Ansiedad de Separacion
Ansiedad de Separacion
Ansiedad de Separacion
Facultat de Psicologia.
Departament de Personalitat, Avaluació
i Tractament Psicològics.
TRASTORNO DE ANSIEDAD
POR SEPARACIÓN.
RECHAZO ESCOLAR Y FOBIA ESCOLAR
Arturo Bados López
29 de septiembre de 2005
ÍNDICE
Entrevista.................................................................................................................................... 18
Cuestionarios.............................................................................................................................. 19
Autorregistros............................................................................................................................. 21
Observación................................................................................................................................ 21
TRATAMIENTO PSICOLÓGICO DEL RECHAZO ESCOLAR Y FOBIA ESCOLAR ........... 22
TRATAMIENTO MÉDICO DEL RECHAZO ESCOLAR Y FOBIA ESCOLAR ...................... 32
REFERENCIAS ............................................................................................................................. 34
La frecuencia de la ansiedad por separación es del 50-75% hacia los 2 años y del 20-40% a
los 3 años. Se ha sugerido que la ansiedad por separación aparece antes y desaparece más tarde en
aquellas culturas en que el niño permanece en estrecho contacto físico con la madre durante largos
periodos y es atendido exclusivamente por ella (Bragado, 1994).
No hay que confundir la ansiedad por separación con el miedo a los extraños. Un niño puede
temer a estos últimos incluso estando cerca de su madre o en sus brazos, mientras que la ansiedad
por separación se da aunque no haya extraños. Naturalmente, los dos miedos pueden acumularse
(Marks, 1987/1991).
La pérdida temprana de uno de los padres hace que el niño presente retraimiento, proble-
mas de sueño y dificultades escolares, pero no síntomas específicos de ansiedad por separa-
ción. Se ha dicho que los niños más pequeños son menos vulnerables a la pérdida de uno de los
TAS/RE - 3
- Resistencia o miedo excesivo o persistente a quedarse en casa solo o sin las principa-
les figuras de apego, o sin adultos significativos en otros sitios. El sujeto puede incluso
TAS/RE - 4
evitar quedarse solo en una habitación y puede seguir a la figura de apego como su som-
bra.
Para diagnosticar TAS, el DSM-IV exige que: a) se cumplan al menos tres de los ocho crite-
rios anteriores, b) que el trastorno dure por lo menos 4 semanas, c) que comience antes de los 18
años, d) que produzca malestar clínicamente significativo o deterioro social, académico (laboral) o
de otras áreas importantes de funcionamiento, y e) que no se dé exclusivamente durante el curso
de un trastorno generalizado del desarrollo, esquizofrenia u otro trastorno psicótico, y que, en
adolescentes y adultos, no se explique mejor por el diagnóstico de trastorno de pánico con agora-
fobia (American Psychiatric Association, 1994). Si el trastorno comienza antes de los 6 años, se
especifica que es de comienzo temprano, pero no se dice hasta qué edad antes de los 6 años se
considera normal la ansiedad por separación.
Las manifestaciones del trastorno pueden variar con la edad. Los niños más pequeños
pueden no expresar miedos específicos de amenazas definidas a sus padres, a su hogar o a sí mis-
mos. Los adolescentes, especialmente los varones, pueden negar la ansiedad por separación, pero
esta se refleja en una actividad independiente limitada y en la negativa a salir de casa. Los adultos
con TAS pueden estar demasiado preocupados por sus cónyuges e hijos, al tiempo que experi-
mentan un notable malestar al separarse de ellos; otros pueden incluso ver limitada su capacidad
para cambiar de domicilio o casarse. Sin embargo, el TAS es raro en adultos y no debe establecer-
se como diagnóstico adicional si el miedo a la separación se explica mejor por la presencia de
agorafobia (American Psychiatric Association, 1994/1995).
En función de la edad, los niños pueden presentar miedos a animales, monstruos, la oscuri-
dad, fantasmas, ladrones, secuestradores, accidentes de coche, viajes en avión y otras situaciones
que son percibidas como peligrosas para la integridad de la familia o de sí mismos. Son frecuentes
las preocupaciones acerca de la muerte y el morir. Estando solos, especialmente por la noche,
los niños pequeños pueden explicar experiencias perceptivas insólitas: ver personas que se
asoman a la habitación, criaturas monstruosas que intentan cogerlos, ojos que les miran fijamente.
Los niños pueden quejarse de que nadie les quiere o de que nadie les cuida y que desearían
estar muertos. Cuando están muy alterados ante la perspectiva de una separación pueden mos-
trarse coléricos y, ocasionalmente, golpear a quien está forzando la separación. Los niños con
TAS suelen ser descritos como exigentes y con necesidad de atención constante (American
Psychiatric Association, 1994/1995).
TAS/RE - 5
El TAS puede darse también en la vida adulta. Cyranowski y cols. (2002) encontraron en un
grupo de 91 pacientes con trastornos de ansiedad y/o afectivos que el 30% de las mujeres y el
24% de los varones presentaron síntomas de ansiedad por separación en la vida adulta.
pánico son consecuencias de una predisposición a ser más ansioso; d) la ansiedad por separación
puede progresar hacia una forma adulta de TAS y complicarse con otros trastornos de ansiedad
como el trastorno de pánico (Sandín, 1997).
- No haber sido expuesto a una separación paulatina de los padres, quizás por un
exceso de sobreprotección de estos y por vivir encerrado en el círculo familiar. Expe-
riencias repetidas y no traumáticas de separación permiten una desensibilización natural
del miedo común a la separación de las figuras de apego. La sobreprotección puede darse
por diversos motivos: temor de los padres a perder a un hijo que ha sufrido una enferme-
dad grave, ser hijo único y muy deseado de unos padres mayores, embarazo difícil, pér-
dida previa de un hijo, problemas previos de esterilidad, insatisfacción marital, ansiedad
por separación en algún progenitor, padre y/o madre muy ansiosos.
- Las figuras de apego refuerzan positivamente, de un modo abierto o sutil, las conductas
de dependencia y búsqueda de contacto del niño. El no querer separarse de los padres
puede ser reforzado negativamente en niños miedosos, si de ese modo evitan los estí-
mulos temidos o reducen el miedo que estos suscitan.
- Que los padres, y especialmente las madres, sufran o hayan sufrido algún trastorno de
ansiedad (especialmente trastorno de pánico o TAS) o depresivo constituye un factor de
riesgo para los hijos. La presencia actual o pasada de trastorno de pánico en la madre tri-
plica el riesgo de sufrir TAS y si además hay depresión, el riesgo se multiplica por diez.
Según el DSM IV, el TAS parece ser más frecuente en familiares biológicos de pri-
mer grado que en la población general y puede ser más común en niños de madres con
trastorno de pánico (American Psychiatric Association, 1994/1995). Todos estos datos no
indican necesariamente un factor hereditario, pero es probable que exista en ciertos niños
una vulnerabilidad biológica a la excesiva ansiedad por separación.
- Los distintos factores pueden confluir. Un niño con vulnerabilidad biológica y sobrepro-
tegido por sus padres puede desarrollar fuertes conductas de dependencia que son reforzadas por
los padres; además, dicho niño tendrá pocas experiencias de separación y si esta ocurre forzada-
mente, será probablemente traumática. Todo esto aumenta la probabilidad de presentar un TAS.
ENTREVISTA
La entrevista debe explorar los aspectos acostumbrados: características del problema; varia-
bles controladoras del mismo (incluido el posible estado psicopatológico de los padres); historia
del problema; tratamientos previos y actuales; motivación, expectativas y objetivos del sujeto;
recursos y limitaciones del sujeto; otros problemas que pueda presentar el sujeto.
CUESTIONARIOS
con el que se pretende evaluar en personas adultas el grado de ansiedad por separación antes de
los 18 años. Una adaptación en castellano puede consultarse en Sandín (1997). Si se reformulan
los ítems, puede emplearse como una medida de ansiedad por separación según el niño (si este no
es muy pequeño) y según sus padres, aunque se carece de datos de fiabilidad y validez de estas
reformulaciones. Por otra parte, dada la frecuencia del rechazo escolar entre los niños con TAS,
también pueden emplearse como medidas complementarias la Escala de Evaluación del Recha-
zo Escolar y otros cuestionarios descritos en la sección de evaluación del rechazo escolar.
Escala de Ansiedad Infantil de Spence (Spence Children’s Anxiety Scale, SCAS; Spence,
1998). Consta de 44 ítems, valorados según una escala de frecuencia de 0 a 3, los cuales preten-
den evaluar un amplio espectro de síntomas de ansiedad. Treinta y ocho ítems hacen referencia a
síntomas específicos de ansiedad y 6 son ítems positivos de relleno para reducir el sesgo de res-
puesta negativo; no cuentan para la puntuación total. Aparte de esta, pueden calcularse seis sub-
puntuaciones que corresponden a seis factores de primer orden correlacionados entre sí que car-
gan en un factor de segundo orden denominado ansiedad en general. Las seis subpuntuaciones son
ansiedad por separación (6 ítems), pánico/agorafobia (9 ítems), fobia social (6 ítems), miedo al
daño físico (5 ítems; corresponde a fobias específicas), problemas obsesivo-compulsivos (6 ítems)
y ansiedad generalizada (6 ítems).
