Mitos de La Posmodernidad
Mitos de La Posmodernidad
Mitos de La Posmodernidad
1. Resumen
2. Temporalidad y duración
3. Zonceras del nuevo orden
4. Mitos de la sociedad de consumo
5. Tecnomitos
6. Fuentes
Resumen.
La era posmoderna, pese a asistir a la decadencia de las certezas y cuestionar los
sistemas de creencias de la modernidad –razón, progreso, revolución-, se ha
convertido en una etapa pródiga en la generación de mitos. Reciclados o
reinventados, aunque lejos de desempeñar el papel central que tenían en las
sociedades tradicionales, y despoja- dos de su halo sagrado, los mitos
posmodernos aparecen como verdades verosímiles y absolutas, fruto de la
supremacía de los medios de comunicación. En la posmodernidad, los mitos
aparecen como ideas articula- das en forma de verdades absolutas e
incuestionables. Si en las sociedades primitivas eran modelos ejemplares y
universales acerca de historias sagradas cuyos actos eran imitados por los
hombres, con la modernidad los mitos han extinguido esa aureola sagrada, aunque
no ha desaparecido, pues su esencia es conservada dentro del inconsciente
colectivo de la humanidad. Más aún, la era posmoderna, caracterizada por un furor
desmitificante, es paradójicamente pródiga en mitos: pese a la caída de los
grandes relatos y utopías, se renuevan los mitos de la temporalidad –la eterna
juventud, el eterno retorno, el mito de la aceleración en pos de vencer al tiempo- y
aparecen nuevos metarrelatos asociados a la cultura tecnológica: el del hombre
y su rechazo del cuerpo en pos de habitar el espacio virtual, el de la
metamorfosis maquínica en la búsqueda de la in- mortalidad, el del hombre como
herramienta de la tecnología. Los mitos posmodernos de la globalización, del fin de
las ideologías, del progreso in- definido de la sociedad de la información y de la
libertad en un mundo de control social aparecen, en fin, como metarrelatos que
sustentan al pensamiento hegemónico, único, imperan- te en el nuevo orden
mundial.
TEMPORALIDAD Y DURACIÓN.
El hombre de las sociedades arcaicas, al imitar los actos ejemplares de sus dioses
o héroes, o simplemente refiriendo sus aventuras, alcanzaba mágicamente el Gran
Tiempo –el tiempo sagrado- desligándose del tiempo profano. El hombre moderno
también se ha esforzado por salir de su historia y vivir un ritmo temporal diferente.
Para Mircea Eliade (1961), el espectáculo y la lectura constituyen las dos vías de
evasión del tiempo elegidas en la modernidad: “la lectura obtiene, más aún que el
espectáculo, una ruptura de la duración y, a la vez, una salida del tiempo (...)
que le han permitido al hombre la ilusión de un dominio del tiempo en el que
tenemos el derecho de sospechar un secreto deseo de sus- tracción al devenir
implacable que lleva a la muerte”. Vale decir, en las sociedades tradicionales, el
trabajo, la guerra, los oficios, el amor, se desenvolvían en un tiempo sagrado,
porque reproducían modelos míticos. Al volver a vivir lo que los dioses habían
vivido en el Tiempo primordial, esas existencias eran ricas en significado.
Pero con la desacralización del traba- jo en la modernidad, el hombre se siente
prisionero de su oficio, por cuanto no puede ya escapar al Tiempo. “Es por eso
que se esfuerza por salir del Tiempo en sus horas libres, de donde el número
vertiginoso de distracciones inventadas por las civilizaciones modernas
(Eliade, Mir- cea.1961)
Los medios masivos y la industria cultural han contribuido a delinear los rasgos
míticos de ciertos personajes –reales o ficticios- devenidos en modelos
ejemplares y que encarnan los deseos y los sueños de toda una sociedad. Según
Mircea Eliade, “el hombre sufre la influencia de toda una mitología difusa, que le
propone numerosos modelos para imitar.
Los héroes, imaginarios o no, juegan un papel importante en la formación de los
adolescentes (...): personajes de novelas de aventuras, héroes de guerra,
glorias del cine, etc.- Esta mitología no hace más que enriquecerse con la edad: se
descubren alternativamente modelos ejemplares lanzados por modas sucesivas
y vemos cómo se esfuerzan en imitarlas”. Detrás de esta mitología difusa
subyacen los arquetipos, representados en “las nuevas versiones de Don Juan,
del Héroe, del Amoroso desdichado, de Cínico o del Nihilista, del Poeta
melancólico (...): todos estos modelos prolongan una mitología y su actualidad
denuncia un comportamiento mitológico” (Eliade Mircea.1961).
Los dos grandes mitos políticos que la Argentina le legó al siglo XX, Evita y el Che
Guevara –ambos encarnaron el ideal de justicia social en un continente que
conoce la opresión y la desidia del poder hegemónico y de sus clases dirigentes-
ya no son en la posmodernidad lo que fueron en la realidad histórica. Se han
convertido en “bienes de consumo, casi de degustación: el afiche con la cara del
Che fue un bien de consumo que colgaba de las habitaciones de todos los
progresistas del mundo. Eva Perón es una imagen romántica asociada al tango.
El teatro, el cine, la televisión, los medios, son monstruos que necesitan
alimentarse constantemente de imágenes” (Vincent, Manuel.1997). Hollywood,
a su vez, ha contribuido a otorgarle al mito de Evita una proyección internacional al
tiempo que, paralelamente, el personaje real ha perdido todo su sentido original.
