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1. Existe una soberana medieval? Alguna consideracin metodolgica Es conocida la frase de Foucault: Hay que cortarle la cabeza al rey: todava no se ha hecho en la teora poltica1; una teora segn el filsofo francs an obsesionada con la soberana, con el palacio del monarca, con un lugar central y dominante, y por ello indefensa frente a la diseminacin del poder y de los conflictos que invaden la sociedad entera. Sea cual sea nuestro parecer acerca de la teora foucaultiana, sta expresa con eficacia la crisis actual del concepto de soberana y, precisamente por ello, ayuda a esclarecer el sentido de su historicidad: en el momento en que entrevemos el posible agotamiento de un concepto, se desploma toda tentativa de asumirlo como una constante de la accin y de la reflexin poltica. De este riesgo en realidad no slo el filsofo foucaultiano, sino tambin el historiador de la cultura poltica debera ser dispensado, dado que la posibilidad misma de hablar de una soberana medieval se torna problemtica. No faltan argumentos para hacer de la soberana un epifenmeno de la modernidad y colocarla dentro de un horizonte comprendido (por dar alguna referencia general) entre la teora bodiniana y la crisis del estatalismo totalitario en la segunda posguerra. La pre-modernidad parece confluir idealmente con la post-modernidad en nombre de una soberana que, en el primer caso, todava no es, y, en el segundo caso, ya no es. Es por tanto metodolgicamente impropio, dado que parece gravemente anacrnico, hablar de una imagen medieval de la soberana? Una respuesta afirmativa nace en mi opinin de un presupuesto no siempre explicitado: del presupuesto de una conexin necesaria entre la idea de soberana y la idea de Estado.
1 M. Foucault, Microfisica del potere. Interventi politici, edicin de A. Fontana y P. Pasquino, Einaudi, Torino, 1977, p. 15.
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Si la soberana es inseparable del concepto de Estado, toma fuerza la hiptesis de su carcter esencialmente moderno. Ciertamente, el debate sobre la posibilidad de referir el concepto de Estado a realidades diversas de la moderna sociedad occidental es viejo y permanece abierto y no lo puedo resolver en pocas palabras2. Quisiera sin embargo expresar mi opinin. Es preciso ante todo tener presente que aqu estamos cuestionando los discursos y los saberes y no las instituciones y sus aparatos. No me pregunto por tanto si el concepto actual de Estado es un instrumento adecuado para describir la polis griega o las comunidades medievales como fenmeno global. Me pregunto si este concepto se puede emplear para entender (para traducir, para hacer comprensible en nuestro lenguaje) la representacin del orden poltico desarrollada por la cultura medieval, por los discursos de los telogos, de los filsofos, de los juristas del Medioevo. Es necesario preguntarse en definitiva si el concepto actual de Estado es un instrumento metalingstico adecuado para entender y traducir un especfico lenguaje-objeto: en nuestro caso, el discurso desarrollado por los juristas y los telogos medievales. Desde este punto de vista, mi impresin es francamente negativa: el concepto de Estado, tal y como viene definido por la actual publicstica jurdica, presenta rasgos demasiado alejados de la experiencia y la cultura de las sociedades medievales. El Estado significa poder absoluto, monopolio de las fuentes del derecho, burocracia, unidad de mando sobre el territorio: el concepto actual de Estado completamente elaborado por la publicstica jurdica decimonnica a la conclusin del proceso secular de construccin de una soberana unitaria y centralizada es inseparable de aquella parbola de la modernidad de la cual ste es una expresin emblemtica. De este Estado la soberana es un componente esencial; y soberana, dentro de la rbita del Estado moderno, significa poder absoluto, exclusividad, refractariedad al lmite, distancia cualitativa entre el titular del poder y los sujetos. Si no se da otra imagen de la soberana sino la desarrollada por los tericos del Estado (de Bodin a Carr de Malberg o a Jellinek), resulta efectivamente muy forzado desde el punto de vista histrico pretender hallar una imagen medieval de la soberana. Es no obstante necesaria la conexin entre soberana y Estado moderno? O ms bien es posible desvincular la imagen de la soberana de la teora (moderna) del Estado? En efecto, no se da una teora del Estado que no incluya una teora de la soberana. No es cierto sin embargo lo contrario: es posible defender una representacin del orden poltico que no recurra al concepto de Estado, pero que aun as incluya alguna imagen de la soberana.
2 Cfr., para una reciente reflexin sobre el problema, P.P. Portinaro, Stato, Il Mulino, Bologna, 1999; D. Quaglioni, La sovranit, Laterza, Roma-Bari, 2004.
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No sera por tanto partidario de emplear el trmino Estado para comprender-traducir el lxico poltico medieval; en cambio, mantendra abierta la posibilidad de que en la cultura medieval se desarrolle de un modo u otro, en ausencia de esquemas tericos asimilables a nuestro concepto de Estado, un verdadero discurso de la soberana. No faltan en efecto en el latn medieval, as como en las lenguas vulgares de l derivadas, antepasados directos del trmino soberana. Del latn super provienen las ms tardas adjetivaciones superus y superanus, que influyen directamente en el lxico de numerosas lenguas vulgares3. Una historia semntica construida en torno a superanus y sus derivados no puede sino suministrar informacin de gran inters para la historia de los conceptos polticos. Es necesario sin embargo preguntarse si es posible resolver la historia de la soberana medieval a travs de la historia lxica del trmino soberana (y de sus antepasados directos) o si ms bien conviene asentar nuestro problema historiogrfico en trminos parcialmente diversos, conscientes de que la historia de una palabra puede no bastar por s sola para zanjar la historia de un problema. Es una preocupacin de la cual Koselleck es lcidamente consciente cuando adverta que, para escribir una historia de la secularizacin moderna, no bastaba hacer la historia de esta palabra: la secularizacin es de hecho un fenmeno conectado a diversas ramas del saber (que van de la filosofa a la teologa, al derecho, a la historia) y no puede por tanto agotarse en una simple palabra, sino que debe ser concebido como un concepto fundamental, como un historischer Grundbegriff 4. La exigencia de Koselleck est plenamente fundada, si bien, en mi opinin, no es necesario, para satisfacerla, instaurar una suerte de tensin entre palabra y concepto: es suficiente, por un lado, tener presente que las palabras forman, en la lengua, un tejido compacto, una estructura; y, por otro lado, que el problema historiogrfico exige, para ser planteado, el empleo de definiciones previas, de constructos metalingsticos que delimitan el campo de investigacin y predeterminan las condiciones de traduccin del lenguaje-objeto en el lenguaje usado por el historiador-intrprete. Preguntarse acerca de la soberana en la cultura poltico-jurdica medieval significa entonces analizar el discurso de la soberana de dicha cultura, partiendo de alguna definicin metalingstica e identificando despus los
3 Cfr. D. Klippel, Staat und Souvernitt, en O. Brunner, W. Conze, R. Koselleck (eds.), Geschichtliche Grundbegriffe, Historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland, Klett-Cotta, Stuttgart, 1990, pp. 99 ss. 4 Cfr. R. Koselleck, Storia dei concetti e storia sociale, en Futuro Passato. Per una semantica dei tempi storici, Marietti, Genova, 1986, p. 104.
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principales campos semnticos en torno a los cuales se estructura el lenguajeobjeto. Desde el primer punto de vista, conviene, en mi opinin, adoptar una definicin significativamente dbil de soberana: conviene desvincularla de cualquier embarazoso parentesco con el Estado moderno y asumirla como un trmino que indica una cierta posicin de excelencia dentro de un determinado sistema poltico. Emplearamos as un trmino metalingstico sumamente flexible y abierto y como tal dispuesto a llenarse con los contenidos sugeridos por el lenguaje-objeto. Desde el segundo punto de vista, deberamos seguramente tomar en consideracin los significados provenientes del campo semntico construido en torno a superus-superanus, pero al mismo tiempo ser conscientes de que el discurso medieval de la soberana (la representacin medieval de una posicin de excelencia y de dominancia en el orden poltico) no se agota con la declinacin de superanus, sino que pone en juego mltiples lexemas (potestas, imperium, auctoritas, etc.) que se implican recprocamente y, todos juntos, producen la representacin del orden poltico y de su vrtice (soberano). Es en una tal prospectiva donde, a mi juicio, es posible aprehender con un satisfactorio equilibrio el difcil juego de la continuidad y la discontinuidad, por una parte evitando ver en la modernidad una fractura excesiva, un comienzo absoluto carente de races y presupuestos; pero tambin, por otra parte, captando los nexos de continuidad / discontinuidad que conectan la representacin medieval del vrtice del orden poltico por un lado con la herencia del mundo antiguo y, por otro lado, con la construccin moderna de la soberana. Es posible por tanto defender una larga historia (una larga duracin) de la imagen de la soberana en la cultura poltico-jurdica europea, de la Antigedad al siglo XX, y al mismo tiempo identificar todas las discontinuidades que obligan a representar aquella historia no ya como una lnea continua sino como una lnea quebrada5. Obviamente, no me ser posible, en el breve espacio de una ponencia, desarrollar los temas a los que he hecho referencia: incluso el modesto objetivo de una resea historiogrfica sera inalcanzable, dada la centralidad del problema y la cantidad de contribuciones dedicadas a ste. Mi propsito es por tanto simplemente presentar algunas articulaciones del discurso medieval de la soberana: delinear en suma un plano temtico, un mapa a gran escala, y no tanto ofrecer un examen pormenorizado de sus lugares cannicos. Proceder por tanto a partir de simplificaciones y abstracciones, consciente de
5 Cfr. en este sentido M. David, La souverainet et les limites juridiques du pouvoir monarchique du IXe au XVe sicle, Librairie Dalloz, Paris, 1954, p. 13; M. Terni, La pianta della sovranit. Teologia e politica tra Medioevo ed et moderna, Laterza, Roma-Bari, 1995, pp. 3 ss.
