Tolerancia Social

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Tolerancia social

Tolerancia se refiere a la capacidad de aceptar las ideas, preferencias, formas de


pensamiento o comportamientos de las demás personas1. La palabra proviene del latín
tolerantĭa, que significa «cualidad de quien puede aceptar». El concepto surgió en Francia a
finales del siglo XVI durante las guerras de religión que enfrentaron a católicos y
protestantes. Designaría inicialmente la indulgencia hacia la opinión de los demás sobre los
puntos del dogma que la Iglesia no consideraba como esenciales. Así, nació con un sentido
peyorativo pues se trataba de soportar lo que no se podía erradicar. El sentido positivo del
término se afirmó en el siglo siguiente con John Locke y Pierre Bayle y la Ilustración del
siglo XVIII lo convierte en uno de sus valores fundamentales con el significado de
aceptación de las otras creencias.2

Por su parte, la tolerancia hacia quienes profesan de manera pública creencias o religiones
distintas a la nuestra. Es un concepto relacionado con la aceptación y con la consideración
ante las acciones u opiniones de otras personas cuando estas son diferentes de las propias o
se contraponen al marco personal de creencias. La tolerancia se erige como un valor básico
para convivir armónica y pacíficamente. No solo se trata de permitir lo que los demás digan
o hagan, sino de reconocer y aceptar la individualidad y las diferencias de cada ser humano.
Se considera que la tolerancia constituye la base de la buena convivencia entre personas de
diferentes culturas, credos, etnias, y modos de vida.2

Generalidades
A nivel individual, la tolerancia es la capacidad de aceptación de una situación o de otra
persona o grupo considerados diferentes. Pero no todos los individuos están capacitados
para ser tolerantes. La tolerancia individual se manifestará en la actitud que una persona
tiene ante aquello que expresa valores diferentes a los suyos propios. También en la
aceptación de una situación injusta en contra de los intereses propios o en contra de los
intereses de terceras personas. Todo ello implica, evidentemente, capacidad para escuchar y
aceptar a los demás.

Este comportamiento social se ha dado en todas las épocas de la humanidad y en todos los
lugares del mundo como un medio para posibilitar la convivencia. Se admite que, en
general, los valores y las normas colectivos son establecidos por el grupo que ostenta el
poder político y el control social, y con ello establece, entre otras cosas, el grado de respeto
o, por el contrario, la intensidad de la persecución de la que se va a hacer objeto a la
persona que exprese actitudes y conceptos diferentes o problemática.

Tolerancia e intolerancia
Se considera generalmente que no hay tolerancia sin acción previa y ajena de incitación. La
tolerancia es, así, un valor reactivo, impensable en condiciones previas a la convivencia e
incluso a la de la convivencia problemática. Su antónimo, la intolerancia, puede
manifestarse sin embargo con anterioridad a una incitación objetiva, a modo de programa
defensivo preventivo. La tolerancia se expresa por lo general mediante una corta variedad
de conductas muy similares, mientras que la intolerancia permite una mayor variedad de
comportamientos, que van desde la ignorancia pasiva hacia el diferente hasta la persecución
o el exterminio.

El término persecución ha sido usado históricamente para denotar actos de violencia


indiscriminada, sean espontáneos o premeditados. La persecución entre seres humanos no
se limita a grupos religiosos, étnicos o políticos. Cualquier diferencia identificable en
apariencia o comportamiento puede servir de motor para una persecución. El fundamento
tanto de la tolerancia como de la intolerancia y la persecución es la percepción de un
individuo o un grupo como diferentes. Se considera que la persecución es la expresión de
un rasgo general del comportamiento social, relacionado con el tribalismo y el ejercicio del
poder por un grupo, que busca imponer o reforzar la sumisión a otros. A menudo la
persecución no es reconocida como tal por los perseguidores, sino solamente por sus
víctimas o por observadores externos.

La tolerancia es generalmente una elección dictada por una convicción, a veces


condescendiente y a veces forzada penalmente. Pero también es fomentada
persuasivamente por los medios de comunicación al servicio de los intereses del grupo de
control, sea este el que posee las herramientas formales de gobierno o el que, en posición de
debilidad relativa de este, ejerce la oposición.

Helen Keller decía «La mejor consecuencia de la educación es la tolerancia».5 Es más


difícil comprender un comportamiento y acabar aceptándolo cuanto menos conoce uno los
orígenes del mismo. Si la educación, según ciertos conceptos de esta, consiste entre otras
cosas en informar y dar a conocer a los alumnos los mundos ajenos a su cotidianidad vital
(a diferencia de otras nociones pedagógicas partidarias de la experiencialidad vacía de
contenidos, por ejemplo), puede, en efecto, constituirse en vehículo de tolerancia, y
probablemente lo viene siendo históricamente de modo implícito.

El comienzo de la tolerancia fue la base del pensamiento liberal. Su aceptación no tuvo un


completo éxito en Europa, ya que hubo algunos países que no la pusieron a prueba.

Tolerancia civil
Puesto que las mentalidades individuales evolucionan por lo general más rápido que las
leyes, a menudo se da un desfase entre la moral social, convenida implícita y de forma
colectiva y las leyes civiles. Así, algunas disposiciones de la ley pueden, en un momento
dado, ser reconocidas como inadecuadas y por eso, no ser aplicadas más que parcialmente o
no ser aplicadas ni obedecidas en absoluto. Así Georges Clémenceau decía en Au soir de la
pensée, «Toda tolerancia se convierte a la larga en un derecho adquirido».

