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NEWTON, Ronald; El cuarto lado del triángulo.

Capítulo 12. 1939: El Complot Patagónico y el fin de la paz


El 20 de marzo de 1939 el presidente Ortiz recibió un conjunto de documentos de un informe
secreto, con agregados concernientes al sur argentino. Llevaba la firma de dos funcionarios
alemanes: Müller, por el Landesgruppe, y Schubert, por la embajada. Los documentos indicaban
que organizaciones nazificadas como el Volksbund y el DAF estaban planificando asentamientos
rurales en las zonas arables de la Patagonia. El Complot Patagónico sembró la alarma dentro de
Argentina; sin embargo, era un fraude, y Ortiz lo sabía. El complot fue obra de una coalición
antialemana, algunos de cuyos integrantes tenían buenos motivos para sabotear el importante trato
comercial que Ortiz estaba por concluir con los mismos alemanes. El presidente hubiese preferido
que el asunto muriera allí, pero fueron enviadas copias a Noticias Gráficas. Ortiz no tuvo más
alternativa que enfrentar de manera pública el complot. Los titulares sensacionalistas de Noticias
Gráficas impactaron en las calles. En los días siguientes fueron interrogados lideres de la
comunidad alemana. La policía realizó allanamientos en las oficinas del partido nazi, en el cuarto
piso del Banco Germánico; Müller fue formalmente arrestado y trasladado a la cárcel de Villa
Devoto. La prensa popular de Buenos Aires contribuyó toda al bombardeo de historias sobre la
Patagonia a comienzos de 1939. Es cierto que Ortiz y la embajada alemana tenían motivos para
cuidar la sensibilidad de la parte contraria, porque estaba por firmarse un tratado de trueque entre
los dos países. En 1937 los ferrocarriles estatales argentinos habían arrendado, con opción de
compra, el Ferrocarril Central Córdoba, de propiedad inglesa. Dado que tal adquisición vinculaba a
los sistemas de propiedad estatal del Norte y del Oeste con el Puerto de Buenos Aires, podía
preverse un gran aumento en el volumen de tráfico; en consecuencia, era necesario aumentar y
poner al día el inventario de locomotoras, material rodante, rieles y otro equipamiento. El
representante especial alemán para cuestiones económicas ofrecía el material en condiciones
atractivas. Los estadounidenses estaban disgustados ya que General Electric había enviado precios
bajos de locomotoras, esperando obtener ganancias con contratos de mantenimiento y piezas de
repuesto, pero se había aceptado la propuesta alemana.
Desde abril, estaba tomando forma un embrollo diplomático de primera clase. La responsabilidad
cayó sobre el encargado alemán de Negocios, Erich Otto Meynem. Cuando se publicaron los
documentos, este envió un desmentido al Ministerio de Relaciones Exteriores. La diplomacia
alemana se hizo más amenazante y exigió la liberación de Müller, aludiendo que los argentinos
residentes en Alemania sufrirían las represarías. El 4 de mayo, el doctor Jantus dispuso que no había
caso que tratar y ordenó la liberación de Müller. El simbolismo político contemporáneo insinuaba
que el antifascismo de Ortiz se iba haciendo más resuelto. Un decreto del presidente ordenó a todas
las asociaciones de inmigrantes registrarse en la policía. Se les prohibía emplear los signos o
símbolos externos de la nacionalidad extranjera. Sus estatutos y reglamentos debían publicarse
exclusivamente en español. Debían demostrar que habían sido fundadas por iniciativa local y que
sus funcionarios eran residentes locales. No se les permitía comprometerse en actividades que
implicaran una posición sobre la política de terceros países. No podían recibir ningún apoyo
financiero externo. El decreto del 15 de mayo se aplicaba en el distrito capital, pero a principios de
junio las provincias de Buenos Aires, Mendoza y Salta habían aprobado una legislación casi
idéntica. La comunidad alemana reaccionó con vigor y logró desgastar parte de la fuerza del
decreto. La administración de Ortiz retrocedió con rapidez: las escuelas italianas conservaron los
símbolos y la parafernalia de la Italia fascista.
