar a
un feto como narrador? Supongo, que la respuesta a esta última es que mi imaginación
es algo limitada; escribo lo que veo, lo que siento, lo que conozco. He ahí la clave, aquello
que conozco deja huella, me impacta de una u otra forma y sale en palabras. Tendría que
plantearme situaciones hipotéticas y reflexionar frente a ellas si pretendo ampliar mi
alcance imaginativo. Esto de reflexionar mis emociones se torna algo personal en
algunas circunstancias, sobre toda cuando se escribe sin un hilo concreto en mente. Las
palabras divagan y al final nunca hay material para compartir porque no encaja en
cuanto a género, forma o temática.

Me gusta escribir, dibujar y recostarme con poca luz escuchando música triste, de esa
que trae a flote recuerdos de amor, amistad, sueños; esa música que me lleva al pasado
y me arruga el alma por cosas que vivo o que otros vivieron para que yo sufriera por
ellos. Es este el tipo de dolor que me gusta, que me causo a propósito, que me recuerda
que estoy viva.
También me gusta gritar y bailar música más “movida”, de esa que solo e ritmo te pone
a mover la cabeza como guitarrista a medio concierto, porque esa música también me
hace sentir viva, pero diferente, del tipo que te hace pensar “joder, estoy viva, hay que
alocarnos”. Estas son las dos caras de la moneda, solo hay que aprender a vivir de
ambas formas y sacar lo mejor de cada una. La primera me da creatividad, es más mi
zona de confort; la segunda me da una carga energía para hacer nuevas cosas (o viejas
que no quiero hacer). Ambos modos existen, están bien y son bienvenidos.

19 – Septiembre – 2020
Hoy ando corta de inspiración. La única novedad en mi vida digna de escritura es un
reciente descubrimiento sobre mi comportamiento: soy invisible para la mayoría de las
personas adultas, ya sea compañeros o profesores, pero para aquellos que son
importantes para mí, no suelo pasar desapercibido; en cuanto a lo académico, luego
estoy dando mi mayor esfuerzo con los docentes que considero buenos (dedicados,
apasionados), tratando de cumplir los estándares que yo misma impuse, porque nadie
quiere decepcionar a quien admira.

Esto no significa que olvide a los docentes que no considero buenos, yo siempre procuro
cumplir y dar lo bueno de mí. Sin embargo, he de admitir que en mí sí aplica eso de la
“reciprocidad”; cuando siento que alguien no da lo mejor, no se esfuerza o no se toma
las cosas en serio, la importancia que to le doy también disminuye.
En cierta conversación con mis amigas cercanas, les comenté mi reflexión y así me di
cuenta que esto corresponde a cierta necesidad de complacer a las personas que uno
identifica como figuras de autoridad, es ahí cuando entra la ansiedad, el nerviosismo, el
estrés porque el pensar que no cumplirás que no cumplirás las expectativas es algo que
te desestabiliza.

Lo curioso aquí es que, yo ya había identificado en el pasado una búsqueda de aprobación


que pensé haber dejado atrás, pero si lo que dice la psicóloga de mi amiga es cierto, no
lo dejé atrás, solo encontré nuevos estándares qué cumplir.

20 – Septiembre – 2020 (2:00am)


INTRUSO.
Dolor. Ensimismamiento. Llanto.
Caminó hacia la puerta. Observó. Silencio absoluto. Los minutos pasaron y ella volvió a
hablar:
― Angie... Angie... Angie…― Una y otra vez el mismo nombre. Siguió observando por la
puerta. La tomé del brazo, le pedí que me acompañara. Ella obedeció. Ya en el cuarto
rompió en llanto.
― Respira, inhala por la nariz, exhala por la boca. Despacio. Mírame a mí. Cálmate.― El
llanto paró, su mirada lejana, su cuerpo presente, pero ella no estaba.
― ¿Cómo te llamas?―Le tomé las manos y levanté su rostro.
― Angie.―Respondió con la vista baja.
― No, te llamas...
― Angie.
― ¿Quién soy yo?
― No sé... Yo soy Angie.
― ¿Cuántos años tienes?
― No sé.
― ¿Dónde estamos?
― No sé. No conozco aquí.
― ¿Qué conoces entonces?
― No sé... Me quiero ir a mi casa.
― Aquí es tu casa.
― No, mi casa es donde está mi abuela.
― ¿Dónde es tu casa?
― No sé, donde está mi abuela... Pero mi abuela era la que me tenía ahí.
― ¿A dónde?
― No sé.
Después, nada. Un incesable llanto que cada vez se hacía más fuerte. Angie ya no
hablaba, pero ahí seguía, en un cuerpo que no eral propio.
Media hora después el llanto cesó.
― ¿Qué pasó? ¿Me dormí? Tengo grande la cabeza. Me duele el cuello. Íbamos a leer,
¿Por qué no leímos?

