Administrar La Justicia en La Provincia
Administrar La Justicia en La Provincia
Administrar La Justicia en La Provincia
Escuela de Historia
Área de Historia
Licenciado en Historia
Autoridades universitarias
Rector: MSc. Murphy Olympo Paiz Recinos
Secretario: Arq. Carlos Enrique Valladares Cerezo
Consejo Directivo
Directora: Dra. Artemis Torres Valenzuela
Secretaria: Licda. Olga Pérez
Vocal: Dra. Tania Sagastume Paiz
Vocal: Licda. María Laura Lizeth Jiménez Chacón
Vocal: Licda. Sonia Medrano Busto
Vocal: Estudiante Jacobo Midence
Vocal: Estudiante Henry Juárez
Comité de Tesis
Lic. Edgar Alejandro Conde Roche
Presidente (Asesor de Tesis)
Licda. Oralia Angélica López A.
Vocal (Lector de Tesis)
Dr. Ángel Valdez Estrada
Vocal (Lector de Tesis)
Agradecimientos
En primer lugar, gracias a Alejandro Conde por su atenta lectura y, además, por proporcionar
material valioso para la redacción de los capítulos. Al comité de tesis y examinadores les
agradezco por los valiosos comentarios y las agudas preguntas que permitieron mejorar esta
tesis. Por supuesto, los errores son exclusivamente míos. Extiéndase mi agradecimiento a los
profesores de la licenciatura, especialmente a Tania Sagastume, José Cal, Oscar Haeussler,
Ángel Valdez, Joel Hernández, Lizeth Jiménez y Oralia López. De igual manera, a las
autoridades de la Escuela de Historia: Artemis Torres y Olga Pérez.
La realización de este trabajo fue posible, también, por la ayuda del personal de varios archivos,
bibliotecas y repositorios: AGCA, AHAG, CIRMA, Academia de Geografía e Historia de
Guatemala, Biblioteca Central de la USAC, Biblioteca Severo Martínez Peláez de la Escuela de
Historia de la USAC y Biblioteca Ludwig von Mises de la UFM.
Quedo en deuda con quienes contribuyeron, de distintas maneras, para la conclusión de este
trabajo y en mi formación como historiador. Especialmente, gracias a Adriana Álvarez Sánchez
y David Domínguez Herbón por la información compartida y las acertadas recomendaciones. A
Brian Connaughton le agradezco por la oportunidad que me brindó de trabajar con él. También
quedo en deuda con Aaron Pollack y Juan Carlos Sarazúa por el apoyo brindado, en septiembre
de 2019, para ser parte del coloquio que anualmente organizan en San Cristóbal de Las Casas.
Nada de esto hubiera sido posible sin el apoyo de mi familia, con quienes he contraído la deuda
más grande. Les estaré siempre agradecido por alentarme a estudiar esta carrera.
Los criterios vertidos en la presente tesis son
responsabilidad exclusiva del autor. Se autoriza la
reproducción parcial o total del contenido para fines
académicos citando la fuente.
Índice
Introducción………………………………………………………………………………….01
A. Apuntes historiográficos………………………………………………………………03
B. En torno a las fuentes………………………………………………………………….11
C. Estructura del trabajo…………………………………………………………………..13
Reflexiones finales……………………………………………………………………..……259
Referencias………………………………………………………………………………….267
Anexos……………………………………………………………………………………….287
Índice de figuras
Figura 2.1. La Audiencia de Guatemala según Nicolás Sanson (1657)…..……………………52
Figura 2.2. Jurisdicción real de la Provincia de Guatemala, siglos XVI-XVII…………………58
Figura 2.3. Vicarías provinciales de la Diócesis de Guatemala, siglo XVII…….…………….59
Figura 2.4. Santiago de Guatemala a finales del siglo XVI.....………………………….…….64
Figura 2.5. Población total de Santiago de Guatemala, siglo XVII……………………………66
Figura 3.1. Planta de la cárcel del palacio de Santiago de Guatemala (1698)…………………96
Figura 3.2. Red de Alonso Coronado denunciada por Alvar Gómez de Abaunza (1604)…….109
Figura 3.3. Abogados de la Real Audiencia en la segunda mitad del siglo XVII…………….124
Figura 3.4. Renuncias y remates de oficios por décadas, siglos XVI y XVII………………..135
Figura 3.5. Valor promedio de procuradurías y receptorías por décadas (en tostones)………..137
Figura 3.6. Valor de las escribanías de cámara en los siglos XVI y XVII (en tostones)……..138
Figura 3.7. Familia de pluma iniciada por Francisco de Escobar……………………………143
Figura 3.8. Familia de pluma iniciada por Pablo de Escobar………………………………...144
Figura 3.9. Familia de pluma iniciada por Juan Martínez Ferrera……………………………145
Figura 3.10. Correspondencia de la Audiencia de Guatemala, siglos XVI y XVII…………..148
Figura 3.11. Visitadores/jueces de residencia en la Audiencia de Guatemala, siglos XVI y
XVII………………………………………………………………………………………….157
Figura 3.12. Esquema de organización de la Real Audiencia de Guatemala……………..…..158
Figura 4.1. Geografía eclesiástica de la Diócesis de Guatemala, ca. 1650………………..…..165
Figura 4.2. Provisores nombrados entre finales del siglo XVI hasta inicios del siglo XVIII…188
Figura 4.3. Promotores fiscales de la Audiencia episcopal, 1669-1706………………………193
Figura 4.4. Notarios de la Audiencia Episcopal, 1668-1710………………………………….198
Figura 4.5. Esquema de organización de la Audiencia episcopal, Diócesis de Guatemala…..203
Figura 4.6. Jueces generales de testamentos, capellanías y obras pías de la Diócesis de
Guatemala, 1650-1701…………………………………………….…………………..……..212
Figura 4.7. Crédito eclesiástico administrado por el juzgado de testamentos, 1647-1700……213
Figura 5.1. Memoria de los derechos en las causas de la catedral……………………………231
Figura 5.2. Aranceles para el juzgado eclesiástico de Yucatán, 1722………………………. 240
Figura 5.3. Red de afianzamiento en el Juzgado general de testamentos, capellanías y obras pías,
1680-1700……………………………………………………………………………………249
Figura 5.4. Cursus honorum de los magistrados de la Real Audiencia de Guatemala………252
Introducción
La justicia, las jurisdicciones y los ministros son temas que han llamado la atención de los
historiadores desde hace varias décadas. Sin duda, el desarrollo de campos como la historia del
derecho y la historia social de la justicia, por nombrar algunos intereses historiográficos, han
ido de la mano de estas cuestiones particulares. Para el caso indiano, esto no es una excepción,
siendo numerosos los trabajos que se encargan de estos temas, tal y como se demuestra en el
aparato crítico de nuestro estudio.
No puede decirse lo mismo, sin embargo, para el territorio comprendido por la Audiencia de
Guatemala, pues los estudios dedicados a la historia de la administración de justicia son escasos.
En el mejor de los casos, se trata de descripciones que, a pesar de su gran provecho en la
comprensión del orden jurídico en los siglos XVI y XVII, al menos para la jurisdicción real, han
excluido la relación entre jurisdicciones y, en buena medida, se han atenido a visiones
esquemáticas propuestas por una historia del derecho estática y “estatalista”.1 Esto ha devenido
en trabajos que no han tomado en cuenta la cultura jurídica contemporánea a aquellos siglos y,
por ende, han obviado la estrecha relación entre ministros, agencias y jurisdicciones.
La jurisdicción eclesiástica ha recibido, igualmente, poca atención, pues son pocos los trabajos
que han sabido reconocer la vocación judicial de los ministros eclesiásticos que desempeñaban
su labor a nivel provincial y local. De hecho, salvo algunos análisis en torno al tribunal del Santo
Oficio, el panorama se muestra desalentador y fragmentado, en tanto los atributos de los
distintos foros de justicia religiosa han pasado por alto por la historiografía sobre los siglos XVI-
XIX.2 Esto es cierto tanto para el caso guatemalteco como para las demás diócesis que eran parte
de la Audiencia de Guatemala -salvo el caso chiapaneco-. Estas se encuentran en espera de
historiadores que se dediquen a su estudio.
Esto contrasta fuertemente con la fascinación que ha tomado el uso de los documentos judiciales
para la historia social en las últimas décadas. De hecho, cada vez son más abundantes los
1
Para una dilucidación de estos aspectos, véase António Manuel Hespanha, Cultura jurídica europeia: síntese de
um milénio, Florianópolis: Fundação Boiteux, 2005
2
Para una constatación de esta tendencia, pueden verse los artículos contenidos en el dossier “Tribunales
eclesiásticos en el Reino de Guatemala, s.XVI-XVIII: transgrediendo la fe y la moral católica”, en Boletín AFEHC,
57 (2013). https://www.afehc-historia-centroamericana.org/index-php/_action_bul_aff_id_57.html (Consultado 13
marzo 2019).
1
trabajos que remiten a procesos judiciales en función de comprender dinámicas culturales,
económicas e, incluso, políticas. Sin embargo, se echan de menos trabajos que ahonden en los
tribunales encargados de dirimir las causas, así como las acciones de los sujetos en el entramado
legal de la Monarquía hispánica.3 Al respecto, el diálogo entre la historia del derecho y otras
corrientes de la historia es tanto necesario como renovador, en función de integrar los tribunales
de la Provincia de Guatemala a la historiografía especializada.
El presente trabajo, que reconoce las limitaciones que supone una tesis de licenciatura, tiene
como principal objetivo comprender algunas de estas dinámicas, sin pretensión de agotarlas. Al
contrario, debido a que no se trata de un estudio de carácter exhaustivo en cada aspecto tratado,
pretende ser una puerta de entrada a estas temáticas. De ahí que algunas cuestiones aun requieran
de un análisis más profundo y, de ser el caso, renovador en cuanto a los temas abordados.
Hemos decidido echar mano de algunos abordajes teóricos, como el del campo jurídico de Pierre
Bourdieu y, con mayor énfasis, de lo que algunos historiadores del derecho han planteado en
años recientes al respecto de la administración de justicia en el Antiguo Régimen. Desde luego,
hemos buscado matizar, en donde ha sido posible, a partir de las prácticas presentadas en las
jurisdicciones de la Provincia de Guatemala. Además, si bien hemos distinguido en el carácter
de la jurisdicción temporal y la espiritual en sus propios términos, las fuentes consultadas nos
permitieron reconocer cierta movilidad y circulación de ministros, y, por ende, de agencias entre
ambas. De ahí que afirmemos la existencia de una cultura legal dinámica.
3
Esto no quiere decir, desde luego, que la cuestión se omita de forma tajante. De hecho, en algunos trabajos se ha
reconocido el papel que la justicia tenía para alcanzar objetivos particulares, así como también se ha enfatizado en
la administración de la misma al interior de ámbitos locales, especialmente al respecto de las comunidades
indígenas. Véase, por ejemplo, Robert M. Hill, II, Los kaqchikeles de la época colonial. Adaptaciones de los Mayas
del altiplano al gobierno español, 1600-1700. [Primera edición en inglés 1992]South Woodstock/Guatemala:
Plumsock Mesoamerican Studies/Editorial Cholsamaj, 2001, pp. 168-170; W. George Lovell, Conquista y cambio
cultural. La Sierra de los Cuchumatanes de Guatemala, 1500-1821. [Primera edición en inglés 1985]La Antigua
Guatemala/San José Pinula/Wellfleet: CIRMA/ASODEFIR/Plumsock Mesoamerican Studies, 2015, pp. 176-187.
De más reciente aparición y con mayor énfasis en procesos judiciales en los que tomaban parte intermediarios
coloniales, tales como los líderes de parcialidades, en el contexto k’ichee’, véase Owen H. Jones, “Chinamitales:
defensores y justicias k’ichee’ en las comunidades indígenas del altiplano de Guatemala colonial”, Histórica, Vol.
XL, No. 2 (2016), pp. 81-109. Como puede notarse, son trabajos con vocación etnohistórica los que han tenido
mayor acercamiento, en clave local, al asunto. Por otra parte, el tema de las jurisdicciones indígenas ha tomado
importancia en los últimos años y ha tenido eco en la opinión pública. Esto ha obligado a que, en algunos medios,
se haga un repaso histórico del asunto, apoyado de trabajos especializados. Véase, por ejemplo, Diego Vásquez
Monterroso, “La jurisdicción indígena es clara y eficaz: historia de las falacias y verdades a medias sobre la
superioridad del sistema oficial”, en Plaza Pública (07.02.2017), https://www.plazapublica.com.gt/content/la-
jurisdiccion-indigena-es-clara-y-eficaz-historia-de-las-falacias-y-verdades-medias-sobre (Consultado 01 marzo
2019).
2
La Provincia de Guatemala, durante los siglos XVI y XVII, supone un contexto ideal para tratar
estos asuntos. Así, aunque el largo arco temporal pueda causar suspicacia al lector, es menester
aclarar que la elección del siglo y medio se corresponde con la necesidad de ver el actuar y el
desarrollo de los foros de justicia en perspectiva de, lo que podemos llamar, longue durée, pues
es nuestra intención dar cuenta del desarrollo institucional en términos de jurisdicción, y no
tanto al respecto de prácticas aisladas, analizadas con un crisol minucioso. Debido a ello,
estudiamos la actuación en los tribunales ya señalados en los años en que reinó la Casa de
Austria en la Monarquía hispánica.
Aclarada la licencia que tomamos, añadiremos que el derecho, como práctica y en vínculo con
la sociedad, es comprendido en este amplio espectro a través del análisis de la Real Audiencia
y los foros judiciales eclesiásticos ordinarios –agrupados bajo el concepto de “juzgado
eclesiástico”-, particularmente de la Audiencia episcopal –o provisorato-. Como hemos insistido
anteriormente, futuros estudios permitirán la comprensión de aspectos específicos del orden
jurídico en la Provincia de Guatemala y, en otros términos, del territorio comprendido por la
Audiencia de Guatemala. Por ende, varias instituciones y prácticas jurídicas serán objeto de
pesquisas futuras. Nos referimos, por ejemplo, a los corregimientos, alcaldías mayores,
gobernaciones, cabildos, la Santa Hermandad, vicarías provinciales y foráneas, visitas
pastorales, residencias, pesquisas, entre otras.
A. Apuntes historiográficos
En términos más amplios, los análisis globales, capaces de integrar ambas jurisdicciones en su
crisol de estudio, han sido escasos. Por ejemplo, la jurisdicción temporal y eclesiástica, en
3
conjunto, han sido analizadas, en este sentido, por Brian Joseph Madigan, a partir del estudio de
la administración de justicia en distintos tribunales de la ciudad de México. 4 Sin embargo, el
estudio de las dos jurisdicciones para los siglos XVI y XVII, con miras a enriquecer el análisis
de una cultura jurídica dinámica, en un espacio determinado como el aquí propuesto, aún es un
vacío historiográfico.5
En este sentido, puede decirse que las Audiencias son las instituciones que más atención han
recibido por parte de historiadores que, desde inicios del siglo XX, se han concentrado en el
estudio del gobierno indiano. A esto debe añadirse que ha existido, recientemente, un interés
notable por estudiar el período borbónico y transicional hacia la administración estatal, en
detrimento de la etapa formativa y de consolidación de las instituciones indianas.
Con todo y lo anterior, se cuenta con una gran cantidad de trabajos que prestan atención a las
Audiencias como instituciones encargadas de gobierno y justicia.6 De esta cuenta,
relacionándolas con los demás elementos que se encontraban bajo su jurisdicción, se trata de
estudios generales que, en un intento por hacer una historia institucional, apegada a la Historia
del Derecho, han mostrado la relevancia de esta institución en el gobierno de las Indias. 7 En el
caso de la Audiencia de Guatemala, las investigaciones de José María Vallejo y de María del
Carmen Muñoz constituyen un primer acercamiento que se inscribe en esta perspectiva. 8 Al
4
Brian Joseph Madigan, “Law, Society, and Justice in Colonial Mexico City, Civil and Ecclesiastical Courts
Compared, 1730-1800”. Tesis: University of California, Berkeley, 2013.
5
Sin embargo, en los últimos años se ha asistido a una renovación historiográfica del estudio de la justicia en
sociedades de Antiguo Régimen. En este sentido, desde las líneas de la historia crítica del Derecho y la historia
social de la justicia, se ha buscado un replanteamiento de la administración de justicia, los usos sociales y políticos
de la misma, y, finalmente, la construcción de jurisdicciones. Prueba de ello son dos obras colectivas recientemente
publicadas: Elisa Caselli (coord.), Justicias, agentes y jurisdicciones. De la Monarquía Hispánica a los estados
nacionales (España y América, siglos XVI-XIX). Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2016 y Macarena Cordero,
Rafael Gaune y Rodrigo Moreno (comps.). Cultura legal y espacios de justicia en América, siglos XVI-XIX,
Santiago de Chile: UAI, Dibam y Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2017.
6
Véase, por ejemplo, el recuento exhaustivo plasmado en Santiago Gerardo Suárez, Las Reales Audiencias
Indianas: fuentes y bibliografía. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1989.
7
La investigación pionera, en este sentido, es Charles H. Cunningham, The Audiencia in the Spanish colonies. As
illustrated by the Audiencia of Manila, (1583-1800). Berkeley: University of California Press, 1919. Los trabajos
clásicos son J. H. Parry, The Audiencia of New Galicia in the Sixteenth Century. A Study in Spanish Colonial
Government, Nueva York: Cambridge University Press, 1948 y John Leddy Phelan, The Kingdom of Quito in the
Seventeenth Century: Bureaucratic Politics in the Spanish Empire. Madison: The University of Wisconsin Press,
1967. Véase también, entre los trabajos clásicos de Historia del Derecho Indiano, Ots Capdequí, El Estado español
en las Indias. México: Fondo de Cultura Económica, 1941 y, más recientemente, Antonio Dougnac Rodríguez,
Manual de Historia del Derecho Indiano. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1994.
8
José María Vallejo García-Hevia. “La Real Audiencia de los Confines y de Guatemala en el siglo XVI. Un breve
esbozo sobre su historia institucional”, Anales de la Academia de Geografía e Historia, Año LXXX, Tomo LXXIX
(2004); María del Carmen Muñoz Paz, “Historia institucional de Guatemala: La Real Audiencia, 1543-1821”.
4
respecto de estos trabajos, aun cuando la actividad judicial ha estado presente, esta se ha
analizado a partir de Reales Cédulas y recopilaciones de leyes. No obstante, recientemente estos
estudios se han complejizado, a partir de los trabajos de historiadores del Derecho como Carlos
Garriga, cuya atención se ha volcado al análisis de lo que podría llamarse el “gobierno de la
justicia”, incluyendo a su análisis la conformación de una cultura jurídica de Antiguo Régimen. 9
Así, también ha existido seguimiento a las carreras de los miembros de las Audiencias, desde
una mirada prosopográfica clásica. Estas investigaciones van desde los trabajos de Mark
Burkholder y D.S. Chandler sobre la magistratura indiana,10 pasando por el esfuerzo realizado
por Javier Barrientos Grandón en la construcción de una biografía colectiva de quienes
estuvieron a cargo de la administración indiana,11 hasta los trabajos recientes de Guillaume
Gaudin, quien ha ampliado el análisis a las relaciones sociales de los miembros letrados en la
Audiencia de Manila.12 Esto último en función del impacto que tenía, en la administración de
gobierno y justicia, el espectro social de los magistrados, sobre todo en los márgenes de la
Monarquía Hispánica.Un trabajo antecedente, en este sentido, es constituido por Ethelia Ruiz
Medrano, en su análisis de la Real Audiencia de México en la primera mitad del siglo XVI,
ahondando en los intereses de los magistrados y el impacto de ello en la población,
particularmente india.13 Para el caso de la Audiencia de Guatemala también se cuentan algunos
trabajos que retoman las carreras de estos ministros togados, especialmente aquellos que, en una
Informe final de investigación: DIGI y CEUR, Universidad de San Carlos de Guatemala, 2006. Para una
reconstrucción más sintética de la estructura administrativa de la Audiencia de Guatemala en los siglos XVI-XVIII,
en relación con la formación de élites locales, véase José Manuel Santos Pérez, “Burocracia, sociedad y relaciones
de poder en la Audiencia de Guatemala, siglos XVI-XVIII”, Anuario del CEH “Prof. Carlos S. A. Segreti, Vol. 1,
No 1 (2001), pp. 63-78. De carácter más general, puede verse René Johnston Aguilar, “Algunas consideraciones
sobre la justicia colonial”, Anales de la Academia de Geografía e Historia, Año LXXXIII, Tomo LXXXII (2007).
9
Carlos Garriga, “Las Audiencias: justicia y gobierno de las Indias”, en Feliciano Barrios (coord.), El gobierno de
un mundo. Virreinatos y Audiencias en la América Hispánica. Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La
Mancha, 2004, pp. 711-794. Véase, también, Rafael Diego-Fernández Sotelo, “Las Reales Audiencias Indianas
como base de la organización político-territorial de la América hispana”, en Celina G. Becerra Jiménez y Rafael
Diego-Fernández Sotelo (coords.), Convergencias y divergencias. México y Andalucía: siglos XVI-XIX. Jalisco y
Zamora: Universidad de Guadalajara y El Colegio de Michoacán, 2007, pp. 21-68.
10
Mark A. Burkholder y D. S. Chandler, De la impotencia a la autoridad: la Corona española y las Audiencias en
América, 1687-1808. México: Fondo de Cultura Económica, 1984) y Biographical Dictionary of Audiencia
Ministers in the Americas, 1687-1821. Westport: Greenwood, 1982.
11
Javier Barrientos Grandón, Guía prosopográfica de la judicatura letrada indiana (1503-1898), (Madrid:
Fundación Histórica Tavera, 2000).
12
Guillaume Gaudin, “Filipinas en el recorrido vital y profesional de los magistrados de la Monarquía católica
(siglo XVII): pistas para un proyecto de investigación”, en Stefan Rinke (ed.), Actas del XVII Congreso
Internacional de la Asociación de Historiadores Americanistas (AHILA). Berlín: Alemania, 2014, pp. 3242-3261.
13
Ethelia Ruiz Medrano. Reshaping New Spain. Government and Private Interests in the Colonial Bureaucracy,
1531-1550. Boulder: University of Colorado Press, 2006.
5
época temprana, lograron, como colofón del cursus honorum, llegar a ser parte del Consejo de
Indias.14 Sin embargo, pese a los avances de los últimos años, las palabras del historiador José
María Vallejo, al respecto del estudio de la Audiencia de Guatemala, se mantienen más o menos
vigentes: “todo está por hacer: tanto en lo que se refiere al siglo XVI, como a los siglos XVII,
XVIII y XIX”.15
De cualquier forma, es evidente que ha existido una tendencia clara por estudiar la “burocracia”
colonial/imperial, siendo este último término utilizado por los historiadores del siglo pasado
para referirse a los ministros que se desempeñaban en el ámbito de la Monarquía hispánica. 16
Nuevamente, Mark Burkholder figura entre los estudiosos que se han dedicado a ello, haciendo
énfasis en las formas de designación de los ministros indianos, incluyendo las ventas de oficios
de administración.17 En el caso de la Audiencia de Guatemala, se han intentado generalizaciones
que galopan entre la descripción de esta “burocracia” y la inserción de la misma en la sociedad
colonial en los siglos XVI y XVII por parte de Stephen Webre y José Manuel Santos Pérez. 18
En un sentido parecido, Robinson A. Herrera, en su trabajo sobre Santiago de Guatemala en el
siglo XVI, dedica un capítulo al estudio del grupo de letrados, desde una mirada amplia,
incluyendo a todos aquellos que ejercían oficios relacionados con el uso de la pluma y la
jurisprudencia. Herrera concluye que la inserción de estos profesionales, así como la
cimentación de lazos internos entre ellos, se debió a un sistema de favores, más allá de aspectos
como los enlaces matrimoniales.19
14
Véase José María Vallejo García-Hevia, “La Audiencia de Guatemala y sus Consejeros de Indias en el siglo
XVI”, Anuario de historia del derecho español, 75 (2005), pp. 445-610.
15
Vallejo García-Hevia, “La Audiencia de Guatemala”, pp. 446.
16
No obstante, parece equívoco utilizar el término para los años a los que se hace referencia, siendo más apropiada
la entrada “ministro”, que era de uso común en las cuestiones de gobierno de la época. Este aspecto es abordado en
el capítulo 1 de nuestro trabajo. Según ha sido entendida por buena parte de la historiografía, la burocracia de la
época habría sido instalada por los Habsburgo en las Indias durante los siglos XVI y XVII, con el fin de ejercer su
soberanía y acceder a los recursos. Véase Linda Arnold, Bureaucracy and Bureaucrats in Mexico City, 1742-1835.
Tucson: The University of Arizona Press, 1988, p.2 y passim.
17
Mark Burkholder, “Burócratas”, en Louisa S. Hoberman y Susan Socolow (comps.), Ciudades y sociedad en
Latinoamérica colonial. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1986, pp. 105-140.
18
Stephen Webre, “Poder e ideología: la consolidación del sistema colonial (1542-1700)”, en Edelberto Torres
Rivas (coord.) y Julio César Pinto Soria (ed.), Historia general de Centroamérica. Vol. II: El régimen colonial. San
José: Flacso, 1994, pp. 151-217 y Santos Pérez, “Burocracia, sociedad”.
19
Robinson A. Herrera, Natives, Europeans, and Africans in Sixteenth Century Santiago de Guatemala. Austin:
University of Texas Press, 2003.
6
estudios, con una perspectiva de carácter más social, que analizan tribunales y procedimientos
específicos. Entre estos se cuentan los trabajos de Colin M. MacLachlan, José Sánchez-Arcilla
Bernal, Michael Scardaville, entre otros.20
Adicionalmente, con un crisol analítico parecido, pueden contarse trabajos como los de
Woodrow Borah para comprender el marco jurídico, la estructura, los procedimientos y el grado
de litigación en un tribunal indiano específico.21 También, en este mismo plano, puede verse el
trabajo de Charles R. Cutter sobre la construcción de una cultura legal en un espacio marginal
de la Monarquía Hispánica, explorando la relación entre el Derecho Indiano, los agentes de la
justicia real y los procedimientos en distintos tribunales. Con un formato parecido, integrando
una perspectiva cultural en el análisis de la historia del derecho, Julián Andrei Velasco estudia
las dinámicas jurídicas de la Villa de San Gil, en el Virreinato de la Nueva Granada, para
comprender las jurisdicciones, procedimientos y la puesta en práctica de la justicia para el siglo
XVIII.22
En un plano más cercano a las sociedades coloniales, varios trabajos se han acercado a la
articulación de redes sociales y su impacto en la administración de justicia. De igual forma,
también se han encargado de analizar el papel desempeñado por los aspectos plenamente
culturales –como un sistema de valores y creencias- que rodeaban a distintos tribunales,
especialmente de la jurisdicción temporal.23
Por su parte, en los últimos años ha existido un interés notable por conocer más acerca de los
agentes mediadores en el marco indiano e, incluso, hispánico. Estos grupos de mediadores,
vistos como passeurs culturels, tal y como lo exponen Berta Ares Queija y Serge Gruzinski,
“favorecieron las transferencias y el diálogo entre universos aparentemente incompatibles,
20
Colin M. MacLachlan, Criminal Justice in Eighteenth Century Mexico. A Study of Tribunal of the Acordada,
Berkeley: University of California Press, 1974; José Sánchez-Arcilla Bernal, Jueces, criminalidad y control social
en la ciudad de México a finales del siglo XVIII. Madrid: Dykinson, 2016 y Michael Charles Scardaville, “Crime
and the Urban Poor: México City in the Late Colonial Period”. Tesis: University of Florida, 1977. En este sentido
también puede verse a Madigan, “Law, Society and Justice”.
21
Woodrow Borah, El juzgado general de indios en Nueva España. México: Fondo de Cultura Económica, 1985.
22
Charles R. Cutter, The Legal Culture of Northern New Spain, 1700-1800, (Albuquerque: University of New
Mexico Press, 1995; Julián Andrei Velasco, Justicia para los vasallos de su majestad: administración de justicia
en la villa de San Gil, siglo XVIII. Bogotá: Universidad Del Rosario, 2015.
23
El mejor ejemplo lo constituye Tamar Herzog, Upholding Justice: Society, State, and Penal System in Quito
(1650-1750). Ann Arbor: The University of Michigan Press, 2004. También puede verse Gaudin, “Filipinas en el
recorrido”.
7
elaborando mediaciones muchas veces insólitas y contribuyendo así a su articulación y a la
permeabilización de sus fronteras”.24 Al respecto, cabe señalar que la mediación, en este
contexto, se entiende no solo como la conexión de espacios a los centros de poder, sino, en
buena medida, también a la capacidad de acercar personas y vincular jurisdicciones.25 En el caso
específico de la administración de justicia, se acepta que los ministros auxiliares fueron
relevantes en la actividad judicial, debido al carácter descentralizado de la administración de la
Monarquía Hispánica. De ahí que los enredos institucionales fueran, en muchas ocasiones,
remediados por el accionar de una pléyade de agentes. Como resultado, escribanos, abogados,
procuradores e intérpretes han tomado un papel preponderante en la renovada historiografía
sobre la justicia de Antiguo Régimen. Se pueden contar los trabajos de Renzo Honores, Víctor
Gayol, Kathryn Burns, Caroline Cunill, Aude Argouse, entre otros.26 Para Santiago de
Guatemala, el trabajo de Robinson Herrera sobre los profesionales de la pluma y las letras en el
siglo XVI es un estudio único en su tipo.27
Para el caso de la justicia eclesiástica, debe advertirse que los trabajos son relativamente
menores en relación con los avances que la justicia real ha tenido. Probablemente el Tribunal
del Santo Oficio de la Inquisición sea el que mayor interés ha tomado en la historiografía a lo
largo de Hispanoamérica.28 En este sentido, para el caso guatemalteco, resalta la investigación
de Ernesto Chinchilla Aguilar, realizada a partir de sus investigaciones en el Archivo General
24
Berta Ares Queija y Serge Gruzinski, “Presentación”, en Queija y Gruzinski (coords.). Entre dos mundos.
Fronteras culturales y agentes mediadores. Sevilla: CSIC, 1997, p. 10.
25
La mediación ha sido ampliamente estudiada a partir de los actores indígenas y su relación entre centro y periferia.
El trabajo fundamental al respecto es Yanna Yannakakis, El arte de estar en medio. Intermediarios indígenas,
identidad india y régimen local en la Oaxaca Colonial. [Primera edición en inglés 2008] Oaxaca/Zamora:
UABJO/COLMICH, 2012.
26
Renzo Honores, “Una sociedad legalista: abogados, procuradores de causas y la creación de una cultura legal
colonial en Lima y Potosí, 1540-1670”. Tesis: Florida International University, Miami, 2007; Víctor Gayol,
Laberintos de justicia. Procuradores, escribanos y oficiales de la Real Audiencia de México (1750-1812), 2 vols.
Zamora: El Colegio de Michoacán, 2007; Kathryn Burns, Into the Archive. Writing and Power in Colonial Peru,
Durham y Londres: Duke University Press, 2010; Caroline Cunill, Los defensores de indios de Yucatán y el acceso
de los mayas a la justicia colonial, 1540-1600. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2012; Aude
Argouse, “Prueba, información y papeles. Hacia una plena inclusión del escribano y de sus agencias en la historia
de la justicia en Hispanoamérica (Chile, siglos XVII y XVIII), Revista Historia y Justicia, 8 (2017), pp. 97-137.
27
Herrera, Natives, Europeans, and Africans, pp. 97-111.
28
Para hacer referencia a algunas investigaciones, entre el caudal de las existentes, véase Solange Alberro,
Inquisición y sociedad en México, 1570-1700. México: Fondo de Cultura Económica, 1988 y, de carácter más
general, Joaquín Pérez Villanueva y Bartolomé Escandell Bonet (eds.), Historia de la inquisición en España y
América, 3 vols. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1993.
8
de la Nación en México, sobre la presencia del Santo Oficio en la Provincia de Guatemala,
dependiente del tribunal asentado en la Ciudad de México, durante los siglos XVI al XIX. 29
En cuanto al desarrollo historiográfico centrado en otros foros de justicia, tales como los
tribunales ordinarios o las visitas episcopales, buena parte de los trabajos han ido de la mano
con el desarrollo de la historia del Derecho canónico indiano, considerando las fuentes de
inspiración legal, la construcción de jurisdicciones y la relación entre los foros de justicia con
las sociedades en las que se encontraban inmersos.30
Dejando de lado las investigaciones sobre el Santo Oficio de la Inquisición, para el caso de
tribunales específicos, el primer referente se encuentra en el exhaustivo trabajo de Michael
Costeloe sobre el Juzgado de Testamentos, Capellanías y Obras Pías, que pertenecía al
Arzobispado de México. En él, Costeloe explora la estructura, procedimientos e importancia de
este juzgado en la vida económica y social de Nueva España, especialmente en lo que respecta
a la condición eclesiástica, para inicios del siglo XIX.31 De más reciente aparición ha sido el
esfuerzo de Jorge Traslosheros, uno de los más notables en esclarecer el valor histórico que los
tribunales diocesanos tuvieron en la Hispanoamérica de Antiguo Régimen. Así, centrando su
mirada en los orígenes y consolidación de la Audiencia del Arzobispado de México, conjuga el
estudio del Derecho canónico indiano con los procesos legales para dar una mirada global al
respecto.32 Precediendo este trabajo, un breve artículo de Juan Pedro Viqueira ha tomado en
consideración la importancia del Juzgado Ordinario Diocesano –o Audiencia Episcopal-,33 y lo
que fue conocida, por algún tiempo, como la “inquisición para indios”, en referencia al
29
Ernesto Chinchilla Aguilar, La Inquisición en Guatemala. Guatemala: Editorial Universitaria, Universidad de
San Carlos de Guatemala, 1999.
30
Entre los trabajos más representativos se encuentran Jorge E. Traslosheros, Historia judicial eclesiástica de la
Nueva España. Materia, métodos y razones. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2014; Sebastián
Terráneo, “Derecho Canónico Indiano: una hipótesis sobre su naturaleza y contenido”, Revista de Historia del
Derecho, 46 (julio-diciembre 2013), pp. 99-110; Ana de Zaballa Beascoechea, “Del viejo al nuevo mundo:
novedades jurisdiccionales en los tribunales eclesiásticos ordinarios en Nueva España”, en Jorge Traslosheros y
Ana de Zaballa, Los indios ante los foros de justicia religiosa en la Hispanoamérica virreinal. México: Universidad
Nacional Autónoma de México, 2010.
31
Michael P. Costeloe. Church Wealth in Mexico. A Study of the “Juzgado de Capellanías” in the Archbishopric
of Mexico 1800-1856. Nueva York: Cambridge University Press, 1967.
32
Jorge Traslosheros, Iglesia, sociedad y justicia en la Nueva España. La Audiencia del Arzobispado de México,
1528-1668. México: Porrúa y Universidad Nacional Autónoma de México, 2004.
33
Juan Pedro Viqueira, “Una fuente olvidada: el Juzgado Ordinario Diocesano”, en Brian F. Connaughton y Andrés
Lira González (coords.), Las fuentes eclesiásticas para la historia social de México. México: UAM-Iztapalapa e
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1996, pp. 81-99.
9
Provisorato de Naturales que, en todo caso, se encontraba en dependencia de la jurisdicción del
obispo.34
34
Por ejemplo, véase John F. Chuchiak, “The Indian Inquisition and the Extirpation of Idolatry: the Process of
Punishment in the Provisorato de Indios in the Colonial Diocese of Yucatán”. Tesis: Tulane University, 1999.
Véase también Ana de Zaballa Beascoechea, “Jurisdicción de los tribunales eclesiásticos novohispanos sobre la
heterodoxia indígena. Una aproximación a su estudio”, en Ana de Zaballa de Beascoechea (coord.), Nuevas
perspectivas sobre el castigo de la heterodoxia indígena en la Nueva España, siglos XVI-XVIII. Bilbao:
Universidad del País Vasco, 2005.
35
Sebastián Terráneo, “El oficio de juez en la Iglesia indiana”, Anuario argentino de Derecho canónico, Vol. XXI
(2015), pp 357-374 y “El obispo juez en el derecho canónico indiano. La visita del obispo Juan Gómez de Parada
al Pueblo de Chiquimula de la Sierra (21 de enero de 1732)”, en Sociedad Argentina de Derecho Canónico,
Jornadas Anuales. Rosario: SADEC, 2016, pp. 111-136.
36
María Elena Barral, “Fuera y dentro del confesionario. Los párrocos rurales de Buenos Aires como jueces
eclesiásticos a fines del periodo colonial”, Quinto Sol, 7 (2003), pp. 11-36; Miriam Moriconi, “La administración
de justicia eclesiástica en el Río de la Plata, ss. XVII-XVIII: un horizonte historiográfico”, História da
Historiografía, 11 (2013), pp. 210-229; María Elena Barral y Miriam Moriconi, “Los otros jueces: vicarios
eclesiásticos en las parroquias de la diócesis de Buenos Aires durante el periodo colonial”, en Elisa Caselli (coord.),
Justicias, agentes y jurisdicciones: de la monarquía hispánica a los estados nacionales (España y América, siglos
XVI-XIX). Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2016; Rodolfo Aguirre Salvador, “El establecimiento de jueces
eclesiásticos en las doctrinas de indios. El arzobispado de México en la primera mitad del siglo XVIII”, Historia
crítica, 36 (2008), pp. 14-35.
37
Adriaan Van Oss, Catholic Colonialism: a Parish History of Guatemala, 1524-1821. Cambridge: Cambridge
University Press, 1986.
10
Acasaguastlán y, por otro lado, de San Miguel, en los que elabora detallados análisis sobre la
configuración territorial y la administración eclesiástica de las mismas. 38
Diversas fuentes han sido útiles para nuestro análisis. De esta forma, los documentos utilizados
a lo largo del trabajo provienen del Archivo General de Centroamérica (AGCA), Archivo
Histórico Arquidiocesano de Guatemala (AHAG), Archivo General de Indias (AGI) y Archivo
Histórico Nacional (AHN).39 Estos repositorios documentales, entre otros, resguardan la
memoria institucional de los tribunales que a continuación estudiamos y, por ende, su consulta
era imprescindible.
Hemos iniciado con la consulta de la normativa legal de los foros de justicia en la Provincia de
Guatemala. Para el efecto, se consultaron las Ordenanzas de la Real Audiencia de Guatemala,
tanto las aplicadas en 1542 como las que tuvieron vigencia a partir de 1570 –compuestas para
las Reales Audiencias indianas en 1563-. Desde luego, estas fueron un punto de partida, pues la
legislación en torno a los ministros y las jurisdicciones, con el tiempo fue creciendo, atendiendo
a las particularidades del territorio. En ese sentido, las Reales Cédulas fueron de gran utilidad
para explicar esas dinámicas. De igual manera, la Recopilación de leyes de los Reinos de las
Indias, sancionada en 1680, tuvo relevancia en el trabajo. Sin embargo, valga recalcar que esta
última fuente no puede tomarse como una imagen exacta de las instituciones, pues el derecho,
y, particularmente, la ley indiana, no se agotaron con ese esfuerzo de recopilación.
38
Alejandro Conde, “La vicaría territorial de San Miguel, 1599-1812”, Estudios, Cuarta época, 1 (2016), pp-. 65-
92 e “Historia de las instituciones de jurisdicción eclesiástica: Acasaguastlán siglos XVI-XIX”. Tesis: Universidad
de San Carlos de Guatemala, 2009.
39
La distancia entre Guatemala y España, que supone la consulta de los últimos dos archivos, obliga a que buena
parte del material ahí conservado no haya podido estar a la vista en el trabajo. No obstante, los que se consultaron
se encuentran digitalizados y libres para su consulta a través del Portal de Archivos Españoles
(http://pares.mcu.es/).
11
de Trento y su aplicación a la mitra de Guatemala, sustancialmente con las políticas plasmadas
en los sínodos, así lo permitieron, como complemento de las constituciones diocesanas.
Tanto para el caso de la Real Audiencia, como para los foros de justicia eclesiástica, la
correspondencia legada por los ministros es abundante y, por tanto, de provecho para contrastar
lo instituido con las prácticas –en cuanto a la realidad jurisdiccional, la situación de los oficios,
el ejercicio de la jurisdicción, entre otras-, sin que se demerite el papel de la ley indiana en el
orden jurídico. Al contrario, con base en la circulación de información y legislación, ambas
fuentes pudieron verse de manera complementaria.
Para analizar las políticas de nombramientos, de gran ayuda fueron las consultas del Consejo de
Indias respecto a las plazas vacantes en la Real Audiencia de Guatemala. A través de ellas se
pudo dilucidar aspectos relativos al papel que desempeñó la carrera académica, el cursus
honorum y el patronazgo en la elección de ministros aptos. Por otra parte, los expedientes de
confirmaciones de oficios permitieron entender cómo los oficiales llegaban a desempeñarse
como auxiliares de la justicia, especialmente a partir del modelo de ventas de oficios que, a partir
de finales del siglo XVI, se regularizó en todos los territorios indianos. Adicionalmente, estos
nos brindaron información relevante en torno a parentesco y la formación de lazos sociales entre
quienes desempeñaban los oficios, lo que ha sido complementado con escrituras públicas.
Para el caso de la justicia eclesiástica, se consultaron los títulos de los oficios dados por los
prelados de la Diócesis de Guatemala. Pese a que no se cuenta con registros sistemáticos antes
de la década de 1660 y, por ende, ha sido complicado dilucidar cambios y continuidades en
torno a la jurisdicción de los jueces y oficiales de la jurisdicción eclesiástica, los títulos nos
dieron la oportunidad de comprender las motivaciones de los obispos para dichos
nombramientos, así como las calidades de los que recibían el título. En suma, se trata de las
políticas particulares de cada prelado. Además, vistos en conjunto, los nombramientos dieron
cuenta del cursus de la carrera eclesiástica de curas, provisores y oficiales del juzgado
eclesiástico.
Por su parte, para complementar la información brindada por los nombramientos de los prelados,
las actas del cabildo catedralicio tuvieron utilidad en la reconstrucción de las políticas de los
prebendados de la diócesis, especialmente en sede vacante, como receptores de la jurisdicción
del obispado. Por ende, los nombramientos dados, a partir de finales del siglo XVI, permitieron
12
contrastar lo actuado por el alto clero y los mitrados. Por otra parte, algunas de las actas dieron
cuenta de la inmersión de este cuerpo en dinámicas judiciales puntuales.
Finalmente, pero no menos importante, las causas llevadas ante los tribunales han contribuido a
comprender el derecho en la Provincia de Guatemala en una forma dinámica. A partir de estos
se pudieron reconstruir los procesos en los distintos foros de justicia de ambas jurisdicciones.
De tal cuenta, se revisaron causas llevadas ante la Real Audiencia, los autos de algunas visitas
episcopales, autos del Juzgado general de testamentos, capellanías y obras pías y, finalmente, lo
actuado ante el provisor. La consulta de instrumentos públicos permitió constatar, mediante
indicios, que, pese a la poca documentación existente sobre la actividad judicial en la Audiencia
episcopal, esta existió y se integró plenamente a las dinámicas jurisdiccionales de la época.
13
importancia que tuvieron la geografía, el territorio, la población y la economía para la
incorporación de las instituciones de justicia, se hace un recuento de los aspectos más relevantes
en ese sentido, con énfasis en sus implicaciones respecto a la jurisdicción. Finalmente, se explica
en qué consistió el desarrollo de la ciudad letrada en Santiago de Guatemala, dándole relevancia
a la instalación de instituciones en un espacio delimitado, a través de sus contenidos simbólicos
y la relación que estos guardaban con el despacho de los asuntos judiciales. De esta forma, se
busca explicar la importancia de la Provincia de Guatemala y, en particular, de Santiago, como
centro socioeconómico y administrativo de todo el territorio comprendido por la Audiencia de
Guatemala.
15
16
Capítulo 1
Hacia la construcción de un campo jurídico
Hacia el siglo V d. C., el Imperio Romano de Occidente colapsó, tras años de dificultades en
materia económica y política, especialmente por las incursiones de diferentes pueblos
germánicos, la crisis demográfica y la decadencia del sistema económico, ligado directamente
en el sostenimiento de una vasta red fiscal. Así, varios cambios sucedieron después del
derrumbamiento. Estos fueron, a saber, las transformaciones de identidades locales con el
surgimiento de nuevos reinos, la fragmentación del territorio imperial y, finalmente, el
agotamiento de la compleja estructura administrativa.40 En este sentido, con el colapso, se
evidenció una ausencia de poder, incapaz de reemplazar el andamiaje robusto y extensivo de un
aparato de administración totalizante.41
Al respecto, la experiencia posterior a la caída del Imperio tuvo una discontinuidad en cuanto al
ejercicio de la autoridad y, por tanto, sucedió lo mismo en el plano jurídico, tomando en cuenta
que la mentalidad que lo definió se reorientó con base en las necesidades del momento. Esto fue
gracias a la existencia de un poderío político “incompleto” y, por ende, con poca ambición de
ser totalizante. Como resultado, varias aristas de la vida social fueron dejadas de lado en el
gobierno de los príncipes de los nuevos reinos.
Esto tuvo amplias repercusiones en cuanto a las prácticas legales. Así, mientras que durante la
época imperial, tanto los juristas (iuris consultus), como los jueces, las escuelas de formación
jurídica y la legislación se encontraban bajo la tutela de los emperadores, la realidad del derecho
del primer medioevo comprendió una ruptura respecto a ello.42 En este sentido, provocado por
la ausencia de un poder central monopolista, buena parte de la experiencia legal quedó
40
Chris Wickham, Medieval Europe, New Haven: Yale University Press, 2016, pp. 22-29. Ciertamente, hablar de
una caída y ruptura abrupta sería impreciso. Ante ello, es menester tomar “el colapso” como un proceso que afectó
a nivel estructural y que, sin embargo, no significó un hecho que rápidamente cambió la vida de la mayoría de
quienes habitaron el territorio imperial romano. Además, esto únicamente es aplicable para el imperio occidental,
pues, en el caso oriental, subsistió un milenio más. Lo mismo se aplica para la reflexión en torno a la herencia legal.
Véase James A. Brundage, The Medieval Origins of the Legal Profession. Canonists, Civilians, and Courts.
Chicago: The University of Chicago Press, 2008, p. 46; Wickham, Medieval Europe, pp. 22-42.
41
Paolo Grossi, A History of European Law. New York: Wiley-Blackwell, 2010, pp. 1-2.
42
Tamar Herzog, A Short History of European law. Cambridge: Harvard University Press, 2018, pp. 14-33.
17
encausada a los intereses de comunidades nacidas de las cenizas de la estructura política romana
e influenciadas por los grupos germánicos que incursionaron desde el siglo III en el espacio
romano, las cuales gozaron de autonomía, al menos en el período altomedieval. 43 Esto no
significó, por supuesto, que algunos aspectos romanos no hayan subsistido.44
Fue en este contexto que la Iglesia, que apareció de forma tímida desde el siglo I, y cuya
relevancia aumentó progresivamente, optó por la formación de un derecho a partir de la
absorción y la modelación de la costumbre. Es decir, la creación de un ius ecclesiae. De tal
cuenta, con la intención de continuar con la labor cristiana de la salvación, la institución
eclesiástica, inmersa en la idea de una comunidad –y, consecuentemente, en lo jurídico-, expresó
su interés por lo temporal y social en tanto instrumento en la conquista de la eternidad. Para ello
utilizó elementos teológicos (ius divinum) y humanos (ius humanum) para construir una
manifestación jurídica autónoma.45 El derecho canónico, por ende, definió a la Iglesia como
institución, a través del gobierno de sus creencias, ceremonias, organización e interacción con
la sociedad. Esto fue posible, en gran medida, por las fuentes de las cuales se nutrió durante todo
el periodo medieval, a saber, el Antiguo y Nuevo Testamento, los concilios, las disposiciones
papales, y, finalmente, las recopilaciones que sistematizaron un cúmulo de reglas. 46
La mentalidad jurídica cambió durante los siglos que duró la Antigüedad tardía y bien entrada
la Alta Edad Media; no obstante, la presencia de la expresión legal romana continuó,
especialmente por la importancia que tomó el derecho canónico en el uso constante de la
terminología y las fórmulas romanas. En este sentido, comenzando con su enseñanza, así como
el uso que se hizo del mismo en las prácticas judiciales y notariales, y desde los títulos dados a
43
Herzog, A Short History, pp. 57-58.
44
Herzog, A Short History, pp. 51-52. Por otro lado, cabe resaltar que el Corpus Iuris Civilis, que constituyó una
fuente invaluable para la consolidación del orden jurídico medieval, especialmente en el resurgimiento de los
juristas profesionales, nació en el imperio romano de Oriente y mantuvo su vigencia en este hasta bien entrado el
siglo XV. Esto no significa, desde luego, que no fuera conocido en occidente antes del florecimiento legal en Europa
a partir del siglo XI. Véase Charles M. Radding y Antonio Ciaralli, The Corpus Iuris Civilis in the Middle Ages.
Manuscripts and Transmission from the Sixth Century to the Juristic Revival. Leiden: Brill, 2007. Véase también
Hespanha, Cultura jurídica europeia, p. 147.
45
Paolo Grossi, El orden jurídico medieval. [Primera edición en italiano 1995]Madrid: Marcial Pons, 1996, pp.
121-131.
46
Robert Somerville y Bruce C. Brasington (eds.), Prefaces to Canon Law Books in Latin Christianity. Selected
Translations, 500-1245. New Haven: Yale University Press, 1995, pp. 1-18; Herzog, A Short History, pp. 37-43.
Al respecto, Grossi resalta a la revelación (concilios ecuménicos) y la tradición (padres de la Iglesia) como las
fuentes más importantes en la construcción del derecho canónico, al menos en los primeros siglos. Véase Grossi,
El orden jurídico, pp. 126-127.
18
los jueces (Iudex) hasta la utilización de recopilaciones hechas en el periodo imperial, se
mantuvo en el contexto altomedieval a partir de su fundición con elementos canónicos y
germánicos.47 Empero, siguiendo a Paolo Grossi, no implicó, necesariamente, que sobreviviera
incólume o, en otro caso, que le restara originalidad al derecho del medioevo.48
Fue así como el orden jurídico medieval surgió en una etapa de cimentación, que corresponde a
los años que usualmente se consideran altomedievales. Esta época, que va del siglo V al XI,
convencionalmente caracterizada por la ausencia de juristas, no implicó un vació en cuanto a
prácticas legales y, mucho menos, un abandono de la mentalidad jurídica. 49 Al respecto, debido
a la desaparición de un poder soberano más allá del divino, la cuestión política perdió interés en
el monopolio del derecho y, en consecuencia, este último adquirió una autonomía en la que el
pluralismo, la confluencia de distintos intereses y el peso de la costumbre, en su papel de lectora
de las leyes naturales (supra natura), como la fuente objetiva por excelencia para su
constitución, se establecieron a manera de denominadores comunes. 50
Tamar Herzog nota que, a pesar de la ausencia de profesionalización, en el sentido que adquirió
en Roma, la actividad jurisprudencial subsistió en aquellos que se encargaron de la adjudicación
de conflictos a nivel particular, además de los teólogos, los abogados canónicos y, finalmente,
los consejeros reales. Todos ellos contribuyeron en la tarea de compilar, sistematizar y producir
el derecho local y canónico.51 Por otro lado, James Brundage da cuenta de la existencia de varios
términos –advocati, causidici, legis docti, iurisprudentes, notarii y iudices-, que designaron a
quienes estuvieron presentes en la realidad judicial de la época. Con todo ello, sin embargo, fue
el clero el que estuvo más próximo a una maduración de la práctica legal, debido a su
involucramiento en la estructura institucional altomedieval.52
Por otro lado, cabe resaltar el papel marginal de los legisladores durante la época de cimentación
que, sin embargo, subsistió más allá de los siglos XI y XII. En este sentido, es menester señalar
47
Herzog, A Short History, p. 52; Brundage, The Medieval Origins, pp. 46-74.
48
Grossi, El orden jurídico, p. 31.
49
Para una distinción entre cimentación y maduración del orden jurídico medieval, véase Grossi, A History of
European Law, capítulo 1 y Grossi, El orden jurídico, passim.
50
Grossi, El orden jurídico, pp. 59-90; Grossi, A History of European Law, pp. 10-11.
51
Herzog, A Short History, pp. 60-61. Sin embargo, la jurisprudencia en el sentido formal no existió debido a que
no hubo una ciencia jurídica –cultura, según Paolo Grossi-, que fuera capaz de establecer al derecho como una
disciplina autónoma. Véase Manlio Bellomo, The Common Legal Past of Europe, 1000-1800. Washington, D.C.:
The Catholic University of America Press, 1995, pp. 46-48; Grossi, El orden jurídico, pp. 81-83.
52
Brundage, The Medieval Origins, pp. 61-74.
19
que la idea del príncipe fue percibida por su capacidad de juez y no necesariamente en cuanto
creador de leyes. Así, pese a las compilaciones y la constante actividad legislativa de ciertos
reyes, ciertamente, la observancia de la costumbre fue un aspecto con mayor relevancia. Esta,
entendida como un hecho de la naturaleza y relativo al equilibrio de las cosas, sirvió de
inspiración a la ley (lex) que equivalió al derecho (ius) del medioevo. De tal cuenta, la cabeza
de la comunidad política, en vez de crear el orden, se encargó de explicarlo y proponerlo en su
función de intérprete de un ius anterior a él, a partir del estrato consuetudinario (lex non scripta).
Por tanto, el buen gobierno estuvo encabezado por jueces lectores de la realidad natural, en la
que surgió el concepto de equidad (aequitas) a modo de sinónimo de justicia, vital para el
período medieval y, en general, el Antiguo Régimen.53
Hacia el siglo XI, sin embargo, la sociedad medieval no era la misma que en los años
precedentes. Tanto política, social y económicamente, hubo cambios que, aunque perceptibles
desde siglos anteriores, no surtieron efecto de forma tan aguda como en este periodo. En la
transición de la Alta a la Baja Edad Media, el crecimiento poblacional fue notable, así como el
surgimiento de ciudades y mercaderes que coadyuvaron a una mayor circulación de moneda.
Consecuentemente, estos aspectos fueron fundamentales para las transformaciones que se
advirtieron e impactaron de manera esencial en el plano de lo jurídico.54
En el plano político, que incluía el aspecto jurisdiccional, las potestades secular y espiritual no
tardaron en encarnar una lucha por el poder y la representación del mismo. Esto se materializó
hacia finales del siglo XI, en el conflicto de investiduras, que enfrentó a la autoridad imperial
con la papal, desembocando en una serie de tensiones que, aunque no dejaron de estar latentes,
implicaron el nacimiento de la diferenciación entre la esfera temporal y aquella llamada
religiosa. Con ello también se fortaleció la idea de un derecho autónomo para la institución
eclesiástica, a saber, el canónico. A la vez, dotó de una soberanía legislativa mayor a la figura
del papa.55
Aún con ello, es fundamental resaltar que el orden jurídico medieval tuvo continuidades notables
que, de hecho, se reforzaron a partir de los siglos XI y XII y, con base en ellas, surgió lo que
53
Grossi, A History of European Law, pp. 13-14; Grossi, El orden jurídico, pp. 101-109.
54
Grossi, El orden jurídico, pp. 138-139.
55
Herzog, A Short History, pp. 70-72.
20
usualmente se conoce como un “renacimiento” del derecho en el período tardomedieval, inscrito
en el florecimiento cultural que marcó cierta ruptura con el medioevo característicamente
feudal.56 En primer lugar, la primacía de la figura del soberano en tanto juez (princeps-iudex),
y su relación con el poder político a través de las funciones otorgadas por la jurisdicción
(iurisdictio), continuaron. La iurisdictio, entendida desde de la función de juzgar y la potestad
de aquel que tenía una posición autónoma respecto a sus súbditos, reafirmó la imagen del
príncipe en comunión con la administración de justicia y el resguardo del derecho (imago
aequitus y custos iudi), según algunos de los pensadores más influyentes de la época, entre los
que se cuentan a Juan de Salisbury y Santo Tomás de Aquino.57 A esto debe añadirse el papel
central de varios juristas, especialmente del mos italicus, en la construcción del derecho vigente
en la práctica foral y, en términos más amplios, en la vida política del medioevo. 58
Con ello, el poder político siguió siendo indiferente en cuanto a la producción jurídica y, así, el
príncipe continuó interpretando el derecho (aequitas interpres), mas no produciéndolo, debido
al carácter de la lex en tanto revelación de un orden preexistente, en el que Dios era considerado
el único legislador auténtico. Por ende, la lex fue asumida como justa, coherente con la
naturaleza y con la costumbre de la comunidad.59
56
Bellomo, The Common Legal Past, pp. 55-57.
57
Grossi, El orden jurídico, pp. 140-144.
58
Bellomo, The Common Legal Past, pp. 184-202.
59
Grossi, El orden jurídico, pp. 144-150.
60
Bellomo, The Common Legal Past, pp. 55-58; Hespanha, Cultura Jurídica Europeia, pp. 121-123.
61
Grossi, El orden jurídico, pp. 152-160; Grossi, A Short History, pp. 24.
21
La ciencia jurídica medieval, sin embargo, se enfrentó no solo a los nuevos signos del tiempo,
sino también a los efectos de la ausencia de una dominación que pudiera darle validez a su
indagación de la verdad. La legitimidad le fue dada por el “redescubrimiento” del Derecho
Romano justinianeo, es decir, del Corpus Iuris Civilis, sancionado en el siglo VI. Principalmente
se trató de uno de sus componentes, a saber, la Digesta, en tanto materia de la práctica legal.
Esto en función de que la costumbre particular se volvió insuficiente y, en cambio, la tradición
del Corpus poseía riqueza en lenguaje y técnica. Adicionalmente, esta compilación, que además
de la Digesta contenía legislación imperial y reproducía los principios del derecho en Roma, era
considerada sacra por haber sido promovida por un príncipe cristiano (Justiniano I) y venerable
debido al valor otorgado a su antigüedad. En consecuencia, el Corpus se presentó como
verdadero símbolo de autoridad (autorictas).62
Tomando en cuenta el grado de fragmentación jurídica dominante a inicios del segundo milenio,
se puede hablar de la existencia de cuatro derechos presentes en todos los territorios, a saber,
local, romano, germánico y canónico. Aunque unos más influyentes que otros según los
contextos locales, tanto las condiciones socioeconómicas y políticas descritas anteriormente y
la insuficiencia de la lex non scripta en su papel ordenador, dieron vida a un derecho renovado.
Hacia el fin del siglo XI, específicamente en Bolonia, en medio del conflicto de las investiduras,
la Digesta fue redescubierta y tomada en consideración como autorictas. Ello, aunado al
nacimiento del método escolástico para su análisis y un clima de naciente intelectualidad
propiciado por los studia generalia, que paulatinamente se convirtieron en universidades, formó
una cultura jurídica renovada y con vocación universal.63
Esta universalidad fue la vestimenta que tomó el ius commune, como derecho común a todo el
occidente medieval. Esto fue posible gracias a la combinación de las fuentes jurídicas romanas,
canónicas, feudales y aquellas que eran particulares a espacios relativamente pequeños y
delimitados. En este sentido, hacia el siglo XIII, fue notorio el trabajo intelectual de algunos
estudiosos dedicados al escudriñamiento del Corpus Iuris Civilis, a partir del uso de “glosas”.
62
Grossi, El orden jurídico, pp. 160-166; El Corpus Iuris Civilis se componía de tres elementos: el Codex, que
contenía una parte de la legislación imperial romana; la Digesta, que era, en esencia, un tratado sobre derecho
privado con comentarios de juristas romanos y, finalmente, la Instituta, que explicaba los principios del Derecho
Romano, fundamentalmente basado en el manual del jurista romano Gaius. Véase Herzog, A Short History, pp. 30-
32.
63
Herzog, A Short History, pp. 77-81; Bellomo, The Common Legal Past, pp. 60-63.
22
Estas consistían en breves anotaciones que buscaban armonizar el texto y, especialmente,
esclarecer partes del Corpus que resultaran contradictorias u oscuras.64 De tal cuenta, no solo
surgieron compilaciones de glossae (apparatus), sino que se creó una terminología
especializada, que dotó de originalidad a la ciencia jurídica del medioevo.65
La originalidad de la ciencia jurídica medieval consistió en el uso del Corpus como un elemento
antiguo y válido y, de igual manera, la instrumentalización del mismo en función de “llegar a
ver más y mejor que este”.66 Así, aunque el texto romano tuvo autoridad, no implicó una
ausencia de flexibilidad, sino, al contrario, adoptó una postura de interpretatio, en la que
únicamente el príncipe, la comunidad en unión con la costumbre, los administradores de justicia
y el jurista estaban autorizados para interpretar.67
Por su lado, la Iglesia de Roma no se quedó atrás en el proceso de maduración jurídica. En este
sentido, si durante el primer milenio de existencia construyó un cuerpo legal encaminado a
lograr la misión pastoral que emprendió desde su fundación, hacia el siglo XII dio continuidad,
de una forma más amplia, a esto. Ello fue posible gracias al momento que la institución
eclesiástica vivió a partir de los conflictos con la potestad secular y, por otra parte, a la presencia
de un método de estudio, brindado por la ciencia jurídica y, en general, el espíritu de indagación
propio de la época.68
64
El inicio de la tradición jurídica relacionada con los glosadores se le atribuye a Irnerio, jurista boloñés, quien
además de contribuir activamente en el redescubrimiento del Corpus, inauguró el método escolástico de análisis de
los textos jurídicos romanos a partir del uso de la glossae. Véase Bellomo, The Common Legal Past, pp. 129-133;
Hespanha, Cultura jurídica europeia, pp. 197-209.
65
Herzog, A Short History, pp. 81-84; Grossi, El orden jurídico, pp. 160-168.
66
Grossi, El orden jurídico, pp. 166.
67
Grossi, El orden jurídico, pp. 166-168.
68
Grossi, A History of European Law, pp. 31-32.
23
también por su título, a partir de la selección y sistematización de diferentes fuentes (las
escrituras sagradas, la legislación, los concilios, las disposiciones papales y la tradición). 69
Uno de los elementos más llamativos en la conformación del Derecho Canónico clásico fue la
presencia de la aequitas en las distintas compilaciones, que materializó la flexibilidad y
versatilidad de la regla canónica. Esta, como consideración de las peculiaridades de los casos
presentados en los foros religiosos, se transformó en el instrumento para accionar en cualquier
ámbito en el que el poder eclesiástico se viera involucrado. Así, la equidad no solo fue un recurso
al que se apeló comúnmente, sino también un elemento constitutivo con capacidad de llenar los
vacíos de la ley positiva.70
A este esfuerzo compilatorio le siguieron otros, como las Decretales (Liber Extra) y la Liber
Sextus en el siglo XIII, y la Clementinae del siglo XIV. Así, para el siglo XVI, fue notable un
cuerpo de compilaciones que, sistematizado, inició a llamarse Corpus Iuris Canonici, con la
intención de distinguirlo del Corpus Iuris Civilis. Con todo ello, el derecho canónico se sirvió
del método escolástico, así como del estudio y exégesis de las fuentes canónicas, para dar vida
a una expresión jurídica autónoma y de gran peso en el contexto medieval, aunque en estrecha
relación con la esfera temporal. Los juristas canónicos terminaron glosando, comentando y
escribiendo tratados en derecho canónico, lo que, ocasionalmente, permitió hacer uso de ambos
derechos en la práctica forense.71
El estudio de los derechos -romano, canónico y feudal- conllevó a consolidar una forma
innovadora de pensar, discutir y analizar el orden jurídico. A partir de una terminología
especializada, el uso de conceptos y argumentos particulares, junto a técnicas habituales, se
logró cierta unificación que permitió discernir al Ius Commune como un derecho
potencialmente común a todos. Ello contribuyó a su diseminación por parte de autoridades
reales, municipales, eclesiásticas e, incluso, imperiales.72 Justamente, dentro de todos estos
esfuerzos de esparcimiento, el más notable fue el castellano, a cargo de Alfonso X y la
69
Grossi, El orden jurídico, pp. 203-206. Para una valoración de Graciano y su labor compilatoria en contexto,
véase Peter Landau, “Gratian and the Decretum Gratiani”, en Wilfried Hartmann y Kenneth Pennington (eds.),
The History of Medieval Canon Law in the Classical Period, 1140-1234. From Gratian to the Decretals of Pope
Gregory IX. Washington, D.C.: The Catholic University of America Press, 2008, pp. 22-54.
70
Grossi, El orden jurídico, pp. 209-213.
71
Herzog, A Short History, pp. 84-85.
72
Herzog, A Short History, pp. 87-88.
24
promulgación de las Siete Partidas. El contenido de las mismas era de ius canonicum y ius civile
y, lejos de plantearse como hecho legislativo promulgado por el príncipe, en forma individual,
se mostró como traducción ejemplar del derecho común promovida por un rey intérprete.73
Asimismo, como se ha visto, las dos tradiciones jurídicas universales, como lo fueron el derecho
del extinguido Imperio Romano (ius civile) y el de la iglesia (ius canonicum), dieron vida, entre
los siglos XII y XIV, a un utrumque ius o, de la manera que fue mayormente conocido, Ius
Commune. Aun con todo ello, en toda Europa continuaron vigentes varios ius propium,
atendiendo a las necesidades locales. Sin embargo, con el tiempo, estos derechos propios
pasaron a ser las expresiones particulares del mismo, pues, aunque contenía ambos ius, incluso
de formas específicas, la influencia del método utilizado en el derecho común se esparció a todos
los rincones del continente.74 Poco a poco se transformó en un repositorio de soluciones que no
podía ser ignorado por juristas.75
Que existiera este pluralismo jurídico implicó, así, una proliferación de varios cuerpos
normativos, inspirados por diferentes contextos locales, expresado en las múltiples fuentes
legislativas de la experiencia bajomedieval.78 Siguiendo a Paolo Grossi, la variedad de
ordenamientos jurídicos significó que varias realidades jurídicas coexistieron “en el interior de
73
Bartolomé Clavero, Institución histórica del Derecho. Madrid: Marcial Pons, 1992, p. 49
74
Bellomo, The Common Legal Past, pp. 78-80; Herzog, A Short History, pp. 88-89.
75
Herzog, A Short History, p. 88.
76
Hespanha, Cultura jurídica europeia, pp. 160-182.
77
Grossi, El orden jurídico, pp. 221-224.
78
Mario Ascheri, The Laws of Late Medieval Italy (1000-1500): Foundations for a European Legal System.
[Primera edición en italiano 2000]Leiden/Boston: Brill, 2013, p. 108 y 136-191.
25
una compleja red de relaciones, red que de igual manera condiciona y relativiza necesariamente
la posición de cada realidad”.79 Esto, entonces, implicó que los entornos jurídicos pudieron
limitarse entre sí o, por otra parte, convivieron armónicamente, según las circunstancias
específicas de cada comunidad, sin un poder totalizante –soberano- que impusiera una
limitación centralizadora.80
En la práctica jurídica, el derecho medieval tomó relevancia en las ciudades como centros
eficientes para la administración de justicia, debido a la presencia de jueces, letrados y notarios,
aunque esto no excluyó del todo a las áreas rurales periféricas en el dirimir de los asuntos. Así,
la profesionalización de estos agentes conllevó una progresiva complejidad de los procesos
dentro de las cortes medievales. De esta forma, el ius commune tuvo una importante
manifestación no solo en la forma de promulgar el derecho –poder legislativo-, sino en la
composición de foros destinados a administrar justicia. En consecuencia, tanto el papa –a la
Rota, como tribunal de apelación-, los reyes –a sus jueces- y las comunidades –a la autoridad de
villas y ciudades- transmitieron su poder judicial a instancias con personal notablemente
especializado en la práctica legal.81
La relación entre ius commune y los iura propia fue la que dio vida a una dinámica, en el
occidente medieval, conducida a establecer un solo derecho (unum ius). Sin embargo, los ius
propium, que tuvieron cabida junto a la expresión legal de vocación universal, implicaron
contradicciones y conflictos. Esto debido a que, si bien el derecho propio debía prevalecer sobre
el común, el primero estaba condicionado, en interpretación, al segundo. De ahí que, solo en el
caso peninsular, los iura propia de Cataluña, Aragón, Valencia, Castilla, Navarra y Portugal,
supusieron un reto considerable.82
En el contexto castellano, la expresión del ius propium antes de su contacto con el Ius Commune,
fue la existencia de los fueros. Aunque de origen polisémico, estos contenían valores asociados
con el mantenimiento de la costumbre, incluso en las prácticas legales cotidianas, especialmente
en ámbitos espaciales reducidos. Específicamente, el fuero, más allá de otras definiciones, fue
79
Paolo Grossi, “Un derecho sin Estado. La noción de autonomía como fundamento de la constitución jurídica
medieval”, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, 9 (1997), p. 175.
80
Grossi, “Un derecho sin Estado”, pp. 175-176.
81
Ascheri, The Laws of Late Medieval Italy, pp. 321-340
82
Clavero, Institución histórica, pp. 46-47.
26
entendido como “norma jurídica singular” y, por extensión, el conjunto de los mismos se
convirtió en el acumulado de textos que solían recoger los derechos propios, con mayor énfasis
en el contexto municipal.83 Como expresión jurídica local, varias prácticas se encarnaban, hacia
el siglo XI, en una serie de normas basadas en la costumbre, conocidas como fueros breves. Con
el tiempo, y la adición de normativa, se convirtieron en fueros extensos, que tenían validez y
reconocimiento por parte del monarca. Incluso, rebasando su jurisdicción.84
83
Francisco Tomás y Valiente, Manual de Historia Del Derecho Español. Madrid: Tecnos, 1983, pp. 140-154;
Bellomo, The Common Legal Past, pp. 97-98.
84
Bellomo, The Common Legal Past, pp. 97-101. Si sobrepasaba al monarca era porque, a diferencia de la
experiencia jurídica moderna, con vocación absolutista, la soberanía estatal no estaban presentes en este pluralismo
jurídico. Véase Grossi, “Un derecho sin Estado”, pp. 175-176.
85
Clavero, Institución histórica, p. 49. Bellomo, The Common Legal Past, pp. 97-101.
86
Agustín Liniers de Estrada, Manual de Historia del Derecho (español, indiano y argentino). Buenos Aires:
Abeledo Perrot, 1997, p. 36.
27
promulgación de las Leyes de Toro de 1502, cuya intención fue, nuevamente, ordenar las
normativas emanadas de los ordenamientos, fueros y las partidas. Además, estas disposiciones
contenían aspectos relacionados con ius civile y elementos propios de la práctica forense.
Finalmente, un último esfuerzo recopilador de tal magnitud, al menos para el primer período
moderno, fue la Nueva Recopilación de las leyes de Castilla, impulsada por Felipe II en 1567.87
En el factor judicial castellano, resaltó la creación, en este período, de las Reales Cancillerías de
Valladolid y Ciudad Real, esta última posteriormente trasladada a Granada en 1505. Así, junto
a otros foros menores, se encargaron de administrar la justicia en materia civil y criminal, en
unión con las jurisdicciones de los corregidores, alcaldes ordinarios y de la, también creada en
la misma época, Santa Hermandad, adicionalmente a las potestades jurídicas de las
corporaciones.88
Aun con ello hubo elementos que se mantuvieron presentes y que, en este sentido, arroparon la
experiencia jurídica indiana. Esto es, en términos generales, el carácter del derecho del Antiguo
Régimen que, pese a asistir a constantes cambios, conservó su vigencia mucho antes de la
formación del Derecho Indiano y, al respecto, continuó rigiendo hasta inicios del siglo XIX en
87
Estrada, Manual de Historia del Derecho, pp. 37-38; José María Ots Capdequí, Manual de Historia del Derecho
Español en las Indias. Y del derecho propiamente indiano. Buenos Aires: Losada, 1945, pp. 86-87.
88
Ots Capdequí, Manual de Historia del Derecho, p. 75.
89
Eduardo Martiré, Las Audiencias y la administración de justicia en las Indias. Del iudex perfectus al iudex
solutus. [primera edición 2005] Buenos Aires: Librería Histórica, 2009, pp. 9-10; 27-28.
28
Europa y sus áreas de influencia, sin que necesariamente desapareciera completamente. 90 Vale
la pena, de tal cuenta, reconstruir, brevemente, buena parte de esos aspectos.
En primer lugar, en el Antiguo Régimen, el orden político y, por lo menos, la concepción sobre
el mismo se encontraban en directa relación con la impartición de justicia. A manera de
resultado, la iurisdictio pasó a un plano decisivo en el que el poder se asumió a través de la
aequitas en tanto forma eficaz del mantenimiento del vínculo entre soberano y comunidad. En
efecto, el gobierno de esta se atuvo a las jurisdicciones y su capacidad de juzgar y normar.
Adicionalmente, el derecho, verdadera piedra angular en este contexto, comprendió lo que
Carlos Garriga ha determinado como las tres características fundamentales en tal configuración
jurisprudencial: 1) preeminencia de la religión, 2) ordo iuris pluralista y, finalmente, 3)
casuismo.91
En efecto, el derecho no fue visto únicamente en tanto aparato de disciplina social, sino, en todo
caso, como un proceso inserto en la sociedad misma. Es decir, iba más allá de la
conceptualización y categorización de los juristas y, desde luego, interactuaba en varios niveles
sociales.92 Adicionalmente, es pertinente anotar que, con base en esto, la historia jurídico-
institucional es fundamental para comprender esta dinámica.93
Esta misma concepción sobre el derecho, fundada en la máxima de “dar a cada quien lo que le
corresponde” o, en otras palabras, la preeminencia de la equidad (aequitas), fue la aproximación
más cercana a la idea de justicia en el Antiguo Régimen. De tal cuenta, la aequitas usualmente
se construyó, al tratarse directamente de los distintos foros, a partir de una variedad de
resoluciones elegidas entre una constelación de probabilidades. Esto es, el carácter casuista y
pluralista en vínculo directo de la administración de justicia ante Dios, como juez supremo.94
90
Véase Carlos Garriga, “Gobierno y justicia: el gobierno de la justicia”, en Alejandro Agüero, et. al., La
jurisdicción contencioso-administrativa en España: una historia de sus orígenes. Madrid: Consejo General del
Poder Judicial, 2009, pp. 47-48.
91
Carlos Garriga, “Sobre el gobierno de la justicia en Indias (siglos XVI-XVII)”, Revista de historia del derecho,
34 (2006), pp. 73-77.
92
De ahí nuestro énfasis en la teoría del campo jurídico planteada por Pierre Bourdieu, que explicaremos más
adelante. Hespanha señala también la expresión de “prácticas discursivas”, propia de Michel Foucault, para resaltar
el papel preponderante del derecho en un plano legitimador. Véase, Hespanha, Cultura jurídica europeia, p. 38.
93
Hespanha, Cultura jurídica europeia, p. 45.
94
Garriga, “Sobre el gobierno de la justicia”, pp. 81-83
29
En efecto, la aequitas, lejana a la idea de administrar justicia por igual a todos, sin distinción
alguna, constituyó un signo de la continuidad en relación al orden jurídico medieval. Así, tanto
en la justicia temporal, como a aquella relativa a lo espiritual, las consideraciones respecto a la
condición estamental de las personas, en adición a la presencia de la doctrina jurídica y
teológica-moral, junto a las tradiciones civil y canónica, la costumbre, la tradición, los criterios
del juzgador y el contexto, estuvieron presentes en los procesos y las sentencias. Estas últimas,
desde luego, fueron determinadas como “decir” el derecho (ius dicens), de la misma manera que
el iudex del medioevo solía hacerlo, privilegiando la particularidad de cada caso.95
La justicia, así, se mantuvo como garante del equilibrio social y el orden –natural-, a través del
ejercicio del poder por medio de la aequitas. En efecto, pese a los cambios que tuvo la
concepción del derecho desde el siglo XIII hasta el XVIII, aproximadamente, todo lo
relacionado con el plano judicial se equiparó con “el verdadero oficio del rey” que era, por
cierto, “hacer justicia en su Reino”, a manera de vicario de una potestad divina anterior a él. 96
Esto con la comprensión de que, al hacerlo, se sostenía el bien común.97
b. Derecho Indiano
En este sentido, al buscar comprender la administración de justicia en las Indias, siguiendo a
Eduardo Martiré, es necesario tener presente el ordo iuris que enmarcó a la Monarquía
Hispánica, cuyo punto de apoyo fue, precisamente, la aequitas de Antiguo Régimen. De tal
cuenta, el Derecho Indiano, como tal, solo puede ser entendido entre dos momentos
fundamentales de la historia del derecho. Por un lado, el orden jurídico medieval y, por el otro,
la experiencia moderna que asistió al naciente poder centralizador del monarca que se mencionó
anteriormente. Ambos contenidos en el espectro del ius commune.98
Todo ello se insertó, por cierto, en el proceso de expansión de ultramar, en el cual varias coronas
europeas se embarcaron en el período moderno temprano, entre las que se distinguieron la
95
Sebastián Terráneo, “El oficio de juez en la Iglesia indiana”, Anuario Argentino de Derecho Canónico, XXI
(2015), p. 358.
96
Alejandro Agüero, “Las categorías básicas de la cultura jurisdiccional”, en María Lorente Sariñena (coord.), De
justicia de jueces a justicia de leyes: hacia la España de 1870. Madrid: Consejo General del Poder Judicial, 2007,
pp. 29-31.
97
Véase J. B. Owens, “By my Absolute Royal Authority”. Justice and the Castilian Commonwealth at the Beginning
of the First Global Age. Rochester: University of Rocherster Press, 2005, passim.
98
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 21-22.
30
portuguesa y, desde luego, la hispánica. No solo fueron una cantidad considerable de territorios
los que se presentaron a los ojos de los europeos sino, aún más importante, una serie de
situaciones complejas que, además de transformar los nuevos espacios, también afectaron
considerablemente a la sociedad occidental. Sumado a esto, en el plano jurídico, el derecho
fundado en el ius commune, con especial énfasis en su raíz romana, se convirtió en
potencialmente universal.99
En este orden de ideas, es inevitable reconocer el lazo indisoluble que tuvo el Derecho Indiano
con la herencia castellana. Como resultado, el primero se constituyó en un ius particular del
99
Herzog, A Short History, p. 152.
100
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 21-25.
101
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 27-29. En torno a la jurisdicción y su relación con el territorio,
tomada de las reflexiones de Bartolo de Sassoferrato en el siglo XIV, véase Herzog, A Short History, pp. 83-84. Se
detallará en el próximo capítulo lo relacionado con el espacio y la jurisdicción desde la doctrina jurídica.
31
segundo que, a su vez, constituía un ius propium del ius commune. Sin embargo, no se trató de
una trasposición mecánica del ordo iuris castellano sino que se presentó en forma de caso
novedoso e íntimamente ligado con las carestías y particularidades requeridas por el contexto
de las Indias, antes que una simple amplificación de la expresión jurídica de la península ibérica.
Todo ello atendiendo a otros órdenes normativos e institucionales que excedieron la experiencia
de Castilla. Así, aunque esta última no fue capaz de cubrir el amplio espectro de necesidades del
Nuevo Mundo, su presencia fue indispensable.102
El Derecho Indiano, surgido de la creación de las Leyes de Indias, fue comprendido como un
corpus normativo aplicable en los territorios de ultramar recién descubiertos. Esto es, los
espacios americanos, asiáticos y oceánicos, dominados por la Monarquía Hispánica. Y, de
acuerdo con ello, tuvo tres elementos formativos. Estos fueron, a saber, el derecho de Indias
propiamente tal o también llamado municipal; el derecho castellano y, finalmente, el derecho
indígena. Finalmente, debe sumársele el peso de la costumbre, la jurisprudencia y la tradición
de la ciencia jurídica en su conformación.103
En cuanto a la utilización del derecho castellano, resaltó su inclusión en las Indias especialmente
en los ámbitos “privados, penales y procesales” que no fueron cubiertos por las normas
meramente indianas.104 Así, sustancialmente aquellos aspectos relativos a la familia, sucesión,
propiedad y contratos usualmente se basaron en las disposiciones elaboradas con anterioridad
en Castilla.105
Por su lado, el derecho indígena fue restringido en su uso, cuya aplicación solo pudo darse sobre
los naturales y en observancia al derecho natural, la religión y la potestad de la Monarquía
Hispánica. Aunque, como sucedió en buena parte de las Indias, varios regímenes de trabajo, así
como de la tenencia de la tierra en relación con la población india, se basó en órdenes normativos
prehispánicos. 106 No menos puede decirse al respecto de aspectos políticos de organización
102
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 29-33.
103
Antonio Dougnac Rodríguez, Manual de Historia del Derecho Indiano. México: Universidad Nacional
Autónoma de México, 1994, p. 11.
104
Dougnac, Manual de Historia, p. 16.
105
M. C. Mirow, Latin American Law. A History of Private Law and Institutions in Spanish America. Austin:
University of Texas Press, 2004, pp. 15-18.
