Cristo La Vida Nuestra

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 37

CRISTO LA VIDA NUESTRA

Cuando leemos las epístolas que san pablo dirigía a los cristianos de
su tiempo, no puede menos de impresionarnos la insistencia con que
habla de nuestro señor Jesucristo. sin cesar vuelve sobre este tema,
del cual está por otra parte, tan penetrado, que, para Él, cristo es su
vida así que encuentra todo su placer en consumirse por cristo y sus
seguidores.
Escogido e instruido por el mismo Jesús para ser en el mundo el
heraldo de su misterio de tal manera penetró en lo más hondo de las
profundidades de este misterio, que su único deseo es manifestarle
para hacer conocer y amar la persona adorable de cristo.- a los
colosenses escribe que lo que le llena de gozo, en medio de sus
tribulaciones, es el pensamiento «de haber anunciado el misterio
oculto a las antiguas generaciones y revelado en la actualidad a los
fieles, porque es a ellos a quienes dios se ha dignado dar a conocer
las maravillosas riquezas de ese arcano que es cristo en la prisión le
anuncian que hay, además de Él, otros que predican a cristo; los unos
lo hacen por espíritu de emulación, para hacerle la contra, los otros
con buenas intenciones; ¿muestra por esto la menor pena o la más
leve señal de celos? al contrario. con tal que cristo sea predicado,
¿qué importa? «de cualquier modo que se haga, sea con buenas
intenciones, sea con fines bastardos, me alegro y me alegraré de esta
manera dirige a Jesucristo toda su ciencia, toda su predicación, toda
su vida: «no me he preciado de saber otra cosa entre vosotros que a
Jesucristo. en sus trabajos, en las luchas de su apostolado, una de
sus alegrías es pensar que engendra es su propia expresión a cristo
en las almas
Los cristianos de los primeros tiempos comprendían la doctrina que el
gran apóstol les enseñaba, sabían que dios nos ha dado a su hijo
unigénito Jesucristo para que sea todo para nosotros: «nuestra
sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención»
comprendían el plan divino: dios ha dado a cristo la plenitud de gracia,
para que nosotros lo encontremos todo en Él. de esta doctrina vivían:
Cristo. Es vuestra vida y por eso su vida espiritual era a la vez tan
sencilla y tan fecunda.
Ahora bien; debemos decir que el corazón de dios no es hoy menos
amante ni su brazo menos poderoso; dios está dispuesto a derramar
sobre nosotros gracias, no digo tan extraordinarias en su carácter,
pero sí tan abundantes y tan útiles, como sobre los primeros
cristianos. nos ama tanto como a ellos; están a nuestra disposición
todos los medios de que ellos disponían, y además tenemos, para
cobrar ánimo, los ejemplos de los santos que siguieron a cristo. pero
somos, con mucha frecuencia, como el leproso que vino a consultar al
profeta y solicitar su curación: poco faltó para que perdiese la ocasión
de obtenerla, por encontrar el remedio demasiado sencillo nuestro
señor hace alusión a este hecho. [Naamán, generalísimo de los
ejércitos de siria, había sido atacado de una lepra que le desfiguraba
por completo. habiendo oído hablar de las maravillas que obraba el
profeta Eliseo en Samaría, se dirigió a Él para pedir que le curase: ve
y lávate siete veces en el jordán, le dice Eliseo, y así serás curado».
esta respuesta irrita a Naamán: yo había creído, dijo a su séquito, que
se presentaría el mismo profeta y me curaría invocando sobre mí a
Yahvé. ¿cree, acaso, este profeta, ¿que los ríos de siria no valen
como todas las aguas de Israel? ¿acaso no puedo arrojarme a ellos
para recobrar la salud? Y desilusionado y lleno de cólera, dispón ese a
emprender el camino de su país; pero sus siervos se le acercan
diciéndole: «señor: podrá ser que el profeta tenga razón; si hubiera
pedido algo más difícil, ¿no lo hubieras hecho? cuanto más debes
obedecerle, mandándote una cosa tan fácil». A esta sugestión, llena
de buen sentido, ríndese Naamán, se lava siete veces en el jordán y
recobra la salud, según la palabra del hombre de dios.
Este es el caso de muchos de aquellos que emprenden el camino de
la vida espiritual. encuéntrase espíritus de tal manera aferrados a su
modo de ver, que se escandalizan de la sencillez del plan divino; sin
embargo, de ello, tal escandalo no está exento de peligro. estas
almas, que no llegan a comprender el misterio de cristo, se pierden en
una infinidad de detalles. fatigándose con frecuencia en un trabajo sin
consuelo. ¿por qué? porque todo cuanto el ingenio humano puede
crear para nuestra vida interior no sirve de nada si no cimentamos el
edificio sobre cristo. «nadie puede establecer otro fundamento que el
que ya ha sido establecido, es decir: Jesucristo esto nos explica el
cambio que a veces se opera en ciertas almas. han vivido años
enteros de una manera estrecha, con frecuencia deprimidas, casi
nunca contentas encontrando sin cesar nuevas dificultades en la vida
espiritual; pero un día dios les ha dado la gracia de comprender que
cristo lo es todo para nosotros, que es el alfa y la omega, que fuera de
El nada tenemos, que en Él lo tenemos todo, y que todo lo resume en
sí. a partir de ese momento, todo varía, por decirlo así, en esas almas;
sus dificultades se desvanecen como las sombras de la noche a la luz
del sol naciente. desde que nuestro señor, «el verdadero sol de
nuestra vida, ilumina plenamente a esas almas, las fecunda; ya
pueden respirar a pleno pulmón, progresan y producen grandes frutos
de santidad.
Sin duda las pruebas no faltarán en la vida de esas almas;
frecuentemente constituirán el tributo pagado por ese
perfeccionamiento interior porque de ese modo la colaboración con la
gracia divina será más vigilante y generosa-; pero todo lo que encoge
el corazón, detiene el vuelo y es causa de desaliento, desaparece; el
alma vive en la luz, «se dilata»: «he andado presuroso por el camino
de tus mandatos cuando ensanchaste mi corazón simplificase su vida;
llega a comprender la insuficiencia de los medios que para su uso
personal ha imaginado y ha renovado sin cesar, exigiendo que fueran
como los puntales de su propio edificio espiritual: y logra, finalmente,
conocer la verdad de estas palabras: «si tú, oh señor, no edificas tu
morada en nosotros, nosotros nunca podremos levantar una
habitación digna de ti. en Cristo, y no en sí misma, busca la fuente de
su santidad, sabe que esa santidad es sobrenatural en su principio, en
su naturaleza y en su fin, y que los tesoros de santificación se hallan
como amontonados en Jesús para que nosotros, tomándolos de el,
participemos de ellos, y comprende entonces que no puede ser rica
sino con las riquezas de cristo.
esas riquezas, según la palabra de san pablo, son insondables jamás
llegaremos a agotarlas, y cuanto de ellas digamos, quedará siempre
muy por debajo de las alabanzas que se merecen.
Ahí, sin embargo, tres aspectos del misterio de cristo que es necesario
considerar cuando hablamos de nuestro señor como fuente de nuestra
santificación. tomamos esta idea de santo Tomás, príncipe de los
teólogos, que la trae al exponer su doctrina sobre la causalidad
santificadora de cristo, cristo es a la vez la causa ejemplar, la causa
meritoria, la causa eficiente de nuestra santidad. cristo es el modelo
único de nuestra perfección, el artífice de nuestra redención, el tesoro
infinito de nuestras gracias, la causa eficiente de nuestra santificación.
Estos tres puntos resumen admirablemente lo que vamos a decir del
mismo cristo como vida de nuestras almas. la gracia es,
efectivamente, el principio de esta vida sobrenatural de hijos de dios,
que constituye el fondo y sustancia de toda santidad. pues bien; esta
gracia se encuentra plenamente en cristo, y todas las obras que la
gracia nos hace realizar tienen su ejemplar en Jesús, además, cristo
nos ha merecido esta gracia por las satisfacciones de su vida, de su
pasión y de su muerte; finalmente, cristo produce por sí mismo esa
gracia en nosotros mediante los sacramentos, y por el contacto que
con el tenemos en la fe.
Pero tan ricas y fecundas son estas verdades, que debemos
contemplarlas cada una en particular. en esta conferencia,
consideraremos a nuestro señor como nuestro modelo divino en todas
las cosas, como el ejemplar de la santidad a que debemos aspirar. la
primera cosa que hemos de considerar es el fin cuya realización
perseguimos, y una vez comprendido este fin, deduciremos en
seguida qué medios son los más indicados para alcanzarle.
Necesidad de conocer a dios, para unirse a el: dios se revela a
nosotros en su hijo Jesús: «quien le ve, ve a su padre acabamos de
ver que nuestra santidad no es más que una participación de la
santidad divina: somos santos si somos hijos de dios, si vivimos como
verdaderos hijos del padre celestial, dignos de la adopción
sobrenatural. «sed imitadores de dios, dice san pablo, como conviene
a hijos muy queridos Jesús mismo nos dice: «sed perfectos y hay que
advertir que nuestro señor se dirige a todos sus discípulos, no con una
perfección cualquiera, sino como lo es vuestro padre celestial ¿y por
qué? porque nobleza obliga: dios nos ha adoptado por hijos suyos y
los hijos deben, en su vida, asemejarse al padre para imitar a dios,
hay que conocerle. ¿y cómo podemos conocer a dios? habita una luz
inaccesible», dice san pablo nadie, añade san juan, vio jamás a dios.
¿cómo podremos, pues, ¿reproducir e imitar las perfecciones de aquel
a quien nos es imposible ver? una frase de san pablo nos da la
respuesta dios se ha revelado a nosotros por su hijo y en su hijo
Jesucristo. Jesucristo es el esplendor de la gloria del padre, la imagen
de dios invisible, semejante en todo a su padre capaz de revelarlo a
los hombres, porque le conoce como Él es conocido: «el padre no es
conocido de nadie sino del hijo y de aquellos a quienes el hijo quiere
revelarlo Jesucristo, que está siempre «en el seno del padre» nos
dice: «yo conozco a mi padre: y le conoce para revelárnoslo» cristo es
la revelación del padre mas ¿cómo el hijo nos revela al padre?
encarnándose.- el verbo, el hijo, se encarnó, se hizo hombre, y en Él,
y por Él, conocemos a dios cristo es dios puesto a nuestro alcance
bajo una expresión humana; es la perfección divina que se revela a
nosotros cubierta de formas terrenas; es la santidad misma que
aparece sensiblemente a nuestros ojos durante treinta y tres años,
para hacerse tangible e imitable [ser modelo y ser imitable son los
caracteres que deben encontrarse en toda causa ejemplar]. nunca
pensaremos bastante en esto. cristo es dios haciéndose hombre,
viviendo entre los hombres, a fin de enseñarles por medio de su
palabra, y, sobre todo, con su vida, cómo deben vivir para imitar a dios
y agradarle. tenemos, pues, en primer lugar, que para vivir como hijos
de dios. basta abrir los ojos con fe y amor y contemplar a dios en
Jesús.