En tanto, los productos audiovisuales de la sociedad de la información tienen el
sello posmoderno: se trata de productos difusos, eclécticos e intangibles “que
poco o nada tienen que ver con los tiempos duros del Quiz Show de Robert
Redford. Estos relatos fluidos, vaporosos, profundamente asépticos y bañados
con el tamiz de la estética publicitaria, se alejan de los paradigmas narrativos
clásicos que se agrupaban alrededor de las dicotomías bien-mal, amor-odio,
legalidad-injusticia o héroes-villanos, para adentrarse en una geografía convulsa
en la que nada es lo que parece y en la que cualquier evento puede suceder
porque todo es válido”(Gonzalez Zorrilla, Raúl). En la sociedad de consumo, los
productos y las mercancías obedecen a la lógica de la velocidad de circulación, por
lo que sus tiempos son breves y volátiles. Es probable, por tanto, que los mitos y
personajes míticos contemporáneos tengan una vida efímera: los vertiginosos
cambios sociales producen rápidamente sedimentos de la intensa vida cultural del
hombre, y nuevos modelos ejemplares sobrevendrán a instalarse en el imaginario
social. En tanto representen arquetipos míticos, esos modelos conformarán la
estructura en la que el hombre canalizará sus sueños colectivos, ya que “el mito
es un significante incompleto que los consumidores se encargan de llenar de
sentido”(Lewin, Hugo.2000).
TECNOMITOS
La sociedad contemporánea ha ido creando y recreando -a la par del soberbio
desarrollo tecnológico- sus propios relatos y narraciones míticas, disfrazadas con
los ropajes de las nuevas alegorías de la cultura tecnológica. La obsesión del
cuerpo por convertirse en máquina aparece como tópico central en la cultura
contemporánea: del doctor Frankenstein a toda una nueva estirpe de
monstruos, como Terminator y Robocop, surge “el deseo de deshacerse de la
carne y habitar el espacio inmaterial de las comunicaciones digitales. El anhelo
de escapar a la prisión orgánica tiene su origen en el gnosticismo del siglo II
DC, que consideraba al cuerpo como un cadáver provisto de sentidos, así como
en la tradición puritana del cristianismo victoriano. A estos antiguos miedos se ha
sumado un renovado temor al cuerpo y la sexualidad, propio de la era del
sida”(Yehya, Naief.1997). Jaron Lanier, en su optimismo tecnológico, afirmaba su
deseo de “trascender los límites injustos del mundo físico, frustrantes y contrarios a
la infinitud de la imaginación” y de “convertirse en máquina para no tener que
morir”: el eterno tópico de la inmortalidad y la eternidad en su versión
contemporánea cibernética. El cuerpo maquínico es sin dudas uno de los
tecnomitos de la cultura contemporánea, pues conjuga el deseo de eternidad, el
de perfección (deseo narcisista y, a la vez, escópico) con la noción de carácter
erótico, vale decir, el cuerpo inmortal convertido en máquina de placer.
Hiperhedonismo producto del sex appeal de la tecnología pero también, sin dudas,
de la convalidación del placer a causa del derrumbe de las grandes doctrinas
religiosas y sus obligaciones hacia Dios.
Otro de los tecnomitos recurrentes parece ser aquel del hombre convertido en
herramienta de la tecnología. Un cuento de William Gibson, “Johnny
Mnemonic”, retrata la historia de un traficante de información, un depósito
viviente de datos: no sólo vive en una sociedad hipertecnológica, sino que él
mismo es un ser tecnológico. El protagonista es una enorme metáfora del ser
humano actual: “Yo llevaba cientos de megabytes guardados en la cabeza, en una
base informática del tipo idiota/sabio, a la que no tenía acceso consciente”.
Johnny está en la cresta de la ola, maneja la mercancía más preciada: datos, pero
al igual que el hombre actual, no tiene acceso a ellos. El caudal de información es
tal que escapa a las posibilidades del hombre: “Temas gigantes como meteoritos,
noticias de imponente verdad quedan sin atender y pasan a engrosar,
peligrosamente, la bolsa del inconsciente colectivo”. Johnny posee la
información, pero no el conocimiento, superado por la avalancha vertiginosa de
datos. La paradoja es que el hombre contemporáneo tiene toda la
información al alcance de su mano, pero no tiene forma de clasificarla más que
apelando a un método empírico y arbitrario: como el hombre posmoderno, ha
perdido la capacidad de encontrar una tabla de valores que le permita reelaborar la
información y acceder al conocimiento. El hombre es un simple receptáculo de la
tecnología, una mera herramienta sin otro sentido más que contener información:
en verdad, se ha transformado en la herramienta de su herramienta (Del
Jonny.2002).
Aquel mundo de simulación conduce al mito de la disolución del sujeto tal como
éste era concebido en la modernidad. En esta última, el sujeto vivía en el territorio,
y se constituía en centro como actor social y conciencia autónoma. Pero en el
sujeto actual –habitante del mapa- los conceptos de autonomía y voluntad
individual son impensables porque aquel ya no mantiene ninguna relación
objetiva –ni siquiera alienada- con su entorno. A partir de esta indiferenciación de
lo virtual y de lo real, los hermanos Wachowsky apuntan en The Matrix –casi el
correlato fílmico de la teoría de la simulación- al mito antedicho: “Has vivido
dentro de un mundo de sueños, Neo (...) La totalidad de tu vida ha transcurrido
dentro del mapa, no del territorio” (Giménez Gatto, Fabián).
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