INICIAN RECOPILACIONES

Junio - 2016
Voy por la vida peleada con el mundo, enojada con la cultura y enredada en mis
pensamientos… tal vez por eso mi cabello parece un nido de pájaros.
“Cabello” detesto esa palabra. Desde que tengo memoria me ha sonado a “caballo”; es
espantoso usarla en una conversación y visualizar un caballo en lugar de un montón de
pelo pegado al cráneo.
Soy algo extraña, un poco distraída y muy enojona, para todo tengo un pero y una
pregunta que por lo general termina en un debate. La mayoría de las veces estoy
curioseando todo a mi alrededor. Algunas personas dicen que soy molesta, pero yo
prefiero definirlo como “en busca de conocimiento”.
Últimamente me he dado cuenta de algo importante: somos un tren, las personas entran
a ti, algunas se quedan y otras se van, cuando ellas deciden bajarse del tren, no queda
más opción que seguir con tu camino, sin embargo, todas las personas que aparecen en
tu vida te enseñan algo importante. En definitiva, he aprendido cosas, pero me queda
mucho más por aprender.

Agosto – 2017
CIRCULO VICIOSO
Pienso lo que lloro
Lloro lo que escribo
Escribo lo que sufro
Sufro lo que callo
Callo lo que vivo
Vivo lo que cuento
Cuento lo que quiero
Quiero lo que hago
Hago lo que pienso

Septiembre - 2017
LA OREJA DE VAN GOGH

En la penumbra de la alacena, la taza observando su blanquecino reflejo se cuestionaba


la razón de su ordinaria existencia y deseaba con todo su ser adquirir aquella hermosa
característica, pues sin una oreja ¿qué se iba a fijar en una simple taza aquel particular
pocillo dotado con habilidades auditivas?

Sin embargo, mientras la taza se cuestionaba, el pocillo se lamentaba por su condición,


pues gracias a la maldita oreja se veía condenado a la misma rutina absurda, todas sus
mañanas eran iguales; al levantarse, el miserable sujeto tomaba al pocillo sin parar ni
por un instante de quejarse de su penosa vida, depositando toda su miseria en el pocillo
con la esperanza de que este algún día desarrollara la capacidad del habla y le diera la
solución a su desgracia.

Así, tras escuchar cada mañana quejas, reproches,


sermones y dudas; el pocillo se fue llenando de amargura
como cuando lo llenan con chocolate y totalmente abatido por la cotidianidad
quejumbrosa comenzó a hacer oídos sordos, o mejor dicho, comenzó a hacerse “el de la
oreja mocha”

Poco a poco tras fingir su sordera, su oreja empezó a volverse inútil, hasta el punto de
ir perdiendo su apariencia; los rasgos se fueron borrando, el tímpano, los huesillos y
todas sus características fueron desapareciendo y la extremidad que le sobresalía a un
costado lentamente se fue enfriando y endureciendo hasta convertirse en fina porcelana,
finalmente, de “oreja” sólo le quedó la silueta.