Además de contactos entre Jurges y los ingleses, el papel de éstos sólo puede explorarse en modo
especulativo. La expansión del comercio alemán había llegado a sus límites; los enclaves
empresarios ingleses y alemanes eran complementarios en gran medida, no competitivos, y desde
hacia tiempo se habían tomado la medida el uno al otro. Si la inteligencia británica dirigió el
“complot”, lo hizo no por preocupación por la posición de los británicos en Argentina en general,
sino por temores sobre posible sabotaje alemán y otras perturbaciones del flujo de abastecimiento a
Inglaterra en caso de guerra. Además, en el peligroso mundo de 1939, a Inglaterra le interesaba
exacerbar la alarma en Washington sobre amenazas del Eje en el hemisferio occidental.
Hay que destacar la habilidad de Ortiz para manejar la situación. El trato de trueque, vital tanto
para los cerealeros como para los ferrocarriles estatales, fue firmado en fecha; los arreglos para
ejecutarlo siguieron adelante e incluso mientras se desenvolvía la crisis (aunque más tarde sería
cancelado por causa de la guerra). El decreto de mayo de 1939 fue una clara advertencia a la
colectividad germano-argentina, o a los hombres ambiciosos que habían tomado el control de las
instituciones. Algunos decidieron prestar atención, otros no. Hacia mediados de 1939 el “problema
de la subversión nazi en Argentina”, sobre el cual los ejecutores de políticas en Washington
ejercitarían durante largo tiempo su imaginación e indignación, había sido resuelto por los
argentinos. Cuando la guerra comenzó en Europa en septiembre de ese año, la lucha por la
hegemonía informal en el Plata entró en una nueva etapa.

Capitulo 18: El mito del Cuarto Reich


En 1945 y 1946, el gobierno argentino, bajo presión del Departamento de Estado, embargó
alrededor de 250 empresas de propiedad alemana. Con el tiempo, algunas fueron devueltas a sus
propietarios, a otras se les permitió desaparecer, otras fueron vendidas en subasta en 1958, con el
Estado argentino haciéndose cargo de una tercera parte de los réditos. Argentina deportó 60
“espías”, la mayoría de ellos ciudadanos alemanes. Y a partir de septiembre de 1945, el gobierno
cerró las escuelas y las asociaciones civiles de la colectividad germanohablante. La mayoría volvió
a abrir en el 50. El gobierno había cumplido sustancialmente con sus obligaciones según los
acuerdos de Chapultepec. Al fin de la guerra, ni el mundo oficial argentino ni el inglés advirtieron
ninguna amenaza por parte de los germano-argentinos. El intento de destruir las instituciones y la
base económica de estos últimos y en consecuencia de apresurar su absorción dentro de la
población argentina general fue una iniciativa que pertenecía por completo a Estados Unidos. Era
en parte el castigo de un poder victorioso por el apoyo de los germano-argentinos a la guerra
clandestina del Eje en la Argentina y por su papel, por oscuro que fuese, en las interminables
frustraciones que Washington había encontrado al intentar doblegar a los sucesivos regímenes
argentinos. El interés de los Estados Unidos en erradicar la competencia económica alemana era
también obvio. En 1944 y 1945, el Departamento de Estado alertó al mundo sobre el espectro de
“El Cuarto Reich”. Se trataba de la tesis, para a cual presentaba evidencias alarmantes, de que la
Argentina alemana, un depósito renovado sin cesar de resentimiento y actitudes antidemocráticas,
se había convertido en el reducto al que iban siendo evacuados los líderes políticos, militares e
industriales, los técnicos y los científicos locos del Tercer Reich en desintegración, para continuar
allí amenazando la estabilidad y el progreso de las repúblicas americanas. Esta tesis era un fraude.
