Manuel de Falla

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Manuel de Falla

Manuel de Falla (1876-1946) es uno de los compositores españoles más


destacados del siglo XX. Fue el impulsor del movimiento contra la influencia de la
música alemana e italiana en la ópera española, y contra la esterilidad de la música
para orquesta y de cámara de su tiempo en España.

Nació en Cádiz el 23 de noviembre de 1876. Cádiz era por entonces una


ciudad muy viva, con una historia muy antigua que se remonta a Roma y Cartago e
incluso posiblemente a la legendaria Tartessos. Esta ciudad poseía una tradición
liberal con un activo comercio con América, algo disminuido desde la independencia
de las colonias. La situación musical de Cádiz era buena, representándose
habitualmente óperas y zarzuelas a las que asistía Falla con sus padres. De niño
estudió música con su madre y otros profesores de su ciudad natal como Eloísa
Galluzo. Estudió armonía y composición en Cádiz con Alejandro Otero y Enrique
Broca. El pequeño Falla frecuentaba veladas donde se tocaba música de cámara en
casa de la familia Viniegra, primeros protectores y en cierto modo descubridores del
talento de Falla.

Parece ser que los primeros contactos musicales populares los tuvo de
niño a través de una criada apodada “La Morilla”, y no deja de ser significativo el
que de pequeño gustara de jugar con un teatral de títeres, que prefigura ya una de sus
obras maestras, así como que se presentaran inquietudes religiosas que harían de él
un adulto especialmente preocupado por este tema. Al final de los años noventa se
traslada a Madrid, donde estudiará piano con Tragó. Obtendría el Primer Premio de
Piano del Conservatorio de Madrid en 1899, pero ya antes habría dado recitales en
Cádiz y compuesto sus primeras obras, entre las que una Melodía para violoncello y
piano, dedicada a Juan Viniegra, puede considerarse su opus uno. La misma familia
Falla se traslada a Madrid en 1900 por causa de reveses económicos. Entre 1901 y
1903 intenta el camino de la zarzuela, nada extraño observando el panorama español
de principios de siglo para alguien que quiere desarrollar una carrera musical.
Escribe cinco, dos de ellas (El corneta de órdenes y La cruz de Malta) en
colaboración con otro músico incipiente, Amadeo Vives. Falla guardaría buen
recuerdo de otra, La casa de Tócame Roque, basada en una obra de don Ramón de la
Cruz. Se sabe que utilizó un fragmento de esta última para la Danza del Corregidor
de El sombrero de tres picos. Tan sólo Los amores de la Inés se representó con éxito
moderado en el Teatro Cómico de Madrid el 12 de abril de 1902. Entre tanto
compone piezas pianísticas como Vals capricho, Serenata andaluza o Nocturno, en
las que aún se evidencia la influencia de salón, de la entonces omnipresente música
de Grieg y de un andalucismo convencional. Habría que añadir un Allegro de
concierto, escrito para el mismo concurso que ganara Granados, y la obra más
significativa del período, la canción Tus ojillos negros, sobre texto de Cristóbal de
Castro, que aún se sigue cantando y que, sin dar la dimensión de Falla, muestra ya
una firmeza de estilo que hace presagiar mayores cosas.

La verdadera experiencia madrileña de Falla la constituye su encuentro


con Felipe Pedrell. Desde 1902 estudia composición con este prestigioso musicólogo
y profesor, lo que le empuja hacia la música nacional, no sólo folklorista, sino
también historicista de raíz más honda. Bajo la influencia de Pedrell, defensor de que
las bases de la música de un país debían provenir de su propio folklore, Falla
desarrolló un estilo claramente nacionalista que caracterizó prácticamente todas sus
composiciones. Los consejos de Pedrell le orientaron decisivamente hacia la música
española y ya la ópera La vida breve es un logro excelente porque la obra, aunque en
cierta medida influenciada por algunas zarzuelas como el Curro Vargas de Chapí e
inserta hasta cierto punto en las corrientes del verismo, es ya una obra independiente
y profundamente española que culmina en las brillantes danzas. Mientras tanto, el
hallazgo del libro de Louis Lucas L´acoustique nouvelle (1854) le hará desarrollar su
propio camino armónico.