Históricamente, la primera noción en el sentido contemporáneo de tolerancia es la


defendida por John Locke en su Carta sobre la tolerancia, que es definida por la fórmula
«dejad de combatir lo que no se puede cambiar».
Desde un punto de vista social, permite aquello que es contrario a la moral o a la ética del
grupo que ostenta el control social. Permite también desigualdades y diferencias dentro de
la sociedad. Se trata principalmente de un comportamiento frente a una situación que se
juzga mala, pero que se acepta porque no se puede hacer otra cosa. Se pueden citar como
ejemplos las situaciones de esclavitud y tolerancia de la esclavitud a lo largo de la Historia,
a pesar de las condenas a la misma por algunos grupos que se saldaron con catastróficos
enfrentamientos sociales, y ello repetidamente; la sucesión a lo largo de la Historia entre el
permiso y la prohibición de abortar para las mujeres y los que las asisten; el procesamiento
y posterior encarcelamiento de familias inmigrantes por realizar prácticas tradicionales en
sus hijas como la ablación genital mientras la circuncisión de los hijos varones es tolerada
(lo cual plantea de modo muy intenso el no resuelto problema planteado por J. S. Mill de
los límites de la tolerancia: ¿se debe ser tolerante con costumbres intolerantes, por ejemplo
hacia el placer sexual femenino?); la denominada contemporáneamente violencia de
género, el asesinato de mujeres a manos de su pareja sentimental, que ha provocado en
España por ejemplo, cambios en el código penal y campañas institucionales denominadas
tolerancia cero debido, según algunos, a la falta de movilización social ante el problema y,
según otros, precisamente al hecho de tratarse España de uno de los países de la Unión
Europea con cifras más bajas de este tipo de violencia (según encuesta europea realizada en
todos los países de la UE), lo cual plantea la cuestión de si una legislación de este tipo
puede implantarse con éxito en sociedades cuyo sentir colectivo no sea previamente
favorable a la misma.

Pero en todo caso, las modalidades y la eficacia de las leyes dependen de hecho de la
capacidad de las instituciones para hacer que se apliquen. Por ejemplo, los decretos Jean
Zay (1936) prevén la prohibición de llevar signos religiosos y políticos en las escuelas
francesas; sin embargo, la no aplicación de esos decretos ha conducido a promulgar una
nueva ley sobre el mismo tema en 2004.

Tolerancia y progreso

Anne Robert Jacques Turgot, s. XVIII

En el siglo XVIII, algunos de los filósofos de la Ilustración, señalaron la relación que existe
entre una actitud de tolerancia y el progreso de los pueblos. El progreso en las ciencias, en
la tecnología, en las leyes y costumbres solo podía desarrollarse en un marco adecuado de
respeto y proliferación de ideas divergentes. Es algo que numerosos ilustrados señalaron
reiteradamente, con la excepción de Rousseau, cuya visión del progreso difería. Así, la
concepción de progreso desarrollada por Turgot en sus Discursos sobre el progreso
humano7 parte de la idea de que el ser humano se encuentra en principio sobre el mundo
como frente a un enigma. Solo mediante la experiencia y múltiples tanteos puede llegar a
hacerse una imagen clara del mundo.

El mundo es para Turgot, en efecto, enigmático:8


(...) y el hombre, cuando comienza a buscar la verdad, se encuentra en medio de un
laberinto donde entra con los ojos vendados.

Esta idea conduce a una defensa de la tolerancia basada en la necesidad de que esta presida
una continua investigación y búsqueda de la verdad. De hecho, este clásico defensor de la
idea de progreso insiste en que todo intento de fosilización de una cultura, por muy
meritoria que esta haya mostrado ser, atenta contra la lenta pero ascendente marcha del
progreso.

Tenemos, pues, que fomentar la proliferación de ideas y aceptarlas todas como pasos
necesarios en la construcción de la verdad.9

Así, a fuerza de tantear, de multiplicar los sistemas, de agotar –por decirlo así– los errores,
se llega finalmente al conocimiento de un gran número de verdades.

Esta idea reaparece en todos los representantes de la Ilustración: la necesidad de una


tolerancia generalizada que permita el desarrollo de las ciencias y/o el progreso.

En la Carta sobre la tolerancia de Locke, se defiende de modo tajante la separación radical


entre la religión y el Estado. El establecimiento de un imperio de la tolerancia implicaba la
crítica a ciertas estructuras sociales y políticas. En este sentido, su defensa de la tolerancia
va pareja a un fuerte espíritu crítico o al ataque contra el fanatismo de los gobiernos e
Iglesias, esto resulta especialmente relevante en Voltaire.

Claude Levi-Strauss

En el siglo XX, la necesidad de una amplia tolerancia para poder hablar de progreso en las
culturas la ha desarrollado Levi-Strauss en sus ensayos Raza e historia y Raza y cultura.10
Aunque este autor advierte que no existe un progreso en términos absolutos, sino tan solo
en relación a los criterios particulares de quien juzga acerca de su existencia.11

(...) el progreso no es más que el máximo de los progresos en el sentido predeterminado por
el gusto de cada uno.

En realidad, el esfuerzo creador y la invención, que caracterizan la noción actual de


progreso, son propios de todos los pueblos. Prueba de ello es que numerosos inventos
proceden de culturas no occidentales. 12 Esto es así porque las formas más llamativas de
culturas acumulativas (las que más claramente parecen progresar) no han sido culturas
aisladas, sino culturas que combinan voluntaria o involuntariamente sus juegos respectivos
(es decir, investigaciones e indagaciones en la naturaleza y la tecnología, por ejemplo) y se
coaligan con otras. La posibilidad de progreso dependerá del número y diversidad de
culturas que juegan en común. Todos los puntos de vista, todas las culturas, han de
colaborar para que exista progreso. En este sentido, nuestro autor concluye que todas
merecen ser toleradas en su originalidad, en cuanto representan juegos únicos. La tolerancia
tiene el sentido de fomentar esta particularidad, como aportación original a las demás.13
El progreso solo es posible concebirlo si existe relación e intercambio entre culturas que, no
obstante, deben mantener sus propias peculiaridades. En este sentido, todas las culturas
participan de un progreso y acumulan descubrimientos. En el supuesto de que una no lo
hiciera, sería como consecuencia de su total aislamiento.

Afirma Levi-Strauss:

(...) la historia acumulativa es la forma de la historia característica de estos


superorganismos sociales que constituyen los grupos de sociedades, mientras que la historia
estacionaria –si existe de verdad– sería la marca de ese género de vida inferior, que es el de
las sociedades solitarias.

