Tolerancia Social
Tolerancia Social
Tolerancia Social
Por su parte, la tolerancia hacia quienes profesan de manera pública creencias o religiones
distintas a la nuestra. Es un concepto relacionado con la aceptación y con la consideración
ante las acciones u opiniones de otras personas cuando estas son diferentes de las propias o
se contraponen al marco personal de creencias. La tolerancia se erige como un valor básico
para convivir armónica y pacíficamente. No solo se trata de permitir lo que los demás digan
o hagan, sino de reconocer y aceptar la individualidad y las diferencias de cada ser humano.
Se considera que la tolerancia constituye la base de la buena convivencia entre personas de
diferentes culturas, credos, etnias, y modos de vida.2
Generalidades
A nivel individual, la tolerancia es la capacidad de aceptación de una situación o de otra
persona o grupo considerados diferentes. Pero no todos los individuos están capacitados
para ser tolerantes. La tolerancia individual se manifestará en la actitud que una persona
tiene ante aquello que expresa valores diferentes a los suyos propios. También en la
aceptación de una situación injusta en contra de los intereses propios o en contra de los
intereses de terceras personas. Todo ello implica, evidentemente, capacidad para escuchar y
aceptar a los demás.
Este comportamiento social se ha dado en todas las épocas de la humanidad y en todos los
lugares del mundo como un medio para posibilitar la convivencia. Se admite que, en
general, los valores y las normas colectivos son establecidos por el grupo que ostenta el
poder político y el control social, y con ello establece, entre otras cosas, el grado de respeto
o, por el contrario, la intensidad de la persecución de la que se va a hacer objeto a la
persona que exprese actitudes y conceptos diferentes o problemática.
Tolerancia e intolerancia
Se considera generalmente que no hay tolerancia sin acción previa y ajena de incitación. La
tolerancia es, así, un valor reactivo, impensable en condiciones previas a la convivencia e
incluso a la de la convivencia problemática. Su antónimo, la intolerancia, puede
manifestarse sin embargo con anterioridad a una incitación objetiva, a modo de programa
defensivo preventivo. La tolerancia se expresa por lo general mediante una corta variedad
de conductas muy similares, mientras que la intolerancia permite una mayor variedad de
comportamientos, que van desde la ignorancia pasiva hacia el diferente hasta la persecución
o el exterminio.
Tolerancia civil
Puesto que las mentalidades individuales evolucionan por lo general más rápido que las
leyes, a menudo se da un desfase entre la moral social, convenida implícita y de forma
colectiva y las leyes civiles. Así, algunas disposiciones de la ley pueden, en un momento
dado, ser reconocidas como inadecuadas y por eso, no ser aplicadas más que parcialmente o
no ser aplicadas ni obedecidas en absoluto. Así Georges Clémenceau decía en Au soir de la
pensée, «Toda tolerancia se convierte a la larga en un derecho adquirido».
Pero en todo caso, las modalidades y la eficacia de las leyes dependen de hecho de la
capacidad de las instituciones para hacer que se apliquen. Por ejemplo, los decretos Jean
Zay (1936) prevén la prohibición de llevar signos religiosos y políticos en las escuelas
francesas; sin embargo, la no aplicación de esos decretos ha conducido a promulgar una
nueva ley sobre el mismo tema en 2004.
Tolerancia y progreso
En el siglo XVIII, algunos de los filósofos de la Ilustración, señalaron la relación que existe
entre una actitud de tolerancia y el progreso de los pueblos. El progreso en las ciencias, en
la tecnología, en las leyes y costumbres solo podía desarrollarse en un marco adecuado de
respeto y proliferación de ideas divergentes. Es algo que numerosos ilustrados señalaron
reiteradamente, con la excepción de Rousseau, cuya visión del progreso difería. Así, la
concepción de progreso desarrollada por Turgot en sus Discursos sobre el progreso
humano7 parte de la idea de que el ser humano se encuentra en principio sobre el mundo
como frente a un enigma. Solo mediante la experiencia y múltiples tanteos puede llegar a
hacerse una imagen clara del mundo.
Esta idea conduce a una defensa de la tolerancia basada en la necesidad de que esta presida
una continua investigación y búsqueda de la verdad. De hecho, este clásico defensor de la
idea de progreso insiste en que todo intento de fosilización de una cultura, por muy
meritoria que esta haya mostrado ser, atenta contra la lenta pero ascendente marcha del
progreso.
