Heródoto y Las Mujeres
Heródoto y Las Mujeres
Heródoto y Las Mujeres
Palabras clave: Heródoto, política, mujeres, pen- Key words: Herodotus, politics, women,
samiento etnográfico, violencia. ethnographical thought, violence.
*
Este artículo fue redactado en el Seminar für alte Geschichte de la Albert-Ludwigs
Universität de Friburgo (Alemania) aprovechando el disfrute de una beca postdoctoral en el
extranjero concedida por la Secretaría de Estado de Universidades del Ministerio de
Educación y Ciencia. Agradecemos sinceramente al Prof. Dr. Hans-Joachim Gehrke las
sugerencias que han servido para mejorar nuestro trabajo.
1
En este sentido, sólo tenemos que recordar que los primeros capítulos del libro I se
encuentran dedicados a los numerosos secuestros de mujeres protagonizados por griegos y
bárbaros como antecedentes míticos del gran enfrentamiento entre griegos y persas a comien-
zos del siglo V a.C.
2
Acerca de esta cuestión, G. González Almenara, «Algunas consideraciones sobre el
papel de las esposas en las Historias de Heródoto y Tucídides», en J.F. González Castro (ed.),
Actas del IX Congreso Español de Estudios Clásicos, Vol. 6, Madrid, 1998, pp. 105-108, dis-
tinguió tres formas diferentes en que aparece representada la esposa: 1. Como vínculo de
unión entre las familias de su padre y de su esposo. 2. Como elemento imprescindible para per-
300 MANUEL ALBALADEJO VIVERO
mano 6.
Curiosamente, muchos de los ejemplos que vamos a exponer en el pre-
sente trabajo son de mujeres de origen bárbaro que, además, se encuentran
en una posición de preeminencia dentro de sus respectivas sociedades 7. ¿Tie-
ne algún significado la coincidencia de los tres elementos: feminidad, no
pertenencia al mundo griego y poder político o se trata simplemente de eso,
de una combinación al azar? En primer lugar, expondremos los personajes y,
al final, intentaremos ofrecer una explicación a nuestra pregunta.
Podríamos empezar precisamente por la escala más alta de la sociedad: se
nos dice que Nitocris 8 fue la única mujer que reinó en Egipto de un total de
330 monarcas 9 y sucedió en el trono a un hermano suyo que había sido ase-
sinado. Al llegar a este punto, no aclara el autor ni los móviles del crimen ni
quiénes fueron los responsables del mismo; tan sólo habla de "los egipcios"
(A±gúptioi). La estratagema ideada por Nitocris para no dejar impune seme-
jante delito consistió en la construcción de una amplia cámara subterránea. A
continuación invitó al banquete de inauguración que se celebró en la misma
a aquellos egipcios que ella sabía eran responsables de la muerte de su her-
mano y sobre quienes arrojó el agua del Nilo canalizada a través de un gran
conducto secreto.
Heródoto finalizó este breve relato sobre Nitocris señalando que sus in-
formantes – es decir, algún sacerdote egipcio – le indicaron que, cumplida su
6
Algunos buenos ejemplos han sido recogidos por W.V. Harris, "The rage of women",
en S. Braund y G.W. Most, Ancient Anger. Perspectives from Homer to Galen, Cambridge,
2003, pp. 131, 140-143.
7
Como señaló E. Hall, Inventing the Barbarian. Greek Self-Definition through Trag-
edy, Oxford, 1989, p. 95: "This may simply be because it was a 'law' of Greek ethnography
that the more barbarian a community the more powerful its women".
8
Su nombre significa "Neith es excelente" y fue bastante habitual en la Época Tardía.
Por otro lado, en el Canon de Turín aparece cierta Nitokerti reinando a finales de la 6a dinastía,
mientras que Manetón mencionó en su lista una Nitocris en esa misma época, quien mandó
construir la tercera pirámide (el sacerdote egipcio confundió la tradición referente a Nitocris
con la leyenda de la cortesana Rodopis, que se contiene en Hdt. II, 134-135). A. Gardiner,
Egypt of the Pharaohs. An Introduction, Oxford, 1961, p. 102; A.B. Lloyd, Herodotus. Book
II. Commentary 99-182, Leiden, 1988, pp. 13-15 y Erodoto, Le Storie, Libro 2, Introduzione,
testo e commento, Milán, 19932, p. 323.