El progreso no es, por tanto, patrimonio de una sola cultura (como se ha creído, de manera
etnocéntrica), sino que se da necesariamente entre varias(...) no es la propiedad de ciertas
razas o de ciertas culturas que se distinguirían así de las otras.14

Es necesaria la coalición de las diversas culturas, que se comuniquen y, en cierto sentido, se


unan, pero que a la vez que interaccionan mantengan las diferencias, las peculiaridades que
les son propias a cada una. La civilización mundial no podría ser otra cosa que la
coalición, a escala mundial, de culturas que preservan cada una su originalidad, Ib., 97.

Estas reflexiones de Levi-Strauss le llevan a caracterizar la tolerancia de este modo:13

(...) no es una posición contemplativa que dispensa las indulgencias a lo que fue o a lo que
es; es una actitud dinámica que consiste en prever, comprender y promover aquello que
quiere ser. La diversidad de las culturas humanas está detrás de nosotros, a nuestro
alrededor y ante nosotros. La única exigencia que podríamos hacer valer a este respecto (...)
es que se realice bajo formas, de modo que cada una de ellas sea una aportación a la mayor
generosidad de los demás.

Desde los años 1950, la tolerancia se define generalmente como un estado mental de
apertura hacia el otro. Se trata de admitir maneras de pensar y actuar diferentes de aquellas
que uno mismo tiene. A nivel individual, y en una sociedad utópica libre, para que haya
tolerancia, debe haber elección deliberada. Solo se puede ser tolerante con aquello que uno
puede intentar impedir. La aceptación bajo constricción es la sumisión.

Al final de su defensa del intercambio cultural, Levi-Strauss se manifiesta


fundamentalmente pesimista, pues considera que las fricciones y conflictos interculturales
parecen responder a múltiples y complejas causas que las convierten en inevitables. 15 De
este modo, los contactos interculturales no siempre son tan productivos y,
desgraciadamente, pueden generar serios conflictos; pero no por eso hemos de renunciar a
apelar a la razón para demostrar las ventajas consecuentes del respeto y la aceptación del
otro. Y si por si esto fuera poco, la gravedad de los posibles conflictos podría conducirnos
al suicidio colectivo, en este mundo multicultural y dinámico, según el autor francés.

La tolerancia según Locke


John Locke en 1697

Locke elaboró una de las más famosas y clásicas defensas de la tolerancia, en una obra que
dio mucho que hablar en su tiempo. En la citada obra, desarrolla una serie de argumentos a
favor de la tolerancia de los gobiernos; argumentos que en algunos aspectos aun se puede
considerar que tienen una enorme vigencia. Se trata de la Carta sobre la tolerancia, escrita
en 1685.16 Esta obra, como la naciente idea de tolerancia, resulta estrechamente vinculada
al surgimiento del mundo moderno; representa la expresión y el reflejo de una concepción
del estado que ha desembocado en las actuales democracias liberales, las cuales reposan
sobre la libertad de los individuos; libertad que se ha de materializar, entre otras cosas, en la
posibilidad de mantener cualquiera de los cultos religiosos. De hecho, el propósito estricto
de la Carta fue fundamentar sobre bases firmes la libertad religiosa.

Pues bien, frente a ello, el modelo de estado democrático liberal, nacido con la Modernidad,
considera necesario establecer una serie de libertades en los individuos, dentro de las cuales
está la libertad religiosa, hoy, equiparable a la libertad de conciencia. Resulta inseparable la
defensa de la tolerancia como consentimiento del surgimiento de este tipo de estado. La
lucha contra la intolerancia y, consecuentemente, la consagración de la libertad religiosa y
de conciencia como un derecho político, ha estado ligada históricamente al proceso de
constitución del Estado democrático liberal, uno de cuyos elementos integrantes es el
reconocimiento de la personalidad individual como origen, fin y limitación de la actividad
estatal.

Pedro Bravo Gala, en la introducción a la edición citada de la obra de Locke, también


señala que la marcha hacia la tolerancia aparece ligada a la marcha hacia la idea de libertad
y la eliminación de coacciones por parte de los estados. En esta realización histórica de los
principios individualistas, fueron hitos la Reforma Protestante, las revoluciones inglesa y
americana y francesa y la Ilustración. Estos principios se resumen en la idea de libertad
personal, que considera un dominio de acción exclusivo del individuo, inmune a la acción
del poder político. Se defiende, desde esta perspectiva, la reducción al mínimo del grado de
coacción ejercido por el estado y su influencia en la vida del individuo. Dentro de este
ámbito, exclusivamente individual, se ubica la creencia religiosa. Esta tolerancia ligada a lo
religioso, acabará estando a la libertad personal en todas las esferas, además de la religiosa,
que no afecten al prójimo. La tolerancia, una vez desborde el campo de lo religioso, acabará
íntimamente vinculada a la libertad de pensamiento.

Pero la realización práctica de la tolerancia, en un primer momento, se dio cuando grupos


religiosos dominantes dejaron manifestar su diferencia al disidente, renunciando a imponer
sus puntos de vista. Esto implica la separación de la política y la vida religiosa; el estado
solo ha de intervenir en lo público. Lo religioso, como perteneciente al ámbito de lo
privado, deja de ser de su incumbencia. Esta será la idea fundamental de la Carta; la
separación entre la Iglesia y el Estado, entre el Trono y el Altar. La defensa de la tolerancia
hecha por Locke, por tanto, deriva de su filosofía política, la cual propugna un modelo de
estado cuyas funciones son tan solo preservar la vida, libertad y propiedades de sus
ciudadanos. El camino para ser feliz o adorar a Dios que cada uno escoja no pertenece al
ámbito de la regulación estatal. Pero veamos los argumentos desarrollados en la Carta, de
modo más analítico.

