TFG Una 1976-2012

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TFG sobre protestantismos en la Universidad Nacional de Costa Rica 1976-2012

El primer trabajo final de graduación que se ocupa de tradiciones cristianas protestantes en


Costa Rica, producida en la Universidad Nacional de Costa Rica, corresponde a un
Seminario de Graduación elaborado por Asdrúbal Alfaro, Nelson Castillo, José Celada,
José Duque, Cora Ferro y Aquiles Ureña, intitulado: Presencia de las Iglesias Cristianas
en Costa Rica (1976).1 Este trabajo se condujo bajo la dirección de Andrés Opazo (la
presencia de Opazo, ya como director de trabajos o bien como referente teórico, será una
constante en este tipo de estudios en las décadas finales del siglo XX). No es un trabajo que
se ocupa específicamente de las comunidades protestantes en Costa Rica, aunque se trata
del primer trabajo en la UNA donde se ofrece un estudio cuantitativo al respecto.

Este trabajo, de los primeros de su naturaleza, se propuso un análisis cuantitativo de


las iglesias cristianas en Costa Rica. Para realizar este mapeo, los estudiantes se ocuparon
de variables como la distribución geográfica de las iglesias, el tipo y capacidad de sus
edificios, el número de miembros existentes, las actividades desarrolladas en sus
comunidades, así como las fuentes de financiamiento que sostenían a estas iglesias (se tomó
como base el Censo Nacional de la República de Costa Rica de 1973, el cual, no registró el
parámetro religión dentro de la variable persona). A partir de estas variables, el trabajo
asumió como categoría de análisis la noción núcleos protestantes, lo mismo para el
catolicismo, para distinguir las distintas variables asociadas al fenómeno que se procuró
medir.

Según los hallazgos aportados en esta investigación, en Costa Rica “hay un total de
329 núcleos protestante registrados”, distribuidos entre las siguientes organizaciones:

 Asociación de Iglesias Bíblicas Costarricenses (AIBC): 29 núcleos;


 Asambleas de Dios: 57 núcleos;
 Iglesia Evangélica Cuadrangular: 52 núcleos;
 Metodistas y otras: 171 núcleos.2

1
Asdrúbal Alfaro et all. Presencia de las Iglesias Cristianas en Costa Rica. Tesis de Licenciatura en Teología,
(Heredia: Universidad Nacional de Costa Rica, 1976).
2
Ibídem., 18.
Una observación interesante que se desprende de este trabajo, es que la mayor
agrupación de núcleos protestantes, después de San José que ocupaba el primer lugar (35%
de los núcleos protestantes), se encuentra en la provincia de Limón (20%) y Puntarenas
(18%). En este caso, a diferencia del catolicismo, concentrado sobre todo en el Valle
Central, muestra que el protestantismo, si bien con importante presencia en el Gran Área
Metropolitana, tenía mucho mayor presencia en las provincias costeras (sumadas las dos
provincias superan la presencia en San José).

Si bien los autores anuncian, desde el principio, las limitaciones que encontraron y
que no pudieron subsanar para depurar los datos ofrecidos, esta investigación marca una
pauta en lo que en décadas posteriores será un modo de aproximación a los estudios sobre
las religiones protestantes en Costa Rica. El aparato teórico en esta investigación, no se
ocupó de definiciones, salvo de establecer derroteros básicos, elementos susceptibles de ser
cuantificados. Por lo tanto, se trata de un estudio que se propuso suprimir una limitación del
Censo de 1973, a saber, la ausencia de mediciones con respecto a las variables de índole
religiosa.

Análisis de lo religioso: en la vía de Althusser

Según Althusser los “appareils idéologiques d’État”, a diferencia del aparato (represivo) de
Estado (la policía o el ejército), se caracterizan por un funcionamiento a través de la
ideología. Lo característico de la ideología en Althusser es que “«transforme» les individus
en sujets (elle les transforme tous) par cette opération très précise que nous appelons
l’interpellation.”3 La condición de sujeto no está dada de antemano, es decir, no constituye
una positividad del individuo, supone el mecanismo de la interpelación.

Esto quiere decir que la condición de sujeto no sólo es relacional, en el sentido de suponer
la presencia de otros pares sociales (intersubjetividad) como precondición, sino que remite
a una serie de rituales donde el individuo es requerido a dar cuenta de sí mismo4 a
personificaciones del ordenamiento vigente. Es decir, la interpelación muestra la
3
Louis Althusser, “Idéologie et appareils idéologiques d’État (Notes pour une recherche),” en Louis
Althusser, Positions (1964-1975), (Paris: Les Éditions Sociales; 1976), 49.
4
Judith Butler observa que esta noción está constituida en torno a la posibilidad del castigo y el miedo a ser
castigado.
experiencia que el individuo tiene de sí y a partir de sí, como retrotraída sobre la sujeción a
un orden político.

