PRUEBAS NACIONALES, TEXTOS NARRATIVOS, Dos
PRUEBAS NACIONALES, TEXTOS NARRATIVOS, Dos
PRUEBAS NACIONALES, TEXTOS NARRATIVOS, Dos
Lee el texto “Un día de estos” Luego responde las preguntas propuestas.
El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escobar, dentista sin título y buen
madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada
aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de
mayor a menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada
arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido,
enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los
sordos1.
Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a
pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con obstinación,
pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.
Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos
pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de
que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su
abstracción.
-Papá.
-Qué.
-Dice el alcalde que si le sacas una muela.
-Dile que no estoy aquí.
Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a medio
cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.
-Dice que sí estás porque te está oyendo.
El dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos terminados,
dijo:
-Mejor.
Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un
puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.
-Papá.
-Qué.
Aún no había cambiado de expresión.
-Dice que si no le sacas la muela te pega un tiro.
Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la retiró
del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver.
-Bueno -dijo-. Dile que venga a pegármelo.
Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta. El
alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y
dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de
desesperación. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:
-Siéntese.
-Buenos días -dijo el alcalde.
-Buenos -dijo el dentista.
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Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió
mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal,
y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura
de un hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la
boca.
Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la
mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.
-Tiene que ser sin anestesia -dijo.
-¿Por qué?
-Porque tiene un absceso.
El alcalde lo miró en los ojos.
-Está bien -dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la
cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin
apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el
aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista.
Era un cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde
se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los
riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una
amarga ternura, dijo:
-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.
El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no
suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan
extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre
la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el
bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.
-Séquese las lágrimas -dijo.
El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso
desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó
secándose las manos. “Acuéstese -dijo- y haga buches de agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se
despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin
abotonarse la guerrera.
-Me pasa la cuenta -dijo.
-¿A usted o al municipio?
El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica.
-Es la misma vaina.
PUNTO I-SELECCIONA LA RESPUESTA CORRECTA
1- La palabra obstinación usada en el segundo párrafo significa lo mismo que:
A) Desinterés B) empeño C) inseguridad D) interés
2- ¿Cuál de las siguientes expresiones corresponde al alcalde?
A) Dile que no estoy aquí
B) Me pasa la cuenta-dijo.
C) Dice que sí está aquí porque te está oyendo
D) Aún no había cambiado de expresión
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a) Separar elementos comunes b) para separar proposiciones cortas c) para citar una frase
incidental d) como una aposición
18- El nexo que está en negrita expresa:
a) causa-efecto b) contraste c) causa d) enumeración
19- El texto se ha narrado en:
a) Primera persona b) segunda persona c) tercera persona d) A y B son correctas
20- La segunda oración del primer párrafo es:
a) Coordinada b) subordinada c) yuxtapuesta d) simple
dijeron que podía probar la propia defensa y que no duraría en la cárcel; ella no pudo seguir
trabajando porque enfermó, y los muchachos —la hembrita y los dos niños—, tan pequeños, no
pudieron mantener limpio el conuco ni ir al monte para tumbar los palos que se necesitaban para
arreglar los lienzos de palizada que se pudrían. Después llegó el temporal, aquel condenado
temporal, y el agua estuvo cayendo, cayendo, cayendo día y noche, sin sosiego alguno, una
semana, dos, tres, hasta que los torrentes dejaron sólo piedras y barro en el camino y se llevaron
pedazos enteros de la palizada y llenaron el conuco de guijarros y el piso de tierra del bohío crió
lamas y las yaguas empezaron a pudrirse.
Pero mejor era no recordar esas cosas. Ahora esperaba. Había mandado a la hembrita a
Naranjal, allá abajo, a una hora de camino; la había mandado con media docena de huevos que
pudo recoger en nidales del monte para que los cambiara por arroz y sal. La niña había salido
temprano y no volvía. Y la madre ojeaba el camino, llena de ansiedad.
Sintió pisadas. Esta vez no se engañaba: alguien, montando caballo, se acercaba. Salió al alero
del bohío con los músculos del cuello tensos y los ojos duros. Sentía que le faltaba el aire. Miró hacia
la subida. Sentía que le faltaba el aire, lo que le abligaba a distender las ventanas de la nariz. De
pronto vio un sombrero de cana que ascendía y coligió que un hombre subía la loma. Su primer
impulso fue el de entrar; pero algo la sostuvo allí, como clavada. Debajo del sombrero apareció un
rostro difuso, después los hombros, el pecho y finalmente el caballo. La mujer vio al hombre
acercarse y todavía no pensaba en nada. Cuando el hombre estuvo a pocos pasos, ella le miró los
ojos y sintió, más que comprendió, que aquel desconocido estaba deseando algo.