Tenemos, pues, que fomentar la proliferación de ideas y aceptarlas todas como pasos
necesarios en la construcción de la verdad.9
Así, a fuerza de tantear, de multiplicar los sistemas, de agotar –por decirlo así– los errores,
se llega finalmente al conocimiento de un gran número de verdades.
Claude Levi-Strauss
En el siglo XX, la necesidad de una amplia tolerancia para poder hablar de progreso en las
culturas la ha desarrollado Levi-Strauss en sus ensayos Raza e historia y Raza y cultura.10
Aunque este autor advierte que no existe un progreso en términos absolutos, sino tan solo
en relación a los criterios particulares de quien juzga acerca de su existencia.11
(...) el progreso no es más que el máximo de los progresos en el sentido predeterminado por
el gusto de cada uno.
Afirma Levi-Strauss:
El progreso no es, por tanto, patrimonio de una sola cultura (como se ha creído, de manera
etnocéntrica), sino que se da necesariamente entre varias(...) no es la propiedad de ciertas
razas o de ciertas culturas que se distinguirían así de las otras.14
(...) no es una posición contemplativa que dispensa las indulgencias a lo que fue o a lo que
es; es una actitud dinámica que consiste en prever, comprender y promover aquello que
quiere ser. La diversidad de las culturas humanas está detrás de nosotros, a nuestro
alrededor y ante nosotros. La única exigencia que podríamos hacer valer a este respecto (...)
es que se realice bajo formas, de modo que cada una de ellas sea una aportación a la mayor
generosidad de los demás.
Desde los años 1950, la tolerancia se define generalmente como un estado mental de
apertura hacia el otro. Se trata de admitir maneras de pensar y actuar diferentes de aquellas
que uno mismo tiene. A nivel individual, y en una sociedad utópica libre, para que haya
tolerancia, debe haber elección deliberada. Solo se puede ser tolerante con aquello que uno
puede intentar impedir. La aceptación bajo constricción es la sumisión.
Locke elaboró una de las más famosas y clásicas defensas de la tolerancia, en una obra que
dio mucho que hablar en su tiempo. En la citada obra, desarrolla una serie de argumentos a
favor de la tolerancia de los gobiernos; argumentos que en algunos aspectos aun se puede
considerar que tienen una enorme vigencia. Se trata de la Carta sobre la tolerancia, escrita
en 1685.16 Esta obra, como la naciente idea de tolerancia, resulta estrechamente vinculada
al surgimiento del mundo moderno; representa la expresión y el reflejo de una concepción
del estado que ha desembocado en las actuales democracias liberales, las cuales reposan
sobre la libertad de los individuos; libertad que se ha de materializar, entre otras cosas, en la
posibilidad de mantener cualquiera de los cultos religiosos. De hecho, el propósito estricto
de la Carta fue fundamentar sobre bases firmes la libertad religiosa.
Pues bien, frente a ello, el modelo de estado democrático liberal, nacido con la Modernidad,
considera necesario establecer una serie de libertades en los individuos, dentro de las cuales
está la libertad religiosa, hoy, equiparable a la libertad de conciencia. Resulta inseparable la
defensa de la tolerancia como consentimiento del surgimiento de este tipo de estado. La
lucha contra la intolerancia y, consecuentemente, la consagración de la libertad religiosa y
de conciencia como un derecho político, ha estado ligada históricamente al proceso de
constitución del Estado democrático liberal, uno de cuyos elementos integrantes es el
reconocimiento de la personalidad individual como origen, fin y limitación de la actividad
estatal.
Esta sería la justificación teológica de la tolerancia religiosa, en la que Locke usa el sentido
del propio cristianismo para justificar una tolerancia de raíz cristiana.
Quien debe decidir qué Iglesia es la verdadera es solo Dios. No se puede saber cuál lo es, y
aunque se supiera, la verdadera Iglesia no tendría derecho a destruir a la otra. En esto,
Locke propugna una amplia libertad religiosa:
Nadie, (...), ni las personas individuales ni las Iglesias, ni siquiera los Estados, tienen justos
títulos para invadir los derechos civiles y las propiedades mundanas de los demás bajo el
pretexto de la religión
Pág. 22
Esto es porque
Lo cual quiere decir que nunca habrá paz mientras no haya tolerancia. Este es uno de los
principales motivos esgrimidos por numerosos pensadores para pretender la
universalización de un espíritu de tolerancia que englobe diversos aspectos.
