La Virgen María en La Sagrada Escritura

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La Virgen María en la Sagrada

Escritura

La Anunciación es el momento en que Nuestra Señora conoce con claridad la


vocación a que Dios la había destinado desde siempre.

PRINCIPALES PASAJES EN EL NUEVO TESTAMENTO

La Anunciación

Lucas 1,26?38.

26. En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de
Galilea, llamada Nazaret » 27 a una virgen desposada con un varón de nombre José,
de la casa de David, y el nombre de la 28 virgen era María. Y habiendo entrado el
ángel donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo,
bendita tú entre las mujeres . 29Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba qué
significaría esta salutación . 30 Y el ángel le dijo: No temas, María, porque has
hallado gracia delante de Dios: 31 concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le
podrás por nombre Jesús. 32 Será grande y será llamado Hijo del Altísimo, el Señor
Dios le dará el trono de David, su padre, 33 reinará eternamente sobre la casa de
Jacob, y su reino no tendrá fin. 34 María dijo al ángel: ¿De qué modo se liará esto,
pues no conozco varón? 3,5Respondió el ángel y le dijo: El Espíritu Santo descenderá
sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que nacerá
de ti, será 36 llamado Hijo de Dios. Y ahí tienes a tu prima Isabel, que en su
ancianidad ha concebido también un hijo, y la que era llamada 37estéril, hoy cuenta
ya el sexto mes, porque para Dios no hay nada 38 imposible. María dijo: He aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró de su presencia.

*Comentarios

N.B. Los números que se anotan a la izquierda y al inicio del comentario


corresponden al versículo que se trata.

Con gran sencillez narra San Lucas el magno acontecimiento. Con cuánta atención,
reverencia y amor hemos de leer estas palabras del Evangelio, rezar piadosamente el
Angelus cada día, siguiendo la extendida devoción cristiana, y contemplar el primer
misterio gozoso del santo Rosario.

26. La Anunciación a María y Encarnación del Verbo es el hecho más maravilloso, el


misterio más entrañable de las relaciones de Dios con los hombres y el acontecimiento
más trascendental de la Historia de la humanidad. ¡Que Dios se haga Hombre y para
siempre! ¡Hasta dónde ha llegado la bondad, misericordia y amor de Dios por
nosotros, por todos nosotros! Y, sin embargo, el día en que la Segunda Persona de la
Santísima Trinidad asumió la débil naturaleza humana de las entrañas purísimas de
Santa María, nada extraordinario sucedía, aparentemente, sobre la faz de la tierra.

27. Dios quiso nacer de una madre virgen. Así lo había anunciado siglos antes por
medio del profeta Isaías (cfr. Is 7,14; Mt 1,22?23). Dios, «desde toda la eternidad, la
eligió y señaló como Madre para que su Unigénito Hijo tomase carne y naciese de
Ella en la plenitud dichosa de los tiempos; y en tal grado la amó por encima de todas
las criaturas, que sólo en Ella se complació con señaladísima complacencia»
(Ineffabilis Deus). Este privilegio de ser virgen y madre al mismo tiempo, concedido a
Nuestra Señora, es un don divino, admirable y singular. Dios «tanto engrandeció a la
Madre en la concepción y en el nacimiento del Hijo, que le dio fecundidad y la
conservó en perpetua virginidad» (Catecismo Romano, 1, 4,8). Pablo VI ha propuesto
nuevamente esta verdad de fe: «Creemos que la bienaventurada María, que
permaneció siempre Virgen, fue la Madre del Verbo encarnado, Dios y Salvador
nuestro Jesucristo» (El Credo del Pueblo de Dios, n.17).

28. «¡Dios te salve!»: Literalmente el texto griego dice: ¡alégrate! Es claro que se trata
de una alegría totalmente sin gular por la noticia que le va a comunicar a
continuación.
«Llena de gracia»: El arcángel manifiesta la dignidad y honor de María con este
saludo inusitado. Los Padres y Doctores de la Iglesia «enseñaron que con este singular
y solemne saludo, jamás oído, se manifestaba que la Madre de Dios era asiento de
todas las gracias divinas y que estaba adornada de todos los carismas del Espíritu
Santo», por lo que «jamás estuvo sujeta a maldición», es decir, estuvo inmune de todo
pecado. Estas palabras del arcángel constituyen uno de los textos en que se revela el
dogma de la Inmaculada Concepción de María (cfr. Ineffabilis Deus; El Credo del
Pueblo de Dios, n. 14).

«El Señor es contigo»: No tienen estas palabras un mero sentido deprecatorio (el
Señor sea contigo), sino afirmativo (el Señor está contigo), y en relación muy estrecha
con la Encarnación. San Agustín glosa la frase «el Señor es contigo» poniendo en
boca del arcángel estas palabras: «Más que conmigo, El está en tu corazón, se forma
en tu vientre, llena tu alma, está en tu seno» (Sermo de Nativitate Domimi, 4).

«Bendita tú entre las mujeres»: Dios la exalta sobre todas las mujeres. Más excelente
que Sara, Ana, Débora, Raquel, Judith, etc., por el hecho de que sólo Ella tiene la
suprema dignidad de haber sido elegida para ser Madre de Dios.

29?30. Se turbó Nuestra Señora, más que por la presencia del ángel, por la confusión
y la sorpresa que producen en las personas verdaderamente humildes las alabanzas
dirigidas a ellas. Por eso el Evangelio señala no que se turbó de la presencia del ángel
sino «al oír estas palabras».

30. La Anunciación es el momento en que Nuestra Señora conoce con claridad la


vocación a que Dios la había destinado desde siempre. Cuando el arcángel la
tranquiliza y le dice «no temas María», le está ayudando a superar ese temor inicial
que, de ordinario, se presenta en toda vocación divina. El hecho de que le haya
ocurrido a la Santísima Virgen nos indi ca que no hay en ello ni siquiera
imperfección: es una reacción natural ante la grandeza de lo sobrenatural.
Imperfección sería no superarlo, o no dejarnos aconsejar por quienes, como San
Gabriel a Nuestra Señora, pueden ayudarnos.

31-33. El arcángel Gabriel comunica a la Santísima Virgen su maternidad divina,


recordando las palabras de Isaías que anunciaban el nacimiento virginal del Mesías y
que ahora se cumplen en Santa María (cfr. Mt. 1,22?23; Is. 7,14).

Se revela que el Niño será «grande»: la grandeza le viene por su naturaleza divina,
porque es Dios, y tras la Encarnación no deja de serlo, sino que asume la pequeñez de
la humanidad. Se revela también, que Jesús será el Rey de la dinastía de David,
enviado por Dios según las promesas de Salvación; que su Reino «no tendrá fin»:
porque su humanidad permanecerá para siempre indisolublemente unida a su
divinidad; que «será llamado Hijo del Altísimo»: indica ser realmente Hijo del
Altísimo y ser reconocido públicamente como tal, es decir, el Niño será el Hijo de
Dios.

En el anuncio del arcángel se evocan, pues, las antiguas profecías que anunciaban
estas prerrogativas. María, que conocía las Escrituras Santas, entendió claramente que
iba a ser Madre de Dios. Esto explica la turbación que experimentó la Virgen en el
primer momento del anuncio.

34. La fe de María en las palabras del arcángel fue absoluta; no duda como dudó
Zacarías (cfr Lc. 1,18). La pregunta de la Virgen «de qué modo se hará esto» expresa
su prontitud para cumplir la Voluntad divina ante una situación que pare ce a primera
vista contradictoria: por un lado Ella tenía certeza de que Dios le pedía conservar la
virginidad; por otro lado, también de parte de Dios, se le anunciaba que iba a ser
madre. Las palabras inmediatas del arcángel declaran el misterio del designio divino y
lo que parecía imposible, según las leyes de la naturaleza, se aplica por una
singularísima intervención de Dios.

