Via Crucis Vaticano
Via Crucis Vaticano
Via Crucis Vaticano
FRANCISCO
Viernes santo
Plaza San Pedro, 10 de Abril de 2020
VÍA CRUCIS
Presidida por S. Santidad Papa
FRANCISCO
Viernes santo
Plaza San Pedro, 10 de Abril de 2020
En portada:
Andrea da Firenze, Crocifissione con Maria, San Giovanni
Evangelista e un frate domenicano, (1370 - 1377),
tempera e oro su tavola
© Governatorato S.C.V. – Direzione dei Musei Vaticani
5
da. Con la certeza de que «incluso cuando contamos el mal
podemos aprender a dejar espacio a la redención, podemos
reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y hacer-
le sitio» (Mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de las
Comunicaciones Sociales 2020).
De este modo, el Vía Crucis se convierte en un Vía Lucis.
Los textos, recogidos por el capellán D. Marco Pozza
y la voluntaria Tatiana Mario, fueron escritos en primera
persona, pero se ha optado por no poner el nombre. Quien
participó en esta meditación quiso prestar su voz a todos
los que comparten la misma condición en el mundo. En esta
tarde, en el silencio de las prisiones, la voz de uno desea
convertirse en la voz de todos.
6
Oremos
Amén.
7
I estación
Jesús es condenado a muerte1
1
Meditación de una persona condenada a cadena perpetua.
8
nueve años en la cárcel, aún no he perdido la capacidad de
llorar, de avergonzarme de mi historia pasada, del mal come-
tido. Me siento Barrabás, Pedro y Judas en una única persona.
Me da asco el pasado, aun sabiendo que es mi propia historia.
Viví años sometido al régimen de aislamiento previsto por el
artículo 41-bis (de la Ley del sistema penitenciario italiano) y
mi padre murió bajo esas mismas condiciones. Muchas veces,
de noche, lo oía llorar en la celda. Lo hacía a escondidas, pero
yo me daba cuenta. Ambos estábamos en una oscuridad
profunda. Pero en esa no-vida, siempre busqué algo que fue-
ra vida. Es extraño decirlo, pero la cárcel fue mi salvación. No
me enfado si soy todavía Barrabás para alguien. Percibo en
el corazón, que ese Hombre inocente, condenado como yo,
vino a buscarme a la cárcel para educarme a la vida.
Oremos
Oh Dios, que amas la vida, siempre nos das una nueva
oportunidad a través de la reconciliación para que gustemos tu
misericordia infinita, te suplicamos que infundas en nosotros el
don de la sabiduría, para que consideremos a cada hombre y a cada
mujer como templo de tu Espíritu, y respetemos su dignidad in-
violable. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
9
II estación
Jesús con la cruz a cuestas2
2
Meditación de dos padres cuya hija fue asesinada.
10
Es difícil decirlo, pero en el momento en que parece
que la desesperación toma el control, el Señor nos sale al
encuentro de diferentes maneras, dándonos la gracia de
amarnos como esposos, sosteniéndonos el uno al otro, a
pesar de las dificultades. Él nos invita a tener abierta la
puerta de nuestra casa al más débil, al desesperado, aco-
giendo a quien llama aunque sólo sea por un plato de sopa.
Haber hecho de la caridad nuestro mandamiento es para
nosotros una forma de salvación, no queremos rendirnos
ante el mal. En efecto, el amor de Dios es capaz de regenerar
la vida porque, antes que nosotros, su Hijo Jesús experi-
mentó el dolor humano para poder sentir ante el mismo la
justa compasión.
Oremos
Oh Dios, justicia y redención nuestra, que nos diste a tu
único Hijo glorificándolo en el trono de la Cruz, infunde tu espe-
ranza en nuestros corazones para reconocerte presente en los
momentos oscuros de nuestra vida. Consuélanos en toda aflicción
y sostennos en las pruebas, mientras esperamos tu Reino. Por
Cristo nuestro Señor. Amén.
11
III estación
Jesús cae por primera vez3
Fue la primera vez que caí, pero esa caída fue para mí
la muerte: le quité la vida a una persona. Un día fue sufi-
ciente para pasar de una vida irreprochable a cumplir un
gesto que encierra la violación de todos los mandamientos.
Me siento la versión moderna del ladrón que implora a
Cristo: «¡Acuérdate de mí!». Más que arrepentido, lo imagino
como uno que es consciente de estar en el camino equivo-
cado. De mi infancia, recuerdo el ambiente frío y hostil en
el que crecí. Bastaba descubrir una fragilidad en el otro para
traducirla en una forma de diversión. Buscaba amigos sin-
ceros, buscaba ser aceptado tal como era, sin poder lograr-
lo. Sufría por la felicidad de los demás, sentía que todo eran
obstáculos, me pedían sólo sacrificios y reglas que respetar.
