Aisthesis 0568-3939: Issn: Aisthesi@puc - CL
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ISSN: 0568-3939
aisthesi@puc.cl
Pontificia Universidad Católica de Chile
Chile
Abstract · This article explores the discursive spaces of photography in Chile from
the mid seventies until the mid nineties. Departing from notions developed by Régis
Durand, Rosalind Krauss, and Jacques Rancière, it argues that it is necessary to rede-
fine «the photographic» in order to, first, be able to rethink the divisions, uses, and
values assigned to both «documentary» photography and «creative» photography,
and second, reflect upon the irruption of the photographic apparatus into the spaces
of the visual arts and of academic criticism from this period.
Keywords: Documentary Photography and Experimentalism, Photographic Field,
Memory and Visual Representation, Mario Fonseca, AFI.
1
El siguiente artículo forma parte de una investigación en curso financiada por el FONDART 2012 en
el área Investigación y Actividades Formativas (Folio 13991), titulada «Memoria fotográfica: estéticas
y políticas de la representación en Chile, 1980-1990».
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Hay que saber mirar en las imágenes aquello de lo que ellas son sobrevivientes.
Para que así la historia, liberada del puro pasado (ese absoluto,
esa abstracción) nos ayude a abrir el presente del tiempo.
Didi-Huberman, Images Malgré Tout2.
4
Digo «sentida» en cuanto la precariedad da más cuenta de una «estructura de sentimiento» derivada
de ciertas posiciones teóricas conscientes e inconscientes que de una real precariedad del campo en
cuanto a circulación y producción.
5
Vale la pena mencionar que, con motivo de AFA01, Fonseca ofrece una revisión de su ensayo de
1986 a la luz del panorama actual. El ensayo se titula, notoriamente, «Chile (sobre) vive: Fotografía
en Chile 1986-2006» y aparece publicado en el catálogo de la exposición.
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6
Por ejemplo, en el editorial número 4 de 1979 de la revista CAL, se lee: «Publicamos la traducción de
parte del ensayo de Susan Sontag On Photography introducido por Adriana Valdés, como estímulo
al necesario desarrollo de una reflexión acerca de la fotografía, cuyo uso es hoy generalizado en
el arte chileno; dedicamos también espacio a la reproducción de trabajos de fotógrafos chilenos
(Villaseca en el número anterior, Paz Errázuriz en el actual) como contribución a la difusión de la
expresión fotográfica» (2).
7
En Márgenes e instituciones, Richard argumenta que la preocupación por el medio fotográfico,
demostrada tanto en las obras como en la discusión crítica de la «avanzada», «desplaza» y
«reemplaza» a la preocupación que antes manifestaba el grabado (41).
8
Esto se hace patente luego del Bando 19 del Ministerio de Defensa de Chile, el cual aparece en 1984
y consiste en la prohibición de la inclusión de imágenes en revistas y periódicos de oposición (APSI,
Análisis, Cauce, Fortín Mapocho). Esto impulsó a revistas como Cauce a responder de manera
creativa y crítica. Una lectura clave al abordar este tema es la respuesta de Enrique Lihn publicada
en sus Notas de arte, «Sobre la fotografía: el reportaje gráfico y las fotos censuradas».
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corresponde a un período más extenso (desde 1981 a 1988), el cual se inicia con la
fundación de la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI) y la inauguración de
la revista Punto de Vista en 1981, e incluye varias iniciativas y exposiciones colectivas,
entre ellas, Calle San Diego (1982), Acá y allá, Ahora Chile y Artes e industrias de
la sobrevivencia (realizadas en 1983), Colectivo AFI (1984), 13 fotógrafos (1986),
Somos +, Colectivo AFI y Chile Vive (realizadas en 1987), las publicaciones de dos
anuarios (el Primer Anuario de Fotografía Chilena en 1981 y el Segundo Anuario de
Fotografía Chilena en 1982) y Ediciones económicas de la fotografía chilena (1983).