El propósito de María de permanecer virgen fue ciertamente algo singular, que rompía
el modo ordinario de proceder de los justos del Antiguo Testamento, en el cual, como
expone San Agustín, «atendiendo de modo particularísimo a la propagación y
crecimiento del pueblo de Dios, que era el que había de profetizar y de donde había de
nacer el Príncipe y Salvador del mundo, los santos hubieron de usar del bien del
matrimonio» (De bono matrimonii, 9,9). Hubo, sin embargo, en el Antiguo
Testamento algunos hombres que por designio de Dios permanecieron célibes, como
jeremías, Elías, Eliseo y Juan Bautista. La Virgen Santísima, inspirada de modo muy
particular por el Espíritu Santo para vivir plenamente la virginidad, es ya una primicia
del Nuevo Testamento, en el que la excelencia de la virginidad sobre el matrimonio
cobrará todo su valor, sin menguar la santidad de la unión conyugal que es elevada a
la dignidad de sacramento (cfr. Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, n.48).

35. La «sombra» es un símbolo de la presencia de Dios. Cuando Israel caminaba por


el desierto, la gloria de Dios llenaba el Tabernáculo y una nube cubría el Arca de la
Alianza (Ex. 40, 34?36). De modo semejante cuando Dios entregó a Moisés las tablas
de la Ley, una nube cubría la montaña del Sinaí (Ex. 24,15?16), y también en la
Transfiguración de Jesús se oye la voz de Dios Padre en medio de una nube (Lc.
9,34).

En el momento de la Encarnación el poder de Dios arropa con su sombra a Nuestra


Señora. Es la expresión de la acción omnipotente de Dios. El Espíritu de Dios ?que,
según el relato del Génesis (1,2), se cernía sobre las aguas dando vida a las cosas?
desciende ahora sobre María. Y el fruto de su vientre será obra del Espíritu Santo. La
Virgen María, que fue concebida sin mancha de pecado (cfr. Enc. Ineffabilis Deus),
queda después de la Encarnación constituida en nuevo Tabernáculo de Dios. Este es el
Misterio que recordamos todos los días en el rezo del Ángelus.

38. Una vez conocido el designio divino, Nuestra Señora se entrega a la Voluntad de
Dios con obediencia pronta y sin reservas. Se da cuenta de la desproporción entre lo
que va a ser ?Madre de Dios? y lo que es ?una mujer?. Sin embargo, Dios lo quiere y
nada es imposible para El, y por esto nadie, es quien para poner dificultades al
designio divino. De ahí que, juntándose en María la humildad y la obediencia,
pronunciará el sí a la llamada de Dios con esa respuesta perfecta: «He aquí la esclava
del Señor, hágase en mí según tu palabra».

El Evangelio nos hace contemplar a la Virgen Santísima como ejemplo perfecto de


pureza («no conozco varón»); de humildad («he aquí la esclava del Señor»); de
candor y sencillez («de qué modo se hará esto»); de obediencia y de fe viva («hágase
en mí según tu palabra»). «Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la
obediencia a Dios, en esa delicada combinación de esclavitud y de señorío. En María
no hay nada de aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero alocada
mente. Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no
entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de la
Voluntad divina: he aquí la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra (Lc. 1,
38). ¿Veis la maravilla? Santa María, maestra de toda nuestra conducta, nos enseña
ahora que la obediencia a Dios no es servilismo, no sojuzga la conciencia: nos mueve
íntimamente a que descubramos la libertad de los hijos de Dios (cfr. Rom. 8, 21)»
(Josemaría Escrivá … Es Cristo que pasa, n. 173).

La Visitación

Lucas 1,39?45.

39. Por aquellos días, María se levantó, y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad
de Judá » . 40 y entró en casa de Zacarías y 41 saludó a Isabel. Y en cuanto oyó Isabel
el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu
Santo, 42 y exclamando en voz alta, dijo: Bendita tú entre las mujeres y 43 bendito es
el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de m¡ Señor a
visitarme ? 44 Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi
seno.. 45 y bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te
han dicho de parte del Señor.

*Comentarios

«Caminarnos apresuradamente hacia las montañas, hasta un pueblo de la tribu de Judá


(Lc. 1,39). Llegamos.?Es la casa donde va a nacer Juan, el Bautista. ?Isabel aclama,
agradecida, a la Madre de su Redentor: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y
bendito es el fruto de tu vientre! ?¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de
mi Señor a visitarme? (Lc. 1,42?42). El Bautista nonnato se estremece… (Lc. 1,41).?
La humildad de María se vierte en el Magníficat…?Y tú y yo, que somos ?que
éramos? unos soberbios, prometemos que seremos humildes» Josemaría Escrivá de
Balaguer, Santo Rosario, segundo misterio gozoso).

39. Nuestra Señora al conocer por la revelación del ángel la necesidad en que se
hallaba su prima Santa Isabel, próxima ya al parto, se apresura a prestarle ayuda,
movida por la caridad. la Virgen no repara en dificultades. Aunque no sabemos el
lugar exacto donde se hallaba Isabel (hoy se supone que es Ayn Karim), en todo caso
el trayecto desde Nazaret hasta la montaña de Judea suponía en la antigüedad un viaje
de cuatro días.

42. Comenta San Beda que Isabel bendice a María con las mismas palabras usadas por
el arcángel «para que se vea que debe ser honrada por los ángeles y por los hombres y
que con razón se ha de anteponer a todas las mujeres» (In Lucae
expositio, Evangelium in loc.).

En el rezo del Avemaría repetimos estas salutaciones divinas con las cuales «nos
alegramos con María Santísima de su excelsa dignidad de madre de Dios y
bendecimos al Señor y le damos gracias por habernos dado a Jesucristo por medio de
María» (San Pío X, Catecismo Mayor, n.333).

43. Al llamar Isabel, movida por el Espíritu Santo, a María «Madre de mi Señor»,
manifiesta que la Virgen es Madre de Dios.

44. San Juan Bautista, aunque fue concebido en pecado ?el pecado original? como los
demás hombres, sin embargo nació sin él porque fue santificado en las entrañas de su
madre Santa Isabel ante la presencia de Jesucristo (entonces en el seno de María) y de
la Santísima Virgen. Al recibir este beneficio divino San Juan manifiesta su alegría
saltando de gozo en el seno materno. Estos hechos fueron el cumplimiento de la
profecía del arcángel San Gabriel (cfr. Lc. 1,15).
45. Adelantándose al coro de todas las generaciones venideras, Isabel, movida por el
Espíritu Santo, proclama bienaventurada a la Madre del Señor y alaba su fe. No ha
habido fe como la de María; en Ella tenemos el modelo más acabado de cuales han de
ser las disposiciones de la criatura ante su Creador: sumisión completa, acatamiento
pleno. Con su fe, María es el instrumento escogido por el Señor para llevar a cabo la
Redención como Mediadora universal de todas las gracias.

Este hecho de la vida de la Virgen tiene una clara enseñanza para los cristianos:
hemos de aprender de Ella la solicitud por los demás. «No se puede tratar filialmente a
María y pensar sólo en nosotros mismos, en nuestros propios problemas. No se puede
tratar a la Virgen y tener egoístas problemas personales» Josemaría Escrivá de
Balaguer, Es Cristo que pasa n. 145).

El Magnificat

Lc. 1,46?55.

María dijo: Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios m¡ Salvador: 48


porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me
llamarán bienaventurada todas las generaciones . 49 Porque ha hecho en mí cosas gran
des el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo 50 cuya misericordia se derrama de
generación en generación sobre los que le temen. 51 manifestó el poder de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón 52 Derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a
los humildes. 53 Colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despidió sin 54
nada. Acogió a Israel su siervo, recordando su misericordia, 55 según había prometido
a nuestros padres, a Abrahán y a su descendencia para siempre.

*Comentarios

El cántico Magnificat que Nuestra Señora pronuncia en casa de Zacarías es de una


singular belleza poética. Evoca algunos pasajes de] Antiguo Testamento que la Virgen
había meditado (recuerda especialmente 1 Sam. 2,11?10).

En este cántico pueden distinguirse tres estrofas: en la primera (vv.46?50) María


glorifica a Dios por haberla hecho Madre del Salvador, hace ver el motivo por el cual
la llamarán bienaventurada todas las generaciones y muestra cómo en el misterio de la
Encarnación se manifiestan el poder, la santidad y la misericordia de Dios. En la
segunda (vv.51?53) la Virgen nos enseña cómo en todo tiempo el Señor ha tenido
predilección por los humildes, resistiendo a los soberbios y jactanciosos. En la tercera
(vv.54?55) proclama que Dios, según su promesa, ha tenido siempre especial cuidado
del pueblo escogido al que le va a dar el mayor título de gloria: la Encarnación de
Jesucristo, judío según la carne (cfr. Rom. 1,3).

