Resumen Introducción El Lazarillo
Resumen Introducción El Lazarillo
Resumen Introducción El Lazarillo
Chandler relaciona el término con “picar”. En opinión de Hagan, la palabra podría muy bien provenir de la raíz árabe “fkr”
(ser pobre). Alonso Cortés relaciona el vocablo con la palabra “bigardo”, que se aplicó en un principio a los frailes o curas
de vida disoluta. Luego pasó a tener la significación que hoy conserva: “vago”, “vicioso”. Geers aduce el ejemplo del
flamenco picker o pickaert (ratero), que podría ser origen de la palabra.
El problema sigue sin una solución satisfactoria. Todas las etimologías traídas a colación hasta ahora son completamente
inciertas.
1) La ficción autobiográfica: el escritorio habla en primera persona, muestra al lector con una desvergüenza de la
que hace gala, las aventuras de su héroe como si él hubiera sido el protagonista de las mismas. Es el aspecto más
original.
2) El carácter itinerante del protagonista: el pícaro pasa de amo en amo movido siempre por el hambre, acuciado
por una necesidad que no logra remediar en uno u otro señor.
3) Las enseñanzas morales: en algunos casos se reducen a tímidas alusiones condensadas en breves frases (como en
el Lazarillo) pero en otras se trata de largas disquisiciones morales montadas a posteriori sobre las mismas
peripecias picarescas formando una unidad indisoluble. En otras ocasiones no se trata de un moralismo explícito.
Lo más frecuente es que las deducciones de orden moral estén teñidas de un profundo pesimismo. Quizá la única
excepción al respecto sea el Lazarillo. En el resto el mundo aparece como esencialmente malo, algo engañoso,
dónde hay que saber manejarse a base de medios claramente inmorales o del que hay que huir si se quiere poner
uno a salvo.
Hay, por último, otro aspecto decisivo en la novela picaresca que, sin embargo, apenas si se menciona:
4) Su carácter predeterminado, fijado a partir de un final que de proyecta sobre toda la narración. Lázaro, por
ejemplo, escribe desde su establishment final, relativo pero real, desde el que prejuzga su existencia anterior.
El héroe picaresco dialoga muy poco. Normalmente construye su existencia en un puro mutismo, donde el prójimo es
simplemente un elemento de apoyo o de explotación, nunca un medio de autoformación. La desigualdad social del pícaro
con respecto a su señor, justifica a un nivel argumental esa reclusión e incapacidad de una plena comunicación con el
otro.
La psicología del pícaro guarda un curioso paralelismo con la actitud de ciertos movimientos juveniles (el hippie, por
ejemplo). Como él, se rebelan contra los valores de una sociedad en la que no creen, haciendo ostentosos alardes con su
comportamiento diametralmente opuesto. El confort, el dinero y la apariencia exterior son desdeñado casi en una actitud
provocativa, de reto desafiante.
La conversión del pícaro no es sino una variante del acoplamiento crítico y desilusionado pero real de estos grupos
juveniles a las estructuras, su adhesión posterior a las mismas.
No resulta tarea fácil rastrear las fuentes escritas de la obra. Se ha señalado a menudo La metamorfosis de Apuleyo como
precedente literario de la misma. El título de la obra, por ejemplo, Fortunas y recuerda claramente a La metamorfosis. El
hambre de que es víctima Lázaro guarda relación con la tradición mediterránea del mismo motivo. Lucio sufre también
las consecuencias de la misma en más de una ocasión. Son siete (al igual que en la novela picaresca hispana) los amos de
“asno de oro”. El final de ambos relatos presenta un llamativo parecido u la precisión con que se nos indica el itinerario
geográfico de Lucio es paralela a la exactitud con que éste es descrito en el Lazarillo.
Pero los paralelismos enunciados no permiten hablar con seguridad de una imitación directa.
De la pareja ciego-Lazarillo tenemos claros precedentes en las farsas medievales. Bataillon alude a la posibilidad de una
transmisión basada en los retablos ambulantes tan frecuentes en la época. María Rosa Lida habla de titiriteros. El
ingenioso caso de las uvas tiene también probablemente raíces folklóricas. Del episodio final (primer capítulo) hay al
menos siete versiones.
Ni siquiera la figura del escudero se libra de esta dependencia folklórica. “El escudero del siglo XVI pacifico heredero del
escudero medieval, que acompañaba al caballero a la guerra para llevarle el escudo, es un hidalgo pobre que entra al
servicio personal de un noble para no morir de hambre. Se comprende que tal tipo social sea a la vez digno de simpatía y
de ridículo”.
