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Serie Xena La Despiadada # 3

Melissa Good
Créditos

Traducido por Pangea

Corregido por Andre-Xi, LisV y Nyra

Revisado por Nyra

Diseño de portada y plantilla por LeiAusten

Título original A Queen for all Seasons

Editado por Xenite4Ever 2020


3
Índice

Créditos

Sinopsis

Capítulo uno

Capítulo dos

Capítulo tres

Capítulo cuatro

Capítulo cinco

Capítulo seis

Capítulo siete

Capítulo ocho
4
Capítulo nueve

Capítulo diez

Capítulo once

Capítulo doce

Capítulo trece

Capítulo catorce

Biografía de la Autora
Sinopsis

Xena la Despiadada siente que su mundo finalmente se está asentando en


algo que incluso podría comenzar a disfrutar. La cosecha de verano fue
buena, la gente se presenta a su Festival de la Cosecha, y Gabrielle ha
cambiado algunos relatos a un prisionero persa por algunos consejos sobre
masajes. Las únicas nubes en su horizonte, además de las tormentas invernales
habituales, son ese mensaje que envió al Rey de Persia junto con la cabeza
de su hija. ¿Qué podría realmente salir mal?

5
Parte 1

A última hora de la tarde, la luz del sol caía sobre el rastrojo dorado de los
campos recién cosechados, mientras los tallos se movían y se separaban al
paso de una gran bestia.

Bueno. No era realmente una gran bestia. Parches, el pony, trotaba por el
campo, su abrigo peludo se alborotaba al viento cuando su jinete lo instó a ir
más rápido.

—¡Vamos, Parches! —Gabrielle entrecerró los ojos por el aire, inclinándose


sobre el cuello del pony y apretando las rodillas—. ¡Sé que puedes hacerlo! —
Parches resopló, pero aceleró afablemente, sus pequeños cascos levantaban
volutas de grano olvidado mientras corrían por el campo—. Vamos, vamos. —
Gabrielle echó un vistazo por encima del hombro cuando escuchó los sonidos
de cascos detrás de ellos—. ¡Oh, cielos! ¡Parches, date prisa! —Puso sus manos 6
a ambos lados del cuello de Parches y lo insto a avanzar más rápido,
escuchando una risa malvada detrás de ella—. ¡Apresúrate!

Las orejas de Parches se movieron hacia atrás y luego hacia adelante cuando
se estiró y comenzó a correr, cubriendo el suelo en un tiempo
sorprendentemente corto, mientras el caballo los perseguía.

Esta era una bestia realmente grande, y sus zancadas cubrían el doble de
terreno que las del pony. En segundos, los estaba alcanzando, y su jinete soltó
otra risa malvada mientras agitaba los dedos en la mano más cercana a su
presa.

—¡Te voy a atrapar!

—¡Grrrrrr! —Gabrielle se agachó, Parches viró y el semental se alzó con


sorprendente brusquedad para no chocar con él.

—¡Oye! —Xena soltó un grito cuando casi es derribada del caballo—. ¡Deja de
hacer eso, maldito bastardo! —Enderezó al semental y corrió tras el acelerado
pony—. ¡Regresa aquí!
—¡Nunca cuentes tu pesca antes de comértela! —gritó Gabrielle mientras
ganaban la carretera y pasaban por la puerta exterior, un bigote de pony por
delante de la nariz espumeante de Tiger—. ¡¡¡Ja!!! ¡Hemos Ganado!

—¡Pequeña mal bicho! ¡Espera a que te ponga las manos encima! —Xena se
rio—. ¡Deja de enseñarle trucos a ese maldito enano!

Los dos animales redujeron la marcha a medio galope, mientras recorrían el


largo acceso a las murallas de la ciudad, ahora llenas de puestos de mercado
y mercaderes, los cuales estaban mirándolas boquiabiertos.

No era para menos. El alto caballo negro de guerra y el pequeño y robusto


pony juntos, ya eran notables por sí mismos, pero sus jinetes llamaron la
atención, ya que todos los que miraban, seguramente reconocieron a la reina,
Xena la Despiadada, y a su consorte a lomos de los animales.

Con una altura distintiva, vestida con cueros bien cortados y con su pelo
oscuro recogido en una cola, Xena estaba sentada en su silla de montar con
la comodidad de un jinete de toda la vida. Detrás de su hombro derecho era
visible la empuñadura de una espada larga y, asomando por encima de 7
ambas botas de montar, había dagas cuyas empuñaduras estaban gastadas
con el uso.

Gabrielle, en comparación, llevaba una camisa azul con una capucha


retirada de su cabello claro y polainas de cuero azul oscuro sin nada para
defenderse, a excepción de un saco grande lleno de manzanas y una honda
que se colocaba casualmente a lo largo de su cinturón.

Los mercaderes a lo largo del camino se inclinaron apresuradamente hacia


ellas, aliviados por el gesto relajado de la mano de Xena al pasar.

—Qué gran día. —Gabrielle suspiró felizmente—. No puedo creer que


encontráramos tantas de esas manzanas todavía colgando de los árboles,
¿verdad? —Se enderezó un poco en la silla de montar, dejando que una
mano descansara sobre su muslo, un pulgar ligeramente golpeteando la
superficie de cuero de sus pantalones de montar.

—¿Qué? Oh. Cierto. —Xena miró a su compañera y abandonó el examen de


los mercaderes—. Por supuesto, vas a hacer esas cosas de miel y nuez tuyas,
¿no?

Gabrielle la miró.
—Tal vez. —Sus ojos verdes brillaron.

—¿Tal vez? —la reina fingió un tono indignado. Desempolvó un poco de


cáscara de grano de la elegante armadura de cuero negro que llevaba
puesta—. ¿¿¿¿Tal vez????

Gabrielle produjo una sonrisa dulcemente entrañable.

—Por supuesto que sí —dijo—. Sé que te gustan. Es por eso que me alegré de
haber encontrado las manzanas.

—Ajá.

—Este va a ser un gran festival de la cosecha, ¿no? —Gabrielle revisó las filas
y filas de mercaderes que ahora se estacionaban a las afueras de las puertas
de la fortaleza—. Vaya... ¿Ves esas aves de madera talladas?

—Yo puedo hacerlo mejor —observó Xena—. ¿Qué tal si tallo una miniatura
tuya de cuerpo entero con las marcas de mis mordiscos en tu...?

—Xena. —Gabrielle se acercó y le dio unas palmaditas en la pantorrilla—. 8


¿Qué tal si haces una de Parches? Eso sería mucho más lindo.

Xena se rio entre dientes. Sin embargo, notó el gran tráfico de asistentes al
festival, con una sensación de satisfacción.

—Mejor que el año pasado —comentó. La noticia de la derrota de los persas


a principios de año, se había extendido por todas partes, y vio a los
comerciantes en las filas desde todas esas partes.

Mercancías nuevas. Xena no era una fanática de las compras en ningún


momento, pero había extraños olores que se alzaban en el aire, indicios de
cosas lejanas y lugares en los que no había estado. El tramo de camino frente
a las puertas, estaba lleno de carros, y las filas habían empezado a extenderse
a ambos lados, con campamentos en el exterior llenos de viajeros.

Todos se volvieron, advertidos por los hombres más cercanos al camino, para
mirarla mientras pasaba y aminoró el paso de Tiger para echarles un buen
vistazo.

Había sido un verano tranquilo. Sus nobles se habían retirado dócilmente a sus
tierras para plantar y cosechar, la paz se había establecido en su fortaleza y,
por todos los informes que había recibido, había resultado ser un año
productivo.

Un enviado se había ido a entregar un mensaje al rey de Persia para ver si


quería recuperar a sus soldados. Esos hombres habían aceptado su
encarcelamiento, fueron tratados bastante bien para ser soldados enemigos
y puestos a trabajar con sus propios hombres en la reconstrucción de algunas
partes de la fortaleza que habían caído en mal estado a lo largo de los años.

Allí se los alimentaba tan bien como a sus esclavos, tenían un lugar cálido
donde dormir y, a lo largo de los meses, la mayor parte de su orgullo persa se
había suavizado a medida que se adaptaban a su nueva condición. Los
hombres de Xena les mostraron el respeto debido a los enemigos honrados, y
estaban, en la medida de lo posible, satisfechos por el momento.

¿El monarca persa enviaría dinero u hombres para matarla? Xena consideró
la pregunta, no del todo segura de qué preferiría ella. El dinero estaría bien,
pero el desafío podría ser mejor, y estaba, un poco confundida por eso.

—Oí que la esposa del duque Lastay tuvo a su bebé —dijo Gabrielle—. ¿Les 9
vamos a enviar un regalo?

—¿Un regalo? —Xena volvió su atención a su consorte—. ¿Por qué Hades


debería enviarles un regalo por echar un polvo con éxito?

—Xena.

—Quiero decir, vamos, chiquitaja. Si enviara un regalo a cada una de las


malditas personas que han parido a un niño, estaría viviendo en el establo con
Tiger y estarías actuando por las calles para ganarnos la vida.

—Pero él es tu heredero. —Gabrielle protestó suavemente—. Y después de


todo, salvaste a su dama y todo eso. —Xena puso los ojos en blanco—. Bueno,
lo hiciste.

—¿Qué crees que deberíamos enviarles? —Xena le hizo una mueca mientras
se acercaban a las puertas y los enormes portales se abrieron cuando los
guardias las divisaron—. ¿Un cerdo muerto?

—Xena.

—Mira, no soy buena para los regalos.


Gabrielle la miró.

—Siempre me das muchos regalos bonitos. —Xena tomó aliento, luego lo soltó
entrecerrando los ojos—. ¿Qué tal algo así? —Gabrielle la distrajo, señalando
un puesto cercano justo dentro de las puertas. Aquí, a los comerciantes más
prósperos, les habían dado puestos, y a aquellos que habían convertido la
fortaleza en su hogar—. Esa cuna de allí.

Xena detuvo a Tiger bruscamente y se deslizó de su lomo, viendo a uno de sus


mozos que se abalanzaba hacia ella para coger las riendas del semental.

—Toma, límpialo y dale de comer —le dijo al mozo—. Y al enano.

Gabrielle se había bajado de Parches de una manera algo más decorosa,


aunque menos ágil.

—Buen chico, Parches. —Le dio un abrazo—. Sabía que podías vencer a Tiger
si te lo proponías. —El pony negó con la cabeza y Tiger arqueó su cuello y
mordisqueó un poco del cabello de Gabrielle mientras el mozo tomaba
posesión de sus riendas. Gabrielle miró para ver si Xena estaba mirando, y
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luego le dio un beso en la nariz al gran caballo negro—. Tú también eres un
buen chico.

—Gggaaabriellle. —La reina estaba parada cerca, con las manos en las
caderas—. Esto ha sido idea tuya, ¿recuerdas?

—C... voy enseguida. —Gabrielle se agachó bajo el cuello de Tiger y se dirigió


al trote hacia la reina, colgando la bolsa de manzanas de su hombro.

Se acercaron al puesto del comerciante, mientras el dueño se frotaba las


manos nerviosamente.

—Su Majestad, su gracia. —Él sacudió su cabeza en ansiosa obediencia—.


¿Qué le place?

—Esta. —Xena se paseó por el estrado, observando las cunas de madera


minuciosamente talladas—. ¿De verdad crees que quiere uno de estos? —
preguntó a Gabrielle con tono escéptico—. Ya sabes, estoy bastante segura
de que ya tiene una. —Empujó uno de los artículos con un dedo—. ¿No es así?

—Hm. —Gabrielle estudió la cuna—. ¿El duque? Tienes razón —admitió


finalmente—. Probablemente ya pensó en eso, ¿eh?
—¿Puedo ayudar a sus Majestades? —preguntó el mercader tímidamente—.
¿Quizás pueda hacerles una sugerencia? —Miró de una a otra—. ¿Buscan
algo para un bebé? O para los suyos... —Su voz se apagó cuando Xena lo
atravesó con sus ojos azules.

Gabrielle intervino suavemente.

—El heredero real, la esposa del duque Lastay acaba de tener un bebé —
explicó—. Así que Xena y yo estábamos buscando un regalo para ella.

Xena resopló y se alejó.

—Estaré en la carpa del fabricante de armaduras —señaló—. Le vendrá mejor


una daga.

El comerciante la miró irse ansiosamente.

—No quise enojar a su Majestad —susurró.

Gabrielle le dio una palmadita en el brazo.


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—No te preocupes. No está enojada. —Revisó las cunas—. Es que no tiene
idea sobre esto y, para ser sincera, yo tampoco. —Su nariz se arrugó en una
franca sonrisa—. Y bien, ¿qué piensas? ¿Qué sería bueno para regalar a una
nueva madre?

El comerciante se relajó un poco, aunque mantuvo un ojo en la cercana figura


alta de Xena.

—Bien, mi señora —dijo—. Seguramente una cuna sería suficiente, pero como
dijo su Majestad, creo que el Duque ya se habrá hecho con una antes. ¿Qué
hay de...? —Miró hacia abajo en la fila—. Ah, tal vez una manta para el bebé.

Él se volvió.

—Brachus, estate aquí y ocúpate del puesto —le ordenó a un chico joven que
merodeaba cerca de él—. Mientras ayudo a su gracia aquí.

—Sí papá. —El chico le dirigió a Gabrielle una sonrisa tímida.

Gabrielle siguió al mercader hasta el puesto del tejedor, respirando


profundamente el aire fresco lleno de humo de leña de la periferia. En la
fortaleza, sabía que los grandes fuegos de la cocina estarían ya en marcha, y
los esclavos estarían ocupados preparándose para servir la cena.
El patio interior había tomado la apariencia de una feria, ya que, estaba lleno,
tanto de vendedores locales como de visitantes de toda la campiña y los
alrededores. Podía ver cosas exóticas que atraían su atención, un destello de
joyas de plata aquí, el toque de sol en un plato de cobre bellamente
trabajado allá.

Ella tenía dinares en su bolsa de cinturón. También sabía que realmente no


tenía que usarlos, pues cualquiera en la fortaleza le daría lo que fuera que
deseara por ser quien era.

O más exactamente, lo que era.

Se detuvieron frente a los tejedores y el comerciante de cunas se apresuró a


entablar conversación con el anciano artesano, apoyado en posición
inclinada mientras indicaba una hermosa manta tejida sobre el soporte del
puesto.

Gabrielle lo tocó, encontrándolo increíblemente suave. Era un color bonito,


una mezcla entre rojo y azul y de un tejido fino.
12
—Es realmente agradable.

—Gracias, su gracia —dijo el tejedor bruscamente—. Sería agradable para un


bebé. El clima frío se acerca. —Él miró hacia el techo—. Va a ser una
temporada de invierno difícil.

Gabrielle sintió la tela entre el pulgar y los dedos.

—¿Las ovejas tienen mucha lana este año? —Lo miró a los ojos.

Sus cejas se arquearon en sorpresa.

—Ay su gracia —dijo—. ¿Lo has oído entonces?

—Lo recuerdo. —Gabrielle negó con la cabeza un poco, pero sonrió—.


¿Cuánto? —Dirigió su atención a la negociación en cuestión—. Pero no
perdamos demasiado tiempo, creo que Xena se está impacientando.

Xena examinó una tira de cuero, manteniendo un ojo azul sobre su


acompañante mientras se movía de un puesto al otro y comenzaba a
regatear.

—¿Puedo regalarle eso, su Majestad? —El curtidor se inclinó—. Tuvimos un


buen año este año. Buenas pieles.
La reina le dio la vuelta al cuero y pasó dedos conocedores sobre él. Era
flexible y no tenía marcas, y estaba teñida de un rico color dorado.

—Parece que todos tuvieron una buena temporada. —Echó un vistazo


alrededor.

El curtidor asintió de inmediato.

—Ha sido un buen año. He estado escuchando eso mucho. —Se aclaró la
garganta—. Un montón de forasteros aparecieron por el camino.

—Mm. —Xena miró furtivamente hacia donde su consorte estaba


concluyendo su regateo—. ¿Puedes tallar mi escudo en esto, hacer un
cinturón? —preguntó—. Por todas partes, así. —Trazó un diseño en el cuero.

—Seguramente. —El curtidor agarró el final de la pieza—. ¿En negro, su


Majestad? ¿Así como son sus colores?

Xena asintió, acercándose para bloquear la vista de Gabrielle.

—Sí. Toma. —Le entregó una moneda de oro—. No se lo cuentes a nadie, ¿de 13
acuerdo?

—¿Su Majestad? —Los ojos del curtidor saltaron ante la moneda que
descansaba en su mano—. Pero... esto es demasiado... —Cerró sus
mandíbulas mientras una daga le hacía cosquillas en la nariz.

—Cállate y hazlo —susurró Xena—. Haz que alguien me lo traiga, ¿vale?

Él asintió con cautela.

—Bien. —Xena se enderezó y se volvió, alejándose para encontrar a Gabrielle


mientras se acercaba—. ¿Has terminado?

—Síííí. —Gabrielle trató de mirar más allá—. ¿A que venía eso?

—No te preocupes. Tengo una idea para un regalo para el imbécil de mi


heredero. —Xena pasó el brazo por el hombro de Gabrielle y la condujo hacia
la gran calzada nueva que acababan de colocar y que terminaba en la
entrada del palacio—. ¿Qué tal si le envío todo el estiércol que salga durante
el invierno de los establos?

Gabrielle hizo una mueca.


—Xena.

—¿Sabes cuánto vale eso, defensora de ovejas?

—¡Lo sé, pero es asqueroso! —Gabrielle deslizó su brazo alrededor de la cintura


de Xena y la abrazó—. ¿Por qué no les das algo bonito, como un carruaje? —
Xena puso los ojos en blanco—. O tal vez una bonita cama. Estoy segura que
podrían usarla.

—Estoy segura que saben cómo usar la que tienen, Gabrielle. ¿De dónde
crees que vino el niño?

—Bien. —Gabrielle se rascó la nariz—. No tenían por qué usar la cama —dijo—
, después de todo…

Xena se cubrió la boca con la mano libre mientras atravesaban la doble fila
de guardias hacia el palacio.

—Está bien —dijo—. Una cama. ¿Por qué Hades no? —llamó por encima del
hombro—. ¿Meridus? ¡¡Lleva al fabricante de muebles a mi sala de audiencias
antes que yo llegue allí o te vas a enterar!! 14
—¡Majestad! —Unos pasos se alejaron corriendo.

—¿Contenta? —Xena retiró su mano.

Gabrielle la abrazó de nuevo.

—Eres tan maravillosa —exhaló—. No puedo esperar para contar esa nueva
historia sobre ti en el banquete. —Xena gruñó como un cerdo pateado—.
Prometo que dejaré fuera la parte sobre las flores.

Xena dejó que su espada descansara sobre su hombro, tomando algunas


respiraciones profundas mientras sentía el sudor gotear por su espalda.

A pesar de la brisa fresca que entraba por las ventanas, estaba sudando
como un pollo cuando el sol se sumergió bajo el horizonte y la luz dentro de su
cámara de prácticas cambiaba de dorado a púrpura crepúsculo, mientras se
abría camino yendo y viniendo, repasando los intrincados movimientos que
afinaban sus habilidades.
La estancia estaba vacía esta vez, extrañando a su compañera de práctica
habitual. Era solo ella, y su espada, y el suelo de piedra, nada que la estorbara
de los ejercicios de precisión, y ahora hacía una pausa para extender
cuidadosamente sus brazos, con las manos unidas en su empuñadura mientras
estiraba su cuerpo.

Estaba contenta de no sentir ni una punzada en la espalda. Eso había costado


mucho trabajo cuando había regresado de la guerra, largas semanas en las
que había tenido miedo de hacer grandes esfuerzos, temerosa de acabar
postrada en la cama.

Por no mencionar el dolor.

Pero, por una vez, se lo había tomado con calma, y el resultado fue que su
columna vertebral torcida volvió a unirse y respondió bien al régimen de
cauteloso fortalecimiento que se había aplicado a sí misma.

Definitivamente un alivio. Soltó una mano y extendió sus brazos hacia afuera,
girando su espada al hacerlo, de modo que atrapó la luz de la antorcha que
se deslizó sobre la flexión de músculos en sus hombros. Podía verse en el espejo 15
contra una pared, sus ojos estudiando críticamente su forma mientras se
movía.

—Cabra vieja. —Apuntó con su espada a su reflejo. Luego giró la espada, y se


lanzó hacia arriba en el aire, volteándose hacia atrás y aterrizando, luego
rebotando en un giro hacia adelante mientras maniobraba la hoja en un
patrón a su alrededor.

Escalofriante, y ocasionalmente doloroso cuando se golpeaba a sí misma en


la pierna. Pero esta vez no lo hizo, y extendió el ejercicio a un lado, moviéndose
en un círculo lento, en largos pasos que contrarrestaban los rápidos y mucho
más apretados círculos del trabajo de la espada.

Le gustaba ese contraste, la sensación deslizante y la frenética torsión de sus


muñecas, a la vez elegante y mortal, mientras se desplazaba de un lado de la
sala de prácticas al otro, pasando por el espejo y viéndose a sí misma en
movimiento.

Las antorchas la delinearon en rojo. El cielo se había vuelto negro y su espada


atrapaba las llamas en un extraño y espeluznante contorno.
Y entonces Xena escuchó un sonido detrás y pasó de una fascinación lúdica
a una seriedad mortal en un suspiro, girando en un latido del corazón y
barriendo la hoja frente a ella mientras sus ojos y otros sentidos buscaban lo
que fuera que hacía el ruido.

Hizo una pausa, inmóvil, solo sus ojos parpadeando de una esquina a la otra.
La cámara estaba vacía. Después de un momento, avanzó, buscando en las
paredes de roca, y en cada esquina, buscando lo que había hecho ese ruido
que a sus oídos parecía que fuera un cuerpo cambiante.

Una bota, contra piedra, paño contra el obturador de madera. Se hizo eco en
su mente cuando dejó que sus fosas nasales se encendieran, atrapando la
brisa y buscando un aroma que coincidiera con el sonido.

Pero el viento solo le trajo el humo de leña y el olor fresco de la piedra, sin
ningún matiz viviente.

¿Se lo había imaginado?

Xena se relajó, pero caminó por el borde de la cámara, desde la única puerta
16
que conducía a la escalera circular que rodeaba el lado más largo de la
estancia, pasando por las dos gruesas ventanas y más allá del corto extremo
donde estaban colocados sus diversos medios de entrenamiento, y por el
frente, con su espejo y dos ventanas más anchas.

Vacío.

Xena hizo una pausa y dejó que su espada descansara en su hombro otra vez
mientras estaba de pie en el centro de la cámara y giraba en un lento círculo.

El espejo reflejaba su espalda, una figura alta vestida con una túnica gris
oscuro sin mangas y botas hasta la rodilla, con la piel bronceada del verano y
un cuerpo ágil y sobrio. Intimidante, excepto por la expresión distinta y perpleja
en su rostro mientras hacía un circuito más por la cámara.

»No puedo habérmelo imaginado —dijo finalmente en voz alta—. No tengo


imaginación. —Golpeó su espada contra su hombro y cuidadosamente dio
un paseo alrededor del perímetro otra vez, aspirando profundamente el aire
y escuchando con atención.

Un poco de polvo le hizo arrugar la nariz. Podía escuchar el leve roce de sus
propias botas contra la piedra, y un suave ruido mientras algunas piedras se
asentaban en los tejados de afuera. El aire no tenía ningún matiz a
humanidad, ningún almizcle revelador de piel o cuero, no había un regusto
metálico de armadura o incluso el aroma de las ratas que corrían por las vías
traseras o los gatos que las perseguían.

Hm.

Se acercó a la ventana y miró cautelosamente, mirando hacia arriba y hacia


abajo de la pared para ver si había alguien aferrado fuera.

Luego cruzó al otro conjunto de ventanas y miró allí. Como era de esperar,
dado que su cámara de práctica estaba en la parte superior de una de las
torres de guardia, con nada más que roca dura y tierra batida para caer, no
había asesinos aferrados ni nada en las paredes.

Insatisfecha, volvió a dar vueltas por la sala, esta vez llevando una antorcha y
escudriñando el suelo.

Nada.

Lejos, una campana sonó.


17
Después de un circuito más, Xena se dio por vencida y se dirigió al estante en
una pared, recogió un paño grueso, limpiando el sudor de la empuñadura de
su espada y frotando la hoja, manteniendo sus ojos en la tarea y sus otros
sentidos en el filo de la navaja, esperando.

Pero lo único que escuchó fue su propio ritmo cardíaco suave y su respiración,
y los sonidos de la fortaleza preparándose para la cena muy abajo.

Finalmente, con un suspiro, deslizó la hoja en la vaina de su espalda,


limpiándose las manos con la tela antes de doblarla y ponerla de nuevo en el
nicho. Una última mirada alrededor de la cámara, y abrió la puerta tirando
del pesado portal y se deslizó a través de él, hasta el rellano de la escalera de
la torre vacía.

Aquí solo las antorchas se agitaban suavemente, colocadas en la pared por


la guardia mientras trabajaba dentro de la estancia. Bajó los escalones
rápidamente, aunque con el ruido suficiente como para que el guardia la
oyera y abriera la puerta inferior cuando llegaba al final.

—Su Majestad. —Los guardias se llevaron los puños al pecho en un saludo


casual.
Xena les hizo un gesto informal y continuó por la antecámara, pasando las
puertas de lo que había sido, durante mucho tiempo, su alojamiento personal.
Caminó por el tramo de escalones más largo que conducía al pasillo central,
luego cruzó el gran espacio abierto que era la gran entrada formal.

Era mucho más animado estos días, notó la reina. Las oscuras y colgantes
cortinas habían desaparecido, reemplazadas por escenas brillantes y recién
tejidas que mostraban las tierras que rodeaban la fortaleza, prósperas y bien
cuidadas.

La propaganda de Gabrielle. Xena sonrió para sí misma. No es que no fuera


cierto, al menos este año, pero los ahorcamientos tenían el objetivo de
convencer a los nobles de que estaban mejor con ella que sin ella.

Y eso también era bastante cierto. Xena miró hacia la entrada de la gran sala
de banquetes, detrás de las puertas cerradas tras las que podía oír los golpes
y ruidos de los sirvientes al ponerse en marcha, y sus oídos también captaron
el murmullo de las voces en el vestíbulo inferior, sin duda sus bien vestidos
gorrones esperando su avituallamiento.
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—Hmph. —Xena se desvió hacia la izquierda y subió por el corto tramo de
escaleras hacia sus actuales estancias, los guardias se hicieron a un lado para
abrirle las grandes puertas cuando se acercó—. Gracias chicos.

—Su Majestad —respondieron juntos.

Xena atravesó las puertas y cruzó su cámara exterior, desabrochándose el


cinturón alrededor de su cintura mientras se dirigía a la sala de baño.

Un golpe la hizo detenerse.

—¿Sí? —Se giró y se dirigió a la puerta ahora cerrada.

Se abrió, y Stanislaus asomó la cabeza.

—Su Majestad —dijo—. ¿Quizá tenga un momento para mí?

Xena hizo esperar la respuesta.

—Un momento —admitió finalmente, indicándole que entrara—. Pero hazlo


rápido. Hay un baño llamándome.

Stanislaus entró y se acercó.


—Gracias, su Majestad. Solo quería informarle sobre los planes del festival y
obtener su aprobación para un pequeño tema.

Xena retiró su espada de sus presillas en su espalda y fue hacia el cofre de


armas. La dejó sobre la superficie de madera.

—¿Has ejecutado los planes de la rata almizclera? —Sin volverse a mirar, no


tuvo ningún problema para imaginarse la mirada agria en el rostro de su
senescal—. ¿Y bien?

—Justo han sido finalizados, su Majestad.

Xena miró por encima del hombro.

—Haz que les dé el visto bueno, luego hablaremos —dijo—. Además, ella sabe
lo que me gusta más que yo.

—Pero…

Xena entornó los ojos.


19
—Estoy sudada, dolorida y tengo una espada en mis manos. Estoy segura que
no quieres molestarme ahora mismo, ¿verdad?

Stanislaus suspiró.

—No, su Majestad no quiero molestarla en ningún momento. Iré a buscar a su


consorte y lo consultaré. —Dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta—. Si
pudiera dedicarme un momento de entre todas sus lecciones —añadió en voz
baja—. Especialmente de esos persas.

A rabiar. Xena vio cómo se cerraba la puerta y sonrió, girándose para volver
a colocar su espada en el banco y comenzar a desabrocharse la túnica.
Stanislaus nunca había superado lo de Gabrielle y sus orígenes pobres,
esclavos y campesinos.

Por supuesto, él se negó a reconocer que los orígenes de Xena eran más o
menos los mismos. La reina se dejó la túnica medio desabrochada y agarró un
odre de vino, lo llevó a una de las cómodas sillas mecedoras que su consorte
había encontrado y se sentó para relajarse durante una media marca de vela
mientras esperaba que Gabrielle volviera de...

Espera.
La reina ladeó la cabeza hacia un lado.

—¿Lecciones de los persas? —le preguntó a la estancia vacía—. ¿Qué Hades


está aprendiendo de ellos?

Gabrielle colocó con cuidado la pequeña arpa de regazo dentro de su bolsa


de transporte, y flexionó la mano, con los dedos un poco doloridos por la
marca de vela que había estado tocando.

—Ya sabes, si sigo practicando con esto, podría ser capaz de tocar una
canción. —Miró a Jellaus—. Para el próximo verano.

El juglar se rio de ella.

—Ah, Gabrielle. No eres tan mala, de verdad.

—Sí, lo soy. —Gabrielle se sentó en el banco, una tabla de madera desgastada


en los huecos por todos los estudiantes que se habían sentado allí antes que 20
ella—. Pero gracias por aguantar mi intento.

Jellaus se sentó junto a ella.

—He tenido que enseñar a peores —dijo—. Aunque piensas que solo lo digo
para halagarte. —Él le sonrió—. Y ningún otro estudiante me devuelve las
lecciones como tú.

Gabrielle produjo una breve sonrisa en respuesta.

—¿Tienes algunas canciones nuevas para el festival de la cosecha? —cambió


de tema—. Estoy deseando que llegue. Hay mucha gente aquí. ¿Has visto a
todos esos mercaderes?

El trovador subió una bota y rodeó su rodilla con ambas manos.

—Tengo algunas canciones nuevas, sí —dijo—. Dos baladas, ya sabes, y


algunas más cortas un poco divertidas. Pero siento... —Él la miró de reojo—. En
mis huesos siento que será en un invierno difícil. No estoy seguro de por qué.

—Escuché eso hoy de los vendedores. —Gabrielle se pasó los dedos por el
pelo y se lo quitó de la frente—. Chico, tengo que cortar esto —murmuró—.
Me alegro que hayamos tenido una buena cosecha.
—Su Majestad estaba complacida. —Jellaus asintió—. Sus nobles no
escatimaron esta vez, quizás recordaron el comienzo de la temporada cálida,
cuando tantos lo hicieron.

Eso era cierto. Gabrielle había visto las caravanas que entraban, los carros
llenos de productos y los frutos de la cosecha de la tierra enviados en tributo
a la reina.

¿Los nobles tenían remordimientos de conciencia?

Estudió el perfil angular de Jellaus.

¿O se habían dado cuenta, de una manera muy gráfica, que su reina era, de
hecho, la principal cosa que se interponía entre la tierra y sus enemigos?

Xena había derrotado a un ejército persa más grande y mejor armado.


Gabrielle lo sabía, después de todo, había estado allí junto con la reina
durante la guerra. Xena había estado a la altura de su reputación, y ahora
tenía la sensación que los nobles y el resto de la gente que los rodeaba se
habían dado cuenta, que tal vez, tenían algo que era realmente especial y
21
valía la pena doblar sus rodillas por ella.

Otras partes de la tierra, más allá de sus fronteras, habían enviado emisarios
durante todo el verano, pidiendo comercio, asesoramiento ... y protección. A
cambio, habían enviado tributos, estos nuevos y extraños carros que viajaban
por las tierras más cercanas a la fortaleza marchaban orgullosos, felices de ser
parte del reino de Xena.

Han cambiado algunas actitudes, razonó.

—Vi esos barriles y barriles de pescado salado de la ciudad portuaria —dijo—.


Xena dijo que, si no terminan de comerse, sabía cómo convertirlo en
fertilizante.

Jellaus se rio.

—Es bueno ver a su Majestad con buen humor —dijo—. Esperaba poder
convencerla para que se uniera a mí, en una de mis pequeñas canciones en
el banquete dentro de dos días.

—Oh. No lo sé. —Gabrielle hizo una mueca—. La verdad no le gusta cantar


delante de la gente. Apenas puedo lograr que lo haga para mí.
El trovador suspiró.

—Yo se lo preguntaré. —Se ofreció Gabrielle—. Creo que piensa que, si hace
cosas así, la gente pensará que es... no sé. Se avergüenza.

—Ella gobierna con un puño cerrado —dijo Jellaus con tono tranquilo—. Al
cantar muestra una mano abierta y tal vez tiene miedo que se la considere
débil por eso —suspiró de nuevo—. Y es una pena porque tiene una voz tan
hermosa.

—Si que la tiene —confirmó Gabrielle—. Pero ya sabes, después de todo lo


que he visto aquí, entiendo por qué piensa eso. La gente generalmente toma
todo lo que puede, Jellaus. Solo se frenan porque le tienen miedo. Lo entiendo.

—Pero no lo tienes.

—¿De ella? —Gabrielle se levantó y colgó su bolso de arpa sobre su hombro—


. No. Pero a veces me da miedo por ella. —Su rostro se tensó un poco—. Es tan
valiente y tan sincera... desearía que todas las personas a las que gobierna le
dieran tanto de sí mismas como hace con ellos.
22
Jellaus la estudió.

—No ven ese lado, Gabrielle. Incluso la mayoría de los que la hemos atendido
durante tantos años no lo han hecho.

—Lo sé.

—¿Vas a contar algunas historias? —preguntó Jellaus—. Tal vez puedas


hacerles entrever un poco de lo que tú ves, aunque sé que su Majestad
prefiere que hables de los demás.

Gabrielle suspiró. Aunque Xena había disfrutado furtivamente que contara


historias sobre la valentía de la reina al principio, últimamente no había estado
tan entusiasta al respecto.

—¡Piensa que la hago parecer como un personaje de fantasía, pero no lo


hago, Jellaus! ¡Yo solo cuento la verdad!

—Bueno…

—Dice que cree que tiene que estar a la altura de mis locas historias —dijo
Gabrielle—. Pero no son locas. Ella realmente hace todas esas cosas increíbles.
—Bueno, ya sabes, Gabrielle, ha pasado muchos años perfeccionando su
reputación como una persona muy dura y violenta —dijo Jellaus—. Para que
ahora tú le cuentes a la gente, que salvó a esta persona y le dio algo a esa
otra. Es difícil para ella dejarse ver de esa manera, y es difícil para aquellos que
han experimentado su puño aceptarlo. —Gabrielle suspiró—. Solo llevará algo
de tiempo. —El juglar le dio unas palmaditas en la rodilla—. Sé paciente,
pequeña. Tú has tenido una ventaja sobre ellos.

—Me enamoré de ella. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. Cambia un poco tu


perspectiva, ¿sabes? Es realmente difícil pensar cosas malas sobre alguien
cuando lo único que quieres hacer es abrazarla.

Jellaus se rio suavemente.

—En cualquier caso, debería ser un festival de la cosecha muy bueno. Estoy
deseando que llegue. Hay muchos juglares viniendo, ya sabes. Algunos ya han
llegado y están fuera de las puertas. Yo mismo partiré después de la cena para
reunirme con ellos y tener una buena “jam”1.

—¿Una “jam”? —Las cejas de Gabrielle se contrajeron—. ¿No es eso lo que 23


pones en el pan?

—Lo es —dijo Jellaus con una sonrisa—. Pero también es como lo llamamos
cuando nos juntamos y sencillamente tocamos música por el gusto de todos.

—Oh, guau. Eso suena divertido —dijo Gabrielle con tono melancólico—.
Espero que te lo pases muy bien.

—Escucha en la noche. —El juglar ahuecó su oreja—. Si das un paseo hasta


arriba de la torre, deberías escucharnos.

—Lo haré. —Gabrielle se dirigió hacia la puerta—. Nos vemos luego, Jellaus...
podemos ponernos al día de nuevo en la cena. —Se escabulló por la puerta
y la dejó cerrar detrás, dejando al juglar allí, con una sonrisa todavía en su
rostro.

1
N. C. Jam.- La traducción en español sería tanto para definir una sesión improvisada de música, como para
denominar a la mermelada. Pero para que no pierdan el sentido estas frases, se ha decidido dejarlo en el idioma
original.
Xena se deslizó en el agua caliente con un suspiro, extendiendo sus largas
piernas a lo largo de la superficie de mármol y estirando sus brazos sobre los
bordes de la bañera. El calor del agua penetraba su piel y comenzó a aliviar
sus músculos cuando oyó que la puerta del pasillo exterior se abría y se cerraba
de nuevo.

Nadie en su reino se hubiera atrevido a entrar sin su permiso, excepto su


consorte, por lo que Xena no se sorprendió al escuchar su nombre con esa voz
tan tierna.

—Aquí, rata almizclera.

Echó la cabeza hacia atrás cuando se abrió la entrada de la sala de baño y


Gabrielle entró, su cara rosada por el viento y su cabello desordenado.

—¿Dónde has estado? —preguntó la reina—. ¿Has salido a cabalgar?

—No, solo he cruzado el patio. ¡Hace mucho viento fuera! —Gabrielle se


apoyó en el borde de la bañera—. Pero es genial. ¡Puedes oler todo el humo
del fuego, y los árboles y todo!
24
—Y el estiércol de caballo. —La reina estuvo de acuerdo—. ¿Te encontró
Stanislaus? —Gabrielle hizo una mueca y Xena se rio maliciosamente—. Espero
por Hades que le hayas hecho pasar un mal rato con cada uno de esos
aburridos detalles a ese idiota del culo.

—No le gusto. —Gabrielle sumergió su mano en el agua—. ¡Oye, está caliente!

—Claro que sí —dijo Xena—. ¿Crees que arrastraría tu desaliñado culo a una
tina fría?

Gabrielle sonrió. Dio un paso atrás y se desabrochó el cinturón.

—He pasado por la cocina. —Se sacó la túnica por la cabeza y la colocó
sobre la cercana percha de ropa.

—¿Y te has comido todo? ¿No me has traído algo, pequeña gamberra? —
Xena le lanzó un poco de agua—. Ser la reina no vale de mucho por aquí,
¿eh?

Gabrielle dejó caer sus botas y se acercó a la enorme bañera, apoyando sus
brazos desnudos en el borde.

—Tú vales por todo para mí —dijo—. ¿Quieres que vaya a buscarte algo?
—¿Así es como vas a ir? —Xena inclinó la cabeza hacia un lado para observar
el cuerpo desnudo de su compañera—. Prefiero morir de hambre.

La cara de la mujer de cabello rubio se rompió en una sonrisa avergonzada.

—Quería asegurarme que tenían todas las cosas que quería para nuestra
cena esta noche —explicó.

—Veo todas las cosas que quiero para la cena aquí. —Xena puso una gota
de agua en su nariz—. Entra. —Gabrielle se dirigió a los escalones que
conducían a la bañera y los subió, se metió en el agua y dejó que el calor se
deslizara por su piel. La bañera era lo suficientemente grande para que media
docena de personas se bañaran, y estaba hecha de mármol y con una forma
que tenía diferentes secciones pequeñas para sentarse. Donde Xena estaba
sentada era lo suficientemente grande para dos personas y vadeó para tomar
su lugar al lado de la reina. Se apoyó contra la pared inclinada y exhaló,
respirando el tenue vapor con su toque de especias. Xena la estudió por el
rabillo del ojo—. Y bien. —Rastreó el perfil sutilmente alargado con
curiosidad—. ¿Cómo fueron tus clases?
25
Gabrielle arrugó la cara.

—Xena, nunca seré capaz de hacer música —suspiró—. Me gusta, tal vez en
años podría ser capaz de tocar una canción que sea muy sencilla.
Simplemente no soy buena en eso.

—¿Por qué estás intentando aprender? —preguntó la reina deslizando un


brazo alrededor y acercándola—. Odio la música.

—No, no la odias.

—Te aseguro que la odio —discrepó Xena—. No me has pillado tratando de


tocar ningún estúpido instrumento, ¿verdad? —Levantó ambas cejas—. Sólo
porque cuentes historias, no significa que puedas tocar ese maldito arpa.

Gabrielle suspiró.

—Lo sé —dijo—. Pero quiero hacerlo de verdad.

—¿Por qué?

—Porque quiero tocarte una bonita canción. —Gabrielle alzó la vista para
encontrar la expresión graciosa que esperaba en el rostro de su reina, una
oscura ceja alzada, una ligeramente bajada, las fosas nasales apenas un
poco acampanadas. Las velas alrededor de la bañera iluminaban su piel con
reflejos oscuros, y el más leve indicio de una sonrisa crispaba esos hermosos
labios—. Todo a tu alrededor debe ser tan bonito como tú.

Incluso a la luz de la vela, podía ver el rubor oscurecer la piel de Xena, y sentir
el calor contra las yemas de sus dedos mientras acariciaba suavemente la
mejilla de la reina.

—Cierra el pico. —Xena la levantó de su asiento y la puso sobre el cuerpo de


la reina, por lo que le era imposible hablar mientras envolvía su mano en la
parte posterior del cuello de Gabrielle y la besaba—. No necesito ninguna
maldita canción. —Gabrielle no iba a discutir eso. Apoyó su cuerpo contra el
de Xena y exploró suavemente el cuerpo de su reina con manos conocidas.
Su piel era más cálida que el agua y, cuando la rozó, y su rodilla se deslizó
entre las de la mujer más alta, se hizo más cálida aún. Nunca convenía discutir
con Xena cuando te estaba besando. Gabrielle sintió como su frustración por
tocar el arpa se desvanecía cuando los dedos de Xena la pellizcaron
juguetonamente. O, realmente, cualquier otro asunto. Agachó la cabeza y le
devolvió el beso, saboreando la respiración entrecortada—. Me han dicho, —
26
Xena relajó sus labios y mordió la oreja de Gabrielle—, que has estado
visitando las mazmorras. —Gabrielle hizo una pausa y respiró hondo. Levantó
la cabeza un poco y observó la cara de Xena, medio oculta en las sombras—
. ¿Es cierto? —Esa ceja oscura se alzó de nuevo, mientras la reina la miraba de
regreso, sus ojos serenamente pensativos.

—Sí.

Xena apoyó sus manos en las caderas de Gabrielle, sus pulgares moviéndose
ociosamente a lo largo de la piel de allí. No parecía enojada, pero había
cierta tensión alrededor de sus ojos que hizo que la garganta de Gabrielle se
secara un poco.

—¿Qué hay tan interesante ahí abajo? —preguntó Xena finalmente—. No


estoy segura que me guste que bajes a esas celdas.

Gabrielle se hizo a un lado y apoyó la cabeza en el hombro de la reina.

—He estado tomando lecciones —dijo después de una pausa—. De algunos


persas.

La ceja de Xena, la más cercana a Gabrielle, se elevó inmediatamente.


—¿Qué?

Su compañera asintió levemente.

—Escuché de los guardias que eran realmente buenos en ciertas cosas... así
que fui allí e intercambié cosas por lecciones.

La reina se acercó y agarró la mandíbula de Gabrielle, levantando la cabeza


para que sus ojos se encontraran.

—¿Lecciones?

Gabrielle asintió de nuevo.

—¿Quieres que te muestre lo que me han enseñado?

Ambas cejas de Xena estaban ahora en su cabello y sus ojos azules eran más
anchos y redondos que de costumbre.

—¿Qué te han enseñado? —preguntó con un gruñido.

—Date la vuelta. —Gabrielle se puso de rodillas y se alejó un poco—. Te lo


27
mostraré.

Las fosas nasales de Xena se ensancharon de verdad.

—¿Qué me dé la vuelta? —Sus ojos se estrecharon—. ¿Qué vas a hacerme?


—Se movió, la forma muscular ondulaba el agua en la bañera mientras
luchaba visiblemente por no reaccionar.

Gabrielle mantuvo su pose sensual por un momento más, luego sonrió.

—Vamos, Xena. ¿Qué crees que te voy a hacer? ¿Azotarte?

La reina la miró atentamente por un momento, luego cambió bruscamente


de posición y le dio la espalda a su compañera.

—Adelante —resopló—. Haz lo que quieras. Lo disfrutaré. —Apoyó los brazos


cruzados en el borde de la bañera y esperó mientras la brisa agitaba las llamas
de las velas.

Gabrielle sonrió cariñosamente a la hermosa espalda, teñida de un dorado


rojizo a la luz del fuego. Se acercó y se colocó detrás de la reina, extendiendo
la mano lentamente y tocándola.
Sintió la tensión instantánea bajo sus dedos y el cambio de la forma poderosa
que, aunque aparentemente relajada, nunca lo estaba del todo.

Incluso dormida, Xena no lo estaba. Gabrielle bajó las manos a la base de la


columna vertebral de su acompañante y luego, elevándose un poco fuera
del agua, presionó suavemente hacia abajo, moviendo los dedos como los
persas le habían enseñado.

Xena gruñó suavemente.

Cerrando los ojos, Gabrielle podía sentir el hueso bajo sus manos, la tensión en
los músculos a su alrededor mientras los trabajaba para que se relajaran,
aflojaran y realinearan, avanzando lentamente por la columna de Xena.

Había nudos, los trabajó con cuidado, recordando el dolor que había sufrido
la reina no hacía mucho tiempo. Aunque sabía que había reanudado sus
ejercicios, también sabía que dejaban atrás sus propios dolores, y ahora,
mientras masajeaba y sondeaba, podía sentir la rigidez en el largo torso de
Xena relajándose.
28
Cuando llegó a los hombros, pudo ver los ojos de la reina cerrados, una leve
sonrisa en su rostro y sonrió, contenta de haberse tomado el tiempo de
persuadir a los persas de que le enseñaran el intrincado masaje, después de
haber visto a uno de ellos haciéndoselo a otro a través de la tosca reja de las
paredes de la mazmorra.

—¿Ves? Esto no es tan malo, ¿verdad?

Sintió los huesos en la parte superior de la columna vertebral de Xena, donde


se encontró con su cuello encajándolo en su lugar, y escuchó el débil sonido
mientras la reina exhalaba.

—No está mal —murmuró la reina—. Maldición, eso se siente bien.

Gabrielle sonrió, sin ser vista, mientras seguía trabajando.

—Pensé que te gustaría. ¿Quién te dijo que estaba allí abajo? Stanlislaus,
¿verdad? —Xena gruñó—. Él me vio subir los escalones el otro día y se volvió
loco. —Gabrielle puso los pulgares sobre las puntas de los omóplatos de Xena
y presionó suavemente. Xena gruñó de nuevo, un sonido ligeramente más
bajo con una inflexión diferente—. Quiero decir, después de todo, tenía dos
guardias conmigo. Y todos estaban detrás de esos barrotes y esas cosas, y me
llevó una eternidad hacer que me mostraran cómo lo hacían. —Levantó sus
manos y amasó el cuello de su reina—. Todos esos agarres y esas cosas.

Entonces, un ojo azul se abrió y la miró.

—¿Te enseñaron a hacer esto?

Gabrielle asintió.

—Lo cambié por historias —dijo—. Y algunas galletas.

—¿Galletas?

—No de las que te gustan.

Otro gruñido.

—Lo pillaste bastante rápido.

—Bueno sí. —Gabrielle frotó los pulgares en suaves círculos a cada lado de la
columna vertebral de la reina—. Tuve algunas buenas prácticas.
29
—¿Practicaste esto en algún sudoroso rehén persa? —El ojo azul la miró
bruscamente—. Me alegro de haber afilado mi espada antes de acabar mis
ejercicios.

—Bueno... no exactamente. —Gabrielle se inclinó hacia adelante y la besó en


la parte posterior de su cuello.

—¿No exactamente? —Xena tamborileó con los dedos de una mano en el


borde de la bañera.

—Bueno Xena, de verdad. Tenía que practicar —admitió Gabrielle. Masajeó


los músculos fuertes y arqueados en la parte superior de los hombros de la
reina, presionando sus pulgares y retorciéndolos un poco como le habían
enseñado—. Quiero decir que tienes que hacerlo.

—¿Siiii? —dijo Xena—. Entonces, ¿con quién practicaste? Vamos Gabrielle.


Suéltalo. Hoy estoy de humor para patear algunos culos.

—Xena, no seas mala.

—Y quieres decir... ¿Qué exactamente?


—¿Cómo crees que me sentiría si supiera que alguien es lastimado porque me
enseñaron algo? —protestó Gabrielle, bajando por los largos brazos de Xena—
. No le pegas a Jellaus porque me enseñe a tocar el arpa.

—Tocar el arpa no requiere tus dedos en el cuerpo de otra persona —dijo Xena
sin rodeos—. Así que escupe los detalles, rata almizclera.

—Xena.

—Rata almizclera. —La voz de Xena se elevó, tomando un indicio de su


voluntad de acero cuando el tono se hizo más profundo, y comenzó a
moverse inquieta mientras el cuerpo de su consorte presionaba
inesperadamente contra el de ella—. Te lo advierto…

Su compañera rubia se acercó aún más y puso los labios junto a la oreja de
Xena.

—Me hicieron practicar con un cerdo.

El tamborileo se detuvo. Xena muy lentamente giró la cabeza, casi llegando


nariz a nariz con Gabrielle y haciendo que ambas cruzaran los ojos. 30
—¿Un cerdo?

—Un cerdo.

—Un cerdo, como en... —La reina hizo una pausa.

—Oink, Oink. —Gabrielle hizo un ruido sordo—. Oink, oink, oink. —Xena
comenzó a reír, sus hombros se sacudían en silencio. Gabrielle la besó en la
mejilla—. Ninguno quería perder sus manos. —Abrazó a Xena envolviendo sus
brazos a su alrededor por detrás apretando—. En realidad, tenían un poco de
miedo hasta de hablar conmigo.

—Un cerdo. —La reina ahora se estaba riendo tan fuerte que estaba haciendo
olas en la bañera—. Jajajajajajajajajaja.

—Un gran cerdo blanco y negro —dijo Gabrielle—. Con una nariz rosa.

—Un cerdo. —Xena se rio, su risa se convirtió en un raro retumbar audible—.