106
Dougnac, Manual de Historia, p. 16. Para casos específicos: Hill, Los kaqchikeles de la época colonial, pp. 59-
64; Lovell, Conquista y cambio cultural, pp. 163-171; James Lockhart, The Nahuas after the Conquest. A Social
and Cultural History of the Indians of Central Mexico, Sixteenth through Eighteenth Centuries. Stanford: Stanford
University Press, 1992, pp. 141-176; Kevin Terraciano, The Mixtecs of Colonial Oaxaca: Ñudzahui History,
32
después de la Conquista. De cualquier forma, en un ámbito más general, todos los elementos
conformadores fueron materializados en una suerte de sistema jurídico indiano. En este, la ley
del rey y aquella elaborada en los distintos consejos y juntas que asistieron a la Monarquía
Hispánica, adquirieron un protagonismo inédito, al menos para el caso ibérico. Aunque, desde
luego, considerando los límites del derecho natural y, como se ha dicho, del papel privilegiado
de la religión en el desarrollo jurisprudencial.107
Conocidas simplemente como leyes, un amplio cuerpo de disposiciones surgió desde el siglo
XVI. Entre estas, se contaron las leyes de forma llana, pragmáticas, provisiones, cédulas,
ordenanzas, instrucciones, cartas reales y declaraciones. Las mismas tuvieron distinto carácter,
autoridad y contenido, tomando en consideración que la ley (lex) era un “precepto establecido
por escrito para que los hombres vivieran rectamente”, a partir de la creación de una norma
jurídica.108 Concretamente, tales normas fueron elaboradas por el rey, con auxilio del Consejo
de Indias, así como por los ministros locales (virreyes, presidentes, gobernadores, oidores,
visitadores generales y cabildos).109
Ante ello, fue cuestión de tiempo que se acumulara una cantidad considerable de cuerpos legales
reales que, ya en el siglo XVII, significaron un cuerpo de disposiciones numeroso. Esto puede
constatarse en la Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias, que constituyó un aparato
de consulta obligado para la posteridad y, a la vez, producto de discusiones, revisiones y
adiciones de la legislación concerniente a los territorios indianos. En buena medida, como
explica Antonio Dougnac, la abundante normativa atendió al estilo casuístico de legislar y, por
otro parte, a la latente necesidad de la corona en la organización del nuevo mundo.110
En este sentido, tomando en cuenta lo que explica el mismo Dougnac sobre el casuismo y
particularismo en la legislación indiana, surgieron varias colecciones de fuentes legales, que
sirvieron en forma de instrumentos de observancia en el gobierno de las Indias a ambos lados
Sixteenth through Eighteenth Centuries. Stanford: Stanford University Press, 2001, pp. 198-251. Por otro lado,
varias de las sociedades prehispánicas contaban con sistemas jurídicos notablemente complejos. Al respecto, véase
Mirow, Latin American Law, pp. 1-7.
107
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 34-39.
108
Alfonso García Gallo, “La ley como fuente del Derecho en Indias en el siglo XVI”, Anuario de Historia del
Derecho Español, 21-22 (1951-1952), pp. 618-620.
109
Ismael Sánchez Bella, “Las fuentes del Derecho Indiano”, en Ismael Sánchez Bella, Alberto de la Hera y Carlos
Díaz Rementería, Historia del Derecho Indiano. Madrid: Mapfre, 1992, pp. 91-92.
110
Dougnac, Manual de Historia, pp. 11-12.
33
del atlántico. Así, puede encontrarse el Cedulario de Vasco de Puga (1563), la Copulata de
Leyes de Indias (1570), el proyecto inconcluso de codificación de Juan de Ovando (1569-1573),
el Cedulario de Diego de Encinas (1596) –que sirvió como obra de referencia hasta 1680- y,
finalmente, la mencionada Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias (1681), que fue
iniciada por Antonio de León Pinelo (1635) y actualizada por Fernando Jiménez Paniagua, con
lo cual obtuvo su sanción, por Carlos II, en 1680.111
El casuismo, por su lado, condicionó a la ley real, por lo que la lex indiana estuvo bastante lejos
de ser una mera abstracción orientada al control social. De forma contraria, como lo muestra el
proceso de sanción de las disposiciones por parte de los monarcas, la iniciativa para la emisión
de la legislación era, usualmente, tomada por los ministros de las Indias, quienes buscaron en el
rey un sujeto normativo. Así, inicialmente se emitía una conducta escrita que el rey sancionaba
111
Sánchez, “Las fuentes del Derecho”, pp. 97-101.
112
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 36-37.
113
Dougnac, Manual de Historia, pp. 13-14.
114
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 40-41.
34
y, posteriormente, se acomodaba a las características particulares. Esto aunado al poder de la
costumbre.115
Desde luego, los ministros no tuvieron el monopolio de la iniciativa para dar pie al proceso de
sancionar la lex indiana. Y, en este sentido, como nota Adrian Masters, la legislación, atenida a
la solución de casos particulares, fue, en términos generales, una construcción colectiva en la
que la agencia de los vasallos del Nuevo Mundo desempeñó un papel preponderante. Y, tal y
como el mismo Masters concluye, “podemos empezar a replantear el imperio como una
construcción de muchos y diversos sujetos”.116 Esto, en el caso de la Monarquía Hispánica,
como un espacio de interacción y no como una maquinaria de centralización.
En este sentido, tal y como explica Víctor Gayol, la costumbre comprendió en el ordo iuris
castellano un elemento primordial; sin embargo, en atención al contexto indiano, “adquirió un
peso muy significativo en el arte de gobernar […] conformando prácticas locales o estilos de
hacer las cosas en las audiencias indianas desde muy temprana época”, lo que le dio un amplio
margen al acentuado casuismo del período.117 Esto ante los vacíos, contemplados por la misma
potestad monárquica, del derecho positivo.
115
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 42-46; véase también Garriga, “Sobre el gobierno de la
justicia”, p. 70.
116
Adrian Masters, “A Thousand Invisible Architects. Vassals, the Petition and Response System, and the Creation
of Spanish Imperial Caste Legislation”, Hispanic American Historical Review, Vol. 98, No. 3 (2018), pp. 377-406.
117
Víctor Gayol, “Estilo, súplica y dispensa. Flexibilidad y particularismo de la cultura jurídica en el arte de
gobernar”, en Nelly Sigaut y Thomas Calvo (coords.), Cultura y arte de gobernar en espacios y tiempos mexicanos.
Zamora: El Colegio de Michoacán, 2015, p. 143.
118
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 50-51; Gayol, “Estilo, súplica y dispensa”, pp. 141-160;
Sánchez, “Las fuentes del Derecho”, p. 93.
35
c. Derecho Canónico en Indias
En general, suele aceptarse que el mencionado Derecho Canónico Indiano existió sin más
restricción que la del Patronato Regio y que, en este sentido, su mayor representación pudo
encontrarse en los concilios provinciales y los sínodos diocesanos. Esto es, el derecho con
carácter canónico nacido propiamente en las Indias y que, al mismo tiempo, se encontraba en la
observancia de la potestad temporal por la concesión dada a la Monarquía sobre los asuntos
eclesiásticos indianos.119
En primer lugar, debe mencionarse que el derecho de patronazgo no fue algo nuevo en la historia
eclesiástica y de las monarquías. Precisamente, fue una institución canónica que hundió sus
raíces en la Antigüedad y mantuvo su vigencia en el medioevo, durante el proceso de
cristianización de Europa. En el caso de la corona castellana, el antecedente más próximo a
Indias fue la extensión de la bula Orthodoxae fidei, por parte de Inocencio VIII, en la que se les
dio el patronato universal a los Reyes Católicos sobre Granada, Canarias y la villa de Puerto
Real.121
119
Dougnac, Manual de Historia, p. 13. Un balance historiográfico actualizado sobre el tema puede encontrarse en
Jorge Traslosheros, “Canon Law and its Practice in Colonial Latin America”, The Americas, Vol. 73, No. 1 (enero
2016), pp. 3-16.
120
Véase Sebastián Terráneo, “Derecho canónico indiano: una hipótesis sobre su naturaleza y contenido”, Revista
de Historia del Derecho, 46 (julio-diciembre 2013), pp. 99-110.
121
Alberto de la Hera, “El gobierno de la Iglesia en Indias”, en Sánchez Bella, De la Hera y Díaz Rementería,
Historia del Derecho Indiano, pp. 273-274. Para una síntesis histórica del Real Patronato, en el marco jurídico
medieval, véase Ángel Valdez, “Instituciones coloniales: el Real Patronato en el proceso de construcción del
sistema colonial en Guatemala”, Estudios (tercera época), 2014, pp. 11-40. Una de las conclusiones de este trabajo
resalta la importancia que tuvo para la Provincia de Guatemala, en los siglos XVI y XVII, el sistema jurídico de la
Edad Media. A este respecto, puede decirse que no solo fue importante para la formación del derecho indiano, sino
que hubo una traducción cultural del mismo en el plano de las instituciones encargadas de administrar justicia. A
lo largo de nuestro estudio pretendemos dar una visión amplia de ello.
36
Por su lado, las primeras adjudicaciones de derechos sobre el Nuevo Mundo, por parte de la
Monarquía Hispánica, provinieron de las concesiones papales de 1493, extendidas por
Alejandro VI. De tal cuenta, en este y algunos años siguientes, por medio de las bulas Inter
caetera divinae y Eximiae devotionis, junto al breve Piis Fidelium, el mencionado papa dividió
las áreas de influencia de la corona portuguesa e hispánica y, a la segunda, le dio ciertos
privilegios con los que ya contaba la primera. Más tarde, a partir de otra bula, intitulada Dudum
siquidem, dada en septiembre del mismo año, se extendió el dominio de los Reyes Católicos,
proporcionándoles exclusividad comercial en sus territorios a cambio de la evangelización de la
población natural (ius predicando).122
Los conflictos en torno al patronazgo real iniciaron a suscitarse a partir de 1504, con el
levantamiento de las primeras iglesias metropolitanas en Indias. A pesar de que estas fueron
reconocidas como diócesis por Julio II, con la bula Illius fulciti praesidio en 1505, el patronazgo
de la monarquía en relación a ellas no fue mencionado, dejando a los obispos la demarcación y
organización diocesana.123 Aun con ello, tres años más tarde, en 1508, después de la lucha de
Fernando el Católico por adquirir más derechos sobre el Nuevo Mundo, con la letra Universalis
Ecclesiae, fue reconocido el Patronato sobre las Indias, dándole a la corona castellana potestad
de presentación, además de la erección, fundación y dotación de templos, monasterios, etc. 124
En suma, los privilegios dados por el mando papal se convirtieron, con el paso de los años, en
lo que se conoce como Patronato Regio, a saber, “un sistema complejo que se extendería a través
del tiempo y regularía las relaciones entre España y Roma”, a partir de la responsabilidad, por
parte de la autoridad real castellana, de la administración de la Iglesia en sus dominios. 125 El
mismo puede verse en dos vías: por un lado, en la arrogación de ciertas facultades que, a
menudo, sobrepasaban los derechos de patronazgo o, en otro sentido, el reforzamiento de las
122
John Frederick Schwaller, The History of Catholic Church in Latin America. From Conquest to Revolution and
Beyond. Nueva York: New York University Press, 2011, pp. 39-41.
123
María Magdalena Guerra Cano, “El patronato de Granada y el de Indias: algunos de sus aspectos”, en Bibiano
Torres Ramírez y José Hernández Palomo (eds.), Actas de las II Jornadas de Andalucía y América. Sevilla: Escuela
de Estudios Hispano-Americanos, 1983, p. 81.
124
Guerra, “El patronato de Granada”, pp. 82-84; De la Hera, “El gobierno de la Iglesia”, pp. 273-274.
125
Constanza López Lamerain, “Translating Canon Law into Local Reality: from Trent to Santiago de Chile”, en
Hugo Beuvant, Thérence Carvalho y Mathilde Lemée (dirs.), Les traductions du discours juridique. Perspectives
historiques. Renees: Presses Universitaires de Renees, 2018, p. 50.
37
disposiciones canónicas tomando como punto de referencia primario la legislación del rey, como
sucedió con la extensión del Concilio de Trento posteriormente.126
Desde luego, la potestad temporal fue importante en la configuración del Derecho Canónico y
su recepción en Indias, considerando que el mismo fue –y es-, a partir de su nacimiento,
potencialmente universal y, en casos particulares, por ejemplo, el indiano, únicamente se trató
de su aplicación a nivel local. No obstante, no fue por efecto inmediato de la legislación de la
corona que se contribuyó a engrosar la normativa canónica, pues, continúa Terráneo: “la
concepción clásica y tradicional que la Iglesia ha tenido de su derecho, […] impide tener como
normas canónicas […] [las] producidas por los reyes aunque contaran con una serie de
importantes prerrogativas otorgadas por los Papas”.128 En efecto, el Derecho Canónico en
Indias, si se considera que revistió, al igual que el Indiano, varias formas, entre las que se cuentan
la legal, consuetudinaria, jurisprudencial y, finalmente, doctrinaria, implica que las fuentes
fueron igualmente variadas. Así, Jorge Traslosheros indica lo siguiente:
Para el estudio del Derecho canónico contamos con la tradición de los concilios ecuménicos en
general y en específico el de Trento, así como la influencia de la rica tradición canónica hispana;
la documentación producida por los concilios provinciales, los libros parroquiales, las actas de
cabildos de las catedrales, así como la documentación creada por estos cuerpos que afectaron la
vida litúrgica, estética y económica de la Iglesia; la documentación de las distintas corporaciones
de fieles y clérigos como las cofradías y archicofradías, colegios, hospitales, obras pías, etc., más
la ingente cantidad de expedientes producidos por los foros de justicia, los textos de las
universidades cuyos estudiosos acudían al auxilio de los foros de justicia, al tiempo de estar en
126
López, “Translating Canon Law”, p. 51; De la Hera, “El gobierno de la Iglesia”, p. 274. Sobre la intromisión
secular en temas eclesiásticos, en estrecha relación con la teoría del vicariato regio, véase Dougnac, Manual de
Historia, pp. 281-288.
127
Terráneo, “Derecho canónico indiano”, passim.
128
Terráneo, “Derecho canónico indiano”, p. 109.
38
diálogo con otros expertos dentro de la universidad y con la producción que pudiera llegarles de
allende el mar. 129
Ciertamente, el Concilio de Trento se convirtió, a partir de su promulgación en 1563, en el
principal rector de la Iglesia a escala global. Este, convocado por Paulo III y finalizado por Pío
IV, puso sobre el tablero temas relacionados con la jerarquía eclesiástica, los sacramentos y, en
general, la estructura de la institución, con especial énfasis en los curas y obispos. 130 Así, aunque
sancionando aspectos relativos al contexto europeo, la intención siempre fue extenderlo a todos
los rincones en que la Iglesia tuviera presencia. Esto fue posible gracias a la contribución de los
monarcas, que permitieron diseminar las disposiciones tridentinas por todo el orbe católico. 131
Con ello en mente, en el Concilio de Trento se estableció que la mejor forma de esparcir sus
disposiciones fuera a partir de concilios provinciales y sínodos diocesanos. Precisamente, es
ilustrativo el caso del monarca español, que promovió dichas reuniones en todos sus dominios.
Como resultado, en los territorios indianos, fueron los Concilios Provinciales de México y Lima,
en su tercera edición, los que incorporaron la normativa tridentina a su contexto local,
acompañados de múltiples sínodos en las diócesis sufragáneas de las provincias eclesiásticas.
De tal cuenta, Trento no solo fue incorporado a las Indias, sino que fue recibido, adaptado y, en
este sentido, negociado según los contextos particulares.132
Para el caso de la Diócesis de Guatemala, fue el Tercer Concilio Mexicano, convocado por el
arzobispo y virrey don Pedro Moya de Contreras en 1585, que dio dirección a su posterior
desarrollo institucional y pastoral, en el que se incluía, desde luego, la administración de justicia.
De modo que, el esfuerzo de este concilio estuvo encaminado a “adecuar los decretos de los dos
primeros concilios mexicanos de 1555 y 1565 a las pautas tridentinas y revisar y ajustar la
legislación previa a los cambios y transformaciones que se estaban operando en la sociedad e
iglesia novohispana”.133 Esto es, la totalidad del arzobispado mexicano.
129
Jorge E. Traslosheros, Historia judicial eclesiástica de la Nueva España. Materia, método y razones. México:
Porrúa/Instituto de Investigaciones Históricas-UNAM, 2014, pp. 17-18.
130
Schwaller, The History of Catholic, pp. 89-84.
131
López, “Translating Canon Law”, p. 51.
132
Constanza López Lamerain le llama a esto “traducir” el Concilio de Trento. Véase López, “Translating Canon
Law”, pp. 52-55.
133
María del Pilar Martínez López-Cano, et. al., “Estudio introductorio. Tercer concilio provincial mexicano
(1585)”, en María del Pilar Martínez López Cano (coord.), Concilios provinciales mexicanos. Época colonial,
México: Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Históricas, 2004, pp. 1-5. Véase
39
En otro sentido, similar a lo que sucedió con la expresión temporal jurídica, en el Derecho
Canónico de Indias la costumbre desempeñó un papel fundamental. En consecuencia, delineada
por la tradición consuetudinaria canónica en las lagunas del ius positivo, esta forma contra ius
scriptum atendió a las dificultades de la institución eclesiástica indiana, entre las que se contaron
la falta de ministros, el desconocimiento de la legislación papal, la existencia de las dispensas
tomadas a manera de reglas generales, junto a la presencia de la corona en los asuntos religiosos.
Esto fue, con el tiempo, aceptado y difundido, dando como resultado un derecho compuesto por
leges scriptae y non scriptae.134
La costumbre, en este aspecto, distinguida por ser intérprete de la ley conforme a derecho, según
Terráneo, tuvo mayor fuerza cuando cumplió con los presupuestos siguientes: 1) razonabilidad,
es decir, que no fuera contra la ley divina o natural; 2) prescripción por el tiempo legal o, lo que
es lo mismo, esperar por lo menos una década y la reiteración de la lex non scripta o contra
legem; 3) introducción por medio de actos voluntarios encaminado a establecer derecho y,
finalmente, 4) consentimiento de la autoridad.135
Al respecto, de gran utilidad para la investigación será la teoría propuesta de Pierre Bourdieu en
relación a la existencia de campos, particularmente el jurídico. Esto debido a que, como se busca
evidenciar, la situación jurisdiccional presente en la Provincia de Guatemala permite estudiar el
también Jorge E. Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad en la Nueva España. La Audiencia del Arzobispado de
México, 1528-1668. México: Porrúa/Universidad Iberoamericana, 2004, pp. 33-41.
134
Sebastián Terráneo, “La costumbre en el Derecho Canónico Indiano”, Anuario Argentino de Derecho Canónico,
20 (2014), pp. 272-275.
135
Terráneo, “La costumbre en el Derecho”, pp. 274-279.
136
Véanse los términos “administrar”, “gobierno” y “ministro” en Sebastián Cobarruvias Orozco, Tesoro de la
lengua castellana, o española. Madrid: por Luis Sánchez, impresor del Rey, 1611.
40
ámbito real y eclesiástico en conjunto, gracias a la cercanía de los foros de justicia en un espacio
y tiempo determinado, así como de la dinámica de circulación de agentes presente en ellos. De
esta forma, especialmente en Santiago de Guatemala, se puede decir que se construyó una
cultura legal que se proyectaba a la provincia en particular, y a todo el reino en general.
Baste señalar que, según Bourdieu, los campos, como “espacios estructurados de posiciones (o
de puestos)” que se interrelacionan con otros similares, se constituyen en sitios en los que
distintas correlaciones de fuerzas se ponen en evidencia. Tomando en cuenta lo anterior, el
campo jurídico, en síntesis, es propuesto similar a un andamiaje de instituciones y prácticas en
las que el derecho circula y se interrelaciona con distintos campos de la sociedad. 137
Esta correlación de fuerzas, según Bourdieu, está conformada por un grupo de profesionales que
se encuentran en constante lucha, debido a la división del trabajo basada en la rivalidad entre
agentes e instituciones que se halla en la misma fundación de un sistema de normas y prácticas.
Estos, a partir de las luchas reflejadas en la estructura, construyen una dinámica de jerarquías,
dependientes de la posición dentro del campo jurídico y a nivel social, así como de las
tradiciones jurídicas. Adicionalmente, estas disputas permiten la creación de un corpus práctico
que funciona también en las vías del capital simbólico y cultural.138
Considerando lo anterior, visto en el contexto indiano y, desde luego, localmente a través del
caso de la Provincia de Guatemala, el campo jurídico puede ser entendido a partir de la
concepción de jurisdicción que permeó la cultura legal de Antiguo Régimen, al menos durante
los siglos XVI y XVII. Observada de esta forma, con una herencia medieval, la iurisdictio marcó
la configuración del poder político en su función de administrar la justicia a los vasallos. Y,
debido a la distancia y las dimensiones de la Monarquía Hispánica, esto solo pudo recaer en
quienes “decían” el derecho en nombre del rey o, en otras palabras, los oficiales que,
literalmente, hacían los oficios regios, especialmente en lo que respectó al plano judicial. 139
137
Pierre Bourdieu, Cuestiones de Sociología. Madrid: Akal, 2008, pp. 112, 160-168 y passim; Pierre Bourdieu,
Respuestas. Para una antropología reflexiva. México: Grijalbo, 1995, p. 63-64; Pierre Bourdieu, “Elementos para
una sociología del campo jurídico”, en Pierre Bourdieu y Gunther Teubner, La fuerza del Derecho. Bogotá: Siglo
del Hombre Editores/Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes/Ediciones Uniandes/Instituto Pensar,
2000, pp. 153-220.
138
Bourdieu, “Elementos para una sociología”, pp. 160-168.
139
Véase Carlos Garriga, “Orden jurídico y orden político en el Antiguo Régimen”, Istor, 16 (2004), pp. 16-17;
Julián Andrei Velasco Pedraza, “Justicia para los vasallos de su majestad. La configuración de la administración
41
La iurisdictio, como presupuesto fundamental en la formación del ius commune, fue
comprendida, además, en tanto la capacidad de decir el derecho en función de la equidad. En
este sentido, la jurisdicción, además de una aptitud adquirida por parte de quienes ejercían, a
manera de vicarios del monarca, la facultad de “impartir a cada quien, según correspondiera”,
fue también importante en el plano territorial indiano, en tanto consistió en la extensión jurídica
del rey, sin interferencia de otros señores, en forma de aplicación directa, mediada por el
Patronato Regio en los ámbitos secular y religioso.140 Un campo jurídico bajo esta percepción,
entonces, se dinamizó en todos los espacios en los que la iurisdictio tuvo vigencia.
En el plano temporal, como se ha dicho, el rey fue la fuente principal de la jurisdicción. Y, por
ende, igualmente lo fue de las dignidades y los oficios que, en última instancia, se encargaron
de la aplicación de la justicia tanto en la vertiente civil como en la criminal. Así, tomando en
consideración que, para la época de formación del Derecho Indiano, la figura regia había
adoptado una posición que no solo decía el ius, sino que también lo sancionaba, fue lógico que
los nombramientos y provisiones de los cargos fueran sufragáneos de su iurisdictio.141
En las dos acepciones –temporal y espiritual-, la relación entre jurisdicciones en Indias fue
bastante particular. Esto debido a que, aunque la recepción del derecho en el contexto indiano
asumió la summa divisio de ambas esferas, considerando la existencia de dos derechos
separados, el patronazgo de la corona sobre la institución eclesiástica medió constantemente,
con la intención de mantener un orden fundado, muy probablemente, en la aequitas de Antiguo
Régimen.142 De ahí que el origen de la división jurisdiccional deba verse, en buena medida, a
partir del patronato poseído por la Monarquía. En ese sentido, la iurisdictio, pretendida como
aquella que manaba del príncipe, dio un carácter político –y, por ende, jurídico- a las extensiones
indianas. De ahí, la jurisdiccionalización estaría supeditada a esta summa divisio, en la que los
monarcas tomaron un papel fundamental para su composición.143
de justicia en la Villa de San Gil (Nuevo Reino de Granada), 1689-1795”. Tesis de maestría: Universidad Nacional
Autónoma de México, 2015, pp. 23-25.
140
Javier Barrientos Grandón, El gobierno de las Indias. Madrid: Marcial Pons/Ediciones Jurídicas y Sociales,
2004, pp. 45-46; Agüero, “Categorías básicas de la cultura jurídica”, pp. 31-33.
141
Barrientos, El gobierno de las Indias, pp. 47-49.
142
Véase Barrientos, El gobierno de las Indias, pp. 45-46.
143
Para los aspectos relativos a la jurisdicción y su relación con la persona y el territorio, expresado, especialmente,
en la tradición del mos italicus, y su recepción en la judicatura letrada indiana, véase Javier Barrientos Grandón,
“El cursus de la jurisdicción letrada en las Indias (s.XVI-XVII), en Feliciano Barrios Pintado (coord.), El gobierno
42
No obstante, al hablar del campo eclesiástico, la jurisdicción tomó peculiaridades, especialmente
en el período hispánico. Esta, ejercida por la Iglesia, buscó el gobierno de la grey a través de
principios teológicos y morales orientados al mantenimiento del orden. Y, como se ha dicho, el
carácter jurídico de los foros eclesiásticos –externo e interno-, estuvo influenciado por la
constante presencia del Patronato Regio y, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, también
por las disposiciones tridentinas.144
El Corpus Iuris Canonici estableció, desde los principios rectores de la institución eclesiástica
bajomedieval, que esta jurisdicción se encontraba limitada en su aplicación a los cristianos en
materias espirituales y eclesiásticas. Por otro lado, el control ejercido sobre las personas laicas
fue menor respecto al clero. Así, a pesar de que la iurisdictio de la Iglesia se extendió para todos
los fieles, también es cierto que varios aspectos fueron dejados a consideración del ámbito
temporal.145 Sin embargo, también debe considerarse que las atribuciones judiciales de los
jueces eclesiásticos a menudo rebasaron el fuero religioso.
Ante ello, el derecho de la Iglesia respecto a sus fieles puede entenderse en la división de
jurisdicciones que, en este sentido, rigió sobre la grey indiana y, desde luego, también ejerció
influencia para el caso del contexto diocesano en la Provincia de Guatemala. Tomando esto en
consideración, fue tanto la jurisdicción propia y esencial, así como la accidental o privilegiada,
las que desempeñaron un papel fundamental, en tanto verdaderos escenarios del campo jurídico.
Por un lado, la jurisdicción propia, ejercida en el fuero interno y externo –confesión y tribunales,
respectivamente-, era la devenida de la autoridad que la Iglesia tuvo sobre los fieles, según la
potestad emanada del mismo Jesucristo. Esta, recibida, usualmente, por los obispos en sus
diócesis como únicos jueces, se atuvo a los aspectos relacionados con la fe, las costumbres y la
disciplina eclesiástica.146
43
eclesiástica hacia la corona. Efectivamente, esta fue establecida para la imposición de penas
civiles a clérigos y legos, junto a la posibilidad en el otorgamiento de capacidad a las justicias
del rey para juzgar al clero, en delitos comunes, como cualquier miembro de la comunidad sujeto
a la jurisdicción regia.147 Al respecto de ello, cabe resaltar que la división entre jurisdicción
ordinaria y delegada estuvo siempre presente. Esta fue, a saber, aquella que distinguía entre
jurisdicción la dada por título a los jueces y la limitada en materia y tiempo. De tal cuenta, el
jurista Juan de Hevia Bolaños, a inicios del siglo XVII, distinguió ambas de la siguiente manera:
En función de contextualizarlo, el habitus de los ministros judiciales estuvo marcado por varios
aspectos, que iban desde las calidades, hasta la experiencia en la práctica jurídica, pasando por
147
Conde, “Historia de las instituciones”, p. 10.
148
Juan de Hevia Bolaños, Curia Philipica: primero y segundo tomo, Madrid: En la Oficina de Pedro Marín,
[primera edición de 1603] 1771, p. 19.
149
Véase Juan Francisco Pardo Molero y Manuel Lomas Cortés, “Ministros idóneos. El marco del servicio del rey
en la Monarquía Católica”, en Juan Francisco Pardo Molero y Manuel Lomas Cortés (coords.), Oficiales reales.
Los ministros de la Monarquía Católica, siglos XVI-XVII, Valencia: Universitat de Valencia, 2012, pp. 9-12.
150
Véase Bourdieu, Respuestas, pp. 82-84.
151
Mauricio García Villegas, “On Pierre Bourdieu’s legal thought”, Droit et societé, 56-57 (2004), pp. 60-61.
44
los estudios y, finalmente, las pautas de comportamiento –interiorización del ejercicio ideal del
oficio-, como una suerte de construcción arquetípica, vital en el desarrollo de sus agencias.152
Esto estuvo ampliamente ligado, en los casos de la magistratura togada y para la jerarquía
eclesiástica indiana, en lo que se llamó cursus honorum o, en otras palabras, la carrera que a
menudo se escalaba en el ámbito monárquico.153 Este habitus, por tratarse de las disposiciones
de los agentes y, en cierta medida, debido a su carácter extendido en aquellos que administraban
justicia, así como en quienes se encargaron de auxiliar en el proceso, a menudo puede ser hallado
en las múltiples recopilaciones, de igual forma que en los tratados y manuales relacionados con
el ejercicio del derecho en la época de estudio.154
Por otra parte, en el campo jurídico, se puede distinguir la presencia de un capital equiparable
al mismo. Este, entendido a manera de una síntesis entre los capitales simbólicos y culturales,
que se encuentran vinculados y establecidos mediante formas de prueba, junto al poder que estas
aseguran, a través de códigos, valores colectivos y actitudes y, por otro lado, a partir de los
conocimientos, grados universitarios, y la autoridad ejercida, etc. 155 Así, dos aspectos
fundamentales como lo fueron el honor y los estudios, delinearon buena porción de las
relaciones tejidas dentro de esta cultura jurisdiccional.
El honor, por su lado, fue un elemento fundamental en las sociedades de Antiguo Régimen,
especialmente en el contexto del Atlántico español. Para quienes conformaban la red relacional
del campo jurídico, este componente fue parte del capital simbólico, en tanto se comprendió a
partir de la limpieza de sangre –y, en este sentido, de la conformación de categorías socio-
raciales-, la ostentación de cargos con jurisdicción y, desde luego, la educación. Esto último
estrechamente relacionado con el capital cultural en cuanto a ciertos puntos de confluencia, tales
152
Arndt Brendecke, “El habitus del oficial real: ideal, percepción y ejercicio del cargo en la Monarquía Hispánica
(siglos XV-XVIII)”, Studia Historica: Historia Moderna, 39, No. 1 (2017), pp. 31-34.
153
Pardo y Lomas, “Ministros idóneos”, pp. 10-17. Véase, en un sentido de comparación, los trabajos incluidos en
el dossier intitulado El habitus del oficial real: ideal, percepción y ejercicio del cargo en la Monarquía Hispánica
(siglos XV-XVIII), desarrollado en la revista Studia Historica: Historia Moderna, en su volumen 39, número 1 del
2017.
154
Véase la parte metodológica y también aquella relativa a las fuentes en Víctor Gayol, Laberintos de justicia.
Procuradores, escribanos y oficiales de la Real Audiencia de México (1750-1812), 2 tomos. Zamora: El Colegio
de Michoacán, 2007, tomo 1, pp. 17-60.
155
Para una explicación más extendida, puede consultarse Bourdieu, “Elementos para una Sociología”, passim.
45
como los otorgamientos de grados y el conocimiento de normativas y prácticas jurídicas
asociadas. De tal cuenta, el capital jurídico devino en una síntesis teórica de dichos ámbitos. 156
Para finalizar el apartado, parece vital realzar el lugar que tuvieron las interrelaciones entre
agentes y, específicamente, la creación de redes de sociabilidad en este complejo jurídico. En el
particular que aquí compete, es de primer orden apuntar que las relaciones sociales y la
formación de tejidos familiares, clientelares, de compadrazgo, etc., fueron realmente
importantes en el desarrollo de las sociedades de Antiguo Régimen y, de forma específica, en el
caso indiano.
156
Mark A. Burkholder, “Honor and Honors in Colonial Spanish America”, en Lyman L. Johnson y Sonya Lipsett-
Rivera, The Faces of Honor. Sex, Shame, and Violence in Colonial Latin America. Albuquerque: University of
New Mexico Press, 1998, pp. 18-44.
157
Jean-Pierre Dedieu, “Amistad, familia, patria… y rey. Las bases de la vida política en la Monarquía española
de los siglos XVII y XVIII”, Mélanges de la Casa de Velázquez, Vol. 35, No. 1 (2005), pp. 27-50. Para una
caracterización de los tipos de redes de sociabilidad, véase Michel Bertrand, Grandeza y miseria del oficio. Los
oficiales de la Real Hacienda de la Nueva España, siglos XVII y XVIII. [primera edición en francés 1999] México:
Fondo de Cultura Económica, 2011, passim.
158
Dedieu, “Amistad, familia, patria… y rey”.
46
Capítulo 2
La Provincia de Guatemala: contexto y espacios jurídicos
A. Cuestiones jurídicas preliminares
159
El término se inserta en la semántica de la tradición político-jurídica que se compartía en la Monarquía hispánica.
Véase Alejandro Agüero, Andréa Slemian y Rafael Diego-Fernández, “Introducción” en Agüero, Slemian y
Fernández (coords.), Jurisdicciones, soberanías, administraciones. Configuración de los espacios políticos en la
construcción de los Estados nacionales en Iberoamérica, Córdoba/Zamora: Editorial de la UNC/El Colegio de
Michoacán, 2018, pp. 19-23.
160
Sebastián Cobarruvias Orozco, Tesoro de la lengua castellana, p. 1235.
161
Gonzalo Martínez Diez, “Génesis histórica de las provincias españolas”, Anuario de Historia del Derecho
Español, 51 (1981), p. 523.
162
Martínez, “Génesis histórica de las provincias españolas”, p. 524.
163
Martínez, “Génesis histórica de las provincias españolas”, pp. 533-534; Cobarruvias, Tesoro de la lengua
castellana, p. 1235.
47
hubo, desde el inicio, una clara tendencia a remarcar el desarrollo histórico del equipamiento
político del espacio, ligado íntimamente al surgimiento de diversas jurisdicciones. 164
Todas estas delimitaciones recibieron una profunda influencia del derecho. Con esto en mente,
es posible tomar en cuenta el papel que los juristas desempeñaron en la conformación de
jurisdicciones y, en general, de la aprehensión del espacio hispánico como parte vital de lo
jurídico en tanto práctica. Así, el caso de Juan de Solórzano Pereira (1575-1655), quien es,
probablemente, el jurista más citado en cuanto a materias legales en las Indias, fue
representativo. Solórzano Pereira, al referirse a las Bulas Alejandrinas de 1493, explicó la
controversia generada en torno a las prerrogativas que los Reyes Católicos y sus sucesores
tuvieron sobre las “provincias” del Nuevo Orbe. En este sentido, el jurista las entendió desde un
crisol bastante amplio, dándoles una amplitud de significados: “tierra, ciudad, fuerza, lugar,
villa, […]”.165 De forma consensuada, los tratados jurídicos indianos adoptaron el término de
forma que este fuera equiparable al de reino.166
164
El asunto es desarrollado, para el caso de Santa Fe entre los siglos XVI y XVII, a lo largo de Darío G. Barriera,
Abrir puertas a la tierra. Microanálisis de la construcción de un espacio político. Santa Fe, 1573-1640. [Primera
edición 2006] Santa Fe: Museo Histórico Provincial Brigadier Estanislao López, 2017.
165
Juan de Solórzano Pereira, Política Indiana, Madrid: por Diego Díaz de la Carrera, 1647. Libro 1, Capítulo XI,
p. 49.
166
Un ejemplo de comparación lo conformó el caso de la aplicación del derecho castellano en las Indias. Al igual
que Solórzano Pereira, algunos juristas como Fray Gaspar de Villaroel, aunque explicando las diferencias entre
Castilla y las posesiones de ultramar, fundamentando “(…) la inferioridad de las Indias”, en tanto pertenecientes a
la corona castellana, concordaron en que el derecho castellano era aplicable en las provincias indianas. Véase
Miguel Luque Talaván, Un universo de opiniones. La literatura jurídica indiana. Madrid: Consejo Superior de
Investigaciones Científicas/Instituto de Historia, 2003, pp. 130-132.
167
Véase Flavio Quesada Saldaña, Estructuración y desarrollo de la administración política territorial en
Guatemala en la colonia y época independiente. Guatemala: Centro de Estudios Urbanos y Regionales,
Universidad de San Carlos de Guatemala, 2005, pp. 24-39.
48
contrario, fueron parte de un proceso largo de expansión administrativa: por un lado, esta fue
comprendida como el territorio extenso que comprendía a otras jurisdicciones, es decir, como
sinónimo, en el ámbito territorial, de Audiencia y, por el otro lado, también fue concebida como
el territorio correspondiente con la primera división de gobernaciones y, en la posteridad,
también corregimientos y alcaldías mayores. Para el caso particular de Guatemala, la primera
gobernación tuvo vigencia desde 1527, con el nombramiento de Pedro de Alvarado como
gobernador de las provincias de Chiapas y Guatemala, hasta la década de 1540 en el que todas
las gobernaciones primitivas de la recién fundada Audiencia de los Confines se extinguieron. 168
Para los ministros seglares, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, los significados también
fueron variados. Así, en primera instancia, fue comprendida como una provincia mayor que se
correspondió con los límites de la Audiencia de Guatemala y la iurisdictio del presidente, capitán
general y gobernador a cargo de ella. Como resultado, algunos magistrados, en el intento de
hacer relaciones de los territorios de dicha jurisdicción, comprendieron a la Provincia de
Guatemala compuesta de otros distritos que recibieron la misma categoría. Así, por ejemplo, el
oidor Diego García de Palacio (1573-1580) contó trece de estas divisiones, aunque, en este
sentido, algunas fueran gobernaciones, alcaldías mayores o corregimientos. 169 Posteriormente,
Juan de Pineda se encargó de hacer un recuento de su composición, una vez más entendida como
el conjunto de otras provincias; aunque, en esa ocasión, con gran correspondencia a lo que desde
en las décadas de 1540-1550 se dividió en pueblos en relación con la jurisdicción eclesiástica.
Al referirse a Guatemala como una de estas unidades administrativas, describió específicamente
al valle que rodeaba a Santiago, junto con sus milpas y pueblos aledaños y agregó, en este
sentido, a Soconusco, Verapaz y algunos pueblos de Sonsonate y San Salvador.170
En las relaciones de los cronistas contemporáneos, fue aprehendida de distintas formas: desde
el territorio conquistado y, a la vez, base para el proceso expansivo, hasta una suerte de división
que contuvo una serie de jurisdicciones más definidas (corregimientos y alcaldías mayores), sin
168
Stephen Webre, “Poder e ideología: la consolidación del sistema colonial (1542-1700), en Edelberto Torres-
Rivas (coord.), Historia general de Centroamérica, Vol. II: El régimen colonial. San José: Flacso, 1994, p. 157.
169
Archivo Histórico Nacional (en adelante AHN), DIVERSOS-COLECCIONES, 25, N. 40, f. 1.
170
Juan de Pineda, “Descripción de la Provincia de Guatemala (1594)”, en Relaciones históricas y geográficas de
América Central. Madrid: V. Suárez, 1908, pp. 417-471.
49
olvidar que el Valle de Guatemala, que tuvo por centro administrativo a la ciudad de Santiago
de Guatemala, fue fundamental en su consideración.171
La expresión “provincia”, tomada en un significado más amplio, también fue utilizada por las
órdenes regulares. En este sentido, considerando que buena parte de la posesión de los territorios
recién descubiertos (Nuevo Mundo) consistió en pacificar, tratar, y convertir a la población
natural, los misioneros se convirtieron en agentes de expansión territorial. Esto debido a que la
conversión religiosa fue tomada como uno de los medios más eficaces para tomar el control de
las poblaciones.172 Es de suma importancia notar que la política de fundación de conventos y
adquisición de propiedades de provincias como la del Santísimo Nombre de Jesús en Guatemala
(franciscanos), la de San Vicente de Chiapa y Guatemala (dominicos) y la mercedaria, coincidió,
a menudo, con las delimitaciones de la Provincia de Guatemala.173 Desde luego, tomando en
consideración que los cambios en cuanto a las jurisdicciones fueron producto de tensiones y
dinámicas en torno al poder, para este caso específico, los espacios territoriales religiosos fueron
parte de la constante polémica en torno al cuidado de la grey en el marco de la Diócesis de
Guatemala, supeditada a la provincia mexicana.174
Ante esta polisemia, una nueva voz se sumó al repertorio de quienes intentaron describir a dicha
jurisdicción. De manera concreta, el oficial del Consejo de Indias, Juan Díez de la Calle (1599-
1662), al redactar su extenso memorial sobre los territorios indianos –aunque comprendió
únicamente los dominios novohispanos y aquellos próximos a ellos-, tomó por distritos de la
Audiencia a la provincia de Guatemala, con influencia en Nicaragua, Chiapas, Higueras, Cabo
de Honduras, la Verapaz y Soconusco.175 Es decir, Díez de la Calle reconoció la existencia de
una entidad conocida como Guatemala en la que se clarificaba el distrito del tribunal de alzada.
171
Véase, por ejemplo, Antonio de Remesal, Historia general de las Indias occidentales y particular de la
gobernación de Chiapa y Guatemala, Tomo I. Guatemala: Tipografía Nacional, 1932, págs. 20, 58 y 172 y
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, Recordación Florida, Tomo I. Madrid: Luis Navarro, editor, 1882, pp.
XLIV y 392.
172
Tamar Herzog, Frontiers of Possession. Spain and Portugal in Europe and the Americas. Cambridge/Londres:
Harvard University Press, 2015, pp. 130-131.
173
Véase Jesús María García Añoveros, “La Iglesia en el Reino de Guatemala”, en Jorge Luján Muñoz (dir.),
Historia General de Guatemala, Tomo II: Desde la Conquista hasta 1700. Guatemala: Asociación de Amigos del
País-Fundación para la Cultura y el Desarrollo, 1997, pp. 165-167.
174
Para una ampliación, puede verse Adriaan C. Van Oss, Catholic Colonialism: a Parish History of Guatemala,
1524-1821. Cambridge: Cambridge University Press, 1986, pp. 37 y 126-128.
175
Juan Díez de la Calle, Memorial y noticias sacras y reales del imperio de las Indias occidentales. Madrid: 1646,
f. 113.
50
Es en este sentido que, para los fines particulares de este trabajo, la Provincia de Guatemala sea
entendida en los mismos términos que un oficial del Consejo de Indias, como lo fue Juan Díez
de la Calle, lo demarcó, es decir, aquel correspondiente territorialmente a la diócesis. 176
Curiosamente, la representación cartográfica también delimitó de esta forma a la Audiencia de
Guatemala y sus provincias intestinas. Un ejemplo bastante claro es el del cartógrafo francés
Nicolas Sanson (1600-1667), quien, en 1657, coincidió con la descripción distrital de Díez de
la Calle, en un intento por elaborar detallados mapas y descripciones sobre la América del siglo
XVII.177
176
Tómese en cuenta el interés en que existiera una correspondencia entre las jurisdicciones temporal y eclesiástica
en el espacio indiano, pese a las presiones y conflictos en torno a ello. Véase Rafael Diego-Sotelo, “Las Reales
Audiencias indianas como base de la organización político-territorial de la América Hispánica”, en Celina G.
Becerra Jiménez y Rafael Diego-Fernández Sotelo (coords.), Convergencias y divergencias. México y Andalucía:
siglos XVI-XIX. Guadalajara/Michoacán: Universidad de Guadalajara/El Colegio de Michoacán, 2007, pp. 22-23.
Recientemente, Juan Pedro Viqueira ha enfatizado en los problemas que tuvo dicha correspondencia, aplicado al
caso del Obispado de Chiapas y Soconusco, señalando que únicamente a mediados del siglo XVIII hubo una
correspondencia entre la Audiencia, el Arzobispado de Guatemala y las provincias religiosas. Véase Juan Pedro
Viqueira Albán, “Geografía religiosa del Obispado de Chiapas y Soconusco”, EntreDiversidades, 9 (julio-
diciembre 2017), pp. 148-149.
177
Nicolas Sanson, L'Amérique en plusieurs cartes et en divers traittés de géographie et d'histoire. París: 1657.
Coincidía con esta representación cartográfica el mapa de Joan Blaeu (1596-1673), publicado en su Atlas Maior.
51
Figura 2.1 La Audiencia de Guatemala, según Nicolas Sanson (1657).
52
B. Geografía, territorio y jurisdicción
Entendida así, la Provincia de Guatemala fue parte del conjunto de la Audiencia de Guatemala,
dividido, asimismo, en provincias que, en el plano local de la jurisdicción civil, se fraccionó en
corregimientos y alcaldías mayores, además de las jurisdicciones de los cabildos en sus
respectivos pueblos, villas o ciudades. Mientras tanto, la jurisdicción eclesiástica fue desde el
nivel diocesano hasta el de las vicarías territoriales, curatos y parroquias en el contexto local.
La Audiencia de Guatemala estuvo comprendida, territorialmente, entre los istmos de
Tehuantepec y Panamá, en medio de los océanos Atlántico y Pacífico, cuya formación física se
remonta, aproximadamente, a unos tres millones de años atrás.178
Los contemporáneos encontraron en el territorio una gran cuantía de sierras y llanuras, que
dieron paso a la diversidad térmica y, consecuentemente, a la variedad de frutos, así como
géneros florales y granos, particularmente maíz, y, finalmente, una cantidad considerable de
maderas preciosas. Aunado a ello, varias especies animales compartieron este espacio. Y, por
último, los recursos minerales abundaron durante los siglos de dominación hispánica, entre los
que resaltaron el oro, la plata, el plomo, entre otros. Todo esto rodeado de un buen número de
volcanes y ríos.181
178
Gabriel Dengo, “El medio físico de Guatemala”, en Jorge Luján Muñoz (coord.), Historia General de
Guatemala, Tomo I: Época precolombina. Guatemala: Asociación de Amigos del País, Fundación para la Cultura
y el Desarrollo, 1999, pp. 60-70.
179
Véase Tomas Gage, Nueva relación que contiene los viajes de Tomas Gage en la Nueva España, Tomo primero.
París: Librería de Rosa, 1838, pp. 240-241 y José Milla, Historia de la América Central. Guatemala: Editorial
Piedra Santa, 1976.
180
Dengo, “El medio físico”, p. 56.
181
Domingo Juarros, Compendio de la Historia de la Ciudad de Guatemala, tomo I. Guatemala: Por D. Ignacio
Beteta, 1808, pp. 4-10.
53
En el centro de la provincia se asentó la ciudad de Santiago de Guatemala. Esta tuvo dos
antecedentes: en primer lugar, Iximché, una fortaleza kaqchikel que fue elegida como sitio
provisional de la capital en 1524, aunque rápidamente sustituida en 1527 por una zona designada
para ser el asentamiento definitivo, a saber, cercano a Almolonga, en las laderas del volcán de
Agua, tomando en cuenta los recursos cercanos con los que contaron durante los años de su
existencia. Pese a ello, en septiembre de 1541, un corrimiento de tierra, provocado por las lluvias
intensas, provocó la destrucción casi completa de la ciudad. Como resultado, los vecinos se
vieron en la tarea de trasladar la capital, eligiendo al valle del Tianguesillo de Chimaltenango
en un inicio; pero, finalmente, decantándose por el valle de Panchoy, debido a la proximidad de
las unidades productivas de algunos vecinos influyentes, junto al suministro de agua y de
materiales de construcción con los que el valle contaba.182
El valle de Panchoy era contiguo al antiguo sitio de Santiago, por lo que no hubo necesidad de
reasentar los pueblos de indios cercanos a Almolonga. El nuevo asentamiento, entonces, fue
sobre un terreno llano, cercano al río Magdalena y otras fuentes fluviales que pronto se
convirtieron en vitales para la ciudad. Además, rodeada por algunos cerros y cercana a los
volcanes del altiplano central, los encargados del traslado de la ciudad consideraron al valle de
Panchoy como fértil, con espacio suficiente para la expansión de Santiago y capaz de abastecer,
junto a otros valles colindantes, a la capital. 183
182
Christopher H. Lutz, Santiago de Guatemala. Historia social y económica, 1541-1773. Guatemala: Editorial
Universitaria, 2005, pp. 7-11.
183
Fuentes y Guzmán, Recordación Florida, p. 122.
184
Pineda, “Descripción de la Provincia de Guatemala”, p. 423.
185
Pineda, “Descripción de la Provincia de Guatemala”, p. 424.
54
corredores de Jocotenango, el camino de Petapa y la ruta que se abrió por medio de Almolonga,
con proyección hacia el Pacífico.186
En efecto, esta zona central, conocida como el Corregimiento del Valle, atendiendo al aspecto
político-territorial, representó una oportunidad fundamental para las dinámicas de producción
de la capital de la Audiencia de Guatemala. Así, con suelos de origen volcánico, situados entre
los 1500 y 1800 metros sobre el nivel del mar, la fertilidad y la moderación del clima fueron
aspectos primordiales. Sumado a ello, este conjunto de valles –conformado por Alotenango,
Chimaltenango, Jilotepeque, Canales, Las Mesas, Mixco, Las Vacas y, finalmente,
Sacatepéquez-, presentó llanuras extensas para pastoreo y repasto, lo que complementó a las
unidades productivas que con el paso del tiempo fueron asentándose.187
Como resultado, en este entorno físico, durante los siglos XVI y XVII, algunas relaciones
descriptivas y, consecuentemente, discursos, proliferaron y abundaron en los caudales naturales
que ofrecía la tierra. Desde el clima y los recursos, quienes relataron a menudo buscaron afirmar
una posición que, más allá de ser narraciones hechas de manera individual, representaron a
grupos específicos y su lugar social respecto a esas riquezas.188 De tal cuenta, ya desde el espacio
y, especialmente, la construcción ideológica del mismo, es posible notar las tensiones y la
afirmación de intereses que, a lo largo de más de un siglo, se desarrollaron en la provincia.
En efecto, el espacio se constituyó, durante el Antiguo Régimen, en una realidad vinculada con
el poder, por lo que la ordenación política, añadiendo su representación, fueron también un
instrumento de gobierno fundamental. Contiguo a ello, la Monarquía Hispánica, junto a otros
casos imperiales contemporáneos, dieron preponderancia a la cuestión jurisdiccional en cuanto
a la división espacial, aunada a una “rigidez e indisponibilidad de la organización político-
186
Lutz, Historia social y económica, p. 12.
187
J. C. Pinto Soria, El valle central de Guatemala. Un análisis acerca del origen histórico-económico del
regionalismo en Centroamérica. Guatemala: Editorial Universitaria, 1988, pp. 5-6.
188
Dos trabajos que abordaron los así llamados “intereses criollos” y su vinculación con la exaltación del territorio,
publicados de forma paralela. Son: Severo Martínez Peláez, La Patria del Criollo. Ensayo de interpretación de la
realidad colonial guatemalteca. San José: Educa, 1976, pp. 131-143 y André Saint-Lu, Condición colonial y
conciencia criolla en Guatemala (1524-1821). Guatemala: Editorial Universitaria, 1978, pp. 81-82 y 129-140. Por
otro lado, la representación del espacio también fue un medio para facilitar las labores de administración en un
plano imperial. Al respecto véase Guillaume Gaudin, “Gerónimo de Bibar y Juan Díez de la Calle: dos
representaciones del espacio iberoamericano en la época moderna”, Takwá, 9 (primavera 2006), pp. 31-51 y Jean-
Pierre Berthe y Thomas Calvo (eds.), Administración e imperio. El peso de la Monarquía Hispánica en sus Indias
(1631-1648). Zamora: El Colegio de Michoacán/Fideicomiso Teixidor, 2011.
55
administrativa”, esto es, una territorialización del poder –dimensión político-jurisdiccional que
“equipaba” a un lugar determinado-. Nacía la idea de que el territorio y la jurisdicción guardaban
estrecha relación.189
Complementada con la idea de que la jurisdicción emanaba del príncipe, desde la Edad Media
tardía se discutió en torno a la naturaleza de la iurisdictio y, especialmente, alrededor de la
predominancia del territorio o la persona en ella. De tal cuenta, en el imaginario de varios juristas
de los siglos XIII y XIV, el territorium no constituyó más que “un espacio de tierra armado y
premunido de jurisdicción”.190 Así, para el siglo XV, se entendió que el sentido de este estaba
dotado por la iurisdictio, que manaba del príncipe y, por medio de sus magistrados, ejercía su
influencia sobre él, por lo que la persona seguía siendo de gran importancia para esta definición,
en la que se iniciaba a jurisdiccionalizar el espacio.191
189
Antonio M. Hespanha, Vísperas del Leviatán. Instituciones y poder político (Portugal, siglo XVII). Madrid:
Taurus, 1989, pp. 76-84. Guillaume Gaudin, El Imperio de Papel de Juan Diez de la Calle. Pensar y gobernar el
Nuevo Mundo en el siglo XVII. Madrid/Zamora: Fondo de Cultura Económica/El Colegio de Michoacán, 2017, pp.
27-31 y Tercera Parte.
190
Barrientos Grandón, “El cursus de la jurisdicción letrada”, pp. 683-685
191
Barrientos, “El cursus de la jurisdicción letrada en las Indias”, pp. 685-686. Las autoridades en el ámbito de los
juristas, en este tema, fueron Bartolo da Sassoferrato y Baldo degli Ubaldi. Para una ampliación, basada en los
textos de estos y otros juristas entre los siglos XIV y XVI, véase David Domínguez Herbón, “El ideario de la
frontera: la historia jurídica de un concepto espacial (siglos XVI-XVI) en Fernando Ciaramitaro y José de la Puente
Brunke (coords.), Extranjeros, naturales y fronteras en la América ibérica y Europa (1492-1830), México:
UACM/Editum/Red Columnaria, 2017, pp. 81-114. Tanto Domínguez Herbón como Paolo Marchetti han
profundizado en el tema de los límites, las jurisdicciones y el espacio a través de los juristas tardomedievales y
modernos. Véase Paolo Marchetti, “I giuristi e i confini. L’elaborazione giuridica della nozione di confine tra
medioevo ed etá moderna”, Cromohs, 8 (2003), pp. 1-9.
56
judicialmente, en el provisor. En ambos casos, las divisiones locales fueron dependientes de
instituciones que funcionaron a nivel regional: la Audiencia y, por otro lado, la Diócesis. 192
A finales del siglo XVI, en el distrito de la Audiencia de Guatemala fueron siete los
corregimientos cuyas provisiones se encontraron a cargo de los presidentes, a saber, Tecpán-
Atitlán, Atitlán, Totonicapán, Quezaltenango, Escuintepeque, Guazacapán y Tecsistlán, más las
alcaldías mayores de San Salvador, Sonsonate, y la Verapaz.193 Hacia el siglo XVII, no obstante,
este conjunto jurisdiccional estuvo conformado por alrededor de ocho corregimientos y cinco
alcaldías mayores, cuyas provisiones siguieron a cargo de la Real Audiencia asentada en
Santiago. Las mismas fueron: Tecpán-Atitlán, Atitlán, Totonicapán, Quetzaltenango,
Escuintepeque, Guazacapán, Chiquimula de la Sierra y Acasaguastlán. Además de estas, desde
el siglo XVI se sumó el llamado “Corregimiento del Valle”, que cubrió desde la ciudad de
Santiago de Guatemala hasta los valles aledaños a ella, cuya provisión estuvo a cargo del cabildo
de la ciudad (figura 2.2).194
192
Tómese en cuenta que estos procesos fueron acompañados del acoplamiento del paisaje, la población y los
recursos en tales unidades administrativas. Al respecto, para una ampliación puntual sobre la jurisdicción real,
puede consultarse: Gustavo Palma Murga, “La administración político-territorial en Guatemala durante el régimen
colonial”, en Gustavo Palma Murga (coord.), Historia de la administración político-territorial en Guatemala.
Guatemala: UNESCO/Universidad de San Carlos de Guatemala-Instituto de Investigaciones Históricas,
Antropológicas y Arqueológicas, 1998, pp. 13-58.
193
AGI, PATRONATO, 183, N.1, R.1.
194
Fuentes y Guzmán, Recordación Florida, p. 133; Stephen Webre, “Poder e ideología”, pp. 157-160. Véase Oscar
Adolfo Haeussler Paredes, “Alcaldes mayores y corregidores en la Provincia de Guatemala, 1524-1821”, Tesis de
licenciatura: Universidad de San Carlos de Guatemala, 1985. Para las provisiones de estas jurisdicciones y su
relación con los repartimientos de mercancías, a partir del siglo XVII en la Audiencia de Guatemala, véase Robert
W. Patch, Indians and the Political Economy of Colonial Central America, 1670-1810. Norman: University of
Oklahoma Press, 2013.
57
Alcaldías mayores y corregimientos de la Provincia de Guatemala (siglos XVI-XVII)
Jurisdicción Siglo XVI Siglo XVII
Corregimiento de Tecpán-Atitlán
Corregimiento de Atitlán
Corregimiento de Totonicapán
Corregimiento de Quetzaltenango
Corregimiento de Escuintepeque
Corregimiento de Guazacapán
Corregimiento de Tecsistlán
Corregimiento de Chiquimula de la Sierra
Corregimiento de Acasaguastlán
Corregimiento del Valle
Alcaldía Mayor de San Salvador
Alcaldía Mayor de Sonsonate
Alcaldía Mayor de la Verapaz
El territorio diocesano, por su parte, tuvo varias divisiones internas, que atendía al tipo de
administración religiosa (regular y secular). En el plano que interesa a este trabajo, a saber, el
territorio administrado por el clero secular, las divisiones fueron desde las vicarías territoriales
hasta los curatos. A nivel local, en este sentido, fueron las vicarías las que ejercieron mayor
influencia después del obispo.195 En la segunda mitad del siglo XVII existieron alrededor de
ocho vicarías provinciales, a saber: San Miguel, San Salvador, Guazacapán, Chiquimula de la
195
Conde, “Historia de las instituciones de jurisdicción eclesiástica”, pp. 68-69. Sobre el desarrollo histórico de
estas vicarías, que recibieron en ocasiones el nombre de “partidos” en el sentido eclesiástico, véase Juarros,
Compendio de la Historia, passim.
58
Sierra, Sonsonate, San Antonio Suchitepéquez, Acasaguastlán y Zapotitlán, con sus respectivos
curatos.196 Todos estos provistos por medio del Patronato Regio.197
196
Archivo Histórico Arquidiocesano de Guatemala (en adelante AHAG). Fondo Diocesano. Secretaría de
Gobierno Eclesiástico. Libro de Título de Órdenes, tomo I, folio 1-105. Aunque para el caso de los corregimientos
de Acasaguastlán y Chiquimula de la Sierra para este periodo fue común nombrar un solo vicario provincial en
cuanto a aspectos administrativos y de justicia.
197
Respecto a las vicarías de Acasaguastlán y San Miguel, véase, respectivamente, a: Conde, “Historia de las
instituciones de jurisdicción eclesiástica”; Alejandro Conde, “La vicaría territorial de San Miguel 1599-1812; una
aproximación a la administración eclesiástica en los confines de la Diócesis de Guatemala”, Estudios, Cuarta
Época, 1 (2016), pp. 65-92.
198
Gaudin, El imperio de papel, p. 280.
59
En efecto, las dinámicas demográficas probaron ser cruciales en el ámbito judicial, pues, además
del incremento o decaimiento de la población que se vinculó directamente con la intensidad de
la actividad en los tribunales de la provincia, también en este sentido fue fundamental el
dinamismo de la calidad de las personas, aunado con aspectos como la diferencia y la movilidad
social, cuyo impacto fue directo en los tipos de conflictos presentados ante los foros de justicia,
a saber, de tipo civil o criminales.
La población nativa de la Provincia de Guatemala, a mediados del siglo XVI, tomando como
referencia las tasaciones elaboradas por el presidente de la Audiencia de los Confines, Alonso
de Cerrato, fue afectada en número por varios factores que condicionaron a la sociedad colonial
temprana: la empresa de conquista, la intensidad del trabajo a la que fueron sometidos los
naturales por parte de los conquistadores, un brote epidémico que duró de 1545 a 1548 y, por
otro lado, el escape de los indios de sus congregaciones. Así, partiendo del cálculo elaborado
por George Lovell y Cristopher Lutz, el estimado de la cantidad de indios, para la década de
1550, fue de 427,850, lo que representó un 78.6% de baja en relación con la etapa anterior a la
conquista, en el que se puede estimar unos dos millones de pobladores.199
Desde el inicio, la codificación indiana fue clara en cuanto a la instauración de dos repúblicas
en los territorios indianos. Estas fueron, a saber, de españoles y de indios. En este sentido,
comprendidas como sociedades políticas, ambas coexistieron y se encontraron a merced de la
gobernanza en el contexto monárquico y, por tanto, sujetas de construcción del Derecho Indiano
a partir de la primera mitad del siglo XVI. El término, inicialmente, dio cuenta de dos grupos
con diferenciaciones claras; no obstante, ya para el siglo XVII, según algunos juristas,
199
W. George Lovell y Christopher Lutz con Wendy Kramer y William R. Swezey, Strange lands and different
peoples. Spaniards and Indians in colonial Guatemala. Norman: University of Oklahoma Press, 2013, pp. 192-
195.
200
Lovell y Lutz, Strange lands, p. 224.
60
compartieron elementos que, aunque seguían con cierto grado de diferenciación, mostraron una
integración mayor de la población.201
Durante las primeras décadas posteriores a los años de conquista, el modelo de ambas repúblicas
no fue modificado de forma tan drástica. Esto debido a que, pese a la cantidad de uniones y, en
general, del sostenimiento de relaciones sexuales entre indios y españoles, la población mestiza
resultante usualmente se adaptó a cualquiera de las dos esferas sociales. Como consecuencia,
fue usual entre mestizas e hijos legítimos ser absorbidos por el fragmento español, mientras que
los hijos ilegítimos formaron parte del sector al que pertenecía la madre natural. Respecto a
quienes no se adaptaron a esta dinámica en los primeros años, tal y como explica Christopher
H. Lutz: “[…], una minoría insignificante, encontraba cerradas las puertas de ambas
repúblicas”.202
201
Abelardo Levaggi, “República de Indios y República de Españoles en los Reinos de Indias”, Revista de Estudios
Histórico-Jurídicos, XXIII (2001), pp. 419-428.
202
Lutz, Santiago de Guatemala, p. 61.
203
Lutz, Santiago de Guatemala, pp. 62-63; passim. Una amplia discusión en torno al mestizaje, la calidad y, en
general, la diferencia socio-racial se ha generado en las últimas décadas para todo el conjunto de lo que se denomina
Latinoamérica colonial, especialmente para el caso novohispano. Para los siglos XVI y XVII, puede verse R.
Douglas Cope, The Limits of Racial Domination. Plebeian Society in Colonial Mexico City, 1660-1720. Madison:
The University of Wisconsin Press, 1994; Richard Boyer, “Negotiating Calidad: the Everyday Struggle for Status
in Mexico”, Historical Archaeology, Vol. 31, No. 1 (1997), pp. 64-73; María Elena Martínez, Genealogical
Fictions. Limpieza de Sangre, Religion and Gender in Colonial Mexico. Stanford: Stanford University Press, 2008;
Joanne Rappaport, The Disappearing Mestizo: Configuring Difference in the Colonial New Kingdom of Granada.
Durham: Duke University Press, 2014; Robert C. Schwaller, Géneros de Gente in Early Colonial Mexico: Defining
Racial Difference. Norman: University of Oklahoma Press, 2016; Ben Vinson III, Before Mestizaje: the Frontiers
61
La presencia africana en la provincia se remontó a los primeros años de conquista, con algunos
esclavos negros siguiendo a sus amos.204 No obstante, durante el siglo XVI continuó siendo
escasa, debido a los costos de transporte y ciertas regulaciones. La entrada de estos se dio
únicamente en pequeños grupos, generalmente acompañando a ministros de la corona, bajo
licencia del rey. De tal cuenta, las transacciones de ventas de esclavos africanos, particularmente
en Santiago de Guatemala, fueron pocas en el siglo XVI, en relación con épocas posteriores.205
En el plano rural, especialmente integrados a la economía basada en el añil que surgió a finales
del siglo XVI, esclavos y personas libres de ascendencia africana fueron fundamentales,
mientras que también se convirtieron en vitales en los ingenios de azúcar, trapiches y estancias
ganaderas. Así, tanto para la demanda europea y el consumo interno, trabajadores negros y
mulatos fueron indispensables. Esto fue acompañado de profundos cambios en cuanto a las
dinámicas de identificación en la sociedad colonial, paralelo al crecimiento de este de la
población.206
of Race and Caste in Colonial Mexico. Nueva York: Cambridge University Press, 2017. Sobre el peligro que la
República de españoles representó para la República de los indios, y el desarrollo de categorías socio-raciales, así
como el estatus de la población plebeya para finales del siglo XVI y el siglo XVII, véase Cope, The Limits of Racial
Domination, pp. 12-26.
204
Christopher Lutz y Matthew Restall, “Wolves and Sheep? Black-Maya Relations in Colonial Guatemala and
Yucatan”, en Matthew Restall (ed.), Beyond Black and Red. African-Native Relations in Colonial Latin America,
Albuquerque: University of New Mexico Press, 2005, pp. 189-190.
205
Robinson Herrera, “’Porque No Sabemos Firmar’: Black Slaves in Early Guatemala”, The Americas, Vol. 57,
No. 2 (Octubre 2000), pp. 247-267; Paul Thomas Lokken, “From Black to Ladino: People of African Descent,
Mestizaje, and Racial Hierarchy in Rural Colonial Guatemala, 1600-1730”. Tesis de doctorado: University of
Florida, Gainesville, 2000, pp. 28-29. Véase, también, Robinson A. Herrera, Natives, Europeans, and Africans,
Austin: University of Texas Press, 2003, pp. 112-132.
206
Lokken, “From Black to Ladino” pp. 40-41, y, en general, el capítulo 3.
207
Ciro F. S. Cardoso y Héctor Pérez Brignoli, Centroamérica y la economía occidental (1520-1930). San José:
Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1977, p. 59.
62
ciudades o haciendas, con la intención de escapar de los tributos, repartimientos o
encomiendas.208
De cualquier forma, para hablar en términos generales, el siglo XVII representó una etapa de
restablecimiento poblacional, aunque no en las mismas cantidades respecto a la población
nativa. Al finalizar esta centuria, las crisis demográficas fueron superadas casi en su totalidad,
y, por otro lado, una cuantía considerable de nuevas poblaciones fue fundada. Como resultado,
la población, hacia inicios del siglo XVIII, puede estimarse en unos 400 mil habitantes. No
obstante, estos datos aún continúan siendo parciales. 209 La población india para finales del siglo
XVII, según las estimaciones de George Lovell y Christopher Lutz, quienes se encargaron de
analizar distintas tradiciones historiográficas en cuanto a la demografía centroamericana,
sobrepasó los 200 mil habitantes.210
208
Cardoso y Brignoli, Centroamérica y la economía occidental, p. 59; Lutz, Santiago de Guatemala, pp. 71-84.
209
Jorge Arias de Blois, “Evolución demográfica hasta 1700”, en Jorge Luján Muñoz (coord.), Historia General
de Guatemala, Tomo II, pp. 319-320.
210
W. George Lovell y Christopher H. Lutz, Demografía e Imperio. Guía para la historia de la población de la
América Central Española, 1500-1821. Guatemala: Editorial Universitaria/Plumsock Mesoamerican Studies, 2000,
p. 11.
211
Lutz, Historia social y económica, pp. 32-47.
63
Figura 2.4 Santiago de Guatemala, su plaza mayor y parroquias a finales del siglo XVII
Fuente: Elaboración propia con base en Leavitt-Alcántara, Alone at the altar, p.25 y Lutz,
Santiago de Guatemala, p. 113.
64
El aumento de la “gente ordinaria”, tal y como aparece en los libros sacramentales estudiados
por Christopher H. Lutz, fue la causa primordial de que el modelo de las dos repúblicas se
abandonara rápidamente, asistiendo a una notable transformación de los barrios indígenas de
Santiago. Aunque en las primeras décadas posteriores a la fundación estuvieron considerados
poblados por una cantidad importante de indios tributarios, el siglo XVII mostró un panorama
diferente. Los ejemplos más remarcables fueron los barrios de San Francisco y Santo Domingo,
administrados, inicialmente, por sus respectivas órdenes. En el caso de San Francisco, el barrio
de Chipilapa surgió debido al aumento de la población mulata y negra libre. Lo mismo puede
decirse del barrio de La Candelaria, disgregado de Santo Domingo y con mayoría de habitantes
mulatos, negros y mestizos.212 Como consecuencia, la estructura inicial de la ciudad se
transformó y, hacia el siglo XVII, fue tomada como una capital multirracial. 213 Junto a ello, es
imposible perder de vista cómo esta población inició a tener mayor influencia económica en
Santiago a partir de la segunda mitad del siglo XVII, a través del sostenimiento de tiendas en
sus casas, así como en el abastecimiento de la urbe, en general, dando paso a un grado mayor
de movilidad social.214
A la complejidad social que presentó Santiago debe sumársele el papel desempeñado por las
mujeres en el entramado urbano. Así, desde los conventos femeninos, hasta los barrios poblados
por un número importante de mulatas y mestizas, es muy probable que Santiago, para finales
del siglo XVII, fuera habitado por una cantidad considerable de población femenina. Esto
motivado por los patrones de migración, las dinámicas matrimoniales, así como la gran cantidad
de no casadas o viudas que fueron cabezas de hogar. Sumado a ello, la ilegitimidad, el adulterio,
la bigamia y las uniones informales influyeron potencialmente. Desde luego, considerando más
factores socioeconómicos.215
212
Para finales del siglo XVII, más de la mitad de la población de la ciudad era catalogada como “gente ordinaria”,
es decir, mulatos, negros, mestizos y naborías indígenas. Lutz, Santiago de Guatemala, pp. 85-98 y 131-165.
213
El crédito a través de las imposiciones de censos es un buen indicador para medir la influencia de la “gente
ordinaria” en Santiago. Para algunos casos que dan cuenta de este carácter multirracial, especialmente a partir de
la década de 1670, a través de los linderos de las propiedades, véase Archivo General de Centroamérica (en adelante
AGCA), A1.20, leg. 451, f. 74-78; leg. 453, f. 41-46 y 59-63; leg. 457, f. 110-115.
214
Lutz, Santiago de Guatemala, pp. 209-234; Martha Few, Women who Live Evil Lives. Gender, Religion, and
the Politics of Power in Colonial Guatemala. Austin: University of Texas Press, 2002, pp. 23-26.
215
Brianna Leavitt- Alcántara, Alone at the Altar: Single Women and Devotion in Guatemala, 1670-1870. Stanford:
Stanford University Press, 2018, pp. 2-3. Aunque no existen referencias contundentes para el siglo XVII que
indiquen esa mayoría femenina, en el caso de la primera mitad del siglo XVIII, según Leavitt-Alcántara, Santiago
fue una de las tantas ciudades pobladas por una cantidad abrumadora de mujeres –“ciudad de mujeres”-. En Lutz,
65
En su totalidad, el número de personas de Santiago, a diferencia de lo que sucedió en el resto de
la provincia, especialmente en aquellos lugares densamente ocupados por indios, aumentó en
casi todo momento. Como ya se explicó, fue debido al aumento de la gente ordinaria en
detrimento de la composición demográfica india de la ciudad. Así, a finales del siglo XVII
alcanzó su punto máximo de incremento, con una mayoría conformada por mulatos libres y
mestizos, aunque, tal y como expresa Murdo Macleod, es muy probable que buena parte de la
población española de las ciudades migrara a las áreas rurales, impulsada por las condiciones de
la depresión económica del siglo XVII. Esto pudo haber influido en el lento crecimiento de este
sector poblacional.216
25000
20000
15000
10000
5000
0
1590-1599 1650-1659 1680-1689
Santiago de Guatemala, pp. 166-167 se presenta la estimación hecha a partir de la visita del arzobispo Pedro Cortés
y Larraz a inicios de la década de 1770. Aunque es pertinente matizar al respecto de la información presentada.
216
Murdo J. Macleod, Historia socioeconómica de la América Central Española, 1520-1720. Guatemala: Piedra
Santa, 1980, pp. 261-262.
66
D. Dinámicas económicas
La conquista de la Provincia de Guatemala, cuya empresa fue llevada a cabo por españoles,
varios grupos de nativos mesoamericanos, e individuos africanos, marcó decisivamente las
décadas posteriores en cuanto a la dinámica jurisdiccional, demográfica y, particularmente,
económica del distrito de la Audiencia de Guatemala. En efecto, iniciada en 1524, a cargo de
Pedro de Alvarado, la pacificación incluyó poblaciones en el altiplano occidental y central, al
igual que al sur y sureste de la provincia.217
Durante los años en que los conquistadores españoles monopolizaron el devenir político y
económico de la Provincia, en las décadas posteriores a 1524 se utilizó la mano de obra indígena
de una forma extensiva.218 Así, tomando en consideración que el trabajo se constituyó en la
primera fuente de riqueza, los conquistadores obtuvieron encomiendas de indios que, en
términos más prácticos, se constituyeron en títulos que les permitieron el acceso a los frutos de
la tierra y la mano de obra de ciertas poblaciones. Junto a esto, surgieron las tensiones entre los
intereses de los conquistadores y la Corona, en el marco de cierta autonomía respecto a
complejas estructuras administrativas. Paralela a esta forma de trabajo, también surgió la
esclavitud de la mano de obra india.219 Los excesos no disminuyeron hasta una década más tarde
217
Lovell y Lutz, Strange Lands, pp. 4-57. Sobre la participación de los aliados indígenas en la conquista de
Guatemala, así como una reformulación del concepto de “conquista” como empresa fundamentalmente española,
en la que la población nativa habría desempeñado un papel meramente instrumental, el trabajo de Lovell y compañía
es una obra de referencia renovada y obligada. Sumado a este, puede consultarse Laura E. Matthew y Michel R.
Oudijk (eds.), Indian Conquistadors. Indigenous Allies in the Conquest of Mesoamerica. Norman: University of
Oklahoma Press, 2007; Florine Asselbergs, Los conquistadores conquistados. El lienzo de Quauhquechollan: una
visión nahua de la conquista de Guatemala. [Primera edición en inglés 2008] Antigua Guatemala:
CIRMA/Plumsock Mesoamerican Studies/Secretaría de Cultura de Puebla, 2008; Laura E. Matthew, Memorias de
conquista. De conquistadores indígenas a mexicanos en la Guatemala colonial. [primera edición en inglés 2012]
Antigua Guatemala: Plumsock Mesoamerican Studies/CIRMA, 2017. Sobre los esclavos africanos que
acompañaron a sus amos en la empresa de Alvarado, véase Lutz y Restall, “Wolves and Sheep? Black-Maya”, pp.
189-190. Para visiones sobre la conquista de los territorios mesoamericanos, desde la perspectiva de los nativos,
véase Matthew Restall, Lisa Sousa y Kevin Terraciano (eds.), Mesoamerican Voices. Native-Language Writings
from Colonial Mexico, Oaxaca, Yucatan, and Guatemala. Nueva York: Cambridge University Press, 2005, pp. 23-
61. Dada la complejidad del asunto, el caso de Guatemala y sus fuentes polifónicas en Matthew Restall y Florine
Asselbergs (comps.). Invading Guatemala. Spanish, Nahua, and Maya Accounts of the Conquest Wars.
Pensilvania: The Pennsylvania State University Press, 2007.
218
Una serie de disposiciones reales, al respecto de esta situación en la Provincia de Guatemala, pueden encontrarse
en AGCA, A1.23, leg. 4575, exp. 39529. Entre las provisiones y Reales Cédulas, puede verse el interés por regular
las relaciones económicas y de trabajo.
219
Miles Wortman, Gobierno y sociedad en Centroamérica, 1680-1840. [Primera edición en inglés
1982]Guatemala: Cara Parens – Universidad Rafael Landívar, 2012, pp. 5-6. Sobre la encomienda véase Salvador
Rodríguez Becerra, Encomienda y conquista. Los inicios de la colonización en Guatemala. Sevilla: Universidad
de Sevilla, 1977; William L. Sherman, El trabajo forzoso en América Central –Siglo XVI-. [Primera edición en
inglés 1979]Guatemala: Seminario de Integración Social Guatemalteca, 1987, pp. 117-180; Lovell y Lutz, Strange
67
de las primeras extensiones de títulos de encomiendas, producto de los esfuerzos de Alonso de
Maldonado y Francisco Marroquín en el contexto legal de las Leyes Nuevas de 1542 y la
creación de la Audiencia de Los Confines.220
Para mediados del siglo XVI, Alonso de Cerrato, segundo presidente de la Audiencia de Los
Confines, desplegó una serie de políticas enfocadas en disminuir la fuerza de los conquistadores,
por medio de las tasaciones.221 Estas causaron conmoción entre los encomenderos, reduciendo
el número de indígenas aptos para tributar, cambiando los términos del tributo y eliminando
muchos de los trabajos que debieron prestar anteriormente.222 Sin embargo, las estrategias
emprendidas para la reducción en poblados de la población natural iniciaron en la década de
1530. Aun así, es notable el hecho de que no fue sino hasta diez años después que las reducciones
iniciaron de forma rigurosa, tras la promulgación de las Leyes Nuevas en 1542.223
La tenencia de la tierra, según los patrones de asentamiento y concesión por parte de la Corona,
tomó dos formas básicas. Por un lado, la propiedad perteneciente a individuos y, en otro sentido,
la comunal. En el primer caso, se comprendieron las haciendas de diverso tipo y las tierras
compradas u obtenidas por parte de indios enriquecidos o comunidades a partir de fondos
propios. En el segundo grupo, con un carácter más ambiguo, se clasificaron los ejidos –tierras
comunales dedicadas a la recolección y el pastoreo-, así como las tierras comunales en sí
mismas, que fueron administradas por las autoridades locales de los pueblos de indios y, de ser
el caso, en las villas de españoles.
Lands, pp. 123-148. El trabajo de Wendy Kramer constituye la aproximación más detallada a estos primeros años,
en los que se deja ver la influencia de los conquistadores en las políticas de repartimiento, con severas
consecuencias, en función del elevado número de títulos de encomiendas dados entre mediados de la década de
1520 y los veinte años posteriores. Wendy Kramer, Encomienda Politics in Early Colonial Guatemala, 1524-1544:
Dividing the Spoils. Boulder: Westview Press, 1994.
220
Lovell y Lutz, Strange Lands, pp. 149-170.
221
Estas tasaciones han sido una fuente de gran ayuda para el cálculo de la población indígena para mediados del
siglo XVI. A pesar de sus deficiencias, expuestas por Lovell, Lutz y compañía, varios historiadores se han servido
de esta fuente para hacer estimas de población. Véase Lovell y Lutz, Strange Lands, pp. 185-190.
222
Lovell y Lutz, Strange Lands, p. 190. Aunque, en este sentido, Murdo J. Macleod es bastante crítico respecto a
las reformas de Cerrato, haciendo un balance del significado que tuvo la abolición de la esclavitud indígena, así
como los cambios respecto a las encomiendas que, sin embargo, según explica Macleod, no afectaron a los grupos
de poder que ya se habían establecido: aquellos que se habían favorecido por su cercanía con los Alvarado y, por
otro lado, el grupo cacaotero allegado a Alonso de Maldonado. Macleod, Historia socioeconómica, pp. 96-103.
223
Horacio Cabezas Carcache, “Organización política de los Indios”, en Luján Muñoz (dir.), Historia General de
Guatemala, Tomo II, pp. 146-147.
68
Entre la población española prevaleció el primer tipo de tenencia. 224 Las tierras realengas,
resultantes del proceso de conquista, fueron dadas en formas de peonías, caballerías o, en otros
casos, de forma comunal para los pueblos y villas. El trabajo de esta tierra, fue, además, vital
para la naciente economía extractiva de la provincia, fundamentada en mano de obra forzada y
la extracción de minerales y productos vegetales.225
Una vez superada la etapa netamente extractivista, el cacao, siembra más o menos extendido por
la región y cultivado especialmente en Soconusco, Izalco y Zapotitlán antes del arribo español,
se constituyó en el primer producto de dependencia económica de la región y el más importante
durante el siglo XVI.226 Al inicio, el aprovechamiento de esta tierra fue menor en comparación
con la producción de la segunda mitad del siglo XVI. En especial, la causa principal fue la
ausencia de mano de obra suficiente, tanto en Soconusco como Zapotitlán, primeras regiones
aplicadas al efecto. Ello llevó a que los pocos recursos humanos con los que se contaron fueran
utilizados en exceso, más allá de los requerimientos del trabajo en sí mismo. Esto último no se
solucionó hasta que, a partir de mediados del siglo XVI, se inició con la práctica de transportar
a trabajadores del altiplano a trabajar los cacaotales.227 La relevancia del cacao en el este de la
provincia se debió a la declinación de Tabasco y Oaxaca en esta actividad, así como de la
concentración española y mestiza en este espacio, que configuró un monopolio cacaotero,
mediante una relación estrecha entre comerciantes y encomenderos. 228 En este sentido, no
tardaron en llegar las consecuencias del trabajo extensivo después de 1570, provocando la
mortandad de buena parte de la población india. Junto a los fenómenos climáticos, las técnicas
rudimentarias y el ascenso del cacao de Guayaquil provocaron la caída del cultivo en las últimas
décadas del siglo XVI.229
Con ello, se inició una época en la que la diversificación fue una constante, al lado de la
búsqueda de nuevos productos capaces de sustituir al cacao como fuente de enriquecimiento.
Sin embargo, hacia inicios del siglo XVII, a lo largo de toda la Audiencia de Guatemala el
224
Cardoso y Pérez Brignoli, Centroamérica y la economía occidental, pp. 57-58.
225
J. M. Fernández y J. C. Cambranes, “Aspectos socioeconómicos de la propiedad agraria en Guatemala bajo el
feudalismo colonial”, en J. C. Cambranes, 500 años de lucha por la tierra. Estudios sobre propiedad rural y
reforma agraria en Guatemala, tomo I. Guatemala: Flacso, 1992, pp. 146-148; Macleod, Historia socioeconómica,
pp. 39-58.
226
Patch, Indians and the Political Economy, p. 24.
227
Macleod, Historia socioeconómica, pp. 59-68.
228
Macleod, Historia socioeconómica, pp. 69-74.
229
Macleod, Historia socioeconómica, pp. 74-82.
69
estancamiento fue bastante perceptible, cuya duración se prolongó hasta 1660,
aproximadamente. Varios españoles y mestizos se enfocaron en el cultivo de caña de azúcar y a
la ganadería, convirtiendo a un puñado de estos en hacendados; no obstante, la mayoría de
quienes se dedicaron a trabajar en el campo solo lograron sostener cultivos de maíz y cantidades
pequeñas de ganado, junto a siembras destinadas a la subsistencia. Por otro lado, buena parte de
la población indígena, posterior al uso de su mano de obra, siguió prestando su fuerza a partir
del repartimiento, la encomienda o, en otro sentido, el sistema de peonaje por deudas o
naborías.230
El añil, en este sentido, representó, tal y como Macleod expresa, el principal factor que mantuvo
a una cantidad considerable de ministros, comerciantes y propietarios enfocados en su
producción, aún con su carácter intrínseco en cuanto a productor de cierto efecto de
estancamiento en la economía regional durante buena parte del siglo XVII, especialmente a
mediados del mismo. Así, consumió gran parte de los esfuerzos comerciales y, aun más,
involucró a varios elementos económicos, sociales y culturales, una vez que logró sustituir al
cacao como producto principal de la provincia.231
El añil fue un producto con raíces prehispánicas. El tinte azul, también conocido como índigo,
era obtenido del jiquilite, una planta que, hasta bien asentado el dominio hispánico, fue silvestre.