En aquellos casos en que la información disponible aconseje llevar a cabo una evaluación de
la familia del niño, se dispone de varias medidas:
En TEA y MEPSA hay varios cuestionarios útiles. Por ejemplo, la Escala de Adaptación Fa-
miliar de Moos y Moos (1981), Batería de Socialización de Silva y Martorell (versión para profe-
sores, padres y niño) y el IDG de Capafóns, Sosa y Silva.
AUTORREGISTROS Y OBSERVACIÓN
Patterson (1965, citado en King, Hamilton y Ollendick, 1988) trató a un niño de 7 años que
rechazaba ir a la escuela debido a su ansiedad por separación. Esta era tan grave que el niño era
incapaz de dejar a su madre en la consulta incluso unos pocos minutos. Se empleó moldeamiento
reforzando al niño por separaciones más largas de la madre; los reforzadores fueron dulces aso-
ciados con elogio debido a que el niño no respondía a los reforzadores sociales. Luego se introdu-
jo la exposición imaginal con escenas que implicaban una serie graduada de situaciones de sepa-
ración. Los personajes de las escenas eran muñecos que interactuaban con otro personaje llamado
"el pequeño Henry". Se preguntó al niño cómo se sentía el pequeño Henry en diversas situaciones
y las respuestas de comportamiento independiente y asertivo fueron reforzadas con elogios y dul-
ces. En la undécima sesión comenzó la exposición graduada en vivo para lograr la reincorpo-
ración a la escuela. Cada día el niño fue llevado a la escuela por el terapeuta y dejado allí por
periodos cada vez más largos, Cada sesión en vivo fue seguida por sesiones de apoyo mediante
juegos con muñecos en la sala de juegos de la clínica. Los padres fueron entrenados para refor-
zar selectivamente las conductas de afrontamiento. En la sesión 23 se consiguió el retorno total a
la escuela y los resultados se mantuvieron 3 meses más tarde.
Por otra parte, una adaptación del programa de Kendall también se ha mostrado más eficaz
que un placebo psicológico en niños que presentaban distintos trastornos de ansiedad (generali-
TAS/RE - 11
zada, por separación o social); el segundo fue el segundo grupo más numeroso. La condición pla-
cebo (revelación emocional) consistió en escribir los propios pensamientos y sentimientos tanto
sobre situaciones estresantes o amenazantes en general como sobre situaciones relacionadas con
los miedos de separación; además, hubo breves discusiones en grupo en las que los niños conta-
ban sus experiencias atemorizantes (Muris, Meesters y van Melick, 2002).
Durante el segundo bloque de ocho sesiones el niño practica las nuevas habilidades por medio
de experiencias imaginales y en vivo (en la consulta, casa y escuela) de situaciones individuali-
zadas y graduadas en cuanto al estrés y ansiedad que provocan. Para ello, el terapeuta sirve de
modelo (usa la activación ansiosa como señal para aplicar las estrategias de afrontamiento), se
utilizan ensayos conductuales y se emplea el reforzamiento social; también se alienta a los niños
a que se refuercen por su afrontamiento exitoso. En la sesión 9 se trabaja con situaciones no estre-
santes y de baja ansiedad. En las sesiones 10-13 aumenta el nivel de ansiedad de las situaciones.
Y en las sesiones 14-15 se practica en situaciones muy estresantes. Además, en estas dos últimas
sesiones los niños comienzan a preparar un proyecto individualizado (canción, anuncio de TV,
espacio radiofónico, poema) que es grabado y que está dirigido a enseñar a otros niños cómo
afrontar la ansiedad perturbadora. La sesión 16 y última se dedica a discutir la experiencia de te-
rapia, revisar las habilidades y alentar al niño a practicar estas últimas en su vida diaria. El niño
graba su proyecto y recibe una copia para llevarse a casa. Existen datos que sugieren que este
segundo bloque, al menos cuando sigue al primero, es un componente activo a la hora de producir
cambios significativos.
res (una adaptación del programa FEAR de Kendall) ha demostrado tener validez social, ya que
sus usuarios muestran una elevada satisfacción con el mismo y la mayoría lo recomendarían a
otros. Curiosamente, los niños valoraron más las estrategias cognitivas y los adolescentes la expo-
sición gradual (Barret, Shortt y Wescombe, 2001).
El programa FRIENDS tiene tres componentes, cada uno de los cuales se aplica durante
cuatro sesiones; la primera parte de cada sesión se dedica al tratamiento individual del trastorno
de ansiedad del niño y la segunda al tratamiento en familia (incluido el niño). En primer lugar y
con el fin de reducir el conflicto y aumentar la cooperación en la familia, los padres son entre-
nados para reforzar verbal y materialmente las aproximaciones a las situaciones temidas y
no prestar atención a la conducta ansiosa y quejas excesivas. En concreto, los padres respon-
den con empatía a la primera queja del niño, pero las repeticiones son seguidas por la incitación a
practicar una estrategia de afrontamiento previamente aprendida y por no hacer caso a las conduc-
tas de ansiedad y quejas. Estas estrategias de manejo de contingencias son ensayadas con ejem-
plos de las conductas temerosas del niño.
En segundo lugar, se enseña a los padres a tomar conciencia de sus propias respuestas de
ansiedad, a manejar sus alteraciones emocionales y a modelar respuestas de resolución de
problemas y de afrontamiento ante las situaciones temidas. En tercer y último lugar, se entrena
brevemente a los padres en habilidades de comunicación y resolución de problemas con el fin
de que sean más capaces de trabajar en equipo para resolver futuros problemas y mantener las
mejoras terapéuticas una vez acabado el tratamiento. Este tercer componente implica lo siguiente:
a) entrenar en habilidades para reducir la escalada del conflicto entre los padres sobre la educa-
ción del niño y para que los padres sean congruentes en el manejo de las respuestas ansiosas del
niño; b) alentar a los padres a reservar un tiempo para discusiones regulares sobre el día que ha
tenido cada uno y entrenar en habilidades de escucha para que estas discusiones sean más efica-
ces; c) entrenar en habilidades de solución de problemas y alentar a lo padres a programar discu-
siones semanales de resolución de problemas para manejar las dificultades del niño y de la fami-
lia.
Un metaanálisis de los estudios anteriores realizados entre 1994 y 2001 (Orgilés y cols.,
2003) ha puesto de manifiesto que la TCC sola o con intervención familiar son más eficaces que
esta última sola y que la TCC con implicación de la familia tiende a ser superior. Además, el ta-
maño del efecto es mayor cuando: a) la duración del tratamiento se adapta a cada paciente, b) la
duración del tratamiento es mayor, c) los pacientes son solicitados en vez de remitidos, y d) se
incluyen sesiones de prevención de recaída.
Con el programa de Kendall y el de Barrett aplicados a niños con diversos trastornos de an-
siedad se consiguen mejoras significativas en medidas de autoinforme de trastorno de ansiedad
por separación, trastorno de ansiedad generalizada, fobia social, ansiedad y depresión, y en la
escala de interiorización (retraimiento, quejas somáticas, ansiedad/depresión) de la Lista de Veri-
ficación Conductual para Niños contestada por padres y maestros. Los tamaños del efecto en
comparación a la lista de espera o no tratamiento en diversas medidas han sido los siguientes:
ansiedad (0,72-0,90), depresión (0,48-1,10), interiorización (1,17), trastorno de ansiedad por sepa-
ración (1,1). Los tamaños del efecto pre-post son más elevados: ansiedad (1,13-1,20), depresión
(0,71-1,00), interiorización (1,36), trastorno de ansiedad por separación (0,9-1,7), trastorno de
ansiedad generalizada (0,9-1,3), fobia social (0,7-0,8).
habitual ha sido de un año. Entre el seguimiento al año y el de 5-7 años, se ha observado un 13%
de recaídas y un 15% de niños que han terminado por recuperarse. En otro seguimiento tele-
fónico a los 6-7 años llevado a cabo por Manassis y cols. (2004), los cuales realizaron una adapta-
ción del programa de Kendall para su aplicación en grupo, se comprobó que el 30% de los adoles-
centes habían recibido tratamiento adicional para la ansiedad.
En Bragado (1994, págs. 135-137) puede verse el tratamiento de un caso con TAS. Otro
caso, el estudio de Miller, es presentado brevemente al hablar del rechazo escolar. Otros ejemplos
más o menos detallados de casos, que presentaban también rechazo escolar, pueden consultarse
en Chorpita y cols. (1996), Hagopian y Slifer (1993), Hersen y Last (1985/1993, cap. 18), King,
Ollendick y Tonge (1995, págs. 101-105), Oltmanns, Neale y Davidson (1995, cap. 22) y Reinec-
ke, Dattilio y Freeman (1996, cap. 8).
- Una dificultad grave para ir al colegio que frecuentemente provoca ausencias prolon-
gadas del medio escolar. King, Ollendick y Tonge (1995) han operacionalizado una au-
sencia prolongada como dos o más ausencias en promedio por semana a lo largo de cua-
tro semanas.
- Una grave alteración emocional que incluye miedo intenso, explosiones de mal humor,
tristeza y/o quejas de sentirse mal sin causa orgánica obvia cuando el niño se encuentra
con la situación de tener que ir al colegio.