¿Estabas sentada en mi mazmorra masajeando un CERDO?

—Arrodillada. —Gabrielle flexionó sus manos—. Tienes un mejor agarre de esa


manera. —Besó el cuello de Xena y le mordió suavemente el lóbulo de la oreja.
—Entonces, ¿cómo me comparas?

—¿Comparar? —Gabrielle levantó la vista de su mordisco aleatorio—.


¿Comparar con qué?

—Con el cerdo. —La reina rodó en el agua, agarrando a Gabrielle y haciendo


que las dos se hundieran en el agua, enviando una onda por encima del
borde hasta el suelo—. ¡Oink!

Gabrielle salió a la superficie, balbuceando.

—¡Xena! —Se agachó cuando la reina metió su brazo en el agua y lo envió en


su dirección—. ¡No eres PARA NADA como un cerdo! —Retrocedió lejos de la
forma desenrollada de Xena, pero tenía un espacio limitado para trabajar y
se encontró envuelta en largos y húmedos brazos.

—¿No lo soy? —Xena se puso de pie, tirando de ella hacia arriba hasta
emerger a la fresca brisa que entraba por la ventana.

—No. —Gabrielle lamió suavemente unas gotitas de su pecho—. Eres hermosa.


31
Ah.

Xena sintió que su cuerpo se relajaba, la ira repentina e inquietante


desapareció. Era posesiva y lo sabía, aunque confiaba en Gabrielle más que
en cualquier otra persona en su vida, aun así, era quien era, y estaba bien que,
al parecer, todos se dieran cuenta.

Incluso sus prisioneros. Quienes aparentemente tenía algunas habilidades de


las que no se había dado cuenta.

—Vamos. —Xena salió a borbotones de la bañera por encima del borde,


bajando por los escalones de mármol y cruzando la sala de baño hasta donde
un par de toallas blancas y limpias esperaban. Tomó una y comenzó a secarse,
solo para detenerse cuando Gabrielle le envolvió con su propia toalla
alrededor del cuello y comenzó a usar ambos extremos para hacerlo por ella—
. ¿Qué estás haciendo?

—Secarte. —Gabrielle retiró suavemente las gotas de agua, viendo una ligera
ondulación de piel de gallina en la piel de Xena.

Xena correspondió amistosamente, despeinando el cabello pálido de


Gabrielle. Su espalda se sentía bien, la persistente rigidez de sus ejercicios
había desaparecido, y ahora que la pregunta de que alguien más era el
receptor de la atención de su compañera de cama había sido resuelta,
estaba empezando a esperar con ganas el atardecer.

Una tarde de paz, antes de que comenzara la fiesta de la cosecha, cuando


tendría que ponerse sus vestidos reales y presidir los banquetes en su gran
salón, y en general aburrirse sin sentido durante unos días.

Pero esta noche solo tenía la cama grande y suave, Las atenciones de
Gabrielle y esas manzanas asadas por delante de ella.

—¿Así que hiciste más compras?

Gabrielle envolvió la toalla alrededor de ambas poniendo sus cuerpos en


contacto cálido.

—Tal vez. —Sus ojos brillaron.

—¿Me has comprado regalos? —Xena desistió de las toallas y deslizó sus
manos sobre la piel de Gabrielle, sintiendo como sus entrañas se encendían.
32
—Tal vez.

Xena colocó sus brazos sobre los hombros de Gabrielle e inclinó su cabeza
mientras se besaban, saboreando el contraste del aire frío del otoño y el calor
sensual cuando Gabrielle presionó contra ella. Se quitó la tela que Gabrielle
sostenía y la arrojó al borde de la bañera.

Salieron de la sala de baño intercambiando el mármol frío por las cálidas y


gruesas alfombras que se alineaban en el suelo de la cámara de dormir. El
fuego estaba ardiendo en la chimenea, y las velas estaban encendidas en las
cuatro esquinas, y en la cabecera de la gran cama, delineando todo en ricos
tonos dorados y rojos.

Muy acogedor y hogareño.

Xena lo reconoció con ironía. El espacio que una vez estuvo desnudo, casi frío,
se había convertido en un lugar agradable para pasar el tiempo, con las
alfombras de piel de oveja en el suelo y la ropa de cama colorida que
Gabrielle había encontrado, en algún lugar, mientras hurgaba por el castillo.
Las ventanas que una vez habían sido estériles y austeras, ahora estaban
cubiertas por cortinas, de modo que podían tapar el sol si querían, aunque no
es que se hubieran permitido dormir en sus aposentos.

Mucho.

Escondido en una esquina estaba el pequeño escritorio que usaba Gabrielle,


con su pila de pergaminos y plumas, y su último proyecto escribiendo la historia
del reino de Xena. Al principio, Xena no había estado muy segura de querer
que se escribiera, pero a medida que fue persuadida de dar todos los detalles,
descubrió que se estaba calentando con el tema.

Gabrielle la tomó de la mano, la arrastró hacia la cama y se tumbaron sobre


la superficie blanda. Xena se estiró cuando sintió manos familiares tocarla,
saboreando el conocido compañerismo. Su cuerpo reaccionó de inmediato,
sus hombros se hundieron en la ropa de cama de plumas y se abandonaba a
la atención.

Una buena manera de acabar la tarde.


33
Enredó sus dedos en el cabello de su consorte y se permitió un beso, sintiendo
que su respiración se hacía irregular cuando Gabrielle deslizó una mano
casual por el interior de su muslo.

O una buena manera de comenzar una noche llena de hedonismo.

Un suave mordisco en su pecho, y dejó de pensar en eso. Envolvió con su


mano alrededor de la caja torácica de Gabrielle, y se dejó perder en el
placer.

En efecto, una noche de hedonismo.

Gabrielle fue hasta el borde de la pared del centinela y miró hacia el gran
patio, donde todo estaba bullicioso a pesar de la hora relativamente
temprana. Las grandes puertas de la fortaleza estaban abiertas y el espacio
dentro de las paredes ya se estaba llenando de gente.

Era un hermoso día. El sol se había levantado en un cielo azul claro y el aire
era rico con el olor de lonas, personas y animales. Podía escuchar a los músicos
tocar a lo lejos, y se preguntó si Jellaus había tenido su “jam”.
Casi podía sentir la alegría en el aire. Eso era nuevo para la fortaleza de Xena,
al menos en su corta experiencia. La gente estaba feliz. La cosecha había sido
buena, el reino estaba en paz, tenían una buena temporada de cría... tan
diferente de la primavera.

Escuchó pasos detrás y se volvió, para encontrar a Brendan acercándose. Iba


vestido con su habitual túnica con el sello de Xena y estaba sonriendo.

—¡¡Buena cosecha!!

—Sí, muchacha, y sin duda es un buen comienzo para la cosecha —la saludó
Brendan—. Mucho mejor para mí ya que he tenido noticias hoy, mi hija dio a
luz a su primer hijo, un pequeñuelo, y yo soy abuelo.

—¡Oh Brendan! —Gabrielle saltó hacia adelante y le dio un abrazo—.


¡Felicidades! —Había sabido, de una manera vaga, que Brendan tenía una
hija, pero pensó que lo había oído decir, antes de que no tuvieran mucho
contacto.

—Sí. —El viejo soldado parecía satisfecho—. Ella, que deseaba tener un hijo
34
desde hacía mucho tiempo, ahora lo tiene. Feller, con quien se ha unido,
parece ser el padre.

La puerta de la torre se abrió y apareció Xena, envuelta en una bata azul


oscuro. Se detuvo cuando los vio y puso sus manos en sus caderas.

—¿Qué está pasando aquí? —exigió.

—¡Xena! —Gabrielle medio corrió, medio bailó, hacia ella—. ¡Brendan es


abuelo!

La reina reprimió una sonrisa hacia su bailarina rata almizclera.

—Por fin tu chica ha procreado, ¿eh? —Miró a su comandante de guardia—.


¿Finalmente te ha perdonado lo suficiente como para ponerle tu nombre?

Brendan se encogió de hombros.

—No se sabe aún. No darán un nombre al muchacho hasta que haya visto
una luna más o menos. Creen que da mala suerte —dijo—. Me sorprendió que
hayan enviado a alguien para avisarme. —Se giró para mirar a Xena—. Los
hombres querían saber si estaría bien organizar un combate, dar un poco de
espectáculo.
Xena se apoyó contra el muro, extendiendo sus brazos a lo largo de él.

—¿Recordar a todos quienes son los pateadores de culos? —Sonrió


irónicamente—. Por supuesto, ¿por qué no? Siempre vale la pena recordarles
a estos bastardos que no nos jodan.

—He estado bastante bien esta temporada —reconoció Brendan—. No ha


habido tanto resentido como en el pasado —continuó—. Por supuesto, ganar
esa pelea y derrotar a los persas, no hizo daño a nadie.

—El que yo eliminara a los últimos partidarios de Bregos y los hiciera arrastrar y
descuartizar, tampoco hizo daño a nadie —comentó Xena secamente—.
Creo que, por fin, nos hemos librado del tufo de ese bastardo.

—Su reputación murió por aquí su Gracia. —El comandante de guardia inclinó
la cabeza en dirección a Gabrielle—. Una vez que todos oyeron hablar sobre
la gente en la olla.

Gabrielle hizo una mueca.

—Eso fue asqueroso. 35


—¿Incluso mi parte? —Xena abrió los ojos con fingido dolor.

—Xena.

La reina se rio de buen humor.

—Deberías contar esa historia en el almuerzo —dijo—. Ahorraríamos en


comida. —Le guiñó un ojo a Brendan—. Ve y prepara a los hombres. Tal vez
salga a entrenar para tomarme un descanso de tanto emperifollado. —
Brendan asintió y saludó informalmente, luego se dirigió hacia la puerta de la
escalera norte, por donde Xena había aparecido. Eso dejó a Xena y Gabrielle
a solas en la pasarela, y la reina se acercó al otro lado y miró por encima de
la pared—. Oh, oh. —Observó el ajetreado patio—. Todo el mundo viene a
nuestra fiesta, rata almizclera.

—Claro que sí. —Gabrielle se acurrucó junto a ella, apoyada en la pared, al


lado de la reina—. Oye, ¿Xena?

—Oye, ¿rata almizclera?

—¿Por qué la hija de Brendan está enojada con él?


Xena estudió las puertas, por las que ahora pasaban dos enormes carros
pintados de alegres colores.

—¿Por qué? —exhaló—. Por mí.

—¿Por tí?

—Por mí. —Xena se apoyó en la parte superior de la pared—. Él me ama más


que a su madre. —Miró a Gabrielle—. En aquellos tiempos, no dejaba que mi
ejército trajera a sus mujerzuelas con ellos. Brendan la dejó en el pueblo,
terminó trabajando como fregona en la posada para llegar a fin de mes.

—Oh —murmuró Gabrielle.

—Así que los hijos tienen motivos para estar enojados —admitió la reina—. Un
par de años más tarde, me di cuenta que era más fácil mantener a los
hombres cuando recibían el servicio regularmente y, de todos modos.... —Hizo
una pausa y se encogió de hombros—. Supongo que ya era demasiado tarde
para ellos. Brendan tuvo otros.

Gabrielle pensó en eso. Observó el perfil de Xena, la cara de la reina relajada, 36


sin preocuparse por esta parte de su pasado. Era, en gran medida, parte de
quién era Xena, o ¿no?

—Vaya.

Una ceja oscura saltó.

—Te dije que era todo sobre mí, ¿recuerdas? No tenía tiempo para mujeres
quejumbrosas y mocosos colgando alrededor. —Gabrielle la miró en silencio—
. Todavía no lo tengo —dijo la reina.

—¿Pero?

Xena se volvió.

—¿Pero qué?

Gabrielle parpadeó.

—Simplemente sonaba como si hubiera un pero allí —dijo—. No puedo


imaginarme a la gente teniendo que pelear todo el tiempo y, además,
manteniendo a sus familias con ellos. Hubiera sido realmente aterrador si eso
hubiera sucedido cuando estábamos luchando contra los persas.
Xena estudió sus manos, descansando en la parte superior del muro.

—Aterrador. Sí. —Se apartó de la pared—. Bien, suficiente de eso. Vamos a


vestirnos y prepararnos para la fiesta. —Tendió una mano hacia Gabrielle—.
Almuerzo con los bastardos lloricas. Tú y yo estamos invitadas.

—¿Todos lloriquean? —Gabrielle tomó la mano de la reina y se unió a ella,


mientras se dirigían a la escalera sur, que las llevaría a su parte de la fortaleza—
. Creo que el Duque está bien, de todos modos.

Xena no respondió. Bajó por los escalones y entraron en la cámara exterior de


sus aposentos, donde los esperaba el sastre real.

—Su Majestad, su gracia. —El hombrecillo se inclinó respetuosamente—. Tengo


hermosas prendas para el festival, como pediste.

Xena se dirigió hacia la ornamentada caja de madera al lado de la que


estaba parado.

—Deja que yo juzgue eso. —Abrió las puertas y dio un paso atrás, estudiando
los contenidos con ojo crítico. 37
Gabrielle estaba sentada en un banco cercano, esperando. A diferencia de
su reina, no tenía ningún interés en las telas bonitas, pero se había resignado a
ponerse todo lo que Xena había elegido, ya que, confiaba mucho más en el
gusto de la reina que en el suyo propio.

Sabía que se vería bien. Xena tenía buen ojo para ese tipo de cosas, a pesar
de su actitud alborotadora y de que ella misma amaba vestirse elegante,
aunque nunca lo admitiría.

Gabrielle sonrió un poco viendo a la reina sostener una manga de seda de un


bonito tono azul, mirándola especulativamente.

—Eso es bonito.

—¿Tú crees? —Xena reflexionó.

—Me gusta ese color —dijo su consorte—. Me recuerda al océano.

El almuerzo del que habló Xena, era la inauguración del festival de la cosecha.
Todos los nobles se reunirían en el gran salón de baile, y Xena se pronunciaría
sobre varios asuntos, además de aceptar las muestras de la temporada de los
súbditos, que representaban el volumen de materiales que le ofrecían y le
adeudaban.

Había un montón de eso entrando.

—Ven aquí. —Xena le hizo un gesto para que se acercara. Esperó a que
Gabrielle lo hiciera y sostuvo un trozo de tela deslumbrante contra su cuerpo—
. Mira, me gusta este color.

Gabrielle se miró a sí misma y al vestido suave y aferrado. Era rojo intenso, casi
morado, y estaba cortado para dejar al descubierto la mayor parte de sus
hombros.

—Ohh. —Logró emitir un sonido de sorpresa—. A mí también me gusta.

Eso hizo que Xena sonriera.

—Esta es mi chica. —Puso el vestido sobre la cabeza de Gabrielle—. Aquí,


toma esto y ponte algo. Tenemos personas a quienes aterrorizar y regalos que
aceptar.
38
Gabrielle aceptó su carga y, apartando un poco de tela para poder ver, se
abrió paso a través de las cajas con ropa hasta la cámara interior y el
espacioso y bien iluminado espacio que llamaba suyo.

Era el solarium del gobernante anterior y, por lo tanto, estaba lleno de luz del
sol y vidrio emplomado, que se arqueaba por encima de su cabeza. Gabrielle
se quitó la pila de ropa de la cabeza y la puso sobre el baúl de ropa para
revisarla. A la mitad, un ruido la interrumpió y se volvió para ver una figura
delgada y desaliñada que se deslizaba por la parte trasera, la puerta de los
sirvientes.

—Hola Mali.

Un nuevo acontecimiento. Stanislaus había convencido a Xena para que le


permitiera asignarle un sirviente personal, diciendo que era impensable que la
consorte real de la reina, limpiara sus propios aposentos y el área de baño.
Gabrielle no estaba segura de que a Xena le importara realmente eso, pero
parecía encantarle la idea que alguien atendiera a Gabrielle en todo lo que
necesitara, por lo que había aceptado.
Mali fue el resultado. Era más joven que Gabrielle por un año más o menos,
baja y delgada, con el pelo rojo y rizado que estaba en constante desorden,
y estaba muy feliz con su nueva tarea.

—Oh, su gracia. —La joven sirviente se acercó—. Déjame hacer eso por ti.

Con una sonrisa, Gabrielle lo hizo, retirándose al gran escritorio en una esquina.
Tener una sirvienta era raro y un poco desconcertante, pero como Xena, no
demasiado pacientemente le había explicado que, al ser la consorte real, los
sirvientes formaban parte del trato, así que, era mejor que aprendiera a lidiar
con eso al igual que hizo Xena.

Después de todo, había sido la sirvienta personal de Xena, ¿no? Aunque eso
no había durado mucho. Gabrielle sacó la pequeña caja en que guardaba
sus pocas piezas de joyería y la abrió. Brillaron en el interior, descansando sobre
su terciopelo doblado.

Todas eran regalos de Xena. Gabrielle las estudió, seleccionó los pendientes
de perlas cuidadosamente hechos y los dejó a un lado. Ese era el último, el de
perlas, que Xena le había dado en ajustes de plata, sutilmente labrados, que 39
sostenían las gemas en su sitio sin cubrirlas.

»Oh, esto es muy bonito —dijo Mali levantando el vestido.

Gabrielle levantó la vista.

—Ese es para esta noche —dijo—. Para el gran banquete. Y creo que usaré el
verde para el almuerzo. —Observó a Mali colgar cuidadosamente las prendas
en la percha alta, en medio de una colección de ropa, que abarcaba desde
unos cuantos vestidos hasta las más numerosas túnicas y calcetas que solía
llevar.

La sobrevesta de su cabeza de halcón estaba allí, junto a una armadura bien


cuidada y, descansando en la esquina trasera, una lanza con la punta rota,
marcada y astillada. Lo cierto es que hubiera preferido llevar eso al festival,
pero sabía que Xena se había tomado una cantidad inusual de tiempo en
elegir su nueva ropa y no quería decepcionarla.

Gabrielle se sentó en la mesa de trabajo, recogió una pluma y la giró con los
dedos mientras miraba a su alrededor, considerando qué historia contaría en
el banquete.

¿Había alguna que conociera que estuviera relacionada con la cosecha?


Tal vez Jack, el gigante asesino. Esa tenía frijoles de todos modos. ¿O tal vez la
historia en que había vuelto a trabajar sobre el caballo de granja que salvó a
su pueblo de la inundación?

A Xena le gustaba esa. Tal vez porque tenía un caballo haciendo caca por
todos lados. Gabrielle se rio suavemente para sí misma. Se alejaría de las
historias sobre la reina durante el almuerzo y guardaría la única historia que
sabía que Xena le permitiría contar para la cena.

Apoyó la cabeza en su mano y escribió unas pocas palabras en el pergamino


casi terminado.

Le gustaba escribir aquí. Era silencioso, y en general libre de las distracciones


de la reina, las paredes estaban adornadas con tapices de seda llenos de
colores brillantes y flores, y el techo alto, dando una sensación de espacio y
aire. A un lado, había un canapé donde tomaba una siesta de vez en cuando,
y en la esquina, una chimenea completa con un gancho de hierro en que a
menudo tenía una olla pequeña de sidra especiada calentándose, colgando
de él.
40
—Hay tanta gente aquí para el festival —dijo Mali—. Mi hermano dijo que
apenas puedes moverte en el patio.

—Es verdad. Vi algunos carros enormes entrar justo ahora —dijo Gabrielle—.
¿Por qué no vas con tu hermano al mercado? Consigue las primeras gangas.

Mali la miró con los ojos muy abiertos.

—Oh, pero, ¿quién te ayudará a vestirte?

Gabrielle apoyó los codos en la mesa de trabajo, preguntándose brevemente


si le sonaba tan bobalicona a Xena como esta chica le sonaba a ella.

—Estaré bien —dijo—. Recuerda, tener a alguien que me ayude es algo


completamente nuevo para mí.

—Lo sé. —Mali pareció avergonzada—. Solo quiero hacer un buen trabajo. Es
un verdadero honor para mí hacer esto.

Su discurso, reflexionó Gabrielle, no era el de una campesina de baja cuna,


un hecho que conocía bien, dado que ella era una. Pero Stanislaus le había
asegurado a Xena, que la niña provenía de dos leales sirvientes que se habían
pasado la vida sirviendo a la corona y había explicado las irregularidades,
diciendo que la niña tenía hambre de aprender y pasaba mucho tiempo
cerca de los escribas.

Tal vez era verdad.

—Bueno. Ve y pásatelo bien —dijo Gabrielle—. Solo voy a ponerme eso e ir a


buscar a Xena para que podamos ir al salón.

Mali miró nerviosa la puerta que conducía a los aposentos de la reina, luego
bajó la cabeza y fue hacia la puerta, desapareciendo y bajando las escaleras
hacia las cocinas.

Gabrielle terminó su pergamino. Se puso de pie y lo guardó, después se quitó


la bata y se dirigió hacia el lugar donde esperaban sus nuevos vestidos. Ella y
Xena se habían bañado justo después del amanecer, y ahora se pasaba los
dedos por el cabello, ya seco mientras, estaba parada frente al armario.

Su reflejo en el espejo llamó su atención y volvió la cabeza, estudiando su perfil


por un momento.

Estaba creciendo un poco, pensó. Se sentía como si fuera un poco más alta, 41
y el cabello, cuidadosamente recortado ahora, delineaba un rostro que
parecía un poco más maduro. Le dio a su reflejo una sonrisa tentativa, Apretó
sus manos en puños mientras observaba los músculos moverse bajo su piel.

Xena le había dicho el otro día, que creía que Gabrielle se veía sexy. Sus cejas
se contrajeron mientras se revisaba a sí misma.

»No estoy segura de creer eso —suspiró. Luego se volvió y tomó el primero de
sus dos nuevos vestidos y se deslizó en él.

La tela estaba fría, pero se calentó rápidamente sobre su piel y se abrochó los
lazos que la apretaban contra su cuerpo en el hombro y la cadera.

—¡¡¡Rata almizclera!!!

—V... estoy llegando. —Gabrielle se calzó un par de zapatos de interior suaves


y puso los pendientes de perlas en la mano, mientras esquivaba alrededor del
armario y se deslizaba hacia la puerta, justo cuando Xena aparecía en la
abertura.
La reina tenía un vestido de seda dorado con reflejos de bronce, la tela
adherida a su cuerpo y las insinuaciones metálicas reflejadas en el anillo de
oro que recogía su pelo oscuro.

»Guau. —Gabrielle la miró con franqueza—. ¡Estás genial!

Una breve sonrisa apareció en la cara de la reina, auténtica y encantadora.


Luego apoyó las manos en la puerta y posó.

—¿Tú crees?

—Oh, sí.

—Bueno. —La reina se acercó para recolocarle un poco su flequillo—.


Vámonos.

—¿Puedes ponerme esto? —preguntó Gabrielle, tomando su mano y


sosteniéndola. Levantó los pendientes—. Nunca puedo ponérmelos derechos.

Xena cogió los adornos y volvió a Gabrielle hacia la luz antes de inclinar un
poco la cabeza y sujetar el primer adorno en el lóbulo de su oreja derecha. 42
—¿Dónde está tu pequeño ratón?

Gabrielle sonrió brevemente.

—Le dije que podía bajar y disfrutar del festival —admitió—. Todavía me siento
un poco rara por tenerla cerca.

—Me sentí rara por tenerte cerca. —Xena le abrochó el otro pendiente, luego
dio un paso atrás para contemplar su trabajo—. Pero lo superé. Ahí. Se ven
bien.

Gabrielle la miró y sonrió feliz. Xena sintió que su propia cara se relajaba y
levantó su mano para ahuecar la mejilla de su consorte, saboreando la calidez
de la piel bajo su toque.

—Ah, rata almizclera —suspiró—. Ya sabes, es demasiado malo que tengamos


que pasar el día zorreando con esos idiotas cuando podríamos estar
zorreando entre nosotras.

—Estaremos juntas. —Gabrielle tomó la mano de Xena, luego medio giró su


cabeza y besó la palma—. Además, ¿no es aquí, donde consigues lindos
regalos de todos? Eso no puede ser tan malo.
—Ugh. —Xena hizo una mueca—. Vamos. —Se giró y se dirigió hacia la puerta,
levantando un brazo para enderezar un poco la corona—. Tal vez me
emborrache lo suficiente como para jugar a lanzar el anillo con esto en
algunas de esas cabezas de alfiler. —El sol entraba a raudales en la cámara
de la entrada inferior cuando bajaron las escaleras, puesto que, las puertas
delanteras de la fortaleza estaban completamente abiertas para la ocasión.
Todavía había guardias alrededor, una fila de ellos a cada lado de las puertas,
y otra antes de la entrada al gran salón. Nunca merecía la pena ser
demasiado descuidado, después de todo. El salón inferior estaba lleno de
nobles con sus mejores ropas, todos con sirvientes agrupados cerca de ellos
con paquetes envueltos en ornamentos—. Ah. —Xena sonrió, examinando a
la multitud que se acababa de dar cuenta de su presencia—. Parece que va
a ser un día bastante bueno, rata almizclera. —Vio a la multitud inclinarse
apresuradamente hacia ella, los sirvientes luchando por mantenerse en pie
con sus cargas—. Puede que incluso me guste ser reina para variar.

Gabrielle sonrió.

»Muy bien. —La reina levantó la voz—. ¡Llevad vuestros culos al maldito salón
y empecemos esta fiesta!
43

Gabrielle cerró los ojos.

»Eso fue regio, ¿eh? —Xena se rio entre dientes y persiguió a todos los que
estaban delante de ella en la sala—. Vamos a pasar un buen rato.
Parte 2

Gabrielle ahogó el impulso, por enésima vez, de levantar las piernas y cruzarlas
sobre la gran silla en que estaba sentada junto al trono de Xena. El asiento era
lo suficientemente grande como para que lo hiciera, pero el vestido que
llevaba puesto era demasiado ceñido como para levantarlo y permitirle el
movimiento, eso sin duda llamaría la atención sobre ella.

No era necesariamente malo, y estaba bastante segura de que a Xena le


parecería divertido, pero había mucha gente en la sala y no quería distraer a
la reina de aceptar sus regalos. Así que, con un suspiro, metió los pies debajo
de la silla y apoyó un codo en el brazo más cercano a Xena.

Xena estaba sentada en su gran trono, con su espada colgada visiblemente


en el respaldo. Tenía las manos juntas sobre el estómago mientras observaba 44
las filas de nobles que esperaban para acercarse, mientras, en el rincón más
alejado, un cuarteto de músicos tocaba suavemente.

Los criados circulaban con bandejas de golosinas y copas de vino e hidromiel,


y toda la escena habría sido muy festiva, si no hubiera sido por el imponente
estrado con su ocupante, de ojos agudos, mirando todo con una expresión
ligeramente divertida.

—¿Mi lady?

Gabrielle volvió la cabeza para encontrar a uno de los sirvientes allí, con una
bandeja que contenía tartas de frutas de la última cosecha. Los escaneó y
luego seleccionó dos de manzana y dos de melocotón.

Un fuerte carraspeo llamó su atención.

—Dos son tuyos. —Gabrielle le sonrió al criado y luego se volvió para entregarle
el botín a su ahora alerta compañera de asiento.

—¿Dos? —Las cejas de Xena se arquearon.


—Xena. —La reina se rio entre dientes mientras levantaba una de las tartas de
melocotón de la mano de Gabrielle y se la metía en la boca—. ¡Siguiente! —
Indicó al noble para que avanzara—. Vamos Bresius. Trae tu culo aquí.

Gabrielle mordisqueó una tarta de manzana, sosteniendo las otras dos


restantes en su mano, mientras observaba acercarse a uno de los nobles
fronterizos de Xena. Era un hombre mayor, con una espesa barba entrecana
y bigote.

—Su Majestad. —Se inclinó con gracia—. Hemos tenido una buena cosecha
este año, enviamos muchas pieles finas y madera dura para tus artesanos. —
Llevaba un pequeño cofre en sus manos, y ahora avanzó, cayendo de rodillas
ante el trono de Xena y ofreciéndolo—. Y esto, un regalo personal de mi casa.

Brendan se adelantó hábilmente desde su sitio al lado de Xena y tomó el cofre,


después que la reina no se moviera para tomarlo. Lo abrió y estudió el
contenido, luego se volvió y se lo acercó a Xena para que lo viera.

—Oh. —Gabrielle sintió que sus ojos se abrieron un poco—. ¡Xena es tan bonita!
45
Dentro del cofre había un juego de dagas emparejadas, las empuñaduras
talladas en cuerno de venado y las hojas modeladas con una escena de
batalla delicadamente grabada.

—Como éramos los más cercanos a la lucha, mandé que mis artesanos del
metal la hicieran un recuerdo de ella, su Majestad. Nunca lo olvidaremos.

Xena sacó una de las hojas y la sostuvo, asintiendo un poco por el fino
equilibrio mientras miraba el grabado. Una débil sonrisa apareció cuando
reconoció un facsímil razonable de sí misma montada en un caballo, con la
espada levantada, con Gabrielle encima de Parches justo detrás.

—Mira, rata almizclera. —Señaló las figuras. Los ojos de Gabrielle se iluminaron
de sorpresa y deleite—. Tus artesanos tienen buena mano. —Xena se dirigió al
noble—. Hicieron un buen trabajo.

Bresius sonrió, juntando sus manos ahora vacías delante de él.

—Mis tierras son duras y escasas, pero sus bondades son suyas, mi señora —
dijo—. Bregos me consideró tan pobre que ni siquiera se molestó en ofrecerme
protección. —Indicó la caja—. Pero tenemos más cosas de valor que los
campos de trigo.
Xena lo estudió en silencio.

—¿Qué pensaste acerca de que Bregos estuviera por ahí? —preguntó


pasando el pulgar por la hoja.

Bresius parecía un poco avergonzado.

—La verdad, su Majestad... no lo sabíamos —dijo—. Fue un invierno duro como


sabes, y los pasos estuvieron nevados la mayor parte de la temporada. Hubo
un comerciante que vino a buscar refugio a comienzos de la primavera y nos
trajo las noticias, pero mi hombre que venía por el camino hacia aquí, dijo que
vio al ejército venir por el otro lado. —Él se encogió de hombros débilmente—
. Nos figuramos... —Hizo una pausa—. Supuse que ya lo sabías.

Razonable. Xena reflexionó. O estaba mintiendo, y él era uno de los partidarios


de Bregos.

Lo miró a los ojos y él no se inmutó, los latidos de su corazón, claramente visibles


para ella en su garganta, se mantuvieron firmes.
46
Honesto, o un muy, muy buen actor.

Xena sabía dónde estaba su castillo, y dado el clima, era posible que fuera
cierto.

Echó un vistazo al cuchillo y lo acercó un poco más.

—Hicieron muy bien a Tiger —observó Gabrielle—. ¡Y mira Parches! Incluso se


dieron cuenta que una de sus orejas siempre baja así.

Xena estudió su propio parecido.

—Bresius. —Le devolvió la mirada— El emisario de la ciudad portuaria llegó


ayer. Han cedido toda la tierra entre el paso y el comienzo del camino hacia
aquí.

Bresius inclinó la cabeza un poco.

—¿Sí, su Majestad? —Parecía un tanto perplejo—. Eso es algo bueno e


inteligente por su parte.
—Mm. —Xena asintió—. Sí, se dieron cuenta que no tienen a nadie con agallas
para defenderlos, y pensaron que, si están en mi patio trasero, lo haré yo —
dijo—. Pero no voy a dejarlo todo sin cultivar, así que, me gustaría que tomases
posesión de las tierras en tu lado del paso a través del valle y las mantengas
por mí.

Podía oír los jadeos sofocados detrás de él y levantó la vista rápidamente para
ver los ojos de su comitiva ensanchándose.

—Su Majestad —murmuró Bresius—. Me honra más allá de mi valor.

—Sí, lo sé. —La reina estuvo de acuerdo con él—. Encárgate de eso. Hay un
montón de tierra para sembrar allí y el hedor de todos esos cadáveres
probablemente ya se haya ido.

Atrapada en el acto de coger la otra tarta de manzana, Gabrielle se detuvo,


arrugó la nariz y volvió a bajarla.

—Estacaré y marcaré la tierra antes que el frío se asiente. —El noble levantó su
cabeza un poco más alto—. Haremos que sea rentable para usted, mi señora, 47
lo juro.

Un relativamente desconocido en su círculo de súbditos. Xena le hizo un gesto


para que se pusiera en pie. Su familia había ocupado las tierras de montaña
durante... ¿Tres o cuatro generaciones? Era reservado. No se había unido a
todas las intrigas la mayor parte del tiempo.

Tal vez era bueno, o tal vez malo. Xena lo observó inclinarse y luego retirarse
junto a su séquito, que se arracimó alrededor, lanzándole miradas de
excitación y placer. Volvió a poner el cuchillo tallado en la caja y se lo devolvió
a Brendan.

—Buena pieza, Majestad. —Brendan lo admiró antes de cerrar la tapa—. Vi el


parecido contigo rápido.

—Mm. —Xena gruñó—. Es por eso que le di las tierras. —Mantuvo su voz muy
baja—. No me hizo parecer una gorgona como esos últimos idiotas.

Brendan se rio suavemente, habiendo retirado las pinturas en cuestión


rápidamente de los ojos indignados de Xena.

—Ah, tenían buenas intenciones.


—Ah, todos necesitan que se les arranquen los ojos si realmente creen que me
veo así —discrepó Xena—. ¡Siguiente! —Levantó la voz otra vez y señaló una
serie de nobles, de una casa que sabía eran partidarios de Bregos, y estaban
visiblemente nerviosos. Xena les sonrió—. Hablando de arrancar los ojos. —
Gabrielle se reclinó en su asiento, debatiendo si podría comerse la otra tarta
de manzana antes que sucediera algo malo—. Y bien. ¿Qué me va a hacer
olvidar que financiaste a Bregos, hmm? —preguntó Xena con tono burlón de
asombro. Tristemente, Gabrielle dejó la tarta y puso sus manos nuevamente en
su regazo—. Ahora, ¿dónde dejé mi chakram?

Gabrielle estaba contenta de quitarse el elegante vestido y agradecida con


Brendan y las tropas, por haberle dado una excusa para hacerlo antes de
dirigirse al festival. Tendría que vestirse de nuevo esta noche para el gran
banquete, pero, hasta entonces, podría deleitarse con sus botas y calzas de
lana y la túnica de seda que Xena le había regalado el otro día junto con ellas.
48
Podía oír a Xena hablando en sus cámaras exteriores, la voz de la reina estaba
adquiriendo un tono de urgencia y un gruñido bajo que podía detectar a
través de las paredes.

—¿Y ahora qué? —Fue hasta el espejo y se pasó un peine por el pelo, se lo
colocó detrás de las orejas y lo enrolló en una cola que ató con un poco de
cinta, ya que hacía viento fuera, y no quería luchar con eso.

Después de pensarlo un momento, agarró unas cuantas cintas más, se las


guardó en el cinturón, y se dirigió hacia la puerta y las discusiones de afuera.
Atravesó la cámara de dormir, luego el espacio interior donde las cortinas
habían sido descorridas y un fuego acogedor ardía en la chimenea.

Más allá había un par de puertas dobles, abrió la izquierda y se agachó al oír
que la mano de Xena golpeaba con fuerza.

La reina estaba parada en la cámara, con media docena de los nobles más
mayores frente a ella. El objeto que acababa de golpear era la mesita que
solía contener una jarra y vasos, y Gabrielle se alegró de que la hubieran
limpiado mientras estaban en el almuerzo.
—Malditos sean los dioses —dijo Xena—. Pequeños imbéciles, tenéis
muchísimas agallas para estar aquí de pie quejándoos de a quién escojo para
darle tierras.

—Pero su Majestad... —El hombre más cercano extendió sus manos—. ¡Somos
súbditos leales! ¡Lo hemos demostrado!

Ah. Gabrielle exhaló. Había preguntado acerca de eso y escuchados


murmullos en el pasillo mientras pasaba.

—¿Y? —Xena tenía sus manos en sus caderas ahora—. ¿Estás diciendo que
Bresius no lo es?

Los hombres arrastraron los pies incómodos.

—Bueno, Su Majestad... —El más cercano habló de nuevo—. Sabemos poco


sobre él.

—Si su Majestad. —Un segundo hombre dio un paso al frente—. Es reservado


allí arriba en esas montañas. ¿Quién sabe dónde están realmente sus 49
lealtades? Pudo haber estado con Bregos. Solo tenemos su palabra para decir
que no lo estuvo.

Xena entornó los ojos.

—¿Te refieres a que es diferente del montón de cabezas de chorlito como


muchos de vosotros que sé que lo apoyaron? —preguntó—. ¿Qué garantía
tengo de ti, Alestrio?

El mayor del grupo se puso una mano sobre su pecho.

—Su Majestad —dijo—. ¿Eso es justo? Siempre he sido leal a ti. Desafío a
cualquiera a decir lo contrario.

—Hm —gruñó Xena. Gabrielle arrastró una gran silla, la colocó detrás de la
reina y tiró de la manga de Xena—. ¿Qué? —Xena se volvió a medias y vio la
silla—. ¿Tan decrépita me veo hoy? —exigió.

—Para nada. —Gabrielle levantó las cintas—. Puedo escuchar a los soldados
preparándose fuera.
La reina la miró con indulgencia y se sentó para que Gabrielle pudiera
recogerle el pelo y trenzarlo.

—¿Dónde estábamos? —se dirigió a los nobles—. ¿Tenéis pruebas de que es


un canalla? —les preguntó—. ¿No? Pues iros de una puñetera vez. Ninguno de
vosotros tiene tierras en ese lado de las montañas de todos modos.

—No, es cierto, Majestad —dijo Alestrio—. Y rezo para que no pienses que es
solo la envidia lo que nos ha traído aquí a hablar contigo. —Xena lo miró con
escepticismo—. Su Majestad, estas últimas lunas, hemos tenido buenas
cosechas y las cosas han ido bien —dijo Alestrio—. Solo deseamos que se
mantenga así. Nosotros... —Miró a sus compañeros y luego a ella—. No
queremos que las cosas sean como solían ser.

Xena se recostó contra el respaldo de la silla, apoyando el codo en el brazo y


la barbilla en su puño.

—¿Eh? —Sintió un suave toque en su cuello, e inclinó un poco la cabeza,


mientras los dedos de Gabrielle le separaban el cabello.
50
—La paz entre nosotros nos beneficia a todos —dijo Alestrio—. Puede ser que
este hombre sea todo lo que parece. Le suplicamos a su Majestad que tenga
cuidado con los que no conoce.

Xena los estudió. Era cierto que ninguno se había movido activamente en
contra. También era cierto que no sabía mucho sobre Bresius. Sin embargo,
tampoco sabía mucho sobre Gabrielle cuando decidió confiar en ella.

—Lo tendré en cuenta. —Un suave golpe en la puerta hizo que todos los nobles
se volvieran. Xena suspiró—. ¿Sí? —gritó.

La puerta se abrió, y Stanislaus asomó la cabeza.

—Su Majestad —dijo—. Lord Bresius ruega audiencia contigo.

—Esto se pone interesante —comentó la reina secamente—. El resto de


vosotros largaos —apuntó—. Por la otra puerta.

—Pero su Majestad...

—¡¡¡¡FUERA!!!! —A regañadientes, los seis hombres se retiraron desapareciendo


por la puerta que conducía a la sala central y cerrándola detrás de ellos. Xena
cruzó sus tobillos y levantó su mano en dirección a Stanislaus—. Haz pasar a
ese bastardo.

—Como quiera, su Majestad. —Stanislaus cerró la puerta, luego la abrió un


momento después y retrocedió, permitiendo que el señor fronterizo entrara.
Esperó a que Bresius cruzara hasta la mitad, y luego se retiró y cerró la puerta.

Bresius se detuvo a unos dos cuerpos de la alta figura tirada en su silla y cruzó
sus manos frente a él.

—Su Majestad, gracias por concederme audiencia —dijo en tono bajo—. Seré
breve, ya que sé que tienes planes para hoy. —Se retorció las manos con un
toque de nerviosismo—. En el corto tiempo transcurrido desde los eventos de
esta mañana he encontrado algunos desafíos inesperados.

—Todos están celosos de ti. —Gabrielle habló por primera vez—. Querían esas
tierras cerca de la ciudad. —Continuó trenzando el cabello de Xena,
disfrutando del tacto sedoso pero fuerte.

—Sí, su gracia. —Bresius estuvo de acuerdo—. Eso es verdad. Pero no es a lo 51


que me refería. —Echó un vistazo a Xena—. Dos de mis hombres fueron
encontrados muertos no hace ni un cuarto de vela, sin testigos de cómo.

Xena se enderezó en su silla y puso sus manos en ambos brazos de forma


precisa y deliberada.

—¿De qué han muerto?

—Su Majestad, no lo sé —dijo Bresius—. Sus rostros estaban dibujados en tal


mueca, que solo puedo pensar que fue terriblemente doloroso. Pero no hay
ninguna marca en ellos.

Xena volvió la cabeza hacia su consorte.

—Ve a por Brendan. No dejes que nadie sepa por qué.

Sin decir una palabra, Gabrielle rodeó la silla y se dirigió hacia la puerta al
trote. La atravesó y pasó ante la multitud de personas que estaban afuera,
evadiendo el intento de Stanislaus de interceptarla.

Esquivó más allá de la multitud, consciente en su visión periférica, que la gente


se volvía para mirarla y observarla, pero mantuvo su ritmo constante, no en
una carrera, sino en un rápido caminar que había aprendido cuando era una
niña persiguiendo ovejas a través de las colinas, y atravesó rápidamente la
fortaleza mientras se dirigía hacia el campo cuerpo a cuerpo.

Delante de ella, podía ver a las tropas de Xena dando vueltas obviamente
animados. Dos de los capitanes de caballería la vieron venir y, en un
momento, todos los hombres se volvieron, concentrándose en ella cuando
estuvo a su alcance y los cuerpos se pusieron rígidos mientras las manos
buscaban armas.

—¿Está Brendan aquí? —preguntó Gabrielle cuando llegó al límite del campo.

—Cerca de los establos. Iré a buscarlo. —Un soldado de caballería salió


disparado, mientras el resto de los hombres miraban alrededor, cerrándose
alrededor de Gabrielle protectoramente.

El ejército. Las tropas. La gente en quien Xena realmente confiaba.

—¿Hay algún problema, su gracia? —Uno de los soldados de a pie preguntó—


. ¿La reina necesita que hagamos algo? 52
Mientras los soldados la rodeaban, Gabrielle sintió una sensación de alivio, y
reconoció la atención que estaba recibiendo. Sabía que la consideraban, sin
tener nada que ver con sus supuestos títulos, como la mano derecha de Xena
y, como tal, recibirían órdenes sin reparos de ella como lo hacían con la reina.

—En este momento, Xena solo necesita hablar con Brendan —dijo Gabrielle—
. Después de eso, ella vendrá a ver lo que está pasando.

Un movimiento en la multitud y Brendan estaba a su lado con la mano en la


empuñadura de su espada.

—Ah, chiquilla.

—Xena te necesita —dijo simplemente Gabrielle. Giró y se movieron a través


de las tropas, que se separaron para dejarles pasar.

—Seguid preparándoos —gritó Brendan por encima del hombro—. ¿Qué


pasa, Gabrielle? —le preguntó a su compañera—. ¿Algo malo? ¿Alguno de
esos idiotas inútiles la ha enfadado?
—Es un poco difícil de decir... —Gabrielle hizo una pausa mientras se
acercaban al camino hacia la fortaleza y vieron un florido grupo con soldados
y jinetes que se dirigían a las puertas—. Guau. ¿Quién es ese?

Brendan se protegió los ojos del sol, manteniendo un rápido paso hacia las
escaleras. Luego se detuvo abruptamente.

—Huevos de vaca.

Gabrielle casi se estrelló contra él. Se detuvo en seco y le puso una mano en
la espalda.

—¿Qué pasa?

—Eso pasa. —Señaló la columna de caballos—. Su nombre es Philtop. Se llama


a sí mismo Príncipe de las Tierras Occidentales.

A esta distancia, la mayoría del grupo era solo un racimo de cuerpos y


caballos. Sin embargo, un caballo era un buen semental alazán, y su jinete era
alto y estaba vestido con una capa de seda forrada de piel. 53
—Ah.

—Sus tierras están al otro lado de las montañas. —Brendan echó un último
vistazo y luego comenzó a caminar hacia el castillo—. Será mejor que la
avisemos. Él trajo a su ejército a cruzar las colinas y se nos echó encima
después de que tomamos este lugar.

—Supongo que perdió. —Gabrielle trotó para seguirle el ritmo.

Brendan resopló un poco.

—Por supuesto, sí. Luego intentó sus artimañas con su Maj y nos dio un susto,
ya te digo.

Gabrielle frunció el ceño.

—¿Le gustaba él?

—Creíamos que sí. —Brendan cruzó el patio exterior y se dirigió hacia los
escalones—. Resulta que no la conocíamos tan bien como pensábamos... ella
lo puso del revés y lo envió de regreso a las Tierras Occidentales en pocas
palabras.

Gabrielle decidió que probablemente no quería saber los detalles. Siguió a


Brendan mientras dejaban atrás las puertas de la fortaleza y se dirigían a los
aposentos de Xena.

—¿Por qué está aquí? —preguntó finalmente, justo cuando estaban a punto
de llegar a las puertas.

—Buena pregunta, pequeña. —Brendan hizo un gesto para que les abrieran
las puertas a medida que se acercaban—. Tal vez esté buscando
parlamentar. Oí que no les ha ido muy bien esta temporada.

Hm.

Gabrielle lo siguió adentro, donde Xena y Bresius estaban esperando, y el


señor de la frontera ahora estaba sentado en un taburete acolchado cerca
de la gran silla de la reina. Había, pensó ella, algo así como demasiado éxito.
54
—Gracias rata almizclera. —Xena la saludó con una breve sonrisa—. Ven y
termina con mi cola.

Gabrielle se sonrojó, un poco, pero también Bresius. Brendan simplemente


saludó a la reina.

—Señora —dijo Brendan—. Philtop está aquí.

Xena inclinó la cabeza hacia atrás y puso los ojos en blanco.

—Y hoy estaba empezando a ser tan bueno —suspiró—. Rata almizclera haz
rodar el sol hacia atrás. Volvamos a la cama. —Se cubrió los ojos con los dedos
de una mano—. ¿Qué hice para merecer eso, me pregunto?

—Tal vez ha oído hablar de los persas —gruñó Brendan.

Bresius se movió un poco.

—Muchos lo han oído —dijo él—. Todas las caravanas de mercaderes que
venían del puerto hablaban de eso.

Xena suspiró.
—Brendan, ve con él. Ha encontrado a dos de sus hombres muertos. Mira a
ver de qué se trata —dijo—. Y dile a Stanislaus que busque un lugar para poner
a los tontos del culo de las Tierras Occidentales tan lejos de mí como sea
posible.

Gabrielle reprimió una ovación. Ordenó el resto del cabello de Xena,


esperando que la puerta se cerrara detrás de Brendan y Bresius antes de
inclinarse y darle un beso a la reina en la parte posterior de su cuello desnudo.
Xena inclinó la cabeza contra su consorte.

»¿Sabes algo, Gabrielle?

—No mucho, no —admitió Gabrielle—. Aunque estoy intentado aprender


cosas.

La reina sonrió, con una expresión inesperadamente cálida en su rostro


mientras se volvía y miraba a su compañera de cama.

—Hay un punto positivo en que Philtop aparezca. Me alegro que él vaya a


conocerte. 55
—¿A mí?

—Ajá.

—¿Por qué?

Xena sonrió de nuevo.

—Simplemente me interesa —dijo—. ¿Qué historia ibas a contar en el


banquete de esta noche? —Cambió el tema—. ¿La de los persas?

Gabrielle asintió.

—¿Te parece bien?

La reina asintió.

—Muy bien —dijo—. ¿Por qué? —se giró y miró a Gabrielle, enganchando un
dedo en su cinturón por lo que se vio obligada a permanecer cerca—.
Escúpelo, rata almizclera.
Gabrielle tomó aliento.

—Solo pensaba que no estabas de acuerdo con eso últimamente —dijo con
voz suave—. Me gritaste cuando conté eso sobre la esposa del duque Lastay
la última Luna.

Xena guardó silencio por un momento, arrugó las cejas y apareció un surco
sobre sus ojos.

—Estaba de mal humor —dijo—. Vamos, cuéntaselo.

—¿Estás segura? —Gabrielle dio la vuelta y se sentó en el brazo de la silla,


rodeando a la reina con los brazos y mirándola fijamente—. No quiero que te
enfades.

La expresión de Xena cambió a una de ligera vergüenza.

—Está bien —dijo—. Estaba enojada conmigo misma ese día. No quería oír
hablar sobre algo arrogante que hice y no estaba segura de... —Dejó de
hablar—. De todos modos, todo está bien ahora —dijo—. Así que asegúrate 56
de contar todas las partes sangrientas correctamente.

Gabrielle estudió a su compañera en silencio. No estaba realmente segura de


qué se trataba todo eso y, mientras observaba, los ojos de Xena se dejaron
caer brevemente y luego volvieron a levantarse, repentinamente abiertos y
sorprendentemente vulnerables.

Ahora, ¿qué fue eso?

Gabrielle sintió un revoloteo de preocupación en el estómago, pero se inclinó


hacia adelante y le dio un beso a la reina en los labios.

—Lo haré —prometió—. No te preocupes.

—Bueno. —Xena recuperó su actitud y se puso de pie—. Déjame ponerme mi


armadura y vamos a ver a los chicos jugar. Con un poco de suerte, el viejo Phil
se pondrá en medio, amortiguará alguna lanza y me hará reír.

Gabrielle la siguió hacia la cámara interior, esperando a medias que ocurriera


de esa manera.
Gabrielle se detuvo, parada justo a un lado de las grandes puertas dobles del
castillo, mientras el grupo de las Tierras Occidentales cabalgaba hacia el patio
delantero.

Había alrededor de dos docenas de ellos, en bellos caballos, vestidos con ricos
tejidos y metal, acompañados por otra docena de sirvientes que llevaban
animales de carga.

La mitad eran soldados. Llevaban una armadura útil debajo de sus tabardos
plateados y azules, bien mantenida, a medida, y portaban armas apropiadas
para una guardia de honor.

El resto de la partida eran nobles, dos mujeres en togas de viaje con trajes de
montar a caballo acompañados por nueve hombres, una mezcla de jóvenes
y mayores, y a la cabeza, el príncipe.

