TFG Una 1976-2012
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Según los hallazgos aportados en esta investigación, en Costa Rica “hay un total de
329 núcleos protestante registrados”, distribuidos entre las siguientes organizaciones:
1
Asdrúbal Alfaro et all. Presencia de las Iglesias Cristianas en Costa Rica. Tesis de Licenciatura en Teología,
(Heredia: Universidad Nacional de Costa Rica, 1976).
2
Ibídem., 18.
Una observación interesante que se desprende de este trabajo, es que la mayor
agrupación de núcleos protestantes, después de San José que ocupaba el primer lugar (35%
de los núcleos protestantes), se encuentra en la provincia de Limón (20%) y Puntarenas
(18%). En este caso, a diferencia del catolicismo, concentrado sobre todo en el Valle
Central, muestra que el protestantismo, si bien con importante presencia en el Gran Área
Metropolitana, tenía mucho mayor presencia en las provincias costeras (sumadas las dos
provincias superan la presencia en San José).
Si bien los autores anuncian, desde el principio, las limitaciones que encontraron y
que no pudieron subsanar para depurar los datos ofrecidos, esta investigación marca una
pauta en lo que en décadas posteriores será un modo de aproximación a los estudios sobre
las religiones protestantes en Costa Rica. El aparato teórico en esta investigación, no se
ocupó de definiciones, salvo de establecer derroteros básicos, elementos susceptibles de ser
cuantificados. Por lo tanto, se trata de un estudio que se propuso suprimir una limitación del
Censo de 1973, a saber, la ausencia de mediciones con respecto a las variables de índole
religiosa.
Según Althusser los “appareils idéologiques d’État”, a diferencia del aparato (represivo) de
Estado (la policía o el ejército), se caracterizan por un funcionamiento a través de la
ideología. Lo característico de la ideología en Althusser es que “«transforme» les individus
en sujets (elle les transforme tous) par cette opération très précise que nous appelons
l’interpellation.”3 La condición de sujeto no está dada de antemano, es decir, no constituye
una positividad del individuo, supone el mecanismo de la interpelación.
Esto quiere decir que la condición de sujeto no sólo es relacional, en el sentido de suponer
la presencia de otros pares sociales (intersubjetividad) como precondición, sino que remite
a una serie de rituales donde el individuo es requerido a dar cuenta de sí mismo4 a
personificaciones del ordenamiento vigente. Es decir, la interpelación muestra la
3
Louis Althusser, “Idéologie et appareils idéologiques d’État (Notes pour une recherche),” en Louis
Althusser, Positions (1964-1975), (Paris: Les Éditions Sociales; 1976), 49.
4
Judith Butler observa que esta noción está constituida en torno a la posibilidad del castigo y el miedo a ser
castigado.
experiencia que el individuo tiene de sí y a partir de sí, como retrotraída sobre la sujeción a
un orden político.
5
Louis Althusser, “Idéologie et appareils idéologiques d’État”, 53.
6
J. L. Austin, How to do Things with Words, (Cambridge: Harvard University Press; 1962).
7
Judith Butler, Lenguaje, poder e identidad, Javier Sáez y Beatriz Preciado (trad.), (Madrid: Síntesis; 2004),
51.
8
En este punto el trabajo de Althusser hace una referencia implícita al Otro lacaniano (ver Jacques Lacan, El
Seminario de Jacques Lacan. Libro XVI. De un Otro al otro (1968-1969), Jacques Alain Miller (ed.), Nora
González (trad.), (Buenos Aires: Paidós; 2013).