Comienza esta obra con la aseveración La tolerancia es la característica de la verdadera


Iglesia (pág. 3). La coacción para convertir no es algo que se desprenda del mensaje
cristiano, sino la caridad y la virtud. No se puede "amar" persiguiendo y atormentando. Más
bien, del cristianismo se desprende todo lo contrario:

la tolerancia de aquellos que difieren de otros en materia de religión se ajusta tanto al


Evangelio de Jesucristo y a la genuina razón de la humanidad, que parece monstruoso que
haya hombres tan ciegos como para no percibir con igual claridad su necesidad y sus
ventajas
(pág. 8)

Esta sería la justificación teológica de la tolerancia religiosa, en la que Locke usa el sentido
del propio cristianismo para justificar una tolerancia de raíz cristiana.

El argumento más poderoso parte de la separación de lo civil y lo religioso. Locke insiste


en descubrir el engaño que supone cometer maldades encubriéndose en el interés general o
en la religión. No debe ser esa la actuación o función del Estado. Más bien, este es una
sociedad de hombres constituida solamente para procurar, preservar y hacer avanzar sus
propios intereses de índole civil (pág. 8). El magistrado ha de velar por estos intereses de
manera justa, pero no es de su competencia la salvación de las almas, porque:

1. El cuidado de las almas no está encomendado al magistrado civil ni a ningún otro


hombre (pág. 9), ni por Dios ni por los otros hombres.
2. Su poder no alcanza el ámbito de la creencia, pues todo lo más que se puede hacer
en este terreno es persuadir, pero no mandar. No es posible mandar que se crea algo;
los castigos no son eficaces para producir la fe verdadera. La fe no es fe si no se
cree (pág. 10).
3. Si el magistrado tuviera que ver en las cuestiones de salvación, los hombres
deberían su felicidad o su miseria eternas a los lugares donde hubieran nacido (pág
12), quedando descartada la responsabilidad del propio individuo.

Y si no es labor del magistrado coaccionar para convertir a la religión, tampoco lo es de la


Iglesia, la cual es una sociedad libre y voluntaria (pág. 13) que no debe ejercer autoridad.
Al menos, Cristo nunca lo dijo. Afirma nuestro filósofo: yo no comprendo cómo puede
llamarse Iglesia de Cristo una Iglesia que esté establecida sobre leyes que no son de Él
(...) (pág. 16). Cristo jamás expresó que hubiera que perseguir para convertir. En todo caso,
se puede exhortar y aconsejar, e incluso expulsar de la Iglesia, pero nada más. Ejercer la
fuerza solo le corresponde al magistrado, quien tampoco la debe emplear para algo más que
para garantizar las libertades.
¿Hasta dónde se extiende el deber de tolerancia y en qué medida obliga a cada uno? Locke
aborda el tema de los límites de lo tolerable en cuatro puntos:

1. Ninguna Iglesia está obligada en virtud del deber de tolerancia a retener en su


seno a una persona que, después de haber sido amonestada, continúa
obstinadamente transgrediendo las leyes de la sociedad (pág. 18). Nunca cabe el
uso de la fuerza o el castigo, pero sí se justifica la expulsión del propio seno de
quien no se amolda a las reglas de la sociedad eclesiástica.
2. Ninguna persona privada tiene derecho alguno, en ningún caso, a perjudicar a otra
persona en sus goces civiles porque sea de otra Iglesia o religión (pág. 18). La
tolerancia no Solo debe ejercerla el magistrado, sino las propias Iglesias entre sí,
pues el poder civil no les corresponde. Solo el poder civil puede coaccionar, pero
tampoco puede hacerlo para obligar a seguir una religión determinada. Resulta
intolerable, por tanto, quien procure emplear la fuerza para coaccionar en materia
religiosa.

Quien debe decidir qué Iglesia es la verdadera es solo Dios. No se puede saber cuál lo es, y
aunque se supiera, la verdadera Iglesia no tendría derecho a destruir a la otra. En esto,
Locke propugna una amplia libertad religiosa:

Nadie, (...), ni las personas individuales ni las Iglesias, ni siquiera los Estados, tienen justos
títulos para invadir los derechos civiles y las propiedades mundanas de los demás bajo el
pretexto de la religión
Pág. 22

Esto es porque

Ni la paz, ni la seguridad, ni siquiera la amistad común, pueden establecerse o preservarse


entre los hombres mientras prevalezca la opinión de que el dominio está fundado en la
gracia y que la religión ha de ser propagada por la fuerza de las armas
Pág. 23

Lo cual quiere decir que nunca habrá paz mientras no haya tolerancia. Este es uno de los
principales motivos esgrimidos por numerosos pensadores para pretender la
universalización de un espíritu de tolerancia que englobe diversos aspectos.

3º. La autoridad de los curas no puede ir más allá de lo estrictamente religioso: La Iglesia
en sí es una cosa absolutamente distinta y separada del Estado (pág. 23). En esta idea se
soporta todo argumento a favor de la tolerancia. Si se mezclan Iglesia (Religión) y Estado,
si el Estado asume funciones religiosas, será imposible que tengamos una sociedad
tolerante, por lo menos en lo religioso. Con este espíritu, las constituciones de los actuales
estados democráticos declaran la aconfesionalidad de los mismos. Si un estado es
confesional, las libertades no están garantizadas, en la medida en que se impone un modo
de vida. La tolerancia política requiere un Estado neutral en cuanto a religión se refiere.

4º. Nuevamente insiste Locke: El cuidado de las almas no corresponde al magistrado (pág.
26). No se puede salvar a los hombres contra su voluntad y, además, la mayoría de las
veces las discrepancias lo son en cuestiones frívolas. Cuál sea el camino correcto lo
dilucida cada hombre en privado. Sea o no por consejo de una Iglesia, si no hay íntima
convicción, no hay salvación. Solamente la fe y la sinceridad interior procuran la
aceptación de Dios (pág. 33).

En suma, todo el razonamiento de Locke se basa en la separación de lo civil y lo religioso.