Junto al ascenso del añil a finales del siglo XVI un fenómeno migratorio se desarrolló. Este
consistió en el desplazamiento de españoles, mestizos y descendientes africanos hacia regiones
al oriente de la Provincia de Guatemala: Escuintla, Guazacapán, Chiquimula, Sonsonate, San
Salvador y San Miguel principalmente. Estos nuevos pobladores se asentaron, inicialmente, en
tierras comunales y realengas, en función de producir añil a partir de jiquilite silvestre. Esto
desembocó en que, a finales del siglo XVI, las composiciones de tierra entraran en vigor en estos
territorios.232
230
Como se menciona en un trabajo conocido sobre los tributos en el Reino de Guatemala, en una época temprana,
a los laboríos se les conoció como “labradores del campo”, dedicados al servicio de los primeros españoles en el
siglo XVI. A partir de esa labor, puede que se les hayan asignado privilegios en cuanto a la reducción o exención
de la tributación usual. Manuel Fernández Molina, Los tributos en el Reino de Guatemala, 1786-1821, Guatemala:
USAC, IIES, 1973, pp. 8-9.
231
Macleod, Historia socioeconómica, p. 150.
232
Macleod, Historia socioeconómica, p. 151; Martínez Peláez, La patria del criollo, pp. 148-155.
70
Para inicios del siglo XVII, la producción de añil resultó ser la actividad económica por
excelencia de la región. Como consecuencia, la inversión del sector español en obrajes inició a
crecer. Así, se pasó del cultivo rústico al desarrollo de técnicas mejoradas en su producción. De
tal cuenta, las plantaciones se extendieron por todo el pacífico de la provincia y más allá, en
áreas como Gracias a Dios, Comayagua y Chiapas. A esto debe sumarse que, a diferencia del
cacao, el añil fue una planta más resistente. En 1620, aproximadamente, se había constituido en
el sustituto del cacao y, por extensión, en el producto que tanto se había buscado, pues el mismo
tuvo demanda no solo en los territorios indianos, sino también al otro lado del Atlántico. 233
Todo esto estuvo influido por el papel del Valle de Guatemala que se caracterizó por poseer una
economía de carácter central, en la que confluyó la administración y el desarrollo de una élite
regional que dominó, en gran parte, varias actividades económicas del Reino de Guatemala.
Aunque la producción periférica de la ciudad se orientó mayoritariamente al trigo, durante el
siglo XVII Santiago fue abastecida gracias a una buena cantidad de haciendas y labores de
panllevar, cuyo asentamiento fue alrededor de las extensiones territoriales que conformaron el
Corregimiento del Valle. Además, con mayor énfasis en el caso de la producción de azúcar,
siendo resultado directo del elevado número de trapiches e ingenios, se logró crear cierto
mercado que permitió la producción durante los siglos XVII y XVIII. 235
233
Macleod, Historia socioeconómica, pp. 151-155.
234
Macleod, Historia socioeconómica, pp. 156-171. Por otro lado, como menciona Wortman, la producción de añil
enfrentó a sectores específicos de la población pues, por un lado, comerciantes y encomenderos, junto a los
ministros locales, eran artífices de abusos a la población y de corrupción. Esto último sirvió para que tanto clérigos
como también otros ministros se quejaran a la Corona constantemente. Sin embargo, continúa Miles Wortman, en
el fondo se construía una economía interna regularizada, orientada a la subsistencia, que permanecería durante casi
todo el siglo XVII. Véase Wortman, Gobierno y sociedad, p. 15.
235
J. C. Pinto Soria, El valle central de Guatemala, pp. 5-32.
71
Como núcleo encomendero y comercial, así como también centro administrativo, Santiago de
Guatemala tomó relevancia en todo el reino desde el siglo XVI. La circulación del crédito y los
lazos afianzados en otros espacios de la Monarquía hispánica, permitieron la creación de una
élite que, a partir de estrategias familiares, socioprofesionales y religiosas, se afianzaron y
dinamizaron la economía del reino a través del intercambio interoceánico, con conexiones que
llegaban hasta Nueva España, Perú y varias ciudades peninsulares, no solo en mercancías sino
también en el manejo del crédito a través del sostenimiento de redes de sociabilidad.236
Santiago de Guatemala, de esta manera, fungió como el centro de comercio más importante de
la región desde el siglo XVI, pues, de hecho, su crecimiento fue motivado, principalmente, por
esta actividad. Mediante el uso del crédito comercial, a través de los instrumentos consignados
en los protocolos notariales conocidos como “obligaciones”, se logró superar problemas
relacionados con la escasez del circulante metálico y, por otro lado, promovió el desarrollo del
grupo de mercaderes dedicados a tratar con mercancías de distinta índole y con vínculos en
Nueva España y otras provincias de la Audiencia de Guatemala.237
En efecto, el crédito continuó vigente en el siglo XVII y ayudó a configurar el espacio urbano,
así como también influyó en la producción en el área rural. Además, fue cuestión de tiempo para
que contribuyera a crear o reforzar relaciones económicas entre varios individuos que
dominaron la escena política y económica de la provincia a finales de centuria. La dinámica
crediticia existió a partir de las imposiciones de censos, las obligaciones comunes y, finalmente,
las obligaciones a renta pupilar que, desde la década de 1680, fueron concedidas
mayoritariamente por los conventos femeninos y el Juzgado de Testamentos, Capellanías y
Obras Pías.238 En este sentido, fue meritorio el papel de los conventos femeninos y, en menor
medida, por otros capitales eclesiásticos en todo este panorama económico.
236
Varios de los actores principales en estas dinámicas, para el siglo XVII, han sido estudiados en Stephen Webre,
“The Social and Economic Bases of Cabildo Membership in Seventeenth-Century Santiago de Guatemala”. Tesis
de doctorado: Tulane University, 1980 y Silvia Priscila Casasola Vargas, “La élite urbana de Santiago de Guatemala
(1632-1775): un estudio de redes”, Revista de Historia, 38 (2001), pp. 63-85.
237
Herrera, Natives, Europeans, and Africans, pp. 15-21.
238
Véase AGCA A1.20, legs. 628-650; 448-465 y 1331-1339.
72
sur y oriente del mismo.239 La Sierra de Los Cuchumatanes, cuyas tendencias se conocen gracias
a los trabajos de George Lovell, resulta ejemplar para notar dinámicas distintivas. En este
sentido, Lovell explica que los patrones de asentamientos españoles reflejaron una tendencia
hacia la apropiación de tierras indias mediante las composiciones. Esto se hizo bastante común
a partir de inicios del siglo XVII, aunque en la primera mitad del siglo XVIII fue, por mucho,
que aumentaron notablemente.240
Resumiendo, en la Provincia de Guatemala, al menos hasta la primera mitad del siglo XVII, fue
perceptible una tensión entre economía para el autoconsumo y comercio –una suerte de
proyección interna versus el flujo mercantil regional y transoceánico-. No obstante, debido a
que buena parte de lo que se producía fue dedicado a la subsistencia interna, aunque las
fluctuaciones comerciales del cacao o el añil declinaron en las primeras décadas del siglo XVII,
la economía interna no sufrió grandes cambios, más allá de las presiones que las mismas
condiciones físicas impusieron a la producción en este marco temporal.243
239
Al respecto, puede hacerse una diferenciación entre un “centro” –el Valle de Guatemala y las poblaciones al
este y sur del mismo- y una “periferia” –al oeste del Valle de Guatemala-. Este modelo, propuesto por Lovell y
Lutz, aunque ha recibido críticas notables, es bastante acertado en cuanto a notar dinámicas socioeconómicas
diferenciadas. Además, cabe resaltar que se complementa con la propuesta de Macleod en cuanto a un oriente
ladino y un occidente indígena. Véase Lovell y Lutz, Strange Lands, pp. 77-82.
240
Lovell, Conquista y cambio cultural, pp. 165-168.
241
Lovell, Conquista y cambio cultural, pp. 168-171.
242
Lovell, Conquista y cambio cultural, pp. 187-192.
243
Wortman, Gobierno y sociedad, pp. 18-19. Respecto a la “crisis” general europea, referida más específicamente
a la reorientación comercial de Europa y la brecha entre el espacio mediterráneo y el espacio báltico, así como al
comercio ultramarino americano–especialmente con Inglaterra, Holanda y Francia en menor medida, en detrimento
del comercio con España-, véase Ruggiero Romano, Coyunturas opuestas: la crisis del siglo XVII en Europa e
Hispanoamérica. México: El Colegio de México/Fideicomiso Historia de las Américas/Fondo de Cultura
Económica, 1993, pp. 124-143.
73
En este sentido, sobre la crisis del siglo XVII se han encargado un número importante de trabajos
que, en diálogo con la historiografía sobre Europa, refieren a una discusión aun no cerrada.244
Por un lado, el análisis europeo incluyó desde la consideración de una serie de contradicciones
en la economía interna, así como de una etapa transitiva hacia una economía capitalista, hasta
una problemática extendida a causa del Estado mismo. Aunque el debate continuó sumando
argumentos, algunos historiadores, siendo John H. Elliott un representante fundamental del
debate, incluso, cuestionaron la existencia de tal situación en el siglo XVII.245
Woodrow W. Borah, desde una época temprana, planteó el problema del siglo XVII como una
época de depresión, especialmente para el caso novohispano, causada por la catástrofe
demográfica de la población india y, consecuentemente, en el uso de su mano de obra. Junto a
ello, las investigaciones de Pierre y Huguette Chaunu mostraron la pérdida de lazos económicos
en el plano transatlántico. Por el contrario, John Lynch y Peter Bakewell, por citar algunos
ejemplos, propusieron al siglo XVII como un periodo de transformación social y reorientación
económica.246 Esto permitió considerar el aislamiento económico como una oportunidad para el
fortalecimiento de una economía interna, con relaciones interregionales y, de tal cuenta, con el
crecimiento de intereses autónomos a los de la Corona.247
244
Fue la historiografía británica de mediados del siglo pasado la que se encargó de iniciar el debate sobre la crisis
general del siglo XVII. Véase John H. Elliott, España, Europa y el mundo de ultramar (1500-1800). Madrid:
Taurus, 2009, pp. 87-112.
245
Elliott, España, Europa y el mundo de ultramar, pp. 87-112.
246
Todo el debate en torno al Imperio Hispánico y particularmente centrado en el Reino de Guatemala puede
consultarse en Stephen Webre, “Nicaragua y la crisis general del siglo XVII”, presentado en el XXIX Congreso
Internacional de Latin American Studies Association. Toronto: 2010.
247
María Alba Pastor, Crisis y recomposición social. Nueva España en el tránsito del siglo XVI al XVII, México:
Fondo de Cultura Económica y UNAM, 1999, pp. 145-160. Para Stephen Webre, el trabajo de Murdo J. Macleod
ha sido influyente en considerar la existencia de una depresión en este siglo. No obstante, explica que Miles L.
Wortman fue el historiador que se encargó de proponer una crisis en términos políticos, más que económicos.
Webre, “Nicaragua y la crisis general”.
74
fueron consolidados como catalizadores del intercambio económico en el Atlántico español.248
Cabe resaltar que durante los siglos XVI y XVII, en la dinámica comercial entre metrópoli y
provincias de ultramar surgió una lógica de enriquecimiento a escala imperial, que muy
difícilmente fue alcanzado por medio de la exclusividad del mercado transoceánico. Este no
siempre fue efectivo, lo que es notable en el contrabando que creció con el paso del tiempo.249
Dos dinámicas referidas a comercio realzaron en el siglo XVII. Por un lado, una enfocada hacia
el sur, en la que el Pacífico, particularmente desde Honduras hasta Costa Rica, mantuvo
conexiones comerciales con Panamá y Perú. Por su parte, en el norte, especialmente en
Guatemala y Honduras, se mantuvieron algunos nexos con las islas del Caribe, aunque fueron
el cacao y posteriormente el añil los productos más relevantes para los intercambios económicos
entre Veracruz, Oaxaca y, en menor medida, Perú.251 Al respecto, sobresalió el papel del cabildo
como institución influyente en la dinámica comercial del Reino, lo cual repercutió en la
obtención de circulante metálico ilícito, la administración de la alcabala y el comercio prohibido
de vinos desde Perú.252 Tal y como explica Miles L. Wortman, dentro del plano comercial se
248
Elizabeth Fonseca Corrales, “Economía y sociedad en Centroamérica (1524-1680), en Torres-Rivas (coord.),
Historia general de Centroamérica, Vol. II, pp. 127-128.
249
John H. Elliott, Imperios del Mundo Atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830). Madrid:
Taurus, 2006, pp. 176-185.
250
Elliott, Imperios del Mundo Atlántico, pp. 128-129.
251
Elliott, Imperios del Mundo Atlántico, pp. 129-135.
252
Stephen Webre, “Política y comercio en la Guatemala del siglo XVII”, Revista de Historia, 15 (1987), pp. 29-
31. La élite de Santiago en la segunda mitad del siglo XVII estuvo plenamente involucrada en varias actividades
económicas, relacionadas con el comercio interregional, así como el mantenimiento de encomiendas y, por otro
lado, en el crédito comercial entre individuos e instituciones. Nombres como Joseph de Aguilar y Revolledo, Joseph
Varón de Berrieza, Lorenzo de Montufar, Fernando de la Tovilla y Gálvez, Bartolomé Gálvez del Corral, Tomás
Delgado Nájera, entre otros, fueron bastante importantes en el panorama socioeconómico y político de la Provincia
de Guatemala, gracias a sus estrategias en la conformación de redes de sociabilidad que incluyeron la familia, el
75
ejemplificó bastante bien la política económica de los Habsburgo sobre sus dominios
ultramarinos.253
E. La ciudad letrada
Seis décadas más tarde, en 1646, Juan Diez de la Calle elaboró un listado más extenso de las
jurisdicciones y oficios proveídos por el rey y el presidente, más aquellos que eran vendibles,
asentados en el distrito y, particularmente, en la ciudad. En Santiago se encontraba quien ejercía
el cargo de gobernador, capitán general y presidente, más cinco oidores, un fiscal que era, a la
vez, protector de indios, un relator y dos oficiales de Real Hacienda –contador y tesorero-. Entre
los oficios vendibles, Diez de la Calle contó a un alguacil mayor y un canciller que
posteriormente fue provisto por el Gran Canciller de Indias; además, se refirió también a un
receptor y depositario general de las penas de cámara, dos escribanos de cámara y mayores de
gobernación, un correo mayor, un tasador y repartidor, seis receptores del número e igual
cantidad de procuradores del número. Finalmente, escribanos públicos y del Juzgado General
de bienes de difuntos, más abogados y procuradores de pobres también fueron parte de su
listado.255
compadrazgo y el clientelismo, entre otros aspectos. Véase, al respecto, su actividad comercial en AGCA A1.20,
legs. 628-650; 448-465 y 1331-1339.
253
Webre, “Política y comercio”, pp. 32-33.
254
AGI, PATRONATO, 183, N.1, R.1.
255
Diez de la Calle, Memorial y noticias sacras, f. 117-119.
76
En efecto, la capital del Reino de Guatemala contó con una cantidad considerable de agentes de
la administración que, con el tiempo, fue aumentando, conforme a las necesidades territoriales,
demográficas y económicas. Sin embargo, al contrastar la relación del presidente de 1583 y la
del oficial del Consejo de Indias, elaborada sesenta y tres años más tarde, da la impresión de que
la segunda retrataba una ciudad con más ministros. Sin embargo, muchos de los oficios omitidos
en 1583, e incluidos por Diez de la Calle, entraron en funcionamiento antes de que el licenciado
García Velarde fuera provisto como presidente de la Real Audiencia. Entonces, cabe la pregunta,
¿a qué se debió que no fueran incluidos en la relación del ministro indiano? En este sentido,
parte de la respuesta radica en la petición incluida en la Real Cédula que pidió la elaboración de
la relación de forma breve e incluyendo, únicamente, la forma en que se administraba justicia,
las jurisdicciones y los oficios relacionados, más lo relativo a las escribanías y los oficiales
reales. A esto debe sumarse el hecho de que Juan Diez de la Calle se esmeró en reunir, por
aproximadamente dos décadas, los materiales necesarios para escribir su Memorial.256
Sin embargo, el mundo de los letrados fue considerablemente pequeño comparado con aquellos
dedicados a la administración –ya fuera ejerciendo una jurisdicción o en un papel subalterno-.
256
Gaudin, El imperio de papel, pp. 165-194.
257
Angel Rama, La ciudad letrada. Montevideo: Arca, 1998, pp. 17-21.
258
Rama, La ciudad letrada, pp. 31-41.
259
Burkholder, “Burócratas”, pp. 105-106.
77
Así, la ciudad letrada, en realidad, como argumenta Kathryn Burns, fue más grande y menos
exclusiva de lo que se cree.260 Por medio otros agentes, tales como notarios, intérpretes,
escribanos, procuradores, etc., las personas pudieron acceder al plano administrativo con mayor
facilidad.
La ciudad fue un dispositivo fundamental para la Monarquía hispánica, en tanto funcionó como
centro de operaciones para la conquista y colonización y, en otro sentido, también adquirió un
equipamiento político. En el caso de la Provincia de Guatemala, fue la primera en recibir una
capacidad de administrar justicia y, a este respecto, debe recordarse que desde los primeros años,
la política capitular refiere a una designación de vecinos capaces de escuchar pleitos a través de
las varas de justicia –jurisdicción ordinaria sobre la ciudad-.262 Por ello, toma fuerza lo
expresado por algunos autores en cuanto a la preponderancia de la traza en la administración de
los territorios indianos, pues “la ciudad fue el sitio por antonomasia de la política y la justicia”,
expresada en su plaza como epicentro del buen gobierno.263
260
Kathryn Burns, Into the Archive. Writing and Power in Colonial Peru. Durham: Duke University Press, 2010,
p. 3.
261
Herrera, Natives, Europeans, and Africans, pp. 95-111.
262
Véase Carmelo Sáenz de Santa María (ed.), Libro viejo de la fundación de Guatemala. Guatemala: Academia
de Geografía e Historia/Comisión Interuniversitaria Guatemalteca de Conmemoración del Quinto Centenario del
Descubrimiento de América, 1991.
263
Barriera, Abrir puertas a la tierra, p.137 y 49-158.
78
De cualquier forma, en Santiago de Guatemala, los significados de la ciudad letrada lograron
una simbiosis con el aspecto material –significantes-, constituido en las edificaciones
administrativas. Al centro de la ciudad, viendo a la plaza mayor, tres edificios se encargaron de
remarcar el poder de la administración: a nivel local, el ayuntamiento de la ciudad, en el plano
monárquico, la Real Audiencia con todas sus dependencias judiciales y de gobierno y,
finalmente, en términos eclesiásticos la catedral y sus construcciones adyacentes. 264
Por otra parte, en la extensión del concepto de ciudad letrada, incluso las personas que no
estuvieron relacionadas con el mundo de la escritura pudieron acceder a este complejo, por
medio de su participación activa en procesos administrativos cotidianos. El caso de la justicia
es particularmente remarcable, ya que, como indica Bianca Premo, aquellos que no
pertenecieron a la élite letrada inmersa en la administración, “tomaron el derecho en sus propias
manos de muchas formas, ya que la escritura fue el resultado de interacciones sociales vividas
entre litigantes, escribanos, representantes y jueces”.265
La producción de documentos legales fue una actividad colectiva. En este sentido, aquellos
elaborados en lenguas indígenas tuvieron un valor considerable, funcionando en dos ámbitos:
por un lado, en la expansión de la ciudad letrada que amplificó las posibilidades escriturarias
pese al predominio del castellano; y, por otro lado, a partir de su papel en las cortes coloniales.
Estos textos, a menudo llamados “títulos indígenas”, dada la relevancia material y simbólica que
tuvieron para sus respectivos pueblos, fueron material presentado en el ámbito judicial, aunque
no siempre sea mencionado por los trabajos etnohistóricos. Estos formaron parte de un conjunto
más grande de producción de conocimiento indígena en el contexto colonial, muchas veces
vinculado en el espacio imperial.266
264
Fuentes y Guzmán, Recordación Florida, pp. 138-143.
265
Bianca Premo, The Enlightenment on Trial. Ordinary Litigants and Colonialism in the Spanish Empire. Nueva
York: Oxford University Press, 2017, p. 10
266
Gabriela Ramos y Yanna Yannakakis, “Introduction”, en Gabriela Ramos y Yanna Yannakakis (eds.),
Indigenous Intellectuals. Knowledge, Power, and Colonial Culture in Mexico and the Andes. Durham: Duke
University Press, 2014, pp. 1-14.
267
Para el papel del náhuatl en este marco temporal, véase Laura E. Matthew, “El náhuatl y la identidad mexicana
en la Guatemala colonial”, Mesoamérica, 40 (Diciembre de 2000), pp. 41-68.
79
instrumentos públicos o testimonios, entre otros, que se producían en contextos de mediación.
Así, la producción de esta documentación presentada en el ámbito administrativo fue
encaminada a la denuncia de abusos y, por otro lado, como material fundamental en los juicios
civiles y criminales.268 Como resultado, la ciudad letrada presentó un marco de actuación
heterogéneo, en el que distintos actores pudieron ser partícipes de forma activa. Estos canales
de actuación fueron espacios ideales para que toda una cultura de mediación, representada por
sujetos como escribanos, intérpretes y procuradores, pertenecientes a la ciudad letrada, tomara
parte activa.
En buena medida, las “reglas del juego”, en la ciudad letrada, incluían una serie de procesos y
un lenguaje político especial. El uso de estos elementos, más allá de ser meramente instrumental
y rutinario, implicó la adopción de formas concretas de relacionarse con las instituciones de la
época, especialmente para la población india, que desde el siglo XVI hizo uso de las vías
jurídicas.269 Consecuentemente, en función de alcanzar sus aspiraciones por el camino
institucional, los interesados a menudo debieron acudir a los agentes encargados del uso de la
pluma.
Para ejemplificarlo, es bastante útil el caso de los indios asentados en el valle de Santiago de
Guatemala, que enviaron, a inicios de la década de 1570, un corpus de memorias al licenciado
Francisco Briceño, con la intención de que este las presentara ante el Consejo de Indias y, en
esta instancia, se pudieran remediar varios agravios que los naturales sufrían por parte de varios
ministros reales. Los documentos, que suman un total de 22 memorias, incluyendo la
presentación de Briceño al licenciado Juan de Ovando, presidente del Consejo, contienen gran
riqueza para comprender aspectos que se han esbozado hasta ahora al respecto de la mediación
y el uso de instancias administrativas por parte de la población india.270
268
Véase AGCA, A1.20, leg. 4084, exp. 32406; A1.43, leg. 6083, exp. 55029; leg. 235, exp. 1705; leg. 6074, exp.
54890; Karen Dakin y Christopher Lutz (eds.), Nuestro pesar, nuestra aflicción (tunetuliniliz, tucuca). Memorias
en lengua náhuatl enviadas a Felipe II por indígenas del Valle de Guatemala hacia 1572. México:
UNAM/CIRMA, 1996.
269
Brian P. Owensby, Empire of Law and Indian Justice in Colonial Mexico. Stanford: Stanford University Press,
2008.
270
Dakin y Lutz (eds.), Nuestro pesar, nuestra aflicción, pp. 2-89. La traducción estuvo a cargo de Karen Dakin y
el estudio histórico de Christopher Lutz.
80
bien, mediadora-, se pudo haber pensado que tendría mayor resonancia ante los magistrados.
Adicionalmente, puede pensarse que otros agentes, tales como frailes, pudieron involucrarse en
la creación del corpus.271 De esta forma, siguiendo a Brian P. Owensby, se puede afirmar que
este tipo de documentos son una transcripción de una conversación en la que participaron varios
actores. Es decir, desde los mismos indios agraviados hasta los escribanos, intérpretes, ministros
reales y eclesiásticos, e, incluso, el rey de manera virtual-.272 De esta forma, para buscar la
restitución de la equidad, la escritura de las memorias representa una forma de pedir justicia
mediada por un lenguaje jurídico y, a la vez, político y religioso. Dando cuenta, entonces, de los
aspectos fundamentales de la justicia de Antiguo Régimen, tal y como lo ejemplifica el siguiente
pasaje:
Nosotros somos los alcaldes ordinarios […], los regidores […], y todos los principales
[…], moradores de aquí, de Santiago de Guatemala. Nos cuida nuestra querida madre
Santa María de la Merced, y pertenecemos a su monasterio. Nos arrodillamos ante usted,
y le besamos las manos y los pies de usted, nuestro gran señor de su Majestad, nosotros,
sus maceguales pobres y afligidos. Que sepa usted nuestra aflicción, porque es mucho
lo que se hace nosotros, ya que los oidores nos hacen sufrir. […] A todos los maceguales
de Nuestro Señor Jesús y los de nuestro respetado señor, no los quieren, no les tienen
piedad.273
271
Véase Christopher Lutz, “Introducción histórica”, en Dakin y Lutz (eds.), Nuestro pesar, nuestra aflicción, p.
XIII.
272
Owensby, Empire of Law and Indian Justice, p. 53.
273
“Memoria 2”, en Dakin y Lutz (eds.), Nuestro pesar, nuestra aflicción, p. 5.
81
82
Capítulo 3
La Real Audiencia de Guatemala
A. La Audiencia de Guatemala y el gobierno de la justicia
En los siglos XVI y XVII, la función principal del poder político consistió en la administración
de justicia. Esto, en su dimensión institucional, devino en un modelo judicial de gobierno en el
que la capacidad de mandar y de juzgar fueron inseparables. Esta impronta, presupuesta por la
existencia de un orden destinado a mantenerse y fundado en la configuración jurisdiccional del
poder, tuvo su mayor desarrollo, tanto en la Castilla moderna como en las Indias, en las
Audiencias como garantes del orden jurídico.274
En efecto, como lo han enfatizado varios autores, la Audiencia fue la institución más
característica y esencial del sistema hispánico en las Indias. 276 Esto debido a su efectividad y
extensión por todos los territorios indianos, que inició en la primera mitad del siglo XVI. 277 Al
respecto, explica Eduardo Martiré, la importancia de su asentamiento radicó en el interés de la
Monarquía por lograr una buena administración de justicia a través de la representación regia,
274
Carlos Garriga, “Las Audiencias: justicia y gobierno de las Indias”, en Barrios (coord.), El gobierno de un
mundo, pp. 719-720 y 726.
275
Garriga, “Las Audiencias: justicia y gobierno”, pp. 726-732.
276
Véase C. H. Haring, El imperio español en América. [Primera edición en inglés 1947]México:
Alianza/Conaculta, 1990, pp. 181-182; J. H. Parry, The Audiencia of New Galicia in the Sixteenth Century. A Study
in Spanish Colonial Government, Cambridge: Cambridge University Press, 1968, p. 2; John Leddy Phelan, The
Kingdom of Quito in the Seventeenth Century. Bureaucratic Politics in the Spanish Empire. Madison: The
University of Wisconsin Press, 1967, p. 119; Mark A. Burkholder y D. S. Chandler, From Impotence to Authority.
The Spanish Crown and the American Audiencias, 1687-1808. Columbia: University of Missouri Press, 1977, pp.
4-5. Y más recientemente Martiré, Las Audiencias y la Administración, p. 124. Todas estas obras se han constituido,
con los años, en clásicos sobre la administración en las Indias.
277
Parry, The Audiencia of New Galicia, p. 6.
83
íntimamente ligada al gobierno de los súbditos, lo cual se evidenció con el uso del sello real en
ella.278
Aunque con un claro precedente castellano, las Audiencias indianas pronto rebasaron las
atribuciones propias de las peninsulares. Esto atendió a la suma de facultades que
paulatinamente fueron agregándose (gobierno, justicia y asuntos militares), según las
condiciones y prácticas que en un marco territorial determinado requirieron. Las diferencias
fueron notables en tanto esta institución, en el espacio indiano, se encargó de varios asuntos
relacionados al cumplimiento de la justicia –aun cuando se trató de primera instancia, a través
de la supervisión y no solo la apelación-, la guarda del Real Patronato, el uso del recurso de
fuerza, la administración tributaria, el ejercicio del gobierno, así como la vigilancia de todo
aquello relacionado con la población natural, etc.279
Las Reales Audiencias, tal y como lo explica Javier Barrientos Grandón, en un sentido amplio,
fueron regidas, ordenadas y reguladas por el Derecho Indiano. Las fuentes principales para el
estudio de este ámbito fueron las ordenanzas, reales cédulas y mandatos de gobernación. 280 Y,
por otro lado, especialmente en lo que respectó a su organización interna, fueron los autos
acordados y la formación de aranceles que dieron vida a una normativa especialmente dedicada
a los ministros subalternos.281 En suma, estos tribunales contaron con una normativa real de
nivel general, cuya forma más acabada, aunque no agotada, fue representada en la Recopilación
de leyes de los Reynos de las Indias (Libro II, Títulos 15-34). Pese a ello, en su estudio
278
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 123-129.
279
Parry, The Audiencia of New Galicia, pp. 12-13. Estas reflexiones están basadas, esencialmente, en las palabras
que Juan de Solórzano Pereira le dedicó a las Audiencias en su Política Indiana, especialmente en el libro V,
capítulo III. Las atribuciones de las Audiencias indianas se pueden dividir en cuatro materias importantes: justicia,
gobierno, guerra y hacienda. Véase Dougnac Rodríguez, Manual de Historia, pp. 153-164. Además, tomando en
cuenta la importancia que se le ha venido dando en este trabajo a la iurisdictio de Antiguo Régimen, considérese la
jerarquía de las Audiencias según cómo fueron presididas por un tipo de ministro en específico, a saber, virrey –
virreinales-, presidente-gobernador –pretoriales- o, finalmente, letrado –subordinadas-.
280
Estas disposiciones también sirvieron como instrumento de administración de justicia y gobierno, por lo que
debieron formarse compilaciones para consulta de los miembros de la Audiencia. Véase AGCA, A1.23, leg. 1514,
fol. 57; AGCA, A1.23, leg. 1516, fol. 81.
281
Javier Barrientos Grandón, La Real Audiencia de Santiago de Chile (1605-1817). La institución y sus hombres,
pp. 131, 144-145, http://www.larramendi.es/i18n/consulta_aut/registro.do?control=FILA20090030077
(Consultado 15 febrero 2019).
84
institucional, debe tomarse en cuenta que esta recopilación fue el resultado de procesos
particulares que se llevaron a cabo en cada Audiencia.282
De hecho, sobre esta base legislativa, es que se han podido reconstruir aspectos institucionales
en el presente capítulo. Tomando como punto de partida las Ordenanzas de 1563, emitidas en
tiempos de Felipe II, se ha valorado la importancia de las Reales Cédulas como muestra del
desarrollo institucional. En tanto lex viva, y, en consonancia con las relaciones sociales entre el
tribunal de alzada y la población, la labor legislativa de la Corona permite conocer los cambios
y problemas afrontados durante el período de tiempo estudiado. Paralelamente, la
correspondencia de los ministros resulta importante en la reconstrucción de este recorrido
institucional.283
De esta forma, se cuenta con un conjunto de fuentes que van desde la legislación hasta la
correspondencia, pasando por los expedientes que abordan aspectos específicos de ciertos
ministros –tales como las consultas y las informaciones presentadas ante el Consejo de Indias-,
así como mecanismos de control –o los indicios que sobre ellos se tienen-. Todas ellas permiten
reconstruir la instalación, estructuración y funcionamiento de esta institución.
Cabe considerar que las Reales Audiencias fueron el medio por el cual se integraron los
territorios indianos, eficazmente, dentro del complejo de la Monarquía hispánica. Estas
instituciones, sujetas exclusivamente al Consejo de Indias en cuanto a iurisdictio, ordenaron
jurídicamente el espacio y tuvieron a su cargo el gobierno de la justicia en el mismo. 284 De esta
forma, el Consejo de Indias y su relación directa acercaba a la Audiencia –y, por ende, los
asuntos que veía-, virtualmente, a la figura regia. De esta forma, se integraban estos tribunales
como parte de las “cosas de justicia”.285 Además, puede verse esta relación a partir de la
correspondencia sostenida para el control del Nuevo Mundo, la legislación que emitía el Consejo
en nombre del rey y el despacho de los asuntos, que ingresaban a la institución instalada en El
282
Esta también es una consideración metodológica, plasmada en Gayol, Laberintos de justicia, Tomo I, pp. 51-52
y 154-155.
283
Las Reales Cédulas citadas a lo largo del trabajo se resguardan en AGCA, A1.23. La correspondencia puede
verse en AGI, GUATEMALA.
284
Fernández Sotelo, “Las Reales Audiencias indianas”, pp. 21-32.
285
Gaudin, El imperio de papel, pp.114-115.
85
Escorial, en el caso de la Audiencia de Guatemala, a la secretaría de Nueva España a partir de
1610.286
Este órgano tuvo en la isla de La Española su primer representante como tribunal de apelaciones
y, para finales de la década de 1520, no solo se reconoció plenamente como Audiencia, sino que
se siguió con la creación de las mismas a lo largo de los otros territorios indianos.287 Aunque
fue hasta 1542, con las Leyes Nuevas, que estas adquirieron una condición de “tribunal
supremo”, dándoles la homologación con sus pares castellanas.288 Fue en este proceso que se
inscribió la Audiencia de los Confines.
En consecuencia, como lo muestra una Real Cédula dirigida al adelantado Francisco de Montejo,
fechada en 13-IX-1543, “su majestad, viendo que así convenía a su servicio, y administración
de la justicia y buen gobierno de las partes, ha proveído una Audiencia Real […]”, agregándole
particularmente a Montejo que no se entrometiera usando de su oficio de gobernador “[…] en
las dichas provincias de Higueras y Cabo de Honduras y Chiapa ni a tener jurisdicción alguna
en ellas ni en ningún pueblo de ellas ni a llevar de ellas salario alguno”.291
286
Sobre la secretaría de Nueva España y su labor vista a partir de uno de sus oficiales, véase Gaudin, El imperio
de papel, passim.
287
Para el orden de creación de Audiencias, véase Martiré, Las Audiencias y la administración, p. 125.
288
Garriga, “Las Audiencias”, pp. 738-739.
289
AGCA, A1.2.4, leg. 2197, fol. 35; Webre, “Poder e ideología”, p. 153.
290
José María Vallejo García-Hevia, “La Real Audiencia de los Confines y de Guatemala en el siglo XVI. Un breve
esbozo sobre su historia institucional”, Anales de la Academia de Geografía e Historia, Año LXXX, Tomo LXXIX
(2004), pp. 24-25.
291
AGCA, A1.23, leg. 1511, fol. 19. Las ordenanzas que rigieron a las Reales Audiencias a partir de 1542 hasta
1568 en AGCA, A1.23 leg. 1512, fol. 13.
86
agregadas las provincias de Tabasco, Yucatán y Cozumel, cuya jurisdicción correspondía a la
Audiencia de México pero que por ser “más a propósito y ser más conveniente […] [que] estén
sujetas a la dicha Audiencia de los Confines que no a esa”, debido al traslado de tribunal a la
ciudad de Santiago en 1549, fueron plenamente incorporadas en 1550. Y, de forma paralela, la
provincia de Tierra Firme fue segregada de su jurisdicción, e integrada a la de Lima.292 No
obstante, hacia 1556 se agregó la provincia de Soconusco y, finalmente, en 1560, las tres
provincias mencionadas anteriormente regresaron a la jurisdicción de la magistratura de
México.293
Los primeros magistrados, designados en 1543, fueron Diego de Herrera, Pedro Ramírez de
Quiñones y Juan Rogel, tres licenciados que, con este nombramiento, iniciaron su cursus
honorum en la magistratura indiana, con la presidencia de Alonso de Maldonado, antiguo
visitador y gobernador de Guatemala.294 Aunque la estructura de la Audiencia implicó, además,
la presencia de un fiscal, este puesto fue desempeñado por uno de los oidores interinamente,
práctica que continuó hasta 1553, año en que fue nombrado el licenciado Juan Márquez para
servirlo.295
El papel del fiscal, durante el siglo XVI, tuvo gran relevancia pues, además de sus labores dentro
del tribunal de apelaciones, se encargó de velar por el fisco de la Corona, cuyas dinámicas aún
se estaban acentuando para estos años. De tal cuenta, tributos y otras cargas fiscales eran del
interés de este ministro. Por otro lado, la población india, de la que la política real recomendaba
especial observancia, también era sujeta a su ministerio, en tanto ejercía el oficio de defensor,
actuaba de oficio en la administración de justicia e informaba sobre dichos súbditos.296 Así,
puede hablarse de una labor mediadora, entre ministros y población, en la que la figura regia
también era representada por el fiscal, como salvaguarda de los intereses dela Corona.
292
AGCA, A1.23, leg. 1511, fol. 135 y AGCA, A1.23, leg. 1511, fol. 138.
293
Vallejo García-Hevia, “La Real Audiencia”, p. 28.
294
Webre, “Poder e ideología”, p. 154; Vallejo García-Hevia, “La Real Audiencia”, p. 30.
295
AGCA, A1.23, leg. 4575, fol. 82; AGCA, A1.23, leg. 1511, fol. 143.
296
Las cartas de Audiencia lo dejan bastante claro para estos años. Véase AGI, GUATEMALA, Consejo: Cartas y
expedientes de presidentes, oidores y fiscales.
87
pendientes. Aunque, especialmente en los casos que involucraron agravios entre población
española e india, los autos debieron ser remitidos al Consejo de Indias en vía de consulta. 297
Posteriormente, el Consejo de Indias fue convencido de que tanto el crecimiento del distrito de
la Audiencia de México, así como las dificultades que supondrían la comunicación de las
antiguas provincias de Los Confines con la Audiencia de Panamá, no permitirían la buena
administración de este territorio y, así, se decidió nuevamente el restablecimiento del tribunal
297
AGCA A1.23, leg. 1511, fol. 13.
298
AGCA, A1.23, leg. 1511, fol. 15; AGCA, A1.23, leg. 1511, fol. 30; AGCA, A1.23, leg. 4575, fol. 82; AGCA,
A1.23, leg. 1511, fol. 149.
299
AGCA, A1.23, leg. 1511, fol. 220.
300
AGCA, A1.23, leg. 4575, fol. 213; Vallejo García-Hevia, “La Real Audiencia”, p. 36. Sobre las diferencias de
opiniones y la importancia de mantener íntegra la Audiencia como órgano colegiado, véase la Real Cédula
respectiva en AGCA A1.23, leg. 1511, fol. 36: “os encargo que haya entre vosotros toda conformidad y cuidado
de lo que conviene al servicio de nuestro señor, el buen gobierno de que os está encargado y a hacer justicia en las
causas que ante vos pendieren y que por ninguna vía ni modo entienda nadie que entre vosotros hay división
alguna”.
301
Webre, “Poder e ideología”, p. 155; Vallejo García-Hevia, “La Real Audiencia”, pp. 35-37. La restitución de la
gobernación de Guatemala por el traslado de la Audiencia en AGCA, A1.23, leg. 2195, fol. 200.
302
AGCA, A1.23, leg. 2195, fol. 83.
88
en la provincia de Guatemala, por medio de Real Provisión de 28-VI-1568 y con efectiva
aplicación en 5-I-1570. Se tomó por presidente al doctor Antonio González, los licenciados
García Jofre de Loayza, Bernabé Valdés de Cárcamo y Cristóbal de Azcoeta como oidores y el
licenciado Pedro de Arteaga Mendiola por fiscal.303
La intención de remediar la situación de la jurisdicción fue urgente para los ministros reales,
como explicó el mismo Arteaga Mendiola en una carta dirigida al Consejo de Indias, “[…] esta
provincia toda del distrito de la Audiencia ha padecido por los malos tratamientos y agravios de
los que administraban justicia”, por lo que aquellos asuntos pendientes y correspondientes a la
Provincia de Guatemala debieron ser remitidos desde la Audiencia de México y de Panamá. 304
Para inicios de 1570, fue consolidado nuevamente el tribunal con la introducción del sello real
en la ciudad.305
303
Vallejo García-Hevia, “La Real Audiencia”, pp. 36-37.
304
AGI, GUATEMALA, 9B, R.9, N.34; AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 392-393.
305
Vallejo García-Hevia “La Real Audiencia”, p. 37. Al respecto, cabe resaltar el papel preponderante que tuvo la
expedición de documentos con el sello real, especialmente en materia de justicia, como recurso que utilizó la
Monarquía para expandir su jurisdicción y consolidar su figura, a pesar de la distancia. Véase Margarita Gómez
Gómez, “El documento y el sello regio en Indias: su uso como estrategia de poder”, Documenta & Instrumenta, 13
(2015), pp. 89-105. En la ordenanza X se estableció lo siguiente al respecto: “Yten mandamos que las provisiones
que dieren los dichos nuestro presidente y oidores para fuera de las cinco leguas y otras cosas vayan libradas en
nuestro nombre y con nuestro título y sello real y registro…”. AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas de la Real
Audiencia de Los Confines, X.
306
El corpus de este tipo de normativa en José Sánchez-Arcilla Bernal, Las Ordenanzas de las Audiencias de
Indias: 1511-1821. Madrid: Dykinson, 1992.
307
Por ejemplo, en el caso de la Audiencia de Santiago de Chile, cuya reinstalación tuvo lugar en 1609, después de
34 años de su disolución, las Ordenanzas de 1563 fueron fundamentales para su instalación, aunque también se
tomaron en cuenta nuevas disposiciones introducidas, especialmente las que fueron despachadas para Manila en
1596. Véase Barrientos Grandón, La Real Audiencia de Santiago, p. 133. Víctor Gayol anota al respecto que “al
tratar una audiencia en particular y aunque sea posible seguir estructuras, funciones y ordenamientos generales
válidos para las audiencias de ambos lados del Atlántico, habrá elementos particulares de una que no aparecen en
las demás, y que solo se explican por su singular constitución en este marco de cosas”. Gayol, Laberintos de justicia,
Tomo I., pp. 153-154.
89
Como resultado, la jurisdicción de los magistrados fue del conocimiento de causas civiles y
criminales en grado de apelación “según y cómo pueden conocer los oidores y alcaldes de las
nuestras audiencias de Valladolid y Granada”.308 De igual forma, se reafirmó el conocimiento
de causas civiles en vista y revista, con segunda suplicación únicamente en casos de gran
cuantía, así como las otras labores asignadas a oidores y fiscales en la administración de justicia
en otras instancias.
Las Ordenanzas delimitaron, además, los aspectos relacionados con la administración de justicia
y el gobierno.309 Así, mientras que los oidores tuvieron la capacidad de conocer y dirimir en los
agravios que se presentaban o se actuaban de oficio, los presidentes estuvieron destinados a
repartir y encomendar indios, proveer oficios y demás aspectos relacionados únicamente con el
gobierno del distrito de la Audiencia y el aspecto meramente organizativo en el plano judicial.
Por una Real Cédula de 31-V-1568, se advirtió a los oidores, respecto al presidente, que
“libremente os dejen entender en las dichas cosas de gobernación y proveer los dichos
repartimientos y oficios sin que se entrometan en ello ni en cosa alguna de ello y que solo
entiendan en las cosas de justicia”.310 Esta división se remarcó aún más cuando la Corona inició
a proveer presidentes militares y no letrados a partir de inicios del siglo XVII.311
Por otra parte, desde años muy tempranos, la instalación de este tribunal supuso, además, la
sustitución de una justicia “infraletrada”, representada por gobernadores y alcaldes ordinarios,
principalmente.312 Esto fue reafirmado con la restitución de la Audiencia en la ciudad de
Santiago de Guatemala en 1570. Con la jurisdicción extraordinaria de primera instancia con la
que fueron investidas las homólogas indianas, se instauraron los Juzgados de Provincia,
308
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas de la Real Audiencia, II y III.
309
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas de la Real Audiencia, fol. 139-140. Las Ordenanzas emitidas por Felipe
II tuvieron como antecedente las de 1528, dadas a Santo Domingo y México. Cabe resaltar que estas se apoyaban
en las ordenanzas de las chancillerías de Valladolid y Granada. La Real Audiencia de México contó con unas
segundas Ordenanzas en 1530, que tuvieron vigencia hasta la promulgación de las Leyes Nuevas, en 1530, que
organizaron a la primera Audiencia de Los Confines. Véase Pilar Arregui Zamorano, La Audiencia de México
según los visitadores. Siglos XVI y XVII. México: UNAM-Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1981, pp. 14-20.
310
AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 345.
311
Véase la petición de los capitulares de Santiago de Guatemala respecto a la provisión de la presidencia de la
Real Audiencia en caballero de capa y espada en AGI, GUATEMALA, 41, N.106.
312
Sobre la instauración de la autoridad patronal regia a través de jueces letrados, véase Parry, The Audiencia of
New Galicia, p. 34.
90
encargados de causas civiles en un radio de cinco leguas de la ciudad en que la Real Audiencia
estaba instalada.313 En el caso de la de Guatemala, se mandó:
“[…] que por el poco expediente que dan los alcaldes ordinarios de esa ciudad a los
negocios que ante ellos ocurren, hay dilación en el despacho de ellos, porque como no
son letrados, han de buscar asesor, los cuales por ser tan costosos muchas veces las partes
dejan de seguir su justicia por no tener que dar al asesor y se siguen otros inconvenientes
y que siendo esa ciudad la principal de esa provincia, donde acuden muchos negocios,
hay necesidad de juez que con brevedad y sin tener respecto a nadie guarde justicia, y
que para remediar esto convendría que uno de vos los dichos oidores conocieses de las
causas civiles que ante vosotros suelen venir dentro de las cinco leguas e hicieses
audiencia de provincia a la tarde por tres meses del año y así anduviese […]”.314
En 1586, no obstante, quedó sin efecto la disposición que mandaba a los oidores, por turno,
hacer Audiencia pública para resolver asuntos de carácter civil en las cinco leguas inmediatas a
la ciudad, quedando esta tarea, nuevamente, en manos de los alcaldes ordinarios del cabildo de
la ciudad.315 Este mandato fue consecuente hasta 1623, año en el que se le ordenó al tribunal,
por Real Cédula de 02-XI-1623, que se restableciera el Juzgado de Provincia, dándole a los
magistrados letrados la capacidad de escuchar casos civiles y criminales en primera y segunda
instancia en el área conocida como Valle de Guatemala “para remediar los agravios que pudieran
ocasionar los alcaldes ordinarios”.316
313
Se dice que esta jurisdicción fue extraordinaria porque, en esencia, las Audiencias carecieron de jurisdicción de
primera instancia, siendo los casos de corte y los juzgados de provincia “excepciones a las reglas ordinarias”. De
tal cuenta, se entiende que la garantía del orden jurídico se encontró en la apelación, siendo este “el principal
dispositivo jurisdiccional arbitrado por la cultura jurídica del ius commune […]”. Garriga, “Las Audiencias”, pp.
755-757 y 760.
314
AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 364.
315
AGCA, A1.23, leg. 1513, fol. 116.
316
AGCA, A1.23, leg. 4578, fol. 41; AGCA, A1.23, leg. 1515, fol. 116.
317
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas de la Real Audiencia, “Bienes de difuntos”, fol. 142.
318
AGCA, A1.24, leg. 2719, exp. 15751, fol. 117 y 119.
91
Esta cantidad de atribuciones que, en buena medida, parecían yuxtaponerse e, incluso,
entorpecer el proceso de administración de justicia, en realidad, lograron dar cuenta del
complejo engranaje jurisdiccional de la Monarquía Hispánica. En consecuencia, ejemplificaron,
en todos los espacios monárquicos, el sistema de pesos y contrapesos propio del pluralismo
jurídico como base del poder político de Antiguo Régimen. Como resultado, los conflictos
jurisdiccionales fueron, además, traducción de un modelo que permitió tener varias alternativas
–o remedios-, a quienes litigaban, para la solución de conflictos.319 Por tanto, las similares
competencias jurisdiccionales entre cabildo y Audiencia, por ejemplo, atendieron más a este
pluralismo.
En la Audiencia de Guatemala, los conflictos jurisdiccionales tuvieron razón de ser en tanto los
jueces no asumieron de forma clara las atribuciones de cada foro de justicia o, bien, por los
pleitos entablados entre tribunales en torno a población y territorio. El Valle de la ciudad de
Santiago lo muestra bastante bien, pues durante los siglos XVI y XVII fue motivo de desgaste
entre Audiencia y cabildo. Para 1689, Juan González Calderón, procurador de la ciudad, le
escribió al Consejo de Indias con la intención de que se le permitiera al ayuntamiento despachar
los asuntos concernientes a la administración de justicia sin que interviniera la Real Audiencia.
En su carta, agregaba que lo pedían por “los pleitos que con ella han tenido sobre la jurisdicción
del Valle”.320 Estos problemas se remediaron, a menudo, en el sistema de súplica y dispensa, en
el que la información desempeñó un papel preponderante.321 Sin embargo, dicho desgaste
únicamente fue remediado hasta el siglo XVIII, en que la jurisdicción del valle fue transformada
en dos alcaldías mayores provistas por la Audiencia.
Siguiendo con las atribuciones del órgano colegiado, la visita de los pueblos de indios del distrito
de la Audiencia quedó a cargo de un oidor específico, en cuya acción se excluyó el valle de la
ciudad, por ser jurisdicción, una vez más, del cabildo. La visita consistió en ir a provincias,
alcaldías, corregimientos, etc., para administrar justicia a los naturales, además de velar por la
319
Gayol, Laberintos de justicia, Tomo I, pp. 161-162. Sobre la superposición jurisdiccional, valga la aclaración
en Oscar Mazín, “Justicia, cambio social y política en la Nueva España de los siglos XVI y XVII”, en Pedro Cardim
y Gaetano Sabatini (orgs.), António Vieira, roma e o universalismo das monarquías portuguesa e espanhola (1581-
1640). Roma: Universitat Degli Studio Roma Tre, 2011, p.183.
320
AGI, GUATEMALA, 42, N.89.
321
Prueba de ello son las cartas enviadas por Audiencia y Cabildo, que tuvieron respuesta a partir de las Reales
Cédulas expedidas por el Consejo de Indias. Véase AGI, GUATEMALA y AGCA, A1.23, para el contraste. Sobre
este aspecto, se echa de menos un trabajo que aborde, de forma comparativa, la correspondencia de los ministros,
reales y eclesiásticos, con las Reales Cédulas expedidas por el Consejo de Indias.
92
adjudicación de tierras a los mismos y el buen trato por parte de los españoles. Cabe señalar que,
al momento de practicar la visita a los pueblos, el oidor encargado debía llevar pocos auxiliares,
para no incurrir en gastos innecesarios a la población nativa.322
A inicios del siglo XVII se agregó a la Audiencia, específicamente a uno de sus oidores y al
fiscal, la función de conformar un tribunal de la Bula de Santa Cruzada. Debe recordarse, al
respecto de esta contribución, que basaba su recaudación en las concesiones que la mitra romana
le había dado a los reyes castellanos en los siglos XII-XVI, en la lucha por la reconquista de la
península. En efecto, con la intención de extender la fe católica, y con el amparo de la bula
Universalis Ecclesiae regiminis, del papa Julio II en 1508, la introducción de esta bula fue
inminente en los territorios indianos.323
Así, en 1603 se mandó a fundar estos tribunales en las Indias y, en el caso particular de Nueva
España, además de los instalados en la ciudad de México, Guadalajara y Manila, también fue
requerido lo propio en Santiago de Guatemala, con aplicación práctica en 1609. Este fue
formado por un subdelegado de Cruzada –eclesiástico nombrado por el comisario general de
Cruzada de Madrid-, más el oidor decano y el fiscal, como se ha apuntado.324 Las atribuciones
fueron relacionadas con los “pleitos, negocios y causas […] así en lo tocante a la administración
y cobranza”, conociendo en segunda instancia aquellos fallos de los subdelegados provinciales,
con opción de apelar ante la Real Audiencia.325
En este sentido, el mandato de erigir un tribunal de Cruzada coincidió con la creciente actividad
relacionada con la administración de justicia, que, como se ha visto, no se suscribió únicamente
a las apelaciones, pues a lo largo del siglo fueron incluyéndose más atribuciones a los ministros.
La cantidad de oidores designada para el tribunal fue insuficiente para la primera década del
siglo XVII. Como resultado, para 1608, el número de estos magistrados ascendió a cinco,
número que se mantuvo durante todo el siglo XVII y fue fundamental para que se le sumaran
322
AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 405; AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 431; AGCA, A1.23, leg. 1513, fol.524; AGCA,
A1.23, leg. 1513, fol. 580.
323
Véase Rodolfo Esteban Hernández Méndez, “Acercamiento histórico a las bulas de la Santa Cruzada en el Reino
de Guatemala”, Estudios, No. 35 (1998), pp. 153-155.
324
María del Pilar Martínez López-Cano, La Iglesia, los fieles y la Corona. La bula de la Santa Cruzada en Nueva
España, 1574-1660. México: Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Históricas,
2017), pp. 153-155.
325
AGCA, A1.23, leg. 1514, fol. 129.
93
más competencias, más el conocimiento de causas, dependientes del contexto socioeconómico,
en forma privativa.326
En las últimas décadas del siglo XVI, evidenciado en la correspondencia y la legislación real,
hubo problemas relativos a la falta de ministros subalternos en el tribunal, para el auxilio en
materia de justicia. En 1570, pese a la llegada del presidente, oidores y fiscal a la provincia de
Guatemala, tal y como lo expresó Pedro Arteaga, “de los receptores no hubo ninguno y de los
procuradores dos”, por lo que la Audiencia debió nombrar a los cuatro receptores designados y
los dos procuradores restantes.327 Así, correspondió a los magistrados, y no al presidente,
proveer los oficios de alguacil mayor, receptores y procuradores, principalmente, “entre tanto
que nos proveemos”, según explicaba una Real Cédula de 21-VIII-1571.328 Mientras tanto, el
oficio del escribano de cámara fue restablecido de forma regular en Francisco Montero de
Miranda. Cabe resaltar que estas provisiones pronto cambiaron su dinámica, gracias a la
inclusión de las ventas y renuncias de oficios sin jurisdicción.329
De forma paralela, también fue motivo de preocupación durante estos años el cubrir los salarios
de varios ministros, por lo que fue bastante común, a partir de la década de 1570, acudir al
renglón de penas de cámara para pagar, por ejemplo, las costas asignadas a los porteros. 330 El
ramo de penas de cámara y gastos de justicia de la Provincia de Guatemala se nutrió de lo que
la administración jurídica a nivel local aportaba, en manos de los corregidores y otros jueces de
primera instancia. No obstante, los problemas fueron recurrentes en cuanto a su recolección,
pues, como indicaba don Pedro Marín de Solórzano, receptor general de condenaciones de penas
de cámara y gastos de justicia, en 1619: “los susodichos [justicias] no obedecen ningún
mandamiento que se le[s] da para que entreguen las dichas penas de cámara, sino que con
dilación y excusas entretienen muchos años”.331
Por otro lado, respecto a los derechos pecuniarios, los oficiales estuvieron, en gran medida,
sujetos a los aranceles que, según las Ordenanzas, debían formar los magistrados de la
Audiencia y, en consecuencia, elaborar una tabla que debía ponerse en la sala pública del
326
AGCA, A1.23, leg. 4575, fol. 514.
327
AGI, GUATEMALA, 9B, R.9, N.34.
328
AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 349.
329
AGCA, A1.23, leg. 4575, fol. 279.
330
AGCA, A1.23, leg. 4575, fol. 329.
331
AGI, GUATEMALA, 14, R.2, N.34.
94
tribunal.332 Estos aranceles correspondían ser pagados por parte de los mismos litigantes. En
repetidos casos, sucedió que la parte que resultaba desfavorecida en el proceso era la encargada
de pagar todas las costas.333
Las cárceles también fueron un ámbito en el que los magistrados de la Audiencia se incluyeron.
Estas, como parte vital en el seguimiento de los procesos llevados ante los administradores de
justicia, debían ser visitadas cada sábado por dos oidores, acompañados de los alcaldes
ordinarios y otros oficiales. Así lo estableció la ordenanza XXIII:
yten mandamos que el sábado de cada semana vayan dos oidores por su tanda, como el
presidente repartiere, a visitar las cárceles de la Audiencia y de la villa donde la
Audiencia estuviere, y estén presente a la visita los alcaldes, alguaciles y escribanos de
las cárceles, y el nuestro procurador fiscal, y en la visita de la cárcel de la ciudad o villa
los alcaldes ordinarios de ella se sienten cerca de los oidores.334
El motivo principal de esta visita consistió en que los ministros de la Audiencia pudieran hacer
un reconocimiento del estado de los reos, así como de sus pleitos y la forma en que estos fueron
dirimiéndose. Con jurisdicción en vía de comisión, los magistrados fueron capaces de conocer
la actuación de los carceleros, así como de quienes auxiliaron en la administración de justicia,
principalmente procuradores y abogados, para asegurar la correcta administración de justicia. 335
De tal cuenta, los ministros se involucraron en este espacio, incluso, para proponer mejoras,
especialmente en lo que respectó a la cárcel de la Audiencia. 336 Como resultado de ello, por
ejemplo, una serie de reformas se le hicieron a la misma por parte del presidente Gabriel Sánchez
de Berrospe en 1698 (figura 3.1). Esta estructura cambió notablemente en el siglo XVIII y el
edificio de la Audiencia quedó, tal y como puede verse en la actualidad, según los planos
formados por el ingeniero Luis Diez Navarro.337
332
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas de la Real Audiencia, fol. 163. Para una profundización del aspecto
material, particularmente pecuniario, de la administración de justicia, puede consultarse Aude Argouse, “Un solo
cuaderno y tres pliegos…”. Penas de cámara y gastos de justicia en Chile, siglos XVII-XVIII”, Palimpsesto,
Número Especial (enero-junio 2017), pp. 97-119.
333
Véase, por ejemplo, AGCA, A1.15, leg. 1975, exp. 13399.
334
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas de la Real Audiencia…, XXIII.
335
Barrientos Grandón, La Real Audiencia, pp. 387-388.
336
Algunas visitas de cárceles entre los años de 1624 y 1625, véase AGCA, A1.43, leg. 4876, exp. 41801.
337
Véase AGI, MP-GUATEMALA, 53A y 53B.
95
Figura 3.1 Planta de la cárcel del palacio de Santiago de Guatemala (1698)
Fuente: AGI, MP-GUATEMALA, 324338
338
A través del Portal de Archivos Españoles: http://pares.mcu.es/
96
En términos generales, durante el siglo XVII, este tribunal alcanzó un grado de consolidación
institucional remarcable. Como lo muestra el apartado dedicado a la misma en la Recopilación
de 1680, la Audiencia de Guatemala contaba con: un presidente que asumía los cargos de
gobernador y capitán general; cinco oidores, que también eran alcaldes del crimen; un fiscal; un
alguacil mayor; un teniente de Gran Canciller, más los demás ministros auxiliares. En este
sentido, la jurisdicción del tribunal incluyó las provincias de Guatemala, Nicaragua, Chiapa,
Higueras, Cabo de Honduras, Verapaz, Soconusco. Finalmente, incluso para aquel momento,
fue reconocida la actividad plenamente gobernadora del presidente y, por otro lado, la
relacionada con la justicia en cuanto a los magistrados restantes.339
339
Recopilación de leyes, Libro II, Título XV, Ley VI.
340
Jesús Vallejo, “Acerca del fruto del árbol de los jueces. Escenarios de la justicia en la cultura del Ius Commune”,
Anuario de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, 2 (1998), pp. 21-23.
341
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 59-60.
342
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 77-78. Otro ejemplo fue Castillo de Bobadilla, Política para
corregidores. Madrid: por Luis Sánchez, 1597. Y, en el caso de los oficiales, también existió una amplia difusión
de obras prácticas de las que se hará referencia posteriormente.
97
Para el licenciado Matienzo, el arbor iudicum, que ejemplificó de forma única el habitus del
juez y la estructura de los tribunales en la Monarquía Hispánica, se componía de nueve aspectos
fundamentales: 1) suelo fértil –nobleza de linaje-; 2) raíces fuertes –temor a dios, ciencia,
experiencia-; 3) tronco –autoridad del juez en el ejercicio de la iurisdictio-; 4) corteza –paciencia
y humildad-; 5) médula –verdad, fidelidad y secreto-; 6) ramas –los brazos del juez, es decir, los
oficiales-; 7) hojas –prudencia-; 8) fruto –la justicia administrada-; 9) vientos –aspectos que
afectaban el ejercicio de la iurisdictio, a saber, afecto, parentesco, amistad, avaricia, miedo, ira
y enemistad-.343
En las Audiencias de las Indias y, por ende, en la de Guatemala, dicho habitus también fue
contemplado a través de la normativa y el saber jurídico, tal y como el mismo derecho. Así, al
momento de instalación de estos tribunales, se acompañó un conjunto de regulaciones que, con
el tiempo, fue haciéndose más grande a través de la legislación general y casuista, sumado al
conocimiento de la ciencia jurídica que circuló en la Monarquía Hispánica a lo largo de los
siglos XVI y XVII. Por tanto, las atribuciones señaladas en dicha codificación, iniciando por las
Ordenanzas –en este caso, las de 1563-, pasando por las reales cédulas y, finalmente, recogidas
en la Recopilación de 1680, los ministros del tribunal superior tuvieron un marco normativo que
estableció las facultades y los límites de su iurisdictio y, por ende, sus límites de actuación.344
Empero, no implicó que esto se siguiera de forma exacta.
a. Ministros y jurisdicciones
i. Oidores
Los oidores, en unión con el fiscal y el presidente –aunque este último en menor medida-,
tuvieron amplias atribuciones en la administración de justicia para el distrito de la Audiencia de
Guatemala. Estos ministros togados recibieron sus funciones, primeramente, por medio de las
Ordenanzas, que establecieron 35 disposiciones que, como su apartado indicaba, fueron
relativas a la “jurisdicción del presidente y oidores en causas civiles y criminales”, más las
343
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 89-92; Vallejo, “Acerca del fruto”, passim.
344
Para utilizar la expresión de Pierre Bourdieu, esto se refiere a “las reglas del juego”, delimitadas en su teoría de
los campos y, especialmente, recogidas en sus reflexiones sobre el campo jurídico. La expresión es también
recogida por Gayol, Laberintos de justicia, especialmente en el primer volumen.
98
comisiones anexas, de turno o fijas.345 Debido a que las mismas fueron esbozadas con
anterioridad a grandes rasgos, considerando que esta institución fue, ante todo, un tribunal de
apelación, a continuación se resumen las funciones encargadas a la judicatura letrada de la
Audiencia de Guatemala en 1563 y se complementa con las posteriores atribuciones manadas
de la legislación real y las que fueron recogidas por la Recopilación.346
En primer lugar, los oidores tuvieron jurisdicción en lo civil y criminal en grado de apelación,
en vista y revista, tal y como la tuvieron los oidores de las chancillerías de Valladolid y Granada,
por medio del otorgamiento de las justicias locales. De tal cuenta, inicialmente no pudieron
conocer en primera instancia a menos que se tratara de casos de corte o causas criminales
sucedidas en la ciudad o cinco leguas a su alrededor (II, III y IV). Este mismo radio se amplió
posteriormente para conocer en causas civiles como juzgado de provincia y, en las que fueren
de apelación, de doscientos pesos de mina para abajo, la sentencia debía ser definitiva (VIII). 347
Las sentencias debieron ejecutarse en vista y revista sin apelación, exceptuando a los casos de
mayor cuantía, que debieron remitirse al Consejo de Indias (V). Aunque, por otra parte, en las
causas criminales solo existió el grado de vista y revista, sin apelación ni suplicación (XX).
Todas estas debieron determinarse en lo que la mayoría de oidores decidiere y, de existir
controversia o igual cantidad de votos contrarios, tenía que llamarse a un abogado para
determinar. En caso de faltar oidores, los existentes llevarían los procesos, determinándolos con
jueces designados (VI). Independientemente del número de magistrados, los votos de oidores
en pleitos de mil maravedíes para arriba se asentarían en un libro de acuerdo, resguardado por
el presidente (XI).
345
Sobre las comisiones, véase Gayol, Laberintos de justicia, Vol. I, pp. 163-164 y 196-197.
346
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas de la Real Audiencia de Los Confines, II-XXXVI. Para no citar
constantemente a pie de página las disposiciones, entre paréntesis se establece el número de ordenanza. El cuadro
resumido de las mismas se puede consultar en el anexo 1. Lo mismo aplica para las leyes de la Recopilación.
347
AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 364.
348
AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 478; AGCA, A1.23, leg. 1513, fol. 485; AGCA, A1.23, leg. 1513, fol. 512.
99
que sucedieren fuera del radio de cinco leguas de la ciudad, proveerían jueces de comisión que,
en casos criminales, solo elaborarían informaciones, aprehenderían y llevarían a los acusados a
la cárcel (XIV y XV). Además, al no cumplir las provisiones por parte de los ministros locales,
la Audiencia enviaría ejecutores para hacerlos cumplir (XVIII).
Durante los años que abarca este estudio, se legisló ampliamente sobre las visitas al distrito de
la Audiencia y su comisión, pues, desde el inicio, estas funciones recayeron en los oidores,
aunque estos tuvieron restricciones para ejercer el cargo en el Valle de Guatemala, por ser
jurisdicción de los alcaldes ordinarios. En el ínterin, se recordó constantemente que estos
ministros no estaban facultados para tener demasiados salarios en ellas –no más de doscientos
mil maravedíes anuales- y, además, se les recalcó que estos no llevaran a sus familiares a los
pueblos, por el perjuicio que esto representaba para los indios.349 Además, con el paso del tiempo
y las condiciones socioeconómicas del distrito de la Audiencia, fue necesario que el oidor
comisionado tuviera presente el control de los obrajes y la producción de grana y azúcar. 350
Finalmente, en este sentido, aunque el motivo de estas visitas fue principalmente conocer sobre
el gobierno, administración de justicia y otros asuntos relativos al trato de los indios, la
Audiencia fue precavida de no interferir en las jurisdicciones de corregidores y alcaldes mayores
mediante la emisión de reales provisiones.351
Otros aspectos relativos a su iurisdictio fueron: conocer asuntos relativos a falsedad de moneda
(XXII), visitar las cárceles de Audiencia y de la ciudad (XXIII), escuchar relaciones tanto en
días de Audiencia como en los que no había (XXIV). Y, en el caso del presidente, fue facultado
para conocer las causas criminales de los oidores, junto a los alcaldes ordinarios (XXV), pese a
la ordenanza XXVI, que establecía que el seguimiento de estas debía darse en primera instancia
por la justicia del cabildo y en segunda instancia llegar al Consejo de Indias. Por su parte,
también fue de interés de los mismos tomar cuentas a los oficiales reales una vez al año y
nombrar, también anualmente, un oidor para actuar en el Juzgado de bienes de difuntos (LVIII
y LXVIII). Esto se amplió a dos años a partir de 1618,352 lo que no implicó que tuvieran
conocimiento en primera instancia de las causas de los abintestatos, pues fue jurisdicción de las
349
AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 344; AGCA, A1.23, leg. 4575, fol. 335; AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 405;
AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 431; AGCA, A1.23, leg. 1513, fol. 580; AGCA, A1.23, leg. 1514, fol. 49 y 90.
350
AGCA, A1.23, leg. 1516, fol. 20.
351
AGCA, A1.23, leg. 4577, fol. 74.
352
AGCA, A1.23, leg. 4576, fol. 23.
100
justicias locales.353 Por su parte, dos días a la semana y sábados, al no conocer de más pleitos
de pobres, tenían que ver en causas de indios (LXXXIV).
Las tareas dadas a cada oidor fueron aumentando desde la institución del tribunal hasta finales
del siglo XVII. Por un lado, estuvieron sujetos a conocer causas de forma privativa en la Real
Audiencia y, en otro sentido, también fueron designados para conformar tribunales que, en
términos generales, respondieron a la cultura jurisdiccional en la que se encontraron inmersos
los ministros como lectores del orden y su mantenimiento, representado en la justicia.354 Al
Juzgado de Bienes de Difuntos, el Juzgado de Provincia y las visitas de comisión, a los oidores
se les agregó el conocimiento en forma privativa de los juicios de informaciones de mercedes
(1587),355 la conformación (junto al fiscal, el alcalde ordinario y dos regidores) de una junta
para la asignación de alcabalas (1619 y, hacia 1678, la adjudicación de la comisaría de las
mismas),356 el conocimiento de la administración de los diezmos (1621),357 la almoneda de los
oficios vendibles (ca. 1620),358 la comisaría de la Media Anata, en grado de vigilancia (1632 y
reafirmada la plaza en 1658),359 la renta del papel sellado (ca. 1640),360 todos los aspectos
relacionados con la recién creada Real Universidad de San Carlos (1678),361 cobranza de
condenaciones y multas del Consejo de Indias (1679), 362 entender en los asuntos del real fisco
(1681),363 revisar las cuentas de la mayordomía de la ciudad (1694) en el ramo de propios,364 y,
finalmente, actuar de forma privativa en la composición de tierras (1696), 365 entre otros
aspectos, cuya provisión estuvo a cargo del presidente.
Desde luego, en concordancia con las jerarquías a lo largo de la Monarquía Hispánica, el rango
y privilegio dentro de la Real Audiencia fue un aspecto distintivo. El oidor más joven a menudo
353
AGCA, A1.2, leg. 2197, exp. 15751.
354
Véase Agüero, “Las categorías básicas”, passim.
355
AGCA, A1.23, leg. 1513, fol. 688.
356
AGCA, A1.23, leg. 1515, fol. 61; AGCA, A1.23, leg. 4584, fol. 59.
357
AGCA, A1.23, leg. 4575, fol. 65.
358
AGCA, A1.23, leg. 4578, fol. 24.
359
AGCA, A1.23, leg. 1516, fol. 48; AGCA, A1.23, leg. 4581, fol. 219.
360
AGCA, A1.23, leg. 1517, fol. 15.
361
AGCA, A1.23, leg. 1521, fol. 133.
362
AGCA, A1.23, leg. 4584, fol. 155 y 157. Cabe resaltar que esta función se le asignó inicialmente al oidor decano,
pero debido a sus múltiples atribuciones, el Juez de Cobranzas del Consejo de Indias estuvo destinado a nombrar
un oidor de la Audiencia para cumplir la función y rendir cuentas a los oficiales reales.
363
AGCA, A1.23, leg. 4587, fol. 127.
364
AGCA, A1.23, leg. 1523, fol. 123.
365
AGCA, A1.23, leg. 4586, fol. 224.
101
recibió las tareas con carácter más gravoso, 366 mientras que el oidor más antiguo, también
llamado decano, tuvo atribuciones de mayor rango e, incluso, a la muerte de un presidente,
fungió el cargo de forma interina –lo que pudo durar, incluso, dos años-.367 Por ejemplo, aunque
a finales del siglo XVI se les advirtió a los magistrados de la Audiencia que no intervinieran en
la administración de la Bula de Santa Cruzada, en 1609 fue establecido un tribunal especial para
tratar los asuntos relacionada con la misma, en el amplio marco jurisdiccional novohispano. Con
este, el oidor decano tuvo que actuar como asesor (R: L.II, T.XVI, Ley XXIII).368 Entre otras
tareas asignadas al mismo, se cuentan el conocimiento de causas en primera y segunda instancia
contra quienes introdujeran y vendieran misales, breviarios y demás libros con privilegio de
impresión del monasterio San Lorenzo Real (1594),369 nombramiento de comisiones a oidores
en ausencia de presidente,370 integración de una junta para la composición de extranjeros
(1619),371 cobro de condenaciones y multas derivadas de las sentencias del Consejo de Indias
(1624),372 celebración de una Junta de Real Hacienda, en conjunto con el fiscal, el contador y el
tesorero de la Real Caja (1677), etc.373
366
Por ejemplo, la de servir como fiscal en el ínterin que llegaba uno nombrado por el rey. Véase AGCA, A1.23,
leg. 4582, fol. 21 y Recopilación, Libro II, Título XVI, Ley XXIX.
367
Véase Phelan, The Kingdom of Quito, pp. 126-127. Como muestra de esta jerarquía, para finales del siglo XVII
se permitió que el oidor decano ocupara una de las piezas del Real Palacio de la Audiencia para vivir. Véase AGCA,
A1.23, leg. 4587, fol. 127.
368
AGCA, A1.23, leg. 1514, fol. 129.
369
AGCA, A1.23, leg. 1513, fol. 741;
370
Véase, por ejemplo, AGCA, A1.23, leg. 1515, fol. 100.
371
AGCA, A1.23, leg. 4576, fol. 27.
372
AGCA, A1. 23, leg. 1516, fol. 143. Aunque, como ya se ha visto en la nota 22, este encargo le fue revocado en
1679.
373
AGCA, A1.23, leg. 1521, fol. 5. Véase Recopilación, Libro II, Título XVI, Ley XXIV.
374
Las regulaciones propias del caso en Recopilación, Libro I, Título X.
102
ii. Fiscal
El cargo del fiscal estuvo íntimamente relacionado con la defensa de los intereses reales en los
territorios indianos.375 Así, este ministro tuvo la tarea de ejercer como guardián del real fisco y,
junto a los demás miembros de la Real Audiencia, estuvo destinado a guardar las provisiones y
ordenanzas dadas por la autoridad de la Corona, con particular interés en el cuidado, institución,
conversión y buen trato de los indios, ayudándolos en todos sus pleitos, así como en la guarda
de los mismos respecto a agravios recibidos (LXXVI y LXXVIII). Esto desembocó en que, a
partir de 1573, el fiscal fuera designado como defensor de indios, labor que los obispos habían
desempeñado hasta ese momento.376
En efecto, paulatinamente el fiscal se convirtió en la voz y pleito de todas las causas relacionadas
con la administración de la justicia real, en los casos que se apelara de corregidores, alcaldes
mayores y otras justicias de primera instancia (LXXIX). Además, tuvo la tarea de cuidar que la
justicia fuera administrada en razón de que se cometieran pecados públicos (crímenes) y, por
otro lado, debió estar pendiente de la defensa de la jurisdicción real, haciendo “las diligencias
necesarias” para que se llevara el justo proceso (LXXX), atendiendo, igual que el presidente y
los oidores, al Real Acuerdo.377 Aunque no estuvo facultado para votar en asuntos de justicia, sí
contó con voz entre los magistrados.378
Igual que los demás ministros de la Real Audiencia, las tareas fueron sumándose conforme
pasaron los años. Se le agregaron los quehaceres relativos a entender en los repartos de tierras,
para que ningún indio saliera perjudicado (1571),379 revisar el carácter fidedigno de la
documentación referente a los oficios vendibles (1597), 380 actuar como miembro del Tribunal
de Santa Cruzada, junto al oidor decano, el contador real y el subdelegado de la dicha bula
375
Dougnac, Manual de Historia, p. 146; Gayol, Laberintos de justicia, Vol. I, pp, 164-165.
376
AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 431 y AGCA, A1.23, leg. 1513, fol. 606. La defensa de los indios le fue recalcada
a menudo, probablemente debido a las constantes quejas recibidas por el Consejo de Indias en este ramo. No solo
se trató de velar por la población natural respecto a encomenderos, sino también en cuanto a los ministros reales.
Véase AGCA, A1.23, leg. 1516, fol. 20 y AGCA, A1.23, leg. 1516, fol. 179. Puede consultarse Caroline Cunill,
Los defensores de indios de Yucatán y el acceso de los mayas a la justicia colonial, 1540-1600, México:
Universidad Nacional Autónoma de México, 2012, pp. 31-58.
377
AGCA, A1.23, leg. 1513, fol. 541.
378
Phelan, The Kingdom of Quito, pp. 127-128.
379
AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 431.
380
AGCA, A1.23, leg. 1513, fol. 756.
103
(1609),381 ser defensor en las causas de bienes de difuntos y, por tanto, trabajar en conjunto con
el oidor designado a ese juzgado privativo (1609),382 ser parte de la Junta de composición de
extranjeros, en unión con los oficiales reales y el oidor decano (1619), 383 y, consecutivamente,
hacer lo propio en la Junta de alcabalas con un oidor, dos regidores y el alcalde ordinario de
Santiago (1619),384 conocer en las probanzas recibidas por el oidor decano sobre la provisión de
oficios y la prohibición del ejercicio de los mismos a allegados de ministros de la Audiencia
(1619),385 tratar con los deudores del real fisco (1647),386 estar al tanto de los traslados de autos
de mercedes, ayudas de costa y otros similares (1658),387 verificar el valor de los oficios
vendibles y renunciables antes de que los mismos fueran subastados, 388 asistir a la Junta de Real
Hacienda dos veces por semana, junto al oidor decano, el contador y el tesorero real (1677), 389
así como velar en la prohibición de que los ministros se extralimitaran en cuanto a sus relaciones
sociales dentro del distrito de la Audiencia.390
Por otro lado, a pesar de que la política real recalcó a menudo que, de vacar el oficio de fiscal,
el oidor más joven –llamado “más moderno” constantemente- debía actuar como tal de forma
interina, a la espera del nombramiento de dicho ministro, y no recurrir a letrados para dicha
tarea,391 lo cierto es que esta plaza fue cubierta provisionalmente, en caso de movilidad o muerte
del fiscal, por abogados de la Real Audiencia.392, por ejemplo, el 12 de abril de 1674, el
licenciado don Jacinto Jaime Moreno, quien se desempeñaba como abogado del tribunal de
Santiago de Guatemala, dio cuenta al Consejo de Indias que se encontraba sirviendo la plaza de
fiscal, “por la ausencia de tres oidores que salieron a diferentes comisiones que vuestra majestad
se sirvió encargarles […]” y, por no haber fiscal ni número de jueces suficientes para remediar
los negocios que pendían en la Audiencia, se encargó de ello hasta que el oidor más joven, en
381
AGCA, A1.23, leg. 1514, fol. 129.
382
AGCA, A1.23, leg. 1514, fol. 139.
383
AGCA, A1.23, leg. 4576, fol. 27.
384
AGCA, A1.23, leg. 4576, fol. 33.
385
AGCA, A1.23, leg. 1520, fol. 64.
386
AGCA, A1.23, leg. 4580, fol. 88.
387
AGCA, A1.23, leg. 1518, fol. 237.
388
AGCA, A1.2, leg. 2245, fol. 16190.
389
AGCA, A1.23, leg. 1521, fol. 5.
390
Véase, por ejemplo, AGCA, A1.23, leg. 1522, fol. 277.
391
Véase AGCA, A1.23, leg. 4580, fol. 21 y AGCA, A1.23, leg. 1521, fol. 207.
392
Algunos ejemplos de ello en: AGI, GUATEMALA, 14, R.2, N.37 y AGI, GUATEMALA, 25, R.1, N.27, entre
otros.
104
aquel momento el doctor don Jacinto Roldán de la Cueva, pudo regresar a su cargo el 30 de
junio de dicho año.393
b. Límites de la magistratura
Derivado del carácter casi autónomo que las Audiencias indianas tuvieron respecto al poder
monárquico, que tanto los juristas como la jurispericia (iuris peritia) de la judicatura indiana
demostraron, los excesos cometidos por los ministros de estos tribunales no se hicieron esperar.
En este sentido, este conjunto de plétoras no solo desbordaron la imagen del iudex perfectus
desde tiempos muy tempranos, sino que, como lo ha demostrado Eduardo Martiré, a menudo
influenciaron en el cursus honorum indiano a partir de una serie de características elativas,
incluso para la misma imagen del sacerdotis iure.394 De ahí que, desde las ordenanzas que dieron
vida a estas instituciones y la consecuente legislación, se trató de establecer límites para la
magistratura.
393
AGI, GUATEMALA, 24, R.3, N.32.
394
Véase Martiré, Las Audiencias indianas y la administración, pp. 129-137.
395
Véase Vallejo García-Hevia, “La Real Audiencia”, pp. 38-47; Macleod, Historia socioeconómica, pp. 96-103.
105
Reales Cédulas. Esto probablemente por la reiteración en las prácticas consideradas
perjudiciales para la administración de justicia en las Reales Audiencias, aspecto que no estuvo
ausente en el tribunal de alzada asentado en Santiago de Guatemala. Estas disposiciones, en
forma general, fueron también recogidas en la Recopilación de 1680.396
Con el aumento de excesos cometidos por la judicatura letrada, también aumentaron las
prohibiciones y, así, el flujo de regulaciones para el desempeño del iudex perfectus aislado de
la comunidad en que desempeñaba su cargo, sin vínculos personales, económicos e, incluso,
sentimentales, con personas sobre las que estaba destinado a administrar justicia. De forma
paralela, debido a que los ministros, teóricamente, estaban casados al momento de recibir los
nombramientos y partir hacia el Nuevo Mundo, esta normativa también aplicó a sus esposas,
parentela y cercanos que llegaban con ellos al distrito correspondiente.397
396
Véase a partir de Libro II, Título XVI, Ley XLVIII hasta la ley XCVIII.
397
Phelan, The Kingdom of Quito, p. 152.
398
AGCA, A1.23, leg. 1515, fol. 21; AGCA, A1.23, leg. 1520, fol. 149.
399
AGCA, A1.23, leg. 1513, fol. 693.
400
AGCA, A1.23, leg. 1514, fol. 195.
401
AGCA, A1.23, leg. 1515, fol. 189.
402
AGCA, A1.23, leg. 1516, fol. 64; AGCA, A1.23, leg. 1517, fol. 197.
403
AGCA, A1.23, leg. 1522, fol. 277.
404
AGCA, A1.23, leg. 1514, fol. 49; AGCA, A1.23, leg. 1517, fol. 29.