3º. La autoridad de los curas no puede ir más allá de lo estrictamente religioso: La Iglesia
en sí es una cosa absolutamente distinta y separada del Estado (pág. 23). En esta idea se
soporta todo argumento a favor de la tolerancia. Si se mezclan Iglesia (Religión) y Estado,
si el Estado asume funciones religiosas, será imposible que tengamos una sociedad
tolerante, por lo menos en lo religioso. Con este espíritu, las constituciones de los actuales
estados democráticos declaran la aconfesionalidad de los mismos. Si un estado es
confesional, las libertades no están garantizadas, en la medida en que se impone un modo
de vida. La tolerancia política requiere un Estado neutral en cuanto a religión se refiere.
4º. Nuevamente insiste Locke: El cuidado de las almas no corresponde al magistrado (pág.
26). No se puede salvar a los hombres contra su voluntad y, además, la mayoría de las
veces las discrepancias lo son en cuestiones frívolas. Cuál sea el camino correcto lo
dilucida cada hombre en privado. Sea o no por consejo de una Iglesia, si no hay íntima
convicción, no hay salvación. Solamente la fe y la sinceridad interior procuran la
aceptación de Dios (pág. 33).
No estoy de acuerdo contigo, pero te dejo que lo hagas por respeto a las diferencias.
La tolerancia para la defensa de un ideal de libertad, está perfectamente ilustrada por una
célebre citación atribuida de manera apócrifa a Voltaire, pero que en realidad fue utilizada
por la escritora S. G. Tallentyre –seudónimo de Evelyn Beatrice Hall– como ilustración de
las creencias de Voltaire en la biografía que escribió de él.: No estoy de acuerdo con lo que
me dices, pero lucharé hasta el final para que puedas decirlo.
Las citas de Voltaire se han extraído de la siguiente edición del Tratado de la tolerancia:
Editorial Crítica, Barcelona, 1992. Y del Diccionario de filosofía, Akal, Madrid, 1985.
En el Tratado, Voltaire parte del asunto de Calas, un caso real de persecución desatada
contra una familia de calvinistas franceses. En 1762 fue ejecutado el comerciante Juan
Calas, bajo la falsa acusación de haber asesinado a su hijo porque este pretendía convertirse
al catolicismo. Alrededor de este asunto, se desarrolló una trama de sucesos, narrada por
Voltaire, donde se puso de manifiesto una vez más la intolerancia y el fanatismo de la
misma sociedad que los ilustrados querían "salvar" desde la razón y su hermana gemela, la
libertad. Ante tales acontecimientos, nuestro autor exclama Parece que el fanatismo,
indignado por el éxito de la razón, se vuelve contra ella con más rabia (pág. 15).
Pues bien, afirma, mientras existan pueblos y gobernantes intolerantes, habrá guerras,
tumultos y, por tanto, desgracia. Por el contrario, la tolerancia proporciona paz y
prosperidad a la sociedad. En este sentido, escribe: (...), esa tolerancia jamás produjo
guerras civiles; la intolerancia ha convertido la tierra en una carnicería (pág. 33). La
tolerancia se presenta como principio para la convivencia, como único modo de vivir en
paz y libremente:
(...) y el gran principio, el principio universal de uno y otro, está en toda la tierra: 'No hagas
lo que no quieras que te hagan'. Pues bien, si se sigue este principio no se advierte cómo un
hombre puede decir a otro: 'Cree lo que yo creo y que tú no puedes creer o morirás'
Pág. 39.
La intolerancia se opone a cuanto de racional hay en el hombre y nos acerca a las fieras:
Voltaire apela a la Historia para demostrar que (...) de todos los pueblos civilizados de la
antigüedad, ninguno cohibió la libertad de pensamiento (pág. 41).
Argumenta, como ya había hecho Locke, que la persecución intolerante es incoherente con
el verdadero espíritu cristiano, lo que contradice la trayectoria de fanatismo que la Iglesia
ha mantenido durante siglos. «Si no me engaño, hay muy pocos pasajes en los Evangelios,
de los que el espíritu perseguidor haya podido inferir que la intolerancia y la coacción son
legítimas» (pág. 85). Voltaire comenta y cita numerosos episodios bíblicos que apoyan esta
idea. En el Diccionario filosófico, afirma: «De todas las religiones, la cristiana es, sin duda,
la que tiene que inspirar más tolerancia, aunque hasta aquí los cristianos hayan sido los más
intolerantes de todos los hombres» (pág. 497).