Hay en el evangelio un episodio magnífico, en medio de su soberana
sencillez; ya lo conocéis, pero éste es el lugar de recordarlo. era la
víspera de la pasión de Jesús. nuestro señor había hablado, como
sabía hacerlo, de su padre a los apóstoles; y ellos, extasiados,
deseaban ver y conocer al padre. el apóstol Felipe exclama: «maestro,
muéstranos al padre y esto nos basta y Jesucristo le responde:
«¡cómo! ¿yo estoy en medio de vosotros hace tanto tiempo y no me
conocéis? Felipe, quien a mí me ve, ve a mi padre" sí; cristo es la
revelación de dios, de su padre; como dios, no forma con el más que
una cosa; y quien, a la mira, ve la revelación de dios.
Cuando contempláis a cristo, rebajándose hasta la pobreza del
pesebre, acordaos de estas palabras: «quien me ve, ve a mi padre».
-cuando veis al adolescente de Nazaret, trabajando obedientísimo en
el taller humilde hasta la edad de treinta años, repetid estas palabras:
«quien le ve, ve a su padre», quien le contempla, contempla a dios.-
cuando veis a cristo atravesando los pueblos de galilea, sembrando el
bien por todas partes, curando enfermos, anunciando la buena nueva
cuando le veis en el patíbulo de la cruz, muriendo por amor de los
hombres objeto del ludibrio de sus verdugos, escuchad: es el quien os
dice: «quien me ve, ve a mi padre. Estas son otras tantas
manifestaciones de dios, otras tantas revelaciones de las perfecciones
divinas. las perfecciones de dios son en sí mismas tan
incomprensibles como la naturaleza divina; ¿quién de nosotros, por
ejemplo, ¿será capaz de comprender lo que es el amor divino? - es un
abismo, que sobrepuja a cuanto nosotros podemos comprender. pero
cuando vemos a cristo, que como dios es «una misma cosa con el
padre que tiene en sí la misma vida divina que el padre cuando le
vemos instruyendo a los hombres, muriendo en una cruz, dando su
vida por amor nuestro, e instituyendo la eucaristía, entonces
comprendemos la grandeza del amor de dios.
Así sucede con cada uno de los atributos de dios, con cada una de
sus perfecciones. cristo nos las revela, y «a medida que adelantamos
en su amor, nos hace calar más hondo en su misterio». si alguno me
ama y me recibe en mi humanidad, será amado de mi padre; yo le
amaré también, me manifestaré a Él en mi divinidad y le descubriré
sus secretos.
La vida ha sido manifestada, escribe san juan, y nosotros la hemos
visto; por esto somos testigos de ella y os anunciamos la vida eterna,
que estaba en el seno del padre y que se ha hecho sensible aquí
abajo en Jesucristo. de suerte que, para conocer e imitar a dios, no
tenemos más que conocer e imitar a su hijo, Jesús, que es la
expresión humana y divina a la vez de las perfecciones infinitas de su
padre: «quien me ve, ve a mi padre.
Cristo, nuestro modelo en su persona: dios perfecto; hombre perfecto;
la gracia, signo fundamental de semejanza con cristo, considerado en
su condición de hijo de dios, pero, ¿cómo y en qué orden de cosas
Jesucristo, el verbo encarnado, es nuestro modelo, ¿nuestro
ejemplar? cristo es modelo de dos maneras: en su persona y en sus
obras; en su condición de hijo de dios, y en su actividad humana,
porque es a la vez Hijo de dios e hijo del hombre, dios perfecto y
hombre perfecto. cristo es dios, dios perfecto.
Trasladémonos con la imaginación a la judea del tiempo de cristo. ha
cumplido ya una parte de su misión enseñando y realizando las
«obras de dios helo aquí después de un día de correrías apostólicas,
apartado de la turba, rodeado únicamente de sus discípulos. de pronto
les pregunta: «¿qué dicen los hombres de mí? los discípulos se hacen
eco de todos los rumores esparcidos en el pueblo. «maestro, se dice
que eres juan bautista, o Elías, o jeremías, o alguno de los profetas,
pero vosotros respondéis Jesús, ¿quién decís que soy yo?»- entonces
pedro, tomando la palabra, le dice: «tú eres cristo, el hijo de dios
vivo». y nuestro señor, confirmando el testimonio de su apóstol, le
contesta: «bienaventurado eres tú, pedro, porque no has llegado a
conocer lo que soy por una intuición natural, sino que te lo ha revelado
mi padre.
Cristo es, pues, el hijo de dios, «dios nacido de dios luz nacida de la
luz, dios verdadero salido del dios verdadero», como reza nuestro
credo. cristo, dice san pablo no creyó que era una usurpación por su
parte el considerarse igual al padre por otra parte, la voz del padre
eterno se hizo escuchar por tres veces y las tres para glorificar a
cristo, proclamándole su hijo, el hijo de sus complacencias, el órgano
de sus oráculos: «este es mi hijo muy querido, en quien me
complazco; oídle postrémonos en tierra como los discípulos que
oyeron en el tabor esta voz del padre; repitamos con pedro, inspirado
del cielo: «sí, tú eres el cristo, el verbo encarnado, verdadero dios,
igual a tu padre, dios perfecto, que tiene todos los atributos divinos; tú
eres, oh Jesús, como tu padre y con el espíritu santo el omnipotente y
el eterno; tú eres el amor infinito, yo creo en ti y te adoro, señor mío y
dios mío hijo de dios, cristo es también hijo del hombre, hombre
perfecto como, el hijo de dios se hizo carne; continuó siendo lo que
era, pero se unió a una naturaleza humana, completa como la nuestra,
íntegra en su esencia, con todas sus propiedades naturales; cristo
nació, como todos nosotros, «de una mujer pertenece auténticamente
a nuestra raza. con frecuencia se llama en el evangelio «el hijo del
hombre»; «ojos de carne le vieron, y manos humanas le tocaron y aun
el día siguiente de su resurrección gloriosa, hace experimentar al
apóstol incrédulo la realidad de su naturaleza humana: «palpad y ved,
porque los espíritus no tienen carne ni huesos como veis que yo tengo
tiene, como nosotros, un alma creada directamente por dios; un
cuerpo formado en las entrañas de la virgen; una inteligencia que
conoce, una voluntad que ama y elige; todas las facultades que
nosotros tenemos: la memoria, la imaginación; tiene pasiones, en el
sentido filosófico, elevado y noble de la palabra, en un sentido que
excluye todo desorden y toda flaqueza; pero estas pasiones se hallan
en el enteramente sometidas a la razón, sin que puedan ponerse en
movimiento sin un acto de su voluntad [la teología las llama
propasiones, a fin de indicar con este término especial su carácter de
trascendencia y de pureza. Su naturaleza humana es, pues, del todo
semejante a la nuestra, a la de sus hermanos, dice san pablo: «era
preciso que se asemejase en todo a sus hermanos excepto en el
pecado, Jesús no conoció ni el pecado ni nada de lo que es fuente o
consecuencia del pecado: la ignorancia el error, la enfermedad, cosas
todas indignas de su perfección, de su sabiduría, de su dignidad y de
su divinidad.
Pero nuestro divino salvador quiso padecer durante su vida mortal
nuestras flaquezas; todas las que eran compatibles con su santidad.
el evangelio nos lo muestra claramente, nada hay en la naturaleza del
hombre que Jesús no haya santificado. nuestros trabajos, nuestros
padecimientos, nuestras lágrimas, todo lo ha hecho suyo. miradle en
Nazaret: durante treinta años pasa su vida en un trabajo oscuro de
artesano, hasta el punto de que cuando comienza a predicar, sus
compatriotas se admiran porque nunca le han conocido más que como
hijo del carpintero: «¿de dónde le vienen a éste todas estas cosas?
¿acaso no es hijo de un carpintero? nuestro señor quiso sentir el
hambre como nosotros, después de haber ayunado en el desierto,
tuvo hambre padeció también la sed: ¿acaso no pidió de beber a la
samaritana? ¿acaso no exclamó en la cruz: «tengo sed» (experimentó
como nosotros la fatiga; los largos viajes a través de palestina
fatigaban sus miembros, cuando junto al pozo de Jacob pidió agua
para calmar su sed, ¿san juan nos dice que estaba fatigado? era la
hora de mediodía, después de haber caminado largo tiempo, se sienta
rendido al margen del pozo así, pues, según lo hace notar san Agustín
en el admirable comentario que nos dejó de esta escena evangélica:
«el que es la fuerza misma de dios se halla abrumado de cansancio. el
sueño cerró sus párpados; dormía en la nave cuando se levantó la
tempestad: «el en cambio dormía y dormía verdaderamente, de tal
manera que sus discípulos, temiendo que los tragasen las olas
furiosas, tuvieron necesidad de despertarlo.- lloró sobre Jerusalén su
patria a la que amaba a pesar de su ingratitud; el pensamiento de los
desastres que después de su muerte habían de venir sobre ella le
arranca lágrimas amargas y frases llenas de aflicción: «¡si tú
conocieses por lo menos en este día lo que puede atraerte la paz! lloró
a la muerte de su amigo lázaro como nosotros lloramos por aquellos a
quienes amamos, hasta el punto de que los judíos testigos de este
espectáculo se decían: «ved cómo le amaba cristo derramaba
lágrimas, no sólo porque convenía, sino porque tenía conmovido el
corazón; lloraba a su amigo, y sus lágrimas brotaban del fondo de su
alma. varias veces se dice también en el evangelio que su corazón
estaba conmovido por la compasión ¿qué más? experimentó también
sentimientos de tristeza, de tedio, de temor en su agonía cuando
estaba en el huerto de los olivos su alma quedó abrumada por la
tristeza y la angustia penetró en ella hasta el punto de hacerle lanzar
grandes gritos. todas las injurias, todos los golpes, todos los salivazos,
todas las afrentas que llovieron sobre Él durante su pasión, le hicieron
padecer inmensamente, las burlas, los insultos, no le dejaban
insensible, por el contrario, cuanto más perfecta era su naturaleza,
más delicada y más grande era su sensibilidad. viose abismada en el
dolor. en fin, después de haber tomado sobre sí todas nuestras
debilidades, después de haberse mostrado verdaderamente hombre y
semejante a nosotros en todas las cosas, quiso padecer la muerte
como los demás hijos de adán: «e inclinada la cabeza entregó su
espíritu.
Vemos, pues, que Jesucristo es nuestro modelo como hijo de dios y
como hijo del hombre al mismo tiempo. pero lo es sobre todo como
hijo de dios: esta condición de hijo de dios es lo que en el hay de
radical y fundamental; en eso ante todo debemos parecernos a Él.