Había una serie de imágenes vagas pero amargas en la cabeza de la mujer: su hija, los huevos,
los niños enfermos, Teo. Todo eso se borró de golpe a la voz del hombre.
—Saludo —había dicho él.
Sin saber cómo lo hacía, ella extendió la mano y suplicó:
—Déme algo, alguito.
El hombre la midió con los ojos, sin bajar del caballo. Era una mujer flaca y sucia, que tenía
mirada de loca, que sin duda estaba sola y que sin duda, también deseaba a un hombre.
—Déme alguito —insistía ella.
Y de súbito en esa cabeza atormentada penetró la idea de que ese hombre volvía de La Vega, y
si había ido a vender algo, tendría dinero. Tal vez llevaba comida, medicinas. Además comprendió
que era un hombre y que la veía como a mujer.
—Bájese —dijo ella, muerta de vergüenza.
El hombre se tiró del caballo.
—Yo no más tengo medio peso —aventuró él.
Serena ya, dueña de sí, ella dijo:
—Ta bien; dentre.
El hombre perdió su recelo y pareció sentir una súbita alegría. Agarró la jáquima del caballo y se
puso a amarrarla al pie del bohío. La mujer entró, y de pronto, ya vencido el peor momento, sintió
que se moría, que no podía andar, que Teo llegaba, que los niños no estaban enfermos. Tenía las
ganas de llorar y de estar muerta.
El hombre entró preguntando:
—¿Aquí?
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Ella cerró los ojos e indicó que hiciera silencio. Con una angus tia que no le cabía en el alma, se
acercó a la puerta del aposento; asomó la cabeza y vió a los niños dormitar. Entonces dió la cara al
extraño y advirtió que hedía a sudor de caballo. El hombre vió que los ojos de la mujer brillaban
duramente, como los de los muertos.
—Unjú, aquí —afirmó ella.
El hombre se le acercó, respirando sonoramente, y justamente en ese momento ella sintió
sollozos afuera. Se volvió. Su mirada debía cortar como una navaja. Salió a toda prisa, hecha un haz
de nervios. La niña estaba allí, arrimada al alero, llorando, con los ojos hinchados. Era pequeña,
quemada, huesos y pellejos nada más.
—¿Qué te pasó, Minina? —preguntó la madre.
La niña sollozaba y no quería hablar. La madre perdió la paciencia.
—¡Diga pronto!
—En el río —dijo la pequeña—; pasando el río... Se mojó el papel y na má quedó esto.
En el puñito tenía todo el arroz que había logrado salvar. Seguía llorando, con la cabeza metida
en el pecho, recostada contra las tablas del bohío.
La madre sintió que ya no podía más. Entró, y sus ojos no acertaban a fijarse en nada. Había
olvidado por completo al hombre, y cuando lo vió tuvo que hacer un esfuerzo para darse cuenta de la
situación.
—Vino la muchacha, mi muchacha... Váyase —dijo.
Se sentía muy cansada y se arrimó a la puerta. Con los ojos tur bios vió al hombre pasarle por el
lado, desamarrar la jáquima y subir el caballo; después lo siguió mientras él se alejaba. Ardía el sol
sobre el caminante y enfrente mugía la brisa. Ella pensaba: “Medio peso, medio peso perdío”.
—Mama —llamó el niño adentro—. ¿No era taita? ¿No tuvo aquí taita?
Pasándole la mano por la frente, que ardía como hierro al sol, ella se quedó respondiendo:
—No, jijo. Tu taita viene dispués, más tarde.
PUNTO I- SELECCIONA LA RESPUESTA CORRECTA
1- Por el título se puede deducir que el hecho ocurre en una zona:
a) Rural b) urbana c) boscosa d) montañosa
2- El texto trata de un:
a) Hecho real b) relato histórico c) narración científica d) narración imaginaria
3- El primer párrafo trata de:
a) Una visita inesperada b) la ansiedad de una mujer c) la llegada de unas bestias d) la descripción
de un bohío
4- Para referirse a uno de los niños enfermos el autor utiliza la expresión:
a) Las yaguas empezaron a podrirse b) el niño cerró los ojos c) era huesos nada más d) flaca, con
las sienes hundidas.
5- La incertidumbre de la mujer era porque:
a) Sus hijos estaban enfermos b) su marido estaba en la cárcel c) esperaba ayuda de alguien d) su
hija salió temprano y no volvía
6- ¿Cuál de las expresiones siguientes corresponde a la lengua regional?
a) Otra vez rumor de voces b) yo lo vide, mama c) hacía gemir los pinos de la subida d) llenaron el
conuco de guijarros
7- La palabra letargo usada en el primer párrafo del texto significa:
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veía inmóvil, impasible. Cuando Tino dijo que había salido por no matarlo un día, porque eso era
como echarse encima al demonio, el otro le interrumpió:
—¿Y qué tenía él más que usté?