«Nuestra oración puede acompañar e imitar esa oración de María. Como Ella,
sentiremos el deseo de cantar, de proclamar las maravillas de Dios, para que la
humanidad entera y los seres todos participen de la felicidad nuestra» Josemaría
Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n.144).

46?47. «Los primeros frutos del Espíritu Santo son la paz y la alegría. Y la Santísima
Virgen había reunido en sí toda la gracia del Espíritu Santo…» (S. Basilio, In
Psalmos homiliae, S.32). Los sentimientos del alma de María se desbordan en el
Magnificat. El alma humilde ante los favores de Dios se siente movida al gozo y al
agradecimiento. En la Santísima Virgen el beneficio divino sobrepasa toda gracia
concedida a criatura alguna. «Virgen Madre de Dios, el que no cabe en los Cielos,
hecho hombre, se encerró en tu seno» (Antífona de la Misa del Común de fiestas de
Santa María). La Virgen humilde de Nazaret va a ser la Madre de Dios; jamás la
omnipotencia del Creador se ha manifestado de un modo tan pleno. Y el Corazón de
Nuestra Señora manifiesta incontenible su gratitud y su alegría.

48?49. Ante esta manifestación de humildad de Nuestra Señora, exclama San Beda:
«Convenía pues, que así como había entrado la muerte en el mundo por la soberbia de
nuestros primeros padres, se manifestase la entrada de la Vida por la humildad de
María» (In Lucae Evangelium expositio, in loc.).

Dios premia la humildad de la Virgen con el reconocimiento por parte de todos los
hombres de su grandeza: «me llamarán bienaventurada todas las generaciones». Esto
se cumple cada vez que alguien pronuncia las palabras del Ave María. Este clamor de
Alabanza a Nuestra Madre es ininterrumpido en toda la tierra.

50. “Como si dijera ?comenta San Beda?: no sólo ha obrado conmigo grandezas el
Todopoderoso, sino con todos aquellos que temen a Dios y obran la justicia» (In
Lucae Evangelium expositio, in loc.)

51. «Soberbios de corazón»: Son los que quieren aparecer como superiores a los
demás, a quienes desprecian. Y también alude a la condición de aquellos que en su
arrogancia proyectan planes de ordenación de la sociedad y del mundo a espaldas y en
contra de la Ley de Dios. Aunque pueda parecer que de momento tienen éxito, al final
se cumplen estas palabras del cántico de la Virgen, pues Dios los dispersará como ya
hizo con los que intentaron edificar la torre de Babel, que pretendían llegase hasta el
Cielo (cfr. Gén. 11,4).
53. Esta providencia divina se ha manifestado multitud de veces a lo largo de la
Historia. Así, Dios alimentó con el maná al pueblo de Israel en su peregrinación por el
desierto durante cuarenta años (Ex. 16,4?35); igualmente a Elías por medio de un
ángel (1 Reg. 19,5?8); a Daniel en el foso de los leones (Dan. 14,31?40); a la viuda de
Sarepta con el aceite que milagrosamente no se agotaba (1 Reg. 17,8 ss.). Así también
colmó las ansias de santidad de la Virgen con la Encarnación del Verbo.

Dios había alimentado con su Ley y la predicación de sus profetas al pueblo elegido,
pero el resto de la humanidad sentía la necesidad de la palabra de Dios. Ahora, con la
En carnación del Verbo, Dios satisface la indigencia de la humanidad entera. Serán
los humildes quienes acogerán este ofrecimiento de Dios; los autosuficientes, al no
desear los bienes divinos, quedarán privados de ellos (cfr. S. Basilio, In Psalmos
homiliae, S. 33).

54. Dios condujo al pueblo israelita como a un niño, como a su hijo a quien amaba
tiernamente: «Yahwéh, tu Dios, te ha llevado por todo el camino que habéis recorrido,
como lleva un hombre a su hijo…» (Dt. 1,31). Esto lo hizo Dios muchas veces,
valiéndose de Moisés, de Josué, de Samuel, de David, etc., y ahora conduce a su
pueblo de manera definitiva enviando al Mesías. El origen último de este proceder
divino es la gran misericordia de Dios que se compadeció de la miseria de Israel y de
todo el género humano.

55. La misericordia de Dios fue prometida de antiguo a los Patriarcas. Así, a Adán
(Gén. 3,15), a Abrahán (Gén. 22,18), a David (2 Sam. 7,12), etc. La Encarnación de
Cristo había sido preparada y decretada por Dios desde la eternidad para la salvación
de la humanidad entera. Tal es el amor que Dios tiene a los hombres; el mismo Hijo
de Dios Encarnado lo declarará: «Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo
Unigénito, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna»
(Jn. 3,16).

La profecía de Simeón

Lucas 2, 34?35.

34 Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: Mira, éste ha sido puesto para ruina
y para resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción 35 ?y a tu
misma alma la traspasará una espada?, a fin de que se descubran los pensamientos de
muchos corazones.

*Comentarios
Simeón, calificado de hombre justo y temeroso de Dios, atento a la voluntad divina, se
dirige al Señor en su oración como un vasallo o servidor leal que después de haber
estado vigilante durante toda su vida, en espera de la venida del Señor, ve ahora por
fin llegado ese momento, que ha dado sentido a su existencia. Al tener al Niño en sus
brazos, conoce, no por razón humana sino por gracia especial de Dios, que ese Niño
es el Mesías prometido, la Consolación de Israel, la Luz de los pueblos.

Podemos entender el gozo singular de Simeón al considerar que muchos patriarcas,


profetas y reyes de Israel anhelaron ver al Mesías y no lo vieron, y él, en cambio, lo
tiene en sus brazos (cfr. Lc. 10,24; 1 Pe. 1,10).

34?35. Después de bendecirlos, Simeón, movido por el Espíritu Santo, profetiza de


nuevo sobre el futuro del Niño y de su Madre. Las palabras de Simeón se han hecho
más claras para nosotros al cumplirse en la Vida y Muerte del Señor.

Jesús, que ha venido para la salvación de todos los hombres, será sin embargo signo
de contradicción, porque algunos se obstinarán en rechazarlo, y para éstos Jesús será
su ruina. Para otros, en cambio, al aceptarlo con fe, Jesús será su salvación,
librándolos del pecado en esta vida y resucitándolos para la vida eterna.

Las palabras dirigidas a la Virgen anuncian que María habría de estar íntimamente
unida a la obra redentora de su Hijo. La espada de que habla Simeón expresa la
participación de María en los sufrimientos del Hijo; es un dolor inenarrable, que
traspasa el alma. El Señor sufrió en la Cruz por nuestros pecados; también son los
pecados de cada uno de nosotros los que han forjado la espada de dolor de nuestra
Madre. En consecuencia tenemos un deber de desagravio no sólo con Dios, sino
también con su Madre y Madre nuestra.

Las últimas palabras de la profecía “a fin de que se des cubran los pensamientos de
muchos corazones», enlazan con el versículo 34: en la aceptación o repulsa de Cristo
se manifiesta la rectitud o perversión de la intimidad de los corazones.

Las Bodas de Caná

Juan 2,1?11.

1 Al tercer día se celebraron tinas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de
Jesús. 2 También fueron invitados a la boda Jesús y sus Discípulos .3 Y como faltase
el vino, la Madre de Jesús le dijo: No tienen vino 4 Jesús le respondió: Mujer, ¿que
nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora. 5 Dijo su Madre a los sirvientes:
Haced lo que él os diga. Había allí seis tinajas de piedra preparadas para las
purificaciones de los Judíos, cada tina con capacidad de dos o tres metretas. Jesús les
dijo: Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta arriba. 8 Entonces les dijo: Sacad
ahora y llevad al maestresala. Así lo hicieron. 9 Citando el maestresala probó el agua
convertida en vino, sin saber de dónde provenía, aunque los sirvientes que sacaron el
agua lo sabían, llamó al esposo 10 y le dijo: Todos sirven primero el mejor vino, y
cuando ya han bebido bien, el peor, tú, al contrario, has guardado el vino bueno hasta
ahora. 11 Así, en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de sus milagros con el que
manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.»