Más ¿cómo podremos asemejarnos a Él en esto la filiación divina de
cristo es el tipo de nuestra filiación sobrenatural, su condición, ¿su
«ser» de hijo de dios es el ejemplar del estado a que debe elevarnos
la gracia santificante? cristo es hijo de dios por naturaleza y por
derecho, en virtud de la unión del verbo eterno con la naturaleza
humana. [es lo que se llama en teología la gracia de unión, en virtud
de la cual una naturaleza humana ha sido escogida para ser unida de
una manera inefable a una persona divina, el verbo, y hacer de ella la
humanidad de un dios. esta gracia es única y no se encuentra más
que en Jesucristo]. nosotros lo somos por adopción y por gracia, pero
realísimamente y con un título muy verdadero. cristo tiene, además, la
gracia santificante; la posee plenamente; a nosotros fluye de esta
plenitud con mayor o menor abundancia, pero la gracia de que está
saturada el alma creada de Jesús es sustancialmente la misma que
nos deifica a nosotros. santo Tomás dice que nuestra filiación divina
es una semejanza de la filiación eterna tal es la manera primordial y
sobre eminente como Jesucristo es nuestro ejemplar: en la
encarnación es constituido por derecho hijo de dios, nosotros
debemos llegar a serlo por la participación de la gracia que sale de el
y que, deificando la sustancia de nuestra alma, nos eleva al rango de
hijos de dios; éste es el rasgo primero y esencial de la semejanza que
debemos tener con Jesucristo el que es la base y condición de toda
nuestra actividad sobrenatural. si no poseemos en nosotros como
condición previa, esta gracia santificante, que es el signo fundamental
de semejanza con Jesús, el padre eterno no nos reconocerá por
suyos, y todo lo que hagamos en nuestra existencia, sin esa gracia, no
tendrá ningún mérito en orden a hacernos participar de la herencia
eterna: no seremos coherederos de cristo si no llegamos a ser sus
hermanos por la gracia Cristo nuestro modelo en sus obras y virtudes
cristo es también modelo por sus obras. ya hemos visto con cuánta
verdad fue hombre y sería menester decir también con cuánta verdad
obró cómo hombre. también en esto es nuestro señor para nosotros
un modelo acabado, y al mismo tiempo accesible, de toda santidad;
practicó en grado incomparable todas las virtudes que pueden adornar
la naturaleza humana o al menos todas aquellas que eran compatibles
con su naturaleza divina. bien sabéis que, con la gracia santificante, el
alma de cristo recibió el cortejo magnífico de las virtudes y de los
dones del espíritu santo; estas virtudes brotaban de la gracia como de
una fuente, y se exteriorizaban en toda su perfección durante la
existencia de Jesús. cierto, no tuvo la fe; esta virtud teologal no se da
más que en el alma que no goza todavía de la visión de dios; el alma
de cristo contemplaba a dios cara a cara, no podía, por tanto, creer en
el dios a quien veía; pero sí tuvo esa sumisión de voluntad que es
necesaria a la perfección de la fe, esa reverencia, esa adoración de
dios, verdad primera e infalible; esa disposición existía en el alma de
cristo en grado muy elevado.
Jesucristo no tenía tampoco, propiamente hablando, la virtud de la
esperanza: no le era posible esperar lo que ya poseía. la virtud
teologal de la esperanza nos hace suspirar por la posesión de dios,
dándonos al mismo tiempo la confianza de recibir las gracias
necesarias para poder conseguirla. el alma de cristo estaba llena de la
divinidad, merced a su unión con el verbo, y no podía, por tanto, tener
esa esperanza. la esperanza no existía en cristo sino en cuanto que
podía desear, y deseaba, efectivamente, la glorificación de su santa
humanidad, la gloria accidental que debía disfrutar después de su
resurrección: «padre glorifícame esta gloria la tenía ya en sí, como en
germen y raíz, desde el momento de la encarnación; consintió que
apareciera un instante en su transfiguración en el monte tabor, pero su
misión entre los hombres le obligaba a encubrir ese esplendor hasta
después de su muerte. también había ciertas gracias que Jesús pedía
a su padre; así, por ejemplo, en la resurrección de lázaro le vemos
dirigirse al padre con la más absoluta confianza: «padre, sé que
siempre me escuchas en cuanto a la caridad, la practicó en su grado
más sublime. el corazón de cristo es una inmensa hoguera de amor. el
gran amor de cristo es el amor que tiene a su padre: toda su vida
puede resumirse en estas palabras: «no busco sino lo que agrada a mi
padre meditemos durante la oración estas palabras; sólo por medio de
la oración podremos desvelar el misterio que encierran. ese amor
inefable, esa tendencia que orienta el alma de Jesucristo hacia su
padre, es la consecuencia necesaria de su unión hipostática. el hijo
pertenece todo «a su padre», como dicen los teólogos; aquí está su
esencia, si así puedo expresarme; la santa humanidad es arrastrada
por esa corriente divina; ha llegado a ser, por la encarnación, la propia
humanidad del hijo de dios, y, por tanto, toda entera, toda, es de dios;
de aquí que la disposición fundamental, el sentimiento radical y
habitual del alma de cristo es necesariamente éste: «yo vivo para mi
padre, amo a mi padre y porque ama a su padre, Jesús se entrega a
su voluntad; su primer acto, al entrar en este mundo, es un acto de
amor hacia el: «oh padre, aquí estoy para hacer tu voluntad. puede
decirse que toda su existencia sobre la tierra no es más que la
expresión continua de ese acto inicial; durante su vida, repite
continuamente que su alimento es hacer la voluntad de su padre por
eso cumple siempre cuanto a su padre agrada todo cuanto su padre
decretó sobre Él lo realizó hasta la última iota, es decir, hasta el menor
detalle finalmente, el amor de su padre es el que le hizo obediente
hasta la muerte de cruz. «para que conozca el mundo que amo al
padre, obro así no lo olvidemos; si Jesucristo pudo decir que «no hay
amor más grande que el que da su vida por sus amigos. sí es de fe
que murió «por nosotros y por nuestra salud» también es verdad que
ante todas las cosas dio su vida por amor a su padre; amándonos,
ama a su padre, y en su padre nos ve y nos encuentra; éstas son sus
propias palabras: «ruego por ellos, porque son tuyos sí, cristo nos
ama, porque nosotros somos hijos de su padre, y le pertenecemos.
nos ama con un amor inefable que supera cuanto podemos
sospechar, de tal manera que cada uno de nosotros puede decir con
san pablo: «me amó y porque me amó se entregó por mí nuestro
señor poseía también todas las demás virtudes: la dulzura y la
humildad: «aprended de mí que soy manso y humilde de corazón el
señor, en cuya presencia se dobla toda rodilla en el cielo y en la tierra,
se postra delante de sus discípulos para lavarles los pies. la
obediencia: se sometió a su madre y a san José; una frase del
evangelio resume su vida oculta en Nazaret: y les estaba sujeto
obedece a la ley mosaica; acude asiduamente a las reuniones del
templo, sujetase a los poderes legítimamente establecidos, declarando
que hay que «dar al césar lo que es del césar, empezando por pagar
el mismo el tributo. la paciencia: ¿cuántos testimonios no nos dio,
sobre todo durante su dolorosa pasión? su misericordia infinita con los
pecadores: recibe con bondad a la samaritana, a maría magdalena;
buen pastor, corre en busca de la oveja extraviada y la vuelve al redil.
está lleno de un celo ardiente por la gloria y los intereses de su padre;
ese celo es el que le hace arrojar del templo a los vendedores y lanzar
los anatemas sobre la hipocresía de los fariseos. su oración es
continua: «pasaba la noche en oración ¿quién podrá decir lo que era
este trato a solas del verbo encarnado con su padre, y el espíritu de
religión y de adoración que le animaba? en el, pues, florecen a su
tiempo todas las virtudes, para gloria de su padre y provecho nuestro.
bien sabéis que los antiguos patriarcas, antes de dejar la tierra, daban
a su hijo primogénito una bendición solemne, que era como la prenda
de las prosperidades celestiales para sus descendientes.- pues bien,
en el génesis leemos que el patriarca Isaac, antes de dar esa
bendición solemne a su hijo Jacob, le abrazó, y al respirar el aroma
que exhalaban sus vestidos, exclamó en el éxtasis de su alegría: «he
aquí el aroma que derrama mi hijo como el olor de un campo fecundo
que ha bendecido el señor y al punto, todo alborozado, pidió para su
hijo las más opulentas bendiciones de lo alto: «¡dios te conceda el
rocío del cielo; con la fecundidad de la tierra, te conceda abundancia
de pan y vino, los pueblos te sirvan, ¡las naciones se postren ante ti sé
señor de tus hermanos... el que te maldiga sea maldito y sea bendito
el que te bendiga! esta escena es una imagen del arrobamiento que
siente el padre al contemplar la humanidad de su hijo Jesús y de las
bendiciones espirituales que derrama sobre aquellos que permanecen
unidos a Él. el alma de cristo, semejante a un campo esmaltado de
flores, está adornada de todas las virtudes que embellecen la
naturaleza humana.
dios es infinito, y como tal, tiene exigencias infinitas; sin embargo, la
más sencilla de las acciones de Jesús era objeto de las
complacencias de su padre. cuando Jesucristo trabajaba en el pobre
taller de Nazaret, cuando conversaba con los hombres o tomaba la
comida con sus discípulos -cosas todas bien sencillas en apariencia-,
su padre le miraba y decía: «he aquí a mi hijo muy amado en quien
tengo todas mis complacencias y añadía: oídle es decir, contempladle
para imitarle: el es vuestro modelo, seguidle: Él es el camino y nadie
llega hasta mí sino por Él, nadie participará de mis bendiciones sino
en por qué yo le he dado la plenitud, así como le he destinado las
naciones de la tierra por herencia» (sal 2,8). ¿por qué se complacía el
padre eterno infinitamente en Jesús? -porque cristo lo hacía todo
perfectísimamente y sus actos eran la expresión de las más sublimes
virtudes; más, sobre todo, porque todas las acciones de cristo, sin
dejar de ser en sí acciones humanas, eran divinas por su principio. ¡oh
cristo Jesús, lleno de gracia y modelo de todas las virtudes, hijo muy
amado en quien el padre tiene sus complacencias, sed el único objeto
de mi contemplación y de mi amor; mire yo cuanto pasa "como si
fuese inmundicia" para no poner mi alegría sino en ti; procure sólo
imitarte, para ser, por ti y contigo, agradable al padre en todas las
cosas.
Nuestra imitación de cristo se realiza: por la gracia; por esa
disposición fundamental de dirigirlo todo a la gloria de su padre.
«christianus alter Christus al recorrer el evangelio de san juan, se
advierte la insistencia con que repite Jesucristo: «mi doctrina no es
mía» el hijo nada puede hacer por sí mismo yo nada puedo hacer por
mí mismo yo nada hago por mí mismo ¿quiere esto decir que
Jesucristo no tenía ni inteligencia, ni voluntad, ¿ni actividades
humanas? de ninguna manera; pensarlo sería una herejía; pero como
la humanidad de Jesús estaba hipostáticamente [palabra griega que
significa «por unión personal unida al verbo, en cristo no había
ninguna persona humana a que estas facultades pudieran adherirse;
no había en el más que una sola persona, la del verbo, que lo hace
todo en unión con su padre; todo en cristo dependía de un modo
absoluto de la divinidad; todo en el emanaba de la actividad de la
única persona que en Él había, la del verbo; y esta actividad, aun
cuando era inmediatamente realizada por la naturaleza humana, era
divina en su raíz y en su principio; por eso el padre eterno hallaba en
ella una gloria infinita y la hacía el objeto de todas sus complacencias.