Es pues ahora, con la ópera La vida breve, cuando Falla emprende su


primera obra de real importancia,. La idea de la ópera surge al leer un breve poema
de Carlos Fernández Shaw, que es transformado en libreto por este mismo autor a
petición de Falla. Con esta obra gana un concurso de óperas convocado en 1905 por
la Academia de Bellas Artes, sin embargo, no consiguió estrenar la obra por el
desinterés hacia la producción operística de los autores españoles. No se niega que
La vida breve sea ya una obra de real importancia, pero a menudo ha sido mal
juzgada, considerándola un producto derivado de la zarzuela y exagerando sus
aspectos popularistas o folklóricos. Pero se trata de mucho más que una zarzuela al
uso. Es un auténtico drama lírico dotado de aliento y unidad, magníficamente
orquestado, y que participa plenamente de las características del verismo, entonces
dominante en la ópera franco-italiana. Hay muy poco dato folklórico directo, las
danzas y la escena flamenca nada más, y mucho de lo que se ha llamado después,
especialmente en torno a Bartók, folklore imaginario. Hay un andalucismo amplio
con vocación universalista y una vena melódica-armónica que ya es la del auténtico
Falla.

En 1907 marcha a París, como otros tantos compositores españoles. Se


ganará la vida primeramente como pianista y director de una compañía de mimo y
hará amistad con lo más granado del mundo musical francés del momento: Debussy,
Ravel y los españoles Isaac Albéniz y Ricardo Viñes, este último pianista tan
importante en la difusión de la mejor música de su época. La vida breve es admirada
por Debussy y por Dukas que le ayuda a estrenarla seis años más tarde en Niza e
inmediatamente en París, traducida al francés por Paul Millet. En 1909 estrena en
París sus Cuatro piezas españolas, dedicadas a Albéniz y ya prácticamente escritas
en España en 1906, por lo que no es cierto que estén influidas por la música del autor
de la Suite Iberia. En estas cuatro piezas (Aragonesa, Cubana, Montañesa, y
Andaluza), Falla lleva a la práctica las teorías de Pedrell, y aunque el material deriva
de cada región tratada, el grado de inspiración folklórica difiere mucho de una pieza
a otra.

Su estancia en París y la amistad con Albeniz, Dukas, Debussy y Ravel le


sirven para afirmar su técnica, tomar algunos elementos del impresionismo, claros
especialmente en Noches en los jardines de España, y conocer la influencia
“stravinskyana”, pero todo ellos sin dejar su propia personalidad ni su
profundización en la esencia de la música popular española. En París, pues,
consiguió respeto y admiración por su música de los principales compositores y
desarrolló su técnica compositiva y sus investigaciones en el nacionalismo. Fruto de
ambas cosas serán las Siete canciones populares españolas y las Noches en los
jardines de España. Las Siete canciones populares españolas son un extraordinario
ejemplo de cómo trata Falla un material directamente popular sacado de diversos
canciones. Sería un error, sin embargo, considerarlas como una mera armonización
de canciones populares, trabajo tan abundantemente desarrollado por la mayor parte
de los compositores españoles de la época. Cierto que en algunos casos la melodía
original está casi completamente respetada, pero en otros muestra ya una gran
elaboración recreando un tipo de melodía popular dada sin recurrir a modelos reales.
Pero lo más importante quizá de la obra es la variada y rica armonización, en la que
se ponen en práctica los consejos pedrellianos de hacer derivar la armonización de la
sustancia melódica. Los tres nocturnos para piano y orquesta titulados Noches en los
jardines de España surgen entre 1911 y 1915, aunque están prácticamente acabados
a la vuelta de París. Son la única aproximación real de Falla al impresionismo, pero
un impresionismo muy distinto al de Debussy, que influencia tan sólo algún detalle
de la orquestación. De nuevo se observa aquí la ausencia de datos folklóricos
directos y sí recreados, con una extraordinaria finura de medios y una gran cohesión
estilística.