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que los esquemas que intentar proponer quedan muy lejos de la variedad y la complejidad de las estrategias tericas de las que se compone la cultura poltico-jurdica medieval. 2. Soberana y realeza: algunas metforas recurrentes La cultura poltico-jurdica medieval est atravesada por algunas ideas recurrentes, por algunos principios-gua que sostienen su visin del mundo, constituyen las condiciones de sentido, valen como reglas (no siempre explcitas) de su sintaxis terica. Una de estas formas simblicas es la idea de jerarqua, una idea que preside la representacin de las realidades celestes y las realidades terrestres, la descripcin de la naturaleza humana y del mundo sociopoltico. Un ente, por ser una realidad unitaria y armnica, no puede sino estar compuesto por diferentes partes dispuestas jerrquicamente. Jerarqua y orden se implican recprocamente y juntos producen el sentido de una unidad armoniosa: el orden y la armonizacin jerrquica de partes diferentes (contra la idea, tpicamente moderna, de un orden de iguales)6. Sirva como prueba una elocuente demostracin lxica: el populus es una unidad orgnica y ordenada gracias a la disposicin jerrquica de sus componentes y por esto mismo se contrapone a la deplorable multitudo, a la muchedumbre indiferenciada y tumultuosa, catica e insensible al buen gobierno. La sociedad est compuesta de diversas partes, cada una de las cuales est localizada en un complejo organigrama de posiciones superiores e inferiores: no se dan individuos iguales; se dan ms bien condiciones subjetivas diversas, status diferenciados, caracterizados por paquetes especficos de cargas y privilegios. El orden sociopoltico, y la diferenciacin de las partes que lo componen, no es un dato extrnseco y ocasional, susceptible de mutaciones y transformaciones; ste al contrario y sta es otra creencia previa, otra condicin de sentido, de la cultura poltica medieval tiene una dimensin y una estabilidad ontolgicas. El orden social no es construido o querido, sino que tiene la misma objetividad e inalterabilidad que los acontecimientos naturales. Aqu son los nobles y los plebeyos, los clrigos y los laicos, el padre y el hijo, el hombre y la mujer, el ciudadano y el rusticus, el guerrero y el sacerdote y cada uno de estos roles sociales contribuye al orden del todo, es parte de aquella justicia armnica, como an la llamar Bodin a finales del siglo XVI7,
6 Cfr. P. Grossi, Lordine giuridico medievale, Laterza, Roma-Bari, 1995, pp. 80 ss.; P. Costa, Civitas. Storia della cittadinanza in Europa, 1., Dalla civilt comunale al Settecento, Laterza, Roma-Bari, 1999, pp. 6 ss. 7 Cfr. J. Bodin, I sei libri dello Stato, edicin de M. Isnardi Parente y D. Quaglioni, UTET, Torino, 1997, vol.III, VI, vi, pp. 562 ss.
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que aplica la mxima del suum cuique tribuere. El orden ya est dado y su intrnseca y armoniosa justicia coincide con la diferenciacin jerrquica de sus componentes. En este horizonte, la imagen de la ley como expresin de una voluntad imperante no ocupa el lugar central que nosotros los modernos le atribuiramos. No faltan ciertamente, en la compleja cultura medieval, lecturas que tienden a acentuar (en una prospectiva que desde la teologa se refleja en otros aspectos de la experiencia) el momento de la voluntad (baste pensar en la teologa franciscana); y por otra parte la interpretatio civilstica no puede dejar de tomar en cuenta un corpus de leges fundadas precisamente sobre la voluntad legislativa del emperador. Si por lo tanto no es extraa a la cultura medieval la idea de un derecho que por existir postula el mando (la voluntad) de un soberano, la forma simblica dominante es la imagen de un orden que los sujetos asumen como una realidad sustrada a las arremetidas de la voluntad. Si, en suma, la voluntad del soberano puede ser colocada como fundamento inmediato de una norma o de un conjunto de normas, stas a su vez acaban siendo concebidas como momento interno de un orden ya dado, un orden que precede e incluye cada una de las voluntades legislativas y constituye el presupuesto inalterable. Es en el marco de un orden involuntario, indisponible, compuesto de partes dispuestas jerrquicamente, donde se desarrolla el discurso medieval de la soberana. Si bien es verdad que esto no coincide con la declinacin de superus-superanus, dado que para representar la culminacin del ordenamiento se recurre a un lxico variado y articulado, tambin es cierto que el campo semntico directamente construido en torno a superus-superanus es eficazmente indicativo de la sensibilidad medieval. ste de hecho no se desarrolla en torno a la imagen de un poder absolutamente dominante. El superior, al contrario, indica una posicin de dominacin relativa8, la posesin de un poder superior a otro, que sin embargo a su vez puede situarse por encima de un poder inferior a ste, as como el primero puede someterse a un poder dominante. La superioritas de un sujeto individual o colectivo no es separable de su posicin dentro de una jerarqua y se halla en relacin con los diversos niveles de los que sta se compone: si la soberana moderna tiene un valor absoluto y exclusivo, la superioritas medieval est caracterizada por la relatividad y la gradualidad. No se da por tanto una imagen de la soberana como tal: sta ms bien emerge al interior de un discurso que representa un alineamiento compuesto por diferentes posiciones potestativas, un orden de poderes y de funciones que precisa de una culminacin para alcanzar su armoniosa unidad, pero no se
8 Cfr. D. Klippel, Staat und Souvernitt, cit., pp. 100-101.
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identifica con ella, como una pirmide que tiene obviamente un vrtice pero tiene tambin su consistencia autnoma y global. Cmo representar la pirmide y su vrtice, el orden global y su posicin dominante es un problema de cuya dificultad son conscientes los telogos y juristas medievales; y es un problema para el que se proponen diversas respuestas dependiendo del contexto, de la tendencia, de la disciplina: entre un jurista del siglo XII y un jurista del siglo XIV, entre un franciscano y un dominico, entre un telogo y un jurista las diferencias son relevantes. Pero tal vez es posible indicar, siempre y cuando continuemos en el plano de los esquemas y los modelos, algunos perfiles recurrentes. Un aspecto que, en mi opinin, conviene subrayar es la relevancia del humus metafrico que extrae la cultura medieval para la representacin del orden y de su vrtice soberano. Este sustrato metafrico es particularmente visible cuando est en juego la imagen de la realeza, pero en realidad permanece activo tambin all donde se realiza un importante esfuerzo (cuya carga soportan fundamentalmente las espaldas de los juristas) de construccin lgico-racional del discurso de la soberana. Me limito a mencionar rpidamente algunas de las ms clebres imgenes medievales de la realeza. En primer lugar, la asociacin entre el soberano y el juez. Es en tanto juez supremo como el rey viene insistentemente representado y legitimado9. Inciden en esta imagen diversos componentes. Debemos tener presente como teln de fondo el pathos religioso y escatolgico que del juicio justo e inapelable de Dios toma la fundacin de la agustiniana Ciudad de Dios: es en un juicio, en el juicio final, donde culmina la historia humana y la omnipotencia divina se cumple definitivamente a travs de la frmula de dar a cada uno lo suyo, mediante la perfecta transparencia de una justicia finalmente triunfante. Es en cuanto juicio, por tanto, como el rey es el ms fehaciente imago dei: la soberana (de Dios como del monarca) se traduce en el poder de hacer justicia. Que poder y justicia se implican recprocamente es por otro lado una creencia sugerida no slo por el imaginario religioso, sino tambin por la visin global del orden: un orden ya dado, hecho de normas consuetudinarias, lejos de ser identificado con la voluntad legislativa del soberano. El soberano ejerce por tanto su poder no tanto creando cuanto diciendo, declarando, el derecho: el derecho ya existe, es una forma del ser, y el monarca est llamado a proclamarlo, a reafirmarlo haciendo justicia, ejerciendo su papel (a la vez sagrado y jurdico) del juez justo.
9 Se trata por otro lado de una asociacin antiqusima. Cfr. O. Loretz, Gtter - Ahnen - Knige als gerechte Richter: der Rechtsfall des Menschen vor Gott nach altorientalischen und biblischen Texten, Ugarit-Verlag, Mnster, 2003.