- Permanecer en casa con el conocimiento de los padres cuando se debería estar en el
colegio; este criterio se cumple en alguna fase del curso del trastorno.
- Ausencia de características antisociales tales como robos, mentiras, vagabundeo, con-
ductas de destrucción o conducta sexual inadecuada.
Aunque algunos autores han considerado a la fobia escolar como una manifestación del TAS,
se puede temer y evitar la escuela por motivos diferentes al de la ansiedad por separación,
tal como es el caso de muchos niños con rechazo escolar. La fobia escolar también es muy fre-
cuente en niños con trastorno de ansiedad excesiva (generalizada), trastorno por evitación (fobia
social), trastorno obsesivo-compulsivo o depresión (Bragado, 1994; Echeburúa, 1993).
Hoy en día existe una tendencia a preferir el término rechazo escolar en vez del de fobia
escolar para referirse a la negativa a asistir a la escuela o a la dificultad para permanecer en la
misma basadas en perturbaciones emocionales; se considera que el primer término es más amplio
y descriptivo y reconoce la heterogeneidad causal del problema. En efecto, el rechazo escolar es
un problema complejo que puede tener diversas causas (King, Ollendick y Tonge, 1995; Sandín,
1997): a) miedo a separarse de los padres (posible diagnóstico de TAS); b) miedo a diversos even-
tos relacionados con la escuela (ser golpeado por un compañero, ser objeto de burlas, ser criticado
en clase, hablar delante de la clase, ser enviado al director, hacer exámenes, desvestirse a la hora
del deporte; posible diagnóstico de fobia específica o social); c) problemas de ansiedad generali-
zada o depresión (posible diagnóstico de trastorno de ansiedad generalizada o trastorno afectivo).
De estos tres subtipos, la fobia escolar correspondería al segundo. De todos modos, ni el rechazo
escolar ni la fobia escolar corresponden a categorías diagnósticas aceptadas en el DSM-IV o en la
CIE-10
Junto a la distinción de tres grupos clínicos primarios de evitadores escolares (los caracte-
rizados por ansiedad por separación, los de tipo fóbico y los ansiosos/deprimidos) hecha por King,
Ollendick y Tonge (1995), se han distinguido también dos tipos de fobia escolar (véase Echebu-
rúa, 1993, pág. 41 y Méndez, 1999, pág. 55): el tipo 1 (neurótico) con buen pronóstico y el tipo 2
(caracterial) que también responde al tratamiento conductual, aunque hay más fracasos y recaídas
(Blagg, 1987). Esta tipología relaciona la fobia escolar con el contexto familiar, el cual está per-
turbado en el tipo 2: pobre comunicación entre los padres, mal ajuste psicológico de los padres
(trastorno de ansiedad en la madre y de personalidad en el padre), poco interés del padre por la
casa y por los hijos, escasa colaboración de los padres en el tratamiento. Sin embargo, esta clasifi-
cación es muy reduccionista y no se pueden incluir en ella muchos casos vistos en la clínica; ade-
más, no hay datos sobre su fiabilidad y validez.
TAS/RE - 15
El rechazo escolar debe distinguirse del hacer novillos. En este último caso, el absentismo
escolar se produce sin permiso paterno, no se observan reacciones de temor, el niño no se niega a
ir a la escuela, el niño suele permanecer en la calle y no en casa, el rendimiento escolar suele ser
bajo, se suele desafiar a la autoridad escolar y suele haber conductas antisociales (robos, mentiras
continuas, destrucción de propiedades, fugas de casa, peleas entre pandillas). Un análisis más
detallado de las diferencias puede verse en Echeburúa (1993, pág. 42) o en Méndez y Macià
(1990).
- Sistema motor: aparte de la tensión muscular elevada y los posibles temblores, el niño
evita la escuela (se queda en casa) a través de medios como quejas de síntomas físicos,
conducta negativista (no se viste, no desayuna, no encuentra las cosas, se encierra en su
cuarto) o expresiones verbales de no querer ir a la escuela. Si se le lleva por la fuerza,
puede pedir volver a casa, agarrarse a los padres o gritar. Una vez en la escuela, puede
esconderse, escaparse de la misma, presentar rabietas o inhibirse totalmente (no habla, no
juega).
El rechazo escolar puede comenzar por quejas más o menos vagas ("el profesor es antipáti-
co", "los niños son unos pegones") y una actitud de desgana a la hora de ir a la escuela; los niños
pequeños pueden no dar razón alguna. Esta renuencia surge ante estímulos específicos (lunes,
vuelta de vacaciones, primer día de clase tras una enfermedad, cambio de clase o de escuela) y
evoluciona hasta una negativa rotunda a ir a la escuela, precedida por síntomas de ansiedad e in-
cluso síntomas físicos (náuseas, vómitos, dolor de cabeza, diarrea, dolor abdominal, dolor de gar-
ganta). Estos síntomas desaparecen normalmente cuando se permite al niño quedarse en casa y
resurgen ante la posibilidad de ir al colegio. Algunos niños intentan ir a al escuela, pero se vuel-
ven en el camino, mientras que otros se resisten incluso a levantarse de la cama, lavarse y vestirse
(Echeburúa, 1993; Marks, 1987/1991).
Es más probable la presencia de psicopatología en la vida adulta en aquellos que fueron evi-
tadores escolares que en sujetos control; por ejemplo, en un estudio, el 31% de los primeros co-
TAS/RE - 16
ntra el 11% de los segundos habían recibido tratamiento psiquiátrico en los 15-20 años siguientes
al tratamiento del rechazo escolar (en el primer grupo) (King, Ollendick y Tonge, 1995).
Los miedos escolares intensos pueden llegar a afectar hasta el 18% de los niños entre 3 y 14
años. El rechazo escolar ha sido más frecuente en uno u otro sexo según los estudios; esto podría
ser debido a diferencias en el diagnóstico de las muestras estudiadas: aquellos con ansiedad por
separación tienden a ser niñas y la mayoría de aquellos con rechazo escolar de tipo fóbico son
predominantemente niños. Es posible que el rechazo escolar sea más frecuente entre los hermanos
menores (Blagg, 1987; Echeburúa, 1993; King, Hamilton y Ollendick, 1988; King, Ollendick y
Tonge, 1995).
Entre los factores precipitantes y/o mantenedores del rechazo escolar pueden distinguirse:
- Factores relacionados con el niño. Aparte de los miedos citados arriba, pueden influir el
miedo a la separación de los padres; una mayor dependencia de estos; problemas de aser-
tividad y de relaciones sociales; niveles excesivos de aspiración académica; estar acom-
plejado por algún aspecto de la apariencia física que puede ponerse de manifiesto en las
clases o al desnudarse; celos exagerados de un hermano; angustia por la menstruación o
la masturbación. Puede haber un bajo rendimiento escolar (en ciertas materias o en gene-
ral) y/o un miedo al mismo debido a una serie de factores (niño, escuela, medio cultural).
Algunos niños no quieren volver a la escuela porque no pueden explicar su ausencia a sus
compañeros de un modo aceptable.
- Factores relacionados con la familia. Sobreprotección del niño por parte de uno o am-
bos padres; relación muy estrecha de la madre con el niño y relación distante con el ma-
rido; expectativas poco realistas sobre el rendimiento escolar del niño; falta de recursos
de los padres para conseguir llevarlo a la escuela (p.ej., no poder manejar física o psico-
lógicamente las rabietas del niño, no sentirse capaz de manejar a la vez tanto al niño co-
mo a sus hermanos más pequeños); desajuste marital; algún progenitor o la familia sale
beneficiado de que el hijo se quede en casa (p.ej., una madre agorafóbica o deprimida) o
de que presente un problema que permite no atender a otros problemas más dolorosos
(p.ej., insatisfacción marital); conflictos entre los padres y la escuela; padres que valoran
poco la educación escolar o que tienen actitudes negativas hacia la escuela.
- Otras consecuencias de la fobia escolar, tanto a corto/medio plazo (retraso escolar, ais-
lamiento social, sentimientos de culpa) como a largo plazo: menores oportunidades para
cursar una educación superior, problemas de empleo, dificultades sociales y mayor riesgo
TAS/RE - 18
Es necesario considerar varios de estos factores, variables según los niños, para explicar el
origen y mantenimiento del rechazo escolar.
EXAMEN MÉDICO
Las quejas somáticas (dolores abdominales, náusea, diarreas, dolor de cabeza) son frecuentes
en los evitadores escolares y pueden contribuir al surgimiento y/o mantenimiento del trastorno.
Por ello, conviene que el niño sea visto por un médico para descartar la existencia de posibles
problemas médicos o para tratarlos caso de que estén presentes. Si estos problemas existen, con-
viene abordarlos antes de intervenir con el rechazo escolar (Blagg, 1987).
ENTREVISTA
Es aconsejable entrevistar al niño, padres y maestro/s por separado antes de hacerlo juntos
(al menos padres y niño) para obtener la percepción de cada parte. Blagg (1987) recomienda em-
pezar por los maestros con un doble objetivo: establecer una buena relación con la escuela de
cara a su colaboración y conocer el funcionamiento de la escuela con el fin de decidir si esta es
apropiada para el niño. De no ser así esto último (p.ej., excesivo nivel de exigencia para el niño,
existencia de una banda de matones que atemorizan al niño y que nadie puede controlar, conflicto
grave entre los padres y la escuela), habrá que aconsejar un cambio de escuela. Ollendick y Mayer
(1984) aconsejan entrevistar al niño antes que a los padres y maestros para obtener su cooperación
explícita. Lo importante de todos modos, más que el orden, es que cada parte tenga la oportunidad
de presentar su perspectiva por separado.