9
Hdt. II, 100. La cifra puede referirse al total de reyes egipcios existentes entre Min y
Shabataka, uno de los faraones etíopes de la 25a dinastía. Es patente su semejanza al número
de 329 soberanos que ofreció Manetón para el mismo período. A.B. Lloyd, "Herodotus Ac-
count of Pharaonic History", Historia, 37, 1988, pp. 33-38.
10
A.B. Lloyd, Herodotus. Book II. Introduction, Leiden, 1975, p. 107 y "Herodotus' Ac-
count", pp. 39-40.
11
Hubo varias versiones posteriores de la leyenda de Nitocris, como la de Manetón,
F.Gr.Hist. 609 F 2, F 3 a y F 3 b; Eratóstenes, F.Gr.Hist. 610 F 1 <kb>; Cass. Dio LXII, 6 y
Iul., Orationes III, 129 b.
12
A quien Hdt. I, 185-187, atribuyó numerosas obras hidráulicas y defensivas puestas en
marcha realmente por Nabucodonosor II, acaso el más importante monarca neobabilónico.
Según nuestro autor, la intención de esta reina fue la de impedir un ataque medo desde el Norte
abriendo numerosos canales en el Éufrates y variando su curso, lo que produjo la creación de
numerosos meandros. En su relato, Heródoto destacó la que consideraba la mayor obra de esta
Nitocris: la realización de un enorme lago artificial en disposición paralela al río. H.R. Immer-
wahr, Form and Thought in Herodotus, Cleveland, 1966, p. 26; A. Tourraix, "La femme et le
pouvoir chez Hérodote", DHA, 2, 1976, p. 376.
13
Hdt. I, 205-214.
14
K.M.T. Atkinson, "The legitimacy of Cambyses and Darius as kings of Egypt", JAOS,
76, 1956, p. 175. Hay que observar que esta reina, al igual que hizo la Nitocris babilónica, se
mantuvo decidida a preservar la integridad de sus posesiones haciendo frente a cualquier ame-
naza exterior.
zada por Heródoto a través del mensaje que le hizo llegar a Ciro cuando éste
se dispuso a atacar a los maságetas 15. Tomiris es presentada como una reina
valerosa que se permite aconsejarle al "Gran Rey" que abandone sus proyec-
tos bélicos 16 y que se dedique a gobernar a sus súbditos; como era consciente
de que Ciro iba a seguir adelante con sus planes, ella se presentó dispuesta a
combatir, tanto en su país como en la propia Persia.
Acto seguido, Ciro convocó una reunión de los persas principales y deci-
dió seguir el consejo de Creso para invadir el país de los maságetas, lo cual
incluía una estratagema consistente en dejar en el campamento las peores
tropas preparando un banquete que incluía grandes cantidades de vino puro
como bebida 17. Por supuesto, Creso pensaba que los bárbaros maságetas des-
conocían este lujo, un producto consumido por las sociedades más sofistica-
das del momento 18.
La estratagema de Creso resultó ser todo un éxito: los maságetas se harta-
ron de comer y beber después de asaltar fácilmente el campamento persa y el
grueso de las tropas de Ciro acabó con muchos de ellos y apresó a los de-
más 19. Entre estos últimos se encontraba Espargapises 20, el hijo de Tomiris,
quien se suicidó cuando se encontró sobrio y comprendió lo que había suce-
15
Hdt. I, 206. En opinión de C. Dewald, "Women and culture", p. 109, se trata de una
"noble salvaje" que dirige la campaña militar de una forma "homéricamente irreprochable".
16
La moderación que Tomiris muestra al principio del relato se convierte en una cruel
venganza al final del mismo. A. Tourraix, "La femme et le pouvoir", p. 377. Por otra parte,
otra reina-guerrera que goza de cierto protagonismo -e incluso de la simpatía de Heródoto en
VII, 99- durante la batalla de Salamina, Artemisia de Halicarnaso, no presenta ninguna carac-
terística vengativa o cruel; al tratarse de una reina vasalla de Jerjes, lucha a favor de los persas
mostrando un coraje "masculino" - ajndrhivh-, en contraposición a los persas y fenicios
que huyeron de la batalla. Hdt. VII, 99; VIII, 68, 87-88. J.S. Romm, Herodotus, Yale, 1998,
pp. 171-172.