Gabrielle estudió al príncipe. Era alto, con hombros anchos, y el cuerpo 57


delgado y esbelto de un luchador. Su cabello era castaño oscuro y rizado y,
cuando giró en su dirección, vio un perfil uniforme y hermoso con pómulos
altos y mandíbula firme y cuadrada.

Iba vestido con un par de pesadas polainas de montar, y una forma azul
ceñida sobre la túnica que mostraba su afilado cuerpo con una buena
imagen y, mientras se bajaba de su caballo, ya estaba atrayendo las miradas
de interés de las nobles damas que se dirigían hacia las carpas de los puestos
para ver los eventos.

Está bien, así que realmente era guapo.

Incluso para ella. Gabrielle no era tan ingenua como para pensar que la reina
no había tenido un montón de experiencias antes de conocerse, y le pareció
que el príncipe probablemente era alguien que a Xena le hubiera gustado y
por quien probablemente se hubiera sentido atraída.

El ejército lo había pensado así, al parecer. Era fácil imaginar su alarma,


después de su larga lucha por conquistar la fortaleza, solo para encontrar a su
líder cayendo bajo los encantos de lo que debió parecerles simplemente otro
del mismo tipo que contra el que acababan de luchar.
Pero ya había conocido a Xena el tiempo suficiente para leer su lenguaje
corporal más sutil y su reacción ante la noticia de la visita de Philtop había sido
de franco desagrado. No había sentido ninguna vergüenza, ni ningún signo
de anticipación. Solo una típica exasperación poniendo los ojos en blanco
que podría haber estado enfocada en Stanislaus por toda la carga emocional
de la misma.

En fin.

—Ah, su gracia.

Gabrielle finalmente se había acostumbrado a que la llamaran con ese título,


y se volvió para encontrar al viticultor real detrás de ella.

—Oh, hola.

—Estoy tan contento de encontrarte aquí —dijo el hombre—. Tengo algo


nuevo, algo que acabo de crear y estoy esperando que la reina lo apruebe.

Gabrielle inclinó la cabeza hacia un lado. 58


—Sé que a su Majestad le encantan tus vinos —dijo—. Así que, a menos que
hayas hecho uno con zanahorias, probablemente todo estará bien. —Por el
rabillo del ojo, vio a Stanislaus y otros dos gerentes del castillo acercarse al
Príncipe, saludándolo con una breve reverencia.

—Oh, no su gracia. Nunca usaría verduras. Poca azúcar para que los vinos
sean agradables a su Majestad. —El viticultor parecía escandalizado—. Ella
tiene gustos particulares, como su gracia seguramente sabe.

Su gracia seguramente lo sabía. Posiblemente mucho mejor que el viticultor.


Gabrielle estaba al tanto de los mozos de los establos reales que iban a
recoger los caballos de los visitantes, y uno de los lugartenientes de Brendan
se deslizó entre la guardia del príncipe y señaló hacia el cuartel cercano.

—Bien, entonces debería estar bien, sea lo que sea.

—¿Podría hacerme el gran honor de probarlo? —preguntó el hombre—. Es, de


verdad, diferente... No quiero molestar a su Majestad. —Sostuvo una pequeña
copa de degustación con esperanza.
—Por supuesto. —Gabrielle miró por encima del hombro cuando Stanlslaus
condujo a los sirvientes de las Tierras Occidentales adentro, cargados de
baúles y paquetes. El príncipe y su grupo estaban mirando alrededor, y por un
momento, vio sus ojos caer sobre ella. Ignoró la atención, tomó la copa de
degustación del viticultor y bebió, el cuenco lleno de un líquido pálido que
olía a fruta—. ¡Oh! —Lo miró con deleitada sorpresa—. ¡Esto es genial!

La cara del viticultor se dividió en una gran sonrisa.

—¿De verdad piensa eso?

—¡Oh sí! —Gabrielle asintió—. A Xena le encantará. —Extendió su mano—.


Dame esa piel. Se la entregaré. Me dirijo allí ahora.

El viticultor se inclinó y le entregó el odre de vino que llevaba colgado de un


hombro.

—Estoy tan feliz de que le guste. Tenía la esperanza de servirlo en el banquete


de esta noche.
59
Gabrielle sostuvo la piel contra su pecho.

—Después de que Xena pruebe esto, apuesto a que te obliga a que lo


guardes todo para ella —le aseguró—. ¡Buen trabajo!

El viticultor se inclinó de nuevo, luego se alejó y se dirigió al castillo. Gabrielle


se giró, medio esperando encontrar a Philtop y su pandilla todavía mirando,
pero el patio estaba vacío y vio al grupo cruzar las puertas en dirección a los
miradores.

Aliviada, caminó en ángulo hacia los puestos de los mercaderes, decidiendo


que sería mejor que se hiciera con algo para picar, si iba a llevar el odre entero
a Xena. No sería bueno para nadie si la reina se lo bebiera todo con el
estómago vacío y luego se uniera al combate.

Los puestos de vendedores ya estaban haciendo un buen negocio. La mejor


evidencia para la buena cosecha, era la moneda que se gastaba, y había
muchos allí que gastaban, los terratenientes y la gente del pueblo se
mezclaban mientras recogían las mercancías, algunas de bastante lejos.

Gabrielle se paseó, sus ojos recorrieron los diferentes puestos. Se detuvo para
recoger una red llena de frutas de la cosecha tardía, y agregó una pequeña
rueda de queso, junto con un saco de nueces, antes de darse cuenta que
había recogido una escolta.

Los dos soldados, vestidos con los colores de Xena y con su cabeza de halcón
en sus túnicas no la molestaron ni la obstruyeron, simplemente la siguieron, uno
se acercó un poco y le preguntó si podía llevar sus paquetes.

—No gracias, Gerard. —Le sonrió Gabrielle—. Casi he terminado.

¿Los había enviado Xena?

Miró a los soldados especulativamente.

¿O simplemente habían decidido seguirla ya que la fortaleza estaba llena de


extraños?

Los soldados con los que había pasado dos campañas, ahora podrían hacer
eso por su propia voluntad.

—Bonito día —dijo Gerard—. Un gran día para el festival, ¿eh? 60


—Claro que sí. —Gabrielle sintió que el viento frío le revolvía el pelo—. ¿Vas a
estar en la demostración de lucha?

—Nosotros no, su gracia. —Gerard le sonrió y puso una mano sobre su pecho—
. Nos han asignado el gran honor de escoltarla.

Ah.

—¿Necesito una escolta?

—Hay muchos desconocidos en la fortaleza para nosotros. —El compañero de


Gerard habló—. Comerciantes y visitantes de lejos. Merece la pena estar
seguros, en lugar de lamentarlo.

Gabrielle les sonrió.

—Gracias.

Continuó su paseo, seguida por sus dos sombras. Gerard y su compañero


Brent, vestidos ahora como soldados, eran dos de los hombres más confiables
de Xena. Ambos tenían más o menos la edad de la reina, sólidos y musculosos
veteranos de su ejército desde hacía mucho tiempo.

También eran, Xena le había informado ocasionalmente, dos de los mejores


asesinos que la reina conocía. Los había enviado detrás de las líneas enemigas
para cortarle el cuello a importantes comandantes; eran completamente de
ella, y Gabrielle sabía que los dos habían estado en el grupo atrapado en el
paso con ellas y, otra vez, en el pequeño grupo que se había quedado con
Xena cuando estaban en medio del ejército persa.

—Están llegando un montón de mercancías —comentó Brent cuando dos


grandes carros fueron arrastrados por bueyes bien alimentados—. Va a ser una
buena temporada fría. Tenemos tiempo para prepararnos.

Gabrielle asintió con la cabeza. Estaba contenta que llegaran los meses de
invierno. Tenía que escribir mucho para ponerse al día y esperaba que Xena
se tomara tiempo para comenzar a enseñarle cómo usar una espada.

O, al menos, algo que no fuera la mitad de una lanza o una gran vara.
61

El sol bañaba los grandes espacios abiertos dentro de las murallas mientras
Xena se acomodaba en su trono de robusta construcción, bajo un dosel de
seda verde, en una plataforma construida contra la pared interior.

Llevaba un vestido dorado, pero cualquier persona con ojo agudo, podía ver
las fuertes botas de cuero y las armaduras en sus largas piernas que sobresalían
por la parte inferior, y había colgado su espada en la funda, en uno de los
altos y ondulados remates de la silla.

A pesar de acosar a Gabrielle por eso, se sentía malditamente bien estar en


su equipo de lucha, y respiró hondo, la constricción del cuero se cerró
alrededor, brevemente, antes de soltarlo. Se sentía bien tener el peso de la
armadura sobre sus hombros y la leve presión de las dagas en la parte superior
de sus botas.

Últimamente, se había acostumbrado más a ir de cuero que de seda, y el


tacto de la piel bien curada contra la suya era extrañamente reconfortante,
sobre todo porque la pasada marca de vela, más o menos, había resultado
ser incómoda cuanto menos.

Brendan estaba ocupado investigando. Gabrielle se había escabullido para


buscar un pergamino y, como sospechaba Xena, se había ido a hurtadillas a
los puestos de los vendedores para hacer algunas compras. Eso la dejó sola
en su plataforma, viendo a la primera serie de artistas prepararse para
comenzar su espectáculo.

Acróbatas a caballo.

Xena los adoraba. Este grupo provenía de las tierras orientales, más allá de sus
fronteras, y la hizo feliz verlos, después de una ausencia de varios años. Estudió
la docena de animales, robustos y bien cuidados, que estaban trotando en
círculos mientras sus jinetes se balanceaban y saltaban sobre ellos, sin temor a
los grandes cascos.

Por un momento, imaginó cómo sería ser uno de ellos, viajando de ciudad en
ciudad, en una existencia nómada y dispersa.
62
¿Le gustaría eso?

Xena observó como el grupo se reunía en el centro de los caballos, la mayoría


escuchando al hombre alto de cabello castaño rojizo, que aparentemente
era su líder.

¿Cómo eran sus días?

Reflexionó. Actuando para la multitud,

¿Y después qué?

Regresar a su caravana; una lona puesta sobre ellos para protegerlos y


sentarse sobre almohadones gastados para compartir lo que hubiera en su
olla común para comer.

Se tenían a sí mismos y sus caballos. Le recordó a Xena, solo un poco, a viajar


con su ejército por el campo, cuando un largo día de viaje o lucha podía
terminar en un campamento en el crepúsculo, algún pescado fresco y, si
tenían suerte, algo de música alrededor del fuego.
Recordó una de esas noches. Estaban bajo un cielo cristalino lleno de estrellas,
y tenía su espalda contra un árbol alto, sus rodillas apoyadas sobre su silla de
montar cubierta de piel, una copa de ron en su mano y la cálida satisfacción
de la victoria en sus entrañas.

Lyceus tocando su sitar cerca del fuego. Todos de buen humor, incluso los
heridos en la enfermería de los combates del día.

Levantando sus copas para ella.

—¿Xena?

La reina saltó, casi levantándose de su silla, su mano buscó la empuñadura de


su espada antes que su cerebro se activara y volviera al presente con un
gruñido.

—No hagas eso.

—Lo siento, señora. —Jellaus se inclinó y sofocó una sonrisa—. Parecías a mil
leguas de distancia. 63
Xena se movió y puso un codo en el brazo de su silla, apoyando la barbilla en
su puño.

—Solo recordando los viejos tiempos —admitió—. ¿Has oído algo interesante?

Jellaus tiró de las cuerdas de su instrumento.

—De mala gana o no, todos coinciden en que su Majestad está en buena
forma. —Él se inclinó de nuevo—. Incluso nuestros viejos amigos de las Tierras
Occidentales. Los he visto llegar.

—Imbéciles —murmuró Xena.

—Ah, señora. —Jellaus rasgueó una melodía baja, sin palabras—. Un príncipe
de tanta belleza, seguramente sintió que no podías resistirte a él —dijo—. Y él
era, de hecho, hermoso.

—Lo era —reconoció Xena—. Pero un bastardo por dentro. Probablemente


todavía lo es. —Miró a Jellaus—. Ve a ver si puedes descubrir cuál es su juego,
Jellaus.
—Señora. —El músico hizo una reverencia, luego se dio la vuelta y se alejó,
tocando suavemente su sitar mientras avanzaba entre la multitud.

Philtop.

Xena sintió que su cara se torcía en una mueca.

—Debería haber hecho que la maldita fiesta fuese solo con invitación.

Descartando la idea, giró en su silla cuando vio a los bailarines de caballos


colocándose en posición para comenzar su espectáculo. Por el rabillo del ojo,
vio a Philtop y su séquito tomando asiento en un pabellón al frente de ella, en
medio de una multitud de sus propios nobles.

Sabía que estaba siendo observada. Podía ver a Philtop parado allí, y sabía
que estaba esperando que lo mirara.

Xena cruzó los tobillos y mantuvo la mirada en los caballos, solo se movió
cuando vio a Gabrielle acercándose entre la multitud y dirigiéndose hacia
ella. Se recostó, viendo los caballos ponerse en movimiento, pero también 64
mirando a su consorte.

Gabrielle tenía un odre de vino colgando de un hombro y una bolsa pequeña


al lado que parecía contener fruta. Con sus ajustadas polainas y camisa, se
veía linda y sexy, la luz del sol brillaba en su pelo rubio mientras se movía
rápidamente a través de una multitud que se separaba con igual rapidez.

Llevaba la cabeza alta y, cuando su mirada cruzó la de Xena, en su cara se


dibujó una sonrisa que iluminó su rostro.

Xena sintió como ella misma le devolvía la sonrisa.

Maldita sea, eran un par de memas a veces.

La reina hizo un gesto hacia la silla a su lado cuando llegó su consorte,


concentrándose en ella, e ignorando a la tropa de caballos bailando durante
unos minutos.

»¿Qué tienes?

—Prueba esto Xena. —Gabrielle le entregó el odre de vino—. Es asombroso.


Servicialmente, Xena lo destapó y bebió un trago, confiando en que la versión
de Gabrielle de asombroso no estaba demasiado lejos de la suya propia
como para hacer que quisiera escupir lo que fuera.

—Mm. —Sus cejas se levantaron con sorpresa—. Espumoso.

—Burbujas. —Gabrielle dejó su otro saco sobre la pequeña mesa de madera


entre sus sillas—. Y traje fruta rica del jardín. —Se sentó—. El viticultor acaba de
terminar esta cosa burbujeante. Es vino blanco, pero le hizo algo. Me gusta
mucho.

—A mí también. —Xena tomó otro sorbo de vino, las burbujas le hicieron


cosquillas en la lengua. Era moderadamente dulce y refrescante—. Dile a
Fergus que será mejor que guarde algo de esto para mí.

Gabrielle sonrió.

—Ya lo hice —confesó—. ¡Y te conseguí esto! —Se inclinó y le ofreció a Xena


algo en la mano—. Es tan bonito. Pensé que te gustaría. —Xena miró hacia
abajo y encontró una cabeza de caballo de metal bellamente labrada, 65
martillada delicadamente en metal negro humo con los ojos de color ámbar,
una imagen asombrosa de su semental favorito. Sintió que su mandíbula caía
un poco y parpadeó. Gabrielle observó su reacción y volvió a ordenar sus
adquisiciones con una expresión satisfecha en su rostro—. Tiene un broche en
la parte posterior. Puedes ponerlo en tu capa para mantenerla cerrada, o en
el cinturón.

—Ah.

El viento fresco, rico en tierra batida y hierba de las áreas de los artistas, rozó a
Gabrielle y respiró hondo, disfrutando un momento de satisfacción ante la
expresión aun ligeramente aturdida en el rostro de la reina.

Te pillé.

—Oh, guau. —Gabrielle estaba cautivada por los números de los caballos. Vio
a un grupo corriendo uno hacia el otro, con sus jinetes de pie, alertas pero
relajados y, luego, cuando llegaron a la misma altura, cambiaron de lugar;
saltaron por el aire y aterrizaron sobre estos en sincronía perfecta—. ¡Eso ha
sido increíble!

Incluso los ojos de Xena estaban un poco abiertos.

—No está mal —admitió.

—¿Puedes hacer eso? —preguntó Gabrielle cuando uno de los hombres dio
un salto mortal en su sitio, el caballo seguía al galope delante de ellos—.
Apuesto a que puedes.

—Uh, claro.

—Pero guau... ¡Mira eso!

Xena miró a su compañera, esperando que no fuera a pedir una


demostración allí frente a todo su reino. Pensó que tal vez, con mucha
práctica, podría intentarlo sin matarse.

Tal vez. 66
El jinete se puso haciendo el pino sobre el lomo del caballo y su cuerpo se
flexionó fácilmente mientras el animal corría. Luego empujó y aterrizó de pie,
extendiendo los brazos con un gesto de felicidad. La multitud gritó en
reconocimiento.

Salieron otros dos artistas, sentados en una postura convencional a lomos de


sus caballos, pero llevando manojos de palos, atados e iluminados en ambos
extremos. Empezaron a girar los palos, serpenteando una figura de ochos
alrededor de los cuellos de sus caballos y cabezas.

—Tiger se habría vuelto loco —comentó Xena—. Habría perdido la cabeza,


botado mi trasero de él, echándome una cagada del tamaño de la cabeza
de un buey y saliendo disparado.

—Creo que yo hubiera prendido fuego a Parches si lo hubiera intentado. —


Gabrielle estuvo de acuerdo tristemente—. Sin duda es bonito, ¿no?

—Mejor de noche —reflexionó Xena—. Tal vez podamos hacer que hagan
esto de nuevo en el patio después de la cena.
Los jinetes terminaron su pase, lanzando los tizones en el aire y luego
atrapándolos. Se marcharon, para ser reemplazados por cuatro caballos más,
yendo hacia atrás y adelante entre sí en un patrón complicado.

Era como un baile. Gabrielle observó cautivada, cómo los graciosos animales
y los jinetes engalanados aumentaban el ritmo. Se sentó en su silla, casi
conteniendo la respiración mientras los caballos pasaban rozándose los
bigotes, tan cerca de chocar que se estremeció un poco.

Después de un momento, miró rápidamente hacia un lado, para encontrar a


su compañera igualmente absorta, con una sonrisa tirando de sus labios.

—Esto es increíble, ¿verdad Xena? —Le ofreció a la reina una pera de su


colección cuando los artistas se tomaron un descanso y un grupo de músicos
tomó su lugar.

Los ojos azules se movieron a los de ella.

—Sí. —Xena aceptó de buen grado, antes de mirar a los artistas, girando la
pera con los dedos antes de darle un mordisco—. Desde luego supera a esos 67
malditos títeres. —Gabrielle hizo una mueca—. La cosa más estúpida que he
visto nunca.

El espectáculo de marionetas había sido una sorpresa para las dos, ya que los
titiriteros habían decidido crear figuras que, por lo visto, se suponía que eran
Xena y ella, y el espectáculo era una recreación completa de la defensa del
paso de Xena, con su propio títere arrojando rocas talladas de madera.

—¡A mí me pareció bastante genial! —protestó amablemente Gabrielle—. Me


encantó la forma en que te hicieron saltar sobre esas montañas falsas. ¡Era
como si estuvieras volando!

Xena puso los ojos en blanco y luego los cubrió con una mano, sacudiendo la
cabeza.

—No me puedo creer que no los haya azotado.

—Y esos títeres me parecieron realmente lindos —dijo Gabrielle—. Me


pregunto si podrían enseñarme cómo hacer eso. —Vio los ojos de Xena
abiertos de par en par—. ¿No crees que sería genial poder contar algunas de
mis historias con marionetas? Puedo practicar este invierno. —Xena dejó su
pera y se levantó. Se giró y puso ambas manos en los brazos de la silla de
Gabrielle, mirándola intensamente—. Aunque tendría que trabajar un poco
en tu marioneta. —Gabrielle saboreó la luz del sol que salpicaba la cara de
Xena, marcando su anguloso perfil—. No debería ser linda. —Xena tomó aire—
. Debería ser tan hermosa como tú —concluyó Gabrielle, levantando la mano
para acariciar la mejilla de la reina.

Los hombros de Xena se movieron cuando dejó escapar el aliento, una


expresión de irónica exasperación se apoderó de su rostro. Luego se enderezó
y se volvió hacia los artistas, poniendo las manos en sus caderas mientras
escuchaba las flautas y los cuernos que estaban tocando.

Gabrielle mordisqueó una manzana, mirándola. Entonces un movimiento


llamó su atención y miró hacia su izquierda, viendo a Philtop de pie, sus ojos
también enfocados en la forma alta de Xena.

No podía ver la expresión en su rostro, pero después de un momento, él


comenzó a moverse, varios de sus compañeros se levantaron rápidamente
para unirse a él cuando comenzaron a cruzar el pabellón hacia donde estaba
la reina.
68
»Xena. —Gabrielle habló en voz baja.

—Los veo. —La reina mantuvo su atención en el escenario—. Debería acabar


con esto antes que esos malditos caballos regresen —dijo—. De todos modos,
voy a disfrutar presentándote.

—¿A mí? —Gabrielle frunció el ceño—. ¿Por qué?

Xena simplemente sonrió.

Esperó hasta que el pequeño grupo de Philtop estaba cerca de los escalones
que conducían a su plataforma. Allí, sabía, los soldados lo detendrían a menos
que les indicara que los dejaran pasar, y todavía no estaba de humor para
dejarlos pasar.

Era consciente de que Gabrielle estaba detrás, sabía que su consorte estaba
mirando a los hombres abiertamente, mientras les daba la espalda,
aparentemente observando el entretenimiento e ignorando el acercamiento.
No había peligro en eso. En primer lugar, Philtop no era estúpido, y en segundo,
había soldados por todos lados, y Gabrielle rápidamente gritaría su nombre,
de esa manera excesivamente linda que tenía, si cualquiera de los habitantes
de las Tierras Occidentales daba un paso de una ardilla hacia ella.

Además, su propia visión periférica era más que suficiente para mantener al
grupo a la vista sin mirarlo directamente, y los mantuvo esperando allí, al pie
de la pendiente, hasta que pudo verlos comenzar a moverse inquietos.

Siempre era mejor recordarle a la gente quién estaba al mando. No estaba


segura de cuál era el juego de Philtop, ni por qué había decidido visitarla
después de todos estos años y toda esa mala sangre, pero lo último que quería
era hacerle creer que estaba preocupada por eso.

O por él.

Así que lentamente giró su cabeza y los estudió por un largo momento antes
de soltar un silbido perezoso, girándola de nuevo para ver a un malabarista
mientras trabajaba con un puñado de palos.
69
Ella tenía los pulgares enganchados en el cinturón de su túnica, el cuerpo tan
relajado como podía mientras sus oídos se agudizaban, escuchándolos
acercarse. Oyó el leve sonido cuando Gabrielle se movió en la silla, y luego el
roce de cuero y tela cuando su consorte se levantó y se movió.

Resistió el impulso de darse la vuelta y ver que Hades estaba haciendo


Gabrielle, al oír que las tablas de madera de la plataforma crujían ligeramente
bajo su peso cuando se detuvo.

—Hola. —La voz de Gabrielle deleitó sus oídos—. Por favor, espere allí hasta
que su Majestad esté lista para hablar con usted.

Xena sonrió sin poder ser vista por ellos. Sabía por el sonido, que ahora
Gabrielle se había interpuesto entre ella y los visitantes, y la idea de su
adorable compañera de cama deteniendo a los intrusos, le encantó.

Gabrielle podría ser realmente feroz. Había demostrado sus agallas más de
una vez en las últimas lunas y le había dado una gran vara y una motivación
suficiente para que pudiera probablemente hacer daño a alguien, al menos
hasta que la cogieran y la azotaran.
Lo que, por supuesto, Xena no permitiría a menos que fuera ella quien diera
los azotes. Así que se volvió y miró a los intrusos finalmente, no queriendo que
ninguno tuviera ideas tontas.

Efectivamente, de pie directamente entre ella y Philtop, cuadrándose de


hombros y las piernas un poco abiertas, estaba Gabrielle, proporcionando una
guardia adorablemente erizada con un pergamino enrollado en una mano,
que tal vez podría considerarse un arma.

Tan linda como el Hades.

Xena dio un paso adelante y apoyó un codo en uno de esos hombros.

—¿Qué quieres? —le preguntó a Philtop—. No recuerdo haberte enviado una


invitación. —Lo miró a los ojos fríamente.

Él se veía más o menos igual. Su cabello se había vuelto un poco canoso, pero
todavía tenía esa cara de dios olímpico y un cuerpo bien cuidado a juego.
También tenía esa postura arrogante, aunque no había sido tan estúpido
como para llevar una espada en su cinturón, donde habitualmente mantenía 70
su mano, amartillada como un espadachín nato.

Cosa que él era, tanto como ella.

—Pensé que había sido solo un descuido —respondió él apaciblemente—.


Como el resto de las tierras de los alrededores están, y veo al viejo Charstian
allí, y todo su séquito. —Señaló una sección lejana de los asientos llenos de
visitantes—. Así que he venido a presentar mis respetos. —Se tocó el pecho
brevemente—. Y para preguntar si podemos dejar ir el pasado. Ya es tiempo.

Un discurso cortés.

Xena no se lo tragó, pero apreció el baile. Estudió su rostro, con el cual estaba
tratando de mantener una expresión humilde.

—He oído que has tenido un año difícil.

Él levantó una mano y la dejó caer.

—Algunas veces las Parcas son más caprichosas que otras —admitió—. Sentí
que podría ser el momento de que nuestras tierras tengan relaciones más
amistosas.
Xena lo miró desconcertada.

—Lo hiciste, ¿eh?

Él sonrió levemente.

—Tal vez su Majestad me haga el gran honor y el favor de discutirlo más tarde,
después de las festividades. —Hizo una reverencia.

Debe estar matándolo.

Xena podía ver la incomodidad en el movimiento y las miradas ansiosa de sus


asistentes.

—Tal vez —cedió—. Busca a mi senescal dentro. Puede que tenga unos
minutos antes del banquete.

Vio la leve expresión de triunfo, rápidamente enmascarada, y se preguntó qué


estaba tramando exactamente.
71
—Muchas gracias —dijo—. Hasta más tarde, su Majestad. —Él miró a Gabrielle,
quien había estado simplemente parada en silencio y mirando mientras
hablaban.

Xena sonrió.

—Mi consorte, Gabrielle —presentó, viendo el rostro de Philtop reaccionar


antes que pudiera detenerlo y obtener una sacudida de satisfacción por la
mueca en sus labios bien formados.

—Así que finalmente elegiste a alguien —dijo Philtop después de una pausa.
La cabeza de Gabrielle se levantó un poco y enderezó la espalda mientras
miraba a Xena.

—Ella me eligió a mí —respondió Xena sorprendentemente—. Condenada


falta de juicio.

Él asintió brevemente, y luego se giró y condujo a su grupo por los escalones,


más allá del guardia que tomó posición bloqueando el camino de nuevo.

—Hm. —Gabrielle hizo un ruido profundo en su garganta.


Xena se echó a reír y la giró para mirar hacia el campo de nuevo.

—Tonto del culo. —Colocó su brazo sobre los hombros de Gabrielle, contenta
cuando sintió que su consorte se acurrucaba y ponía su propio brazo
alrededor de la cintura de Xena—. No ha cambiado.

—Me pregunto qué quiere.

—¿Aparte de a mí? —respondió la reina con ironía—. Ha aparecido aquí justo


después de que me he ganado la corona. Pensará que él es un regalo de los
dioses, y que estaría agradecida de tenerlo en mi cama y agregar estas tierras
a las suyas. Se ofreció a permitirme conservar mi título si le daba un heredero.
—Gabrielle hizo otro ruido, algo así como un cruce entre un bufido de gato y
una tos—. Todavía está esperando un heredero. Le di una patada tan fuerte
en sus partes nobles que creo que se las rompí —reflexionó Xena—. Tuvieron
que llevarlo de vuelta a casa en una carreta de bueyes. No podía sentarse en
su caballo.

Señaló al malabarista.
72
»Eso sí que lo sé hacer. ¿Quieres verlo?

Gabrielle bien podría imaginar a Xena pateando a alguien allí. La había visto
hacerlo en más de una ocasión, pero generalmente la reina escogía ese
punto porque era débil, no por razones más personales.

Philtop había sido personal. La idea de suponer que Xena iría mansamente a
su cama era algo que le pareció gracioso, pero de una manera incómoda.

Levantó la vista hacia la cara de Xena, a esta persona a la que amaba de


una manera tan loca y completamente abrumadora, y se preguntó lo que
Philtop le iba a pedir ahora después de semejante rechazo anterior.

Le dio un abrazo a la reina, feliz cuando el largo brazo a su alrededor se apretó


en respuesta, y sintió los labios de Xena presionarse brevemente contra su
cabello. Se sentía cálido y bueno, y cerró los ojos, saboreando el momento.

»Ya sabes. —Xena comenzó a hablar—. Todos esos bastardos, los de por aquí,
estaban seguros que la cagaría. Que un señor de la guerra ignorante nunca
sabría cómo estar al mando de un lugar como este.

—Tú no eres una ignorante.


—Oh, lo era. —Xena se rio entre dientes con ironía—. No nací sabiendo todo.
¿Sabes? Aprendí mucho del modo difícil. La mayoría de los señores de la
guerra solo continúan. No se detienen una vez que conquistan un lugar,
Gabrielle. Demasiado aburrido.

Gabrielle la miró.

—¿O demasiado desafiante?

Una sonrisa estiró los labios de Xena.

—Oh... eres lista, pequeña rata almizclera —dijo—. Sí. Es fácil destrozarlo todo.
No es tan fácil mantenerlo funcionando. —Volvió la cabeza y lentamente
inspeccionó el festival—. Es mucho más divertido matar y seguir adelante.

Gabrielle pensó en la primavera anterior, cuando Xena comenzó a hablar de


ir a conquistar más tierras. Aunque el pensamiento general era que tenía algún
conocimiento interno de los persas, Gabrielle no estaba segura que eso la
había incitado.
73
—¿Crees que esos tipos estaban al tanto del tema de los persas?

Xena guardó silencio un momento, mientras observaban a dos de los


malabaristas intercambiar antorchas, un torbellino de fuego y humo y manos
curtidas.

—Tal vez —dijo finalmente—. Podrían haber estado dispuestos a tirar dinares al
bote si no tenían que arriesgar nada personalmente. Ninguno tenía las agallas
de venir directamente a por mí.

—Oh.

—A veces. —Xena la miró—. Tienes que renovar la sangre, sé lo que quiero


decir, rata almizclera.

Gabrielle parpadeó hacia ella.

—Um. —Pensó un momento—. ¿Quieres decir que te tenían miedo y debías


recordarles por qué?

Xena le dio unas palmaditas afectuosas en la mejilla.


—Esta es mi chica. —Luego señaló los juegos malabares—. Vamos. Vamos a
demostrarles cómo hacer eso.

—Uh... Xena, no sé hacer malabares.

—¿Has probado?

—No.

—Entonces, ¿cómo lo sabes? —Xena comenzó a guiarla por la ladera hacia


el escenario—. Tienes que arriesgarte en la vida, rata almizclera.
Comenzaremos con pequeñas bolas de fuego.

Gabrielle se hundió en el agua tibia hasta su nariz, dejando escapar un suspiro


de alivio mientras el calor le quitaba el dolor de los huesos. Los malabares se
habían convertido en montar a caballo, y luego convertido en un combate,
que había terminado con una improvisada algarabía musical: todo un poco 74
salvaje y fuera de control.

Estaba cansada. Corriendo tras Xena, esquivando palos de malabares,


agarrando una lanza y defendiendo a la reina en el combate... y luego hubo
una batalla de barro.

Se frotó la parte posterior de la oreja, la imagen de Xena quitándose la túnica


y lanzándose alegremente se proyectó en su mente.

El ejército se había quedado absolutamente encantado. La propia Gabrielle


se había divertido, pero ahora estaba contenta de estar sumergida en su
enorme bañera de mármol. Extendió los brazos y flexionó las manos, un poco
rígidas por las varias marcas de vela de simulacro de batalla.

El sol se inclinaba hacia el occidente, y ya dentro, podía oír los sonidos suaves
mientras se encendían velas y chascaba suavemente el fuego recién
encendido.

Podía oler la madera, y el aroma cremoso de la cera, y en los límites de su


oído, la voz de Xena en la cámara exterior.
Ahora tenían algunas marcas de velas para relajarse antes del gran banquete
de esta noche. La apertura oficial de Xena de la temporada de cosecha, y
un momento para que la fortaleza reflejase la riqueza del año atiborrando a
todos de manera absurda y dándoles más bebida de la que probablemente
fuera una buena idea.

En la planta baja, las cocinas estaban a toda máquina, cociendo y asando


una selección de la mejor carne de res, cordero y pescado de las ofrendas,
con cada tipo de verdura y raíz en ollas y sartenes en cada lugar de cocción.

Literalmente, una casa de locos.

Habría frutas y pasteles de miel para el postre, era a la vez extraño y un


auténtico festival para ella, no había tenido que echar una mano con nada
de eso. Gabrielle movió los dedos de los pies en el agua y sintió un débil
retumbo en sus entrañas pensando en toda esa comida.

Por lo general, tenía algún papel que desempeñar en todas sus comidas
conjuntas. Ya sea seleccionando cosas y trayéndolas, o cocinando, u
organizando, sentía que esto era parte de su papel como consorte de Xena. 75

No es que de verdad supiera lo que debía hacer una consorte, ni Xena ni


nadie más se lo habían dicho; pero tampoco le dijo que no lo hiciera, así que
siguió con lo que hacía desde los días en que había sido la esclava personal
de la reina.

Además, era una de sus pocas habilidades, y ciertamente una que Xena
disfrutaba, se había dado cuenta de que la reina apreciaba sus comidas y
siempre estaba buscando algo para mordisquear, incluso entre ellas.

Así que también tenían eso en común. Xena había admitido una vez que
había pasado tanto tiempo en la guerra con el ejército, que nunca había
superado el suministro irregular de comida, bebida o descanso, y tendía a
complacerlos a todos en cada oportunidad que tenía; por lo visto los viejos
hábitos eran difíciles de erradicar.

Por razones muy diferentes, Gabrielle lo entendía.

A menudo, casi todos los días, ponía algo de esto y aquello en una olla para
preparar una sopa o un estofado, y lo dejaba borbotear desde la mañana.
Por lo general regresaba a sus aposentos por la noche para encontrar que la
mayor parte había desaparecido, aunque siempre quedaba lo suficiente
para que tomara un tazón antes que cayera la noche.

Por supuesto, ahora deseaba haber hecho eso mismo esta mañana. Oh bien.
Gabrielle exhaló. Tal vez quedaba algo de fruta en su bolso.

La puerta se abrió, y Xena entró, arrojando su túnica manchada de barro


sobre un soporte de madera y comenzando a desabrocharse los cueros.

—Maldita sea.

—¿Qué pasa? —preguntó Gabrielle.

La reina se quitó la armadura y la colocó con cuidado sobre el soporte,


encima de la túnica. El cuero estaba teñido de un marrón oscuro, casi negro,
por el barro, y la piel de Xena estaba manchada de manera similar, junto con
largos rasguños en el bíceps izquierdo.

—Ese fue el informe de Brendan. No ha podido averiguar una maldita cosa


sobre esos tipos que la han espichado. 76
Se aflojó la ropa interior y se la quitó, contemplando la tela manchada de
barro con una mirada desconcertada. Luego se encogió de hombros y la
arrojó a la esquina, antes de entrar en la bañera, haciendo que el agua
chapoteara un poco sobre el borde mientras se sentaba.

—Xena. —Gabrielle se levantó y nadó, trayendo un poco de esponja y jabón.


Los frotó para hacer espuma y comenzó a trabajar en la piel manchada de
barro de Xena, mientras la reina se deslizaba en el agua con un suspiro de
satisfacción—. Oh, Dios mío, te ves como uno de los lechones.

Xena sonrió, luego se puso seria.

—Esos dos bastardos tiesos, no tienen ni una marca sobre ellos, como él dijo.
—Arqueó su cuello mientras Gabrielle lo frotaba—. Ni un rasguño. Nada. Como
si se hubieran sentado y estirado la pata.

—Eso es raro, ¿eh? —Gabrielle pasó la esponja por el cuello de Xena hasta los
hombros, frotando con fuerza para quitar la suciedad de las áreas que su
armadura no cubría—. Recuerdo que a veces pasaba eso. Durante el invierno.

—¿A hombres adultos un poco mayores que tú?


Gabrielle frunció el ceño.

—Bueno, no. —Limpió la clavícula de Xena, las yemas de los dedos sintieron la
leve marca justo encima de su pecho izquierdo—. Principalmente los mayores.

—Exactamente. —Xena se deslizó bajo el agua y sacudió la cabeza


vigorosamente, antes de salir a la superficie con un débil balbuceo—.
Entonces, ¿qué los mató?

—¿Podrían haber sido mordidos por algo? ¿Una serpiente? ¿O un escorpión?


—Gabrielle estaba enjabonando el camino por un largo brazo suavemente,
teniendo cuidado con los rasguños—. Odiaría pensar que teníamos algo así
cerca en los establos, Xena.

—Yo también. —Xena la estudió pensativa—. Es una buena idea. Haré que
revisen el pajar. Quién en el Hades sabe qué entró con la última carreta.

Gabrielle sonrió un poco, orgullosa de haber encontrado algo en que ayudar.

—Fue increíble lo que hiciste con esos barriles hoy —comentó—. Hacer 77
malabares con tus pies así. Todos los malabaristas estaban realmente
impresionados.

Xena se rio entre dientes.

—Sí, pero lo voy a sentir mañana. —Flexionó una pierna—. Tal vez puedas
practicar un poco más de ese masaje conmigo. —Movió una ceja hacia su
consorte.

—Por supuesto.

Xena se recostó en el agua, apoyando los omóplatos en el mármol mientras


esperaba que Gabrielle terminara su trabajo. Podría haberlo hecho ella
misma, por supuesto, y durante todos los largos años transcurridos entre el
momento en que tomó el reino y la llegada de Gabrielle, lo había hecho.

Nadie consiguió acercarse tanto. A nadie se le había permitido siquiera estar


en su presencia mientras se bañaba; no por modestia, porque carecía de eso,
sino porque había tanta gente dispuesta a acuchillarla, que sencillamente no
había querido arriesgarse.

¿Y ahora?
Ahora estaba completamente feliz de despatarrarse a gusto en esta agua,
decadentemente cálida, mientras una esponja eliminaba todas las manchas
en su piel de un buen día de lucha. Era casi como ser una auténtica reina a
veces.

Lo que le recordó algo desafortunado.

—Mierda —suspiró—. Le dije a Stanislaus que trajera a ese idiota aquí al


atardecer

—¿Philtop? —Gabrielle siguió frotando, había bastante de Xena para lavar.


Sus piernas, por ejemplo, que parecían llevar una eternidad, eran muy largas.

—Sí.

Gabrielle mantuvo la cabeza gacha.

—Iré a buscar algo de la cocina. Creo que hoy trajeron algunos quesos nuevos
y un poco de pan negro.
78
Xena estudió la cabeza húmeda frente a ella y la fina tensión en los hombros
desnudos sobre la superficie del agua.

—Podemos enviar a tu chavalita a por eso —dijo—. Preferiría que estuvieras


aquí. Me recuerdas por qué no debo matar personas por casualidad cuando
me molestan.

Gabrielle alzó la vista ante eso.

—¿Lo hago?

—Mm. —Xena se acercó y le pellizcó la nariz—. Te quiero aquí cuando él


llegue.

—Vale. —Gabrielle parecía perpleja, pero complacida—. Pensé que tal vez él
quería hablar a solas contigo.

—Y es lo que quiere. —La reina sonrió—. Pero no llegué a donde estoy dándole
a la gente lo que querían. Llegué haciendo que la gente aceptara mis
términos, ¿recuerdas?

Gabrielle tomó su mano y la besó.


—Lo recuerdo.

La cara de Xena se torció en una expresión de irónica diversión, sabiendo por


dentro cuánta farsa había en el intercambio que acababan de tener.

—Bueno —dijo—. Salgamos de aquí antes que nos arruguemos como ciruelas
de invierno.

Salieron y se secaron rápidamente, la brisa que entraba por las ventanas tenía
más que un toque de otoño. Xena se secó el pelo con una toalla y se dirigió a
su armario, estudiando el contenido mientras escuchaba a Gabrielle en la
alcoba contigua.

Se puso una túnica informal de color escarlata, se la ató alrededor de la


cintura antes de dirigirse al espejo y se pasó un peine por el cabello mojado,
mirando cómo su rostro se contraía un poco mientras le daba sentido a la
masa espesa y oscura que ya estaba empezando a secarse.

Se puso un par de botas de interior y entró en su cámara exterior, donde un


criado estaba poniendo una bandeja con tazas de vino caliente. 79
—Su Majestad. —El sirviente le hizo una profunda reverencia—. Lord Stanislaus
me pidió que trajera esto aquí.

Xena chasqueó los dedos hacia el hombre.

—Lárgate —le dijo, esperando a que el hombre se marchara


apresuradamente antes de acercarse y servirse una copa de vino, su aroma
rico y picante llenó la estancia. Tomó la copa y se sentó en su silla elevada,
tomando un sorbo del vino y sintiendo la quemazón mientras viajaba hasta su
estómago. Sospechaba lo que Philtop le iba a preguntar, y no estaba segura
de por qué la hacía sentir...—. No estoy nerviosa —habló en voz alta—. Él
puede besarme el culo.

La puerta interior se abrió, y apareció Gabrielle, vestida de manera atractiva


con una simple túnica de lana ceñida por la cintura. Llevaba una bandeja y
la dejó junto al vino caliente.

—¿Has dicho algo?

—Nada inteligente —murmuró Xena.


Gabrielle se acercó y le tendió un pedazo de oscuro pan de nuez con queso,
y lo que parecían unas gotas de miel por encima.

—Huele realmente bien escaleras abajo —comentó mientras la reina lo


tomaba y mordisqueaba un borde—. Además, todos están de buen humor.
Incluso los cocineros estaban cantando.

—¿Cantando? No los contraté para cantar sino para cocinar.

—Xena. —Un golpe suave en la puerta hizo que Xena se enderezara un poco
en su silla, y Gabrielle se moviera hacia el sonido. Abrió la puerta y reveló la
forma de Stanislaus—. Hola.

—Su gracia. —Stanlslaus se inclinó—. Su Majestad solicitó que trajera al Príncipe


Philtop para una audiencia a esta hora.

—Adelante. —Gabrielle abrió la puerta del todo y se hizo a un lado para que
entraran. Philtop estaba solo, aunque vislumbró lo que probablemente era su
guardia de pie cerca de la parte superior de los escalones. Cerró la puerta y
fue a la bandeja y cogió la jarra de vino mientras Stanislaus pronunciaba su 80
pequeño discurso.

—Su Majestad. Como solicitó, tengo el honor de presentar a su alteza, el


Príncipe de las Tierras Occidentales.

—Gracias —dijo Xena—. Tráele un asiento y luego lárgate.

Stanislaus se acercó rápidamente a la pared lateral y arrastró una silla de


respaldo bajo, luego hizo una reverencia y retrocedió, olvidando que
Gabrielle había cerrado la puerta y estrellándose contra ella.

Xena hizo girar su vino y bebió un sorbo, mirando con ojos sarcásticos y
divertidos mientras palpaba detrás de él, abría la puerta y luego escapaba
por ella. Después volvió su atención a Philtop.

»Siéntate. —Indicó el asiento—. Querías una reunión. Aquí la tienes. Habla.

Philtop se acercó y se sentó, mirando a Gabrielle antes de volver a mirar a


Xena. Iba vestido con una sobretúnica de lana, pero se había quitado sus
armas e incluso el anillo que llevaba esa tarde.
—La pedí —dijo—. No creí que quisieras que toda tu corte escuchara lo que
tengo que decir.

Xena tomó un bocado de su pan y lo masticó.

—¿Y?

—Hemos tenido un mal año —dijo Philtop mirando hacia otro lado—. Estoy
seguro que lo has oído. La mayoría de los cultivos se echaron a perder y las
tormentas de verano inundaron el río y se llevaron la mitad del ganado.

—Lo he oído —respondió Xena.

—Tengo dos opciones —dijo Philtop—. Apelar a ti, u ofrecer mis tierras al mejor
postor. —Hizo una pausa—. Podría ser que el mejor postor sea alguien a quien
no quieras como vecino.

Gabrielle estaba en silencio junto al aparador, observándolos a ambos. Podía


ver y casi sentir de manera visceral, la tensión en el cuerpo de Xena, y al
observar el perfil aristocrático y exquisito de Philtop, se dio cuenta de que él 81
no le tenía miedo a Xena.

—Así que —dijo Xena después de una breve pausa—. O bien salvo tu
lamentable culo o te vendes a los persas, ¿correcto?

—Correcto —respondió directamente Philtop—. Lo siento Xena. No tenía


ninguna intención de volver a cruzar las fronteras después de la última vez,
pero no tengo otra opción. No puedo dejar que todas esas personas mueran,
y tú eres la mejor alternativa a este lado de Persia. Ya han mandado un
enviado.

—¿Ah sí?

Philtop se encogió de hombros.

—¿Por qué desperdiciar sangre en algo por lo que puedes pagar una
pequeña moneda? Ahí es donde estoy. Una fulana barata. —Hizo una
pausa—. Comprarán a cualquiera que puedan y te rodearán. Al menos tu
reputación te precede. No quieren atacarte de frente.

Gabrielle se dio cuenta, de repente, que este noble visitante no era tan noble
como parecía. Tenía la misma aspereza que Xena, y se preguntó.
¿Quién era él realmente?

Xena terminó su pan y lo siguió con un trago de vino mientras el silencio se


alargaba.

—¿Eso es todo lo que tenías que decir?

—Eso es. —La reina lo contempló—. Vamos, Xena, dime que me pierda y que
lo pensarás —dijo Philtop torciendo irónicamente sus labios—. Eso es lo que
haría yo —agregó.

—No me lo tengo que pensar —respondió Xena—. Solo tengo que decidir
cuánto te va a costar. Así que sí, ve y come un poco de cordero y hablaremos
mañana.

Philtop asintió, sus hombros se relajaron levemente. Se levantó e inclinó la


cabeza. Luego se volvió y, vacilante, hizo lo mismo a Gabrielle antes de
dirigirse a la puerta, enderezándose antes de abrirla y salir, cerrándola
firmemente detrás de él.
82
Hubo un breve silencio. Entonces Xena suspiró y tomó un trago de su vino. Miró
a Gabrielle, que la estaba mirando fijamente a su vez.

»Una larga historia.

—Guau.

—Una muy larga historia.


Parte 3

¿Cómo explicar lo de Philtop?

Xena yacía boca arriba sobre la gran cama, con los brazos extendidos,
mientras escuchaba a Gabrielle dando vueltas cerca de la chimenea. Cómo
explicar esta gran metedura de pata de sus años más jóvenes que casi... casi
le había costado el reino que había conquistado.

—Maldita sea. —El aroma de la sidra caliente le llegó, y giró el cabeza justo
cuando Gabrielle se sentaba en la cama y le ofrecía una taza—. No tengas
un pasado, rata almizclera. Te alcanza y te muerde en el culo cuando menos
te lo esperas. —Se giró hacia un lado y se alzó sobre un codo, tomando la taza
y sintiendo como le calentaba la mano—. Gracias.
83
Los pálidos ojos verdes la estudiaron con gravedad. Luego su consorte levantó
una mano y le tocó la mejilla, acariciando la piel con un suave pulgar mientras
los ojos de Xena se cerraban brevemente.

—Parecía como si hubiera estado en tu ejército. ¿Lo estuvo? —preguntó


Gabrielle en voz baja.

—No —dijo Xena después de una pausa—. Él fue un obstáculo. Las Tierras
Occidentales fue el primer territorio que ataqué cuando llegué aquí. —Giró el
líquido en la taza y tomó un sorbo—. Los pillé por sorpresa. Bajé de las colinas
durante la noche y ya había medio derribado las murallas de la ciudad, antes
de que supieran qué era lo que les estaba golpeando.

—Oh.

—Y entonces. —Xena sintió comezón y vergüenza al admitir esto—. Los vi alzar


una bandera blanca sobre la torre. Las puertas se abrieron y él salió. —Salió,
en su precioso caballo castaño, con todas sus galas. Xena recordaba haber
reaccionado ante la vista. Ante su sensualidad cruda y deliberada, antes de
realmente entender lo que estaba pasando. Hades. Era joven. Él era
espléndido. Había jugado la noble carta de sacrificarse y ella cayó ante eso
y ante él, en una oleada de deseo sexual que la tomó completamente por
sorpresa. Qué imbécil e inepta había sido. Xena suspiró y tomó un sorbo de su
sidra—. En fin.

—¿Se rindió? —Gabrielle se aventuró suavemente.

—No exactamente. Me hizo una oferta. Se rendiría si lo dejaba conservar sus


tierras después de que yo terminara de expoliar y saquear y así poder seguir a
pastos más verdes. Él simplemente se mantendría fuera de mi camino.

—Oh. —El tono de Gabrielle cambió por completo.

—Mm. Sí. Su exterior es más bonito que su interior —comentó la reina—. Lo


único que respeto es que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para
proteger a esos pobres desgraciados que estaban atrapados tratando de
cultivar ese matorral.

—Parece que todavía lo hace.

Xena se rio brevemente. 84


—Y entonces, después de que llegué hasta el último asalto y había luchado
contra todos por aquí y los había vencido... después de que mi ejército estaba
cansado hasta la extenuación y acabábamos de ganar... él atraviesa el valle
con su ejército y hace esa oferta que te mencioné antes.

—¿Que podrías ser reina si le dabas un heredero?

—Mm —asintió Xena—. Estaba buscando quedárselo todo. Creía que me


tenía entre la espada y la pared, que estábamos hechos polvo. Creo que no
hubiera podido poner ni a veinte hombres contra él. —Entornó los ojos—. Él
pensó que me tenía.

Gabrielle la observó, viendo la profunda y ardiente ira aún en esos bonitos ojos
azules. Tomó la mano de Xena y la frotó, mientras los músculos de la cara de
la reina se crispaban, los recuerdos obviamente parpadeaban en su mente.