¿pero podemos nosotros imitar esto? -sí, puesto que por la gracia
santificante participamos de la filiación divina de Jesús; por ella es
elevada soberanamente, y como divinizada en su principio, toda
nuestra actividad. no es necesario decir que, en el orden del ser,
nosotros conservamos siempre nuestra personalidad; permanecemos
por naturaleza puras criaturas humanas; nuestra unión con dios
mediante la gracia, por muy íntima y estrecha que llegue a ser, no
pasa de una unión accidental, no sustancial, pero cuanto más se
eclipse nuestra personalidad frente a la divinidad, en orden a la
actividad, tanto más perfecta será esa unión. si queremos que nada se
interponga entre dios y nosotros, que nada impida nuestra unión con
Él, que las bendiciones divinas desciendan sobre nuestra alma, no
solamente hemos de renunciar al pecado, a la imperfección, sino
también despojarnos de nuestra personalidad, en cuanto constituye un
obstáculo a la unión perfecta con dios. representa un obstáculo
cuando nuestro propio juicio, nuestra propia voluntad, nuestro amor
propio, nuestras suspicacias, nos hacen pensar y obrar de una
manera que no es la del padre celestial. creedme, nuestras faltas de
flaqueza, nuestras miserias, la esclavitud en que estamos respecto de
las cosas humanas, impiden infinitamente menos nuestra unión con
dios, que esa actitud habitual del alma que desea, por decirlo así,
guardar en toda la propiedad de su actividad. debemos, pues, no
aniquilar nuestra personalidad -lo cual ni sería posible ni agradable a
dios-, sino hacerla capitular, por decirlo así, de una manera
incondicional, ante la divina majestad; debemos ponerla a los pies de
dios y pedirle que sea, por su espíritu, como lo fue para la humanidad
de cristo, el motor primero de todos nuestros pensamientos, de todos
nuestros sentimientos, de todas nuestras palabras, de todas nuestras
acciones, de toda nuestra vida orígenes, homil.
Cuando un alma llega a despojarse de todo pecado, de todo apego a
sí misma y a la criatura; a destruir en ella, en cuanto es posible, todos
los móviles puramente naturales y humanos, para entregarse
completamente a la acción divina; a vivir en una dependencia absoluta
de días, de su voluntad, de sus mandamientos, del espíritu del
evangelio, a dirigirlo todo al padre celestial, entonces puede decir:
«dios me guía todo en mí viene de Él, estoy entre sus manos». esa
alma ha llegado a la imitación perfecta de cristo, de tal manera que su
vida es la reproducción misma de la vida de Jesucristo: vivo yo, mas
no yo, porque vive en mí cristo dios la guía y la gobierna, todo en ella
se mueve bajo el impulso divino; posee ya la santidad, que no es otra
cosa que la imitación la más perfecta posible de Jesucristo en su ser,
en su condición de hijo de dios, así como en su disposición habitual de
consagrar enteramente a su padre su persona y su actividad. no
pensemos que sea presunción de nuestra parte querer realizar un
ideal tan sublime, no, es el deseo mismo de dios, es su pensamiento
eterno sobre nosotros: «nos ha predestinado a ser semejantes a la
imagen de su hijo cuanto más conformes nos hagamos a su hijo, más
nos amará el padre, porque entonces estaremos más unidos a Él
cuando ve un alma completamente transformada en su hijo, rodéala
de una protección especialísima y de los cuidados más atentos de su
providencia; cólmala de sus bendiciones, sin poner nunca límites a la
comunicación de sus gracias. este es el secreto de las larguezas de
dios. ¡oh!, agradezcamos a nuestro padre celestial el habernos dado a
su hijo Jesucristo como modelo, de manera que no tengamos más que
mirarlo, para saber lo que debemos hacer: «oídle». cristo nos ha
dicho: «os he dado ejemplo para que hagáis lo que me habéis visto
hacer. Nos ha trazado un modelo para que sigamos sus huellas. Es el
único camino que hay que seguir: «yo soy el camino; el que le sigue,
no anda en tinieblas, sino que llega a la luz de la vida; he aquí el
modelo que nos revela la fe, modelo trascendente y al mismo tiempo
accesible: «mira y reproduce el modelo. el alma de nuestro señor
contemplaba a toda hora la esencia divina; con la misma mirada veía
el ideal que dios concebía para el género humano y cada una de sus
acciones era la expresión de ese ideal. levantemos, pues, los ojos,
pongamos todo nuestro empeño en conocer más y más a Jesucristo,
en estudiar su vida en el evangelio, en seguir sus misterios en el orden
admirable establecido por la iglesia misma en el proceso litúrgico,
desde adviento hasta pentecostés; abramos los ojos de nuestra fe y
vivamos de manera que reproduzcamos en nosotros los rasgos de ese
ejemplar y conformemos nuestra existencia con sus palabras y sus
actos. ese modelo es divino y visible, nos muestra a dios, obrando en
medio de nosotros y santificando en su humanidad todas nuestras
acciones, aun las más ordinarias, todos nuestros sentimientos, aun los
más íntimos, todos nuestros pesares, aun los más profundos.
contemplemos este modelo lleno de fe. a veces nos vemos tentados
de envidiar a los contemporáneos de Jesús que tuvieron la dicha de
verle, de seguirle y de oírle. pero la fe nos le hace ver también
presente con una presencia no menos eficaz para nuestras almas.
cristo mismo nos lo dijo: «bienaventurados los que creen en mí sin
haberme visto. Y es que quiso darnos a entender que no es menos
ventajoso para nosotros permanecer en contacto con Jesús por la fe,
que haberle visto corporalmente. aquel a quien vemos vivir y obrar
cuando leemos el evangelio, o cuando celebramos sus misterios, es el
mismo hijo de dios. tratándose de cristo, todo lo hemos dicho al
afirmar: «tú eres el hijo de dios vivo. he aquí el aspecto fundamental
del divino modelo de nuestras almas. contemplémosle, no con una
contemplación abstracta, teórica, superficial, fría, sino con una
contemplación amorosa, atenta a captar todos sus rasgos, para
reproducirlos en nuestra existencia. contemplemos sobre todo esta
disposición radical y primordial de cristo a vivir todo entero para su
padre, y hagamos que sea la nuestra. toda su vida puede resumirse
en este rasgo único: todas las virtudes de cristo son efecto de esa
«polarización» de su alma hacia el padre, y esa orientación no es más
que el fruto de la unión inefable, por virtud de la cual, en Jesús, toda
su humanidad es arrastrada por el empuje divino que lleva el hijo
hacia su padre. esto es lo que hace propiamente al cristiano; participar
primeramente por la gracia santificante de la filiación divina de cristo,
es decir, la imitación de Jesús, en su condición de hijo de dios; y
después reproducir por nuestras virtudes los rasgos de ese arquetipo
único de perfección, esto es, la imitación de Jesús en sus obras.- todo
esto nos lo indica san pablo al decirnos que debemos «formar a cristo
en nosotros; que «debemos revestirnos de cristo, que debemos
«imprimir en nosotros la imagen de cristo.
El cristiano es un nuevo cristo christianus, alter Christus. esta es la
definición del cristiano que ha dado, si no en los mismos términos, al
menos en una expresión equivalente, la tradición entera. - un fiel
trasunto de cristo. «un nuevo cristo» porque el cristiano es ante todas
las cosas, mediante la gracia, hijo del padre celestial y hermano de
cristo en la tierra, para ser coheredero en el cielo: «un nuevo cristo»
porque toda su actividad pensamientos, deseos, acciones- tiene su
raíz en esa gracia, para ejercitarse según los deseos, los
pensamientos y los sentimientos de Jesús, y en conformidad con sus
acciones.
La fe en Jesucristo
la fe, primera disposición del alma, y cimiento de la vida sobrenatural
en las pláticas anteriores, que forman como una exposición de
conjunto, he procurado explicaros la economía de los divinos
designios, considerada en sí misma. hemos contemplado el plan
eterno de nuestra predestinación adoptiva en Jesucristo: la realización
de ese plan por la encarnación, siendo cristo, hijo del padre, a la vez
nuestro modelo, nuestra redención y nuestra vida hemos tratado en fin
de la misión de la iglesia, que, guiada por el espíritu santo, prosigue
en el mundo, la obra santificadora del salvador. la excelsa figura de
cristo domina todo este plan divino; en ella se fijan las ideas eternas;
él es el alfa y la omega. antes de su encarnación en el convergen las
figuras, símbolos, ritos y profecías, y después de su venida, todo
también está supeditado a él; es verdaderamente «el eje del plan
divino. también hemos visto cómo ocupa el centro de la vida
sobrenatural. Lo sobrenatural se encuentra primeramente en el:
hombre dios, humanidad perfecta, indisolublemente unida a una
persona divina, posee la plenitud de la gracia y de los celestiales
tesoros, de los cuales mereció por su pasión y muerte ser constituido
dispensador universal.
Él es el camino, el único camino para llegar al padre eterno; el que no
anda por Él, se extravía». «nadie llega al padre si no va a través del
hijo; fuera de ese fundamento por dios preestablecido, no hay nada
firme». «nadie puede edificar sobre otra base sin ese redentor y la fe
en sus méritos, no hay salvación posible, y menos todavía santidad
Cristo Jesús es la única senda, la única verdad, la única vida. quien se
aparta de ese camino, se aparta de la verdad, y busca en vano la vida:
«quien tiene al hijo tiene la vida, y quien no tiene al hijo carece de ella.
vivir sobrenaturalmente es participar de esa vida divina, de la que
cristo es el depositario. de él nos viene el ser hijos adoptivos de dios, y
no lo somos sino en la medida en que somos conformes al que es por
derecho hijo verdadero y único del padre, pero que quiere tener con él
una multitud de hermanos por la gracia santificante. a esto se reduce
toda la obra sobrenatural considerada desde el punto de vista de dios.
cristo vino a la tierra a realizarla: «para que alcanzáramos la dignidad
de hijos adoptivos; para eso también transfirió a la iglesia todos sus
tesoros y poderes, enviándola de continuo el «espíritu de verdad» y de
santificación para que dirija, guíe y perfeccione con su acción la obra
santificadora hasta que el cuerpo místico llegue, al fin de los tiempos,
a su entera perfección. la bienaventuranza misma, fin de nuestra
sobrenatural adopción, no es sino una herencia que cristo ha tenido a
bien compartir con nosotros: «herederos de dios, coherederos de
cristo. de modo que cristo es, y seguirá siendo, el único objeto de las
divinas complacencias; y si un mismo amor abarca con eterna mirada
a todos los elegidos que forman su reino, es sólo por él y en él. Cristo
ayer y hoy; cristo por los siglos de los siglos.
He aquí lo que hasta ahora hemos considerado. pero de bien poco
nos serviría el entretenernos en contemplar de una forma
exclusivamente teórica y abstracta este plan divino en el que
resplandece la sabiduría y bondad de nuestro dios.
Hemos de adaptarnos prácticamente a ese plan, so pena de no
pertenecer al reino de cristo; de esto precisamente nos ocuparemos
en las siguientes pláticas. me esforzaré en mostraros de qué forma la
gracia toma posesión de nuestras almas por el bautismo; la obra de
dios que se va elaborando en nosotros; las condiciones de nuestra
cooperación personal como criaturas libres, de modo que nos
hagamos lo más dignos que sea posible de participar activamente de
la vida divina.
