El documento discute la naturaleza del pecado contrastándolo con la santidad de Dios. Explica que el pecado se opone al carácter santo de Dios y al verdadero destino humano. También analiza cómo adquirimos conciencia del pecado a través de la ley de Dios y cómo el pecado implica una injuria contra Dios, un desorden moral y una mancha en el ser humano.
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El documento discute la naturaleza del pecado contrastándolo con la santidad de Dios. Explica que el pecado se opone al carácter santo de Dios y al verdadero destino humano. También analiza cómo adquirimos conciencia del pecado a través de la ley de Dios y cómo el pecado implica una injuria contra Dios, un desorden moral y una mancha en el ser humano.
El documento discute la naturaleza del pecado contrastándolo con la santidad de Dios. Explica que el pecado se opone al carácter santo de Dios y al verdadero destino humano. También analiza cómo adquirimos conciencia del pecado a través de la ley de Dios y cómo el pecado implica una injuria contra Dios, un desorden moral y una mancha en el ser humano.
El documento discute la naturaleza del pecado contrastándolo con la santidad de Dios. Explica que el pecado se opone al carácter santo de Dios y al verdadero destino humano. También analiza cómo adquirimos conciencia del pecado a través de la ley de Dios y cómo el pecado implica una injuria contra Dios, un desorden moral y una mancha en el ser humano.
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1.
El pecado, en contraste con la santidad
Es la santidad de Dios la que marca el carácter abominable del pecado. El más ligero repaso al Antiguo Testamento, nos convence de que el atributo preponderante en Dios es la santidad (V. Is. 6:3). Resumiendo lo que ya hemos explicado en detalle en otro lugar,1 podemos definir la santidad de Dios diciendo que es la ausencia total de imperfección. Dios es, en su misma esencia, infinitamente distante de todo pecado, impureza, imperfección y limitación (transcendencia), al parque infinitamente cercano, en su amor misericordioso, a toda miseria, a toda desgracia, a toda desdicha, a toda esclavitud (inmanencia). Ahora bien, desde el momento en que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, para vivir en comunión con su Hacedor, su carácter y su conducta han de ser también santos (V. Lev. 11:44; 19:2; 1 Jn. 3:3), si ha de ser fiel a su destino eterno. Si la justicia es lo que se ajusta al carácter santo de Dios, el hombre ha de ser también justo, para realizar su verdad (V. Ecl. 12:13), a base de mantener una correcta relación con Dios. Así, pues, lo mismo que en Dios, también en el ser humano el concepto de santidad abarca dos aspectos: a) una santidad posicional o legal, por la que somos puestos aparte, separados de lo que mancha y limita, para ser consagrados a Dios; b) otra santidad moral, interior, por la que, mediante la renovación de nuestro entendimiento (Rom. 12:2), somos regenerados (Jn. 3:3- 8) y conducidos por el Espíritu Santo (Rom. 8:14), para producir fruto de obras buenas (Gal. 5:22-23; Ef. 2:10). El pecado, por oponerse directamente al carácter santo de Dios, se opone también a nuestro verdadero carácter humano, a nuestro destino eterno, a la vida plena que Jesucristo vino a traer en abundancia (Jn. 10:10).
2. Cómo adquirimos conciencia de pecado
El Apóstol Pablo asegura que «por medio de la ley es el conocimiento del pecado» (Rom. 3:20), hasta tal punto que, «sin la ley, el pecado está muerto* (Rom. 7:7-8). Es precisamente la ley la que da al pecado su carácter de iniquidad {«anomía»). Por eso, los que carecen de la Torah, son inexcusables, como dice el Apóstol Pablo, precisamente porque «aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos» (Rom. 2:14-15). Como el mismo Apóstol dice, ello no implica que la ley de Dios sea mala, puesto que dicha ley es la expresión de la santa voluntad de Dios. La ley nos es dada para encarrilar nuestra conducta; por eso, cuando el Espíritu Santo toma las riendas de nuestro corazón, la Ley no tiene nada que hacer (Gal. 5:23b). En cuanto obligación, la Ley ata en la medida de nuestra necesidad de ser santos: a mayor necesidad, mayor obligación. Por tanto, como quiera que el pecado es una contravención de la ley de Dios, es también la mayor frustración de nuestro destino, la mayor alienación del ser humano. Entonces, ¿no estaríamos mejor sin ninguna ley? A esta pregunta es preciso responder que, sin ninguna ley, el ser humano viviría en la anarquía moral, sin brújula que marcase el rumbo ético a su conducta, puesto que, siendo un ser relativo, el ser humano no tiene en sí mismo el norte de su obrar, de la misma manera que no tiene en sí mismo la fuente de su existir. Por eso, el Apóstol Pablo, al afirmar que él ya no está bajo la Ley, se apresura a añadir que no por eso está sin ley, puesto que está «dentro de la ley ("énnomos") de Cristo» (1.a Cor. 9:21, comp. con Jn. 13:34-35; 1.a Jn. 3:23).
3. La triple dimensión del concepto de pecado
De acuerdo con la triple dimensión espiritual del hombre: relación con Dios, con el mundo y consigo mismo, todo pecado comporta un triple aspecto de maldad: injuria, desorden y mancha. En efecto, el pecado es: A) Una injuria personal contra el carácter santo de Dios. Por eso, sólo después de contemplar, como Isaías (V. Is. 6: lss.), la gloria de Dios, nos percatamos de nuestra miseria moral y de la horrible iniquidad que el pecado comporta. En este sentido, la Biblia llama al pecado: a) impiedad (hebreo: «reshá»; griego: «asébeia»); b) iniquidad (griego: «anomía» o «paranomía» = disconformidad con la ley de Dios); c) injusticia (griego: «adikía»). B) Un desorden, o subversión del orden moral establecido por Dios; una calamidad cósmica, ya que el pecado «solitario» no existe; toda defección moral constituye una lacra social. En este sentido, la Biblia llama al pecado: a') perversión o depravación (hebreo: «avon»; griego: «ponería»); b') maldad (hebreo «ra»; griego: «kakía»); c') rebelión, transgresión, prevaricación (hebreo: «pesha»; griego: «parábasis»); d') delito, error, falta (griego: «paráptoma»)