Todavía podía verlo. Ella de pie en sus cueros, cubierta de tierra y sangre, y él
con su brillante y limpia armadura, sonriéndole, extendiendo la mano para
tocar su rostro, ignorante de la tormenta en construcción que estaba frente a
él.
Sus palabras la habían atravesado, cuando él le daba palmaditas en la
mejilla, le tocaba el hombro, luego le ponía la mano en el vientre y le decía
que no podía esperar para llenar eso con lo que sabía que serían niños
grandes y hermosos.

—¿Xena?

Xena tomó aliento y lo soltó, mirando hacia la cara preocupada de Gabrielle.

—Traidor, bastardo, idiota. Debería haberlo matado.

—¿Por qué no lo hiciste? —preguntó Gabrielle.

Una de las oscuras cejas de la reina se alzó bruscamente.

—¿No se supone que eres una pacifista amante de las ovejas?

Gabrielle se sonrojó.

—Eso no es lo que he querido decir... Solo me lo preguntaba. 85


—Solo te lo estabas preguntando. —Xena tomó un sorbo y después le dio la
taza—. ¿Te estabas preguntando que, tal vez, no lo hice porque me gustaba?
—Gabrielle se sonrojó aún más—. ¿Me gustaba, de la manera en que tú me
gustas? —Xena la estudió atentamente, viendo el aleteo en su punto de pulso.

Su consorte tomó aliento, luego levantó los ojos.

—Sé que ha habido otras personas —dijo—. Está bien.

La reina se rio muy suavemente.

—Bueno, tú vienes honestamente con esos ojos verdes, ¿no? —Se acercó y
puso su mano en el muslo de Gabrielle, un poco sorprendida de sentir un leve
temblor allí—. Así que sí, yo era joven y estúpida y lo quería en mi cama. —Vio
que los ojos de Gabrielle parpadeaban y luego se levantaba hacia los suyos—
. La cagó tratando de jugármela. Si el idiota se hubiera ofrecido a unir su
ejército al mío, probablemente ahora sería el rey de este lugar. —Gabrielle la
estudió seriamente—. Pero no lo hizo. En su lugar, —Xena miró hacia otro lado,
hacia la suave tela que cubría la cama—, terminó partido por la mitad, y me
arriesgué con el primer gran farol de mi carrera, y le dije a su ejército que los
cortaría en pedazos yo misma, si no se lo llevaban y desaparecían de mi vista.
—Volvió a mirar hacia arriba—. Si alguno de ellos hubiera tenido agallas, me
habrían dejado en evidencia, pero no lo hicieron.

—Tal vez ellos también estaban tirándose un farol.

—Tal vez estaban cagados de miedo porque su príncipe solo podía hacer
ruidos chirriantes y su cara parecía la parte trasera de un jabalí verrugoso —
dijo Xena—. Pero tirarse un farol... sí, podría ser. Esperaban que me entregara
igual que lo hacía él.

—Realmente él esperaba que solo... —Gabrielle hizo una mueca—. ¿Qué


simplemente te rindieras?

—Realmente lo esperaba —dijo Xena—. Idiota.

Gabrielle tomó un sorbo y le devolvió la taza.

—¿Crees que te está diciendo la verdad?

—¿Tú sí? —Xena tomó un sorbo de sidra y la miró por encima del borde de la 86
taza.

—Creo que quiere ayudar a su gente —dijo finalmente Gabrielle a


regañadientes—. Pero no confío en él.

Xena sonrió levemente.

—Mi conjetura es que, tan pronto como los persas estén amartillando mis
puertas, se acercará sigilosamente y nos golpeará por la espalda desde la otra
dirección.

—¿Crees que estaba con Bregos?

Xena negó con la cabeza.

—Nunca hubiera tratado con ese bastardo. Pero sabe cuándo aprovechar la
debilidad de alguien más. —Miró hacia abajo otra vez y sintió el toque de
Gabrielle en su hombro, el suave agarre calentando su piel. Sin embargo, ella
no necesitaba realmente la compasión. Se había preguntado cómo se sentiría
frente a él de nuevo y, cuando lo hizo, descubrió para su alivio, que solo era
como una molestia. Nada de la atracción que había sentido en el pasado, no
se excitó en absoluto, aunque él todavía era innegablemente atractivo. Solo
que no para ella. ¿Verdad? Se preguntó cómo había sido para él—. Me alegro
de haber sido lo suficientemente madura como para saber qué Hades estaba
haciendo antes de conocerte. —Miró a su consorte con irónica honestidad—
. Creía saber lo que era el amor. No tenía ni idea.

—Yo tampoco —admitió Gabrielle—. Pero entonces, la verdad es que no


sabía nada, ¿sabes? Nunca tuve a nadie en mi vida que se preocupara por
mí, excepto tal vez a Lila. —Soltó un suspiro—. Hasta que te conocí.

—Ah, sí. —Xena sonrió débilmente—. Tu amigable vecindario, maníaco


homicida. Seguro que sabes cómo elegirlos, rata almizclera.

Gabrielle le devolvió la sonrisa.

—¿Por qué has dicho eso? —preguntó después de una pausa—. Que te elegí.
No creo que lo hiciera —dijo—. Pensaba que tú me habías elegido a mí. —Sus
ojos se movieron y se encontraron con los azules sin pestañear—. ¿Tú no?

Una breve sacudida de la cabeza de Xena.


87
—Vamos a dejar de hablar. —Se inclinó y mordió a Gabrielle en el brazo—.
Tenemos tiempo para asustar a los pollos antes de tener que vestirnos.

Xena estaba sentada tranquilamente en el largo y bajo asiento en la parte de


atrás de su vestidor, el cuerpo envuelto en sus mejores galas, pero los pies aún
los tenía desnudos. Estaba apoyada contra la pared, girando la cabeza del
caballo, que Gabrielle le había dado, una y otra vez entre los dedos.

Decidió que se lo iba a poner en la capa forrada de piel que iba a llevar sobre
su vestido. Se vería bien contra el borde plateado y, en cualquier caso, la haría
feliz solo por verlo.

Un suave sonido la hizo mirar hacia arriba, para ver a Gabrielle entrar, con una
expresión tímidamente insegura.

—¿Xena?

—Aquí —respondió la reina desde su rincón oscuro y acogedor—. Ven. —


También descalza, su consorte se acercó y se paró al lado de la reina—. Hm.
—Xena la estudió—. Sexy —admiró la colorida y rica tela que envolvía a la
mujer más pequeña, mostrando sus curvas y exponiendo sus hombros—. Me
gusta.

Eso obtuvo una breve y avergonzada sonrisa de Gabrielle.

—¿Eso crees?

—Lo creo. Y como yo soy la que manda, lo que yo creo es lo único que
importa, ¿no?

Gabrielle se rio un poco. Alzó la vista para encontrar esos ojos azules que la
miraban.

—Me gusta.

—¿Sí? —Xena alzó las cejas.

—Sí. —Su consorte asintió—. Me gusta el color y creo que se ve bien en mí.
88
—Oh, oh. ¿Finalmente tienes algo de sentido de la moda? —Xena se rio—. Era
cuestión de tiempo. —Estiró un poco la tela—. Apuesto a que estabas
contenta de tener a tu pequeña ayudante poniéndotelo, ¿eh? —Gabrielle
asintió. Xena levantó la cabeza del caballo—. Me gusta mucho esto —dijo con
tono tranquilo.

Gabrielle se sentó junto a ella, presionando su cabeza contra el hombro de la


reina y mirando el broche.

—Lo vi, y simplemente... me llamó la atención. Se parecía mucho a Tiger.

—Así es. —Xena lo miró con cariño—. El gran bastardo.

—Así que le pregunté al fabricante si lo hizo a propósito, y ¿sabes qué, Xena?


Era Tiger, pero él no sabía que era tu caballo. —Xena parecía escéptica—. Sí,
yo también pensé eso. —Gabrielle asintió—. Pero ya sabes, ¿Por qué mentiría
sobre eso? Él no era de por aquí, dijo. Acababa de llegar hacía siete días, y lo
primero que vio fue a Tiger en el campo exterior, así que hizo que se pareciera
a él porque era bonito.
—Lo es. —Xena estuvo de acuerdo—. Muy buena raza. Lo robé de una granja
al norte de aquí. —La reina le daba vueltas a la pieza entre sus dedos—. Lo
usaban para arar.

—¿En serio? —Gabrielle abrió mucho los ojos.

—De Verdad. —Xena asintió—. Apenas tenía dos años. Aún no había crecido.
Salvaje como una hierba —suspiró—. Igual que yo.

Gabrielle la estudió y la expresión pensativa en su rostro.

—Um. —Se aclaró la garganta—. ¿Ya no eres salvaje? —preguntó—. Porque


creo que tu caballo todavía lo es.

Xena parpadeó y luego comenzó a reír.

—Rata almizclera. —Alargó la mano y le hizo cosquillas en la nariz a Gabrielle—


. ¿Qué haría yo sin ti? —Se enderezó—. Vamos a disfrutar de nuestro banquete.
Cuenta alguna historia cojonuda sobre mí, y me aseguraré que te traigan tres
postres solo para ti. 89
La reina se levantó del asiento y extendió su mano, arrastrando a Gabrielle a
su lado cuando su consorte la sujetó. Le dio una palmadita en el trasero a la
mujer más pequeña y fue al soporte donde estaba esperando su capa,
cerrándola con el broche.

Gabrielle la observó por un momento, admirando distraídamente la forma de


la espalda de la reina y su elegante estrechamiento en las caderas. Apenas
podía ver las débiles cicatrices blancas que las habían unido y era difícil resistir
el impulso de ir y...

Bueno, ¿por qué debería resistirse?

Gabrielle se acercó a donde estaba Xena y pasó sus manos sobre la piel visible
y desnuda, inclinándose hacia adelante para darle un beso en el centro de
los omoplatos.

Xena la miró de reojo con una ceja levantada.

Gabrielle rodeó a la reina con los brazos y la abrazó. Luego volvió trotando a
su alcoba para ponerse las sandalias, haciendo una pausa para reflexionar
sobre lo que acababa de escuchar y considerando qué historia quería contar.
Una valiente y heroica, por supuesto.

El enorme salón de banquetes estaba bastante lleno. Xena se reclinó en su


gran sillón y miró a sus invitados, todos metidos en mesas apretujadas en cada
pulgada disponible mientras los sirvientes se deslizaban entre ellos con sus
enormes bandejas de comida.

En su larga mesa, además de ella y Gabrielle, había una docena de nobles, a


los que menos detestaba, incluidos el heredero y su esposa. La regla general
era que, cuanto más alejado estuvieras de ella, más le desagradabas a Xena
y los que estaban apiñados contra la pared del fondo se preocupaban en
consecuencia.

Philtop y su grupo estaban a un lado. No en la parte posterior, pero tampoco


en el frente. Stanislaus les había metido en una mesa en el lugar más neutral
que pudo encontrar.
90
Ella sabía que él la estaba mirando. Podía verlo por el rabillo del ojo. De modo
casual, se estiró y tomó la mano de Gabrielle, acercándola a sus labios y
besando el dorso.

Gabrielle le dirigió una mirada mudamente encantada. Tomó una jarra y


volvió a llenar la copa de Xena, el líquido dorado brillaba a la luz de las velas.

—Aquí viene el cordero.

Xena miró a los cuatro hombres en apuros por llevar el plato que se dirigía
hacia ellas. Encima había un cordero asado entero, rodeado de granos y
raíces.

—Bien —observó—. ¿Qué van a comer todos los demás? —Gabrielle miró al
cordero, luego la miró y abrió los ojos un poco—. Oye, tengo hambre. —La
reina extendió sus manos.

—¿Puedo tener la cola? —preguntó Gabrielle con cara seria—. Yo también


tengo hambre.

Xena se rio entre dientes cuando llegaron, colocando la enorme fuente sobre
resistentes soportes de madera frente a su mesa. El olor era rico y casi
embriagador, y pudo ver que el resto de la sala se movía un poco, mirándolos.
Ya se habían entregado en las mesas los entremeses, pedacitos de los
primeros quesos curados del año y salchichas de venado ahumadas con
hogazas de pan, pero todos estaban esperando esta parte del banquete; lo
mejor del ganado enviado a la fortaleza sacrificado para tener buena suerte
en la próxima temporada.

Xena se puso de pie, rodeó la mesa y sacó el cuchillo de su cinturón mientras


se acercaba a la fuente y los sirvientes que la habían llevado se apartaron
arrastrando los pies. Estudió el canal del cordero y luego levantó los ojos para
mirar a la multitud.

Por primera vez, en sus años de gobernarlos, sintió una buena disposición para
aceptar su liderazgo. Los nobles siempre aparecían para alimentarse, pero
ahora, podía ver en las expresiones, en el lenguaje corporal y en la forma de
mirarla que, de hecho, había cruzado alguna línea con ellos.

Oh, muchos todavía la odiaban. No era tonta. Sabía que había personas en
la sala que, si tuvieran la oportunidad, podrían deslizar un cuchillo en sus
costillas o ponerle una flecha en la espalda... pero por primera vez, la mayoría
91
estaban listos para aceptarla y asumían que tal vez podría ser peor.

Irónico.

Xena dejó que la punta de su daga descansara sobre la superficie del plato.

—Por lo general, cortaría un trozo de esto, lo arrojaría por encima de mi


hombro y luego patearía el resto en vuestras caras —dijo—. Pero ya sabéis. —
Hizo una pausa—. Ha sido un año increíble. —La sala estaba en completo
silencio, esperando que continuara. Eso también era nuevo. Por lo general,
uno u otro de los nobles más antiguos se habría levantado y estaría soltándole
toda su verborrea—. Así que, podríamos dejar de patearnos tanto el trasero
unos a otros. —Pasó la punta del cuchillo por la fuente—. Vamos a descubrir
cómo enriquecernos juntos, en lugar de vosotros buscar la forma de acabar
conmigo y yo buscar la manera de descuartizaros a cambio. —Alzó la vista
para encontrar que la atención aún estaba centraba en ella—. ¿De acuerdo?

Lentamente, algunos asintieron con la cabeza, mirando a sus compañeros de


asiento, a veces con miradas fulminantes, hasta que también asintieron con la
cabeza y toda la sala se vio como hojas agitándose en la brisa de otoño.
»Está bien. —Xena levantó el cuchillo y cortó el cordero, liberando una ráfaga
de vapor mientras troceaba eficientemente al animal.

Su propia tradición.

Cortó algunas lindas chuletas y las puso en una de las bandejas más
pequeñas, luego se volvió y extendió el brazo, colocando el plato frente a
Gabrielle.

»Aquí tienes, rata almizclera.

Su consorte le sonrió, pero mantuvo las manos cruzadas y no tocó el plato.


Xena volvió a la mesa y sirvió porciones al azar a todos los que estaban
sentados, luego se cortó un montón de lonchas y se retiró a su asiento. Levantó
la copa, y miró a ambos lados de la mesa.

»Buena cosecha.

—¡Buena cosecha! —Todos sus compañeros de mesa respondieron al unísono.


92
Xena extendió su copa hacia la sala e hizo un gesto a los sirvientes.

—Buena cosecha.

Para su sorpresa, todos se pusieron de pie y levantaron sus propias copas


devolviéndole el saludo. Incluso Philtop, en su rincón, y los asquerosos del
fondo de la sala. Sintió que sus propios ojos se ensanchaban un poco, y sintió
el suave empujón cuando Gabrielle le dio un golpecito, una gran sonrisa en el
rostro de su consorte.

Levantó una mano y reconoció el brindis, luego se sentó, y todos los demás
también, mientras los criados comenzaban a llevar bandejas de plata
desbordadas a cada mesa, y, lentamente, el sonido de las voces se elevó en
un zumbido bajo mientras las copas tintineaban y la gente hincaba el diente.

—Eso ha sido genial. —Gabrielle le cogió la mano—. ¿Verdad?

Xena estudió el plato, con una expresión algo desconcertada en su rostro.

—Sí —dijo al fin—. Lo ha sido. —Se giró cuando Brendan se puso detrás e hizo
una reverencia—. ¿Has visto eso?
—Sí, señora. —El tono de Brendan era afectuoso—. Ha tardado mucho en
llegar.

—Uh huh. —Xena se echó hacia atrás y bebió un gran trago de su vino—. Me
pregunto cuánto va a durar.

Gabrielle se acurrucó de lado en la cama, con el pergamino delante y una


pluma en una mano. Estaba completamente llena de la cena, y estaba
contenta de estar acostada en silencio esperando que todo empezara a
digerirse.

Acabamos de tener el banquete más asombroso. Jamás pensé que hubiera


tantas cosas con tan buen sabor en el mundo y mucho menos en nuestra mesa
todas a la vez.

Conté la historia de cómo Xena derrotó a los persas. Llevó mucho tiempo, pero
Xena me ayudó con algunas de las cosas que se me habían olvidado mientras 93
la contaba, así que me puse al día.

¡A todos realmente les gustó! Incluso los viejos caraculos aplaudieron al


terminar y Jellaus se acercó para decirme cuánto le gustaba, no solo la
historia, sino cómo la conté. Estoy contenta. Creo que a Xena también le gustó.

Gabrielle miró hacia la chimenea, donde la reina estaba repanchingada en


una silla, con los ojos medio cerrados y la mano apoyada sobre el estómago.

—Eso fue un banquete, ¿eh?

La cabeza de Xena se giró levemente y un ojo azul se abrió por completo y la


miró.

—Demasiado —dijo—. No debería haberme comido esa última media oveja.

Gabrielle se rio entre dientes.

—Creo que fue ese último pastel de miel.

—Mm. —Xena movió una ceja—. Menos mal que lo compartí contigo. Creo
que hubiera vomitado como una loca si hubiera intentado terminarlo sola.
Gabrielle se levantó y fue hacia donde su reina estaba repanchingada,
apoyándose en el brazo de la silla en que estaba sentada.

—Me ha parecido un banquete realmente agradable. Todos estaban felices.

—Mmhm. —Xena asintió—. Surrealista. Es la primera vez que ha pasado.

—Tienes muchos regalos realmente bonitos. —Gabrielle alisó el cabello de


Xena hacia atrás.

—Tú también. —Xena se veía muy complacida—. La verdad es que esos


pequeños bastardos mostraron cierto gusto para variar. Me pregunto quién les
dijo lo qué te gustaba.

Su consorte continuó jugando con el cabello y rascándole suavemente detrás


de las orejas, causando que surgieran pequeños gruñidos satisfechos de la
reina.

—Bueno, pensaba que probablemente habías sido tú —dijo Gabrielle—.


Porque eres la única que sabe lo que me gusta. 94
Xena se rio por lo bajo.

—Eso es cierto, ¿no? —Colocó su brazo alrededor de Gabrielle y apoyó la


cabeza contra la cadera de su consorte—. Sí, fui yo —exhaló, sus ojos en
llamas, una mirada de tranquila satisfacción cubriendo su rostro.

—Gracias. —Gabrielle se inclinó y le dio un beso en la parte superior de la


cabeza—. Lo he pasado muy bien, y fue maravilloso recibir todas esas cosas
—susurró—. Pero la mejor parte fue verte la cara cuando conté tu historia. —
Sintió el movimiento cuando Xena sonrió e inclinó un poco la cabeza hacia
adelante para verlo, los ojos azules, suavemente centelleantes, se encontraron
con los de ella—. Te gustó de verdad. —La reina asintió—. Sin embargo, es una
historia larga.

Gabrielle aclaró su garganta, su voz sonaba cansada.

»Voy a tomar un té. ¿Quieres un poco? —Xena asintió de nuevo.

Gabrielle la besó en la parte superior de la cabeza otra vez, luego se puso de


pie y caminó hacia el fuego, moviendo la olla de agua sobre las cálidas
llamas. Colocó dos tazas de cerámica, cogió algunas hojas de té secas de
una caja de madera en la repisa de la chimenea y las mezcló con menta
fresca y un poco de pétalo de rosa.

El aroma de las hierbas trituradas era embriagador. Gabrielle tomó el pequeño


tarro de miel y esperó a que el agua comenzara a hervir, disfrutando del calor
del fuego contra la parte delantera de sus piernas. Estaba lloviendo afuera, el
ruido de las gotas se escuchaba a través de las ventanas, y se sentía muy bien
estar dentro, bajo un techo fuerte, con un buen fuego, y una amiga con quien
compartir una taza de té.

Vertió el agua hirviendo sobre las hojas y esperó a que subieran, rociando la
miel y oliendo el vapor mientras se disolvía.

Había aprendido a amar la miel viviendo con Xena. En casa, la rara delicia se
había reservado para sus padres, y solo muy, muy de vez en cuando, a los
niños se les daba un poco en la lengua para probar. Era difícil de obtener, y
cara, a menos que estuvieras dispuesto a desafiar a las picaduras e ir a buscar
una colmena por tu cuenta.

Gabrielle nunca lo hizo. No fue hasta que llegó a la fortaleza, que la había 95
visto en gran cantidad y experimentó la sorpresa, que los esclavos podían
tomar toda la que quisieran durante sus comidas bien cocinadas.

A Xena le gustaba. En su té, y también en galletas, y especialmente en las


manzanas asadas que Gabrielle preparaba a menudo para ella después de
la cena.

Además. Gabrielle recogió las tazas y las llevó, colocándolas sobre la


pequeña mesa entre las dos sillas grandes frente al fuego. Se sentó al lado de
Xena y se apoyó en el brazo de la silla con un suspiro de satisfacción Cogió su
taza, bebió un sorbo y observó en silencio cómo la reina hacía lo mismo.

»Y bien. ¿Qué pasara mañana?

—Mañana. —Xena estudió la taza—. Todos los nobles entregarán sus listas a
los contables. —Se encogió de hombros—. Una formalidad, la verdad. Haré mi
corte de fin de temporada. —Acunó la taza entre sus manos, sus dedos largos
se enroscaron alrededor—. Les diré a todos lo que voy a hacer para ayudar a
las Tierras Occidentales.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Gabrielle.


Xena contempló el fuego.

—Enviaré a alguien para que haga un censo, luego enviaré los suministros para
el invierno —dijo—. Una legión de tropas y un capitán que estará al mando allí
durante el frío.

—Oh. —Gabrielle hizo una mueca—. No creo que a Philtop le vaya a gustar
eso.

Xena sonrió.

—Yo tampoco lo creo —estuvo de acuerdo—. Pero si cree que voy a enviar
carros llenos de comida y dejarle hacer lo que le dé la gana con ellos, está
chiflado. Ese es el precio que paga. ¿Quiere que lo rescate? De acuerdo. —
La reina levantó una mano de la taza y la agitó—. Pero mis hombres se
asegurarán que la comida llega a la gente, y no a los persas a los que corteja.

Gabrielle estaba asintiendo, ya que el pensamiento tenía sentido para ella.

—No confías en él. 96


—No hay razón para que yo confíe en él —dijo Xena—. Me gustaría ir yo misma
a ver el maldito lugar, pero las dos últimas veces que saqué mi culo de este
castillo, casi acaba azotado. —Tomó un sorbo de té—. Además, no estoy
segura que los persas no estén ahí fuera esperando su oportunidad.

—¿Crees que intentarán algo ahora? —Gabrielle frunció el ceño con


preocupación—. Venir aquí, quiero decir.

Xena negó con la cabeza.

—No lo sé. —Le dirigió a Gabrielle una sonrisa irónica—. Pero tampoco
esperaba lo que hicieron la última vez, aparecer y tomar la ciudad portuaria,
¿verdad?

—¿No?

Xena hizo girar el té en su taza. Luego se encogió de hombros.

—Tuve suerte —dijo—. Tuve suerte, y te tuve a mi lado. Hiciste más para salvar
mi pellejo que yo, mi amiga.
Gabrielle la miró con más que una pequeña sorpresa.

—No lo creo.

Xena giró la cabeza hacia un lado y miró a su consorte.

—Vámonos a la cama —dijo—. He bebido demasiado y me estoy poniendo


gilipollas. —Dejó la taza y se puso de pie—. Vamos, rata almizclera.

—Justo aquí. —Gabrielle se había levantado y había rodeado las sillas,


acercándose al otro lado de Xena y acurrucándose junto a ella, mientras
caminaban por la alcoba hacia la gran cama en el centro. Xena apagó las
velas cuando pasó cerca, luego ambas se quitaron sus túnicas y se metieron
juntas en la cama.

—Ungh. —Xena se estiró y rodó sobre su espalda—. Oye, ¿sabes lo que va a


pasar mañana?

Gabrielle se colocó a su lado, extendiendo la mano para rodear con su brazo


a Xena y relajarse en la suave superficie. 97
—¿Qué?

—Stanislaus me dijo que apareció uno de los circos ambulantes —dijo Xena—
. Con saltimbanquis y todo eso. No he visto a ninguno de esos en... maldición.
—Sintió que los dedos de Gabrielle acariciaban suavemente su piel y le daban
un pequeño masaje en el costado—. Años.

—Nunca he visto un circo —dijo Gabrielle.

—Te va a encantar —le prometió la reina—. Bajaremos y los veremos instalarse


por la mañana.

Gabrielle sonrió al escuchar el entusiasmo en la voz de su reina.

—¿Es eso algo que también querías hacer? —preguntó—. ¿Como los
acróbatas de caballos? —Xena resopló vagamente—. Después de todo, tú
puedes hacer malabares. —Xena dejó que sus ojos se cerraran.
Inmediatamente, los sonidos del castillo afluyeron y acomodó los hombros en
el suave colchón, escuchando la suave evidencia de la limpieza en curso en
el pasillo y el cambio de guardia en la gran entrada. Podía oír, además, los
sonidos de los muchos vendedores acampados cerca de las puertas, sus
agudos oídos recogiendo música, y la risa, y el sonido del ganado en
movimiento. El olor a humo de leña entró por la ventana, y podía sentir el
viento cada vez más frío, pero antes que pudiera meterse bajo las sábanas,
Gabrielle se adelantó y colocó el edredón relleno de plumas sobre ambas.
Estaba feliz. Incluso con la presencia de Philtop, y la contingencia de los
persas, todavía estaba esperando la mañana y lo que traería, incluso si no
todo era bueno. Gabrielle se acurrucó contra ella, y las dos se estaban
quedando dormidas cuando los oidos de Xena oyeron el ruido de botas en los
escalones que conducían a sus aposentos moviéndose con un ritmo urgente.
Suspiró—. ¿Qué pasa? —preguntó Gabrielle.

—Lo sabrás en un minuto.

Un golpe suave pero insistente sonó en la puerta casi un minuto después.

—¿Cómo lo haces?

—Magia de hechicera. —Xena se levantó de la cama y agarró su bata—.


Quédate aquí. Lo más probable es que necesiten hablar conmigo.
98
Gabrielle se debatió durante un minuto, luego volvió a apoyar la cabeza sobre
la almohada, cruzó las manos sobre las sábanas y se relajó, escuchando a
Xena cruzar la cámara exterior de camino a la puerta.

Luego oyó el débil pero distintivo sonido del metal raspando contra el cuero y
se levantó de la cama, apresurándose a ponerse la túnica por la cabeza antes
de salir corriendo detrás de la reina. Atravesó la puerta que conducía a la
cámara exterior, justo en el momento en que Xena abría la puerta de entrada.
La reina se veía eróticamente intimidante con su bata de seda, los pies
descalzos y la larga espada en la mano derecha.

»Oh, eres tú. —Xena dejó que la espada descansara sobre su hombro mientras
daba un paso atrás para dejar entrar a Brendan—. Maldita sea. Esperaba que
fuera alguien a quien pudiera moler a palos para quemar la cena.

—Señora. —Brendan parecía un poco molesto—. Dos hombres más han sido
asesinados. Abajo en los establos. Esta vez de los nuestros. —Miró a Gabrielle
cuando llegó al lado de Xena—. Igual que los otros. —No hay una marca en
ellos.

—Oh, Dios mío —dijo Gabrielle—. Eso es terrible.


—Sí. —Brendan estuvo de acuerdo—. Dos jóvenes muchachos, con nosotros
desde la guerra.

—Dos —reflexionó Xena—. ¿Por qué dos a la vez? —exhaló—. Ponte las botas,
rata almizclera. Vamos a ver qué Hades está pasando aquí —dijo—. Reúne a
todos los que estaban por los establos, Brendan. Quiero hablar con ellos. —
Cerró la puerta detrás del capitán y regresó a la alcoba, metió la espada en
la funda y se desabrochó la bata. Impaciente, arrojó la delgada tela sobre la
puerta y se puso un par de polainas, luego se detuvo. Después de un momento
de debate en silencio, sacó la armadura de diario y, rápidamente, se deslizó
en ella, apretando las correas para que se ajustara a su cuerpo. Oyó que
Gabrielle volvía, agarró las botas y se sentó para ponérselas cuando su
consorte llegó con una gruesa toga de lana ceñida a la cintura—. ¿Lista?

—Casi. —Gabrielle se sentó y se puso sus propias botas—. Es realmente terrible,


¿verdad Xena?

—¿El que estés casi lista? Sí. —La reina se levantó—. Ata más rápido.

—No, me refiero a los chicos. —Gabrielle terminó con sus cordones y se 99


levantó—. Estoy lista.

—Vamos. —Xena recogió su espada y colocó el cinturón alrededor de sus


hombros y cintura—. Vamos a ver y luego te diré si es terrible o no. —Se pasó
los dedos por el pelo para sacarlo de sus ojos—. Recuérdame que te haga
cortarme el maldito pelo cuando regresemos, ¿vale?

—Claro. —Gabrielle la siguió fuera de la cámara y bajó los escalones—. ¿Pero


no crees que te gustaría más si lo hiciera alguien que sepa lo que está
haciendo?

—No. —Xena giró la cabeza a derecha e izquierda mientras caminaba,


examinando el pasillo—. Siempre lo he hecho yo misma.

—Oh.

Las puertas de la fortaleza se abrieron de par en par y se colocaron antorchas


en los soportes por todo el camino hasta el patio. Xena podía ver figuras que
caminaban en la penumbra, la mayoría vestidas de obreros, la mayoría
llevando cosas. No sintió ningún pánico, lo que significaba que la noticia
probablemente no se sabía todavía.
A nadie le gustaban los cadáveres saliendo como setas. A la propia Xena no
le gustaban, a menos que los causara.

—Solo espero que no sea algún tipo de enfermedad —murmuró—. Con todos
estos malditos visitantes podría serlo.

—¿Una enfermedad? —Gabrielle estaba trotando para mantenerse al día


con los largos pasos de su reina—. Oh. Tuvimos eso en nuestra aldea un
invierno. Fue terrible. Todos se enfermaron y algunas personas murieron.

—Exactamente. —Xena se dirigió a las puertas de los establos. Podía ver su


silueta en el crepúsculo y las sombras de dos soldados que los custodiaban.
Luego disminuyó la velocidad—. A lo mejor prefiero que no te acerques a esos
cuerpos.

Gabrielle frenó para no chocar contra el trasero de Xena.

—¿Vas a ir a verlos?

La reina la miró. 100


—Sí.

—Entonces, ¿es peligroso para ti?

—¿Por qué tengo la sensación que no me va a gustar la forma en que esta


conversación va a resultar? —Xena se puso en movimiento otra vez—. Vamos.

Se acercaron a los establos y, a la luz de las antorchas, los soldados las


reconocieron y se apresuraron a abrir la gran puerta. El interior estaba bien
iluminado con lámparas colgantes y había varios grupos de personas de pie
alrededor, todos se pusieron en alerta cuando entró la figura alta de Xena.

Sin embargo, la atención de Gabrielle se concentró en las dos formas


inmóviles en el suelo, cubiertas con mantas de caballo. Parecían bastante
pequeños, y podía ver una bota sobresaliendo con el sello de la casa de Xena.

Xena se acercó a las figuras y se arrodilló junto a ellos, quitando la manta del
primero y dejándola a un lado. Estudió la cara pálida y joven con ojos
desapasionados, extendió la mano para tocar la barbilla y girarle la cabeza,
primero de un lado, luego del otro.
»¿Quién los encontró?

—Yo, señora. —Uno de los mozos de cuadra habló en voz baja. —Estaban en
el pajar.

—En el pajar —reflexionó Xena. Cogió una de las manos del hombre y la
examinó—. ¿Qué estaban haciendo en el pajar? —Hubo un notorio silencio
después que dejó de hablar. Xena giró la mano del hombre y examinó la
palma—. ¿Y bien? —Miró a su alrededor, viendo las enrojecidas caras—.
Vamos chicos. Sé lo que es el sexo. Solo preguntadle a Gabrielle.

—Señora, lo cierto es que no lo sabemos —habló Brendan—. Pero sí, creemos


que se estaban acostando entre ellos. —Se dirigió hacia donde Xena estaba
arrodillada—. El otro chaval tenía desabrochados los pantalones.

—Ya veo. —Xena apoyó el codo sobre su rodilla—. ¿Me ibas a decir eso antes
o después que le quitara la otra manta y asustara a Gabrielle?

—Señora.
101
—Eso no me asustaría. —Gabrielle habló en su propia defensa—. Crecí en una
granja de ovejas.

Algunos de los hombres aclararon sus gargantas.

—Creía que me habías dicho que nunca besaste a una oveja. —Xena desató
la parte superior del uniforme del primer hombre muerto y lo echó hacia atrás,
examinándolo de cerca.

—Yo no lo hice nunca. —Gabrielle enfatizó el pronombre—. Pero supongo que


tú, probablemente ignores que no hay mucha diferencia entre las mujeres y
las ovejas en algunas áreas. —Xena se detuvo y giró la cabeza para mirar a su
consorte—. Bueno, tú preguntaste.

La reina negó con la cabeza rápidamente, luego volvió a su examen,


quitándole por completo el uniforme al hombre y mostrando su pecho pálido
y sin vida.

—Ah. —Rodó el cuerpo del hombre sobre su costado—. Brendan. Creía que
habías dicho que no había una marca en ellos.

Brendan se arrodilló y miró hacia dónde apuntaba.


—Yo no veo ninguna, señora. —Hizo un gesto a uno de los mozos que llevaba
una lámpara—. ¿Dónde?

—Ahí. —Xena tocó la piel justo debajo de un diminuto punto rojo—. ¿Ves eso?

Varios de los mozos se agolparon cuando la lámpara se acercó.

—¿Eso? —dijo uno—. Es solo un pequeño punto.

—Tal vez una picadura de chinche —sugirió otro.

—¿Qué es eso, Xena? —preguntó Brendan—. A mí también me parece la


picadura de un bicho.

Xena tocó la piel con su dedo índice.

—Esa es la marca que deja un dardo venenoso —dijo—. ¿Ves ese pequeño
anillo rojo alrededor? Eso es lo lejos que llegó la sangre, antes que lo que
estaba allí matara a este tipo. —Señaló a la otra figura—. Busca en ese un
punto como este. —Soltó el cuerpo y lo dejó rodar hacia atrás mientras que 102
Brendan y otros dos soldados desvestían al segundo hombre, que de hecho
estaba medio vestido—. Revisadlo en todos lados —dijo mirando con irónica
diversión mientras los hombres se encogían un poco y la miraban de reojo—.
Vamos, pequeños gatitos.

—Esto no es natural, señora —protestó el soldado más cercano—. Dos hombres


yaciendo juntos.

Xena lo miró. Luego miró a Gabrielle. Sus ojos se movieron lentamente de


vuelta a él y casi lo atravesaron con su intensidad.

—¿Me estás llamando antinatural? —Todo el mundo se quedó quieto. El


soldado estaba congelado, con los ojos abiertos cuando se dio cuenta de lo
que había dicho. Incluso Brendan se quedó pasmado en silencio, con una
mano en el brazo del segundo soldado y la otra levantada hacia la reina.
Xena se levantó a su altura completa—. Te he hecho una pregunta —señaló
al hombre.

El soldado se balanceó sobre sus talones levantando sus manos.

—Su Majestad... no quise decir —dijo—. Por favor perdóneme.


—¿No lo has querido decir? —Xena ignoró los dos cuerpos y avanzó,
agarrando al hombre por su sobrevesta y levantándolo sobre sus pies. Lo
golpeó contra la pared del granero y lo sostuvo allí, la otra mano sacando una
daga de su cinturón—. Escucha, seso de estiércol. No sé quién te metió esa
idea, pero fuese quien fuera, no sabía de qué estaba hablando. —El hombre
sudaba profusamente, temblaba con tanta fuerza que los tacones de sus
botas golpeaban la pared—. Tu vida puede depender de un tipo que tenga
novio —dijo Xena—. Qué Hades. Tu vida dependió de mí.

El hombre asintió con la cabeza rápidamente.

—Señora. —Brendan habló en voz baja—. Es de una zona aislada.

—También lo era Gabrielle —replicó la reina—. Ella expuso una mente abierta.
—Volvió su atención hacia el hombre—. ¿Voy a tener que abrirte la cabeza
para dejar salir la basura?

—N... no, su Majestad —susurró el hombre—. Lo siento.

—Por supuesto que lo vas a sentir. —Xena lo dejó caer y dio un paso atrás—. 103
Brendan, asegúrate que limpia las letrinas durante la próxima luna. Quizás la
próxima vez, se lo pensará antes de abrir la boca.

—Sí, señora —dijo Brendan—. Xena, aquí está la marca, creo. —Atrajo la
atención de la reina hacia el segundo hombre—. ¿Aquí en su cadera?

Xena se arrodilló de nuevo y examinó el punto. El hombre, en realidad poco


más que un niño, tenía una marca idéntica justo en el borde de su pelvis.

—Sí, eso es —dijo—. Maldita sea. —Hizo rodar al hombre y acercó la lámpara
a su cara inmóvil, levantando su labio con un dedo para exponer sus dientes.

—Al menos, ya sabemos lo que es —dijo Brendan.

—Mm. —Xena se enderezó y apoyó el codo en su rodilla—. Sí, es mejor saber


que tienes a algún idiota matando gente en lugar de la plaga, ¿eh? —Ojeó a
Gabrielle, que la estaba mirando con expresión seria—. Excepto que no me
gusta la competencia en el departamento de maníaco homicida.

Brendan suspiró.

—¿Qué vamos a hacer con ellos, señora? —indicó los cuerpos.


Xena se puso de pie y se sacudió las manos.

—Dadles una pira, con honores —dijo—. Ellos sirvieron en mi ejército. Asegúrate
que se ocupen de sus familias. —Se giró y consideró a la pequeña multitud
que seguía allí, mirándola con los ojos muy abiertos—. Ahora veamos qué
información podemos sacar de todos vosotros. —Crujió sus nudillos—. Vamos,
rata almizclera. —Le hizo una seña a Gabrielle para que avanzara—. Alguien
ha tenido que ver algo. Como último recurso, podemos amenazarlos contigo
y tus ovejas.

Xena estaba sentada sobre un barril lleno de mijo, con los tobillos cruzados
mientras esperaba a que su siguiente sujeto fuera interrogado. Detrás,
Gabrielle estaba sentada en una mesa improvisada, con una pila de
pergaminos y un juego de plumas, mientras tomaba notas.

Era tarde. Todos los sonidos de las actividades en el exterior se habían


desvanecido, y ahora, lo único que Xena podía oír cuando dejaba de hablar,
104
era algún búho ocasional, o el débil ruido del casco de un caballo detrás en
los establos.

—Bien. Siguiente. —Señaló a uno de los hombres—. Ven aquí.

Uno de sus guardias se adelantó, frotándose los ojos. Se sentó en el taburete


frente a la reina y la miró.

—¿Señora?

—Zuke —respondió Xena—. ¿Dónde has estado toda la noche?

—Tercer arco dentro del patio, Señora —dijo Zuke—. Desde la puesta del sol,
hasta que terminó la cena. —Se movió un poco—. Me trajeron un plato de
rancho, y luego me senté cerca del pozo allí, para comérmelo.

Xena asintió, considerando sus preguntas cuidadosamente.

—Cuando estabas comiendo, ¿a quién viste?

Zuke reflexionó sobre eso.


—A esos mozos —dijo—. Sacaban a algunos de los caballos como, para los
duques y demás. —Parpadeó un par de veces—. Algunos del grupo de las
Tierras Occidentales. Estaban cerca del muro.

—Ajá. ¿Alguien que fuera a los establos?

—No por delante mío, señora. —Zuke parecía decepcionado—. Las puertas
se cerraron después de que salieron los mozos de cuadra. Luego volví al arco
y permanecí allí hasta que comenzaron todos los gritos.

Casi la misma respuesta que todos los demás. Xena sentía un nivel de
frustración creciente. Parecía imposible que dos hombres pudieran haber sido
asesinados en su establo sin que nadie viera nada.

Cualquier cosa.

Pero nadie lo había hecho. Los dos soldados habían estado juntos en el altillo
solos, y habían sido atacados y asesinados, muriendo tan rápido que no
habían tenido tiempo de reaccionar, habían muerto en silencio.
105
El haber perdido la llamada nocturna había alertado a alguien, y luego, al
parecer, como se sabía que frecuentaban el altillo para tener algo de
privacidad, alguien había ido a buscarlos allí.

Xena se levantó y fue al altillo, subió los travesaños y se metió en el espacio


cubierto de paja. Habían sacado los cuerpos, y ahora examinó
cuidadosamente la depresión donde habían estado tumbados sin tocar o
perturbar la paja.

No habían luchado. Xena miró el borde del altillo, pasando sus ojos a lo largo
de la pared de madera por enésima vez, sobre el borde resquebrajado y
astillado, sobre las clavijas perfectamente ajustadas que mantenían el altillo
unido, sobre los puntales de las esquinas.

Nada, nada, nada... espera. Xena miró fijamente una grieta en la madera a
unos pocos metros de donde descansaban sus brazos.

—Dadme una vela.

Varias personas se revolvieron, luego se detuvieron. Xena oyó un leve rasguño


y un suspiro de asombro, y lo siguiente que supo fue que la pálida cabeza de
Gabrielle estaba junto a su codo, entregándole la vela.
—Gracias rata almizclera. —La tomó—. ¿Nadie más tiene las agallas para subir
aquí?

Gabrielle mantuvo la voz baja.

—Nadie más quería ser pillado mirando hacia arriba a tus calzones. Hay un
agujero en ellos.

Xena volvió la cabeza y miró a su consorte.

—Bien entonces. —Se apartó y señaló el trozo de madera—. Puedes ver lo que
he encontrado. —Sostuvo la vela cerca—. ¿Ves eso?

Gabrielle estiró el cuello y miró la tabla.

—¿Dónde? Oh... ¿Te refieres a esa pieza partida allí?

Xena se acercó y cerró las puntas de los dedos alrededor de algo, moviéndolo
para soltarlo y acercándolo a su nariz. Era un poco de tela y se lo mostró a
Gabrielle. 106
—¿Ves?

Gabrielle lo estudió.

—¿Se supone que es especial? —susurró—. Porque me parece un trozo de


camisa de alguien.

—Es la pieza de la camisa de alguien —susurró de vuelta Xena—. Pero es seda.


De un lugar lejos de aquí. —Pasó los dedos sobre la tela—. Mis mozos de
cuadra no visten de seda.

—Oh.

—La mayoría de mis nobles no visten de seda —continuó Xena—. Ahora bien,
yo llevo seda, pero no estaba en este granero espiando a dos hombres
dándose un revolcón hoy.

—No usas seda negra —notó Gabrielle—. No como esta. Es simple. Lo que
tienes es seda negra, toda brillante.
—Oh. —Xena la miró—. Estás empezando a mostrar algo de cerebro, rata
almizclera. —Le guiñó un ojo, luego se apeó de los soportes del altillo,
aterrizando suavemente en el suelo y caminó hacia el barril. Todos los hombres
en el granero tenían los ojos fijos atentamente en el suelo y dejó que el silencio
se prolongara un poco mientras tomaba asiento otra vez—. Muy bien —dijo
finalmente—. O mi trasero es feo, o todos vosotros sois unos flojos cobardes.
¿Cuál es?

—Xena. —Gabrielle chasqueó la lengua cuando regresó detrás de la mesa,


sentándose y garabateando unas palabras en el pergamino—. Solo estaban
siendo respetuosos.

Xena giró la cabeza hacia un lado y miró a su consorte con una expresión
jocosa.

—No sabes mucho sobre hombres, ¿verdad? —suspiró y volvió su atención a


la sala—. Todo bien. Todo el mundo a darse el piro. Id a dormir un poco. —Los
hombres se levantaron cansinamente, sin siquiera reaccionar ante el
comentario, y comenzaron a salir—. Brendan. —Xena se giró a medias hacia
su capitán, quien estaba impasible de pie cerca de la guardia—. Asegúrate
107
de que todos permanezcan en grupos hasta que encontremos al bastardo
que hizo esto. Nadie sale solo.

—Sí. —Brendan asintió con la cabeza—. Pondré doble guardia en tus


aposentos. No quiero que a nadie se le ocurra alguna idea.

Xena se cruzó de brazos.

—Tal vez la forma más rápida de atraparlo es no poner guardia en mis


aposentos —sugirió—. A ver si, quienquiera que sea este tipo, puede superar
mis ancianos reflejos. —Brendan vaciló, su rostro se torció en una mueca—.
Estás jodido de cualquier manera. —Xena sonrió—. O estás de acuerdo
conmigo, o en desacuerdo conmigo y sales perdiendo.

—Xena. —Gabrielle golpeó a la reina en la pierna con su pluma—. Se buena.

—¿Por qué? —Xena le dirigió una burlona mirada de dolor—. ¿No puedo
divertirme también?

—Ah, Xena. —El capitán del ejército se rio entre dientes—. Deja descansar mi
propia cabeza esta noche y acepta la guardia tanto si la necesitas como si
no —dijo—. Mañana va a ser un día muy largo. —Estiró el cuerpo y flexionó las
manos—. ¿Has encontrado algo allí arriba?

Xena le entregó el trozo de seda sin hacer ningún comentario.

—Está bien —dijo—. Pon un guardia en el pasillo, Brendan, pero mantenlos en


la rotonda. Lo último que quiero, es darle a entender a todos que tengo miedo
de quien sea.

—Sí. —Brendan estaba mirando el trozo a la luz de las velas—. No es local. —


Miró brevemente a Xena, quien asintió—. ¿Persa?

—No lo sé. —Xena se cruzó de brazos—. Eso es lo que me molesta. —Miró a


Gabrielle—. Recoge tus notas, rata almizclera. Volvamos a la cama. —Se
levantó y dio otra vuelta por el establo mientras su consorte preparaba las
cosas.

Hacia la parte trasera de la estructura, Xena se detuvo inclinando un poco la


cabeza a un lado, se quedó quieta y cerró los ojos. Abrió la boca ligeramente
y aspiró aire a través de ella y su nariz para detectar el fleco de lo que pudiera 108
oler fuera de lugar.

Paja, madera y animales prevalecieron. También podía oler el débil y


penetrante aroma del brasero con sus ascuas, el olor metálico del agua en los
cubos, los abrevaderos y el cuero de los arreos.

Y, sin embargo, había algo más. Xena se volvió lentamente, respirando. Algo
que no era Brendan, o la lana de su túnica, o la suave piel de Gabrielle, no era
la tinta en la botella que estaba cerrando, ni el olor cremoso del pergamino.

No era seda, ni un gato.

Se humedeció la lengua y aspiró, y luego, justo en la parte posterior, lo


encontró. Abrió los ojos y miró a los otros dos en la sala que la miraban
fascinados.

»Eh.

—¿Pasa algo, señora? —Brendan miró a su alrededor con expresión


preocupada.
—Algo curioso. —Xena recogió la pila de pergamino y envolvió su brazo
alrededor de Gabrielle—. Hueles algo una vez, y siempre lo recuerdas, si te
pateó el culo lo suficiente. Vamos. —Comenzó a caminar hacia la puerta del
granero—. Necesitamos encontrar a este tipo, Brendan.

—Sí. —Brendan estuvo de acuerdo.

—Lo necesitamos de verdad —dijo Xena en voz baja—. Asegúrate que todos
se mantengan alerta.

—Sí.

Gabrielle se recostó sobre la almohada, sus ojos vagaban por el interior de la


alcoba mientras escuchaba a Xena afilar su espada en el rincón. La reina se
había puesto otra vez la bata, despatarrada en la silla con los pies descalzos
extendidos sobre la alfombra.
109
Tenía su piedra de afilar en una mano, y la estaba pasando cuidadosamente
por toda la longitud de su larga espada, con una mirada de introspección
silenciosa en el rostro.

Gabrielle no quería molestarla. Sabía que a veces Xena solo necesitaba


tiempo para pensar, normalmente salía a dar una vuelta por los centinelas o
bajaba a los establos, esperando que Gabrielle comprendiera que quería que
la dejaran sola.

Esta vez, sin embargo, había insistido en pegarse a los talones de Gabrielle, y
había llevado su espada a la alcoba para ocuparse de ella. Gabrielle se
revolvió y se acomodó sobre los codos, mirando las manos de la reina moverse
de esa manera tranquila y rítmica.

—Xena.

—Rata almizclera. —Xena miró por encima de la espada.

—¿Por qué alguien querría lastimar a la gente aquí?

La reina medio se encogió de hombros.


—¿Por tocarme las narices? —Se aventuró—. Podría ser alguien que me la
tiene jurada. Recuerda que todavía hay personas aquí que se pusieron del
lado de Bregos.

—Hm.

—También podría ser un chalado —dijo Xena—. Ocurre a veces. Recuerdo


que tenía un tipo en mi ejército... lo recogí justo al oeste de Tracia. Se veía
bien, buen luchador, luego, una mañana nos despertamos y seis hombres
yacían muertos alrededor de la fogata, les había cortado sus partes nobles y
degollado.

—¡Oh, por los dioses!

—Resultó que el tipo era un conocido majareta. —La reina negó con la
cabeza—. Tuve que romperle el cuello antes de que matara a alguien más.

Gabrielle frunció el ceño.

—¿Pero lo pillaste haciéndolo? 110


Los labios de Xena se crisparon débilmente.

—No. Descubrí quién lo había hecho y lo confronté. Él se volvió loco y trató de


atacarme con los dientes.

—Oh.

—Dijo que era un demonio del Hades y que un oráculo le había dicho que me
matara y destruyera mi ejército —dijo la reina—. Eso casi me hizo pensar que
estaba equivocada, ya que era un demonio del Hades y podía pensar en una
docena de hombres que querían que mi ejercito estuviera destruido, pero
luego uno de los arqueros encontró su bolsa con las partes de los muertos en
él, y empezó a tratar de comérselas y después... todos se alegraron como el
infierno de que lo matara.