*Comentarios

Las fiestas de boda tenían larga duración en Oriente (Gén. 29,27; Jue. 14,19.12.17;
Tob. 9,12; 10,1). Durante ellas parientes y amigos iban acudiendo a felicitar a los
esposos; en los banquetes podían participar hasta los transeúntes. El vino era
considerado elemento indispensable en las comidas y servia además para crear un
ambiente festivo. Las mujeres intervenían en las tareas de la casa; la Santísima Virgen
prestaría también su ayuda: por eso pudo darse cuenta de que iba a faltar vino.

1. Caná de Galilea parece que debe identificarse con la actual Kef Kenna, situada a 7
kilómetros al Noroeste de Nazareth.

Entre los invitados no se cita a San José, cosa que no se puede atribuir a un olvido de
San Juan: este silencio –y otros muchos del evangelio? hace suponer que el Santo
Patriarca había muerto ya.

2. ?Para demostrar la bondad de todos los estados de vida ( … ) Jesús se dignó nacer
de las entrañas purísimas de la Virgen María; recién nacido recibió la alabanza que
salió de los labios proféticos de la viuda Ana e, invitado en su juventud por los novios,
honró las bodas con la presencia de su poder» (San Beda, Hom.13, para el 22
Domingo después de la Epif.). Esta presencia de Cristo en las bodas de Caná es señal
de que Jesús bendice el amor entre hombre y mujer, sellado con el matrimonio. Dios,
en efecto, instituyó el matrimonio al principio de la creación (cfr. Gén. 1,27?28), y
Jesucristo lo con firmó y lo elevó a la dignidad de Sacramento (cfr. Mt. 19,6).

3. En el cuarto Evangelio la Madre de Jesús ?éste es el título que le da San Juan?


aparece solamente dos veces. Una en este episodio, la otra en el Calvario (Jn. 19,25).
Con ello se viene a insinuar el cometido de María Virgen en la Redención. Entre los
dos acontecimientos, Caná y el Calvario, hay varias analogías. Se sitúan uno al
comienzo y el otro al final de la vida pública, como para indicar que toda la obra de
Jesús está acompañada por la presencia de María Santísima. Su título de Madre
adquiere resonancias especialísimas: María actúa como verdadera Madre de Jesús en
esos dos momentos en los que el Señor manifiesta su divinidad. Al mismo tiempo,
ambos episodios señalan la especial solicitud de Santa María hacia los hombres: en un
caso intercede cuando todavía no ha llegado «»la hora»; en el otro ofrece al Padre la
muerte redentora de su Hijo, y acepta la misión que Jesús le confiere de ser Madre de
todos los creyentes, representados en el Calvario por el discípulo amado.

En la vida pública de Jesús aparece significativamente su Madre ya desde el principio,


cuando, en las bodas de Caná de Galilea, movida por la misericordia, suscitó con su
intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cfr. Jn. 2,1?11). A lo largo
de su predicación acogió las palabras con que su Hijo, exaltando el Reino por encima
de las condiciones y la zos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados (cfr.
Mc. 3,25; Lc. 11,27?28) a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo
hacía fielmente (cfr. Lc. 2,19.51).

4. «»Mujer» es un título respetuoso, que venía a ser equivalente a «señora», una


manera de hablar en tono solemne. Este nombre volvió a emplearlo Jesús en la Cruz,
con gran afecto y veneración (Jn. 19,26).

La frase «¿qué nos va a ti y a mí?» corresponde a una manera proverbial de hablar en


Oriente, que puede ser empleada con diversos matices. La respuesta de Jesús parece
indicar que si bien, en principio, no pertenecía al plan divino que Jesús interviniera
con poder para resolver las dificultades surgidas en aquellas bodas, la petición de
Santa María le mueve a atender esa necesidad. También se puede pensar que en ese
plan divino estaba previsto que Jesús hiciera el milagro por intercesión de su madre.
En todo caso, ha sido Voluntad de Dios que la Revelación del Nuevo Testamento nos
dejara esta enseñanza capital: la Virgen Santísima en tan poderosa en su intercesión
que Dios atenderá todas las peticiones por mediación de María. Por eso la piedad
cristiana, con precisión teológica, ha llamado a Nuestra Señora omnipotencia
suplicante.

«Todavía no ha llegado mi hora»: El término “hora» lo utiliza Jesucristo alguna vez


para designar el momento de su venida gloriosa (cfr. Jn. 5,28), aunque generalmente
se refiere al tiempo de su Pasión, Muerte y Glorificación (cfr. Jn. 7,30; 12,23; 13,1;
17,1).

5. La Virgen María, como buena madre, conoce perfecta mente el valor de la


respuesta de su Hijo, que para nosotros podría resultar ambigua (“qué nos va a ti y a
mi»), y no duda que Jesús hará algo para resolver el apuro de aquella familia. Por eso
indica de modo tan directo a los sirvientes que hagan lo que Jesús les diga. Podemos
considerar las palabras de la Virgen como una invitación permanente para cada uno de
nosotros; «en eso consiste toda la santidad cristiana: pues la perfecta santidad es
obedecer a Cristo en todas las cosas» (Santo Tomás de Aquino, Comentario sobre San
Juan).

Con esta misma actitud rezaba el papa Juan Pablo II en el santuario mariano de
Knock, al consagrar a la Virgen al pueblo irlandés: «En este momento solemne
escuchamos con atención particular tus palabras: `Haced lo que os diga mi Hijo». Y
deseamos responder a tus palabras con todo el corazón. Que remos hacer lo que nos
dice tu Hijo y lo que nos manda; pues tiene palabras de vida eterna. Queremos
cumplir y poner por obra todo lo que viene de Él, todo lo que está contenido en la
Buena Nueva, como lo hicieron nuestros antepasados durante siglos ( … ) Por ello
hoy ( … ) confiamos y consagramos a Ti, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia,
nuestro corazón, con ciencia y obras, a fin de que estén en consonancia con la fe que
profesamos. Confiamos y consagramos a Ti a todos y cada uno de los que constituyen
el pueblo irlandés y la comunidad del Pueblo de Dios que habita en estas flerras»
(Homilía en el Santuario mariano de Knock, 30?IX?79).

6. La metreta correspondía a unos 40 litros. La capacidad de cada uno de estos


cántaros era, por tanto, de 80 a 120 litros; en total 480?720 litros de vino de la mejor
calidad. San Juan subraya la abundancia del don concedido por el milagro, como hará
también cuando la multiplicación de los panes (Jn. 6,12? 13). Una de las señales de la
llegada del Mesías era la abundancia, por eso en ella ve el Evangelista el
cumplimiento de las antiguas profecías: «el mismo Yahwéh dará la felicidad y la
tierra dará sus frutos», anunciaba el Salmo 84, 13; «las eras se llenarán de buen trigo,
los lagares rebosarán de mosto y de aceite puro» (Jn. 2,24; cfr Am. 9,13?15). Esa
abundancia de bienes materiales es un símbolo de los dones sobrenaturales que Cristo
nos alcanza con la Redención: más adelante, San Juan destacará aquellas palabras del
Señor: «Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn. 10,10; cfr.
Rom. 5,20).

7. «Hasta arriba»: El Evangelista vuelve a subrayar con este detalle la


sobreabundancia de los bienes de la Redención y, al mismo tiempo, indica con cuánta
exactitud obedecieron los sirvientes, como insinuando la importancia de la docilidad
en el cumplimiento de la Voluntad de Dios, aun en los pequeños detalles.

9?10. Jesús hace los milagros sin tacañería, con magnanimidad; por ejemplo, en la
multiplicación de los panes y los peces (cfr. Jn. 6,10?13), donde sacia a unos cinco
mil hombres y todavía sobran doce canastos. En este milagro de Caná no convirtió el
agua en cualquier vino, sino en uno de excelente calidad.

Los Santos Padres han visto en el vino de calidad, reservado para el final de las bodas,
y en su abundancia una figura del coronamiento de la Historia de la Salvación: Dios
había envia do a los patriarcas y profetas, pero, al llegar la plenitud de los tiempos,
envió a su propio Hijo, cuya doctrina lleva a la perfección la Revelación antigua, y
cuya gracia excede las esperanzas de los justos del Antiguo Testamento. También han
visto en este vino bueno del final el premio y el gozo de la vida eterna, que Dios
concede a quienes, queriendo seguir a Cristo, han sufrido las amarguras y
contrariedades de esta vida (cfr. San Agustín, Comentario sobre San Juan, in loc.).