Agosto - 2019
TRANSPORTE PÚBLICO
Faltaba un cuarto para la una, abordé la ruta del transporte público después de un
extenso día laborar. El MIO iba en calma: poca gente, las vías con buen flujo
automovilístico y un silencio glorioso; agradecía profundamente que la ruta no estaba
invadida por universitarios ruidosos que narren sus experiencias.
El conductor se mezcló en la multitud rodante sobre la autopista sur, una mano derecha
femenina se asomó en nuestro panorama, la velocidad disminuyó, el pitido intermitente
quebrantó mi paz interior y una chica pelirroja, con cola de caballo, tez pálida y ojos miel
(casi amarillos) se unió a la ruta. Marcó el pasaje, tras el sonido de aprobación observó
curiosa el torniquete que impedía su paso, dio vuelta al objeto pero ella no se movió; la
puerta del bus se cerró y ella observó con pánico a todos los presentes. “¿Debo ingresar
por la puerta de atrás?”. “Pasa por ahí, paga tu pasaje”. “Ella registró, yo la vi, ingresa
por debajo”. La chica ni corta ni perezosa flexionó sus delgadas piernas y se posicionó
de pie, justo a mi lado. Realizó un par de llamadas y al desocupar la silla junto a mí, pidió
permiso para tomarla.
Cuatro kilómetros más tarde, se inclinó a mi oreja susurrando “necesito bajarme cerca
de Confandi del Prado, ¿puede explicarme?”. Su voz, su contextura e inocencia trajeron
a mi mente mi infancia, la protección de mi familia y cuánto me costó descubrir el mundo
por mí misma. “Sigue un puente, después otro igual que es el de la luna, espera tres o
cuatro paradas más y ahí es”. “¿Para en cualquier parte?” preguntó incrédula. “Debes
timbrar, estos son los timbres. Cuando estés en el segundo puente te levantas… o no,
espera un poco, tienes tiempo. Yo me bajo antes, lo siento”. “Lo sé” creí escuchar
mientras dirigió su mirada amarillenta a las vías, a través de la ventana, decidí ignorar
el comentario; los pensamientos de mi infancia me trasladaron a otra época. Esta chica
y sus rasgos físicos son muy particulares, es igual a mí, tiene los ojos y las delgadas
piernas de mi madre, tiene el cabello de papá; en definitiva, es la combinación perfecta.
“Próxima parada…”
Salí de mi circunspección, tomé mis cosas, di una última mirada amorosa a la joven
veinteañera y me acerqué a la puerta. Timbré. Bajé del MIO y caminé paralela al bus
antes de que aumentará la velocidad. Mientras éste me abandonaba bajo el impulso del
motor, aprecié claramente, sin lugar a duda, cómo esta chica ingenua me observó
fijamente mientras desaparecía como si nunca hubiese estado. Después un pito
constante, un cambio de luces y un choque. El grito de fondo y la blancura llevándose
toda imagen a su paso.
*****
Mujer de 45 años, desconocida, desmayo sorpresivo, antecedentes de esquizofrenia.
Administrar clopromazina, vendré a verla en 2 horas.
De nuevo esta loca…

Una Madrugada De Mayo - 2020.1


El cosquilleo de un filo contra el metal llena el vacío de las habitaciones. Sorprendida,
me dirijo al pasillo, desde donde puedo observar, a través del ventanal, un pequeño patio
cubierto por el tejido que está siendo violentado. Mi madre me observa con intriga, me
acerco al ventanal, pero mi corto trayecto se interrumpe abruptamente por la caída del
arma seguido de un roce en el tejado; mi respiración se entre corta y me obligo a dar
pequeños pasos atrás, como si la cautela pudiera sacarme de la escena. Descienden los
pies y las piernas, yo estoy paralizada sin ser consiente aún de lo que sucede. Mi mamá
me toma por el brazo, “llama a la policía” masculla entre dientes. Corremos a la puerta
pero ya es tarde, ha entrado. Sin embargo, revisa la casa dándonos unos escasos
segundos para alcanzar el objetivo. Mis torpes dedos no encuentran los números
correcto, es en el tercer intento que logro comunicarme, pero la llamada se corta pronto.
Afuera nos espera otra persona: bajita, con sonrisa burlona… Nos acorralan, el sujeto 1
le entrega lo poco que ha tomado, el otro se marcha. Soy la única que sigue con celular,
así que me lo pide; yo, intentando ser astuta, llego a un acuerdo con el asaltante: mi
micro sd y la sim a cambio del cargador y los audífonos; el sujeto accede, me escanea
de pies a cabeza, con un brillo particular en sus ojos, me toma los brazos tras la espalda

1
Este texto es producto de una pesadilla una noche de cuarentena.
y nos adentramos en la casa nuevamente, mi cuarto es el último del pasillo, lo que le da
tiempo para frotarse contra mi cuerpo de forma repugnante, contengo el miedo, le
entregaré sus cabes y nos dejará en paz. De repente, una sustancia un poco tibia me
moja la espalda, baja por las nalgas y las piernas; “¿me has meado?” me giro aturdida
para observar sus pantalones manchados, me toco las piernas y no encuentro líquido,
esto es viscoso… Mientras salgo de la conmoción, él me da una última mirada con su
sonrisa burlona que se ha hecho más grande, se gira y escapa, yo le sigo, pero ya no
está.

Una elipsis se adueña de mi mente, me he transportado a una dimensión privada de


sufrimiento, donde se repite una y otra vez esa viscosidad atravesando mi ropa, esa
masa endurecida tallándome la espalda, esas manos desconocidas descubriendo mi
silueta. Cuando reacciono, me han metido en casa, estoy en el baño, en ropa interior,
pero sigo marcada; aterrada salgo del minúsculo cuarto, observo el metal: no hay nadie.
Observo por el cristal de la puerta: cuento cuatro cadáveres y un perro, es del vecino,
se ha estirado en el concreto y reposa absorto en sus sueños.

Minutos más tarde ya no hay cadáveres, hay cuerpos suspendidos frente a mi casa que
vuelven a la vida; uno por uno se levanta y se marcha, como si nada hubiera pasado.

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