La cara de Gabrielle se transformó rápidamente en una serie de expresiones


que iban desde la perplejidad hasta el asco desenfrenado.

—Eso es de locos.
—Totalmente —dijo Xena—. Así que quizás este tipo también lo esté, pero si lo
hace, meterá la pata y lo atraparemos. —Dio el toque final con la piedra y se
puso de pie, colocando la espada en su vaina y colgándola del poste de la
cama para que la empuñadura estuviera al alcance de su mano—. Pero no
quiero correr riesgos.

—¿Crees que quien sea va detrás tuyo? —Los ojos de Gabrielle se abrieron de
par en par.

Xena se sentó en la cama y se tumbó de lado, cara a cara con Gabrielle.

—No me preocupa que alguien venga a por mí —dijo—. Estoy más interesada
en asegurarme que nadie se acerque a ti.

—Oh. —Gabrielle se inclinó un poco hacia adelante y besó a Xena en los


labios—. Gracias —murmuró—. Pero siempre me siento realmente segura
cuando estamos juntas

—Rata almizclera tonta. —Pero Xena sonrió y le devolvió el beso—. Supongo


que chalada conocida siempre es mejor, que la que solo sospechas que está 111
merodeando por los pasillos. ¿Eh?

—No estás loca —dijo Gabrielle con tono completamente positivo.

—No, ya no. —La reina se giró y apoyó la cabeza en la almohada. Pellizcó la


vela y exhaló, mientras Gabrielle se unía a ella, tirando de la suave colcha
sobre las dos—. Pero lo estaba.

—No me lo creo. —Gabrielle se deslizó junto a ella y pasó un brazo por la


cintura de Xena—. Eres la persona más inteligente que conozco.

Xena sonrió en la oscuridad y la rodeó con un brazo, saboreando el calor


mientras Gabrielle se apretaba contra ella y la abrazaba. Trató de recordar
cómo era en aquel entonces, en lo que se refería a sí misma y sus días de
locura, segura que realmente había estado como una cabra.

¿No fue así?

Se había sentido loca, en el sentido de que realmente no le importaba dónde


la habían llevado sus acciones, y casi se había enorgullecido de hacer
constantemente lo inesperado, manteniendo a sus hombres, a sus enemigos y
a los pocos amigos que había logrado tener lo más desequilibrados posible.
Todavía era esa mujer loca, ¿no? Ciertamente no se sentía como una vieja y
aburrida carcamal predecible y déspota. Todavía hacía lo inesperado,
¿verdad?

Resistió el impulso de levantarse y revisar el perímetro de la alcoba de nuevo,


ya había examinado cada centímetro de sus aposentos, pero no solo la sala
de estar interior y la sala de audiencias exterior dos veces. Revisó todos los
armarios, revisó debajo de la cama y los muebles, se aseguró que todas las
ventanas estuvieran cerradas, e incluso asomó cautelosamente la cabeza por
la chimenea para asegurarse.

Sí, como le había dicho a Gabrielle, no le preocupaba que alguien fuera tras
ella. Pero estaba aterrorizada por la falta de atención o el error que provocara
que Gabrielle sufriera algún daño, sabía que todos los demás probablemente
pensaban que su punto débil, perfectamente, era la pequeña pastorcilla.

La perra persa lo había sabido. Xena tomó aire y lo soltó. Pero entonces, la
perra persa había acabado con media cara arrancada por un mordisco de
su pequeña pastorcilla, ahí quedaba eso.
112
»Xena —murmuró Gabrielle—. ¿Qué estás pensando? Estás temblando entera.

La reina se obligó a relajarse.

—Nada en realidad —dijo—. Solo recordando los malos viejos tiempos. —


Apoyó la mejilla contra el cabello de Gabrielle—. Mañana echaremos un
vistazo por algunos sitios. Creo que podría haber olfateado algo que tal vez
podamos encontrar, tú y yo.

—Por supuesto —murmuró Gabrielle bastante débilmente—. Donde quiera


que tú vayas, yo voy.

Xena sonrió al oír eso.

—Bueno, a excepción del Tártaro —comentó—. No puedes seguirme allí.

—Lo haré —dijo la mujer de cabello rubio—. No me importa si es peor que el


Tártaro, iré contigo.

Xena le dio un abrazo.


—No tienes idea de lo que estás diciendo, pero te amo por decirlo de todos
modos, rata almizclera. —Rascó a Gabrielle en la parte posterior del cuello,
sintiendo un profundo sentimiento de afecto por su compañera de cama con
el que no estaba realmente segura qué hacer.

—Yo también te amo —dijo Gabrielle, mordisqueando suavemente la


clavícula de la reina—. ¿Y sabes qué? Si algún viejo loco intenta venir aquí y
meterse contigo, saltaré sobre él y lo aplastaré. —Xena se rio suavemente—.
Lo prometo.

—Duérmete. —Xena la abrazó y la meció suavemente—. Nadie va a meterse


conmigo, y nadie va a meterse contigo. —Cerró los ojos y dejó que su cuerpo
se relajara, todavía nervioso, pero decidido a descansar un poco durante lo
que quedaba de la noche.

Luego sintió un suave toque ahuecando su pecho y esa determinación se


desvaneció. Ah bueno. Xena sonrió. Había pasado más de una noche sin
dormir por razones mucho peores.

113

Gabrielle se envolvió el cuerpo con un chal mientras holgazaneaba frente al


fuego en la sala de estar, organizando la fuente que había sido entregada
desde las cocinas. Xena todavía estaba tumbada en su gran cama, y la
alcoba estaba a oscuras ya que las nubes cubrían el recién salido sol.

Había encendido las velas y el fuego, colocando una olla con agua para que
se calentara y revisando las opciones para el desayuno.

La bandeja contenía alrededor de media docena de fuentes y platos, en su


mayoría cubiertos con rodajas de fruta de la última temporada, y un poco de
queso nuevo, junto con un pequeño pan de grano oscuro y una jarra de sidra
especiada. Gabrielle estaba complacida con la selección, y puso dos platos
sobre la mesa, escogiendo y seleccionando de la fuente.

Una ráfaga de viento sacudió la ventana, alzó la vista y oyó un golpe


inesperado contra el cristal emplomado.

—¿Granizo? —Se levantó y se acercó a mirar hacia afuera, viendo bastantes


pequeñas bolitas blancas que rebotaban en el suelo de piedra del patio
exterior—. Guau. —El cielo era gris pizarra y amenazante. Podía ver a los
árboles doblándose por la fuerza del viento fuera de las puertas y, mientras
miraba hacia afuera, una tela colorida pasó volando y se pegó en la pared
exterior—. Ohh.

—Parece que tendré que meter a los payasos dentro. —Una voz sonó detrás,
haciendo que Gabrielle casi saltara antes que un par de manos se posaran
sobre sus hombros y reconociera los tonos bajos de Xena—. Brendan creyó
sentir que se avecinaba una tormenta.

—¿Cabrá todo dentro? —preguntó Gabrielle—. Quería ver esos caballos otra
vez.

—Claro. —La reina estaba en bata y se apoyó en la espalda de Gabrielle de


una manera agradable y cálida—. Los pondré a todos en el salón de baile.
Eso hará que Stanislaus se cabree.

Eso ciertamente lo haría. La propia Gabrielle solo había estado en el vestíbulo


una vez, era enorme, con techos abovedados y candelabros de cristal que
insinuaban un gran pasado que Xena no parecía interesada en repetir. Sin 114
embargo, era la sala abierta más grande del castillo y, si el circo iba a caber
en cualquier lugar, bien podía caber allí.

—Genial.

Xena sonrió.

—Llama al guardia para que yo pueda darle la nota para ese culo pomposo.
—Apretó los hombros de Gabrielle y luego los soltó—. ¿Qué tenemos aquí? —
Se acercó hacia la bandeja—. Cosas ligeras. Bien.

—Sí, todavía estoy bastante llena desde ayer —dijo Gabrielle—. Les dije que
subieran poco.

—Uh, huh. —Xena se sirvió una jarra de sidra y cogió una rodaja de pera,
caminó hacia la ventana y se posó en el alféizar para observar el clima
mientras la mordisqueaba—. Buena idea. No creo que pueda ver un huevo o
esos panqueques ahora mismo.

Sin embargo, la pera era aceptable. Mordisqueó más por el sabor que por
cualquier otra cosa, disfrutando de la dulzura mientras revisaba la
desagradable situación fuera de su ventana.
Y era, de hecho, desagradable. Podía ver el granizo, y escuchar el golpe de
los perdigones de hielo contra la piedra, un poco sorprendida por la repentina
embestida del invierno después de un otoño suave. Aunque Brendan había
pronosticado la tormenta, no había dicho que sería este tipo de clima severo.

Se alegró que la cosecha estuviera adentro. Sin embargo, se dio cuenta de


que probablemente tendría que alojar a todos los nobles hasta que terminara
la tormenta y aguantar sus tonterías pomposas más días de lo que había
previsto.

Paciencia.

Xena bebió su sidra mientras veía caer la lluvia.

Gabrielle atravesó la cámara exterior y abrió la puerta, sorprendiendo a los


dos soldados que montaban guardia allí.

—Buenos días.

—Su gracia. —El más cercano se recuperó e hizo una reverencia—. Hace un 115
clima de perros afuera. —Advirtió el hombre, como si nunca hubiera notado
las ventanas que rodeaban la mitad de sus aposentos.

—Sí, es cierto. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. ¿Podrías entrar? Xena tiene


una nota que necesita que se entregue. —Dio un paso atrás y permitió la
entrada del guardia. Vio a Brendan trotando por los escalones e hizo una
pausa para esperarlo.

—Buenos días su gracia —la saludó Brendan—. ¿La Señora ya se ha


levantado?

—Claro que sí. —Gabrielle cerró la puerta después que él entró y siguió a
ambos hombres hacia sus aposentos—. ¿Todo bien?

—Aparte del clima, hasta ahora sí —dijo Brendan—. Buenos días, señora —
saludó a Xena, que se había girado ante su entrada y estaba apoyada
despreocupadamente contra el marco de la ventana.

Gabrielle se acercó a la bandeja y se sirvió una copa de sidra, bebiéndola y


disfrutando del sabor frío y marcado de la manzana. Tomó un pedazo de pan
y queso y fue al escritorio en la cámara, dejando el desayuno y sacando la
pluma de su estuche.

—¿Qué quieres decirle, Xena?

—No puedo hacerte escribir eso, rata almizclera. Sangrarías por esos lindos e
inocentes oídos —dijo la reina—. Solo dile que deje que toda la gente que está
aquí para el festival se acomode dentro de las murallas, y que ponga a todos
los artistas en el salón de baile.

—Está bien. —Gabrielle sumergió el extremo de la pluma en la tinta y comenzó


a escribir.

—Ha estado tranquilo durante la noche, señora. —Estaba diciendo Brendan—


. Hicimos la pira porque comenzó a llover. Jas llevó la noticia a las familias y les
hemos concertado cuotas.

—Gracias. —Xena tenía las piernas levantadas sobre el ancho alféizar, con los
pies descalzos cruzados por los tobillos—. Organiza tres escuadrones
diferentes, de cuatro hombres cada uno, y que busquen dentro de la 116
fortaleza. De arriba a abajo. Quiero saber sobre cualquier cosa extraña que
encuentren —consideró—. Hubiera querido que comenzaran anoche, pero la
mayoría de sitios son demasiado oscuros por la noche.

—Sí.

—Busquen cualquier evidencia de alguien que se esconde o vive en los


rincones o sitios ocultos —continuó Xena—. Paja en el suelo, restos de comida,
estiércol, lo que sea.

—Entendido —dijo Brendan—. Empezaremos arriba e iremos bajando hasta las


mazmorras.

—Tenías razón sobre el clima —comentó la reina—. Maldito seas.

Brendan flexionó sus manos.

—Estos viejos huesos lo presienten —admitió con pesar—. Lo sentí venir. —Echó
un vistazo afuera, donde rebotó otro golpeteo de granizo—. Me alegro de que
al menos ayer tuvimos un buen día.
—Sí —dijo Xena—. Debería haber sabido que mi suerte no podría durar más
que eso —comentó secamente—. Ahora tenemos que alimentar a toda esta
multitud hasta que la maldita tormenta acabe. Incluso yo no puedo echarlos
a todos con eso —agregó con tono arrepentido.

—Tenemos un montón de existencias —dijo Brendan—. Los comerciantes


estarán felices de ganar más monedas.

—Cierto —dijo Xena—. Debería ponerles impuestos sobre eso. A todo el que
se queje por algo, le sueltas esa idea.

Brendan se rio entre dientes.

Gabrielle terminó su nota. Sopló las letras, abrió la bonita caja de madera a
un lado de la mesa y sacó el anillo de sello de Xena. Cogió una vela y goteó
un poco de cera sobre el pergamino, luego presionó el sello.

Un indicativo de la completa confianza de Xena. Con el poder de esa


impresión podría hacer prácticamente todo lo que deseara en el reino.
Gabrielle guardó el anillo en su caja y agitó el pergamino a la espera que la 117
cera se enfriara.

Xena le había dicho que disfrutaba tener a alguien cerca que escribiera todas
sus notas. Gabrielle no estaba segura si era realmente cierto, o simplemente la
reina quería que lo hiciera, solo para darle algo que hacer. No era como si
Xena tuviera problemas para escribir; su letra era mejor y más legible de lo que
en realidad era la de Gabrielle.

Sin embargo, la reina insistió en que lo hiciera, y entonces, Gabrielle se alegró


de complacerla e hizo todo lo posible para que las notas que escribía fueran
comprensibles y ordenadas. Enrolló el pergamino y se lo dio al guardia.

—Aquí tienes.

—Lleva eso a Stanislaus —ordenó Xena—. Dile que no se moleste en lloriquear


por eso. Quiero ver ese circo.

—Majestad. —El guardia tomó el pergamino y se fue, cerrando la puerta


exterior firmemente detrás de él.

—Xena. —Brendan se aclaró la garganta—. Los de las Tierras Occidentales


están generando algún problema.
Xena entornó los ojos.

—¿Qué clase de problema?

—Los cuartos que se asignaron para su guardia no son de su agrado. El capitán


vino a buscarme esta mañana, quieren trasladarse a la fortaleza, al lado de
donde está el príncipe. —Xena suspiró—. Dijo que habían oído que había un
asesino rondando, que necesitaban proteger a su señor —concluyó
Brendan—. Oirían todo el alboroto anoche, supongo.

—Dije que cerraran el pico —gruñó la reina.

—Bueno, han sido cuatro personas asesinadas, Señora. —Brendan sonó casi
disculpándose—. Sabes que yo también estaría irritable si fueras tú en su
castillo y pasara eso.

La reina lo fulminó con la mirada.

—Diles que he dicho que los mendigos no pueden quejarse —dijo—. Si Philtop
quiere dormir con sus guardias, pueden trasladarse él y sus lameculos al 118
cuartel.

—Si Señora. —Brendan agachó la cabeza—. Se lo diré.

—Lárgate —dijo Xena—. Así puedo salir y tomar mi baño matutino en la


terraza. —Se levantó y caminó hacia las puertas que se abrían a la tormenta—
. Gabrielle, tráeme jabón.

Brendan inclinó su cabeza hacia adelante, luego se apresuró hacia la puerta


y la atravesó, dejándolas solas. Gabrielle miró la puerta cerrada y luego a su
reina.

—Um.

—¿Siiiiiiiii?

—En realidad no vas a bañarte ahí fuera, ¿verdad?

—¿Por qué no? —Xena se giró y apoyó la espalda contra la ventana—. Es


agua, ¿no? —Ladeó la cabeza hacia Gabrielle—. Igual que la que hay en
nuestra bañera.
—Nuestra bañera no está helada y no tiene trozos de hielo duro cayendo en
ella. —Gabrielle se acercó y miró por el cristal—. Yo enfermaría hasta la muerte
si lo intentara. —Sintió que Xena se movía, y luego se vio rodeada por los largos
brazos de la reina—. Me estoy acordando de cuando salimos con el ejército y
hacía tanto frío. Brrr.

—Y yo quería que te bañaras en el arroyo. ¿Lo recuerdas?

—Y era un arroyo caliente. —Gabrielle tuvo que sonreír—. Pero yo no lo sabía.

—Déjame darte una pista, rata almizclera. —Xena señaló afuera a la lluvia—.
Si sales con eso, sabes, ¿qué tan bien se sentirá cuando vuelvas adentro?

Gabrielle frunció el ceño.

—¿Pero por qué congelarte sin ningún motivo?

Xena apoyó la barbilla en la cabeza de Gabrielle.

—Porque no entiendes lo cálido que es hasta que has tenido frío. 119
Gabrielle pensó en esas palabras durante un largo momento mientras el
silencio se alargaba. Luego giró en el círculo de los brazos de Xena y dejó que
sus manos descansaran sobre las caderas de la reina.

—Bueno. ¿De verdad quieres hacerlo?

—No. —Xena le sonrió.

—Xena.

La reina se rio entre dientes.

—Vamos a lavarnos y a vestirnos. Tengo una corte que celebrar y gilipollas con
los que tratar. —Las hizo girar a las dos y empujó a Gabrielle en dirección a la
alcoba—. Puedes decirles a todos que tomamos una ducha de granizo. Será
bueno para mi imagen.

—Xena, eso es un poco loco.

—Exacto.
Gabrielle estaba contenta de tener una capa nueva y cálida mientras trotaba
entre la sala principal y el ala del castillo en que estaba el salón de baile. Se
subió la capucha y notó el impacto de la lluvia sobre sus hombros, el sonido
del ganado moviéndose apenas audible por el rugido de la tormenta.

Las puertas de la otra sala estaban abiertas a pesar de la lluvia, el agua


humedecía la piedra y estaba encharcando la entrada. Gabrielle rodeó el
charco y subió los peldaños alegremente tratando de cambiar el clima duro
por el calor del fuego dentro.

La primera persona que vio fue a Stanislaus y su ayudante, quien, por supuesto,
parecía cabreado. Podía ver la rigidez en el cuerpo y la brusquedad de sus
gestos mientras dirigía a los artistas de circo dentro del salón.

—Stanislaus.

Él se giró y la vio. 120


—Su gracia. —Logró decir con los dientes apretados.

Gabrielle casi sintió pena por él.

—Xena hizo que movieran a todos los vendedores del mercado al establo
grande —dijo—. Ella quiere que te encargues que les lleven comida y bebida.

El senescal parecía exasperado.

—Su gracia —dijo—. Estoy completamente ocupado aquí con esta... esta... —
exhaló—. Trataré de hacer algo tan pronto como termine aquí.

—Estupendo. Gracias.

Gabrielle miró dentro de la sala, sus ojos se abrieron cuando vio la colección
de personas y animales que había dentro. Los artistas de caballos estaban allí,
riendo con algunos de los malabaristas y una pareja de hombre y mujer, que
eran delgados pero musculosos, se agarraban con inconsciente orgullo.

La sala era casi irreconocible. El suelo estaba cubierto de paja y en las paredes
colgaban coloridos, aunque húmedos, tapices. Los trabajadores del circo
estaban colocando algunos asientos a un lado y había dos carros
estacionados en el medio con bueyes aún unidos a ellos.

Olía... bueno, olía como a heno, a animales, y a oveja mojada en realidad.


Gabrielle se acercó para mirar, fascinada por todas esas cosas extrañas.

Se habían instalado postes, un armazón para el que no podía imaginar el uso


y, mientras observaba, dos chicas jóvenes y ágiles comenzaron a estirarse,
retorciéndose en formas exóticas y retorcidas.

»Guau.

—Hola.

Gabrielle se volvió y vio a una mujer aproximadamente de su edad de pie


junto a ella, con el pelo corto, rizado y negro y salpicada de pecas.

—Oh, hola —le devolvió el saludo—. ¿Eres parte del circo?

—Lo soy. —La recién llegada asintió—. Mi nombre es Cellius. Mi padre dirige el 121
circo.

—Vaya. —Gabrielle extendió su brazo—. Es genial conocerte. Mi nombre es


Gabrielle.

Cellius devolvió el agarre.

—Encantada de conocerte también, Gabrielle. ¿Vives aquí? ¿En el castillo? —


Vio asentir a Gabrielle—. Ha sido amable que nos dejaran entrar. Estábamos
tan desilusionados cuando empezó a llover.

—Nosotros también —dijo Gabrielle—. Todo el mundo estaba emocionado por


veros. ¿Puedes mostrarme vuestras cosas? —preguntó—. Nunca he visto algo
así.

—Claro. —Cellius la hizo señas para que se acercara—. Este es un gran espacio
en el que podemos actuar. Nunca había visto un salón así de grande. —
Caminó hacia los puestos—. Esta es nuestra plataforma de trapecio.
Colgamos cuerdas y hacemos trucos de vuelo.

—¿En serio? —Gabrielle miró hacia arriba—. Guau.


—Sí, es escalofriante —dijo su nueva amiga—. Yo nunca lo he hecho. Solo
monto los caballos en la pista —dijo—. Mi padre no me deja hacer el vuelo...
dice que es demasiado peligroso.

—Apuesto a que lo es —dijo Gabrielle—. ¿Qué es eso? —señaló.

—Oh, esas son las cajas de equilibrio —dijo Cellius—. Borus, allí, él y Jac pueden
balancearse sobre ellas, apilándolas una sobre otra. Es una locura. Espera a
verlo.

—¿Quieres decir que se ponen las cajas el uno al otro? —Gabrielle miró
fascinada—. Oh, espera, ya veo. —Observó a los dos hombres mientras
empezaban a practicar. Uno puso una pelota, luego la tabla sobre ella,
saltando sobre la tabla y manteniendo el equilibrio mientras la pelota
rodaba—. Oh dios mío.

—Espera, se pone mucho mejor. Se levantan más alto que el carro de allí —
dijo la mujer—. Y bien... ¿Qué haces tú aquí?

—¿Yo? —Gabrielle apartó los ojos de los artistas—. Oh. Soy bardo —dijo 122
honestamente.

—¿Sí? ¡Eso es genial! —respondió con sorpresa—. Chico, no hemos escuchado


demasiadas historias este verano, esperábamos poder escuchar algunas
nuevas aquí en el festival.

Bien entonces. Gabrielle sonrió.

—Esto va a ser muy divertido —dijo—. Me gustó mucho ver los caballos ayer...
¿Son amigos tuyos? Me refiero a los jinetes.

Cellius ya estaba asintiendo.

—Normalmente van uno o dos días por delante que nosotros, ya que son
muchos y es difícil acomodarnos todos nosotros en el mismo lugar... pero este
lugar es enorme. —Se volvió y extendió los brazos—. ¡Mira lo alto que está el
techo! Es como si estuviera hecho para nosotros.

Dos de los hombres delgados y musculosos se acercaron.

—Hola Celli... ¿Quién es tu amiga? —preguntó uno sonriéndole a Gabrielle—.


Es linda.
Gabrielle sintió que las puntas de sus orejas se enrojecían.

—Hola. —Extendió su mano—. Soy Gabrielle.

—Boots. —El hombre le tomó la mano y la soltó.

—Ella es bardo, Boots —dijo Cellius.

—¿Sí? —dijo el hombre—. Dulce... ¿Verdad hermano? —Golpeó al otro


hombre con su cadera—. Nos gustan las historias.

—Y bien, ¿qué es lo que hacéis? —preguntó Gabrielle. Ambos hombres eran


súper musculosos, y tenían manos duras y callosas. Ambos eran guapos, con
cabello oscuro y ojos marrones, y no eran mucho más altos que ella—. ¿Sois
los acróbatas?

—¡Lo somos! —dijo Boots—. Volamos sobre las cuerdas y barras allá arriba. —
Señaló la estructura que se estaba montando poco a poco hasta el techo—.
Chico, va a ser genial no tener que preocuparse por mojarnos esta noche
haciéndolo. 123
—Tienes razón —dijo el otro acróbata—. Ya es suficientemente malo que te
escurrieras de mi agarre en la última ciudad, Boots. Podías haberte roto el
cuello. —Se acercó más a Gabrielle—. Hola, chica guapa. Mi nombre es Zev.

—Hola. —Gabrielle todavía tenía sus ojos enfocados hacia arriba—. Eso está
realmente alto. —Miró a los dos acróbatas—. Apuesto a que va a ser un gran
espectáculo.

—¿Alguna vez has visto un circo? —dijo Cellius.

—No. —Gabrielle negó con la cabeza—. Soy de un pequeño pueblo en las


montañas. Nunca vi algo como esto. A veces teníamos a algunos malabaristas
durante la cosecha —dijo—. Una vez apareció un tipo que podía dispararle
manzanas a la gente con una ballesta. Eso fue muy emocionante.

Todos los artistas se rieron.

—Te lo mostraré. —Boots se acercó a la estructura medio ensamblada y saltó


hacia arriba, agarrando uno de los puntales de madera con ambas manos.
Hizo una pausa, luego se impulsó y dio una vuelta del revés, apoyando su peso
en los muslos sobre la barra y soltando las manos, extendiendo los brazos en
perfecto equilibrio.

—¡Ala! —dijo Gabrielle. —Luego se dio la vuelta y comenzó a caer,


agarrándose con un brazo y dando vueltas en círculos, asiendo la barra con
su mano libre y levantando las piernas entre sus brazos y la barra, luego las
enganchó sobre la barra y soltó su agarre nuevamente para colgar cabeza
abajo. Se balanceó hacia adelante y hacia atrás unas cuantas veces, luego
se tiró de la barra, dando un salto mortal girando para aterrizar sobre los pies,
extendiendo sus brazos hacia arriba sobre su cabeza en un gesto triunfal.
Gabrielle aplaudió—. ¡Ha estado genial!

Boots sonrió.

—Ahora es tu turno. Cuéntanos una historia —dijo—. ¿Conoces algunas


buenas?

Gabrielle sintió que era un trato bastante justo. Sabía que tenía una marca de
vela más o menos antes que Xena la esperara en la corte, así que encontró
asiento en un barril y se quitó la capa, mostrando su tabardo de cabeza de 124
halcón y las polainas oscuras que los acompañaban.

—Está bien, Por supuesto.

—Oye, ¿ese es el emblema de la reina? —preguntó Zev—. Lo vi en los guardias


de afuera.

Gabrielle bajó la mirada hacia su pecho, luego la volvió a subir.

—Sí, lo es —estuvo de acuerdo—. Así que os contaré una historia sobre cómo
el halcón llegó a ser el emblema de Xena, y cómo llegó a ser la reina aquí.

—Oye, historia local. —Boots se sentó en una caja y extendió sus musculosas
piernas, cruzándolas por los tobillos—. Adelante, Gabrielle.

—Siempre es bueno saber con quién estás tratando. —Zev estuvo de


acuerdo—. Oye, ¿la has visto de cerca?

Gabrielle sonrió.

—Sí.
—¿Crees que podrías conseguirnos una presentación? —Boots movió sus pies
hacia ella.

Gabrielle se rascó la nariz.

—¿Qué tal si primero escuchas la historia y luego hablamos sobre eso? —


demoró—. Érase una vez una señora de la guerra, joven e intrépida...

125
Parte 4

Xena merodeaba por el corredor, sus ojos hojeaban a derecha e izquierda


mientras se movía entre el atestado espacio lleno de mercaderes y sus
sirvientes, tratando de encontrar sitio para extender sus mercancías.

En el exterior, la tormenta había empeorado e hizo encender grandes


hogueras. Ahora, el enorme salón comenzaba a calentarse y, a su alrededor,
la gente se frotaba las manos y se veían más alegres, ajenos a la alta figura
con una capa común en medio de ellos

—Ah. —Xena reconoció la voz, incluso por la palabra parcial, e hizo una
pausa, volviéndose para encontrar a Stanislaus a su lado, con el aspecto
hostigado y ansioso—. ¿Y ahora qué? —Se apartó de la multitud hacia un
pequeño hueco donde podían escucharse entre sí y no impedir el deambular 126
de la gente.

—Su Majestad —dijo Stanislaus frotándose las manos, pero no por el frío—. Su
alteza real, el duque Lastay, desea verla.

Xena inclinó levemente su oscura cabeza.

—¿Y él te ha mandado a preguntarme? —indagó—. ¿Alguien le ha cortado


las pelotas? ¿Creyó que ya no las necesitaba ahora que tiene un heredero?

—Ah. no... ah... No, señora. —El senescal adquirió un toque de color—. El buen
duque simplemente me pidió que le informara si la veía. Fue a la sala de
audiencias y a su suite y no la encontró allí.

—Porque no estaba —reconoció Xena—. Bien, ¿dónde está el pequeño


bastardo ahora? —preguntó—. ¿Está en su alcoba haciendo más hijos?

El color facial de Stanislaus se intensificó.

—Su Majestad, difícilmente puedo saber lo que está haciendo en su intimidad


—dijo—. Creo que su señora, de hecho, iba a asistir al mercado. Tal vez su
señor está tomando su almuerzo.
—Tal vez su señor está disfrutando con una cabra en el establo. —Xena se rio
entre dientes—. Nunca sabes... —Miró a su senescal—. Nunca lo sabrás,
¿verdad? ¿Tienes hijos? —La cara de Stanislaus se congeló. Durante un largo
momento Xena pensó que su lacayo de muchos años iba a hacer algo
inesperado como gritarle. La mirada de vergüenza mezclada con rabia
reprimida era fascinante—. ¿Bien?

Stanislaus levantó su mirada hacia ella.

—Su predecesor tomó esa decisión por mí, su Majestad. No tengo la


capacidad de hacer eso —dijo fríamente—. Mi enfoque siempre ha sido el
servicio a la corona.

Xena se quedó parada y parpadeó, sintiendo una sincera conmoción ante


esta revelación. Recordó con retraso, que había heredado al senescal de
entre un puñado de otros que no habían muerto en el derrocamiento.

—¿El estúpido bastardo te hizo un eunuco? —dijo finalmente—. ¿En serio? —


Sabía que su voz sonaba tan sorprendida como se sentía.
127
Stanislaus parecía terriblemente avergonzado. Él movió sus ojos hacia la pared
más apartada y se alejó un poco.

—Había asumido que su Majestad lo sabía.

¿Lo había sabido?

Xena estaba en silencio estudiando a su lacayo. Stanislaus era un hombre de


aspecto nada especial, de estatura media y tono indiferente. Nunca le había
parecido afeminado, pero tampoco excesivamente masculino, simplemente
cansado del mundo con tendencia a la irritabilidad.

Sabía que él no estaba casado, pero había asumido que tenía sus devaneos,
por lo visto incorrectamente.

—No lo sabía —dijo en voz baja, ahora mucho más seria—. ¿Por qué?

Él la miró, captando su cambio de humor.

—Era muy celoso de sus mujeres —dijo Stanislaus—. Aquellos de nosotros que
estábamos cerca de la familia, él no quería ninguna posibilidad de tentación.
—Qué tonto del culo —dijo Xena concisa.

El senescal se movió un poco enderezando su cuerpo.

—Era su manera —dijo—. Hubo quienes pensaron que tal vez su Majestad haría
lo mismo, cuando tomó a su consorte.

Ambas cejas de la reina se levantaron.

—¿Como si el que sepan que no solo les cortaría sus partes, sino que destriparía
a cualquiera que mirara a Gabrielle de manera torcida, no sería suficiente?

Stanislaus levantó sus manos ligeramente, luego las dejó caer.

—Su predecesor no era tan hábil en las armas —explicó—. No era un guerrero,
en verdad. Él confió en sus generales para llevar su estandarte en el campo,
a diferencia de usted.

—Era un idiota y se merecía ser atravesado por la lanza de Brendan mientras


se escondía acurrucado bajo una carreta de bueyes —respondió Xena—. 128
Pero lamento que te dañara, Stanislaus. No te merecías eso.

Sorprendido, la cabeza del hombre se levantó y miró a Xena


inesperadamente a los ojos.

—Ama —murmuró después de una pausa—. Yo… gracias.

—Mm. —Xena miró por el salón—. Está bien, déjame ir a buscar a Lastay y ver
lo que quiere. —Volvió a mirarlo—. ¿Esa gente del circo se ha instalado?

Su rostro se contrajo un poco.

—Su Gracia los estaba entreteniendo la última vez que me pasé a mirar —
dijo—. Creo que tienen lo que necesitan.

—¿Entreteniendo? —Xena se permitió distraerse—. Se supone que son ellos los


que deben entretenerla.

—Les está contando una historia —aclaró el senescal.

¿Una historia? ¿Por qué Gabrielle le estaría contando a un grupo de artistas


una historia?
—Ah —reflexionó Xena—. ¿Qué clase de historia?

—No me detuve a escuchar, Majestad —dijo Stanislaus—. Sin embargo, los


hombres jóvenes estaban muy interesados, así que tal vez fuera sobre usted.

Xena se detuvo en medio de tomar aliento para responder y ladeó la cabeza,


preguntándose si su senescal la estaba halagando o tratando de tocarle las
narices.

Realmente podría ir en cualquier dirección. Stanislaus siempre había sido raro


con respecto a Gabrielle, desde el principio, cuando comenzó a tratar a su
esclava personal como algo más.

Desde que había tratado de deshacerse de ella, arriesgándose a la cólera de


Xena en un intento mal aconsejado de lo que él pensaba como protegerla.
Tuvo suerte de conocerlo lo suficiente como para saberlo.

Su propio tipo de retorcida y manipulada valentía.

—Gracias —dijo Xena—. Espero estar desnuda en la historia en ese caso. —Se 129
sacudió las manos y pasó junto a él, bajando los escalones y hacia la puerta
de la fortaleza.

—¡Señora! —Stanislaus le llamó—. ¿Los aposentos del duque están en la torre?

Xena levantó una mano y siguió avanzando, bajando al trote los escalones y
cruzando el patio interior. Podía escuchar el zumbido de muchas voces dentro
de las murallas y eso la hizo retorcerse un poco, los olores de tanta gente y
animales tamborileando contra sus sentidos de un modo no del todo
agradable.

—Xena.

Hablando de no del todo agradable. Xena miró hacia su izquierda, pero siguió
caminando. Philtop se inclinó y fue hacia ella, haciendo juego con sus
zancadas.

—¿Necesitas algo?

—Dijiste que me darías detalles esta mañana. —Philtop llevaba una túnica
dorada y se veía casualmente elegante—. Mis hombres están esperando. —
Xena se detuvo y se volvió para mirarlo—. El mal tiempo está llegando. Están
desesperados —dijo Philtop en breves tonos entrecortados—. Por no hablar de
lo nervioso como el Hades que estoy al escuchar que hay un asesino loco
suelto por aquí.

—Quieres decir otro asesino loco suelto —dijo Xena—. Ya sabían de mí antes
de aparecer aquí.

La cara de Philtop se retorció en una mueca irónica.

—Eras un riesgo conocido. —Xena señaló un banco de piedra contra la pared.


Se acercó y se dejó caer sobre él, y Philtop la siguió, sentándose a su lado.
Extendió un pie y apoyó el codo en su muslo, el cuero polvoriento que llevaba
parecía estar fuera de lugar en el patio cubierto de seda—. Ahora te pareces
a la Xena que recuerdo —dijo Philtop inesperadamente—. Te vestías bien,
Xena. Creo que estás más guapa ahora que en aquel entonces. —Él estudió
el perfil angular, y los pálidos ojos llenos de brillante inteligencia que lo
observaban.

Eso es lo que él había arruinado la última vez. Había visto la cara bonita, el
cuerpo fuerte y el lado salvaje, y creyó que podía domar todo eso con un 130
buen revolcón en el heno. Después de todo, era una mujer atractiva, y él un
hombre apuesto, y eso es todo lo que había tenido con los demás.

No había contado con ese astuto cerebro de navaja que parecía haberse
vuelto más perspicaz con el paso de los años, o el hecho, que esta nueva
reina, había sido literalmente criada por lobos y tenía la moral y los modales
de uno de ellos.

Por los dioses que había pagado por ese error.

En aquel entonces, nunca había creído realmente que Xena era el poder
detrás de su propio trono, realmente nunca creyó que fuera la líder de guerra
del ejército que se había apoderado del reino más grande de la tierra.

Nunca creyó realmente que una mujer pudiera ser un guerrero hasta que fue
agarrado por el cuello y sostenido contra un muro de piedra con los pies
colgando, impotente contra su inesperadamente mayor fuerza.

Todavía tenía las cicatrices de ese encuentro. Se sentía como si ahora


estuviera jugando con fuego otra vez, pero ahora entendía cuál era el riesgo.
Mirando a Xena ahora, podía ver más allá de la cara hermosa, y la
sensualidad cruda, ver el poderoso cuerpo alto y delgado con sus gastados
cueros y las muñecas gruesas que contaban su propia historia.

Esta mujer todavía era un arma finamente afilada. Ahora se sentía atraído por
ella por una razón completamente diferente.

—Dame números —respondió Xena con tono crispado, ignorando el cumplido


de doble intención—. Necesito saber cuántas personas tienes allí, y cuál es el
nivel de suministros. No voy a mandar carros de suministros según
especulaciones.

—¿No confías en mí, Xena? —preguntó Philtop con ironía—. Oh, vamos. No
me guardas rencor aún, ¿verdad?

—Confío en mí. Eso es todo —respondió la reina—. Me das números, mi gente


de suministros te dará lo suficiente para que te dure los meses fríos, pero nada
lujoso. Obtendrás lo que mis sirvientes tienen.

Philtop se apoyó contra la pared y estudió su perfil.


131
—Se rumorea que a tus esclavos les va bien —dijo—. No nos moriremos de
hambre de todos modos.

—No. —Xena giró la cabeza para mirar mientras las puertas exteriores se
abrían, y dos carros empezaban a entrar, permitiendo que una ráfaga de frío
entrara con ellos—. No te morirás de hambre. —Señaló a las puertas—. Y dile
a tu gente que se alegren de estar aquí comiendo de mi mesa, en lugar de
ahí fuera en medio de eso.

Philtop se rio entre dientes, luego se puso serio.

—¿Qué pasa con las muertes que he oído?

La reina medio se encogió de hombros.

—Cuatro chicos. Luchadores. Parece que fueron envenenados.

—¿Envenenados? —Philtop sonaba sorprendido—. ¿En serio?

—Mm.
—Alguien a quien hayas... no, no tiene sentido preguntar eso —dijo él—. Has
cabreado a todos.

Ahora fue el turno de Xena de reírse.

—Hago mi mejor esfuerzo —estuvo de acuerdo—. ¿Quieres algo más? Tengo


cosas que hacer, personas a las que amenazar, y mi consorte para encontrar.

—Ah, sí. Tu consorte. —Philtop parecía entretenido—. ¿En serio tenías que
elegir a una pequeña patea mierda2, para ser...?

Xena lo tenía contra la pared, su mano se apretaba en su cuello cortando su


aire en un abrir y cerrar de ojos, entre una respiración y la siguiente, antes que
Philtop pudiera invocar un tirón de sus brazos o un movimiento hacia el largo
puñal en su cinturón.

—Los imbéciles que están aquí por mi tolerancia, rogando por las sobras,
deben aprender a mantener la boca cerrada —dijo Xena con voz baja y
firme—. Especialmente sobre cosas que significan mucho más para mí que sus
despreciables vidas. 132
Philtop vaciló, luego lentamente apoyó sus manos contra la pared, los nudillos
contra la piedra, mientras los ojos azul hielo se clavaban brillando con
intención cruda y violenta.

—Está bien Xena —jadeó—. Entiendo el mensaje.

—¿Lo haces?

—Oye, estás atrayendo a una multitud aquí —dijo Philtop—. Puede que les
parezca mal que estés asfixiando a un invitado.

—Están acostumbrados. —Xena se volvió y lo apartó de la pared, usando el


peso de su cuerpo para hacerlos girar y soltarlo en la parte superior de su arco
de movimiento, enviándolo a través del suelo de piedra y lejos de ella—.
Hacen apuestas cuando desenvaino mi espada, sobre en qué pared van a
golpear las vísceras. —Se sacudió las manos en sus polainas—. Aléjate de mí,
Philtop. Tráeme tus cifras y vete antes que me cabrees lo suficiente para olvidar
que eres un invitado.

2
Manera degradante de llamar a Gabrielle por su origen humilde en una granja.
—Supongo que toqué un nervio, ¿eh? —Philtop se puso de pie—. ¿La verdad
duele, Xena? ¿No oyes que todos se ríen de tu pequeña golfilla?

Xena lo estudió con su rostro impasible.

—Pregúntale a mi ejército qué piensan de ella —le dijo—. Nunca me importó


un comino lo que el resto de estos pomposos pensara o ciertamente no habría
dormido contigo. —Pasó junto a él y se dirigió hacia su destino original, el salón
de baile. Sus oídos le dijeron cuando se levantó, y le dijeron cuándo comenzó
a seguirla, luego él se detuvo, se dio vuelta y se alejó—. Gilipollas —murmuró,
sintiendo como el cosquilleo de rabia y la contracción de sus manos se
desvanecía lentamente, mientras su respiración volvía a la normalidad—.
Patearé su mierda hasta una puta fosa la próxima vez que abra la maldita
boca.

—¿Majestad?

Xena se volvió y se encontró a un hombre bajo y bien vestido a su lado.

—¿Qué? 133
—Perdóneme, Majestad, pero soy el ayuda de cámara del duque Lastay —
dijo el hombre—. Su eminencia le está buscando.

Xena de repente sintió un fuerte deseo por la presencia de Gabrielle.

—Dile que vaya al salón de baile —le dio instrucciones—. Estaré encantada
de hablar con él allí. Tengo algunos asuntos de los que ocuparme.

—Su Majestad. —El hombre se inclinó—. Le informaré de inmediato.

El hombre se escabulló, dejando por fin a Xena en paz para dirigirse al salón,
donde las puertas estaban abiertas y podía oír los débiles sonidos de los
animales, y el martilleo de las estacas de madera, y en sobre ello, una voz
familiar.

Con una sensación de alivio, saltó los escalones y se detuvo en la puerta


abierta, repasando el interior.

El salón estaba hecho un desastre. El suelo de mármol estaba cubierto de paja


y se estaban construyendo tribunas y asientos alrededor del centro abierto.
Había carros y animales estacionados alrededor, el olor a estiércol y paja
húmeda se elevaba en el aire.

Se había erigido una estructura y podía ver cuerdas cruzando la parte superior
de la misma, con hombres trabajando en el fondo para sujetarlo, supuso que
para los acróbatas.

Y los propios acróbatas, junto con lo que parecían ser otros artistas, estaban
todos reunidos en un rincón, cerca de un carro de suministros, donde había un
barril de algo allí con una mujer bajita y adorable sentada encima, vestida
con los colores de Xena.

¿Golfilla?

Xena estudió a su consorte. Gabrielle estaba vestida con su tabardo de


cabeza de halcón, calzas de tela cálida y botas de cuero negro. Su cabello
pálido estaba recogido sobre su cuello con un broche y las manos que
gesticulaban hacia la multitud estaban bien formadas, una muñeca
adornada con un brazalete de plata trenzado que Xena le había dado.
134
No era una cortesana, pero tampoco iba desaliñada ni poco agraciada, ni
siquiera a los ojos francamente parciales de Xena, y decidió que Philtop solo
intentaba molestarla.

¿Quizá porque ella se había unido voluntariamente a Gabrielle y rechazado


su interés?

Tal vez.

¿Tal vez había oído que había nombrado a Lastay como su heredero, y había
decidido reavivar su relación? ¿Viendo un ángulo para conseguir más poder
que él tanto anhelaba?

Tal vez.

O tal vez solo era un imbécil.

Probablemente.

Avanzó un poco más hacia el salón y se apoyó contra el marco de la puerta,


esperando. Después de unos pocos latidos, los ojos de Gabrielle se movieron
como si sintiera la presencia de la reina, y en su rostro se reflejó una sonrisa de
bienvenida, cambiando el tono de su voz y haciendo que su audiencia se
girara para ver que estaba mirando.

Nadie, reconoció Xena, le había sonreído nunca así. Incluso sus tropas, siempre
leales, y los oficiales con los que había luchado, siempre sabían que su
presencia podía ser algo peligroso para ellos, si cruzaban la línea y la hacían
enfadar, o si le habían fallado de alguna manera.

Gabrielle, por otro lado, simplemente, siempre estaba contenta de verla, sin
importar las circunstancias. No importaba qué mierda les estuviese ocurriendo
o cuán dura fuera la vida, Xena sabía que podía mirar esos ojos y ver ese amor
que brillaba hacia ella.

Justo como ahora.

—¡Xena! —la llamó Gabrielle—. ¡Justo estoy llegando a la parte buena! ¡Ven a
escuchar y conocer a mis nuevos amigos!

Podía ver los ojos redondos y atemorizados de los artistas de circo que se
volvían hacia ella cuando se apartó del marco y se dirigió hacia el grupo, 135
absorbiendo la notoriedad de cualquier historia que su consorte estuviera
contando.

¿Patea mierda?

Xena se instaló sobre una caja, apoyando una bota en una segunda.

—Venga, rata almizclera. No puedo esperar a escuchar que loca historia


sobre mí estás contando ahora.

—Zev. —Gabrielle se dirigió a uno de los musculosos jóvenes sentados a su


lado—. ¿Recuerdas esa cosa que hiciste en la barra? Xena puede hacerlo. —
Uh oh. Xena logró mostrar una sonrisa confiada cuando el chico la miró con
cauteloso escepticismo. Cuidado con lo que pides, Xena. Echó un breve
vistazo al artilugio que se alzaba sobre su cabeza—. De verdad, ella puede.

Xena colocó su brazo sobre los hombros de Gabrielle mientras regresaban a


la parte principal del castillo, la reina se interponía entre el aullido del viento y
su acompañante para asegurarse de que no saliera volando.
—Guau —miró las nubes sobre sus cabezas—. El invierno ha llegado antes de
lo previsto.

—Vaya, tienes razón. —Gabrielle estaba contenta de su ancla—. ¡Eso sí que


es viento!

Subieron medio corriendo los escalones y atravesaron las puertas que se


abrieron apresuradamente cuando los guardias las divisaron y se cerraron
después que pasaron.

—Aunque fue divertido —comentó Xena mientras se pasaba los dedos por el
pelo, dispersando gotitas de hielo y agua al suelo—. Más divertido que pasar
la corte.

—¿Tendrás que pasarla ahora? —preguntó Gabrielle.

—Nah. —Xena negó con la cabeza—. Ya he hablado con el tonto del culo.
Lo cierto es que eso era todo lo que estaba en la agenda que fuera
ligeramente importante.
136
—Oh.

—Tengo que ir a buscar a Lastay, sin embargo —admitió Xena con un suspiro—
. Averiguar lo que necesita. —Miró a su alrededor—. Estoy sorprendida que no
haya venido a buscarme. —Cambió su dirección—. Venga. Vamos a
encontrarlo.

Gabrielle se puso de buena gana a caminar junto a ella. Subieron por las
grandes escaleras de medio círculo y giraron a la derecha, dirigiéndose por
un pasillo largo y alto que conducía a una de las seis torres habitadas por los
nobles más importantes de Xena cuando estaban en la corte.

Un giro a la izquierda, y varios corredores sinuosos en la dirección opuesta las


habrían llevado a la torre más alta, la de guardia en que Xena una vez había
habitado, y donde aún estaba su cámara de entrenamiento. Las alcobas que
habían usado se limpiaron y se dejaron de lado, la torre todavía estaba vacía,
ya que ella y Gabrielle se habían mudado a los aposentos palaciegos del
antiguo gobernante en el centro de la fortaleza.

Para ser sincera, Gabrielle a veces extrañaba secretamente esas cámaras


superiores. Le encantaba sus nuevos alojamientos, pero habían tenido una
soledad en la torre que había llegado a apreciar. Ver el amanecer en las
almenas superiores, tomar un té caliente mientras el mundo cobraba vida a
su alrededor, era algo que ciertamente no podían hacer ahora, ya que el
balcón de sus aposentos daba al patio central y a la vista de prácticamente
todo el mundo.

No era lo mismo. Había llegado a comprender el valor de esos momentos de


silencio, entre las locas guerras y las batallas en que se habían metido.

Se acercaron a las estancias de Lastay, y su guardia se irguió cuando


reconocieron a Xena, agachando la cabeza con respeto cuando llegó la
reina.

—Abridlas —dijo Xena brevemente.

—Majestad. —El guardia más cercano rápidamente trabajó el pestillo,


golpeando con los nudillos contra la superficie de madera en un torpe intento
de advertencia.

Xena le dio una mirada tolerante, luego pasó a su lado y golpeó la puerta con
el hombro, entrando a la alcoba con Gabrielle pisándole los talones. 137
—¡Lastay!

Silencio.

—Majestad, su sirviente nos dijo que no lo molestáramos. —El guardia asomó


la cabeza por la puerta y habló en tono de disculpa.

Xena sintió un pinchazo en la columna vertebral.

—Sí —dijo moviéndose lentamente hacia las puertas interiores—. Pero lo más
probable es que no esté demasiado ocupado como para ignorar mi dulce y
melodiosa voz. —Desenvainó una daga casi sin pensar, girándola en su mano
para que la hoja apuntara hacia atrás y quedara a lo largo de su antebrazo—
. Rata almizclera, quédate aquí. —Gabrielle redujo la velocidad, pero no se
detuvo por completo, su cuerpo se movió detrás de Xena como si estuviera
atada con una cuerda. Xena fue hasta las puertas y puso su mano sobre ellas,
luego las golpeó bruscamente—¡Lastay!

El guardia entró, junto con su compañero, con incertidumbre.


Xena agudizó el oído e inclinó la cabeza para escuchar. No oyó nada detrás
de las puertas, ni el más mínimo susurro de ropa de cama, o el susurro de una
voz. Con una breve inspiración, accionó el pestillo y empujó la puerta para
abrirla, golpeándola contra la pared con un fuerte crujido.

El interior estaba oscuro, solo la luz pálida de la ventana perfilaba el interior


con un gris polvoriento. Pero eso fue más que suficiente para que los ojos de
Xena lo asimilaran todo. Las sillas volcadas, la cama con una sola figura, la
segunda figura en el suelo.

Todo inmóvil.

Una vela se encendió detrás y casi se le corta la respiración antes de


reconocer la presencia en su espalda y Gabrielle se relajó junto a ella,
sosteniendo la vela en alto e iluminando la estancia.

—Oh Xena —dijo Gabrielle después de una larga pausa con voz suave y
dolorida.