106
ello, junto con el fiscal.405 Y, finalmente, tampoco se permitió a las esposas de los ministros que
actuaran en el tribunal, aunque fuera en nombre de un tercero, debido a los conflictos de intereses
devenidos de tales actuaciones.406 Otra serie de disposiciones incluyeron que los ministros no
se dejaran acompañar por negociantes, ni dieran lugar a que acompañaran a sus esposas (R: L.II,
T.XVII, Ley LIII), que no tuvieran casas, chacras, estancias, huertas ni tierras (R: L.II, T.XVII,
Ley LV), que no tuvieran más de cuatro esclavos (R: L.II, T.XVII, Ley LXV), que no recibieran
dinero prestado ni otras cosas (R: L.II, T.XVII, Ley LXIX), que en el cumplimiento de sus
obligaciones, excusaran amistades y negocios, sustentándose exclusivamente de sus bienes y
salarios (R: L.II, T.XVII, Ley LXX), que no se ausentaran sin licencia del rey (R: L.II, T.XVII,
Ley LXXXVIII) y, finalmente, que no entraran, ellos o sus allegados, a los monasterios (R: L.II,
T.XVII, Ley LXXXIX), entre otras.
Existen, al respecto, casos documentados en los que los ministros desbordaron estas normas –
de esta reincidencia, el flujo constante de legislación-. Tal fue el caso del oidor Alvar Gómez de
Abaunza, quien tuvo varios encuentros con numerosos individuos del distrito de la Audiencia
de Guatemala, tanto ministros como particulares, que tenían litigios pendientes en el tribunal.
Esto quedó demostrado a través de múltiples recusaciones interpuestas para demeritar a Gómez
de Abaunza en su oficio de juez, por haber entablado amistad con varias personas de su
jurisdicción.407 Además, fue hallado culpable en haberse casado, así como por haber tratado
dicha unión, en el tiempo que fue oidor, con una natural de su jurisdicción, Isabel Costilla
Castilla de Saavedra.408
Estas exclusiones, no obstante, deben tomarse con precaución. Esto debido a que si bien dieron
cuenta de los excesos cometidos por el oidor de la Audiencia, también es cierto que pudieron
haber sido solo un acontecimiento en la historia de una lucha librada al interior de la institución
y ser, como lo fueron muchos recursos jurídicos en el Antiguo Régimen, instrumentos de
contienda política.409 O, al menos, así lo deja ver una carta enviada al Consejo de Indias fechada
405
AGCA, A1.23, leg. 1520, fol. 64.
406
AGCA, A1.23, leg. 4575, fol. 113.
407
En 1588, recusado por Alonso Contreras y Guevara: AGCA, A1.27, leg. 1709, exp. 10.386; en 1589, por Luis
de Gámez y Juan Santiago de Chávez: exp. 10.387, 10.388; en 1591, por Carlos de Arellano: exp. 10.389; en 1594,
Juan de Colindres, Gómez de Ramírez y Diego de Guzmán: exp. 10.391, 10.392 y 10.393; en 1597, por Rodríguez
de Fuentes: exp. 10.393, entre otros.
408
AGCA, A1.30.12, leg. 4697, exp. 40.636.
409
Véase Pilar López Bejarano, “’Empapelar’ al enemigo. El recurso a los procesos judiciales como estrategia de
la acción política (Nueva Granada entre colonia y República)”, en Elisa Caselli (coord.), Justicias, agentes y
107
en 03 de mayo de 1604, en la que Gómez de Abaunza explicaba los excesos cometidos por el
licenciado don Alonso de Coronado, oidor, junto a la falta de juicio del doctor Alonso Criado
de Castilla, presidente letrado de la Audiencia, en su perjuicio.410
Las acusaciones de Alvar Gómez ante el Consejo de Indias no se tomaron a la ligera en la Real
Audiencia y, de hecho, en el Real Acuerdo fue tratado el tema cuando, después de haber sido
suspendido del cargo, a partir de que se le declarara culpable de las recusaciones hechas por los
particulares y algunos oidores, encabezados por el licenciado Coronado, pidió su reinserción. 411
De tal cuenta, cuando regresó a su cargo, a partir de una Real Cédula que anulaba su suspensión,
Coronado expuso que la misma la había ganado “con farsa y siniestra relación y callando a su
majestad el dicho casamiento y como lo efectuó después que tenía en su poder la dicha cédula
todo en fraude”.412
Gómez de Abaunza expuso al Consejo de Indias una red que evidenciaba la cercanía del
licenciado Alonso de Coronado con varias personas de Santiago, especialmente con quienes
habían participado en las recusaciones años atrás. En primer lugar, lo vinculaba como deudo y
amigo de Carlos Vásquez de Coronado, alguacil mayor, así como con miembros del cabildo de
Santiago de Guatemala, a saber, el alférez Diego de Guzmán y Pedro de Solórzano, regidor,
junto a Juan de Colindres, tesorero de la Bula de Santa Cruzada –también miembro del cabildo-
. Igualmente, hizo relación de los vínculos que Coronado mantenía con el mercader Cristóbal
Dávila, el contador Pedro del Castillo, junto a su hermano, Francisco del Castillo –quienes tenían
disputas con Alvar Gómez, junto al alguacil del cabildo, Juan Orozco de Ayala, y Pedro de
Estrada, sobrino de los hermanos Castillo-, en varios negocios.413 De cualquier forma,
indistintamente de quién tuviera razón en sus alegatos, la disputa evidenció la existencia de redes
de sociabilidad establecidas en la jurisdicción y en las que los ministros participaban
activamente, lo cual se hallaba bastante distante del modelo de juez perfecto esbozado
anteriormente.
jurisdicciones. De la Monarquía Hispánica a los Estados Nacionales (España y América, siglos XVI-XIX). Madrid:
FCE España/Red Columnaria, 2016, pp. 79-102.
410
AGI, GUATEMALA, 12, R.1, N.5.
411
Especialmente se trata de las acusaciones hechas por los oidores Alonso de Coronado y Antonio Rivera de
Maldonado. Véase AGCA, A1.27, leg. 1711, exp. 10.424 y AGCA, A1.27, leg. 4667, exp. 40.015.
412
AGCA, A1.30.12, leg. 4697, exp. 40.636.
413
AGI, GUATEMALA, 12, R.1, N.5.
108
Figura 3.2: Red de Alonso de Coronado denunciada por Alvar Gómez de Abaunza (1604)
FUENTE: elaboración propia con base en AGI, GUATEMALA, 12, R.1, N.5.
109
En suma, los límites eran impuestos y recalcados, aunque no siempre respetados, ya que la
flexibilidad mostrada por la Corona así lo demuestra. Sin embargo, en cohechos, así como en
casos que involucraron encomiendas y excesos cometidos durante las visitas, era la justicia,
como garante del orden social, la que se veía mayormente afectada. En ese sentido, no fueron
pocas las situaciones en las que la población india se vio agraviada debido a que los ministros
traspasaron las fronteras de la magistratura.414
c. Políticas de nombramiento
Desde la creación de La Audiencia de Los Confines, en 1543, hasta finales del siglo XVII, este
tribunal contó con una gran cantidad de ministros que, bajo mecanismos establecidos para toda
la Monarquía Hispánica, desfilaron en el marco del cursus honorum indiano, especialmente
dentro del circuito de las Audiencias. Así, en este marco temporal fueron nombrados 14
presidentes letrados, 81 oidores y 26 fiscales, aproximadamente (véase anexo 3). Todos ellos
fueron elegidos para servir en dicha institución a partir de una combinación de elementos, que
fueron desde el patronazgo hasta la educación, pasando por la experiencia y la calidad de los
candidatos.415
El proceso seguido para nombrar ministros para la administración de justicia en estos tribunales
estuvo, usualmente, marcado por cuatro aspectos que fueron estipulados, igualmente, en la
documentación generada por el Consejo de Indias para la designación de los cargos. Estos
fueron, a saber, la educación –al menos, un grado universitario-; la experiencia en el aparato
administrativo; el carácter moral y, finalmente, el espectro familiar. Todo ello quedó consignado
en las consultas del Consejo que, de forma breve, presentaron a la autoridad real una forma
práctica para proveer los oficios.416 Estas consultas, además, dejan ver cómo existieron más
letrados que oficios para servir dentro del sistema administrativo, aspecto que para finales del
414
A manera de ejemplo, véase el caso del licenciado don Juan Francisco del Villar y Vivanco, quien, en 1644,
realizó una visita Chiapas y, en el transcurso de ella, impuso tequios a los vecinos. AGCA, A1.30, leg. 191, exp.
1472.
415
Phelan, The Kingdom of Quito, p. 141. Para categorizar los aspectos de aptitud, siguiendo a Elisa Caselli, se
puede seguir la división en físicos, éticos y sociológicos. Véase Elisa Caselli, “Vivir de la justicia. Los réditos del
oficio de juzgar y su incidencia en las disputas jurisdiccionales (Castilla en la temprana Edad Moderna)”, en Caselli
(coord.), Justicias, agentes y jurisdicciones, págs. 161-196. Buena parte de estos aspectos también fueron recogidos
en los tratados jurídicos de la época. Véase, por ejemplo, el apartado dedicado a los ministros en Hevia Bolaños,
Curia Philipica, pp. 34-35.
416
Phelan, The Kingdom of Quito, p. 128; Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 137-142.
110
siglo XVII se pudo notar a través de las decenas de personas calificadas para servir determinados
puestos, de las cuales solo una resultaba nombrada.417
Por ejemplo, en 1590 se presentó una relación de personas propuestas por el Consejo al rey para
elegir alcalde de la Audiencia de México y oidor de Guatemala. Fueron recomendados: el
licenciado Luis de Contreras, hijo de un consejero real de Castilla y nieto de un oidor de la
Chancillería de Valladolid y, por otro lado, recibido del grado de licenciado en Salamanca; el
licenciado don Juan de Fonseca, hijo del conde de Monterrey, colegial del Colegio del
Arzobispo de Toledo y licenciado en Salamanca; el licenciado Pedro Fernández, colegial del
Colegio del Arzobispo de Toledo, licenciado en Salamanca y “persona de muy buenas partes”;
el licenciado Medina, letrado de pobres del Consejo de Indias y abogado de la corte; el
licenciado Lillo de Santillán, abogado de la corte y “muy buen letrado, gran trabajador,
cuidadoso de los negocios que trata […]”; el licenciado Atienza, abogado igualmente de la corte,
además de “buen letrado, bien compuesto, modesto, propio hombre para ser juez, que nada se
entiende bastaría para hacerle descomponer”; el licenciado don Jerónimo de Tobar, colegial y
catedrático en Sevilla, “buen letrado, […] natural de Valladolid”; los licenciados Arceo,
Mercado y Villafañe, los tres oidores en Santo Domingo y, finalmente, el doctor don Simón de
Meneses, natural de la ciudad de los Reyes, a quien debía dársele una plaza en cualquier
audiencia novohispana. Finalmente, fueron elegidos el licenciado Pedro Hernández como
alcalde de la Audiencia de México y Juan de Fonseca para oidor de Guatemala.418
La duración en los puestos es un aspecto que llama la atención. Mientras que algunos ministros
mantenían su posición, incólume, por muchos años, algunos otros, los que escalaban en la
carrera indiana con mayores alcances, duraban muy poco. Los fiscales, por ejemplo, podían
durar un año hasta dos décadas, según los destinos a los que se dirigían posteriormente. En
promedio, estos ministros duraron en sus plazas alrededor de siete años, tomando en cuenta las
variantes mencionadas anteriormente. Los oidores, por su parte, tuvieron un camino similar en
la duración de sus plazas, aunque no siempre se trató de una movilidad de jurisdicciones, pues
algunos pasaron de fiscales a oidores en la Real Audiencia de Guatemala.419 Por ejemplo, Juan
Francisco Esquivel y la Rasa fue nombrado fiscal de Guatemala en 1649. Nueve años más tarde,
417
Burkholder y Chandler, From Impotence to Authority, p. 67.
418
AGI, INDIFERENTE, 741, N.214.
419
Véase Anexo 3.
111
en 1658, fue elegido para la plaza de oidor en ese mismo tribunal hasta que, en 1660 fue llamado
a México como fiscal del crimen. Su carrera continuó como gobernador de Yucatán en 1670 y
culminó con una magistratura en la Real Audiencia de México, dada en 1670. Como se ve, en
aproximadamente dos décadas, el ministro recorrió parte del circuito novohispano. 420
Son los ingresos con carácter “público” de la magistratura indiana, establecidos en el marco
jurídico de la Monarquía Hispánica, en los que se profundizará en los siguientes párrafos. Esto
debido a que los mismos fueron cuantificables y sistematizados en un espectro amplio a lo largo
del cursus honorum de las Audiencias. Esto no implicó, por supuesto, una ausencia de prácticas
a nivel privado que les permitiera a los ministros amplificar sus réditos; no obstante, en muchos
casos, estos procesos no fueron plenamente registrados, debido a su carácter restringido, y, en
todo caso, el estudio del asunto se encuentra, en la mejor de las formas, atenido a casos
específicos.423
420
Véase Javier Barrientos Grandón, Guía prosopográfica de la judicatura letrada indiana (1503-1898). Madrid:
Fundación Histórica Tavera, 2000, pp. 498-499.
421
Caselli, “Vivir de la justicia”, passim.
422
Caselli, “Vivir de la justicia”.
423
Véanse estas reflexiones metodológicas en torno a la corrupción y las prácticas de los ministros de la Monarquía
Hispánica en Francisco Andújar Castillo, “Interpretar la corrupción: el marqués de Villarrocha, Capitán General de
Panamá (1698-1717)”, Revista Complutense de Historia de América, 43 (2017), pp. 75-100. Carlos Garriga ha
logrado establecer cómo la corrupción de la administración de justicia de Antiguo Régimen (crimen corruptionis)
estuvo presente dentro de la construcción jurídica del Iudex perfectus a través de lo que los textos de autoridad
definieron como la degeneración del juez por el dinero (iudex pecunia corruptus). Véase Carlos Garriga, “Crimen
112
A lo largo de todo el sistema de Audiencias indianas, los salarios y demás emolumentos variaron
de acuerdo al prestigio y la autoridad de los cargos ejercidos por los ministros.
Consecuentemente, fueron mayores los ingresos de los presidentes en relación a los oidores y
fiscales. Y, de igual forma, fueron variables a considerar las comisiones realizadas del fruto de
las funciones dadas a cada ministro, así como las condiciones en las que servían en sus
distritos.424 Estos salarios eran pagados a partir de lo que se recolectaba en las cajas reales,
convirtiéndose en un rubro importante en las cuentas de carga y data.425
Según John Leddy Phelan, un presidente de la Audiencia de Quito pudo haber ganado, en el
siglo XVII, de 3.500 a 6.000 ducados anuales. Mientras que un oidor, quien pagaba la renta de
su domicilio a partir de su salario, tuvo que haber percibido de 2.000 a 3.000 pesos. Esto mismo
fue aplicable para el cargo del fiscal. En este sentido, siguiendo a Phelan, estos montos no
sufrieron mayor alteración desde finales del siglo XVI hasta finales del siglo próximo.426 Al
momento de ser restablecida la Real Audiencia de Guatemala, por ejemplo, el letrado que ocupó
la plaza de Presidente, el doctor Antonio González, fue nombrado con un sueldo de 5.000
ducados anuales.427 Este mismo sueldo siguió vigente durante el siglo XVII, lo que puede
constatarse en los registros de los oficiales reales.
Por ejemplo, el 24 de marzo de 1621 se le pagó al señor Conde de la Gomera, capitán don
Antonio Peraza Ayala, presidente y capitán general, 4.595 tostones, 2 reales y medio por cuatro
meses de su salario. Esta cantidad correspondió con los 5000 ducados que se le enteraban
anualmente.428 Por su parte, en la averiguación hecha para fijar el ingreso del presidente Lope
de Sierra Osorio, quien también fungía como gobernador al igual que sus antecesores, en 1682
se determinó que el salario anual debía ser de casi 5.100 pesos, contando la rebaja hecha en
razón de la media anata.429
corruptionis. Justicia y corrupción en la cultura del ius commune (Corona de Castilla, siglos XVI-XVII)”, Revista
Complutense de Historia de América, 43 (2017) pp. 25-26.
424
Phelan, The Kingdom of Quito, pp. 148-150.
425
Véase, por ejemplo, AGCA, A3.1, leg. 1057, exp. 19.253 y AGCA, A3.1, leg. 2715, exp. 38.933.
426
Phelan, The Kingdom of Quito, p. 148. Las modificaciones tuvieron que haberse atenido a factores externos,
como el valor de las monedas.
427
AGCA, A1.23, leg. 4575, fol. 266.
428
AGCA, A3.1, leg. 1057, exp. 19253, fol. 107.
429
AGI, GUATEMALA, 28, R.1, N.2.
113
En la Audiencia de Guatemala, la realidad de los oidores tampoco fue distante a la de otras
audiencias indianas. En 1583, después de la muerte del doctor Martín Aliaga, oidor, fueron
propuestos al rey el licenciado Diego Zarfate y el doctor Arias para ser nombrados en
sustitución. En la propuesta del Consejo de Indias se incluyó el salario de esa plaza, a saber,
800.000 maravedís, es decir, unos 2.000 ducados.430 Para la primera mitad del siglo XVII, la
cantidad no había sufrido modificaciones. El 17 de junio de 1621 se le fueron entregados 1.010
tostones del salario de 5 meses al licenciado Juan Maldonado de Paz, lo que correspondía a
2.000 ducados anuales.431
El fiscal, en ese sentido, era el que percibía un sueldo menor respecto a los otros ministros. Esto,
sin embargo, debe ser analizado en función de que muchos de ellos eran, frecuentemente,
promovidos a las plazas de oidores o fiscales en audiencias con más relevancia, como la de
México.432 De esta forma, se les estableció una cantidad correspondiente a un cuarto del salario
de los oidores. En consecuencia, el seis de marzo de 1621 los oficiales reales le pagaron al
licenciado Marcos de Miranda 250 ducados por seis meses de su salario, correspondiente a los
500 ducados anuales.433
Además del salario, los ministros de la Audiencia contaron con otros ingresos. Entre estos se
contaron las ayudas de costa. Estas se dieron por distintos motivos, que fueron desde el apoyo
para el viaje realizado entre una Audiencia y otra, en razón de los nombramientos, o, por otro
lado, mientras los magistrados servían en encargos especiales o en juzgados privativos. De tal
cuenta, por ejemplo, los oidores que eran enviados en comisión como visitadores de la
jurisdicción del tribunal, tuvieron 200.000 maravedíes anuales de ayuda de costa. 434 En efecto,
las mismas, como gratificaciones, no fueron reducidas únicamente a quien ejerció el cargo, sino
que también se extendieron a la parentela cercana a partir de sus méritos en el servicio al rey. 435
En 1662 fueron asignados 642 tostones y 2 reales a Jerónima González Cid, hija del oidor Juan
430
AGI, INDIFERENTE, 740, N.167. Para el cálculo del salario, se tomó en consideración que, para finales del
siglo XVI, el ducado consistiría en unos 375 a 400 maravedís. Mientras que el valor del real sería de unos 34
maravedís.
431
AGCA, A3.1, leg. 1057, exp. 19253, fol. 109.
432
Véase anexo 3.
433
AGCA, A3.1, leg. 1057, exp. 19253, fol. 101.
434
AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 344.
435
Sobre el carácter heredable de los méritos, véase Javier Barrientos Grandón, “Méritos y servicios. Su
patrimonialización en una cultura jurisdiccional (s. XVI-XVII)”, Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, XL
(2018), pp. 589-615.
114
González Cid, provenientes de tributos que habían quedado vacos, como merecimiento de los
servicios de su padre.436
En este orden de ideas, estos salarios contaron de forma considerable para hacer merced a la
parentela en caso de muerte o, en otros casos, de abandono por parte del ministro. Para 1581, el
heredero del licenciado Cristóbal de Azcoeta, quien había sido oidor en Guatemala y Santa Fe,
pidió que se le hiciera merced de la mitad del salario de un año de su padre, lo cual fue
aprobado.437 Por su parte, en 1671, el Consejo de Indias informó a la Audiencia que el licenciado
Jerónimo Gómez de Vega y Viga, oidor, abandonó a su esposa, doña Catalina María de Prado,
en Panamá, donde había servido como relator de la Audiencia. 438 Como resultado, fue
obligación de los oficiales reales de la Real Caja de Guatemala remitir la mitad del salario del
ministro hacia la esposa, incluso después de fallecido Gómez de Vega, a partir de los bienes de
su mortual.439
Finalmente, en el ocaso del cursus honorum, existió también la seguridad para los magistrados
de mayor edad o que, por otro lado, se encontraban en mal estado de salud y, por tanto,
imposibilitados para ejercer el oficio en las Audiencias Indianas. Esto fue la jubilación, que
consistió en una forma de retribución en el retiro honorable de los magistrados. 440 Dicho
emolumento consistió en la totalidad del salario o parte del mismo. Por ejemplo, en 1635, el
licenciado Fernando de Castilla y Rivera, quien se encontraba con problemas de salud, por un
ataque que le había inutilizado su brazo y pierna derecha, después de haber servido como relator
en Santo Domingo, así como fiscal y oidor en Guatemala. Tras la información recibida por el
Consejo de Indias, recibió 350.000 maravedíes anuales de jubilación.441
436
AGCA, A3.2, leg. 1792, exp. 28539.
437
AGI, INDIFERENTE, 739, N.392.
438
AGCA, A1.23, leg. 1520, fol. 32.
439
AGCA, A1.23, leg. 1520, fol. 97; AGCA, A1.23, leg. 1521, fol. 51; AGCA, A1.23, leg. 1522, fol. 56.
440
Phelan, The Kingdom of Quito, p. 150.
441
AGCA, A1.23, leg. 4579, fol. 78
115
jurídica del ius commune en el marco de la Monarquía Hispánica. No obstante, las ramas del
arbor iudicum, en las que se representó a los oficiales como los ejecutores de las decisiones del
Iudex, fueron de gran importancia en tanto la administración de la justicia también recayó sobre
ellos.442
En este sentido, si bien la historiografía sobre las instituciones, especialmente en el siglo pasado,
usualmente se acercó a los tribunales de justicia a través de la figura de los ministros con
jurisdicción, y por medio de una mirada prosopográfica bastante tradicional, cabe resaltar que,
desde hace algunas décadas, el estudio de los oficiales ha tomado un papel preponderante, en el
marco de una renovación historiográfica en torno a los agentes intermediarios en el ámbito que
interesa a este trabajo.443
De esta vasta producción, y pese a la diversidad de temas abordados, casi todos estos trabajos
parecen coincidir en que la intermediación fue un aspecto fundamental en el contexto de la
Monarquía Hispánica. Y, particularmente en la justicia, tanto los que ejercieron su oficio a través
de la pluma, así como los que se dedicaron a ser el contacto entre jueces y litigante por otras
vías, dieron sustancia a una cultura legal dinámica. Todos ellos, además, con sus respectivas
agencias influyentes en la administración de justicia.444
El grado de importancia de estos agentes estuvo siempre en relación con la práctica judicial. Es
decir, en tanto existieran litigantes, los oficiales, como brazos ejecutores de la justicia y soporte
442
Vallejo, “Acerca del fruto”, p. 34; Martiré, Las Audiencias y la administración, p. 91.
443
La bibliografía es extensa y, sin ánimos de exhaustividad, puede verse, sobre la intermediación cultural en la
América colonial a Queija y Gruzinsky (coords.), Entre dos mundos; Yanna Yannakakis, El arte de estar en medio,
passim; respecto a los agentes mediadores en el entramado institucional véase Tamar Herzog, Mediación, archivos
y ejercicio: los escribanos de Quito (siglo XVII). Frankfurt: Klostermann, 1996; Renzo Honores, “Un vistazo a la
profesión legal: abogados y procuradores en Lima, 1550-1650”, en Actas del XIII Congreso del Instituto
Internacional de Historia del Derecho Indiano, San Juan: Asamblea Legislativa de Puerto Rico, 2003, pp. 431-
450; Margarita Gómez Gómez, “Gobernar la palabra: los oficios de pluma como agentes de la administración
pública en Indias”, en Luis Navarro García (coord.), Jornadas sobre élites urbanas en Hispanoamérica y el caribe
en el siglo XVIII. Sevilla: Universidad de Sevilla, 2005, pp. 541-555; Gayol, Laberintos de justicia; Burns, Into the
Archive; Cunill, Los defensores de indios, passim; Yanna Yannakakis, “Making Law Intelligible: Networks of
Translation in Mid-Colonial Oaxaca”, en Ramos y Yannakakis (eds.), Indigenous Intellectuals, pp. 79-103;
Caroline Cunill, “Un mosaico de lenguas: los intérpretes de la Audiencia de México en el siglo XVI”, Historia
Mexicana, Vol. LXVIII, No. 1 (2018), pp. 7-48, entre otros.
444
Sobre los oficiales de pluma, Margarita Gómez Gómez explica que estos, como actores del documento, tuvieron
un dominio sobre el lenguaje documental de la época y, de tal cuenta, se convirtieron en “traductores privilegiados
de las voluntades”. Véase Gómez, “Gobernar la palabra”, pp. 554-555. Caroline Cunill, por su parte, explica, en el
caso de los intérpretes, cómo estos se convirtieron en un instrumento efectivo, e incluso particular, para la aplicación
de la justicia en las Indias. Véase Caroline Cunill, “Justicia e interpretación en sociedades plurilingües: el caso de
Yucatán en el siglo XVI”, Estudios de Historia Novohispana, 52 (2015), pp. 18-28.
116
de los pleiteadores, tuvieron que estar presentes en los tribunales reales. Esto es, el campo
jurídico, la dinamización de los habitus y la puesta en escena del capital jurídico de los agentes,
tal y como puede seguirse en lo escrito por Antonio de Paz Salgado en su Instrucción de
litigantes, al respecto de quienes acudían a los tribunales para que se les administrara justicia:
“sujetándose al consejo ajeno, deberán siempre entregarse con ciega fe a la dirección de sus
abogados y protectores”.445
Siguiendo a Víctor Gayol, es enriquecedor preguntarse por el “papel de los oficiales públicos en
el ámbito de la administración de justicia”.446 Y, específicamente en la Real Audiencia de
Guatemala, es conveniente, en este trabajo, describir y analizar las tareas desempeñadas por
estos oficiales que, pese a no ejercer la iurisdictio en forma de potestas, eran numerosos, dieron
vida a la labor cotidiana del tribunal de alzada y aparecieron en la normativa y la práctica judicial
de la época.
El cargo de alguacil mayor fue el primero, dentro del grupo de ministros sin jurisdicción, en
aparecer dentro de las Ordenanzas dadas a la Real Audiencia. De esta cuenta, al igual que en las
chancillerías de Valladolid y Granada, a este oficial debió guardarse “las mismas honras y
preeminencias”, por lo que su lugar en la sala de audiencias públicas estuvo después del Fiscal.
Esto también en atención a la cercanía que dicho oficial tuvo con los ministros del tribunal,
considerando que solo quienes ejercían una iurisdictio estuvieron capacitados de mandarlo a
ejecutar comisiones.448
445
Antonio de Paz Salgado, Instrucción de litigantes o guía para seguir pleitos. Santiago de Guatemala: en la
imprenta de Sebastián de Arévalo, 1742. Aunque, por cierto, el propósito de esta instrucción, escrita con un lenguaje
sencillo, fue disminuir los tropiezos que los litigantes tenían en la práctica judicial, haciendo un tratado práctico
basado en la propia experiencia jurídica de la Provincia de Guatemala. Véase Jorge Luján Muñoz, “Un jurista y
autor ignorado del Reino de Guatemala: D. Antonio de Paz y Salgado”, en Ensayos de historia jurídica y del
notariado en Guatemala. Guatemala: Academia de Geografía e Historia de Guatemala, 2011, pp. 161-166.
446
Gayol, Laberintos de justicia, Vol. I, p. 131.
447
Las disposiciones surgidas de las Ordenanzas de 1563, dadas en 1568 a la Real Audiencia de Guatemala,
respecto a estos oficiales, pueden verse en el Anexo 1.
448
Véase AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas, fols. 144-145; Recopilación, Libro II, Título XXIII.
117
En esencia, su oficio consistió en prender personas que le indicaran los magistrados, evitando la
dilación o negligencia. Además, contaba con la capacidad de detener a quien se encontrara
cometiendo delitos, sin necesidad de tener una comisión específica. También, para su asistencia,
contaba con dos alguaciles que él mismo elegía y presentaba a la Real Audiencia, aspecto que
también realizaba para el nombramiento de carcelero. Por otro lado, como muestra el expediente
de confirmación de oficio de Juan Bautista de Cilieza Velasco en 1639, los mismos en ocasiones
llevaron escoltas negros para auxiliarse en sus tareas cotidianas.449 Tenía, junto a sus tenientes,
la obligación de asistir a las visitas de las cárceles, en las que participaban justicias y otros
oficiales. Adicionalmente, los alguaciles mayores, o, en su defecto, sus subalternos nombrados,
debían rondar por las noches. De no hacerlo, tomaban el riesgo de correr con los agravios
devenidos por no hacerlo. Pese a ello, se les hacía la advertencia de cuidarse en las rondas, así
como en la visita a los lugares públicos. En términos generales, era “el brazo ejecutor de las
decisiones judiciales y, por tanto, de importancia fundamental para el funcionamiento
institucional”.450
Este oficio fue revestido de gran importancia dentro de la Real Audiencia, especialmente si se
considera la gran cantidad de disposiciones que se le dedicaron en las Ordenanzas.451 De los
oficios públicos sin jurisdicción era, probablemente, el más relevante, debido al flujo constante
de papeles relativos a pleitos, y sus expedientes correspondientes, que producían y conocían, en
su papel de auxiliares de la justicia real, además del despacho de otros asuntos de gobierno, así
como de la correspondencia enviada al Consejo de Indias.452 El oficio completo era “escribano
449
AGI, GUATEMALA, 85, N.26.
450
Gayol, Laberintos de justicia, Vol. I, p. 174
451
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas, fols. 145-150; Recopilación, Libro II, Título XXIII
452
Gayol, Laberintos de justicia, Vol. I, pp. 174-175; Jorge Luján Muñoz, Los escribanos en las Indias Occidentales
y en particular en el Reino de Guatemala. México: UNAM, Instituto de Estudios y Documentos Históricos, 1982,
p. 162. Para un análisis de los escribanos de las cámaras de lo criminal en la Audiencia de México para el siglo
XVIII e inicios del siglo XIX, véase Michael C. Scardaville, “Justice by Paperwork: a Day in the Life of a Court
Scribe in Bourbon Mexico City”, Journal of Social History, Vol. 36, No. 4 (2003), pp. 979-1007.
118
de cámara y gobernación” que, pese a los intentos de separar las escribanías en 1632, continuó
así por todo el siglo XVII, a diferencia de lo que sucedió en las Audiencias de Lima y México. 453
Los escribanos de cámara debían ser, para el ejercicio de su cargo, por lo menos, escribanos
reales, examinados por los ministros de la Audiencia y con el título propio que les facultaba para
el uso del mismo. Además, contaban con una serie de subalternos a su cargo, nombrados por
ellos mismos: tenientes y oficiales mayores. 454 Y, para su regulación, un oidor debía visitar las
escribanías una vez por año, para asegurarse del buen manejo de papeles.
En los casos en que se presentaban testigos, y no eran por comisión de receptorías, los
examinaban y les tomaban relación. En los que recibía probanza de los receptores, debía
examinar la misma junto a los magistrados para determinar si no era defectuosa. Además,
correspondió a los mismos tener las escrituras originales, entre las que se contaron poderes y
sentencias definitivas, así como el traslado de las mismas. Y, por otro lado, entre sus facultades
se encontraba el recibimiento de peticiones y autos de los procuradores. En cierta medida,
debido al resguardo de las actuaciones en registros cosidos y signados anualmente, el escribano
fue la figura principal en el resguardo de la documentación institucional.455
Dentro de los límites impuestos a estos oficiales, además de los que eran comunes a los demás
ministros subalternos –especialmente en lo referente a no asociarse con los litigantes y no tener
relación con los magistrados- estaba la prohibición de que a estos no se les encomendaran indios
en repartimiento.456 Este fue un aspecto que no siempre se cumplió, pues, tal y como explica
una carta del fiscal del Consejo de Indias, Pedro de Marmolejo, en 1606, “el presidente de la
Audiencia de Guatemala ha encomendado y repartido muchos indios a García de Escobar,
escribano de cámara”.457 Marmolejo explicaba en su carta que, pese a la prohibición, establecida
453
Luján, Los escribanos, p. 163.
454
Por ejemplo, Diego de Escobar, hermano de Andrés de Escobar, sirvió en calidad de teniente del oficio hasta
1648, mientras el hijo de Andrés, quien también se llamaba Diego y en quien había renunciado el oficio su padre,
alcanzaba la edad suficiente para servir como escribano de cámara. Véase AGI, GUATEMALA, 87, N.7; AGCA,
A3.10, leg. 2560, exp. 37.565.
455
Lo dispuesto sobre el archivo de la Audiencia en AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas, fol. 163.
456
Sobre la prohibición de que los mismos fueran parte de la parentela de los ministros reales, véase AGCA, A1.23,
leg. 1514, fol. 49. Respecto a que no pudieran tener actividades comerciales, véase AGCA, A1.23, leg. 1515, fol.
40.
457
AGI, GUATEMALA, 12, R.3, N.36.
119
en una Real Cédula de 1559 y en las Ordenanzas, la encomienda se había permitido por la
amistad del escribano con el presidente interino de la Audiencia, Alvar Gómez de Abaunza. 458
Como se ha anotado anteriormente, estos oficiales estaban sujetos a las decisiones tomadas por
los ministros de jurisdicción. Y, en este sentido, la ejecución de las mismas se extendió, incluso,
a la autoridad eclesiástica cuando se encontraban de por medio los papeles a su cargo y los
asuntos de gobierno. Así, por ejemplo, a finales de la década de 1670, el escribano de cámara
Lorenzo de Montufar se negó a extender al obispo de la Diócesis de Guatemala el testimonio de
un auto de la Audiencia, en el que se sancionaba la prohibición del repartimiento de hilados
entre los indios del Valle de Guatemala. Como resultado, se le multó con quinientos pesos para
los estrados del tribunal, aunque finalmente se redujo a cien pesos la misma.459
Como se verá más adelante, las dos escribanías de cámara de la Real Audiencia se mantuvieron,
desde finales del siglo XVI y por todo el siglo XVII, en manos de dos familias que compartían
el apellido Escobar -sin relación comprobable-.460 Pese a que en el caso de una de ellas no tuvo
continuación directa, es decir, de padre a hijo, sí se mantuvo en grado de parentesco. Todo ello
debido a la obtención de réditos que suponía mantener este cargo, el valor del oficio, así como
el estatus asignado al mismo dentro de la institución y, en general, dentro de la administración
indiana.
iii. Relatores
Los relatores eran, junto a los abogados y ministros togados, letrados nombrados directamente
por el Consejo de Indias. Por tanto, aunque en las primeras décadas de instalación de Audiencias
en las Indias se nombraron personas sin grados, paulatinamente se presionó para la provisión
recayera en, al menos, bachilleres.461 Esto debido a que, como indica el nombre del oficio, su
tarea consistió en hacer relación a los miembros de la Audiencia de los pleitos llevados ante el
458
AGI, GUATEMALA, 12, R.3, N.36.
459
AGCA, A1.23, leg. 1521, fol. 117. Los autos servirían al obispo para delegar culpas en el repartimiento de
hilados. A este respecto, debe recordarse que la jurisdicción del Valle recaía sobre los alcaldes ordinarios. El
haberse negado pudo deberse a que Lorenzo de Montufar mantenía lazos económicos densos con la élite de
Santiago, que ocupaba buena parte de los regimientos del cabildo. Años más tarde, el mismo Montufar puede
reconocerse como parte de esa élite. A esto se le dará mayor tratamiento en el último capítulo.
460
En contraposición a lo afirmado en Luján, Los escribanos en las Indias, pp. 137-144.
461
Recopilación, Libro II, Título XXII, Ley I.
120
tribunal. Es decir, una síntesis de los autos que, finalmente, era el conocido por los jueces, en
relación con los papeles producidos por las escribanías de cámara. Por ello, debían tener
conocimiento en materias de derecho.462
Desde las Ordenanzas se les advirtió a los relatores que todas las relaciones las sacaran ellos y,
de no ser así, que al menos se las leyeran a sus escribientes, acompañándolas de su firma y
juramento. Además, se les prohibía pedir o vender procesos a otros oficiales, y también
encomendar los pleitos que estaban a su cargo, sin antes tener licencia de la Audiencia.
Finalmente, entre otros límites, estaban excluidos del ejercicio de la abogacía en el tribunal.
Durante los años estudiados, se mantuvo una sola relatoría en la Real Audiencia y la misma
persona ostentó el cargo de repartidor y tasador, lo cual duró hasta 1643, en que el relator quedó
únicamente con este cargo.463 Este fue el caso de del licenciado Pedro Navarro, nombrado en
1581 y el licenciado Justo Gómez, nombrado en 1620, quien desempeñaba, antes del
nombramiento, el oficio de repartidor.464 Por su parte, al igual que otros oficiales públicos, los
relatores también estuvieron sujetos a la prohibición de dedicarse al comercio en el distrito de
la Audiencia, lo que también se extendió a sus allegados y parientes. 465 Y, similar a los
escribanos de cámara, hacia la década de 1620 se resolvió que debían presentar, antes de tomar
posesión y después de dejar el puesto, inventario de todos sus bienes.466
Inicialmente, el tasador ejercía un oficio diferente al del repartidor de pleitos. Con base en esto,
el segundo se dedicaba a repartir pleitos entre escribanos receptores de forma equitativa,
respetando el orden de los mismos, es decir, prefiriendo a los receptores ordinarios y de más
antigüedad para participar en los litigios. De esto debía cobrar dos tomines por pleito repartido,
excepto en los de pobres. Por su parte, en las Ordenanzas se estableció el oficio encargado de
tasar todos los procesos vistos por la Audiencia, así como los enviados al Consejo de Indias.
462
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas, fols. 150-152; Recopilación, Libro II, Título XXII; Gayol, Laberintos de
justicia, Vol. I, pp. 189-190.
463
AGCA, A1.23, leg. 1517, fol. 43.
464
AGCA, A1.23, leg. 4575, fol. 396 y AGCA, A1.23, leg. 1515, fol. 85.
465
AGCA, A1.23, leg. 1515, fol. 40.
466
AGCA, A1.23, leg. 1515, fol.95
121
Dicho oficial era provisto por la misma Audiencia.467 No obstante, desde finales del siglo XVI
los relatores estuvieron a cargo de repartir pleitos y tasar los autos. Esta práctica tuvo fin en
1643, cuando se sacó en almoneda pública un nuevo oficio, a saber, el de tasador-repartidor.468
Según los registros de confirmaciones de oficios, el capitán Cristóbal Lorenzana, anteriormente
alguacil y juez de agravios en Bacalar, fue la primera persona en quien se remató este cargo
hacia 1643, con un valor de 1.700 tostones, cuya confirmación fue dada en 1646.469
Aunque no se puede conocer con exactitud los emolumentos llevados por los repartidores, es
significativo considerar que, para los años 1599 y 1600, según consta de una información
realizada por el Consejo de Indias, el licenciado Pedro Navarro, quien también ejerció el oficio
de relator, recibió cincuenta pesos de salario, más ayudas de costa y otros derechos propios del
oficio, proveniente del ramo de gastos de justicia. En este sentido, la posesión de dos cargos
pudo haber respondido a la imposibilidad de sostenerse con uno solo, más la indisponibilidad
de personal suficiente en la institución.470
v. Abogados
Al inicio de la población de las Indias, los abogados estuvieron vetados de ingresar, salvo
licencias reales. Esta sanción se debía al temor de que los pleitos se incrementaran en el Nuevo
Mundo con su llegada, con vistas a lo que de estos profesionales se decía ya para aquel momento,
es decir que motivaban litigios, inquietando a los habitantes. 471 Este aspecto fue superado, sin
embargo, una vez que el orden jurídico fue instituido a través de las Reales Audiencias, en las
que la abogacía se perfiló como un aspecto indispensable.472
Para el ejercicio de la profesión, se debía presentar ante la Real Audiencia un título de bachiller,
por lo menos, aspecto difundido por la cultura del ius commune. Seguidamente, debía ser
467
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas, fols. 152-153; Recopilación, Libro II, Título XXVI.
468
AGCA, A1.23, leg. 1517, fol. 43.
469
AGI, GUATEMALA, 86, N.42.
470
AGI, INDIFERENTE, 2077, N.216; AGCA, A1.23, leg. 4575, fol. 396.
471
La sátira hacia estos agentes, así como a otros oficiales de la justicia, quedó plasmada en la cultura literaria del
Siglo de Oro. Véase Honores, “Un vistazo”, pp. 432-434; Javier Barientos Grandón, “Sobre los abogados en las
Indias. De su régimen jurídico y su carrera en la toga”, en Santiago Muñoz Machado (dir.), Historia de la abogacía
española, Vol. 1. Cizur Menor: Aranzadi, 2015, pp. 851-857.
472
Barrientos Grandón, “Sobre los abogados”, pp. 856-860.
122
examinado y, consecuentemente, aprobado por los ministros togados. De esta cuenta, en el
ejercicio, las presentaciones de peticiones en el tribunal quedaron, desde muy temprano,
reservadas a letrados, quienes debían firmar las mismas, además de que estaban obligados a
concertar las relaciones de los pleitos, igualmente firmadas y juradas. Por otra parte, los
abogados tuvieron bastante relación con los procuradores, considerando que, en cualquier
proceso, debían dar cuenta al procurador de la causa, así como escritura si este lo solicitaba. 473
Las partes concertaban la abogacía, excepto cuando se trataba del ejercicio en calidad de
abogados de pobres. Incluso, en algunos casos, ciertas instituciones pedían la representación por
un tiempo prolongado en todos los pleitos en que se vieran involucradas. Tal fue el caso del
Convento de Nuestra Señora de la Limpia Concepción, que en 1636 estableció un contrato con
el licenciado Melchor González de Monteagudo, con la finalidad de que el mismo asesorara al
convento y llevara sus causas judiciales, con un salario anual de 200 tostones.474 De igual forma,
en 1669, en sesión del cabildo de la catedral de Guatemala, se decidió que, en sustitución del
licenciado don Carlos Coronado, el doctor don Nicolás de Aduna, maestrescuela, provisor y
vicario general y comisario del Santo Oficio, sirviera como abogado de la Santa Iglesia Catedral,
llevando de derechos anuales 100 tostones.475
Aunque no se conoce con exactitud todas las carreras de quienes se desempeñaron como
abogados, se ha intentado hacer un rastreo de algunos de ellos, especialmente en lo que respectó
a la segunda mitad del siglo XVII. De tal cuenta, puede observarse que una gran cantidad de
abogados no solo utilizaron su profesión en la Audiencia de Guatemala, sino que también
hicieron lo propio en otros tribunales de la Monarquía Hispánica, dentro y fuera de las Indias.
Y, por otro lado, también consta que algunos se desempeñaron como catedráticos en las
universidades indianas, y, hacia finales del siglo XVII, particularmente en la Real Universidad
de San Carlos de Guatemala, creada en 1676, tal como Lorenzo Soriano de la Madriz Paniagua
y Baltasar de Agüero.476
473
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas, fols. 153-155; Recopilación, Libro II, Título XXIV.
474
AGCA, A1.20, leg. 1125, fol. 136.
475
AHAG, Fondo Cabildo, Actas Capitulares, Libro 3°, fol. 106.
476
Véase Adriana Álvarez Sánchez, “Emigración letrada: graduados limeños y mexicanos en la Universidad
colonial de Guatemala”, Trace, 68 (Diciembre 2015), pp. 81-99.
123
Año Nombre Grado Carrera letrada Fuentes
Abogado Lima;
Carlos
Abogado Panamá; AGCA, A1.23, leg.
1645 Coronado Licenciado
Abogado Guatemala; 4568, exp. 39221, f.37v
de Ulloa
Repartidor Guatemala
Pedro Abogado Canarias;
AGCA, A1.23, leg.
1645 Ángel de Licenciado Abogado Nueva
4568, exp. 39221, f.37v
Matos Granada
Francisco
de AGCA, A1.23, leg.
1645 Bachiller Abogado Guatemala
Fuentes y 4568, exp. 39221, f.38
Guzmán
Abogado México;
Confesor general Cuba;
Juez eclesiástico
AGI, INDIFERENTE,
Habana; Abogado
Bachiller/Doctor 119, N.14-194, N.17-
ca. Nicolás Guatemala; Canónigo
en ambos 196, N.38; AHAG,
1660 de Aduna catedral; Juez de
derechos Libro de Órdenes, fol.
Testamentos,
1-3, 13
Capellanías y Obras
Pías; Comisario Bula
Santa Cruzada; Provisor
Abogado Panamá; AGI, INDIFERENTE,
Francisco Canciller Perú; 161, N.408; 152,
Jacinto Bachiller y Abogado Guatemala; N.156; 128, N.1;
1674
Jaime licenciado cánones Cátedra Prima Leyes en Álvarez Sánchez,
Moreno Universidad de San “Emigración
Carlos letrada….”, págs. 89-91
Abogado México; Juez
Alonso
de pesquisa; Abogado AGI, INDIFERENTE,
1679 Arriaga Bachiller cánones
Guatemala; Fiscal en 130, N.62
Agüero
casos, Guatemala
Lorenzo Abogado Lima;
AGI, GUATEMALA,
Soriano Grado menor Abogado Guatemala;
87, N.21; Álvarez
1681 de la cánones/licenciado Cátedra Prima Leyes en
Sánchez, “Emigración
Madriz leyes Universidad de San
letrada….”, págs, 91-92
Paniagua Carlos
Abogado Lima;
Baltasar
Abogado Guatemala; AGCA, A1.23, leg.
1681 de Licenciado
Cátedra Instituta San 4584, f.247
Agüero
Carlos de Guatemala
Figura 3.3 Abogados de la Real Audiencia en la segunda mitad del siglo XVII.
Fuente: AGI, GUATEMALA; AGI, INDIFERENTE, AHAG, Libro de órdenes; AGCA,
A1.23, legs. 4568 y 4584; Álvarez Sánchez, “Emigración letrada…”.
124
vi. Procuradores
Este oficio fue, probablemente, el que resultó más familiar a los litigantes, debido a que los
procuradores se encargaron de representar a las personas en los tribunales, siendo necesario y
obligatorio servirse de los mismos para poder actuar en el tribunal de alzada. 477 En específico,
estos oficiales fueron los responsables de llevar a cabo todos los movimientos legales en nombre
de una persona, a la que servía desde que la misma otorgaba su “poder cumplido” para ser
representada en “todos los pleitos, causas y negocios civiles y criminales, movidos y por mover
así demandando como defendiendo […]”.478 Esta fórmula fue repetida en numerosas ocasiones
dentro de las escrituras de escribanos a tal punto que, incluso, algunos contaban con papel
impreso al que debía agregarse, únicamente, los nombres y las calidades de las dos partes. 479
Al igual que los abogados y receptores, los procuradores del número –llamados así porque debía
existir un número determinado en las Audiencias- debían ser examinados por los ministros de
la Audiencia y, posteriormente, se les otorgaba una licencia para el oficio. Si bien para el
ejercicio de los procuradores no se necesitaba poseer un grado, es claro que debían tener
conocimiento de los procedimientos judiciales, considerando que eran ellos quienes tomaban la
voz del litigante a través de su experiencia en la práctica foral. Como resultado, junto a los
abogados, asistían a las audiencias para dirimir los casos de sus partes.480
Pese a que se encontraban en asociación con las partes representadas, tuvieron prohibido,
durante la duración de los procesos, hacer partido “con las partes de seguir los pleitos a su propia
costa”. Además, la legislación misma se preocupó por el buen desempeño de los mismos,
estableciendo que, en caso de perder escrituras, el oficial pagara por el interés de la misma,
además de prevenirles que siempre dijeran verdad en todos los proceso. Y, según consta en las
Ordenanzas y la Recopilación de 1680, en la presentación de peticiones, fue fundamental que
estas fueran escritas por los procuradores de buena letra.
477
El trabajo más extenso al respecto de estos oficiales lo constituye Gayol, Laberintos de justicia, 2 vols. Véase,
también, Honores, “Un vistazo”, passim.
478
Esta frase era parte del formalismo que las escrituras de poderes tenían para la representación de las personas
por procuradores del número. Aunque también fue el caso de los poderes dados a agentes de negocios que, aunque
formalmente vetados de ejercer como representantes en las causas judiciales, dicha práctica no fue abandonada.
479
Véanse, por ejemplo, todos los poderes consignados al inicio del protocolo de 1636 de Marcos Ledesma en
AGCA, A1.20, leg. 1027 y figura 3.6.
480
Gayol, Laberintos de justicia, Vol. 1, pp. 129-152. Las disposiciones de los mismos en AGCA, A1.23, leg. 1512,
Ordenanzas, fols. 155-157; Recopilación, Libro II, Título XXVIII.
125
En otro sentido, aunque la mayoría de casos se llevaban por poderes individuales dados de
litigantes a procuradores, también es cierto que, en función de multiplicar sus ingresos, pudieron
representar, al igual que sucedió con los abogados, a otras instituciones por varios años y con
un salario establecido anualmente. Por ejemplo, al igual que el doctor don Nicolás de Aduna fue
proveído de la abogacía de la Santa Iglesia Catedral, sucedió lo mismo con Andrés de Castro,
procurador del número de la Audiencia, para que la representara en todas sus causas y negocios,
en sustitución de Pedro Roldán de Abarca, llevando 100 tostones anuales por ello.481
vii. Receptores
Tal y como sucedió con los procuradores, los receptores asimismo eran del número y se
examinaban por los ministros togados de la Real Audiencia. Eran, también, escribanos y, en este
sentido, desarrollaban una serie de actividades relacionadas con las escrituras de diligencias,
examinación de testigos y recepción de probanzas o declaraciones dentro y fuera de la
Audiencia, siempre y cuando estuviera dentro de la ciudad o, bien, en las cinco leguas alrededor
del tribunal. Caso contrario, debía jurar ante los ministros y el escribano de la causa para
establecer que haría bien en su oficio. Estas prácticas eran competencia de los receptores
ordinarios, en detrimento de los extraordinarios, quienes quedaban en segundo plano para el
despacho de las causas del tribunal de alzada.482
Entre las disposiciones relativas a su oficio estaban: la presentación y juramento de testigos, que
debían poner en extenso al primero y, en el caso de los siguientes, de forma sumaria; sacar en
limpio las probanzas, indistintamente de la calidad de quienes litigaban –según las ordenanzas,
ya fueran ricos o pobres-, que ante ellos pasaban y, de esto, dar parte a los escribanos de cámara;
llevar a tasar las causas; hacer probanza únicamente en interrogatorio de segunda instancia;
escribir por sí mismos los dichos y deposiciones de los testigos, sin la presencia de otra persona,
entre otras tareas.
481
AHAG, Fondo Cabildo, Actas Capitulares, Libro 3°, fol. 106.
482
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas, fols. 157-160; Recopilación, Libro II, Título XXVII.
126
viii. Porteros
La tarea del portero era, como se advierte de su nombre, guardar la puerta de la Audiencia. Y,
adicionalmente, estaba llamado a hacer lo que los oidores dispusieren. Tal y como establecen
las Ordenanzas, debían residir a sus horas y no llevar más derechos de los asignados. Por tal
razón, estaban advertidos de no hacerse de albricias devenidas de las sentencias, o similares.
Finalmente, se encargaron a menudo de mantener el orden en el tribunal, impidiendo que las
personas que no tenían facultado sentarse en los estrados lo hicieren y cuidando que abogado o
litigante hablara sin licencia, y tampoco se atravesara mientras otra persona hablaba.483
El perfil del oficio lo demuestra la información de Benito Martín, dada en 1561. Así, preguntado
Martín Gómez, vecino de Santiago, sobre el portero en cuestión, dio cuenta que era “hombre de
bien, quieto y pacífico”. Como tal fue nombrado alguacil mayor del Juzgado mayor de Chiapas,
sirviéndolo “con rectitud, mucha diligencia y cuidado”. Al ser nombrado portero de la Real
Audiencia, Gómez señalaba que este era un oficio que se daba a “hombres de bien y confianza”
y, como se ha visto, servir en otras jurisdicciones de menor alcance era fundamental para poder
obtener el nombramiento.486
ix. Carceleros
Los carceleros, también conocidos como alcaldes de cárcel, dependían del alguacil mayor, pues
era este quien se encargaba de nombrarlo. No obstante, antes de entrar en el uso del oficio, tenían
la obligación de presentarse a la Audiencia para jurar sobre una cruz y los evangelios para
483
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas, fols. 160-161.
484
AGI, INDIFERENTE, 2077, N.148.
485
AGI, GUATEMALA, 114, N.56.
486
AGI, GUATEMALA, 114, N.56.
127
asegurar que guardarían en debida forma y fielmente a los presos, leyes y ordenanzas respectivas
a la cárcel. Y, para asegurar esto, las Ordenanzas les estipulaban las prohibiciones de tomar
dádivas de los presos; cuidar de las celdas día y noche, evitando la fuga de los reclusos; no fiar
las llaves de los aposentos, especialmente las de los indios y negros; no tratar ni contratar con
los que guardaba; residir en la cárcel; cuidar físicamente la edificación y cuidar de que se rezara
misa una vez al día por un capellán específico, entre otras tareas.487
Pocas veces se tiene la posibilidad de conocer aspectos de la cultura material relacionada con la
justicia. En tal sentido, puede verse como ejemplo de ello el nombramiento que Juan Bautista
de Cilieza Velasco, alguacil mayor de la Real Audiencia, hizo en Andrés de Vargas Cedillo para
ejercer el cargo de alcalde de cárcel, en sustitución de Juan de Cepeda. El segundo le entregó al
nuevo carcelero: las llaves de la cárcel, un candado grande, una cadena –a la que llamaban “Doña
María”-; un potro de dar tormento y una caja grande llena de garrotes y cuerdas, también para
dar tormento, junto a un hábito de la misericordia; dos cepos grandes; cuatro llaves con sus
cerraduras; un martillo; un yunque y un botador; una escalera; dos pares de grillos y chavetas.
Y, por otro lado, también le hacía entrega de la capilla donde se decía misa, con todos sus
ornamentos, más dos retablos, un sillón de terciopelo carmesí y dos estolas, más un cíngulo. Por
último, añadía a la entrega dieciocho presos, entre los que se encontraba una mulata.488
x. Intérpretes
Finalmente, los intérpretes de la Audiencia, igualmente importantes que otros oficiales en cuanto
a hacer inteligible la administración de justicia, también fueron sujetos de una normativa que, si
bien no tan extensa, delimitó sus marcos de actuación, merced del nombramiento que recibían
por parte de los ministros de la Audiencia. Al respecto de estos, Caroline Cunill ha sido quien,
en un estudio sistemático de dichos oficiales en la Audiencia de México durante el siglo XVI,
los ha estudiado con mayor profundidad y ha acertado en cuanto a la utilización de los mismos
para la interpretación de múltiples lenguas en ese distrito –incluyendo el náhuatl, otomí,
mixteco, entre otros-.489
487
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas, fols. 161.
488
AGCA, A1.20, leg. 2313, fols. 86-90.
489
Cunill, “Un mosaico de lenguas”.
128
En la Real Audiencia de Guatemala, al igual que en otras latitudes, estos oficiales debían ser
suficientes y, antes de pasar a ejercer su oficio, era menester que estos juraran que lo practicarían
bien y fielmente. En este sentido, para asegurar que su actividad se limitaría a la interpretación,
el juramento incluía el asegurar que no añadirían más cosas que los hechos de los delitos, sin
ser parciales. Además, también eran advertidos que no recibieran dádivas ni promesas de indios
o españoles; que no oyeran en sus casas ni fuera de ellas a indios litigantes, sino que los llevaran
a la Audiencia para tal efecto; que no actuaran como procuradores o solicitantes en sus causas;
que no hicieran tratos, compañías o negocios con indios o españoles en caso de que salieran de
la ciudad en su labor, entre otros aspectos que delinearon el cargo.490
Buena parte de los intérpretes no era lo que, en términos actuales, se conocería como “personal
de planta” en la Real Audiencia u otras instancias judiciales en la provincia. En efecto, en la
mayoría de casos estos servían de manera esporádica dependiendo de la necesidad que se tuviera
de contar con sus servicios. De esta forma, al conducir las averiguaciones, especialmente fuera
de los límites de la ciudad, era posible que fueran elegidos, para el efecto, individuos con cierta
cuota de poder dentro de sus comunidades. Así, puede verse a gobernadores o miembros de las
corporaciones locales en la mediación lingüística, lo que les asignaba un grado relevante en el
proceso y, tal y como advertía la legislación, no se escapaba la posibilidad de que la información
fuera moldeada a conveniencia.
490
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas, fols. 161-163; Recopilación, Libro II, Título XXVIII.
491
AGI, GUATEMALA, 110, N.40.
129
convertirse en intérprete de los casos legales presentados por los conquistadores nahuas en la
Provincia de Guatemala.492
En este sentido, durante los siglos XVI y el XVII, el náhuatl, o “lengua mexicana”, como solía
llamarse, parece haber sido un vehículo de comunicación –una suerte de lingua franca- entre el
sistema legal y la población india en la Provincia de Guatemala. Aunque, desde luego, la misma
no fue exclusiva en el proceso de traducción.493 Por tal motivo, quienes se dedicaban a la cultura
escrita, pronto aprendieron a trabajar con las lenguas nativas.494 Debido a ello, también hay
evidencia que otros oficiales de la Real Audiencia tenían conocimiento y actuaban como
intérpretes en las actuaciones judiciales. Tal fue el caso de Pablo de Escobar, receptor y
posteriormente escribano de cámara, quien, en una información fechada en 1571, decía ser “uno
de los más hábiles y de más experiencia y que mejor sabe la lengua de los naturales que hay en
toda aquella provincia”.495
b. Políticas de nombramiento
i. Los oficios en la Monarquía Hispánica
Según el jurista Antonio de León Pinelo, en su Tratado de confirmaciones de 1630, los oficios
tuvieron o no jurisdicción e, inicialmente, todos ellos fueron dados por medio de gracias reales.
Es decir, los monarcas, como fuente de la iurisdictio, proveyeron estos “gratificando servicios
hechos, o animando descubrimientos intentados”, haciendo merced a sus vasallos y, a la vez,
suministrando a sus tribunales de personas suficientes para hacerlos funcionar.496
El supuesto de que la jurisdicción emanaba del príncipe fue un punto recurrente en el saber
jurídico de la Monarquía Hispánica,497 tomando en cuenta que la idea había sido tomada de los
492
Laura E. Matthew, Memorias de conquista, p. 264. Para su relación con otras poblaciones de naturales, véase el
poder dado por los indios de Caluco, Izalco: AGCA, A1.20, leg. 733, fol. 438.
493
Laura Matthew, “El náhuatl y la identidad mexicana”, pp. 44-45.
494
Matthew, “El náhuatl y la identidad”, p. 45.
495
AGI, GUATEMALA, 112, N.15.
496
Antonio de León Pinelo, Tratado de confirmaciones reales de encomiendas, oficios y casos, en que se requieren
para las Indias Occidentales. Madrid: por Juan González, 1630, fols. 115-116.
497
Barrientos Grandón, El gobierno de las Indias, pp. 52-54; también puede verse, del mismo Javier Barrientos
Grandón, el análisis que le dedica al cursus honorum de la judicatura indiana en relación con la iurisdictio y las
ideas en torno a la misma, provenientes de juristas de los siglos XIV y XV: “El cursus de la jurisdicción letrada”,
passim.
130
juristas bajomedievales, especialmente de Bártolo de Sassoferrato. Este último, además, en el
plano de los oficios públicos, explicó, con una sentencia que se convirtió en lugar común dentro
de la literatura jurídica castellana, que “officium est quod homo homini debet in genere”.498 De
hecho, en Castilla, desde el siglo XIV, esta concepción del oficio como deuda con el monarca
fue traducida en la provisión de los cargos repartidos por el rey.499
En este orden de ideas, como explica Gayol, apoyado en José María García Marín, el concepto
de officium tuvo plena compatibilidad con el de beneficium, en el que el provecho que se obtenía
de la práctica de un cargo era algo presupuesto entre quien ejercía –oficial- y quien era el
originario de la iurisdictio –el monarca-. Así, al momento de designar una función, se asumía
que se le otorgaba a quien accedía a la potestas de la jurisdicción, igualmente, una “fuente de la
que podría extraer beneficios”. 500 Algo que, igualmente, vinculó a los oficios sin jurisdicción.
Fue en este sentido que, para el momento en el que las Indias pasaron a conformar la Monarquía
Hispánica, la administración también recayó en este binomio de officium-beneficium y, por lo
tanto, una serie de oficios fueron fundamentales para la consolidación de las instituciones
propias de la administración de justicia. Y, para el caso concreto de las Audiencias, fueron
requeridos oficiales de pluma –escribanos, procuradores y relatores-, de dineros –depositarios y
tasadores-, de poder –alguaciles mayores, alcaldes de cárcel y porteros- y, finalmente, de justicia
–quienes ejercían la jurisdicción ordinaria-.501
Si bien es cierto que durante los siglos XVI y XVII se sostuvo esta idea sobre los oficios,
equiparada a todo el sistema que funcionaba a partir de contrapesos, también es cierto que no
todos tuvieron el régimen jurídico. En el caso indiano, Juan de Solórzano Pereira explicaba en
su Política Indiana, que “otra de las mayores y más conocidas regalías de los reyes consiste en
la creación y provisión de los oficiales y magistrados, y demás ministros, que juzgan ser
necesarios para el buen gobierno de sus Estados […]”. 502 Y, en este respecto, continúa
Solórzano, los monarcas, desde muy temprano se encontraban proveyendo oficios vendibles
498
“Oficio es lo que un hombre debe en general a otro”, citado en Bernardino Bravo Lira, “Oficio y oficina, dos
etapas en la historia del Estado Indiano”, Revista Chilena de Historia del Derecho, 8 (1981), p. 75.
499
Gayol, Laberintos de justicia, vol. 1, p. 205.
500
Gayol, Laberintos de justicia, vol. 1, p. 205.
501
La clasificación es de Francisco Tomás y Valiente, recogida en “Ventas de oficios públicos en Castilla durante
los siglos XVII y XVIII”, en Gobierno e instituciones en la España del Antiguo Régimen. Madrid: Alianza, 1982,
pp. 158-165.
502
Solórzano Pereira, Política Indiana, Libro II, Capítulo V, p. 994.
131
para la expedición de negocios en las Indias y, en general, dentro de la Monarquía, debido a “los
aprietos y necesidades de dineros”.503
Desde luego, esto no aplicaba a todos los oficios y, especialmente, al menos en los siglos XVI
y XVII, la venalidad de oficios con jurisdicción ordinaria fue casi excepcional y no tuvo mayor
relevancia sino hasta el reinado de Carlos II. Para el caso de aquellos sin jurisdicción, aunque
bastante común y con límites establecidos, que paulatinamente fueron haciéndose más explícitos
y claros en este respecto, la venalidad no fue una generalidad, como ya se vio con ciertos oficios
como los relatores, intérpretes y otros dependientes de los alguacilazgos. 504 Como ya se ha
explicado a grandes rasgos cómo fueron ocupándose estas plazas dentro de la Audiencia –por
medio de nombramientos del Consejo de Indias o de los magistrados-, a continuación se
examinará únicamente el régimen de los oficios que entraron, a partir de finales del siglo XVI,
en la categoría de “vendibles y renunciables” y que fueron numerosos, como ya se verá.
La venta de oficios públicos, según explica Stephen Webre, siguiendo a J.H. Parry, constituyó
una práctica antiquísima, iniciada en la década de 1520 en las Indias, bajo el reinado de Carlos
V, aunque sin una regulación específica. El sucesor en el trono, Felipe II, fue quien se encargó
de sistematizar la venalidad, tomando en consideración la necesidad de contar con más ingresos
en el erario real,505 tal y como Juan de Solórzano explicaba. Esto se agudizó con la derrota de la
Armada Invencible en 1588 y la sucesiva recuperación de la fuerza naval del monarca español,
que necesitó de más fondos para llevarse a cabo.506
Antes de la década de 1590, los oficios de la Real Audiencia que fueron vendidos tuvieron, la
función de suplir necesidades concretas que asistieron al despacho de los asuntos indianos. El
primer caso lo constituyó el remate de un oficio de procurador del número hecho en Gonzalo
Román en 1584, por el valor de 700 pesos de oro de minas. Esta venta se había hecho a partir
de una merced concedida a Pedro Romero, Pedro de Villa y Pablo de Salvatierra, oficiales del
503
Solórzano Pereira, Política Indiana, Libro II, Capítulo V, p. 995.
504
La obra clásica sobre la venalidad de las plazas con jurisdicción a partir de finales del siglo XVII es Burkholder
y Chandler, From Impotence to Authority, passim.
505
Webre, “The Social and Economic Bases”, p. 50.
506
Webre, “The Social and Economic Bases”, p. 50.
132
Consejo de Indias, del total del remate de un oficio en la Real Audiencia de Guatemala.507 Tres
años más tarde sucedió lo mismo con otro oficio de procurador rematado en Francisco de
Escobar por 750 pesos de oro de minas, destinados a cumplir con la merced dada a Diego de
Encinas y Juan de Mitarte, oficiales del Consejo de Indias.508 Por otro lado, atendiendo a la falta
de normativa clara a este respecto, incluso la venta de oficios entre individuos, que, sin embargo,
había sido prevenida desde la década de 1570, fue una práctica existente. Tal fue el caso de
Alonso García, quien compró a Bartolomé Canseco una receptoría de la Real Audiencia y, como
tal, fue recibido y confirmado en su oficio hacia 1587 tras enterar 900 tostones en la Real
Hacienda.509
No obstante, iniciando con los oficios de pluma, fueron dos cédulas reales sancionadas por
Felipe II y Felipe III que le dieron una homologación a esta venalidad. La primera, de 13-XI-
1583, permitió renunciar estos oficios enajenados por segunda vida a partir del pago de la mitad
del oficio, sin posibilidad a hacer la dejación en una tercera persona. No obstante, la segunda
real cédula, de 14-XII-1606, además de establecer nuevos oficios en el ramo de vendibles y
renunciables, permitió la renuncia perpetua; es decir, una segunda dejación del oficio en otra
persona que, en beneficio de la patrimonialización del cargo, solo estaba obligada a pagar la
tercera parte del valor del oficio.510
Para el acceso al cargo, en caso de remate, el oficio se sacaba en almoneda pública por medio
de 30 pregones, y, quien daba mayor postura, era al que se le confería el oficio. Por otra parte,
en caso de renuncia, fue menester que se presentara la escritura en la que constaba la
renunciación, así como el título de quien había ejercido el oficio anteriormente. En ambos casos,
se hacía un avalúo del oficio para determinar el valor que se debía enterar a la Real Hacienda,
mediante la presentación de testigos/oficiales de la Audiencia, quienes daban testimonio, junto
a sus razones, de lo que costaba dicho oficio. Este proceso era velado por el fiscal quien, en más
de una ocasión, intervino para que los avalúos se hicieren del mayor provecho del real fisco. 511
Una vez que este proceso era superado, especialmente en lo que refería a los oficios de pluma,
los magistrados de la Audiencia examinaban, mediante una serie de preguntas, a los aspirantes
507
AGI, GUATEMALA, 79, N.8.
508
AGI, GUATEMALA, 79, N.12.
509
AGI, GUATEMALA, 79, N.18.
510
Gayol, Laberintos de justicia, vol. 1, pp. 221-222.
511
Véase, por ejemplo, AGI, GUATEMALA, 80, N.9.
133
y, de estar conformes, eran aprobados. Tres años después, estos autos eran llevados ante el
Consejo de Indias para despachar la confirmación de oficio que le permitía al oficial desempeñar
su cargo con provecho. En caso de no solicitarse confirmación, se sacaba, nuevamente, para el
remate.
Cabe resaltar que, aunque no siempre fue explícito en los autos de confirmaciones de oficios o
en los títulos respectivos de los oficiales, la Corona pidió a sus ministros que cuidaran de los
remates y renuncias para que el ejercicio de estos cargos no recayera sobre personas no aptas.
Es decir, se debía preferir a los cristianos viejos y de calidad notable, cuya constatación se podía
hacer al momento. Como resultado, desde la década de 1580, la legislación prevenía de no
adjudicar los oficios a mestizos, mulatos o negros.512
En el caso de los oficios relacionados con la justicia en la Real Audiencia, se puede observar
que, para la década de 1590, inició la consolidación de un mercado de oficios, que incluyó
procuradurías, receptorías y escribanías de cámara. Si bien no se puede hablar de una amplitud
de casos, es considerable que se haya mantenido un flujo constante de remates y renuncias de
oficios durante todo el siglo XVII, salvo algunas bajas notables en las décadas de 1650 y
subsiguientes, respecto a años anteriores, lo que también pudo condicionarse por el remate de
nuevos oficios en la década de 1640, como lo fueron el de tasador y repartidor de la Audiencia
y receptor y depositario general (Figura 3.4).
512
Los expedientes de confirmación analizados son lacónicos a este respecto y se referían a los sujetos como
“suficientes en calidad”, lo que, en efecto, pudo significar que este requisito se cumplía o, por lo menos, se admitía
sin mayor dilación. La premisa de la limpieza de sangre, de origen plenamente religioso, fue un aspecto que, con
difusión amplia en la sociedad castellana, llegó a las Indias y tomó matices particulares, especialmente por la
experiencia novel que presentaron las diferencias socio-raciales devenidas del contacto entre población europea,
natural y africana. Para un análisis extenso de ello, así como el establecimiento de estas probanzas de las calidades
de las personas para el ejercicio en ciertos ámbitos de la administración, véase Martínez, Genealogical Fictions,
passim y máxime pp. 126-129. Véase AGCA, A1.23, leg. 4575, fol. 415.
134
Figura 3.4 Renuncias y remates de oficios por décadas, siglos XVI y XVII
Fuente: AGI, GUATEMALA, Expedientes: Confirmaciones de oficio, 78-95.
135
Los valores de los oficios, por su parte, dependieron de dos factores fundamentales: la posición
del mismo dentro de la Audiencia y, en segundo lugar, a los réditos que los mismos permitían.
Así, por ejemplo, mientras que en 1612 le fue rematado a Sebastián Rodríguez de Ávila una
receptoría en 1.500 pesos y a Juan Martínez de Cortés, ocho años después, una procuraduría en
4.700 tostones, a Tomás Cilieza Velasco, en 1617, se le confirió el título de alguacil mayor por
haber ofrecido 28.000 tostones en la almoneda pública del oficio.513
No obstante, fue el oficio de escribano mayor el que llegó a valorarse, hacia 1641 –alcanzando
su valor más alto en todo el siglo XVII-, en 40.000 tostones (figura 3.6).514 En 1584 fue vendido
en 6.000 ducados a favor de Miguel Ortiz de Sotomayor. Posteriormente, Francisco de Escobar
enteró el valor de 22.700 tostones. A partir de ese momento, los remates fueron raros con dicho
oficio, pues ambos se mantuvieron en posesión de dos familias. Por ende, el valor del mismo
únicamente sirvió de referencia para calcular la mitad o el tercio del precio que debía enterarse
a la Real Hacienda. La única excepción fue Juan Martínez Ferrera, quien, posterior a una pugna
con Alonso Álvarez de Vega a raíz de la renuncia de Cristóbal de Escobar, pagó 40.000 tostones
en 1641.
A lo largo de todo el siglo XVII pueden notarse variables a considerar en el valor de los oficios.
Para una radiografía de los mismos puede tomarse a las procuradurías y receptorías, que
mantuvieron un flujo constante de remates y renuncias. A partir de la última década del siglo
XVI se inició la venta formal de estos oficios y es desde ese momento que puede analizarse la
dinámica de enajenación.
Hasta la década de 1630 se mantuvo en alza el precio de los oficios de procurador, llegando a
costar, incluso, 4,500 tostones. Por su parte, el precio de los oficios de receptor se mantuvo en
una suerte de estancamiento durante toda la centuria, llegando a valorarse, excepcionalmente,
en más de 3,000 tostones en la década de 1640. Fue esta suma con que se valoró a ambos oficios
en la década de 1690 (figura 3.5).515
513
En orden: AGI, GUATEMALA, 80, N.33; AGI, GUATEMALA, 82, N.12; AGI, GUATEMALA, 81, N.13.
514
AGI, GUATEMALA, 85, N.36.
515
Vale la pena comparar las dinámicas de ventas de oficios entre instituciones. En la actualidad, se cuenta con el
trabajo de Stephen Webre respecto al ayuntamiento de Santiago de Guatemala. Véase Webre, “The Social and
Economic Bases”, pp. 52-74.
136
Figura 3.5 Valor promedio de procuradurías y receptorías por décadas (en tostones)
Fuente: elaboración propia con base en AGI, GUATEMALA, Expedientes: Confirmaciones de
oficio, 78-95.
137
Figura 3.6 Valor de las escribanías de cámara en los siglos XVI y XVII (en tostones)
Fuente: elaboración propia con base en AGI, GUATEMALA, Expedientes: Confirmaciones de
oficio, 78-95.
138
Por otra parte, vale la pena mencionar que la participación en estas dinámicas no eran exclusivas
de quienes ejercían el oficio, pues no era raro que mujeres se involucraran, de forma pasiva o
activa, en el traspaso de los oficios o, en última instancia, en la administración de los mismos
como parte del legado después de la muerte de los oficiales. Así, puede verse a varias esposas o
hijas como mediadoras en las renuncias y remates, a partir del manejo de papeles y caudales.
Por ejemplo, en 1663, doña Josepha de la Cerda, vecina y viuda de Francisco de Castro
Melendez, procurador que había sido de la Real Audiencia de Guatemala, fungía también como
albacea y tenedora de los bienes. La mujer de Castro mostró al fiscal la renunciación que su
difunto marido había hecho del oficio en Joseph de la Torre, Juan Francisco Maldonado,
Bernabé Rogel, Francisco Rodríguez, Miguel de Cuellar y Luis de León, dando cuenta de su
papel como mediadora en el manejo de información y papeles..516
En otro sentido, el caso de Francisca de Céspedes muestra cómo se podía asegurar la tenencia
de un oficio dentro del ámbito familiar por medio del matrimonio. Esto debido a que su padre,
Gabriel Mirón, escribano receptor de la Audiencia, concertó en 1633 con Luis Martínez de
Guevara que, al casarse con Francisca, este obtendría por dote la mitad del valor del oficio de
escribano receptor, a partir de la renunciación que Mirón hiciera en él.517
Estas dinámicas de remates y renuncias dieron paso a la creación de redes y familias que se
dedicaron al ejercicio de los oficios de pluma, es decir, parentelas que, como parte de su
patrimonio, controlaban escribanías, procuradurías, etc. En este sentido, el parentesco no solo
fue importante para la sucesión de los oficios, sino que también sirvió para establecer vínculos
socio-profesionales que, en conjunto con las estrategias de alianzas matrimoniales, permitieron
la perpetuación de la familia en los puestos de auxilio a la justicia.518 En Santiago de Guatemala,
durante los siglos XVI y XVII, el apellido Escobar estuvo vinculado, por medio de dos familias,
a estas dinámicas.519
516
AGI, GUATEMALA, 89, N.22. La confirmación de oficio de Francisco de Castro en AGI, GUATEMALA, 83,
N.36.
517
AGCA, A1.20, leg. 1123, fol. 89. La mitad y no las dos terceras partes debido a que Mirón había obtenido el
oficio por remate y, por ende, en segunda vida Mirón debía enterar la mitad del valor a los oficiales reales.
518
Véase Gayol, Laberintos de justicia, pp.357-364.
519
Como se adelantó anteriormente, en Luján, Los escribanos, pp. 137-144 se ha tratado el tema; sin embargo, en
ese trabajo se ha asumido que se trataba de una familia, cuando, en realidad, eran dos grupos familiares distintos
139
Una de las familias de pluma tuvo inicio con Juan de Escobar, quien se desempeñó como
canciller en la Real Audiencia de Guatemala desde, aproximadamente, 1580. En esa misma
década ejerció como alcalde mayor y, anteriormente, tuvo a su cargo los puestos de almojarife
y tesorero.520 Escobar se casó con Isabel Fernández y, junto a ella, según la información hecha
a su nieto, Andrés de Escobar, fueron “antiguos pobladores de esta ciudad [de Santiago] y
provincias y en ellas tuvieron sus casas y haciendas pobladas, como personas honradas, nobles
y principales”.521 Juan tuvo, entre sus hijos a Francisco de Escobar y Diego de Escobar. El
primero de ellos obtuvo la confirmación de oficio de procurador del número en 1587, que logró
por remate con el valor de 750 pesos de oro de minas.522 Diez años más tarde, en 1597, recibió
confirmación de escribano de cámara y gobernación por el remate del oficio, que adquirió en
22.700 tostones.523
El otro hijo de Juan de Escobar, Diego, se casó con Inés de la Paz, quien, a su vez, era hija de
Andrés Fernández, conquistador en Costa Rica, y María de la Paz. Inés era hermana de Andrés
Fernández de la Paz, dedicado a la producción de añil.524 Tuvieron como hijo a Diego de Escobar
y Andrés de Escobar, quienes se desempeñaron como escribanos. Sin embargo, la renuncia del
oficio de su tío, Francisco de Escobar, recayó en Andrés, mientras que Diego únicamente ejerció
como oficial en la secretaría de cámara. La razón por la que Andrés obtuvo el oficio fue por
haberlo comprado por el valor total, pagando dos terceras partes que le correspondían a Ana
Carlos, viuda de Francisco, y una tercera parte al fisco. Entre el pago dado a la viuda se incluyó
la casa que era de la difunta Inés de la Paz, madre de Andrés.525 De tal cuenta, este recibió su
confirmación en 1629.526
con dinámicas diferenciadas. Hasta el momento, no se cuenta con evidencia suficiente para establecer un vínculo
directo entre los dos oficiales fundadores de sus respectivas familias de pluma.
520
AGI, GUATEMALA, 121, N.18.
521
AGI, GUATEMALA, 121, N.18.
522
AGI, GUATEMALA, 79, N.12.
523
AGI, GUATEMALA, 79, N.56.
524
AGI, GUATEMALA, 121, N.18; AGCA, A1.20, leg.592, fol.25.
525
AGCA, A1.20, leg. 813, fol. 71; AGCA, A1.20, leg. 588, fol. 68. En sus últimos días de vida, Francisco de
Escobar renunció su oficio en Juan Bautista Bartolomé, pero, debido a que no vivió los suficientes días establecidos
para las renuncias legítimas, no se asumió como válida. Véase AGI, GUATEMALA, 83, N.51. Ana Carlos era hija
de Andrés López y Ana Carlos, vecinos del Corral de Almaguer, en el arzobispado de Toledo y había tenido sus
primeras nupcias con Francisco de Escobar. Después de la muerte de este, casó con Francisco de Fuentes y Guzmán
Véase AGCA, A1.20, leg. 588, fol. 68.
526
AGI, GUATEMALA, 83, N.51.
140
Andrés de Escobar se casó con Francisca de Villagrán, hija de Juan González Donis y María de
Mazariegos y Villagrán, hermana de Melchor González Donis, Mateo González Donis y María
de Villagrán, esposa del correo mayor Pedro Crespo Suárez.527 De ese matrimonio surgió Diego
de Escobar, quien recibió confirmación del oficio de escribano de cámara y gobernación en
1648. No obstante, el hermano de su padre, Diego, ejerció como oficial mientras este alcanzaba
la mayoría de edad requerida.528 Finalmente, este renunció su oficio en su hijo Miguel de
Escobar, que nació de su unión con María Garavito, obteniendo la confirmación en 1680.529
Por su parte, los otros Escobar tuvieron un inicio más temprano como escribanos de cámara,
aunque el árbol genealógico no se extendió de igual manera, en línea directa, como sucedió con
los primeros. Tuvo su inicio con Pablo de Escobar, quien obtuvo el oficio por renuncia que hizo
en él Diego de Robledo.530 Pablo se casó con Ana de Rodas, hija de Andrés de Rodas,
conquistador de la provincia de Chiapa, y, de ese matrimonio, nació García de Escobar, quien,
a su vez, se casó con Francisca de Estrada y Medinilla, hija de Gaspar Arias Hurtado y Ana
Torres de Medinilla.531 García de Escobar recibió confirmación de su oficio en 1604 por
renuncia de su padre, enterando la tercera parte de 16.000 tostones, no sin antes la protesta del
fiscal sobre la averiguación del verdadero valor de dicho oficio.532
Del matrimonio de García de Escobar con Francisca de Estrada nació Cristóbal de Escobar
Estrada y Medinilla, quien nació en 1593. A su hermano, Antonio de Escobar, se le hizo una
información, por medio de la cual se puede conocer más de los antecesores. De esta forma,
Antonio explicaba en una relación que su madre, Francisca, también era descendiente de Gaspar
Arias Dávila, conquistador en Nueva España y, para agregar mayor legitimidad, establecía una
conexión, en línea directa, con el ballestero mayor en el sitio de Algeciras (siglo XIV), Pedro
Martínez de Medinilla.533 Cristóbal era también hermano de don Gaspar Arias Hurtado y
Estrada, cura de Masaya y provisor y vicario general del Obispado de León.534 Se casó con doña
527
AGCA, A1.20, leg.810, fol. 339.
528
AGI, GUATEMALA, 87, N.7.
529
AGI, GUATEMALA, 93, N.6.
530
AGI, GUATEMALA, 80, N.9.
531
AGCA, A1.20, leg.685, fol. 336.
532
AGI, GUATEMALA, 80, N.9.
533
AGI, GUATEMALA, 119, N.3.
534
AGCA, A1.20, leg. 685, fol. 336.
141
Ana Dubois y Salazar quien, en segundas nupcias, contrajo matrimonio con el escribano de
cabildo y alcalde mayor de San Salvador y San Miguel, Juan Martínez Téllez.535
La perpetuación familiar en línea directa terminó con Cristóbal de Escobar Estrada y Medinilla;
sin embargo, su renuncia en Juan Martínez Ferrera, en 1632, dio paso a una dinámica familiar
notablemente diferente, pero familiar a fin de cuentas, para la consecuente sucesión del oficio.
