Vida de Profirio Barba

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Septiembre de 2004

Lea maestr@ Reseñas.

LIBROS Y AUTORES RECOMENDADOS


Por Manuel Pulido Calderón.
Para la Radiorevista “ADEM Informa”

VIDA DE PORFIRIO BARBA JACOB


Por Juan Bautista Jaramillo Mesa

Con ocasión del año internacional del libro en 1972, entonces el Instituto Colombiano
de Cultura del Ministerio de Educación Nacional, editó una colección popular
denominada Biblioteca Colombiana de Cultura, entre la cual se encuentra Vida de
Porfirio Barba Jacob, N° 42, escrito por Juan Bautista Jaramillo Mesa. Jaramillo, quien
era miembro de las academias colombianas de lengua y de historia, es el antioqueño y
quizá el colombiano que más conoció al poeta universal de Santa Rosa de Osos.
En este libro se nos narra la vida del poeta, tormentosa y llena de ansiedad, sus
sentimientos, su sufrimiento existencial, sus estados y procesos de creación, sus éxitos y
fracasos, sus peregrinaciones, su enfermedad, su muerte y su gloria después de la
muerte.
“Veinticinco años de amistad acercaron mi corazón al estremecido corazón de Porfirio
Barba Jacob. Presentes o distantes nos unió siempre el más noble y desinteresado
afecto fraternal”, dice Jaramillo Meza. “Yo admiré en él al gran poeta, a uno de los más
definitivos y profundos poetas del continente; quise en él al camarada de los años
juveniles que tantas horas gratas proporcionó a mi espíritu con sus diálogos atenienses,
con sus estrofas buriladas y perfectas, con sus disertaciones filosóficas con el vivaz
relato de sus viajes y aventuras, de sus amores y sus odios; aprecié en él sus condiciones
que fulgían con fugases brillos en el fondo oscuro y amargo de su tormentosa
existencia…”, escribió el biógrafo de Barba Jacob, en el libro recomendado hoy, que
mueve a leer la obra del poeta, pletórica de una poesía que se distingue por su belleza,
perfección y originalidad y su extraordinario poder expresivo de evocación y angustia.
Miguel Ángel Osorio Benítez (1883 – 1942), el errante caballero uniformado del
infortunio, aquel poeta de la vida profunda, de la parábola del retorno, del eterno
errante, es un poeta inimitable, un filósofo del ser humano, del dolor, del amor, de la
vida y de la muerte, un maestro sin discípulos, peregrino desde su propia mente, un
viajero sin fin. Su existencia es toda contradictoria. Fue una llama al viento, como él
mismo concibió en Futuro. (Anexo)
Nació en 1833 en Santa Rosa de Osos en una humilde familia
que viajó a Bogotá dejándolo al cuidado de sus abuelos paternos a sus tres meses de
nacido. Su padre fue un abogado que no destacó más allá de los límites de su pueblo y
su madre, una maestra de escuela e instructora de música, que no le proveía muchos
afectos a los hijos. Total, el niño Miguel Ángel creció al lado de sus abuelos y nunca
olvidó el afecto más grande de su vida que manifestará siempre por ellos, en particular
su abuelita.
Es matriculado en la Escuela Normal de Medellín en donde estudió por unos meses. En
su juventud fue ayudante en la escuela de su pueblo, trabajo que desempeñó más con
su inteligencia y cierta habilidad para las letras que con la pedagogía. Sin embargo, en el
fragor de la guerra civil, es reclutado por el ejército del gobierno conservador en 1901.
Efectivamente hizo carrera como soldado, sargento mayor, teniente y capitán, cuyos
grados le fueron concedidos más por sus conspiraciones personales que por méritos
militares.
El soldado, el sargento, el teniente y el capitán Osorio nunca disparó un fusil. Jamás tuvo