En cuanto a los padres, si son estos los que han solicitado ayuda, Blagg (1987) aconseja que
se les pida enfáticamente que traigan a su hijo a la escuela para la entrevista, aunque sea por la
fuerza. De este modo, se obtiene información sobre cómo los padres son capaces de manejar las
protestas de su hijo, puede que los padres descubran problemas inesperados, se clarifica el pro-
blema del niño (ansiedad por separación, miedo a salir de casa y/o evitación escolar) y pueden
investigarse sobre el terreno las ansiedades del niño relacionadas con la escuela. Por otra parte, la
entrevista conjunta de padres y niño permitirá observar el tipo de interacciones que se establecen,
las cuales pueden ser importantes de cara al tratamiento.
Si los padres han sido forzados por las autoridades, conviene asumir una doble línea de
acción: a) empatizar con ellos reconociendo su resentimiento y b) enfocar la situación como un
problema a resolver. Si los padres siguen reacios, puede enfatizarse que si no se les puede ofrecer
ayuda, habrá que presentar el informe correspondiente a las autoridades y el asunto entrará en vía
legal con las correspondientes consecuencias que pueden ser muy desagradables tanto para los
padres como para el niño.
En la entrevista a los niños es frecuente que estos tengan dificultades para identificar las
TAS/RE - 19
fuentes de su ansiedad, especialmente si son pequeños. Una opción es pedirle al niño que visuali-
ce y describa todo lo que ha ocurrido a lo largo de un día escolar; esta descripción es asistida por
preguntas concretas: "¿qué ropa llevabas puesta?, ¿dónde estabas?, ¿con quién?, ¿qué hacías?, ¿y
los otros?". Durante este proceso hay que estar atento a sus manifestaciones de ansiedad y los
antecedentes de esta.
Un modelo de entrevista para evitadores escolares puede encontrarse en Blagg (1987). Las
áreas que se investigan son las siguientes:
- Niño. Asistencia actual y pasada a la escuela (conviene consultar los archivos de la es-
cuela) y factores relacionados con la falta de asistencia; características o síntomas del re-
chazo escolar y otros posibles problemas; conducta fuera de la escuela; actitudes hacia el
problema de inasistencia escolar; funcionamiento intelectual y académico; características
de personalidad; relaciones con los compañeros; historia evolutiva; tratamientos previos;
aspectos que originan ansiedad en casa y en la escuela; otros aspectos mantenedores del
problema en casa y en la escuela.
- Escuela. Motivación del personal para superar el problema del niño; organización y
flexibilidad de la escuela; problemas generales existentes en la escuela.
Un modelo de entrevista diagnóstica para el rechazo escolar puede verse en King, Ollendick y
Tonge (1995, págs. 35-38) tanto en la versión para niños como para padres. Las preguntas de esta
entrevista forman parte de una versión previa de la Entrevista para los Trastornos de Ansiedad
en Niños (ADIS-C) de Silverman y cols. (1996, citado en Sandín, 1997); esta entrevista sigue los
criterios del DSM-IV, incluye preguntas sobre cada trastorno de ansiedad que no son únicamente
diagnósticas, proporciona puntuaciones sobre la gravedad de estos trastornos y contiene también
ítems que muestrean trastornos del estado de ánimo.
CUESTIONARIOS
Escala de Evaluación del Rechazo Escolar (School Refusal Assessment Scale; Kearney y
Silverman, 1993, citado en King, Ollendick y Tonge, 1995). Es un instrumento diseñado para
poder identificar cuatro tipos de variables que pueden mantener el rechazo escolar: a) evitación de
estímulos escolares que provocan miedo específico o ansiedad general (coger el autobús escolar,
ser golpeado por un compañero, desnudarse para hacer deporte); b) escape de situaciones sociales
o evaluativas aversivas (hacer un examen, hablar delante de la clase); c) conductas de búsqueda
de atención que pueden reflejar preocupación por la separación (rabietas, decir que se está enfer-
mo); y d) conductas que proporcionan reforzamiento positivo (ver TV, jugar). Esta última catego-
ría es análoga a la de hacer novillos. La escala consta de 16 preguntas, cuatro por tipo de variable,
valoradas de 0 a 6; se calcula una media para cada tipo, sin tener en cuenta los ítems no contesta-
dos, y se establece el rango de mayor o menor para ver cuáles son las variables mantenedoras
principales. La escala original para niños puede consultarse en King, Ollendick y Tonge (1995);
existen también versiones para padres y maestros.
Escala Revisada de Evaluación del Rechazo Escolar (School Refusal Assessment Sca-
le-Revised; Kearney, 2002). Es una revisión de la escala anterior en la que se han añadido ocho
nuevos ítems y se han modificado algunos de los existentes, en especial los referidos a la primera
TAS/RE - 20
variable de mantenimiento con el fin de reflejar evitación de estímulos escolares que provocan
una afectividad negativa general (ansiedad, depresión y quejas somáticas). La escala consta de 24
preguntas, seis por tipo de variable, valoradas de 0 a 6. Un análisis factorial ha puesto de mani-
fiesto tres factores: reforzamiento negativo (combina las dos primeras variables de mantenimien-
to), búsqueda de atención y reforzamiento tangible. El instrumento puede consultarse en la fuente
original tanto en su versión para niños como para padres.
Escala Visual Análoga para la Ansiedad – Revisada (Visual Analogue Scale fot Anxie-
ty-Revised; Bernstein y Garfinkel, 1992). Evalúa la ansiedad en rechazadores escolares y permite
identificar situaciones ansiógenas (p.ej., ser llamado por el maestro, viajar en el autobús escolar,
pensar sobre ir a la escuela el lunes). Consta de 11 situaciones, ocho de ellas relacionadas con la
escuela y tres, no (reacciones somáticas, cómo se siente uno en este momento y en general). Para
cada situación, aparecen dos caras unisex, con expresiones diferentes y denominadas “inquie-
to/nervioso” y “tranquilo”; cada cara está en el extremo de una línea de 10 centímetros en la cual
la persona debe poner una marca según su nivel reciente de ansiedad. Cada ítem es puntuado mi-
diendo desde el extremo “tranquilo” la distancia en centímetros hasta la marca; luego, se obtiene
la media de las 11 situaciones. La escala presenta tres factores: ansiedad anticipatoria/de separa-
ción, ansiedad de ejecución dentro de la escuela, ansiedad en general.
Inventario de Miedos Escolares de Méndez (1988, puede verse en Méndez y Macià, 1990, y
en Méndez y cols., 1996). Consta de 49 experiencias o situaciones relacionadas con el colegio
(más una abierta) que el niño (y/u otras personas) debe puntuar de 0 a 4 según el grado de miedo
que le produzcan. Méndez y García-Fernández (1997, citado en Méndez, 1999) han desarrollado
tres formas abreviadas de este inventario, todas las cuales pueden consultarse en Méndez (1999).
La primera (Forma I) está pensada para niños de 3 a 7 años. Consta de 25 ítems valorados con una
escala nada/poco/mucho (0 a 2) y que se aplican en forma de entrevista. La Forma II va dirigida a
niños de 8 a 12 años y consta de 28 ítems valorados con una escala nada/poco/mucho (0 a 2) que
son contestados por los propios interesados. La Forma III está pensada para adolescentes de 13 a
18 años y consta de 33 ítems valorados de 0 a 4.
Cuestionarios de ansiedad general para niños son comentados en el tema de trastorno de an-
siedad generalizada. Finalmente, puede ser útil emplear un cuestionario de depresión tal como el
Inventario de Depresión Infantil (Children's Depression Inventory; Kovaks y Beck, 1977, cita-
do en King, Ollendick y Tonge, 1995). Consta de 27 ítems, cada uno de los cuales tiene tres bre-
ves afirmaciones que corresponden a respuestas normales ("me divierto en la escuela muchas ve-
ces"), síntomas depresivos moderados ("me divierto en la escuela sólo de vez en cuando") y sín-
TAS/RE - 21
tomas depresivos graves ("nunca me divierto en la escuela"). El niño elige una afirmación en cada
ítem, el cual es valorado de 0 a 2.
En aquellos casos en que la información disponible aconseje llevar a cabo una evaluación de
la familia del niño, se dispone de varias medidas que fueron ya comentadas al hablar del TAS.
AUTORREGISTROS
Cuando se emplean con niños pequeños hay que definir claramente las conductas a registrar
(no más de dos y con ayuda de dibujos si es preciso), recordar el empleo del autorregistro y refor-
zar por el empleo adecuado de este. King, Ollendick y Tonge (1995) presentan un ejemplo de
autorregistro en el que el niño hace dos calificaciones por la mañana y unas anotaciones al final
del día. Por la mañana, califica sus sentimientos sobre ir a la escuela en una escala de 1 ("me sien-
to feliz y bien") a 5 ("estoy tan nervioso y perturbado que sé que no puedo ir a la escuela hoy") y
también lo enfermo que se siente de 1 ("no me siento enfermo hoy") a 5 ("siento que voy a vomi-
tar y que no seré capaz de ir a la escuela hoy"). Al final del día, el niño indica si 1) fue a la escuela
hoy, 2) permaneció en la escuela todo el día y 3) cómo fue el día en la escuela.