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El rey-juez es la expresin y la materializacin de una imagen sagrada de la soberana. Pero tambin intervienen otras imgenes para reforzar el sentido de la sacralidad del soberano: pensemos, por una parte, en el tema, hecho clebre por Bloch, del rey taumaturgo10, y por otra parte, en los ritos (antiguos y al mismo tiempo extraordinariamente longevos) de la consagracin y la uncin del rey. Se trata de temas ampliamente estudiados y no obstante repletos an de sugestiones para un anlisis histrico-antropolgico de la realeza11. Incide despus sobre la representacin de la soberana una de las grandes metforas constitutivas del pensamiento poltico occidental, desde la antigedad clsica hasta la modernidad: la metfora corporatista, la imagen de la comunidad sociopoltica como un cuerpo viviente. La res publica es un cuerpo (escriba John of Salisbury, uno de los grandes artfices de la difusin medieval de la metfora corporatista) y como partes de un cuerpo viviente deben ser entendidas las articulaciones institucionales de la comunidad poltica, cuya cabeza corresponde al princeps, el corazn a sus consejeros, a los rganos de los sentidos los jueces, y as sucesivamente12. Metfora corporatista e imagen del orden jerrquico se entrelazan y se sostienen recprocamente: el soberano no es un ente absolutamente distante y diferenciado de todos los dems sujetos, sino que es el vrtice de una jerarqua compuesta de partes homogneas y solidarias. Se piensa la soberana dentro de la jerarqua y se representan ambas recurriendo a la ayuda de metforas que, lejos de ser meros artificios estilsticos, fcilmente sustituibles por conceptos rigurosamente definidos, aparecen ms bien como instrumentos cognoscitivos indispensables. Es una vez ms a travs de la metfora del cuerpo como es posible introducir la distincin
10 M. Bloch, Les rois thaumaturges: tude sur le caractre surnaturel attribu la puissance royale particulirement en France et en Angleterre (1924), Gallimard, Paris, 1983. 11 Cfr. en trminos generales D. Cannadine and S. Price (eds.), Rituals of Royalty: Power and Ceremonial in Traditional Societies, Cambridge University Press, Cambridge-London, 1987; S. Bertelli, Il corpo del re: sacralit del potere nellEuropa medievale e moderna, Ponte alle Grazie, Firenze, 1990; S. Bertelli, C. Grottanelli (eds.), Gli occhi di Alessandro. Potere sovrano e sacralit del corpo da Alessandro Magno a Ceausescu, Ponte alle Grazie, Firenze, 1992; A. Boureau, C. S. Ingerflom (eds.), La royaut sacre dans le monde chrtien, ditions de lcole des Hautes tudes en Science Sociale, Paris, 1992. 12 Est autem respublica, sicut Plutarco placet, corpus quoddam quod divini muneris beneficio animatur et summae aequitatis agitur nutu et regitur quodam moderamine rationis [] Princeps vero capitis in re publica optinet locum uni subiectus Deo et his qui vices illius agunt in terris, quondam et in corpore humano ab anima vegetatur caput et regitur. Cordis locum senatus optinet [] Oculorum aurium et linguae officia sibi vendicant iudices et praesides provinciarum [] (John of Salisbury, Policraticus, edicin de C.C.I. Webb, rist. Minerva, Frankfurt a. M., 1965, L. V, c. 2, pp. 539d-540b). Cfr. T. Struve, The Importance of the Organism in the Political Theory of John of Salisbury, en M. Wilks (ed.), The World of John of Salisbury, Blackwell, Oxford, 1984, pp. 303-317.
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(magistralmente estudiada por Kantorowicz13) entre los dos cuerpos del rey y concebir la idea de la perennidad del orden poltico: el rey, en su caduca fisicidad, muere, y a pesar de ello puede declararse al mismo tiempo inmortal, dado que es, en esencia, la encarnacin de un cuerpo poltico constante en el tiempo y en la variacin de sus partculas individuales. El juez soberano, imago dei, taumaturgo, inmortal: son numerosas las metforas que cooperan para representar la cima de la jerarqua de los poderes14. Cabeza del cuerpo, vrtice del orden jerrquico, el soberano es colocado constantemente en lo alto, viene representado recurriendo a un ulterior componente metafrico, que quisiera llamar verticalidad: el poder se asocia con la altura, con el vrtice, con la posicin dominante; lo que est arriba juzga, domina, impone obediencia a lo que est abajo. El lxico de la soberana, a partir de su ncleo elemental la disposicin de un superior y de un inferior dentro de la misma escala jerrquica cobra sentido a partir de una metfora subyacente que coloca al soberano en una posicin elevada, as como arriba (en lo alto de los cielos) est situado Dios. Tambin a travs de la metfora de la verticalidad viene corroborada la relacin (analgica) entre la soberana terrena y la soberana celeste y viene reforzado el carcter sagrado del poder15. Ciertamente, la teologa poltica medieval se vale tambin de algunos pasajes bblicos (de la XIII Epstola a los Romanos de Pablo a los Hechos de los Apstoles) para ofrecer al soberano una fuerte legitimacin religiosa de su poder. Pero no es slo de la exgesis bblica de donde depende el reves-
13 E.H. Kantorowicz, The Kings two Bodies. A Study in Mediaeval Political Theology, Princeton University Press, Princeton, 1957. 14 Sobre el empleo de las metforas polticas (en general, pero tambin para la cultura medieval) cfr. D. Peil, Untersuchungen zur Staats- und Herrschaftsmetaphorik in literarischen Zeugnissen von der Antike bis zur Gegenwart, Fink Verlag, Mnchen, 1983. Cfr. tambin F. Rigotti, Metafore della politica, Il Mulino, Bologna, 1989; A. Cavarero, Corpo in figure: filosofia e politica della corporeit, Feltrinelli, Milano, 1995; C. Casagrande, S. Vecchio (eds.), Anima e corpo nella cultura medievale, Edizioni del Galluzzo, Firenze, 1999; G. Briguglia, Est respublica quoddam corpus. Una metafora politica nel medioevo, en Rivista di storia della filosofia 54 (1999), pp. 549-571. 15 La metafora es antiqusima. Cfr. C. Ginzburg, High and low: the theme of forbidden knowledge, en Past & Present (1976), pp. 28-41; F. Rigotti, Metafore della politica, cit., pp. 85 ss. Para la cultura medieval cfr. en particular O. von Simson, La cattedrale gotica. Il concetto medievale di ordine, il Mulino, Bologna, 1989; P. Zumthor, La misura del mondo, La rappresentazione dello spazio nel Medio Evo, Il Mulino, Bologna, 1993; G. Parotto, Antropologia teologica e ordine politico nella Summa theologiae 1 Q. 96, en R. Cubeddu (ed.), Lordine eccentrico. Ricerche sul concetto di ordine politico, E.S.I., Napoli, 1993, pp. 169-170; M. Giansante, Uomini e angeli. Gerarchie angeliche e modelli di potere nel Duecento, en Nuova rivista storica LXXI (1997), pp. 349-372; T. Gregory, Lo spazio come geografia del sacro nellOccidente altomedievale, en Uomo e spazio nellalto medioevo (Semanas de Estudio del Centro Italiano di Studi sullAlto Medioevo 50), Cisam, Spoleto, 2003, pp. 27 ss.
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timiento religioso caracterstico del discurso medieval de la soberana, dado que todo el sustrato metafrico que lo constituye proyecta sobre ste un aura religiosa y numinosa. Por otro lado, que en el medioevo cristiano tambin el discurso de la soberana est cargado de smbolos religiosos no resulta sorprendente. Sera sencillo no obstante representar la emergencia de la modernidad a travs de la imagen de una raz que brota, si bien gradualmente, de los smbolos del poder de la esfera sagrada. En realidad, si en el medioevo los smbolos religiosos se entrelazan con argumentaciones rigurosamente racionales en la representacin y en la legitimacin de la soberana, tampoco la cultura poltico-jurdica moderna carece de ecos y referencias a una dimensin religiosa del poder. Desde este punto de vista, la secularizacin moderna acaso podra ser concebida no tanto como una simple amputacin de la esfera sagrada, cuanto como su redefinicin y recolocacin dentro de las estrategias de representacin de la soberana16. Y, al contrario, podra ser asumido como signo de permanencia de una estructura de mentalidad tpicamente medieval la idea de un orden ya dado, desplegado en torno a una escala jerrquica de posiciones de poder, reflejo, en el mundo histrico-social, de un cosmos diferenciado, jerrquico y orientado hacia arriba. 3. La iurisdictio plenissima del emperador La soberana medieval no es una estrella solitaria, a aos-luz de cualquier otro sujeto, sino que es ms bien la culminacin de una jerarqua continua y homognea de poderes diferenciados, el momento ms elevado de un orden ya dado e inmodificable. Es en este marco, repleto de metforas y smbolos religiosos, donde tambin los juristas se sitan cuando construyen su original discurso de la soberana17.
16 De la dispora de la esfera sagrada habla G. Filoramo, Le vie del sacro. Modernit e religione, Einaudi, Torino, 1994, pp. 22-23; G. Filoramo, Che cos la religione. Temi, metodi, problemi, Einaudi, Torino, 2004, pp. 333 ss.; G. Filoramo, La sacralizzazione della politica tra teologia politica e religione civile, en G. Paganini e E. Tortarolo (eds.), Pluralismo e religione civile, Bruno Mondadori, Milano, 2004, p. 202. 17 Cfr. E. Cortese, Il problema della sovranit nel pensiero giuridico medievale, Bulzoni, Roma, 1982; H. Quaritsch, Souvernitt. Entstehung und Entwicklung des Begriffs in Frankreich und Deutschland vom 13. Jahrhundert bis 1806, Duncker & Humblot, Berlin, 1986; E. Cortese, Sovranit (storia), en Enciclopedia del diritto, Giuffr, Milano 1990, vol. XLIII, pp. 205-24; K. Pennington, The Prince and the Law, 1200-1600. Sovereignty and Rights in the Western Legal Tradition, University of California Press, Berkeley-Los Angeles-Oxford, 1993; A. De Benedictis, Politica, governo e istituzioni nellEuropa moderna, il Mulino, Bologna, 2001; R. Kritsch, Soberania: a construo de um conceito, Humanitas FFLCH/USP, So Paulo, 2002; M. Terni, La pianta della sovranit, cit.; D. Quaglioni, Sovranit, cit.