al enemigo en frente. Sólo sufrimientos en los caminos y en la montaña. Vivió el
hambre, el fatigante andar, el cansancio, el calor, el frío de los páramos, las
enfermedades, el descaste físico.
Fue el cronista de sus destacamentos militares durante la guerra. Escribió los boletines
de guerra y algunas veces sus impresiones personales. “Fui soldado, decía, de una
guerra civil sin quererlo y sin pensarlo; actué en ella como autómata, por que sí; porque
una fuerza superior, el gobierno, después de reclutarme, me obligó a marchar un día en
un batallón, otro día en otro, siempre en busca de un batallón contrario, de hermanos
de la patria, para dispararles en su primer encuentro. He ahí en ese paréntesis de mi
vida, el símbolo exacto de las guerras civiles que ensombrecieron la república, la
modalidad de las luchas cruentas en que se partían el campo y el sol los colombianos de
esas épocas.
Al finalizar la guerra, regresa a su pueblo y ensaya como profesor, ante lo cual le faltó el
don más especial, la paciencia, y renunció. No pudo congeniar con sus estudiantes.
Entonces, en 1904, viaja a Bogotá donde sobrevive en medio de la pobreza,
proyectando utopías literarias.
Funda su primera publicación de carácter literario en la cual escribe su nombre de Maín
Ximénez, su primer seudónimo. Fracasó, y regresa a su pueblo. En 1905 funda un
colegio con el nombre de Jardín Infantil muy bien organizado, cuyo texto de lectura
principal fue su publicación de Bogotá, llamada Cancionero Antioqueño. En esta época
escribe su novela Virginia “una historia ingenua, de amores castísimos, en prosa
romántica”, que no obstante le valió la censura en su pueblo y la prohibición
publicitaria.
Su personaje mayor empieza con el rompimiento del noviazgo con su única novia y la
muerte de su abuelita, en 1906. Su primer destino, Barranquilla. Allí encontró la
fraternidad que le permitió dedicarse a la lectura y poesía. Quizá allí nació a la vida
literaria. Leyó muchos libros, de todos los temas y en varios idiomas. Escribió algunos de
sus primeros poemas, entre ellos Parábola del Retorno, La Tristeza del Camino, Campiña
Florida, Mi Vecina Carmen y otros. Surge Ricardo Arenales, su segundo seudónimo, con
el cual se hizo conocer años después en el continente.
Su vida bohemia y errante lo llevó a diversos países. Por
Costa Rica empieza su andar en Centroamérica y el Caribe. Viajó a Jamaica y luego a
Cuba. Posteriormente, cuando contaba con 25 años, viaja a México en donde viviría más
de treinta años de tiempo en tiempo. En estos países impactó su poesía y conoció la
fama. En San Salvador fue coronado. La literatura, la poesía y el periodismo
constituyeron su ambición, pero fue la poesía su pasión hasta la muerte. Megalómano y
contradictorio, siempre propenso al escándalo, enriqueció la leyenda sobre su
extravagante persona con una producción poética peculiar, casi toda escrita entre 1907
y 1925, en la que se mostró delirante y desesperado, pero capaz de conciliar sus
inquietudes existenciales con una expresión depurada y cargada de emoción. “Mi poesía
está hecha de temblores, de relámpagos y alaridos a desentrañar en la complejidad de
las emociones”, decía el poeta.
En su oficio de periodista, colaborador de varias
publicaciones, Ricardo Arenales, el hombre independiente, el escritor rebelde y audaz,
se inclina a favor de la dictadura de Porfirio Díaz y respalda algunos gobiernos
impuestos bajo las armas en Centroamérica y la dictadura de Leguía en Perú. En asuntos
políticos también fue contradictorio. Vivió tiempos florecientes, pero también de
pobreza y destierro.