El tercer momento (1996-1998), corresponde a tres exposiciones realizadas en el Mu-
seo de Bellas Artes: en 1996, Los límites de la fotografía, curada por André Rouillé y
la retrospectiva de Mario Fonseca, Fotografías c. 1986-1995, y en 1998, Fotografía:
Intervenciones, Cruces y Desvíos, curada por Enrique Zamudio.
Estos tres momentos, entonces, se componen de una serie de hitos o hechos
que van a conformar la base de las plataformas discursivas de esta investigación. En
una primera etapa, la tarea ha sido trazar, desde la teoría, ciertos lineamientos que
me permitan replantear, por un lado, la división que se da en las mismas prácticas
fotográficas del período en relación a los usos y valores asignados a la fotografía do-
cumental y la fotografía artística, y, por otro, la irrupción del documento fotográfico
y del aparato fotográfico dentro del territorio de las artes visuales y de la crítica. Es
decir, cuestiones que tienen que ver con la autonomización de la fotografía (Durand
15), la cual –y aquí agregamos algo al modelo de Durand– se refiere no solo a la
autonomía de la fotografía llamada «creativa» o «puramente artística» en relación
a sus «funciones tradicionales (reportaje, documentación, publicidad, etc.)» (15),
sino que también al desplazamiento del valor de documento del reportaje gráfico y
su revaloración (añadida) como objeto estético, lo que se aprecia en el caso de fotó-
grafos como Álvaro Hoppe, Kena Lorenzini, Paz Errázuriz o Marcelo Montecino,
entre otros. En definitiva, más que de un problema relativo a los «límites» del campo
artístico y de la fotografía en función al campo del arte, mi planteamiento es que se
trata de un problema del campo de la fotografía y de los límites y desplazamientos
de la noción de lo documental en este campo.
Para analizar el campo de la fotografía en el Chile de la Dictadura y la Transi-
ción, entonces, se vuelve fundamental examinar el fenómeno de lo fotográfico y su
lenguaje específico. Con «lo fotográfico» me refiero tanto al conjunto de prácticas
fotográficas como a los discursos sobre éstas, a las oposiciones entre fotografía artís-
tica y documental, a los desplazamientos del documento fotográfico en el campo del
arte y a las teorizaciones que a partir de la fotografía se dan de la imagen mediática.
El fenómeno de lo fotográfico circunda y pone en relación todas estas cuestiones.
En palabras de Philippe Dubois, lo fotográfico es una categoría «fundamentalmente
epistémica […] que da paso a una relación específica con los signos, el tiempo, el
espacio, lo real, el sujeto, con el ser y el hacer» (54). Esta noción de lo fotográfico no
nos reenvía tanto a la (s) fotografía (s) como objeto (s) de estudio, sino que más bien
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abre el campo de los estudios visuales a las relaciones entre medios de comunicación,
artes visuales, fotografía «documental» y/o «artística», estética y política, a partir
del fenómeno fotográfico y de los espacios discursivos ocupados por la fotografía.
La noción de «lo fotográfico» es pensada como categoría teórica por primera vez
en una serie de ensayos escritos por Rosalind Krauss reunidos en Le Photographique:
pour un Théorie des Écarts [Lo fotográfico: por una teoría de los desplazamientos].
A partir de lecturas sobre los precursores del medio –Nadar, Talbot– y en diálogo
con las ideas planteadas por Walter Benjamin y Roland Barthes, Krauss propone dos
ideas fundamentales: primero, que la historia de la fotografía durante el siglo xix
no puede ser elaborada desde los parámetros de la historia del arte (esto es, desde
categorías como estilo, autor, obra, etc.), para lo cual se vuelve necesario identificar
los espacios discursivos de la fotografía en cada período; segundo, que la fotografía
como aparato modifica, a partir de Duchamp y el surrealismo, el campo del arte
(sus modos de producción, apreciación y crítica). Esta modificación no pasa por la
inclusión de la fotografía como material o herramienta dentro de la obra, sino que
por un desplazamiento total de la obra desde el modelo icónico al modelo indicial.