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La soberana se les ofrece, por as decir sobre una bandeja de plata, desde el Corpus Iuris, dada la sobreabundancia de los pasajes dedicados al emperador y su poder absoluto. Se trata sin embargo de una facilidad de aproximacin ms aparente que real. La dificultad nace del salto de civilidad que separa el mundo imperial romano de la sociedad medieval: si Justiniano y sus predecesores disponan de un poder centralizado burocrticamente, los emperadores medievales eran seores feudales en lucha a su vez con el rey, con la Iglesia, con las ciudades y desprovistos de una efectiva capacidad de gobierno de la periferia. Los juristas entonces se encuentran con una situacin singular. Por un lado, estn obligados a dar al Csar lo que es del Csar y a proclamar el absolutismo del poder imperial; y estn obligados a ello no tanto por su presunta miopa exegtica, como un rendido homenaje al texto romano, sino por una eleccin fundamental, de la que depende la legitimacin misma de su saber: la apuesta por considerar el Corpus Iuris no ya slo como un texto autorizado (como se har, por ejemplo, a partir de la segunda mitad del Siglo XIII, con la Poltica de Aristteles), sino como un verdadero texto normativo, tanto como para llamar leges a los fragmentos del Digesto. Porque no obstante el Corpus Iuris puede ser considerado norma vigente, sucede que ste es presentado como la expresin de una soberana no ya separada del presente, sino todava viva y vital. Por otro lado, sin embargo, el jurista est inmerso en la sociedad y en la cultura de su tiempo: se mueve en el juego de intereses enfrentados (a su vez sensibles con respecto a las pretensiones del emperador o del papa, de un regnum o de una civitas), comparte las principales formas simblicas de la cultura a la que pertenece, y es perfectamente consciente del salto que separa la realidad efectiva a la que se enfrenta respecto de los esquemas tericos ofrecidos por el Corpus Iuris. La cuadratura del crculo (el empleo de un texto histrico, culturalmente remoto para representar y reglamentar la sociedad de los siglos XIII y XIV) es realizada por el jurista gracias al empleo de una hermenutica insensible al significado originario del texto y empeada en una lectura desenfrenadamente creadora (en una suerte de deconstruccin avant la lettre) del texto romano. De esta original prctica hermenutica es tambin expresin el discurso de la soberana desarrollado por la civilstica medieval. Es un discurso al que debemos la enunciacin de una idea de soberana de la cual el mismo impulsor (supuestamente) de la soberana moderna Jean Bodin har un tesoro. El soberano ocupa una posicin culminante en una serie de relaciones de poder transitables longitudinalmente recurriendo a una palabra-clave del lxico poltico-jurdico: iurisdictio. Iurisdictio no es slo una palabra familiar
Res publica, 17, 2007, pp. 33-58
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para la cultura medieval, no es slo un trmino tcnico del lxico justinianeo, sino que es tambin capaz de evocar aquellas asociaciones entre realeza y justicia, entre poder y juicio, que son cuerdas sensibles del imaginario medieval18. De iurisdictio es titular el supremo detentor del poder, que puede decirse tal justamente en cuanto se sustrae al juicio, al poder, de cualquier otro: Ille omnia iudicabit, idest omnia dominabitur et non poterit a nemine iudicari []19. El rey es juez, el soberano posee la iurisdictio: una iurisdictio que debe llamarse plenissima ante todo porque es sustrada a cualquier control y juicio superior. La iurisdictio sin embargo no se agota en el poder culminante del emperador, sino que se articula en grados diversos: sta escribe Azzone plenissima est in solo principe20, mientras presenta un radio de poderes menor en las diversas magistraturas. Es en el emperador donde la iurisdictio es plenissima precisamente porque el emperador ocupa el vrtice de la jerarqua. Y plenitud de poder significa, segn las prescripciones del Corpus Iuris, por un lado, sustraccin del soberano a todo poder dominante y, por otro lado, plena potestad para legislar. La soberana como poder perfectamente autnomo, libre de controles y condicionamientos, y la soberana como poder de generar normas vinculantes: parecen los rasgos de una sintaxis eterna de la soberana, declinada segn reglas constantes en el mundo romano como en la sociedad medieval, en la Francia de Bodin como en la Alemania de Jellinek. En realidad, los perfiles ms generales y abstractos de la soberana sus constantes asumen valores diversos dependiendo de los contextos en los que vienen tematizados. El vrtice de los poderes la majestad imperial, su soberana ciertamente es importante para el jurista medieval, que recoge esta creencia del Corpus Iuris y es sensible a la fascinacin (tpicamente medieval) por la realeza. Pero es importante tambin el influjo de aquella forma simblica que sugiere un nexo obligado entre orden y jerarqua: el vrtice no es separable de una cadena de la cual ste es slo el primer eslabn, y su poder es distinto no ya cualitativamente sino slo cuantitativamente de los poderes de otros entes o sujetos. Tambin por ello iurisdictio es uno de los trminos-clave del lxico medieval de la soberana: ya que sta indica plsticamente un poder mesurable, graduable, organizable segn un ms y un menos.
18 Cfr. P. Costa, Iurisdictio. Semantica del potere politico nella pubblicistica medievale (1100-1433), Giuffr, Milano, 2002 (reedicin); J. Vallejo, Ruda equidad, ley consumada. Concepcin de la potestad normativa (1250-1350), Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1992. 19 Aegidius Romanus, De ecclesiastia potestate, edicin de R. Scholz, H. Bhlaus, Nachfolger, Leipzig, 19612, L. I, c. 2, p. 8. 20 Azzone, Summa, Venetiis, 1610, In III. Codicis, De iurisdictione.
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Vienen por tanto confirmadas, en el espejo del discurso jurdico, tanto la imagen de la jerarqua como espina dorsal del orden poltico cuanto el valor relativo y no ya absoluto y exclusivo de la soberana medieval. Interesado en representar more iuridico el orden sociopoltico global, el jurista toma del Corpus Iuris la creencia segn la cual el orden presupone, como smbolo de validez, al emperador, y se estructura a lo largo de una cadena de poderes decrecientes, de iurisdictiones de radio diverso. En efecto, el imperio es un smbolo complejo que a un filsofo poltico como Dante le sugiere la idea de un orden asumido como la forma poltica de la humanidad entera. Ni siquiera el jurista es reacio a atribuir al imperio algunos de los valores cosmopolitas de Dante (para Bartolo el emperador es dominus mundi vere). Sin embargo, lo que para l es esencial es emplear el smbolo del imperio en una direccin especficamente jurdica: fundar la validez de aquellas normas el Corpus Iuris de las cuales depende la posibilidad de representar el orden de las relaciones sociopolticas. El emperador es para el jurista un smbolo de validez, la vlvula de cierre del sistema jurdico. No es tanto la encarnacin de una voluntad omnipotente cuanto el fundamento de validez de un sistema normativo el Corpus Iuris sustrado al pasado lejano de la Roma imperial y colocado en una suerte de eterno presente. Si es cierto por tanto que el Corpus Iuris es, en cuanto a su origen, el fruto de una voluntad legislativa, tambin es verdad que para el jurista medieval ste aparece ms bien como la expresin de una racionalidad capaz de contener en s misma la esencia del origen. El momento voluntarista del orden jurdico se pierde en la noche de los tiempos, mientras deviene dominante, en la representacin actual (y actualizante) da la lex justinianea, el componente de la razn: el derecho romano como ratio scripta, por tanto, como dir Baldo introduciendo una denominacin que gozar de una inmensa fortuna. El emperador es soberano, pero es valorado no tanto como solitario detentor de la plenitud de los poderes, cuanto como smbolo de validez de aquel orden global que reclama la atencin del jurista. Ciertamente, un aspecto tpico de la soberana imperial es la potestad legislativa. La atribucin al emperador de la potestas condendi leges es sin embargo, para el jurista medieval, ms un punto de partida que un punto de llegada. l en suma da por descontado que el emperador puede crear normas jurdicas, mientras su ms difcil y apremiante problema es si los sujetos y entes distintos del emperador pueden de algn modo ser a su vez titulares de una (an ms limitada) potestas statuendi. A travs de las redes de una aparente fidelidad al Corpus Iuris, el jurista pliega el discurso de la soberana a la representacin del orden sociopoltico en su conjunto y a la colocacin de aquella pluralidad de centros de poderes que constituye la caracterstica ms destacada de la Europa medieval.