11. Antes del milagro los discípulos ya creían que Jesús era el Mesías; pero todavía
tenían un concepto excesivamente terreno de su misión salvífica. San Juan atestigua
aquí que este milagro fue el comienzo de una nueva dimensión de su fe, que hacía
más profunda la que ya tenían. El milagro de Caná constituye un paso decisivo en la
formación de la fe de los discípulos.

«María aparece como Virgen orante en Caná, donde, manifestando al Hijo con
delicada súplica una necesidad temporal, obtiene también un efecto de gracia: que
Jesús, realizando el primero de sus «signos», confirme a los discípulos en la fe en EV
(Pablo VI, Exh. Ap. Marialis cultus).

¿Por qué tendrán tanta eficacia los ruegos de María ante Dios? Las oraciones de los
santos son oraciones de siervos, en tanto que las de María son oraciones de Madre, de
donde procede su eficacia y carácter de autoridad; y como Jesús ama inmensamente a
su Madre, no puede rogar sin ser atendida.

Para conocer bien la gran bondad de María recordemos lo que refiere el Evangelio
( …) Faltaba el vino, con el consiguiente apuro de los esposos. Nadie pide a la
Santísima Virgen que interceda ante su Hijo a favor de los consternados esposos. Con
todo, el corazón de María, que no puede menos de compadecer a los desgraciados la
impulsó a encargarse por sí misma del oficio de intercesora y pedir al Hijo el milagro,
a pesar de que nadie se lo pidiera ( … ). Si la Señora obró así sin que se lo pidieran,
¿qué hubiera sido si le rogaran?» (San Alfonso María de Ligorio, Sermones
Abreviados, Sermón 49: De la confianza en la Madre de Dios).

María al pie de la Cruz

Juan 19, 25?27.

25 Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de


Cleofás, y María Magdalena. , Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba
que estaba allí, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. 27Después dice al discípulo:
He ahí a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.
*Comentarios

La Iglesia desde siempre ha reconocido la dignidad de la mujer y su importante


cometido en la Historia de la Salvación. Basta recordar el culto que, desde los
orígenes, el pueblo cristiano ha tributado a la Madre de Cristo, la Mujer por Antono
Masia, y la, criatura más excelsa y más privilegiada que jamás ha salido de las manos
de Dios. El último Concilio, dirigiendo un mensaje especial a las mujeres, dice entre
otras cosas: «Mujeres que sufrís, que os mantenéis firmes bajo la cruz a imagen de
María; vosotras, que tan a menudo, en el curso de la historia, habéis dado a los
hombres la fuerza para luchar hasta el fin, para dar testimonio hasta el martirio,
ayudadlos una vez más a conservar la audacia de las grandes empresas, al mismo
tiempo que la paciencia y el sentido de los comienzos humildes» (Conc. Vaticano II,
Mensaje del Concilio a la Humanidad A las mujeres, n.9).

25. Mientras que los Apóstoles, a excepción de San Juan, abandonan a Jesús en esta
hora de oprobio, aquellas piadosas mujeres, que le habían seguido durante su vida
pública (cfr, Lc, 8,2?3), permanecen ahora junto al Maestro que muere en la Cruz.

26?27. El gesto del Señor, por el que encomienda a su Santísima Madre al cuidado del
discípulo, tiene un doble sentido. Por una parte, manifiesta el amor filial de Jesús a la
Virgen María. San Agustín considera cómo Jesús nos enseña a cumplir el cuarto
mandamiento: »`Es una lección de moral. Hace lo que recomienda hacer, y, como
buen Maestro, alecciona a los suyos con su ejemplo, a fin de que los buenos hijos
tengan cuidado de sus padres; como si aquel madero que sujetaba sus miembros
moribundos fuera también la cátedra del Maestro que enseñaba» (In Ioann.
Evang.,119,2).

Por otra parte, las palabras del Señor declaran que Santa María es nuestra Madre: “La
Santísima Virgen avanzó también en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente s
unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo
erguida (In. 19,15), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con
entrañas d madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la
Víctima que Ella misma había engendrado; y finalmente, fue dada por el mismo
Cristo Jesús, agonizante en la Cruz, como madre al discípulo» (Conc. Vat. II, Const.
dogm. Lumen gentium, n.58).

Todos los cristianos, representados en San Juan, somos hijos de María. Dándonos
Cristo a su Madre por Madre nuestra manifiesta el amor a los suyos hasta el fin (cfr.
Jn. 13,1). Al aceptar la Virgen al apóstol Juan como hijo suyo muestra su amor de
Madre: ?»A tí, María, el Hijo de Dios y a la vez Hijo tuyo, desde lo alto de la Cruz
indicó a un hombre y dijo: «He ahí a tu hijo. Y en aquel hombre te ha confiado a cada
hombre, te ha confiado a todos. Y Tú, que en el momento de la Anunciación, en estas
sencillas palabras: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc.
1,38), has con centrado todo el programa de tu vida, abrazas a todos, te acercas a
todos, buscas maternalmente a todos. De esta manera se cumple lo que el último
Concilio ha declarado acerca de tu presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia.
Perseveras de manera admirable en el misterio de Cristo, tu Hijo unigénito, porque
estás siempre dondequiera están los hombres sus hermanos, dondequiera está la
Iglesia» Juan Pablo II, Homilía Basílica de Guadalupe. 27?1?1979 ).

«Juan, el discípulo amado de Jesús, recibe a María, la introduce en su casa, en su vida.


Los autores espirituales han visto en esas palabras, que relata el Santo Evangelio, una
invitación dirigida a todos los cristianos para que pongamos también a María en
nuestras vidas. En cierto sentido, resulta casi superflua esa aclaración. María quiere
ciertamente que la invoquemos, que nos acerquemos a Ella con confianza, que
apelemos a su maternidad, pidiéndole que se manifieste como nuestra Madre»
Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n.140). Este modo filial de tratar a
María es el que sigue constante mente Juan Pablo 11. Así, en su despedida de la
Virgen de Czestochowa, oraba con estas palabras: «¡Madre de la Iglesia de Jasna
Góra! Una vez más me consagro a Ti en tu materna esclavitud de amor: Totus tuus!
¡Soy todo tuyo! Te consagro la Iglesia entera, en todas partes, hasta los confines de la
tierra.

Te consagro la humanidad; te consagro los hombres, mis hermanos. Todos los pueblos
y naciones. Te consagro Europa y todos los continentes. Te consagro Roma y Polonia
unidas, a través de su siervo, por un nuevo vínculo de amor. Madre, ¡acepta! Madre,
¡no nos abandones! Madre, ¡guíanos Tú!» (Alocución de despedida en el Santuario de
Jasna Góra, 6?VI?79).

La Virgen del Apocalipsis

Apocalipsis 12,1?17.

1 Una gran señal apareció en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna bajo sus pies,
y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. 2 Está encinta grita al sufrir los
dolores del parto y los tormentos de dar a luz. Apareció entonces otra señal en el
cielo: Un gran dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete
diademas. 4 La cola arrastró una tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó a la
tierra. El dragón se puso delante de la mujer, que iba a dar a luz, para devorar a su hijo
en cuanto naciera. 5 Y dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones
con cetro de hierro. Pero su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. Entonces
la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios, para que allí la
alimenten durante mil doscientos sesenta días. Y se entabló un gran combate en el
cielo: Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón. También lucharon el dragón y
sus ángeles, 8 pero no prevalecieron, ni hubo ya para ellos un lugar en el cielo. 9 Fue
arrojado aquel gran dragón, la serpiente antigua, llamado Diablo y Satanás, que
seduce a todo el universo. Fue arrojado a la tierra y también fueron arrojados sus
ángeles con él. «10 Entonces oí en el cielo una fuerte voz que decía: Ahora ha llegado
la salvación, la fuerza, el reino de nuestro Dios, y el poder de su Cristo, pues ha sido
arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y
noche. 11 Ellos lo vencieron por la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio
que dieron, pues no amaron su propia vida más que la muerte. lí Por eso, alegraos,
cielos, y cuantos en ellos habitáis. ¡Ay de la tierra y del mar! pues ha descendido hasta
vosotros el Diablo, con gran ira, al saber que le queda poco tiempo. 13 Cuando el
dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a
luz al varón. 14 Pero le fueron dadas a la mujer las dos alas del águila grande para que
volara al desierto, a su lugar, donde es alimentada durante un tiempo, dos tiempos y
medio tiempo, lejos de la serpiente. » 5 Entonces la serpiente arrojó de su boca como
un río de agua tras la mujer, para arrastrarla con la corriente. 16 Pero la tierra ayudó a
la mujer: abrió la tierra su boca y absorbió el río que había echado el dragón de su
boca. 17 El dragón se enfureció contra la mujer y se marchó a hacer la guerra al resto
de su descendencia, aquellos que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el
testimonio de Jesús.