El uso del término ritual no es antojadizo. Para describir el proceso de interpelación


ideológica, Althusser recurrió al ejemplo de la religión cristiana. Esto le permitió establecer
una regla general de la interpelación: “l’interpellation des individus en sujets suppose
l’«existence» d’un Autre Sujet, Unique et central, au Nom duquel l’idéologie religieuse
interpelle tous les individus en sujets.”5 De ahí lo que sosteníamos en el apartado anterior,
un individuo de la especie humano no sólo deviene sujeto frente otros pares sociales, sino
frente a un Otro.

Esta interpelación Althusseriana se escenifica en la llamada del oficial de policía: «¡Oiga,


usted!» Una solicitud que vuelva al individuo sobre sí mismo, de modo que, a partir sí,
responda a otro. Judith Butler señala que la interpelación de Althusser es un «acto
ilocucionario»6; pero a diferencia de Austin donde el sujeto existe y crea a partir del
lenguaje, la interpelación es un acto de habla con carácter ritual donde “el sujeto
constituido a través de la llamada del Otro se transforma en un sujeto capaz de dirigirse a
otros.”7 El acto de interpelación suscita la producción de un sujeto capaz y en la obligación
de dar cuenta de sí mismo. Es decir, la interpelación subjetiviza en tanto sujeta un individuo
a una demanda institucionaliza de verdad sobre sí mismo.

De esta manera, el proceso de interpelación subjetiviza al individuo a través de un ritual


que suscita retroactivamente «un Otro»8 que solicita al individuo dar cuenta de sí mismo, en
los términos o bajo las normas que ese Otro despliega. El aparato ideológico, por lo tanto,
trabaja sobre la base de un Otro-Universal producido a través de rituales que
retroactivamente exhorta a los individuos a asumirse como sujetos, de modo que puedan
dar cuenta de sí mismos con base en normas ilocucionarias que les preceden.

5
Louis Althusser, “Idéologie et appareils idéologiques d’État”, 53.
6
J. L. Austin, How to do Things with Words, (Cambridge: Harvard University Press; 1962).
7
Judith Butler, Lenguaje, poder e identidad, Javier Sáez y Beatriz Preciado (trad.), (Madrid: Síntesis; 2004),
51.
8
En este punto el trabajo de Althusser hace una referencia implícita al Otro lacaniano (ver Jacques Lacan, El
Seminario de Jacques Lacan. Libro XVI. De un Otro al otro (1968-1969), Jacques Alain Miller (ed.), Nora
González (trad.), (Buenos Aires: Paidós; 2013).
Este Otro en Althusser no es una positividad ontologizada. De lo contrario, la interpelación
se reduciría a la relación del Otro (Sujeto-Universal-Institucional) a otro (individuo-
subjetivado-sometido). El Otro-Universal es también producido, una y otra vez, en el acto
mismo de interpelación, que debe producirlo como garante retroactivo de la solicitud que
extiende a los sujetos a dar cuenta de sí mismos. En este sentido, Laclau y Mouffe indican
que la estrategia althusseriana no consiste en un efecto de totalización (que reduciría el
campo social a efectos de una infraestructura), sino en la crítica a una fijación determinista
del sujeto: “Los objetos aparecen articulados, no en tanto que se engarzan como las piezas
de un mecanismo de relojería, sino en la medida en que la presencia de unos en otros hace
imposible suturar la identidad de ninguno de ellos.”9 Es decir, la interpelación no es un
proceso que determina al sujeto eternamente, sino uno que se ve en la obligación de repetir
el proceso, pues no se funda sobre alguna positividad ontológica sino sobre un sistema de
relaciones de diferencias donde la identidad de unos se fija en relación con la identidad de
otros. De manera que, por definición, el proceso de subjetivación no está terminado ni es
siempre seguro, sino que requiere reiterar un proceso de interpelación: se trata de un
proceso constante de despliegue tecnologías ideológicas del sujeto.

La lectura de Santiago Castro-Gómez10 de la ideología en Althusser resulta valiosa,


precisamente porque permite comprender que los aparatos ideológicos producen “efectos
de verdad” a través de una lucha por la conquista hegemónica de las representaciones
simbólicas. De esta manera, la noción althusseriana de “aparato ideológico de estado”
supone una lucha por la forma en la cual los sujetos, constituidos por actos de
ilocucionarios de interpelación, se representan a sí mismos. El ejercicio supone, entonces,
producir un sujeto que al representarse socialmente o dar cuentas de sí mismo debe, no sólo
emplear, sino legitimar la normatividad simbólica que sostiene a los sistemas de
dominación11. De modo que, cuando el sujeto se afirma como agente o entidad autónoma, a

9
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia. Hacia una radicalización de la democracia,
Ernesto Laclau (trad.), (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica; 2010), 142.
10
Santiago Castro Gómez, “Althusser, los estudios culturales y el concepto de ideología,” consultado en línea
(16/10/2014): http://www.oei.es/salactsi/castro3.htm.
11
Una noción como “la agencia” del sujeto puede ser sometida a este criterio. Algo como la “agencia” no
constituye una característica positiva del sujeto, sino que se deriva de los mecanismos sociales y los poderes
implicados en su formación, ver Judith Butler, “Contingent foundations: Feminism and the question of
‘postmodernism’,” en Steven Seidman (ed.), The Postmodern Turn. New Perspectives on Social Theory,
(Cambridge: Cambridge University Press; 1994), 153-170.
su vez, afirma las lógicas hegemónicas de dominación que lo atraviesan y lo obligan a
producir una verdad de sí mismo. Esta producción de la verdad de sí constituye, en este
juego de representaciones, el eslabón de la subjetivación ideológica en Althusser.