Escobar Estrada y Medinilla renunció primero en Martínez Ferrera el 23 de junio de 1632 y,
después, en julio de ese año; sin embargo, también lo hizo en agosto y septiembre en Alonso
Álvarez de Vega, pese a que la segunda renuncia la hizo pocos días antes de morir, por lo que
era inválida. Aun así, Álvarez de Vega, quien era parte de la élite de Santiago, ejerció por algún
tiempo el oficio.536 Pese a ello, y tras la disputa entre Martínez Ferrera y Álvarez de Vega, se
resolvió que el ejercicio del oficio recayera en el primero, obteniendo plena confirmación en
1641, después de enterar los 40.000 tostones del valor del oficio.537
Ferrera había ejercido como procurador del número desde 1624.538 Además, se casó con María
de Castro, con quien concibió a Antonio Martínez Ferrera y a María Martínez Ferrera. El
primero recibió, de su padre, el oficio de escribano de cámara en 1656. Sin embargo, este, al no
dejar descendencia sobre quien traspasar el oficio, lo renunció en Lorenzo de Montufar, esposo
de su sobrina Agustina Bernal del Caño, quien era hija de María Martínez y el gobernador Juan
Bernal del Caño. Montufar, quien era hijo de Sebastián de Montufar y Juana Enríquez de
Villacorta, vecinos de Madrid, recibió la confirmación de su oficio en 1672.539 Este escribano
de cámara, durante los años analizados, se involucró activamente en el comercio y el crédito de
la ciudad de Santiago.540
535
AGCA, A1.20, leg.686, fol. 260. Ana Dubois y Salazar fue hija de Alonso Álvarez de Santizo y Magdalena
Dubois y Salazar. Murió en 1632 sin dejar sucesión en el matrimonio. Por su parte, Cristóbal de Escobar tuvo, fuera
del matrimonio, a Antonio de Escobar Estrada Medinilla, tesorero de la Santa Cruzada en Suchitepéquez y
administrador del convento de la Inmaculada Concepción. Este se casó con María de Medinilla, su pariente, hija
de Juan de Estrada Medinilla e Inés de Mazariegos. Véase AGCA, A1.20, leg. 75, fol. 53.
536
Era, además, miembro del cabildo de Santiago y hermano del prebendado y provisor y vicario general del
obispado, Antonio Álvarez de Vega.
537
AGI, GUATEMALA, 85, N.36.
538
AGI, GUATEMALA, 83, N.13.
539
AGI, GUATEMALA, 91, N.5.
540
Véase AGCA A1.20, legs. 628-650; 448-465 y 1331-1339. Especialmente, sus actividades pueden encontrarse
con mayor auge en AGCA, A1.20, leg. 604-610.
142
Figura 3.7 Familia de pluma iniciada por Francisco de Escobar.
143
Figura 3.8 Familia de pluma iniciada por Pablo de Escobar.
144
Figura 3.9 Familia de pluma iniciada por Juan Martínez Ferrera.
145
D. Mecanismos de información y control
La distancia fue, sin duda, un elemento a vencer en el gobierno de las Indias y la observancia de
la correcta administración de justicia. Los miles de kilómetros que separaron los territorios
indianos de la metrópoli, sin duda, presentaron el desafío de hacer más difícil la circulación de
información, cuyas vicisitudes, cuando no pudieron ser superadas mediante la movilidad,
tuvieron que ser contenidas por el flujo de correspondencia que se mantuvo entre la metrópoli y
los territorios indianos. Así, en el caso de las Audiencias, la correspondencia oficial fue un
mecanismo que, aunque más escaso que las informaciones privadas, comerciales o religiosas,
fueron fundamentales en el sostenimiento de una comunicación política, vital para el gobierno
del Nuevo Mundo.541
Además, este medio de comunicación tuvo bastante relación con la legislación emitida
directamente para la Audiencia, de modo que, al solicitarse una información, además de la
establecida por las Ordenanzas de 1568,543 las cartas enviadas por los ministros reales fueron el
541
Estos aspectos están basados, principalmente, en Guillaume Gaudin, “Las cartas de la primera audiencia de
Manila (1584-1590). Comunicación, “fricción” y retos de poder en los confines del imperio español”, en Michel
Bertrand, Francisco Andújar y Thomas Glesener (eds.), Gobernar y reformar la monarquía: los agentes políticos
y administrativos en España y América (siglos XVI-XIX). Valencia: Albatros, 2017, p. 135-150. La relación
intrínseca entre la legislación y las peticiones, a menudo encontradas en la correspondencia, puede verse en Masters,
“A thousand Invisible Architects”, passim.
542
El corpus puede encontrarse en AGI, GUATEMALA, Consejo: Cartas y expedientes de presidentes y oidores.
Esta gran cantidad de documentos constituye una fuente valiosa para comprender de mejor manera la
administración, en un sentido bastante amplio, de la Audiencia de Guatemala, tanto en su calidad de tribunal, así
como de institución encargada del gobierno de los vasallos y el resguardo de los intereses del rey. Cabe recalcar
que esta masa documental continúa inédita, a la espera de un análisis más profundo.
543
La ordenanza XXXVIII estableció: “yten mandamos que nuestro presidente de la nuestra audiencia envíe cada
un año al nuestro consejo de las indias larga y particular relación firmada de su nombre, qué salarios, ayudas de
costa, entretenimientos y quitaciones se pagan en aquella tierra en nuestra Real Caja, a cualquier persona y cuanto
a cada uno y por qué razón y qué corregimientos hay, y poniendo en ella a quién se da por cédula nuestra y a quién
146
medio por excelencia para la comunicación de la misma. Algunas reales cédulas enfatizaron en
que la Audiencia, y particularmente los presidentes de la misma, informaran sobre el número de
integrantes del tribunal, las jurisdicciones, así como de la idoneidad de los ministros para ser
promovidos.544 Esta información debió ser gestionada a través de la correspondencia.
La correspondencia también fue un mecanismo que, pese a lo dilatado del proceso de envío y
recepción, alivió problemas que se presentaron en el ínterin de la presencia de los magistrados
en determinada Audiencia. Por ejemplo, en 1642, huyendo de la ciudad de México, apareció, en
Santiago, Francisco Romero Baltodano, quien tuvo varios problemas con algunas instituciones
religiosas, así como con dignidades como el obispo y el presidente de la Audiencia de
Guatemala, el Marqués de Lorenzana. Ante ello, Baltodano imprimió un libelo infamatorio que
intituló “Memorial a su majestad”, injuriando al presidente, oidores e, incluso, “a la mayor
nobleza de los naturales de estas provincias”. Como respuesta al agravio, la Audiencia presentó
en 1643, junto al procurador Francisco de Castro, un memorial de descargo en el que se enfatizó
la correcta administración de justicia y las falsedades del mencionado memorial. 545
Posteriormente, a través de una Real Cédula de 8-IX-1643, se informó a los ministros de la
Audiencia que la relación había sido recibida y, junto con ella, también se descartaron las
injurias que Francisco Romero Baltodano hizo.546 Tómese en cuenta, también, habían
descartado este caso es relevante en tanto permite establecer un margen temporal entre el envío
de la correspondencia y la recepción. La carta de la Audiencia fue fechada en 25 de febrero de
1643 y la Real Cédula fue emitida el 8 de septiembre del mismo año. Es decir, un arco temporal
de casi 7 meses.547
por orden del dicho nuestro presidente y audiencia, y por qué razón y las calidades y méritos de cada persona y qué
tanto a cada uno lo lleva y qué tanto tiene de salario cada corregimiento y qué personas están proveídas en ellos,
qué calidades tiene, en qué se han servido y qué tanto tiempo ha[ce] que están proveídos de los dichos oficios y lo
mismo haga nuestro procurador fiscal y los nuestros oficiales de la hacienda”. AGCA, A1.23, leg. 1512,
Ordenanzas, XXXVIII.
544
AGCA, A1.23, leg. 1515, fol. 30.
545
AGI, GUATEMALA, 16, R.4, N.21.
546
AGCA, A1.23, leg. 1517, fol. 44.
547
La lenta circulación de papeles afectó directamente a la administración de justicia, especialmente en cuanto a
los juicios que precisaron la vista del Consejo de Indias. Por ejemplo, Francisca de Acevedo y Vega, esposa del
oidor Benito de Novoa buscaba la nulidad de su matrimonio y la restitución de su dote. Los autos se enviaron en
1663 a Madrid y solo se feneció la causa en 1676, es decir, 13 años después. Véase AGI, ESCRIBANÍA, 335B. En
especial, los casos en los que se disputaba la posesión de un oficio, a pedimento del fiscal, usualmente tomaban
más de un año en ser concluidos en tanto se necesitaba que fueran vistos por el Consejo de Indias.
147
Figura 3.10 Correspondencia de la Audiencia de Guatemala por décadas, siglos XVI-XVII
Fuente: AGI, GUATEMALA, Consejo: Cartas y expedientes de presidentes, oidores y
fiscales.
148
Por su parte, debido a varios factores relativos al gobierno de las Indias -la lista también fue
encabezaba por la distancia-, el control sobre las Audiencias no siempre fue un aspecto apto
para solucionarse por medio de la correspondencia y el flujo de legislación emitida desde la
metrópoli. Tal y como sucedió con los demás tribunales de alzada indianos, las residencias,
pesquisas y visitas se convirtieron en “mecanismos” de información, control e, incluso, remedio
de las necesidades que se presentaron en las instituciones.548
Estos procesos administrativos no solo implicaron a las Audiencias como sujetas al control por
medio del escrutinio de sus ministros, sino que también las involucró a través de la delegación
especial de jurisdicción, por vía de comisión, para extender estos mecanismos a las
jurisdicciones locales, como lo fueron las alcaldías mayores y corregimientos, entre otras. Esto
especialmente al referirse a las residencias que, aunque con jurisdicción delegada, requirieron
siempre la vista de la sentencia por parte de un tribunal superior, como lo fue la Audiencia o, en
el caso de las que eran tomadas a magistrados de las mismas, por parte del Consejo de Indias.
Como indica Tamar Herzog, no fueron únicamente instrumentos de control, sino también “ritos
de purificación”, cuyo ejercicio permitió la creación de un espacio jurisdiccional con personas
y territorios incluidos.549
En este sentido, ya en la baja Edad Media, los controles sobre los oficios delegados eran sujetos
a la supervisión por parte del monarca, debido a la preminencia que este obtenía conforme las
décadas transcurrieron.550 Esto fue posible a través de instrumentos que le permitieron conocer
548
Sobre estos mecanismos de control hay abundante historiografía y, actualmente, sigue discutiéndose sobre la
naturaleza, los contextos, las precauciones y las consecuencias del estudio de los mismos. Véase, por citar algunos
trabajos: Phelan, The Kingdom of Quito, p. 215-337; Tamar Herzog, Ritos de control, prácticas de negociación:
pesquisas, visitas y residencias y las relaciones entre Quito y Madrid (1650-1750). Madrid: 2000; Christoph
Rosenmüller, “El grave delito de… corrupción: la visita de la Audiencia de México (1715-1727) y las repercusiones
internas de Utrecht de 1713”, en Iván Escamilla González, et. al. (coords.), Resonancias imperiales. América y el
Tratado de Utrecht de 1713. México: Instituto de Investigaciones Mora/UNAM, 2016, pp. 79-118; Francisco
Andújar Castillo, Antonio Feros y Pilar Ponce Leiva, “Corrupción y mecanismos de control en la Monarquía
Hispánica: una revisión crítica”, Tiempos Modernos. Revista de Historia Moderna, Vol. 8, No. 35 (2017), pp. 284-
311. Resalta en estos trabajos el énfasis puesto en la corrupción como práctica en la Monarquía Hispánica. Para
una ampliación sobre el tema, con profundas reflexiones jurídicas en torno a la administración de justicia en la
época, véase el reciente trabajo de Garriga, “Crimen corruptionis. Justicia y corrupción”, pp. 21-48. Para un análisis
en términos amplios de la corrupción en el plano administrativo, así como en el socioeconómico: Michel Bertrand,
“Viejas preguntas, nuevos enfoques: la corrupción en la administración colonial española”, en Francisco Andújar
Castillo y María del Mar Felices de la Fuente (eds.), El poder del dinero. Ventas de cargos y honores en el Antiguo
Régimen. Madrid: Biblioteca Nueva, 2011, pp. 46-62
549
Herzog, Ritos de control, p. 15.
550
María José Collantes de Terán de la Hera, “El juicio de residencia en Castilla a través de la doctrina jurídica de
la Edad Moderna”, Historia. Instituciones. Documentos, 25 (1998), p. 153.
149
al rey, al finalizar el ejercicio de un cargo (post officio dimisso) o en el uso del mismo en
determinado momento (constante officio), el desempeño de sus oficiales.551 Estos mecanismos,
ordinarios o especiales, en las Indias, fueron dotados de un contenido relativo a lo que se
consideraba bueno y malo dentro de la administración y, por otro lado, no fueron pocas las
ocasiones en que se aprovecharon como fuertes herramientas de contienda política.552
551
José María Vallejo García-Hevia, Juicio a un conquistador. Pedro de Alvarado. Su proceso de residencia en
Guatemala (1536-1538), Tomo I. Madrid: Marcial Pons, 2008, pp. 69-70.
552
Andújar, Feros y Ponce, “Corrupción y mecanismos”, pp. 296-297. El segundo aspecto, además, debe
considerarse seriamente en el estudio de estas fuentes, ya que tanto las visitas, pesquisas o residencias se
encontraban a merced del juez encargado de llevarlo a cabo y, además, de los testimonios presentados. Véase
Herzog, Ritos de control, passim; más recientemente Tamar Herzog, “En torno a las relaciones sociales: nosotros
y ellos. Un análisis a partir de los procesos incoados al presidente de la Audiencia de Quito a mediados del siglo
XVIII”, en Caselli (coord.), Justicias, agentes y jurisdicciones, pp. 59-78.
553
Collantes de Terán, “El juicio de residencia en Castilla”, pp. 152-153.
554
Vallejo García-Hevia, Juicio a un conquistador, p. 92.
555
Andújar, Feros y Ponce, “Corrupción y mecanismos”, p. 297.
150
y de su vientre se las sacará Dios; porque el que administra bien, es reputado como el
Señor; y el que mal, como el robador.556
El juicio de residencia contaba con dos partes: una secreta y otra pública. En la primera, se daba
paso a una investigación para conocer la conducta del residenciado en el tiempo de ejercicio del
cargo, mientras que en la fase pública se tomaba el testimonio de quejas, denuncias y agravios
que se hubieran cometido por parte del que estaba sujeto a escrutinio en detrimento de un tercero.
Este, a su vez, presentaba una fianza que pudiera garantizar el pago de cualquier pena pecuniaria
que resultara del proceso. Finalmente, el juez daba cuenta de los cargos y, con ellos, el agente
podía presentar sus descargos con pruebas para que quien residenciaba pudiera emitir la
sentencia y esta pudiera ser conocida, en grado de apelación –de haber-, ante el Consejo de
Indias.557
En la Audiencia de Guatemala fue común que aquel destinado a suceder determinado cargo
tomara el juicio de residencia, al menos para los puestos de presidente y oidores. Pese a ello,
esta práctica fue ampliamente criticada y, ya para inicios del siglo XVII, una Real Cédula de
14-V-1618 estableció que el sistema de que el sucesor residenciara al agente anterior cambiara,
diversificando a los jueces de residencia, aunque los magistrados fueron, a menudo, quienes
continuaron residenciando a los demás miembros del tribunal.558 Por otro lado, un aspecto
propio de la Audiencia fue la facultad dada a los magistrados para elegir el encargado de
residenciar a quien ejerciera el cargo de fiscal.559
Las facultades dadas a los jueces de residencia eran temporales, y se atenían a una serie de
limitaciones, como las condenaciones y el valor de las mismas. En 1587, por ejemplo, el
licenciado Pedro Mallén de Rueda, quien había sido oidor en la Chancillería de Granada y
posteriormente Presidente en la Audiencia de Guatemala, fue facultado para realizar una visita
y entablar un juicio de residencia a los oidores, fiscal y demás ministros subalternos del tribunal
de alzada. En la Real Cédula que lo facultaba, se le mandaba que conociera de demandas
públicas que se pusieran contra los ministros; sin embargo, las condenaciones que hiciera no
podrían sobrepasar los 500 pesos de oro de minas.560
556
Bobadilla, Política para corregidores, pp. 486-488.
557
Andújar, Feros y Ponce, “Corrupción y mecanismos”, p. 298-299.
558
AGCA, A1.23, leg. 4576, fol. 19; Phelan, The Kingdom of Quito, p. 216.
559
AGCA, A1.23, leg. 4576, fol. 43.
560
AGCA, A1.23, leg. 1513, fol. 682.
151
Desde luego, las penas fueron comunes en estos procesos. Estas fueron desde las pecuniarias o,
por otro lado, sanciones que pudieron afectar, aunque de forma relativa, en el cursus honorum
de los ministros reales. Por ejemplo, la retención del salario del licenciado Jerónimo de Vega,
oidor de la Audiencia de Guatemala, fue un ejemplo de las consecuencias que una sentencia
pecuniaria tenía.561 También puede verse el caso de Antonio González, quien, en 1575 fue
condenado, tras ser residenciado por Pedro de Villalobos, a pagar 2.368 ducados, por lo que
había resultado de varios excesos: protección, en contra del bien público, de sus deudos, haber
permitido a varios encomenderos a residir en encomiendas de indios, omisiones a la justicia,
entre otras cosas. Adicionalmente, se le privó de todo oficio de justicia indiano, por lo que
regresó a su plaza de oidor en Granada.562
En otros casos, aunque la pena fuera impuesta, no siempre recayó sobre el residenciado. Tal fue
la cuestión con los oidores de la Audiencia y los oficiales reales que le dieron al licenciado
Diego Gómez Cornejo, oidor, 7732 tostones y 2 reales en concepto de ayuda de costa por ejercer
como juez de visita del Valle de Guatemala, siendo doscientos mil maravedíes anuales los
indicados.563 De esta forma, fueron los magistrados y oficiales quienes resultaron culpables de
ello.
Sin embargo, estos aspectos fueron, a menudo, potencialmente revocables por la vista y revista
de las sentencias o, en otros casos, por decisiones tomadas en la metrópoli para cada caso en
particular. Por ejemplo, en 1685 fue restablecido el oidor doctor Jacinto Roldán de la Cueva en
la Audiencia de Guatemala, después de haber pasado, aproximadamente, siete años en la
Audiencia de Panamá en calidad de “oidor en depósito”, tras haber sido residenciado. 564 En otro
sentido, el caso del licenciado don Sebastián Caballero de Medina, quien fue promovido de la
Audiencia de Manila a la de Guatemala, muestra la efectividad de los autos de vista y revista en
561
AGCA, A1.23, leg. 1522, fol. 56.
562
AGCA, A1.23, leg. 1512, fol. 417, 461, 464, 465, 467
563
AGCA, A1.23, leg. 1515, fol. 86. La Real Cédula sobre la asignación de lo percibido anualmente en AGCA,
A1.23, leg. 1512, fol. 344.
564
AGCA, A1.23, leg. 4589, fol. 258. Para la figura del ministro “en depósito”, véase Barrientos Grandón, Guía
prosopográfica, pp. 17-18; Herzog, Ritos de control, pp. 148-154. El hecho no afectó del todo a Roldán de la Cueva,
pues en 1687 fue designado a la Audiencia de México como alcalde del crimen. Aunque no asumió debido a su
muerte, alcanzó el punto máximo de su carrera en el circuito indiano después de haber sido residenciado en
Guatemala. Para una ampliación, véase Anexo 2.
152
el Consejo de Indias pues, aunque fue condenado con 300 pesos en su juicio de residencia en
Filipinas, en Madrid fue declarado, hacia 1663, como “bueno, recto y limpio juez”.565
También resalta que, pese a la seriedad de los asuntos en los que se condenaban a los ministros
residenciados, a largo plazo no se puede hablar de que estos afectaran fuertemente en el cursus
honorum. De hecho, las prácticas cometidas parecían bastante comunes, en perjuicio,
usualmente, de la población india, que las sanciones pecuniarias y que ponían en receso la
carrera particular, parecían ser suficientes para limitarlas, aunque esto solo fuera de forma
virtual. En buena medida, las relaciones sociales de los ministros valían lo suficiente como para
contrarrestar las medidas. De esta forma, siguiendo con el caso del doctor Antonio González,
puede verse cómo, pese a que fue inhabilitado perpetuamente a los oficios de justicia indianos,
tras casi diez años de permanecer en la Chancillería de Granada, se le fue nombrado como
ministro en el Consejo de Indias. Esto pudo deberse a su relación con el secretario de Felipe II,
Antonio Pérez.566
La visita, por otro lado, continuando con la definición de Vallejo, fue “un instrumento de
inspección de la labor de ciertos órganos administrativos, caracterizado, procedimentalmente,
por las notas de extraordinario, inquisitivo, secreto y antiformal, sustentado por delegados regios
en dos fases (instructora y contradictoria) y, resuelto por el monarca en última instancia […]”.567
Por tanto, con carácter general y pesquisidor, este mecanismo fue encaminado, especialmente,
a la reforma de ciertas jurisdicciones, “ordenada y determinada por el rey”.568
Las visitas tuvieron dos variantes, a saber, de carácter general o particular. Siendo las primeras
más escasas y con un criterio que abarcara toda la institución, las segundas tuvieron mayor
aplicación y su carácter fue secreto y generadas por una denuncia particular, lo que no implica
que las denominadas generales hayan carecido de un impulso relacionado con vejámenes o
agravios. De tal cuenta, fueron, al igual que las residencias y pesquisas, en doble vía: por un
lado, las visitas enviadas a investigar a los ministros de las Audiencias y, por el otro lado,
565
AGI, GUATEMALA, 21, R.2, N. 30.
566
AGI, INDIFERENTE, 426, L. 26, fol. 21 y 327; AGI, INDIFERENTE, 738, N. 247; Vallejo García-Hevia, “La
Audiencia de Guatemala y sus Consejeros de Indias”, pp. 506-507.
567
Vallejo García-Hevia, Juicio a un conquistador, p. 92.
568
Vallejo García-Hevia, Juicio a un conquistador, p. 96.
153
aquellas en las que los magistrados de las mismas se encargaban de comisionar dentro de su
jurisdicción para remediar irregularidades en la administración.569
El carácter particular de las visitas generales consistió en que, además de proponer la imposición
de penas a los ministros que fueran hallados culpables en los cargos, también fueron capaces de
reestablecer el orden institucional y retornar, en cierta medida, al cumplimiento del Derecho a
partir de la creación de reglamentos y la motivación a acatar los ya existentes.570 Respondieron
a un espíritu reformista dentro de la corte de Felipe IV, animado, mayoritariamente, por el Conde
Duque de Olivares, el valido del monarca. Esto con la intención de fortalecer las instituciones
indianas para que estas pudieran tener mayor relevancia en la monarquía y, así, aliviar la difícil
situación financiera.571
Fue en este contexto que se enviaron, primeramente, cuatro visitas a las Audiencias de Nueva
Granada, Charcas, Quito y Lima, pertenecientes al virreinato del Perú. Mientras tanto, años más
tarde, en 1624, fue ordenada la visita general a Nueva España, a cargo del marqués de Gálvez
y, más de diez años después, fue repetido lo propio a cargo de Juan de Palafox, con la intención
de retornar el orden al virreinato.572
569
Andújar, Feros y Ponce, “Corrupción y mecanismos”, pp. 299-300. Para las visitas comisionadas a los oidores
de la Audiencia de Guatemala dentro de su jurisdicción, véase AGCA, A1.23, leg. 1513, fol. 490; AGCA, A1.23,
leg. 1513, fol. 524.
570
Herzog, Ritos de control, p. 53.
571
Andújar, Feros y Ponce, “Corrupción y mecanismos”, pp. 300-301. Una discusión más amplia, enfocada en la
visita general propuesta a las Audiencias del Virreinato del Perú, con especial énfasis en la de Quito, puede verse
en Phelan, The Kingdom of Quito, pp. 215-239. John Leddy Phelan le dedicó la tercera parte de esta obra a la visita
general, iniciada en 1624, al distrito del tribunal quiteño.
572
Andújar, Feros y Ponce, “Corrupción y mecanismos”, p. 301.
573
AHN, DIVERSOS-COLECCIONES, 33, N.21, 22 y 24.
154
de Santiago de los Caballeros de Guatemala […]”.574 Ante ello, los ministros del tribunal fueron
advertidos que recibieran al visitador sin perjuicio de su comisión, permitiéndole el acceso a los
libros del acuerdo y en lo que necesitara.575
La pesquisa, en otro sentido, tuvo un carácter bastante parecido al de la visita. Sin embargo, fue
más limitada que aquella. Requirió, para su puesta en marcha, de una denuncia y, por otro lado,
estuvo ligada a procesos penales. Al respecto, existieron dos tipos: general y especial. La
primera fue utilizada para conocer el estado de la justicia de las provincias de la Monarquía,
especialmente en lo referente a delitos cometidos por los administradores y, finalmente, la
pesquisa especial funcionó a través de una denuncia o investigación de oficio para dirimir una
infracción específica, provocando, además, la suspensión del agente específico hasta que el
proceso fuera terminado.576 En este sentido, a diferencia de la residencia, este instrumento
estuvo encaminado a la investigación de hechos delictivos latentes, mientras que el juicio de
residencia fue un proceso administrativo meramente rutinario.577
574
AHN, DIVERSOS-COLECCIONES, 33, N.21.
575
AHN, DIVERSOS-COLECCIONES, 33, N.22.
576
Andújar, Feros y Ponce, “Corrupción y mecanismos”, pp. 301-302; Herzog, Ritos de control, p. 6.
577
Herzog, Ritos de control, p. 38.
578
AGCA, A1.23, leg. 4576, fol. 75.
579
Para las pesquisas enfocadas en justicias locales, véase AGCA, A1.23, leg. 1514, fol. 16; AGCA, A1.23, leg.
1523, fol. 44.
580
AGI, MÉXICO, 59, R.3, N.34.
155
En 1677 llegó a Santiago el licenciado Lope de Sierra Osorio, quien había sido oidor en México,
para fungir como presidente interino de la Audiencia de Guatemala, una vez que el general don
Fernando Francisco Escobedo dejó de serlo. En el ínterin se hizo una pesquisa relativa a varias
denuncias, de la cual el licenciado Sierra dio cuenta en 1680. En esta se encontraron
involucrados el presidente y capitán general Escobedo, los oidores, doctores don Benito de
Novoa Salgado, don Jerónimo de Vega y Viga y don Jacinto Roldán de la Cueva,581 los oficiales
reales de León, en la provincia de Nicaragua, Andrés Gil de Palacio y Juan Delgado y,
finalmente, el escribano Bernabé Rogel.582
La pesquisa realizada por Lope de Sierra encontró al presidente Escobedo relacionado con los
cargos de cohechos, empeños sobre elección de provincial de Santo Domingo y de alcaldes
ordinarios, venta de oficios, comercios, quema de pliegos escritos dirigidos a la metrópoli,
relevaciones contra reales cédulas, defraudación del producido de medio real para colaborar con
el castillo de Granada, contravención, sin súplica interpuesta, de órdenes del Consejo de Indias,
etc., sumando, en total treinta y tres cargos. Por su parte, los cargos del oidor Vega fueron:
cohechos, comercio, tercería en la venta de oficios, torpezas e indecencia en el proceder y mala
administración de la aduana; en otro sentido, los relativos a don Jacinto de Roldán fueron la
mala administración en el tiempo que fue juez de bienes de difuntos, complicidad en la quema
de pliegos, venta de oficios, usurpación del medio real e inducir testigos a firmar declaraciones
manipuladas.583
En su conocida obra, Juarros expuso los nombres y motivos de algunos visitadores entre los
siglos XVI y XVII, que asistieron a realizar pesquisas particulares. Cabe resaltar que, según se
desprende de esta información, la mayoría de ellos se dirigieron a visitar y hacer residencia a
ministros de la Real Audiencia, especialmente presidentes. Aunque, en algunos casos, las
diligencias eran realizadas para todo el tribunal colegiado.584 Dado que se ha encontrado
referencia a otros procesos puede decirse que el siguiente cuadro puede seguir ampliándose.
581
Véase el anexo 3 para conocer el cursus honorum de los implicados.
582
Sobre este último se sabe que estuvo involucrado, en 1699, en un juicio criminal seguido de oficio contra él, por
“algunas falsedades que se dice haber cometido en unos instrumentos otorgados ante el susodicho, y por haberse
hallado diferentes autos que ante él pasaron, en lo ejecutivo, civil y criminal, defectuosos […]”, entre otras cosas.
La sentencia de la Real Audiencia fue privarlo en perpetuidad del oficio de escribano, así como condenarlo a diez
años de destierro de Santiago y veinte leguas de su contorno. AGCA, A1.15, leg. 4116, exp. 32610.
583
AGI, GUATEMALA, 26, R.3, N.73.
584
Juarros, Compendio de la historia, tomo I, pp. 354-355.
156
Juez de
Fecha Residenciado/visita
residencia/visitador
Francisco de Orduña,
1529 Jorge de Alvarado
alcalde ordinario de México
Lic. Alonso de Maldonado,
1536 oidor de la Audiencia de Pedro de Alvarado
México
Residenciado: Presidente Juan Núñez de
Francisco de Briceño, oidor
1563 Landecho.
de la Audiencia de Santafé
Visita: Real Audiencia.
Francisco de Sandé, oidor
1592 Presidente Pedro Mayen de Rueda
de la Audiencia de México
Residenciado: Presidente Antonio Peraza de
Juan de Ibarra, oidor de la
1614 Ayala y Rojas, conde de la Gomera.
Audiencia de México
Visita: Real Audiencia.
Bartolomé González
1636 Soltero, inquisidor en Visita general a la Audiencia de Guatemala
México
Juan de Santo Matía
1670 Sánchez de Mañosca, Presidente Sebastián Álvarez
obispo de Guatemala
Lope de Sierra Osorio,
1678585 presidente de la Audiencia Presidente Fernando de Escobedo
de Guadalajara
Juan Miguel Augurto y
1682 Alaba, oidor de la Presidente Fernando Francisco de Escobedo
Audiencia de México
Fernando López Ursino y
1694 Orbaneja, oidor de la Presidente Jacinto de Barrios Leal
Audiencia de México
Francisco Gómez de la Presidente Gabriel Sánchez de Berrospe.
1700
Madrid, visitador586 Visita: Real Audiencia.
585
En AGI, GUATEMALA, 26, R.3, N.73 se menciona 1677 como el año en que se llevó a cabo la pesquisa.
586
En algunos casos se ha encontrado referenciado como “licenciado Tequeli”. Véase Juarros, Compendio de la
historia, tomo I, p. 265.
157
Presidente
Ministros con
Oidores
jurisdicción
Fiscal
Teniente de Gran
Canciller
Alguaciles
Real Audiencia de
Alguacil Mayor
Guatemala
Alcalde de cárcel
Tenientes
Escribanos de cámara
Oficiales mayores
Relator
Tasador y repartidor de
pleitos
Oficiales de la Real
Audiencia
Receptor y depositario
general [...] (1641)
Abogados
Procuradores
Receptores
Portero
Intérpretes
Figura 3.12 Esquema de organización de la Real Audiencia de Guatemala, siglos XVI y XVII.
158
Capítulo 4
La justicia eclesiástica en la Diócesis de Guatemala
A. La justicia eclesiástica: entre lo medieval y la reforma de las costumbres
En este sentido, con la recepción del ius commune en la Europa bajomedieval, se tuvo un sistema
novedoso en los tribunales eclesiásticos, haciendo uso del procedimiento romano-canónico.
Además, de forma paralela, con el incremento de la litigación, la jerarquía de la Iglesia se
convirtió en un conjunto de jueces y árbitros que vio sus tareas espirituales al lado de las materias
judiciales. Esto aplicó tanto a la figura del papa como a los obispos, particularmente. Debido a
ello, fue necesaria la búsqueda de métodos capaces de remediar la situación de competencia de
atribuciones.588
Los asuntos papales fueron los primeros en solucionarse a través de los sínodos y consistorios.
Por su parte, el sínodo papal, iniciando por la reorganización llevada a cabo por León IX (1049-
1054) en tanto convirtió a este cuerpo en uno capaz de legislar y administrar justicia de forma
periódica, permitió reorganizar la jurisdicción para la celeridad de las causas. Aunque esto ayudó
a reducir los problemas con la cantidad de casos acumulados, al final del siglo XI, los litigios se
convirtieron en un factor difícil de llevar, por lo que la decisión de Urbano II (1088-1099), de
tener asesores legales, logró la resolución de casos de forma consistente y expedita. Además, el
mismo pontífice también incluyó al colegio cardenalicio para tratar asuntos judiciales. Estos,
587
Antonio García y García, “Ecclesiastical Procedure in Medieval Spain”, en Wilfried Hartmann y Kenneth
Pennington (eds.), The History of Courts and Procedure in Medieval Canon Law. Washington: The Catholic
University of America Press, 2016, pp. 399-401.
588
Brundage, The Medieval Origins, p.127.
159
especialmente a partir del siglo XII, fueron a menudo personas instruidas en el Digesto y el
Decretum de Graciano.589
Consecuentemente, los casos vistos por los sumos pontífices aumentaron considerablemente en
los siglos posteriores, especialmente aquellos de primera instancia, debido a que su figura era la
de un juez capaz de conocer las causas de cualquier persona de la cristiandad (iudex ordinarius
omnium), por lo que fue forzosa la existencia de jueces delegados para reducir el número de
causas vistas por el pontífice. Estos representantes tuvieron plena vigencia hasta el siglo XIII,
cuando la administración papal empezó el proceso de desarrollar un sistema de cortes centrales
con jueces y profesionales del derecho. Al mismo tiempo, tanto obispos, arzobispos y otros
prelados de menor jerarquía tendieron a erigir tribunales permanentes para dirimir asuntos
judiciales a nivel local.590
El ordo iudiciarius, que sustituyó la tradición judicial de la Edad Media temprana, permitió
establecer un modelo legal de actuación en los tribunales eclesiásticos. De tal forma, este
proceso romano-canónico, esparcido por las decretales papales y otras formas de legislación
canónica, eliminó aspectos como la ordalía en tanto forma de prueba en un juicio, sustituyéndola
por el procedimiento que consistía en evocar al litigante y su derecho a testificar y presentar
evidencias ante el tribunal.591
En este sentido, la imposibilidad de que se conocieran todos los casos ante la curia romana, las
tareas del obispo, en el siglo XII, fueron entendidas a través de sus labores litúrgicas,
administrativas y judiciales, mediante la capacidad de intervenir y arbitrar en disputas de los
fieles cristianos. En teoría, los prelados debieron conocer de derecho y, en caso de presentarse
dificultades en ciertos casos, fueron facultados para pedir asesoría legal. Por otra parte, mediante
la delegación jurisdiccional, fueron capaces de remediar el incremento de negocios judiciales.
Como resultado, en algunas regiones, esta situación permitió el surgimiento de vicarios
generales desempeñando funciones jurídicas y administrativas. 592
589
Brundage, The Medieval Origins, pp. 128-135.
590
Brundage, The Medieval Origins, pp. 135-137.
591
Kenneth Pennington, “Due Process, Community, and the Prince in the Evolution of the Ordo Iudiciarius”,
Rivista Internazionale di Diritto Commune, 9 (1998), pp 11-13.
592
Brundage, The Medieval Origins, pp. 137-142.
160
En el caso de algunas diócesis de la Península ibérica, el vicario del prelado fue, según se extrae
del Sínodo de Jaca (1060), el arcediano, lo cual se mantuvo hasta el siglo XIV. Esto estuvo de
la mano con lo dispuesto en el IV Concilio de Letrán (1215-1216), bajo Inocencio III (1198-
1216), lo cual no implicó el descargo de toda la carga judicial de los obispos, limitando algunas
competencias a las cabezas de diócesis.593 De esta forma, también existió una profesionalización
de los oficiales de los tribunales diocesanos, sumado a que, durante el siglo XIII, la naturaleza
de la jurisdicción del obispo cambió, dando paso a que las apelaciones de las decisiones tomadas
por los vicarios generales, u oficiales que recibieron la jurisdicción delegada, no se orientaran
hacia el obispo, sino a una corte de alzada, como la del arzobispo o, en su defecto, a instancias
papales.594
De los siglos XII al XV, los tribunales eclesiásticos ibéricos estuvieron condicionados a la
normativa emergente relativa al ordo iudiciarium y a la implementación de la misma, que no
fue de forma automática. De este modo, fueron los sínodos los que le dieron forma a la actuación
judicial religiosa, por medio de la adjudicación de casos según la jurisdicción de los ministros
de la Iglesia, enfatizando en las causas que debía atender necesariamente el prelado, como los
casos criminales, matrimoniales, de beneficios eclesiásticos y de sumas cuantiosas, entre
otras.595
En el siglo XVI, no obstante, la tarea de disciplina a través de la vía judicial se volvió más
intensa, debido a lo dispuesto en los cánones tridentinos, que se orientaron a combatir las
desviaciones de los preceptos cristianos a través de la reforma de las costumbres en un plano
global. Esto último es lo que, con mucha probabilidad, fijó una línea divisoria de la actuación
eclesiástica entre la época medieval tardía y la moderna temprana. Para el caso indiano, y
particularmente novohispano, la situación fue más crítica, pues se necesitó de la presencia de
una jurisdicción ordinaria capaz de administrar las almas de una vasta población india,
considerada neófita, incluida dentro de la categoría de personae miserabilis.
593
José Antonio Pineda Alfonso, “El gobierno arzobispal de Sevilla en la Edad Moderna (siglos XVI-XVII)”. Tesis
de doctorado: Universidad de Sevilla, 2015, pp. 23-28.
594
Brundage, The Medieval Origins, p.143.
595
Estos aspectos eran los que conocía obligatoriamente el obispo a inicios del siglo XVI en las diócesis ibéricas,
mientras que los vicarios y otros jueces locales veían causas de injurias, de sumas no cuantiosas y, por otro lado,
recibían quejas y enviaban presuntos culpables al tribunal del obispo o vicario general. Véase García,
“Ecclesiastical Procedure”, pp. 401-403.
161
En efecto, las políticas adoptadas por la institución eclesiástica tuvieron traducciones legales
que conviene analizar en los siguientes apartados, con especial énfasis en la formación y
competencias de la Audiencia episcopal, sin dejar de lado a los otros foros de justicia
eclesiástica. Para ello, se propone, primero, hacer una breve relación de la situación eclesiástica
en el ámbito geográfico de la Diócesis de Guatemala, para luego discutir la definición de la
jurisdicción y las atribuciones de la Audiencia episcopal, junto a los aspectos que más resaltaron
en los nombramientos de ministros. Acto seguido se hará un balance de otros ámbitos de justicia
en la iurisdictio del obispado.
La erección de las diócesis, así como el ajuste de las mismas, respondió a dos factores que Juan
de Solórzano Pereira identificó con acierto en el siglo XVII: la distancia de los lugares que los
prelados administraban y la población que componía su jurisdicción.598 En este orden de ideas,
596
Sin embargo, esto no siempre fue posible, debido a la diversidad de intereses involucrados. Véase, para el caso
chiapaneco, Viqueira Albán, “Geografía religiosa”, p. 148.
597
En el siglo XVI fueron erigidas las diócesis de la Audiencia de Guatemala, con posteriores cambios en su
división territorial.
598
Solórzano Pereira, Política indiana, Libro IV, Capítulo V, p. 526.
162
al estar erigido el obispado, el proyecto episcopal no fue el único en juego, pues, paralelamente,
las órdenes religiosas también se involucraron en la división territorial. De ahí que el proceso
de división y organización, eminentemente jerárquico, comprendió vicarías y curatos, por la
parte secular, y vicarías y doctrinas que respondieron al tipo de clero regular. Este conjunto de
ministros fueron los que se encontraron al frente de la administración religiosa, construyendo,
así, una geografía eclesiástica heterogénea.599
En este proceso pueden distinguirse las fuerzas de las órdenes religiosas, a saber, franciscanos,
dominicos y mercedarios, esencialmente, y, por otro lado, del clero secular diocesano. De esa
forma, tal y como lo atestiguan las relaciones escritas por religiosos de las órdenes mendicantes
y los documentos administrativos del obispado, los cambios jurisdiccionales fueron constantes,
en atención a la adecuación a las condiciones propias del territorio diocesano. La diócesis fue,
así, el dispositivo compuesto de varias doctrinas y parroquias, como las unidades básicas a nivel
territorial.600
La Provincia del Santísimo Nombre de Jesús, fundada en 1565, tuvo a su cargo, desde el inicio,
varias localidades, siendo el obispo Francisco Marroquín el que confirmó a los frailes
franciscanos, en primera instancia, la administración de varios pueblos situados, principalmente,
en el Altiplano de la provincia.601 Con el tiempo, acrecentaron el número de poblados a su cargo
y, por ende, su influencia fue significativa en el proceso de equipamiento jurisdiccional del
territorio.
En una relación elaborada en 1689, y añadida al tomo cuarto de la Crónica de la Provincia del
Santísimo Nombre de Jesús de Guatemala, compuesta por fray Francisco Vázquez, se
contabilizaron 34 conventos franciscanos, de los cuales cuatro eran parte de las provincias de
Chiapas y Honduras. El principal convento dentro de la Provincia de Guatemala se encontraba
en la ciudad de Santiago de Guatemala. Como explicaba el informe, había 24 guardianías, que
incluían igual número de doctrinas, las cuales estaban cercanas al monasterio de Santiago, entre
el altiplano y la costa al oeste de la capital de la provincia. Adicionalmente, se contaban los
599
Situación que era común para las diócesis indianas. Véase Viqueira Albán, “Geografía religiosa”, passim.
600
Conde, “Historia de las instituciones eclesiásticas”, p. 68.
601
Francisco Vázquez, Crónica de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de Guatemala de la orden de N.
Seráfico Padre San Francisco en el Reino de la Nueva España, tomo I. Guatemala: Tipografía Nacional, 1938, pp.
128-129.
163
conventos de la Villa de Sonsonate, el de San Antonio de San Salvador, de San Miguel, de
Nuestra Señora de las Nieves de Amapal y, finalmente, el de San Andrés de Nacahome, al este
de la diócesis.602
La Orden de Predicadores, por su parte, se orientó hacia el norte y, de forma breve, hacia los
Cuchumatanes, iniciando su influencia en el territorio, con mayoría de población india, desde la
década de 1530. Conforme fue creciendo, tanto en miembros como en pueblos a su cargo,
también aumentaron los conventos. De esa forma, en 1551 se fundó la Provincia de San Vicente
y Chiapa y Guatemala, que tenía alrededor de 12 conventos en la segunda mitad del siglo XVI,
de los cuales cinco eran parte de la Provincia de Chiapas, siendo el fundado en Santiago de
Guatemala el principal.603 Hacia 1638, en la Diócesis de Guatemala se contaban cinco
conventos: el de Santiago de Guatemala, San Salvador, Verapaz, Sacapulas, Amatitlán y
Sonsonate.604
La orden mercedaria fue la que tuvo el crecimiento más lento y con menor expansión de los tres
grupos de religiosos regulares. Inició su esparcimiento en la Provincia de Guatemala hacia 1536,
con la fundación del convento en Santiago de Guatemala, que dio paso a la creación, en casi tres
décadas después, de la provincia mercedaria de “Nuestra Señora de la Presentación”.605 De esta
forma, hacia finales del siglo XVI, con una clara orientación hacia el occidente de la diócesis,
gracias a la cesión de ciertos territorios que habían estado en manos dominicas, contaban con
seis conventos en Guatemala, que se sumaban a los cuatro que se repartían entre Honduras,
Nicaragua y Chiapas. Hacia la década de 1620 fundaron conventos en Sonsonate, San Miguel y
San Salvador.606
El clero secular tuvo momentos difíciles durante el siglo XVI, pues su consolidación fue de la
mano con la fijación de la potestad episcopal en la provincia. Como se ha establecido con
anterioridad en el capítulo 2, la división interna de la diócesis, en el territorio administrado por
el clero diocesano, se dividió en vicarías territoriales que, para la segunda mitad del siglo XVII,
602
Vázquez, Crónica de la Provincia., tomo IV, pp.33-67.
603
Jesús María García Añoveros, “La Iglesia en el Reino de Guatemala, pp. 166-167.
604
Van Oss, Catholic Colonialism, pp. 57-58.
605
José Zaporta Pallares, O. de M., “Estudio preliminar”, en Capítulos provinciales de la Orden de la Merced en
el Reino de Guatemala (1650-1754). Guatemala: Academia de Geografía e Historia, 2014, pp. XIII-XIV.
606
García Añoveros, “La Iglesia en el Reino de Guatemala”, p. 167.
164
eran: San Miguel, San Salvador, Guazacapán, Chiquimula de la Sierra, Sonsonate, San Antonio
Suchitepéquez, Acasaguastlán y Zapotitlán.607
Durante el siglo XVII, como puede observarse en la figura 4.1, el número de parroquias
seculares aumentó. Según las estimaciones de Adriaan van Oss, si para 1555 el clero secular se
encontró presente en únicamente 5 pueblos (5% del total), frente a los 90 administrados por las
órdenes monásticas (95% restante), hacia inicios del siglo XVII las condiciones de la extensión
episcopal fueron considerablemente diferentes. Los curas beneficiados administraban 104
pueblos (31%), mientras que las órdenes sumaban 232 (69%), con clara predominancia de las
guardianías franciscanas.608
607
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de Título de Órdenes, tomo I, passim.
608
Van Oss, Catholic Colonialism, pp. 43 y 66.
165
C. La definición de la jurisdicción
Con la conquista de los territorios que pasaron a ser parte de la Provincia de Guatemala, el
conquistador Pedro de Alvarado, atendiendo a la necesidad de contar con la presencia
eclesiástica en las áreas pacificadas, y por pacificar, nombró como cura al padre Juan Godínez.
Sin embargo, una vez que la ciudad de Santiago fue asentada en Almolonga, el padre Godínez
fue reemplazado por el licenciado Francisco Marroquín, con quien Alvarado había viajado a la
Ciudad de México en 1529. En este sentido, Marroquín, que había nacido en 1499 en la
jurisdicción de la Corona de Castilla, se aseguró de recibir colación canónica de su reciente
nombramiento ante el obispo de México, fray Juan de Zumárraga. Como consecuencia, el futuro
prelado se convirtió en el vicario de Zumárraga en Guatemala.609
Algunos años más tarde, en 1534, la Iglesia de Guatemala fue elevada a catedral, con Marroquín
como primer obispo.610 Elevada la iglesia a catedral, por despacho de las bulas de Paulo III en
diciembre de ese año, fue en los primeros años sufragánea del Arzobispado de Sevilla, hasta
que, en 1547, se erigió la catedral de México a metropolitana, por lo que la iglesia guatemalteca
pasó a ser parte de la provincia mexicana hasta 1743, en que tuvo lugar la erección de la
arquidiócesis.611
En la normativa para constituir la Iglesia catedral del Obispado de Guatemala, redactada por el
licenciado Francisco Marroquín, se estableció que la tarea fundamental del prelado era lo
609
Van Oss, Catholic Colonialism, p.12.
610
Van Oss, Catholic Colonialism, p. 12.
611
Juarros, Compendio de la historia, pp. 138-139.
612
Van Oss, Catholic Colonialism, pp.12-13 y Juarros, Compendio de la historia, pp.138-139.
166
relativo a la “veneración del culto divino y aumento de sus ministros”. 613 Por ello, la mayoría
de constituciones se dedicaron a instituir dignidades, canonjías, prebendas “y otros oficios
eclesiásticos con cuidado de almas”. También normó lo relativo a los diezmos y las rentas
eclesiásticas, los beneficios y oficios de las iglesias que, con el tiempo, debieron erigirse en todo
el obispado. Entre otras disposiciones, las constituciones se dedicaron al ordenamiento inicial
de la sede.614 En comparación con otros textos de similares alcances, como el de Chiapas y
Yucatán, las constituciones de Guatemala fueron lacónicas y no establecieron mucha claridad
respecto a la jurisdicción episcopal.615
Al respecto de los proyectos diocesanos que se erigieron en la primera mitad del siglo XVI, tal
y como expone Leticia Pérez Puente, la fundación de catedrales diocesanas no siempre
respondió a largas datas de presencia eclesiástica, así como no necesariamente tuvo que ver con
el crecimiento de la población y la extensión territorial, sino, más bien, atendió a la instalación
del gobierno eclesiástico como factor fundamental de las políticas reales que se pretendieron
para las Indias desde épocas muy tempranas.616
Las primeras décadas fueron difíciles para los prelados de Guatemala pues, en efecto, puede
decirse que inició la lucha por el reconocimiento de la jurisdicción episcopal. En primer lugar,
debe señalarse que los límites diocesanos tenían, al momento de que se erigiera la diócesis, un
valor hipotético, ya que la autoridad eclesiástica alcanzaba únicamente a la ciudad de Santiago
y otros asentamientos en los que se encontró asentado el clero secular debido a la pequeña
cantidad de ministros seculares. En tal sentido, puede decirse que Marroquín tuvo a su cargo,
junto a un clero muy reducido, un territorio extenso y difícil de administrar con los recursos que
613
AHAG, “Erección e institución de la Iglesia Catedral de Santiago de Guatemala fielmente copiado de su original
manuscrito”, Secretaría de gobierno eclesiástico. Gobierno y erección de la Iglesia catedral y títulos de órdenes.
Tomo único.
614
AHAG, “Erección e institución de la Iglesia Catedral de Santiago de Guatemala fielmente copiado de su original
manuscrito”, Secretaría de gobierno eclesiástico. Gobierno y erección de la Iglesia catedral y títulos de órdenes.
Tomo único.
615
Mario Humberto Ruz y Baltazar Hernández Vargas, “Bernardino de Villalpando y las Constituciones sinodales
del Obispado de Guatemala (1566)”, Estudios de Cultura Maya, XXIV (2003), pp. 92-93.
616
Leticia Pérez Puente, “La organización de las catedrales en América, siglo XVI”, en Francisco Javier Cervantes
Bello y María del Pilar Martínez López-Cano (coords.), La dimensión imperial de la Iglesia Novohispana, México:
BUAP/ICSYH/UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas, 2016, pp. 41-47
167
poseía en aquel momento. En consecuencia, el prelado vio la necesidad de solicitar religiosos
regulares para esparcir el cristianismo.617
El clero regular cumplió con su función de llevar el evangelio a la población india; sin embargo,
a menudo respondieron a la Corona por medio de su propia organización jerárquica, saltando la
primacía de la autoridad del obispo, reafirmada por el Concilio de Trento, en el que se había
establecido que la responsabilidad de la diócesis residía en el prelado, indistintamente de si se
trataba de ministros seculares o miembros de las órdenes monásticas. De hecho, esta autoridad,
virtualmente, tomaba en consideración la selección, el examen y la ordenación de los ministros
eclesiásticos; la concesión de permiso para administrar sacramentos, predicar y confesar y,
finalmente, también le daba potestad al obispo de controlar las actividades ministeriales a través
de las visitas pastorales.619
617
Van Oss, Catholic Colonialism, p. 13.
618
Van Oss, Catholic Colonialism, p. 37.
619
Van Oss, Catholic Colonialism, p. 37.
620
Ni tampoco de la Iglesia novohispana. En un plano global, los obispos tridentinos que estuvieron al frente de
sus diócesis se enfrentaron con el cuestionamiento constante de su autoridad. Véase R. Po-Chia Hsia, The world of
catholic renewal, 1540-1770. Cambridge: Cambridge University Press, 1998.
168
principalmente- y lo concerniente a la jurisdicción de los obispos, es decir, su actuación en una
vasta tierra de población natural.621
Por su propia cuenta, el licenciado Francisco Marroquín era constante en cuanto a también
reafirmar su autoridad como rector, en términos espirituales, de la Provincia de Guatemala,
según deja ver su correspondencia. A causa de ello, por ejemplo, bastante tinta gastó Marroquín
solicitando que se detallara de mejor manera la tarea que se le había encomendado, al igual que
a todos los prelados indianos, de proteger a los indios.
Haciendo referencia a los problemas que había experimentado con la justicia real, explicaba que
no existía claridad en su labor entre los foros de justicia de la Provincia de Guatemala, por lo
que no surtía el efecto esperado en proteger a los naturales.624 Dos años después, seguía pidiendo
detalles del oficio, preguntando en qué consistía “ser protector y a qué se extiende, y si somos
jueces, y si como tales podemos nombrar ejecutores alguaciles para nuestros mandamientos
[…]”.625 Sin duda, tomando en consideración la doctrina jurídica sobre las personas miserables,
621
AGI, PATRONATO, 184, R.29.
622
Jorge E. Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, p. 2.
623
Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, pp. 2-3.
624
“Carta de Francisco Marroquín enviada a Carlos V en 10 de mayo de 1537”, en Carmelo Sáenz de Santa María,
El licenciado don Francisco Marroquín: primer Obispo de Guatemala (1499-1563). Madrid: Cultura Hispánica,
1964, pp. 127-128.
625
“Carta de Francisco Marroquín enviada a Carlos V en 15 de agosto de 1539”, en Sáenz de Santa María, El
licenciado don Francisco Marroquín, p. 151.
169
los obispos indianos de la primera mitad del siglo XVI consideraron fundamental tener
jurisdicción sobre las almas indígenas.626
Con mayor fuerza, su empeño en la extirpación de idolatrías fundó una práctica que, si bien no
siempre tuvo los resultados esperados, buscó extender la jurisdicción sobre la población
indígena con ayuda del brazo regular. Esto debido a que las órdenes fueron las primeras en
toparse con este tipo de prácticas llevadas a cabo por la población natural y, asimismo, intentar
acabar con las mismas. Especialmente, fue la religión franciscana la que recibió inicialmente la
jurisdicción delegada de Marroquín para erradicar las enormes “torpezas, crueldades, brujerías,
latrocinios, prestigios, idolatrías, supersticiones […]”.630
626
Thomas Duve, “Algunas observaciones acerca del modus operandi y la prudencia del juez en el Derecho
Canónico Indiano”, Revista de Historia del Derecho, 35 (2007), passim.
627
“Carta de Francisco Marroquín enviada a Felipe II en 6 de septiembre de 1558”, en Sáenz de Santa María, El
licenciado don Francisco Marroquín, p. 329.
628
“Carta de Francisco Marroquín enviada a Felipe II en 12 de febrero de 1563”, en Sáenz de Santa María, El
licenciado don Francisco Marroquín, pp. 353-354.
629
Véase para el caso de Yucatán, John F. Chuchiak IV, “El regreso de los autos de fe: fray Diego de Landa y la
extirpación de idolatrías en Yucatán, 1573-1579”, Península, Vol. I, No. 0 (Otoño de 2005), pp. 29-47.
630
Horacio Cabezas Carcache, Marroquín. Primer Obispo de Guatemala, Guatemala: 2019, pp. 173-174.
170
objetos que se consideraban dañinos para la fe –calendarios rituales, códices, esculturas de jade,
etc.-.631 En los años siguientes, con la ayuda de los religiosos regulares y los provisores
nombrados por los prelados, se llevaron a cabo procesos y autos de fe dedicados a la corrección
de la religión de los indios en la diócesis.632
En el prólogo de la versión impresa de 1556, el arzobispo Montúfar expuso las razones que
motivaron la reunión conciliar y, más importante, resaltó el papel que tenían los ministros
eclesiásticos, a través de la guía y la ayuda para evitar el pecado y lograr la salvación, en
detrimento del castigo eterno. Debido a ello, el prelado mexicano buscó acentuar la estructura
eclesiástica, debido al desorden que esta presentó para aquel momento particular. En
consecuencia, las actas del concilio constaron de 93 capítulos, en los que se abordaron aspectos
631
Cabezas Carcache, Marroquín, pp. 175-176. Recientemente, John Chuchiak IV dio a conocer los pormenores
de este auto de fe, así como de otros que se llevaron a cabo en el siglo XVI, con la intención de corregir la fe de los
indígenas en la jurisdicción guatemalteca. Sin embargo, las pugnas entre la jerarquía eclesiástica y la relación no
siempre armoniosa entre el clero secular y regular condujo a que los intentos en la extirpación de idolatrías, por
parte de la justicia eclesiástica, tuviera tropiezos constantes. Véase John Chuchiak IV, “Un intento fallido: la
formación del Provisorato de Indios en el Obispado de Guatemala y la extirpación de idolatrías, 1540-1650”
(trabajo presentado en el acto de ingreso como académico correspondiente a la Academia de Geografía e Historia
de Guatemala, Ciudad de Guatemala, 13 de febrero, 2019). Pese a la confusión que podría existir debido al título
del trabajo de Chuchiak, para la realización de este trabajo no se encontró evidencia documental que señale la
presencia de un provisor designado únicamente para la población india. Sin duda, la clarificación del asunto será a
partir de nuevas pesquisas de archivo.
632
Chuchiak, “Un intento fallido”.
633
Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, pp 23-25.
171
de doctrina cristiana, administración de sacramentos y el reforzamiento de la jurisdicción
episcopal.634
En este concilio, que abordó extensamente la situación del arzobispado respecto a los indios, en
tanto neófitos, la jurisdicción se comprendió en gran amplitud, por lo que se vigorizó la
autoridad de la jerarquía diocesana en varios aspectos. Como resultado, facultó a los provisores
a proceder por cartas generales anuales y censuras, atenidas al Derecho canónico, contra
quienes: realizaban pecados públicos, se casaban de forma clandestina, hacían vida maridable
sin la bendición de la Iglesia, etc. Incluía en este listado a los incestuosos, los casados dos veces,
logreros, blasfemos, quienes realizaban concubinatos públicos, hechiceros, encantadores
supersticiosos, entre otras faltas. La idea fundamental era alejar del pecado y enmendarlo, con
la observancia de los curas (Cap. VI).635 En este sentido, se advirtió en el texto que ningún
vicario o juez eclesiástico, que no fuera el provisor y los oficiales, pudiera conocer de causas
matrimoniales, especialmente aquellas que requerían la recepción de testigos (Cap. XLII). 636
Otros aspectos normados, en materia judicial, fueron: que los procesos debían llevarse sin
dilaciones, que las cárceles debían visitarse semanalmente y, finalmente, se mandaba que las
penas fueran precisas en caso de incurrir en delitos matrimoniales. También se abordaron otros
aspectos, como la enmienda de los delitos de clérigos –que debían ser tratados evitando la
publicidad-; los asuntos testamentarios, de capellanías y obras pías, que caían bajo la
jurisdicción del provisor, etc.637
Sin embargo, más allá del establecimiento de un modelo ideal en términos jurisdiccionales, lo
expresado por Jorge Traslosheros reviste de gran importancia, pues, citándolo, se puede caer en
la cuenta de que “una cosa era pretender una jurisdicción y otra muy distinta la capacidad para
hacerla efectiva”.638 Palabras que, seguramente, resonaron en la mitra guatemalteca después de
los esfuerzos de Marroquín.
634
Magnus Lundberg, Unification and Conflict. The Church Politics of Alonso de Montúfar OP, Archbishop of
Mexico, 1554-1572.Uppsala: Swedish Institute of Missionary Research, 2002, pp. 84-85
635
Francisco Antonio Lorenzana, Concilios provinciales primero y segundo, celebrados en la muy noble y muy leal
Ciudad de México, presidiendo el Illmo. y Rmo. Señor D. Fr. Alonso de Montúfar en los años de 1555 y 1565.
México: en la imprenta del Superior Gobierno del Br. D. Joseph Antonio de Hogal, 1769, pp. 47-48.
636
Lorenzana, Concilios provinciales, p. 104.
637
Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, pp. 28-29.
638
Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, p. 29.
172
Para normar el foro judicial, dentro de las acciones emprendidas en este sínodo provincial, se
reguló la formación del tribunal eclesiástico a partir de las Ordenanzas que se han de guardar
en esta nuestra Audiencia Arzobispal, y en toda esta provincia, incluidas como anexo al
Concilio, junto a sus aranceles.639 En ellas se estableció un corpus normativo para el actuar de
los oficiales de la Audiencia (juez, fiscal, alguaciles, notarios y procuradores,
mayoritariamente), que sirvió de inspiración para el ordo iudiciarus de las demás diócesis
sufragáneas de la Iglesia Metropolitana de México.
No obstante, pese a los intentos del primer concilio por regular y afianzar la jurisdicción
episcopal, los resultados quedaron cortos respecto a las expectativas. Debido a ello, se convocó
al Segundo Concilio Provincial, en 1565. En este sentido, valga añadir que esta reunión también
atendió al obedecimiento del recién sancionado Concilio de Trento, aprobado por Felipe II, cuya
aplicación en las Indias fue fundamental en la lucha contra la herejía y la reforma de las
costumbres de la población india.640
Una vez más, convocado por el arzobispo Montúfar, el prólogo de las actas del concilio dio
cuenta de la finalidad última de la Iglesia, a saber, la salvación de las almas y la lucha contra “el
Demonio, y el Mundo, y la Carne”,641 a través de los sucesores de San Pedro y la jerarquía
eclesiástica. En función de ello, la segunda reunión provincial mexicana se enfocó, mayormente,
en lo relativo a los sacramentos, la doctrina cristiana, con énfasis en el aprendizaje de las lenguas
nativas por parte del clero, y la reforma de las costumbres, concluyendo con 28 capítulos. La
brevedad de este respecto al primero se debió a que los capítulos contenidos en el sínodo de
1565 reafirmaron lo establecido en 1555, como complemento y no en sustitución.642
Para la Diócesis de Guatemala, el Segundo Concilio Provincial Mexicano tomó forma y efecto
en tiempos del obispo Bernardino de Villalpando, quien se dedicó a velar por la extensión de la
jurisdicción territorial del episcopado, actuando por medio de sus derechos canónicos,
intentando la ejecución de una política pastoral destinada a controlar las órdenes religiosas, que
supusieron el mayor obstáculo para extender la autoridad diocesana. En tal sentido, incluso con
lo dispuesto por el Concilio de Trento en cuanto a la potestad del prelado sobre los regulares,
639
Lorenzana, Concilios provinciales, pp. 172-178; Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, p.29.
640
Lundberg, Unification and Conflict, p. 94.
641
Lorenzana, Concilios provinciales, p. 186.
642
Lundberg, Unification and Conflict, pp. 95-96.
173
Villalpando no logró asumir el control sobre los mendicantes, debido a que ellos tuvieron la
presencia en los pueblos de indios, mientras que el clero secular fue insuficiente para
reemplazarlo y, además, vio poco atractivo que los indios estuvieran exentos del diezmo. Bajo
esta premisa, los regulares se ampararon en sus privilegios temporales con propósitos de
conversión para omitir la jerarquía diocesana.643
Por ello, un año después de la segunda reunión conciliar en México, Villalpando convocó a
dicho sínodo diocesano que tuvo por razón la recepción y adecuación de las disposiciones
tridentinas y del segundo concilio, en el marco de la restitución de la potestad, en orden y
jurisdicción, del mitrado. Como ha sucedido a menudo con otras fuentes, al respecto de este
período temprano, lo actuado en los tres sínodos anteriores a este no resguarda memoria
documental.644
Las actas del sínodo reunieron 50 constituciones en las que se detallaron varios aspectos rectores
de la vida espiritual en la Diócesis, estableciendo un lazo entre derecho y sociedad, con fuerte
inspiración de los dos sínodos predecesores en la sede metropolitana de México. Las mismas
fueron leídas y publicadas en presencia de Villalpando, el gobernador Francisco Briceño, el
cabildo catedralicio, los provinciales y algunos religiosos de las órdenes, sumados a varios
miembros del clero diocesano. Asistieron como testigos, también, Gasco de Herrera, el
procurador de la ciudad, Francisco de la Cueva, Juan de Guzmán, Diego de Robledo, Francisco
de Ovalle, Gregorio de Polanco, Antonio de Rosales, Carlos Bonifaz, Santos de Figueroa, Diego
de Vivar, entre otros, pertenecientes a las instituciones regias instaladas en Santiago. A
643
Van Oss, Catholic Colonialism, pp. 37-39.
644
Parece importante señalar, al respecto de las Constituciones sinodales, lo anotado por Constanza López
Lamerain en cuanto a la traducción legal, en la que las negociaciones, flexibilidades, influencias y el poder están
en juego. La autora agrega que los concilios provinciales y los sínodos diocesanos fueron una forma eficaz y
contextualizada de aplicar los cánones tridentinos. Véase López Lamerain, “Translating Canon Law”, pp. 47-58.
174
diferencia de las Constituciones emitidas por Marroquín, el resultado de la reunión que dio vida
a las Constituciones Sinodales, a cargo de Villalpando, estableció directrices nóveles en
contenido y amplitud para el Obispado de Guatemala, en la línea que reforzó el mitrado al frente
de la diócesis guatemalteca.645
Fue la constitución 45 la que clarificó los casos reservados a la justicia administrada por la
autoridad diocesana. La misma comenzó expresando que “[…] aunque por derecho canónico
son muchos los casos a nos reservados”; sin embargo, en atención a la situación de la diócesis,
extendió la facultad a curas y religiosos, previamente licenciados por el prelado para administrar
los sacramentos en el conocimiento de los casos de la jurisdicción espiritual que no se
encontraron listados en dicha constitución. 647 La restricción a las órdenes buscada por
Villalpando tuvo sostén en su papel como único capaz de dotar a los ministros eclesiásticos en
la administración de los sacramentos y la justicia.
Consecuentemente, el sínodo reservó para el obispo y su provisor los procesos relacionados con:
645
Se ha utilizado la transcripción publicada en Leticia Pérez Puente, El concierto imposible. Los concilios
provinciales en la disputa por las parroquias indígenas (México, 1555-1647). México: Instituto de investigaciones
sobre la Universidad y la Educación/Universidad Nacional Autónoma de México, 2009, pp. 243-264.
646
“Artículos del sínodo diocesano del obispado de Guatemala”, en Pérez Puente, El concierto imposible, p.258.
647
“Artículos del sínodo diocesano”, pp. 260-261.
175
en clérigo o religioso; amancebados públicos entre españoles; tomar cartas misivas;
incesto dentro de cuarto grado entre españoles; sacrilegio; acceso carnal entre
compadres; y más todos los que por esta sinodal constare estar reservadas. 648
La oposición a algunos de los aspectos normados en las Constituciones sinodales no esperó,
pese a que el obispo procuró que estas fueran puestas en práctica con prontitud. Como resultado,
el fiscal de la gobernación, Diego Ramírez, alegó que “[…] aunque muchas y las más cosas que
allí se leyeron están católica y cristianamente constituidas, hay algunas, entre ellas, que a mí
como a tal fiscal convenía y conviene contradecirlas”.649 Ramírez se refería, apoyado de dos
reales cédulas de 1560, especialmente, a las constituciones relacionadas con la pena de
excomunión y castigos pecuniarios excesivos a los legos; lo relacionado a la licencia de la
construcción y adquisición de bienes por parte de las iglesias; en torno a cómo legislaba el
prelado sobre lo que debía cargarse a los indios y, finalmente, también alegó el haber hecho
públicas las resoluciones sin aprobación previa. Sin embargo, Villalpando, en respuesta al
alegato, dio cuenta de que nada de lo actuado perjudicaba a la jurisdicción real. 650 De esta forma,
se asume que las constituciones tomaron la batuta en gobierno y justicia del territorio diocesano.
Por esos años, la Iglesia, pese a los intentos de definición jurisdiccional, continuó fuertemente
dividida a causa de las diferencias entre los ministros eclesiásticos y las divergencias que
presentó la geografía eclesiástica y económica de la Provincia de Guatemala. Mientras que los
asentamientos españoles al sureste estuvieron fuertemente controlados por la administración del
clero secular y, además, en los mismos se diezmó conforme a las actividades relacionadas con
la producción y el comercio, los pueblos de indios, esencialmente del altiplano, estuvieron
administrados por las órdenes monásticas y no estuvieron sujetos al pago del diezmo. 651
Este panorama resultó similar al que se presentó en la sede metropolitana mexicana, en la que
se alegó a menudo que los asuntos eclesiásticos se encontraban en desorden. Por ello, el prelado
de la Diócesis de Guatemala, Fernando Gómez de Córdoba, fue convocado en febrero de 1584
al Tercer Concilio Provincial Mexicano, al que asistieron los obispos de las iglesias sufragáneas
de la Iglesia Metropolitana asentada en la Ciudad de México. Con la intención de aplicar el
Concilio de Trento en mayor profundidad, con observancia de las condiciones novohispanas, la
648
“Artículos del sínodo diocesano”, pp. 260-261.
649
AGI, PATRONATO, 182, R.24, fol. 1.
650
AGI, PATRONATO, 182, R.24.
651
Van Oss, Catholic colonialism, pp. 38-42.
176
reunión fue encabezada por el arzobispo mexicano y virrey de Nueva España, don Pedro Moya
de Contreras. Inició en enero de 1585 y se dio por finalizado en 1585.652
El cuerpo de decretos del concilio se dividió en cinco libros, inspirado en el esquema expositivo
del derecho canónico clásico a partir del Liber Extra: iudex, iudicium, clerus, connubia, crimen.
De esta manera, se pretendió dar forma a la política pastoral de corrección de los excesos
cometidos por la grey y el clero, reformar las costumbres, componer las controversias y
determinar todos los aspectos vinculados con el aumento del culto divino.654 Para ello, el sínodo
mexicano estableció que la tarea del prelado era la predicación del evangelio, como guía
espiritual, por lo que su papel también se asumió de juez y legislador.655
652
Los detalles de la convocatoria y la respuesta de los obispos a la misma son tratados en Osvaldo Rodolfo Moutin,
Legislar en la América hispánica en la temprana edad moderna. Procesos y características de la producción de
los Decretos del Tercer Concilio Provincial Mexicano (1585). Fráncfort del Meno: Max Planck Institute for
European Legal History, 2016, pp. 15-50.
653
Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, pp. 33-34.
654
Osvaldo R. Moutin, “¿Recepción creativa en el III Concilio Provincial Mexicano?”, Anuario Argentino de
Derecho Canónico, XX (2014), p. 245.
655
Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, p. 37.
656
Moutin, “¿Recepción creativa?”, pp. 245-246; Moutin, Legislar en la América hispánica, pp. 91-116; Sebastián
Terráneo, “La recepción de la tradición conciliar limense en los decretos del III Concilio Provincial Mexicano”.
Tesis de doctorado: Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, 2010.
177
grandes aspiraciones, los sínodos precedentes fueron derogados, argumentando que “si no se
sancionaran decretos más convenientes a la oportunidad de las cosas, difícilmente se podría
poner remedio a los daños que ocurran” (L. I, T. II, §1). 657 De esta forma, y para los intereses
de la presente investigación, el ordo iudiciarus que rigió a la Iglesia novohispana, del que se
desprende el actuar de los ministros de la justicia eclesiástica, se incorporó en el Libro I, título
VIII al XIII y a lo largo de todo el Libro II.658
El Concilio identificó que para que se cumpliera la tarea primordial del obispo, más allá del foro
interno, era necesario normar las herramientas fundamentales para corregir las desviaciones, a
saber, la visita y el ámbito judicial. De esta cuenta, con plena correspondencia, la confesión
funcionó como método correctivo interno, la visita episcopal como prevención y, en otro
sentido, el foro externo, entendido como el proceso judicial, fue más allá de la exhortación y
prevención, actuando para corregir el pecado.659
En el Título VIII del Libro I se establecieron los aspectos relacionados con el oficio de juez
ordinario y del vicario, explayándose en lo que se refiere a jurisdicción y admonición; en el IX
se reguló el oficio de fiscal y los derechos del fisco eclesiástico, incluyendo el requisito de
juramento antes de ejercer; el X trató sobre el oficio del notario de los tribunales eclesiásticos y
de los receptores; el XI legisló en torno al ministro ejecutor; el XII acerca del oficio de alcalde
de cárcel y la custodia de los reos en la misma. Por su parte, todo el libro II se encargó de regular
el orden de los juicios (T. I), en torno a los procuradores (T. II), el dolo y contumacia en el
tribunal eclesiástico (T. IV); sobre los testigos y las pruebas (T. V); de la sentencia y cosa
juzgada (T. VI) y, para finalizar, aquello concerniente a las apelaciones y recusaciones de jueces
(T. VII).660
Los alcances del Concilio Tercero Mexicano no fueron minúsculos, debido a que, a partir de su
sanción, la Iglesia en Nueva España tuvo un corpus significativo que sirvió de guía para la
elaboración de los códigos normativos que le siguieron, hasta el IV y V Concilio Provincial
657
Concilio III provincial mexicano, celebrado en México el año de 1585, confirmado en Roma por el papa Sixto
V, y mandado observar por el gobierno español en diversas reales órdenes publicado con las licencias necesarias
por Mariano Galván Rivera. México: Eugenio Maillefert y compañía, editores, 1859, pp. 26-27.
658
Moutin, Legislar en la América hispánica, pp. 120-1250. Prueba de la carga judicial que tenían los decretos
conciliares es que al momento en que los jueces eclesiásticos pronunciaban sentencia según los cánones
provinciales, los mismos se debían asentar en el proceso (L. I, T. II, §V).
659
Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, pp. 38-40.
660
Concilio III Provincial, pp. 58-163.
178
Mexicano (1771 y 1896, respectivamente), dejando su vigencia hasta inicios del siglo XX, con
el Codex Iuris Canonici (1917).661 Para la mitra guatemalteca, lo sancionado en este sínodo
mantuvo su vigencia, incluso cuando fue erigida como iglesia metropolitana. Para otros casos,
como el filipino, los decretos fueron extendidos y mantenidos desde el siglo XVII.662
Si bien la publicación del Concilio tardó más de treinta años, pues se promulgó en 1622, con
una pastoral del arzobispo Juan Pérez de la Serna, la aplicación de los cánones se inició desde
épocas anteriores, especialmente en el ámbito judicial.663 Por su parte, en la Diócesis de
Guatemala, se tiene constancia de que las disposiciones tridentinas fueron conocidas y aplicadas,
desde finales del siglo XVI por el prelado y los prebendados de la catedral. Para inicios del siglo
XVII, por ejemplo, el 04 de septiembre de 1606, el obispo fray Juan Ramírez dijo que, fundado
en la autoridad con que era investido según las Constituciones del obispado, así como por lo
sancionado en el Capítulo 10, sesión 24, del Concilio de Trento, ni el deán ni otra persona que
presidiere el coro o cabildo tenía jurisdicción sobre los prebendados, pues ello estaba reservado
a los obispos.664 Además, consta que el 19 de septiembre de 1623, en función de la publicación
de los cánones del Concilio realizado en México, los miembros del cabildo catedralicio y el
obispo, fray Juan de Sandoval, hicieron el juramento, hincados de rodillas, para cumplir con los
preceptos ahí establecidos.665
Los obispos indianos tuvieron y ejercieron la jurisdicción diocesana, además de que, atendiendo
al contexto específico, vieron en función de la población india y, sumado a ello, también
estuvieron encargados de una serie de labores que tocaron a los sacramentos, los pecados
públicos y la administración de las almas, en general.666 Esto implicó que su actuar tenía,
661
Moutin, Legislar en la América hispánica, pp. 158-159.
662
Stafford Poole, Pedro Moya de Contreras. Catholic Reform and Royal Power in New Spain, 1571-1591. Norman:
University of Oklahoma Press, 2011, p.195.
663
Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, p. 34.
664
AHAG, Fondo Cabildo, Actas capitulares, Libro 2º, fols. 10-11. Lo mismo fue expuesto por parte del prelado a
los prebendados de la catedral en 25 de septiembre de 1606. Véase AHAG, Fondo Cabildo, Actas capitulares, Libro
2º, fol. 61.
665
AHAG, Fondo Cabildo, Actas capitulares, Libro 2º, fol. 13.
666
Todos los aspectos competentes a la jurisdicción episcopal son descritos con detalle en Solórzano Pereira,
Política Indiana, Libro III, Cap. VII, pp. 541-544.
179
también, matices judiciales, como sucedió con los otros obispos a nivel global. 667 Por ello, el
prelado se convirtió en el único juez dentro de su diócesis, detentando toda la potestad –en orden
y jurisdicción-.668
El prelado ejerció sus facultades judiciales a través de la Audiencia episcopal, que funcionó
como tribunal ordinario en el ámbito eclesiástico. A decir de algunos autores que han tratado el
asunto para otras jurisdicciones en las Indias, este foro, además del interno, fue el más
importante en el conocimiento de materias concernientes a la Iglesia. Al respecto, el obispo, o
quien tuvo a cargo el ejercicio de la jurisdicción en el ínterin de las sedes vacantes –cabildo
catedralicio- era el que gobernaba y administraba este juzgado, a través de la imposición de la
disciplina y la reglamentación del foro, que usualmente se atuvo al estilo propio de quien fungió
como cabeza de diócesis dentro de los márgenes permitidos por el Derecho Canónico, además
de la agencia de los jueces con los que el mitrado compartió la jurisdicción ordinaria. 669
667
Hsia, The World of Catholic Renewal, pp. 106-121.
668
Terráneo, “El oficio de juez”, p. 359.
669
Traslosheros, Historia judicial eclesiástica, pp. 38-39. y Terráneo, “El oficio de juez”, p. 359.
670
Problemas señalados en el caso de Sevilla a partir del siglo XIII. Pineda, “El gobierno arzobispal”, p. 134.
671
Traslosheros, Historia judicial eclesiástica, pp. 38-39 y 48. Véase esta jurisdicción en las competencias del
provisor, señaladas en el siguiente apartado.
180
fuentes específicas, en materia judicial, propias del obispado para los siglos XVI y XVII en los
archivos guatemaltecos. A eso se suma, también, el poco interés que han merecidos los ámbitos
de la historia eclesiástica, especialmente en lo que se refiere a su vertiente institucional, en las
líneas de la historia de los siglos XVI al XVIII. De esto se concluye que se ha cultivado un
campo propicio para omitir instituciones que, antaño, tuvieron relevancia suficiente como para
merecer los esfuerzos de la política de los prelados en su diócesis. 672
La Diócesis de Guatemala, como muchas otras en las Indias, presentó desde el inicio problemas
para hacer valer su jurisdicción. De esto se ha detallado en el apartado anterior. Tanto los
esfuerzos del licenciado Francisco Marroquín y los de don Bernardino de Villalpando son
fundamentales para comprender la naturaleza de la Audiencia episcopal que, pese a no
nombrarse con todas sus letras en los primeros años, quedó despejada en su competencia,
establecida con más claridad por el ordo iudiciarus de cánones desarrollados en la segunda
mitad del siglo XVI. De tal cuenta, cabe resaltar que este tribunal fue deudor de las atribuciones
que los primeros mitrados tuvieron a bien observar en la Provincia de Guatemala. 673 Con más
énfasis, su actuación queda explícita, y su existencia más que ratificada, con las huellas dejadas
en fuentes como las actas capitulares del Deán y Cabildo catedralicio, además de lo actuado en
los libros de títulos expedidos por el titular de la jurisdicción en el obispado.674
672
Mejor suerte han corrido otras latitudes indianas. Sin ánimos de ser exhaustivos, para trabajos específicos sobre
la Audiencia episcopal puede verse Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad; y, del mismo autor, Historia judicial
eclesiástica; Juan Pedro Viqueira, “Una fuente olvidada. El Juzgado Ordinario Diocesano”, en Brian F.
Connaughton y Andrés Lira González (coords.), Las fuentes eclesiásticas para la historia social de México.
México: UAM-Iztapalapa/Instituto Mora, 1996, pp. 81-99. En Manuel Serrano García, “El obispado de Cartagena
de Indias en el siglo XVIII (Iglesia y poder en la Cartagena colonial)”. Tesis de doctorado: Universidad de Sevilla,
2015, pp. 297-308 se insiste en el papel de la administración de justicia eclesiástica en la defensa de la jurisdicción.
Para las audiencias en los arzobispados peninsulares, puede verse Pineda, “El gobierno arzobispal”; Manuel
Gutiérrez García-Brazales, “La Audiencia Arzobispal de Toledo”, en La administración de justicia en la historia
de España: actas de las III Jornadas de Castilla-La Mancha sobre investigación en archivos. Guadalajara: Junta
de comunidades de Castilla-La Mancha, 1999, pp. 611-628; Mercedes Vázquez Bertomeu, “La Audiencia
arzobispal compostelana en el siglo XV: introducción a su estudio diplomático”, Cuadernos de estudios gallegos,
Tomo XLV, Fascículo 110 (1998), pp. 9-29, entre otra gran cantidad de trabajos concernientes a la administración
de justicia eclesiástica.
673
Con la sola presencia del obispo, dice Jorge E. Traslosheros, se presupone la fundación de un tribunal eclesiástico
ordinario. Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, p. XI. Otro aspecto a considerar es el uso de las excomuniones
como recurso para defender la jurisdicción eclesiástica, propio de la competencia judicial del prelado, actuando en
conjunto con su provisor, reafirmando el hecho de que ambos constituían una sola jurisdicción, y que el segundo
no recibía jurisdicción delegada. Véase AGCA, A1.24, leg.2590, exp.21153.
674
Especialmente en AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes,
tomo I; AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría. Libro de Títulos; AHAG, Fondo Cabildo, Actas capitulares, Libros
1º, 2º y 3º para los años correspondientes al presente estudio.
181
Más adelante, en el siglo XVII, en una Iglesia diocesana con un grado mayor de organización,
y asentada en su potestad, a diferencia de lo sucedido en el siglo XVI, algunas causas
pertenecientes a las competencias de dicha jurisdicción fueron apartadas de la mirada del
provisor y vicario general, por lo que se vio la necesidad de nombrar nuevos ministros, dando
vida a nuevos foros de justicia eclesiástica, como el Juzgado de testamentos, capellanías y obras
pías. Esto dependió, desde luego, del estilo impregnado a las políticas de nombramiento de cada
prelado.675 No obstante, a diferencia de lo sucedido en otras diócesis, la mitra guatemalteca
nunca vio necesidad de crear un provisorato especial para indios.