Este Otro en Althusser no es una positividad ontologizada. De lo contrario, la interpelación
se reduciría a la relación del Otro (Sujeto-Universal-Institucional) a otro (individuo-
subjetivado-sometido). El Otro-Universal es también producido, una y otra vez, en el acto
mismo de interpelación, que debe producirlo como garante retroactivo de la solicitud que
extiende a los sujetos a dar cuenta de sí mismos. En este sentido, Laclau y Mouffe indican
que la estrategia althusseriana no consiste en un efecto de totalización (que reduciría el
campo social a efectos de una infraestructura), sino en la crítica a una fijación determinista
del sujeto: “Los objetos aparecen articulados, no en tanto que se engarzan como las piezas
de un mecanismo de relojería, sino en la medida en que la presencia de unos en otros hace
imposible suturar la identidad de ninguno de ellos.”9 Es decir, la interpelación no es un
proceso que determina al sujeto eternamente, sino uno que se ve en la obligación de repetir
el proceso, pues no se funda sobre alguna positividad ontológica sino sobre un sistema de
relaciones de diferencias donde la identidad de unos se fija en relación con la identidad de
otros. De manera que, por definición, el proceso de subjetivación no está terminado ni es
siempre seguro, sino que requiere reiterar un proceso de interpelación: se trata de un
proceso constante de despliegue tecnologías ideológicas del sujeto.
9
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia. Hacia una radicalización de la democracia,
Ernesto Laclau (trad.), (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica; 2010), 142.
10
Santiago Castro Gómez, “Althusser, los estudios culturales y el concepto de ideología,” consultado en línea
(16/10/2014): http://www.oei.es/salactsi/castro3.htm.
11
Una noción como “la agencia” del sujeto puede ser sometida a este criterio. Algo como la “agencia” no
constituye una característica positiva del sujeto, sino que se deriva de los mecanismos sociales y los poderes
implicados en su formación, ver Judith Butler, “Contingent foundations: Feminism and the question of
‘postmodernism’,” en Steven Seidman (ed.), The Postmodern Turn. New Perspectives on Social Theory,
(Cambridge: Cambridge University Press; 1994), 153-170.
su vez, afirma las lógicas hegemónicas de dominación que lo atraviesan y lo obligan a
producir una verdad de sí mismo. Esta producción de la verdad de sí constituye, en este
juego de representaciones, el eslabón de la subjetivación ideológica en Althusser.
12
Marta Harnecker, Enemigos y aliados, frente político, (Nicaragua: Editorial Vanguardia, 1987).
13
Ibídem., 45.
Al evaluar el vínculo entre cristianismo y revolución en América Latina desde este enfoque,
Harnecker señala que no existe (formalmente) alianza entre ambos, toda vez que los grupos
cristianos carecen de un proyecto y agenda política puntual, es decir, carecen de objetivos
políticos concretos. La autora comprende dos posibilidades, o bien, grupos e instituciones
cristianas retardan la revolución o integran un bloque contra-revolucionario (tal como se
desprende inicialmente del proceso cubano); o bien, los cristianos, convencidos de la
necesidad de transformar el mundo, son subsumidos por la causa revolucionaria y adoptan
sus estrategias y metas políticas, pues de su cuerpo dogmático se desprende una aspiración,
pero un proyecto programático de transformación.
En todo caso, lo que interesa a la autora consiste en evaluar las condiciones sociohistóricas
que deben verificarse para que lo religioso sea un factor que incida afirmativamente, no
sólo a nivel ideológico sino de modo estratégico, al interior del proceso revolucionario.
Harnecker recuerda que para la teoría marxista el fenómeno religioso se sitúa en el terreno
de la ideología. Desde luego, advierte la autora chilena, si bien en una sociedad de clases lo
ideológico no es un todo homogéneo, la tendencia ideológica con mayor posibilidad de
desarrollarse y difundirse es aquella que representa los intereses de la clase dominante. La
iglesia Católica, en la perspectiva de la autora, ha estado tradicionalmente del lado de los
intereses dominantes. Sin embargo, pregunta la autora, ¿qué ocurre cuando la visión del
mundo de las clases explotadas es preponderamente religioso? ¿Significaría esto que
estarían condenados a reproducir la ideología dominante?
14
En un artículo previo la autora abordó esta discusión: Marta Harnecker, “Los cristianos y el movimiento
revolucionario” Revista Nicaragüense de Ciencias Sociales 2, 2 (marzo 1987), 19-33.