—¿Y no le dije ya —explicó— que su hermano era sargento? Por eso andaba comprometiendo
a la gente, porque él, como hombre, no sirve. Pero se sentía apoyao con el hermano: figúrese,
¡sargento!
Entonces el otro, sin decir nada, pero con el rostro apesarado, ’ como si de pronto se hubiera
despojado de aquella sonrisa cortante, de aquellos ojos duros, de aquellos pelos crespos, de todo lo
que lo hacía torvo e intratable, empezó a meterse una mano bajo la camisa, por el pecho. No miraba:
no respiraba. Pareció encontrar lo que buscaba, dio un tirón y tornó a sacar la mano. La fue abriendo
lentamente. Tino vio una diminuta saqueta negra en la palma, con dos hilos recién rotos.
Mordiéndose los finos labios, el otro habló:
—Vea: me lo consiguió en Barahona un papabocó, y dende que lo tengo ando seguro. El que
anda con eso, ni lo ve enemigo ni lo corta cuchillo ni le da bala. Júrelo.
Tino dijo:
—Sí, mi taita tenía uno y nunca lo cortaron, por mucho pleito en que se vido.
El otro extendió la mano y ordenó, con voz metálica:
—Cójalo.
Tino alzó los ojos.
—¿Yo? ¿Y pa’ qué?
—Cójalo, y si ese vagabundo se ha quedao con la mujer, quítesela. Y no se apure por el
hermano, si anda con esto arriba.
Al acabar de hablar le pasó el resguardo a Tino y se puso de pie.
—Bueno, de aquí me devuelvo —dijo.
También Tino se incorporó, muy asombrado.
—¿Y no diba a pasar la noche en casa? —preguntó.
El amigo se rascó la cabeza, como quien piensa.
—Le dije que sí, pero por lo que veo usté vive retirao y dispués tengo que andar mucho, Tino.
Abur.
Se iba ya. De pronto Tino sintió miedo de verse sin él.
—¡Mingo! ¡Mingo! —gritó.
Anduvo hasta alcanzarlo, y entonces preguntó, atristado:
—¿Me lo va a dejar? ¿Y usté?
Mingo medio sonrió; pero ya de una manera amarga.
—Yo lo tenía —explicó— porque tuve que malograr a un sinvergüenza. Pero ya eso se acabó.
Ella se murió, hará como un año.
—¿Quién? ¿Su mamá?
—No, mi mujer. Era un amigo que me la ‘taba enamorando y me vi en el caso de tener que
malograrlo, y como él tenía muchísima familia…
Tino vio cómo aquellos ojos que siempre habían sido duros, fieros y concentrados, empezaron a
enrojecer. Tal vez el sol. Estaban ellos dos solos entre el cielo y la tierra. A la distancia, remotas, las
lomas.
—Aburito, Tino —dijo Mingo.
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Tino cruzó los brazos. No pensaba ni sentía. Paso tras paso se alejaba el otro. El camino tenía
un declive ligero, y lo vio irse hundiendo en él, como si le hubieran estado cortando las piernas poco
a poco. De pronto tendió los ojos y se vio solo. Dejó caer la mirada en la sombra del palo de lana;
tornó a ver el camino. Ya apenas el negro sombrero de Mingo sobrevivía al hundimiento. Ahora iría a
su lugar sin el resguardo. Dijo que el difunto tenía muchísima familia… ¿Qué sería de Mingo? Echó a
correr.
—¡Mingo! ¡Mingo! ¡Ey, Mingo! —gritó.
La voz repercutió en todo el sitio. Notó que el sombrero se detenía.
—¡Mingo!
Alzó un brazo y corrió. El sol alargaba su sombra en el camino.
—¿Qué era? —preguntó el otro, todavía a distancia.
—Que vea: que tal vé Teresa se haiga muerto ya. Yo ‘toy por no llegar —explicó.
—Bueno. Tal vé.
Volvió a cerrarse la cara del otro y echaron a andar juntos. Al rato, con voz sorda, Mingo pidió:
—Déme eso, entonces.
Tino le pasó el resguardo. Y se sintió alegre, como quien hace un bien.