El bien público es la regla y medida de toda actividad legislativa (pág. 35). Esto quiere
decir que el Estado solo debe prohibir aquello que perjudique a terceros. Es cierto que no
debe permitir las opiniones contrarias a la sociedad humana o a las reglas morales
necesarias para la preservación de la sociedad civil, pero normalmente, este no es el caso de
las religiones. El papel de las leyes no es cuidar de la verdad de las opiniones, sino de la
seguridad del Estado y de los bienes y de la persona de cada hombre en particular (pág.
48). La perdición de un alma no conlleva perjuicio a terceros. Si el Estado se inmiscuye en
la "salvación" de sus súbditos, si obliga en materia religiosa, la paz no está garantizada. En
cambio, «Los gobiernos justos y moderados están tranquilos en todas partes, y en todas
partes seguros, pero la opresión levanta fermentos y hace a los hombres luchar para
liberarse de un yugo molesto y tiránico» (pág. 65).

En síntesis, no se debe intervenir o coaccionar en asuntos religiosos. Esto se justifica a


partir de varios argumentos:

1. Un argumento político: Los males de la sociedad provienen de la intolerancia, no de


la división. No es necesaria la unidad de fe y culto para mantener el orden; aún más,
la tolerancia es lo que garantiza la paz social.
2. Varios argumentos teológicos:
1. La Iglesia es una sociedad libre y voluntaria.
2. La creencia y el culto han de ser sinceros.
3. La persecución es anticristiana.
3. Un argumento racionalista: La conciencia es incoaccionable. Se ha de aceptar,
además, la natural ignorancia humana ante la oscuridad del mundo y se ha de
confiar en las virtudes de la discusión para descubrir la verdad. Esta idea la
desarrollará principalmente, en el pensamiento liberal, John Stuart Mill.

Voltaire y el Tratado de la tolerancia


Voltaire
Jean-Baptiste Rousseau

Otro autor de la Ilustración, además de Locke, que abordó directamente la problemática de


la tolerancia fue Voltaire (1694-1778). A través de su Tratado de la tolerancia y en los
artículos Fanatismo y Tolerancia de su Diccionario filosófico nos encontramos con
argumentos que confirman y complementan la defensa de la tolerancia hecha por Locke.
También, aunque de menor importancia, escribió un extenso poema sobre la tolerancia: La
Henriade, en 1723, donde critica el fanatismo y sus trágicas consecuencias.

La tolerancia por respeto al individuo se podría formular como:

No estoy de acuerdo contigo, pero te dejo que lo hagas por respeto a las diferencias.

La tolerancia para la defensa de un ideal de libertad, está perfectamente ilustrada por una
célebre citación atribuida de manera apócrifa a Voltaire, pero que en realidad fue utilizada
por la escritora S. G. Tallentyre –seudónimo de Evelyn Beatrice Hall– como ilustración de
las creencias de Voltaire en la biografía que escribió de él.: No estoy de acuerdo con lo que
me dices, pero lucharé hasta el final para que puedas decirlo.

Las citas de Voltaire se han extraído de la siguiente edición del Tratado de la tolerancia:
Editorial Crítica, Barcelona, 1992. Y del Diccionario de filosofía, Akal, Madrid, 1985.

Voltaire representa el ala radical de la Ilustración francesa. Su obra significa la última


consecuencia del espíritu crítico ilustrado. Se debate entre el optimismo y la confianza en el
ser humano, por un lado, y la desesperación ante la estupidez humana que lo contradice.
Esta estupidez solo podrá curarse con la Ilustración, esto es, con la supresión del prejuicio y
la aplicación de la razón crítica a las costumbres sociales, la política y el conocimiento. En
esta línea se desarrolla la defensa de la tolerancia que esboza en su tratado. No obstante, en
oposición a Leibniz (con cuyo exagerado optimismo se enfrenta directamente) y a
Rousseau, no elimina un marcado pesimismo que le lleva a reconocer la existencia y
predominio del mal, ante lo cual la razón se debate impotente. Esto no le impide apelar a
ella, a la sana razón humana, para que intervenga en la lucha a favor del bien. Esta lucha es
la del mal contra el bien, del saber contra la ignorancia, de la prudencia contra el fanatismo.

En el Tratado, Voltaire parte del asunto de Calas, un caso real de persecución desatada
contra una familia de calvinistas franceses. En 1762 fue ejecutado el comerciante Juan
Calas, bajo la falsa acusación de haber asesinado a su hijo porque este pretendía convertirse
al catolicismo. Alrededor de este asunto, se desarrolló una trama de sucesos, narrada por
Voltaire, donde se puso de manifiesto una vez más la intolerancia y el fanatismo de la
misma sociedad que los ilustrados querían "salvar" desde la razón y su hermana gemela, la
libertad. Ante tales acontecimientos, nuestro autor exclama Parece que el fanatismo,
indignado por el éxito de la razón, se vuelve contra ella con más rabia (pág. 15).

Pues bien, afirma, mientras existan pueblos y gobernantes intolerantes, habrá guerras,
tumultos y, por tanto, desgracia. Por el contrario, la tolerancia proporciona paz y
prosperidad a la sociedad. En este sentido, escribe: (...), esa tolerancia jamás produjo
guerras civiles; la intolerancia ha convertido la tierra en una carnicería (pág. 33). La
tolerancia se presenta como principio para la convivencia, como único modo de vivir en
paz y libremente:
(...) y el gran principio, el principio universal de uno y otro, está en toda la tierra: 'No hagas
lo que no quieras que te hagan'. Pues bien, si se sigue este principio no se advierte cómo un
hombre puede decir a otro: 'Cree lo que yo creo y que tú no puedes creer o morirás'
Pág. 39.

La intolerancia se opone a cuanto de racional hay en el hombre y nos acerca a las fieras:

(...) el derecho de intolerancia es absurdo y bárbaro; es el derecho de los tigres; es mucho


más horrible aun, porque los tigres no se destrozan sino para comer, y nosotros nos hemos
exterminado por unas frases
Pág. 40.

Voltaire apela a la Historia para demostrar que (...) de todos los pueblos civilizados de la
antigüedad, ninguno cohibió la libertad de pensamiento (pág. 41).