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Tener clara la superioritas del emperador, atribuirle la iurisdictio plenissima, pero a la vez, explotando el carcter flexible y graduable de la iurisdictio, representar y legitimar las posiciones de poder de entes y sujetos diversos: sta es la tarea a la cual numerosas generaciones de juristas se consagraron (y no se trata de un empeo meramente teortico, dado que, cada vez ms con ms frecuencia, los juristas se vean involucrados en la vida de la ciudad y en su precipitado triunfo sobre la escena econmica y poltica). Las estrategias argumentativas empleadas son mltiples y varan en el tiempo y sin embargo mantienen algunas preocupaciones de fondo, algunos esquemas de referencia reconducibles a la especificidad del saber jurdico. Una va es sugerida directamente por el Corpus Iuris y por las referencias, en ste contenidas, a la estructura burocrtica del imperio, en tanto que las antiguas magistraturas, en las manos de los juristas medievales, ofrecan la oportunidad de aludir a realidades diversas, para tender un puente (por ms que improbable) entre el nombre antiguo y la nueva realidad. Puede ahora ser usado, por ejemplo, el trmino praetor, dado que antiguamente este praecipit, quod tale quid non fiat; si aliquis fecerit contra, ita puniatur; es verdad aadimos que el antiguo praetor y sus estatutos desaparecieron desde haca tiempo, pero en su lugar aparecieron constituta civitatum, et quaterni, qui tota die conficiuntur in communi21: las nuevas instituciones (la ciudad y su iura propria) comparecan fatigosa y oblicuamente, sin subvertir la implantacin jerrquica culminante en el soberano emperador, sino por el contrario explotndolo a su provecho, para emerger como momentos de una jerarqua asumida como la estructura portadora del orden global: tanto que Azzone podr abiertamente declarar que, en su opinin, quilibet magistratus in sua civitate ius novum statuere potest22. Esta iurisdictio, que se desliza a lo largo del eje jerrquico y desciende del vrtice de la pirmide a los grados intermedios, del emperador a los magistrati, permite la atribucin a estos ltimos de una precisa competencia normativa. En efecto, se trata de una legitimacin que oculta la auto-noma de las ciudades (su capacidad de imponerse como nuevos y originales centros de poder) tras el escudo simblico de la validez imperial. No obstante, est ya trazado el rastro que los juristas continuarn recorriendo, empleando creativamente el lxico jurdico del Corpus Iuris.
21 Roffredo Beneventano, Tractatus Ordinis iudiciarii, Lugduni, 1561, P. III, De edicto de albo corrupto. 22 Azzone, Summa, cit., In III. Librum Codicis, De Iurisdictione.
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Aunque iurisdictio es el concepto empleado para poner de relieve una posicin de poder, aparece sin embargo cada vez ms prometedora la va que se abre cuando se la pone en conexin con un concepto difcil de manejar pero de gran alcance: universitas23. A travs de este concepto es posible transformar una pluralidad de sujetos en una unidad: un grupo social deja de ser un agregado casual e informe para devenir un ente identificable y nombrable, un cuerpo. Asistimos, una vez ms, a la sinergia entre el saber jurdico y una de las grandes formas simblicas de la cultura medieval (la metfora corporatista): un grupo social es un cuerpo y precisamente por esto es concebible como un ente unitario, como una universitas. Es justamente a la universitas a la que los juristas atribuyen la iurisdictio. Universitas dat iurisdictionem, escribe Jacobus de Arena24; todo ente, todo grupo social, en cuanto universitas, es titular de un poder y como tal debe poder ser colocado en el orden global. Si todo grupo social est dotado de iurisdictio, con mayor razn deber tenerla el ente poltico principal: la ciudad. A travs del doble nexo entre iurisdictio y universitas y entre universitas y civitas (sin olvidar la relacin entre civitas y populus), la ciudad hace su ingreso en el discurso medieval de la soberana. Valga como ejemplo un elocuente texto bartoliano que, por un lado, presenta como universitas o collegium al populus unius civitatis, y, por otro lado, lo asume como intrnsecamente jurdico25. No por esto, sin embargo, viene menos al caso la idea de un orden jurdico global organizado jerrquicamente (verticalmente), que culmina en el emperador asumido como smbolo de validez del sistema. Es en este horizonte donde deber leerse la famosa distincin entre dos tipos de civitates: ambas superiorem non recognoscentes, pero una de iure y la otra de facto. No estalla empero, en la ptica del jurista medieval, un conflicto de soberana. No hay conflicto en el primer caso, porque de iure significa que la ciudad ha obtenido del superior el reconocimiento de su autonoma; y no lo hay en el segundo caso, porque es slo en la dimensin efectiva, en el ejercicio de facto de su iurisdictio, cuando la ciudad ejerce su autogobierno. En ambos casos no est en cuestin la superioritas imperial; las civitates no desafan la soberana imperial, sino que la asumen.
23 Cfr. P. Michaud-Quantin, Universitas. Expressions du mouvement communautaire dans le moyen-age latin, Vrin, Paris, 1970. Cfr. tambin J. P. Canning, The Corporation in the Political Thought of the Italian Jurists of the Thirteenth and Fourteenth Centuries, en History of Political Thought 1 (1980), pp. 9 ss.; A. Black, Guilds and Civil Society in European Political Thought from the Twelfth Century to the Present, Methuen, London, 1984. 24 Jacobus de Arena, Commentarii in universum ius civile, Lugduni, 1541, ad l. Per iniquum, C. De iurisdictione. 25 Bartolo de Sassoferrato, In secundam Digesti Novi partem, Venetiis, 1585, ad l. Sodales ff. De collegiis et corporibus illicitis.
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El emperador es por tanto la culminacin de un orden global, pero, lejos de concentrar y agotar en s (por as decir, hobbesianamente) el orden, es parte integrante y lo refuerza cerrndolo en el vrtice y colocndose como garante de su unidad, mientras el orden, por su parte, coincide con una complicada geografa de entes y sujetos dotados de poderes ms o menos amplios. Es slo a travs del juego combinado de la jerarqua de las iurisdictiones y de su vrtice soberano como el jurista llega a representar, al mismo tiempo, la unidad del orden y la multiplicidad de los entes y de los sujetos polticos. Surge, as pues, en el singular observatorio del jurista, la civitas; y surge como ente provisto de iurisdictio: dotado de auto-noma, investido del poder de generar normas, de darse aquel ius proprium que constituye una de las seas ms ambiciosas de su libertad. No la civitas, a pesar de su importancia, sino el orden global es el centro del discurso del jurista; comprender jurdicamente la civitas, para el jurista, significa colocarla en el marco del orden global con el fin de fundar la autonoma y medir el grado y las caractersticas. Ya que a la civitas como tal se ha dedicado una atencin exclusiva es preciso retrotraerse a tradiciones diversas de la civilstica: valga como ejemplo la referencia a una tradicin que, en vez de trabajar sobre el Corpus Iuris, asume como texto autorizado, como objeto de afectuosas visitas e interpretaciones, la Poltica de Aristteles26. De Toms de Aquino a Pierre dAuvergne, de Tolomeo da Lucca a Nicole Oresme, a Marsilio de Padua, es la civitas la que va a dominar la escena, la ciudad como la comunidad aristotlicamente perfecta, donde el ser humano encuentra su pleno cumplimiento, mientras desaparece la preocupacin, tpica del jurista, de determinar las coordenadas de una representacin del orden sociopoltico global. En qu modo aparece en esta tradicin, si aparece, el problema de la soberana? Pensemos en el caso, si se quiere extremo, pero precisamente por eso eficaz, de Marsilio de Padua. Podramos estar tentados de aplicar la distincin introducida por Walter Ullmann27 y ver en el Defensor pacis el triunfo de la lgica ascendente, frente a la lgica descendente propia de la civilstica. Creo sin embargo que semejante esquematizacin puede despistar. En mi opinin no nos encontramos ante respuestas diversas para la misma pregunta; son las preguntas (las perspectivas desde las que se investiga, las
26 Cfr. J. Schmidt, A Raven with a Halo. The Translation of Aristotles Politics, en History of Political Thought 7 (1986), pp. 295-319; Ch. Fleler, Rezeption und Interpretation der Aristotelischen Politica im spten Mittelalter, Grner, Amsterdam-Philadelphia 1992, Teil I.; G. Fioravanti, La Politica aristotelica nel Medioevo: linee di una ricezione, en Rivista critica di storia della filosofia 52 (1997), pp. 17-29. 27 Cfr. W. Ullmann, Il pensiero politico del medioevo, Laterza, Roma-Bari, 1984.