17
El mismo ardid fue citado, aunque con algunas variantes, por Iust. I, 8. Véase el inte-
resante comentario al respecto de J.S. Romm, Herodotus, pp. 107-108.
18
Hdt. I, 207 y 216. Al tratarse de un pueblo nómada de las estepas, su bebida natural
era la leche obtenida de sus rebaños, al igual que les ocurría a los escitas, los pioneros en el
consumo del vino sin mezclar.
19
M. Rosellini y S. Saïd, "Usages de femmes et autres nomoi chez les 'sauvages' d'Héro-
dote: essai de lecture structurale", ASNP serie III, 8, 1978, p. 968, señalan que Ciro repitió en
esta ocasión la misma estratagema que Odiseo había empleado contra Polifemo.
20
Dicho nombre debía de ser bastante común entre la realeza de los pueblos iranios y
escitas, ya que en Hdt. IV, 76 y IV, 78 son mencionados sendos Espargapites, el primero de
ellos fue un rey escita, bisabuelo del sabio Anacarsis, mientras que el segundo lo fue de los
agatirsos, un pueblo vecino de los escitas.
dido.
El siguiente mensaje de Tomiris a Ciro, emitido cuando su hijo aún no
había acabado con su vida, fue mucho más contundente que el primero 21: los
persas se habían valido de un truco burdo para vencer a los suyos evitando
un combate directo (propio, por tanto, de los pueblos primitivos, pero no por
eso menos valerosos); no obstante, ella le concedía una segunda oportunidad
en caso de que el "Gran Rey" le devolviese a su hijo, en caso negativo, le
prometía saciarlo de sangre.
Al volverse imposible el cumplimiento de esta condición y puesto que
Ciro no se retiraba a Persia, la batalla resultó inevitable. Según Heródoto, se
trató de la más reñida de todas cuantas hubo entre bárbaros 22 y culminó con
el aniquilamiento del ejército persa y con la muerte del propio Ciro.
En cumplimiento de su promesa, Tomiris llenó de sangre humana un odre
e introdujo en el mismo la cabeza de su enemigo 23, llevando a cabo de esta
manera una contrapartida irónica a la "invitación" realizada por Ciro a los
maságetas a beber vino 24.
Otra reina, en este caso, consorte, que juega un importante papel al co-
21
Se recoge en Hdt. I, 212 y, al igual que ocurrió con la anterior misiva, fue totalmente
inventado por Heródoto.
22
La misma contienda fue asimismo mencionada por Frontin., Str. II, 5, 5 y por Polyain.
VIII, 28.
23
Hdt. I, 214. El autor indicó que, de entre todas las versiones de la muerte de Ciro, ésta
le parecía la más probable. En cambio, Ctesias de Cnido recogió otra muy diferente en
F.Gr.Hist. 688 F 6; concretamente, escribió que el fundador del Imperio Aqueménida pereció
como consecuencia de una herida recibida en la campaña contra los derbices. Por su parte, el
Ciro de Jenofonte en Cyr. VIII, 7, falleció en la cama rodeado de sus familiares y amigos. En
fin, unas décadas después, Onesícrito de Astipalea señaló en F.Gr.Hist. 134 F 36 que el moti-
vo de su muerte fue la tristeza, después de haber comprobado a los cien años de edad que todos
sus amigos habían sucumbido a manos de su hijo Cambises, quien, por su parte, se defendía
afirmando que se había limitado a cumplir sus órdenes. Por último, Diod. Sic. II, 44, 2, recogió
una variante de la tradición seguida por Heródoto según la cual Ciro habría sido crucificado
por una reina de los escitas.
24
Este tipo de "contrapartida trágica" es un castigo muy característico dentro del mito
griego y Heródoto lo aplicó con profusión dentro de su narrativa como, por ejemplo, en IV, 2,
con los esclavos cegados por los escitas. A. Griffiths, "Kissing Cousins: Some Curious Cases
of Adjacent Material in Herodotus", en N. Luraghi (ed.), The Historian's Craft in the Age of
Herodotus, Oxford, 2001, pp. 168-173. A propósito de Ciro y Tomiris véanse asimismo los
comentarios de H.R. Immerwahr, Form and Thought, pp. 166-167 y de M. Rosellini y S. Saïd,
"Usages de femmes", p. 969.