María Rosa Lida ha señalado, por ejemplo, con motivo de “la calabazada”: “…el folklore brinda la broma escueta, mientras
en el Lazarillo mucho más importante que la broma escueta es su función: la broma marca la iniciación del protagonista
como mozo de ciego, con la orgullosa superioridad del amo y el programa de aprendizaje del criado, todo lo cual se
resolverá al final de este mismo tratado, cuando Lazarillo demuestre lo cabal del aprendizaje propinando al amo un golpe
más fuerte y subrayando el enlace entre iniciación y maestría con el uso de la misma palabra. Esto es: el dato folklórico
no solo se expande y elabora como motivo narrativo, sino que se transforma en elemento formal o estructurador de la
novela”.
En España, el género tuvo su auge en los siglos XVI y XVII. La situación conflictiva del cristiano nuevo no se repite en los
siglos posteriores, al menos al estilo y con la intensidad que en etapas anteriores. Es por esto que solo puede hablarse de
rasgos picarescos en los siglos siguientes, no precisamente de novelas de ese tipo.
Muchos autores en España decidieron escribir picaresca, tanto en la época del Lazarillo como posteriormente. Algunos lo
lograron (no olvidar la Historia de la vida del Buscón, llamado Don Pablos, exemplo de vagamundos y espejo de tacaños
de Francisco de Quevedo).
En Francia, autores franceses intentaron replicar el género pícaro pero no sé logró exitosamente. Lo mismo sucedió en
Alemania e Inglaterra.
La obra pasó por anónima durante los años posteriores a su publicación. En 1605, el padre José de Sigüenza la atribuyó a
fray Juan de Ortega, quien la habría escrito en su época de estudiante en Salamanca. Sin embargo, ha gozado de mayor
fortuna la atribución a Diego Hurtado de Mendoza.
Distintos críticos y estudiosos han propuesto distintos posibles autores pero hasta el día de hoy no se ha logrado aclarar
el asunto, ninguno es convincente.
Si los esfuerzos por aclarar la identidad del autor del Lazarillo han sido vamos, no puede decirse lo mismo por lo que
respecta a la investigación en torno al problema del grupo social al que pertenece. El Lazarillo es, con cierta probabilidad,
obra de un converso.
Fecha de redacción: no son muchos los datos que nos ofrece la obra para fijar con precisión el año en que fue escrita. La
referencia relativamente más precisa es la que aparece al final de la misma: “Esto fue el medio año que nuestro victorioso
emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró, y tuvo en ella Cortes y se hicieron grandes regocijos y fiestas, como
vuestra merced habrá oído”.
Pero hay dos fechas en que se celebraron Cortes en la ciudad imperial: 1525 y 1538-39.
Una segunda referencia (la muerte del protagonista) “en la de los Gelves”, tampoco es concluyente, ya que hubo dos
expediciones. La primera de ellas en 1510 y la segunda en 1520.
Aparentemente el Lazarillo es una obra desproporcionada. La acción se demanda en los tres primeros tratados para
precipitarse de una manera inesperada en los cuatro últimos. Esta falta de equilibrio ha sido una y otra vez señalada por
los críticos.
Pero son varios los motivos que dan unidad a la obra desde el punto de vista de su construcción. El tema (la aventura del
protagonista) presenta un claro tratamiento climático. La avaricia del primer amo pero ese tacharse de actitud casi
generosa comparada con la del clérigo y de franco despilfarro en relación con el comportamiento del hidalgo al respecto.
El momento climático del tema es, sin duda, aquel en que Lázaro se ve precisado a alimentar a su señor.
Frente a los diversos episodios del primer tratado, el segundo presenta una clara concentración (un solo acontecimiento);
el tercer tratado supone en este aspecto incluso un progreso: en él no sucede prácticamente nada; es pura constatación
por parte de Lázaro de la pobreza de su señor y amistoso diálogo entre ambos.
El autor del Lazarillo sigue un simple esquema: presenta primero el elemento central de cada aventura (por ejemplo la
jarra de vino del ciego al comer). Sigue a continuación el núcleo narrativo (los deseos de Lázaro de participar del jarro, sus
tretas y mañas para conseguirlo). Y por último, un pequeño clímax cierra la aventura.
Puede comprobarse el mismo procedimiento en el episodio del toro, la longaniza, el arca, etc. Hutman señala que en los
dos primeros tratados el final climático es siempre violento; no así en el tercero. El orgullo del escudero no deja de actuar
como un claro clímax pese al carácter pacifico del mismo.
Un elemento más de esa estructura claramente climática de la obra viene dado en la actitud de los amos de Lázaro con
respecto a este en el momento de separarse. En el primer caso, abandona a su amo, en el segundo este lo despide y en
el tercero es el escudero quien desaparece. Precisamente en este tercer tratado de observa un rasgo importante desde
el punto de vista de la elaboración artística de la obra. La narración (centrada anteriormente en torno a Lázaro) se desplaza
de este al hidalgo; en el tratado quinto, con el número, el proceso llega a su punto culminante: Lázaro se torna en puro
narrador-observador.