PUNTO I- SELECCIONA LA RESPUESTA CORRECTA
1- La palabra tisana usada en el texto es:
a) Una planta b) una bebida c) un tipo de vivienda d) un lugar
2- ¿cuál es el problema de Tino?
a) sentía miedo de andar solo c) Estaba muy enfermo
b) Dudaba de la sinceridad de su amigo d) Dudaba de la sinceridad de su mujer
3- ¿Cuáles características describen a Mingo?
a) Tranquilo, solidario, sincero c) Flaco, velludo, torvo
b) Conversador, impasible d) Medoso, simpático
4- ¿Qué le regaló Mingo a Tino?
a) un palo de lana c) una camisa de mujer
b) un resguardo d) un sombrero
5- ¿Para qué le regaló Mingo el resguardo a Tino?
a) Para curarlo c) Para hacerlo más valiente
b) Para evitar que fuera nervioso d) Para protegerlo
6- ¿Cuál expresión describe la personalidad de Tino?
a) ¿Me lo va a dejar? ¿Y usté? c) Mingo medio sonrió, pero ya de manera amarga El narrador
b) Deme eso, entonces Mingo d) ¿Y que tenía él más que usté? Mingo
7- ¿Cuál de las siguientes expresiones es de habla rural?
a) El compañero hablaba sordamente c) A usté le jiede la sangre
b) Tino lo veía inmóvil, impasible d) ¿Qué sería de Mingo?
8- ¿Cuál es el orden de las intervenciones de los personajes del relato?
Échese ahí, si le pica el sol
Vea amigo: me tiro con el diablo, no digo yo; pero ¿si ella se quiere con otro?
Diache, que camino tan pelao
¿Y no iba a pasar la noche en casa?
Yo lo tenía- explicó- porque tuve que malograr a un sinvergüenza.
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a) 2-1-4-3-5 c) 3-1-2-4-5
b) 4-5-2-1-3 d) 5-3-4-2-1
9- El uso del signo de puntuación llamado raya expresa en el texto
a) separación de palabras c) una oposición de ideas
b) separación de fecha d) la intervención de los personajes
10- El texto se ha narrado en:
a) primera persona c) tercera persona
b) Segunda persona d) Todas las anteriores
11-¿Qué término te ayuda a comprender el significado de la palabra vereda?
a) carretera c) verdor
b) Verduras d) camino
12- Tino vio una diminuta saqueta negra en la palma con los hilos recién rotos, se refiere a:
a) una chaqueta c) una funda de tela
b) un saco de nylon d) un guante
13-En la parte del texto señalada con la llave, el autor utiliza el recurso literario?
a) diálogo c) descripción
b) narración d) exposición
14- ¿Cómo termina la historia?
a) Tino se queda con el resguardo c) Tino devuelve el resguardo a Mingo
b) Mingo se alegra por lo que hizo d) Mingo renuncia al resguardo
15- La parte que se destaca en negrita al final del texto, el verbo está conjugado en:
a) Pretérito simple c) pretérito imperfecto
b) Pretérito anterior d) pretérito perfecto
16- La oración “Tino alzó los ojos”. Está en el modo verbal:
a) Indicativo c) subjuntivo
b) imperativo d) superlativo
17- El texto propuesto es:
a) fábula b) leyenda c) mito d) cuento
18- El texto tiene una connotación:
a) Política b) supersticiosa c) filosófica d) ética
19-La idea principal del texto propuesto es:
a) La amistad es un vínculo que une a las personas b) la infidelidad destruye la relación de pareja
c) La superstición incide en la fe que tienen algunas personas en objetos que sirven para proteger
d) La solidaridad influye para que las personas se desprendan de sus pertenencias
20-Es una idea secundaria del texto propuesto:
a) Tino duda de la fidelidad de su mujer b) Mingo regala el resguardo a Tino
c) El resguardo es un símbolo de protección d) Todas las anteriores
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LEE EL TEXTO “CADA UNO TIENE SU MODO DE MATAR PULGAS”. LUEGO RESPONDE LAS
PREGUNTAS.
Había en cierta ciudad, cercana al campo, una venta de honores de posada, que hoy llamaríamos
hotel o restaurant, por seguir la manía de afrancesarlo todo, o bien para usar de hipérbole, esa figura
retórica, especie de inmenso pulpo que todo lo abarca en estos tiempos fecundos de bienandanza
cangregil.
La directora o patrona de la posada era una corpulenta viuda; y como tal resbaladiza como una
guabina, y con más mañas que mula de alquiler. Era, como se dice, todo un trozo de mujer; ¡pero
qué mujer! Aquella mujer era mucho hombre, como dijo Ricardo Palma.
Llamábase Fredegunda Quiñones: rayaba ya en los 50 años, era robusta, de nariz aguileña, como el
pico del cuervo, color pálido cetrino, ojos verduscos rayados, pequeños, movibles con la expresión
de los del ave de rapiña. A pesar de esta fisonomía antipática, se esforzaba ella en ser amable y
complaciente con sus parroquianos; y afectaba entonces una sonrisa, que dibujaba en sus labios la
sonrisa burlona de Voltaire.