25
Hdt. I, 8-12. Sobre la enorme producción científica acerca del logos lidio en general y
de este cuento en particular, C. Talamo, "Erodoto e le tradizioni sul regno di Lidia", Storia
della Storiografia, 7, 1985, pp. 150-163. Además, es interesante consultar los análisis de A.
Heuss, "Motive von Herodots lydischem Logos", Gesammelte Schriften in 3 Bänden I, Stutt-
gart, 1995, pp. 68-102 (= Hermes, 101, 1973, pp. 385-419) y de E. Wolff, "Das Weib des Ma-
sistes", Hermes, 92, 1964, pp. 51-81, quien puso de manifiesto que Heródoto enmarcó su gran
tema de investigación (el conflicto entre Grecia y Persia) entre dos historias paralelas: la de
Giges y la de los amores de Jerjes con su cuñada y su sobrina.
26
Incluso la verdadera onomástica del rey destronado por Giges era Mirsilo, no Candau-
les, que era el nombre de una divinidad meonia a la que se sacrificaban perros y que los grie-
gos tendieron a identificar con Hermes o Heracles. J.G. Pedley, "Carians in Sardis", JHS, 94,
1974, pp. 96-99. Por otro lado, en las demás fuentes que tratan esta historia, el nombre de la
reina varía desde Nisia y Clitia hasta Abro y Toudo. Véase, por ejemplo, Nicolás de Damasco,
F.Gr.Hist. 90 F 47.
27
W. Aly, Volksmärchen, Sage und Novelle bei Herodot und seinen Zeitgenossen, Go-
tinga, 19692, pp. 34, 224, 246-248. Por otro lado, como bien señaló J.S. Romm, Herodotus, p.
120, este relato proporciona dentro de la obra de Heródoto un importante precedente a la ca-
tastrófica caída de Creso. Un análisis diferente, pero con algunas ideas interesantes es el de A.
Tourraix, "La femme et le pouvoir", pp. 369-371.
28
G. Burzacchini, "Nudità e vergogna presso lidi e barbari: (Hdt. I, 10, 3), Eikasmos, 12,
2001, pp. 85-88.
29
De todas maneras, en Grecia era relativamente frecuente observar jóvenes varones
desnudos en las competiciones deportivas y en los coros. La desnudez femenina era menos
habitual y, por supuesto, afrentar a una mujer como ocurre en el pasaje de Heródoto no era
concebible en ninguna polis. Además, en Hdt. I, 94, se dice que los lidios tenían la costumbre
de obligar a prostituirse a sus propias hijas.
30
D. Lateiner, The Historical Method of Herodotus, p. 141. El POxy 2382 contiene el
llamado "Drama de Giges", una versión semejante a la del episodio que estamos comentando,
aunque su datación continúa siendo objeto de debate. J.A.S. Evans, "Herodotus and the Gyges
Drama", Athenaeum, 33, 1955, pp. 333-336; J.A.S. Evans, "Candaules, whom the Greeks na-
me Myrsilus…", GRBS, 26, 1985, pp. 229-233; L. Belloni, "Il silenzio della basivleia:
(POxy 2382 = TrGF II 664; Hdt. I 10-11)", Paplup, 9, 2000, pp. 101-110.
31
En concreto, por E. Wolff, "Das Weib des Masistes", pp. 51-58.
32
Recogido en Hdt. IX, 108-113 y formando una unidad cerrada dentro de este último
libro de la Historia.
33
En realidad, no sabemos cómo tenían que funcionar las maquinaciones de Jerjes,
puesto que la narración herodotea se muestra en este punto sumamente oscura.
38
Aunque conocemos algún otro caso, por ejemplo, el de los doce persas de alta alcurnia
enterrados vivos y cabeza abajo por orden de Cambises en Hdt. III, 35.
39
Ambas eran reinas consortes y habían sido traicionadas por sus respectivos maridos.
De todas maneras, en el caso de la mujer de Candaules, no se había producido ninguna infide-
lidad, ya que el marido tan sólo la había expuesto desnuda a la mirada de un extraño, si bien
para las mujeres "bárbaras" dicho acto consistía en un grave ultraje.