*Comentarios

Comienza la presentación de los contendientes en los combates escatológicos, en los


que culminan la acción de Dios y la del adversario, el demonio. El autor describe los
personajes y el combate mismo mediante tres signos, que suscitan el interés del lector.
El primer signo es la Mujer y su descendencia, incluido el Mesías (12,1?2); el
segundo, la serpiente que luego transmite su poder a las bestias (12,3); el tercero, los
siete ángeles con las siete copas (15,1).

Se describen sucesivamente tres combates en los que participa la serpiente: lo) contra
el Mesías que nace de la Mujer (12,1?6); 2o) contra San Miguel y sus ángeles
(12,742); 3o) contra la Mujer y el resto de sus hijos (12,13?17). No podemos entender
estos combates como en una sucesión cronológica. Son más bien diversos cuadros
puestos uno junto a otro, porque tienen una profunda relación entre sí: siempre el
mismo enemigo, el diablo, lucha contra los proyectos de Dios y contra aquellos de los
que Dios se sirve para realizarlos.

1?2. La misteriosa figura de la Mujer ha sido interpretada desde el tiempo de los


Santos Padres como referido al antiguo pueblo de Israel, a la Iglesia de Jesucristo, o a
la Santísima Virgen. Cualquiera de estas interpretaciones tiene apoyo en el texto, pero
ninguna de ellas es coincidente en todos los detalles.

a) La Mujer representa el pueblo de Israel, puesto que de él procede el Mesías, e Isaías


los comparaba a «1a mujer encinta, cuando llega el parto y se retuerce y grita en sus
dolores» (Is. 26,17).

b) También puede representar a la Iglesia, cuyos hijos se debaten en lucha contra el


mal por dar testimonio de Jesús (cfr. v. 17).

c) Y puede referirse también a la Virgen María, en cuanto que ella dio real e
históricamente a luz al Mesías, nuestro Señor Jesucristo (cfr.v. 5).

En efecto, a) San Lucas, al narrar la Anunciación, ve a María como la representación


del resto fiel de Israel: a ella le dirige el ángel el saludo dado en Soph. 3,15 a la hija de
Sión (cfr. notas de Lc. 1,26?31); b) y San Pablo en Gál. 4,4 ve en una mujer, María la
alegoría de la Iglesia que es nuestra madre; c) así, también el texto sagrado del
Apocalipsis deja abierto el camino para ver en esa mujer directamente a la Santísima
Virgen, cuya maternidad conllevaría el dolor del Calvario (cfr. Lc. 2,35), y había sido
ya profetizada como una «señal» en Isaías 7,14 (cfr. Mt. 1,22?23).

Los rasgos con los que aparece la Mujer representan la gloria celeste con que ha sido
revestida, así como su triunfo al ser coronada con doce estrellas, símbolo del pueblo
de Dios ?de los doce patriarcas (cfr. Gén. 37,9) y de los doce apóstoles? De ahí que,
prescindiendo de aspectos cronológicos só lo aparentes en el texto, la Iglesia haya
visto en esta mujer gloriosa a la Santísima Virgen, «asunta en cuerpo y alma a la
gloria celestial, ensalzada por el Señor como reina universal con el fin de que se
asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cfr. Apoc. 19,16) y
vencedor del pecado y de la muerte» (Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium,
n.59). La Santísima Virgen es ciertamente la gran señal, pues, como escribe San
Buenaventura, «Dios no hubiese podido hacerla mayor. Dios hubiese podido hacer un
mundo más grande y un cielo mayor; pero no una madre mayor que la misma Madre»
(Speculum, cap.8).

3?4. San Juan describe al diablo (cfr. v.9) basándose en rasgos simbólicos, tomados
del Antiguo Testamento. La serpiente o dragón proviene de Génesis 3,1?24, pasaje
latente desde Apocalipsis 12,3 hasta el final del libro. El color rojo y las siete cabezas
con las siete diademas indican que despliega todo su poder para hacer la guerra. Los
diez cuernos, en Daniel 7,7, representan a los reyes enemigos del pueblo de Israel; en
Daniel se habla además de un cuerno para indicar a Antíoco IV Epifanes, del que
también se dice, para resaltar sus victorias, que precipita las estrellas del cielo sobre la
tierra (cfr. Dan. 8,10). Satanás ha arrastrado con él a otros ángeles, como se narrará
más adelante (Apoc. 12,9). En resumen, con estos símbolos se quiere poner de relieve
sobre todo el enorme poder de Satanás.

«Al diablo se le llama serpiente, escribe S. Cipriano, porque arrastrándose


sigilosamente y engañando con una imagen de paz, se acerca por senderos sueltos, y
es tal su astucia y tan cegadora su falacia ( … ), que quiere hacer pasar la noche por
día, el veneno en vez de la medicina. De tal manera que mintiendo con cosas
parecidas, echa a perder la verdad con sutileza. Por eso se transfigura en ángel de luz»
(De Unitate Ecclesiae, I-III).

Tras la caída de nuestros primeros padres se entabla la guerra entre la serpiente y su


linaje contra la mujer y el suyo: «Pondré enemistad ?dijo Dios a la serpiente? entre ti
y la mujer, entre tu descendencia y su Descendencia. El te aplasta ra la cabeza.,
mientras tú le acecharás en el calcañar» (Gén. 3,15). Jesucristo es el descendiente de
la mujer que llevará a cabo la victoria sobre el demonio (cfr. Mc. 1,23?26; Lc. 4,31?
37, etc.). De ahí que el poder de] mal centre todas sus fuerzas en destruir a Cristo (cfr.
Mt. 2,13?18), o en torcer su misión (cfr. Mt. 4,1-11 y par). La forma en que describe
San Juan esa enemistad aludiendo a los orígenes es sumamente expresiva.

5. Con el nacimiento de Jesucristo se cumple el proyecto de Dios anunciado por los


profetas (cfr. Is. 66,7) y por los Salmos (cfr. Sal. 2,9), y se inicia la victoria definitiva
sobre el demonio. Esta victoria se decide de modo eminente en la vida terrena de
Jesús, que culmina con su Pasión, Resurrección y Ascensión al Cielo. San Juan resalta
sobre todo el triunfo de Cristo que, como confiesa la Iglesia, Cristo victorioso «está
sentado a la derecha del Padre» (Símbolo Niceno-Constantinopolitano).

6. La figura de la Mujer evoca la imagen de la Iglesia, pueblo de Dios. Israel se


refugió en el desierto al escapar del Faraón, así también la Iglesia tras la victoria de
Cristo. El desierto representa el ámbito de soledad e íntima unión con Dios. Allí Dios
cuidaba personalmente de su pueblo, librándole de los enemigos (cfr. Ex. 17,8?16) y
alimentándole con las codornices y el maná (cfr. Ex. 16,1?36). Una protección similar
tiene ahora la Iglesia, contra la que no podrán los poderes del infierno (cfr. Mt. 16,18),
y a la que Cristo alimenta con su Cuerpo y su Palabra, durante el tiempo de su
peregrinaje en la historia, que es un tiempo de lucha y aspereza, como el de ,Israel por
el desierto, pero limitado: mil doscientos sesenta días.

Aunque la figura de la Mujer, en este versículo, parece hacer referencia directamente


a la Iglesia, sigue estando presentes de alguna forma la imagen individual de la Mujer
que ,ha dado a luz al Mesías, la Santísima Virgen. Ella ha experimentado, como
ninguna otra criatura, la especialísima unión con Dios y su protección de los poderes
del mal, incluso de la muerte.

7?9. La lucha entre la serpiente y sus ángeles contra Miguel y los suyos, y la derrota
de aquélla, aparecen íntima mente relacionadas con la muerte y glorificación de Cristo
1 (cfr vv. 5,11).