Aunque la acompañaban en la posada dos cocineras para preparar la comida de los huéspedes, ella
se reservaba condimentar los mejores potajes, y con ella se entendían todos para sus pedidos.
Constantemente tenía un cuchillo en la mano, como para cortar los frutos, verduras y viandas de
hervido; pero abrigaba su tamaña intención de hacer algunos ojales en el cuerpo de cualquier
prójimo que tratase de ofenderla, como había sucedido más de una vez.
Uno de los huéspedes llamado Pepe Perules, andaluz por más señas, y como ladino y chistoso, era
muy afecto a la cacería, y gustaba mucho, quizá por eso, de las aves y liebres guisadas; por lo cual,
siempre traía a la posada distintas piezas, recomendándole a Fredegunda que se las preparase bien
sazonadas, para sus comidas, pues no se alimentaba con otra cosa.
En efecto, Fredegunda le hacía servir sus platos, lo más bien condimentados; pero el andaluz notaba
que siempre faltaba algún pedazo importante del ave o de la liebre que le mandaba quisar, y como
por una parte le repugnaba mucho la mentira y el engaño, y por otra, Fredegunda le mermaba la
comida, y era además goloso, la interpelaba con frecuencia, más o menos en estos términos:
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―¡Hola!, señá Fredegunda, diga usted patrona, ¿esta perdiz por qué viene a la mesa mocha de la
rabadilla, y chinga de la pechuga?
―Usted debe saber, don Pepe, que como “cada cocinera tiene su modo de guisar”, yo les mocho
muchas veces el muslo, otras media pechuga; y si es conejo, por lo consiguiente, le quito medio
pescuezo; y machuco todo eso, luego echo esa mescolanza en la salsa para que el plato quede bien
suculento; porque ya le digo, y le vuelvo a decir, que “cada uno tiene su modo de guisar”.
Tan frecuentes eran ya estas discusiones entre el andaluz y la posadera, que casi todos los
huéspedes conocían la socorrida frase de Fredegunda, y, mechificaban constantemente al andaluz a
quien embromaban a cada paso diciéndole: ande, amigo “cada uno tiene su modo de guisar”.
¡Mentira! Lo que había de cierto en estas mutilaciones, era que Fredegunda, como buena cocinera,
con el objeto de probar la sazón de la comida, se metía diariamente entre pecho y espalda, dos o
tres bocados del respectivo plato; y, a todas las interpelaciones, contestaba con su proverbial
respuesta: “cada uno tiene su modo de guisar”.
Mal humorado y bilioso estaba el andaluz con aquella sisa diaria de la comida, aquel embuste
sempiterno, y la burla de los amigos; hasta que se dio a meditar cómo tomaba la revancha,
desquitándose de aquella pesada broma, sin atacar la persona de Fredegunda, que como hemos
dicho, era mujer de pelo en pecho.
Después de una larga meditación, solo, en el interior de su alcoba, el andaluz levantóse de repente,
y dándose un golpe en la frente, radiante de contento, ni más ni menos como Galileo cuando
descubrió el movimiento de la Tierra, exclamó:
A la una de la madrugada se oyeron varias detonaciones en la pieza de Pepe. Todos los huéspedes
alarmados y en pie, se agruparon al postigo abierto de la ventana, y le vieron encorvado sobre la
cama con una pistola en la mano derecha, la palmatoria con la bujía en la izquierda, preocupado
completamente en apuntar con mucho cuidado, y disparar con bala sobre las sábanas y las
almohadas, como tratando de matar algo, con lo cual llenaba la cama de humo y agujeros.
Al principio los espectadores estaban todos mudos y en silencio, sorprendidos con aquel espectáculo
raro, creyendo que al parroquiano se le había vuelto el juicio; pero al fin Fredegunda, viendo que don
Pepe le estaba convirtiendo la cama en chinchorro, a fuerza de agujeros, le gritó indignada:
―Ea, camarada, ¿qué es eso? ¿Se ha vuelto usted loco? ¿Qué está usted haciendo?
A lo que el andaluz, volviendo el rostro con marcada pasibilidad, le contestó:
―¡Toma!, poco espantarse, patrona; sus pulgas me vuelven locos, y no me dejan dormir; pero las
mataré a todas.
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―Pero hombre, ¡por Dios bendito! Si usted me está quemando la cama… No dispare usted más.
―¡Hola, patrona!, no hay nada de lo dicho: cada uno tiene su modo de matar pulgas.