40
Sobre esta cuestión, W. Marg, "Herodot über die Folgen von Salamis", Hermes, 81,
1953, pp. 196-210.
41
Como puso de manifiesto K.H. Waters, Herodotos on Tyrants and Despots. A Study in
Objectivity, Wiesbaden, 1971, p. 84, quien, por lo demás, no aceptó la argumentación de E.
Wolff.
de los amores ilícitos del "Gran Rey", la venganza de Amestris sobre la mu-
jer de Masistes adquiere un mayor significado 42.
Otra mujer perteneciente a la realeza cuya actuación personal, según
nuestro autor, produjo importantes consecuencias históricas fue Atosa, hija
de Ciro el Grande, hermana y esposa de Cambises, a la muerte de éste, espo-
sa del "falso Esmerdis" y, por último, de Darío 43.
A los comentaristas de la obra herodotea no ha dejado de sorprenderles el
interés que el de Halicarnaso mostró por diversas cuestiones relacionadas
con el mundo natural y la medicina; en este sentido, Heródoto dejó testimo-
nio del tumor de mama que afectó a Atosa y que fue convenientemente trata-
do por el especialista Democedes de Crotona 44.
A cambio de su curación, Democedes le pidió que hablara en su favor a
Darío para que él pudiese regresar a su ciudad y Atosa, mientras estaba acos-
tada con el "Gran Rey" 45, supo convencerlo astutamente (apelando incluso a
42
Ésta es la tesis de H. Sancisi-Weerdenburg, "Exit Atossa: Images of Women in Greek
Historiography on Persia", en A. Cameron y A. Kuhrt (eds.), Images of Women in Antiquity,
Londres-Canberra, 1983, pp. 28-30, quien afirmó que el relato se originó dentro de la tradición
oral persa y que el tema de vestir la prenda del rey resulta crucial para entenderlo. Para los per-
sas, se trataba de un tabú porque quien llevaba las ropas del soberano, asumía en realidad la
realeza. Artaínta no la habría querido para sí, sino para su padre, que al final de la historia es
asesinado. En definitiva, bajo la superficie de un cuento oriental, podría esconderse el recuer-
do de un intento de rebelión por parte del hermano del "Gran Rey".
43
Tanto Atosa, como Feretima de Cirene, que será tratada más adelante, son claros
ejemplos de mujeres dotadas de poder por haberlo heredado de sus respectivos padres. C. De-
wald, "Women and culture", p. 115 n.8.
44
R. Thomas, Herodotus in Context. Ethnography, Science and the Art of Persuasion,
Cambridge, 2000, p. 41. Sea verdadera o no la historia acerca del tumor, lo cierto es que Atosa
vivió muchos años y tuvo hijos con Darío; es posible que se tratase de un tumor benigno. La
interpretación de A. Tourraix, "La femme et le pouvoir", p. 379, en el sentido de que, al verse
afectada la reina por un tumor, la fertilidad y la prosperidad del imperio también se encuentran
en peligro, no nos parece demasiado pertinente.
45
No es necesario señalar -siempre irónicamente- que la fuente empleada por el autor
para redactar este pasaje presenta graves problemas de identificación. Por supuesto, Heródoto
no esperaba que su audiencia considerase verídica esta escena. H. Sancisi-Weerdenburg, "Exit
Atossa" p. 25, se preguntó si la fuente de información acerca de este relato pudo haber sido la
propia familia de Democedes, a cuyos descendientes habría conocido Heródoto en la Magna
Grecia; en cuanto a la accesibilidad que tendría un médico griego a la familia real persa, es
bien sabido que Ctesias de Cnido basó sus Persiká en informaciones recabadas en ambientes
palaciegos.
su virilidad 46) para que enviase por vez primera una misión exploratoria a
Grecia con el caprichoso pretexto de que ella quería tener esclavas griegas.
Este relato, nuevamente novelesco e insertado dentro del "cuento" del
médico Democedes 47, habla de la posición e influencia de que gozaba Atosa
en la corte aqueménida, hasta el punto de que en la Historia es la persona
que dio origen, en último término, a las Guerras Médicas. La naturaleza
etiológica de este pasaje resulta del todo clara: de las primeras palabras que
le dirige Atosa a Darío 48 se desprende una reflexión política acerca de las
actividades emprendidas por el gobernante y por su pueblo que un siglo más
tarde sería retomada por Aristóteles 49.