Vamos a ver cómo el fundamento de todo este edificio espiritual es la
fe en la divinidad de nuestro señor, y cómo el bautismo, puerta de
todos los sacramentos, imprime en toda nuestra existencia un doble
carácter, de muerte y de vida: «de muerte al pecado» y de «vida en
dios. en el admirable discurso que pronunció en la última cena, la
víspera de morir, y en el que parece descorrió el señor un poquito el
velo que nos oculta los secretos de la vida divina, nos dijo Jesús que
«es una gloria para su padre el que demos frutos abundantes.
procuremos desarrollar en nosotros esta cualidad de hijos de dios
cuanto podamos, porque así nos conformaremos con los designios
eternos: pidamos a cristo, hijo único del padre, y modelo nuestro, que
nos enseñe prácticamente, no sólo cómo vive el en nosotros, sino
también cómo hemos nosotros de vivir en él; porque ahí está el
secreto, ése es el único medio a nuestro alcance para ponernos en
disposición de poder rendir los frutos copiosos por los cuales el padre
podrá considerarnos como a hijos suyos muy queridos. «si alguien
permanece en mí y yo en Él, ese tal dará fruto abundante. he dicho, y
quisiera que esa verdad quedase grabada en el fondo de vuestras
almas, que toda nuestra santidad consiste en participar de la santidad
de Jesucristo, hijo de dios. ¿de qué modo lograremos esa
participación? -recibiendo en nosotros al mismo Jesucristo, que es la
única fuente de esa santidad. san juan, hablando de la encarnación,
nos dice que «todos los que han recibido a Jesucristo han recibido el
poder de llegar a ser hijos de dios». pero, ¿cómo se recibe a cristo,
verbo humanado? primero y principalmente, por la fe: «a los que creen
en su persona. dísenos san juan, por tanto, que la fe en Jesucristo es
la que nos hace hijos de dios, y no de otro modo se expresa san pablo
cuando dice. «sois todos vosotros hijos de dios mediante la fe en
Jesucristo. En efecto, por medio de la fe en la divinidad de Jesucristo,
nos identificamos con él, le aceptamos tal cual es, hijo de dios y verbo
encarnado; la fe nos entrega a cristo; y Jesucristo, a su vez,
introduciéndonos en el dominio de lo, sobrenatural, nos presenta y
ofrece a su padre.- y cuanto más perfecta, profunda, viva y constante
sea la fe en la divinidad de cristo, tanto mayor derecho tendremos, en
calidad de hijos de dios, a la participación de la vida divina. recibiendo
a cristo por la fe, llegamos a ser por la gracia lo que el es por
naturaleza, hijos de dios; y entonces esa nuestra condición de hijos
reclama de parte del padre celestial una infusión de vida divina;
nuestra calidad de hijos de dios es como una oración continua: a ¡oh
padre santo, dadnos el pan nuestro de cada día, es decir, la vida
divina, ¡cuya plenitud reside en vuestro hijo!»
Hablemos, pues, de la fe. la fe constituye la primera disposición que
se exige de nosotros en nuestras relaciones con dios: el primer
contacto del hombre con dios es por la fe y san Pablo añade: es
necesario que los que aspiran a acercarse a dios empiecen por creer
ya que sin fe es imposible agradarle y más imposible aún el llegar a
gozar de su amistad y permanecer hijos suyos. Como veis, la materia
no es ya sólo importantísima sino vital. no comprenderemos nada de
la vida espiritual ni de la vida divina en nuestras almas, si no
advertimos que se halla toda ella «fundada en la fe en la convicción
íntima y profunda de la divinidad de Jesucristo. pues, como dice el
sagrado concilio de Trento: «la fe es raíz y fundamento de toda
justificación y, por consiguiente, de toda santidad. veamos ahora lo
que es la fe, su objeto y de qué forma se manifiesta.
Cristo exige la fe como condición previa de la unión con Él
consideremos lo que ocurría cuando Jesucristo vivía en judea.
veremos, al recorrer el relato de su vida en los evangelios, que es la fe
lo que ante todas las cosas reclama de cuantos a él se dirigen.
Leemos que cierto día dos ciegos le seguían gritando: hijo de David,
ten piedad de nosotros. Jesús deja que se le acerquen, y les dice:
¿creéis que puedo curaros?» a lo que responden: «sí, señor».
entonces tócales los ojos y les devuelve la vista, diciendo: «hágase
conforme a vuestra fe. del mismo modo, luego de su transfiguración,
encuentra, al pie de la montaña del tabor, a un padre que le suplica
que cure a su hijo poseído del demonio. y, ¿qué le dice Jesús? «si
puedes creer, todo es posible al que cree». no hizo falta más para que
el desventurado padre exclamara: «creo, señor, pero ayudad la
flaqueza de mi fe. y Jesús liberta al niño. al pedirle el jefe de la
sinagoga que resucite a su hija, no es otra la respuesta que éste
recibe de Jesucristo: cree tan sólo y será salvada, muy a menudo
resuena esta palabra en sus labios; frecuentemente le oímos decir:
«id, vuestra fe os ha salvado, vuestra fe os ha curado». se lo dice al
paralítico, se lo dice a la mujer enferma doce años hacía y que
acababa de ser curada por haber tocado con fe su manto. como
condición indispensable de sus milagros requiere la fe en el aun
tratándose de aquellos a quienes más ama. reparad en que cuando
marta, hermana de lázaro, su amigo, a quien pronto resucitará, le da a
entender que hubiera muy bien podido impedir la muerte de su
hermano, Jesucristo le dice que resucitará lázaro, pero quiere, antes
de obrar el prodigio, que marta haga un acto de fe en su persona: yo
soy la resurrección y la vida. ¿lo crees así? limita deliberadamente los
efectos de su poder allí donde no encuentra fe; el evangelio nos dice
expresamente que en Nazaret no hizo muchos milagros por razón de
la incredulidad de sus moradores. Diríase que la falta de fe paraliza, si
así puedo expresarme, la acción de cristo. en cambio, allí donde la
encuentra, nada sabe rehusar, y se complace en hacer públicamente
su elogio con verdadero calor. cierto día que Jesús estaba en
Cafarnaúm, un pagano, un oficial que mandaba una compañía de cien
hombres se le aproxima y le pide la curación de uno de sus servidores
enfermo. Dícele Jesús: iré y le curaré. pero el centurión le responde al
punto: «señor, no os toméis semejante molestia, que no soy digno de
que entréis en mi tienda; decid simplemente una palabra y curará mi
servidor; yo mismo tengo soldados a mis órdenes; y digo a éste: vete,
y va; a aquel otro: vente, y viene; a mi criado: haz esto, y lo hace. así,
también bastará que digáis vos una palabra, que conjuréis a la
enfermedad para que desaparezca, y desaparecerá». ¡qué fe la de
este pagano! por eso Jesucristo, aun antes de pronunciar la palabra
libertadora, manifiesta el gozo que semejante fe le causa: «en verdad,
que ni siquiera entre los hijos de Israel he podido encontrar una fe
semejante. debido a ello, vendrán los gentiles a tomar asiento en el
festín de la vida eterna, en el reino de los cielos, mientras que los hijos
de Israel, llamados los primeros al banquete, serán arrojados a causa
de su incredulidad». y dirigiéndose al centurión: «vete, le dice, y
suceda conforme has creído.
Tanto agrada a Jesús la fe, que ella acaba por obtener de él lo que no
entraba en sus intenciones conceder. tenemos de ello un ejemplo
admirable en la curación pedida por una mujer cananea. nuestro señor
había llegado a las fronteras de tiro y Sidón, región pagana.
habiéndole salido al encuentro una mujer de aquellos contornos,
comenzó a exclamar en alta voz: «tened piedad de mí, señor, hijo de
David; mi hija es cruelmente atormentada por el demonio. Jesús, al
principio, no le hace caso, y, en vista de ello, sus discípulos dicen:
despachadla pronto, después de otorgarle lo que pide pues no deja de
importunarnos con sus gritos. mi misión, les responde cristo, es la de
predicar solamente a los judíos. a sus apóstoles reservaba la
evangelización de los paganos. pero he aquí que la buena mujer se
postra a sus pies. señor, vuelve a decirle, socórreme. y Jesús vuelve
igualmente a replicar lo mismo que a los apóstoles, bien que,
empleando una locución proverbial, en uso por aquel entonces, para
distinguir a los judíos de los paganos. no es lícito tomar el pan de los
hijos para darlo a los perros». al oír esto, exclama ella, animada por su
fe: ·cierto, Señor; pero los cachorritos comen al menos las migajas
que caen de la mesa de sus amos. Jesús, conmovido ante semejante
fe, no puede menos de alabarla y concederle al punto lo que solicita:
«¡oh mujer, tu fe es grande; ¡hágase según tus deseos!» y a la misma
hora fue curada su hija trátase en la mayor parte de estos ejemplos,
sin duda ninguna, de curaciones corporales; pero del mismo modo, y
debido también a la fe, perdona nuestro señor los pecados y concede
la vida eterna. considerad lo que dice a magdalena, cuando la
pecadora se arroja a sus pies y los riega con sus lágrimas: «tus
pecados han sido perdonados». la remisión de los pecados es, a no
dudarlo, una gracia de orden puramente espiritual. ahora bien, ¿por
qué razón Jesucristo devuelve a magdalena la vida de la gracia? -por
su fe. Jesucristo Dícele exactamente las mismas palabras que a los
que curaba de sus enfermedades corporales: vete; tu fe te ha salvado
vengamos por fin, al calvario. ¡qué magnífica recompensa promete al
buen ladrón, atendiendo a su fe! probablemente era un bandido este
ladrón; pero en la cruz, y cuando todos los enemigos de cristo le
agobian con sus sarcasmos y mofas: si realmente es, como lo dijo, el
hijo de dios descienda de la cruz, y creeremos en él, el ladrón confiesa
la divinidad de cristo, al que ve abandonado de sus discípulos, y
muriendo en un madero, puesto que habla a Jesús de «su reino»,
precisamente en el momento en que va a morir, y le pide un asiento
en ese reino. ¡qué fe en el poder de cristo agonizante! ¡cómo le llega a
Jesucristo al corazón! «en verdad, tú estarás hoy conmigo en el
paraíso». le perdona sólo por esta fe todos sus pecados, y le promete
un lugar en su reino eterno. la fe era la primera virtud que nuestro
señor exigía de los que se le acercaban, y la primera que ahora
reclama de nosotros.
Cuando antes de su ascensión a los cielos envía a los apóstoles a
continuar su misión por el mundo, lo que exige es la fe; y podemos
decir que en ella cifra la realización de la vida cristiana: «id, enseñad a
todas las naciones... el que crea y sea bautizado, se salvará; el que no
crea, será condenado». ¿quiere esto decir que basta sólo la fe? -no;
los sacramentos y la observancia de los mandamientos son
igualmente necesarios, pero un hombre que no cree en Jesucristo,
nada tiene que ver con sus mandamientos ni con los sacramentos. por
otra parte, si nos acercamos a sus sacramentos, si observamos sus
preceptos, es debido a que creemos en Jesucristo; por consiguiente,
la fe es la base de nuestra vida sobrenatural.
La gloria de dios exige de nosotros que durante el tiempo de nuestra
vida terrenal le sirvamos en la fe. ese es el homenaje que espera de
nosotros y que constituye toda nuestra prueba, antes de llegar a la
meta final. llegará un día en que habremos de ver a dios cara a cara;
su gloria entonces consistirá en comunicarse plenamente en todo su
esplendor y en toda la claridad de su eterna bienaventuranza; pero
mientras estemos aquí abajo, entra en el plan divino que dios sea para
nosotros un dios oculto; aquí abajo, quiere dios ser conocido, adorado
y servido en la fe; cuanto más extensa, viva y práctica sea ésta, tanto
más agradables nos haremos a las divinas miradas.
Naturaleza de la fe: asentimiento al testimonio de dios proclamando
que Jesús es su hijo, pero me diréis: ¿en qué consiste la fe?