Un segundo modelo de autorregistro ha sido presentado por Beidel y cols. (1991, citado en
King, Ollendick y Tonge, 1995). Cada vez que el niño se siente ansioso debe apuntar en una hoja
pautada el momento del día, dónde estaba, el evento ansiógeno (se listan varios desde hacer un
examen hasta salir a la pizarra, y se deja uno de tipo abierto) y lo que hizo. Este último apartado
lista respuestas de diversos tipos (hice lo que se me pedía, me dije a mí mismo "no te pongas ner-
vioso, todo irá bien", lloré) y deja una de tipo abierto. Además, el niño califica el grado de males-
tar experimentado marcando una figura que muestra grados crecientes de ansiedad desde 1 ("rela-
jado") a 5 ("muy asustado o ansioso"). Un ejemplo de esta hoja de autorregistro puede verse en
King, Ollendick y Tonge (1995, pág. 53).
Como parte del autorregistro ha sido frecuente emplear el Termómetro de Miedo. Se trata de
una escala de 0 a 10 ó de 1 a 10 en la que el primer número indica ausencia de miedo y el último,
un miedo extremo; una versión ha sido la escala de unidades subjetivas de ansiedad o perturba-
ción, la cual va de 0 a 100. Con niños, en vez de números pueden emplearse diagramas de barras
de tamaño creciente o un termómetro dibujado con varios niveles diferenciados por color o por
caras que expresan desde ausencia a miedo a miedo máximo (King, Hamilton y Ollendick, 1988;
King, Ollendick y Tonge, 1995). El termómetro de miedo, en cualquiera de sus versiones, ha sido
frecuentemente empleado en uno o más momentos a lo largo del día (p.ej., antes de salir para la
escuela, en una clase difícil, etc.) o de los tests de evitación o aproximación conductual para eva-
luar ansiedad media y/o máxima.
OBSERVACIÓN
Un modelo de registro de observación para ser empleado por los profesores puede encontrar-
se en Méndez y Macià (1990). En este registro de asistencia a clase se tienen en cuenta los si-
guientes aspectos: asistencia a clase (sí/no), falta justificada (motivo) o sin justificar, puntualidad
(minutos que llega tarde, duración de las ausencias con y sin permiso, y otras conductas (llora,
atiende). Otro ejemplo de sistema de observación más complejo y difícil de aplicar en la práctica
diaria (la Preschool Observation Scale of Anxiety) es descrita en King, Ollendick y Tonge (1995).
del niño de acuerdo con la siguiente escala: no presenta las tareas mandadas en toda la semana (0),
presenta las tareas, pero están mal realizadas (1), presenta con retraso las tareas mandadas y están
aceptablemente realizadas (2), presenta puntual las tareas y están aceptablemente realizadas (3), y
presenta puntual las tareas y están muy bien realizadas (4). En el registro de conducta social los
profesores califican cada semana las interacciones sociales entre el niño y sus compañeros según
una escala de 0 (ninguna interacción) a 4 (muchísimas interacciones con gran interés mutuo y
reciprocidad).
Otra sencilla escala de calificación pregunta a la madre cómo ha ido el niño durante la sema-
na pasada, a lo cual debe contestar en una escala de 7 puntos que va de "asiste a las clases regu-
larmente" a "rechaza completamente la escuela" pasando por "rechazo frecuente de la escuela:
unos 2 días por semana" (Ollendick y Mayer, 1984).
En otro estudio (Tahmisian y McReynolds, 1971, citado en Ollendick y Mayer, 1984) cola-
boraron los padres de la niña de 13 años y se llevaron a cabo 15 pasos a razón de cinco por se-
mana: 1) caminar alrededor de la escuela después del final de las clases durante 15 minutos acom-
pañada por progenitor; 2) igual que el paso 1, pero sola; 3) igual que el paso 1, pero 30 minutos;
4) igual que el paso 1, pero sola y 30 minutos; 5) igual que el paso 4, pero 60 minutos; 6) caminar
alrededor de la escuela mientras se desarrollan las clases durante 30 minutos acompañada por
TAS/RE - 23
progenitor; 7) igual que el paso 6, pero sola; 8) igual que el paso, pero sola y 60 minutos; 9) asistir
a la primera clase (60 minutos) con progenitor en el recibidor; 10) igual que el paso 9, pero con
progenitor en el coche; 11) asistir a la primera clase, progenitor se ha ido; 12) asistir a dos clases
(120 minutos) sola; 13) asistir a tres clases (180 minutos) sola; 14) asistir a todas las clases de la
mañana, sola; 15) asistir a las clases de todo el día sola.
Un tercer enfoque ha sido la exposición a las peores consecuencias temidas, también llama-
do terapia implosiva. Smith y Sharpe (1970, citado en King, Hamilton y Ollendick, 1988) lo apli-
caron con éxito en el caso de un chico de 13 años cuya fobia escolar parecía basada en la extrema
ansiedad producida por las clases de matemáticas y literatura; en particular, temía que se le pidiera
intervenir en clase, temía ser incapaz de contestar correctamente las preguntas del maestro y anti-
cipaba ser ridiculizado por compañeros y maestro. Se elaboraron nueve escenas que fueron pre-
sentadas hasta que se observó una reducción de la ansiedad. La séptima escena fue así: "El pacien-
te es enviado a la clase de literatura por el director. La habitación esté oscura y extraña y las sillas
han sido colocadas en los lados de la habitación. Los estudiantes comienzan a llenar en silencio la
habitación. Está demasiado oscuro como para identificarlos. La tensión crece a medida que Billy
(nombre del chico) se pregunta que sucederá. Los estudiantes le rodean, se acercan cada vez más
y comienzan a murmurar: 'loco Billy' y 'estúpido, estúpido, estúpido'. Luego, empiezan a empujar-
le y a pegarle". (Curiosamente, la escena está redactada en tercera, en vez de en segunda persona.)
Otras técnicas empleadas fueron la vuelta gradual a la escuela en cuatro fases y la retirada de las
ganancias secundarias en casa por no ir a la escuela (ver TV e irse tarde a la cama).
miento. El desarrollo de este paso por paso y los resultados logrados pueden verse en Herbert
(1978/1983, págs. 326-327).
b) A pesar de haber sido capaz de permanecer en la escuela sin el asistente, cuando terminó
el procedimiento anterior, la niña siguió negándose a vestirse por la mañana y a ir a la es-
cuela con sus tres hermanos; esto le permitía quedarse una hora con su madre después de
que sus hermanos hubieran ido a la escuela y hasta que aquella salía para trabajar. Por
ello, se le dijo a la madre que saliera a trabajar a la misma hora que los niños salían
para el colegio. A pesar de esto, la niña siguió quedándose en casa de la vecina.
c) El tercer procedimiento consistió en que la madre llevara a la niña a la escuela (si esta
no salía voluntariamente) y en establecer un sistema motivacional en el hogar. La
madre recibió un cuadro con los nombres de sus cuatro hijos y los días laborables de la
semana. Cada día que un niño iba a la escuela voluntariamente, recibía una estrella en el
cuadro. Una estrella podía canjearse al final del día por tres caramelos; la asistencia no
voluntaria era reforzada con un caramelo. Cinco estrellas en una semana fueron canjeadas
por un regalo (viaje de fin de semana, trato especial, visitas). La asistencia mejoró, pero
sin que la niña saliera para la escuela voluntariamente.
Las técnicas operantes pueden ser lo único que se necesite con aquellos niños que evitan la
escuela con ansiedad leve y son reforzados inadvertidamente por padres y/o profesores. La vuelta
a la escuela puede ser gradual o rápida.
Otra técnica que ha sido empleada en combinación con las anteriores es el entrenamiento en
habilidades sociales de cara a manejar interacciones problemáticas con compañeros y/o maestros.
Este enfoque fue seguido por Esveldt-Dawson y cols. (1982, citado en Blagg, 1987) con una niña
de 12 años que presentaba un extremo miedo y evitación de los varones no conocidos. El entre-
namiento incluyó aspectos tales como postura corporal (especialmente la rigidez e inmovilidad de
tronco y extremidades), signos de ansiedad (risa tonta, muecas faciales, tono de voz), mirada,
afecto apropiado en las interacciones y contenido verbal de sus mensajes y respuestas. Méndez y
Macià (1990) también emplearon el entrenamiento en habilidades sociales con un fóbico escolar
de 15 años que se sentía intimidado por varios compañeros y mostraba déficit de conducta aserti-
va. Las situaciones trabajadas fueron formular quejas, rechazar peticiones, manejar críticas y de-
fender los propios derechos. El entrenamiento asertivo incluyó presentación de la situación a tra-
TAS/RE - 25
bajar, discusión de las ventajas e inconvenientes de las diversas formas de comportarse (asertiva,
sumisa, agresiva) en dicha situación, instrucciones y modelado sobre la forma de comportarse en
dicha situación, ensayo de conducta, retroalimentación, reforzamiento y tareas entre sesiones
(primero con la familia en casa y luego con compañeros en la escuela).