Xena soltó el aire, lanzando una maldición. Envainó su daga y agarró la vela, 138
dando un paso hacia el cuerpo medio desnudo en el suelo y arrodillándose
junto a él.

—Ah. —Lo agarró del hombro y lo giró, la luz de la vela reflejándose en una
cara flácida y sin vida.

Ojos abiertos y fijos.

—¿Qué está pasando aquí? —sonó una voz detrás de ellas. Gabrielle se
sobresaltó sorprendida y se volvió, mientras la puerta se llenaba con la forma
preocupada del duque Lastay.

—M... ¡Su Majestad! —balbuceó, obviamente sorprendido de encontrar a la


reina en su alcoba.

—Ven aquí, Lastay. —Xena examinaba el cuerpo—. ¿Conoces a este tipo?

El duque rodeó a su señora arrodillada.

—¡Por los dioses! Ese es mi hombre, Chilres. —Se giró y miró la cama—. Y mi…
—Agarró por el pelo la cabeza sobre la cama y la levantó—. La sirviente de mi
buena esposa.
Gabrielle había permanecido parada de pie, asombrada, mirando de uno a
otro.

—Dioses. Pensé...

—Sí, yo también —dijo Xena relajando los hombros mientras recuperaba la


compostura—. ¿Tu gente tiene el hábito de dormir en tu cama, Lastay? —Miró
al Duque—. Es algo pervertido. —Volvió a girar el cuerpo y examinó la piel
expuesta y desnuda a lo largo de su espalda y hombros.

El duque se irguió.

—¡Por supuesto que no! —dijo—. Nos acabábamos de ir... mi esposa se fue a
almorzar con algunos de sus amigos, y yo... ¡Bueno, fui a buscarla a usted,
Majestad! —Miró a la mujer en la cama—. ¿Qué les ha pasado?

Xena apoyó el antebrazo en su rodilla.

—Lo que se suponía que te iba a pasar a ti, supongo. —Parecía más que
preocupada—. Veneno otra vez. —Lastay se sentó bruscamente en el borde 139
de la cama, lo suficiente como para ignorar a la mujer muerta que yacía sobre
ella—. Gabrielle, cierra la puerta —dijo Xena.

—¿Quieres que vaya a buscar a Brendan? —preguntó su consorte.

—No. —La reina negó con la cabeza—. No te quiero fuera de mi vista.

Gabrielle reflexionó sobre eso en silencio, mientras se acercaba y cerraba la


puerta. Podía ver a los guardias en el exterior, mirándola en nervioso silencio,
pero los olvidó cuando se dio la vuelta y apoyó la espalda contra la sólida
madera.

Xena se levantó y rodeó la estancia, encendiendo las velas y luego el brasero.


Dejó la vela que había estado sosteniendo, fue a la esquina y lentamente
comenzó a moverse a lo largo de la pared, con la cabeza ligeramente
inclinada.

—¿Qué es esto, señora? —murmuró Lastay—. Había oído hablar de las


muertes, pero... ¿Está segura que es veneno?

—Muy segura, veneno —murmuró Xena—. Mira el cuello del tipo. En la


espalda. A lo largo de la columna vertebral. Marca roja. Un poco hinchado.
Fue alcanzado por un dardo hecho de una dura espina de madera con las
plumas inferiores de un pájaro clavadas a su alrededor, disparado con una
cerbatana de bambú.

Gabrielle y Lastay intercambiaron miradas. Luego, Gabrielle se arrodilló con


cautela, separó el pelo del cuello del muerto y lo miró.

—Ahí está —dijo en voz baja cuando Lastay se arrodilló junto a ella—. Justo
como ha dicho Xena.

—Sí —murmuró el duque—. ¿Pero las plumas?

Gabrielle alzó la vista hacia su amiga, que estaba dando vueltas alrededor
pacientemente, luego se encogió de hombros débilmente.

—Xena, ¿cómo lo sabes?

—Lo huelo —dijo la reina brevemente—. Puedo oler el bambú —añadió—. Y


las plumas.
140
Gabrielle miró alrededor de la alcoba. Podía oler un montón de cosas, la ropa
de cama, los juncos en el piso, la cera de la vela que ahora perfumaba el
espacio.

¿Pero oler bambú y plumas?

—Guau.

—Por los dioses —murmuró Lastay en voz baja.

Gabrielle se levantó y se acercó cautelosamente a ella. Podía ver que Xena


estaba dando pasos cuidadosos, con los ojos fijos en el suelo.

—¿A qué huele el bambú? —preguntó finalmente.

Xena levantó su mano, luego se arrodilló en el suelo.

—Trae esa vela aquí. —Esperó, luego tomó el candelero que su compañera
de cama había recuperado rápidamente para ella y la bajó cerca del suelo.
Sus ojos se centraron en el polvo y sus bordes se arrugaron un poco.
Levantó la mirada hacia la pared. Casi estaba en un rincón de la estancia, y
estaba lleno de sombras, aunque por lo demás, el área estaba vacía. Xena
volvió a mirar las débiles huellas que podía ver en la alteración del polvo.

¿El atacante se había quedado allí parado, en la oscuridad?

Con las velas apagadas, habría estado oscuro, incluso Xena había
confundido los cuerpos antes de mirarlos de cerca. Pero la idea que los dos
sirvientes enfrascados en este placer culpable sin saber nada mientras los ojos
fríos del asesino estaban observándolos...

La cara de Xena se crispó, tan cerca de un escalofrío como ella misma se


permitió. Se puso de pie y continuó su acecho, consciente de la silenciosa
forma de Gabrielle pisándole los talones.

Podía ver las marcas, reflejos un poco plateados a sus ojos, mientras seguía las
huellas a través de la estancia cerca de la pared, y detrás de un alto biombo
para vestirse. Aquí, podía ver un tapizado grueso a lo largo de la pared y
luego, solo el otro rincón.
141
No había forma que el hombre hubiera escapado. La alcoba solo tenía una
puerta. La cámara exterior tenía otros dos corredores, pero el complejo en sí
solo tenía la puerta de entrada, o una puerta trasera que sabía, conducía a
las cocinas.

Como lo había hecho ella, en la torre.

»Lastay, ¿tenías a alguien en la cámara exterior?

Lastay negó con la cabeza.

—Estos dos. —Señaló los cuerpos—. Deberían estar arreglando las alcobas, y
encargándose del almuerzo. —Estudió al hombre en el suelo—. Pobrecillos.
Querían casarse. Le preguntaron a mi esposa sobre eso esta mañana.

—Y los guardias fuera —murmuró Xena.

—Como dice, señora. —Lastay estuvo de acuerdo—. Supongamos que


vinieron aquí para... eh...

—Follar —brindó la reina concisamente—. Sí. Bueno, aquí hay una cama.
Probablemente más cómoda que el suelo de piedra afuera.
Lastay suspiró.

—¿Oye Xena? —Gabrielle se había apoyado contra la pared detrás de donde


la reina había deambulado—. Esto se está moviendo.

Al instante, Xena giró y casi se abalanzó sobre ella.

—¿Qué? —Agarró por los hombros a Gabrielle y la apartó—. Aléjate de eso.


—Se adelantó y sacó su daga de nuevo, retrocediendo unos pocos pasos
mientras el pesado tapizado se agitaba, y el duro contorno de la superficie de
debajo se asomaba a lo largo de la cubierta.

Gabrielle puso sus manos sobre las caderas de Xena y miró más allá de su
codo.

—¿Qué es eso?

—Señora, ¿debo llamar a los guardias? —Lastay se había levantado,


rodeando el cuerpo en el suelo y sacando su espada con incertidumbre.
142
—Guarda eso. —Xena apuñaló el tapizado de la pared con su daga, y tiró
violentamente hacia ella. Lo arrancó la pared y cayó en un montón,
obligándola a saltar hacia atrás para evitarlo. Detrás del tejido, en la pared
desnuda, había una puerta parcialmente abierta.

—¡Por los dioses! —Lastay se acercó—. ¡No sabía que estaba allí!

—Vela. —Xena extendió su mano, agarrando la candela y entregándosela a


Gabrielle—. Sostenla mientras me preparo para, tal vez, matar algo.

—Claro. —Gabrielle sostuvo la vela lejos de la ropa de Xena, mientras la reina


estiraba un pie y pateaba la puerta con la daga preparada en su mano,
ligeramente inclinada hacia un lado. Podía ver tensarse los músculos de los
hombros de Xena y sintió que su corazón se saltaba un latido.

Sin embargo, la puerta solo reveló una abertura oscura, sin avalancha de
asesinos. Xena esperó, luego avanzó cautelosamente, la mano libre
preparada justo delante del muslo, con los dedos retorcidos.

Una bocanada de aire salió de la oscuridad y abrió la boca un poco,


saboreándolo en la parte posterior de su lengua. La piedra húmeda era el
aroma prominente, pero por debajo...
Xena entró en la abertura, la luz parpadeante de la vela iluminaba el espacio
frente a ella mientras Gabrielle la seguía. Se le ocurrió que tal vez debería
enviar a su compañera de cama a algún lugar seguro, pero luego reconoció
que el lugar más seguro para Gabrielle era justo donde estaba.

Xena estaba completamente convencida que nadie podría proteger a


Gabrielle tan bien como ella.

—Todo bien. —Se inclinó hacia adelante, barriendo con sus sentidos a
derecha e izquierda mientras se encontraba en un espacio estrecho, un
delgado corredor entre la piedra de las paredes exteriores y la piedra del
interior. A su derecha, el corredor terminaba abruptamente. Pero a la
izquierda, continuaba. Xena podía sentir una leve corriente en su cara—.
Veamos a dónde va esto. —Comenzó a caminar por el angosto pasillo de
lado, ya que el ancho no le permitía pasar los hombros—. Gabrielle, mantente
cerca.

—Como una garrapata. —Gabrielle estuvo de acuerdo, sosteniendo la vela


en alto para que la luz se proyectara delante de la reina. Mantuvo su mano
libre sobre la espalda de Xena, metiendo el pulgar debajo del arnés al que
143
estaba sujeta su espada, consciente que Lastay entraba tentativamente
detrás de ella.

—Yo también voy, su Majestad —dijo Lastay—. Quiero un pedacito de quien


iba tras de mí y mi señora, lo quiero.

Sin que pudieran verla, ya que iba a la cabeza, Xena hizo una mueca, y luego
puso los ojos en blanco. Sintió que Gabrielle golpeaba suavemente su espina
dorsal, y se preguntó si la pequeña rata almizclera sabía lo que estaba
pensando.

—Estoy segura de que me sentiré mejor al tenerte a mi espalda —comentó


Gabrielle suavemente.

—Muchas gracias, su gracia —respondió Lastay con gallardía—. Es un gran


placer para mí proteger su... ah. Sí. Espalda.

Xena tomó aire para tranquilizarse y continuó por el corredor. No podía sentir
a nadie cerca, aunque el toque de bambú y el leve olor a seda, flotaban en
el aire y podía ver, a la débil luz de la vela, las pisadas en el polvo del suelo de
piedra que se había metido en la alcoba por las más tenues rozaduras que
había visto.

Bien. Pasadizos ocultos.

—¿Sabías algo de esto, Xena? —preguntó Gabrielle.

Xena reflexionó sobre la pregunta.

¿Lo sabía?

Recordó haber explorado el castillo cuando se adueñó de él, desde luego


que la seguridad lo exigía. Ella y Lyceus habían registrado todos los rincones,
buscando botín y aprendiendo los entresijos de su nuevo hogar.

¿Pero había buscado pasadizos secretos en las torres?

—No —admitió la reina a regañadientes—. Sabía que había algunos túneles.


De las mazmorras a las criptas, y luego uno largo que sale hasta los establos.
144
—¿En serio? —preguntó Lastay—. Sabes, creo que oí sobre eso hace mucho
tiempo. Se suponía que uno de los antepasados del rey había renunciado al
trono huyendo por ese, con una moza del servicio.

—Mi tipo de hombre —comentó Xena. Llegó al final de la curva de la pared


de la torre y encontró un conjunto de escalones estrechos que descendían—
. Bien, al menos sabemos cómo entró y salió el bastardo —murmuró,
comenzando a bajar con la daga por delante.

—Señora. —Lastay habló después de que habían bajado unos pocos


escalones—. ¿Por qué nosotros?

Xena exhaló.

—¿Por qué tú? —Recorrió con la mirada los escalones mientras bajaba por
ellos. Ahora que estaba avanzando, la corriente leve se estaba haciendo un
poco más fuerte y podía oler un aroma a putrefacción. Se le ocurrió que andar
prácticamente sola por una escalera oculta con quién sabía qué al final, no
era lo más inteligente que había hecho. Pero realmente, así era como había
sido su condenada vida últimamente, ¿no? Y bien, ¿por qué Lastay?—.
Probablemente porque tú eres mi heredero —afirmó Xena—. Y antes que me
hagas la pregunta más obvia…
—¿Por qué no usted, Majestad? —adujo Lastay obedientemente.

—¿Por qué no yo? —repitió Xena—. Bueno, esa es una pregunta


condenadamente buena, ¿sabes Lastay? Podría pensar que es porque soy
condenadamente difícil de matar —reflexionó—. O tal vez, le tienen miedo a
la rata almizclera.

Gabrielle emitió un pequeño resoplido.

—O tal vez desean hacerle la vida algo difícil, su Majestad —ofreció Lastay—.
Acabar con las cosas a las que tiene... ah...

Xena se detuvo en los escalones y miró por encima de su hombro en silencio


durante un largo momento.

—Los primeros dos que murieron estaban al servicio de un hombre leal mío. Los
segundos fueron de mis propios hombres, ahora tú. —Su rostro se endureció y
se tensó en planos más nítidos—. Podría ser, Lastay.

—¿Qué te hizo pensar en el bambú, Xena? —preguntó Gabrielle después de 145


un incómodo silencio—. ¿Cómo lo supiste?

—¿Sobre las cerbatanas? —Xena se volvió y continuó caminando por los


escalones—. Las he usado. —Asomó la cabeza alrededor de la pared curva,
viendo algo de luz al final. Pensó que estaban cerca o justo debajo del nivel
del suelo, y cuando lo pensó, sintió como si las paredes se estuvieran
comprimiendo a cada lado.

—Ugh. —Gabrielle articuló convenientemente sus sentimientos por ella.

—Mm. —Xena aminoró el paso mientras daba la vuelta a la curva final. La


escalera terminaba en una pequeña bovedilla y había dos puertas en ángulo
recto entre sí. Una parecía ir justo debajo de la torre, la otra... Xena se imaginó
la estructura de la fortaleza. La otra pasaría por debajo del salón de
banquetes. Se giró y le quitó la vela a Gabrielle, sosteniéndola cerca de la
puerta más cercana y luego mirando la correa de cuero de las bisagras.
Luego revisó la puerta que daba al salón de banquetes y gruñó—. Por aquí.

Gabrielle miró las bisagras, sin ver nada más que algunas grietas en la
superficie. Vio a Xena extender su mano, luego se detuvo sin ninguna razón
aparente dando un paso atrás.
—¿Qué pasa?

Xena se arrodilló y examinó el pestillo de la puerta, extendiendo un poco la


cabeza e inhalando. Sus ojos se movieron a un lado, y medio los cerró,
quedándose completamente quieta.

Detrás, Gabrielle y Lastay observaban fascinados.

Entonces Xena exhaló y se irguió, alejándose de la puerta.

—Soy el objetivo, Lastay —dijo en voz baja—. Ese pasador tiene un alfiler. Si
hubiera abierto la puerta, se me habría clavado. —Los ojos de la reina se
estrecharon—. Está cubierto de veneno. Puedo olerlo.

—¡Más veneno! —Gabrielle inhaló—. Xena, ¿qué diablos está pasando aquí?
¿De dónde sale todo esto?

—Pero... Señora, ¿cómo podría saber alguien que estaría aquí? Ha dicho que
nunca había estado en este pasaje —protestó el duque.
146
—Digamos que tengo un presentimiento —dijo Xena después de un largo
silencio—. Volvamos arriba. Quien quiera que haya hecho esto, se ha ido hace
mucho rato de todos modos —indicó hacia adelante—. Necesito averiguar
qué está pasando aquí antes de que más personas empiecen a caer muertas.

—Ugh —dijo Gabrielle de nuevo—. Pensaba que las cosas iban demasiado
bien.

—Ni que lo digas, rata almizclera.

Xena estaba de pie frente a la ventana con los brazos cruzados sobre el pecho
mientras veía caer la lluvia helada. Detrás, podía oír a Gabrielle trabajando
cerca de la chimenea en sus aposentos, el suave ruido de un cucharón de
madera contra una olla de hierro que sonaba extrañamente fuerte en la
estancia.

—¿Vamos a volver a bajar a ese túnel, Xena? —preguntó Gabrielle—. Me


pregunto cuántos más hay
—Demasiados, probablemente —dijo Xena, todavía mirando la lluvia—.
Apuesto a que podría tratar de localizar esos malditos pasadizos hasta la
primavera y no encontrar lo que estoy buscando.

—¿Qué estás buscando? —Gabrielle se acercó con un cuenco y se lo ofreció.

Xena lo tomó, se giró y se sentó en el alféizar de la ventana y casi


inmediatamente se arrepintió, ya que la piedra estaba lo suficientemente fría
como para congelar su trasero al momento. Se levantó y empujó a Gabrielle
hacia la chimenea.

—No sé lo que estoy buscando —admitió mientras se sentaba en uno de los


dos bancos acolchados sin respaldo, a cada lado del fuego—. Pero creo que
alguien quería que yo fuera por ese pasillo hoy.

Gabrielle tomó su propio cuenco y se sentó frente a la reina.

—¿Alguien que está tratando de hacerte daño?

Xena asintió con la cabeza, recogiendo con la cuchara un poco de pato 147
guisado y poniéndoselo en la boca.

—Alguien que me conoce lo suficientemente bien como para saber que


bajaría por ese maldito túnel por mi cuenta y no mandaría a mi ejército por
delante a mí.

—Nosotros estábamos contigo. —Xena la miró divertida—. Bueno, estábamos


—dijo Gabrielle—. Pero... ¿Por qué no enviar el ejército allí ahora, Xena?
Pídeles que bajen y que bloqueen esos túneles. No me gusta la idea, que tal
vez estén debajo de aquí. —Miró alrededor de la sala—. Todo eso fue
espeluznante.

—Uhng. —Xena hurgó en su plato.

—Creo que el Duque estaba asustado. —Gabrielle mojó un poco de pan en


el guiso y mordió el extremo—. Oí como les decía a sus muchachos que
llevaran madera y sellaran esa puerta en su alcoba.

—Estoy segura de que originalmente estaba allí para poder escapar en caso
de una sublevación de los esclavos —comentó Xena—. Me refiero a la puerta.
Apuesto a que, donde me detuve, pasa por debajo del salón de banquetes y
luego da a parar a ese gran túnel que sabía llevaba a los establos.
—¿Estaban todos asustados antes de eso? —preguntó Gabrielle.

—Bregos hizo que los nuestros casi derribaran el maldito castillo, tan seguro —
dijo Xena—. ¿Lo recuerdas?

Gabrielle sí lo recordaba.

—Pero... Nunca oí hablar de esos túneles —dijo—. Cuando vine por primera
vez aquí. Me hubiera imaginado que la gente sabría sobre ellos para salir.

—No pasaste tanto tiempo abajo —declaró la reina—. De todos modos, no.
Después del mediodía, vamos a ir al espectáculo y fingiremos que no pasa
nada.

—Oh.

—Lo último que necesito es que todos pierdan la cabeza —dijo Xena—. Así
que tú y yo disfrutaremos de nuestros nuevos amigos del circo y luego
organizaremos una gran cena esta noche.
148
Gabrielle estudió su cuenco.

—¿Estás preocupada por eso? —Miró a la reina—. Algo podría pasarle a la


comida.

Xena se lamió los labios.

—Sí, ya lo he pensado —dijo—. Voy a apostar al hecho que quienquiera que


sea, tiene un objetivo preciso. No busca envenenar un salón de banquetes
completo solo para matarme.

—Podría quedarme en la cocina y vigilar.

—No. —La respuesta de la reina fue inmediata y clara—. Tú te pegas a mí.

—Xena.

—Lo digo en serio. —Los ojos azules pálidos se clavaron en ella—. Si iban detrás
de Lastay para lastimarme, ¿qué crees que te podría pasar a ti? —Gabrielle
quedó trabada con su cuchara a medio camino de sus labios. La dejó de
nuevo en el cuenco mientras observaba las expresiones cambiantes en la
cara de Xena. Había un miedo inquietante en ellas, que la sorprendió, y no
supo qué decir. Los ojos de Xena cayeron—. De todos modos —dijo—.
Quédate a mi lado, ¿me has oído?

—Está bien. —Gabrielle dejó el cuenco—. No es como si no me gustara


hacerlo de todos modos. Me refiero a quedarme cerca de ti. —Para ilustrar el
hecho, se levantó y fue al banco de Xena, reclamando una esquina y
sentándose junto a la reina, presionándose contra ella—. ¿Ves?

La reina sonrió brevemente.

Gabrielle volvió a su almuerzo.

—En ese caso, ya sabes Xena, me aseguraré que ambas tengamos las mismas
cosas. —Se comió una zanahoria—. Porque quiero que lo que sea que te pase,
me pase a mí también.

Xena dejó de masticar. Giró la cabeza y miró a su compañera de cama, con


un poco de cebolleta asomando por su boca. A toda prisa sorbió y se la tragó.

—¿Qué? 149
—¿Qué de qué? —Gabrielle mantuvo sus ojos en su pato.

—¿Qué demonios se suponía que significaba eso? —preguntó Xena—. ¿De


verdad quieres decir que comerías bacalao envenenado y morirías de una
forma agonizante junto a mí? Porque te aseguro que ha sonado así.

Gabrielle parpadeó ligeramente.

—Sí. —Vio que la reina la miraba fijamente—. Xena. —Puso una mano en el
brazo de su amiga—. Vamos. Tú eres todo para mí. Lo sabes. —Estudió la
expresión de la reina—. Te amo. ¿Qué crees que sería la vida para mí sin ti?

Xena frunció el ceño.

—Mucho menos peligrosa y atemorizante.

—Xena.

La reina bajó la cabeza, luego la levantó, mirando a Gabrielle por entre su


desgreñado flequillo, de una manera extrañamente adolescente.
—Lo siento rata almizclera. No estoy acostumbrada a que la gente me declare
devoción eterna y lo digan de verdad. Lleva algún tiempo acostumbrarse.

—Lo digo de verdad.

Los ojos azules se suavizaron y dulcificaron.

—Sé que lo haces —suspiró Xena—. No quiero que nos pase nada a ninguna
de las dos, Gabrielle. Quiero vivir una larga y hedonista vida contigo. —Se
movió un poco—. Nunca tuve que preocuparme por eso antes. —Gabrielle
simplemente se inclinó y apoyó la cabeza en el hombro de Xena—. Siempre
pensé que uno de estos días me pillaría uno de esos malditos nobles —dijo
Xena—. Antes de que aparecieras, creo que estaba llegando al punto en que
ya no me importaba si lo hacían.

Las calmadas palabras hicieron una pequeña clase de magia en su corazón.

—Conozco ese sentimiento —dijo Gabrielle después de una pausa—. Siete


días antes que nos llevaran los traficantes de esclavos, escuché a mi padre
diciéndole a mi madre que me había entregado en matrimonio a un vecino 150
nuestro. —Observó las llamas en la chimenea—. Era un hombre grande,
borracho la mayor parte del tiempo, que solía golpear a sus hijos y a sus
animales. Su esposa había muerto unas cuantas lunas antes, después de tener
un hijo... la partera dijo que la estranguló cuando descubrió que era una niña
y no un niño. —Xena permaneció en silencio, con la cabeza ligeramente
inclinada en actitud de escucha—. Me sentí así, ¿sabes Xena? —murmuró
Gabrielle—. Pensé en cómo sería eso... y en cómo deseé tanto que sucediera
algo que cambiara mi vida, y luego...

—Y luego un par de días después, sucedió.

—Me preguntaba si los dioses me escucharon. —Su compañera de cama


asintió—. Y los incursores fueron su manera de responderme... como si
estuvieran diciendo “esto es lo que obtienes por pedir cosas que no te
mereces”.

—Oh.

Gabrielle guardó silencio por unos momentos.

—Y luego te conocí.
Xena exhaló.

—Y luego me conociste —repitió—. Eso debería haber confirmado esa idea


para ti. —Dejó descansar su cabeza contra la de su consorte—. ¿De verdad
ibas a quedarte allí sentada y permitir que te casaran con ese bastardo?

Gabrielle se quedó sentada y pensó en eso. A primera vista, comenzaría a


decir que no tenía elección, pero algo la hizo preguntarse, conociéndose
ahora a sí misma un poco mejor, si eso era realmente cierto o no.

Recordó estar enojada. Recordaba haberle dicho a Lila que preferiría estar
muerta antes que casarse con él.

Pero, ¿habría hecho algo al respecto?

—No quería hacerlo —dijo finalmente—. Pero no sé qué habría hecho sin que
hubiera empeorado mi vida. —Se miró las manos que rodeaban su cuenco—
. Lo cierto es que no pensé que tuviera otra opción.

Xena le cogió el cuenco y lo apartó para rodear a Gabrielle con el brazo. 151
—Esos bastardos te hicieron un favor —comentó—. Me hicieron un favor —
añadió—. Aunque todavía me alegro de haberlos matado —reflexionó un
momento—. Creo que habrías terminado deshaciéndote de ese cabrón.

—¿De nuestro vecino?

—Mm. —La reina asintió—. Eres una luchadora, Gabrielle. Está dentro de ti, o
de lo contrario nunca hubieras sobrevivido a conocerme.

Y esa, Gabrielle lo sabía, era la verdad cuando menos. Un cordero manso


nunca hubiera vivido la prueba severa que era el amor que habían construido
entre ellas. Nunca hubiera sobrevivido a las dificultades por las que habían
pasado en el relativamente corto tiempo que llevaban juntas.

Nunca le hubiera arrancado la mejilla a una princesa persa, o resistido en una


plataforma en llamas luchando por salvar a un amigo.

El coraje era algo tan raro.


—Me alegro —suspiró Gabrielle—. Creo que las dos somos bastante buenas
luchando. Así que superaremos todo este asunto aterrador y encontraremos
al tipo que lo está llevando a cabo, ¿verdad?

—De una forma u otra, lo haremos. —Xena la abrazó—. ¿Tienes más de ese
pato? Al menos puedo hartarme de comer de eso sin preocuparme que me
dé un patatús.

Gabrielle se levantó para llenar sus cuencos, feliz de haber tenido algunas
marcas de vela juntas antes del espectáculo, e intentaran aprovecharlas al
máximo.

Xena estudiaba los dos vestidos en el marco de la ventana, evaluando la


rígida tela de seda.

—Quiero una guardia en los aposentos de Lastay —dijo a Brendan, que


esperaba pacientemente, en pie, detrás—. Pero no lo hagas obvio. Pon a los 152
hombres con sus colores.

—Sí. —Brendan estuvo de acuerdo—. Ya está tabicada esa entrada, él lo


pidió. Revisamos la torre por si podíamos encontrar algo más, pero nada.

—¿Me haces un favor? Mientras estamos en el espectáculo, haz lo mismo aquí


—dijo Xena—. Yo he mirado, pero nunca hacen daño un par de ojos más.

—Sí —dijo su capitán.

—Tengo a la rata almizclera poniéndose su cota de malla. —Xena se volvió


con las manos en las caderas. Ya estaba con la armadura de diario,
esperando para ponerse las ornamentadas túnicas sobre ella—. Una
probabilidad menos a tener en cuenta.

Brendan se golpeó el pecho, un tenue tintineo sonó de debajo de su tabardo


de cabeza de halcón.

—Llevo la mía, como el resto de los hombres, señora. Sin embargo, esos dardos
apuntaron bastante bien.
—Mm. —Xena tuvo que estar de acuerdo. Entre la cabeza y las manos,
estaban lo suficientemente expuestos para alguien con ese tipo de habilidad
les acertara—. Después del espectáculo de esta noche, cuando el castillo se
haya calmado, quiero que todos los hombres que tenemos, hagan un barrido
de arriba a abajo de este lugar. Mazmorras, sótanos, todo.

Brendan asintió rotundo.

—Lo mantendremos en silencio ahora.

—Sí —dijo la reina—. Deja que se relajen. Creen que no estamos mirando.

—Xena, ¿puedes ayudarme a atar esto? —Gabrielle entró con su cuerpo


cubierto por su armadura. Se acercó y dejó que Xena enderezara los
eslabones sobre sus hombros—. Hola Brendan.

—Su gracia. —Brendan inclinó la cabeza—. Señora, puedo ver el punto sobre
dejar que se inquieten, pero... por los dioses. Si quien sea, golpea de nuevo...

—Lo sé. —Xena colocó el metal sobre la piel de su compañera de cama, tiró 153
de la parte posterior del cuello y se lo colocó alrededor—. Pero creo que están
escondidos en este momento y si vamos tras ellos, palmará gente de todos
modos.

—Mmph —gruñó Brendan—. Bastardo.

—O bastardos. —La reina reflexionó sobre hacer que su amada rata almizclera
usara una capucha de cuero y guanteletes para el espectáculo.

¿La perdonaría por eso?

Gabrielle extendió la mano y tocó la armadura de la reina, admirando la piel


flexible y el ajuste, que era lo suficientemente ceñido como para mostrar el
cuerpo de Xena sin ser demasiado obvio al respecto.

»¿Te gustan mis viejos harapos, rata almizclera? —preguntó Xena con una
sonrisa.

—Si. —Su consorte asintió—. Creo que te ves muy bien en esto.
La sonrisa de la reina se ensanchó. Se giró y enganchó el más pequeño de los
dos vestidos del gabinete y lo colocó sobre los hombros de Gabrielle, tirando
de él.

—Bueno, desafortunadamente, estos trapos sexys tienen que estar cubiertos


de volantes esta noche.

—Buh. —Gabrielle sacó los brazos—. Me alegro que haga frío afuera.

—Yo también. —Xena estuvo de acuerdo. Se volvió para encontrar a Brendan


mirándola con una expresión indescriptible en su rostro—. ¿Qué?

—¿Señora? —comenzó.

—¿Por qué esa cara? ¿Me está creciendo un cuerno? —La reina se palmeó la
frente. Levantó su propia cubierta y la balanceó alrededor de su cuerpo.

—No, señora —dijo Brendan—. ¿Alguna otra cosa? Voy a reunir a los hombres
y darles la orden. La mayoría de los exploradores, eh, ya están deambulando
con los oídos abiertos. 154
Xena terminó de atar la parte delantera de su túnica. Se miró en el espejo para
comprobar el efecto, mirando la tela que cubría sus cueros con curvas menos
naturales.

—Nah. Nos reuniremos después que termine la fiesta. —Miró a su capitán—.


Reúne a algunos de los mozos, y a los cocineros. Ellos conocen más rincones y
recovecos que tú.

—¡Señora!

Xena arqueó una ceja y señaló la puerta, esperando a que él se fuera antes
de volver su atención a su reflejo.

Bueno, no sería la primera vez que llevaba armadura a la mesa. De hecho,


durante los primeros dos años después de haber comenzado su reinado,
nunca había sido vista sin sus armas y armadura, hasta que la peor de las
rebeliones fue reprimida y se sintió cómoda caminando por el comedor
sabiendo que solo había una posibilidad de acabar con un cuchillo en la
espalda.
Y si hacía calor en el salón, podría quitarse la maldita túnica. Xena sonrió,
animada ante la idea.

—¿Estás lista para bailar conmigo esta noche? —le preguntó a Gabrielle, que
se había sentado en el baúl y se estaba poniendo el suave calzado de interior.

Gabrielle levantó la mirada hasta ella, con una breve sonrisa.

—Bueno, lo intentaré —dijo—. Aún soy bastante mala con eso.

Xena se acercó y se sentó a su lado, apoyando sus manos en el banco detrás


de ella y extendiendo sus piernas por el suelo.

—Estoy cabreada, rata almizclera.

Gabrielle terminó de ponerse el calzado y apoyó las manos en la superficie


del banco.

—¿Por qué? —preguntó—. Quiero decir... supongo que, debido a los


asesinatos, ¿verdad? —Miró el perfil de su compañera, que era sombrío. 155
—La verdad es que no —respondió Xena—. Oh, no estoy feliz con eso, pero
estoy cabreada por una razón mucho más egoísta. —Estudió sus pies
descalzos. Gabrielle esperó. Ya había aprendido lo suficiente sobre Xena para
saber que había momentos en que no era necesario darle pie a que
continuara. Solo dejar que Xena encontrara las palabras y el momento para
hablar, era suficiente—. Bueno. —La reina negó con la cabeza después de un
minuto de silencio—. Creo que solo necesito un trago. —Sin embargo,
permaneció sentada allí mientras el viento golpeaba contra las ventanas.

Gabrielle se levantó y fue en busca del calzado de la reina, calzado de interior


forrado y acolchado al que aflojó los cordones antes de arrodillarse a los pies
de Xena y ponérselo.

—Tienes unos pies tan bonitos —comentó frotando uno de sus poderosos
tobillos.

—¿De verdad lo crees? —Xena sopesó.

—Lo creo —confirmó su consorte—. Tienen una forma tan bonita. —Tocó el
empeine arqueado—. Y tienes lindos dedos de los pies.
—Tal vez debería hacer que me pinten las uñas de color rosa. —Gabrielle la
miró bruscamente, con los ojos como platos—. ¿Azul? —La rubia hizo una
mueca. Xena se rio entre dientes con ironía—. Vamos, amiga mía. —Se levantó
y le ofreció la mano a Gabrielle para que se pusiera de pie—. Vamos a disfrutar
tanto como podamos de este espectáculo. Tengo la sensación que será
nuestra última diversión por un tiempo.

Caminaron juntas hacia la puerta, desviándose solo para dejar que Xena
recogiera su espada en su funda. La reina colocó la hoja contra su hombro y
pateó la puerta para abrirla, dirigiéndose hacia el ruido del salón.

El salón de baile estaba lleno. Gabrielle estaba contenta de estar con Xena,
feliz de ir detrás de la forma alta de la reina mientras recorrían el camino que
se abría apresuradamente frente a ellas hasta las sillas de respaldo alto que
habían sido colocadas para que se sentaran.

Tenía sus dedos enredados en el cinturón de Xena, sintiendo la leve presión


156
contra la parte posterior de sus nudillos cuando la reina respiraba hondo y
apretaba la tela. Frotó el pulgar contra la superficie, consciente de la
resistencia de la armadura de cuero debajo de la seda.

Se alegraba de eso. También de su propia armadura debajo de la bonita tela.


Sabía que Xena podía pelear como una loca, pero en su opinión, cuando
tenías gente asquerosa disparando dardos, cuantas más cosas entre eso y tu
piel, mejor.

—Mantente alerta, rata almizclera. —Xena continuó surcando la multitud.

—Lo estoy.

Había bancos construidos en las plataformas escalonadas donde todos los


nobles estaban sentados, una auténtica cornucopia de rica seda y dorado
color otoñal. Debajo de eso, todos los visitantes y comerciantes estaban en
puestos de pie, y entre ellos había sirvientes que pasaban bandejas de
cerveza y pan.
Frente a ellos estaba el área de exhibición, con su estructura de madera para
los acróbatas y el espacio despejado de debajo, lleno de paja y arena para
los caballos y otros animales que formaban parte del circo.

Las paredes de la sala de baile se elevaron a su alrededor, y el techo alto y


abovedado hacía eco de las voces y los sonidos de los artistas que se estaban
preparando, los sonidos suaves de las charlas, y el susurro de las manos
quitándose el polvo.

Los artistas se habían retirado a varias de las cámaras justo al lado de la puerta
del salón, donde en otros tiempos, los nobles estarían dejando capas y armas
antes de rendirse a una noche de baile y donde los músicos ceremoniales se
habrían quedado, listos para proporcionarles música.

Las ventanas altas y angostas estaban abiertas a pesar del clima, trayendo
una corriente de aire frío y húmedo que agitaba la paja y eliminaba el peor
de los olores, arrastrando incluso el intenso humo penetrante de las lámparas
de aceite hacia el patio.

A pesar de la tormenta, los ánimos parecían altos. No era frecuente que este 157
tipo de entretenimiento llegara a la fortaleza de Xena y, ciertamente, aún más
raro que la reina permitiera el uso de la sala más grandiosa del reino para una
representación.

La cerveza y el vino fluían, había músicos callejeros que deambulaban entre


la multitud tocando cítaras y soplando flautas, y el resultado era una
cacofonía alegre y un aire de expectativa.

Gabrielle casi sentía que podía olvidarse los problemas que estaban teniendo,
mientras Xena y ella subían a la plataforma real y se acercaban a sus asientos.

Lastay y su esposa estaban allí, sentados en sillas de tamaño normal, a un lado


del trono de Xena. Estaban sonriendo, pero Gabrielle notó cómo miraban a la
multitud con cautela, y que Lastay tenía a dos hombres con armas justo detrás
de ellos.

Se animaron cuando llegó Xena y colgó su espada en el respaldo de su silla,


acomodándose en ella y apoyando los codos en los brazos. Gabrielle ocupó
el asiento contiguo, y luego llegó Brendan, parándose discretamente detrás
del hombro derecho de la reina.
—Señora. —Lastay la saludó.

—Su Majestad, su gracia. —La esposa se puso en pie, e hizo una reverencia,
luego volvió a su asiento.

Xena la miró y luego miró a Gabrielle.

—¿Hemos...?

—Sí. —Sonrió Gabrielle, interpretando correctamente la pregunta. Se levantó


y se arrodilló para sacar un paquete de debajo de su silla y se enderezó de
nuevo.

—Aquí tienes. —Se lo ofreció a la reina, que simplemente levantó una ceja
oscura hacia ella.

Gabrielle se acercó el paquete de nuevo y se dio vuelta para ir hacia donde


estaban sentados Lastay y su esposa.

—Xena y yo. —Miró a la reina que estaba estudiando el techo con aparente 158
fascinación—. Pensamos que podríamos hacerte un pequeño regalo para tu
nuevo bebé. —Le ofreció el paquete cuidadosamente envuelto.

—¡Oh! —La mujer tomó el paquete—. ¡Gracias, su gracia! —Después miró a la


reina—. ¡Gracias, Majestad!

Xena giró la cabeza hacia un lado y le dirigió una sonrisa irónica.

La expresión de Lastay se relajó y le dio unas palmaditas al envoltorio.

—Ábrelo, querida. Estoy seguro que debe ser maravilloso.

Gabrielle sabía, habiendo estado en el castillo por algún tiempo y que no se


chupaba el dedo, que incluso si el paquete contenía una piel de cabra
doblada y mohosa que no había sido curada, tanto el heredero de su amante
como su esposa, lo declararían maravilloso.

Era así como funcionaban las cosas. Pero cuando la esposa del duque abrió
el regalo y lo desplegó, pudo ver por los cambios en sus expresiones y el suave
aliento de ella que, de hecho, era algo que les gustaba de verdad.
—Les pedimos que pusieran vuestro escudo de armas. —Gabrielle dijo, con un
toque de desconfianza—. Pensé que los colores eran bonitos.

Xena estaba estirando el cuello para mirarlo, con las cejas fruncidas.

—Es preciosa —dijo Lastay tocando la tela suave—. Estoy seguro que nuestro
hijo crecerá muy bien, envuelto en ella. —Le dirigió a Gabrielle una sonrisa
genuina—. Mi agradecimiento, su gracia. —Dejó la pausa suficiente para
demostrar que sabía de quién provenía realmente el regalo antes de volverse
y agachar la cabeza en dirección a Xena—. Su Majestad.

Xena estaba con la barbilla apoyada en su mano, mirándolos.

—Sabe cómo elegirlos, ¿eh? —reconoció lo obvio.

—Y usted también, Majestad. —Lastay inclinó la cabeza con gracia.

La cara de Xena se torció en una sonrisa pícara. Se movió en su silla y se volvió


para mirar a la multitud otra vez, rastrillándola con los ojos y luego el
movimiento se detuvo cuando vio a Philtop entrar con su séquito. 159
También parecían estar de buen humor, lo que parecía un poco extraño para
ella. No había pensado que sus términos para Philtop fueran algo que él
celebraría. Observó cómo el príncipe conducía a su gente a un banco
angosto y se quedaba de pie mientras se acomodaban, observando el salón
con expresión desconcertada.

Xena estudió su perfil. Se había vuelto un poco más cuadrado y más duro con
los años, no era el chico guapo que recordaba, sino un hombre adulto en su
plena madurez.

Él todavía era irresistiblemente guapo. Xena pasó un momento


preguntándose por qué Hades no se había casado con nadie. Seguramente
no había estado a falta de mujeres dispuestas.

Ciertamente, no se aduló a si misma pensando que él había estado suspirando


por ella más de una marca de vela, al menos, más de una marca de vela
después que él hubiera sido capaz de mear, sin gritar lo que le había hecho.
Ciertamente, a él le gustaban las mujeres, ya que había ido tras ella con
intención clara.
—Señora. —Brendan se acercó a la silla—. Acabo de recibir la señal. Los
hombres están preparados.

—Bien. —Xena volvió su atención al espacio despejado que tenía delante—.


Que empiece el espectáculo —dijo—. Diles que se pongan en marcha.

—Sí. —Brendan se deslizó detrás de Gabrielle y trotó por la plataforma,


dirigiéndose a las cámaras traseras.

—¿Te gustaría algo de vino? —Gabrielle había vuelto a su asiento y se había


sentado, colocando los pliegues del vestido sobre sus rodillas—. Creo que
tienen algo de ese que te gusta por ahí.

Xena vio a Philtop abriéndose paso hacia ella y suspiró.

—Sí, consígueme un maldito cántaro. Creo que va a ser una de esas noches.

No hubo necesidad que su consorte se moviera, el maestro de vinos se había


dirigido a la plataforma real y estaba subiendo, llevando tres odres de vino
atados a su cuerpo como una taberna ambulante. 160
Llegó hasta ellas e hizo una reverencia.

—Su Majestad, estoy a su servicio en este día de festival. ¿qué puedo


proveerle? Tengo tres de mis mejores añadas aquí. —Se hizo a un lado cuando
apareció un atento sirviente y colocó una bandeja de plata con dos de las
copas de cristal de Xena.

Eran bonitas, bordeadas de plata con las bases en un raro y rico color púrpura
y la cabeza de halcón de Xena cincelada en el cristal para completar el
trabajo que le habían dado como regalo, justo después de regresar de
derrotar a los persas, de parte de la ciudad portuaria que acababa de salvar.

Preciosas.

—Sorpréndeme. —Xena señaló las copas—. ¿Cómo va el negocio?

—Oh, Majestad. —El viticultor sirvió expertamente un rico vino tinto del color
de la sangre en las copas, con, incluso, un poco de consistencia mientras
daba vueltas a la copa y se la ofrecía—. Los negocios van muy bien, de
hecho. Muchos barriles de los prensados este año ya han sido comprados, y
llevados.
—Me estás guardando algo para el invierno, ¿verdad? —Xena tomó un sorbo
de vino, sus ojos se abrieron un poco cuando el ligeramente especiado y rico
sabor, llenó su boca—. Es bueno.

—Lo mejor siempre se guarda para usted, Majestad. —Sonrió—. Esto mejorará
a medida que envejezca durante el invierno, ¿debo enviarle algunos para su
mesa?

Xena estiró su brazo con la copa y lo sostuvo mientras Gabrielle tomaba un


sorbo.

—¿Te gusta, rata almizclera?

Gabrielle se lamió los labios y parpadeó un poco.

—Guau.

—Eso era un sí. —Xena devolvió su atención al vinatero—. Y sirve una copa
para aquí, mi adorable amiga.
161
Hizo una reverencia y obedeció, llenando la otra copa y luego pasó a servir a
Lastay y a su dama. Xena tomó otro sorbo de vino, y deseó poder
sencillamente tomarse el odre entero. Tenía ganas que fuera una noche de
satisfacción, disfrutando de los frutos de las labores de todos los demás, pero
sabía que no iba a terminar la noche en un tropiezo borracho en su alcoba.

Tenía cosas de las que encargarse. Xena miró a Gabrielle, que estaba
bebiendo vino con visible deleite. Y, de todos modos, probablemente a
Gabrielle no le gustaría mucho borracha. No era divertida. Era mezquina y
pendenciera, a diferencia de su consorte, que se ponía tonta y amorosa
cuando estaba achispada.

De hecho, la última vez que Gabrielle había tomado demasiadas copas, le


había escrito un poema al ombligo de Xena.

Esa había sido una experiencia única.

Xena arremolinó su vino y bebió, contenta de mantener su consumo bajo.

—Xena.
—Ah. En toda vida debe caer un poco de mierda de caballo. —Xena giró la
cabeza para ver a Philtop en la parte baja de la plataforma, no pudiéndose
acercar más, ya que su guardia le impedía avanzar—. ¿Y ahora qué?

Él miró a los guardias, después a ella, levantando ambas manos ligeramente.

»Dejadlo subir. —La reina suspiró.

Philtop subió hasta su nivel y se acercó. Llevaba una gruesa capa forrada y se
había puesto una ajustada túnica de terciopelo negro con calzas igualmente
ajustadas y botas de cuero con los bordes superiores doblados.

Llevaba una espada y una daga en su cinturón. Xena no se sintió amenazada,


pero estaba contenta de tener su propia espada a su espalda, porque lo
cierto era que nunca se sabía.

»¿Cuál es tu problema? —preguntó—. ¿No te gustan tus asientos?

Gabrielle se apoyó en el brazo de la silla más cercano, pero permaneció en


silencio. 162
—Están bien —dijo Philtop—. Les dije a mis vasallos acerca de la oferta y están
satisfechos.

Xena estaba sorprendida.

—De verdad.

—Supongo que has oído que tus rameras han comido bien. —Philtop se
encogió de hombros—. En cualquier caso, la única pregunta que tenían era...

Justo en ese momento, un fuerte ruido hizo que ambos levantaran la mirada,
dirigiéndola hacia la pista del espectáculo para ver a un enorme caballo de
color cobre que salía disparado del área de espera en la parte de atrás,
precipitándose en la pista y pateando con virulencia.

Xena ni siquiera se detuvo a pensar. En un abrir y cerrar de ojos, se había


levantado y saltado sobre las gradas para aterrizar en la paja, pasando a toda
velocidad junto a los comerciantes que se alejaban del espacio mientras el
animal golpeaba frenéticamente.
Era más veloz que los mozos de cuadra, que la gente del circo que había
salido volando de la sala donde se estaban preparando, y lo suficientemente
rápida como para poder alcanzar al caballo antes de que el animal llegara a
la multitud, saltando para agarrar las bridas de su cabeza, aferrándola con
ambas manos, mientras tiraba la cabeza hacia abajo con su peso corporal.

Fue sacudida como una muñeca de trapo. El caballo era enorme, más
grande incluso que su semental Tiger y estaba loco de ira mientras enseñaba
los dientes y trataba de morderla.

Ella le golpeó con la cabeza en su nariz.

—¡Basta ya bastardo! —gritó por encima de su bramido, aguantando mientras


él se encabritaba y la llevaba consigo, sus cascos no le golpeaban las piernas
por el bigote de un gato—. ¡Que todo el mundo se quede atrás! ¡Eso también
va por ti, Gabrielle!

Levantó sus piernas y las colocó alrededor del cuello del caballo, colgando
por debajo de su cabeza mientras aterrizaba sobre los cuatro cascos
intentando saltar, incapaz de hacerlo por el peso que estaba tirando de su 163
cabeza hacia abajo.

La saliva voló y le salpicó la cara, pero Xena mantuvo su firme agarre, soltando
las piernas y aterrizando de nuevo en la paja.

»Calma —ordenó con voz baja y firme.

El caballo retrocedió, pero ella se aferró, y fue balanceada en el aire otra vez.

—Está loca. —Philtop comenzó a dirigirse hacia la paja, solo para encontrarse
detenido por detrás—. ¡Oye! —Se giró para ver a la pequeña rubia de Xena
justo detrás de él, agarrándole de la capa—. ¡Suelta!

Gabrielle clavó sus talones.

—No bajes allí —le advirtió, tirando de él hacia atrás con todas sus fuerzas—.
Solo le estorbarás —añadió— Sabe de caballos.

—Déjame ir, peq... —Philtop alcanzó su espada, solo para encontrar tres en su
cara, mientras Brendan y la guardia lo asaltaban—. Está bien —dejó caer su
mano a un lado—. Lo siento. No sabía que todos tenían sentimientos tan
fuertes por la pequeña furcia.
A diferencia de Xena, Brendan no se contuvo. Golpeó a Philtop en la cara con
su espada y luego cargó el puño para golpearlo.

—Cerdo.

Philtop se agarró la cara.

—Te atreves a pegarme.

Brendan lo miró fijamente.

—¿Crees que unas pocas monedas de plata significan algo para mí? Todos
vosotros sois florituras inútiles para mis ojos. Solo una mano me humilla y te
aseguro que no es la tuya.

—Escucha. —Gabrielle dio un paso adelante—. No sé cuál es tu problema,


pero será mejor que te vayas. Vas a cabrear a Xena.

Philtop la fulminó con la mirada.


164
—No le tengo miedo.

—Entonces realmente eres tonto —respondió Gabrielle suavemente—. O solo


es que no te importa si acabas herido o muerto.

—¿Y a tí? —Philtop le preguntó dirigiéndose a ella directamente.

—¿Si me importa si acabo herida o muerta? —repitió Gabrielle—. No, si es


estando a su servicio.

Aparentemente, esa no era la respuesta que Phlitop esperaba. Miró con


incertidumbre los ojos verde-pálido en la cara redondeada de la perrita de
Xena y, de repente, se dio cuenta que la había juzgado mal.

Xena vio que algo estaba pasando en su plataforma, pero tenía las manos
ocupadas y una mirada rápida le mostró a Gabrielle de pie a un lado, sana y
salva, por lo que devolvió su atención al caballo.

—Bien. —Lo miró a los ojos—. ¿Quieres cenar?

El caballo resopló, luego sus fosas nasales aleteaban mientras absorbía su


aroma.
La gente del circo ya los había alcanzado. El primero en llegar levantó las
manos.

—¿Está bien, mi lady?

Xena giró su rostro cubierto de saliva de caballo hacia él y le lanzó una mirada
irónica.