Vuelve a Madrid al estallar la primera guerra mundial y en 1915 estrena


El amor Brujo. Esta obra fue no fue inicialmente un ballet, sino un espectáculo de
difícil calificación. Después Falla lo convertiría en ballet, con el mismo material
musical. En esta obra Falla adquiere una maestría total, que produce una música
nueva, electrizante y verdaderamente genial. De la obra lo que más significativo
resulta es su profundo color, su ritmo trepidante, su inquietante atmósfera y su
hondura gitana y andaluza sin recurrir al mejor tópico. La profundización en lo
jondo y lo gitano es característica de El amor brujo, pero de hasta qué punto su
aliento era nuevo y radical lo demuestra el hecho de que gran parte de la crítica
rechazara que se tratara de música española. A esta obra pertenece la famosa Danza
ritual del Fuego que es modelo de fuerza interior conseguido con el mínimo de
elementos. En este ballet, convertido en suite orquestal, Falla ha hecho de la canción
y de la danza fórmulas estilizadas y moldeadas en una obra de arte que recorre toda
la gama que va desde la tragedia al desenfreno.
A petición de Diaghilev, Falla inicia un ballet que las dificultades de la
guerra impedirán estrenar y que se ofrece en Madrid como pantomima bajo el título
de El corregidor y la molinera. Diaghilev lo ve e indica las oportunas correcciones y
ampliaciones para lo que acabará siendo el ballet en dos cuadros El sombrero de tres
picos. En 1919, el mismo año en que Falla se estableció en Granada, Diaghilev
presenta este ballet en Londres en el que colabora Picasso realizando los decorados y
vestuario. Esta obra tiene un efecto directo y una notable calidad en la que los
elementos populares son mucho más directos y abundantes, si bien ennoblecidos por
un tratamiento musical de primer orden y una orquestación esplendorosa.

La última obra compuesta en Madrid por Falla será la Fantasía Bética en


1919, antes de marchar a Granada. Arthur Rubinstein le encargó esta pieza que es la
más alta expresión del piano de Falla y del piano español en general junto a la Iberia
de Albéniz. La Fantasía Bética va más allá de las raíces flamencas de Andalucía
para buscar incluso su reflejo romano.

La estancia granadina se inaugura en 1920 con el Homenaje Le tombeau


a Debussy por la muerte de este compositor. Falla, tan cercano a la guitarra en
muchas de sus obras y procedimientos musicales, escribe su única pieza guitarrística
que es el colmo de la delicadeza. Con esta obra cumple también el deseo de su amigo
el gran guitarrista Miguel Llovet al que le había prometido una obra para guitarra.
Tal vez las dificultades técnicas de esta pieza o su marcado carácter intimista la han
hecho poco prodigada por los intérpretes. En cierto modo, esta obra representa un
homenaje a Granada, más que del propio autor a Debussy, expresado en las sutiles
evocaciones a la Soirée dans Grénade (obra del propio Debussy en la cual Falla se
basa para rendirle homenaje) en un lenguaje profundo de íntima nostalgia del paisaje.

Por esos años vive en su casa granadina rodeado solamente de un


pequeño círculo de intelectuales entre los que se contó Federico Garcia Lorca y el
músico Valentín Ruiz Aznar. Es el momento de su introspección en la esencia
popular e histórica de la música española que producirá en 1923 El retablo de Maese
Pedro encargado por la princesa de Polignac. Con esta obra, Falla señala el apogeo
de esa búsqueda de lo español, austero, duro y desnudo, sin nada de sensualidad.
Precisamente recibe el encargo en el momento en que su profundo sentido nacional,
su conciencia de que el arte ha de servir a más altos fines que los de puro deleite, la
venían haciendo investigar desde hacía tiempo, y con mayor insistencia en estos años,
no sólo en la música primitiva de nuestros cancioneros, sino también en algunos
instrumentos como la espineta, el laúd o la vihuela. Así pues, tiene la oportunidad
con este encargo de encontrar el medio de expresión apropiado a su idea de hacer una
música más nacional, menos localista, aunque sin apartarse nada de la línea popular.
Se interesa ahora no sólo por lo puramente folklórico, sino por la expresión popular
de más profundo sentido, incluso fuera de lo estrictamente musical de la expresión.
Para el libreto de la obra escoge nada menos que a Cervantes, concretamente los
episodios de los capítulos XXV y XXVI del Quijote, mediante arreglos al texto, sin
añadidura alguna, que él mismo hace. El encargo que le hace la princesa de Polignac
para su teatro de marionetas coincide con otros dos encargos que efectúa la
aristócrata a Strawinsky y a Satie que componen Renard y Sócrates respectivamente.