De entre todas las reinas sobre las que escribió Heródoto fue seguramente
Feretima la retratada con una personalidad donde la crueldad e incluso la
brutalidad se presentaron de una manera patente; por supuesto, el autor dejó
claro que su caracterización psicológica estaba estrechamente vinculada a
una masculinidad por supuesto impropia y ajena a la naturaleza femenina.
Esta mujer, en concreto, había sido la esposa de Bato III de Cirene, apodado
"el cojo" y el hijo de ambos fue Arcesilao III, quien reinó en dicha ciudad
africana aproximadamente entre los años 530 y 510 a.C 50.
Debido a que Arcesilao se negó a aceptar las normas que había estableci-
46
Hdt. III, 134, 2: ¶ na kaì Pérsai škmáqwsi, À ti ×p´‚ndròj ‚ rxontai. D. Lateiner, The
Historical Method, p. 139, destacó el carácter irónico que encierra esta afirmación. Una
insinuación similar (la de ‚nandría) aparece en Eur., Med. 466 contra Jasón, mientras que en
Aesch., Cho. 304, se dice que el alma de Egisto es "femenina" (qÉleia gàr frÉn).
Acerca del conocimiento de la obra de Heródoto por Eurípides, E. Hall, Inventing the Barbar-
ian, p. 134 y, más general, sobre la relación entre nuestro autor y la tragedia, S. Saïd,
"Herodotus and Tragedy", en E.J. Bakker, I.J.F de Jong y H. van Wees (eds.), Brill's Compan-
ion to Herodotus, pp. 117-147. Aunque, en realidad, lo más apropiado sería pensar en un
conjunto de ideas comunes al pensamiento de la época que serían empleadas indistintamente
por los diversos intelectuales.
47
Que abarca Hdt. III, 129-138 y contiene unos elementos absolutamente
"orientalizantes", como las escenas dentro del palacio y del harén.
48
Hdt. III, 134: "ã basileû... ". B. Shimron, "Politics and Belief in Herodotus", Histo-
ria Einzelschriften, 58, Stuttgart, 1989, pp. 6, 20, 53, 65. J.A.S. Evans, Herodotus, Explorer of
the Past, Princeton, 1991, pp. 58-60.
49
En Pol. 1313 b 28, un pueblo que permanece ocioso supone un peligro latente para su
soberano. K.H. Waters, "The Purpose of Dramatisation in Herodotos", Historia, 15, 1966, pp.
162-164.
50
B.M. Mitchell, "Note on the Chronology of the reign of Arkesilas III", JHS, 94, 1974,
pp. 174-177.
51
Las reformas fueron enumeradas en Hdt. I, 161, donde se dice que Demonacte fue
llamado a instancias de un oráculo emitido en Delfos. Dichos cambios fueron, a tenor de lo
señalado por el texto, de carácter democrático, limitando considerablemente el poder real e
incluyeron la organización de la población de Cirene en tres tribus. P. Chamoux, Cyrène sous
la monarchie des Battiades, París, 1953, pp. 138-142.
52
Hdt. IV, 162. Es muy posible que ambas ciudades hubiesen tenido una importante
relación con Cirene y por eso las eligieron Arcesilao y Feretima; además, el hecho de que los
dos no se hubiesen exiliado en la misma ciudad indica un intento de alianza militar con ambas.
53
Hdt. IV, 164. Cnido era, al igual que Tera, una colonia espartana y ambas mantenían
relaciones de "consanguinidad". A. Corcella, Erodoto, Le Storie, Libro IV, Milán, 1993, p.
355.
54
Recogido en IV, 163.
55
En IV, 165, se dice que ella se encargaba de dirigir los asuntos de la polis y
enfrentó a Heracles con Hipólita 63, la reina de las amazonas, en una batalla
librada junto al río Termodonte 64. Tras obtener la victoria, los griegos se hi-
cieron a la mar llevándose prisioneras a numerosas amazonas. Sin embargo,
en alta mar, las mujeres se rebelaron contra sus captores -hombres, por
supuesto- y los arrojaron por la borda; a pesar de ello, no sabían pilotar las
barcos -eran bárbaras, por tanto, desconocían los adelantos técnicos- y no
tuvieron más remedio que dejarse llevar por el viento y las olas hasta arribar
a Cremnos, en la costa del mar de Azov.