La alianza imposible: revolución y religión en América Latina. Marta Harnecker

Un grupo importante de investigaciones en torno al protestantismo producidas a finales de


la década de los ochenta, ante todo aquellas interesadas por las relaciones entre religión y
política en América Latina, estuvo permeado por las investigaciones de Marta Harnecker
sobre el lugar del cristianismo en los procesos revolucionarios latinoamericanos. La lectura
propuesta por la autora chilena figura como una referencia obligatoria en los trabajos que
intentaron comprender los alcances sociopolíticos de lo religioso, ya al interior de procesos
revolucionarios, pero también como grupos con intereses e incidencia en procesos
electorales.

Me interesa, como introducción para este apartado, detenerme brevemente en ideas


centrales de Marta Harckener en torno a las condiciones que deben verificarse para que
grupos religiosos-cristianos coincidan, en intereses y esfuerzos, con grupos revolucionarios.
La autora aborda esta discusión a partir de dos conceptos centrales alianza en Lenin y
religión en la teoría marxista (principalmente Althusser).

En su libro Enemigos y Aliados, frente político12 Harnecker aborda el concepto de alianza


propuesto por Lenin, con la finalidad de establecer una base para comprender los procesos
revolucionarios latinoamericanos, caracterizados por la confluencia de diversos grupos
sociales. En una primera definición, “alianza es la unión temporal (a corto, mediano o largo
plazo) que se establece entre grupos políticos o clases sociales de diferente origen para
llevar a cabo una lucha por intereses comunes.” 13 Para la autora, alianza no expresa un
bloque homogéneo, al interior del cual se borran los intereses particulares de los grupos o
clases sociales, por el contrario, se trata de una unidad contradictoria con la finalidad de
cumplir objetivos políticos determinados. Por lo cual, hay alianza cuando diversas
posiciones, no sólo con intereses diversos sino también contrapuestos, son capaces de
vincularse de cara a una meta particular.

12
Marta Harnecker, Enemigos y aliados, frente político, (Nicaragua: Editorial Vanguardia, 1987).
13
Ibídem., 45.
Al evaluar el vínculo entre cristianismo y revolución en América Latina desde este enfoque,
Harnecker señala que no existe (formalmente) alianza entre ambos, toda vez que los grupos
cristianos carecen de un proyecto y agenda política puntual, es decir, carecen de objetivos
políticos concretos. La autora comprende dos posibilidades, o bien, grupos e instituciones
cristianas retardan la revolución o integran un bloque contra-revolucionario (tal como se
desprende inicialmente del proceso cubano); o bien, los cristianos, convencidos de la
necesidad de transformar el mundo, son subsumidos por la causa revolucionaria y adoptan
sus estrategias y metas políticas, pues de su cuerpo dogmático se desprende una aspiración,
pero un proyecto programático de transformación.

En todo caso, lo que interesa a la autora consiste en evaluar las condiciones sociohistóricas
que deben verificarse para que lo religioso sea un factor que incida afirmativamente, no
sólo a nivel ideológico sino de modo estratégico, al interior del proceso revolucionario.

Al interior de esta consideración, para la autora chilena fue fundamental la revolución


nicaragüense,14 pues fue “la primera revolución en la historia donde los cristianos
participaron en forma masiva, no sólo a nivel de base, sino en la propia conducción del
proceso revolucionario.” El ejemplo de Nicaragua es la constatación, para la autora, de que
la religión no se limita a ser opio del pueblo, sino que se ha transformado, a partir de su
participación en el proceso revolucionario, en motor de la liberación del pueblo. ¿A partir
de cuáles procesos históricos la religión puede abandonar su estatuto de narcótico?

Harnecker recuerda que para la teoría marxista el fenómeno religioso se sitúa en el terreno
de la ideología. Desde luego, advierte la autora chilena, si bien en una sociedad de clases lo
ideológico no es un todo homogéneo, la tendencia ideológica con mayor posibilidad de
desarrollarse y difundirse es aquella que representa los intereses de la clase dominante. La
iglesia Católica, en la perspectiva de la autora, ha estado tradicionalmente del lado de los
intereses dominantes. Sin embargo, pregunta la autora, ¿qué ocurre cuando la visión del
mundo de las clases explotadas es preponderamente religioso? ¿Significaría esto que
estarían condenados a reproducir la ideología dominante?

14
En un artículo previo la autora abordó esta discusión: Marta Harnecker, “Los cristianos y el movimiento
revolucionario” Revista Nicaragüense de Ciencias Sociales 2, 2 (marzo 1987), 19-33.

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