—Estupenda. ¿Y tú? —Se dio media vuelta y soltó una mano de la brida del
caballo, dándole palmaditas en la mejilla—. Calma ahora, chico grande. No
hagas que me ponga dura contigo, no te va a gustar. —Detrás de ella,
escuchó un sonido agudo, luego un traqueteo. Luchó contra el deseo de
darse la vuelta otra vez—. ¿Qué le ha pasado a este caballo? —preguntó
bruscamente.

—No lo sé. —El domador del circo acababa de acercarse, respirando con
dificultad—. Estaba preparando su arnés y lo siguiente que supe es que se
estaba volviendo loco. —Xena giró la cabeza del caballo, caminando en
círculo para poder ver lo que sucedía detrás de ella. Philtop se había ido,
podía ver su capa desaparecer mientras se dirigía hacia el resto de su grupo. 165
Brendan estaba parado frente a su trono, y Gabrielle estaba de pie junto a él.
Por lo visto, el traqueteo había sido de Philtop al bajar las escaleras—. Lo tengo,
mi lady. —El hombre del circo se adelantó, extendiendo su mano hacia el
caballo—. Muchas gracias... creo que su rápida acción ha evitado muchos
moretones.

Xena fingió que no había escuchado el sibilante susurro detrás de él revelando


su identidad. Rascó al caballo en la nariz y acarició su cuello, recorriendo con
los ojos por encima de su cuerpo para ver si había sido herido. Estaba en
buenas condiciones, pero de repente vio un poco de sangre contra el brillante
pelo.

Le tendió la brida al hombre del circo y se agachó por el lado del caballo.
Tenía un cuerpo enorme y una espalda ancha, pero en un punto de su cadera
trasera izquierda, había un largo y cruel corte medio oculto por el grueso
pelaje.

—Tiene un corte.

El hombre del circo se apresuró a mirar.


—¿Un corte? ¿Qué? Él no tiene siquiera un rasg... por los dioses, ¡Mira eso!

Xena estudió la herida.

—De daga —dijo—. Con sangría. —Miró a su alrededor—. Alguien lo hizo a


propósito.

El caballo pisó con el casco trasero, lanzando un pequeño chorro de sangre.


Xena se volvió y examinó a la multitud encontrando a tres de sus hombres
cerca con las armas en las manos. Sacudió su barbilla hacia ellos y se
acercaron.

—Buscad en el área de suministros —dijo—. Alguien acuchilló a ese animal.


Podría haber muerto gente.

—Majestad.

—Lo comprobaré. —El hombre giró cuidadosamente el caballo—. Oye, tal vez
fue un accidente. Algunos de nuestros tramoyistas tienen cuchillas como esa.
Vamos chico. 166
Un paje se adelantó ofreciéndole a Xena un paño. Ella lo cogió, de pie en
medio de la pista, sintiéndose repentinamente como si el tiempo hubiera
retrocedido al día en que tomó el castillo.

Cuando todos en la sala eran un enemigo.


Parte 5

—¿Qué ha pasado? —ladró Xena mientras subía a la plataforma—. ¿Qué ha


hecho ese bastardo? —Barrió el área con los ojos y luego volvió a enfocarlos
en Gabrielle—. ¿Y bien? —Miró a Brendan—. Ve a ver que encuentran en ese
puesto. Quiero saber quién apuñaló a ese caballo.

—Señora. —Brendan se tocó el pecho y se dirigió a los escalones.

Xena se volvió hacia su consorte.

—¿Qué ha pasado? —repitió—. Lo vi aquí creando problemas.

Gabrielle la cogió del brazo y le dio unas palmaditas.


167
—Todo está bien, Xena —dijo—. Él solo iba a bajar corriendo cuando te vio
luchando con el caballo, y yo lo detuve.

—¿Sí? —Xena examinó cuidadosamente ambos asientos antes de dejarse


caer en el suyo y fulminar con la mirada a la sala. Después de un segundo,
volvió la cabeza y miró a su consorte—. ¿Hiciste qué?

Gabrielle se sentó junto a ella.

—Lo detuve para que no bajara corriendo a donde estabas luchando con el
caballo.

—No estaba luchando con el maldito caballo —dijo Xena—. Intentaba


controlarlo y evitar que se matara o hiriera a alguien.

—Lo sé. Ha sido tan genial y valiente de tu parte.

Xena la miró.

—Ha sido idiota y estúpido de mi parte. Esa cosa podría haberme machacado
hasta la muerte —informó a su consorte—. Deberías haber arrastrado mi
trasero de vuelta cuando salí disparada. No me dejes hacer cosas así, rata
almizclera. Sería jodidamente vergonzoso estirar la pata bajo una pila de
mierda de caballo, ¿sabes?

—Pero ha sido genial y valiente —discrepó Gabrielle—. Todos lo han pensado,


Xena. Estaban diciendo eso en la fila más cercana. En fin. —Puso una mano
sobre el brazo de la reina, sintiendo la tensión debajo de la piel—. Philtop iba
a bajar corriendo allí y lo agarré por la capa y lo detuve.

Xena se movió en su asiento, dando la impresión de un gato grande


descontento.

—¿Por qué hiciste eso, rata almizclera?

—¿Detenerlo? Pensé que solo estorbaría. O saldría herido.

Un débil brillo apareció en los ojos de la reina.

—¿Por qué lo detuviste? —repitió—. Eso podría haber sido tan entretenido
como esos malditos malabaristas.
168
—Xena.

—Gabrielle. —Xena aceptó el paño del siervo que se acercó apresurado y se


secó las manos—. Hiciste lo correcto —dijo después de un momento—. El
estúpido bastardo probablemente me habría distraído y asustado al maldito
caballo y los dos habríamos terminado heridos.

Su consorte pareció complacida con las palabras.

—No le gustó.

—Que se joda. —La reina tiró el paño al sirviente—. Tonto del culo
descerebrado.

—Entonces dijo algo malo y Brendan le golpeó.

Los movimientos de la reina se detuvieron y se giró para mirar a su consorte.

—¿Algo malo acerca de ti? —Su voz cambió, abandonando cualquier rastro
de guasa, a un tono de suave y plana seriedad—. ¿Qué te dijo?

Gabrielle se sintió atrapada en esa mirada súbitamente intensa.


—Sí. Solo algunas tonterías, como las que solían decir los otros sirvientes
cuando llegué aquí —respondió, incapaz de hacer nada más que ser
honesta—. Pero está bien, Xena. Creo que está celoso de mí o algo así.

—No me importa una mierda cuál es la razón. Voy a matarlo por eso —
respondió la reina, todavía con ese tono suave y peligroso—. Él no tiene
derecho a venir aquí, vivir de mi buena voluntad y escupir mierda sobre ti.

—Xena. —La voz de Gabrielle se convirtió en un suave murmullo, al ver la rabia


limpia y dura en esos ojos azul pálido. Se dio cuenta de que Xena estaba
realmente enojada, no solo desahogándose como a veces lo hacía y
hablando alto.

El cuerpo de la reina se había tensado, y sus dedos se estaban cerrando y


abriendo lentamente.

Muy seriamente enojada, como había estado la noche que mató a Toris.
Gabrielle recordó haber visto esa misma expresión fría en su rostro, y sintió un
escalofrío recorrer su columna vertebral. Cerró los dedos alrededor del brazo
de la reina, apretando suavemente. 169

—Tal vez él está detrás del envenenador —dijo Xena—. Tal vez esto es un juego
de poder. Socavarme, socavarte...

—¿Es lo suficientemente inteligente para eso? —preguntó Gabrielle—. Me


parece un poco bobo.

Las pestañas de Xena se cerraron, luego se abrieron de nuevo, y la rabia se


desvaneció un poco.

—Él no es estúpido —respondió brevemente—. Lo que hace, es por motivos


personales.

—Bueno, de verdad Xena. —Gabrielle observó cómo el cuerpo alto se movía


un poco, se relajaba y ella lo seguía—. Entonces él es una especie de imbécil,
¿sabes? Es como si pensara que soy una broma o algo así.

Xena hizo una mueca ante la verdad en la declaración.

—Creo que él piensa que solo te nombré mi consorte mientras esperaba a que
apareciera un hombre de verdad —respondió honestamente—. Que yo no
quiera un hombre, está fuera de su alcance mental. —Gabrielle cayó en un
silencio incómodo. Los ojos de Xena adquirieron una mirada distante—. Mi
elección de un consorte por amor, en vez de conveniencia política tampoco
era algo que nadie esperara —reflexionó—. Nunca me entendieron
realmente. —Gabrielle la miró en silencio, insegura de qué decir a eso. La reina
se inclinó hacia un lado e inesperadamente mordió el nudillo de Gabrielle,
donde estaba tensado alrededor de su brazo—. Sí. —Cambió el mordisco por
un beso, luego levantó la vista de entre su desordenado flequillo—. Es un
gilipollas —reconoció—. Y saber que me enamoré de él me avergüenza hasta
el Hades, así que, realmente solo quiero matarlo por principio general, ¿sabes?

—Oh. —Gabrielle giró su mano y sujetó la barbilla de la reina, incapaz de


apartar la mirada de aquellos ojos cautivadores—. Bueno, se irá pronto, ¿no?
—Podía sentir los músculos de la garganta de Xena moviéndose, y se le ocurrió,
un poco tarde, que probablemente todos en la sala las estaban mirando.

—Espero que si —respondió Xena suavemente, guiñándole un ojo y luego


enderezándose y girándose al espectáculo—. Por su bien. —Dio una señal al
guardia de pie junto a la pista—. ¡Vamos a poner esto en marcha!

Gabrielle se apoyó en el brazo de la silla, saboreando los pequeños


170
hormigueos que aún recorrían su espina dorsal. Su silla y la de Xena estaban
justo una al lado de la otra, y, si quisiera, podría extender la mano y meterla
dentro del codo de la reina.

Ella quiso. La sensación de la piel cálida de Xena debajo de su cubierta de


seda la inundó, y pudo concentrarse en los artistas, que ahora estaban
saliendo tímidamente al salón y empezaban a prepararse.

A pesar de su valentía, Philtop la molestaba. Le molestaba que él sintiera que


podía decir cosas malas sobre ella, y su evidente desdén la hacía sentir
incómoda.

Le molestaba que Xena admitiera que le gustaba, en cierto modo. Gabrielle


sentía que no eran muchos por quienes la reina se había sentido así, que lo
había querido y que todavía era guapo.

Le molestaba que la idea de que Xena matara a Philtop solo porque él la


irritaba, no era tan inquietante como debería haber sido. Gabrielle estudió el
extremo del brazo de la silla un momento, trazando una espiral con la yema
del dedo.
Se sentía tonta pensando en cosas como esa. Xena había sido clara acerca
de cómo se sentía, tanto sobre Philtop, como sobre la propia Gabrielle.

Bastante clara.

Levantó la vista para mirar el perfil de Xena, solo para encontrar esos ojos
azules mirándola, una mirada de afecto sorprendentemente amable en ellos.
Sonrió un poco por reflejo.

—¿Qué pasa?

—Estoy pensando en ti arrastrando a ese tonto del culo por su capa —dijo
Xena—. Maldición, siento habérmelo perdido.

—Señora. —Brendan regresó a la plataforma.

—¿Has encontrado algo? —La reina lo miró con dureza.

Como respuesta, Brendan extendió su brazo dónde tenía una daga alineada
en su interior, la empuñadura ahuecada en su mano. 171
—Encontré esto —dijo—. Y esto. —Ofreció su otra mano que tenía un trozo de
tela rasgada.

Xena tomó primero el arma y la estudió de cerca. Echó un vistazo a un lado


cuando Lastay se acercó para ver lo qué estaba pasando.

—¿Este escudo te resulta familiar? —le preguntó al Duque.

Lastay se arrodilló junto al trono y lo miró, con la cabeza ligeramente inclinada


hacia un lado.

—Ah, eh. —Frunció el ceño—. Para estar seguro, su Majestad, tendría que mirar
en los pergaminos. Me recuerda un poco al viejo sello de los habitantes de las
Tierras Occidentales.

—¿En serio? —Xena y Gabrielle hablaron al mismo tiempo.

—Sí. —El duque resopló reflexivamente—. No es del Príncipe actual. —Miró más
allá de ellas hacia donde estaba sentado el grupo de Philtop—. Uno antes que
él. Estaba en el poder cuando mi padre tenía el título y las tierras. Solía venir y
armar alboroto sobre la frontera.
—Ya veo. —Xena deslizó la daga en su cinturón—. Gracias. —Cogió la tela a
continuación, pero no era tan interesante. Solo un trozo de saco, basto y sin
nada especial. Volteó el pedazo de tela entre sus dedos y se detuvo,
inclinando su cabeza un poco más para examinarlo—. Marca de
comerciante.

—Sí. —Brendan estuvo de acuerdo—. No la conozco —agregó—. Pregunté a


los chicos, nadie lo había visto antes.

Lastay tomó la tela cuando Xena se la ofreció. Después de un momento, él


negó con la cabeza.

—Extraño para mis ojos, sin embargo, Señora, no es mi costumbre examinar los
cestos y barriles que llegan a mi castillo.

No, Xena supuso que no. Tampoco era su hábito, la verdad.

—Llévatelo y haz que uno de los hombres lo lleve a la sala de mercaderes.


Que mire a ver si alguien lo conoce. —Se inclinó hacia atrás cuando Brendan
tomó la tela y se dirigió hacia allí—. Maldita sea. 172
—Señora, ¿por qué alguien iría y haría daño a ese caballo? —Lastay se sentó
en uno de los bancos acolchados al lado de su trono, extendió las piernas y
las cruzó por los tobillos—. Me parece absurdo.

Xena también había estado pensando en eso. Parecía absurdo. ¿Por qué
apuñalar a un caballo de circo? Casi podría haberlo entendido, encajarlo
como una pieza del rompecabezas si hubiera sido Tiger, o un caballo que
conociera, pero nunca había visto este animal antes, ni a los artistas de circo
que eran los dueños.

Ninguna razón para que le importara. Así que, no era por el caballo en sí.

¿Y entonces, qué?

—Tal vez alguien quería desencadenar a esa bestia y herir a la gente. Causar
pánico —reflexionó—. Lo habría hecho. Se habría estrellado contra toda la
primera fila de allí.

Lastay asintió lentamente.


—Lo habría hecho —dijo él—. Esos son asientos privilegiados, su Majestad.
También estaban algunos de los jóvenes del consejo real. Podría haber
causado graves daños.

¿Un grupo de niños aplastado bajo esos grandes cascos, delante de sus ojos,
en su salón mientras sus padres miraban?

¿Causar daños? Sí.

Xena sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Acababa de conseguir que


la mayoría se volviera a su favor, por fin.

¿Y qué hubiera provocado eso?

¿De eso se trataba todo esto?

—Tal vez quien quiera que sea, sabía que saltarías directa allí, Xena. Quizá
estaban tratando de lastimarte. —Gabrielle habló—. No hay duda que era un
caballo grande.
173
—Bueno, es una idea, mi lady —dijo Lastay—. ¿Poner a su Majestad en peligro,
por así decirlo?

—Sí. Tal vez lo hicieron con la esperanza que el caballo la arrollaría. —Gabrielle
asintió—. ¿Sabes? Como ese buey hizo con uno de los mozos el otro día.
Acabó machacado.

—Vamos, gente. —Xena los miró a los dos—. No me digáis que un pirado
esperaba que yo arriesgara mi viejo y canoso trasero salvando a un montón
de niños mimados.

Tanto el duque como su compañera de cama la miraron.

—Xena. —Gabrielle le apretó el bíceps—. Eso es exactamente lo que hiciste.

—Lo sé. —La reina parecía un poco exasperada—. Pero dada mi reputación,
quién Hades lo esperaría. —Se detuvo, mirando de uno al otro—. Además de
quizás tú. —Puso la yema del dedo en la nariz de Gabrielle—. ¿Mi pequeña y
loca bardo amorosa, rata almizclera?

Gabrielle se sonrojó de manera atractiva.


—Ah. —Lastay arrugó la cara—. Bien, ahora, su Majestad. Ese es un punto, sin
duda. Aunque en estas últimas temporadas me parece que los rumores han
cambiado un poco.

Xena negó con la cabeza.

—No me lo creo. Lo más probable es que estuvieran tratando de causar un


baño de sangre y arruinar mi fiesta —decidió—. Ah, aquí vamos. —Señaló la
pista, donde los artistas de circo se estaban preparando para comenzar—.
Vamos a estar pendientes y veamos qué pasa.

—¿Crees que intentarán algo otra vez? —preguntó Gabrielle—. ¿Lastimar a la


gente?

Xena juntó ambas manos por las puntas de los dedos.

—Creo que intentarán algo más —dijo—. Han fracasado los últimos dos
asaltos. Solo desearía saber qué ángulo tomarán. Creo que después de esto,
empezaremos a presionarles. No puedo arriesgarme a darles todo el tiempo
del mundo para que conspiren. 174
—¿Vamos a intentar cazarlos? —Lastay se atrevió a adivinar—. Es una fortaleza
muy grande, su Majestad. Hay muchos sitios para esconderse.

—Sí, pero, —Xena señaló la puerta—, con ese clima afuera, menos lugares en
los que puedan operar. —Se reclinó en su silla cuando salieron los acróbatas—
. Ah, ahí están tus amiguitos, rata almizclera. —Los observó subir por la
estructura de madera con una agilidad parecida a la de una araña.

Eran unos chicos interesantes, admitió la reina para sí misma. De buena


constitución y hermosos los dos, de tamaño similar, con músculos bellamente
definidos y orgullo evidente en sus habilidades.

Los había visto mirando a Gabrielle esa mañana, al parecer encontraban a su


consorte muy atractiva. Les dio un punto por su buen gusto, pero también se
había asegurado de que quedara bastante claro a quién pertenecía
Gabrielle.

No tenía sentido dar ideas a nadie.

Uno saltó sobre una barra oscilante y se colgó boca abajo, dejando que sus
manos colgaran mientras se balanceaba hacia adelante y hacia atrás. El otro
agarró una segunda barra y se lanzó al aire, balanceándose de delante a
atrás siguiendo un patrón cronometrado mientras colgaba de sus brazos.

Podía oír el crujido de las cuerdas, mientras un silencio caía sobre la multitud,
insegura de lo que iban a ver.

El primer hombre extendió sus manos, y el segundo soltó su agarre y voló por
el aire, agarrando las manos extendidas y siendo sostenido por ellas, luego al
oscilar hacia atrás, soltó su agarre y giró en el aire para atrapar su punto de
origen para balancearse y aterrizar en la estructura de madera, alzando su
brazo en un gesto teatral.

La multitud aplaudió apreciativamente. Xena volvió la cabeza y miró a


Gabrielle con una mirada fija e intensa.

»¿Gabrielle?

—¿No ha sido genial? —Gabrielle la miró con ojos encendidos.

—Si le dices a alguien que puedo hacer eso, te azotaré hasta que se te caiga 175
el trasero. —La reina le dijo en voz baja—. ¿Me sigues?

—¿Puedes? —le susurró su consorte de vuelta.

—No voy a averiguarlo.

—Es parecido a...

—No.

—Pero…

—NO.

El circo fue un éxito fantástico. Gabrielle sentía las palmas de las manos en
carne viva de tanto aplaudir, y el murmullo de la conversación a su alrededor
era feliz y emocionado mientras la multitud comenzaba a dispersarse
dirigiéndose hacia el salón de banquetes.
Habían visto tanto. Los caballos, por supuesto, haciendo cosas asombrosas en
el espacio interior relativamente pequeño, y luego los acróbatas, y los
malabaristas... y luego sacaron algunos animales raros que hacían trucos y
que no supo lo que eran ninguno de ellos.

Xena si, por supuesto. Pero incluso ella se había inclinado hacia delante
cuando sacaron un enorme gato con rayas y uno de los artistas de circo había
comenzado a luchar con él. El animal era enorme, tan largo como un caballo
y la cabeza del tamaño de una tapa de barril.

Tenía dientes grandes y visibles cuando el hombre abrió con fuerza sus
mandíbulas para mostrarlos; y enormes patas con garras que se clavaron en
el suelo mientras el artista luchaba con él y raspaba enormes trozos de paja y
arena.

Rugió.

Gabrielle nunca en su vida había escuchado un sonido como ese, y se quedó


sentada cautivada mientras corría en círculo apretado alrededor del hombre,
ambos rodeados por otros trabajadores del circo que sostenían látigos. 176

Xena, sin embargo, había fruncido el ceño.

—Pobre animal. —Había dicho una vez que se llevaron al animal arreándolo,
por un túnel hecho de cuerpos con medio escudo, a través de una puerta de
una jaula medio oculta.

Gabrielle se había sorprendido un poco al principio, pero luego pensó en


cómo Xena amaba a su caballo, Tiger, y cómo siempre estaba tan
preocupada por las criaturas de la fortaleza, incluso el gato del castillo que
amaba esconderse debajo de su cama.

Así que tal vez no era tan sorprendente. Xena le había dicho una vez que
confiaba más en los animales que en los humanos porque nunca te mentían,
y Gabrielle supuso que eso era cierto, después de todo, no hablaban.

—Xena, ¿podemos ir a ver a ese gran gato? —preguntó Gabrielle cuando la


reina volvió de hablar con dos de sus nobles de mayor rango, quienes
parecían complacidos consigo mismos—. ¿Crees que nos dejarían verlo desde
más cerca? Era muy bonito.
—¿Si nos dejarían? —Xena apoyó su muñeca contra la parte superior de su
trono—. ¿Has olvidado quién es la reina por aquí?

—Nunca.

—Vamos. —Xena hizo un gesto hacia los escalones—. Quiero ver a todas esas
criaturas que arrastraron hasta aquí antes de que comiencen a cobrar un
dinar a estos imbéciles por verlas. —Tomó la espada con su funda de la parte
posterior del trono y se la metió en el hueco del brazo.

—No creo que te cobraran a ti, Xena. —Gabrielle se apresuró a seguir sus
largas zancadas por la plataforma de madera—. Después de todo, salvaste
su caballo. —Xena la miró divertida—. Y tú eres la reina.

—Oh sí, eso también —dijo Xena arrastrando las palabras cuando llegaron al
suelo y caminaron por el heno esparcido hacia donde estaban reunidos los
artistas del circo, aceptando monedas de la multitud y charlando con ellos.

—Ha sido genial. —Gabrielle los saludó con una sonrisa.


177
Todos los artistas echaron un vistazo más allá de ella para mirar hacia donde
Xena estaba merodeando.

—Gracias. —Zev habló valientemente—. Me alegra que te haya gustado. —


Miró a la reina—. Le ha gustado, ¿verdad?

—Si —respondió Xena con franqueza—. ¿Quieres darnos a mí y a la rata


almizclera aquí, el tour de medio dinar de vuestras criaturas? Gabrielle quiere
ver a vuestro gatito.

—¡Por supuesto! —Zev parecía complacido de que le preguntaran. Hizo una


media reverencia e indicó que deberían precederlo mientras las conducía
gentilmente al fondo del salón, donde se había erigido una improvisada pared
de lona para darles un espacio entre bastidores. Detrás de eso, Xena ya podía
oír a los animales. El ruido de los cascos de caballos y de las cadenas asaltaron
sus sentidos, junto con una mezcla de estiércol y almizcle que hizo que su nariz
se contrajera. Se mantuvo cerca del hombro de Gabrielle cuando fueron
conducidas más allá del telón y, de repente, se encontraron en un mundo
diferente. Los carros y los vagones del circo estaban aparcados
ordenadamente en un cuadrado, con asientos y un pequeño brasero en el
centro de ellos. Más allá de los vagones, se acordonaban las áreas para los
caballos y bueyes, y luego otra sección estaba bloqueada por paredes de
lona detrás—. Este es un sitio genial para hacer nuestro espectáculo. —Zev
estaba charlando, mientras las guiaba a través del acogedor campamento y
hasta la otra pared de lona—. Es perfecto, en serio.

—¿Sí? —Xena apartó la tela y entró en el recinto de los animales—. Me alegro


de que te guste. —Vio al gran felino y se aseguró de estar cerca de Gabrielle,
ya que su consorte se sintió inmediatamente atraída por el—. ¿Queréis
quedaros durante el invierno?

—De verdad que es un lugar tan bonito y seco y... ¿Qué? —Zev se volvió y la
miró—. Disculpe, su Majestad, pero ¿qué acaba de decir? —Xena pasó junto
a él para examinar al gato. Era una bestia enorme, un color naranja bruñido
con rayas negras, con una cabeza tan grande como un barril de cerveza.
Estaba tendido al aire libre, con una cadena y un collar alrededor de su cuello,
que estaba firmemente acoplada al eje del vagón más grande. Mientras
observaba la aproximación de Xena, abrió su boca dejando al descubierto
enormes dientes blancos, y se lamió los labios. Guau. Incluso la hastiada
sensibilidad de Xena fue sacudida por el animal al verlo de cerca. Su pelaje 178
era fino y vivo, se veía saludable, y mientras miraba al animal, este estiró sus
patas, mostrando los dedos blancos con mechones que tenían enormes
garras en ellos—. ¿Su Majestad? —repitió Zev, haciendo un gesto frenético con
su mano, aparentemente a sus colegas rezagados—. ¿Dijo algo?

—Lo dije. —Xena rodeó al gran felino, fascinada—. Dije, ¿queréis quedaros
aquí y hacer vuestro espectáculo todo el invierno? —Lo miró, y también, al
anciano y a la mujer que se acercaban rápidamente—. ¿Os quedáis aquí y
me mantenéis entretenida? —Gabrielle casi contuvo la respiración, mirando
las caras de los artistas de circo. Habían llegado a gustarle rápidamente,
encontrando más en común con los más jóvenes que con la mayoría de los
demás en la fortaleza. La idea de tenerlos cerca para hablar e intercambiar
historias durante los meses fríos, la hacía feliz—. ¿Te parece bien, rata
almizclera? —Xena le dio un codazo, después de volver dando una vuelta
hacia donde estaba parada.

—Claro. —Gabrielle respondió de inmediato—. ¡Eso sería genial!

Cellius miró al hombre mayor.

—Padre, esta es...


—Sé bien quién es, mi niña. —El hombre mayor se dobló por la cintura en
dirección a Xena—. Su excelentísima y magnífica Majestad.

Gabrielle contuvo el aliento por otra razón, pero Xena se limitó a reír bajo en
lo profundo de su garganta, un sonido sexy que le hizo cosquillas en los
tímpanos. Se relajó y una sonrisa apareció en su rostro.

—Buen comienzo —le dijo Xena al hombre.

—¿Puedo suponer que escuché correctamente, y que su Majestad desea que


permanezcamos aquí durante la temporada de frío y actuemos para sus
súbditos?

—Para mí y Gabrielle. Pero el resto de ellos también pueden mirar. —Xena


acordó—. Puedes hacer un trato con los comerciantes, creo que estarán por
aquí un tiempo. La gente viene a veros, ellos ganan dinero, te dan una
pequeña tajada. —El hombre había estado mirando a la reina, y ahora exhaló
y juntó las manos—. Podéis comer de mis cocinas —agregó Xena—. ¿Qué
piensas?
179
Gabrielle los estaba mirando a todos. Captó sorpresa y alivio en sus ojos, y
Cellius tenía un sospechoso indicio de lágrimas. Le dio unas palmaditas a la
chica en el hombro.

—Su Majestad, han sido largos años para nosotros, fuera, en el camino —dijo
el hombre mayor—. No hemos dejado de viajar desde que dejamos nuestra
aldea natal, hace algo más de tres frías temporadas. Aunque encontramos
formas de aguantar el clima y mantenernos enteros... la idea de estar quietos
y protegidos por un tiempo, casi me hace llorar.

—Dioses. —Cellius respiro hondo—. Dormir en una cama por una semana.

Gabrielle recordó las semanas de campaña y lo mucho que le había


encantado volver al castillo. Solo podía imaginar lo que había sido para esta
gente que había estado viajando mucho más tiempo.

—Entonces, ¿eso es un sí? —Xena había estado esperando con una


encomiable paciencia que acababa de llegar a su límite—. No tienes idea de
cuanta diversión voy a sacar por teneros aquí en lugar de tanta pomposidad
y sus bailes.
El hombre mayor se inclinó de nuevo, esta vez con verdadera y profunda
reverencia.

—Su Majestad, para mí sería un gran honor. —Se enderezó—. Soy Stevanus, y
estoy a su servicio. Nos encantaría quedarnos y entretener a su hermoso ser y
a sus súbditos durante el invierno.

—¡Oh, sí! —Cellius susurró—. ¡Oh Zev! ¿Puedes creerlo?

El joven acróbata estaba casi saltando en el sitio de lo emocionado que


estaba.

—Genial. —Xena parecía ajena al drama que se desarrollaba junto a su


codo—. ¿De dónde sacaste el gato? —Tras haber resuelto el asunto a su
entera satisfacción, volvió a su interés original—. He visto uno así, pero muy al
sur de aquí.

—Oh. Ah. Bueno. —Stevanus desvió visiblemente su atención al animal—. Ya


sabe, estábamos en una ciudad portuaria en la costa casi... veamos... sí, hace
un año. Y había un hombre allí que tenía una comisión para entregar a este 180
niño grande y otros animales, pero su comprador nunca apareció.

—Ah. —Xena se acercó cautelosamente al gato y se arrodilló para verlo mejor.

—Ah, su Majestad... por favor, tenga cuidado —chilló Zev—. Muerde.

Xena se rio entre dientes, moviendo la espada en su brazo.

—Yo también. —Estudió al gato, que hacía lo mismo, atentamente—.


Hermoso.

El gato bostezó, exponiendo nuevamente sus dientes y una lengua que


Gabrielle juró era del tamaño de un zapato de hombre. Estaba justo detrás de
Xena, pero no tenía ganas de acercarse más.

—Guau —murmuró—. ¿Es difícil viajar con él? Si muerde y todo eso, quiero
decir.

—Oh, lo alimentamos —dijo Stevanus—. Y tres de nuestros domadores se han


encariñado mucho con él. Les deja que le pongan la cadena, caminan con
él, y lo han entrenado para hacer las cosas que vieron esta noche. Me dieron
a entender por el barquero, que los hombres lo criaron desde joven, así que
no es tan salvaje como podría ser.

—Ah. —Xena asintió—. Eso tiene sentido. —Extendió su mano hacia el animal,
observando como ladeaba con la cabeza y la miraba con ojos ámbar
brillantes. Escuchó un sonido detrás, y se divirtió imaginando mentalmente a
su amada compañera de cama, volviéndose loca en silencio, tratando de
evitar tirar de ella hacia atrás para alejarla del gato.

—Majestad, por favor tenga cuidado —dijo Stevanus casi como un lamento—
. Acabamos de comenzar una relación maravillosa. No me gustaría que se
dañara por los dientes de mi criatura.

Xena se rio por lo bajo.

—No te preocupes. Soy una chica grande. —Vio que el gato se movía e
inclinaba la cabeza hacia adelante, sus grandes fosas nasales se movían
mientras olfateaba sus dedos—. Lo suficientemente grande como para no
culpar a nadie por meterme yo misma en un lío.
181
—Xena —murmuró Gabrielle justo detrás de ella.

—No hay problema, rata almizclera. —La reina estaba encantada con la
sensación del cosquilleo de los bigotes en las yemas de los dedos—. Tengo dos
manos. —Oyó suspirar a su consorte, y sintió un leve toque contra su espalda.
El gato abrió su boca. Xena mantuvo su mano justo donde estaba, sabiendo
que no debía hacer ningún movimiento repentino. Sin embargo, la gran
lengua se asomó y le lamió los dedos y recordó que había comido pasteles
dulces no mucho antes—. Ah sí, ¿eh?

—Dioses —murmuró Gabrielle.

Xena tocó al gato en la cara y descubrió que su pelaje era más suave de lo
que esperaba. Sin embargo, no tentó a su suerte más allá, después de un
rápido rascado debajo de su mandíbula, retiró su brazo y se levantó de nuevo.

—Bonito. —Se giró para encontrar a los domadores y a la gente del circo,
pálidos como sábanas nuevas de lino detrás de ella—. Relajaos —les dijo—.
Gato listo. Reconoce a uno de su propia especie. —Les guiñó un ojo, y luego
dejó caer su brazo sobre Gabrielle—. Acomodaos vosotros mismos. Le diré a
los sirvientes que os traigan lo que necesitéis. —Su voz se volvió más seria.
Stevanos recuperó la compostura e hizo una reverencia.

—Estamos agradecidos con usted, Majestad —dijo—. Mi más profundo


agradecimiento por su mecenazgo.

—No me lo agradezcas tan pronto. —La reina miró alrededor—. Pero de nada.
—Condujo a Gabrielle alrededor del círculo rodeado por los carros,
examinando a las otras criaturas que estaban en jaulas más pequeñas,
montadas sobre ellos.

—Por los dioses, Stevanos —murmuró Zev—. Has hecho bien en traernos aquí.
Pensar incluso en una semana alejados del clima.

Uno de los domadores se aclaró la garganta un poco.

—Por los dioses que tiene razón. Tiene la magia dentro de ella. ¿Viste ese gato?
Me habría arrancado la mano si lo hubiese intentado yo.

Stevanos puso su brazo alrededor de su hija.


182
—A veces amigos míos, simplemente tienes suerte. —Miró a su alrededor,
viendo la forma alta de la reina hacer su lento círculo, con su amiga junto a
ella—. No solo refugio seguro, sino la oportunidad de reunir algunos dinares, ya
que tendremos alojamiento aquí. Es bueno. Por los dioses, es bueno.

—¿Qué es eso, Xena? —Gabrielle inspeccionó la última jaula en el círculo.


Contenía un par de animales pequeños, con patas cortas y cuerpos largos.
Tenían narices inquietas y parecían tan curiosos por ellas, como ellas sobre las
criaturas.

—Esos son visones —respondió Xena—. O armiños. No estoy segura que —


añadió—. Bonito pelaje.

Gabrielle estudió a los animalitos. Tenían caras lindas, largos bigotes y ágiles
patas.

—Oh. —Hizo una pequeña mueca—. Creo que la capa del Duque Lastay está
hecha de ellos.

—Mmhm. —La reina estuvo de acuerdo—. No te pongas demasiado llorosa,


rata almizclera. Sé cuánto te gusta el estofado de conejo y las chuletas de
cordero.
—No, lo sé.

Xena miró a su alrededor.

—Está bien —dijo en tono tranquilo—. Salgamos de aquí y encontremos a las


tropas—. Se movió y, como si vagabundeara ociosamente, se dirigió más allá
de las carretas hacia una de las entradas traseras del salón.

Se deslizaron entre dos bueyes que masticaban metódicamente y, a través de


un pasadizo, entraron en la sala de servicio, ahora vacía de gente, pero llena
de piezas del equipo del circo. Xena recorrió el pasillo un par de cuerpos y
luego atravesó una puerta corriente de madera.

—¿A dónde va esto? —preguntó Gabrielle, sintiendo que la temperatura


bajaba considerablemente. Se frotó los brazos por reflejo.

—Un túnel. Nos encontraremos con las tropas cerca de los establos. —Xena
atravesó otra puerta y luego abrió una tercera, que reveló una escalera larga
y oscura que bajaba. Sacó la espada de su funda y le pasó la vaina a
Gabrielle—. Sostén esto. 183
Gabrielle se la colocó debajo de un brazo y se mantuvo cerca de los talones
de la reina mientras descendían.

—Estoy contenta que les pidieras quedarse, Xena. Me gustan.

La reina sonrió.

—Sí, ya lo sé —dijo—. Es bueno darte gente con la que hablar, que no sea yo,
que no sean soldados o nobles estirados.

—Siempre te tengo a ti para hablar —comentó Gabrielle.

—Hm. —Xena movió la espada cuando llegaron al pie de la escalera,


haciendo una pausa para escuchar antes de entrar en el frío y húmedo
espacio debajo del salón. Delante de ella había una gran puerta de hierro
que cubría la entrada de un túnel cuyas profundidades desaparecían en las
sombras.

Xena sacó una llave de la bolsa de su cintura y la colocó en la cerradura,


girándola con un poco de esfuerzo y un chirrido que hizo que le dolieran los
oídos. Le tomó mucha más fuerza de la mano de lo que había imaginado,
pero ese hecho en sí la tranquilizó, ya que significaba que la cerradura había
estado cerrada por mucho tiempo.

Abrió la puerta con el pie y entró, esperando a que Gabrielle la siguiera antes
de cerrarla, y echó la llave desde el otro lado. Luego se la guardó en el bolsillo
y comenzó a caminar por el túnel, sintiendo que se hacía cada vez más frío a
medida que avanzaban.

—Brr. —Gabrielle exhaló, su aliento apenas visible en el tenue resplandor


delante de ellas—. ¿Has estado en este antes?

—Desde el otro lado. —Xena barrió el túnel enfrente, sus ojos distinguían las
piedras que formaban las paredes y el suelo con pequeños agujeros y rocas,
lo que hacía que caminar fuera un poco traicionero—. Te dije que sabía
dónde estaba el que da a los establos. Nunca me molesté en mirar este.

—Es espeluznante.

Xena podía oír la roca asentándose a su alrededor, y suaves murmullos del


viento, y un frío húmedo que se filtraba en sus huesos. 184
—Es un túnel —dijo—. No se supone que sea alegre. —De repente, sintió un
hormigueo en la columna y aminoró la velocidad, luego se detuvo y estiró un
brazo para detener a Gabrielle—. Sshhh.

Gabrielle se detuvo y dio un paso atrás, justo detrás del codo izquierdo de
Xena. Apenas podía ver nada, solo la tenue luz del extremo del túnel que
daba a los establos, pero sabía que algo tenía que haber hecho reaccionar
a Xena.

Había algo.

Desafortunadamente Xena no sabía qué era. Sabía que sus instintos estaban
erizados y, como reacción, adelantó su espada frente a ella, su mano
agarrando la empuñadura mientras se esforzaba por detectar lo que
perturbaba sus sentidos.

¿Sonido? ¿Olor?

Xena se concentró en ambos. Podía oír claramente el sonido de sus hombres


reuniéndose en los establos, y el suave goteo de agua detrás de ella. Podía
oler el moho y el musgo a su alrededor, la piedra de las paredes, la suciedad
del suelo y a Gabrielle.

Sus ojos le dijeron que el túnel estaba vacío. Incluso con las tenues sombras,
podía ver cada centímetro de él.

Entonces, ¿qué?

Cautelosamente, avanzó barriendo el aire frente a ella con su espada en un


patrón controlado. Barrió a través de la penumbra, un destello de metal que
atrapó la tenue luz de las antorchas desde el otro extremo, mientras la punta
se movía de un lado a otro.

Sintió que Gabrielle le tocaba la espalda y luego los dedos enroscándose


alrededor del cinturón que sostenía la túnica cerrada.

»Quédate cerca.

—Lo haré —prometió Gabrielle—. No puedo ver nada.


185
Xena continuó avanzando lentamente, barriendo la oscuridad frente a ellas.
Justo cuando empezaba a relajarse y a asumir que sus nervios simplemente se
habían disparado por la oscuridad, la luz que se reflejaba en su espada, reflejó
algo más.

Se detuvo, levantando su espada y apuntándola hacia la luz de las antorchas.


Delante, a la altura del cuello, vio en la luz que brillaba hacia ella, una cuerda
delgada que iba de un lado del túnel al otro.

—¿Ves eso?

Gabrielle lo intentó. Alzó la vista, pero todo lo que podía ver era el contorno
de la salida al túnel que estaba más adelante.

—No.

Xena hizo una pausa.

¿Debería disparar a lo que sea que fuera?

—¡Brendan! —soltó un bramido.


Hubo una pausa larga y luego apareció un cuerpo en la entrada, bloqueando
la luz.

—¿Majestad?

—¡Trampa! —gritó Xena—. ¡Ilumina este maldito túnel!

Brendan desapareció. Xena permaneció quieta, su espada extendida frente


a ella.

Entonces vio que la cuerda se soltaba de repente.

El instinto era gracioso. Xena siempre había asumido que sus instintos eran
buenos y que estaban totalmente enfocados en mantener la cabeza sobre su
cuello y la piel en una sola pieza. Así que se encontró principalmente
preocupada por asegurarse que Gabrielle estuviera a salvo y exponiendo su
propio culo a lo que viniera por sorpresa. 186
Sin embargo, se dio media vuelta, poniéndose de espaldas al peligro y agarró
a Gabrielle por la cintura, tirando de ella hacia abajo mientras sus sentidos le
advertían que algo venía hacia ellos.

—¡Oof! —Gabrielle aterrizó con un gruñido—. ¡Xena!

Hablando de instintos.

Xena se retorció cuando aterrizó y levantó su espada justo a tiempo para


desviar algo hacia las sombras, luego un segundo, un tercero, y sintió que
Gabrielle la agarraba desde atrás, estabilizando su equilibrio mientras
arremetía desde el suelo y agarraba un cuarto de algo en el aire.

Entonces la luz descendió por el pasillo junto con un estruendo de pasos.

—¡Ten cuidado! —Xena soltó un bramido—. ¡Ilumínalo primero! —Dejó caer la


flecha que había atrapado, arrojándola lejos a su espalda por el pasillo—.
¿Estás bien, rata almizclera?

—Um. Sí —dijo Gabrielle saliendo de la oscuridad—. Excepto porque me


golpeé el codo contra una roca.
Las tropas llegaron hasta ellas en ese momento y el pasillo estalló en una
brillante luz de antorcha, enviando sombras astilladas contra las paredes.

—Las tengo aquí, Majestad. —Una voz masculina resonó desde un poco más
arriba en el pasillo—. Ballestas.

—Sí. —Xena se volvió y ayudó a Gabrielle a ponerse de pie, frunciendo el ceño


cuando vio a su compañera de cama acunándose el brazo—. Déjame ver
eso.

Gabrielle extendió voluntariamente el brazo y miró hacia abajo.

—Sí, creo que yo... oh. Xena, mira. No fue una roca.

—Por los dioses.

Brendan sostuvo la antorcha cerca y todos se quedaron mirando al suelo,


donde estaba colocado un cofre de madera, la parte superior estaba torcida
por el golpe. En el interior, se veía un mecanismo de ballesta.
187
—Quitaros de delante de eso —ordenó Xena. Esperó hasta que obedecieron,
luego tomó la punta de su espada y abrió la caja para poder ver mejor el
interior. La caja era lo suficientemente larga como para contener cuatro
ballestas y eso es lo que había allí. Los mecanismos de activación estaban
todos unidos entre sí, y el cordón que salía de la caja, cruzaba el suelo justo
por delante de donde estaban las botas de Xena, casi la altura de sus tobillos.
Xena estiró la pierna y pateó el cable, la caja se abrió de golpe mientras todas
las ballestas dispararon por el pasillo, golpeando con fuerza contra las paredes
de piedra más allá del grupo de soldados, agrupados a un lado de ella—.
Buscad por todos lados con cuidado. Aseguraos de que no haya más de estas
malditas cosas. —Con un golpe casual, cortó el cable, lo vio caer al suelo y
serpentear. Luego volvió a examinar el codo de Gabrielle, que ahora tenía un
nudo del tamaño de un huevo de gallina—. Eso va a doler, rata almizclera.

—Ya lo hace. —Su consorte hizo una mueca.

—No hay más de esos, Xena. —Brendan se acercó—. Malditos bastardos...


podríamos haber perdido una buena pareja de hombres aquí.

—Podrías haber perdido a tu amiga maníaca homicida aquí también —


comentó Xena—. Un conjunto de esas malditas cosas, vinieron de la otra
dirección. Parece que alguien no quería que nadie usase este túnel y
escapara por aquí.

Ahora el túnel estaba brillantemente iluminado, con antorchas metidas en


apliques espaciadas a una longitud de cuerpo a ambos lados del pasillo. Xena
miró a su alrededor, parpadeando un poco por el humo áspero de las teas, y
dándose un momento para que los nervios se asentasen.

No había nadie en el pasillo. Solo las trampas. Sus sentidos no habían captado
nada que viviera o se moviera en la oscuridad, y sabía que lo habrían hecho.
Si no antes del disparo de las flechas, después, mientas quienquiera que fuese,
se escabulliría y escaparía.

Se arrodilló junto al largo y bajo cofre y lo examinó. La madera era ordinaria, y


cuando levantó la tapa y lo giró, pudo ver que estaba cortada de forma
relativamente apresurada, con un hacha común de hecho y más o menos
ajustada.

Pasó el dedo pulgar sobre un borde y encontró una fina capa de polvo en la
superficie. 188

Maldita sea. ¿Cuánto tiempo hacía que, quien fuera, había estado aquí?

Había dado por sentado que sabía de dónde era ese asesino sombrío, pero
ahora... ahora no estaba tan segura.

Apartó la tapa superior y miró dentro de la caja, cuidando de mantener las


manos alejadas de los costados por si alguien había dejado una sorpresa
sobresaliendo de uno de ellos. Los mecanismos de las ballestas se habían
sujetado de forma segura a la tabla inferior con clavos de herradura.

Clavos de herradura.

Xena metió la mano y tocó uno con la yema del dedo. Luego sacó su daga y
sacó el clavo, agarrándolo con los dedos pulgar e índice y tirando de la
madera con un crujido chirriante.

—¿Qué es eso? —Gabrielle aún estaba acunando su brazo.

Xena se levantó, haciendo malabares con el clavo en su mano.


—Solo algo que quiero ver con mejor luz —dijo—. Brendan, tenemos que
encontrar a este tipo. Se está volviendo peligroso.

—¿Volviendo? —Brendan la miró—. Por los dioses, Xena.

—Sí. —La reina suspiró—. Lo sé. Debería haberme tomado esto más en serio
antes. El problema es que, quienquiera que sea, golpeó dos veces, y luego su
suerte cambió. Va a comenzar a arriesgarse más.

—¿Crees que sabía que estaríamos aquí abajo? —preguntó Brendan.

Xena se encogió de hombros.

—Es razonable pensar que bajaríamos. —Miró alrededor, agudizando su


oído—. Pero esto no se ha colocado hoy.

—¿No?

—No. —Xena puso sus manos en sus caderas—. Dispersaros y buscar por este
túnel de punta a punta. Quiero cualquier cosa que haya aquí, botones sueltos, 189
huesos de rata, lo que sea que encontréis —ordenó—. Comenzamos aquí, y
luego pasamos al siguiente túnel.

—Sí.

Xena se giró y miró a su consorte. Gabrielle estaba con la espalda apoyada


en la pared, atípicamente tranquila, solo mirando lo que estaba pasando. Sin
embargo, su lenguaje corporal era tenso y tenía un surco en la frente.

El brazo debía estar matándola. Xena reflexionó sobre su dilema. Podía


ordenarle a Gabrielle que regresara a sus aposentos, pero eso significaba que
estaría allí sola, y la reina no estaba dispuesta a permitir eso.

Y no confiaba en nadie para velar por ella, excepto en sí misma.

Pero si iban juntas, significaba que tendría que confiar en sus hombres para
buscar en la fortaleza.

Sospechaba que tenían un asesino inteligente dentro de la fortaleza, que


hasta el momento había eludido su vigilancia, y parecía tener toda la
intención de seguir tratando de matar gente.
No confiaba en que los hombres encontraran al asesino.

Oh, mierda.

—Está bien, escucha.

—¿Podríamos bajar allí, Xena? —Gabrielle habló señalando hacia el otro


extremo del túnel—. Este lugar es un poco espeluznante.

Bueno, eso pospondría su decisión de todos modos.

—Está bien. —Xena estuvo de acuerdo—. Establezcamos un área de mando


al final, donde se encuentran los otros túneles. —Puso su mano sobre la
espalda de Gabrielle—. Vamos. —Envainó su espada y arrancó una antorcha
de su aplique, iluminando el camino mientras caminaban por el suelo desigual.
Detrás, los hombres se estaban dispersando para buscar. Delante, Xena podía
oír varias voces y ver movimiento a través de la entrada del túnel—. ¿Cómo
está el brazo?

—Uff —admitió Gabrielle—. Me duele de verdad. 190


—Hm. —Xena movió la antorcha de un lado a otro, sus ojos se centraron en el
borde del túnel. Hizo una pausa cuando llegaron a otra caja de ballestas,
abriéndose paso y pateándola con un rápido movimiento de su bota. Al igual
que la primera, la caja estaba inclinada en un ángulo hacia arriba, centrando
los pernos aproximadamente al nivel de la tripa y los arcos se abrían un poco
para proporcionar un buen rango de cobertura. Quienquiera que lo hubiera
puesto, conocía su negocio. De hecho, admitió Xena, ella tampoco podría
haberlo hecho mejor—. Cruel.

—Brrr. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. Me alegro de haber estado contigo.

Xena miró la caja.

—Sí —dijo—. Yo también.

Sus ojos se posaron en uno de los tornillos gastados de la caja que había
disparado y lo levantó, examinando la cabeza y olisqueando delicadamente.
Para su sorpresa, solo el olor normal del hierro trabajado volvió a ella, y un
rápido examen a la luz de la antorcha, no mostró ninguna mancha en el
metal.
—Umm.

—¿No hay veneno? —adivinó Gabrielle—. ¿Tal vez pensaron que las flechas
eran suficiente?

Los omoplatos de Xena se crisparon.

—Podría ser. —La reina estuvo de acuerdo—. Casi fue así una vez, ¿verdad?

Gabrielle se estremeció, recordando la sangre y la herida, y sus manos


temblorosas extrayendo la flecha de la carne de Xena. En su mente, podía
oler el fuerte olor a cobre y sentir la suavidad de la piel de Xena bajo las yemas
de sus dedos.

Recordaba a Xena mirándola por encima del hombro, cuando había


terminado, después de haber confiado en ella con un cuchillo a su espalda,
más confianza de la que nadie le había dado en su vida hasta ese momento.

Xena estaba convencida entonces, le había dicho más tarde a Gabrielle, que
cualquier otra persona habría aprovechado la oportunidad para simplemente 191
agarrar la flecha, y empujarla a través de ella.

Entonces, ¿Cómo sabía que Gabrielle no lo haría?

Simplemente lo sabía. Existía un entendimiento entre ellas incluso entonces.


Gabrielle sonrió un poco, siguiendo a Xena hacia la cámara circular iluminada
que estaba debajo.

—Pero... Xena, ¿no creías que había algo en esos... en eso que te golpeó?

Xena hizo una pausa, frunciendo el ceño.

—¿Eh?