Tarr afirma que el hambre solo es tema central en los tres primeros capítulos.
Lo que sí es evidente es que Lázaro ha llegado, al acabar el tercer tratado, al final de su aprendizaje. Su personalidad está
ya sustancialmente conclusa.
Tema de la muerte: en el primer tratado, la muerte hace acto de presencia solo indirectamente en las escenas en que se
nos muestran las necesidades y los golpes a que es sometido el protagonista.
En el segundo tratado, el motivo aparece con mucha más frecuencia, en afirmaciones de Lázaro: “Finalmente yo me finaba
de hambre”. En el núcleo central de este tratado, el motivo de la muerte está basado en el proceso de desacralización del
misterio cristiano de la Eucaristía, de la que el sacerdote, su amo, es celoso guardián y administrador.
Pero es sin duda alguna en el tercer tratado donde el motivo aparece más insistente y claramente. La casa del escudero
es símbolo de la muerte y el autor crea una escena en la que un muerto es llevado a aquella casa donde “nunca comen ni
beben”, permitiendo la confusión del Lazarillo.
Los últimos capítulos de la obra (sobre todo el final) presentan una faceta totalmente distinta del tema. No se trata ya de
la muerte a que puede ser sometido el protagonista, sino a la que él mismo se prodiga en claro proceso de
autodestrucción.
Estilo: la obra está escrita en un lenguaje llano y abundan las frases coloquiales. El sentido directo de la obra queda
reforzado por el empleo frecuentísimo de giros familiares introductorios. El autor anónimo ha sabido guardar un difícil
equilibrio entre el estilo avulgarado, con voces incluso de germanía, y el artificio rebuscado.
Hay paronimias y juegos de palabras significativos. Abundan también las alteraciones. Se pueden rastrear casos de Roma
interna.
Desde el punto de vista sintáctico, el primer aspecto que llama la atención es el uso frecuente de la conjugación “y”. Otro
rasgo típico de la obra es la constante utilización de gerundios y participios.
Toda la novela puede considerarse como un proceso de aprendizaje y adaptación por parte del protagonista a la malicia
del medio ambiente. El autor anónimo aprovecha el carácter docente que la tradición otorgaba a los sacerdotes y a los
ciegos, y lo emplea en el adoctrinamiento del protagonista.
La entrada al servicio del primer amo marca un punto de extraordinaria importancia en la vida de Lázaro. El ciego inicia el
aprendizaje de forma violenta. Tras el golpe en la cabeza del toro, Lázaro despierta “de la simpleza en que, como niño,
dormido estaba”. Y cobra a la vez conciencia de su radical soledad y de la importancia que supone para él en esas
circunstancias vivir ojo avizor.
La avaricia e indiscutible ingeniosidad de su amo sirven de estímulo a la inteligencia de Lázaro que se ve precisado a poner
a prueba una serie de artilugios y mañas aun más ingeniosas.
Con su segundo amo, las dificultades se acrecientan. A causa del carácter estacionario del clérigo frente al ambulante del
ciego, se le reducen a Lázaro las oportunidades de calmar su hambre. Únicamente el arca, que su amo guarda
celosamente, puede ser su salvación. La reducción de episodios en el tratado segundo es así consecuencia de la limitación
y estrechez a que el clérigo somete a Lázaro. La agudeza mental de este último va a centrarse exclusivamente en objeto
tan precioso.
Lázaro odia a su amo desde el primer momento. No caben con el clérigo las matizaciones afectivas que sí tuvo con el
ciego. El carácter hipócrita del clérigo (el intentar hacer pasar por virtud su ruindad) es una razón más para acrecentar el
odio del protagonista.
Sin duda alguna el tercer tratado es el más complejo. Lázaro sale por primera vez de su mismo al encuentro del hidalgo y
mantiene un amistoso diálogo con él. Pero esta variación excepcional se debe a que por vez primera Lázaro ropa con un
amo incapaz de explotarle. No es que lo considere como modelo humano, pero a Lázaro le es imposible dejar de hacer un
juicio comparativo con los dos amos anteriores, del que el hidalgo sale sin duda (a pesar de los pesares) bien parado.
Además, entra en juego un sentimiento, también desconocido hasta ese momento, el de la compasión.
En cuanto al archipreste, el protagonista acepta sin ningún problema el plan junto a su amo y el policía, para sacarle dinero
con las burlas a la gente, por los beneficios que le reporta. Debe satisfacer sus necesidades y una actitud altruista de nada
le sirve. De ahí la aceptación de todo lo que conduzca a conseguir mejorar su estado.