En uno de sus viajes a Nicaragua fue detenido y puesto preso


en una lamentable confusión con un homónimo. El otro Ricardo Arenales había
cometido un crimen y en su lugar capturaron al poeta. Resuelto el malentendido, decide
encerrar a Ricardo y surge su tercer seudónimo inconfundible e inmortal: Porfirio Barba
Jacob.
De otra parte, Rafael Arévalo Martínez (1884-1975), escritor guatemalteco y uno de los
antecesores del realismo mágico, escribió de nuestro poeta una de las mejores
semblanzas en su libro titulado El Hombre que Parecía un Caballo.
Porfirio Barca Jacob restauró a su manera las contribuciones de los petas “malditos” del
siglo XIX, románticos y simbolistas. Canciones y elegías (1932) y Rosas Negras (1933)
fueron las primeras recopilaciones de su obra, realizadas por el escritor Rafael Arévalo
Martínez. Nuestro poeta había sido incluido en la Antología de la poesía mexicana
moderna (1928), preparada por el poeta Jorge Cuesta. La recopilación más completa de
sus obras es la realizada en 1985 por Fernando Vallejo con el título de Poemas.
¿Y la vida profunda? De Canción de la Vida Profunda, el poeta
la llamó “mis nueve antorchas contra el viento”; sus cuartetos perfectos, rima y ritmo en
versos dos a dos en lo que expresó a trazos su concepción del mundo, su emoción
palpitante, su alarido, el vigor varonil de su alma en el dolor de la vid, de la dulce y
trágica vida, tal como él quería expresarlas, según lo escribió. Esculpió su Canción para
la eternidad, con la cual pone en evidencia la condición humana.
“Hay días en que somos tan móviles… hay días en que somo tan fértiles, tan
fértiles… y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos… Y hay días en que somos tan
plácidos, tan plácidos…. Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos… Y hay días en
que somos tan lúgubres, tan lúgubres… Más hay también, ¡oh tierra!, un día, un día, un
día…”.
La versión original publicada en Cuba en 1915, constaba de nueve
estrofas. Sin embargo, más tarde suprimió dos de ellas porque las consideraba
sobrantes y de otro nivel en comparación con las siete definitivas que conocemos hoy.
Eran la tercera y la sexta y Jaramillo Meza las rescata en su libro para la memoria:

3 y hay días en que somos tan frágiles, tan frágiles,


cual infantil goleta sujeta al temporal;
Tras el castigo bíblico de terrenales luchas
El corazón invoca su predio celestial.

6° Y hay días en que somos tan tímidos, tan tímidos


como la flor oculta que oculta su candor;
Ante el valor de Hércules el alma se conmueve
Quizá hasta el trance mismo de convertirse en flor.

Este es el canto al hombre en sus tres etapas: 1 ª, La juventud, cuando somos tan
móviles, tan fértiles y tan plácidos; 2ª, La revelación de las oscuridades maculadas del
alma, las pasiones humanas y la tristeza y el dolor, a media edad, cuando somos tan
sórdidos, tan lúbricos y tan lúgubres, y 3ª, cuando vislumbra la muerte.
ANEXO

PORFIRIO BARBA JACOB

FUTURO
Decid cuando yo muera... (¡y el día esté lejano!):
soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento,
en el vital deliquio por siempre insaciado,
era una llama al viento...

Vagó, sensual y triste, por islas de su América;


en un pinar de Honduras vigorizó el aliento;
la tierra mexicana le dio su rebeldía,
su libertad, sus ímpetus... Y era una llama al viento.

De simas no sondadas subía a las estrellas;


un gran dolor incógnito vibraba por su acento;
fue sabio en sus abismos, y humilde, humilde, humilde,
porque no es nada una llamita al viento...

Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales,


que nunca humana lira jamás esclareció,
y nadie ha comprendido su trémulo lamento...
Era una llama al viento y el viento la apagó.

Guatemala, julio 29 de 1923


CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA
“El hombre es una cosa vana, variable y ondeante...”

Montaigne

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,


como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,


como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,


como la entraña obscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...


(¡niñez en el crepúsculo! ¡Lagunas de zafir!)
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,


que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,


como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Mas hay también ¡Oh Tierra! un día... un día... un día...


en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos ineluctables
¡un día en que ya nadie nos puede retener! La Habana, 1915.

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