Las técnicas cognitivas también han sido empleadas como procedimientos de apoyo en el
tratamiento del rechazo escolar; la idea es corregir pensamientos y creencias erróneos con el fin
de conseguir o facilitar el cambio conductual y emocional deseado. Ejemplos concretos de la uti-
lización de la reestructuración cognitiva y del entrenamiento autoinstruccional pueden verse en
King, Ollendick y Tonge (1995, págs. 92-95).
Blagg y Yule (1984, citado en Blagg, 1987) llevaron a cabo un diseño cuasi-experimental
(sin asignación aleatoria) en el que compararon el programa de Blagg descrito más abajo (en el
cual la exposición poco o no graduada juega un papel fundamental), hospitalización y psicoterapia
más escolarización en casa. Los resultados fueron positivos no sólo en la asistencia a la escuela
(93% en el grupo de tratamiento conductual, 37% en el de hospitalización y 10% en el de psicote-
rapia), sino en otras medidas: ansiedad por separación, neuroticismo e introversión.
Hasta el momento se han llevado a cabo dos estudios controlados. Last, Hansen y Franco
(1998) no encontraron que 12 sesiones de TCC (exposición graduada en vivo más entrena-
miento autoinstruccional) fueran más eficaces que un placebo de control de atención en el que
los niños y adolescentes hablaban sobre sus miedos, pensamientos asociados a los mismos y for-
mas de hacerles frente, pero sin recibir sugerencias específicas de exposición o afrontamiento.
Ambos tratamientos llevaron a mejoras significativas que se mantuvieron o aumentaron en el se-
guimiento al mes.
King y cols. (1998) hallaron que una TCC muy diferente a la anterior fue superior a la lista de
espera en el postratamiento y los resultados se mantuvieron en el seguimiento a los 3 meses (tam-
bién a los 3-5 años en un seguimiento posterior); no hubo comparación con un placebo. El porcen-
taje de días de asistencia a la escuela pasó de 61% a 94% en el grupo tratado, mientras que sólo lo
hizo del 40% al 56% en el grupo control. También hubo diferencias en autoinformes de miedo,
ansiedad y depresión, en una puntuación de problemas interiorizados (p.ej., retraimiento, quejas
somáticas, ansiedad/depresión) informados por padres (no así por parte de los maestros), funcio-
namiento global. La intervención se aplicó a lo largo de 4 semanas e incluyó:
- Terapia individual con el niño o adolescente (6 sesiones). En la sesión 1 con los niños
se identificaron situaciones ansiógenas en la escuela o en casa y las respuestas a las mis-
mas, se justificó el tratamiento y se establecieron metas a lograr. En las sesiones 2-3 se
enseñaron habilidades de afrontamiento (relajación, autoinstrucciones, conducta aserti-
va), autoevaluación y autorreforzamiento. Durante las sesiones 4-6 el niño aplicó todas
estas habilidades en situaciones ansiógenas imaginales y en vivo, graduadas en dificultad;
por ejemplo, se comenzaba volviendo a la escuela durante una clase o medio día. En la
última sesión se revisó también lo hecho y se destacó la probabilidad de ocurrencia de los
eventos estresantes y el papel de las habilidades de afrontamiento.
- Trabajo con los maestros. Se mantuvo una reunión presencial para discutir el plan de
tratamiento y el papel de los maestros para facilitar el retorno a la escuela. Se enfatizaron
estrategias de manejo conductual tales como bienvenidas positivas, actividades planeadas
y creación de un sistema de apoyo por pares para superar el aislamiento social o el recha-
zo por parte de compañeros. Hubo además un contacto telefónico regular para controlar
el progreso del niño y resolver posibles dificultades.
Heyne y cols. (2002) compararon en niños de 7-14 años (el 66% de 12 a 14 años) tres trata-
mientos: dirigido a los niños, a los padres/maestros y a ambas partes. Cada intervención fue
aplicada individualmente a lo largo de 4 semanas durante 8 sesiones en los dos primeros casos y
durante 16 en el tercero. La primera intervención incluyó relajación, habilidades sociales, terapia
cognitiva y exposición graduada en vivo o desensibilización sistemática. La segunda incluyó en el
caso de los padres estrategias de manejo conductual (reducción del reforzamiento en casa en hora-
rio escolar, planificación de cómo acompañar al niño a la escuela, reforzamiento de la conducta de
afrontamiento), comprensión de su papel en el cambio y técnicas cognitivas para manejar su pro-
pia ansiedad. Y en el caso de los maestros, preparación para el regreso del niño, ayudar a este a su
llegada, reforzamiento positivo y extinción, y adaptación académica, social y emocional del niño.
En el postratamiento el nivel de asistencia a la escuela fue significativamente mayor en los grupos
en que estuvieron implicados padres y maestros; también estos grupos fueron mejores según algu-
nas medidas de autoinforme de ansiedad o de informes de las madres sobre síntomas interioriza-
dos En el seguimiento (M = 4,5 meses) no hubo diferencias entre los tres grupos. El 60% de los
niños (35 de 58) asistían a la escuela al menos el 90% de los días, el 71% habían mejorado clíni-
camente en ansiedad, el 71% en depresión y el 69% habían dejado de cumplir criterios de trastor-
nos de ansiedad. En resumen, el tratamiento dirigido a ambas partes no fue más eficaz, aunque
faltaría investigar si esto es así en niños menores de 11 años. La intervención sólo con los padres
puede estar indicada cuando el niño no presenta ansiedad o depresión elevadas.
Dada la multiplicidad de factores que pueden influir en un rechazo escolar, será necesario
diseñar el tratamiento teniendo en cuenta las variables pertinentes en un caso determinado.
Kearney y Silverman (1999) han presentado evidencia de que el tratamiento adaptado al análisis
funcional del rechazo escolar del niño es más eficaz que el no adaptado. Un programa cogniti-
vo-conductual dirigido al rechazo escolar es presentado detalladamente por Kearney y Albano
(2000a, 2000b), el cual incluye una guía para el terapeuta y otra para padres.
El programa de Blagg (1987) tiene en cuenta los distintos factores que pueden estar impli-
cados en el rechazo escolar y se describe a continuación. Este programa asume que se han descar-
tado los problemas médicos, que la escuela actual es apropiada para el niño (si este problema o el
anterior están presentes, habrá que ponerles solución), que el terapeuta ha establecido buenas rela-
ciones con el niño, padres y personal de la escuela y se ha ganado su confianza, y que la evalua-
ción inicial ha sido completada. El programa tiene siete componentes; si es posible, los seis pri-
meros, junto con la evaluación inicial, se llevan a cabo a lo largo de la mañana en la escuela del
niño.
Tomando como punto de partida las entrevistas previas con maestros, padres y niño, el tera-
peuta vuelve a entrevistarse nuevamente con cada una de estas partes de modo que estas reci-
ban un resumen de toda la información recogida, asuman los puntos de vista y aportaciones de los
otros y obtengan una explicación del desarrollo y mantenimiento del problema. Se prepara así el
camino para el tratamiento, el cual incluye el retorno inmediato a la escuela. (En casos graves o
cuando el niño, padres o maestros muestran resistencia, la reincorporación puede hacerse progre-
TAS/RE - 27
sivamente a lo largo de una semana. La idea es proceder tan rápido como sea posible.)
En cuanto a los padres, hay que procurar reducir su posible ansiedad; para ello, conviene: a)
interpretar el problema como algo transitorio y comprensible desde el punto de vista evolutivo; b)
ayudar a racionalizar los posibles sentimientos de culpa (¿son los padres los únicos responsables
del problema de su hijo o existen otros factores?); c) emplear el humor de forma sensible, sin caer
ni en la seriedad absoluta ni en una actitud de tomarse las cosas a la ligera. Esto pudo haberse
hecho ya en la entrevista inicial de evaluación. Con algunos padres, hay otros dos posibles aspec-
tos importantes. A los padres que siguen mostrándose no colaboradores se les recuerdan las impli-
caciones legales caso de que el niño siga sin asistir a la escuela. A los padres que argumentan que
su hijo está tan perturbado emocionalmente que no es razonable pensar en una escolarización
normal, se les dice que entonces las alternativas son una hospitalización o una escolarización es-
pecial en régimen de internado. Luego, se discuten las consecuencias de estas alternativas y se
comparan con las del retorno a la escolarización normal. Además, se enfatiza de nuevo lo com-
prensible que es el problema del niño y lo relativamente rápido que es solucionarlo.
Por lo que se refiere al niño, tras decirle que es un niño normal y darle una explicación de su
problema, se le enfatiza la necesidad de volver a la escuela. Se discuten tres alternativas: retorno
inmediato con ayuda (se mencionan algunos de los cambios a hacer en la escuela), hospitalización
o escolarización especial en régimen de internado, y acción legal contra los padres y/o el niño que
puede acabar con este último en un centro especial. Esto último hace ver al niño que es inútil que
trate de manipular a sus padres para no ir a la escuela. Se le reconoce al niño que la vuelta inme-
diata a la escuela puede ser desagradable a corto plazo, pero que es lo mejor a largo plazo. Luego
se le pregunta cuáles serían las tres peores cosas que tendría que afrontar si volviera a la escuela
(p.ej., no saber qué decir a los amigos tras una larga ausencia, maestros críticos o irónicos, poner-
se al día en trabajo escolar). Cada una de estas cuestiones es discutida con el niño y se le comuni-
can las medidas que se tomarán para que no resulten problemáticas. Por ejemplo, se acordará con
los maestros que no hagan los comentarios temidos y que ajusten el trabajo escolar; por lo que
respecta a la primera cuestión, un medio útil es ensayar lo que el niño dirá a sus compañeros
cuando le preguntan por qué ha faltado a la escuela (p.ej., "he estado enfermo y me han hecho
muchas pruebas, pero ya estoy bien").