La actividad desarrollada por las amazonas después de desembarcar con-
sistió en saquear las posesiones de los escitas 65.
Éstos quedaron extrañados ante el comportamiento y la apariencia de sus
agresores, a quienes tomaron por adolescentes, ya que no tenían barba. Úni-
camente comprendieron que eran mujeres cuando lucharon contra ellas y
observaron a las que habían caído en combate.
A partir de ese momento, la estrategia seguida por los escitas no pudo ser
más novelesca 66, ya que decidieron enviar a sus soldados más jóvenes cerca
del campamento de las amazonas al objeto de seducirlas y engendrar hijos
con ellas, posiblemente en espera de que éstos se convirtieran en grandes
guerreros 67.
Ambas comunidades, que tenían un número similar de miembros, se en-
contraban cada vez más cercanas, hasta que un día un escita se abalanzó so-
bre una amazona que se encontraba sola y ésta no lo rechazó. Como no ha-
blaban el mismo idioma, la mujer le indicó por gestos que al día siguiente
63
No obstante, Heródoto no mencionó sus nombres, ni el de Teseo, quien, según el mito,
había participado en este trabajo de Heracles, porque poco después afirmó que las amazonas
prisioneras se liberaron y mataron a quienes las habían vencido. Evidentemente, Heródoto no
podía permitir que Heracles y, menos aún, Teseo -un héroe estrechamente vinculado a Atenas,
la ciudad que venció a las amazonas- fuesen derrotados en esta versión de los hechos.
64
Situado en Capadocia, junto al cual se localizaban legendariamente las amazonas. To-
do este episodio se contiene en Hdt. IV, 110-117.
65
Debemos suponer que se trataría fundamentalmente de sus rebaños.
66
O, según C. Dewald, "Women and culture", p. 100, "estructurada como una comedia"
en la que ambos sexos aprenden a vivir en común partiendo de una situación de origen absolu-
tamente dispar. Por otro lado, F.S. Brown y W.B. Tyrrell, "šktilÓsanto: A Reading of Hero-
dotus' Amazons", CJ, 80, 1985, pp. 297-302, ofrecieron una interpretación antropológica en
clave de "ritos de pasaje", lo cual no era seguramente lo más adecuado para explicar todo el
relato.
67
J. Carlier-Détienne, "Les amazones", p. 20.
68
El comentario al respecto de W.W. How y J. Wells, A Commentary on Herodotus I,
Oxford, 19758, p. 341, resulta políticamente incorrecto.
69
Como señalaron J. Carlier-Détienne, "Les amazones", p. 20 y, en especial, W.B.
Tyrrell, Amazons, pp. 41-43, 77, en este pasaje se aprecia una inversión de las normas patriar-
cales griegas: los escitas de este relato, al igual que ocurría con las mujeres griegas, contraen
matrimonio muy jóvenes; ellos aportan aquí la dote; en Grecia, eran las mujeres quienes se
dirigían al domicilio de su esposo, mientras que en la presente historia las amazonas eligen el
sitio donde van a asentarse con los escitas para que ellas precisamente sigan llevando a la prác-
tica sus peculiares costumbres. En un sentido similar se manifestaron M. Rosellini y S. Saïd,
"Usages de femmes", pp. 998-1003.
70
T. David, "La position de la femme en Asie Centrale", DHA, 2, 1976, pp. 146-154,
trató acerca de las costumbres y modo de vida de los saurómatas, entre otros pueblos del Asia
central mencionados en la obra de Heródoto.
71
Este rasgo etnográfico parece ser cierto; sería, por tanto, un reflejo de la situación
existente en el siglo V a.C.
72
Una noticia similar fue recogida por Nicolás de Damasco en F.Gr.Hist. 90 F 103 f); en
el tratado hipocrático De aeribus aquis locis 17, las mujeres saurómatas debían acabar con la
vida de tres hombres. Por su parte, Tac., Germ. 31, mencionó asimismo un "rito de paso" simi-
lar entre los guerreros germánicos.