Al oír esta frase, Fredegunda no pudo menos que recordar su modo de guisar, y lo llamó a
transacción, en la cual estipularon: Primero, que la una no seguiría guisando como antes; Segundo,
que el otro no mataría más pulgas con su pistola.
Andrés A. Silva (Venezolano).
1. La palabra “manía”, usada en el texto significa lo mismo que
a) Mala voluntad b) obsesión c) afecto d) imaginación
2. El acontecimiento más importante de esta narración sucede durante
a) El día b) el mediodía c) la noche d) el amanecer
3. Las acciones del cuento se desarrollan en:
a) Una casa de familia b) un hotel c) el patio de un hotel d) una habitación de un restaurat
4. ¿Por qué Pepe Perules y doña Fredegunda discutían con frecuencia?
a) Fredegunda condimentaba mucho los alimentos. b) La cocinera se negaba a cocinarle a Pepe
c) La patrona le mermaba la comida. d) Pepe Perules exigía distintos tipos de comida
5. ¿Cuál de estas expresiones se refiere al huésped disgustado?
a) Sus pulgas me vuelven loco y no me dejan dormir. b) Ea, camarada, ¿qué es eso? ¿Se ha vuelto
loco?
c) Los exportadores estaban todos mudos. d) Todos los huéspedes conocían la frase de
Fredegunda.
6. ¿Cuáles de las siguientes cualidades describen mejor a Fredegunda?
a) Resbaladiza y mentirosa b) Corpulenta y solitaria c) Amable y complaciente d) Sonriente y burlona
7. ¿Cuál de los siguientes valores reclama el Sr. Pepe Perules?
a) Fidelidad b) La verdad c) La responsabilidad d) La puntualidad
8. En la siguiente oración “Pero las mataré a todas”, la palabra subrayada es:
a) Artículo que modifica un sustantivo b) preposición que une dos sustantivos
c) Pronombre que hace función del objeto directo d) un verbo que modifica a un adverbio.
9. El uso de los dos puntos en el último párrafo del texto indica:
a) Enumeración b) una aposición explicativa c) La intervención de los personajes en el diálogo d) el
inicio del saludo en una comunicación
10. Las comillas se han usado en el texto para indicar:
a) Una cita textual b) La presencia de frase célebre c) El uso de refranes d) El uso de términos
extranjeros
LEE EL TEXTO “CAÍN” DE VIRGILIO DÍAZ GRULLÓN. LUEGO REALIZA LO QUE SE TE PIDE.
El mensajero de la oficina colocó la tarjeta sobre el escritorio, Vicente la miró distraídamente y la
rodó hacia un lado con el dorso de la mano, concentrándose de nuevo en la lectura del documento
que tenía enfrente. Aunque había posado por un instante los ojos sobre las letras impresas en la
pequeña cartulina, su significado apenas rozó la superficie de su conciencia y fue sólo un rato
después cuando las letras parecieron ordenarse en su cerebro y formar el nombre que ahora surgía
con pleno significado para él.
—Leonardo Mirabal —, dijo en voz alta complaciéndose, como antes, en la sonoridad de las
palabras. Reclinándose en el respaldar de su lujoso sillón de cuero, Vicente se sumergió en
recuerdos antiguos mientras se acariciaba la mejilla con el canto afilado de la tarjeta. ¡Qué lejanos le
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parecieron de pronto aquellos tiempos del colegio! El primer día de clases: los muchachos corriendo
hacia las puertas enormes, gritando y riendo mientras el, esquivo y huraño, se pegaba a las paredes
con los libros bajo el brazo; y las voces que pasaban rozándolo: “¡Leonardo, ahí viene Leonardo!”; y
la conversación sorprendida al entrar al aula: “Leonardo, ¿me explicas este teorema?, no puedo
entenderlo; y en el primer recreo, el muchacho debilucho que decía: Leonardo: ¿me dejas entrar al
equipo?, he practicado mucho en las vacaciones... ”
Vicente apretó con el dedo el botón nacarado del timbre y ordenó al mensajero tan pronto abrió
la puerta.
—Haga pasar al señor Mirabal.—
Maquinalmente se arregló un poco el cabello con las manos y se ajustó el nudo de la corbata.
—Con permiso —, decía el hombre en voz baja, de pie en el hueco de la puerta
Vicente se levantó de un salto de su asiento y caminó hacia él con las manos extendidas,
observándole a los ojos ¡Dios mío, qué cambiado está!, y diciéndole apresuradamente:
—Por favor, Leonardo, pasa adelante. ¡Cuánto tiempo sin verte! —
Después de apretarle las manos entre las suyas, le palmeó la espalda ¡qué flaco está y qué
amarillo!
—Anda siéntate. ¡Qué sorpresa más inesperada y qué gusto me da verte!