Al mismo tiempo, la mención de Miguel y de la serpiente antigua, así como los


efectos de la lucha ?el ser arrojados del cielo?, hacen pensar en el origen del demonio.
Este, que era una criatura angélica muy excelsa, según algunas tradiciones judías (cfr.
Vida latina de Adán y Eva, 12?16) se convirtió en diablo cuando Dios creó al hombre
a su imagen y semejanza (cfr. Gén. 1,26; 2,7). El demonio no aceptó la dignidad
concedida al hombre. Miguel, en cambio, obedeció, pero el diablo y otros ángeles, al
considerar al hombre inferior a ellos, se rebelaron contra Dios. Entonces el diablo y
sus seguidores angélicos fueron arrojados al infierno y a la tierra, por lo que no cesan
de tentar al hombre para que, pecando, se vea también? privado de la gloria de Dios.

A la luz de esta tradición, en el Apocalipsis se pone de relieve que, en efecto, Cristo,


nuevo Adán, verdadero Dios y ,»Verdadero hombre, al ser glorificado merece y recibe
la adoración debida, por lo que el diablo es definitivamente derrotado. El proyecto
divino abarca la creación y la redención. Cristo, Imagen del Dios invisible, el
primogénito de toda criatura, porque en él fueron creadas todas las cosas» (Col. 1,15?
16), es el causante de la derrota de] diablo en una batalla que abarca toda la historia,
pero que ha tenido su momento definitivo en la Encarnación, Muerte y Glorificación
del Señor: «Ahora es el juicio de este mundo ?dice Jesús refiriéndose a los
acontecimientos pascuales?, ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera.
Y yo, cuando sea levanta do de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn. 12,31?33). Y,
ante la noticia traída por los discípulos de que en su nombre son sometidos los
demonios, Jesucristo exclama: «Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc.
10,18).

En Dan. 10,13 y 12,1 se dice que el arcángel San Miguel es el que defiende, de parte
de Dios, al pueblo elegido. Su nombre significa «¿Quién como Dios?», y su función
es velar por los derechos divinos frente a quienes quieren usurparlos, como los tiranos
de los pueblos, o el mismo Satán al intentar hacerse con el cuerpo de Moisés según la
carta de San Judas (v.9). De ahí que también en el Apocalipsis aparezca San Miguel
como el que se enfrenta con Satanás, la serpiente antigua, aunque la victoria y el
correspondiente castigo los decide Dios o Cristo. La Iglesia, por ello, invoca a San
Miguel como su guardián en las adversidades y contra las asechanzas del demonio
(cfr. Liturgia de las Horas, 29 de septiembre, Himno del Oficio de Lecturas).
10?12. Con la Ascensión de Cristo a los Cielos ha quedado inaugurado el Reino de
Dios, y, por ello, las criaturas celestiales prorrumpen en un cántico de alegría. El
demonio ha sido privado de su poder sobre el hombre, en cuanto que éste, por la obra
redentora de Cristo y la fe, puede salir del mundo del pecado. Esta realidad gozosa se
expresa diciendo que ya no hay lugar para el acusador, Satán, que como su nombre
significa y el Antiguo Testamento enseña, acusaba al hombre ante Dios (cfr. Job 1,6;
3,12,2): frente al proyecto divino de la creación, podía presentar como victoria suya a
cualquier hombre .que hubiese desfigurado en sí la imagen y semejanza de Dios por el
pecado. Ahora, tras la Redención, se ha acabado ese poder de Satanás, pues como
escribe San Juan: «Si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre: Jesucristo, el
justo. l es la víctima de propiciación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros,
sino por los de todo el mundo» (1 Jn. 2,1?2). Además, al ascender al cielo, Cristo nos
envía al Espíritu Santo como 1ntercesor y abogado, especialmente cuando .el hombre,
o la humanidad, se encuentra ante el juicio de condena de aquel «acusac1or», del que
el Apocalipsis dice que acusa a nuestros hermanos día y noche delante de nuestro
Dios»» (Dominum et Vivificantem, n.67).

Aunque Satanás ha perdido ese poder de actuar en el mundo, todavía le queda un


tiempo, desde la Resurrección del Señor hasta el final de la historia, en el que puede
obstaculizar entre los hombres la obra de Cristo. Por ello actúa cada vez con más
furor, al ver que se le acaba el tiempo, intentando que cada hombre y la sociedad se
alejen de los planes y mandatos de Dios.

Con esta especie de canto entonado desde el Cielo, el autor del Apocalipsis advierte a
la Iglesia de las dificultades que se le avecinan a medida que se acerca el final de los
tiempos.

13?17. El ataque de la serpiente se contempla ahora desde la situación de la Iglesia


que sufre. La Mujer que da a luz un Hijo varón es imagen de la Madre del Mesías, la
Virgen, María, y de la Iglesia que, «cumpliendo fielmente la voluntad del Padre,
también ella es constituida Madre por la palabra de Dios fielmente recibida» (Conc.
Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium n.64). Mediante la Iglesia los cristianos se
incorporan a Cristo, contribuyendo al crecimiento de su Cuerpo (cfr. Ef. 4,13). En este
sentido puede decirse que la Iglesia es la Mujer que engendra a Cristo.

DESCUBRIENDO A MARÍA EN LA SAGRADA ESCRITURA


Publicado por Julio Fernández | Oct 10, 2013 | Apologías, Santa Virgen
María | 0  |     
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Hagamos un recorrido por las Sagradas Escrituras para descubrir lo
que Dios nos ha revelado acerca de la Mujer que ha elegido para venir
al mundo hecho carne: la Santísima Virgen María
PREFIGURADA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Cuando se habla del Antiguo Testamento no se puede ignorar que contiene
promesas y figuras que cobran cabal cumplimiento y pleno sentido a la luz
del acontecimiento de Jesucristo.

La figura de María se hace presente en la Sagrada Escritura desde el principio


en el libro del Génesis; en forma de promesa, Dios prepara nuestra Redención
desde la caída de Adán y Eva.

«Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza  


mientras acechas tú su calcañar.» (Gén 3,15).
Los judíos vieron aquí la promesa del Mesías, por eso en la traducción griega
resaltaron que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de Satanás.

Otra promesa donde está figurada María es en el libro de Isaías:

«Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está en cinta y va a
dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7,14).
La conciencia del Mesías en los Judíos que tradujeron las escrituras al griego
nos revela que se hablaba de una virgen, por eso cuando los discípulos de
Cristo citan las escrituras, se refieren a la traducción griega donde ven
cumplida en Jesús esta profecía:

«Por esto dará el Señor mismo a vosotros una señal: He aquí la virgen en vientre concebirá y
parirá hijo, y llamará su nombre Emmanuel» (Is 7,14).[1]
MARÍA LLENA DEL ESPÍRITU Y BENDITA ENTRE TODAS LAS
MUJERES
Cuando María visitó a su prima Isabel fue suficiente un simple saludo para
que el niño de Isabel saltara de gozo y ella quedase llena del Espíritu Santo:

y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz
de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno (Lc 1,43-44).
Esta es la reacción de quien ama a María y la recibe en su casa, como el
discípulo amado: salta de gozo y se llena del Espíritu Santo apenas ella
saluda.