Se desarrolló a partir de los planes primitivos de EEUU para obliterar la autonomía cultural de los
grupos de habla alemana en América. El mito sirvió a los intereses de EEUU en el período de
posguerra, en especial en el esfuerzo de impedir la inmigración de técnicos europeos a las zonas de
industrialización de América Latina.
En febrero de 1942, la reunión de ministros de Relaciones Exteriores en Río creó una comisión
asesora de emergencia para la defensa política. Para suministrar a la comisión un respaldo
intelectual, una Sección Especial empezó a estudiar “las actividades peligrosas, así como el “papel
que los planificadores político-económicos alemanes del imperio le han asignado a América Latina
para los años posteriores a la victoria”. La Sección Especial se volvió a las ciencias sociales en
busca de consuelo: en especial al análisis de grupo y a la “Teoría Nacional-Socialista del Grupo”.
Esta teoría le permitió describir la “técnica nazi de penetración” empleada para confirmar el apoyo
de grupos amistosos, ganar el apoyo de grupos neutrales, y debilitar la posición de los enemigos”.
Empleando estas técnicas “los nazis habían tomado el control de comunidades en América Latina”.
Sin embargo, en 1942 los autores de la Sección Especial quedaron turbados al advertir que los
alemanes mostraban pocos indicios de usar “su formidable mecanismo de subversión y conquista”.
A medida que la guerra se volcó cada vez con mayor claridad en favor de los aliados, y a medida
que la amenaza de las operaciones militares del Eje contra América Latina se volvía casi
insignificante, los planificadores del Departamento de Estado volvían su atención hacia el futuro:
hacia el final de la guerra y más allá. La Sección se volcó hacia la amenaza planteada por “los
grupos de inspiración totalitaria”, al peligro del imperialismo argentino de posguerra, y a la
perspectiva de reclutar exiliados europeos antifascistas para tareas políticas. Se condenó los intentos
de los alemanes de conservar una posición económica en las repúblicas americanas, considerando la
probabilidad de que existiera un movimiento clandestino nazi. La sección recomendaba que se
confiscaran las empresas alemanas importantes y se las colocara bajo control nativo, y que siguieran
las deportaciones de espías e indeseables. El embajador Kelly en Buenos Aires, el embajador
Forbes en Lima, Robin Humphreys en la unidad de investigación de Balliol, todos estuvieron de
acuerdo en que, debido a las relaciones familiares, empresariales y sociales de los alemanes con las
clases altas criollas, no era posible desarraigar las comunidades alemanas en América Latina y
obligar a los alemanes, como individuos, a asimilarse a la población general. Tampoco era deseable:
los alemanes eran ciudadanos satisfactorios cuyas grandes capacidades técnicas e industriales eran
vitales para el futuro de América Latina. Las propuestas de la Sección no se convirtieron en política
concreta; sin embargo, reflejaron y reforzaron un pensamiento que durante 1944 desembocó en tres
desarrollos relacionados. En primer lugar, suministraron argumentos para el secretario del Tesoro
Henry Morgenthau y quienes estaban de acuerdo con él en que el fascismo argentino debía ser
tratado con la misma decisión con que Morgenthau se proponía tratar a una Alemania derrotada.
También figuraron en las discusiones que ahora empezaban entre Londres y Washington sobre la
posición de posguerra a tomar no sólo hacia las comunidades alemanas ya presentes en América
Latina sino también hacia la inmigración en gran escala que se preveía en la región de alemanes y
otros europeos. El coronel Perón, como presidente del Consejo Nacional de posguerra, anunció su
intención de importar grandes cantidades de alemanes y otros refugiados técnicos para hacer
avanzar la industria argentina. Los ingleses y los latinoamericanos de peso estaban de acuerdo en
que los alemanes y austríacos capacitados debían llegar a América Latina en el período de
posguerra: de ese modo la industrialización, cuando llegara, no estaría dominada por los
estadounidenses. Hacia fines de 1944, los planificadores estadounidenses encontrarían la
herramienta para impedir esto: la Resolución Siete de la Conferencia de Chapultepec. La tercera
secuela a las propuestas de la Sección Especial fue el descubrimiento de evidencia de que un
reducto nazi en Sudamérica no era sólo una horrible posibilidad: estaba tomando forma realmente.