Leonardo se sentó en el borde de la silla que le ofrecían y. conservó el sombrero girando entre
las manos mientras decía con suavidad:
—Yo también me alegro mucho de verte, Vicente. ¡Hace ya tanto tiempo!... Temí que ya no te
acordaras de mí.
—¿No acordarme de ti?, pero, ¿estás loco?... ¡Cómo has podido imaginar semejante cosa!
Vicente se sentó de nuevo y mientras lo hacia le pareció de pronto verse a sí mismo en medio
de la multitud que colmaba el salón de actos del colegio, y casi oyó la voz del maestro de
ceremonias:... “Y ahora, Leonardo Mirabal, ganador de la medalla de mérito, va a dirigirles la palabra
en nombre de sus compañeros”...
La voz del otro lo sustrajo bruscamente de sus reminiscencias;
—No nos veíamos desde la graduación, ¿no es cierto?
—No, Leonardo —le contradijo—. Desde un año después de aquella fecha. Desde el 15 de
septiembre de 1930, exactamente. Aquel día embarcaste para Europa a hacer el curso de post-
graduado y yo estuve en el muelle para despedirte.
—Vaya, tienes una memoria estupenda. La verdad era que no lo recordaba.
Leonardo pareció que se disculpaba. Vicente se recostó en el respaldo de la butaca y apretó
los puños bajo el escritorio al recordar la voz suave del director del colegio mientras le decía: “Lo
siento mucho, señor Izaguirre, pero usted no ganó la beca. El señor Mirabal le sobrepasó por cuatro
puntos”. Y la respuesta humillante de él, que todavía lo hacía enrojecer: “¿Mirabal? ¡Oh! Creí que no
competiría... ”
—Todo este tiempo he estado preguntándome lo que habla sido de ti—, dijo en voz alta.
El otro hizo un gesto vago con la mano y respondió mirando hacia el suelo:
—Me han pasado muchas cosas desde aquellos días. No he tenido suerte, ¿sabes? Malos
negocios... Locuras de juventud... Pero sobre todo mala suerte, mucha mala suerte.
Vicente se inclinó hacia adelante:
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—Pero, Leonardo, no puedo explicármelo. Fuiste siempre el primer alumno del colegio...
Hiciste una carrera brillante.
Leonardo habló sin quitar la vista del suelo:
—Si, una carrera brillante hasta que salí del colegio... ¿Sabes, Vicente? Creo que me hizo
mucho daño el que allí las cosas me resultasen tan fáciles. Llegué a pensar que sería lo mismo
afuera y, en cambio, ¡todo resultó tan distinto!... El día de la graduación parecía que tenía todo el
mundo por delante...
Vicente, mientras lo observaba con mirada inexpresiva, continuó para sí el curso de las
palabras del otro:... Y lo tenías, ¡claro que lo tenías! Estabas justamente entre el mundo y yo. Lo
fuiste tomando todo a tu paso. Para mí no quedó más que lo que dejabas, porque siempre llegaba a
todas partes un poco demasiado tarde: exactamente dos pasos después que tú...
—Pero, ¿y aquel matrimonio tan brillante que hiciste? —preguntó en voz alta.
—¡Ah! ¿Te enteraste de eso?... Duró poco. Apenas un año. Todo cuanto emprendí fracasaba,
y mi matrimonio no fue una excepción. No podría decirte, Vicente, cuándo la suerte me dio la
espalda. Quizás siempre me persiguió la fatalidad, o tal vez fue sucediendo poco a poco y no me di
cuenta sino cuando ya era demasiado tarde. Lo cierto es que cuando intenté reaccionar, no contaba
ya con nadie. Los que antes me adulaban, me volvieron la espalda. Las puertas que antes se abrían
solas a mi paso, permanecían cerradas ante mis llamados desesperados... ¡No tienes idea de lo
cruel que puede tornarse la gente!...
Leonardo hizo una pausa, y luego, tomando una súbita decisión, miró al otro a los ojos y
exclamó:
—Tienes que ayudarme, Vicente. Eres la última persona a quien acudo. No quise hacerlo hasta
ahora por que no quería mezclar mi vida de colegio con este vía crucis por el que estoy pasando
actualmente. Aquellos tiempos fueron tan hermosos!... Pero todo ha sido inútil: ninguno de los otros
ha querido ayudarme...
Vicente se puso en pie y miró desde arriba la figura encorvada en el asiento.
—¿Y qué puedo hacer por ti, Leonardo?
Respondió con voz anhelante:
—Sé que el Doctor Jiménez, tu compañero de bufete, se retira Me han dicho que andan
ustedes buscando un substituto... Dame esa oportunidad, por favor, Vicente.