73
Hdt. V, 85-87. Según A. Andrewes, "Athens and Aegina, 510-480 B.C.", ABSA, 37,
1936-1937, pp. 1-7 y otros autores de las primeras décadas del siglo XX, tal expedición se pro-
dujo hacia los años 489 ó 488 a.C. En cambio, L.H. Jeffery, "The campaign between Athens
and Aegina in the years befote Salamis (Herodotus, VI, 87-93)", AJPh, 83, 1962, pp. 44-54,
opinó que fue previa a la batalla de Maratón, teniendo lugar en 491 o durante los primeros me-
ses de 490 a.C.
74
M. Gras, "Cité grecque et lapidation", en Du châtiment dans la cité. Supplices corpo-
rels et peine de mort dans le monde antique, Roma, 1984, pp. 75-88, expuso varios ejemplos
de lapidaciones o castigos similares (como éste que aquí nos ocupa) efectuados sobre los men-
sajeros que llevaban malas noticias, quienes jugaban, de esa manera, un papel semejante al de
los pharmakoi jonios.
ces, las mujeres atenienses tendrían que usar el vestido jónico en lugar del
dórico, que iba precisamente abrochado con fíbulas 75.
No se trata ésta de la única mención realizada por Heródoto al asesinato
de algún hombre por parte de un grupo de mujeres. Las habitantes de Lem-
nos asesinaron a sus respectivos esposos en tiempos del rey Toante 76 y tam-
bién sabemos acerca del linchamiento de los familiares del buleuta Lícidas a
manos, nuevamente, de las atenienses 77.
Conclusión
De entre todo el material literario que acabamos de examinar, se despren-
de la idea de que Heródoto confirió en un mayor número de ocasiones una
personalidad cruel y vengativa a las mujeres pertenecientes a las distintas
casas reales orientales o, en todo caso, a algunas mujeres de origen griego
dotadas de poder político pero que lo ejercían en los límites del mundo helé-
nico, no en el seno de una polis. El caso de las iracundas mujeres atenienses
constituiría una excepción a esta regla general, puesto que el superviviente
regresado de Egina fue víctima de una violencia desbocada e irracional, en
definitiva, de un acto puntual.
Por supuesto, Heródoto encontró en las poderosas féminas orientales
unos personajes idóneos para ejercitar la ½rgÉ. En las poleis griegas – excep-
to en las mencionadas zonas periféricas – la monarquía había sido abolida
hacía mucho tiempo y la mentalidad social predominante no resultaba exce-
sivamente dispuesta a aceptar la idea de que las mujeres ejerciesen el poder
político.
75
Cuando, en realidad, parece que el cambio de una prenda a otra fue gradual durante la
segunda mitad del siglo VI a.C., cuando creció de manera considerable la renta disponible por
los atenienses y éstos pudieron acceder a prendas de vestir más costosas como el quitón de lino
frente al tradicional peplo de lana. Véase además, T.J. Dunbabin, " Exqrh palaíh ", ABSA,
1936-1937, pp. 85-86.
76
Hdt. VI, 138. Aquí, el autor, se refirió brevemente a este mito, según el cual las muje-
res de Lemnos fueron castigadas por Afrodita, quien hizo que sus cuerpos despidiesen un olor
desagradable provocando el correspondiente rechazo de sus maridos, los cuales prefirieron
tener relaciones con las esclavas. En venganza, las lemnias los asesinaron a todos excepto a
Toante.
77
En Hdt. IX, 5. M. Gras, "Cité grecque et lapidation", p. 86, señaló que, en las fuentes
literarias griegas, la acción espontánea, apasionada e histérica era propia de las mujeres; en
cambio, la lapidación llevada a cabo ritualmente por los ciudadanos se trataba de un acto res-
ponsable en beneficio de la propia comunidad.
Con arreglo a las normas editoriales vigentes para las publicaciones periódicas
del CSIC, se hace constar que el original de este artículo se recibió en la redac-
ción de EMERITA en el segundo semestre de 2006, siendo aprobada su publi-
cación en el primero de 2007 (01.11.06 - 14.01.07)
78
Basta recordar la equilibrada imagen que ofreció sobre los persas en general, ponien-
do de manifiesto, eso sí, el desequilibrio y la crueldad de determinados personajes, como Cam-
bises, Jerjes y algunos otros miembros de la familia real.