En el Antiguo Testamento está también prefigurada como la Bendita del Dios


Altísimo, en el libro de Judith:

«Ozías dijo a Judit: “¡Bendita seas, hija del Dios Altísimo más que todas las mujeres de la
tierra! Y bendito sea Dios, el Señor, Creador del cielo y de la tierra, que te ha guiado para
cortar la cabeza del jefe de nuestros enemigos»  (Judith 13,18).
En la pedagogía divina todo esto tenía un significado para el tiempo de la
Redención. Esas palabras serían aplicadas a María, quien es bendita más que
todas las mujeres de la tierra, hija de Dios altísimo y, de cierta forma, ha
cortado la cabeza del enemigo (Satanás) porque ha dado a luz al Redentor,
nuestro Señor Jesucristo, quien pisoteará la cabeza de la serpiente, como lo
dice claramente el Génesis y el Apocalipsis (leer todo el capítulo 12):

«Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza 


mientras acechas tú su calcañar.» (Gén 3,15).
María está presente desde el inicio de la historia de la salvación y es parte
fundamental para llevar acabo el gran plan salvífico de Dios. La carne y la
sangre de aquél que nos iba a redimir, es decir, la carne y la sangre de
nuestro Señor Jesucristo, fueron dadas por una mujer que con amor y
gran valentía dijo “sí”:  María.
MARÍA INTERCESORA
La Escritura nos revela que María intercede en bien de los hombres y el
ejemplo tradicional es el de las bodas de Caná donde intercede ante Jesús por
falta de vino que, en el oriente antiguo, simbolizaba la alegría. De tal manera
que el mensaje bíblico es contundente: María intercede ante Dios a favor
de la alegría de los hombres.
«Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús.
Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y no tenían vino, porque se había
acabado el vino de la boda. Le dice a Jesús su madre: “No tienen vino.” Jesús le responde:
“¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.” Dice su madre a los
sirvientes: “Haced lo que él os diga.”» (Juan 2,1-5).
Esas palabras de Jesús, ¿qué tengo yo contigo mujer?, corresponden a un
modismo hebreo que significa “a ti y a mí, ¿qué nos importa?”, por eso,
la Nueva Biblia Española traduce:
«Al tercer día hubo una boda en Cana de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús; pero además
fue invitado Jesús, y sus discípulos, a la boda. Faltó el vino, y le dijo a Jesús su madre: No
tienen vino. Jesús le contestó: ¿Qué nos importa a mí y a ti, mujer? Todavía no ha llegado mi
hora. Su madre les dijo a los sirvientes: Cualquier cosa que les diga, háganla» (Juan 2,1-5).
Este pasaje de la escritura nos da luz sobre varias cosas acerca de María.

 Primeramente era ella la invitada, Jesús y sus discípulos fueron


invitados por “compromiso”.
 También, María intercede por los invitados y por los novios.
 Otro detalle interesante es que Jesús dice firmemente que no ha llegado
su hora.
 E increíblemente, nuestro Señor llama a su madre “mujer” haciendo
alusión a Eva, que era llamada mujer  antes del pecado original. Sí, antes del
pecado original.
 Y, ¿qué es lo que María pide a los que confiamos en ella? Hacer la
voluntad de su Hijo.
Por lo tanto, vemos que María influye en la manifestación de Cristo, ¡todavía
no era su hora! Pero la intercesión de María adelantó los planes. Por eso al
final de este pasaje dice San Juan:

«Tal comienzo de los signos hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria, y creyeron en


él sus discípulos» (Juan 2,11).
Los discípulos creyeron en él, manifestó su gloria, comenzaron los signos…
¡Y todo porque María se lo pidió por adelantado! El poder de la oración de
María sobrepasa al de todos los santos, por el amor de Madre e Hijo que se
dan el uno al otro. “La oración ferviente del justo tiene mucho poder” (Cf.
Santiago 5,16).
La intercesión de María también está figurada en el Antiguo Testamento en el
libro de Ester:

y, durante el banquete, dijo el rey a Ester: “¿Qué quieres pedir?, pues se te dará. ¿Qué deseas?
Hasta la mitad del reino te será concedida” (Ester 5,6).
 Y Ester contestó:

«Respondió la reina Ester: “Si cuento con tu benevolencia, ¡oh rey!, y si al rey le place,
concédeme la vida – éste es mi deseo – y la de mi pueblo – ésta es mi petición-. Pues yo y mi
pueblo hemos sido vendidos, para ser exterminados, muertos y aniquilados. Si hubiéramos sido
vendidos para esclavos y esclavas, aún hubiera callado; mas ahora, el enemigo no podrá
compensar al rey por tal pérdida”» (Ester 7,3-4).
En honor a este acto de intercesión de la Reina Ester, los judíos empezaron a
celebrar la fiesta de los Purim o suertes[2] y, cada año, en el templo se leía el
libro de Ester para honrar el acto de intercesión por su pueblo. Así, se
prefigura la que sería la Reina, Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo,
Esposa de Dios Espíritu Santo: María Santísima.
MARÍA, ARCA DE LA NUEVA ALIANZA
En el Nuevo Testamento el evangelista San Lucas quiere mostrarnos a María
como Arca de la Nueva Alianza, es decir, la que lleva en su seno la presencia
real de Dios. Dice Lucas sobre la visitación de María a Isabel:

“María se quedó con ella unos tres meses, y luego se volvió a su casa.” (Lucas 1,56).
Esto quiere remitirnos al segundo libro de Samuel, donde se narra que el
Arca de la Alianza de Yahvé permaneció tres meses  en casa de Obededón,
así como su traslado desde el santuario provisional al Templo de Jerusalén
construido por David.

“El arca de Yahvé estuvo en casa de Obededón, el de Gat, tres meses y Yahvé bendijo a


Obededón y a toda su casa” (2 Samuel 6,11).
En efecto, el evangelista San Lucas está identificando el traslado del Arca de
la Alianza a Jerusalén con el viaje de María a Judea[3]. Al llegar a su destino,
María provoca que el niño en el seno de Isabel salte de gozo. Esto también
nos remite al Arca de la Alianza; de hecho, saltar no debe tomarse
literalmente, como bien afirma el sacerdote jesuita Carlos I. González, sino
que el griego skirtáo -y ésto no lo dice González- usado en Lucas 1,41,
significa “moverse de gozo” o “danzar”. Y según la Escritura, David recibió
el Arca de Yahvé saltando y danzando de gozo:
Cuando el arca de Yahvé entró en la Ciudad de David, Mical, hija de Saúl, que estaba mirando
por la ventana, vio al rey David saltando y danzando ante Yahvé y le despreció en su corazón. 
(2 Samuel 6,16)
Este saltar de gozo o danzar de alegría, ha dicho Max Thurian[4], teólogo
ex protestante convertido al catolicismo y ordenado sacerdote, corresponde al
verbo griego “Skirtan, Saltar, dos veces empleado en la narración de la
visitación, y que en la versión griega del Antiguo Testamento sirve para
indicar tres veces la alegría exultante [llena de gozo] ante el Señor salvador.
San Lucas emplea una vez más esta palabra después de las
Bienaventuranzas: Regocijaos y saltad de alegría en aquel día, porque
entonces será grande vuestra recompensa en el cielo (Lucas 6,23). Por tanto,
el sentido expresado por este verbo, saltar, es ante todo la alegría escatológica
ante el Señor liberador” [5]. Y comenta Max Thurian al pie de página: “la
versión de Sinmaco utiliza también Skirtan en 2 Sam. 6,16”.[6].
De tal manera que San Lucas, al decir que Juan Bautista “saltó de gozo en el
seno de Isabel” lo que hace es hablar de la alegría por la salvación que nos
viene del Señor ante el Arca de la Nueva Alianza: María -quien lleva la
presencia de Dios en su interior-, como David lo hizo ante el Arca de Yahvé.

Otro detalle iluminador que leemos en la Palabra de Dios, se encuentra


en Lucas 1,43, cuando Isabel exclama ¿De dónde a mí que la Madre de mi
Señor venga a verme? Esto hace alusión a David, quien tuvo temor de recibir
el Arca de la Alianza en su casa, y exclamó:
Aquel día David temió al Señor, y dijo: ¿Cómo va a venir a mi casa el arca del Señor? (2
Samuel 6,9, NBE)
Esto no lo es todo, observa que el Arca de la Alianza contenía el maná,
la vara de Aarón, y las tablas de la alianza (Heb. 9,4). Y María, el Arca de
la nueva alianza, llevaba en su seno a Cristo, a quien prefiguraban el maná, la
vara y las tablas de la ley. Escribe el Dr. Domínguez:
«El maná era símbolo de la Eucaristía, donde está, no el maná, sino el mismo Cuerpo de Cristo,
con el Sacerdote, simbolizado por la vara del Sacerdote Aarón; y la ley, simbolizando que se
debe tomar en gracia bajo la Ley del Señor. Ex. 16,25; Is. 3:3» (cf. Diccionario del Dr.
Domínguez).
Reflexiona detenidamente. El Arca de la Alianza contenía la presencia de
Dios por lo que figuraba dentro de ella. Pero María, Arca de la Nueva
alianza, llevó en su seno la presencia real y palpable de Dios, porque era el
cumplimiento de lo que antes fue figura.

El Padre la escogió (Lucas 1, 30),


el Hijo tomo carne en sus entrañas (Juan 1, 14)
y el Espíritu Santo encarnó al Hijo de Dios
en su vientre y la cubrió con su sombra (Lucas 1, 35).

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