Él permaneció un rato mudo, mirándole siempre desde lo alto, mientras recordaba el día de la
entrega de trofeos, cuando el funcionario del Gobierno ponía en manos de Leonardo la copa de plata
que el equipo del colegio había ganado en las competencias deportivas del último año. ¿Era este
hombre acabado, vencido, que estaba allí sentado, humillándose, el mismo muchacho alto, hermoso,
fuerte que había recibido aquel trofeo?... Se inclinó sobre él y poniéndole una mano en el hombro le
dijo:
—No te preocupes, Leonardo. Hablaré hoy mismo con Jiménez. Cuenta con mi ayuda.
—Gracias, Vicente —le respondió mientras le estrechaba las manos con efusión—. Sabía que
no me fallarías.—
Sonrió ampliamente y salió del despacho haciéndole desde la puerta un saludo con la mano.
Casi al mismo instante, la puerta lateral que daba junto al escritorio se abrió con suavidad y
una cabeza canosa se asomó por el hueco preguntando:
—¿Alguna novedad, Vicente?
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1. En la primera oración del texto la palabra subrayada es una variante pronominal que se
refiere a la
a) tarjeta b) oficina c) mano d) lectura
2. ¿En cuál de estas oraciones los verbos están en tiempo pretérito y tercera persona del
singular?
a) ¡Oh! Creí que no competiría b) Temí que ya no te acordaras de mí
c) Leonardo, ¿me lees y explicas este teorema? D) Vicente se levantó y caminó hacia él.
3. En el predicado de esta oración “El mensajero de la oficina colocó la tarjeta sobre el
escritorio” hay dos complementos, ¿cuáles son?
a) Objeto directo y circunstancial de pertenencia b) Objeto directo y circunstancial
c) Objeto indirecto y directo d) Objeto directo e indirecto
4. Los hechos de este relato se narran en:
a) Tercera persona b) primera persona c) segunda persona d) primera y tercera persona
5. ¿Cuál es el antivalor presente en esta narración y en la historia bíblica?
a) Desconfianza b) Honradez c) Envidia d) Ociosidad
6. ¿Por qué crees que el autor tituló este cuento con el nombre de Caín?
a) Porque la actitud de Vicente sugiere al personaje bíblico) Por la actitud de Leonardo frente a
Vicente.
c) Porque el argumento del texto es similar a la historia bíblica d) Porque el argumento corresponde
a una experiencia personal.
7. ¿Cuál de las siguientes oraciones corresponde al desenlace de la narración?
a) Leonardo expone a Vicente sus vicisitudes. B) Leonardo y Vicente se abrazan en señal de apoyo.
c) El Dr. Jiménez pregunta por alguna novedad. D) Vicente destruye la tarjeta de Leonardo.
8. ¿Cómo recuerda Vicente a Leonardo?
a) Un muchacho alto, hermoso y fuerte b) Flaco, vencido y debilucho c) Esquivo, huraño, humilde
d) Fracasado, indiferente, sumiso
9. ¿En cuál de las expresiones siguientes se pone de manifiesto la confianza y esperanza de
Leonardo?
a) Cuando intenté reaccionar, no contaba ya con nadie.
b) Tienes que ayudarme. Eres la última persona a quien acudo.
c) ¡Qué sorpresa más inesperada y qué gusto me da verte!
d) No te preocupes. Cuenta con mi ayuda.
10. ¿Por lo que se narra en el cuento, Leonardo puede calificarse como una persona?
a) Sana y humilde b) rica y arrogante c) amargada y solitaria d) insistente y firme
11. De las expresiones siguientes, ¿cuál corresponde al narrador?
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a) Haga pasar al Señor Mirabal b) Temí que ya no te acordaras de mí c) ¿alguna novedad, Vicente?
D) El otro hizo un gesto vago con la mano…
12. ¿Cuál es el hecho principal que se narra en el texto?
a) La solidaridad de Vicente b) El rencor de Vicente c) Las vicisitudes de Leonardo Mirabal d) Los
éxitos de Leonardo Mirabal
13. ¿Qué hecho inicia la narración?
a) Vicente recuerda su primer día de clases. B) Él recuerda las competencias deportivas.
c) Vicente lee la tarjeta y recuerda a su amigo. D) Vicente expresa la alegría de volver a ver a
Leonardo.
14. En la oración “La voz del otro lo sustrajo bruscamente de sus reminiscencias”, la palabra
subrayada significa: a) olvido b) asombro c) recuerdo d) angustia
15. La oración “Todo este tiempo he estado preguntándome lo que habla sido de ti—, dijo en
voz alta”, es: a) Coordinada b) subordinada c) Yuxtapuesta d) tanto A como B