A partir de los años sesenta, sugiere Krauss, se da un cambio o una sustitución den-
tro del campo del arte, de las reglas de la iconicidad por las de indexación (en sus
palabras, Duchamp remplaza a Picasso). Este desplazamiento propone una nueva
interpretación del signo estético. Para Krauss, entonces, la cuestión no pasa por ha-
blar «sobre fotografía»9 –la autora repite en distintas ocasiones que la fotografía no
es su objeto de estudio–, sino sobre la naturaleza del índice y sobre las condiciones
indiciales en que la fotografía sumió al campo antiguamente cerrado del mundo del
arte (14). Para eso, Krauss utiliza lo fotográfico como objeto teórico. Según Krauss,
es la especificidad semiológica de la fotografía en tanto «índice» (más que como
«ícono») lo que permite transformarla en objeto teórico por medio del cual las obras
de arte puedan ser vistas en términos de su función como signo (13).
Si bien el modelo de Krauss puede resultar productivo para pensar en el campo
del arte, no resulta suficiente para pensar en el campo de la fotografía. El problema
reside, por un lado, en que la postulación de «lo fotográfico» como categoría teórica
le sirve a Krauss para hablar exclusivamente sobre el campo del arte; por otro, Krauss
destaca o prioriza la naturaleza indicial o indexical del signo fotográfico, dejando de
lado su condición de símbolo. El signo fotográfico es, en todo momento, un signo
complejo: parte índice, parte ícono y parte símbolo, como sugiere José Pablo Concha
(La desmaterialización 37-8); complejidad que se hace manifiesta también en los
espacios discursivos de la fotografía. Por eso, si bien tomo como fundamento los
9
«Para [Barthes], la fotografía está constituida por el hecho bruto de su estatus como prueba, testigo
mudo sobre el cual ‘no hay nada que añadir’. En este preciso instante, cuando lo que le da valor
de prueba se esencializa, la fotografía cambia de estatus y se convierte en objeto teórico, es decir
en una especie de casillas o de filtro mediante el cual es posible organizar los datos de otro campo
que se halla con relación a él en una posición secundaria. La fotografía es el centro desde el cual se
puede explorar dicho campo, pero debido a esta posición central, la fotografía se convierte, de algún
modo, en una mancha ciega. Nada que decir, o al menos nada sobre la fotografía» (Krauss 14).
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los ochenta y noventa. Es decir, los fotógrafos no estaban tan desconectados como
sugiere Richard. Lo anterior refleja una clara división del campo y explica, en parte,
el hecho de que se lo describa como precario y hostil, como se verá a continuación.
La segunda exposición es precisamente la retrospectiva del artista visual y fo-
tógrafo Mario Fonseca (Fotografías c. 1986-1995). Fonseca fue uno de los gestores,
por así decirlo, de la escena de las artes visuales en la década de los ochenta: organizó
exhibiciones, abrió galerías y contribuyó en la publicación de libros y catálogos de
varios autores y artistas, entre ellos los de Ronald Kay, Paz Errázuriz, Eugenio Ditt-
born, Raúl Zurita, el grupo CADA, Lotty Rosenfeld, Gonzalo Díaz y Alfredo Jaar.