Argumenta, como ya había hecho Locke, que la persecución intolerante es incoherente con
el verdadero espíritu cristiano, lo que contradice la trayectoria de fanatismo que la Iglesia
ha mantenido durante siglos. «Si no me engaño, hay muy pocos pasajes en los Evangelios,
de los que el espíritu perseguidor haya podido inferir que la intolerancia y la coacción son
legítimas» (pág. 85). Voltaire comenta y cita numerosos episodios bíblicos que apoyan esta
idea. En el Diccionario filosófico, afirma: «De todas las religiones, la cristiana es, sin duda,
la que tiene que inspirar más tolerancia, aunque hasta aquí los cristianos hayan sido los más
intolerantes de todos los hombres» (pág. 497).

Donde no hay razón, abunda la intolerancia. Queremos resaltar el énfasis pionero que pone
en ello nuestro filósofo. De la superstición, nace el fanatismo. Existe, por tanto, una
estrecha relación entre la tolerancia y el espíritu crítico y racional que nos conduce al
conocimiento del mundo y de nosotros mismos; como conclusión de su Tratado, Voltaire
lo afirma:

Solo los espíritus razonables piensan noblemente; cabezas coronadas, almas dignas de su
rango, han dado grandes ejemplos en esta ocasión. Sus nombres serán señalados en los
fastos de la filosofía, que consiste en el horror a la superstición, y en esa caridad universal
que Cicerón recomienda: Charitas humani generis. Esa caridad, cuyo nombre se ha
apropiado la teología, como si sólo a ella perteneciese, pero cuya realidad ha proscrito con
frecuencia. Caridad, amor al género humano; virtud desconocida de los embaucadores, de
los pedantes que argumentan y de los fanáticos que persiguen
(pág. 171).

Otro motivo, que se suma a los ya expuestos, para fomentar una actitud tolerante es la
evidencia de que somos seres imperfectos, a quienes cuesta hallar verdades. En el
Diccionario filosófico afirma en este sentido: Todos estamos modelados de debilidades y
de errores. Perdonémonos las necedades recíprocamente, (...) (pág. 494) (...) tenemos que
tolerarnos mutuamente, porque somos débiles, inconsecuentes y sujetos a la mutabilidad y
al error (pág. 501).
Por último, es muy digno de mención, además de la justificación de la tolerancia que desde
su espíritu comprometido e ilustrado acomete, el sentido profundo de un lema que él hizo
famoso: Écrasez l´infâme! (¡No dejes de pisotear al infame!). Lo podemos parafrasear
como no toleres jamás la intolerancia. Es decir, la propia tolerancia apunta hacia unos
límites que no puede traspasar, so pena de dejar de serlo.

John Stuart Mill y la defensa de la libertad de


pensamiento

John Stuart Mill, ca. 1870

John Stuart Mill escribió la que podría considerarse una de las mejores defensas de la
tolerancia y la libertad de pensamiento que jamás se hayan hecho. Se trata del ya clásico
escrito Sobre la libertad, elaborado en 1859.17 Vamos a resumir brevemente las ideas que
en él se contienen, destacando como aspecto novedoso y superador de anteriores
concepciones de la “tolerancia” las relaciones existentes entre tolerancia y libertad.

En la introducción, afirma J. S. Mill que, al escribir esta obra, lo mueve la pretensión de


ocuparse de la libertad en su sentido político, es decir, de los límites que se han de poner al
poder de la sociedad sobre el individuo. Esta es una pretensión, nos dice, que se ha tenido
en todas las épocas, desde los tiempos en los que era necesario protegerse de los excesos de
una tiranía, hasta aquellos en los que es la mayoría, en un gobierno democrático, quien
ejerce su opresión. Esto es así porque no siempre quien gobierna representa
verdaderamente al pueblo gobernado.

El pueblo que ejerce el poder no es siempre el mismo pueblo sobre el cual es ejercido (...).
El pueblo, por consiguiente, puede desear oprimir a una parte de sí mismo, y las
precauciones son tan útiles contra esto como contra cualquier otro abuso del Poder
Pág. 59.

En este sentido, también la mayoría puede ejercer su tiranía. Habría, por tanto, que colocar
un límite, y más sabiendo que

(...) los gustos o disgustos de la sociedad o de alguna poderosa porción de ella, son los que
principal y prácticamente han determinado las reglas impuestas a la general observancia
con la sanción de la ley o de la opinión
(P. 62).

La opinión de Mill es que el gobierno solo se halla legitimado para intervenir si hay que
evitar daños a terceros; el propio bien de la persona, físico o moral, no es justificación
suficiente. Esta es su respuesta a las acciones emprendidas por numerosos gobiernos, a lo
largo de la historia, a fin de garantizar la salvación eterna de los súbditos. Cuando Locke
afirmaba que el Estado no tiene autoridad en cuestiones religiosas, nos estaba planteando
por adelantado esta idea política que desarrollará Mill. De nuevo, la tolerancia
gubernamental nos viene asociada a la separación del poder del ámbito privado de la vida
de los ciudadanos. Este ámbito incluye las decisiones respecto a la propia felicidad, que
solo conciernen a los propios individuos. Cada uno, defiende Mill, es soberano de sí
mismo. En un marco histórico adecuado, por tanto, se ha de dar la libertad como
posibilidad de labrarse el propio camino de la felicidad, sin ser obligados a vivir a la
manera de otros, y sin que privemos a otros de seguir su camino. Resulta fundamental esta
distinción, ya vista en Locke, entre una esfera pública y otra privada en la sociedad.

Acto seguido, Mill desarrolla por extenso una excelente defensa de la libertad de
pensamiento y discusión. Esta libertad se basaría en el respeto a las opiniones ajenas y a la
expresión de las mismas. Se opone nuestro autor a todo tipo de censura, que no conduce
sino a la conversión de lo defendido en dogma, a una cristalización o congelación del
pensamiento cuya consecuencia es el alejamiento de la verdad, ya que esta requiere la
batalla con sus contrarios para ser profundizada. Esta es una de las consecuencias negativas
de la intolerancia. La censura, como manifestación de la intolerancia, no solo no es buena
para el progreso, sino que es causante de terribles errores, ya que aleja del auténtico modo
de conocer las cosas. Apoya Mill esta tesis en la historia y muestra que para que la verdad
prospere ha de darse la discusión libre (La especulación libre y audaz sobre los problemas
más elevados) y el respeto a todas las opiniones. «Solo a través de la diversidad de
opiniones puede abrirse paso la verdad» (pág. 114) Para el libre desenvolvimiento del
genio, por tanto, es preciso garantizar la libertad, de manera que la diversidad sea tolerada e
integrada en el común debate que garantiza la paz y el progreso.