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preocupaciones cognoscitivas, el mtodo de trabajo) las que son diferentes en s mismas. El problema de Marsilio es interno a la representacin de la civitas como tal: es preciso entender cmo se disponen sus diversos componentes; es necesario decidir si el fundamento del gobierno ciudadano son los muchos o los pocos; y es con relacin a este dilema como surge la originalidad de la posicin de Marsilio, la cual, contra la opinin comnmente adoptada por los comentaristas de la Poltica de Aristteles (temerosos de la multitudo y de su inclinacin a lo bestial y servil), escoge los muchos, funda el gobierno sobre el consenso de los sbditos y hace coincidir al legislador (la causa eficiente de la ley) con el pueblo28. No debemos minusvalorar la originalidad de Marsilio. Pero no debemos tampoco ver en el populus marsiliano una incomprensible y anacrnica modernidad. El populus marsiliano es concebido (segn una forma simblica tpicamente medieval) no ya como una suma de sujetos abstractamente iguales, sino como una totalidad compuesta, ordenada e intrnsecamente diferenciada; una totalidad donde el pueblo se encarna en la valencior pars (que lo representa, dira Hofmann, identitariamente29); y la valencior pars, a su vez, es el resultado de la combinacin de criterios cuantitativos y cualitativos (considerata quantitate personarum et qualitate30). Lo bajo y lo alto son por tanto para Marsilio momentos internos y complementarios de un populus ordenado en tanto que diferenciado. Para la civilstica, por el contrario, el discurso de la soberana se juega no ya en el interior de una civitas, de un orden asumido como tal, sino en su exterior. Para Marsilio la civitas (su auto-noma, su capacidad, dirn los juristas modernos, de darse un orden) es un dato, y la investigacin se concentra en la forma caracterstica de su organizacin (los pocos o bien los muchos). Para el jurista, en cambio, es precisamente la civitas el problema: no la comunidad poltica como tal, sino la ciudad como un orden particular al lado de otros rdenes. Que la civitas tena el poder de legislar es un dato para Marsilio y un
28 Nos autem dicamus secundum veritatem atque consilium Aristotelis 3 Politice, capitulo 6 [Pol. 1281a, 11] legislatorem seu causam legis effectivam primam et propriam esse populum seu civium universitatem aut eius valenciorem partem [] (Marsilius de Padua, Defensor Pacis, edicin de R. Scholz, Hahsche Buchhandlung, Hannover, 1932, Dictio I, c. 12, 3). Cfr. V. Omaggio, Marsilio da Padova: diritto e politica nel Defensor Pacis, Editoriale scientifica, Napoli, 1995; C. J. Nederman, Community and Consent: The Secular Political Theory of Marsiglio of Paduas Defensor Pacis, Rowman and Littlefield, Boston, 1995; C. Dolcini, Introduzione a Marsilio da Padova, Laterza, Roma-Bari, 1995; J. Coleman, Giustizia e appartenenza politica in Marsilio da Padova, en Filosofia politica XIV, 3 (2000), pp. 441-463. 29 Cfr. H. Hofmann, Reprsentation. Studien zur Wort- und Begriffsgeschichte von der Antike bis ins 19. Jahrhundert, Duncker & Humblot, Berlin, 19902. 30 Marsilius de Padua, Defensor Pacis, cit., Dictio I, c. 12, 3.
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problema para el jurista; y es para responder a este problema para lo cual este ltimo desarrolla un discurso de la soberana construido sobre una jerarqua que culmina en el emperador. No es Marsilio, sino el jurista, quien necesita de un discurso de la soberana que le permita determinar las posiciones de poder de los diversos entes y sujetos. 5. Plenitudo potestatis
SOBERANAS E
iurisdictio plenissima:
EL CONFLICTO DE LAS
Plantear el problema de la soberana es plantear el problema de una relacin entre lo superior y lo inferior: es la lgica inmanente al campo semntico que se desarrolla en torno a superior-supremus para subrayar el carcter relativo de la superioritas y sugerir una diferencia ms cuantitativa que cualitativa entre los diversos poderes. Es en este cuadro donde la civilstica medieval coloca en el vrtice el emperador y dispone los mltiples entes y sujetos a lo largo de una escala decreciente de iurisdictiones, empleando la culminacin de la jerarqua como smbolo de validez y usando as el esquema jerrquico como instrumento de comprensin de los mltiples centros de poder. En el interior de un modelo tal se dan diferencias de valoraciones y de argumentaciones, pero no conflictos radicales y rupturas decisivas. El conflicto estalla ms bien cuando se toma en consideracin un discurso diferente de la soberana: un discurso que tiene que ver con una jerarqua y con un vrtice, pero que identifica la primera con el ordenamiento de la Iglesia y el vrtice con la cabeza de la misma, con el papa. La unidad del modelo sociopoltico deja de ser el resultado fcil e inmediato de la estructuracin jerrquica del orden para devenir un delicadsimo problema, precisamente porque no una sino dos cadenas distintas de iurisdictiones vienen a asentarse sobre el mismo espacio. La dificultad nace del hecho que, en el medioevo cristiano, si bien era central la distincin entre el orden temporal y el espiritual31, a partir del pasaje evanglico (Mt 22, 21) y del principio enunciado por el papa Gelasio el ao 494, en su carta al emperador Anastasio, tambin se vena realizando una complicada sustitucin y un entrelazamiento entre imperio y papado (una doble imitatio32) que organizaba
31 Cfr. el reciente fresco de P. Prodi, Una storia della giustizia. Dal pluralismo dei fori al moderno dualismo tra coscienza e diritto, il Mulino, Bologna, 2000. 32 Sobre la doble imitatio (imperii e sacerdotii) cfr. P. E. Schramm, Sacerdotium und Regnum im Austausch ihrer Vorrechte: imitatio imperii und imitatio sacerdotii. Eine geschichtliche Skizze zur Beleuchtung des Dictatus papae Gregors VII. (1947), ahora en P. E. Schramm, Beitrge zur allgemeinen Geschichte, Vierter Teil, I. Hlfte, Anton Hiersemann, Stuttgart, 1970, pp. 57-106.
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la relacin entre los dos poderes en una relacin inevitablemente competitiva, si no abiertamente conflictual. En consecuencia, en el momento en que, en la cultura poltico-jurdica bajo-medieval, se desarrolla un discurso de la soberana, se abre asimismo, inevitablemente, un conflicto de las soberanas. Y se produce un conflicto porque dos distintos pero (en ciertos aspectos) anlogos discursos de la soberana plantean la misma pregunta, pero dan a sta respuestas diversas. En ambos casos entran en juego, en la representacin del orden, los elementos de la jerarqua y del vrtice: el orden implica una diferenciacin de poderes, su disposicin jerrquica y una culminacin que cierra la cadena de las iurisdictiones y encarna un poder que juzga pero no puede ser juzgado. Es cierto por tanto que, en trminos generales, la civilstica. Y la canonstica comparten un mismo paradigma. Esto no quita sin embargo que existan algunas diferencias significativas en los respectivos discursos de la soberana. La tematizacin de la jerarqua de los poderes y de su vrtice, de hecho, si para el comentador del Corpus Iuris tiene un valor fundamentalmente simblico y retrico, para el canonista posee tambin una inmediata correspondencia institucional, precisamente porque est en curso de desarrollo un importante proceso de construccin del orden jurdico-potestativo de la Iglesia. En consecuencia, el vrtice del ordenamiento eclesistico, lejos de desarrollar la simple funcin de cierre del sistema, ejerca un poder efectivo que se traduca en un esfuerzo creciente de gobierno de la periferia (y, desde este punto de vista, el momento voluntarista adquira inevitablemente una mayor visibilidad y relevancia en el complejo de la experiencia jurdica)33. Se trata de diferencias relevantes, que impiden concebir el desarrollo de los dos discursos de la soberana como el proceder de lneas paralelas. Se mantiene firme sin embargo la adopcin de la misma forma simblica: el nexo entre jerarqua y vrtice, la creencia de que la representacin del poder supremo no es separable del reconocimiento de la relacin que ste mantiene con todos los eslabones de la cadena. El vrtice est por tanto conectado con todos los peldaos de la escalera y es an iurisdictio el concepto al que se recurre para medir la diversa extensin de los respectivos poderes. Sin embargo, en el momento en que se fija el vrtice de la escala, un nuevo concepto es introducido y cada vez ms valorado: plenitudo potestatis34. Cada vez con ms claridad, la plenitudo potestatis
33 Cfr. en general B. Tierney, Origins of Papal Infallibility 1150-1350: A Study on the Concepts of Infallibility, Sovereignty and Tradition in the Middle Ages, Brill, Leiden, 1988. 34 Sobre la plenitudo potestatis del pontfice cfr. P. Costa, Iurisdictio, cit., pp. 262 sgg. Y, recientemente, A. Paravicini Bagliani, Il corpo del Papa, Einaudi, Torino, 1994, pp. 82 ss., e Il trono di Pietro, cit., pp. 169 ss.