Me sentí un extraño para todos y busqué, a cualquier pre-
cio, mi venganza.
No me di cuenta que el mal, lentamente, crecía dentro
de mí. Hasta que una tarde, sobrevino mi hora de las tinie-
blas: en un momento, como una avalancha, se desencade-
naron dentro de mí los recuerdos de todas las injusticias
3
Meditación de una persona detenida.
12
sufridas en la vida. La rabia asesinó a la amabilidad, come-
tí un mal inmensamente mayor a todos los que había reci-
bido. Después, en la cárcel, el insulto de los demás se con-
virtió en desprecio hacia mí mismo. Bastaba poco para
acabar con todo, estaba al límite. También conduje a mi
familia al precipicio, por mi causa perdieron su apellido, el
honor, se convirtieron solamente en la familia del asesino.
No busco excusas ni rebajas, expiaré mi pena hasta el últi-
mo día porque en la cárcel he encontrado gente que me ha
devuelto la confianza que perdí.
Mi primera caída fue pensar que en el mundo no exis-
tiese la bondad. La segunda, el homicidio, fue casi una
consecuencia; ya estaba muerto por dentro.
Oremos
Oh Dios, que levantaste al hombre de su caída, te suplica-
mos: ven en ayuda de nuestra debilidad y concédenos ojos capaces
de contemplar los signos de tu amor que están diseminados en
nuestra vida cotidiana. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
13
IV estación
Jesús encuentra a su madre4
4
Meditación de la madre de una persona detenida.
14
Cargué con las culpas de mi hijo, también pedí perdón
por mis responsabilidades. Imploro para mí la misericordia
que sólo una madre puede experimentar, para que mi hijo
pueda volver a vivir después de haber expiado su pena.
Rezo continuamente por él para que, día tras día, pueda
convertirse en un hombre distinto, capaz de amarse nueva-
mente a sí mismo y a los demás.
Oremos
Oh María, madre de Dios y de la Iglesia, fiel discípula de tu
Hijo, nos dirigimos a ti para confiar a tu mirada amorosa y al
cuidado de tu corazón maternal el grito de la humanidad que gime
y sufre, mientras espera el día en que se enjugarán todas las lágri-
mas de nuestros rostros. Amén.
15
V estación
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz5
5
Meditación de una persona detenida.
16
había vivido durante años en un banco, sin afectos ni in-
gresos. Su única riqueza era una caja de dulces. Él, aun
cuando era goloso, insistió que la llevase a mi mujer la
primera vez que vino a verme. Ella comenzó a llorar por
ese gesto tan inesperado como afectuoso.
Estoy envejeciendo en la cárcel. Sueño con volver a
confiar en el hombre algún día, con convertirme en un ci-
rineo de la alegría para alguien.
Oremos
Oh Dios, defensor de los pobres y consuelo de los afligidos,
protégenos con tu presencia y ayúdanos a llevar cada día el dulce
yugo de tu mandamiento del amor. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
17
VI estación
La Verónica enjuga el rostro de Jesús6
Oigo en mi corazón:
«Buscad mi rostro».
Tu rostro buscaré, Señor.
No me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que Tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones,
Dios de mi salvación (Sal 27,8-9).
6
Meditación de una catequista de la parroquia.
18
de los prejuicios. Exactamente como Cristo mira nuestras
fragilidades y nuestros límites, con ojos llenos de amor. A
cada uno, también a las personas que están recluidas, se nos
ofrece cada día la posibilidad de convertirnos en personas
nuevas, gracias a esa mirada que no juzga, sino que infun-
de vida y esperanza.
Y, de ese modo, las lágrimas derramadas pueden
transformarse en el germen de una belleza que era incluso
difícil imaginar.
Oremos
Oh Dios, luz verdadera y fuente de la luz, que en la debilidad
revelas la omnipotencia y la radicalidad del amor, imprime tu
rostro en nuestros corazones, para que sepamos reconocerte en los
padecimientos de la humanidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
19
VII estación
Jesús cae por segunda vez7
7
Meditación de una persona detenida.
20
celda. Sólo ahora soy capaz de admitirlo; en aquellos años
no sabía lo que hacía. Ahora que lo sé, con la ayuda de Dios
estoy intentando reconstruir mi vida. Lo debo a mis padres,
que años atrás subastaron nuestras cosas más queridas
porque no querían que estuviese en la calle. Lo debo sobre
todo a mí mismo, pues la idea de que el mal siga controlan-
do mi vida es insoportable. Esto se ha convertido en mi vía
crucis.