-hablando en general puede decirse que la fe es una adhesión de
nuestra inteligencia a la palabra de otro. cuando un hombre íntegro y
leal nos dice una cosa, la admitimos, tenemos fe en su palabra; dar su
palabra a alguien es darse uno mismo. la fe sobrenatural es la
adhesión de nuestra inteligencia, no a la palabra de un hombre, sino a
la palabra de dios. dios no puede ni engañarse ni engañarnos; la fe es
un homenaje que se tributa a dios considerado como verdad y
autoridad supremas. para que este homenaje sea digno de dios,
debemos someternos a la autoridad de su palabra, cualesquiera que
sean las dificultades que en ello encuentre nuestro espíritu. la palabra
divina nos afirma la existencia de misterios que superan nuestra
razón; la fe puede sernos exigida en cosas que los sentidos y la
experiencia parecen presentarnos de muy distinta manera a como nos
las presenta dios; pero dios exige que nuestra convicción en la
autoridad de su revelación sea tan absoluta, que, si toda la creación
nos afirmara lo contrario, dijéramos a dios, a pesar de todo: «dios mío,
creo, porque tú lo has dicho. creer, dice santo Tomás, es dar, bajo el
imperio de la voluntad, movida por la gracia, el asentimiento, la
adhesión de nuestra inteligencia a la verdad divina el espíritu es el
que cree, pero no por eso está ausente el corazón; y dios nos infunde
en el bautismo, para que cumplamos este acto de fe, un poder, una
fuerza, un hábito: la virtud de fe, por la cual se mueve nuestra
inteligencia a admitir el testimonio divino por amor a su veracidad. en
esto reside la esencia misma de la fe, bien que esta adhesión y este
amor comprendan, naturalmente, un número de grados infinito.-
cuando el amor que nos inclina a creer, nos arrastra de un modo
absoluto a la plena aceptación, teórica y práctica, del testimonio de
dios, nuestra fe es perfecta, y, como tal, obra y se manifiesta en la
caridad ahora bien, ¿cuál es, en concreto, ¿ese testimonio de dios que
debemos aceptar por la fe? -helo aquí, en resumen: que cristo Jesús
es su propio hijo, enviado para nuestra salvación y nuestra
santificación.
Sólo en tres ocasiones oyó el mundo la voz del padre, y las tres para
escuchar que cristo es su hijo, su único hijo, digno de toda
complacencia y de toda gloria: «escuchadle. Este es, según lo dijo
nuestro señor mismo, el testimonio de dios al mundo cuando le dio su
hijo. «el padre que me envió es quien dio testimonio de mí. Véase todo
el pasaje desde el y para confirmar este testimonio, dios ha dado a su
hijo el poder de obrar milagros: le ha resucitado de entre los muertos.
nuestro señor nos dice que la vida eterna está supeditada a la
aceptación plena de este testimonio. «esta es la voluntad del padre
que me envió: que todo el que vea y crea en el hijo, tenga la vida
eterna; e insiste con frecuencia sobre este punto: «en verdad os digo
que quienquiera que crea en aquel que me envió, tiene la vida
eterna... ha pasado de la muerte a la vida. abundando en el mismo
sentimiento, escribe san juan palabras como éstas, que no nos
cansaremos nunca de meditar: «tanto amó dios al mundo, que llegó a
darle su único hijo. ¿Y para qué se lo dio? para que todo el que crea
en el no, perezca, antes bien, tenga la vida eterna, y añade a guisa de
explicación: «pues no envió dios a su hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que por su medio el mundo se salve; quien cree en
él, no es condenado, pero el que no cree, ya está condenado por lo
mismo que no cree en el nombre del hijo unigénito de dios. Juzgar
tiene aquí, como hemos traducido, el sentido de condensar, y san juan
dice que quien no cree en cristo ya está condenado; fijaos bien en
esta expresión: «ya está condenado»; lo que equivale a enseñar que
el que no tiene fe en Jesucristo en vano procurará su salvación: su
causa está va desde ahora juzgada. el padre eterno quiere que la fe
en su hijo, por el enviado, sea la primera disposición de nuestra alma y
la base de nuestra salvación. «quien cree en el hijo tiene la vida
eterna, mas quien no cree en el hijo no verá la vida, sino que la ira de
dios permanece sobre Él, atribuye dios tal importancia a que creamos
en su hijo, que su cólera permanece -nótese el tiempo presente:
«permanece» desde ahora y siempre- sobre aquel que no cree en su
hijo. ¿qué significa todo esto? que la fe en la divinidad de Jesús es, en
conformidad con los designios del padre, el primer requisito para
participar de la vida divina; creer en la divinidad de Jesucristo implica
creer en todas las demás verdades reveladas. toda la revelación
puede considerarse contenida en este supremo testimonio que dios
nos da de que Jesucristo es su hijo; y toda la fe, puede decirse que se
halla igualmente implícita en la aceptación de este testimonio. sí, en
efecto, creemos en la divinidad de Jesucristo, por el hecho mismo
creemos en toda la revelación del antiguo testamento que encuentra
toda su razón de ser en cristo; admitimos también toda la revelación
del nuevo testamento, ya que todo cuanto nos enseñan los apóstoles
y la iglesia no es sino el desarrollo de la revelación de cristo. por tanto,
el que acepta la divinidad de cristo abraza, al mismo tiempo, el
conjunto de toda la revelación; Jesucristo es el verbo encarnado; el
verbo expresa a dios, tal cual dios es, todo lo que él sabe de dios; este
mismo verbo se encarna y se encarga de dar a conocer a dios en el
mundo y cuando mediante la fe recibimos a cristo, recibimos toda la
revelación. de modo que la convicción íntima de que nuestro señor es
verdaderamente dios constituye el primer fundamento de toda la vida
espiritual; si llegamos a comprender bien esta verdad y extraemos las
consecuencias prácticas en ella implicadas, nuestra vida interior
estará llena de luz y de fecundidad. la fe en la divinidad de Jesucristo
es el fundamento de nuestra vida interior; el cristianismo es la
aceptación de la divinidad de cristo en la encarnación
Insistamos algo más en esta importantísima verdad. durante la vida
mortal de Jesucristo, su divinidad estaba oculta bajo el velo de la
humanidad; era objeto de fe hasta para quienes vivían con él. Sin
duda que los judíos se percataban de la sublimidad de su doctrina.
¿qué hombre, ¿decían, ha hablado jamás como este hombre. Veían
obras que sólo dios puede hacer. pero veían también que cristo era
hombre; y nos dicen que ni sus mismos convecinos, que no le habían
conocido fuera del taller de Nazaret, creían en él, a pesar de todos sus
milagros. los apóstoles, aun cuando eran sus continuos oyentes, no
veían su divinidad. en el episodio mencionado ya, en el cual vemos a
nuestro señor preguntar a sus discípulos quién es el, le contesta san
pedro: tú eres cristo, hijo de dios vivo». pero nuestro señor advierte al
punto que san pedro no hablaba de aquel modo porque tuviera la
evidencia natural, sino únicamente por razón de una revelación hecha
por el padre; y a causa de esta revelación, le proclama
bienaventurado.
Más de una vez también, leemos en el evangelio, que contendían los
judíos entre sí con respecto a cristo.- por ejemplo: con ocasión de la
parábola del buen pastor que da la vida voluntariamente por sus
ovejas, decían unos: «está poseído del demonio; ha perdido el
sentido: ¿por qué le escucháis?» otros, en cambio, replicaban:
«reflexionemos un poco: ¿acaso sus palabras son las de un poseído
del demonio? y añadían, aludiendo al milagro del ciego de nacimiento
curado por Jesús algunos días antes: «¿por ventura un demonio
puede abrir los ojos de un ciego? algunos judíos, queriendo entonces
saber a qué atenerse, rodean a Jesús y le dicen: «¿hasta cuándo nos
vas a tener sin saber a qué carta quedarnos? si eres tú el cristo,
dínoslo francamente. y, ¿qué es lo que les responde Jesús nuestro
señor? ya os lo he dicho, y no me creéis, las obras que hago, en
nombre de mi padre dan testimonio de mí», y añade: «pero no me
creéis porque no sois del número de mis ovejas; mis ovejas oyen mi
voz; las conozco, y ellas me siguen, les he dado la vida eterna, y no
han de perecer nunca, ni nadie podrá arrebatármelas; nadie las
arrebatará de la mano de mi padre que me las ha dado, pues mi padre
y yo somos uno». entonces los judíos, tomándole por blasfemo, ya
que osaba proclamarse igual a dios, reúnen piedras para apedrearle. y
como Jesús les preguntara por qué obraban de semejante modo: «te
apedreamos, le responden, a causa de tus blasfemias, pues pretendes
ser dios, cuando no eres más que hombre». ¿cuál es la respuesta de
Jesús? ¿desmiente el reproche? -no; antes, al contrario, lo confirma,
certísimamente, es lo que piensan: igual al padre; han comprendido
bien sus palabras, pero se complace en afirmarlas de nuevo: es el hijo
de dios, «ya que, dice, hago las obras de mi padre, que me envió y
además por la naturaleza divina "el padre está en mí y yo en el padre".
así, pues, como veis, la fe en la divinidad de Jesucristo constituye para
nosotros, como para los judíos de su tiempo, el primer paso para la
vida divina: creer que Jesucristo es hijo de dios, dios en persona, es la
primera condición requerida para poder figurar en el número de sus
ovejas, para poder ser agradable a su padre. esto es, ciertamente, lo
que de nosotros reclama el padre: esta es la voluntad de Dios: «que
creáis en aquel a quien él ha enviado. No es otra cosa el cristianismo
sino la afirmación, con todas sus consecuencias doctrinales y
prácticas, aun las más remotas, de la divinidad de cristo en la
encarnación. el reinado de cristo, y con Él la santidad se establecen
en nosotros en la medida de la pureza, esplendor y plenitud de
nuestra fe en Jesucristo. reparad y veréis cómo la santidad es el
desenvolvimiento de nuestra condición de hijos de dios. ahora bien:
por la fe, sobre todo, nacemos a esa vida de gracia que nos hace hijos
de dios: «todo aquel que cree que Jesús es el cristo ese tal es hijo de
dios. no llegaremos a ser en realidad verdaderos hijos de dios,
mientras nuestra vida no se halle fundamentada en esta fe. el padre
nos da a su hijo a fin de que sea todo para nosotros: nuestro modelo,
nuestra santificación, nuestra vida: «recibid a mi hijo, pues en él lo
encontraréis todo»: ¿cómo juntamente con su hijo no nos iba a dar
todas las demás cosas? recibiéndole, me recibís a mí, y llegáis por
medio de él y en el a ser hijos míos amadísimos». que es lo mismo
que decía nuestro señor: «el que en mí cree, no solamente tiene fe en
mí, sino que ésta se remonta hasta el padre que me envió. leemos en
san juan: «si recibimos el testimonio de los hombres», si creemos
razonablemente lo que los hombres nos afirman, «todavía mucho
mayor que el testimonio humano es el testimonio de dios»; y,
repitámoslo una vez más: ese testimonio de dios no es otro que el
testimonio que el padre ha dado de que cristo es su hijo. «quien cree
en el hijo de dios, posee en sí mismo ese testimonio de dios; y, por el
contrario, quien no cree en el hijo, le tacha de mentiroso, ya que no
cree en el testimonio dado por dios respecto a su hijo. Estas palabras
encierran una profunda verdad. porque, ¿en qué consiste este
testimonio? en habernos dado dios la vida eterna que reside en el hijo;
de suerte que, quien tiene al hijo, tiene la vida; y quien no le tiene,
tampoco tiene la vida. ¿qué significan estas palabras? para
comprenderlo, debemos remontarnos apoyados en la luz de la
revelación, hasta la misma fuente de la vida en dios. toda la vida del
padre en la santísima trinidad consiste en «decir» su hijo, su verbo
-palabra-, en engendrar, mediante un acto único, simple, eterno, un
hijo semejante a él, al que pueda comunicar la plenitud de su ser y de
sus perfecciones. en esta palabra, infinita como el, en este verbo único
y eterno, no cesa el padre de reconocer a su hijo, su propia imagen,
«el esplendor de su gloria. Y toda palabra, todo testimonio que dios
nos da exteriormente sobre la divinidad de cristo, por ejemplo: Él que
nos dio en el bautismo de Jesús: «he ahí mi hijo amadísimo», no es
sino el eco en el mundo sensible del testimonio que se da el padre a sí
mismo en el santuario de la divinidad, expresado por una palabra en la
que todo él se encierra y que es su vida íntima por tanto, al recibir ese
testimonio del padre eterno, al decir a dios: «este niñito reclinado en
un pesebre es vuestro hijo; le adoro y me entrego todo a él; este
adolescente que trabaja en el taller de Nazaret es vuestro hijo; le
adoro; este hombre, crucificado en el calvario, es vuestro hijo; yo le
adoro; ese fragmento de pan son las apariencias bajo las que se
oculta vuestro hijo; le adoro en ellas», al decir a Jesucristo mismo:
«eres el cristo, hijo de dios», y al postrarnos ante él, rindiéndole todas
nuestras energías, cuando todas nuestras acciones están de acuerdo
con esta fe y brotan de la caridad, que hace perfecta la fe; entonces,
nuestra vida toda conviértese en eco de la vida del padre que
«expresa» eternamente a su hijo en una palabra infinita; porque
siendo esta «expresión» del hijo por parte del padre constante, no
cesando jamás, abarcando todos los tiempos, siendo un presente
eterno, al «expresar» nosotros nuestra fe en cristo, nos asociamos a la
misma vida eterna de dios. esto es lo que nos dice san juan: «el que
cree que Jesucristo es el hijo de dios, tiene el testimonio de dios
consigo», ese testimonio mediante el cual el padre dice su verbo.