Más esencialista aún es el Concierto para clave y cinco instrumentos de


1926, dedicado a la clavecinista polaca Wanda Landowska. Con este alcanza la que
probablemente es su obra maestra y, a la vez, la obra que más tarde logró imponerse
ante el público. Hay en esta música un auténtico despojo de todo lo que no sea
esencial y ya la combinación instrumental es descarnada e incluso arriesgada, con la
incorporación no ya de sonoridades orquestales nuevas, sino instrumentales,
mediante el uso de instrumentos desplazados de la grande e incluso pequeña
orquesta, fase estética iniciada por Falla que le da un carácter inconfundible y
personalísimo. Música radicalmente abstracta, concentrada, ausente de todo
popularismo o folklorismo y, sin embargo, profundamente española, con referencias
a la música histórica, especialmente al madrigal de Vázquez “De los álamos vengo
madre”, que es el eje subterráneo de toda la primera parte, a la liturgia mozárabe y al
estilo scarlattiano; elementos que conviven en estas páginas junto a un sentido
radicalmente moderno de la sonoridad, el ritmo y la forma.

Después de esa obra, Falla se dedicaría al proyecto de Atlántida que


quedaría sin terminar. Veinte años pasó Falla intentando concluir esta obra, basada en
un texto catalán, con insertos en latín y castellano, de Verdaguer. Se trataba en
principio de una cantata escénica y, aunque Falla no completó la obra está claro que
era una especie de gran oratorio con el coro como protagonista. El prólogo fue
totalmente compuesto y orquestado por él, la Primera parte totalmente planteada pero
sólo parcialmente orquestada y la Segunda parte quedó confusa, con gran cantidad de
esbozos pero nada en estado definitivo. De la Tercera parte quedaron algunos trozos
corales e indicaciones de instrumentación. La primera versión realizada por Ernesto
Halffter y estrenada en 1961 demostró que la obra contenía muchas bellezas pero que
la versión no era satisfactoria. Mucho más representativa parece la segunda,
considerada como definitiva, que es más reducida y se presentó en Lucerna en 1976.
De cualquier forma es seguro que la intención definitiva de Falla con esta obra no
puede ser nunca totalmente reconstruida. Su delicado estado de salud y la guerra civil
española fueron determinantes en el retraso de la obra, sin embargo es difícil saber
por qué no la terminó, ya que veinte años de trabajo son demasiados. Tal vez, el
objetivo se hizo cada vez más ambicioso, pues la cantata escénica se iba convirtiendo
tanto en un resumen de la música hispánica como en un mito del nacimiento de
España y de su aventura americana. También parece ser la síntesis de lo profano y lo
religioso del mundo hispánico. Probablemente el objetivo final le pareció
desmesurado al propio Falla y es posible que tuviera reparos estéticos a lo que se
prolongó durante tantos años, pero sí es cierto que siempre pensó acabarla hasta sus
últimos meses. Algunas anotaciones en torno a Atlántida han sido escritas por su
discípulo Ernesto Halffter: “Dentro de la obra total de Falla, La Atlántida se coloca
como su creación más universal y por encima de cualquier límite o polémica nacional
o estilística. Falla quiso expresar en ella su última lección de fidelidad a lo que
habían sido siempre sus ideales: ideales tonales en lo referente al lenguaje musical e
ideales de espíritu cristiano. Esta es la lección que quiere dar La Atlántida: enseñar a
las nuevas generaciones que entre la continuidad de la tradición es posible lograr unas
nueva expresión que permite al hombre encontrarse a sí mismo en la conciencia del
propio destino”.

En 1939 emigró a Buenos Aires al aceptar una invitación de la Institución


Cultural Española para dirigir una serie de conciertos. Allí estrenaría la Suite de
Homenajes compuesta entre 1938 y 1939, última obra acabada del maestro. En 1939
fijó su residencia en Alta Gracia, en la provincia argentina de Córdoba, donde murió
el 14 de noviembre de 1946.

Junto con Albéniz y Granados, Falla es uno de los primeros grandes


compositores españoles después de varios siglos de decadencia. Es el más grande
compositor de su generación que ha quedado como un símbolo para las posteriores y
como el más importante músico producido por España en el siglo XX. Es también el
único músico español de la época que resiste la comparación con los grandes de la
composición musical sin tener en su contra otra cosa que la parquedad relativa del
número de sus composiciones, reconquistando después de varios siglos el respeto
universal para la composición española.

BIBLIOGRAFÍA:
HONEGGER, M.: Diccionario Biográfico de los Grandes Compositores
de la Música, Espasa Calpe, S. A., Madrid 1993.

MARCO, T.: Historia de la música española 6. Siglo XX, Alianza Editorial.

MUNETA, J. M.: Lenguaje e Historia de la Música, edita I.T.M., Teruel.

OROZCO DIAZ, M.: Falla, Salvat Editores, S.A., Barcelona, 1988.

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