El terapeuta se reúne conjuntamente con los padres y maestros para implicarlos activamente
en la planificación del tratamiento; el niño no está presente en esta fase. Antes de considerar todos
los detalles, los cuales se explican en los pasos siguientes, ambas partes deben estar de acuerdo
TAS/RE - 28
en que a) la escuela es apropiada para el niño y no hay dificultades insuperables que requieran un
cambio de escuela, y b) el retorno inmediato a la escuela es el mejor curso de acción.
Algunos padres, aceptan la escuela actual, pero sugieren una nueva escuela para que el niño
tenga una nueva oportunidad. El terapeuta debe a) señalar las dificultades asociadas al cambio de
escuela (ajustarse a nuevos niños, maestros, estilos educativos...), y b) remarcar que el afronta-
miento de las situaciones temidas ayuda a solucionar el problema y prepara para la vida adulta. Si
los padres siguieran con su idea, una alternativa es considerar un cambio de escuela si en tres me-
ses el niño no ha logrado adaptarse a la escuela actual.
Áreas realistas de preocupación. Los padres necesitan estar seguros de que en la escuela se
adoptan una serie de medidas pertinentes para manejar el problema. Lo primero es que maestros y
padres discutan sobre cómo se abordarán las áreas realistas de preocupación. Estas áreas variarán
según los casos, aunque algunas son muy comunes o incluso universales. Por ejemplo, hay que
recuperar el trabajo atrasado y es preciso especificar cómo se logrará esto (faltar a ciertas lec-
ciones y ponerse al día en una habitación aparte, tutorías individuales). Es importante asignar al
niño tareas que pueda hacer con éxito y alabarle por sus progresos, y evitar el mandarle tareas
desagradables o excesivas.
- En algunos casos habrá que especificar cómo se cortarán las agresiones verbales o físi-
cas por parte de ciertos compañeros, las cuales suelen ocurrir en el patio o en el transpor-
te escolar. Si atajar esto no es posible, habrá que acudir a otros medios: ir a la escuela de
otro modo, poder permanecer en una habitación tranquila durante el recreo, dar al niño
responsabilidades atractivas y/o, según los casos, entrenarle en habilidades sociales.
- Los pequeños enfrentamientos con algún profesor pueden ser mal comprendidos por
los padres; es útil una reunión entre ambas partes para que los padres puedan escuchar el
punto de vista del maestro. En el caso de conflictos más importantes que no puedan ser
resueltos a través de la discusión, puede ser necesario un cambio de clase o de profesor.
Miedos irracionales. A pesar de los cambios habidos o prometidos, los miedos del niño pue-
den persistir. Un medio fundamental para combatir esto es que se exponga a la situación ansióge-
na (una clase, p.ej.), ya sea de golpe o de forma gradual (participando cada vez en más actividades
de educación física, p.ej.); pueden enseñársele estrategias para reducir la ansiedad (imágenes
emotivas, autoinstrucciones). Suele ser de ayuda el que el niño lleve un autorregistro en el que
apunte su nivel de ansiedad subjetiva a lo largo de varios momentos del día escolar; esto le permi-
te comprobar que la ansiedad es peor los primeros días, las primeras horas de cada día o al princi-
pio de ciertas clases, pero que luego dicha ansiedad se va reduciendo.
- Con los niños más problemáticos y que muestran ansiedad en muchas clases, puede em-
plearse una reintroducción gradual al horario escolar. La asistencia a la escuela es
completa desde el primer día, pero el niño no asiste a todas las clases desde el principio,
sino, a lo mejor, a un par de ellas el primer día, a tres el segundo, etc. En los periodos li-
bres el niño debe tener su tiempo ocupado de forma constructiva. [La reintroducción
gradual a la escuela también puede conseguirse reincorporándose a la misma por tiem-
pos progresivamente más largos hasta cubrir todo el horario escolar.]
- Aunque lo siguiente no es señalado por Blagg, los niños que tengan dificultades de inter-
acción con sus compañeros y maestros pueden beneficiarse del entrenamiento en habi-
lidades sociales y/o de programas dirigidos a reducir la ansiedad social (exposición si-
mulada más autoinstrucciones o reestructuración cognitiva según la edad).
Medidas prácticas. Finalmente, hay una serie de medidas prácticas destinadas a asegurar que
el tratamiento funcione. En las primeras fases del programa no es raro que aparezcan rabietas tre-
mendas o intentos de escapar al llegar a la escuela. Deberá haber dos maestros que puedan rete-
ner físicamente al niño, caso de ser necesario, cuando los padres o el acompañante se vayan.
Además, conviene fijar la hora de llegada a la escuela cuando haya pocos niños entrando para
evitar que la perturbación del fóbico sea vista por sus compañeros. Esto puede conseguirse lle-
gando muy pronto o, más probablemente, un poco más tarde que el resto cuando la primera lec-
ción ha empezado.
- Finalmente, es importante que el niño sepa gozar de los incentivos del día escolar y que
se refuerce la asistencia a la escuela y el comportamiento no ansioso. Además, los maes-
tros deben ignorar sus protestas y evitar el enviarle a casa cuando se queje de malestar fí-
sico. Los maestros deben ser avisados de que el escape de la escuela fortalecerá el pro-
blema y de que mantenerse firmes lo resolverá, aunque es probable que lleve a un incre-
mento temporal en las protestas, rabietas y conducta perturbadora en general.
Áreas realistas de preocupación. Una vez que las medidas a adoptar en la escuela han sido
abordadas, los padres están mejor dispuestos para tratar los cambios requeridos por su parte, los
cuales dependerán de cada caso. Es frecuente que el niño perciba o interprete erróneamente ciertas
experiencias en casa. Por ejemplo, el miedo a perder a uno o ambos padres puede surgir tras la
muerte de un familiar o los comentarios sobre una enfermedad de uno de los padres. O bien, el
niño puede ver peleas entre sus padres, pero no cómo se reconcilian. En estos casos, conviene
hablar con el niño para darle las explicaciones oportunas y tranquilizarle, pero sin caer en la so-
breprotección. En ocasiones, uno o más miembros de la familia requieren apoyo o tratamiento en
áreas específicas, independientemente del tratamiento del niño, apoyo que, si se da, puede favore-
cer el retorno de este a la escuela.
Miedos irracionales. A pesar de todas las medidas anteriores, el niño seguirá manifestando
una ansiedad residual a la hora de volver a la escuela. Por ello, y dado que se propugna un retorno
TAS/RE - 30
inmediato y, si es necesario, forzado, a la misma, los padres deben saber lo que deben y no de-
ben hacer: establecer rutinas diarias como preparación para ir a la escuela, no hacer preguntas al
niño de cómo se encuentra o de por qué no quiere ir a la escuela, no mostrar signos de malestar a
través de la voz o de la expresión facial, pasar por alto las protestas y rabietas del niño, prestar la
menor atención posible a sus quejas físicas (si dice que algo le duele, se le lleva al médico fuera
del horario escolar), no hacer caso a promesas del tipo "mañana iré a la escuela", no someterlo a
interrogatorio a la vuelta de la escuela sobre cómo se ha encontrado (tampoco preguntarle si ha
tenido un mal día), alabar su asistencia a la escuela y remarcar las experiencias agradables que
existen en esta. Los padres deben mostrarse tranquilos y firmes y evitar largas y tortuosas discu-
siones sobre los pros y contras de asistir a la escuela.
- Debe avisarse a los padres de que mostrarse vacilantes respecto a la vuelta al colegio será
captado por el niño y alargará la resolución del problema. En cambio, mantenerse fir-
mes lo resolverá, aunque es probable que lleve a un incremento temporal en las protestas,
rabietas y conducta perturbadora en general. Como muchos padres pueden sentirse cul-
pables al ver la perturbación de su hijo cuando lo dejan en la escuela, se les puede decir
que llamen a la escuela cada día a una hora prefijada, sin que lo sepa el niño, para in-
formarse sobre el progreso de este; de este modo, se les puede tranquilizar.
- En aquellos casos de evitadores escolares que dominan a unos padres que no saben ha-
cerse obedecer (ya sea en lo relativo a ir a la escuela o en general), los padres deberán
ser entrenados al respecto. A través de los componentes típicos del entrenamiento en
habilidades (instrucciones, modelado, ensayos, retroalimentación) deberán trabajarse as-
pectos como: ganar la atención del niño, firmeza del tono de voz, evitar cadenas de órde-
nes o demasiadas explicaciones acompañando a las órdenes, dar órdenes específicas y di-
rectas (no en forma de pregunta), hacer cumplir las órdenes de una forma consistente,
aplicar consecuencias por obedecer (p.ej., elogios) y no obedecer (p.ej., coste de respues-
ta).