El planteamiento de Mill para justificar la tolerancia como medio de asegurar nuestro


camino hacia la verdad, se basa en una triple posibilidad: Que la opinión aceptada pueda
ser falsa y, por consiguiente, alguna otra pueda ser verdadera, o que siendo verdadera sea
esencial un conflicto con el error opuesto para la clara comprensión y profundo
sentimiento de su verdad (pág. 111). La tercera posibilidad es que ambas perspectivas
tengan algo de verdaderas. En cualquier caso, la censura de las opiniones ajenas se opone al
progreso (entendiendo este como el crecimiento de conocimientos acerca del universo y sus
consecuencias práctico-morales), pues atenta contra la búsqueda racional de verdades. La
verdad solo puede desvelarse en un marco de tolerancia donde tengan cabida diversas
perspectivas. Esto constituye una utilidad racional o epistemológica de la tolerancia.

La tolerancia, en efecto, tiene una de sus principales justificaciones en que resulta


imprescindible para el conocimiento. Si queremos saber, hemos de estar dispuestos a
aprender de los demás y a cuestionar nuestra opinión. En esto radica el talante tolerante.
Este carácter no es sino el de quien sabe escuchar a los demás y dialogar con ellos sin más
pretensión que la búsqueda de la verdad. Para ello, resulta necesaria la autenticidad y la
lealtad en la discusión. Si se discute con otras pretensiones, no estamos buscando verdades
ni siguiendo las reglas de una discusión racional.

Las consideraciones expuestas conducen, de modo ineludible, a la exaltación de la


particularidad y así lo hace nuestro autor. Es preciso respetar lo concreto, en la medida en
que participa de una parte de verdad. Frente a las concepciones esencialistas que tratan de
imponer una única perspectiva a la diversidad y ven mal la multiplicación de modos, Mill
afirma que (...) la diversidad no es un mal, sino un bien (pág. 126). Por ello la valora: (...)
El libre desenvolvimiento de la individualidad es uno de los principios esenciales del
bienestar (pág. 127). Esta individualidad puede ser la manifestada por una joven generación
respecto a la precedente. Es un hecho que no somos seres mecánicos que imitan y siguen
ciegamente una costumbre. Por eso, la juventud debe usar e interpretar a su manera
particular lo recibido. Hay que resaltar y defender la originalidad, cuidando de que la
sociedad no la sofoque, como ocurre con todo tipo de despotismo. En relación a esto, Mill
nos dice que «es solo el cultivo de la individualidad lo que produce, o puede producir, seres
humanos bien desarrollados» (pág. 136). Para ello es preciso un entorno de libertad, para
que el genio se desenvuelva sin ataduras. En esto se fundamenta la valoración de la
diversidad y la justificación de la tolerancia hacia los modos singulares de la existencia.

En los capítulos posteriores de su obra, Mill apunta a una serie de consideraciones que
giran en torno a la problemática acerca de los límites de la tolerancia; es decir, ¿hasta dónde
se puede permitir la libertad de acción por parte de los individuos?- ¿Hasta qué punto
debemos tolerar y cuándo no? Básicamente, la respuesta de nuestro autor es que siempre
podemos actuar, mientras no perjudiquemos los intereses del otro. Es decir, en lo que
concierne exclusivamente a uno mismo, nadie debe intervenir. La intervención del Estado
solo se justifica cuando una acción tiene repercusiones en otras personas. Se puede y debe
tolerar todo, siempre y cuando lo tolerado no se muestre, a su vez, intolerante. Es en ese
punto donde ubicamos los límites de la tolerancia.

Como vemos, la tolerancia se relaciona estrechamente con la libertad. De hecho, su defensa


aparece vinculada al liberalismo político, movimiento ideológico que aboga por las
libertades individuales y del cual J.S. Mill es un representante. Con posterioridad, y
actualmente, la defensa de la tolerancia se conecta con la apuesta democrática por el
respeto a las ideas o rasgos de los demás que no compartimos, teniendo un componente
solidario que falta al individualismo liberal. En todo caso, la tolerancia aparece como algo
propio del sistema político democrático, y, por el contrario, como algo fundamentalmente
opuesto a los sistemas totalitarios que pueden albergar actitudes racistas, xenófobas o
violentas. El adelanto de Mill respecto a Locke estriba en la exaltación expresa de la
diversidad. En efecto, la pluralidad es una característica de la naturaleza humana, y
oponerse a ella es irracional e inmoral. De su obra se desprende que es preferible mantener
la autonomía más que el acierto en la elección. A la larga, la autonomía garantiza el
progreso.

Tolerancia religiosa
Artículo principal: Tolerancia religiosa

La tolerancia religiosa es una actitud adoptada ante confesiones de fe diferentes o ante


manifestaciones públicas de religiones diferentes. Ejemplo, el edicto de Tolerancia de 1786
(Francia) autoriza la construcción de lugares de culto para los protestantes con la condición
de que su campanario sea menos alto que el de las iglesias católicas.

La secta, es la Iglesia del otro, André Comte-Sponville, Diccionario de filosofía.


Hay que diferenciar tres dominios de tolerancia religiosa. En primer lugar, la tolerancia
inscrita en los textos sagrados a los que la religión se refiere. Después, la interpretación que
las autoridades religiosas han hecho de ella. Y por fin, la tolerancia del fiel, que, aunque
guiado por su fe, no por ello permanece menos individual.

A pesar de que cada religión haya evolucionado más o menos independientemente, se


constatan tres grandes tendencias ligadas a tres grandes periodos de la historia.