Sin embargo, como artista visual la posición de Fonseca fue más bien marginal –en
una entrevista reciente confiesa que «[sintió] que [le habían dado] el espacio [de la
Galería Sur en 1982] por compromiso, por la ayuda que [él] venía dando a la movida
en aquella época» («Habeas Corpus» s/p)10–. En el catálogo, Justo Pastor Mellado
se refiere en extenso a la trayectoria fotográfica de Fonseca. Lo más notable, sin
embargo, es un pasaje en el que destaca la continua labor de Fonseca en el campo
de la fotografía en Chile a lo largo de los ochenta, reparando,en el mismo pasaje,
en que críticos como Richard y Kay:
10
En 1982, Fonseca realiza la exposición Habeas Corpus en la Galería Sur. En una entrevista concedida
a la revista online Escáner con motivo de la nueva exposición de Habeas Corpus en la Estación
Mapocho, Fonseca comenta: «La muestra original de Habeas Corpus no fue muy feliz para mí, se
escribieron textos sin firmar individualmente, casi sentí que me dieron el espacio por compromiso
por la ayuda que venía dando a la movida en aquella época (publicación de Del Espacio de Acá
expo Dávila en CAL, etc.), pero creo también que la potencia de mi cara tapada con un rectángulo
negro y la frase Habeas Corpus debajo, en pleno 1982, le resultó muy ‘complicada’ a la Escena de
Avanzada y Cía. Ltda. Algo así le pasó a Jaar con su muestra de 1979 en CAL y su participación en
los concursos de la época, él salió adelante con su carrera fuera de Chile, ya sabemos el resto […]
Lo que me movió a hacer esos trabajos entre 1979 y 1982. En síntesis, hay una doble metáfora que
se cruza: el recurso legal del habeas corpus–presentar el cuerpo– utilizado en aquel periodo, aunque
con pocos resultados, para exigir la presentación de las personas detenidas por la Dictadura, muchas
de las cuales simplemente desaparecían, y la demanda que me hago a mí mismo, conminándome
a dar la cara como artista autocensurado y autodesaparecido. A este cruce se sumó una tercera
‘metáfora’ impensada, que fue la censura y desaparición de mi persona como artista, por parte
del poder dictatorial de entonces ejercido por ciertas personas de la escena de avanzada, situación
que ha persistido hasta hoy sin ningún viso de reconocimiento de lo obrado ni reparación a tantos
artistas de la época, a pesar que ya van 20 años de democracia» (Fonseca, «Habeas Corpus» s/p).
Quizás, la retrospectiva de 1996 en el Bellas Artes pueda ser apreciada como un reconocimiento a
posteriori a su labor artística.
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sino patrimonial. Hay una imagen de la fotografía chilena que no ha sido ligada (s/p,
énfasis en el original).
Chile Vive, donde más de la mitad de los fotógrafos seleccionados son miembros de
la AFI14. Así presenta a este grupo de fotógrafos en dicho ensayo:
14
Como plantea Leiva Quijada, la AFI «se constituye en una refundación de la visualidad chilena»
(Multitudes en sombras 18).
15
Esta discrepancia entre los modos de hacer y ser de la fotografía, por supuesto, no se circunscribe
al campo chileno de este período, sino que es de larga data. Desde su invención en el siglo xix, la
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Para finalizar, me detendré brevemente en algunas reseñas y notas escritas por Enrique
Lihn durante los años ochenta (recientemente recopiladas en Textos sobre arte), ya
que en ellas se delinea claramente la oposición que formulo en el apartado anterior.
En estas reseñas y notas, Lihn reflexiona sobre distintos aspectos, temáticas, autores
y eventos relacionados a la fotografía. Al ser considerados en conjunto, es posible
apreciar en estos textos la elaboración de una especie de teoría sobre el lenguaje
fotográfico, coherente con las ideas de Lihn respecto del arte y el fenómeno estético.
De estas reseñas se desprende, por ejemplo, la idea de que la fotografía documental
«informa», lo cual la posiciona del lado de la historia y del archivo. Según Lihn,
reporteros gráficos y fotógrafos llevarían a cabo la tarea de «documentar» e «infor-
mar» «de espaldas a una estética de las artes visuales», tal como lo plantea en una
breve reseña aparecida en Cauce en 1986 sobre Felipe Landea –cuyas obra, eviden-
temente, no sería parte de esta tendencia–. El siguiente pasaje ilustra esta cuestión:
fotografía ha estado siempre acompañada de una serie de discursos que han debatido su valor, ya sea
artístico, científico, histórico o documental. Dubois distingue tres grandes tendencias o discursos: en
el siglo xix habría predominado, según el crítico, el discurso de la mímesis y la visión de la fotografía
como «espejo de lo real» (31). En el siglo xx , según Dubois, habrían prevalecido dos discursos: el
de la deconstrucción, el cual percibiría «la fotografía como transformación de lo real» y como una
manifestación culturalmente codificada; y el discurso del índex y la referencia, el cual pensaría la
«fotografía como huella de un real» (el ejemplo paradigmático sería La cámara lúcida de Roland
Barthes) y cuyo precedente serían las ideas de Walter Benjamin. La teorización de Krauss también se
insertaría en esta tercera corriente.