Ejercicio de la virtud de la fe; fecundidad de la vida interior basada en
la fe por mucho que los multiplicáramos, no repetiríamos nunca
bastante estos actos de fe en la divinidad de cristo.- esta fe la hemos
recibido en el bautismo, y no debemos dejarla enterrada ni
adormecida en el fondo del corazón; antes por el contrario, hemos de
pedir a dios que nos la aumente; debemos ejercitarla nosotros
mismos, con la repetición de actos.- y cuanto más pura y viva sea,
tanto más penetrará nuestra existencia y tanto más sólida, verdadera,
luminosa, segura y fecunda será nuestra vida espiritual. pues la
convicción profunda de que cristo es dios y que nos ha sido dado,
contiene en sí toda nuestra vida espiritual: de esa íntima convicción
nace nuestra santidad como de su fuente, y cuando la fe es viva,
penetra por entre el velo de la humanidad que oculta a nuestras
miradas la divinidad de cristo. ora se nos muestre sobre un pesebre
bajo la forma de débil niño; ora en un taller de obrero; ora profeta,
blanco siempre de las contradicciones de sus enemigos; ora en las
ignominias de una muerte infame, o ya bajo las especies de pan y
vino, la fe nos dice con invariable certidumbre que siempre es el hijo
de dios, el mismo cristo, dios y hombre verdadero, igual al padre y al
espíritu santo en majestad, en poder, en sabiduría, en amor. cuando
llega a ser profunda esta convicción, entonces nos arrastra a un acto
de intensa adoración y de abandono en la voluntad de aquel que, bajo
el velo del hombre, permanece lo que es, dios todopoderoso y
perfección infinita. debemos, si no lo hemos hecho hasta ahora,
postrarnos a los pies de cristo, y decirle: Señor Jesús, verbo
encarnado, creo que eres dios; verdadero dios engendrado del dios
verdadero; no veo tu divinidad, pero desde el momento que tu padre
me dice: «este es mi hijo muy amado», creo y porque creo quiero
someterme todo entero a ti, cuerpo, alma, juicio, voluntad, corazón,
sensibilidad, imaginación, mis energías todas; quiero que en mí se
realicen las palabras del salmista: «que todas las cosas os estén
sometidas a título de homenaje; «todo lo rendiste a sus pies; quiero
que seas mi jefe, que tu evangelio sea mi luz, y tu voluntad mi guía; no
quiero ni pensar de otro modo que tú, pues eres verdad infalible, ni
obrar de otro modo que lo quieres tú, pues eres el único camino que
lleva al padre, ni buscar contento y alegría fuera de tu voluntad, ya que
eres la fuente misma de la vida. «poséeme todo entero, por tu espíritu,
para gloria del padre».-con este acto de fe, ponemos el verdadero
fundamento de nuestra vida espiritual: «nadie puede poner otro
fundamento que el ya puesto, esto es, cristo Jesús si renovamos con
frecuencia este acto, entonces, cristo como dice san pablo, «habita en
nuestros corazones, o lo que es lo mismo, reina de un modo
permanente, como maestro y rey de nuestras almas; llega, en una
palabra, a ser en nosotros, por medio de su espíritu, el principio de la
vida divina. renovemos, por consiguiente, lo más a menudo que
podamos, este acto de fe en la divinidad de Jesús, seguros de que,
cada vez que así lo hacemos, consolidamos más y más el fundamento
de nuestra vida espiritual, haciéndolo poco a poco inconmovible.- al
entrar en una iglesia y ver la lamparita que luce ante el sagrario, y
anuncia la presencia de Jesucristo, hijo de dios, sea nuestra
genuflexión algo más que una simple ceremonia hecha por rutina, sea
un homenaje de fe interna y de profunda adoración a nuestro señor,
cual si le viéramos en el esplendor de su gloria; al cantar o recitar en
el gloria de la misa todas estas alabanzas y estas súplicas a
Jesucristo: Señor Dios, hijo de Dios, cordero de dios, que a la diestra
del padre estás sentado. tú solo eres santo, tú solo señor, tú solo
altísimo, junto con el espíritu santo en la infinita gloria del Padre,
entonces, digo, salgan esas alabanzas antes del corazón que de los
labios; al leer el evangelio, hagámoslo con la convicción de que quien
en Él habla es el verbo de dios, luz y verdad infalibles que nos revela
los secretos de la divinidad, al cantar en el credo la generación eterna
del verbo, a la que había de unirse la humanidad, no nos detengamos
en la corteza del sentido de las palabras o en la belleza del canto; por
el contrario, escuchemos en ellas el eco de la voz del padre que
contempla a su hijo y atestigua que es igual a el: es tu, ego te da; al
cantar: y se encarnó», inclinemos interiormente todo nuestro ser en un
acto de anonadamiento ante el dios que se hizo hombre y en quien
puso el padre todas sus complacencias; al recibir a Jesús en la
eucaristía, lleguémonos con tan profunda reverencia cual si cara a
cara le viésemos presente. tales actos, repetidos, son muy agradables
al eterno padre, porque todas sus exigencias-y éstas son infinitas- se
compendian en un deseo ardiente de ver a su hijo glorificado. y cuanto
más oculta el hijo su divinidad y se rebaja por nuestro amor, más
profundamente debemos nosotros ensalzarle y rendirle homenaje
como a hijo de dios. ver glorificado a su hijo constituye el supremo
deseo del padre: «le glorifiqué y de nuevo le glorificaré: es una de las
tres palabras del padre eterno que el mundo escuchó: por ellas quiere
glorificar a Jesucristo, su hijo y su igual, honrando su humildad:
aporque se ha anonadado, hale el padre ensalzado y dándole un
nombre superior a todo nombre, a fin de que toda rodilla se doble ante
él, y toda lengua proclame que nuestro señor Jesucristo comparte la
gloria de su padre. debido a eso, cuanto más se humilló cristo
haciéndose pequeñito, ocultándose en Nazaret, sobrellevando las
flaquezas y miserias humanas que eran compatibles con su dignidad,
padeciendo como un malvado la muerte en el madero y ocultándose
en la eucaristía, cuanto más atacada y negada es su divinidad por
parte de los incrédulos, tanto más elevado ha de ser el lugar en que
nosotros le situemos en la gloria del padre y dentro de nuestro
corazón; más profundo el espíritu de intensa reverencia y completa
sumisión con que debemos darnos a él sin reservas, y más generoso
el trabajo con que nos consagremos sin descanso a la extensión de su
reino en las almas. tal es la verdadera fe, la fe perfecta en la divinidad
de Jesucristo, la que, convertida en amor, invade todo nuestro ser,
abarcando prácticamente todas las acciones y todo el complejo de
nuestra vida espiritual, y constituye como la base misma de nuestro
edificio sobrenatural, de toda nuestra santidad.
Para que sea verdaderamente fundamento, es preciso que la fe
informe y sostenga las obras que llevamos a cabo y se convierta en el
principio de todos nuestros progresos en la vida espiritual yo, dice san
pablo en su carta a los corintios, según la gracia que dios me ha dado,
eché en vosotros, cual perito arquitecto, el cimiento del espiritual
edificio, predicándoos a Jesús, miré bien cada uno cómo alza la
fábrica sobre ese fundamento.
Son nuestras obras las que forman y levantan este edificio espiritual.
san pablo dice además que «el justo vive de la fe es digno de notarse
que san pablo insiste en esta verdad en tres ocasiones: El justo es
aquel que, mediante la justificación recibida en el bautismo, ha sido
creado en la justicia y posee en sí la gracia de cristo y, conjuntamente,
las virtudes infusas de la fe, la esperanza y el amor; ese justo vive por
la fe. vivir es lo mismo que tener en sí un principio interior, fuente de
movimientos y operaciones. es cierto que el principio interior que ha
de animar nuestros actos para que sean actos de vida sobrenatural,
proporcionados a la bienaventuranza final, es la gracia santificante;
pero la fe es la que introduce al alma en la región de lo sobrenatural.