La estructura del tribunal que interesa en este trabajo estuvo conformado, en lo esencial, por un
provisor y vicario general, asistido por un promotor fiscal, notarios eclesiásticos –públicos y
receptores- y otros ministros, como el receptor de penas, el ministro ejecutor y el alcalde de
cárcel. Adicionalmente, se contó con un apoyo, en escalas menores, a través de los vicarios
provinciales y foráneos. Pese a que asistían al provisor, los nombramientos dependieron con
exclusividad del prelado o del cabildo catedralicio en sede vacante.
En el Tercer Concilio Provincial se estableció que, en función de que los obispos pudieran
gobernar y regir a la grey, tanto la prudencia como la solicitud eran fundamentales para que se
dedicaran a la oración, apacentaran al pueblo cristiano a través de la doctrina y cuidaran de las
almas. En consecuencia, la ayuda de los vicarios fue de primer orden, principalmente para que
se ocuparan del foro judicial. En este sentido, comprender las competencias del provisor y
vicario general es entender, en extenso, la jurisdicción de la Audiencia episcopal.
El sínodo de 1585 exhortó “[…] ardientemente a dichos vicarios a que comprendiendo bien lo
necesario que es su auxilio para el gobierno del pueblo cristiano, desempeñen fielmente su
cargo” (L. I., T. VIII., §I).676 Igualmente, fueron advertidos para que “[…] cuiden ante todo y
con el mayor esmero de cumplir con sus deberes que se les imponen en las letras de su comisión
y potestad”, jurando ante los cánones del Concilio de Trento y del Tercer Concilio Provincial
675
El asunto, para el caso mexicano, es tratado en Traslosheros, Historia judicial eclesiástica, pp. 39-40.
676
Concilio III Provincial, pp. 58-59.
182
(§II).677 Con eso en mente, debe, entonces, indicarse que el provisor gozaba de potestad
ordinaria que emanaba de la misma jurisdicción del obispo, siendo el primero vicario del
segundo. En conjunto con el mitrado, constituyeron un único tribunal.678
La lista de los aspectos que estaba facultado de conocer el provisor y vicario general del
obispado era extensa. En efecto, tuvieron potestad en “cualesquiera causas que toquen a la
jurisdicción ordinaria”, a menos de que se tratara de casos que competían únicamente a la
autoridad del obispo (§3). Por eso mismo, el sínodo mexicano estableció que estos no debían
excederse en su jurisdicción y que conocerían solamente en lo que se les mandaba. De lo
contrario, estaban sujetos a una serie de sanciones pecuniarias y de disciplina en torno al
ejercicio del oficio:
Cuando el doctor don Juan de Santo Matía Sáenz de Mañosca, obispo de la Diócesis de
Guatemala, le dio título de provisor y vicario general el 06 de septiembre de 1668, al doctor don
Nicolás de Aduna, quien había servido el mismo oficio en tiempos del obispo fray Payo de
Rivera, y además era maestrescuela de la catedral, expuso que lo hacía para “[…] el buen
expediente y administración de justicia eclesiástica de este obispado”, agregando que “[…] es
677
Concilio III Provincial, p. 59.
678
Terráneo, “El oficio de juez”, p. 359.
679
Terráneo, “El oficio de juez”, p. 74.
680
Sobre esto, puede verse Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, passim y, del mismo autor, Historia judicial
eclesiástica, pp. 21-23.
183
necesario nombrar persona de toda satisfacción que use y ejerza en nuestro nombre el oficio de
nuestro provisor y vicario general”, siendo sus tareas en lo espiritual y en lo temporal. 681
La jurisdicción, en efecto, tuvo sus límites. En cuanto a las causas civiles y criminales, los autos,
sentencias, penas y censuras que involucraran a los prebendados de la catedral, no pudieron ser
conocidas por el provisor. De ahí que el vicario general no tuviera potestad para que sus
actuaciones en el foro judicial vincularan a los miembros del cabildo eclesiástico. Antes bien, el
conocimiento de esas causas recayó en el mitrado, al igual que el gobierno de los conventos de
monjas, dejando al provisor únicamente en la jurisdicción sobre las causas civiles. De igual
forma, la restricción alcanzó actuaciones como el poner en prisión a clérigos presbíteros sin
consulta del prelado, a menos de que se tratara de un delito que así lo demandare. 684
Poco cambio hubo en cuanto a las atribuciones recibidas por el provisor, tal y como lo muestra
el Libro de títulos, compuesto en el siglo XVIII, a partir de la revisión de políticas de
nombramientos llevadas por los prelados predecesores, que tuvo a la vista el secretario de
cámara del episcopado para dar títulos expedidos por el obispo. Consecuentemente, además de
lo expuesto en los nombramientos llevados a cabo en el siglo XVII, se hizo énfasis en las
calidades que debía reunir el ministro, a saber, “de virtud, letras, experiencia, probidad y
prudencia”, así como el proceder en las causas. De esta forma, se estableció que podía conocer
los mencionados procesos en primera instancia y en grado de apelación.685 En cambio, si se
681
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 1.
682
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 2.
683
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 2.
684
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 2.
685
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fols. 1-2.
184
compara con los títulos del siglo XVI, puede notarse que en esos primeros esfuerzos judiciales
de la mitra guatemalteca se enfatizó, constantemente, en corregir la religión de los indios. 686
Además de lo establecido en los títulos dados a los provisores, el Tercer Concilio dedicó varios
cánones a regular su actuación en el ámbito judicial. Por ejemplo, respecto a los emolumentos
por juzgar, en los decretos se decidió que “[…] por cuanto este oficial puede recibir de las partes
litigantes su honorario por ver sus causas, establece este sínodo que nada reciba por ellas”, lo
cual incluyó donaciones y regalos de parte de los litigantes. De tal cuenta, únicamente estaban
capacitados para tomar los salarios correspondientes a los asesores letrados, que debieron ser
regulados por el juez. También se explicó que las penas pecuniarias se debían distribuir entre la
fábrica de la iglesia y las obras pías (§IV).687
Otras prohibiciones establecieron que no fueran árbitros del derecho en otras causas que no
estuvieran en su tribunal (§V); que no pidieran del reo expensas de costas, salvo si así se hubiera
sentenciado (§VI); que no dieran sentencia sin ratificar a los testigos, especialmente en causas
que podían conducir a penas corporales, destierro o solemne penitencia (§VII); que no retuvieran
el dinero de las multas en su poder (§XI) y que no fuera abogado o procurador en las causas
promovidas por él o que se promovieran ante su persona, salvo si se tratara de defender su
jurisdicción o defendiendo el estado eclesiástico, con consentimiento del prelado (§XXVI). 688
El cargo también requirió que: impidieran los pecados públicos a través de la expedición de
edictos generales de excomunión, “procediendo hasta la declaración del anatema”,
publicándolos anualmente, en los domingos de cuaresma, en la catedral, las parroquias, los
monasterios y en los pueblos de españoles y reales de minas (§VIII); cuidaran del honor de los
clérigos, por medio de la prudencia en el castigo de los delitos de estos, “para no exponerse con
la demasiada publicidad”, por lo que las causas graves debían llevarse y terminarse de forma
secreta (§IX);689 pidieran a los ministros y notarios sobre el estado de los libros de causas de
sacrilegios, restituciones y aquellas que fueran fiscales (§X) y, finalmente, que atendieran en
que las mujeres “no pidan limosna de puerta en puerta por la noche, bajo el pretexto de ser
686
Así lo expone Chuchiak, “Un intento fallido”.
687
Concilio III Provincial, pp. 61-62. También en L. I., T. VIII., §XX. Y en el §XXVII puntualizaba en que “[…]
si algo recibieren por vía de paga o salario, sean multados con pena de restituir el cuádruplo, y castigados
gravemente”.
688
Concilio III Provincial, pp. 62-75.
689
El celo condujo a que se prefiriera, en estos casos, a notarios eclesiásticos (§IX).
185
pobres vergonzantes”, añadiendo que debían castigarlas con severidad “por el grave daño y
escándalo que de ello pueda sobrevenir” (§XXXI). 690
Para asegurarse de llevar un buen proceso, los provisores debieron recibir el mandamiento de
revisar los autos dos veces, a saber, cuando admitieran a las partes a prueba y en tanto se les
entregara lo actuado para pronunciar sentencia (§XII) y para tasar dos veces las costas de los
autos (§XIII). En caso de reincidencia, el juez eclesiástico declaraba cuáles delincuentes debían
ser castigados con una pena mayor de la acostumbrada, junto a sus cómplices (§XIV). Por otro
lado, otra de sus atribuciones, la visita a la cárcel, incluyó que pudieran “averiguar cuanto
convenga a la vida, honradez y costumbres de los detenidos, corrijan la deshonestidad de las
mujeres, y castiguen a los perjuros y a los que se entretienen en juegos prohibidos”, además de
procurar que no se diera malos tratos a los prisioneros (§XVI). 691
Finalmente, en los decretos del sínodo mexicano se establecieron directrices para actuar en
algunos casos concretos. En los matrimonios de peregrinos –vagos, procedentes de otras partes
y ultramarinos-, debieron asegurarse que los mismos no hubieren contraído el sacramento en
otra latitud, a partir de mecanismos como letras requisitorias, según lo establecido en el Concilio
de Trento. Así, las segundas nupcias solo podían contraerse al estar suficientemente probado
que no existía matrimonio anterior, o que su cónyuge hubiese muerto (§XXII). Lo mismo puede
decirse en cuanto a las licencias expedidas por los jueces eclesiásticos a los clérigos peregrinos
y forasteros, hasta que mostraran sus letras dimisorias y testimoniales, para probar su legitimidad
(§XXXII y §XXXIII).692
Debido a que el provisor no estaba facultado para cobrar emolumentos para sí mismo en los
procesos, anualmente se le era asignada una cantidad. Pese a que no sobreviven muchos registros
al respecto, un acta del cabildo catedralicio lo ilustra en buena forma. En este caso, debido a que
don Francisco González, maestrescuela de la catedral, hizo dejación del oficio de provisor y
vicario general, los prebendados “pusieron los ojos en el licenciado don Pedro de Morales,
presbítero cura de esta Santa Iglesia por ser letrado, honesto y honrado, de buen ejemplo”,
además, aunque era usual nombrar un prebendado, estos se excusaron de no ejercer el oficio de
690
Concilio III Provincial, pp. 63-78.
691
Concilio III Provincial, pp. 67-70.
692
Concilio III Provincial, pp. 72-78.
186
provisor “porque tenían el gobierno del obispado a cargo y por otras cosas”. Al darle el título,
el licenciado don Pedro de Morales recibió las mismas competencias, limitaciones y condiciones
de don Francisco González, tomando quinientos tostones de a cuatro reales cada año, que debían
cobrarse de los gastos de justicia.693 Otro caso, en el que se puede ver lo percibido por un asesor
letrado del provisor, establece que el licenciado Marcos de Miranda, quien debía asistir
legalmente al cabildo y al juez eclesiástico, tenía un salario anual de trescientos tostones de a
cuatro reales.694
El conocimiento en derecho canónico era imprescindible para el ejercicio del oficio de provisor,
aunque la realidad no siempre coincidía con las expectativas. Así lo demuestra la elección de
provisor y vicario general tras la muerte del obispo Juan Garcilaso de la Vega en mayo de 1654.
En ese momento, fue elegido con mayoría el doctor don Antonio Álvarez de Vega. Sin embargo,
el licenciado don Juan González Cid, maestrescuela de la catedral, no contento con el resultado,
alegó que por ser graduado en cánones le pertenecía “por derecho la elección de provisor de esta
sede vacante”. Pese a ello, los conciliares se ratificaron en su votación.695
693
AHAG, Fondo Cabildo, Actas capitulares, Libro 2º, fol. 23.
694
AHAG, Fondo Cabildo, Actas capitulares, Libro 2º, fol. 24.
695
AHAG, Fondo Cabildo, Actas capitulares, Libro 3º, fol. 38.
187
Provisor Nombramiento Obispo
Gil de Quintana Siglo XVI Francisco Marroquín
Diego de Carvajal Siglo XVI Francisco Marroquín
Gaspar López Siglo XVI Bernardino de Villalpando
Cristóbal de Morales Siglo XVI Gómez Fernández de C.
Pedro de Morales 20.11.1599 Sede vacante
Diego de Vargas 09.02.1606 Juan Ramírez de Arellano
Felipe Ruiz Corral 28.03.1609 Sede vacante
Rodrigo de Villegas 22.12.1615 Sede vacante
Pedro de Bonilla Gil 14.01.1630 Sede vacante
Martín García de S. 30.03.1642 Sede vacante
Pedro de Bonilla Gil 07.09.1646 Bartolomé González Soltero
Antonio Álvarez de Vega 11.05.1652 Sede vacante
Alonso Zapata de Cárdenas 24.12.1658 Payo Enríquez de Rivera
Nicolás de Aduna 06.11.1668 Juan de Santo Matía Sáenz
Antonio de Salazar 03.11.1674 Juan de Santo Matía Sáenz
Alonso Enríquez de Vargas 14.02.1675 Sede vacante
Antonio de Salazar 24.02.1676 Juan de Ortega Montañés
Joseph de Baños y S. 06.12.1682 Juan de Ortega Montañés
José Sánchez de las Navas 19.04.1695 Andrés de las Navas
Esteban de Cárdenas 03.11.1701 Sede vacante
Joseph Varón de Berrieza 20.08.1705 Sede vacante
Diego Felipe Gómez 11.10.1706 Mauro de Larriátegui
Joseph Varón de Berrieza 25.09.1710 Mauro de Larriátegui
Figura 4.2. Provisores nombrados entre finales del siglo XVI hasta inicios del siglo XVIII696
Fuente: Elaboración propia con base en AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno
Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I; AHAG, Fondo Cabildo, Actas capitulares,
Libros 2º y 3º; AGI, INDIFERENTE, 118, N.111; 193, N.86; 202, N.39; 213, N.109; AGI,
MÉXICO, 236, N.6.
696
El cuadro se encuentra incompleto, debido a la limitación que se ha tenido en el presente trabajo respecto a
fuentes. Una revisión profunda de otros fondos podría completar el listado en la temporalidad propuesta, cubriendo
los vacíos respectivos al siglo XVI.
188
b. Promotor fiscal
Tras normar los principales aspectos que rigieron la jurisdicción del provisor y vicario general,
que era la misma del prelado diocesano, los decretos continuaron con el oficio del fiscal, también
llamado promotor fiscal, quien también tenía que prestar el juramento, en manos del oficio o
secretario, “de ser fiel en todo, ver por el honor de Dios y el bien de las almas”, agregando que
era su deber el defender “la inmunidad de las iglesias, los bienes eclesiásticos y los ministros,
seguir las causas eclesiásticas, sostener los derechos de la Iglesia y del obispo; solicitando para
todo esto diligentemente las necesarias pruebas y testigos” (Lib. I., Tít. IX., §I).697
Para su actuación, el fiscal se apoyó en los párrocos, quienes podían informarle acerca de los
delincuentes notorios. Esta información era importante para que procedieran en su contra. En
este sentido, el párrafo II del Título IX, Libro I, explicó que debía tener conocimiento sobre “los
usureros y prestamistas, los que viviendo aún su primera consorte toman otras, los que no viven
con sus mujeres, los jugadores y sus receptadores, los blasfemos y demás delincuentes que
pertenecen a la jurisdicción eclesiástica”. Para lograrlo, fue su deber anotar cada caso en un libro
que utilizaba para denunciarlos “con mucha solicitud”. Al final de cada mes, daba cuenta al juez
eclesiástico de las actuaciones hechas en las causas, informándole en qué estado se encontraban.
Acto seguido, debía cumplir con todo lo que mandara el provisor –o quien actuara de árbitro,
según el caso-, escribiendo y firmándolo en el libro. Si no se hacía esto, según el concilio, la
pena en la que incurrían los promotores fiscales era de cuatro pesos por cada vez que se pasara
por alto (§II).698
697
Concilio III Provincial, p. 79.
698
Concilio III Provincial, pp. 79-80.
699
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 14.
189
como fiscal en tiempos del obispo fray Payo de Rivera. Cabe resaltar que, además de ejercer
ante el provisor, el nombramiento aclaró que también lo haría ante el prelado. 700
El promotor fiscal era facultado para denunciar “cualesquiera delitos y pecados públicos
cometidos así por los eclesiásticos como por los seculares en todas instancias las dichas causas”.
Era delegado para que informara sobre “otras cualesquiera [causas] criminales y pertenecientes
a obras pías, cumplimiento de testamentos y en defensa de nuestra jurisdicción y dignidad”. Para
ello, debía hacer todas las diligencias que fueran necesarias, atendiendo a lo que sus antecesores
habían realizado para ello, dándole poder y comisión, “en forma la que de derecho se requiere
y es necesaria”, para que llevara los derechos y emolumentos, tomados a partir de los aranceles
y la costumbre del tribunal. El nombramiento terminaba con dos puntos importantes: por un
lado, exhortando a los vecinos y moradores de la ciudad y el obispado a reconocer como
promotor fiscal a la persona que delegaba para tal cargo, guardando las honras, preeminencias
y exenciones que debían ser guardadas en razón del ejercicio del oficio; por el otro, jurando la
fidelidad que se acostumbraba ante el provisor y vicario general.701
Su actuación debía ser apegada a derecho y, por tanto, no debía estar viciada por la intervención
de terceros. En atención a ello, en las actas del sínodo mexicano se advirtió que no podían
celebrar convenios, ni tampoco omitir, producir y alegar los derechos correspondientes, para no
dejarse corromper por donaciones o parecidos. En caso de que sucediera de esa forma, lo actuado
se consideraba nulo y, en caso de recibir algo, “quedan sujetos a la pena de restituir el cuádruplo;
si por dos, sean multados en doble cantidad, y si por tres, queden privados del oficio, y sean
castigados con otras penas según la gravedad del negocio” (§VII). Igualmente, fue importante
que no recibieran regalos o dones de persona alguna, aunque fueran comestibles o dadas de
forma espontánea, así como tampoco pudieron tratar con los litigantes, so pena de restituir el
duplo (§VIII).702
Los cánones conciliares, por su parte, advirtieron a los fiscales de varios aspectos relativos al
derecho del fisco. Fue así que las averiguaciones hechas por estos ministros no podían
extenderse más de tres años atrás, pues los delitos de seculares y clérigos “por el mucho tiempo
700
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 14.
701
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fols. 14-15.
702
Concilio III Provincial, p. 83
190
transcurrido y la enmienda de su vida, llegan a olvidarse en un todo”. Sin embargo, según se
sigue del decreto, existían personas “mal prevenidas” que, con el ánimo de causarles molestias
o infamarlos –y no con el fin de que se administrar justicia y se llevara una vida de rectitud-,
retenían “siempre en la memoria los excesos de otros”. Esto era exceptuado únicamente si el
delito era de gran escándalo y público conocimiento “que parezca al ordinario no poderse
disimular impunemente sin escándalo” (§III).
Tampoco tuvo facultad para actuar contra los clérigos que hacían injurias leves de palabra,
“dichas sin estrépito de armas o efusión de sangre, ni permitan que se les denuncie, ni hagan
averiguaciones, ni detengan al acusado en la cárcel, o se le exijan multas, hecha ya la paz entre
las partes”, a menos de que el agraviado lo pidiera (§IV). De igual manera, se encontraba
restringida la actuación contra alguien previamente denunciado si el delator no prestaba caución
respecto a las costas y daños en caso de que no se probara el delito. En cambio, si se trataba de
delitos públicos o “denunciados con testigos ciertos”, se debía actuar con diligencia (§IX). El
procedimiento también estaba vedado si se tratara de causas de clérigos que no tuviera prueba o
infamia notoria (§X). 703
Puede seguirse en las atribuciones que dicho oficial fue fundamental para que el provisor pudiera
cumplir con sus labores judiciales. Por ejemplo, el fiscal estaba encargado de reprender a los
reincidentes de delitos, promoviendo todas las diligencias necesarias ante el juez eclesiástico
(§V).704 También es notorio que se les advertía a los promotores fiscales de que no abandonaran,
sin permiso de los jueces, las causas y tampoco las ocultaran, entraran sobre ellas en pacto, ni
prevaricaran, so pena de cincuenta pesos, o una pena mayor dependiendo de la causa (§VI). Por
su parte, las acusaciones, y todos los demás aspectos que se atenían a su oficio, debían ser
producidas en forma escrita (§XI). Si los reos salían de la cárcel bajo fianza, el fiscal debía
seguir la causa y hacer que se terminara, salvo que fuera después de sentencia (§XIV).
Incluyéndose en el auxilio al juez, asimismo se disponía que, asistiéndolo cuando se diera
públicamente cuenta al juez eclesiástico, so pena de un peso en cada vez que lo omitieran, sin
poder ser representados a menos que el vicario o juez así lo permitiera (§XVIII).705
703
Concilio III Provincial, pp. 80-84. Esto también aplicaba para causas de adulterio en que se involucraban los
clérigos (§XX).
704
Véase lo establecido en Lib. I., Tít. VIII, §XIV del Concilio III Provincial.
705
Concilio III Provincial, pp. 82-87.
191
También se le vedaba el ingerir en las causas pertenecientes a las partes de forma propia, a no
ser de que se tratara de orden del juez eclesiástico –o, en su defecto, las expresadas en el III
Concilio…-, siendo las de indios las más notorias. De tal cuenta, siendo estos procesos los que
debían cumplir de oficio, no podían retardarlos, con la advertencia de que, al hacerlo, serían
multados en dos pesos (§XV).706 En consecuencia, al accionar de oficio, el promotor fiscal fue
obligado de informar al provisor de los testigos para que este último pudiera prever lo necesario
(§XVI), evitando concluir las causas únicamente con información sumaria (§XVII). 707
Finalmente, cabe agregar que el fisco judicial eclesiástico no se limitó a la sede episcopal. Al
contrario, tuvo su extensión en las iglesias de toda la diócesis. A manera de intermediarios entre
los ministros de la justicia eclesiástica y la grey, miembros de la comunidad, nombrados como
fiscales por los ministros eclesiásticos locales, a menudo hicieron averiguaciones sobre quiénes
no oían misa ni guardaban las fiestas o asistían a la iglesia con poca reverencia. También ponían
en evidencia a los pecadores públicos y viciosos. En función de constituir un canal de
información, asistían a las tabernas, fondas y otros establecimientos parecidos para corroborar
si se vendían bebidas y viandas en los días festivos mientras se celebraba la misa. Añadía el
decreto que “cuanto hallaren culpable en todas estas cosas, denúncienlo a los vicarios, para que
tomen las providencias a que en razón de su oficio están obligados”, sin necesidad de entrar en
disputas. Se les prevenía que no fueran inducidos al cohecho por medio de dinero, donaciones,
regalos o semejantes “bajo la pena de restituir el cuádruplo, y de ser castigados al arbitrio de los
jueces, hasta con la privación de oficio” (§XXIII). 708 No sería extraño encontrar a estos mismos
sujetos denunciando pecados públicos ante los prelados o visitadores en las visitas episcopales.
706
Este aspecto tiene fuerte influencia de la política general de la Monarquía hispánica, establecida también en
algunas Reales Cédulas que exhortaban a los jueces de la jurisdicción real, en las Reales Audiencias, a agilizar las
causas de los indios, actuando de forma sumaria. Véase Recopilación, Lib. II, Tít. XV, Ley LXXXIII y Lib. V.,
Tít. X, Ley X.
707
Concilio III Provincial, pp. 86-87.
708
Concilio III Provincial, pp. 89-90. Poco se sabe del actuar de los fiscales y su desenvolvimiento en el ámbito
local. La historiadora Ana de Zaballa da algunos detalles de su papel a partir del análisis de varios procesos de
indios en los foros eclesiásticos. Los compara con los familiares del Santo Oficio, en tanto eran nombrados para la
delación en sus propias comunidades, y expresa que se trataba de un mecanismo de control sobre la vida de los
pueblos de indios. Véase Ana de Zaballa Beascoechea, “Jurisdicción de los tribunales eclesiásticos novohispanos
sobre la heterodoxia indígena Una aproximación a su estudio”, en Ana Zaballa de Beascoechea (coord.), Nuevas
perspectivas sobre el castigo de la heterodoxia indígena en la Nueva España. Siglos XVI-XVIII. Bilbao: Servicio
editorial. Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea, 2005, pp. 64-68. Sin duda, se trata de una
temática por explorar en el marco de la intermediación indígena. Véase también Yannakakis, El arte de estar en
medio, p. 26-33.
192
Promotor fiscal Nombramiento Obispo
Salvador de Nebrija 08.10.1669 Juan de Santo Matía Sáenz de
Mañosca
Juan de Alarcón 17.07.1673 Juan de Santo Matía Sáenz de
Mañosca
Gerónimo Hurtado 07.11.1674 Juan de Santo Matía Sáenz de
Mañosca
Manuel Gil de Alvarado 15.10.1685 Andrés de las Navas y
Quevedo
Félix de Castro 06.12.1706 Mauro de Larriátegui y Colón
Los notarios fueron fundamentales en el proceso judicial, debido a que los mismos daban fe a
los instrumentos elaborados en la Audiencia episcopal y, gracias a su actuación, influyeron en
el desarrollo de los procedimientos judiciales, en tanto secretarios del tribunal y como redactores
de los instrumentos jurídicos que eran de uso en el foro. 709 Otro aspecto a resaltar, en ese ordo
iuris, es que fueron los encargados de resguardar la memoria institucional a partir de los
documentos que guardaron en su poder y de los cuales eran productores instrumentales y agentes
activos en su elaboración.710
Debido a estos elementos, prestaban juramento de fidelidad y obediencia al obispo y sus jueces
–entendiendo que la jurisdicción diocesana, en la sede episcopal, también comprendía al
Juzgado de testamentos, capellanías y obras pías-, así como a los decretos publicados por el
Concilio Tercero Provincial Mexicano. De esta forma, al iniciar sus labores, eran llamados a
asistir al tribunal por lo menos tres horas antes del mediodía, y otras tres después de él,
709
La profundización del papel del escribano en la administración de justicia en Argouse, “Prueba, información y
papeles”, pp. 97-137.
710
Véase Burns, Into the Archive, passim.
193
despachando los negocios junto a los jueces. En caso contrario, se les multaría con un peso por
día de inasistencia (Lib. I., Tít. X., §I).711
Para velar que estos oficiales fueran suficientes en cuanto a su actuación dentro del juzgado
eclesiástico, los obispos examinaban a los notarios, con base en lo establecido por los cánones
del Concilio de Trento. De esta forma, los vicarios se aseguraban de que el oficial era capaz de
llevar las causas de su jurisdicción, pues mientras no sustentaran el examen del mitrado,
cualquier cosa que actuaren sería tomada como inválida. Si el vicario no hiciere caso de ello, se
multaría en ocho pesos, siendo la tercera parte aplicada al denunciante, siendo el notario
inhabilitado de ejercer (§II).712 Cabe resaltar que el tribunal tenía a dos tipos de notarios: los que
eran nombrados como “públicos” y eran reconocidos como tales en todo el obispado, y los
“receptores”, que circunscribían su actuación al tribunal y a las causas que se requirieran en el
ejercicio de la jurisdicción del juez eclesiástico.
En el nombramiento de notario público de Ignacio Agreda, dado por el obispo don Juan de
Ortega Montañés, en 20 de febrero de 1679, para proceder en “los negocios y despachos que
penden en nuestro juzgado eclesiástico de esta ciudad y obispado y los que se pueden ofrecer en
adelante”, se explicó que la persona que lo hiciera debía ser “en quien concurran las calidades
que se requieren que ejerza el oficio de notario público del dicho nuestro juzgado y audiencia
episcopal”. Por ende, siendo Ignacio de Agreda notario de las Indias por nombramiento real, y
asistiendo en él la “habilidad, legalidad, suficiencia y las demás que para dicho oficio y
ministerio son necesarias”, se le dio facultad para llevar dichos negocios.713
Antes de ser nombrado como notario público del juzgado eclesiástico, Agreda había ejercido
como notario receptor del tribunal eclesiástico por siete años. Después de consignar eso, el
nombramiento continuó declarando los aspectos concernientes a su oficio, a saber, para que “use
y ejerza el dicho oficio y pasen ante él cualesquier pleitos y causas que pendieren en la dicha
nuestra Audiencia”, conociendo en todo lo que el prelado “o el dicho señor nuestro provisor y
vicario general conociéremos y haga todos y cualesquier autos, diligencias y demás cosas que
por razón del dicho oficio le toquen y pertenezcan”, en atención a cómo habían actuado sus
711
Concilio III Provincial, pp. 90-91.
712
Concilio III Provincial, p. 91
713
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fols. 84-85.
La confirmación de oficio, de 1675, como notario de Indias en AGI, Guatemala, 92, N.6.
194
antecesores. Como en los demás oficios, se pidió que se reconociera a Agreda como notario
público en todo el obispado y que se le diera “entera fe y crédito judicial y extrajudicialmente,
y se le guarden y hagan guardar las honras, exenciones y preminencias que por la dicha razón le
son y fueren debidas”. Por último, se le dio licencia para percibir los derechos y emolumentos
correspondientes.714
Por su parte, los notarios receptores se encontraron con limitaciones respecto a los notarios
públicos del juzgado eclesiástico, especialmente en el ejercicio en todo el obispado.715 Además,
estos últimos poseyeron algunas facultades que variaron respecto a los primeros. En este sentido,
también expedido por el doctor don Juan Ortega Montañés en 09 de abril de 1676, se nombró a
Sebastián Coello como notario receptor, gracias a “la entera satisfacción y confianza de la
inteligencia y habilidad, suficiencia, cristiandad y buen proceder” en la expedición de los
negocios. Es de resaltar que el oficio lo ejerció a partir del nombramiento que en él tenía el
anterior obispo, el doctor don Juan de Santo Matía Sáenz de Mañosca.716 Al igual que Agreda,
Coello era notario de Indias.717
Para iniciar un proceso, lo primero era reunir con la diligencia inicial las demás con que
comenzaba la causa. Actuaba cosiendo las hojas y poniendo los decretos y todos los folios en
714
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 85.
715
No confundir con los receptores de penas de la Audiencia episcopal. Al respecto, se tiene registro del
nombramiento de Cristóbal Ibáñez el 27 de noviembre de 1598, por parte del cabildo catedralicio en sede vacante,
para receptor de penas y condenaciones, agregando que era “para que las tenga en su poder en guarda y fiel custodia,
teniéndolas por cuenta y razón para darlas cuando le fuere pedido”. Véase AHAG, Fondo Cabildo, Actas
capitulares, Libro 1º, fol. 213.
716
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 67.
717
Su confirmación de oficio, fechada en 1675, puede verse en AGI, Guatemala, 92, N.8. En este se incluye el
conflicto relacionado con su calidad. Pese a la constante normativa que lo restringía, se le reconoció como un
“zambo” por parte de los demás escribanos y por el mismo Juan Santo Matía Sáenz de Mañosca. Pese a ello, Coello
continuó en el ejercicio de la pluma hasta finales de siglo.
718
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 67. Las
atribuciones y cualidades de los notarios receptores en Concilio III Provincial, Lib. I., Tít. X., §XXVIII y §XXIX.
195
orden, sin dejar vacíos, especificando día, mes y año, firmando y rubricando junto a los jueces
(§III). Estos autos no podían entregarse a los litigantes o procuradores en original o copia, salvo
que, en el caso de los segundos, podía entregarse de forma sumaria sin los nombres de los
testigos (§IV y §V). En este sentido, los traslados de decretos o provisiones favorables a alguna
parte podían darse únicamente con orden del juez y, finalmente, los mandatos ejecutorios solo
eran trasladados a la parte que lo pidiere, al ejecutor o al juez secular “en los casos concedidos
por estos decretos [del concilio]” (§VI y §VII).719
Otros aspectos de su actuar en el juzgado eclesiástico incluían: que no recibieran escritos que
estuvieran firmados por las partes o letrados conocidos (§VIII); que procediese de forma sumaria
–sin forma de juicio y proceso- en las causas menores a diez pesos (§IX); conservar bulas y
otros documentos exhibidos por los litigantes, poniendo en el proceso copias confrontadas –por
ende, eran responsables de los originales de estos documentos-. En caso de su muerte, el juez se
encargaba del oficio –protocolos y escrituras, principalmente-, siendo el sucesor el que tomara
el inventario del antecesor (§X, §XXV y §XXVI); que devolviere los originales al que los había
producido si la otra parte no lo reclamaba (§XI); que no entregaran los autos originales de las
informaciones sumarias (§XII); que tuviera protocolo de autos y escrituras formadas,
encargándose de todos los instrumentos producidos de forma judicial y extrajudicial. De esto,
nada podían recibir en cuanto se tratara guardar, poner en orden o buscar los procesos –lo que
incluía a sus dependientes- (§XIII y §XIX).720
Eran prevenidos de no aumentar sus honorarios por la traducción de escritos o instrumentos que
hubieran sido pasados a la lengua vulgar si ya se hubiese pagado por ello (§XX), ni exigir más
de lo debido al extender los instrumentos (§XXIV). Igualmente, tenían que cuidar los salarios
del visitador, vicarios y sus notarios (§XXII y §XXIII). Tampoco podían recibir multas ni
objetos en depósito de orden de los jueces (§XXVII), ni recibir paga por examinar testigos en la
ciudad. De esta forma se establecía que, de pedir honorarios a los litigantes, declararan con
exactitud lo que se les debía y en qué concepto (§XXXII). Así, al igual que todos los ministros,
719
Concilio III Provincial, pp. 92-94.
720
Concilio III Provincial, pp. 94-101.
196
tenían prohibido recibir cosas, dinero, piedras preciosas, comida, ni se hospedaran en casas de
litigantes, para que esto no influyera de forma negativa en su práctica (§XXXIV). 721
Los honorarios recibidos por los notarios de la Audiencia episcopal se arreglaban conforme a
los instrumentos que emitían. De tal cuenta, estos se arreglaban conforme a lo que de ellos se
requería. El 06 de marzo de 1686, don Ignacio de Agreda recibió de don Fernando de la Tovilla
y Gálvez, administrador de los bienes y rentas de la Santa Iglesia Catedral, catorce reales. El
desglose del pago era el siguiente: seis de ellos por los derechos de un testimonio que Tovilla
pidió de una petición y decreto en el que pidió y se mandó a librar despacho el provisor y vicario
general al vicario provincial de Sonsonate, para que notificaran a las personas que debían el
diezmo del año de 1683 lo pagaran, so pena de censuras y los fijaran como excomulgados. Los
ocho reales restantes eran por los derechos de un testimonio en la relación que pidió de una
oblación de dos mil pesos que había hecho Baltasar de Valdés, y del depósito de dicha
cantidad.722
En otro caso, el capitán Simón Frens Porte, quien fungía como mayordomo de los bienes y rentas
de la Santa Iglesia Catedral en 1643, mandó a dar, el 10 de octubre de ese año, a Francisco
Delgado, notario de la Audiencia Episcopal, cinco tostones que se le debían por sus derechos de
cuatro notificaciones que había hecho en una causa de redención de censo que tenía la catedral
con un monasterio femenino. Dichas notificaciones fueron enviadas al administrador del
convento de monjas de la Concepción de Santiago, la abadesa y a las definidoras.723
721
Concilio III Provincial, pp. 99-106.
722
AHAG. Fondo cabildo. Sección mayordomía. Costas de escribanos. El cabildo catedralicio consignó en 1694
una petición al notario de la Audiencia episcopal, Ignacio de Agreda, de los autos de las cuentas que le tomaron al
mayordomo y administrador de los bienes y cuentas de la Santa Iglesia Catedral. Véase AHAG, Fondo Cabildo,
Actas capitulares, Libro 3º, fol. 173.
723
AHAG. Fondo cabildo. Sección mayordomía. Costas de escribanos.
197
Notario Tipo de notario Nombramiento Obispo
Sebastián Pérez Notario público 11.07.1668 Juan de Santo Matía Sáenz
Pinto de Mañosca
Miguel de Cuéllar Notario público 30.07.1669 Juan de Santo Matía Sáenz
Varona de Mañosca
Sebastián Coello Notario receptor 10.07.1673 Juan de Santo Matía Sáenz
de Mañosca
Ignacio de Agreda Notario receptor 22.02.1675 Sede vacante
Francisco del Notario receptor 14.02.1679 Juan de Ortega Montañés
Castillo
Ignacio de Agreda Notario público 20.02.1679 Juan de Ortega Montañés
Pedro de Palacios Notario receptor 05.04.1683 Andrés de las Navas y
Quevedo
Sebastián Coello Notario público 01.02.1687 Andrés de las Navas y
Quevedo
Esteban de la Fuente Notario público 01.02.1687 Andrés de las Navas y
Quevedo
Manuel de Lejarza Notario público (en 09.10.1706 Mauro de Larreátegui y
Palacio ínterin) Colón
Juan Sánchez Canete Notario receptor 16.10.1706 Mauro de Larreátegui y
Colón
Guillermo Martínez Notario público 18.11.1706 Mauro de Larreátegui y
de Pereda Colón
Juan Gregorio Notario receptor 12.05.1710 Mauro de Larreátegui y
Vásquez Colón
724
Es importante señalar que todos eran notarios aprobados por la jurisdicción real. Esto puede constatarse a partir
de las confirmaciones de oficio correspondientes en el fondo AGI, Guatemala.
198
d. Procuradores
Si bien los procuradores no fueron parte formal de la estructura interna de la Audiencia episcopal
en un sentido estricto, su papel tuvo relevancia para llevar algunos casos promovidos ante dicho
tribunal.725 Su actuación se encontraba normada en los cánones del Tercer Concilio Provincial
Mexicano a partir del Título II, del Libro II. Esto implicó que en el sínodo se decidió incluir a
estos agentes como parte de los decretos en relación al proceso y no dentro del ordenamiento
institucional del juzgado eclesiástico.726
De esta forma, eran solicitados para que aplicaran todo su cuidado y diligencia en el desempeño
de las causas que se les hubieren encargado “y en ellas procedan con toda verdad, promoviendo
con discernimiento lo que fuere útil a la parte a quien representan, sin ser corrompidos por
colusión, falsedad, prevaricación o especie de prevaricación”. Igualmente, debían pedir todo lo
que fuera necesario para que las causas concluyeran de forma conveniente, sin que interviniera
“odio o amistad que profesen a su parte o a la contraria” (§Lib. II., Tít. II., §I).727
Para el pago de sus salarios, los procuradores recibían lo que habían acordado previamente con
quien le había extendido el poder para actuar en su nombre. Sin embargo, en caso de cometer
excesos para estimar el costo de estos honorarios, de forma que afectase directa o indirectamente
al litigante, o incluso devengaran salarios o remuneraciones injustas por medio de la fuerza, el
juez eclesiástico era facultado para que tasase los honorarios acorde a lo que merecía el trabajo
“y manden estrictamente que restituyan el sobrante; y además de esto, sufran la pena que los
jueces a su arbitrio conceptúen justa y debida” (§II).728
Uno de los decretos del sínodo de 1585 establecía el comportamiento adecuado para los
procuradores en el juzgado eclesiástico, advirtiendo, con mucha probabilidad, en prácticas
recurrentes en ese ámbito. Consecuentemente, se explicaba que los procuradores no podían
comunicarse de forma deshonesta con las mujeres involucradas en las causas que llevaban,
fueran parte que encomendaba o contraria, así como tampoco podían tomarlas por concubinas.
De modo que, al contravenir esta disposición, la sanción era ser suspendidos por tres meses del
725
Para conocer al respecto de los procuradores que pudieron actuar ante la Audiencia episcopal, véase el anexo
correspondiente a las ventas de oficios de la Real Audiencia de Guatemala.
726
Concilio III Provincial, pp. 133-135
727
Concilio III Provincial, p. 133.
728
Concilio III Provincial, p. 134.
199
ejercicio del oficio en todas las causas eclesiásticas. Se agregaba que “no admitan los jueces ni
los notarios las peticiones que produjesen los procuradores, o cualesquiera otros actos que
practicasen” (§III).729
Para que se hiciera efectiva la actividad del procurador, era necesario que mediara un poder que
daba la capacidad de representar al litigante. Gracias a ello, puede establecerse un papel
mediador cumplido por estos agentes. Por ejemplo, el 17 de octubre de 1618, Elena de Paredes,
vecina de Santiago, casada con Juan Morales Garcés, que se encontraba preso en la real cárcel
de corte, otorgó su poder cumplido a Nicolás de Penagos, procurador de la Real Audiencia y a
Francisco Delgado, su hermano, para que actuaran in solidum en el juzgado eclesiástico y “ante
cualesquier jueces eclesiásticos o reales”, en función de que se desarrollara una causa de
divorcio entre Paredes y Morales Garcés. Con el apoderamiento, se indicó que eran capaces de
hacer “pedimentos, querellas, acusaciones acerca del dicho divorcio, presentar testigos, escritos
escrituras y probanzas y todo género de prueba, hacer cualesquier juramentos”. Se incluyó
también la posibilidad de hacer recusaciones y apelaciones por vía de fuerza y a mayores
instancias.730
A nivel local, la justicia eclesiástica se desenvolvió como una extensión de la jurisdicción que
el prelado delegaba en el provisor y vicario general, en el marco de la iurisdictio episcopal. Para
ello, la actividad judicial de los clérigos iba de la mano con la administración de las almas, tanto
en el foro interno como en el externo. En este sentido, tal y como es explicado por María Elena
Barral y Miriam Moriconi, la administración de justicia, en esta escala, se dio “en el horizonte
de una cultura política teologizada y de una sociedad sacralizada […]”.731
729
Concilio III Provincial, pp. 134-135.
730
AGCA, A1.20, leg. 357, fol. 172.
731
María Elena Barral y Miriam Moriconi, “Los otros jueces: vicarios eclesiásticos en las parroquias de la diócesis
de Buenos Aires durante el período colonial”, en Casseli (coord.), Justicias, agentes y jurisdicciones, p. 346. Véase,
para una profundización del papel de los ministros eclesiásticos en pequeña escala, María Elena Barral, “’Fuera y
dentro del confesionario’: Los párrocos rurales de Buenos Aires como jueces eclesiásticos a finales del período
colonial”, Quinto Sol, 7 (2003): pp. 11-36.
200
administración de los sacramentos, confesión, etc.-, enfatizando en el programa postridentino
de reforma de las costumbres. La historiografía especializada le ha concedido a estos “vicarios
y jueces eclesiásticos” una calidad de extensión que auxiliaba en la expedición de las causas al
provisor, en regiones delimitadas, ajustadas a los proyectos específicos de cada diócesis con un
grado relevante de intervención en la vida cotidiana.732
En este sentido, la forma de proceder de los vicarios provinciales era pronunciar autos y
sentencias interlocutorias y definitivas, imponer censuras y agravarlas “conforme a derecho”.
En las causas criminales, hacía las sumarias, prendía a los señalados, tomaba bienes y los
732
Traslosheros, Historia judicial eclesiástica, p. 41; Barral y Moriconi, “Los otros jueces”, p. 349. Para un estudio
exhaustivo de la historiografía al respecto, especialmente –mas no de manera exclusiva- en el contexto rioplatense,
véase Miriam Moriconi, “La administración de justicia eclesiástica en el Río de la Plata s. XVII-XVIII: un horizonte
historiográfico”, História da Historiografía, 11 (abril 2013), pp. 210-229.
733
Véase, por ejemplo, Concilio III Provincial, Lib. I., Tít. VIII., §II; Lib. II, Títl V., §VIII.
734
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 74.
201
remitía, junto a los autos, al provisor y vicario general. Por su parte, en las causas civiles, en
caso de que excedieren los 100 pesos, estando conclusas y en grado de sentencia, eran remitidas.
En otro sentido, podía hacer informaciones para casamientos de españoles, negros, mulatos,
mestizos e indios, para remitirlas al provisor y, así, que este tomara las decisiones
correspondientes en torno a la celebración del matrimonio. Para su auxilio, era facultado en
nombrar intérprete y notario, en caso de ser necesario.735
Los vicarios foráneos eran, por su parte, los ministros eclesiásticos que tenían mayor conexión
local con la grey, debido a que estos eran, a la vez, curas beneficiados. Entendido de esta forma,
el doctor don Juan de Santo Matía Sáenz de Mañosca, obispo de la Diócesis de Guatemala,
extendió el título de vicario foráneo del partido de Mita, el 17 de octubre de 1669, al maestro
don Esteban de Acuña y Moreira, quien ya había recibido colación canónica como cura
beneficiado del dicho partido.736
Las obligaciones como vicario foráneo incluía conocer “de todas y cualesquier causas civiles y
criminales que en el dicho partido se ofrecieren, pertenecientes del juzgado eclesiástico, en las
cuales pueda proceder, sustanciar y determinar, conforme a derecho”. Para ello, podía ejecutar
autos y sentencias, además de otorgar apelaciones que se interpusieran de ellas. Sin embargo,
en las causas graves y de clérigos, su tarea consistía únicamente en concluirlas y dejarlas en
estado de sentencia. De ahí, debía remitirlas al provisor y vicario general para que pudiera, con
vista en los autos, proveer lo conveniente. Por su parte, en las causas civiles leves podía proceder
hasta sentenciarlas y determinarlas, a excepción de casos matrimoniales, beneficiales, decimales
y testamentarias, que debían remitirse al obispo o provisor. También, al igual que a los vicarios
provinciales, se les facultaba para imponer y agravar censuras, así como tomar bienes, incluso
pidiendo auxilio a la justicia real.737
Debían defender la inmunidad eclesiástica y, para las causas matrimoniales, les correspondía
hacer informaciones de quienes quisieran contraer matrimonio. A partir de ahí, era tarea del
obispo o provisor el revisarlas y dictaminar lo conveniente en derecho. En las amonestaciones
no podía dispensar sin previo consentimiento del obispo. Además, debía cuidar que ningún
735
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fols. 74-75.
736
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 15.
737
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol, 15.
202
sacerdote regular o secular administrara los sacramentos ni sus órdenes sin mostrar las licencias
de aprobación requeridas. Para concluir, se le facultaba de nombrar notario e intérprete si era
necesario, para la correcta administración de justicia.738
738
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 16.
203
E. Otros foros de justicia eclesiástica
Anteriormente se hizo referencia a que el único juez eclesiástico, capaz de ejercer una
jurisdicción, en la Diócesis de Guatemala, era el obispo. De él emanaba la iurisdictio y, así,
todos los foros de justicia diocesanos constituían un tribunal con él mismo, en tanto dirimían los
asuntos que le tenían encargados en el ejercicio de la potestad episcopal. Sin embargo, la
imposibilidad de ver todos los asuntos judiciales obligó a los prelados a nombrar personas para
que lo auxiliaran en la expedición de dichos asuntos.
Además de la Audiencia episcopal, pueden distinguirse otros tres foros que pertenecían al ordo
iuris dentro de los límites de la Provincia de Guatemala. Para cada uno de ellos existió una
normativa específica y fueron incluidos dentro de la política de nombramientos de la cabeza de
obispado. Estos fueron, a saber, el foro interno (confesión), la visita episcopal y el Juzgado de
testamentos, capellanías y obras pías. A continuación se hace una revisión sumaria de sus
principales atribuciones y de qué forma se integraban en la administración de justicia
eclesiástica.739
739
Se ha omitido la relación institucional correspondiente al Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en
Guatemala, por no tratarse de un foro integrante de la iurisdictio episcopal. Sin embargo, se remite al trabajo más
detallado que existe al respecto, sobre la latitud y temporalidad aquí estudiada, elaborado a partir de los fondos
documentales resguardados en el Archivo General de la Nación de México: Ernesto Chinchilla Aguilar, La
Inquisición en Guatemala. Guatemala: Editorial Universitaria, 1999. Este es, probablemente, el único esfuerzo
dentro del ámbito de la historia institucional, existente al momento, llevado a cabo para conocer en torno a la
administración de justicia eclesiástica en el Reino de Guatemala.
204
retomó prácticas e instituciones medievales para disciplinar a la grey, dentro de los límites del
fórum internum y externum.740
Dentro del ordo iuris novohispano, la confesión sacramental no fue considerada como una
institución de administración de justicia con todas sus formalidades, aunque no por ello dejaba
de ser importante para la comprensión del concepto de justicia. De hecho, este resultaba ser un
foro relevante dentro del modelo judicial, debido a que, según la doctrina de la época, era un
tribunal de conciencia en el que el único juez era Dios, con el que el pecador pretendía
reconciliarse a través de someterse a tres momentos específicos. En primer lugar, el
arrepentimiento, seguido de la confesión de la falta y, finalmente, la satisfacción de la misma.
Esto era antecedido por un examen de conciencia, que le permitía al creyente sentir dolor por el
daño causado y generar en él un propósito de enmienda. Acto seguido de la confesión, el
cumplimiento de la penitencia servía para expiar el pecado y reparar el daño.742
Debido a ello, la guía para que un confesor llevara a cabo su labor como intermediario fue un
punto en el que enfatizaron los cánones tridentinos. En consecuencia, los manuales de
confesores tomaron relevancia para establecer una nueva práctica de confesión, pues dieron
lineamientos claros, y de forma sumaria, sobre qué se debía preguntar y, también, cómo llevar
al confesante al arrepentimiento de sus pecados.743
740
Ute Lutz Heuman, “Imposing Church and Social Discipline”, en R. Po-Chia Hsia (ed.), The Cambridge History
of Christianity: Volume 6, Reform and Expansion, 1500-1600. Nueva York: Cambridge University Press, 2007, pp.
246-247.
741
Lutz Heuman, “Imposing Church and Social Discipline”, p. 250.
742
Traslosheros, Historia judicial eclesiástica, pp. 30-32.
743
Traslosheros, Historia judicial eclesiástica, p. 250.
205
explicando que el ministro debía estar “versado en la administración de los sacramentos,
principalmente en el de la penitencia, y bien instruido en los casos de conciencia”, según los
cánones conciliares y lo establecido en el Directorio de confesores y penitentes, agregado entre
los manuscritos del sínodo mexicano.744 Este último se compuso de dos partes. Una primera que
trató todo lo referente al examen al que debían someterse los que pretendían recibir título de
confesores, mientras que la segunda dio cuenta de la doctrina que debía extenderse a los fieles. 745
La posesión del Directorio permitió oponer a los clérigos en los concursos de beneficios,
sancionando a quienes, estando en propiedad de los beneficios, no lo tenían como referencia. 746
744
Concilio III Provincial, pp. 38-39.
745
Se ha tenido a la mano la edición preparada por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en
2004. Véase “Directorio del Santo Concilio Provincial Mexicano, celebrado este año de 1585”, en Martínez López-
Cano (coord.), Concilios provinciales mexicanos.
746
Luis Martínez Ferrer, “Casos de conciencia, profecía y devoción. Comentarios sobre el directorio para
confesores y penitentes del Tercer Concilio Mexicano (1585)”, Anuario Argentino de Derecho Canónico, XXII
(2016), pp. 314-315.
747
Los títulos de los examinadores sinodales, para la segunda mitad del siglo XVII e inicios del siglo XVIII en
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I.
748
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de títulos, fols. 103-104.
206
b. Visita episcopal
Evidentemente, la visita episcopal, que podía ser general u ocuparse de aspectos concretos para
el cuidado de la grey, fue una institución con finalidad pastoral con un papel judicial
protagónico, pues lo actuado dentro de ella no optaba a recurso de apelación y, además, las
disposiciones tomadas por el visitador eran tomadas como ley. Era realizada por el obispo o, en
su defecto, un juez visitador nombrado por él o el cabildo catedralicio en sede vacante. 750
La visita debió abarcar varios aspectos que en el Concilio Tercero Mexicano quedaron
explícitos, en función de velar por la vida de los religiosos y seglares. De esta forma, se puede
enumerar que, en ella, el obispo o juez visitador cuidaba el comportamiento del clero,
incluyendo a los doctrineros, lo relativo al culto divino y el decoro de los templos, la
administración de los beneficios eclesiásticos, los propios de testamentos, capellanías y
aniversarios y, finalmente, la vida y costumbre de la población que visitaban.752
En el edicto de visita de 1669, elaborado por el doctor don Juan de Santo Matía Sáenz de
Mañosca, obispo de Guatemala, quedaron bastante claras las intenciones y motivaciones de una
749
Lutz Heuman, “Imposing Church and Social Discipline”, p.250.
750
Traslosheros, Historia judicial eclesiástica, p.33.
751
Traslosheros, Historia judicial eclesiástica, p. 34.
752
Traslosheros, Historia judicial eclesiástica, p. 35.
207
visita episcopal a los poblados de indios.753 En primer lugar, Sáenz de Mañosca explicó que era
una de sus obligaciones “de este nuestro Obispado y jurisdicción”, velar por cómo se
administraban los sacramentos en él, así como la administración de las almas de los fieles, como
“tan gravemente encarga y manda el santo [Concilio de] Trento y el Concilio Provincial
Mexicano, y [como su majestad] (que Dios guarde) por sus reales cédulas lo dispone”. Acto
seguido, mandó a que se leyera y publicara dicho edicto en cada pueblo de indios. 754
La extirpación “de la mala semilla” de los pecados públicos y que provocaban escándalo fue
solo una de las cosas que pretendieron eliminarse en estas visitas. Por ello, se exhortaba a la
población a que, en caso de incurrir en algo contrario a la doctrina cristiana, incluyendo a los
clérigos, fuera servida de decirlo para que el prelado lograra actuar con mayor precisión,
encargándose, paralelamente, de la buena administración de los sacramentos y la forma en que
se encontraban las doctrinas y curatos, tanto en asuntos de la fe como en aquellos temporales –
lo que atendía, por ejemplo, a las cuentas de las cofradías y los asuntos decimales-.755
753
Es en este forum externum que se incluyen las campañas de extirpación de idolatrías, muy propias, en algunos
casos, de los siglos XVI y XVII. Aunque en ellas se combatían las desviaciones de la doctrina cristiana en la
población india, escapaban de las competencias de la Audiencia episcopal de manera formal, mas no de la
jurisdicción ordinaria del obispo, que podía emprender, si así lo quería, visitas destinadas a extirpación de idolatrías.
Véase Jorge E. Traslosheros, “El tribunal eclesiástico y los indios en el Arzobispado de México, hasta 1630”,
Historia Mexicana, Vol. LI, No. 3 (enero-marzo 2002), pp. 508-511.
754
“Edicto de visita, 1669”, en Mario Humberto Ruz (coord.), Memoria eclesial guatemalteca. Visitas pastorales,
tomo I. México: Arzobispado Primado de Guatemala/Universidad Nacional Autónoma de México/Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnología, 2002, p.167.
755
Ruz, Memoria eclesial guatemalteca, pp. 167-170.
208
sumariamente, y conforme a derecho, y sobre todo pueda fulminar censuras y absolver de ellas”,
actuando como si se tratara del obispo mismo.756
Como se mencionó, con la visita los obispos se extendieron más allá de las latitudes
administradas por el clero diocesano, en las que la aplicación de la justicia ordinaria, a través de
la Audiencia episcopal y sus extensiones en las vicarías provinciales y foráneas, resultaba más
bien difícil. Por ejemplo, el 15 de marzo de 1684, el obispo fray Andrés de las Navas y Quevedo
visitó el pueblo de San Juan Ostuncalco, cabecera de doctrina y curato administrado por la orden
mercedaria –de la que él provenía-, haciendo parecer ante él al padre predicador fray Esteban
de Bolaños, mercedario. Al estar junto al obispo, este le preguntó de cuántos pueblos se
componía la doctrina y curato y de qué forma se administraba. Acto seguido, revisó los libros
sacramentales para cerciorarse de que los mismos estuvieran en orden y conocer de qué forma
se administraban los sacramentos. También inquiría en los títulos que debían presentar los
doctrineros para confesar, así como por otros aspectos de la vida religiosa del partido, tales como
las cofradías –especialmente en lo que respectaba a las cuentas de las mismas-.757
Al terminar de revisar los aspectos rutinarios incluidos en las visitas, el obispo dictó una serie
de mandamientos que debían cumplirse para corregirse costumbres que estaban fuera de
derecho. En esa visita, fray Andrés de las Navas mandó a que, en vista de que se administraban
los sacramentos a unos indios del pueblo de San Miguel, perteneciente a la doctrina, fuera de su
iglesia, se previniera de hacerlo en donde correspondía. Otros aspectos incluyeron ordenar la
formación de un libro de defunciones, debido a que el mismo no existía, así como cuidar el
seguimiento de la doctrina. En este último aspecto, el obispo exhortó a que el doctrinero no
permitiera a los indios el sacar imágenes de sus iglesias para llevarlas a sus casas, con el pretexto
de vestirlas y aderezarlas en sus festividades. También pidió que no se dieran licencias para
hacer bailes como del Laxtum, Trompetas, Tum, Tzet, Ahtzet, Kaleay y La Historia de Adán, “ni
otros en que intervengan figuras de diablos”, entre otros elementos propios de la doctrina.758
756
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de títulos, fol. 3.
757
“Visita pastoral realizada por el obispo Fray Andrés de las Navas y Quevedo el 15 de marzo de 1684”, en Raner
Hostnig (comp.), El curato de San Juan Ostuncalco, tomo I: visitas pastorales (1684-1930). Quetzaltenango:
Centro de Capacitación e Investigación Campesina, 1993, pp. 33-44.
758
“Visita pastoral realizada por el obispo”, pp. 44-47.
209
c. Juzgado de testamentos, capellanías y obras pías
Las tareas nominadas al juez general de testamentos, capellanías y obras pías a menudo
enfatizaron en la buena administración de estos capitales, cuidando de las temporalidades
surgidas en función de la piedad del pueblo cristiano “para la mejor expedición de los negocios,
cumplimiento de las últimas voluntades de los fieles”, a partir de los sufragios expuestos en sus
testamentos y otros instrumentos extrajudiciales que disponían capellanías y obras pías, el
prelado o el cabildo catedralicio en sede vacante nombraba a persona capacitada para que
conocieran respecto a los patronatos y capellanes de las capellanías. También era su tarea revisar
y emitir autos en casos de redenciones. Sumado a estas labores, veían aspectos relacionados con
las fincas en que se imponían los capitales, especialmente aquellas destruidas, para volverse a
imponer sobre otras propiedades que brindaban mayor seguridad. Conocía, así, en cualquier
causa relacionada con estas temporalidades, pudiendo despachar autos para el efecto. 761
759
La descripción institucional de este juzgado, en una época bastante tardía y con un nivel mayor de organización
que el de la Diócesis de Guatemala, puede verse en Michael P. Costeloe, Church Wealth in Mexico. A Study of the
“Juzgado de Capellanías” in the Archbishopric of Mexico 1800-1856. Nueva York: Cambridge University Press,
1967. De forma breve se describen sus principales funciones en Gisela von Wobeser, El crédito eclesiástico en la
Nueva España. Siglo XVIII. México: UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas/Fondo de cultura económica,
2010, pp. 102-116.
760
Aunque algunos capitales eclesiásticos, tales como los aniversarios, que tenían un funcionamiento similar al de
los bienes administrados por este juzgado, se velaban en otras instancias. Por ejemplo, en la mayordomía de la
catedral. Véase AHAG. Fondo cabildo. Sección mayordomía. Aniversarios.
761
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 109.
210
eclesiásticas, junto a otros aspectos como la relación de estos capitales con el contexto urbano,
la producción y el comercio en el siglo XVII.762
Deben agregarse dos aspectos fundamentales para comprender este foro: primero, que la
mayoría de autos resguardados fueron expedidos por el provisor, por lo que el cargo de juez
general de testamentos, capellanías y obras pías era más bien discontinuo y no regular; segundo:
únicamente se han encontrado algunos nombramientos, a partir de la segunda mitad del siglo
XVII e inicios del siglo XVIII, que fueron dados por el cabildo catedralicio en sede vacante, a
excepción del nombramiento que hizo fray Payo de Rivera en Nicolás de Aduna en 1661. 764
Esto podría indicar que la labor no se encontró realmente desligada de las competencias de la
Audiencia episcopal, ya que los asuntos eran despachados por los mismos notarios y, por otro
lado, al hablar del “juzgado eclesiástico” los documentos parecen incluir, también, al juzgado
de testamentos sin distinción definida entre ambos foros.
A continuación se da una relación de los jueces de testamentos de los que se tiene noticia a partir
de la segunda mitad del siglo XVII.
762
AHAG. Fondo diocesano. Sección justicia. Legs. 93-102.
763
AHAG, Fondo Cabildo, Actas capitulares, Libro 2º, fols. 435-437. Es muy probable que hayan existido más
jueces generales de testamentos, capellanías y obras pías antes de mediados del siglo XVII, pues se han encontrado
referencias al respecto en fuentes como las escrituras públicas.
764
AGI, INDIFERENTE, 196, N.38.
211
Juez Nombramiento Obispo
Lorenzo Sáenz de Escobar 28.01.1650 Sede vacante
Nicolás de Aduna 21.10.1661 Payo Enríquez de Rivera
Nicolás Resino de Cabrera 22.02.1675 Sede vacante
Alonso Álvarez de la Fuente 15.11.1701 Sede vacante
La actividad de este juzgado puede ser seguida a través de los capitales que administró. Esta es,
probablemente, la forma más clara de notar su influencia y relación con la sociedad de la
Provincia de Guatemala. Especialmente interesa lo relativo al crédito eclesiástico, que era lo que
ocupó, en aquella época, la mayoría de expedientes. Así, junto a los conventos femeninos y
masculinos, así como los bienes de aniversarios, el Juzgado de Testamentos, capellanías y obras
pías, que también veía en lo respectivo a las rentas de hermandades, cofradías y otras
instituciones creadas con fundaciones piadosas, tenía un papel protagonista.765
La actividad crediticia emanada de este juzgado osciló, desde mediados del siglo XVII, entre
dos figuras jurídicas: por un lado, la imposición de censo y, por el otro, en la renta pupilar. 766
Ambas con una renta anual de 5%. En cuanto a la primera, puede hablarse, entre 1647 a 1700,
de un total de 215 casos, siendo, en promedio, unas cuatro imposiciones anuales. En otro sentido,
a partir de 1681 da inicio el uso de la usura pupilar entre un grupo pequeño de comerciantes y
ministros de Santiago de Guatemala y de otras provincias del reino. El Juzgado de Testamentos,
Capellanías y Obras Pías otorgó, entre 1681 y 1700, 90 obligaciones de ese tipo.767
765
Esto se ha analizado, con anterioridad, en conjunto con otras fuentes de crédito eclesiástico en Selvin Chiquín y
Rodrigo Alonzo, “’Por no haber hallado finca suficiente sobre que imponer y dar a censo’: crédito, sociedad y
economía en la provincia de Guatemala, 1670-1700”, presentado en XIV Congreso Centroamericano de Historia,
Nueva Guatemala de la Asunción, 06-10 de agosto de 2018.
766
Chiquín y Alonzo, “Por no haber hallado finca suficiente”.
767
AHAG. Fondo diocesano. Sección justicia. Legs. 93-102.
212
Figura 4.7 Crédito eclesiástico administrado por el Juzgado de testamentos, capellanías y
obras pías, entre 1647 y 1700
Fuente: Elaboración propia con base en AHAG. Fondo diocesano. Sección justicia. Legajos
93-102.
213
214
Capítulo 5
El gobierno de la justicia y sus dinámicas
El proceso en las reales audiencias siguió la tradición del ius commune. De esta forma, existió
un consenso entre los juristas para llevar a cabo los juicios, constando estos de petitium, probatio
y sententia. De esta forma, el juez, en el Antiguo Régimen, se basó en las pruebas y los alegatos
para emitir un fallo, con base en el modelo normativo romano y la actividad que habían tenido
los tribunales eclesiásticos en la Baja Edad Media (ordo iudiciarium).768
Por ejemplo, en la causa de 1545, que versó sobre quitar los indios al adelantado Montejo, acorde
a lo establecido por la legislación real, únicamente el licenciado Juan Rogel estuvo de acuerdo
768
Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 65-69.
769
Richard Kagan, Lawsuits and Litigants in Castile, 1500-1700. Chapel Hill: University of North Carolina Press,
1981, pp. 5-11.
770
AGCA, A1.25.1, leg. 1679. La fuente consultada lleva por título “Libro de votos de las causas y pleitos que
comenzó en el mes de julio de 1545 hasta el de 1564”.
215
que se hiciera “conforme a lo mandado por su majestad”.771 El mismo Rogel se opuso, sin
embargo, a una sentencia que se había dado en grado de vista y revista contra Pedro de Caba,
condenado por haber vendido una india.772 Este caso es ejemplar de una serie de juicios llevados
por los magistrados en temas similares en la primera Audiencia de Los Confines.
Por otro lado, desde mediados del siglo XVI, las personas de la Provincia de Guatemala,
especialmente aquellas asentadas en Santiago, dieron uso al tribunal de apelación instaurado en
la capital, como mediador en los conflictos, conocidos y fenecidos en nombre de un rey alejado
geográficamente que, sin embargo, acortaba su distanciamiento social en tanto los magistrados
togados administraban la justicia en su nombre. De esta forma, la Real Audiencia no era una
institución aislada, sino que, como se verá en este apartado, era parte del entramado político de
la Monarquía hispánica, cuya cohesión tenía lugar en la restitución de la aequitas.773 Esto se
lograba a partir del proceso judicial, que se enriquecía con las experiencias de los ministros,
aprendidas en universidades, en la tradición jurídica y, también, en la práctica foral.
771
AGCA, A1.25.1, leg. 1679, fol. 1. A lo largo de este libro se siguen los votos para las sentencias en casos de
encomiendas, ventas de indios y mal trato a los mismos.
772
AGCA, A1.25.1, leg. 1679, fol. 11.
773
Ya se ha hecho referencia, en capítulos anteriores, a las características de una justicia de jueces, y no de leyes.
Para un estudio más detallado sobre la justicia, la distancia y los vasallos indios, véase Brian P. Owensby, “Pacto
entre el rey lejano y súbditos indígenas. Justicia, legalidad y política en Nueva España, siglo XVII”, Historia
Mexicana, Vol. LXI, No. 1 (julio-septiembre 2011), pp. 59-106.
774
Por ejemplo, el caso de los barrios multirraciales de Santiago de Guatemala. Lutz, Historia social y económica,
pp. 111-165.
216
Una mirada a las causas resguardadas en el Archivo General de Centroamérica, dirimidas en las
distintas jurisdicciones de la justicia real, permite comprender que la administración de justicia
varió en función de la sociedad a la que pertenecía, pues, por ejemplo, las encomiendas y el trato
a los indios fueron protagonistas, incluso, en la segunda mitad del siglo XVI. Sin embargo, en
el siglo XVII fue inminente el aumento de causas relacionadas con dinero, propiedades y
familia. Adicionalmente, se asistió en los tribunales a un aumento de criminalidad que tuvo una
expresión mayor en el siglo siguiente.775
a. “Pido justicia”
La petición fue la puerta de entrada al complejo judicial. En las Audiencias, los jueces debían
proceder, según una real cédula de 1574 citada por Juan de Solórzano Pereira, "con todo rigor
contra los que así fuere o vinieren contra nuestro derecho y patronazgo, procediendo de oficio
o a pedimento de nuestros fiscales y de cualquier parte que la pida y en la ejecución de esto se
tenga mucha diligencia”.777 Actuar de oficio, entonces, implicaba que los procesos daban
comienzo por iniciativa de los magistrados.778
Las demandas, en casos civiles, incluían: el nombre del actor y el reo; lo que se pedía, haciendo
relación del caso, y por qué causa se pedía; la petición presentada para que el reo tuviera una
condena de forma neta y cierta, además del juramento conforme a la ley, so pena de la misma,
más el nombramiento de procurador. Acto seguido, se juraba que la demanda no era interpuesta
775
Un pequeño inventario de las causas vistas en la segunda mitad del siglo XVII e inicios del siglo XVIII en
AGCA, A1.15, leg. 2486, exp. 19678.
776
Renzo Honores, “Litigando en la Audiencia. El devenir de un pleyto", Historia y cultura, 22 (1993), pp. 28-30.
777
Solórzano Pereira, Política indiana, L. V, Cap. III, XIX.
778
Dougnac, Manual de historia, p. 163.
217
por malicia. Por último, en esta parte del proceso, se notificaba al demandado y tenía nueve días,
o lo que indicara el juez, para responderla.779
En función de entrar dentro del ámbito jurídico, las reglas del juego -siguiendo el término de
Bourdieu- exigían que se hiciera a partir de personas competentes en materia judicial. Es decir,
poner el proceso en manos de los profesionales de las diligencias, alegatos y procesos. Por eso,
anterior a que se iniciara el proceso en la Real Audiencia, la parte agraviada emitía, ante un
escribano, una carta de poder para que pudiera ser representado por un procurador.
Adicionalmente, algunas personas o instituciones consignaban poderes a abogados –letrados-
para que los representaran jurídicamente. De esta forma, las peticiones, apelaciones, quejas,
demandas, contestaciones, etc., eran presentados por estos agentes, y no directamente por los
litigantes.780
En ese sentido, puede verse el caso de Francisco de Ramírez Rodado, vecino de San Antonio
Suchitepéquez, quien dio un poder al procurador del número Esteban de la Fuente, para
presentarse ante la Real Audiencia “en grado de apelación, nulidad y agravio” por un auto que
había proveído el alcalde mayor de la provincia citada. El auto en cuestión mandaba que, en un
litigio por la posesión de una esclava entre Ramírez Rodado y Juan Muñoz de Asperilla, sargento
mayor, se exhibiese y se depositara a la misma durante la disputa, por pedimento de Muñoz de
Asperilla.781
Otro tipo de casos, bastante particulares, fueron vistos con prioridad en el tribunal de alzada.
Aunque en esencia los pleitos se llevaban de manera similar, se incluían ciertos procedimientos
propios de la situación. Entre ellos, una forma de particularizar ciertos procesos consistía en
llamarlos “casos de corte”, que eran conocidos directamente en la Real Audiencia, sin que
mediaran otros tribunales de primera instancia. Estos tenían que ver, usualmente, con ministros
reales o, por otro lado, se incluían en esta categoría las causas que involucraban a las personae
miserabilis.782
779
Alonso de Villadiego Vascuñana y Montoya, Instrucción política y práctica judicial conforme al estilo de los
Consejos, Audiencias y Tribunales de Corte, y otros ordinarios del Reino. Utilísima para los gobernadores y
corregidores y otros jueces ordinarios, y de comisión, y para los abogados, escribanos, procuradores y litigantes.
Madrid: por Luis Sánchez, 1612, fols. 3-5.
780
Gayol, Laberintos de justicia, tomo I, pp. 129-152; Honores, “Litigando en la Audiencia”, pp. 30-31.
781
AGCA, A1.15, leg. 4119, exp. 32634, fol. 1.
782
Dougnac, Manual de Historia, pp. 154.
218
Véase al respecto el caso de la demanda que doña María Flores Sarmiento, mujer de don
Francisco de Andicano, a través de su representante, Luis Marín, le interpuso a Joseph de Ayala
por la posesión de una esclava. El representante de Flores Sarmiento indicó en la petición que
Joseph de Ayala, alguacil mayor de Suchitepéquez, tenía una mulata esclava, llamada Juana, en
su posesión, que inicialmente había sido de Agustín de Ayala, primer marido de la demandante
pero que, en favor de Joseph se le había dado la mulata por un tiempo para cargar y cuidar a una
de sus hijas, por no tener otra criada. Sin embargo, al no querer devolverla, doña María acudía
a la Real Audiencia a solicitar justicia. En este sentido, el representante declaró que era un caso
de corte, por tratarse de un alguacil mayor, hermano del capitán de Ayala, que se desempeñaba
como único escribano público de Suchitepéquez y, por tanto, “personas poderosas”, en palabras
de Marín.783
Los casos que incluían actos que arremetían en contra de la población india o, bien, involucraban
esclavos, requerían la vista y actuación expedita del fiscal, quien desempeñaba la labor de
protector de indios desde las últimas décadas del siglo XVI y velaba por las personas miserables,
en función de que determinara la forma en que se podían llevar los pleitos, especialmente en lo
referente a las actuaciones breves y sumarias que podían devenir de los mismos para acelerar el
proceso.784
Por ejemplo, el 24 de enero de 1637 se presentó una petición de una cantidad considerable de
vecinos indios, provenientes de varios pueblos del valle de Santiago de Guatemala. El oficio de
los referidos era ir a las salinas de la costa de Izcuintepeque a hacer sal y llevarla a la ciudad
para su abasto. Sin embargo, en estas asistía un indio llamado Gaspar Chicac, natural del pueblo
de Comalapa y casado en Ciudad Vieja. Los naturales que hicieron la petición explicaron que
“con maña y astucia”, Chicac se introducía a las salinas y, en nombre del alcalde, negociaba con
fines particulares. Agregaron a ello que “con este pretexto y oficio y mano de justicia nos
molesta y causa grandes disturbios y embarazos”.785
En la petición también añadieron que, con anterioridad, habían pedido al corregidor que se les
hiciera justicia. Sin embargo, pese a los intentos de limitar las vejaciones, estas continuaron, aun
783
AGCA, A1.15, leg. 4117, exp. 32617, fol. 1.
784
Sobre las personae miserabilis véase Caroline Cunill, “El indio miserable: nacimiento de la teoría legal en la
América colonial del siglo XVI”, Cuadernos intercambio, Año 8, no. 9 (2011), pp. 229-248.
785
AGCA, A1.15, leg. 4119, exp. 12636.
219
cuando el justicia mayor debió hacer las diligencias sumarias y breves para las averiguaciones,
según una real provisión de 1673. Para reforzar la petición, Matías López, uno de los agraviados
incluido dentro del listado de vecinos, agregó que Chicac, en conjunto con “un hombre español
que ahí asiste”, lo había querido azotar. Al no lograrlo, procedió a hacerlo contra un mulato
llamado Joseph, que servía a López, dejándolo en grave estado.786 De esta forma, pedían justicia
ante la Real Audiencia, para que se destituyera a Gaspar Chichac y, en caso de que se necesitara
un nuevo alcalde para el “buen gobierno de aquellos naturales” se nombrara a otro indio que no
fuera pariente de este. Adicionalmente, pedían que no se le diera todo lo que pidiera el español
que asistía a las salinas; que únicamente se reconociera al corregidor como juez y, por último,
que no fueran molestados.787
De tal cuenta, el doctor don Juan Bautista de Urquiola, oidor que ejercía el oficio de fiscal, vio
la petición y dijo que se podían remitir los autos al corregidor de Escuintla para que se averiguara
la queja de los suplicantes en forma “breve y sumaria”, actuando a lo que contenía la real
provisión de 1673, en la que se mandaba a hacer las diligencias necesarias para que se
administrara justicia en favor de los indios. En consecuencias, tras actuarlo, se remitieron los
folios que contenían el proceso sumario en Izcuintepeque. De esa forma, se libró despacho para
que se le quitara la vara de alcalde a Gaspar Chichac, además de que se le privó de cualquier
oficio de justicia.788
Otro caso ilustra la amplitud de circunstancias en los que se admitían casos de corte que, entre
otros beneficios, incluían el ser representados por un abogado de pobres y exonerar de las costas
de los juicios a los litigantes que se declaraban como personae miserabilis. De ahí que, en 1669,
Nicolás Antonio, negro esclavo que había sido de Bartolomé Fernández, difunto vecino de San
Salvador, pidió que se fallase a favor de su libertad, correspondida después de la muerte de su
amo, aceptando su causa como una de corte “por ser persona pobre y miserable de toda
solemnidad y la causa que pretendo seguir de libertad”.789
786
AGCA, A1.15, leg. 4119, exp. 12636.
787
AGCA, A1.15, leg. 4119, exp. 12636.
788
AGCA, A1.15, leg. 4119, exp. 12636.
789
AGCA, A1.15, leg. 1975, fol. 13399. Véase Carolina González, “El abogado y el procurador de pobres: la
representación de esclavos y esclavas a fines de la Colonia y principios de la República”, SudHistoria, 5
(julio/diciembre 2012), pp. 81-98.
220
Por otra parte, la comunicación entre foros de justicia era un aspecto de primer orden,
especialmente para iniciar las diligencias de casos elevados ante los magistrados de la Real
Audiencia y para ejecutar disposiciones que devenían de los juicios. Por ejemplo, en 1645 se
presentó María de Solares, mujer de Cristóbal Pérez, vecino de Santiago Cotzumalguapa, para
actuar contra el capitán Jerónimo de Caraza y Figueroa, corregidor de Izcuintepeque, por haber
apresado a su marido sin mediar causa que lo ameritara, sino, como explicó Solares, en
consecuencia de ser su marido un “indio quieto y que jamás ni nunca se ha metido en más que
en vivir de su trabajo”.790 Debido a ello, los ministros de la Audiencia despacharon una provisión
para que el corregidor enviara los autos originales por los que había puesto preso a Cristóbal
Pérez, y, en ínterin, el justicia mayor no podía vejar, molestar o tener al indio en el cepo. De lo
contrario, podía ser sancionado en 200 pesos.791
b. Las pruebas y los argumentos: testigos de papel, el papel de los testigos y los
letrados
Según Juan de Hevia Bolaños, la prueba se dividía en varios tipos: la que se decía por juramento
decisorio; la que surgía de la confesión de una parte; por testigos; por instrumentos y por vista
y evidencia de los hechos.792 Todo ello se insertó en un entramado jurídico en el que la probanza
era fundamental, no solo para la administración de justicia, sino para el gobierno de los vasallos.
Y, para el caso del gobierno de la justicia, cabe resaltar que la prueba de los hechos en las causas
daba sustento al fallo de los jueces. De manera que de estas dependía, en gran medida, la
resolución de un conflicto.
El modelo judicial castellano, basado en el ius commune, daba un papel importante a las pruebas
en los asuntos que se veían en los foros de justicia. Estas podían ser documentos probatorios o
testimonios. Sin embargo, especialmente en casos civiles, las pruebas escritas poseían mayor
fuerza que los testimonios. De tal cuenta, algunos expedientes llegaban a acumular grandes
cantidades de folios, por la cantidad de pruebas presentadas. Esto era, según Renzo Honores,
790
AGCA, A1.15, leg. 4115, exp. 32596.
791
AGCA, A1.15, leg. 4115, exp. 32596.
792
Hevia Bolaños, Curia Philipica, T. I, P. 1, §3, fol. 84.
221
una estrategia jurídica que daba mayor fuerza legal a una parte en un juicio para convencer a los
magistrados.793
En el caso seguido por el procurador Esteban de la Fuente, en nombre del convento de monjas
de la Inmaculada Concepción, puede verse el valor probatorio que los instrumentos jurídicos
poseían. En este caso, de 1676, el procurador pidió la ejecución de una hacienda de ganado
mayor y un obraje de añil, que había sido nombrado “Lempa”, ubicado en la villa de San Vicente
de Austria. Estas propiedades habían sido de Juan Sarmiento y, posteriormente, las poseyó
Santiago de Chávez, contra quien se buscó la ejecución. Sobre ellas se encontraban impuestos,
como censo, 1600 pesos de ocho reales de principal; sin embargo, Chávez debía 320 pesos de
réditos al convento. El procurador, además, agregó que “aunque para su cobranza el
administrador de los bienes y rentas del dicho convento ha hecho exactas diligencias no la ha
podido conseguir”, por lo que se pidió la actuación de la justicia real. A la causa se agregaron
dos instrumentos: una cesión y traspaso de censo sobre la hacienda de 1655 y, por otra parte,
una escritura de venta de la hacienda de campo de 1668.794
Hevia Bolaños explicaba que los instrumentos públicos eran los que se hacían ante los
escribanos públicos, basándose en la Partida 3, Título XVIII, Ley 1 de las Siete Partidas. En
este sentido, la fe del instrumento era válida si se hacía ante escribanos públicos del número, a
menos de que tuviera que recurrirse a escribanos reales en ausencia de los primeros. Para que
tuviera validez en las causas, el instrumento debía haberse hecho en registro y protocolo, con
día, mes y año, incluyendo los otorgantes y sus firmas. Cabe resaltar que el instrumento era
dividido en tres especies: registro –en posesión del escribano-, original y traslado, que hacía fe
si se sacaba con autorización de juez.795 Para probar la falsedad de una escritura se debía contar
con cuatro testigos que inhabilitaran la fe del instrumento. Sin embargo, la antigüedad de las
mismas, así como el hecho de que hubieran pasado ante un escribano de pública fama las hacía
idóneas como recurso probatorio.796
El uso judicial dado a los instrumentos públicos quedaba consignado desde que se emitía por
parte del escribano público. La fórmula “sepan cuantos esta carta vieren” era una sentencia de
793
Honores, “Litigando en la Audiencia”, pp. 35-36.
794
AGCA, A1.15, leg. 4119, exp. 32623.
795
Hevia Bolaños, Curia Philipica, T. I, P. 1, §28 y §31, fols. 90-91.
796
Luján, Los escribanos, pp. 110-112.
222
que la escritura podía ser utilizada en otros ámbitos, como el judicial. Al respecto, la obligación
que a continuación se detalla, hecha en 1679 por Diego López de Azpeitia, vecino de Santiago
de Guatemala, y el maestre de campo y familiar del Santo Oficio, Joseph Agustín de Estrada,
regidor, como su fiador, en favor del convento de monjas de Santa Catalina Mártir, es ejemplo
de ello.
López de Azpeitia y Agustín de Estrada debían devolver, en 1675, 1.500 pesos con sus réditos
de una obligación que habían pactado con el administrador del convento en 1674. Sin embargo,
Diego López no pudo hacerlo, por lo que se elevó una petición ante el juez de provincia y oidor,
el doctor don Jerónimo Chacón Abarca, quien mandó a ejecutar los bienes hipotecados. A este
respecto, para lograr que la medida no se llevara a cabo, el maestre de campo pagó 300 pesos
de lo que se debía de los réditos en 1678, por lo que solo pasaron 75 pesos del interés en 1679,
asegurando, además, que el principal se encontraba en buenas manos. Acto seguido, en ese
mismo año, el provisor y vicario general del obispado les dio un año más de plazo para que
hicieran oblación de la cantidad prometida. Al terminar la escritura, según los formalismos del
instrumento, el administrador del convento daba su poder “a los jueces y justicias que de
nuestras causas y de las del dicho convento puedan y deban conocer de cualquier parte y lugar
que sean, ante quien esta escritura fuera presentada”.797
Más allá de los instrumentos públicos presentados en las causas, varios procesos fueron llevados
a partir de testimonios dados por varias partes como recurso probatorio. La doctrina jurídica
afirmaba que podían presentarse, en una causa, hasta treinta testigos, siendo la parte interesada
la encargada de “traerles a la memoria el hecho para que digan la verdad”. Además, para ser
declarantes, en causas civiles, se debían aceptar únicamente a mayores de catorce años, mientras
que en las criminales era requerida una edad mayor.798
En este aspecto, los escribanos resultaban fundamentales para llevar las causas, pues, siguiendo
las palabras de la Instrucción y memorial para escribanos y jueces ejecutores de Bartolomé de
Carvajal, “conviene mucho que el escribano o receptor tenga claro juicio y buen conocimiento
para conocer al testigo”.799 De esta forma, podría evitar tropiezos que el testigo tuviere, “para
797
AGCA, A1.20, leg. 630, fol. 8.
