Luces y Sombras de Dostoievski

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Luces y sombras de Dostoievski

“El verdadero profeta del siglo XIX no fue Karl Marx, sino Dostoievski”,
dijo una vez Albert Camus. Homenajeamos la obra e influencia del
escritor ruso que, aún hoy, contribuye a seguir repensando los rincones
más luminosos y oscuros de la existencia humana.

“Como el descubrimiento del amor, como el descubrimiento del mar, el


descubrimiento de Dostoievski marca una fecha memorable de nuestra vida”,
dijo Jorge Luis Borges cuando prologó Los demonios (1872), una de las
novelas más importantes del escritor ruso y en la que dejaría en claro muchas
de sus ideas acerca de la revolución.

Junto con Aleksandr Pushkin, León Tolstói, Iván Turguénev y Antón Chéjov, Fiódor
Mijáilovich Dostoievski fue uno de los autores más notables que definió la literatura rusa
del siglo XIX.

Los primeros años de Fiódor


Hijo de un médico terrateniente muy severo y una madre sobreprotectora, fue el segundo de
siete hermanos, cuyos primeros años transcurrieron en Moscú, ciudad en la que nació, el 11 de
noviembre de 1821. El maltrato y hostigamiento que el padre ejercía sobre sus empleados
campesinos despertaron en el joven Fiódor una conciencia sobre la diferencia de clases.
Luego de la prematura muerte de su madre, el viudo cayó en una profunda depresión y se
abandonó al alcoholismo. Pero envió a su hijo a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo, en
1838. Sin embargo, Fiódor sabía que su pasión era la literatura y el mundo de las ideas.
Durante su internado, llegó la noticia de que su padre había fallecido; según se comentó, a
causa de una revuelta de sus propios empleados.

En 1843, con título de Ingeniero en mano, decidió permanecer en San Petersburgo, pero para
desarrollar su verdadera vocación literaria. Y comenzó como traductor de la obra Eugenia
Grandet, de Honoré de Balzac, quien estuvo de visita ese año en la misma ciudad. La experiencia
fue tan enriquecedora que lo animó a dar el siguiente paso: la redacción de su propia y primera
novela, Pobres gentes (1846). Con esta pieza epistolar, y con 24 años de edad, logró el
reconocimiento de lectores y críticos. Sin embargo, sus libros posteriores —El
doble (1846), Noches blancas (1848) y Niétochka Nezvánova (1849)— no obtuvieron el mismo
éxito. Durante estos años, aparecieron sus primeros síntomas y ataques de epilepsia que lo
acompañaron el resto de su vida.

Además, empezó a frecuentar el llamado Círculo Petrashevski: un grupo de intelectuales


liberales —con el político y jurista Mijaíl Petrashevski como líder— que se oponían a los
tiránicos gobierno zaristas. Esto le valió el arresto por conspirar contra el zar Nicolás I. Cuando
creyó que sería ejecutado, se le informó que su pena estaba resuelta a cuatro años de trabajo
forzado en Siberia, experiencia que registró en la novela Recuerdos de la casa de los
muertos (1862). Con esta publicación, Dostoievski volvió a brillar y a recuperar su celebridad
literaria.
La revelación de Siberia
La sensación de haber estado tan cerca de la muerte, y la convivencia con ladrones y asesinos
durante esos cuatro años de prisión hizo que el autor repensara y se replanteara muchas de sus
convicciones. En una carta a uno de sus hermanos expresó:

“No puedo creer todo el tiempo que perdí. A partir de ahora cambiaré mi vida, naceré
bajo una nueva forma. Volveré a nacer y mejoraré”. Siberia, para Dostoievski, fue un
auténtico despertar y aprovechó ese momento para comprender, una vez más, los
misterios de la condición humana que tanto le obsesionaban.

En 1854 había sido liberado, pero lo obligaron a permanecer seis años más para servir al
ejército ruso. Allí conoció a su primera mujer, María, con quien se unió en matrimonio y regresó
a la ciudad de San Petersburgo. Sin embargo, sin dinero y con una muy mala salud, viajó por
Europa en busca de mejores oportunidades.