Señor Jesús, estás otra vez caído por tierra, fatigado por mi
apego al mal, por mi miedo a no lograr ser una persona mejor. Con
fe nos dirigimos a tu Padre y le pedimos por todos los que todavía
no han podido huir del poder de Satanás, del atractivo de sus obras
y de sus mil formas de seducción.
Oremos
Oh Dios, que no nos abandonas en las tinieblas y en las
sombras de la muerte, sostiene nuestra debilidad, líbranos de las
cadenas del mal y protégenos con el escudo de tu poder, para que
podamos cantar eternamente tu misericordia. Por Cristo nuestro
Señor. Amén.
21
VIII estación
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén8
8
Meditación de la hija de un hombre condenado a cadena perpetua.
22
la familia se derrumbó. Quedé yo, con mi salario escaso,
para sostener el peso de esta historia hecha trizas. La vida
me obligó a convertirme en mujer sin dejarme tiempo para
ser niña. En nuestra casa, todo es un vía crucis: papá es uno
de esos condenados a cadena perpetua. El día que me casé,
soñaba con tenerlo a mi lado. También él pensó en mí en
ese momento, a cientos de kilómetros de distancia. “¡Es la
vida!”, me repito para darme ánimo. Es verdad, hay padres
que, por amor, aprenden a esperar que los hijos maduren.
Yo, por amor, tengo que esperar el regreso de papá.
Para gente como nosotros la esperanza es una obliga-
ción.
Oremos
Oh Dios, Padre de toda bondad, que no abandonas a tus
hijos en las pruebas de la vida, concédenos la gracia de poder
descansar en tu amor y de gozar siempre del consuelo de tu pre-
sencia. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
23
IX estación
Jesús cae por tercera vez9
9
Meditación de una persona detenida.
24
quien, cuando estaba caído, me llevó la misericordia de
Dios. En la cárcel, la verdadera desesperación es sentir que
ya nada de tu vida tiene sentido. Es la cumbre del sufri-
miento, te sientes el más solo de todos los solitarios del
mundo. Es verdad que me rompí en mil pedazos, pero lo
más hermoso es que esos pedazos todavía se pueden re-
componer. No es fácil, pero es lo único que aquí dentro
todavía tiene un sentido.
Señor Jesús, por tercera vez caes por tierra y, cuando todos
piensan que es el final, una vez más te levantas. Con confianza
nos ponemos en las manos de tu Padre y le encomendamos a
quienes se sienten atrapados en los abismos de los propios errores,
para que tengan la fuerza de levantarse y la valentía de dejarse
ayudar.
Oremos
Oh Dios, fortaleza de quien en Ti espera, que concedes vivir
en paz a quien sigue tus enseñanzas, sostiene nuestros pasos te-
merosos, levántanos de las caídas de nuestra infidelidad y derrama
sobre nuestras heridas el aceite del consuelo y el vino de la espe-
ranza. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
25
X estación
Jesús es despojado de sus vestiduras10
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el bien. Pero, aun amando este trabajo, en ocasiones me
cuesta encontrar la fuerza para llevarlo adelante.
Necesitamos sentirnos acompañados en este servicio
tan delicado, para poder sostener las numerosas vidas que
se nos confían y que cada día corren el riesgo de naufragar.
Oremos
Oh Dios, que nos haces libres con tu verdad, despójanos del
hombre viejo que pone resistencia en nuestro interior y revístenos
con tu luz, para ser en el mundo el reflejo de tu gloria. Por Cristo
nuestro Señor. Amén.
27
XI estación
Jesús es clavado en la cruz11
28
su inocencia sin ser culpable. Estuve colgado en la cruz
durante diez años, fue mi vía crucis, lleno de legajos, sospe-
chas, acusaciones, injurias. Cada vez que iba a los tribuna-
les buscaba el Crucifijo allí colgado; lo miraba fijamente
mientras la ley investigaba mi historia.
La vergüenza me llevó por un instante a la idea de
pensar que era mejor acabar con todo. Pero luego decidí se-
guir siendo el sacerdote que siempre había sido. Nunca pen-
sé en aligerar la cruz, ni siquiera cuando la ley me lo conce-
día. Elegí someterme al juicio ordinario; lo debía a mí mismo,
a los jóvenes que eduqué durante los años de Seminario, a
sus familias. Mientras subía mi calvario, los encontré a todos
a lo largo del camino; se convirtieron en mis cirineos, sopor-
taron conmigo el peso de la cruz, me enjugaron muchas lá-
grimas. Junto a mí, muchos de ellos rezaron por el joven que
me acusó; nunca dejaremos de hacerlo. El día que fui absuel-
to de todos los cargos, descubrí que era más feliz que diez
años atrás; pude tocar con mi mano la acción de Dios en mi
vida. Colgado en la cruz, mi sacerdocio se iluminó.