Donde no hay razón, abunda la intolerancia. Queremos resaltar el énfasis pionero que pone
en ello nuestro filósofo. De la superstición, nace el fanatismo. Existe, por tanto, una
estrecha relación entre la tolerancia y el espíritu crítico y racional que nos conduce al
conocimiento del mundo y de nosotros mismos; como conclusión de su Tratado, Voltaire
lo afirma:
Solo los espíritus razonables piensan noblemente; cabezas coronadas, almas dignas de su
rango, han dado grandes ejemplos en esta ocasión. Sus nombres serán señalados en los
fastos de la filosofía, que consiste en el horror a la superstición, y en esa caridad universal
que Cicerón recomienda: Charitas humani generis. Esa caridad, cuyo nombre se ha
apropiado la teología, como si sólo a ella perteneciese, pero cuya realidad ha proscrito con
frecuencia. Caridad, amor al género humano; virtud desconocida de los embaucadores, de
los pedantes que argumentan y de los fanáticos que persiguen
(pág. 171).
Otro motivo, que se suma a los ya expuestos, para fomentar una actitud tolerante es la
evidencia de que somos seres imperfectos, a quienes cuesta hallar verdades. En el
Diccionario filosófico afirma en este sentido: Todos estamos modelados de debilidades y
de errores. Perdonémonos las necedades recíprocamente, (...) (pág. 494) (...) tenemos que
tolerarnos mutuamente, porque somos débiles, inconsecuentes y sujetos a la mutabilidad y
al error (pág. 501).
Por último, es muy digno de mención, además de la justificación de la tolerancia que desde
su espíritu comprometido e ilustrado acomete, el sentido profundo de un lema que él hizo
famoso: Écrasez l´infâme! (¡No dejes de pisotear al infame!). Lo podemos parafrasear
como no toleres jamás la intolerancia. Es decir, la propia tolerancia apunta hacia unos
límites que no puede traspasar, so pena de dejar de serlo.
John Stuart Mill escribió la que podría considerarse una de las mejores defensas de la
tolerancia y la libertad de pensamiento que jamás se hayan hecho. Se trata del ya clásico
escrito Sobre la libertad, elaborado en 1859.17 Vamos a resumir brevemente las ideas que
en él se contienen, destacando como aspecto novedoso y superador de anteriores
concepciones de la “tolerancia” las relaciones existentes entre tolerancia y libertad.
El pueblo que ejerce el poder no es siempre el mismo pueblo sobre el cual es ejercido (...).
El pueblo, por consiguiente, puede desear oprimir a una parte de sí mismo, y las
precauciones son tan útiles contra esto como contra cualquier otro abuso del Poder
Pág. 59.
En este sentido, también la mayoría puede ejercer su tiranía. Habría, por tanto, que colocar
un límite, y más sabiendo que
(...) los gustos o disgustos de la sociedad o de alguna poderosa porción de ella, son los que
principal y prácticamente han determinado las reglas impuestas a la general observancia
con la sanción de la ley o de la opinión
(P. 62).
La opinión de Mill es que el gobierno solo se halla legitimado para intervenir si hay que
evitar daños a terceros; el propio bien de la persona, físico o moral, no es justificación
suficiente. Esta es su respuesta a las acciones emprendidas por numerosos gobiernos, a lo
largo de la historia, a fin de garantizar la salvación eterna de los súbditos. Cuando Locke
afirmaba que el Estado no tiene autoridad en cuestiones religiosas, nos estaba planteando
por adelantado esta idea política que desarrollará Mill. De nuevo, la tolerancia
gubernamental nos viene asociada a la separación del poder del ámbito privado de la vida
de los ciudadanos. Este ámbito incluye las decisiones respecto a la propia felicidad, que
solo conciernen a los propios individuos. Cada uno, defiende Mill, es soberano de sí
mismo. En un marco histórico adecuado, por tanto, se ha de dar la libertad como
posibilidad de labrarse el propio camino de la felicidad, sin ser obligados a vivir a la
manera de otros, y sin que privemos a otros de seguir su camino. Resulta fundamental esta
distinción, ya vista en Locke, entre una esfera pública y otra privada en la sociedad.
Acto seguido, Mill desarrolla por extenso una excelente defensa de la libertad de
pensamiento y discusión. Esta libertad se basaría en el respeto a las opiniones ajenas y a la
expresión de las mismas. Se opone nuestro autor a todo tipo de censura, que no conduce
sino a la conversión de lo defendido en dogma, a una cristalización o congelación del
pensamiento cuya consecuencia es el alejamiento de la verdad, ya que esta requiere la
batalla con sus contrarios para ser profundizada. Esta es una de las consecuencias negativas
de la intolerancia. La censura, como manifestación de la intolerancia, no solo no es buena
para el progreso, sino que es causante de terribles errores, ya que aleja del auténtico modo
de conocer las cosas. Apoya Mill esta tesis en la historia y muestra que para que la verdad
prospere ha de darse la discusión libre (La especulación libre y audaz sobre los problemas
más elevados) y el respeto a todas las opiniones. «Solo a través de la diversidad de
opiniones puede abrirse paso la verdad» (pág. 114) Para el libre desenvolvimiento del
genio, por tanto, es preciso garantizar la libertad, de manera que la diversidad sea tolerada e
integrada en el común debate que garantiza la paz y el progreso.