En París conoció a otra mujer, Polina, con quien comenzó un turbulento romance y, para
agasajarla, se le ocurrió hacer dinero fácil con el juego. Con el tiempo, esta actividad se convirtió
en una ludopatía que ya nunca pudo superar. Continuó viajando un poco más, gastando las
últimas monedas y ganando solo deudas en sus apuestas. Sin nada, volvió a Rusia, mientras
María padecía la etapa final de la tuberculosis que contrajo en Siberia. En ese tiempo,
Dostoievski escribió Memorias del subsuelo y, poco tiempo después, enviudó. En esa novela,
abandonó los ideales abstractos de los héroes que componían otros escritores, para pasar a
escribir las oscuridades del alma humana que vivía día a día, y lo difícil y cruel que puede ser el
mundo moderno que le tocó vivir. Recibió una tibia repercusión y todo tipo de críticas.

Mientras tanto, el cambio interior de Dostoievski fue más allá: se aferró al cristianismo y
comenzó a criticar las ideas socialistas que años antes había defendido. Su crítica puede leerse
en muchos de sus textos, como la novela prologada por Borges, Los demonios, y Diario de un
escritor, un conjunto de notas que escribió hasta sus últimos días, en el que intentó moldear la
opinión pública con sus opiniones políticas. El autor fundamentó este cambio, entendiendo que
Rusia era esencialmente cristiana-ortodoxa, campesina y con una burguesía muy poco
desarrollada. Por eso, el liberalismo, el anarquismo y el socialismo —herencias de Occidente—
no se bien aplicarían en su tierra. Creyendo que la perfección de Dios era la clave para la
salvación espiritual, continuó escribiendo para reflexionar sobre el futuro de la humanidad y las
injusticias sociales: las dos cuestiones que más le preocupaban. Así, llegaron nuevos cuentos,
ensayos y las novelas que lo consagraron definitivamente como uno de los grandes escritores
de su siglo, entre ellas: Crimen y castigo (1866), El jugador (1867); El idiota (1868); Los
hermanos Karamázov (1880).

Su obra maestra
Con estas obras, Dostoievski continuó explorando sus ideas filosóficas, psicológicas y éticas. En
su famosa novela, Crimen y castigo, la culpa, la moral, el delirio, la justicia, el perdón y el mal
son los grandes temas que recorren la historia de Raskolnikov, su personaje protagonista,
convirtiéndolo en un fenómeno universal. Esto despertó una suerte de dostoievskimanía, la cual
logró romper las barreras del tiempo, para continuar sumando nuevas interpretaciones desde su
publicación.

“Crimen y castigo, como novela, es más inteligente que Dostoievski. Porque se trata de ese tipo
de libros que a través de la historia, se ha leído de diversos modos, como sucede siempre con
los grandes libros. Y este admite muchos matices. Algunos la leyeron como una crítica a los
jóvenes anarquistas que tenían una rebeldía la cual, para el autor, era estéril. Entonces, creó el
personaje de Raskolnikov para mofarse de este tipo de anarquistas”, dijo una vez el escritor
mexicano, Juan Villoro. Y agregó: “En ruso, „raskol‟ significa „rebelde‟. De modo que Raskolnikov
vendría a ser algo así como „el rebeldón‟. Ya en su nombre tiene una burla. Para Dostoievski, es
un hombre sin ética: alguien que considera que, como Dios no existe, todo está permitido”.

Sin embargo, y con respecto a los diferentes modos de leer, los franceses existencialistas del
siglo XX —con Sartre a la cabeza— tuvieron su propia compresión. “Para ellos, la historia de
Dostoievski tiene que ver con un desafío de la elección individual. Los existencialistas dicen que
la ética del hombre moderno consiste en considerar que, aunque Dios no exista, no todo está
permitido. Es decir, vivir conforme a un tribunal interior y no conforme a un tribunal divino o
exterior”, señaló Villoro.