no seremos partícipes de la adopción divina mientras no recibamos a
cristo, ni recibiremos a cristo, sino por la fe. la fe en Jesucristo nos
conduce a la vida, a la justificación, mediante la gracia; por eso dice
san pablo que el justo vivirá de la fe. en la vida sobrenatural la fe en
Jesucristo es un poder tanto más activo cuanto más profundamente
arraigada se halle en el alma. la fe comienza por aceptar todas las
verdades que constituyen materia adecuada a esta virtud, y como para
ella cristo lo es todo, todo lo ve a través del prisma divino de cristo, y
de la persona misma de cristo desciende y se extiende sobre cuanto él
dijo, sobre cuanto hizo o llevó a cabo, sobre cuanto instituyó: la iglesia,
los sacramentos, sobre todo lo que constituye ese organismo
sobrenatural establecido por cristo para que vivan nuestras almas la
vida divina. Además, la íntima y profunda convicción que tenemos de
la divinidad de cristo, pone en movimiento nuestra actividad para
cumplir generosamente sus mandamientos, para permanecer
inquebrantables en la tentación: «fuertes en la fe para conservar la
esperanza y la caridad a pesar de todas las pruebas. ¡Oh, qué
intensidad de vida sobrenatural se encuentra en las almas
íntimamente convencidas de que Jesús es dios! ¡qué fuente tan
abundante de vida interior y de incesante apostolado es la persuasión,
cada día más fuerte y enraizada, ¡de que cristo es la santidad, la
sabiduría, el poder y la bondad por excelencia!... creo, Jesús mío, que
eres el hijo de dios vivo; creo sí, pero dígnate aumentar más todavía
los quilates de mi fe. por qué debemos tener fe viva, sobre todo en el
valor infinito de los méritos de cristo. cómo la fe es fuente de gozo hay
un punto sobre el cual deseo detenerme, porque más que otro alguno
debe constituir el objeto explícito de la fe si queremos vivir plenamente
de la vida divina: es la fe en el valor infinito de los méritos de
Jesucristo. ya he apuntado esta verdad al exponer cómo Jesucristo ha
constituido el precio infinito de nuestra santificación. pero al hablar de
la fe, importa volverlo a tratar, puesto que la fe es la que nos permite
aprovechar todas esas inagotables riquezas que dios nos otorga en
Jesús. dios nos legó un don inmenso en la persona de su hijo Jesús;
cristo es un relicario en el que se encierran todos los tesoros que han
podido reunir para nosotros la ciencia y la sabiduría divinas; el mismo,
con su pasión y su muerte, mereció el privilegio de poder hacernos a
nosotros partícipes de esas riquezas, y ahora vive en el cielo,
abogando de continuo por nosotros delante de su eteno Padre. Pero
es preciso que conozcamos el valor de este don y el uso que de Él
debemos hacer. cristo, con la plenitud de su santidad y el infinito valor
de sus merecimientos y de su crédito. constituye este don; pero este
don no nos será útil sino en proporción a la medida de nuestra fe. si
ésta es rica, viva, profunda, si está a la altura de tan excelso don, en
cuanto ello es posible a una criatura, no tendrán límites las
comunicaciones divinas hechas a nuestras almas por la humanidad
santa de Jesús; en cambio, si no tenemos un aprecio sin límites de los
méritos infinitos de cristo, es que nuestra fe en la divinidad de Jesús
no es bastante intensa, y cuantos dudan de esta divina eficacia
ignoran lo que significa la humanidad de un dios. debemos ejercitar a
menudo esta fe en los méritos y satisfacciones adquiridos por nuestro
señor para nuestra santificación.
cuando oramos, presentémonos al padre eteno con una confianza
inquebrantable en los merecimientos de su divino hijo: nuestro señor
lo ha pagado, saldado y adquirido todo; y «sin cesar interpela a su
padre por nosotros. Digamos en vista de esto al señor: «dios mío, yo
bien sé que soy un pobre miserable; que no hago más que aumentar
todos los días el número de mis pecados; sé que ante vuestra infinita
santidad, de mí mismo, no soy otra cosa sino cual lodo y barro ante el
sol; pero me prosterno ante vos; soy miembro, por la gracia, del
cuerpo místico de vuestro hijo, de vuestro hijo que me ha comunicado
esa misma gracia, luego de haberme rescatado con su sangre; ahora
que tengo la dicha de pertenecerle, no queráis arrojarme de la
presencia de vuestra divina faz. No, dios no puede arrojarnos cuando
así nos apoyamos en el valimiento de su hijo, pues el hijo trata de
igual a igual con el padre.- además, al reconocer de este modo que
nada valemos por nosotros mismos, ni somos capaces de hacer nada,
«sin mí nada podéis y que, en cambio, lo esperamos todo de cristo, en
particular aquello que nos es necesario para vivir de la vida divina,
«todo lo puedo en aquel que me conforta», reconocemos que ese
divino hijo lo es todo para nosotros, que fue constituido como nuestro
jefe y pontífice; y de este modo, afirma san juan, rendimos al padre
que ama al hijo, y quiere que todo nos venga por su hijo, «puesto que
le ha dado poder absoluto para lo referente a la vida de las almas, un
homenaje gratísimo; mientras que, por el contrario, el alma que no
tiene esa confianza absoluta en Jesús, no le reconoce plenamente por
lo que es: hijo muy amado del padre, y, por tanto, no ofrece tampoco
al padre esa glorificación que tanto apetece: el padre desea «que
todos den gloria al hijo como se la dan al padre. quien no dé gloria al
hijo, tampoco se la da al padre que le envió. igualmente, cuando nos
acerquemos al sacramento de la penitencia, tengamos gran fe en la
eficacia divina de la sangre de Jesús, esa sangre que lava entonces
nuestras almas de sus faltas, las purifica, renovando sus fuerzas y
devolviéndoles su prístina belleza, sangre que se nos aplica en el
momento de la absolución juntamente con los méritos de cristo y que
ha sido derramada en beneficio nuestro debido ai incomparable amor
de Jesús, méritos infinitos, sí, pero adquiridos al precio de
padecimientos increíbles y de afrentosas ignominias. ¡si conocieras el
don de dios! del mismo modo también, cuando asistís a la santa misa,
os halláis presentes al sacrificio conmemorativo del de la cruz; el
hombre dios se ofrece por nosotros en el altar como lo hizo en el
calvario. aunque difiera el modo de ofrecerse, el mismo cristo,
verdadero dios y verdadero hombre, se inmola sobre el altar para
hacernos partícipes de sus satisfacciones infinitas. si fuera nuestra fe
viva y profunda, ¡con qué reverencia asistiríamos a este sacrificio, y
con qué avidez santa acudiríamos todos los días en conformidad con
los deseos de nuestra santa madre la iglesia a la sagrada mesa para
unirnos con cristo!; ¡con qué confianza inquebrantable recibiríamos a
cristo en el momento en que se nos da todo entero, su humanidad y
su divinidad, sus tesoros y sus merecimientos; se nos da el mismo,
rescate del mundo, el hijo en quien dios puso todas sus
complacencias! «¡si conocieras el don de dios! cuando hacemos
frecuentes actos de fe en el poder de Jesucristo y en el valor de sus
merecimientos, nuestra vida se convierte en un cántico perpetuo de
alabanzas a la gloria de este pontífice supremo, mediador universal y
dador de toda gracia; con lo que entramos de lleno en los
pensamientos eternos, en el plan divino, y adaptamos nuestras almas
a las miras santificadoras de dios, al mismo tiempo que nos
asociamos a su voluntad de glorificar a su amantísimo hijo: «le
glorifiqué y de nuevo le glorificaré. acerquémonos, pues, a nuestro
señor; sólo él sabe decirnos palabras de vida eterna. recibámosle
primero con una fe viva, doquiera esté presente; en los sacramentos,
en la iglesia, en su cuerpo místico, en el prójimo, en su providencia,
que dirige o permite todos los acontecimientos, incluso los adversos;
recibámosle, cualquiera que sea la forma que toma y el momento en
que viene, con una adhesión entera a su divina palabra y una entrega
completa a su servicio. en esto consiste la santidad. todos hemos
leído en el evangelio el episodio, referido por san juan con detalles
deliciosos, de la curación del ciego de nacimiento. luego que fue
curado por Jesús, en día de sábado, le interrogan repetidas veces los
fariseos enemigos del salvador; quieren hacerle confesar que cristo no
es profeta, ya que no observa el reposo que la ley de moisés prescribe
el día de sábado. pero el pobre ciego no sabe gran cosa;
invariablemente responde que cierto hombre llamado Jesús le ha
sanado enviándole a lavarse en una fuente; es todo cuanto sabe y lo
que en un principio les contesta. los fariseos no le pueden sonsacar
nada contra cristo y acaban por arrojarle de la sinagoga porque afirma
que nunca se oyó decir que haya un hombre abierto los ojos a un
ciego, y que, por tanto, Jesús debe ser el enviado de dios. habiendo
llegado a oído de nuestro señor esta expulsión, haciéndose el
encontradizo con Él, le pregunta: «¿crees en el hijo de dios?»
-responde el ciego: «¿quién es, señor, ¿para que yo crea en el?» ¡qué
prontitud de alma! Dícele Jesús: le viste ya, y es el mismo que está
hablando contigo. y al punto, el pobre ciego da fe a la palabra de
cristo: Creo, Señor, y en la intensidad de su fe, se postra a los pies de
Jesús para adorarle; abraza los pies de Jesús, y en Jesús, la obra
entera de cristo. el ciego de nacimiento es la imagen de nuestra alma
curada por Jesús, libertada de las tinieblas eternas y devuelta a la luz
por la gracia del verbo encarnado. doquiera, pues, que se le presente
cristo, ha de decir: «¿quién es, señor, ¿para que crea en él? Y luego
inmediatamente deberá entregarse del todo a cristo, a su servicio, a
los intereses de su gloria, que es también la del padre. obrando
siempre de este modo, llegamos a vivir de la fe; cristo habita y reina
en nosotros, y su divinidad es, por medio de la fe, principio de toda
nuestra vida. esta fe, que se completa y se manifiesta por medio del
amor, es además para nosotros fuente y manantial de alegría. dijo
nuestro señor: «bienaventurados aquellos que no vieron y creyeron, y
dijo estas palabras, no para sus discípulos, sino más bien para
nosotros. pero, ¿por qué proclama nuestro señor «bienaventurados» a
los que en el creen? la fe es causa de alegría, por cuanto nos hace
participar de la ciencia de cristo. él es el verbo eterno, que nos ha
enseñado los secretos divinos. «el unigénito que habita en el seno del
padre es quien le dio a conocer creyendo lo que nos ha dicho tenemos
la misma ciencia que él; la fe es fuente de alegría, porque lo es
también de luz y de verdad, que es el bien de la inteligencia. es
además fuente de alegría, por cuanto nos permite poseer en germen
los bienes futuros; es «sustancia de las realidades eternas que nos
han sido prometidas. nos lo dice Jesucristo mismo: «aquel que cree en
el hijo de dios, tiene vida eterna reparad en el tiempo presente
«tiene»; no habla en futuro «tendrán, sino que habla como de un bien
cuya posesión se halla ya asegurada. Todo este artículo merece
leerse]; del mismo modo que vimos cómo, aludiendo al que no cree
dice que ya «está» juzgado. la fe es una semilla, y toda semilla lleva
en sí el germen de la producción futura. con tal de apartar de ella todo
aquello que la pueda menoscabar, empailar y empequeñecer; con tal
de desarrollarla por la oración y el ejercicio; con tal de proporcionarla
constantemente ocasión de manifestarse en el amor, la fe pone a
nuestra disposición la sustancia de los bienes venideros y hace nacer
una esperanza inquebrantable: quien cree en él, no será confundido.
permanezcamos, como dice san pablo, «cimentados en la fe fundados
en cristo y afianzados en la fe»: «puesto que habéis recibido a
Jesucristo nuestro señor, andad en él, injertados en su raíz, y
edificados sobre él y robustecidos en la fe, como así lo habéis
aprendido. permanezcamos, pues, firmes; porque esta fe ha de verse
probada por este siglo de incredulidad, de blasfemia, de escepticismo,
de naturalismo, de respeto humano, que nos rodea con su ambiente
malsano. sí estamos firmes en la fe, dice san pedro -el príncipe de los
apóstoles, sobre quien cristo fundó su iglesia al proclamar aquel que
cristo era hijo de dios- nuestra fe será «un título de alabanza, de honor
y de gloria cuando aparezca Jesús, en quien creéis y a quien amáis
sin haberle visto nunca vuestros ojos, pero en quien no podéis creer
sin que este acto de fe haga brotar en vuestros corazones la fuente
inagotable de una alegría inefable, ya que el fin y el premio de esta
vida es la salvación, y, de consiguiente, la santidad de vuestras almas.

También podría gustarte