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16
Gonzalo Leiva Quijada también destaca el hecho de que la fotografías de Hoppe trascienden, de
cierta manera, la contingencia: «Álvaro Hoppe, logra compensar la precariedad anímica producto
de empujones, bombas lacrimógenas y golpeaduras, con una lucidez visual que conserva una
auténtica, dinámica y convulsa belleza» (Álvaro Hoppe 81); «La demanda contemplativa en los
trabajos de Hoppe indica un momento acucioso de visualización, pues si bien en muchas de sus
imágenes el mensaje es directo, sus atractivos componentes y las informaciones sostenidas pueden
abrir nuevos sentidos e interpretaciones» (Álvaro Hoppe 140).
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Enrique Lihn privilegia en sus reseñas la fotografía artística o experimental (la fotogra-
fía de Paz Errázuriz, Álvaro Hoppe, Felipe Landea o Inés Paulino) por sobre aquella
que levanta el «catastro de la catástrofe»; André Rouillé deja la fotografía documen-
tal fuera del espacio del Museo porque ve en ella un medio de inscripción (y no de
representación) de la contingencia. Ambas perspectivas coinciden en que piensan, y
exhiben, la imagen fotográfica documental como imagen transparente o, al decir de
Jacques Rancière, como «imagen desnuda». La imagen desnuda, sugiere Rancière, «es
la imagen que no constituye arte, porque lo que nos muestra excluye el prestigio de
la no semblanza y la retórica de la exégesis» (22)17. El problema de esta hipótesis,
tal como apunta el filósofo francés, es que la imagen fotográfica nunca se presenta
completamente desnuda: lo dicho revela lo no dicho, lo que aparece exhibe la traza de
aquello que se esconde18. Rancière sugiere por este motivo que la fotografía devino arte
«only by exploiting a double poetics of the image, by making its images, simultane-
ously or separately, two things: the legible testimony of a history written on faces or
objects and pure blocs of visibility, impervious to any narrativization, any intersection
of meaning» (11)19. Si bien concuerdo en que existe una tensión permanente entre lo
visible y lo no visible, lo dicho y lo no dicho, me interesa reclamar esta tensión como
un atributo inherente del fenómeno fotográfico, y no solo como una cualidad de la
imagen artística (como sugiere Rancière). Así visto, aquello que Rouillé denominara
17
«[is] the image that does not constitute art, because what it shows excludes the prestige of dissemblance
and the rhetoric of exegesis»
18
Susan Sontag decía que «una fotografía es a la vez una pseudopresencia y un signo de ausencia»
(25). Pero aquello que está ausente de la imagen fotográfica no tiene que ver solo con el signo de
muerte que acarrea toda fotografía–tropo, demás está decirlo, comentado en extenso por fotógrafos,
críticos, especialistas y aficionados–sino con aquello que está ausente en y del mismo campo de lo
visible: tanto aquello que no vemos dentro del encuadre (zonas borrosas, oscuras), como aquello
que queda, por así decirlo, fuera del marco. (Ver Didi-Huberman, capítulos 1 y 2).
19
«[…] al explotar la doble poética de la imagen, al hacer de sus imágenes dos cosas simultáneamente:
por un lado, el testimonio legible de una historia escrita en caras u objetos y por otro lado, bloques
puros de visibilidad, impermeables a cualquier narrativización, cualquier intersección de sentido»
(Rancière 11; la traducción es mía). Según Rancière, es en esta tensión inherente de la imagen
fotográfica en donde aparece la fotografía como operación artística (Rancière 6-7).
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REFERENCIAS
20
En las fotografías de Lorenzini, tal como plantea Luis Alegría, «el lente no se guía por ninguna ética
o moral, pues al descubrir el gesto rígido de ciertas autoridades o el rostro de personajes anónimos,
la imagen devela algo más que la simple realidad y la crudeza de su existencia» (s/p).
21
«of a secret we shall never know, a secret veiled by the very image that delivers them to us» (Rancière
15, la traducción es mía).
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