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aparece no tanto como un sinnimo de la iurisdictio en su ms alto grado (la iurisdictio plenissima del emperador), cuanto como un poder excedente, irreconducible a la cadena de las iurisdictiones. Como el hijo de Dios supera la naturaleza (non solum praeter, sed et supra et contra humanam naturam conceptus et incarnatus est), as el poder del pontfice posee una plenitud que trasciende los lmites de la normal iurisdictio35: [] Potest dici Papa uti plenitudine officii, quando secundum iura ius reddit, quando vero transcendit iura, tunc utitur plenitudine potestatis36. No debemos subestimar la novedad de esta aproximacin. Ciertamente, la frmula de la plenitudo potestatis es un arma que se usa inmediatamente en el meollo del conflicto poltico (pensemos en Bonifacio VIII y en Felipe el Hermoso), pero tiene tambin un alcance ms general: es el signo de un cambio en el discurso de la soberana. ste, en efecto, a pesar de que contina pasando por la forma simblica de la jerarqua, acenta la relevancia del vrtice, enfatiza el carcter excepcional, lo valora como poder efectivo de gobierno, en vez de comprenderlo como simple instrumento de legitimacin y representacin del orden global37. Se trata de un proceso nada pacfico, dado su carcter fuertemente innovador y su incidencia sobre la representacin global de la Iglesia: la Iglesia como multitudo fidelium, universitas christianorum38; o ms bien una Iglesia que encuentra en el papa, en el vicarius Christi, el momento determinante de su unidad (tanto que un escritor curialista como lvaro Pelayo podr sostener que ubicumque est papa ibi est ecclesia romana []; nam petrus ecclesiam significat [] non Ecclesia Petrum39); o bien incluso, en un perfecto vuelco de las posiciones curialistas, la Iglesia del conciliarismo, la Iglesia como fidelium congregatio, destinada a incluir como un componente propio, y a juzgar si es necesario, al pontfice. El carcter relativo de la soberana comienza indudablemente a ser puesto en cuestin por los tericos de la plenitudo potestatis, propensos a hacer surgir el valor absoluto y exclusivo de la soberana misma. Y sin embargo es todava la imagen del juicio, la asociacin entre una posicin de dominio y
35 Enrico da Susa (Ostiense), In quartam Decretalium Librum Commentaria, Venetiis 1581, ad cap. Per venerabilem, Qui filii sint legitimi. 36 Enrico da Susa (Ostiense), Summa Aurea, Venetiis, 1574, ad v. Quid sit pallium, De authoritate et usu pallii. 37 De ah la tesis del carcter pionero, pre-estatal de la imagen canonstica de la soberana; una tesis ya avanzada por Figgis, despus confirmada a menudo por la historiografa sucesiva y al fin ratificada por el afortunado libro de H. J. Berman, Law and Revolution: The Formation of the Western Legal Tradition, Harvard University Press, Cambridge (Mass.)-London, 1983. 38 Hugues de Saint-Victor, De sacramentis christianae fidei, P. II, c. II (ed. Migne, Patr. Lat, vol. CLXXVI, coll. 416-17). 39 Alvaro Pelagio, De Planctu Ecclesiae, Venetiis, 1560, L.I, c. 31.
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el papel del juez, la que es frecuentemente empleada: quien domina juzga, y quien domina absolutamente evita la posibilidad de ser juzgado a su vez. Es an la imagen del juez supremo la que es empleada en el conflicto de la soberana medieval: un conflicto que difcilmente puede dar lugar a algn tipo de acuerdo entre las respectivas pretensiones. Si es posible atribuir a la superioritas imperial un carcter relativo cuando est en juego la relacin entre el vrtice de la pirmide y los poderes intermedios, en cuanto comienza el enfrentamiento entre la iurisdictio imperial y la potestas pontificia la vocacin absolutista del discurso de la soberana se manifiesta inmediatamente. Para evitar el conflicto de las soberanas no basta refugiarse en la distincin entre las dos esferas, la espiritual y la temporal. Teniendo clara esta distincin, como hacen los dualistas, es posible sostener que la autoridad secular disfruta de su autnomo y legtimo fundamento: hemos resuelto el problema del fundamento, pero no disponemos de ningn criterio para atribuir a uno u otro soberano el poder de decidir en ltima instancia. Y de hecho tambin un dualista como Uguccio, cuando se pregunte si el papa puede o no puede deponer al emperador, responder afirmativamente, porque es en cualquier caso la esfera espiritual la que juzga a la temporal y es por tanto el papa como vicarius Christi, al menos en ltima instancia, el superior. El discurso de la soberana empuja hacia la unidad y sta a su vez no la obtiene sino decidiendo a favor de la superioridad de uno u otro poder. Para impedir que el papa desarrolle la funcin de iudex supremo es necesario entonces no ya simplemente distinguir entre la esfera temporal y la espiritual, sino atacar todo el proceso de construccin de la jerarqua eclesistica y de su culminacin soberana. Es necesario impugnar, con Marsilio o con Ockham, la atribucin de una iurisdictio coactiva a la Iglesia; es necesario en suma despolitizar la Iglesia, cancelar la estructuracin jerrquica-potestativa y resolver el conflicto de las soberanas anulando uno de los trminos de la contienda. Es por tanto en el meollo de un conflicto radical entre posiciones de supremaca incompatibles donde se desarrolla el discurso medieval de la soberana. Un dualismo absoluto e irresuelto es de hecho incompatible con la lgica de un discurso de la soberana que, jugando con la relacin entre la jerarqua y el vrtice, se entrega a la representacin de un orden perfectamente unitario. La paradoja medieval es que existen no uno sino dos discursos de la soberana, y que, al mismo tiempo, cada uno de ellos no puede sino postular la unidad del orden global y en virtud de ello est obligado a atribuir a uno u otro vrtice un valor (al menos en ltima instancia) absoluto. Atendiendo al discurso medieval de la soberana, es preciso por tanto tomar en serio la fractura que lo atraviesa y la duplicidad de planos que lo componen (la soberana imperial y la plenitudo potestatis del papa, y los respectivos rdenes que culminan en ste). Ms bien podremos sostener que
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es justamente el conflicto entre las soberanas el que impulsa la formacin de una imagen absolutista del poder supremo, frente al carcter relativista que prevalece hasta que el discurso no sali de la representacin de la relacin jerrquica entre un superior y un inferior (tambin es necesario tener en cuenta, como signo de contra-tendencia, las primeras teorizaciones de la plenitudo potestatis del pontfice). Al mismo tiempo, sin embargo, el conflicto de las soberanas no cancela la unidad de fondo del discurso medieval de la soberana, sino que en cierta medida lo presupone, impulsando las respectivas imitatio imperii e imitatio sacerdotii; y los mltiples referencias y entrecruzamientos de los dos discursos de la soberana son en realidad posibles en tanto valen para ambos la forma simblica de la jerarqua, la pirmide de los poderes, la exigencia de cerrar hacia arriba la cadena de las iurisdictiones; y vale en particular para ambos la tendencia a acudir, para representar y legitimar los procesos de poder, a un patrimonio de imgenes diversas pero convergentes a la hora de subrayar la asociacin obligada entre sacert y soberana. 6. La soberana medieval entre poder y derecho Existe una imagen medieval de la soberana; en realidad, para ser rigurosos, existen dos, anlogas en determinados aspectos y dispares en otros. Son imgenes que nacen de una comn exigencia de indicar el vrtice de la jerarqua (aquella jerarqua de la cual depende la existencia misma del orden) y precisamente por esto contrastan entre s, mostrando una vocacin a la absolutidad en otras ocasiones menos perceptible. Es preciso detenerse sobre el sentido de la absolutidad que el discurso medieval de la soberana viene haciendo explcito progresivamente. El primer y principal significado est concretado eficazmente en la imagen (compartida por los dos discursos de la soberana) del juez supremo: ste es supremo en tanto que juez que no puede a su vez ser juzgado. Si iurisdictio es poder, la cadena de las iurisdictiones se interrumpe hacia arriba, all donde su titular no est sometido a un poder (a una iurisdictio) superior: no es, por tanto, juzgable. La absolutidad del poder supremo significa por tanto su sustraccin a una instancia superior de juicio: posee as un valor esencialmente negativo. La implicacin positiva del poder supremo puede a lo sumo ser identificada cuando acta de arriba a abajo: el poder supremo, el poder que no puede ser juzgado, se cumple positivamente en el poder de juzgar a todos los dems eslabones de la cadena. Precisamente por ello, el soberano es titular de un poder cuya extensin es la mxima imaginable, dado que ninguna otra iurisdictio posee una extensin comparable a la suya.
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Una vez ms, la soberana medieval coincide con el vrtice de un orden jerrquico y su absolutidad se traduce en la sustraccin del soberano a cualquier instancia superior y corresponde en esencia a la afirmacin de su unicidad. Podramos en otros trminos decir que la superioritas del soberano medieval es relativa cuando se dirige hacia abajo (se diferencia de los grados inferiores de la jerarqua cuantitativamente ms que cualitativamente) y en cambio, cuando se dirige hacia arriba, es absoluta: desatada, desvinculada de los poderes dominantes. Si atendemos no obstante al contenido de la soberana, nada ms lejos de la cultura medieval que la intencin de sustraer el poder supremo a la observancia de reglas y lmites. En efecto, a travs del Corpus Iuris la plenitud de la potestad legislativa es atribuida al emperador y es presentada como una marca esencial de su soberana (una constante en el discurso de la soberana desde el mundo antiguo hasta la edad moderna). Conviene sin embargo insistir sobre la necesidad de situar la constante en los diversos contextos, y por tanto, en nuestro caso, de entenderla como momento del discurso medieval de la soberana: un discurso que toma de los juristas romanos la imagen del emperador conditor legum, pero que recurre bastante ms a menudo al smbolo del rey juez; que usa al emperador-legislador como smbolo de validez del sistema jurdico, pero prefiere concentrarse en el problema de la autonoma de las civitates y de los regna. No obstante, cualquiera que sea la atencin que uno u otro autor dedica al soberano legislador, en todo caso su actividad legislativa no puede ser concebida sino en relacin con el orden que la ley no crea, sino que descubre. Es la idea de un orden ya dado, no construido sino descubierto, inscrito en la naturaleza misma de los hombres y de las cosas, que tiende a privilegiar el momento jurdico del poder y a reforzar la imagen del rey-juez, que proclama un derecho que ya existe. Y que las normas existen antes e independientemente de la situacin soberana, que el orden sociopoltico se sostiene sobre una trama de poderes, de jerarquas, de normas consolidadas, pactadas, consuetudinarias, pero no reconducibles a la precisa voluntad de un poderoso, es una creencia que se sostiene debido a la organizacin efectiva de la sociedad medieval40. La opcin anti-voluntarista, que impregna por s misma no slo las tendencias teolgicas predominantes, sino tambin la cultura jurdica, est a su vez en sintona con los rasgos de una sociedad (relativamente) esttica, rgidamente estratificada, carente de una fuerte autoridad centralizada, y caracterizada por una heterognea pluralidad de centros de poder. Aun cuando se tome en consideracin, como uno de los poderes del princeps, la potestad de crear normas jurdicas, el principal problema parece ser