Dostoievski y el cine
El cine también tuvo su propia mirada e interpretaciones de la obra de Dostoievski. Y es que
sus libros inspiraron a más de una generación y, sobre todo, por su temática
tan humana como universal. Crimen y castigo, por ejemplo, puede rastrearse tanto en
transposiciones más “fieles” al libro, como en intertextualidades más autorales por parte de
distintos directores.

En el primer caso, las versiones homónimas del austríaco Josef von Sternberg (1935) o del
norteamericano Joseph Sargent (1998), por ejemplo, construyen representaciones que no se
corren demasiado de la pieza literaria de Dostoievski. En cambio, en Crimen y pecados (1989),
de Woody Allen, el director retoma el espíritu de la novela rusa, para crear con su lenguaje y
estilo cinematográficos, un montaje de historias que dejan al descubierto los ángeles y
demonios de la vida humana.

Otras películas imperdibles que continúan perpetuando las ideas de Dostoievski: El idiota (1951),
del japonés Akira Kurosawa; Noches blancas (1957) de Luchino Visconti; Los hermanos
Karamázov (1958), de Richard Brooks; Los poseídos (Los demonios) (1987), de Andrzej Wajda; El
jugador (1997), de Karoly Makk.

El fin no justifica los medios


“El verdadero profeta del siglo XIX no fue Karl Marx, sino Dostoievski”, dijo una vez Albert
Camus. La sentencia de este escritor francés refiere a lo que el autor ruso presentía con respecto
al futuro de Rusia —sabiendo que el régimen zarista empezaba a tambalear—, si los grupos
revolucionarios radicales y nihilistas —según los denominaban— se hacían del poder. Como
dicen algunos expertos en su obra, como Nelly Prigorian, “el autor no intentó hacer
una crítica de las ideologías en sí, sino de los sistemas de poder que tejen sus redes en función
del poder mismo. Nada vale en esos sistemas y todo se vale. No hay límites y el fin justifica los
medios, aun si el medio son vidas humanas. Es por eso que Dostoievski se opone a ese nihilismo
que no es mera negación de los valores en general, sino la negación en relación con el hombre”.

En los cuadernos de notas de Los demonios, Dostoievski expresó que fue “su propia generación,
con su europeísmo libertario de juventud, la que había engendrado a la joven generación
terrorista”. Con esto se refería al asesinato de un estudiante de Agronomía de Moscú por
cuestionar las ideas del revolucionario extremista Serguéi Nechaev. Esa era la dicotomía de la
que hablaba el autor ruso: el fin no justifica los medios y la revolución no puede llevar a una
nueva autocracia. Tal vez anticipó ciertos momentos que acontecieron luego de la Revolución
de Octubre y sobran ejemplos en la historia universal. Por eso Camus señaló al autor como un
auténtico profeta.
“La belleza salvará al mundo"
Con su segundo matrimonio tuvo cuatro hijos y, aunque solo dos de ellos llegaron a la vida
adulta, logró tener cierta estabilidad emocional con su última mujer: Anna Dostoyévskaya, quien
trabajó como taquígrafa cuando el autor escribió El jugador para pagar varias de sus deudas.
Pero la presión de los acreedores, su adicción al juego y el empeoramiento de la epilepsia
debilitaron la frágil salud del escritor. Con 59 años de edad, y debido a hemorragias internas por
su enfermedad mal tratada, Fiódor Dostoievski murió en su casa de San Petersburgo, el 9 de
febrero de 1881.

“El hombre puede vivir sin ciencia, puede vivir sin pan, pero sin belleza no podría seguir
viviendo, porque no habría nada más que hacer en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la
historia está aquí”, dijo Dostoyevski, “La belleza salvará al mundo”. Y sus ideas continúan, a 139
años de su fallecimiento, en el imaginario colectivo de quienes apuestan a cambiar, de quienes
creen que en la bondad y la belleza hay libertad y esperanza; pero sin perder lo más preciado
que pueden tener los hombres y mujeres que construyen ese mundo: su fraterna humanidad.

https://www.cultura.gob.ar/luces-y-sombras-de-dostoievski-8747/

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