- Si un niño presenta ansiedad por separación, además del retorno a la escuela habrá que
trabajar la progresiva independencia y separación de las figuras de apego. Puede em-
plearse el abordaje previamente explicado al hablar del trastorno de ansiedad por separa-
ción.
Medidas prácticas. Debe reforzarse al niño por volver a la escuela, por permanecer en ella y
por los progresos que va realizando. Aunque la alabanza suele ser suficiente, en algunos casos,
pueden negociarse pequeños premios por asistir una o dos semanas a la escuela. Algunos niños
continúan quejándose de dolores de cabeza y/o estómago. Debe decírseles que es algo normal
dadas las circunstancias y que desaparecerán cuando recupere la rutina normal. No hay que pre-
guntarles frecuentemente si se sienten bien, no hay que extenderse sobre el tema, no hay que dar-
les medicamentos para el dolor y no hay que llevarlos frecuentemente al médico en horario esco-
lar. Si los síntomas físicos persisten, hay que ir al médico fuera del horario escolar.
Como se trata de que el niño regrese al colegio lo más pronto posible mediante una exposi-
ción rápida, prolongada y, si es preciso, forzada, a la escuela (inundación en vivo), es necesario
que una persona adecuadamente preparada le acompañe durante las primeras etapas de este proce-
so. Se aconseja que este papel lo hagan los padres; si estos no pueden o no se ven con fuerzas,
algún familiar cercano (hermano mayor, abuelo) o amigo; si esto tampoco es posible, un trabaja-
dor social, un profesor o un psicólogo. Pueden ser necesarios dos acompañantes en el caso de que
se prevea que un niño va montar un gran alboroto.
TAS/RE - 31
Es frecuente que los padres varones de los evitadores escolares no estén por la mañana a la
hora de llevarlos al colegio o que sean ineficaces al respecto y dejen todo en manos de la madre.
En estos casos, se aconseja implicar al padre para aumentar el control sobre el niño, evitar la posi-
ble confrontación entre padre y madre y facilitar que estos funcionen como una unidad.
Terminado el trabajo anterior, se mantiene una reunión conjunta con los padres, maestros y
niño para hacer un resumen del plan de tratamiento. Se le explica detalladamente al niño cómo
funcionará el sistema de acompañante. Si solicita ir a la escuela solo o con un amigo, se le con-
cede al tiempo que se estipula un tiempo límite para salir de casa y se acuerda el empleo del
acompañante caso de que el niño no se haya sabido valer. Hay que hacer todo lo posible para em-
patizar con el niño. Con algunos niños puede ser útil el relatar historias de héroes que han afron-
tado y superado peligros y el emplear de modo similar la imaginación emotiva para hacer frente
al retorno a la escuela.
A los niños que protestan violentamente o amenazan con no levantarse de la cama o esca-
parse, se les dice que hagan lo que hagan, irán a la escuela. Esto implica que si todavía están en
pijama a la hora de salir, se les llevará así a la escuela y se les dará ropas para cambiarse cuando
lleguen. Igualmente, si se escapan (lo cual debe intentar prevenirse), deben saber que se les en-
contrará y se les llevará inmediatamente a la escuela. En los casos más resistentes, habrá que reti-
rar los cerrojos de casa y las barricadas potenciales de las habitaciones.
7) Apoyo y seguimiento
Todas las partes deben saber que el psicólogo seguirá de cerca el caso hasta que el problema
se haya resuelto. Se planifica una entrevista 1-2 semanas después de comenzado el tratamiento y
se mantienen contactos telefónicos frecuentes con la familia y la escuela durante la fase inicial
de afrontamiento; posteriormente, puede haber contactos más espaciados a lo largo de varios me-
TAS/RE - 32
ses. Hay que tener especial cuidado ante ciertos sucesos que podrían favorecer una recaída, espe-
cialmente si ocurren antes de haberse establecido una rutina normal de asistencia a la escuela;
entre estos sucesos se encuentran: enfermedad que obliga a permanecer en casa, vacaciones, fines
de semana largos, comienzo del curso, cambio de clase o profesor. Como señalan King, Ollendick
y Tonge (1995), pueden programarse sesiones de apoyo cuando han ocurrido situaciones difíciles
muy perturbadoras (p.ej., quedarse bloqueado al intervenir en clase) o, preventivamente, antes de
la ocurrencia de ciertos eventos estresantes (exámenes finales, cambio de escuela, separación o
divorcio de los padres).
Si surgen problemas imprevistos en casa, los padres deben avisar al psicólogo y a la escuela
inmediatamente. Similarmente, si el niño no llega a la escuela o escapa de la misma, el psicólogo
y los padres deben ser avisados en seguida. Si el tratamiento no es aplicado debidamente (pa-
dres con menos recursos de los creídos, acompañante que pierde los nervios, padres no conformes
con el tratamiento, padres que obtienen un beneficio de que el niño no vaya a la escuela) o surgen
imprevistos (enfermedad en la familia, cambio de maestro), habrá que explorar dónde radican los
problemas y actuar en consecuencia.
El programa de Blagg (1987) ha resultado más eficaz y eficiente (en cuanto a número de
sesiones de tratamiento) en un estudio que un grupo de hospitalización y un grupo de psicoterapia
más escolarización en casa, aunque el diseño fue cuasi-experimental. El tiempo medio requerido
para aplicar el programa citado fue sólo de 2,5 semanas (DT = 3,2) a pesar de incluir en la mues-
tra muchos fóbicos escolares del tipo 2. Los resultados fueron positivos no sólo en la asistencia a
la escuela, sino en otras medidas: ansiedad por separación, neuroticismo e introversión.
Hablando de los resultados del tratamiento de los evitadores escolares en general y de las
variables predictoras puede decirse que los resultados para aquellos con 10 años o menos son
muy buenos (95% o más de éxitos) sea cual sea el tipo o la orientación (conductual, psicodinámi-
ca) de la intervención. Los resultados para niños mayores de 10 años son menos favorables (del
35% al 60% de éxitos según los estudios), aunque el tratamiento conductual de Blagg ha conse-
guido un 93% de éxitos en un trabajo con 30 casos. Los fóbicos escolares del tipo 2 responden al
tratamiento conductual, pero hay más fracasos que con los del tipo 1. Aquellos con una historia
breve del trastorno son mucho más fáciles de tratar que los que llevan meses con el problema.
Cuanto más tarde o más gradualmente comienza el trastorno, peor es el pronóstico. Los niños con
padres muy motivados responden mejor al tratamiento (Blagg, 1987).
Estudios detallados de casos pueden verse en Blagg (1987) –el cual presenta seis casos diver-
sos–, Coronado (2000), Hersen y Last (1985/1993, cap. 18), King, Ollendick y Tonge (1995,
págs. 95-101) y Méndez y Macià (1990).
Los hijos de agorafóbicos, los niños que presentan ansiedad o temor moderado en situaciones
escolares específicas y los niños que mantienen relaciones muy estrechas o dependientes con sus
padres constituyen grupos de riesgo para el desarrollo del rechazo escolar. Estos grupos de riesgo
pueden ser los receptores de programas de prevención del rechazo escolar. Una mayor informa-
ción sobre este tema puede verse en Ollendick y Mayer (1984).
embargo, en un estudio más reciente de los mismos autores, la imipramina no fue mejor que el
placebo. La clomipramina (50-75 mg/día) no fue eficaz en otro estudio con casos crónicos (6
meses de media fuera de la escuela), aunque la dosis empleada fue baja. En otro estudio, la imi-
pramina y el alprazolam no fueron mejor que el placebo con evitadores escolares mayores, aun-
que la mayoría tuvieron un trastorno depresivo comórbido y la potencia estadística fue baja (King,
Ollendick y Tonge, 1995; Marks, 1987/1991). Mientras no se realicen nuevos estudios, no está
claro que el tratamiento farmacológico sea eficaz en el caso del rechazo escolar. Por el momento,
parece mejor comenzar aplicando una intervención conductual y complementarla con medicación,
caso de ser necesario.
Bernstein y cols. (2000, 2001, citado en King y Bernstein, 2001) compararon imipramina
con placebo, ambos combinados con TCC (exposición gradual en vivo y entrenamiento autoins-
truccional), en una muestra particularmente grave: 63 adolescentes con rechazo escolar y trastor-
nos comórbidos tanto de ansiedad como de depresión mayor. Los síntomas de ansiedad y depre-
sión mejoraron en ambos grupos, pero la depresión mejoró más rápidamente en el grupo de imi-
pramina más TCC. Las horas semanales de asistencia a la escuela aumentaron sólo en este último
grupo. Considerando como remisión una asistencia de 75% o más del tiempo a la escuela, los
porcentajes de adolescentes remitidos fueron 54% en el grupo de imipramina más TCC y 17% en
el otro. En un seguimiento realizado 1 año después no hubo diferencias entre los grupos debido
probablemente a los tratamientos posteriores recibidos y a que hubo una mayor participación en el
seguimiento de adolescentes que habían obtenidos buenos resultados en el postratamiento. Se
constató que el 64% de la muestra había recibido medicación psicotropa y el 78% terapia psicoló-
gica, el 64% cumplía criterios para un trastorno de ansiedad y el 33%, para un trastorno depresivo.
TAS/RE - 34
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