40 Cfr. F. Kern, Kingship and Law in the Middle Ages, Basil Blackwell, Oxford, 1956.
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la relacin que la ley debe mantener con la aequitas: que no es nicamente la exigencia que el juez debe satisfacer al aplicar la norma al caso; que no surge tan slo en el momento en el que el intrprete se interroga sobre el sentido de una norma escrita; sino que es un conjunto de principios y de valores meta-positivos, que el legislador asume (no puede no asumir) como criterio y contenido de su produccin normativa; y esta ltima, por el contrario, se presenta y se legitima como la actualizacin de la aequitas, como el paso de la aequitas rudis (an no convertida en norma jurdica) a la aequitas constituta41. Cuando el princeps legisla, no activa un inescrutable proceso voluntario, sino que traduce en norma un patrimonio de valores preexistente: publicae ergo utilitatis minister et aequitatis servus est princeps42, escribe John of Salisbury, y a travs de esta accin de formalizacin de la aequitas, l, una vez ms, hace uso de un poder que el jurista ms que evidenciar como tal, presenta como parte de la iurisdictio imperial: aquella iurisdictio plenissima admitida por la lex Hortensia ut ipse solus statuere generalem possit aequitatem []43. La ley, por una parte, debe ser considerada la expresin, ms que de una absorbente y dominante potestad legislativa, de aquella sntesis de poderes que el jurista llama iurisdictio, mientras que, por otra parte, debe ser reconducida a la aequitas, su verdadera matriz: juez y soberano, una vez ms, se remiten recprocamente y entre la sentencia y la lex hay una diferencia de generalidad (la lex es una aequitas generalis), de extensin, ms que de intrnseca conformacin, dado que ambas se inspiran (respectivamente, para un caso particular y para una clase de casos) en un preexistente, justo orden de las cosas. El princeps es el juez supremo: como tal, si por un lado no est sometido al juicio de ningn otro; por otra parte, cuando acta, precisamente en tanto juez, presupone la equidad y el derecho y acta dentro de sus lmites. Toms de Aquino expresa con su habitual claridad un principio ampliamente difundido: [] Princeps dicitur esse solutus a lege quantum ad vim coactivam legis, nullus enim cogitur a se ipso; lex autem non habet vim coactivam nisi ex principis protestate. Sic igitur princeps dicitur esse solutus a lege, quia nullus in ipsum potest iudicium condemnationis ferre si contra legem agat [] Sed quantum ad viam directivam legis, princeps subditur legi propria voluntate []44.
41 Summa Trecensis, Exordium (Ed. H. Fitting, Summa Codicis des Irnerius, Berlin, 1894, pp. 3-4). 42 John of Salisbury, Policraticus, cit., L. IV, c. 2, p. 515a. 43 Azzone, Summa, Venetiis, 1610 In III. Librum Codicis, De iurisdictione. 44 Toms de Aquino, Summa Theologiae, Ed. Paulinae, Roma, 1962, I-II, q. 96, a. 5.
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Un princeps emancipado del juicio, del control, de la coaccin de poderes dominantes (y en este sentido plenamente soberano), pero al mismo tiempo convencido de que debe moverse en el seno de una lex que l (voluntariamente, libremente) asume como gua de su actividad de gobierno. Toms de Aquino formula una ntida solucin a un problema central en el discurso de la soberana: la tensin, si no la contradiccin, entre el poder y el derecho, entre la instancia de una soberana que no reconoce lmites y la exigencia de que su accin sea en cierto modo regulada, limitada, previsible. El mismo texto justinianeo ofreca a sus comentadores medievales apoyos para presionar una u otra tecla. Si de hecho la lex digna vox (C. 1. 14. 4) haca depender la auctoritas del princeps de auctoritate iuris, la lex regia, que habla de una translatio de todo el poder al pueblo (Dig. 1, 4, 1), y el principio quod principi placet, legis habet vigorem45 parecen inclinar la balanza a favor de la voluntad legislativa del emperador. En efecto, ni siquiera el discurso medieval de la soberana elimina de raz la tensin entre el poder y el derecho, entre la voluntad creadora del princeps y la preexistencia del orden jurdico. Creo sin embargo que uno de sus rasgos caractersticos es el desarrollo de una retrica que une estrechamente la legitimacin de la soberana a su capacidad judicial de dicere ius, de confirmar un orden antecedente y superior a cualquier acto de voluntad. Es una prueba indirecta pero elocuente la representacin medieval del tirano46. El tirano es el doble perverso, patolgico, del princeps. De John of Salisbury a Toms de Aquino, a Ockham, hasta el planteamiento rigurosamente jurdico de Bartolo, la irregularidad del tirano (sobre todo por lo que respecta a lo que Toms de Aquino llama el usus praelatonis) coincide con el predominio de la voluntad caprichosa y privada del soberano por encima del respeto de un orden ya dado e inderogable. Para John of Salisbury es tirano quien violenta dominatione populum premit, frente al prncipe que gobierna legibus47; para Ockham el tirano dicitur principari et regnare secundum voluntatem suma et non secundum legem48; mientras Toms de
45 Cfr. E. Cortese, Il problema della sovranit, cit., cap. III y E. H. Kantorowicz, The Kings two Bodies, cit., cap. IV. 46 Cfr. J. Sprl, La teoria del tirannicidio nel Medioevo, en Humanitas VIII (1953), pp. 1009-1019; K. L. Forhan, Salisburian Stakes: The Uses of Tyranny in John of Salisbury Policraticus, en History of Political Thought 11 (1990), pp. 397-407 y en particular Cl. Fiocchi, S. Simonetta, Il Principatus despoticus nellaristotelismo bassomedievale, en D. Felice (ed.), Dispotismo. Genesi e sviluppi di un concetto filosofico-politico, Liguori, Napoli, 2001, vol. I, pp. 71-94. 47 John of Salisbury, Policraticus, cit., L. VIII, c. 17. 48 Guillermo de Ockham, Dialogus de protestate papae et imperatoris, P. III, L. II, c. VI (ed. M. Goldast, Monarchia S. Romani Imperii, Francofordiae, 1614, vol. II).
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Aquino, adems de contraponer el poder privado del tirano al bien comn perseguido por el buen gobernante, se extiende en una casustica ms precisa, hasta hipotetizar un caso de ejercicio tirnico del poder, all donde los gobernantes cogunt ad hoc quod ordo praelationis non se extendit; ut si dominus exigat tributa quae servus non tenetur dare, vel aliquid hujusmodi; et tunc subditus non tenetur obbedire49. En todo caso, la ley es funcin del orden y no ya expresin de la omnipotencia de la voluntad. La cultura medieval no ignora la tensin entre el derecho y el poder ni excluye la hiptesis de un poder que quebranta todos los lmites y se identifica con la voluntad irrefrenable de su detentor. Esta hiptesis, sin embargo, es imaginable slo como una perversin provisoria (que induce al filsofo de Salisbury a ver en el tirano una Luciferianae pravitatis imago50). El poder no puede estar desnudo, no puede ser infundado, privado del sostn de un orden intangible y ya dado. La legitimidad del poder es un momento del orden diferenciado y jerrquico, y el poder soberano es simplemente, en la larga cadena de iurisdictiones, el momento culminante. Situado en el vrtice del orden, el soberano en cualquier caso pertenece a ste y no puede actuar sino en el seno de este estado de cosas predeterminado. En efecto, ya en el interior del discurso medieval de la soberana es posible descubrir esfuerzos, si no para fracturar, al menos s para complicar la relacin entre el soberano y el orden global, acentuando la relevancia y la independencia del primero y aumentando la distancia de ste respecto al segundo. En mi opinin, sin embargo, no se puede dar por enteramente agotada la imagen medieval de la soberana ms que cuando un salto radical de paradigma introduzca una nueva visin del orden. Slo cuando el orden deje de estar inscrito en la naturaleza de las cosas para llegar a ser una invencin y un artificio y esto se realizar plenamente con el iusnaturalismo hobbesiano, slo entonces la soberana podr desplegarse en su ilimitado poder, precisamente porque en este punto, lejos de presuponer un orden externo a ella, reconducir el orden hacia s, coincidir con el orden, y marcar una distancia cualitativa, absoluta, respecto de aquellos sujetos que la inventaron para salvarse de su igual, recproca destructividad. Traduccin de Vctor Cases
49 Toms de Aquino, II Sent., d. 44, q. 2, a. 2 (Commentum in Quatuor Libros Sententiarum Magistri Petri Lombardi, Parmae, 1856-58, t. VI-VIII). 50 John of Salisbury, Policraticus, cit., L. VIII, c. 17.