Oremos
Oh Dios, fuente de misericordia y de perdón, que te revelas
en los sufrimientos de la humanidad, ilumínanos con la gracia que
brota de las llagas del Crucificado y concédenos perseverar en la
fe durante la noche oscura de la prueba. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
29
XII estación
Jesús muere en la cruz12
12
Meditación de un juez de vigilancia penitenciaria.
30
ocasión para mirarse desde otra perspectiva. Pero para
hacer esto, sin embargo, es necesario aprender a reconocer
a la persona que está escondida detrás de la culpa cometida.
Así, en ocasiones se logra entrever un horizonte que puede
infundir esperanza a las personas condenadas y, una vez
expiada la pena, devolverlas a la sociedad, invitando a los
hombres a volver a acogerlas después de haberlas, quizás,
por un tiempo rechazado.
Porque todos, aun siendo condenados, somos hijos de
la misma humanidad.
Oremos
Oh Dios, rey de justicia y de paz, que en el grito de tu Hijo
acogiste el grito de toda la humanidad, enséñanos a no identificar
a la persona con el mal que cometió y ayúdanos a percibir en cada
uno la llama viva de tu Espíritu. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
31
XIII estación
Jesús es bajado de la cruz13
32
Pasando de una a otra celda veo la muerte que habita
en su interior. La cárcel sigue sepultando a hombres vivos;
son historias que ya nadie quiere. A mí, Cristo me repite
una y otra vez: “Continúa, no te detengas. Sigue cargándo-
los en tus brazos”. No puedo dejar de escucharlo; Él está
siempre, aun en el interior del peor de los hombres, por más
manchado que esté su recuerdo. Sólo debo frenar mi frene-
sí, detenerme en silencio delante de esos rostros devastados
por el mal y escucharlos con misericordia. Es la única ma-
nera que conozco para acoger al hombre, quitando de mi
mirada el error que cometió. Solamente así podrá confiar y
encontrar la fuerza para rendirse ante el Bien, imaginándo-
se distinto de como se ve ahora.
Oremos
Oh Dios, principio y fin de todo lo creado, que en la Pascua
de Cristo redimiste a toda la humanidad, danos la sabiduría de la
Cruz para poder abandonarnos a tu voluntad, aceptándola con
ánimo alegre y agradecido. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
33
XIV estación
Jesús es puesto en el sepulcro14
34
permanente vistiendo el uniforme, que llevo con orgullo.
Conozco el sufrimiento y la desesperación; los experimen-
té siendo niño. Mi pequeño deseo es ser punto de referencia
para quienes encuentro detrás de las rejas. Hago todo lo que
puedo por defender la esperanza de aquellas personas que
se encierran en sí mismas, que sienten temor ante la idea de
salir un día y correr el riesgo de ser rechazadas una vez más
por la sociedad.
En la cárcel les recuerdo que, con Dios, ningún pecado
tendrá jamás la última palabra.
Señor Jesús, una vez más te entregan a las manos del hom-
bre, pero esta vez te acogen las manos amables de José de Arimatea
y de algunas mujeres piadosas venidas de Galilea, que saben que
tu cuerpo es precioso. Estas manos representan las manos de todas
las personas que nunca se cansan de servirte y que hacen visible
el amor del que el hombre es capaz. Este amor es el que justamen-
te nos hace esperar en que un mundo mejor es posible; sólo basta
que el hombre esté dispuesto a dejarse alcanzar por la gracia que
viene de Ti. En la oración confiamos a tu Padre, de modo particu-
lar, a todos los agentes de la policía penitenciaria y a cuantos, de
una u otra manera, colaboran en las cárceles.
Oremos
Oh Dios, eterna luz y día sin ocaso, colma de tus bienes a
los que se dedican a tu alabanza y al servicio del que sufre, en los
innumerables lugares de sufrimiento de la humanidad. Por Cristo
nuestro Señor. Amén.
35
Índice
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
I estación
Jesús es condenado a muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8
II estación
Jesús con la cruz a cuestas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
III estación
Jesús cae por primera vez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
IV estación
Jesús encuentra a su madre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
V estación
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz . . . . . . . . . . . 16
VI estación
La Verónica enjuga el rostro de Jesús . . . . . . . . . . . . . 18
VII estación
Jesús cae por segunda vez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20
VIII estación
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén . . . . . . . . . 22
IX estación
Jesús cae por tercera vez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
36
X estación
Jesús es despojado de sus vestiduras . . . . . . . . . . . . . . 26
XI estación
Jesús es clavado en la cruz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
XII estación
Jesús muere en la cruz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30
XIII estación
Jesús es bajado de la cruz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32
XIV estación
Jesús es puesto en el sepulcro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
XIV estación
Jesús es puesto en el sepulcro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36
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ISBN 978-88-266-0427-5
free
9 788826 604275