El politeísmo antiguo

En el politeísmo antiguo (antes de la era cristiana), con frecuencia se constatan


intercambios de divinidades de un panteón al otro, en particular en Europa del Norte y en
Oriente Próximo. Podemos citar por ejemplo el caso de la civilización del antiguo Egipto,
para el cual la tolerancia religiosa era un pilar (salvo durante el periodo de Akhenaton) y en
cuyo país se albergó, en numerosas épocas, templos de divinidades extranjeras (Baal,
Astarté, etc.). Lo mismo para Roma con la adopción de la diosa Isis.

No se puede hablar de tolerancia en el caso del panteón romano cuyo culto se confunde con
el de la ciudad, y del emperador a partir de Augusto.

 Por un lado la religión no se concibe como una expresión de la relación de un


individuo con una divinidad, sino como la relación de un individuo con la sociedad
romana en la cual el mismo debe integrarse, o también como la relación de una
ciudad a su destino (Louis Gernet, la religión romana, Albin Michel). Los Viejos
Romanos solo conocen una religio: la suya; pero, seguidamente, la cultura romana
se heleniza y se abre a cultos muy diferentes del mos maiorum (la costumbre); los
otros cultos, si no se pueden captar (procedimiento de captatio) son considerados
como superstitio. En la época de los apologistas, Celso testifica que no se trata, en
lo que concierne al cristianismo, de tolerancia como apertura a los valores de otro,
sino de tolerancia a aquello que no destruye el orden público. Solo el judaísmo se
beneficia del estatus de religio licita al lado de la religión nacional.
 La importación de los cultos orientales (Isis, Mithra, etc.) por los soldados romanos
que han partipado en las batallas orientales, representa al contrario una modificación
del sentimiento religioso. No se trata de intercambio de divinidades sino de
considerarse como devoto de Isis lo cual no impide la participación en los cultos
urbanos. En cierta forma, el culto de Isis sustituye a las divinidades familiales para
el soldado errante.

Solamente en el 311 un edicto de tolerancia, el edicto de Milán decreta la libertad de todos


los cultos.

El monoteísmo

Con el desarrollo del monoteísmo (judaico, cristiano, e islámico) aparece la noción de


exclusividad de lo divino.
 Judaísmo: No tendrás otro dios frente a mí. (Éxodo 20,3).
 Cristianismo: Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
(Símobolo de los Apóstoles, siglo II)

 Catolicismo: en 392 Ambrosio de Milán obtiene de Teodosio II un edicto


que autoriza la ejecución de judíos, paganos y heréticos.
 Protestantismo: Diremos que se debe permitir la libertad de consciencia?
De ninguna manera, si se trata de la libertad de adorar a Dios cada uno a
su manera. Es un dogma diabólico., Teodoro de Beza, 1570. En esto
Teodoro de Beza es un excelente testigo de los primeros 150 años del
protestantismo que fueron tan autoritarios como el catolicismo. Sin
embargo, el giro tuvo lugar con John Locke y su carta sobre la tolerancia
interviniendo en el conflicto entre la corriente calvinista y dogmática, y los
Remostrantes.

 Islam: No hay más Dios que Alá pero también sin constricción en religión (Corán
256/2).

Se entiende pues que la tolerancia no es una virtud intrínseca de tal o cual religión sino que
depende de la elección de sus individuos y de sus jerarquías así como de su capacidad para
asociarse con un poder.

El diálogo interreligioso

Así mismo, la tolerancia no siempre ha existido. Ya Platón, según un rumor del que se hizo
eco Diógenes Laercio, habría querido quemar en la plaza pública las obras de Demócrito.
La apertura de la cultura griega a las culturas exteriores y el diálogo continuo de los
filósofos entre ellos han generado un clima intelectual tenso pero propicio a los
intercambios y a la reflexión. El la filosofía de las luces la que transforma aquello que
parecía una debilidad para san Agustín de Hipona, teórico de la persecución legítima, tal y
como lo presentaba Bossuet.

En el símbolo del giro es esta frase de Voltaire: no me gustan tus ideas pero lucharé para
que puedas expresarlas. Se constituye entonces un movimiento intelectual que lucha contra
las intolerancias del cristianismo: De todas las religiones, la cristiana es sin duda la que
debe inspirar mayor tolerancia, aunque hasta ahora los cristianos hayan sido los más
intolerantes de todos los hombres. (Diccionario filosófico, artículo Tolerancia 7).

El desarrollo de las ciencias religiosas en la filosofía alemana del siglo XIX ha permitido el
establecimiento de un saber laico sobre el fenómeno religioso que es percibido como una
amenaza por las religiones. Tal fue la apuesta de la crisis modernista, tal es aun la apuesta
de bastantes conflictos que tiene algo que ver con el fenómeno religioso.

Los medios de transporte y de comunicación de siglo XIX y del siglo XX han permitido
intercambios culturales que no facilitan tanto el diálogo interreligioso. La democratización
del viaje se hace por el método del viaje organizado que raramente permite un encuentro
con el autóctono. Por el contrario, los intercambios de estudiantes, hasta ahora reservados a
las clases superiores de los países desarrollados, podrían mejorar la situación por medio de
subvenciones europeas, tales como el Programa Erasmus.

Por el hecho de que la mayoría de las religiones tienen vocación para enseñar solo aquello
que cree verdadero, designando por todas las variantes de lo falso a todo aquello que no
han expresado ellas mismas (método de los epiciclos copernicianos descrito por primera
vez en el dominio religioso por John Hick en God Has Many Names (1987) y popularizado
desde entonces por Régis Debray en El Fuego sagrado: Función de lo religioso, Fayard,
2003), no se puede decir que la cultura religiosa del Europeo medio haya avanzado mucho.

La reflexión sobre la verdad religiosa, a pesar de estar bien descrita por Michel de Certeau
s.j. en La invención de los cotidiano, t. II: maneras de creer no ha sido retomada por
religión alguna. El creyente ignora pues lo sagrado de los demás y exige de esos mismos
demás la reverencia para aquello en lo que él cree, reverencia que él por su parte no está
dispuesto a manifestar hacia sus interlocutores.

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