798
Hevia Bolaños, Curia Philipica, T. I, P. 1, §10, §11 y §12, fols.85-86.
799
Bartolomé de Carvajal, Instruction y memorial para escrivanos y juezes executores, assi en lo criminal como
cevil, y escrituras publicas. Granada: en casa de Hugo de Mena, 1585, p. 4.
223
que “cristianamente” dijera verdad, haciendo todas las diligencias posibles para que,
considerando las posiciones de los declarantes, les atrajera hacia la veracidad de los hechos.800
Los escribanos, en este sentido, se encargaban de dar fe de los autos relacionados a las causas,
civiles o criminales. Igualmente, presentaban las demandas, examinaban testigos, hacían
comparecer a las partes, declaraban, participaban en las vistas de ojo y en otras actividades
relacionadas con las diligencias judiciales. 801 En algunos casos, incluso, puede encontrársele
como parte activa en el proceso, particularmente en el de la presentación de pruebas
testimoniales.802
Las diligencias para las pruebas testimoniales se llevaban con celeridad en algunos casos, como
lo atestigua, en 1668, el caso de la muerte de un mulato esclavo llamado Antonio, que pertenecía
a doña Gregoria de la Paz. Para ello, se hizo una fe de muerte, llevada a cabo por Joseph Aguilar,
escribano, quien estando en la esquina de las casas de uno de los oidores de la Real Audiencia,
fronterizas con la iglesia de San Francisco, dio cuenta de que el muchacho, de doce años, estaba
“tendido en las piedras todo bañado en sangre y magullada la cabeza y más adelante una carreta
de bueyes quebrada”.803 Para reforzar este aspecto, se incluyó el testimonio de Josefa de la Cruz,
mulata, esclava de doña Gregoria de la Paz y hermana del difunto; Juan de Molina, ayudante;
Juan de Dios, mulato esclavo del capitán Luis Abarca Paniagua y Nicolasa de Porres, mulata
esclava de don Joseph Montalvo.804 Según la evidencia documental, los testigos no fueron
ratificados posteriormente, sino que se procedió con los autos producidos por la sumaria, por
parte de los magistrados.
En las causas criminales, los testimonios tomaban gran énfasis en la parte sumaria, pues el
carácter de esta fase implicaba que se dirigiera una investigación breve para establecer los
hechos alrededor del crimen.805 De esta forma, los testigos daban su versión de los hechos que,
en una fase posterior del juicio, al acabar las diligencias de forma sumaria, podían cesar en
cuanto a su validez, debido a la cercanía de los testigos y la parte o, bien, si no se trataba de una
800
Carvajal, Instruction y memorial para escrivanos, p.4.
801
Luján, Los escribanos, pp. 71-72.
802
El papel activo de los escribanos en la cultura jurídica, con especial énfasis en el proceso judicial, puede verse
en Argouse, “Prueba, información…”.
803
AGCA, A1.15, leg. 4120, exp. 32640, fol. 1.
804
AGCA, A1.15, leg. 4120, exp. 32640, fols. 3-5.
805
Charles R. Cutter, The Legal Culture of Northern New Spain. Albuquerque: University of New Mexico Press,
1995, pp. 113-116.
224
parte permitida para dar testimonio.806 Las causas criminales requerían que el juez o la parte
acusadora ratificaran a los testigos después de la sumaria. Para ello, se le leía al testigo lo que
había dicho con anterioridad, en función de que dijera si ratificaba lo dicho.807
El hecho de que varios casos no superaran la parte sumaria, ya fuera porque se resolvían de
manera extrajudicial o, bien, porque eran determinados con apremio, no implica que otra
muestra considerable omitiera la ratificación de testigos. Por ejemplo, en 1673, Lorenzo López
de Rivera, escribano receptor de la Real Audiencia, presentó una querella contra Juan de la
Trinidad, mulato libre, por haber “inquietado y sonsacado” un mulato esclavo de su propiedad,
llamado Mateo. Según López Rivera, el mulato libre llevó a su esclavo al reino de Nueva
España. Tras presentar el caso, siguiendo el formalismo escrito de la petición, López de Rivera
incluyó lo siguiente:
A vuestra majestad pido y suplico se sirva de haberles por presentado y mandar que por
su tenor se examinen los dichos testigos que presentaré y que se cometa al presente
escribano o a otro cualquiera receptor de esta Real Audiencia, y hacer como tengo
pedido y se ratifiquen los de la sumaria justicia y costas.808
Acto seguido, incluyó las preguntas requeridas para hacer la averiguación correspondiente. Tras
pasar el proceso de la sumaria, la ratificación de los testigos era imperante. En ese tenor, al
preguntar a los testigos presentados por el escribano receptor, todos concluyeron con la
sentencia, diciendo “que todo lo contenido en el dicho que se le ha leído es lo que dijo por haber
pasado, […] y lo vuelve a decir de nuevo”.809
Siguiendo en esta línea argumentativa, debe recordarse que, en la construcción del Derecho
Indiano, la calidad desempeñaba un papel importante en el proceso. En ese sentido, por ejemplo,
además de lo concerniente a las personas miserables que representaban los indios y esclavos,
entre otros, también aquellos pertenecientes a otras calidades (mestizos, mulatos libres, etc.)
806
Por ejemplo, si se trataba del juez o el abogado de la causa, entre otras restricciones. Estaban exentos los
excomulgados, perjuros, los de mala vida y mala fama, los que cometían delitos, los parientes hasta el cuarto grado,
así como personas cercanas. Hevia Bolaños, Curia Philipica, T. I, P. 1, §11 y §13, fol. 86. Estos aspectos eran
flexibles, especialmente en causas criminales, en las que la reconstrucción de los hechos requerían de varios
testimonios y, según las fuentes consultadas para el caso de la Real Audiencia de Guatemala, varias de las
formalidades eran omitidas.
807
Hevia Bolaños, Curia Philipica, T. I, P. 3, §2 y §5, fol. 225.
808
AGCA, A1.15, leg. 4119, exp. 32626.
809
AGCA, A1.15, leg. 4119, exp. 32626, fols. 15-17.
225
eran, teóricamente, restringidos en cierta medida para los testimonios. 810 Juan de Solórzano
Pereira opinaba, al respecto de los indios y el juramento requerido en las pruebas testimoniales,
que no se les pidiera o tomara juramento en causas y pleitos, por el peligro latente de que se
perjuraran con facilidad. Esto lo respaldaba al decir que eran personas que no comprendían del
todo la fuerza del compromiso adquirido al jurar un testimonio.811
Esto era, sin embargo, negociable en el contexto legal de la Real Audiencia de Guatemala. De
hecho, una gran cantidad de indios y personas de distintas calidades desfilaron por el tribunal
para dar su testimonio.812 Por ello, no resulta sorprendente que en la causa de Lorenzo Pérez de
Rivera se hayan presentado a tres negros esclavos y un indio ladino de Ciudad Vieja por parte
del demandante. En su lado, la parte contraria presentó a dos españoles vecinos de Santiago, un
mestizo arriero y tres mulatos libres.813
Para que pudiera tomarse el testimonio de testigos indios, el papel de los intérpretes resultaba
fundamental. De estos agentes se ha hablado anteriormente; sin embargo, en este punto, vale la
pena enfatizar en su papel como mediadores en la administración de justicia, al hacer inteligible
el derecho para la población natural.814 Por ejemplo, en el caso de la muerte del mulato esclavo
del que se hizo relación arriba, la declaración dada por Miguel García y Agustín López, ambos
indios, fue hecha por medio del intérprete Juan Leiva, a pesar de que García era considerado
como indio ladino.815 De esta forma quedó claro que se necesitaba un testimonio mediado, a la
vez que fidedigno.
La confesión, siendo parte de las pruebas que se admitían en el proceso judicial, hacía plena
probanza, acorde a una ley de las partidas alfonsinas, según aclaraba Hevia Bolaños.816 Charles
Cutter menciona, al respecto del auto de confesión, que se trataba del primer acto en el que el
810
Cutter, The Legal Culture, pp. 117-118.
811
Solórzano Pereira, Política Indiana, L. II, Cap.XXVIII, fol. 234.
812
Aspecto que parecía estar en acuerdo con otras latitudes de la Monarquía Hispánica. Véase Cutter, The Legal
Culture, pp. 117-118.
813
AGCA, A1.15, leg. 4119, exp. 32626. El caso de la muerte del mulato esclavo reafirma también este punto.
814
Véase Cunill, “Un mosaico de lenguas”, passim. Esto no quiere decir, desde luego, que dentro de las repúblicas
de indios no existiera un conocimiento jurídico capaz de administrar justicia o, por otro lado, acudir a las instancias
judiciales para remediar situaciones particulares. Véase Owensby, Empire of Law, passim.
815
AGCA, A1.15, leg. 4120, exp. 32640. No se ha podido determinar si Juan Leiva tenía alguna relación con la
gran cantidad de apellidados Leiva que actuaron como intérpretes en la Real Audiencia de México entre el siglo
XVI e inicios del siglo XVII. Véase Cunill, “Un mosaico de lenguas”, passim.
816
Hevia Bolaños, Curia Philipica, T. I, P. 1, §5, fol. 84. Se refiere a la Partida 3, Ley 2 del Título 13
226
sospechoso intervenía de forma activa en el proceso judicial, con el fin de conocer su
perspectiva. De tal forma, se daba punto final a la parte sumaria del proceso.817
Las pruebas, pese a lo dicho, no siempre resultaban suficientes para casos de mayor envergadura.
En este sentido, pese a que en el procedimiento castellano las evidencias tenían un gran peso
sobre el arbitrio judicial, los alegatos jurídicos también tenían validez suficiente para librar,
aliviar o reforzar las penas que debían imponer los magistrados.819 Para ello, el defensor, que en
la Real Audiencia estaba a cargo de letrados, era el que “sin poder suyo trata solo del descargo
del reo”.820
Antonio de Paz Salgado explicaba, en su Instrucción de litigantes, que no bastaba ser buen
abogado, sino que también era menester ser adecuado en el caso. Es decir, que la virtud y buena
conciencia no eran suficientes para el ejercicio del oficio de letrado, ya que también era relevante
contar con el conocimiento en derecho (“sino que ha de ser docto en su facultad”, puntualizaba
Paz Salgado). Seguidamente, la obra agregaba que era lo mismo ser letrado virtuoso que docto,
así como también era igual “ser abogado de mala conciencia que ser ignorante”. Por ello,
apuntaba que si el juez y el abogado eran de mala conciencia, también se encontraban en un
estado de ignorancia: impius ignorat scientiam.821
817
Cutter, The Legal Culture, pp.122-124. En el juicio civil, su paralelo era la litis contestatio.
818
AGCA, A1.15, leg. 4120, exp. 32640, fols. 5-6.
819
Honores, “Litigando en la Audiencia”, pp. 33-34.
820
Villadiego, Instrucción política, fol. 57. Alonso de Villadiego repara en que no es lo mismo procurador que
defensor y excusador.
821
El jurista se apoyó en varios textos sagrados. Para este caso particular cita a Prov 29, 7, haciendo referencia a
los justos y las causas, en contraposición a los impíos. El versículo completo reza: novit iustus causam pauperum
impius ignorat scientiam. Paz Salgado, Instrucción de litigantes, p. 10.
227
En 1668 se elevó ante el tribunal una causa por el asesinato de Agustín Ventura, vecino del
pueblo Los Esclavos, corregimiento de Guazacapán. El responsable señalado era Joseph de
Olmedo, mulato. Además, se imputaba a Melchor de los Reyes, teniente de corregidor de aquel
partido, por haber omitido la averiguación del delito, debido a que Olmedo resultaba ser su
hermano y, conforme a ello, no había realizado las diligencias, por lo cual fue, en palabras del
fiscal, “llevado de mera malicia”.822 La petición del fisco incluyó que fuera condenado “en las
mayores penas que en derecho haya lugar”. Ante ello, el defensor, Santiago Vásquez, argumentó
que Melchor de los Reyes había cumplido con sus obligaciones como teniente de corregidor.
También explicó que quien había presentado la querella, Tomás Ventura, padre del difunto, lo
había hecho en razón de “mera malicia”, con ánimos de perjudicar a Melchor a partir de la
inquietud, los gastos generados, el atraso de su caudal y la prisión que se buscaba.823
Se ha enfatizado en el papel de los jueces, dentro de la Monarquía Hispánica, como vicarios del
rey en la administración de justicia, lo que era decir, en otros términos, el gobierno de sus
territorios. En este sentido, el cierre de los autos era, probablemente, la fase del proceso que
mayor énfasis daba a esta particularidad del ius propium castellano, adoptado en el modo de
proceder de la justicia indiana, en tanto promovía la tendencia a no motivar las sentencias.824 De
esta forma, aunque el proceso, especialmente en la Real Audiencia, podía llegar a ser bastante
detallado, el fallo de los jueces era sucinto, pues no se creía necesario conocer en qué se fundaba
la decisión final, a pesar de los numerosos y variados remedios que una causa podía tener.825
El arbitrio judicial, es decir, la discrecionalidad del ministro, que recaía en la prudencia de los
jueces en su vista a las particularidades de cada caso, daba amplitud al magistrado para buscar
las soluciones, interpretarlas y fallar con base en ellas, sin necesidad de justificar la decisión.
Esto no significaba, sin embargo, que existiera una arbitrariedad o una suerte de capricho
judicial, sino que, al contrario, es preciso señalar que tal práctica se enmarcaba en el derecho de
la época, a saber, elaborado a partir de la doctrina de los juristas, la costumbre, lo legislado y la
822
AGCA, A1.15, leg. 4120, exp.32641.
823
AGCA, A1.15, leg. 4120, exp.32641, fols. 92-93.
824
Martiré, Las Audiencias y la administración, p. 69.
825
Cutter, The Legal Culture, p. 131.
228
prudencia del juez, que, en conjunto, proporcionaban herramientas para discernir cómo se
terminaría un pleito.826 Lejos de ser una aplicación mecánica de la normativa, la cultura legal en
las Indias poseía un carácter más flexible.827
Como conclusión de la causa, la sentencia era tomada como la “decisión y determinación” que
el juez hacía de las causas.828 Si el juicio era la forma en que se llevaban los pleitos al arbitraje
para darles final, la sentencia funcionaba como momento conclusivo de todo el proceso. Por
ende, no es raro que en una de las partidas se lea lo siguiente:
Juicio, en romance, tanto quiere decir como sentencia, en latín. Y ciertamente juicio es
dicho, mandamiento que el juzgador haga a alguna de las partes, en razón de pleito que
mueven ante él. Pero debe ser tal, que no sea contra natura, ni contra derecho de las
leyes de este nuestro libro, ni contra buenas costumbres.829
La causa contra el escribano público Bernabé Rogel, en 1699, ejemplifica la abreviación del
fallo judicial acorde a lo expuesto hasta ahora. En este juicio criminal, Rogel fue procesado por
haber consignado falsedades en algunos instrumentos públicos otorgados ante él. De igual
manera, se le acusó de haber actuado de forma incorrecta en varios asuntos ejecutivos, civiles y
criminales. Adicionalmente, en su archivo fueron encontrados distintos medios pliegos de papel
sellado –tercero y cuarto- de varios bienios, que utilizaba para generar instrumentos
defectuosos.830 El fallo fue claro y conciso:
826
Bernardino Bravo Lira, “Arbitrio judicial y legalismo. Juez y derecho en Europa continental y en Iberoamérica
antes y después de la codificación”, Revista de Historia del Derecho “Ricardo Levene”, 28 (1991), pp. 7-10; Cutter,
The Legal Culture, p. 130.
827
Charles R. Cutter, “Community and the Law in Northern New Spain”, The Americas, Vol. 50, No. 4 (abril 1994),
pp. 470-471.
828
Hevia Bolaños, Curia Philipica, T.I, P.1, §1, fol. 94.
829
Las siete partidas, Partida III, Título XXII, Ley I, fol. 441.
830
AGCA, A1.15, leg. 4116, exp. 32610.
831
AGCA, A1.15, leg. 4116, exp. 32610.
832
Hevia Bolaños, Curia Philipica, T.I, P.1, §12 y §13, fol. 97.
229
cohecho dado al juez, que era parte de lo que la doctrina jurídica de la época entendía en el
crimen corruptionis (el crimen de corromper a la justicia).833 La nulidad respondía, entonces, a
que los jueces, al no fundar su sentencia, suponían que había existido una determinación basada
en el conjunto de pruebas y alegatos (secundum allegata et probata) o, bien, en la
discrecionalidad que su iniciativa podía tener (secundum conscientiam).834
Si bien es cierto que los oidores no fundaban con argumentos jurídicos, en la mayoría de
ocasiones, su sentencia, el papel del fiscal tomaba un papel protagónico en cuanto al proceso, a
través de la emisión de una petición que era pronta al pronunciamiento del juicio. A este
respecto, los promotores fiscales fundaban sus argumentos sobre normativas específicas, el
punto de vista de los juristas, la costumbre o lo que consideraban acorde a la aequitas.835
La causa seguida contra Bernabé Rogel sigue siendo útil para la explicación. Esto a pesar de
que, aunque en la actualidad no exista evidencia del proceso seguido en su contra, debido a que
el expediente únicamente contiene el folio de la sentencia, el fallo de los oidores de la Real
Audiencia incluye, en atención a la doctrina jurídica que rezaba secundum allegata et probata,
antes de emitir el juicio lo siguiente: “vistos los autos, lo pedido por el señor fiscal de esta Real
Audiencia y lo alegado por dicho Bernabé Rogel, fallamos […]”. Interesa notar cómo se le dio
a la petición fiscal un plano protagónico en el proceso.836
También la causa criminal seguida contra Joseph Olmedo aporta a este punto, pues la petición
del fiscal era clara en las recomendaciones que hacía a los jueces. Por la culpa que resultaba de
haber dado muerte a Agustín Ventura, a Olmedo, agresor principal, el fiscal pedía:
[…] A vuestra alteza se sirva de mandar condenar al susodicho en las mayores y más
graves penas en que por derecho ha incurrido y en especial en la de muerte de horca por
haber a su salvo y con notoria alevosía dado la muerte a dicho Agustín Ventura tan
inhumanamente como consta del proceso.837
Dentro de las penas impuestas en la sentencia, a menudo se incluía el pago de las costas de la
causa. Así, los costos de la justicia solventaban el valor de los escritos y la contratación de
abogados, además de lo que había requerido la actuación de un procurador –de haber sido el
833
Garriga, “Crimen corruptionis”, pp. 36-39.
834
Véase Martiré, Las Audiencias y la administración, pp. 72-73.
835
Cutter, The Legal Culture, p. 131.
836
AGCA, A1.15, leg. 4116, exp. 32610.
837
AGCA, A1.15, leg. 4120, exp. 32641.
230
caso-. Las costas, en el ius castellano, servían para sancionar a los litigantes maliciosos y frenar
las disputas que se generaban de forma innecesaria. Refiriéndose específicamente al caso de los
procedimientos llevados en la Real Audiencia de Guatemala, las costas no eran aplicadas de
forma llana, pues las consideraciones de calidad pesaban fuertemente. Por ello, los indios y otras
personas miserables estaban exentas de estos gastos.838 De esta cuenta, al elevar la petición de
su libertad, Nicolás Antonio, negro esclavo, pedía que se le nombrara un procurador para que
fuera representado y defendido, por ser “pobre de solemnidad […] y se reciban mis peticiones
en papel de oficio sin que me lleven derechos los ministros”.839
Para ilustrar este punto, en torno a lo que gastaban los litigantes en la Real Audiencia, una
memoria de lo que pagaba el mayordomo de la catedral por las causas seguidas por medio del
procurador puede ser de utilidad. Estas costas eran resultado de las causas llevadas en nombre
de la Santa Iglesia Catedral hacia 1643.840
Diligencia Costas
Tasación de costas hecha por receptor. 1 tostón.
Auto de tasación de costas. 2 tostones.
Papel sellado de la petición para la tasación. 1 real.
Pliego de papel sellado para hacer dos peticiones. 2 reales.
Notificación. 1 tostón.
Derechos del portero de la Real Audiencia. 1 tostón 3 ½ reales.
Papel sellado de la Real Audiencia 2 tostones.
Autos acumulados. 4 tostones.
Varios derechos pagados en la Real Audiencia. 12 tostones 3 reales.
Papel sellado. 2 reales.
Cobranza y papel sellado. 3 tostones 2 reales.
Notificación. 2 reales.
Varios derechos pagados en la Real Audiencia. 9 tostones 1 real.
Derechos pagados en total. 39 tostones ½ real.
838
Honores, “Litigando en la Audiencia”, pp. 32-33. Para una ampliación, véase Premo, The Enlightenment, pp.
57-63.
839
AGCA, A1.15, leg. 1975, exp. 13399.
840
AHAG. Fondo Cabildo. Sección mayordomía. Costas de escribanos.
231
Diligencia Costas
Por diligencias para pago de derechos. 3 tostones 1 real.
Monta lo gastado 42 tostones 1 ½ real.
Figura 5.1 Memoria de los derechos en las causas de la catedral
Fuente: AHAG. Fondo Cabildo. Sección mayordomía. Costas de escribanos.
Los cambios jurídicos que observó Occidente en los siglos XI y XII, en cuanto a la
administración de justicia para garantizar la aequitas, también influyó fuertemente en los
procesos judiciales llevados a cabo por la jurisdicción eclesiástica. Con la asistencia del derecho
canónico, el proceso y su observancia en los foros religiosos fueron aspectos que debían estar
definidos y claros para poder dar solución a los pleitos, o dar trámite a peticiones. En palabras
de Jorge E. Traslosheros: “el debido proceso es la piedra angular del orden judicial”, lo cual se
encontraba plenamente regulado en los concilios provinciales y sínodos diocesanos.841
Al ver las preocupaciones que tenían los obispos y provisores en el gobierno de la grey, las
decisiones judiciales tomaron sentido. Por ello, tanto lo actuado en la Audiencia episcopal, como
lo reservado para las visitas episcopales y las diligencias del Juzgado general de testamentos,
capellanías y obras pías, reflejaron una amplia proyección social de las instituciones
eclesiásticas entre los siglos XVI y XVII. Estos, además, complementando el foro interno, del
que se habló en el capítulo anterior.
841
Traslosheros, Historia judicial eclesiástica, pp. 127-129.
232
El Juzgado de testamentos, por otro lado, presentó una actividad bastante diferente a la de los
otros dos foros de justicia, pues su orientación económica implicó procedimientos distintos.
Sobre este punto, vale la pena notar que, a partir de la segunda mitad del siglo XVII, el aumento
de los autos vistos por esa instancia fue inminente. De esta cuenta, según las fuentes analizadas,
los comerciantes desempeñaron un papel fundamental en ese sentido, a través del uso de
mecanismos crediticios, entre los que resaltó la obligación a renta pupilar y la imposición de
censos.
El derecho canónico que estableció las bases de actuación en las Audiencias episcopales
indianas tuvo características particulares, debido a que, de forma novedosa, la población
indígena entró dentro de las competencias de estos tribunales, en tanto sujetos de ser corregidos
e instruidos en el cristianismo, según lo dispusieron, en la provincia mexicana, las tres reuniones
episcopales (1555, 1565 y 1585). Sumado a ello, la legislación relativa a la jurisdicción
eclesiástica, proveniente del ámbito secular, era admitida para llevar a cabo los procesos y,
finalmente, la ampliación de facultades respecto a sus homólogas europeas, dieron sustento a la
administración de justicia religiosa en vía ordinaria.842
Las competencias del tribunal eclesiástico, en materia de indios, era bastante peculiar, pues, pese
a haber perdido facultades en asuntos de fe de la población no india a partir de 1571, con la
institución del Santo Oficio de la Inquisición en Nueva España, los naturales seguían sujetos a
la autoridad episcopal en estas cuestiones. Por ello, la reforma de las costumbres entre los
cristianos considerados neófitos era parte de las políticas episcopales, emanadas de Trento y los
concilios provinciales mexicanos, especialmente el segundo y tercero.843
Sin embargo, la jurisdicción eclesiástica ordinaria no se agotaba con los indios, aunque estos
hayan sido sujetos protagónicos en su actuar. Al igual que otros foros de justicia reales, la
Audiencia episcopal veía asuntos criminales, civiles y matrimoniales. Esto no implicó, sin
842
Ana Zaballa de Beascoechea, “Del viejo al nuevo mundo: novedades jurisdiccionales en los tribunales
eclesiásticos ordinarios en Nueva España”, en Ana Zaballa de Beascoechea y Jorge E. Traslosheros, Los indios
ante los foros de justicia religiosa en la Hispanoamérica virreinal. México: UNAM/Instituto de Investigaciones
Históricas, 2010, passim.
843
Véase Traslosheros, “El tribunal eclesiástico”, pp. 485-492.
233
embargo, que los asuntos por dirimir se encontraran plenamente separados e inconexos. A partir
de esta clasificación de asuntos, puede distinguirse qué se comprendía por cada una de las
dimensiones de la justicia.
En primer lugar, la justicia criminal destinaba su proceder a la corrección ejemplar, es decir, que
en su última instancia –la pena-, se mostraba públicamente con fines didácticos, a saber, exponer
a la grey lo que era indebido, promoviendo, además, el valor de la reconciliación de partes
agraviadas y la enmendación del pecado público que, de manera similar a la de la jurisdicción
temporal, se daba en contextos en los que la comunidad se veía afectada por el escándalo que
suponía la acción desviada de la doctrina cristiana.844
Las competencias civiles del juzgado eclesiástico ordinario, en otro sentido, estaban
determinadas –y limitadas- por el conjunto de foros, seculares y religiosos, que atendían, por la
vía ordinaria, una pléyade de asuntos relacionados con la familia, la propiedad, las obligaciones,
etc. Por ende, lo que caía en la competencia del tribunal episcopal eran causas relacionadas con
deudas, pleitos sobre propiedades y asuntos relacionados con el honor, cuyo horizonte legal era,
igualmente, lograr la reconciliación de las partes. 845 Finalmente, en asuntos matrimoniales, los
provisores se mostraban atentos a defender el sacramento a partir de lo dispuesto por el derecho
canónico. Por eso, se convirtieron en prioridad los siguientes aspectos: la defensa de la libertad
de casamiento; la protección del matrimonio; la solución y castigo de los pecados públicos y
escandalosos que atentaran contra el sacramento.846
844
Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, pp. 91-94.
845
Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, pp. 99-101.
846
Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, pp. 133-134.
234
también tuvo a mano lo dispuesto en el sínodo tridentino, los concilios provinciales e, incluso,
la legislación real.847 Sin embargo, los cánones del Concilio Tercero Provincial Mexicano
parecen representar un colofón en cuanto a lo que debió observarse en el foro religioso ordinario.
Los mismos pueden encontrarse en el libro II.848
El tratamiento del proceso canónico en estos territorios es un tópico que ha tenido alcances
considerables, especialmente para el caso de la Audiencia del Arzobispado de México y otras
jurisdicciones eclesiásticas.849 Para la Audiencia episcopal del Obispado de Guatemala, durante
los siglos XVI y XVII, el abordaje es complicado, en tanto los registros de su actividad judicial
son escasos, dejando únicamente indicios en fuentes indirectas. Pese a ello, una notable causa
incluida en la obra Memoria eclesial guatemalteca, visitas pastorales, coordinada por Mario
Humberto Ruz remedia, hasta cierto punto, esta situación en la exposición. Se trata de un
proceso de 1676 contra Pedro Gómez, alias Xohol, acusado de haberse casado varias veces.850
De forma abreviada, la causa trata los sucesos en torno a Pedro Gómez Xohol, quien se había
casado de joven con una mujer india de su pueblo natal, a saber, Cotzumalguapa, llamada Anna
Son. Tras haber quedado embarazada, Gómez se fue del pueblo a trabajar a unas estancias
cercanas y, posteriormente, se trasladó al pueblo de Mixco, en donde se casó con una india
tributaria, quien murió algunos años después. Tras este suceso, el indio de Cotzumalguapa se
volvió a casar en Mixco. Sin embargo, después de unos años de hacer vida maridable, los
justicias del pueblo natal de Gómez llegaron a Mixco para reclamarle el tributo que no había
pagado. Fue en ese momento que se percataron de que se había casado aún estando viva su
primera mujer.851
El caso reviste gran importancia por dos aspectos fundamentales: en primer lugar, porque hace
referencia a una causa que involucraba indios y, por otra parte, trata asuntos relacionados con el
sacramento del matrimonio. Ambos aspectos tuvieron gran eco en la labor de reforma de las
847
Zaballa, “Del viejo al nuevo mundo”, pp. 24-28.
848
Concilio III Provincial, L. II., pp. 121-163.
849
Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad, passim y Traslosheros, Historia judicial eclesiástica, passim, es
obligada.
850
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, pp. 334-343. La causa fue también analizada, bajo un esquema similar, en
Osvaldo Rodolfo Moutin, “’Procediendo breve y sumariamente como en causa de indios’. Procedimiento sumario
en el derecho canónico”, en Sebastián Terráneo y Osvaldo Rodolfo Moutin (eds.), III Jornadas de estudio del
Derecho canónico indiano. Junín: De Las Tres Lagunas, 2017, pp. 83-104.
851
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, pp. 334-343.
235
costumbres promovida desde Trento y su traducción en la provincia mexicana a través de los
sínodos de 1565 y 1585. En este sentido, la visión jurídica que se tenía de los indios, en tanto
personae miserabilis, era suficiente para que la justicia tuviera un carácter vindicativo público,
así como también piadoso, pues los obispos tenían una responsabilidad ineludible respecto a
este conjunto de la población. En efecto, las numerosas disposiciones recalcaron en la guía
espiritual requerida a los naturales.852
El hecho de que los indios, en la mirada del derecho canónico, en ocasiones no discernieran el
que se cometiera una falta no implicaba la inexistencia del delito. Sin embargo, era diferente
respecto a otras causas porque se suavizaba el castigo o la pena. Esto debido a que la conciencia
fue un aspecto de primer orden al momento de calificar un caso en la jurisdicción eclesiástica.
De tal forma, la ignorancia –que pudo ser utilizada como recurso-, ligada a la calidad de los
indios, les dio un tratamiento especial en los procesos judiciales de los foros de la Iglesia. 853
En el caso contra Pedro Gómez, la carta escrita por fray Andrés Ximénez, el cura doctrinero, al
obispo, deja ver cierto grado de alteridad en cuanto a las causas de indios, así como la
competencia del tribunal del obispo en su resolución. El escrito inicia de la siguiente manera:
“harto siempre embarazarle a vuestra merced con cosas tan fastidiosas como sucesos de indios
incapaces, pero es fuerza recurrir para que vuestra majestad, como juez de estas causas, mande
lo que más conviene”.854 Acto seguido, presentó la relación del caso.
Las causas debían verse con prontitud, “a fin de que no se graven las partes más de lo necesario
con las costas y dilaciones”, según los cánones mexicanos.855 Con atención a esto, los provisores,
u otros ministros eclesiásticos con facultades judiciales, no debían aceptar escritos en causas
leves. Los de mayor importancia únicamente requerían “dos escritos por una y otra parte hasta
la primera conclusión, y admítanse los interrogatorios necesarios para rendir pruebas”.
852
Duve, “Algunas observaciones acerca del modus operandi”, pp. 212-221. En este trabajo, Duve recorre desde
el derecho canónico medieval hasta el indiano para dar una visión amplia sobre la jurisdicción episcopal sobre las
personae miserable, especialmente los indios.
853
Gerardo Lara Cisneros, ¿Ignorancia invencible? Superstición e idolatría ante el Provisorato de indios y chinos
del Arzobispado de México en el siglo XVIII. México: Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de
Investigaciones Históricas, 2014, pp. 89-90.
854
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, p. 334.
855
Concilio III Provincial, L. II, T. I., §VII, p. 125.
236
Consecuentemente, tras la publicación de las pruebas, solo se podía producir un escrito por cada
parte. En pocas palabras, se buscó la celeridad de los asuntos.856
Esto tomaba fuerza si se trataba de causas de naturales, como la que fue llevada contra Pedro
Gómez en 1676 ante el provisor, quien “procediendo breve y sumariamente, como en causa de
indios”, despachó el asunto entre el 19 de diciembre de 1676, en que recibió la carta de Ximénez
y el dos de enero de 1677, al dictar el auto definitivo.857 Es decir, quince días para corregir la
falta de la que fue acusado el indio de Comalapa. El fundamento de que un juicio como este se
llevara de forma sumaria, evitando varias formalidades, se encontraba en que era criminal y se
trataba de una persona miserable, cuyas diligencias eran llevadas, en ambas potestades, de forma
concisa, según la legislación real y la tradición jurídica.858
El proceso inició con la carta que el fraile dominico escribió. Seguidamente, el doctor don
Antonio de Salazar, provisor y vicario general del obispado, mandó a hacer las averiguaciones
correspondientes, agregando: “y se ponga en ello el remedio conveniente”, a través de la
información requerida de lo que explicaba Ximénez y lo que pudiera surgir de los testimonios
en Mixco y Comalapa. Sobre esto último se nombraron intérpretes. Al aceptar el nombramiento,
los encargados de hacer la interpretación juraron que usarían el oficio “bien y fielmente”,
“volviendo en la lengua castellana lo que los indios de su pueblo dijeren en la suya materna, sin
añadir ni quitar cosa alguna”.859
Valga recordar, antes de continuar con la exposición del proceso que, en el derecho canónico,
las probanzas podían ser de tres formas: confesión, mediante testigos e instrumentos.860 En las
causas, los testigos indios tenían algunas restricciones en cuanto a la validez de sus testimonios,
por ser considerados cristianos neófitos y, potencialmente, podían ser perjurados. 861 Esto no
impidió que se hiciera lo propio en la causa analizada.
856
Concilio III Provincial, L. II, T. I., §VIII, pp. 125-126.
857
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, p. 342.
858
Moutin, “Procediendo breve y sumariamente”, pp. 86-91.
859
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, p. 335.
860
Caroline Cunill, “Testigos (DHC)”, Max Planck Institute for European Legal History Research Paper Series,
2017-08, p.1 Disponible en https://ssrn.com/abstract=3073142
861
Cunill, “Testigos”, pp. 4-5. En Concilio III Provincial, L. II, T. V., §IX eran establecidas las penas para quienes
perjuraban.
237
Tras las declaraciones de testigos, el juicio incluyó la transcripción de tres partidas de
casamiento. Estas se inscribían dentro de la categoría de instrumentos públicos para ser recibidas
como prueba.862 Para la presentación de estas, los curas debían avocarse a los registros
sacramentales de los pueblos. De ahí que los autos se llevaban entre la circulación de testimonios
y papeles. Así, fray Francisco de la Peña, provisor y cura doctrinero de Comalapa, obtuvo la
partida del primer matrimonio, realizado el 27 de noviembre de 1655, “en un libro antiguo
aforrado en pergamino en que se asientan los indios que contraen el santo sacramento del
matrimonio”.863 Fray Andrés Ximénez, por otro lado, halló las partidas de los siguientes
matrimonios de 18 de febrero de 1662 y de 02 de octubre de 1671, respectivamente.864
Para terminar con las diligencias de la causa, el notario hizo parecer ante sí al indio Pedro Gómez
para recibirle su confesión, “mediante la lengua de don Mathías Reyes”, quien fue uno de los
intérpretes de la causa. Con base en las pruebas recogidas a lo largo del proceso, se le hicieron
ocho preguntas: sobre su origen, a lo que respondió que era natural de Comalapa y residente en
Mixco; su estado matrimonial, a lo que respondió que era casado con Anna Son, con la que hizo
vida maridable y la dejó después de un año; respecto a que si era verdad que se había casado en
segunda vez estando viva Son, en que respondió afirmativamente; sobre si era cierto que tras
morir Francisca Con se volvió a casar con María Sanjel, cuya afirmación fue nuevamente la
respuesta.865
En la quinta pregunta se le cuestionaban sus razones para haberse casado dos veces más, aun
estando viva su primera mujer. Respondió: “que cuando casó con la susodicha era este
confesante muchacho y que la justicia de este pueblo lo violentó a casarse y halló a la dicha su
mujer corrompida”.866 Agregaba que, debido a su edad, la joven “no le hacía caso y se apartaba
de él”, por lo que procedió a ausentarse y guardar dos años para que su mujer lo buscara. Tiempo
después, se enteró, por lo que le habían dicho algunos indios de Comalapa, que su mujer estaba
862
Véase Cunill, “Testigos”, p. 5; Moutin, “Procediendo breve y sumariamente”, p. 96.
863
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, p. 340.
864
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, pp. 340-341.
865
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, p. 341. Al respecto de la confesión en el proceso canónico, véase Moutin,
“Procediendo breve y sumariamente”, pp. 97-98.
866
Este argumento podía ser bastante eficaz en tanto en el sínodo mexicano de 1585 se prohibía que se obligara a
los indios a casarse, bajo pena de excomunión. Concilio III Provincial, L.IV., T. I., §VIII. Sobre el consentimiento
en el matrimonio postridentino aplicado a las Indias, véase Ana de Zaballa, “Matrimonio (DCH)”, Max Planck
Institute for European Legal History Research Paper Series, 2018-15, pp. 3-6. Disponible en:
http://ssrn.com/abstract=3299914
238
muerta, lo que tomó por cierto y se casó en segunda ocasión. Por ello, fue preguntado “qué
indios fueron los que le dijeron que su mujer era muerta”, respondiendo que habían sido muchos,
pero no se acordaba más que de Pascual Ajosal. La séptima pregunta lo inquiría sobre los indios
que juraron que el reo era soltero en su segundo casamiento, por lo que contestó que no
existieron testigos cuando el padre fray Lorenzo Pérez lo casó. Finalmente, se le cuestionó sobre
si sabía que su mujer estaba viva, a lo que respondió que sí lo sabía, pero cuando se enteró ya
estaba casado con la tercera mujer.867
La sentencia marcó el final de la causa llevada por Antonio Salazar. El auto definitivo indicaba
que, tras ver las diligencias hechas de oficio contra el indio Pedro Gómez Xohol, por haberse
casado segunda y tercera vez en el pueblo de Mixco estando viva Anna Son, se anulaban e
invalidaban los matrimonios contraídos después del que realizó con Anna Son. Por ello, dejó
libre a María Sanjel, mujer con la que se casó en tercera ocasión, “para que pueda disponer de
su persona en el estado que Dios nuestro señor fuere servido de darle a entender”.868
Por la culpa que resultaba en Pedro Gómez, por haberse casado en segunda y tercera ocasión,
pese a que su primera mujer estaba viva, el provisor le condenó en 200 azotes que debían dársele
en la espalda desnuda, de medio cuerpo arriba, para lo que debía ser llevado en un caballo por
las calles públicas del pueblo de Mixco. Para hacer el castigo ejemplar, se requería que fuera
con voz de pregonero que manifestara su delito, entregándole al gobernador y alcaldes
ordinarios para que ejecutaran lo dispuesto “con toda moderación, de manera que no se cause
efusión de sangre ni mutilación de miembro”. Para finalizar, se le pedía a Gómez Xohol que
hiciera vida maridable con su mujer Anna Son, y que no la desamparara ni la dejara, so pena de
ser castigado más severamente. El auto ultimaba con que este castigo iba destinado a servir de
ejemplo a los demás indios.869
Debe recordarse que las penas podían ser civiles o vindicativas. Entre el segundo grupo se
encuentra lo actuado por el provisor, en tanto provenía de la potestad que tenía para imponer
castigos y enmendar la culpa del reo, además de que por el temor al castigo los demás no
pecaran. Las penas vindicativas podían ser corporales o, bien, afectar a la fama de los individuos.
867
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, p. 342.
868
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, p. 342.
869
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, p. 343.
239
En este sentido, la jurisdicción podía imponer penas a indios si se trataba de casos de idolatría,
apostasía, ceremonias y supersticiones, sacrilegios contra el bautismo, el matrimonio y otros
sacramentos.870
Para finalizar este apartado, es interesante notar cómo la costumbre pesaba fuertemente en
algunos espacios, por lo que la justicia religiosa era necesaria en tanto rectificaba ciertas
actitudes, tanto de la grey como la de los ministros. Valga exponerse que, a pesar de que el
Tercer Concilio Provincial Mexicano prevenía a los curas de que no casaran indios que no fueran
de su propia parroquia, debido a que era bastante común que los naturales cambiaran de doctrina
para casarse en segunda vez e incurrir en el delito de bigamia, la causa muestra otra realidad.
Sin embargo de estas llamadas de atención conciliares, puede verse en este caso cómo, a pesar
de que se sabía que Gómez no era de Mixco, se le casó en dos ocasiones. 871
Un último aspecto a considerar en cuanto a la justicia eclesiástica tiene que ver con los réditos
percibidos en las causas. Aunque no se conoce con certeza lo que se llevaba en la vista de los
autos por cada oficial dentro de la Audiencia Episcopal, es posible aproximarse a través de los
aranceles fijados por el tribunal mexicano en 1699 y seguido en toda la arquidiócesis, tal y como
se presentan en la constituciones sinodales del obispado de Yucatán en los primeros años del
siglo XVIII.872
Diligencia Arancel
Casamiento de españoles y mestizos 6 pesos (10 reales al juez de las firmas, 4 pesos y 6
nacidos en la provincia reales al notario público).
Casamiento de ultramarinos Dobles derechos.
Casamiento de mulatos y negros libres
3 pesos y 4 reales (1 peso al juez por las firmas, 20
reales al notario público).
Casamiento de esclavos Derechos iguales que los libres.
Dispensa de vanas 4 pesos al juez y 12 reales al notario público.
Licencia para que un eclesiástico 6 reales (2 de la firma del juez y 4 al notario
deponga en causa civil ante la Real público).
Justicia
870
Sebastián Terráneo, “Penas (DCH)”, Max Planck Institute for European Legal History Research Paper Series,
2017-07, pp.1-5. Disponible en: http://ssrn.com/abstract=3064804
871
Véase Ana Zaballa de Beascoechea, “La influencia del Tercer Concilio Provincial Mexicano en los instrumentos
de pastoral indígena”, en Andrés Lira González, Alberto Carrillo Cazáres y Claudia Ferreira Ascencio (eds.),
Derecho, política y sociedad en Nueva España a la luz del Tercer Concilio Provincial Mexicano (1585). Zamora:
El Colegio de Michoacán/El Colegio de México, 2013, p. 77.
872
Juan Gómez de Parada, Constituciones sinodales del obispado de Yucatán. Transcripción, edición y notas de
Gabriela Solís Robleda.Mérida: UNAM/CIESAS.
240
Diligencia Arancel
Promotor fiscal En causas de oficio sin derechos hasta la sentencia
en que se tasen. De cualquier respuesta con vista de
autos o diligencias 12 reales o lo tasado por el
provisor.
Presentación de escritos 4 reales (2 de la firma del juez y 2 al notario).
Notificación y citación 2 reales notario público (3 reales haciéndolo fuera
del ejercicio).
De las sacas de autos 50 maravedíes por foja después de las primeras
cincuenta. Si no llegaran a esa cantidad 6 reales de
la saca y 2 de las llevas. De los conocimientos, 2
reales por cada uno.
Examen de testigos 4 reales al notario, 1 peso si fuera por interrogatorio
o pase de seis preguntas. Ante juez, 2 reales más de
cada firma.
Despachos de receptorías y citatorios 10 reales notario y 2 reales firma del juez.
Receptoría para probanzas 2 pesos notario y 2
reales firma del juez. Despachos compulsorios, 10
reales notario y 2 de la firma del juez.
Mandamientos de ejecución y posesión 6 reales notario y 2 de la firma del juez.
Ejecuciones y citaciones de remate 18 reales notario público o receptor.
Pregones 2 reales notario y 1 real pregonero.
Remates de inmuebles y muebles 18 reales juez en asistencia y 18 reales notario
público.
Autos interlocutorios y definitivos 4 reales de cada firma el juez y 4 reales notario por
ordenarlos. En proceso voluminoso, el juez 12
reales y notario 1 peso.
Sentencias de remate y pleitos Los mismos asignados arriba.
ordinarios
Fianzas 1 peso para el notario público.
Depósitos 6 reales notario público.
Décimas de ejecuciones 9 reales el alguacil fiscal en ejecución que se
hiciere por menos de 50 pesos. Por más, 18 reales.
De cualquier embargo extraordinario, 6 reales y
otra diligencia 2 reales (cuando no sean indios).
Prisiones que ejecutare: 4 reales. Auxilio a la real
justicia: 4 reales.
Intérprete 4 reales por cada declaración y examen de testigo.
Sin interrogatorio, 2 reales y por cada foja 2 reales.
Inventarios y almonedas 18 reales por la asistencia del juez y 18 reales el
notario público.
Nombramiento de apreciadores 6 reales, notario.
Censuras generales 6 reales al juez por su firma y 3 pesos y 6 reales al
notario.
Testimonio de autos 60 maravedíes por foja, notario.
241
Diligencia Arancel
Busca de pleitos 6 reales el primer año y los demás 2 reales.
Figura 5.2 Aranceles para el juzgado eclesiástico de Yucatán, 1722 (formados con apego a los
aranceles del juzgado eclesiástico del Arzobispado de México).
Fuente: Gómez de Parada, Constituciones Sinodales, pp. 225-229.
Si la justicia eclesiástica se atuvo al proceso de reforma de las costumbres, las visitas episcopales
fueron reflejo de que esto era una preocupación permanente, a través de su penetración en los
ámbitos cotidianos del pueblo cristiano a cargo del prelado. Para este respecto, los autos de visita
son una fuente privilegiada para conocer cómo las preocupaciones pastorales eran atendidas por
medio del estilo propio de un juez, actuando de forma breve y concisa.873
Como se ha dicho, los autos realizados por el obispo o el visitador son de gran interés en tanto
corregían los excesos en el lugar donde se producía la causa. Por ejemplo, los autos contra los
873
Traslosheros, Historia judicial eclesiástica, pp. 89-95.
874
Sebastián Terráneo, “El obispo juez en el derecho canónico indiano. La visita del obispo Juan Gómez de Parada
al pueblo de Chiquimula de la Sierra (21 al 30 de enero de 1732), en Jornadas anuales de la Sociedad Argentina
de Derecho Canónico. Rosario: Sociedad Argentina de Derecho Canónico, 2016, p. 118
875
Terráneo, “El obispo juez”, p. 119.
876
Concilio III Provincial, L. III., T. I, §1 y §2, pp. 174-176.
242
abusos en las cofradías de San Antonio Suchitepéquez, expedidos en 1675, ilustran este punto
aún más. En ellos, el doctor don Juan de Santo Matía Sáenz de Mañosca y Murillo, obispo de
Guatemala, buscaba poner remedio a lo que se hacía por parte de algunos miembros de cofradías
de aquel lugar. El auto iniciaba explicando que, a través de información que había recibido en
su visita al pueblo, había sabido que, no obstante las prohibiciones de su antecesor fray Payo de
Rivera y las del mismo Sáenz de Mañosca, ciertas conductas seguían existiendo, dando larga
relación de ello:
La inicua introducción de salir por las calles y casas algunas mujeres a pedir y demandar
limosnas para la celebración de las festividades de los santos titulares de las cofradías y
de otros de especial devoción, y en las casas particulares hacerse altares y en ellos [estar]
colocados los santos de las dichas cofradías y devociones, donde concurre grande
número de personas, así hombres como mujeres, y en dichas casas tenían bailes, músicas
y juegos de naipes y otros semejantes, con capa de devoción y pretexto de aumento de
las limosnas de dichos santos y sus cofradías, todo lo cual [es] tan digno de remedio
como expuesto a los gravísimos inconvenientes y ofensas de la divina majestad, como
se deja considerar.877
Después de ello, continuaba exponiendo el obispo, en función de que se evitaran tales actos
escandalosos, en claro cumplimiento de su labor “y deseando poner en todo lo referido el más
puntual y eficaz remedio”, ordenó que todos los fieles del pueblo, de cualquier estado, calidad
y condición, observaran el edicto que mandaba, bajo pena de excomunión mayor “latae
sententiae una pro trina canonica monitione en derecho premisa ipso facto incurrendo”. El
mismo indicaba que bajo ningún pretexto tuvieran en sus casas los altares, bailes y zarabandas;
que no concurrieran a ellas y que las mujeres no salieran a las calles a pedir limosnas para las
cofradías. De igual forma, se pedía a los curas beneficiados y vicarios foráneos que observaran
el contenido del edicto, para que no permitieran tales actividades.878
Algunas visitas hechas por los obispos se comprometían a la reforma de las costumbres de forma
breve, conociendo causas y dictando autos con gran diligencia. Unos fragmentos de autos de
visitas realizadas por el obispo fray Andrés de las Navas y Quevedo así lo demuestran. Estas
fueron llevadas a cabo entre 1683 y 1690, actuando con el auxilio de los escribanos, receptor y
público, respectivamente, quien se desempeñaba en la Audiencia episcopal y en otros espacios
877
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, p. 204.
878
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, p. 204-205.
243
jurídicos. Resalta, además, que el matrimonio resultaba ser piedra angular en la política de
corrección del mitrado.879
Lo escrito por el escribano incluía el lugar en el que se dictaba, la fecha y el nombre del obispo
como encabezado. Acto seguido, se exponía el caso y se dictaba el auto que daba resolución al
problema o, bien, devenía en una medida paliativa. De esto último es constancia lo actuado por
Las Navas en el pueblo de San Raymundo de las Casillas, de la doctrina y curato de San Pedro
Sacatepéquez, el 27 de noviembre de 1683. En este caso, al obispo se le había dado información
“por personas de buena conciencia y celosas de la honra de Dios nuestro señor” que Raymundo
Yaquí, indio vecino y natural del pueblo, estaba casado con una india llamada Jacinta. Sin
embargo, se encontraba amancebado públicamente con Elena Abah, india, mujer legítima de
Juan Tezen. Por ello, en numerosas ocasiones había sido reprendido por el cura doctrinero, fray
Crisóstomo Guerra, quien, debido a la reincidencia de los actos, lo entregó a las autoridades del
pueblo de San Juan para que le administraran justicia, castigándolo y paseándolo por las calles.
Sin embargo, no tuvo el efecto deseado, por lo que se mandaba que Yaquí pareciera
personalmente ante el tribunal episcopal, tras la declaración de Elena Abah. 880
Otro auto, relacionado con la causa, incluía que Andrés Peláez, español, quien tenía a su servicio
a Juan Tezen, el marido legítimo de Elena Abah, compareciera en la causa que se promovía
contra Raymundo Yaquí, en tanto dueño de la estancia en la que laboraba Tezen. Al leerse la
notificación, Peláez estuvo dispuesto a los requerimientos del prelado. Seguidamente, se le
mandó que tuviera en depósito a Tezen y a Abah “para que hagan vida maridable como Dios lo
manda, tratándolos bien y pagándoles su salario”.881
El primero de febrero de 1684 un asunto similar se dirimió por el obispo de manera más breve.
Al respecto, en el pueblo de San Antonio Suchitepéquez de la provincia de Zapotitlán, en la
visita que se encontraba realizando el prelado al dicho lugar, le llegó información de que
Antonio Góngora, estante en el pueblo y casado en Santiago de Guatemala, “reside y está en él
mal amistado con una mujer casada cuyo nombre no se refiere por la reverencia al sacramento
del matrimonio”. Por su deshonesta forma de vivir, refería Las Navas, causaba “grave escándalo
879
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, pp. 349-357.
880
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, pp. 349-350.
881
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, pp. 350-351.
244
así en este pueblo como en otros de esta provincia, a que se debe poner el remedio conveniente”.
A causa de ello, el obispo mandó que Góngora se presentara ante él y se le notificara “so pena
de excomunión mayor latae sententia trina canonica munitione en derecho premissa ipso facto
incurrendo, […] salga de este pueblo y de toda esta provincia dentro de tercero día de como se
le notificare”, en función de que se fuera a Santiago a hacer vida maridable con su mujer, so
pena de reagravación de censuras, además de que podía ser puesto en la tablilla de públicos
excomulgados “por inobediente a los preceptos de nuestra santa madre Iglesia”. 882
Para iniciar con un caso de imposición de censo, puede utilizarse el ejemplo de doña Inés de
Oviedo y Velásquez, mujer soltera vecina de Santiago de Guatemala, quien en 1694 solicitó 300
pesos pertenecientes a la capellanía de misas que había fundado Cristóbal Aceituno de Guzmán
y de la que era capellán propietario Pedro de Bárcena. La imposición se pretendía en unas casas
que tenía en la esquina de la cerca del convento de San Francisco, en la ciudad, destinados a
pagar 200 pesos de la capellanía fundada por Pedro Ortiz de Salazar y los cien restantes serían
utilizados para “acudir a algunas cosas que me importan”. Oviedo acudía al juzgado eclesiástico
882
Ruz, Memoria eclesial, tomo I, págs. 353-354.
883
Costeloe, Church Wealth, passim; Gisela von Wobeser, Vida eterna y preocupaciones terrenales. Las
capellanías de misa en la Nueva España, 1600-1821. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2005,
pp. 23-28.
245
porque tenía noticia de que había seiscientos y sesenta pesos disponibles para imponer sobre
finca segura.884
El censo consignativo, también llamado “al quitar”, establecía que una parte, llamada
“censataria”, le vendía a otra, consignada como “censualista”, una pensión anual a cambio de
una cantidad de dinero que se solicitaba, gravando un inmueble cuya propiedad y uso continuaba
en manos de quien pedía el capital. En 1583, por pragmática de Felipe II, la pensión de los
censos redimibles se fijó en 14 por 1; es decir, un 7% aproximadamente del capital principal que
se le entregaba al censatario. No obstante, en 1608, por pragmática de Felipe III, la pensión bajó
a 20 por 1 (5%), lo cual se mantuvo durante todo el siglo XVII y parte del XVIII.885
Regresando al caso, la petición de la solicitante fue trasladada por el notario público del juzgado,
Sebastián Coello, al capellán que rezaba las mismas de forma interina, el bachiller don Manuel
de Cienfuegos, quien expresó que se hiciera lo que considerara “su señoría ilustrísima y
reverendísima”, haciendo vista de ojo de las casas y finca sobre que se pedía la imposición, para
determinar si se trataba de finca segura en qué confiar el capital. De igual opinión fue el capellán
propietario, don Pedro de Bárcena.
A causa de ello, el obispo fray Andrés de Las Navas y Quevedo, en atención a la petición de
doña Inés de Oviedo y Velásquez y lo dicho por los capellanes, mandó a que se hiciera vista de
ojo y avalúo de la finca, nombrando a Joseph de Porres, maestro de albañilería y arquitectura, y
a Esteban Vásquez, maestro de carpintería. Por consiguiente, una vez hecho las diligencias,
ambos comparecieron ante Las Navas, “dijeron y declararon que dichas casas valdrán en el
estado presente seiscientos y cincuenta pesos, por lo bien tratado que estaban”. Finalmente, se
mandó a dar licencia para que se otorgaran los 300 pesos a la solicitante a censo y tributo
redimible sobre las casas avaluadas.886
Las rentas pupilares, en otro sentido, también fueron parte de la actividad de este juzgado. A
pesar de que la usura llana era reprobada, esta figura jurídica se asemejaba más a una renta
percibida, tal y como sucedía con los censos, cuyo origen rentista provenía del mismo Derecho
Romano, a partir de la fórmula “tantos por cientos del caudal”. En los documentos consultados
884
AHAG. Fondo diocesano. Sección justicia. Leg. 100, exp. 3504.
885
Mirow, Latin American Law, pp. 73-74; Novísima Recopilación de las Leyes de España, Ley 6ª, Título XV,
Libro X.
886
Novísima Recopilación, Ley 6ª, Título XV, Libro X.
246
se nota que, para ser permitida, tenía que mediar una escritura de obligación, a la que se cargaba
una cuota de interés del 5% anual. Para asegurar el capital, se pedía la presentación de fiadores
abonados o una hipoteca.887
En enero de 1684 entró una petición firmada por el procurador de la Audiencia y escribano
Esteban de la Fuente. La misma exponía que el procurador actuaba en nombre de doña María
Ochoa de la Torre, viuda del maestro de campo don Juan de Arrivillaga Coronado. De la Fuente
explicaba que “la dicha mi parte tiene noticia que en la hermandad del entierro de los pobres
sita en la parroquia de los Remedios hay ochocientos pesos que poder dar a réditos debajo de
todo seguro”. Según la petición, doña María Ochoa se hallaba necesitada de esa cantidad, “y
siendo vuestra merced servido ha de mandar se le den por tiempo de seis meses, o el de un año”,
por lo que se comprometía a hacer escritura de obligación y a presentar como fiador a su
apoderado, Esteban de la Fuente.888
La petición fue presentada ante el juez eclesiástico, el señor doctor don Joseph de Baños y
Sotomayor. A ella proveyó, con un decreto, que el maestro don Joseph de Lara, cura rector de
la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios y el hermano mayor de la hermandad de
difuntos, informaran lo que consideraran conveniente en razón de lo que pedía Ochoa de la Torre
por medio de Esteban de la Fuente. Esto pasó ante Ignacio de Agreda, notario público del
juzgado eclesiástico.
887
Véase Bartolomé de Albornoz, Arte de los contractos. Valencia: En casa de Pedro de Huete, 1573, fols. 52 y
108-109. Es inevitable la comparación con el caso novohispano, en el que los censos fueron sustituidos casi en su
totalidad a finales del siglo XVII. Esto fue a causa de los depósitos irregulares que, como figura jurídica funcionó
de forma similar a las obligaciones a renta pupilar, pues se establecía un tiempo determinado para la paga, más la
renta percibida anualmente y la presentación de fiadores o, en otros casos, la hipoteca de sus bienes. Wobeser, El
crédito eclesiástico, pp. 66-76; también en Arnold Bauer, “La Iglesia en la economía de América Latina, siglos
XVI al XIX”, en Arnold Bauer (coord.), La Iglesia en la economía de América Latina, siglos XVI al XIX. México:
Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1986, pp. 35-43.
888
AHAG. Fondo diocesano. Sección justicia. Leg. 98, exp. 3302.
247
dieran a réditos los capitales de la hermandad, posteriormente no tuvo ningún problema con que
se diera esa cantidad de pesos, “por ser la persona que lo pide abonada y me consta que ha
pagado mayores cantidades”, lo que permite afirmar que la calidad, y la fama construida en
torno a las actividades económicas, era importante en este tipo de transacciones.
El caso concluyó con el auto de Joseph de Baños y Sotomayor, quien mandó que del dinero “que
pasa en la caja de tres llaves de la dicha hermandad, se saquen los dichos ochocientos pesos y
se den a la dicha doña María de Ochoa a réditos de cinco por ciento por tiempo de un año”. Por
ello se les exigía que tanto la principal como su apoderado se obligaran de mancomún, para
devolver en un año, a la caja de la hermandad, los ochocientos pesos más 40 que pasaban de los
réditos.889
889
AHAG. Fondo diocesano. Sección justicia. Leg. 98, exp. 3302.
890
Chiquín y Alonzo, “Por no haber hallado”, passim.
248
Figura 5.3 Red de afianzamiento en el Juzgado general de testamentos, capellanías y obras
pías, 1680-1700.
Fuente: Elaboración propia con base en AHAG. Fondo diocesano. Sección justicia. Legajos
93-102.
249
C. Circulación de agentes y experiencias
a. Magistrados de la Real Audiencia
Según lo desarrollado hasta el momento, puede notarse que existía un espacio jurídico de
interacción común entre potestades, sobre todo en lo que respecta a los saberes, prácticas y
tradiciones jurídicas. Esto fue aún más propicio en un espacio tan amplio como lo era la
Monarquía Hispánica, en la que una gran cantidad de agentes circularon y, con ellos, diversas
experiencias.891 En específico, los foros de justicia parecen ser espacios idóneos para estas
dinámicas, de las que no fue ajena la Provincia de Guatemala.
En primer lugar, las Reales Audiencias constituyeron un espacio de interacción global, en el que
la circulación de ministros fue una constante durante los casi trescientos años de existencia de
estos tribunales de apelación en las Indias. De esta forma, presidentes, oidores y fiscales se
movilizaban por los circuitos de Audiencias e, incluso, en instancias menores. Esta movilidad
no solo beneficiaba a la Corona, en tanto proveía a sus tribunales de personal con diversas
experiencias jurídicas y evitaba el arraigo en las jurisdicciones, sino que también era de
provecho para los magistrados en el seguimiento de su cursus honorum.
891
Véase Pardo y Lomas, “Ministros idóneos”.
892
AGCA, A1.23, leg. 4575, f. 266 y 313; AGCA, A1.23, leg. 1512, f. 411; AGCA, A1.23, leg. 1512, f. 417.
Barrientos Grandón, Guía prosopográfica, p. 626 y José María Vallejo García-Hevia, “La Audiencia de Guatemala
y sus Consejeros de Indias en el siglo XVI”, Anuario de Historia de Derecho Español, 75 (2005), pp. 488-518.
250
Eugenio de Salazar, originario de la villa de Madrid, quien, tras haber pasado por las
universidades de Salamanca, Alcalá y Sigüenza, consiguió el grado de doctor y, posteriormente,
pasó al servicio de la administración de justicia, siendo pesquisidor en Tormalejo y en Salinas
Reales, siendo en 1573 gobernador de Tenerife y pasando a la Audiencia de Santo Domingo
como oidor en ese mismo año; posteriormente, nombrado fiscal en Guatemala (1576), fiscal en
México (1581), oidor en esa misma audiencia ocho años después y, finalmente, en 1600,
miembro del Consejo de Indias.893
Para otros, sin embargo, el circuito novohispano fue el que marcó el destino de sus carreras. Así,
el cursus honorum promedio de un ministro designado en algún momento para Guatemala
pasaba por, al menos, alguno de los demás tribunales de Manila, Santo Domingo, Guadalajara
y, en algunos casos, hasta llegar a México, rara vez pasando a otras audiencias de la jurisdicción
virreinal peruana. Por ejemplo, el licenciado Rodrigo de Valcárcel, originario de Murcia y
licenciado en cánones por la Universidad de Osma, pasó al Nuevo Mundo en 1614 como oidor
de Santo Domingo. Unos años posteriores fue nombrado oidor de la Audiencia de Guatemala
(1618), para luego servir como alcalde del crimen en el tribunal mexicano (1633) y terminar su
carrera vital.894
En el siguiente grafo (figura 5.4) se muestra la relación entre Audiencias y otros tribunales
asentados en la península con los magistrados que tuvieron entre su destino a la Real Audiencia
de Guatemala. De esto, puede concluirse que los tribunales de alzada de México, Santo
Domingo, Lima, Santa Fe y Guadalajara fueron las que más concurrieron antes o después de
ejercer la jurisdicción en Guatemala. Otras Audiencias que también estuvieron entre los
destinos, aunque en menor medida, fueron Panamá, Charcas, Quito, Buenos Aires, Chile y
Manila. Mientras tanto, en la península pueden notarse tribunales como el Consejo de Indias, la
Casa de Contratación, la Chancillería de Valladolid y la de Granada.895
893
AGI, INDIFERENTE, 738, N.200. Barrientos Grandón, Guía prosopográfica, pp. 1338-1339 y Vallejo García-
Hevia, “La Audiencia de Guatemala y sus Consejeros”, pp. 519-545.
894
AGCA, A1.23, leg. 4576, f. 21. Barrientos Grandón, Guía prosopográfica, pp. 1499-1500.
895
En la movilidad de la magistratura de la Real Audiencia debe tomarse en cuenta a quienes viajaban con los
ministros, especialmente criados. Estos permitían la formación y afianzamiento de lazos en los destinos en que se
ejercía la jurisdicción. Tanto los juicios de residencia como los expedientes de la Casa de Contratación son útiles
para recrear ese entramado social. Al respecto, véase Pierre Ragon, “Criados, parientes, amigos y allegados: le
vice-roi de la Nouvelle-Espagne et ses proches au XVIIe siècleʺ. Amité. Le cas des mondes américains– Revue C.
A. F. E., 3 (2013), pp. 13-34.
251
Figura 5.4 Cursus honorum de los magistrados de la Real Audiencia de Guatemala
252
b. Provisores
Por su parte, de los provisores puede decirse que sucedía una situación parecida, en la que las
jurisdicciones eclesiásticas, y su paso por ellas, devenían en un proceso benéfico para los
ministros y sus carreras eclesiásticas. Esto se conseguía a partir de lazos familiares y en la
construcción de redes de sociabilidad dentro de las instituciones, que permitían el acceso a
mayores instancias administrativas.
En casos en que los lazos eran fundamentales para ascender en la carrera eclesiástica, la ayuda
de un familiar podía ser útil. El caso de Joseph Sánchez de las Navas lo muestra claramente.
Este era natural de la ciudad de Baza, del reino de Granada, “hijo de padres notoriamente nobles
y conocidos”. Sánchez de las Navas pasó a las Indias con asistencia y compañía de su tío el
obispo fray Andrés de las Navas y Quevedo.896
En Baza, Joseph había sido preceptor de gramática, latinidad y letras humanas y, al llegar a
Santiago de Guatemala, aplicó a los estudios mayores de artes y teología en la Real Universidad
de San Carlos, recién fundada. Tiempo después, al ser promovido a las sagradas órdenes como
presbítero, Las Navas lo nombró como su secretario de cámara y gobierno. Después, tras quedar
vaco el curato de la Asunción de Ahuachapán, en la provincia de Sonsonate, hizo oposición al
mismo y obtuvo el beneficio eclesiástico, aprendiendo la lengua de ese partido. Habiendo
vacado el beneficio curato de San Francisco Zapotitlán, en la provincia de San Antonio
Suchitepéquez, obtuvo también el beneficio, en donde aprendió k’iche’ y zutuhil y se mantuvo
por más de veinte años en él.
Su tío le nombró examinador sinodal del obispado y, hacia 1696, sacándolo de su curato, le
nombró su provisor y vicario general, oficio que ejerció durante cuatro años, hasta la muerte de
fray Andrés de las Navas. Seguramente, la comprensión de varias lenguas nativas fue
indispensable para su nombramiento. También obtuvo el título de visitador general de todo el
obispado, del que hizo uso, en forma general, tres veces. Al respecto, según la relación hecha
por el obispo fray Juan Bautista Álvarez de Toledo, había buscado “erradicar los vicios y plantar
896
AGI, INDIFERENTE, 218, N.53.
253
virtudes, extirpando lo malo y solicitando promover todo lo bueno”. Al terminar sus oficios
temporales, continuó siendo cura beneficiado de San Francisco Zapotitlán.897
Ver a los provisores y vicarios generales en función del título que se les daba para administrar
justicia en la Audiencia episcopal implicaría considerar esta tarea como la única que realizaban.
Por tanto, sería una reducción de la constelación de posibilidades que los eclesiásticos podían
tener en este entramado institucional. Si bien es cierto que los méritos y oficios desempeñados
tenían un peso bastante grande en la obtención del título de provisor, también resulta notable
que, paralelamente, varios provisores se desempeñaron como comisarios del Santo Oficio de la
Inquisición, comisarios de la Bula de Santa Cruzada, así como también obtuvieron prebendas
en el cabildo catedralicio y actuaron en otras instituciones. Otros, no se adscribieron a una sola
diócesis, obteniendo nombramientos en más de una jurisdicción eclesiástica. Es decir, su
actuación como vicarios del obispo, en justicia y gobierno, era un peldaño más de su carrera.
No obstante, para administrar la justicia, la experiencia obtenida en todos esos ámbitos resultaba
fundamental. El caso del doctor don Joseph de Baños y Sotomayor sirve para subrayar este
punto, a partir de su extensa carrera.
Baños y Sotomayor fue colegial del colegio mayor de Nuestra Señora del Rosario en Santa Fe,
Nueva Granada, donde se graduó de maestro de artes y doctor en teología. Llevó por oposición
la cátedra de artes y leyó durante dos años léxica y filosofía, siendo nombrado lector de teología
moral, al lado de la predicación. En 1666 se graduó de doctor de teología en la Universidad de
Ávila. Opuso, posteriormente, a una canonjía en1667 en la iglesia de Burgo de Osma. Hacia
1670 opuso a una canonjía en Guatemala. Posteriormente, obtuvo la tesorería, maestrescolía y
deanato.898
Por su parte, el tribunal de la Inquisición de México le nombró en 1676 calificador del Santo
Oficio. En 1680, don Juan Ortega Montañés, obispo de Guatemala, le dio título de rector del
Hospital San Pedro en Santiago de Guatemala. Ese mismo prelado le nombró como su provisor
y vicario general en 1682. Hacia 1686 fue nombrado rector y catedrático de prima de teología,
por Real Cédula, de la Real Universidad de San Carlos, desempeñándolo por tiempo de diez
897
AGI, INDIFERENTE, 218, N.53.
898
AGI, INDIFERENTE, 206, N.52.
254
años, paralelo a sus oficios en el provisorato.899 También debe señalarse que no fue el único
Baños y Sotomayor que se desempeñó en la administración a lo largo de las Indias. Su padre
fue Diego de Baños y Sotomayor, quien se desempeñó como oidor en Santa Fe y Charcas. Por
otro lado, su hermana, Josefa de Baños y Sotomayor, se casó con Juan Antonio de Oviedo y
Rivas, oidor en Santa Fe. De esta unión nació Diego Antonio de Oviedo Baños de Sotomayor,
quien fue oidor en Santo Domingo, Guatemala, México y parte del Consejo de Indias. 900
c. Oficiales
Los oficiales de los tribunales también eran parte importante en cuanto a la circulación y
movilidad que permitía la cultura jurídica común en la Provincia de Guatemala. Esto es
particularmente cierto en tanto dinamizaban prácticas de derecho en las potestades secular y
religiosa. Esto debido a que los procedimientos en ambas jurisdicciones se basaban en el proceso
romano-canónico del ius commune, tal y como se ha dejado constancia con anterioridad.
En buena medida, la figura del escribano resultaba vital para el desempeño de estos oficios, en
tanto constituía una suerte de "oficio básico” que permitía la entrada al ordo iuris. De esta forma,
ya fueran parte de una o más instancias judiciales, su actividad extrajudicial, extraída de los
899
AGI, INDIFERENTE, 206, N.52; Adriana Álvarez Sánchez, “La Real Universidad de San Carlos de Gutemala.
1676-1790”. Tesis de doctorado: Universidad de Santiago de Compostela, 2007, p. 229.
900
Véase Barrientos Grandón, Guía prosopográfica.
901
AGI, INDIFERENTE, 196, N.38; AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título
de órdenes, tomo I, fols. 1-3.
255
instrumentos públicos que firmaban, también constituía parte de las prácticas de derecho,
extendidas en toda la provincia.902
El caso de Esteban de la Fuente resulta ampliamente interesante en su paso por varias instancias
jurídicas. Se tiene constancia de que obtuvo el título de escribano real entre la década de 1660 e
inicios de 1670. A partir de ese oficio, obtuvo el de receptor del número en la Real Audiencia
de Guatemala, por remate, en 3.000 tostones hacia 1672. Posteriormente, en 1674 obtuvo por
renuncia que le hizo Juan Francisco Maldonado el oficio de procurador del número, que también
estaba valorado en 3.000 tostones pero, por tratarse de una renunciación, enteró únicamente
1.000 tostones a la caja real.903 Tiempo después, el obispo fray Andrés de las Navas y Quevedo
lo nombró como notario público el primero de febrero de 1687.904
Su actividad como mediador económico puede seguirse desde 1684 y, en este sentido, continuó
por al menos una década más como actor indispensable en el acceso a los capitales eclesiásticos.
Los frutos de todo ello se vieron a finales de siglo, pues, por ejemplo, en 1698, De la Fuente
solicitó 500 pesos de la capellanía del padre Andrés Gómez de Padilla, lo que fue concedido sin
ningún problema. Valga recordar que estos capitales, prestados con obligaciones a renta pupilar,
eran reservados para personas que pudieran dar cuenta de ser abonadas.905
Finalmente, los letrados también fueron decisivos en la circulación de la cultura jurídica, pues
muchos de ellos no solo se desempeñaron en la Real Audiencia, sino que también tuvieron
influencia en las aulas universitarias. En este sentido, la recepción de la tradición jurídica, debe
recordarse, se dio tanto en los tribunales de justicia, la literatura jurídica y la enseñanza del
902
Véase Gayol, Laberintos de justicia, tomo II, pp. 365-372.
903
AGI, GUATEMALA, 91, N.4; AGI, GUATEMALA, 91, N.19.
904
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de título de órdenes, tomo I, fol. 105.
905
Véase a De la Fuente como fiador en AGCA, A1.20, leg. 453, fol. 56, 175; leg. 454, fol. 113; leg. 456, folio
75; leg. 458, fol. 55; leg. 636, fol. 14, 66, 71, 101, 105; leg. 637, fol. 46, 67, 93; leg. 638, fol. 31; leg. 641, fol. 8.
256
derecho. Las universidades, por tanto, fueron un vehículo eficaz para la circulación de los
conocimientos jurídicos.906
La importancia de las universidades, en tanto vehículos para la circulación del derecho, radicó
en sus cátedras de derecho. En el caso de la Real Universidad de San Carlos, tras su fundación
en el último cuarto del siglo XVII, fueron tres las cátedras que tuvieron funcionamiento en este
ámbito: prima de cánones, prima de leyes e Instituta.907 De esta forma, la facultad de leyes, a
partir del ejercicio de la abogacía de sus catedráticos, tal y como indica Adriana Álvarez
Sánchez, se vinculó con la Audiencia.908
En términos más generales, las facultades de leyes y cánones, siguiendo a Aurelia Vargas,
tuvieron gran relevancia en el gobierno de la monarquía, debido a la influencia que los letrados
ejercieron en varias instituciones de poder. En el ámbito universitario, el Corpus Iuris Civilis y
el Corpus Iuris Canonici tuvieron su encuentro en las universidades reales.909 Y, en consonancia
con la práctica foral, los abogados asumieron una labor notoria en nutrir ambos espacios de
circulación, no reducidos únicamente al contexto guatemalteco.
Francisco Jacinto Jaime Moreno, por ejemplo, se graduó de cánones en San Marcos de Lima y,
posteriormente, pasó como abogado en Panamá y después a Guatemala. Fue catedrático de
prima de leyes, opositando en 1678, aunque no aceptó la posesión del cargo. Durante 1676,
además, fungió como fiscal de la Real Audiencia de Guatemala.910 Un caso similar puede verse
en Lorenzo Soriano de la Madriz Paniagua, quien se graduó en San Marcos de Lima y se
desempeñó como abogado en las audiencias de Lima y Guatemala. En Santiago de Guatemala
fue catedrático interino de prima de leyes en 1681,911 al igual que Baltasar de Agüero, que siguió
una carrera análoga a la de Lorenzo. Tuvo, de forma interina, la cátedra de prima de cánones en
el mismo año que Soriano de la Madriz.912
906
Javier Barrientos Grandón, La cultura jurídica en la Nueva España. México: Universidad Nacional Autónoma
de México, 1993, pp. 11-50; Aurelia Vargas Valencia, Las Instituciones de Justiniano en Nueva España. México:
Universidad Nacional Autónoma de México, 2001, pp. 85-133.
907
Adriana Álvarez Sánchez, Patronazgo y educación. Los proyectos de la Real Universidad de San Carlos de
Guatemala (1619-1687). México: UNAM, 2014, p. 179.
908
Álvarez Sánchez, Patronazgo y educación, p. 180.
909
Vargas Valencia, Las Instituciones de Justiniano, p. 87
910
AGCA, A1, leg. 1898, exp. 12443; AGI, GUATEMALA, 74; AGCA, A1, leg. 1885, exp. 12445.
911
AGCA, A1, leg. 1899, exp. 12449; AGCA, A1, leg. 1906, exp. 12632.
912
AGCA, A1, leg. 1899, exp. 12449; AGCA, A1, leg. 1941, exp. 12882.
257
258
Reflexiones finales
Analizar la administración de justicia, en la temporalidad propuesta en nuestro trabajo, no es
tarea sencilla, especialmente por la variedad de temáticas que saltan a la vista en un arco de
tiempo tan extenso, de cuyo abordaje depende la comprensión del actuar de las instituciones
encargadas de garantizar el orden jurídico. Aún más, las dificultades devenidas del análisis de
las jurisdicciones temporal y espiritual son mayores, pues no hesitamos en afirmar que la tarea
se duplica en la dilucidación propuesta. Sin embargo, como hemos buscado mostrar, en diálogo
con la historiografía especializada, el análisis de los foros requiere un estudio de largo aliento.
En efecto, la gran dimensión de la Monarquía Hispánica, como entidad de gobierno con alcances
globales, impidió que los monarcas administraran personalmente cada uno de los territorios. En
ese sentido, cabe preguntar por las formas en las que se instaló el gobierno y se administró la
justicia desde los centros de poder hasta los márgenes del imperio. Siguiendo la doctrina jurídica
de la época, el príncipe, de quien emanaba la jurisdicción, compartía su gobierno con varios
agentes de la administración. Estos iban desde los magistrados de los Consejos y Audiencias,
hasta los oficiales que servían en jurisdicciones menores, así como los agentes subalternos que
auxiliaban a los jueces. Por supuesto, también debe considerarse al personal eclesiástico que
ejerció su oficio tanto en la curia como en los beneficios a nivel local.
Hemos de aceptar que el estudio de las instituciones coloniales, para el caso guatemalteco, ha
quedado relegado desde hace algún tiempo. En efecto, con este trabajo se ha buscado dar pie a
que se retome la historia de la administración colonial considerando instituciones –en su origen,
desarrollo histórico y funciones-, procesos y actores involucrados en las mismas. De manera
particular, la administración de justicia como objeto de estudio, mediante una mirada
“jurisdiccionalizada”, será fundamental en esa recuperación de instituciones de los siglos XVI
259
a inicios del siglo XIX. Esto implicará considerar los enredos institucionales, las prácticas
jurídicas y los espacios compartidos por dichas instituciones.
Por otra parte, el trabajo partió, teóricamente, de lo esbozado por Pierre Bourdieu al respecto
del campo jurídico. En un nivel más amplio, la teoría de los campos y sus categorías relacionadas
–habitus y capital, por ejemplo-, probó ser una herramienta fundamental para expresar la
interacción entre jurisdicciones y el entramado institucional de la Provincia de Guatemala. En
ese sentido, los aspectos teóricos buscaron ser contextualizados con el saber jurídico de la época.
Con base en ello, puede decirse que, más allá de una fuerza normativa, el campo jurídico de
Bourdieu fue una lente que nos permitió adentrarnos al complejo tema de las jurisdicciones en
los siglos XVI y XVII, sin que limitara la indagación sino, de manera contraria, nos dio una
amplitud interpretativa que, seguramente, podrá continuarse en futuros estudios al respecto de
la administración colonial.
Como hemos visto, la construcción de este campo jurídico tuvo gran deuda con el desarrollo del
Ius commune desde los siglos XI y XII, que permeó el derecho europeo y, por ende, tuvo impacto
en el Nuevo Mundo. Sin embargo, su carácter flexible, permitió la creación de los llamados ius
propium en latitudes particulares, en los que la costumbre resaltó. Los tribunales en la Provincia
de Guatemala recibieron, adaptaron e interpretaron esta tradición jurídica y, de esta cuenta,
configuraron un campo particular, en el que se pusieron de relieve las agencias de los ministros
encargados de impartir la justicia, incluyendo relaciones sociales, valores y sus carreras
particulares. Así, la construcción del derecho indiano y del derecho canónico en Indias se dio
paralelamente al gobierno de la justicia.
Esta complejidad se hizo presente desde los primeros años posteriores a la pacificación de los
territorios de lo que constituyó la Provincia de Guatemala. El equipamiento político del espacio
260
fue un asunto del que participaron conquistadores, ministros reales y eclesiásticos e, incluso, la
población, a través de la creación de jurisdicciones y la erección de espacios como las ciudades
y las catedrales. Sin duda, este proceso se nutrió del contexto histórico, pues las dinámicas
socioeconómicas, especialmente las que implicaron a la población indígena, fueron influyentes
–y, podemos decir, se influenciaron- de la cultura jurídica común a la monarquía hispánica. Así,
de manera judicial y extrajudicial, los usos dados al derecho no quedaron relegado a un plano
secundario. Al contrario, coincidiendo con la comprensión de una sociedad marcada por el
gobierno de los vasallos a partir de la administración de justicia, es lógico pensar que, en la
medida de lo posible, las personas de la época recurrieron a las herramientas legales que tenían
a su disposición.
Para ello, la formación de una “ciudad letrada”, replanteando la categoría de Ángel Rama, no
solo fue un hecho que quedó ampliamente demostrado en los documentos, sino que también fue
una necesidad, en tanto los ministros que administraron la justicia en nombre de un rey distante
supusieron un acercamiento, virtual si se quiere, a la figura que se encontraba al otro lado del
Atlántico. Sin embargo, este grupo de “profesionales”, como se les ha llamado, no fue
necesariamente una élite cerrada, reducida y sin apertura a quienes requerían de sus servicios.
De hecho, debido al amplio abanico de ministros y oficiales que actuaron en los distintos foros,
letrados en el sentido estricto, o no, así como la movilidad que estos presentaron, puede decirse
que la administración de justicia era amplia, flexible y no tan cerrada como antaño se ha
pretendido.