A fines de agosto de 1944, el colapso alemán en Francia y la perspectiva de que la guerra pudiera
terminar pronto provocaron en las capitales neutrales una agitación de actividad diplomática sobre
la cuestión del asilo y una cascada de informes acerca de que el gran escape a Sudamérica en
realidad ya había comenzado. Se informó a la embajada argentina en Londres que Lord Vansittart
estaba por interrogar agresivamente al gobierno de la Cámara de los Lores sobre su conocimiento
de la fuga de personas y botín a la Argentina y sobre la disponibilidad de este país a otorgar refugio.
El ministro de relaciones exteriores Peluffo autorizó una nota a Londres, fue entregada al
embajador. Dejaba claro que no se admitiría en territorio argentino a ninguna persona acusada de
crímenes de guerra, ni se les permitirá depositar valores o adquirir propiedades en Argentina. El
gobierno inglés dio el visto bueno a la declaración argentina. En 1945, Gerald Warner, secundado
transitoriamente por la unidad de inteligencia de la embajada de Buenos Aires, escribió desde la
embajada de Estados Unidos en Londres a un tal señor Dunn del Foreign Office. Durante los
últimos siete meses, informó Dunn, los funcionarios estadounidenses habían gastado mucha energía
y dinero corriendo detrás de cuentos sobre la fuga de nazis destacados a la Argentina. Después de
encontrar que esas historias no tenían fundamento, las habían rastreado de regreso a su fuente, que
resultaba ser un transmisor llamado “Radio Atlantic”, o la “Estación de los Soldados Alemanes”,
ubicada cerca de Londres. Al parecer, los norteamericanos habían tropezado con una operación
inglesa de propaganda negra, inventada para convencer el civil o soldado alemán de que sus líderes
estaban desertando. No es sorprendente que esto no tomara estado público.
La División de Asuntos del Río de la Plata del Departamento de Estado, la Administración
Económica Extranjera y el FBI colaboraron en una declaración sobre el empleo de técnicos
alemanes de Argentina. El Departamento preparó un sumario titulado “Planes Alemanes para la
Tercera Guerra Mundial”. El componente industrial de este nuevo supuesto complot era impactante,
según el Departamento, incluía “ayudar” a las naciones pequeñas a cumplir sus objetivos de
industrialización, suministrando técnicos alemanes. En la Conferencia de Chapultepec de febrero, la
delegación de EEUU presionó para que se aceptara la Resolución Siete, en ella, las naciones se
comprometían a intensificar los esfuerzos para erradicar los centros restantes de influencia
subversiva del Eje y a tomar medidas para impedir, ahora y después del cese de las hostilidades, la
admisión de agentes de los poderes del Eje y sus satélites.
Como si la naturaleza no pudiera resistir la tentación de imitar la ficción de quiosco, dos
submarinos alemanes llegaron a aguas argentinas cuando la guerra estaba terminando y se
entregaron a la Armada Argentina. El Ministerio de Relaciones Exteriores aseguró a los aliados que
Argentina cumpliría con sus deseos respecto al caso. Por los decretos del 17 de julio y el 22 de
agosto, las tripulaciones fueron entregadas a los norteamericanos. Creyendo que recibirían un trato
mejor en Argentina que bajo custodia aliada en Europa, la mayoría decidió dirigirse allí para
rendirse. La Armada de EEUU hundió los submarinos en el Atlántico a fines de 1945.

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