En los capítulos posteriores de su obra, Mill apunta a una serie de consideraciones que
giran en torno a la problemática acerca de los límites de la tolerancia; es decir, ¿hasta dónde
se puede permitir la libertad de acción por parte de los individuos?- ¿Hasta qué punto
debemos tolerar y cuándo no? Básicamente, la respuesta de nuestro autor es que siempre
podemos actuar, mientras no perjudiquemos los intereses del otro. Es decir, en lo que
concierne exclusivamente a uno mismo, nadie debe intervenir. La intervención del Estado
solo se justifica cuando una acción tiene repercusiones en otras personas. Se puede y debe
tolerar todo, siempre y cuando lo tolerado no se muestre, a su vez, intolerante. Es en ese
punto donde ubicamos los límites de la tolerancia.
Tolerancia religiosa
Artículo principal: Tolerancia religiosa
El politeísmo antiguo
No se puede hablar de tolerancia en el caso del panteón romano cuyo culto se confunde con
el de la ciudad, y del emperador a partir de Augusto.
El monoteísmo
Islam: No hay más Dios que Alá pero también sin constricción en religión (Corán
256/2).
Se entiende pues que la tolerancia no es una virtud intrínseca de tal o cual religión sino que
depende de la elección de sus individuos y de sus jerarquías así como de su capacidad para
asociarse con un poder.
El diálogo interreligioso
Así mismo, la tolerancia no siempre ha existido. Ya Platón, según un rumor del que se hizo
eco Diógenes Laercio, habría querido quemar en la plaza pública las obras de Demócrito.
La apertura de la cultura griega a las culturas exteriores y el diálogo continuo de los
filósofos entre ellos han generado un clima intelectual tenso pero propicio a los
intercambios y a la reflexión. El la filosofía de las luces la que transforma aquello que
parecía una debilidad para san Agustín de Hipona, teórico de la persecución legítima, tal y
como lo presentaba Bossuet.
En el símbolo del giro es esta frase de Voltaire: no me gustan tus ideas pero lucharé para
que puedas expresarlas. Se constituye entonces un movimiento intelectual que lucha contra
las intolerancias del cristianismo: De todas las religiones, la cristiana es sin duda la que
debe inspirar mayor tolerancia, aunque hasta ahora los cristianos hayan sido los más
intolerantes de todos los hombres. (Diccionario filosófico, artículo Tolerancia 7).
El desarrollo de las ciencias religiosas en la filosofía alemana del siglo XIX ha permitido el
establecimiento de un saber laico sobre el fenómeno religioso que es percibido como una
amenaza por las religiones. Tal fue la apuesta de la crisis modernista, tal es aun la apuesta
de bastantes conflictos que tiene algo que ver con el fenómeno religioso.
Los medios de transporte y de comunicación de siglo XIX y del siglo XX han permitido
intercambios culturales que no facilitan tanto el diálogo interreligioso. La democratización
del viaje se hace por el método del viaje organizado que raramente permite un encuentro
con el autóctono. Por el contrario, los intercambios de estudiantes, hasta ahora reservados a
las clases superiores de los países desarrollados, podrían mejorar la situación por medio de
subvenciones europeas, tales como el Programa Erasmus.
Por el hecho de que la mayoría de las religiones tienen vocación para enseñar solo aquello
que cree verdadero, designando por todas las variantes de lo falso a todo aquello que no
han expresado ellas mismas (método de los epiciclos copernicianos descrito por primera
vez en el dominio religioso por John Hick en God Has Many Names (1987) y popularizado
desde entonces por Régis Debray en El Fuego sagrado: Función de lo religioso, Fayard,
2003), no se puede decir que la cultura religiosa del Europeo medio haya avanzado mucho.
La reflexión sobre la verdad religiosa, a pesar de estar bien descrita por Michel de Certeau
s.j. en La invención de los cotidiano, t. II: maneras de creer no ha sido retomada por
religión alguna. El creyente ignora pues lo sagrado de los demás y exige de esos mismos
demás la reverencia para aquello en lo que él cree, reverencia que él por su parte no está
dispuesto a manifestar hacia sus interlocutores.