La Real Audiencia de Guatemala, como institución, muestra el papel que tuvo la administración
de justicia en los territorios indianos. Esta, sustituyendo desde los primeros años a una justicia
de infraletrados, no solo se desempeñó como rectora del actuar de los vasallos en el amplio
espacio de su jurisdicción. En cambio, además de esas labores, fue el tribunal que se revistió de
mayor importancia en todo el territorio que le fue encargado para ver causas, tanto en primera
instancia, como en grado de apelación, o los casos específicos descritos en nuestro trabajo. A
través de las tareas asignadas a sus ministros, su labor principal fue asegurar el mantenimiento
del orden jurisdiccional, no obstante los excesos y deslices cometidos por los jueces. En cierta
medida, estas dinámicas muestran que el tribunal estaba conformado por personas comunes, con
aspiraciones propias, pese a la doctrina jurídica de la época, que enfatizaba en que la justicia
giraba en torno a la figura de un Iudex perfectus. De corregir estas prácticas, en teoría, se
261
encargaron los juicios de residencia, las pesquisas y las visitas; no obstante, la continuación de
las vejaciones fue bastante común.
Este tribunal funcionó, en buena medida, por el actuar de los oficiales que auxiliaron a los
magistrados en su labor. Dichos agentes fueron numerosos y, sin duda, al igual que los ministros
con jurisdicción, también enfatizaron en la obtención de réditos, inscrito en la tradición jurídica
de la época. Así, mediante la venta de oficios, a la que se atuvieron varios de los cargos, se
entiende el binomio entre el oficio y el beneficio, que, más allá de excluirse entre sí,
constituyeron dos caras de la misma moneda. Esto entendido en los límites de la jurisdicción
que, sin embargo, no impidió que ciertas dinámicas, tales como la creación de familias de pluma,
se desarrollaran a lo largo del período estudiado. A este respecto, aún faltan estudios que
profundicen en las redes de sociabilidad de los oficiales que, como hemos visto, puede ser
reconstruida a través de la consulta de instrumentos públicos y la documentación heredada de
los procesos de venta y renuncia.
Aunque la presencia del primer obispo aseguró la existencia de una instancia judicial, los
primeros años estuvieron marcados por un tortuoso camino hacia el reconocimiento de la
jurisdicción episcopal. Los problemas, no siempre conscientes, tuvieron como protagonistas a
las políticas reales de la Corona y las órdenes religiosas, mayoritariamente. Así, los sínodos de
262
los prelados novohispanos y los propios del obispado, dieron cuenta del interés de la jerarquía
eclesiástica por reafirmar su iurisdictio. No obstante estos obstáculos, para el siglo XVII, es
posible hablar de una consolidación del ordo iuris eclesiástico, en el que existieron tareas
delimitadas y una capacidad, por parte de los prelados, para dirigir su política judicial. En buena
medida, esto se debió al avance del clero secular a través del territorio diocesano.
Los procesos judiciales vistos en ambas jurisdicciones constituyen una fuente privilegiada para
comprender la materialización de este orden jurídico y la cultura legal de la que se nutrió. Sin
duda, la puesta en acción de los ministros y oficiales permite una mirada a cómo funcionó, en
términos generales, el gobierno de la justicia. Como se ha insistido anteriormente, la justicia
debió asegurar la restitución de la equidad, por medio del uso de herramientas jurídicas
específicas, que se observa en los tipos documentales legados de la época. Del análisis breve
que hemos realizado, en diálogo con algunos tratados jurídicos, se desprende una circulación de
prácticas que, en la posteridad, podría ampliar y enfatizar en las implicaciones que la justicia
tenía para las personas de la Provincia de Guatemala.
En los procesos judiciales pueden verse particularidades que, en otras latitudes –o, en términos
generales, al otro lado del Atlántico-, hubiera sido imposible ver. Por ejemplo, las características
específicas de la litigación y la inclusión de la población india, de manera activa, en las
dinámicas judiciales. No puede olvidarse, por supuesto, el papel que también desempeñaron
sujetos pertenecientes a las “castas” que, pese a estar en un supuesto impase respecto a su calidad
y todo lo relacionado a su estatus legal, se involucraron a menudo en procesos judiciales y, en
no excepcionales ocasiones, dentro de la administración de justicia.
Si algo se ha procurado mostrar en todo nuestro trabajo es, precisamente, que ambas
jurisdicciones se relacionaban mediante los agentes que se desempeñaban dentro de sus
márgenes. De hecho, las fronteras del derecho eran bastante difusas, y compartían raíces
políticas y teológicas en común, por lo que el conjunto de aspectos conformadores del ius –
ciencia jurídica, normativa, jurisprudencia, costumbre, etc.-, fueron compartidos en más de un
ámbito. Es debido a ello que nos pareció prudente hacer un análisis que traspasara los límites de
la mera comparación entre Real Audiencia y Audiencia episcopal.
Conforme al análisis de las fuentes y la estructuración del trabajo, saltó a la vista el hecho de
que no tratábamos con dos instituciones aisladas. Sobre esa base, hemos intentado comprender
263
cómo la circulación de agentes y, por ende, prácticas y conocimientos, nos permite afirmar sobre
la existencia de una cultura jurídica dinámica y capaz de propiciar una movilidad considerable.
Así, no solo el amplio espacio monárquico funcionaba como circuito para el desarrollo de
carreras particulares, sino que ambas jurisdicciones se conectaban por los ministros y oficiales
que eran parte de ellas, dinamizando las prácticas relativas al derecho.
264
seguridad, así como para el fortalecimiento de las instituciones encargadas de administrar
justicia en el país, en este orden de ideas, son procesos que se inscriben en una historia de largo
aliento. Seguramente, como en muchas de las situaciones que atañen al caso guatemalteco, la
existencia de estructuras ilegales, cubiertas con el manto de la impunidad, responde a procesos
históricos que deberán ser vistos en términos de la longue durée.
265
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286
Anexos
Anexo 1
913
AGCA, A1.23, leg. 1512, Ordenanzas de la Real Audiencia de Los Confines, fols. 134-163. A la izquierda se
presenta el número de ordenanza (en el caso de lo dispuesto para los ministros con jurisdicción) y a la derecha una
síntesis correspondiente a la misma.
287
No. Disposición
deudores no pueden pagar por razones legítimas y dando fianza personas legas,
llanas y abonadas.
Que las apelaciones de las sentencias absolutorias o condenatorias de demandas
XIII pecuniarias por los que tomasen residencia a las justicias del distrito vayan a la
Audiencia, pero en todo lo demás de la pesquisa vaya al Consejo de Indias.
No enviar juez de residencia a las provincias y gobernadores sujetas a la
XIV
Audiencia, ni pesquisidores.
De las cosas que acaecieren fuera de las cinco leguas, los magistrados provean
jueces de comisión para que hagan justicia en ello. Para las causas criminales, el
XV
poder es solo para hacer información, aprehender y traer a la cárcel de la
Audiencia.
Que en la recepción de testimonios de los negocios mandados para los negocios
XVI de la Audiencia se cometa a los escribanos de los pueblos, entre tanto que no
hubiere receptores, provean lo que conviene.
Que los oidores, en el uso de la jurisdicción civil y criminal, no lleven derechos
XVII
algunos, ni penas ni calumnias.
Cuando las justicias del distrito no cumplan las provisiones, y no puedan
XVIII justificarlo, la Audiencia envíe ejecutores con salarios de costa para hacerlas
cumplir, sin embargo de la provisión que impide el envío de pesquisidores.
Guardar a los que tuvieren ejecutorías o hidalguías y remitan las causas a las
XIX
audiencias “de estos reinos” donde debieren conocerlas.
Conocer y sentenciar las causas criminales en grado de vista y revista,
XX
ejecutándola sin grado de apelación ni suplicación.
Que nadie se presente a la cárcel salvo que justificare que el juez de la causa le
XXI parece sospechoso, en cuyo caso deben los ministros mandar a presentar la causa
en la Audiencia.
XXII Para que los oidores y presidente conozcan cosas relativas a falsedad de moneda.
Que el sábado de cada semana vayan dos oidores, repartidos por el presidente, a
XXIII visitar las cárceles de Audiencia y de la ciudad, junto con alcaldes, alguaciles y
escribanos de cárcel, así como el fiscal.
Escuchar tres horas relaciones en los días que no hay Audiencia y en los días que
XXIV
sí cuatro horas, y de lo contrario se multe en la mitad del salario del día.
Que el oidor que tuviera causas relacionadas con él o sus allegados no esté en el
XXV acuerdo cuando se votare al respecto y respecto a la pena de los que recusaren, se
sigan las ordenanzas de Madrid y la pena sea doblada.
Que las causas de oidores y presidente y de sus mujeres no sean conocidas por la
XXVI Audiencia en primera instancia, sino por los alcaldes ordinarios y en grado de
apelación lleguen al Consejo de Indias.
No abogar ni recibir arbitramientos, salvo que se comprometiera toda la audiencia
XXVII
o con licencia especial.
No hacer partido con abogados ni receptores, ni con persona que lleve pleito.
XXVIII
Aplicado también a sus mujeres e hijos.
No entender en armadas ni en descubrimientos, ni tener granjerías, ni tratar con
XXIX
mercaderías, ni se sirvan de indios.
288
No. Disposición
XXX No proveer corregimientos ni otros oficios a allegados de los ministros.
Que cuando alguien quiera pedir o demandar algo a los oidores, lo haga ante la
XXXI
audiencia o alcaldes ordinarios y esto se pueda apelar ante el tribunal.
No llevar más ayuda de costa de la estipulada y no recibir cosa alguna en las
XXXIII
visitas.
Que el presidente conozca de las causas criminales de los oidores, junto con los
XXXIV
alcaldes ordinarios, pese a la ordenanza XXVII.
Que el oidor más antiguo sea presidente en caso de que falte este, hasta que se
XXXV
provea uno.
Que el presidente no dé licencia a los oidores para pasar a los reinos de la
XXXVI
península.
Conocer casos de fuerza hechos por jueces eclesiásticos como lo hacen las
LII
chancillerías de Valladolid y Granada.
Informar si hay personas que tengan poderes o bulas apostólicas, para cobrar los
LIII
expolios de los obispos que murieren.
LIV Declarar si hubiere duda sobre erección de iglesia y colaciones de los obispos.
Que se pida el auxilio del brazo seglar por parte de los prelados y jueces
LV
eclesiásticos por petición y no de forma requisitoria.
Que en los pueblos que no sean de españoles no se prediquen bulas, y lo mismo
LVI
para los comisarios de la Santa Cruzada.
Tomar cuenta a los oficiales reales, a inicio de año, de lo realizado en el año
LVIII
pasado.
Nombrar en cada año un oidor que sea juez de la cobranza de los bienes de
LXVIII
difuntos.
Conocer dos días a la semana y sábados, no habiendo pleitos de pobres, en cosas
LXXIV de indios y en la visita, el oidor comisionado conozca en cosas de libertad de
indios.
Fiscal
No. Disposición
No abogar en negocio alguno y solo sirva a la cámara y fisco real y tenga gran
cuenta y cuidado, junto a la Audiencia, en el guardar de las provisiones dadas y
LXXVI
ordenanzas, especialmente en las relativas a la institución, conversión, buen trato
y conservación de los indios.
Que se siente en el banco de la derecha, antes que todos los abogados, y en la
visita a la cárcel real se asiente en los estrados después de los oidores, lo mismo
LXXVII
en la visita a la cárcel de la ciudad y en las demás cosas el mejor asiento después
de los oidores y alguacil mayor.
Ayudar y favorecer a los indios pobres en los pleitos que trataren. Mirar por ellos
LXXVIII para que no sean apremiados, maltratados ni reciban agravio, conforme a lo
proveído y mandado en las leyes y ordenanzas.
289
No. Disposición
Alguacil mayor
Disposición
Que al alguacil mayor se le guarden las mismas honras y preminencias de los alguaciles
mayores de las audiencias de Valladolid y Granada
Que no se arriende el oficio y los tenientes guarden las leyes del ordenamiento al respecto.
Que el alguacil mayor nombre al teniente que debe acompañar al juez o visitador designado
por la Audiencia.
Que prenda la persona que se le indique sin dilación, negligencia o simulación, so pena de 40
pesos.
Que presente los dos alguaciles elegidos por él, para que sean aprobados por la Audiencia.
Que no tomen dádivas de los presos, ni alivien las prisiones ni sustenten ni prendan a nadie
sin mandamiento, a excepción de lo dicho en la ordenanza LXXXVI.
Que no lleve derechos de ejecución sin que antes sea pagada la parte, so pena de perjuro.
290
Disposición
Que él o sus tenientes ronden de noche, so pena de lo que pasara por su negligencia
Que hagan y ejecuten lo mandado por las ordenanzas de la ciudad, para el buen regimiento.
Que no tomen armas contra los que lleven de noche hachas o lumbre encendida, ni a los que
madrugaren para ir a sus granjerías.
Que no lleven derechos de las ejecuciones que se hubieren de hacer o hicieren de los bienes.
Que no tomen el dinero de quienes estén jugando, salvo que les lleve pena de la ley.
Que no lleven derechos por la ejecución más de una vez por una deuda.
Que no prendan a mujer por manceba de clérigo, fraile o casado por hallarla con ellos, sin
que primero exista información.
Escribano de cámara
Disposición
Que no puedan poner tenientes en las ciudades o villas del distrito de la Audiencia.
Que pongan en las espaldas de todas las provisiones y cartas que libraren, lo que ellos y el
sello y registro hubieren de haber.
291
Disposición
Que ponga al pie de las conclusiones del pleito los derechos del relator.
Que examinen y tomen por su persona en las causas civiles y criminales, los testigos que se
presentaren. De estar impedido, que los ministros de la Audiencia nombren receptor que los
tome.
Que pongan juntos en un mandamiento todos los oficios que se proveyeren de un pueblo.
Cuando se apelare ante el fiel ejecutor, que el escribano ante quien se haga vaya con ella ante
la Real Audiencia.
Que tengan las escrituras originales: poderes y sentencias definitivas, y que se pongan en el
rollo un traslado de ellas y entreguen el proceso, cuando sea mandado por los oidores, a los
procuradores de las partes, que numeren las fojas.
Que el escribano que guardare la sala esté presente a las relaciones y no descargue con el que
por él escribe.
Que el escribano que guarda la sala ponga en los acuerdos las penas que fueran impuestas en
las sentencias de prueba.
Que cuando reciba probanza del receptor, la lleve ante el presidente y oidores para ver si las
tiras son defectuosas, so pena de dos pesos para los estrados. Esto después de haber dado
copia a las partes dentro de tres días después de que se las tornaren
Que habiendo copia de escribanos en la dicha audiencia, las demandas que pusieren en ella
que no se pongan ante escribano que sea hermano o primo hermano del demandante
Que no lleven derechos de los procesos eclesiásticos llevados por pedimento de corregidores
y jueces de residencia sobre la defensa de la jurisdicción real.
292
Disposición
Que el escribano de la causa sea receptor para los testigos que se tomaran.
Que cuando dieren proceso en grado de apelación o remisión o en otra manera no los den
con autos menguados.
Que dé el testimonio con respuesta de la Audiencia o de otra parte dentro de tres días.
Que lleven los derechos que les pertenecen conforme al arancel y lo asienten en las
escrituras.
Que entregue al fiscal el proceso que pidiere el mismo día que lo pidiese.
Que cuando se pidan procesos sobre el real fisco, que se lleven al otro día siguiente.
Que el escribano sea obligado a dar noticia al fiscal o Audiencia de las informaciones que
vinieren en poder de cualquier escribano.
Que los procesos conclusos para prueba los lleve a la tabla para primera audiencia y
notifique a las partes las sentencias de prueba.
Que en los procesos sentenciados en definitiva avise a las partes el mismo día o al siguiente
y se notifique al fiscal
Que haga relación de las apelaciones de auto interlocutorio interpuesto por escribanos.
293
Disposición
Que los autos interlocutorios se concluyan en vista y revista, con una petición de cada una de
las partes y que no se reciba otra petición.
Que no ponga ni asiente en las peticiones, escritos, ni autos por suma ni cuenta ni
abreviaturas, el día, mes y año de las presentaciones y autos, ni cosa alguno de ello, sin que
lo pongan y asienten por letra clara.
Que el fiscal pida en los pleitos criminales a los escribanos los testimonios para rectificar.
Que pregunten a los testigos por las generales, como si fueran examinados en juicio plenario.
Que no reciban cosa de comer ni haber ni otras cosas en satisfacción de sus derechos, so
pena de devolverlo con el cuatro tanto para la audiencia
Que no lleven derechos del demandador ante ninguna justicia, si siendo lo pedido que jurare
que no debe cosa alguna.
Que dé traslado de las sentencia a la parte que se la pidiere, so pena de dos pesos para los
estrados.
Que notifique semanalmente de las penas al fiscal y las multas a quien correspondiera
cobrarlas.
Que notifique a las partes que se hallen presentes si quieren, cuando se mande relación de
auto interlocutorio.
Que examinen por sus personas ante los alcaldes sus testimonios en las causas criminales y
acompañen al alguacil a la ejecución de la justicia.
Que tengan a la vista el arancel y sus derechos en su posada, que también se vea en la sala
pública de la Audiencia.
294
Disposición
Que den traslado de las penas y memorial de los procesos fiscales semanalmente al fiscal.
Que en las pesquisas y probanzas pongan treinta renglones, diez partes y hagan buena letra.
Pongan al pie los derechos que llevan.
Que no lleven más derechos por la presentación de una escritura, aunque vayan insertas
nuevas.
Que notifiquen al fiscal los procesos que vinieren ante ellos que no involucren al real fisco.
Que no lleven derechos de la vista de los procesos que ante ellos se presentaren, si la parte
no los llevare a su letrado.
Que pongan en los procesos los traslados de los poderes y sentencias y otras escrituras
importantes.
Que no reciban interrogatorio sin ser firmado de los abogados y pongan en la receptoría que
van firmados de los letrado
Que no reciban ninguna presentación de preso ni demandas de otras cosas que se hayan de
partir.
No confíen los procesos y escrituras de las partes, ni de los solicitadores so pena de cuarenta
pesos para los estrados.
Que en las causas de veinte pesos para abajo no haya proceso, y los escribanos no reciban
escritos de los abogados de las partes
Que no lleven derechos en los procesos que por vía de fuerza se llevaren de los jueces
eclesiásticos.
Cuando se presentare auto de algún proceso y se presente todo el proceso, no lleven derechos
de más de los que se presentaren por la parte.
295
Disposición
Que acudan cada sábado con el fiscal para dar cuenta de todas las penas de la semana.
Que en día de audiencia lleguen media hora antes y los procuradores les den las peticiones
que hubieren de dar.
Que escriban de su mano las sentencias, mayormente los negocios de mayor importancia,
pues al ser sus oficiales quienes lo hicieren no tendría el secreto requerido.
Relatores
Disposición
Que si algún proceso estuviere sentenciado se presentare por escritura en otro pleito el que lo
presentare pague al relator los derechos de él como si fuese proceso de revista.
Que cuando fueren a hacer relación en definitiva lleven la relación por escrito de las
probanzas, escrituras, excepciones y otros autos sustanciales.
Que ellos saquen por sí mismos las relaciones, o al menos las lean a sus escribientes y las
firmen y juren.
Que el relator que no esté presente cuando los ministros se sienten pague dos pesos para los
estrados.
Que al errar en algo sustancial del proceso pague diez pesos para los estrados
296
Disposición
Que en principio de cada testigo pongan en las espaldas su edad, de dónde es y si padece de
tachas.
Que pongan en las relaciones las penas con las que las partes fueren recibidas.
Que no pueda disponer de los procesos en caso de que deba ausentarse o dejar el oficio.
Que no pueda encomendar a otro relator los pleitos que estuvieren a su cargo sin licencia.
Que hagan relación en los procesos si los oficiales reales, incluido el relator, hayan cumplido
y guardado enteramente lo que son.
Que hagan relación de los dichos de los testigos en causa criminal, a tiempo de la
publicación.
Que jure que hará bien su oficio, y que no llevará más derechos de los correspondientes, so
pena de lo dispuesto en las ordenanzas.
Que no lleven derechos al fiscal en causas fiscales que ante ellos pasaren, y tampoco en las
ejecuciones a los ministros reales.
Que el relator lleve la relación de los pleitos por escrito, firmada de su nombre.
297
Disposición
Que hagan relación de los poderes, si están los traslados y guardados los originales, también
que diga cuando se pone el caso en definitiva, y que diga si hay causa para que no se haga.
Que no cobren de las partes los derechos que han de pagar las partes ausentes.
Que cuando solo leyeren una petición o dos para recibir prueba, no haciendo relación, lleven
un peso.
Que sean pagadas de las dos partes por el sacar de las relaciones.
Que en las relaciones en revista digan si la parte tiene algo más que decir.
Repartidor
Disposición
Que el repartidor de los pleitos haya derechos de cada pleito que repartiere, dos tomines,
excepto de los pleitos de pobres y otros que no han de pagar derechos, los cuales dichos
tomines reciba el escribano a quien cupiere el pleito en cuenta de los derechos que hubiere
de haber de la parte.
Tasador
Disposición
Que el presidente y oidores manden que todos los procesos que hubieren de venir a la
Audiencia y de ahí se llevaren al Consejo de Indias se tasen primero por un tasador que para
ello nombraren, y que de los gastos de justicia se le ha de pagar algún entretenimiento
moderado.
Que si de la tasación que hiciere alguno se agraviare lo determine el semanero y lo
determinare se ejecute.
298
Abogados
Disposición
Que los ministros de la Audiencia tasen lo que los abogados han de llevar conforme a las
leyes de los reinos castellanos multiplicándolo según el arancel de la Audiencia.
Que los abogados concierten por sí mismos las relaciones de los pleitos y las firmen y juren.
Que los abogados de pobres estén presentes los sábados de visitas de procesos.
Que no puedan pedir por escrito ni por palabra ninguna restitución por transgresión de
tiempos pasados en ningunos pleitos ni negocios
Que den relación a los procuradores de cualquier proceso y escritura que se le diere si se lo
pidieren.
Que una vez que tomare cargo de ayudar a la parte no sea osado de dejarlo
Que primero sea examinado y aprobado por la Audiencia para poder abogar en la misma
Que tengan mucho cuidado de ayudar fielmente y con diligencia en los pleitos que tomaran a
su cargo, alegando lo mejor posible y demás cosas propias del buen ejercicio de la abogacía.
Que paguen a las partes los daños recibidos por culpa suya.
Que puedan hacer concierto de sus salarios luego al principio de los pleitos.
299
Disposición
Que no pueda ayudar a la parte contraria de una parte ayudada en primera instancia en
segunda o tercera instancia.
Que tome al principio del pleito relación por escrito de la parte de todo lo que corresponde a
su derecho.
Que firmen de sus nombres los poderes de sus partes y no articulen en segunda instancia los
mismos artículos o derechamente contrarios.
Que ningún bachiller sin ser examinado en la Audiencia abogue o se siente en los estrados de
los licenciados y doctores.
Que los escribientes de abogados no lleven derechos por las peticiones que hicieren a las
partes, ni por trasladar las que estuvieren borradas.
Procuradores
Disposición
Que no usen de su oficio antes de ser examinados por los ministros de la Audiencia y se les
dé licencia.
Que no hagan partido con las partes de seguir los pleitos a sus propias costas.
Que declaren ante el escribano de su causa los dineros que le envían las partes y acudan a los
escribanos y relatores a que muestre las escrituras de los letrados dentro de tres días.
300
Disposición
Que no presente petición de letrado alguno no siendo recibido por letrado en la Audiencia.
Que si no fuere a ver tasar las costas, siendo notificado por el escribano, pague un peso.
Que en todas y cualquier peticiones que presentaren para conclusión o publicación de los
autos o sentencias interlocutorias y definitivas, nombren específicamente los procuradores de
las otras partes, para que se oigan nombrar y puedan defenderse.
Que depositen en poder de los escribanos el mismo día que las partes le enviaren dineros
para la causa.
Que no lleve más salarios que el moderado por los ministros de la Real Audiencia,
especialmente en pleitos de indios.
Que no hagan probanzas con los mismos artículos o contrarios presentados en la primera
instancia.
Que cualquier escrito que presenten sea en buena letra y que no esté enmendado o rayado en
parte alguna.
301
Receptores
Disposición
Que no den las probanzas más de una vez sin licencia y mandato del presidente y oidores.
Que pongan la presentación y juramento del primer testigo por extenso y los otros de forma
sumaria.
Que no se ausenten sin licencia del presidente y dejen razón de sus registros si fuera
menester.
Que después de regresar de los negocios, saquen en limpio las probanzas, de ricos y pobres,
que ante ellos pasasen y las den a las partes o a los escribanos de las causas.
Que al tercer día de entregadas las causas las lleven a tasar con el oidor semanero.
Que al ser despedidos de los negocios, asienten por auto el día que los despidieron, para que
conste.
Que al ser pariente por consanguinidad o afinidad de letrado de las partes no pueda ser
proveído de receptoría.
Que sean obligados decir el negocio o negocios que salieren a los otros compañeros y en
todo aquel día que saliere y que el receptor que viniere por la tabla y todos los otorguen en la
dicha Audiencia, sean obligados de aceptar tal negocio.
302
Disposición
Que estando en alguna receptoría se les cometa las probanzas que en aquellas partes o
comarcas estuviere.
Que pasen ante ellos las probanzas que se hubieren de hacer dentro de la ciudad o villa
donde residiere la Real Audiencia no tomando los testigos los escribanos de asiento por sus
personas, con que tomen lo de los pobres sin llevar derechos ni otros oficiales.
Que se les den las informaciones y negocios que salieren a los receptores de las cinco leguas
y los escribanos sean obligados a notificárselo.
Que los escribanos no den provisión de receptoría para ningún receptor del número
extraordinario, aunque sea negocio cometido sin cédula de repartidor.
Que no se puedan nombrar receptores después de que fueren nombrados dos escribanos o
uno por la dicha audiencia por escusar fraudes que podrían suceder.
Que el receptor, siendo recusado, tome por acompañado a uno de los escribanos del número
de la ciudad o villa donde se hiciere la probanza.
Que antes de que salga de donde residiere la Audiencia a hacer alguna probanza, vaya ante el
presidente y oidores y ante el escribano de la causa jure que desea ver bien y fielmente y sin
parcialidad alguna en el cargo que llevare, y, en general, que no actuará en beneficio propio
ni en perjuicio de las partes.
Que escriban por sí mismos los dichos y deposiciones de los testigos sin que esté persona
alguna.
Que no se nombre receptor extraordinario sin antes ser examinado por los ministros de la
Real Audiencia, que dé fianza, y que no puede nombrarse para este oficio allegado de los
ministros.
Que en las pesquisas y probanzas pongan treinta renglones en cada plana y en cada renglón
diez partes y hagan buena letra y pongan al pie de la pesquisa y probanza los derechos que
llevan por razón de ellas.
303
Porteros
Disposición
Que en la Audiencia haya un portero que guarde su puerta y haga lo que los oidores
mandaren y lleven derechos de las presentaciones lo que llevan los porteros de los consejos,
multiplicando por derechos y aranceles propios de la Audiencia. Y de haber lugar para que
viva, se le dé.
Que no pidan ni lleven albricias por las sentencias ni por cosa alguna.
Que no permitan sentarse a los estrados a las personas que no permiten las ordenanzas y que
cada uno se asiente en su lugar. Y no dé lugar que ningún abogado o litigante, ni otra
persona, hable sin licencia, y que hablando una persona se atraviese otra a hablar, ni hable
cuando el relator pusiere el caso.
Carceleros
Disposición
Que no tomen dones ni dádivas, ni otras cosas de los presos, ni los apremien con soltura en
las prisiones ni menos de lo que deben, ni los suelten sin mandato de los ministros.
Que antes de usar del oficio sea presentado en la Audiencia y juren sobre la cruz y los santos
evangelios en debida forma que bien y fielmente guardaran los presos y las leyes y
ordenanzas que sobre esto se dispone.
Que lleven los derechos según se contiene en los títulos de los alguaciles y en los aranceles
que para la Audiencia están dados y no más.
Que haya un aposento para las mujeres que fueren presas, y no tengan comunicación con el
de los hombres.
Que requieran por sus personas cada noche las prisiones y los presos a las puertas y
cerraduras de toda la cárcel, de manera que por su culpa no se vaya algún preso.
Que reciba los presos por escrito sus nombres, y quién y por cuyo mandato o por qué lo
llevaron y en qué día y cuenta de ellos a aquellos que los manda guardar y tenga libro de ello
Que no fie las llaves de las cárceles de indios ni negros, so pena que pagarán por sus
personas y bienes el daño e intereses que se siguieren.
304
Disposición
Que no traten ni contraten con los presos, ni coman ni jueguen con ellos.
Que halla en la cárcel un capellán que diga cada día misa a los presos y para ello se le den
los ornamentos y demás que fuere necesario y se pague de penas de cámara y el carcelero
tenga cuidado de la capilla o lugar donde se dijera misa.
Que haga barrer la cárcel y los aposentos de ella cada semana dos veces y la tengan proveída
de agua limpia para los presos, y no lleven carcelaje de los muchachos que se prendieren por
juego ni de los oficiales de la Audiencia que por los magistrados fueren presos.
Que no consienta ni dé lugar que los presos jueguen en la cárcel dineros ni otras cosas, sino
fuera para comer, ni vendan el vino a los presos, y en caso de hacerlo, sea al precio que vale,
y que no lleven derechos de carcelaje a los pobres.
Intérpretes
Disposición
Que haya número de intérpretes en la Audiencia y que antes que sean recibidos a usar el
oficio, juren en forma debida que usarán sus oficios bien y fielmente, y no escribirán ni
añadirán cosa alguna, diciendo simplemente el hecho del delito, sin ser parcial o favorecer a
alguna parte. Y no lleven interés más que el salario tasado.
Que no reciban dádivas ni promesas de españoles ni indios ni otras personas con que puedan
tener negocios.
Que no oigan en sus casas ni fuera de ellas a los indios que vinieren a pleitos y negocios,
sino que los lleven a la Audiencia sin oírlos, para que se determine la causa conforme a
justicia.
Que no ordenen peticiones a los indios ni sean en sus causas y negocios procuradores y
solicitantes, so las penas contenidas.
Que asistan a los acuerdos y audiencias y visitas de cárceles cada día que no fuere feriado, y
que no sea a causa de ellos que se dilaten los procesos.
Que cuando asistieren a pleito o negocio fuera del lugar de residencia de la Audiencia no
lleven más intereses que los de su salario, y no hagan tratos con los indios, ni compañías u
otro negocio con particulares.
305
Disposición
Que por cada día que saliere del lugar en que reside la Audiencia le lleve salario para ayuda
de costa de dos pesos diarios.
Que cada testigo que examinen, siendo el interrogatorio de doce preguntas para arriba, lleven
dos tomines y de doce para abajo, de un tomín. Si fuera de mucho, que se examine para
tasarse moderadamente.
Que resida cada día de Audiencia en los oficios de los escribanos a las nueve de la mañana
para tomar la memoria que el fiscal pidiere para llamar los testigos que conviniere
examinarse para el derecho del fisco.
306
Anexo 2
914
Debido a que todas estas disposiciones se agrupan en la signatura “A1.23” del Archivo General de
Centroamérica, únicamente se consignaron los números de legajo y los folios, separados por el signo “:”.
307
Año Disposición Legajo y folio
1588 Para que ningún magistrado de la Audiencia visite a ningún 1513:693
vecino o particular.
1594 Para que el oidor decano proceda en primera y segunda 1513:741
instancia contra personas que introduzcan y vendan misales,
breviarios y demás libros con privilegio de impresión e
introducción a las Indias lo tenía el monasterio de San
Lorenzo Real.
1597 Que en el archivo de la Audiencia queden copias empastadas 1513:758
y firmadas de los informes y correspondencia enviada al
Consejo de Indias.
1602 Al vacar el cargo de presidente, el oidor decano nombre a un 1515:100
oidor para que reciba informaciones de merecimientos y
servicios, nombrando teniente.
1603 Que no se nombre a allegados y familiares del oidor y fiscal 1514:49
como corregidores o jueces de comisión.
1606 Recordando la comisión de que uno de los oidores salga 1514:90
como juez de visita.
1609 Que el oidor decano de la Audiencia actúe como asesor del 1514:129
Tribunal de la Bula de Santa Cruzada.
1609 Que los oidores sepan del trato que los encomenderos dan a 4576:12
los indios en los repartimientos.
1610 Que los miembros de la Audiencia ocupen las bancas 1514:174
destinadas en los actos religiosos.
1610 Que los oidores no tengan pesquerías de perlas (añadido a la 1514:195
prohibición sobre el comercio de los oidores).
1611 Recalcando la prudencia en los gastos dados a los oidores 1514:202
como jueces de visita.
1618 Aumenta a dos los años que debe ejercer el oidor designado 4576:23
como Juez de Bienes de Difuntos.
1619 Recalcando sobre el matrimonio de oidores y sus hijas en el 1520:149
distrito de la Audiencia.
1619 Para que el oidor decano integre la junta de composición de 4576:27
extranjeros.
1619 Que los oidores no lleven a esposas, hijos y servidumbre en 4577:9
sus comisiones como jueces de visita, por ser perjudicial a los
indios.
1619 Para que el presidente dé cuenta de los integrantes de la 1515:30
Audiencia, sobre su capacidad, sus estudios, edad, de dónde
provienen y si deben ser promovidos para tenerlos presentes
en provisiones y nombramientos.
1619 Que el presidente de la Audiencia indique cómo se han 1515:30
llevado a cabo las comisiones de los oidores y cuáles son.
1619 Que el presidente indique si vacare una plaza en la Audiencia 1515:33
o si algún miembro tiene impedimentos para servir en ella.
308
Año Disposición Legajo y folio
1619 Que se indique en el juicio de residencia si los oidores o sus 1515:40
allegados tuvieron alguna actividad comercial.
1619 Junto al fiscal, dos regidores y el alcalde ordinario, un oidor 1515:61
integre la Junta de asignación de alcabalas.
1619 Que no se provean oficios, encomiendas o mercedes a los 1520:64
allegados de los oidores.
1619 Los oidores no son facultados para hacer visitas a las tiendas, 4576:33
pulperías, tabernas y carnicerías, por ser cargo del fiel
ejecutor.
1621 Para que uno de los oidores de la Audiencia, junto a los 4575:65
oficiales reales, indaguen en la administración de diezmos.
1622 Que antes de la posesión, los oidores deben ser sometidos a 4578:12
un inventario de bienes.
1622 Que el oidor encargado de las almonedas de los oficios 4578:24
vendibles no extienda las certificaciones de remates, sino los
oficiales reales.
1623 Restablecimiento del cargo de juez de provincia en un oidor. 4578:41
1624 Para que los oidores no intervengan en la elección de alcaldes 1515:121
ordinarios del cabildo.
1624 Que el cobro de condenaciones y multas por sentencias del 1516:143
Consejo de Indias esté a cargo del oidor decano y sean
ejecutadas por este.
1627 Que el oidor juez de visita tenga control de obrajes, grana y 1516:20
azúcar, y que no se provean justicias para ello.
1628 Que los oidores no apadrinen en bautismos o bodas dentro de 1515:189
su jurisdicción.
1631 Que la Audiencia no libre reales provisiones a los jueces de 4577:74
visita, para no interferir en la justicia de corregidores y
alcaldes mayores.
1632 Que uno de los oidores, nombrado por el presidente, actúe 1516:48
como comisario de la media anata en grado de vigilancia.
1634 Prohibiendo a los oidores que asistan como particulares a 1516:64
festividades, entierros y honras celebradas en templos y
monasterios.
1635 Que de todas las cédulas despachadas a presidente y oidores 1516:81
se formen cedularios.
1637 Que se nombren comisarios para el cobro de bienes de 1516:131
difuntos en el Real Acuerdo, a propuesta del oidor designado
en ese juzgado privativo.
1638 Que los oidores jueces de bienes de difuntos y del Juzgado de 1516:141
Censos de Indios no intervengan en las causas cuando
conozcan los oficiales reales.
1639 No conocer en juicios de residencia incoados a gobernadores 1516:161
provinciales, corregidores y otros justicias nombrados por el
rey.
309
Año Disposición Legajo y folio
1639 Que el oidor más joven actúe como fiscal en falta de uno. 4580:21
1641 Colaborar con el oidor encargado, en calidad de juez, de la 1517:15
renta del papel sellado.
1642 Recalcando que se evite nombrar a allegados de oidores en 1517:29
cargos de gobierno y justicia.
1644 Extender el nombramiento de teniente de capitán general y 1517:59
gobernador al oidor que saliera en comisión, visita o a
residenciar.
1645 Que los oidores de la Audiencia no se retiren de la Real Sala 1517:65
en horas de trabajo, aunque no existieran asuntos.
1646 Que el presidente remita un cuadro de los sueldos de los 1517:106
oidores.
1648 Que el nombramiento de teniente de capitán general y 1517: 163
gobernador ya no se extienda, para no restar en jurisdicción a
las justicias nombradas por el rey.
1649 Recalcando que los oidores no asistan como particulares a 1517:197
actos religiosos celebrados en templos y conventos.
1654 Que no permitan que los ministros subalternos les pierdan el 1518:111
respeto.
1656 Que se indague si conviene que los pueblos del Valle de 1518:193
Guatemala pasen a la jurisdicción de un oidor, por los
perjuicios causados por los alcaldes ordinarios a los indios.
1658 Creación de la plaza de Comisario de Media Anata, servida 4581:219
por uno de los oidores de la Audiencia.
1663 Que no se hagan acompañar por esclavos, mulatos o mestizos 1519:108
que porten armas, sino solo los alguaciles mayores.
1676 Recalcando que no se puede nombrar alcalde mayor a 1520:242
ninguno de los parientes o allegados de los oidores.
1677 No difundir los asuntos y resoluciones tomadas por la 1521:1
Audiencia.
1677 Que todos los miembros de la Audiencia deben actuar con 1521:3
honradez.
1677 Que el oidor decano celebre la Junta de Real Hacienda, junto 1521:5
al fiscal, contador y tesorero de la Real Caja.
1678 Que uno de los oidores, como Comisario de Alcabalas, vigile 4584:59
y controle las rentas.
1678 Que todo lo relacionado con la Universidad esté a cargo del 1521:133
oidor Dr. Juan Bautista Urquiola.
1680 Que en caso de estar vacante la plaza de fiscal desempeñe el 1521:207
cargo interinamente un oidor, para no nombrar a un abogado
de la jurisdicción de la Audiencia.
1681 Que el oidor y fiscal se dediquen dos días a la semana a los 4587:11
asuntos del real fisco.
1682 Que el oidor decano viva en una de las piezas del palacio de 4587:127
la Audiencia.
310
Año Disposición Legajo y folio
1689 Que los oidores no sean padrinos de los hijos de otros 1522:277
ministros.
1691 Que el oidor encargado del Juzgado de Censos de Bienes de 1523:41
Indios tenga cuidado en dar cuenta del mismo al Consejo de
Indias.
1694 Que el oidor superintendente del ramo de propios tenga a su 1523:117
cargo la revisión de las cuentas de la mayordomía de la
ciudad.
1695 Que el oidor decano, en ausencia de presidente, lo represente 1523:123
en la elección de oficios de república del cabildo.
1696 Nombramiento de oidor como juez privativo para la 4586:224
composición de tierras.
Fiscal
Año Disposición Legajo y folio
1568 Estar presente en el Real Acuerdo. 1513:541
1603 Que los allegados y familiares del fiscal no sean nombrados 1514:49
en cargos de justicia.
1609 Actuar como miembro del Tribunal de la Bula de Santa 1514:129
Cruzada, junto al oidor decano, contador y subdelegado.
1609 Actuar como defensor en las causas de Bienes de Difuntos. 1514:139
311
Año Disposición Legajo y folio
1619 Integrar la Junta de composición de extranjeros junto a los 4576:27
oficiales reales y el oidor decano.
1619 Junto a un oidor, dos regidores y alcalde ordinario, integrar la 4576:33
Junta de alcabala.
1619 Conocer en la probanza –recibida por el oidor decano- de los 1520:64
provistos a oficios, que no tengan relación con los ministros
de la Audiencia.
1619 Proceder contra encomenderos que dieren mal trato a los 1516:12
indios.
1622 No extender certificaciones de remates de oficios vendibles, 4578:24
pese a entender en la almoneda de los mismos.
1625 Que la esposa del fiscal no intervenga ante este en nombre de 4575:113
un tercero.
1628 No apadrinar bodas o bautismos en el distrito de la 1515:189.
Audiencia.
1631 Velar por el trato a los indios y todo lo relativo a su 1516:20
repartimiento y conservación.
1634 No asistir a fiestas, honras y entierros celebrados en templos, 1516:64
conventos y monasterios como particular.
1635 Remitir el testimonio de los juicios de residencia de los 1516:84
ministros provistos por presidente de Audiencia.
1636 No actuar como asesores del Santo Oficio y, en algunos 1516:98
casos, únicamente ser consultores.
1639 Que no se nombren letrados como interinos al vacar la plaza 4580:21
del fiscal, sino el oidor más joven.
1640 Velar por la justicia a favor de los indios en contra de 1516:179
ministros que tengan malos tratos hacia ellos.
1646 No recibir poderes para negocios y cobranzas, ni otros 1517:91
oficios, con particulares.
1647 Tratar con los deudores al real fisco y detallar el volumen de 4580:88
las deudas y si es posible rebajarlas.
1649 Recordatorio sobre que el fiscal no puede asistir a fiestas, 1517:197
honras y entierros celebrados en templos, conventos y
monasterios como particular.
1658 Conocer el traslado de autos sobre mercedes, ayudas de 1518:237
costas y otros.
1677 Asistir a la Junta de Real Hacienda dos veces por semana, 1521:5
celebrada junto al oidor decano, contador y tesorero real.
1680 Que la Audiencia no nombre ningún abogado para que ejerza 1521:207
la plaza de fiscal, mientras haya un oidor capacitado para
ejercer el cargo.
1689 Velar por la disposición que indica que los ministros de la 1522:277
Audiencia no sean padrinos de hijos e hijas de los otros
miembros del tribunal.
312
Año Disposición Legajo y folio
1692 Que la Audiencia sea presta a entregar las actuaciones 1523:80
requeridas por el fiscal, así como también lo haga el
escribano de cámara.
313
Anexo 3
Ministros de la Real Audiencia nombrados en los siglos XVI y XVII915
Presidentes letrados
Año Nombre Cursus honorum
1543 Alonso Maldonado Oidor México (1530); Gobernador Guatemala (1542);
Presidente Guatemala (1543); Presidente Sto. Domingo (1552)
1548 Alonso López de Juez de residencia y presidente interino en Santo Domingo;
Cerrato Presidente Guatemala (1548)
1555 Antonio Rodríguez Oidor México (1546); Presidente Guatemala (1555)
de Quesada
1558 Juan Martínez de Presidente Guatemala (1558); Oidor Lima (1568) -no asumió
Landecho por muerte-
1568 Antonio González Oidor Granada (1559); Presidente Guatemala (1568);
Consejero de Indias (1584); Presidente Santa Fe (1587)
1573 Pedro de Villalobos Oidor México (1556); Presidente Guatemala (1572)
1577 Diego García de Fiscal Santa Fe (1556); Oidor Quito (1564); Presidente Quito
Valverde (1573); Presidente Guatemala (1577); Presidente Guadalajara
(1587)
1587 Pedro Mallén de Oidor Granada (1579); Presidente Guatemala (1587)
Rueda
1593 Francisco Sande Fiscal México (1567); Alcalde Crimen México (1568); Oidor
México (1572); Gobernador Filipinas (1575); Oidor México
(1581); Presidente Guatemala (1593); Presidente Santa Fe
(1597)
1596 Alvar Gómez de Oidor Guatemala (1585); Presidente Interino Guatemala
Abaunza (1596) Alcalde Crimen México (1603)
1598 Alonso Criado de Oidor Panamá (1573); Oidor México (1580); Oidor Lima
Castilla (1581); Presidente Guatemala (1598); Consejero de Indias (no
asumido - 1608)
1640 Diego de Avendaño Oidor Valladolid (1621); Presidente Guatemala (1640)
1677 Lope de Sierra Oidor México (1670); Presidente interino Guatemala (1677);
Osorio Consejero de Indias (1684); Camara de Indias Interino (1696);
Camara de Indias (1697)
1680 Juan Miguel de Alcalde crimen México (1660); Oidor México (1669);
Agurto y Álava presidente interino Guadalajara (1673); presidente Guatemala
(1680); presidente Granada
1700 Alonso de Ceballos Inquisidor (México); Presidente Guadalajara (1678);
Villagutierre Presidente Guatemala (1700)
915
Para la elaboración de este cuadro se consultaron varias fuentes provenientes de AGI, GUATEMALA; AGI,
INDIFERENTE; AGI, CONTRATACIÓN; AGCA, A1.23, tomando como base a Barrientos Grandón, Guía
prosopográfica…; Burkholder y Chandler, From Impotence to Authority.
314
Oidores
Año Nombre Cursus honorum
Diego de
1543 Oidor Guatemala (1543)
Herrera
Oidor Guatemala (1543); Regente Charcas (1559); Presidente
Pedro Ramírez
1543 Charcas (1563); Oidor Charcas (1573); Presidente Panamá
de Quiñones
(1580)
1543 Juan Rogel Oidor Guatemala (1543)
1548 Tomás López Oidor Guatemala (1548); Oidor Santa Fe (1552)
García Jofre de Oidor Guatemala (1554); Oidor Concepción Chile (1570);
1554
Loayza Oidor Guatemala; Alcalde Crimen México (1573)
Oidor México (1551); Oidor Guatemala (1555); Oidor Panamá
1555 Antonio Mejía
(1564); Presidente Sto. Domingo (1568)
Abogado (Granada); Oidor Sto. Domingo (1547); Gobernador
Alonso de
1556 Nueva Granada (1550); Oidor Guatemala (1552); Oidor
Zorita
México (1555)
Manuel Barros Oidor Guatemala (1559); Oidor Panamá (1563); Oidor
1559
de San Milán Charcas (1569); Presidente Quito (1585)
Cristóbal de
1568 Oidor Guatemala (1568); Oidor Santa Fe (1570)
Azcoeta
Melchor Pérez Oidor Santa Fe (1557); Oidor Quito (1563); Oidor Guatemala
1568
de Arteaga (1568)
García Jofre de Oidor Guatemala (1554); Oidor Concepción Chile (1570);
1570
Loayza Oidor Guatemala (1570); Alcalde Crimen México (1573)
Mateo de Fiscal Guatemala (1566); Oidor Guatemala (1570); Oidor
1570
Arévalo Sedeño México (1573)
Bernabé Valdés Fiscal Quito; Oidor Guatemala (1570); Oidor México (1572);
1570
de Cárcamo Oidor Lima (1578) -No asumió por muerte-
Diego García de Fiscal Guatemala (1572); Oidor Guatemala (1572); Alcalde
1572
Palacio Crimen México (1578); Oidor México (1584)
1573 Juan Gasco Oidor Guatemala (1573)
Martín de
1578 Oidor Santo Domingo (1576); Oidor Guatemala (1578)
Aliaga
Antonio de
1578 Oidor Santa Fe (1574); Oidor Guatemala (1578)
Cetina
Luis de Oidor México (1560); Oidor Guatemala (1579); Oidor México
1579
Villanueva (1582)
Rodrigo de
1582 Oidor Santa Fe (1581); Oidor Guatemala (1582)
Moscoso
1583 Diego Zarfate Relator Contratación; Oidor Guatemala (1583)
Alvar Gómez de Oidor Guatemala (1585); Presidente Interino Guatemala
1585
Abaunza (1596) Alcalde Crimen México (1603)
1588 Pedro Agüero Oidor Guatemala (1588)
1590 Juan Fonseca Oidor Guatemala (1590); Oidor México (1593)
315
Año Nombre Cursus honorum
Andrés de
Oidor México (1585); Oidor Guatemala (1593); Visitador
1593 Zaldierna de
Santa Fe (1601)
Mariaca
Antonio de
Oidor Manila (1585); Oidor Guatemala (1594); Oidor Manila
1594 Ribera
(1595); Futura Oidor México (1596)
Maldonado
Alonso Antonio
1597 Oidor Guatemala (1597); Oidor Panamá (1604)
Coronado
Manuel de
1597 Oidor Guatemala (1597)
Ungría y Girón
Fiscal Manila (1583); Alcalde crimen México (1591); Oidor
1601 Gaspar de Ayala
sup. Guatemala (1601); Alcalde Crimen Lima (1604)
Juan de Ávalos Oidor Guatemala (1603); Oidor Guadalajara (1608); Alcalde
1603
Toledo de crimen Lima (1620)
Diego
Arredondo y
1604 Oidor Guatemala (1604)
Alvarado
Bracamonte
Juan de Berrío
1604 Oidor Guatemala (1604)
Venegas
Diego Gómez Juez Apelaciones Osuna (1597); Oidor Guatemala (1606);
1606
Cornejo Oidor México (1617)
Juan Guerrero Alcalde Mayor (Almodóvar); Alcalde Mayor (Montaches);
1607
Luna Oidor Guatemala (1607)
García de
1608 Abogado (México); Oidor Guatemala (1608)
Carvajal
Pedro Sánchez
1609 Oidor Guatemala (1609)
Araque
Matías de Solís Abogado (México); Oidor Guatemala (1611); Alcalde Crimen
1611
y Ulloa Lima (1630)
Gaspar de
1612 Oidor Guatemala (1612)
Zúñiga
Auditor General Armada (1596); Juez Registros La Palma
Juan Maldonado
1613 (1599); Fiscal Guatemala (1609); Oidor Guatemala (1613);
de Paz
Oidor México (1631)
Rodrigo de Oidor Sto. Domingo (1614); Oidor Guatemala (1618); Alcalde
1618
Valcárcel Crimen México (1633)
Antonio José
Oidor Guatemala (1622); Oidor Charcas (1632); Oidor Lima
1622 Catalayud y
(1636)
Sandoval
Juan Camacho Abogado (Granada); Oidor Sto. Domingo (1620); Oidor
1624
de Escobar Guatemala (1624); Oidor Charcas (1636)
Luis de las
1630 Infantas y Oidor Guatemala (1630)
Mendoza
316
Año Nombre Cursus honorum
Fernando de
Relator (Santo Domingo); Fiscal Guatemala (1620); Oidor
1631 Castilla y
Guatemala (1631)
Ribeira
Jerónimo Ortiz Visitador Panamá (1631); Oidor Supernumerario Guatemala
1631
Zapata (1631); Oidor Quito (1635)
Oidor Guatemala (1632); Fiscal Crimen México (1638); Fiscal
1632 Pedro Melián
Civil México (1640); Oidor Depósito Guatemala (1655)
Antonio Lara de Oidor Guatemala (1633); Alcalde Crimen México (1651);
1633
Mogrovejo Oidor México (1660)
Alonso
1635 Oidor Guatemala (1635)
Moratalla Tevar
Antonio de Alcalde Mayor (Chinchilla); Alcalde Mayor (Guádix); Oidor
1637
Salazar Guadalajara (1631); Oidor Guatemala (1637)
Manuel Tello de
1638 Oidor Quito (1616); Oidor Guatemala (1638)
Velasco
Francisco de Fiscal Crimen México (1632); Fiscal Civil México (1634);
1641
Barreda Oidor Guatemala (1641); Oidor Guadalajara (1645)
Antonio de
1641 Oidor Guatemala (1641)
Quiroga y Moya
Alonso de
1643 Castro y de la Oidor Guatemala (1643)
Cerda
Juan de
1645 Oidor Guadalajara (1637); Oidor Guatemala (1645)
Manjarrez
Francisco López Abogado (México); Oidor Manila (1647); Oidor Guatemala
1649
de Solís (1649); Maestrescuela México (1658)
Juan González Teniente Gobernador (La Palma); Juez Contratación (La
1651
Cid Palma); Oidor Guadalajara (1637); Oidor Guatemala (1651)
Francisco de Oidor Sto. Domingo (1643); Oidor Guatemala (1652);
1652
Pantoja y Ayala Residencia Sto. Domingo y Habana (1652-1653)
Cristóbal de Oidor Sto. Domingo (1633); Oidor Guadalajara (1638); Oidor
1652
Torres Guatemala (1652)
Sebastián
Fiscal Manila (1639); Oidor Manila (1645); Oidor Guatemala
1654 Caballero de
(1654); Alcalde Crimen México (1667); Oidor México (1668)
Medina
Juan Francisco Fiscal Guatemala (1649); Oidor Guatemala (1658); Fiscal
1658 Esquivel y la Crimen México (1660); Gobernador Yucatán (1670); Oidor
Rasa México (1672)
Oidor Panamá (1650); Depósito oidor Guatemala (1658);
Diego Valverde Corregidor Salamanca (1671); Oidor México (1676); Oidor
1658
Orozco Granada (1678); Fiscal Consejo de Indias (1680); Consejero de
Indias (1685)
Cristóbal
1660 Calancha Fiscal Guatemala (1658); Oidor Guatemala (1660)
Valenzuela
317
Año Nombre Cursus honorum
Ginés de Morote Oidor Guatemala (1660); Oidor Supernumerario México
1660
Blázquez (1662); Oidor Supernumerario Charcas (1671)
Juan de Gárate y Oidor Guatemala (1662); Alcalde Crimen México (1667);
1662
Francia Oidor México (1672)
Oidor Guatemala (1662) -suspensión en 1680-; Fiscal Crimen
Benito Novoa
1662 México (1685); Fiscal Civil México (1686); Oidor México
Salgado
(1693)
Jerónimo de
1668 Gómez de Vega Relator (Panamá); Oidor Guatemala (1668)
y Viga
Pedro de
Miranda
1668 Fiscal Guatemala (1664); Oidor Guatemala (1668)
Santillán y
Narváez
Jacinto Roldán Oidor Guatemala (1669); Oidor Depósito Panamá (1678);
1669
de la Cueva Alcalde Crimen México (1687)
Juan Bautista
Fiscal Guatemala (1669); Oidor Guatemala (1671); Alcalde
1671 Urquiola y
Crimen México (1680); Oidor México (1686)
Elorriaga
Oidor Santo Domingo (1672); Oidor Guadalajara (1677);
Jerónimo
1678 Oidor supernumerario Guatemala (1678); Alcalde Crimen
Chacón Abarca
México (1686)
Juan de Palacios
1678 Oidor Sto. Domingo (1676); Oidor Interino Guatemala (1678)
Coria y Bastida
Francisco
1678 Oidor Guatemala (1678); Alcalde Crimen México (1686)
Sarasa y Arce
Diego Ibáñez de Abogado (Consejo Real); Fiscal Buenos Aires (1667); Fiscal
1680
Faría Guatemala (1674); Oidor Guatemala (1680)
Antonio de
1680 Oidor Guatemala (1680); Oidor México (1695)
Navia Bolaño
Bartolomé de
1686 Amezqueta y Oidor Guatemala (1686)
Laurgain
Pedro Enríquez Alcalde Mayor Alpujarras; Oidor Guatemala (1686); Oidor
1686
de Selva Depositado Guadalajara (1692)
Francisco
1686 Valenzuela Oidor Guatemala (1686); Oidor México (1695)
Venegas
1687 José de Escals Oidor Guatemala (1687)
Manuel de
1687 Oidor Guatemala (1687)
Baltodano
Juan Jerónimo
1691 Abogado (México); Oidor Sup. Guatemala (1691)
Duardo
Corregidor Riobamba; Corregidor Lacatunga; Futura Oidor
1693 Pedro de Ozaeta
Guatemala (1686)
318
Año Nombre Cursus honorum
Gregorio
1699 Carrillo y Oidor Guatemala (1699); Oidor México (1720)
Escudero
Pedro de
Eguaras
1699 Oidor Guatemala (1699); Alcalde Crimen México (1704)
Fernández de
Híjar
Diego Antonio Abogado (Lima); Oidor Supernumerario Sto. Domingo (1690);
de Oviedo Oidor Numerario Sto. Domingo (1692); Oidor Guatemala
1699
Baños de (1699); Oidor Supernumerario México (1718); Honores
Sotomayor Consejo de Indias (1718)
Alcalde Mayor (Málaga); Auditor (Málaga y Murcia); Oidor
Fernando de la Sto. Domingo (1686); Oidor Panamá (1688); Oidor Santa Fe
1700
Riva Agüero (1690); Oidor Depósito Guatemala (1700); Alcalde Crimen
México (1705)
Fiscales
Año Nombre Cursus honorum
1553 Juan Márquez Fiscal Guatemala (1553)
1556 Licenciado Fiscal Guatemala (1556)
Vaillo
1562 Juan Cavallón Alcalde Mayor (Nicaragua); Oidor Guadalajara (1559); Fiscal
Guatemala (1562); Fiscal México (1562)
1568 Pedro Arteaga Fiscal Guatemala (1568); Fiscal México (1572); Oidor Lima
de Mendiola (1578)
1570 Mateo de Fiscal Guatemala (1566); Oidor Guatemala (1570); Oidor
Arévalo Sedeño México (1573)
1572 Hernando Fiscal Guatemala (1572)
Caballero
1572 Diego García de Fiscal Guatemala (1572); Oidor Guatemala (1572); Alcalde
Palacio Crimen México (1578); Oidor México (1584)
1576 Eugenio de Pesquisidor (Tormalejo); Pesquisidor (Salinas Reales);
Salazar Gobernador Tenerife (1573); Oidor Sto. Domingo (1573);
Fiscal Guatemala (1576); Fiscal México (1581); Oidor México
(1589); Consejero de Indias (1600)
1581 Tomás Espinoza Fiscal Guatemala (1581); Fiscal Crimen México (1600)
de la Plaza
1600 Bartolomé de la Fiscal Guatemala (1600)
Canal de Madriz
1606 Gaspar de Abogado (Valladolid); Abogado (México); Fiscal Guatemala
Chaves y (1606); Oidor Guadalajara (1618)
Sotomayor
319
Año Nombre Cursus honorum
1609 Juan Maldonado Auditor General Armada (1596); Juez Registros La Palma
de Paz (1599); Fiscal Guatemala (1609); Oidor Guatemala (1613);
Oidor México (1631)
1614 Antonio Coello Fiscal Guatemala (1614); Oidor México (1627); Oidor La
del Portugal Coruña (1634)
1620 Fernando de Relator (Santo Domingo); Fiscal Guatemala (1620); Oidor
Castilla y Guatemala (1631)
Ribeira
1631 Jorge Herrera y Fiscal Guatemala (1630); Fiscal Santa Fe (1637); Oidor Santa
Castillo Fe (1646); Fiscal Crimen México (1647)-No asumió por
muerte
1637 Pedro Vásquez Fiscal Guatemala (1637); Fiscal Lima (1647); Oidor Lima
de Velasco y (1651); Presidente Quito (1654); Presidente Charcas (1660)
Esparza
1649 Juan Francisco Fiscal Guatemala (1649); Oidor Guatemala (1658); Fiscal
Esquivel y la Crimen México (1660); Gobernador Yucatán (1670); Oidor
Rasa México (1672)
1658 Cristóbal Fiscal Guatemala (1658); Oidor Guatemala (1660)
Calancha
Valenzuela
1660 Pedro Frasso Fiscal Guatemala (1660); Fiscal Charcas (1664); Fiscal Lima
(1680); Consejero de Aragón (1692)
1664 Pedro de Fiscal Guatemala (1664); Oidor Guatemala (1668)
Miranda
Santillán y
Narváez
1669 Juan Bautista Fiscal Guatemala (1669); Oidor Guatemala (1671); Alcalde
Urquiola y Crimen México (1680); Oidor México (1686)
Elorriaga
1671 Pedro de Oidor Santo Domingo (1663); Fiscal Guatemala (1671)
Carvajal y
Vargas
1674 Diego Ibáñez de Abogado (Consejo Real); Fiscal Buenos Aires (1667); Fiscal
Faría Guatemala (1674); Oidor Guatemala (1680)
1680 Francisco Relator (México); Oidor Manila (1661); Fiscal Guatemala
Montemayor y (1680); Fiscal Crimen México (1681)
Mansilla
1681 Pedro de la Fiscal Guadalajara (1678); Fiscal Guatemala (1681)
Barreda
1693 José Gutiérrez Fiscal Guatemala (1693); Oidor México (1720); Licencia de
de la Peña Órdenes (1733); Maestrescuela México (1734)
320
Anexo 4
Confirmaciones de oficios de la Real Audiencia de Guatemala, siglos XVI y
XVII916
Pago
Propietario Valor del enterado a
Año Nombre Oficio Obtención
anterior oficio la Real
Hacienda
Receptor Nombramiento
1567 Juan Díaz N/A N/A N/A
del número Real
Alonso de Procurador Nombramiento
1571 N/A N/A N/A
Molina del número Audiencia
Escribano
Pablo de Diego de
1574 de cámara y Renuncia ? ?
Escobar Robledo
gobernación
Antonio Nombramiento
1577 Portero N/A N/A N/A
Solano Audiencia
Alonso de Receptor Nombramiento
1578 N/A N/A N/A
Juera del número Audiencia
Miguel Escribano
Francisco 6.000 3.000
1584 Ortiz de de cámara y Renuncia
de Santiago ducados ducados
Sotomayor gobernación
700 pesos
Gonzalo Procurador 700 pesos de
1584 Remate N/A de oro de
Román del número oro de minas
minas
Alonso Receptor Bartolomé 1.800
1587 Renuncia 900 tostones
García del número Canseco tostones
750 pesos
Francisco Procurador 750 pesos de
1587 Remate N/A de oro de
de Escobar del número oro de minas
minas
Francisco 800 pesos
Luis de Procurador 400 pesos de
1590 Renuncia Sánchez de de oro de
Villamayor del número oro de minas
Madrid minas
Gerónimo Procurador 2.000 2.000
1591 Remate N/A
de Tovar del número tostones tostones
Hernando
Receptor Juan de 2.000 1.000
1592 Niño de Renuncia
del número Carranza tostones tostones
Barahona
Diego de Receptor de Alonso 1.300 1.300
1594 Remate
Luna número García tostones tostones
640 pesos
Sebastián Procurador Gonzalo 640 pesos de
1594 Remate de oro de
Gudiel del número Román oro de minas
minas
916
Elaboración propia con base en AGI, GUATEMALA, Expedientes: Confirmaciones de oficio, 78-95. “N/A”
significa que no aplica en los casos concretos en que se usa.
321
Pago
Propietario Valor del enterado a
Año Nombre Oficio Obtención
anterior oficio la Real
Hacienda
620 pesos
Hernando Procurador Luis de 310 pesos de
1596 Renuncia de oro de
de Sosa del número Villamayor oro de minas
minas
Escribano Miguel
Francisco 22.700 22.700
1597 de cámara y Remate Ortiz de
de Escobar tostones tostones
gobernación Sotomayor
Escribano
García de Pablo de 16.000 8.000
1604 de cámara y Renuncia
Escobar Escobar tostones tostones
gobernación
Gómez Procurador Luis de 2.400 2.400
1605 Remate
Arias del número León tostones tostones
Cristóbal Receptor 2.400 2.400
1605 Remate ?
de Villegas del número tostones tostones
Sebastián
Receptor Diego de 1.500 1.500
1612 Rodríguez Remate
del número Luna tostones tostones
de Ávila
Alonso
Procurador Alonso 3.000 1.500
1613 Álvarez de Renuncia
del número Duarte tostones tostones
Villamil
Miguel Procurador Sebastián 3.000 1.500
1614 Renuncia
Mateo del número Gudiel tostones tostones
Antonio
Cano Procurador Gómez 3.000 1.500
1615 Renuncia
Gaitán de del número Arias tostones tostones
Herrera
Tomás
Alguacil 28.000 28.000
1617 Cilieza Remate N/A
Mayor tostones tostones
Velasco
Francisco
Receptor Francisco 2.150 2.150
1620 de Remate
del número Delgadillo tostones tostones
Carvajal
Juan
Procurador Julián 4.700 4.700
1620 Martínez Remate
del número Romero tostones tostones
de Cortés
Alonso
Miguel Receptor 2.000 2.000
1620 Renuncia Méndez de
Zomeño del número tostones tostones
Sabariego
Cristóbal Escribano
García de 25.000 12.500
1623 de Escobar de cámara y Renuncia
Escobar tostones tostones
Estrada gobernación
322
Pago
Propietario Valor del enterado a
Año Nombre Oficio Obtención
anterior oficio la Real
Hacienda
Juan
Procurador Andrés de 3.000 3.000
1624 Martínez Remate
del número Escobar tostones tostones
de Ferrera
Juan
Diego de Procurador 4.150 4.150
1625 Remate Martínez de
Luna del número tostones tostones
Cortés
Juan
Receptor Cristóbal de 1.250 1.250
1626 Rodríguez Remate
del número Villegas tostones tostones
de Quiroga
Alonso
Francisco Procurador 4.000 4.000
1627 Remate Álvarez de
de Castro del número tostones tostones
Villamil
Escribano
Andrés de Francisco 25.000 8.333
1629 de cámara y Renuncia
Escobar de Escobar tostones tostones
gobernación
Pedro de Pedro de
Receptor 1.200 1.200
1631 Sandoval Remate Sandoval
del número tostones tostones
Rueda Rueda
Juan de Receptor Celedón de 1.500 1.500
1632 Remate
Briones del número Morales tostones tostones
Francisco
Procurador Nicolás de 4.550 4.550
1633 de Remate
del número Penagos tostones tostones
Carvajal
Sebastián
Francisco Receptor 2.400 2.400
1633 Remate Rodríguez
de Santos del número tostones tostones
de Avila
Miguel de Procurador Diego de 4.150 2.075
1636 Renuncia
Artavia del número Luna tostones tostones
Alonso
Receptor Pedro de 1.500
1638 Vásquez Renuncia 750 tostones
del número Sandoval tostones
de Dueñas
Juan
Tomás
Bautista de Alguacil 28.000 14.000
1639 Renuncia Cilieza
Cilieza Mayor tostones tostones
Velasco
Velasco
Juan Escribano
Cristóbal de 40.000 40.000
1641 Martínez de cámara y Renuncia
Escobar tostones tostones
de Ferrera gobernación
Manuel
Procurador Francisco 3.750 1.250
1641 Juárez de Renuncia
del número de Rivera tostones tostones
Cervantes
323
Pago
Propietario Valor del enterado a
Año Nombre Oficio Obtención
anterior oficio la Real
Hacienda
Francisco Receptor Nicolás de 2.600
1643 Renuncia 867 tostones
de Sosa del número Haro tostones
Esteban de Receptor Diego de 2.600 1.300
1643 Renuncia
Peralta del número Escobar tostones tostones
Juan
Procurador Juan de 4.150 1.383
1644 García Renuncia
del número Bedoya tostones tostones
Bellido
Esteban Manuel
Procurador 3.000 1.000
1645 Rodríguez Renuncia Juárez de
del número tostones tostones
de Avila Cervantes
Receptor y
Fernando depositario
Pedro de 12.000 12.000
1645 Álvarez de general de Remate
Solórzano tostones tostones
Revolorio la
Audiencia
Tasador y
Cristóbal
repartidor 1.700 1.700
1646 de Remate N/A
de la tostones tostones
Lorenzana
Audiencia
Lorenzo
Receptor Francisco 6.000 6.000
1647 del Valle Remate
del número de Sosa tostones tostones
Corral
Escribano
Diego de Andrés de 26.000 8.666
1648 de cámara y Renuncia
Escobar Escobar tostones tostones
gobernación
Pedro Juan
Receptor 1.800
1648 Vásquez Renuncia Rodríguez 900 tostones
del número tostones
de Herrera de Quiroga
Nicolás de Receptor Esteban de 1.800
1650 Renuncia 600 tostones
Peralta del número Peralta tostones
Receptor y
depositario Fernando
Juan de 14.000 14.000
1652 general de Remate Álvarez de
Padilla tostones tostones
la Revolorio
Audiencia
Nicolás de Receptor Gaspar de 1.800
1652 Renuncia 600 tostones
Maeda del número Gallegos tostones
Francisco
Receptor Juan de 1.800
1653 Muñoz de Renuncia 900 tostones
del número Briones tostones
Rojas
Juan de Procurador Miguel de 3.300 1.100
1653 Renuncia
Briones del número Artavia tostones tostones
324
Pago
Propietario Valor del enterado a
Año Nombre Oficio Obtención
anterior oficio la Real
Hacienda
Simón
Procurador Francisco 3.000 1.0000
1659 Pleites de Renuncia
del número de Esquivel tostones tostones
Figueroa
Andrés de Procurador Francisco 4.000 4.000
1663 Remate
Castro del número de Castro tostones tostones
Joseph de Procurador Juan García 4.000 2.000
1666 Renuncia
Aguilar del número Vellido tostones tostones
Juan
Procurador Nicolás de 4.550 4.550
1666 López de Remate
del número Penagos tostones tostones
Arteaga
Pedro de
Juan Receptor 3.000 3.000
1667 Remate San Juan y
Pereira del número tostones tostones
Prado
Bernabé Receptor Nicolás de 1.800
1667 Renuncia 600 tostones
Rogel del número Maeda tostones
Pedro de
Tomás de Procurador 3.000 3.000
1669 Remate San Juan y
Leiva del número tostones tostones
Prado
Manuel Procurador Tomás de 3.300 1.650
1670 Renuncia
Farinas del número Leiva tostones tostones
Juan Pedro
Procurador 3.300 1.100
1671 Francisco Renuncia Roldán de
del número tostones tostones
Maldonado Abarca
Esteban de Receptor Nicolás 3.000 3.000
1672 Remate
la Fuente del número Rodríguez tostones tostones
Escribano Antonio
Lorenzo de 32.000 10.667
1672 de cámara y Renuncia Martínez de
Montufar tostones tostones
gobernación Ferrera
Simón
Juan de Procurador 3.000 1.000
1673 Renuncia Pleites de
Artavia del número tostones tostones
Figueroa
Juan
Esteban de Procurador 3.000 1.000
1674 Renuncia Francisco
la Fuente del número tostones tostones
Maldonado
Juan Procurador Juan de 3.000 1.000
1674 Renuncia
Delgado del número Artavia tostones tostones
Antonio de Receptor Bernabé 3.000 1.000
1675 Renuncia
Mendoza del número Rogel tostones tostones
Gerónimo Receptor y
Juan de 10.000 10.000
1675 Abarca depositario Remate
Padilla tostones tostones
Paniagua general de
325
Pago
Propietario Valor del enterado a
Año Nombre Oficio Obtención
anterior oficio la Real
Hacienda
la
Audiencia
Antonio
Procurador Juan López 3.100 1.550
1676 Rodríguez Renuncia
del número de Arteaga tostones tostones
Menéndez
Nicolás
Procurador Joseph de 3.300 1.100
1677 Farfán de Renuncia
del número Aguilar tostones tostones
los Godos
Santiago Procurador Andrés de 4.500 4.500
1677 Remate
Vázquez del número Castro tostones tostones
Fernando Repartidor Juan
1.000 1.000
1679 Pacheco de y tasador Remate Francisco
tostones tostones
Herrera general Maldonado
Escribano
Miguel de Diego de 28.000 9.333
1680 de cámara y Renuncia
Escobar Escobar tostones tostones
gobernación
Lorenzo Lorenzo del
Receptor 3.000 3.000
1681 Pérez de Remate Valle
del número tostones tostones
Rivera Corral
Nicolás
Francisco Procurador 3.300 1.100
1682 Renuncia Farfán de
de Somoza del número tostones tostones
los Godos
Miguel
Procurador Santiago 4.000 4.000
1686 Gerónimo Remate
del número Vázquez tostones tostones
González
Diego
Procurador Antonio 3.100 1.033
1694 Rodríguez Renuncia
del número Rodríguez tostons tostones
Mendez
Matías
Procurador Francisco 3.300 1.100
1694 Jacinto de Renuncia
del número de Somoza tostones tostones
los Reyes
Celedón de Procurador Manuel 3000 1.000
1697 Renuncia
Verraondo del número Farinas tostones tostones
326
Anexo 5
Vicarios provinciales y foráneos nombrados entre 1669 y 1687917
917
AHAG. Fondo Diocesano. Secretaría de Gobierno Eclesiástico. Libro de Título de Órdenes, tomo I
327
Año Vicario Obispo Título
Br. D. Juan de Juan de Santo Matía Vicario provincial de la provincia de
1671
Cárdenas Saenz de Mañosca Guazacapán
Br. Nicolás Pleites Juan de Santo Matía
1671 Vicario foráneo de Chalatenango
de Figueroa Saenz de Mañosca
P. Francisco de Juan de Santo Matía
1672 Vicario foráneo de Guazacapán
Bolaños Saenz de Mañosca
Br. D. Juan de Juan de Santo Matía
1673 Vicario provincial de San Salvador
Morales Guerra Saenz de Mañosca
Br. D. Diego de Juan de Santo Matía
1673 Vicario foráneo de San Salvador
Trexo Paniagua Saenz de Mañosca
P. D. Manuel
Juan de Santo Matía Vicario foráneo de San Martín
1674 Gerónimo del
Saenz de Mañosca Zapotitlán
Corral
Br. D. Juan de Juan de Santo Matía
1674 Vicario foráneo de San Salvador
Castresano Saenz de Mañosca
Br. Nicolás Pleites Juan de Santo Matía
1674 Vicario foráneo de Sacatecoluca
de Figueroa Saenz de Mañosca
Br. Antonio de Juan de Santo Matía
1674 Vicario provincial de Guazacapán
Vega Saenz de Mañosca
Br. D. Carlos de Juan de Santo Matía Vicario foráneo del partido de
1674
Coronado y Ulloa Saenz de Mañosca Ahuachapán
Br. Antonio Díaz de Juan de Santo Matía Vicario foráneo de San Juan
1675
Cuellar Saenz de Mañosca Nahualapa
P. D. Juan de Juan de Santo Matía Vicario foráneo de Cuyotenango y
1675
Guevara Saenz de Mañosca sus anexos
P. Juan Joseph de Dean y cabildo sede
1675 Vicario foráneo de San Miguel
Escalera vacante
P. Joseph
Dean y cabildo sede
1675 Marroquín Hurtado Vicario foráneo de Jalapa
vacante
de Mendoza
Br. Don Thomas de
Dean y cabildo sede
1675 Carranza y Vicario foráneo del partido de Mita
vacante
Revolorio
Br. Antonio de Dean y cabildo sede Vicario provincial de la provincia de
1675
Vega vacante Guazacapán
Mtro. Ignacio de Dean y cabildo sede Vicario foráneo del partido
1675
Armas Palomino vacante Mazatenango
P. Francisco de Dean y cabildo sede Vicario foráneo del pueblo y partido
1675
Robles vacante de Chiquimulilla de la Costa
Br. Francisco Dean y cabildo sede Vicario foráneo del partido de
1675
Xavier Manzano vacante Chalatenango
P. D. Jacinto de Dean y cabildo sede Vicario provincial de la provincia de
1675
Colindres Puerta vacante Chiquimula de la Sierra
Br. D. Fernando de Dean y cabildo sede Vicario provincial de la Villa de la
1675
Rivera vacante Santísima Trinidad de Sonsonate
328
Año Vicario Obispo Título
P. D. Juan de Dean y cabildo sede Vicario foráneo del partido de
1675
Guevara vacante Cuyotenango
Br. D. Juan de Dean y cabildo sede Vicario foráneo de la ciudad de San
1675
Castresano vacante Salvador
P. D. Juan de Dean y cabildo sede Vicario foráneo del partido de
1675
Monzón vacante Acasaguastlán
Br. Nicolás Pleites Dean y cabildo sede Vicario foráneo del partido de
1675
de Figueroa vacante Sacatecoluca
P. Francisco de Dean y cabildo sede Vicario foráneo del partido de
1675
Bolaños vacante Guazacapán
Mtro. Agustín de Dean y cabildo sede Vicario foráneo de la Villa de San
1675
Astorga vacante Vicente de Austria
Br. Alonso de Dean y cabildo sede Vicario foráneo del partido de
1675
Eguizábal vacante Señora Santa Ana
P. D. Manuel
Dean y cabildo sede Vicario foráneo del partido de San
1675 Gerónimo del
vacante Martín Zapotitlán
Corral
Br. D. Carlos de Dean y cabildo sede Vicario foráneo del partido de San
1675
Coronado y Ulloa vacante Antonio Suchitepéquez
Br. D. Juan López Dean y cabildo sede Vicario foráneo del partido de
1675
de la Arburu vacante Sacatecoluca
Mtro. Juan de Juan de Ortega Vicario provincial de la provincia de
1676
Oxirondo Montañés San Antonio Suchitepéquez
Dr. D. Alonso
Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de Santa
1676 Alvarez de la
Montañés Ana
Fuente
Br. Antonio de Juan de Ortega Vicario provincial de la provincia de
1676
Vega Montañés Guazacapán
Br. Pedro Ximénez Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de
1676
de Briones Montañés Ahuachapán
Br. D. Carlos de Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de San
1676
Coronado y Ulloa Montañés Antonio Suchitepéquez
Br. D. Alonso Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de
1676
Gonzáles de Anleo Montañés Chipilapa
Br. D. Thomas de Vicario provincial de los
Juan de Ortega
1677 Carranza y corregimientos de Chiquimula de la
Montañés
Revolorio Sierra y Acasaguastlán
Mtro. D. Fernando Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de
1677
de Monjarras Montañés Chiquimula de la Sierra
P. D. Antonio de Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de San
1677
Silva y Alemán Montañés Antonio Ateos
Br. D. Carlos de Juan de Ortega Vicario provincial de la provincia de
1678
Coronado y Ulloa Montañés Zapotitlán
Br. D. Diego de Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de San
1678
Trexo Paniagua Montañés Antonio Suchitepéquez
329
Año Vicario Obispo Título
Br. D. Diego de Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de
1678
Cervantes Montañés Ixhuatán
Br. D. Juan de Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de San
1678
Morales Guerra Montañés Francisco Zapotitlán
Br. D. Gaspar de Juan de Ortega Vicario provincial de la Provincia de
1679
Torres y Brijuela Montañés San Salvador
P. D. Juan de Juan de Ortega Vicario provincial de la provincia de
1679
Monzón Xibaja Montañés Chiquimula de la Sierra
Dr. Thomas
Juan de Ortega Vicario foráneo de uno de los dos
1679 Rodríguez de
Montañés curatos de Chiquimula de la Sierra
Escobar
Br. D. Francisco de Juan de Ortega Vicario foráneo de uno de los dos
1679
Pontaza Montañés curatos de Chiquimula de la Sierra
Mtro. D. Fernando Juan de Ortega
1679 Vicario foráneo del partido de Mita
Ruiz de Monjarras Montañés
Br. D. Juan de Juan de Ortega Vicario foráneo del pueblo de San
1679
Guevara Montañés Gaspar Cuyotenango
Br. D. Pedro López Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de San
1679
Ramales Montañés Martín Zapotitlán
Br. D. Nicolás de Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de
1679
Peralta Montañés Zacapa
Br. D. Juan López Juan de Ortega
1679 Vicario foráneo del partido de Mita
de la Arburu Montañés
Br. Fernando Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de
1679
Domínguez Montañés Cuyotenango
Br. Manuel Angel Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de
1680
Correa Montañés Esquipulas
Br. Domingo López Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de San
1680
de Quintanilla Montañés Antonio Retalhuleu
P. D. Manuel de Juan de Ortega Cura beneficiado del partido de San
1680
Guinea y Murga Montañés Juan Olocuilta
P. D. Miguel de Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de
1681
Lozada Montañés Chalchuapa
Br. Nicolás de Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de San
1681
Escobar Montañés Pedro Zacapa
Br. Pedro Vásquez Juan de Ortega Vicario foráneo del partido de
1682
del Alamo Montañés Jutiapa
Vicario foráneo del partido de los
P. D. Miguel de Juan de Ortega
1682 valles de Petapa, Mixco, Pinula y
Hincapie Melendez Montañés
Río de las Vacas
Br. Joseph de Andrés de las Navas y Vicario provincial de la provincia de
1683
Cuevas Quevedo San Miguel
Br. D. Joseph
Andrés de las Navas y
1683 Marroquín de Vicario foráneo del partido de Jalapa
Quevedo
Mendoza
330
Año Vicario Obispo Título
Vicario provincial del corregimiento
Licdo. D. Juan de Andrés de las Navas y
1683 de Acasaguastlán y Chiquimula de
Monzón Quevedo
la Sierra
Br. D. Gaspar de Andrés de las Navas y
1683 Vicario provincial de Tacuilula
Torres y Brijuela Quevedo
Mtro. D. Carlos de Andrés de las Navas y Vicario provincial de la provincia de
1683
Coronado Quevedo Zapotitlán
Br. D. Nicolás de Andrés de las Navas y
1683 Vicario provincial de San Salvador
Alvarado y Vides Quevedo
Br. D. Nicolás de Andrés de las Navas y Vicario foráneo del partido de
1683
Esboar Quevedo Zacapa
Br. D. Ignacio de Andrés de las Navas y Vicario foráneo del partido de
1683
Espoz y Brizuela Quevedo Guaymoco
Mtro. Agustín de Andrés de las Navas y Vicario foráneo de la Villa de San
1683
Astorga Quevedo Vicente de Austria
Br. Antonio de Andrés de las Navas y Vicario foráneo de la ciudad de San
1683
Vega Quevedo Salvador
Dr. D. Alonso
Andrés de las Navas y Vicario foráneo del partido de Santa
1683 Alvarez de la
Quevedo Ana
Fuente
P. D. Manuel de Andrés de las Navas y Vicario foráneo del partido de
1683
Guinea y Murga Quevedo Olocuilta
Br. Domingo López Andrés de las Navas y Vicario foráneo del partido de San
1683
de Quintanilla Quevedo Antonio Retalhuleu
Mtro. D. Juan de Andrés de las Navas y
1684 Vicario provincial de Sonsonate
Urbina Quevedo
Vicario foráneo del partido de los
Br. D. Jacinto Andrés de las Navas y
1685 valles de Petapa, Mixco, Pinula y
Jaimes Ortiz Quevedo
Río de las Vacas
Br. Antonio de Andrés de las Navas y Vicario provincial de la Provincia de
1686
Vega Quevedo San Salvador
P. Juan Gordón Andrés de las Navas y
1686 Vicario foráneo del partido de Opico
López de Ramales Quevedo
Br. D. Juan Sáenz Andrés de las Navas y Vicario foráneo del partido de
1687
de Sotomayor Quevedo Guaymoco
331