—Dijiste... cuando tuviste que pasar por esa pelea con Bregos y él te lastimó.
—Gabrielle bajó la voz, mientras los hombres en la sala se daban cuenta que
la reina había entrado—. Dijiste que rompió algo abierto, ¿recuerdas?

Parecía tan lejano en el pasado ahora. Xena reflexionó sobre el recuerdo.


Recordó la pelea, y sí, a Bregos, ese bastardo, golpeándola en la espalda,
obviamente sabiendo de la herida hecha por ese otro bastardo de Alaran, y
luego...
—Oh sí —asintió—. Podría haber sido. Podría haber puesto un poco de
porquería en ella. —Desestimó el asunto—. Está bien, gente. Escuchad.

Gabrielle se acercó a uno de los bancos de piedra que bordeaban la pared


y se sentó sobre él. Su codo aún estaba lanzando descargas de dolor por el
brazo, y tuvo cuidado de no golpearse con cualquier otra cosa, sosteniéndolo
cerca de su cuerpo.

Guau, eso dolía.

Levantó la mano y se limpió unas cuantas lágrimas de los ojos. Sin embargo,
no se arrepintió, segura de que preferiría tener un codo dolorido que una
flecha. Sin dudas al respecto. Y lo cierto es que, probablemente, fue mejor
para ella caer sobre esa caja que sobre el suelo de piedra, ¿verdad?

Desvió su atención de su brazo a Xena, que iba de un lado a otro, un poco


como el gato grande, de hecho. Llevaba la funda de su espada metida
debajo del cinturón que sostenía su túnica cerrada y realmente...

Bueno, se veía un poco ridícula. Llevaba eso, además de una daga, y la parte 192
delantera de la túnica que llevaba puesta, tenía barro debido a su forcejeo
con el caballo. Tenía el cabello revuelto y, mientras observaba, Xena se subió
las mangas con impaciencia y dejó al descubierto sus musculosos antebrazos.

—Xena —la llamó suavemente.

—¿Sí? —La reina se giró y caminó hacia ella—. ¿Se te ha desprendido el brazo?

—No. —Gabrielle acarició suavemente una de las mangas caídas de la


reina—. Esto se ve um... —Buscó una palabra.

—Idiota —reconoció la reina tardíamente, mirándose a sí misma—. Debería


quitármela. —Comenzó a desatar el cinturón que sostenía la túnica, después
de quitarse la capa y dejarla en el banco—. Ojalá llevara mis malditas botas.

—¿Quieres que vaya a buscarlas?

—No —dijo la reina con tono positivo—. Quédate ahí. —Se dio la vuelta—.
¡Aegos!

Uno de los soldados, un líder de tropa que Gabrielle reconoció de la guerra,


vino trotando.
—¿Señora? —Se detuvo en seco al ver que su reina aparentemente se estaba
desnudando frente a él y se mordió la lengua, haciendo una mueca extraña.

—Envía a un hombre a mis aposentos. —Xena ignoró eso—. Necesito mi par


de botas de montar y las de Gabrielle, y su honda y piedras.

—Majestad —murmuró el hombre, asintiendo y dándose la vuelta para cumplir


sus órdenes.

Xena soltó una risita, dobló su túnica de seda y la dejó en el banco. Enderezó
su armadura de cuero, sacudiendo su cuerpo un poco para asentarla y
extendió la mano para sujetar la funda de su espada a los soportes.

—¿Se ve mejor? —Gabrielle asintió, apreciando la forma en que la armadura


bien ajustada delineaba el cuerpo de su amante. Se levantó y comenzó a
desatarse su propio cinturón, y luego gritó mientras se sujetaba el brazo. Xena
se detuvo en el acto de atarse su oscuro cabello hacia atrás—. Deja eso. —
Apartó los dedos del cinturón de su consorte y lo desato ella misma,
colocándolo sobre el hombro y quitando suavemente la túnica de Gabrielle.
De acuerdo, pondremos en marcha esta búsqueda y luego debemos hacer 193
una aparición en el salón de banquetes. —Gabrielle asintió, contenta de
haberse librado de la túnica—. Es mejor para nosotras ir vestidas así de todos
modos. Todo el mundo sabe que algo está pasando —comentó Xena—.
¿Tienes tu pincha cerdos? —Su consorte sacó el cuchillo de la vaina que
llevaba colgada de su cinturón, en la parte baja de la espalda, y lo mostró. Se
suponía que era solo un cuchillo de mesa, para cortar el pan o alguna chuleta
ocasionalmente dura, pero una mirada más cercana revelaba una cuchilla
de doble filo, con un canal con sangría en el centro. De vez en cuando lo
usaba para cortar una manzana en rodajas y realmente esperaba nunca
tener que recurrir a usarla para algo más marcial, sabía que era probable,
acabar cortándose el pulgar antes de herir a alguien más—. Bien. —Xena
ajustó una correa en su propia armadura. Luego se dio media vuelta y se
dirigió al espacio de trabajo de madera que los soldados habían instalado,
ahora estaba cubierto por una piel de vaca raspada y oscurecida por el
tiempo, que tenía líneas entintadas recorriéndola por todas partes.

Un esbozo de la fortaleza. Xena apoyó las manos sobre el espacio de trabajo


y se inclinó, estudiando los trazados. A cada lado de la mesa, los hombres se
armaban, poniéndose cueros bastante gastados y media armadura, y
colocando espadas y mazas en los soportes.
Todos llevaban pantalones de cuero y jubones de cuello alto, y llevaban
cascos ligeros que les protegían la parte posterior de la cabeza.

Xena volvió al diagrama. No era tan detallado, pero mostraba el contorno de


los edificios, y delgadas y oscuras trazas que eran los túneles de abajo y las
mazmorras que intentaba arduamente mantener vacías.

Había pozos allí abajo, y jaulas, todo en polvoriento desuso desde que había
tomado el control. Incluso los soldados persas no estaban retenidos en las
mazmorras, sino en los barracones de la guardia que una vez fueron utilizados
para mantener el control, alojamientos cómodos y cálidos que correspondían
a su condición de rehenes honorables.

Habían pedido unirse a su ejército después de la guerra. Xena lo había


considerado seriamente, pero algo en sus entrañas le había impedido confiar
en ellos y se había decidido por un compromiso. Les dijo que, si su rey nunca
respondía su oferta, finalmente les daría la opción.

Mientras tanto, se entrenaban con el ejército, luchando con armas de madera


y manteniéndose en forma y, de repente, Xena se preguntó si habrían visto u 194
oído algo inusual y si se lo dirían.

Brendan se acercó.

—Todo asegurado, señora —dijo en voz baja—. No hay más trampas. Tenía las
puertas cerradas en el otro extremo.

—Brendan, ve a buscar a ese capitán persa —dijo—. Tráelo aquí. —Señaló un


conjunto de líneas en el diagrama—. Sus cuartos están aquí... ¿Ves dónde
están todos estos pasajes subterráneos? ¿Dónde están las viejas mazmorras?

Brendan asintió.

—Sí.

—Vamos a ver si oyeron algo. —Xena lo miró—. Veamos si su estado de ánimo


ha cambiado recientemente.

Su capitán asintió con entendimiento.

—Se sintieron decepcionados cuando los mantuviste bajo llave —comentó—.


Tal vez podrían estar protegiendo a este forajido, sea quien sea.
—Podrían. —Xena estuvo de acuerdo—. Podría ser que soy idiota por
mantener al enemigo dentro de mis puertas. —Estudió las líneas mientras
Gabrielle se acercaba—. Tal vez incluso sea uno de ellos.

—¿Uno de qué? —preguntó Gabrielle.

—Los persas. —Xena la miró—. Aunque han tenido la oportunidad de poner


un cuchillo en mi corazón durante un mes y no lo han hecho. —Gabrielle
levantó la vista, viendo el arrugado surco en la frente de Xena—. Maldición —
la reina suspiró—. Desearía poder estar completamente segura de alguna
puñetera cosa. —Hizo una pausa—. A parte de ti.

Gabrielle sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal.

El hombre al que ella había enviado por sus botas regresó, sosteniendo esos
objetos bajo un brazo, pero llevando con cuidado una caja con ambas
manos.

—Señora. —Se acercó y la dejó en el suelo—. Encontré esto en sus estancias.


Se parecía un poco a los que vimos allí. —Señaló el túnel—. No he mirado 195
dentro.

Xena miró la caja.

—Definitivamente no estaba allí cuando nos fuimos —dijo—. Me pregunto qué


pequeña sorpresa contiene.

En sus estancias. Gabrielle sintió otro escalofrío. ¿Cómo habían llegado allí?
¿No había un guardia? ¿También había allí una entrada escondida?

¿Había más de un tipo malo?

Xena asomó la cabeza por la puerta de madera que se abría al patio del
establo. Parpadeó cuando los copos de nieve impactaron en sus ojos, y
estaba más que sorprendida de ver la pequeña capa en el suelo.

—¿Nieve?
—Sí. —Brendan se acercó—. Acaba de comenzar hace un momento. Raro en
esta época de la temporada, ¿eh?

—Una tormenta anormal, supongo. —La reina salió al establo con la caja
acunada cuidadosamente en sus manos. Caminó hacia el centro del espacio
abierto y la dejó en el suelo, luego retrocedió, hasta que se reunió con Brendan
en los escalones—. Dame esa ballesta.

Brendan se la entregó, y revisó el seguro, luego se la llevó a la mejilla y avistó


a lo largo del pozo hasta su objetivo. Exhaló y se quedó quieta, luego apretó
el mecanismo, contenta del agarre que tenía cuando la cuerda se soltó y la
ballesta se sacudió.

La flecha golpeó la caja, haciendo saltar la tapa superior como había


previsto. Por un momento, ella y Brendan se quedaron allí mirándola, luego
Brendan comenzó a avanzar portando un escudo.

Xena sacó un perno de ballesta de la bolsa que llevaba atada al muslo y


recargó la ballesta, colocándola en el hueco de su brazo mientras cubría el
avance de su capitán. 196

El patio del establo estaba vacío, lo cual no era sorprendente dado el clima,
pero no quería correr ningún riesgo. Levantó la cabeza y escudriñó las
murallas, sus ojos se movieron momentáneamente hacia la pasarela superior,
donde una vez estuvo allí de pie y ordenó matar a la hermana de Gabrielle.

Brendan llegó a la caja y miró hacia abajo. Luego se volvió y miró a Xena. La
reina interpretó su lenguaje corporal y comenzó a avanzar, dejando que la
ballesta descansara sobre su hombro con la punta hacia el cielo.

—Una pequeña falsa alarma —comentó Brendan indicando la caja.

Xena miró hacia abajo y encontró un hermoso broche de plata en el interior,


formado por tres rosas entrelazadas de diferentes tonos hechas de piedras
brillantes.

—Ah.

Brendan se arrodilló y recuperó la caja, levantándose con ella en sus manos.

—Bonito.
Había un pequeño pedazo de pergamino en la caja. Xena lo sacó y lo abrió,
medio girando para que la luz de la antorcha brillara sobre él.

—Umm —murmuró—. Ve a buscar a Stanislaus, ¿quieres? Llévalo a donde


estamos establecidos.

—Sí. —Brendan le entregó la caja y se volvió para cumplir sus órdenes—.


¿Crees que sabe quién puso eso en tu alcoba?

—Algo así. —Xena colocó de nuevo el broche en la caja y la cogió. Siguió a


Brendan por el patio y bajó los escalones mientras él giraba a la derecha para
cruzar hacia el corredor superior.

Gabrielle estaba esperando al pie de los escalones.

—¿Todo bien? —preguntó cuando reapareció Xena.

—Sí. —Xena la acercó a una de las antorchas y le mostró la caja—. ¿Ves?

—¡Oh! —Gabrielle inclinó el recipiente hacia la luz—. ¡Oh, Xena! ¡Eso es tan 197
lindo! —Levantó la vista—. ¿Eso estaba en esa caja? ¿Eso es lo que había en
nuestra alcoba?

—Ajá. —Xena le entregó el pergamino—. No es la peligrosa trampa


envenenada que había imaginado.

—Oh. —Gabrielle dejó la caja sobre la mesa de trabajo y abrió el pergamino.


Leyó el contenido dos veces, antes de mirar a la reina, que había vuelto a su
posición inclinada mirando el diseño de las mazmorras—. Guau.

—Mm.

Gabrielle volvió a mirar el pergamino.

Su Majestad, por favor, tome esta pieza como una pequeña muestra de la gran
estima que tengo para su real persona en mi corazón. Aunque a veces hemos
estado en desacuerdo, nunca me he arrepentido de haberle dado la espalda
al exilio cuando su predecesor falleció y tomar la decisión de quedarme y
servirle.

Agradezco las palabras de antes, sobre lo que imagina.


Su obediente sirviente, Stanislaus.

—¿Qué le dijiste? —miró a la reina.

Xena la miró de reojo.

—Más de lo que imaginé, al parecer —respondió—. Solo le dije que era una
lástima que el imbécil al que usurpé, le cortara su hombría.

—Oh. —Gabrielle hizo una mueca.

—Sí, y he conseguido una bonita baratija por ello. —La reina suspiró—. ¿Qué
pasa conmigo? Hablo en serio y la gente me envía regalos. Hago matar a
esclavos no deseados y sus parientes se enamoran de mí. —Se volvió y
extendió las manos en patente súplica—. No lo entiendo. —Gabrielle dejó el
pergamino, se acercó, puso sus brazos alrededor del cuerpo de Xena y la
abrazó. Xena cruzó los brazos alrededor de su consorte y le devolvió el abrazo.
Y siguió haciéndolo, incluso cuando la puerta se abrió de golpe y Brendan
entró, frunciendo el ceño—. ¿Qué?
198
—Majestad, no he podido encontrarlo —dijo Brendan—. Los sirvientes dicen
que se ha ido hace una marca de vela o más.

La reina se quedó quieta.

—No estoy feliz de escuchar eso —dijo—. Pon un escuadrón. Encuéntralo.

Brendan asintió.

—¿Quieres que envíe a un hombre para que te traiga a ese persa que
pediste?

Xena negó con la cabeza.

—Iré allí yo misma, con la rata almizclera —dijo—. Encuentra a Stanislaus. Pon
este lugar del revés si tienes que hacerlo.

Brendan asintió y se fue.

—¿Crees que le ha pasado algo? —preguntó Gabrielle mirando con tristeza


la caja—. Oh, Xena, espero que no. No después que te haya dado un regalo
tan bonito.
—Yo también espero que no —dijo Xena—. Ese bastardo me saca de quicio,
pero su corazón está en el lugar correcto. No muchos lo están. —Liberó a
Gabrielle—. Venga. Vamos a tener una charla con tus amigos de masaje. Tal
vez puedan darme algunas pistas.

—Xena, no creo que hayan tenido la intención de hacer ningún daño. —


Gabrielle metió la mano dentro del codo de la reina mientras subían los
escalones que conducían a la sala central—. Y, de todos modos, fui yo quien
les pidió enseñarme.

—Lo sé. —Xena orientó sus pasos hacia la escalera cerrada que conducía a
las mazmorras. No había ningún pasadizo que conociera o conectara el nivel
de la mazmorra con el túnel en el que acababa de estar en peligro, pero por
lo visto, no sabía tanto sobre las partes subterráneas de su reino como
pensaba—. Está bien. No les voy a pegar. Quiero ver si consigo que canten
cualquier cosa que hayan oído allá abajo.

—Oh.

Xena descorrió el cerrojo de la puerta, la abrió y comenzaron a bajar. Los 199


escalones eran amplios pero irregulares, y el techo descendía rápidamente
hasta casi rozar la cabeza de Xena. La reina se agachó un poco y bajaron el
último tramo de escaleras, más empinadas, hacia la cámara inferior.

Esta no era diferente a la que acababan de dejar. Sin embargo, era más
oscura y húmeda, y había menos antorchas. Había pasillos que partían en tres
direcciones, pero uno estaba fuertemente cerrado.

Xena lo miró.

—Recuérdame llevarte allí algún día, Gabrielle —dijo en voz baja.

Gabrielle miró el golpeado escudo de armas fijado a las puertas de hierro.

—¿Es ahí donde está tu hermano? —supuso con voz suave.

—Sí. —Xena giró y se dirigió hacia el pasillo central, que estaba en mejores
condiciones, y obviamente había visto el uso reciente.

Luego se detuvo y se volvió.


—De hecho, ahora es un momento tan bueno como cualquier otro —dio un
paso atrás y regresó a la cámara, yendo a las puertas y apoyando las manos
sobre ellas. Estudió el pestillo atentamente, luego sacó su daga y activó el
mecanismo.

Se abrió sin ningún problema. Xena abrió la puerta completamente, entró, y


tomó una antorcha de un aplique en la pared de entrada. Marcó el camino
por el estrecho pasillo, yendo lo suficientemente lento como para permitir que
sus ojos recorrieran cada centímetro.

Gabrielle caminaba sin hacer ruido detrás, y un silencio se instaló alrededor


que le provocó un cosquilleo en la piel. Puso una mano sobre la espalda de
Xena cuando doblaron una esquina, y luego entraron en una cámara más
grande.

Podía ver dos criptas allí, y los latidos de su corazón agitaron su pecho al darse
cuenta que una estaba ocupada y la otra no.

La estancia era sencilla, solo paredes de roca cincelada, y en un lado, un


banco de piedra para sentarse. No había otra decoración. 200

Olía tranquilo, polvoriento y un poco húmedo, no tan mojado como en el


corredor exterior. Gabrielle rodeó la cripta vacía y se dirigió a la otra,
colocando sus manos en silencio sobre la parte superior.

El escudo de armas de Xena estaba tallado en la piedra, y lo tocó con la


punta de los dedos, tratando de imaginar cómo habría sido el hermano menor
de su amante. Recordaba que la reina le había dicho que había sido más
bajo que Xena y rubio como Gabrielle.

Un niño pequeño, que había sufrido, vivido, y crecido con su hermana,


peleando toda la vida para conseguir este lugar y luego perderlo solo por
despecho.

Era horrible, pensó.

Horrible que hubiera tenido que morir de la forma en que lo hizo. Horrible para
Xena haberlo encontrado, y peor aún, saber que la única razón por la que lo
habían matado, era el odio hacia ella.

Horrible.
Xena estaba rondando por la cámara, revisando cada centímetro. Examinó
pacientemente la cripta vacía, y luego fue a lo largo de las esquinas de la
estancia.

»Ya sabes —dijo la reina, mientras miraba detenidamente el polvo en el


suelo—. Tendré que encontrar otro lugar para todas estas cosas.

—¿Por qué? —Gabrielle volvió la cabeza—. Esto es un poco agradable. Es


tranquilo.

—Es demasiado pequeño —dijo Xena, arrodillándose para examinar una


mancha en la piedra cerca de la puerta. Levantó la vista—. Nunca imaginé
que tendría más familia además de él. Ahora la tengo. —Fue improvisado y
normal, y golpeó fuertemente a Gabrielle en un lugar inesperado. Sintió que
se le cerraba la garganta y miró hacia otro lado, y luego hacia abajo,
parpadeando y viendo caer gotas oscuras sobre la piedra—. ¿Qué pasa, rata
almizclera? —Xena se acercó y le puso una mano en el hombro—. Oye, no
era mi intención disgustarte. No es necesario que te pongan a mi lado si no
quieres. Podemos hacer que te pongan en el establo junto al puesto de
Parches.
201

Eso trajo una leve sonrisa a la cara de Gabrielle.

—No... quiero decir... por supuesto Xena. Quiero ir a donde quiera que vayas
tú, y quedarme contigo para siempre —dijo—. Yo solo… Recordé esa noche
después de la muerte de Lila, y cómo me sentí... me di cuenta de lo sola que
estaba en el mundo. No tenía a nadie.

Xena asintió sombríamente.

—Así es exactamente como me sentí yo cuando Ly murió —comentó—.


Éramos solo nosotros. —Puso su mano sobre la piedra—. Y después era solo yo.

Gabrielle se acercó y tomó su mano.

—Sin embargo, yo solo tuve que esperar un día —dijo—. Porque al día
siguiente... aunque no me di cuenta entonces, ya no estaba sola. —Xena
sonrió e inclinó la cabeza para mirar a su consorte. Gabrielle estudió la cripta
vacía—. ¿Crees que podríamos caber aquí juntas?

La reina la rodeó con sus brazos y la abrazó, meciéndolas a ambas durante un


momento de tranquilidad.
—Es por eso que todo esto me está volviendo loca, Gabrielle —dijo en voz
baja—. Siento como si alguien estuviera tratando de quitarme todo de nuevo.

—No les dejaré hacer eso —dijo Gabrielle—. Nadie va a separarnos, Xena. No
me importa qué clase de espeluznantes y siniestros espías sean.

Eso hizo sonreír a Xena, ese tono suave pero inflexible, proveniente de esta
pequeña y perseverante mujer que la abrazaba. Lo que fuera que Gabrielle
aportara a su relación, no había duda de su devoción.

Había pasado tanto tiempo desde que lo había sabido.

—Tal vez deberíamos ir a buscar a Tiger y a tu enano y sencillamente escapar


juntas.

Gabrielle inclinó la cabeza para mirarla.

—¿Solo nosotras?

Xena asintió. 202


—Solo nosotras —dijo—. Quienquiera que esté haciendo esto, me quieren. Si
no estoy aquí... quizás todos los demás tengan suerte y les dejen en paz.

Gabrielle pensó en eso.

—Iré a donde sea que vayas —dijo—. ¡Tal vez podamos ir a buscar ese barco!

La reina sonrió.

—Tal vez —suspiró—. Pero ya sabes, aún no estoy lista para huir —dijo—.
Mantén ese pensamiento en tu cabeza, rata almizclera. Ese puede ser mi plan
B.

Hm.

Gabrielle realmente sintió una sensación de emoción al pensar en ese plan.


Nunca olvidó la sensación que tuvo cuando estaban en el barco, en el puerto
de la ciudad portuaria, y por un momento parecía que lo iban a conocer
mejor.

—Está bien, lo haré —dijo—. Pero, ¿qué vamos a hacer ahora?


Xena apoyó la barbilla en la parte superior de la cabeza de Gabrielle.

—Bueno, no entraron por aquí —dijo—. Estoy contenta de eso. Quería


asegurarme. Ya me jodería si llego a tener a esos cabrones escondiendo sus
tubos de bambú en mi propia cripta. Así que ahora seguimos cazando. —Se
separaron, y Xena abrió el camino hacia la salida—. Vamos a averiguar qué
tienen que decir los persas. —Esperó a que Gabrielle saliera de la cripta y luego
cerró y echó el pestillo a las puertas, colocando la antorcha de nuevo en el
aplique antes de subir por la corta escalera que conducía a la cámara inferior.

Oyeron voces que bajaban por el pasillo central y caminaron rápidamente


hacia las grandes puertas de madera que conducían al cuartel de guardia.

Aquí el suelo rechinaba, y cuando pasaron por el portal abierto, la actividad


interior se detuvo torpemente.

—Su Majestad. —Uno de los persas mayores se acercó y se arrodilló frente a


ella. Fue un gesto sorprendentemente natural—. Nos honra que nos visite.

Xena hizo un gesto hacia la mesa. 203


—Sentaos. —Cruzó la estancia y se sentó al final del ancho caballete de
madera.

Los barracones no eran lujosos, pero estaban seguros y con el fuego


encendido en la gran chimenea, cuyo tiro estaba en ángulo para unirse al
más grande en las cocinas de arriba. Había una sala principal, donde estaban
ahora, y seis cámaras separadas, y con literas.

Los persas habían hecho suyo el espacio, había cimitarras curvas por ahí y los
escudos redondos, y tapices cuidadosamente pintados cubrían las paredes
llenas de símbolos de su cultura.

A Xena le gustó bastante. Estaba bien cuidado y ordenado, y había una


camaradería de espada aquí, que le recordaba a su propio ejército y su
pasado.

Los persas se acercaron cautelosamente y se sentaron, mirando inquietos a


Gabrielle, que se había sentado al lado de la reina.

Xena cruzó las manos y las dejó sobre la mesa.


»Lakmas. —Miró al capitán superior—. ¿Os han proporcionado todo lo que
necesitáis? —Observó la cara del hombre. Tenía una mandíbula cuadrada y
un perfil pesado y angular con una barba oscura esmeradamente recortada.

El persa asintió, incluso antes que ella dejara de hablar.

—Y más, Majestad —respondió con su profunda voz calmada—. Hoy, de


hecho, nos han traído buenas ropas gruesas, para la estación fría. —Echó un
vistazo hacia la puerta—. La cual ha llegado con mucha sorpresa, creo.

—Ha empezado pronto. —Xena estuvo de acuerdo—. No he vuelto a saber


de tu gente... Hasta el momento.

Los hombres la observaron atentamente. Sin embargo, era difícil decir, por sus
expresiones, si estaban contentos o tristes de oír eso. Entonces Lakmas aclaró
la situación.

—Majestad, nos gustaría que no lo hiciera —dijo.

Xena asintió pensativa. 204


—Ya veo.

—Entendemos por qué nos mantienes así, en honrosa esclavitud. —Lakmas


continuó—. Solo esperamos que llegue un momento en que puedas aceptar
nuestras espadas a tu servicio. —Xena los estudió a todos. Había doce
hombres aquí, representativos de las dos veintenas que había capturado en
la batalla, los cuales estaban esparcidos por los cuarteles de la guardia bajo
tierra. No habían mostrado ninguna evidencia de traición alguna desde
entonces—. Espero, su Majestad, —Lakmas volvió a hablar, un poco
tímidamente—, que no nos guarde rencor por enseñarle a su noble consorte
algunas de nuestras habilidades.

La reina sonrió.

—No —dijo—. De hecho, el hacerlo podría haber ido a vuestro favor —dijo—.
Tengo razones para creer que hay uno o más agentes enemigos dentro de la
fortaleza. Me gustaría vuestra ayuda para encontrarlos. —La respuesta tácita
fue increíble. Los soldados persas eran todos hombres de aspecto duro, con
cuerpos grandes y musculosos, de piel oscura y ojos oscuros, y al oír estas
palabras, todos se enderezaron en sus asientos como niños a quienes les
prometieran tarta helada para el postre, y sus expresiones se iluminaron. Habría
sido divertido, la verdad. Xena ahogó una sonrisa—. En primer lugar, me
gustaría saber si alguno de vosotros, o de vuestros hermanos, habéis notado
algo extraño en los últimos siete días. Ruidos. Olores. —Levantó una mano—.
Cualquier cosa.

Lakmas volvió la cabeza.

—Gibron, ve a buscar a Bitras y Alain. ¿Recuerdas lo que estaban diciendo


esta mañana? ¿Sobre las hojas? —Bitras, el segundo al mando persa, se
levantó y saltó sobre el banco, dirigiéndose al cuartel, llamando en voz alta a
los hombres que había mencionado. Luego se volvió hacia la reina—. Su
Majestad, con esta incertidumbre, me abruma que acuda a nosotros para
ayudarla.

La reina sonrió sombríamente.

—La confianza es algo relativo —dijo—. Así que vamos a ver si he acertado
esta vez. —Se inclinó hacia adelante—. Déjame decirte lo que he encontrado
hasta ahora.
205
Uno de los persas se levantó y se dirigió a la chimenea.

—¿Té, su Majestad?

Lakmas sonrió y apoyó los codos sobre la mesa.

—Tal vez el tiempo haya cambiado de verdad.


Parte 6

—Es la Cosecha —dijo Xena, sus manos ahuecadas alrededor de la taza de


té—. Todo comerciante y lameculos de leguas a la redonda, está en esta
fortaleza.

—Entonces, no se trata de buscar extraños —reflexionó Lakmas—. No te serviría


de nada.

—No. —La reina estuvo de acuerdo—. Creo que han elegido el momento por
eso. —Los persas asintieron. La cámara estaba mucho más abarrotada ahora,
ya que la mayoría de los soldados que había capturado y cabían en el
espacio, estaban allí, y los que no, estaban mirándolos desde la puerta—. El
bastardo parece estar merodeando por estos túneles. —Xena señaló una hoja
de pergamino gastado, que tenía nuevas líneas de vetas de carbón dibujadas 206
en el—. Los que van alrededor de vuestros cuartos, por aquí.

—¿Bitras? —dijo Lakmas—. Cuenta lo que viste.

—Más bien escuché, hermano. —El hombre llamado Bitras se movió un poco
en su asiento, consciente cuando los ojos de Xena se volvieron hacia él—. Me
estaba afeitando en el canal cerca de la pared posterior de allí. —Señaló la
parte posterior de la gran cámara—. Y oí lo que pensé que eran gatos, o ratas,
rascando.

Xena ladeó la cabeza ligeramente.

—Tenemos de los dos aquí —admitió—. Una de las malditas cosas duerme
debajo de mi cama. —Hizo una pausa—. Nuestra cama. —Se corrigió con una
sonrisa.

Los persas parecían un poco incómodos.

—Así que dejé mi cuchillo y fui a buscar a las criaturas. —Bitras valientemente
siguió adelante—. Miré por todas partes, en los almacenes, y debajo de la
repisa de la chimenea, pero no pude encontrar nada, solo estas. —Levantó su
mano y la giró, liberando una pequeña nube de objetos marrones y livianos
sobre la mesa—. Como sabe su Majestad, no tenemos árboles aquí en el
cuartel.

Xena extendió la mano y tomó una de las hojas, llevándola a los ojos y
estudiándola. Estaba curvada y seca, con venas débiles y olía a humo. El tipo
de hoja, sin embargo, era extraño a sus ojos.

Y eso, de hecho, era raro. Miró a Bitras.

—¿Has visto este tipo antes? —El persa negó con la cabeza—. Por eso me
pareció tan extraño, su honorable —dijo—. Hemos estado fuera en el patio
estos meses, y creíamos que conocíamos los árboles. Estos no son ninguno de
ellos, ni tampoco de nuestra patria.

—No, no lo son. —Xena aplastó una y se la llevó a la nariz con cautela. Olía
ligeramente a especias—. Ahora, ¿dónde he olido eso antes? —Gabrielle se
levantó y se inclinó, olisqueándola. Volvió a sentarse, con un leve ceño
fruncido en la cara—. ¿Te recuerda a algo, rata almizclera?

—Lo hace —dijo Gabrielle—. Pero no puedo pensar en... oh. —Se detuvo—. 207
Ahora recuerdo. Cada estación fría solíamos tener un comerciante en mi
aldea que traía velas. Cuando las quemábamos, olía así.

—Velas. —Xena repitió pensativa—. ¿Pero sólo en la estación fría?

Gabrielle asintió.

—En el verano, las aromatizaban con flores. Pero no hay flores en invierno, así
que usaban lo que fuera. —Señaló las hojas—. Para que huela bien. Porque
de lo contrario, a veces la cera huele a rancio.

Xena olió las hojas de nuevo.

—Así que tal vez podrías poner esto en...

—¿Un baúl de ropa, su Majestad? —sugirió Lakmas—. Para refrescarla. Mi


madre lo hizo, una vez, pero con olores más familiares para mí, de mi tierra.

—O ropa de cama —agregó Bitras—. Puse agujas de pino en mis pieles


mientras atravesábamos el bosque.

Todos los otros persas lo miraron.


—Me encanta el olor a pino. —Se aventuró Gabrielle—. Teníamos pinos
rodeando nuestro pueblo, y en el invierno, la nieve se veía tan bonita
cubriéndolos.

Xena la miró, luego a los persas.

—¿Todos habéis terminado de intercambiar consejos caseros? —preguntó—.


Será mejor que no encuentre agujas de pino en mis sábanas, Gabrielle.

—Oh, no. —Gabrielle la tranquilizó—. Eso sería realmente incómodo.

—Muéstrame dónde encontraste esto. —Xena se levantó—. ¿Alguien más ha


oído algo? ¿O visto cualquier cosa? ¿Sombras? ¿Gente que no conocéis
deambulando? ¿Asesinos con capas y máscaras?

Todos parecían un poco disgustados porque nadie más parecía haber visto u
oído algo.

—¿Podemos buscar en este nivel por usted, Majestad? —ofreció Lakmas


esperanzado—. Conocemos algunos de los túneles, aunque no nos hemos 208
aventurado muy lejos, sabemos que tiene nuestro honor como fianza.

Xena lo estudió.

—Podéis —dijo—. Pero id en grupos, y tened cuidado. Lo último que quiero es


alguna mierda de trampa para mí, clavada en cualquiera de vosotros —dijo—
. Le gusta el veneno y alcanzar a la gente por la espalda.

—Prueba de que no es persa —dijo Lakmas, luego frunció el ceño—. Sholeh


era una aberración entre nosotros, usted debe saberlo. Ninguno aprobó su uso
en la batalla. Era la marca de un cobarde.

—No, pero ella tuvo que aprenderlo de alguien —dijo Xena con tono
tranquilo—. No era lo suficientemente inteligente como para ocurrírsele por sí
misma. Tal vez vosotros, los persas, no sois envenenadores, pero no apostaría
mi trasero a que no hay otros que puedan serlo.

Lakmas frunció el ceño.

—No soldados —dijo—. Luchamos contra nuestros enemigos honorablemente.


Con una espada o maza, o puños, o dientes. No que nos la claven por detrás.
Xena resopló, y luego se cubrió la boca apresuradamente, girándose y
señalando al soldado persa hacia adelante.

—Vamos —murmuró—. ¿Gabrielle? Vámonos. Lakmas, saca tus grupos de


búsqueda y asegúrate de que estén atentos a que no se la claven.

Los persas parecían un poco perplejos, al igual que Gabrielle, pero se unió a
Xena en la puerta y siguieron a Bitras por el estrecho y oscuro pasillo hasta
donde había encontrado las hojas.

—¿Xena?

—Uh Uh.

—¿Estás bien? Sonabas rara hace un momento.

—Te lo cuento más tarde. —Xena se frotó la cara y dejó que las silenciosas risas
se calmaran—. Me parto de risa yo sola a veces.

—Está bien. —Gabrielle estaba feliz de pegarse como una lapa en silencio. 209
Había aprendido durante los meses, que a veces, no siempre, pero en algunos
momentos, era mejor no saber lo que Xena pensaba que era para morirse de
risa. Especialmente cuando no era obvio, porque significaba que tenías un
agujero en tus calzas o algo pegado a tu espalda y no sabías.

—Fue aquí, su honorable. —El persa se detuvo y señaló.

Estaban en un callejón sin salida en los pasadizos subterráneos donde tres de


ellos se juntaban, en un espacio cuadrado en que había juncos pisoteados
atravesados, salvo en la esquina trasera que no tenía ningún pasadizo cerca.

Eso estaba en sombras. Xena parpadeó para enfocar sus ojos y se acercó
cautelosamente a la pared trasera, barriendo el suelo intensamente. El área
cerca de la esquina, estaba libre de juncos, solo oscura piedra desnuda y sin
brillo. Sacó una antorcha de la pared y se acercó.

—¿Ese montón de ahí? —señaló.

—Sí —dijo Bitras—. Tomé un puñado, pero ya ve, hay mucho ahí.
La reina se arrodilló cuidadosamente y estudió la dispersión de las hojas.
Incluso desde donde estaba podía olerlas, había suficiente para haber
llenado una pequeña bolsa.

Ella lo consideró.

—Buscad un trozo de tela —les dijo—. Un par de cuadrados cosidos juntos.

Bitras comenzó obedientemente a caminar por uno de los pasillos y Gabrielle


comenzó a buscar en las esquinas del espacio donde estaba Xena.

—¿Qué tipo de tela? —preguntó Gabrielle—. ¿Sería como un...? ¡Oh!

Xena se giró ante la exclamación, poniéndose de pie y desenvainando su


espada mientras se lanzaba sobre el pequeño espacio y aterrizaba frente a su
consorte.

—¿Qué?

Gabrielle la miró y puso una mano cautelosa sobre la cadera de la reina. 210
—Um. —Señaló una bola arrugada entre los juncos, medio enterrada—. ¿Es
eso lo que estás buscando? —Observó cómo la tensión en el cuerpo de Xena
se relajaba, los músculos de su cuello se deshinchaban mientras dejaba caer
su espada y se volvía a medias para mirarla.

—No hagas eso —le dijo Xena—. Voy a terminar golpeándome a mí misma en
la cabeza a este ritmo. —Se acercó y empujó la tela con la punta de su
espada, abriéndola y extendiéndola sobre el suelo.

—¿Qué es?

Xena recogió el objeto con su espada y lo levantó a la luz de la antorcha.

—Creo, mi pequeña ratita almizclera, que esta era la almohada de alguien.

—¿Una almohada? —Gabrielle parpadeó—. ¿En serio?

—Mm.

—Xena. —La voz de Brendan hizo eco suavemente.


—Aquí. —La reina tensó, al escuchar la crispación en la voz de su capitán—.
¿Brendan?

Una figura oscura se convirtió en el viejo soldado cuando llegó a la luz de las
antorchas y se enfrentó a Xena. Había sangre en su sobrevesta y se sacudía el
polvo de las manos, en su cara tenía un par de arrugas tensas.

—Lo he encontrado, Xena —dijo—. Será mejor que vengas.

Gabrielle inhaló bruscamente.

—Necesita tus manos —aclaró Brendan—. Fue destripado gravemente.

Xena envainó su espada con un poderoso y enojado movimiento y señaló el


camino por donde había venido Brendan. Le siguió pisándole los talones, y
Gabrielle la siguió a ella.

—Seguid buscando. —Xena les dijo a los persas mientras atravesaban el


cuartel y se dirigían hacia los escalones que conducían al patio—. Volveré.
211
Subieron corriendo la escalera y cruzaron el patio interior. Las puertas del
torreón principal estaban abiertas, derramando la luz de las antorchas y se
metieron en ella. Brendan abrió el camino a la derecha y entró en el gran
salón de banquetes.

Dentro era un caos. Los criados se arremolinaban, y los soldados entraban por
todos lados, la gran sala medio despejada de la cena con bandejas vacías y
copas desperdigadas por todas partes. El tiro de la puerta abierta agitaba las
velas en los grandes soportes de techo y las antorchas en la pared, y atenuaba
el ruido interior, luego se agudizó cuando fue reconocida la alta figura de
Xena.

—Es ella.

—Ha venido. ¡Se ve bien!

—Mejor muévete, dadle espacio.

Xena lo ignoró todo, abriéndose paso a través de la multitud y pasando a


Brendan cuando vio a un grupo de personas alrededor de la alta mesa en la
que habría estado sentada. Sus entrañas se contrajeron y esquivó a dos de los
soldados, dio un paso y saltó sobre la mesa en lugar de tomar el camino más
largo.

—¡Moveos!

Así advertida, la multitud se dispersó cuando saltó y luego se arrodilló junto a


la figura arrugada y empapada de sangre detrás de la mesa.

Pobre bastardo.

Xena pudo ver la respiración tenue y trabajosa cuando apartó una gruesa
almohadilla de lino que alguien había apretado contra él y reveló un corte
casi desde la axila hasta el ombligo, derramando sangre por todas partes.

Cuando lo tocó, sus ojos se abrieron como si sintiera su presencia, y lo miró a


los ojos.

Él lo sabía.

Gabrielle apareció al otro lado de su cuerpo, y tomó su mano entre las suyas, 212
dándole a Xena una mirada rápida y ansiosa.

—He enviado dos de los soldados a por tu bolsa.

Xena volvió a poner la almohadilla de lino.

—Aprieta ahí, Gabrielle —dijo en voz baja—. Presiona, pero no fuerte.

Esperó a que su consorte obedeciera, luego volvió su atención a los ojos


vidriosos que la observaban y su mente regresó brevemente a su pasado, y al
campo de batalla, y a las muchas veces que se había arrodillado así y había
visto esa mirada.

Le puso una mano en la mejilla y sintió el frío en las yemas de los dedos.

—Gracias por la nota —le dijo—. ¿Qué ha pasado aquí? —Podía oír las botas
correr detrás de ella, pero mantuvo sus ojos en los de él. Con todos los soldados
a su alrededor y Gabrielle arrodillada allí, imaginó que alguien la advertiría si
estaba en peligro de recibir una lanza en la espalda.

—Estaba hablando con... —Él cerró los ojos—. El cocinero sobre el desayuno.
Estaban moviendo mesas, luego algo me golpeó.
—¿Aquí, en el salón?

El asintió.

—¿Justo en el medio de todos? —Gabrielle sonó tan sorprendida como se


sintió Xena—. ¡Ovejas!

—Majestad. —Uno de sus soldados llegó sin aliento y se arrodilló


cuidadosamente a su lado con la bolsa de cuero donde guardaba sus
suministros de curación en sus manos.

Xena era consciente en sus sentidos periféricos, que estaba siendo observada.
Miró rápidamente a su alrededor, viendo a sirvientes y soldados, e invitados
que habían llegado al oír el caos, de pie en grupos con los ojos abiertos
mientras observaban el drama que se desarrollaba alrededor de la mesa alta.

Philtop estaba allí, se dio cuenta de repente. De pie cerca de una pared, con
los brazos cruzados sobre su pecho bien construido, sus ojos en ella.

—Xena —susurró Stanislaus. 213


Ella se volvió hacia él.

—Aguanta —le dijo—. Voy a hacer que desees estar muerto en un minuto, lo
prometo. —Abrió la bolsa en las manos de los soldados y sacó desinfectante,
jirones de tela, hilos y una aguja de hueso, junto con un paquete de hierbas
molidas.

Él la miró fijamente.

—Un honor estar a su servicio. —Logró decir, luego sus ojos se movieron hacia
Gabrielle—. Lo siento, te juzgué mal Gabrielle.

—Yo también. —Gabrielle le sonrió—. Pero está bien. Todo salió bien. —Se
movió ligeramente a un lado para darle más espacio al soldado—. Sé que
esto también lo hará. Xena es una sanadora increíble, ¿sabes?

Xena hizo una nota mental para agradecer adecuadamente a su amada


consorte la presión adicional sobre ella, mientras levantaba la almohadilla de
lino y mojaba los paños de su bolsa con el desinfectante. El flujo de sangre
había disminuido, para su alivio, y limpió la herida larga y fea, con cantidades
generosas de la mezcla.
Era una herida mala. Xena sabía que había una buena posibilidad, de que
incluso si lo cosía, probablemente muriera de infección de todos modos. La
mayoría lo hacía. Incluso ella había enfermado cuando la flecha había
perforado su cuerpo y era más resistente que muchos.

¿Era posible que alguien lo hubiera apuñalado justo en el medio del salón?

Xena resistió las ganas de mirar alrededor.

¿Estaba aquí quien le había apuñalado? ¿Mirándola?

Sintió movimiento a su derecha y vio a Brendan moverse para pararse entre


ella y lo que fuera.

—¿Viste quién te golpeó? —preguntó, mirándolo sacudir levemente la


cabeza—. ¿Nadie extraño a tu alrededor? Vamos Stanilaus. Conoces a todos
los que son de aquí.

Nuevamente, él negó con la cabeza.


214
—Dolor —murmuró—. Entonces me empujaron hacia abajo.

Xena enjuagó la herida de nuevo y luego enhebró rápidamente la aguja de


hueso con una buena cantidad de hilo. Apretó el corte cerca de su corazón
y se inclinó sobre él, cosiendo cuidadosamente la abertura.

—Y bien, Xena. Parece que ni siquiera puedes mantener a tus propios sirvientes
a salvo y mucho menos a nosotros.

Xena mantuvo su concentración. Podía oír el leve traqueteo en la respiración


de Stanislaus y se movió un poco más rápido, presionando sus dedos en el
espacio para tratar de detener el flujo de sangre.

—Xena —susurró su paciente.

—¿Mm? —La reina gruñó—. Ocupada.

—¡Xena! —Philtop la llamó por su nombre—. ¿Vas a admitir que no tienes el


control aquí? ¡Hay un asesino suelto! ¡Se está riendo de ti!

—Que gilipollas —gruñó Gabrielle, provocando que los labios de la reina se


tensaran un poco.
—Ignóralo. —Xena se movió un poco—. Barac, acerca esa luz para que
pueda ver lo que Hades estoy haciendo.

El soldado lo hizo.

—¡Xena! —gritó Philtop—. ¡Le debes una respuesta a esta gente!

—Señora. Él le está desautorizando —dijo con voz áspera Stanislaus entre los
dientes apretados—. Ocúpese de él.

—Lo siento. —Xena continuó su trabajo, encontrando una gran vena cortada.
La ató rápidamente y continuó cosiendo—. No me aparto de ayudar a un
soldado solo para responder a un tonto del culo sin importar si todo el maldito
reino depende de ello.

—Si tú no puedes controlar las cosas, lo haré yo —gritó Philtop—. ¡Hombres, a


mí!

Xena hizo un rápido medio nudo y luego miró al soldado.


215
—Vigila mi espalda, ¿quieres?

—Majestad. —El soldado le pasó la antorcha a Gabrielle y luego se puso de


pie, sacando la espada de su cinturón y soltando un grito mientras el salón
estallaba en movimiento a su alrededor.

Gabrielle estaba de pie con las piernas ancladas, sosteniendo la antorcha en


alto para darle luz a Xena mientras observaba los atropellos y empujones a su
alrededor. Los hombres estaban dando voces y Philtop había reunido a un
grupo de sus muchachos a su alrededor y le estaba gritando a la gente que
dieran un paso al frente y se hicieran oír.

¿Por qué? se preguntó. Lo último que pensaría, es que alguien quisiera


declararse como parte de una insurrección con Xena allí para presenciarlo.

—Xena, viene hacia aquí.


—Ocupada. —Xena tenía la cabeza inclinada sobre la forma inmóvil de
Stanislaus—. Necesito cerrar esto o va a desangrarse hasta morir, Gabrielle. Si
ese estúpido bastardo se acerca demasiado, tírale piedras.

—Xena.

—O sacas mi espada y lo destripas, lo que te haga más feliz —respondió la


reina—. No puedo quitar mis manos de él ahora mismo. —Miró a su consorte—
. Pon esa antorcha en el soporte allí.

Gabrielle obedeció, luego se volvió y observó a Philtop y su gente


acercándose a empujones, tratando de apartar a un lado a los pocos
soldados de las tropas de Xena que las rodeaban. No estaban peleando en
realidad, no habían sacado sus armas, pero podía sentir la amenaza en ellos.

Postureo en su mayoría. Se movió un poco a un lado, interponiéndose entre


Xena y la multitud que se aproximaba. Tenía su honda, y la sacó del cinturón
con una mano.

—¡Xena! —gritó Philtop—. Explícale a esta gente, TÚ gente, ¡Por qué permites 216
que haya asesinos sueltos por este lugar y no los proteges!

—Xena está ocupada —le respondió Gabrielle—. Está salvando la vida de


alguien.

—Oh, por favor.

La multitud se volvió, escuchando su voz.

—Y bien, ¿simplemente eres estúpido? —preguntó Gabrielle—. ¿O estás


ciego? Cualquiera puede ver que hay un hombre aquí que está herido. —
Señaló a Stanislaus—. Así que, ¿por qué no te vas de aquí y la dejas trabajar?

Estaba encima de la plataforma elevada que ocupaba la mesa de Xena en


el salón, y eso la colocaba lo suficientemente alto como para que todos
pudieran verla. Puso sus manos en sus caderas y observó a la multitud
moviéndose, insegura de que estaba pasando realmente.

—Han muerto guardias, han muerto siervos... tu heredero real casi muere. Todo
el mundo lo sabe —dijo Philtop—. ¿Qué estás haciendo al respecto, Xena?
Todos estamos atrapados aquí.
Los soldados de Xena se reunieron haciendo una pared, entre ella y el resto
de la sala. Solo había una docena, pero sacaron sus armas y fulminaron con
la mirada a Philtop.

—Te he dicho que está ocupada. —Gabrielle tocó a uno de los hombres en el
hombro—. Ve a buscar a Brendan, y a la guardia personal —dijo—.
Necesitamos esta sala despejada.

—Su gracia. —El hombre se tocó el pecho y se dirigió hacia la puerta. Él tenía
una espada en la mano y las personas que estaban entre él y la entrada, se
dispersaron rápidamente fuera de su camino.

Philtop entrecerró los ojos mientras la miraba y veía la reacción de los soldados
con ella. El resto de los nobles en el salón comenzaron a alejarse de él y él
también lo notó. Abrió la boca para decir algo, luego volvió a cerrarla.

—Mirad. —Gabrielle se dirigió a la inquieta multitud—. Sabemos que hay gente


que ha salido mal parada. Xena tiene al ejército buscando a la persona o
personas responsables de eso. Nadie quiere que alguien más sufra daños, pero
es un lugar grande y hay muchos extraños aquí. —Al decir eso, miró 217
deliberadamente a Philtop.

—¿Me estás acusando? —preguntó en el repentino silencio.

—Bueno. —Gabrielle lo miró—. Los ataques comenzaron tan pronto como


llegaste aquí —comentó—. Ya sabes, si yo fuera tú, no querría correr por ahí
gritando acerca de lo que Xena está haciendo al respecto, porque podría
suponer que eres tú y probablemente no te guste lo que hará si lo cree.

Philtop la miró.

—Ha muerto gente —dijo—. Y yo…

Gabrielle lo interrumpió.

—La gente muere aquí todo el tiempo —dijo—. Los he visto. Justo aquí, en esta
misma sala precisamente. —Hizo un gesto alrededor—. Probablemente sea
una buena idea que todo el mundo se retire, e intente descansar un poco.

Philtop miró a los nobles circundantes, que comenzaban a dirigirse hacia la


puerta.
—¿Corréis ante las palabras de una campesina?

—Por supuesto que lo hacen —dijo Gabrielle—. Ninguno es tonto. Ellos


entienden cómo funcionan las cosas aquí.

Philtop dio un paso hacia ella, saltando sobre la plataforma. Gabrielle buscó
detrás y puso la mano en la empuñadura de la espada de Xena.

—No pares, rata almizclera. Casi he acabado aquí —la voz de Xena sonó más
que divertida.

—¿Entiendes cómo funcionan las cosas aquí? —Gabrielle continuó desafiante,


dirigiéndose a Philtop—. No creo que lo hagas. —Philtop avanzó, y mientras lo
hacía, Gabrielle sacó la espada larga y pesada de la funda de Xena,
agradecida de que todos esos fardos que había empujado en la cámara de
práctica de Xena, le permitieran levantarla y llevarla delante de ella sin dejarla
caer o apuñalarse en el pie. Allí estaba, con una honda en una mano y la
espada en la otra. Se sentía raro. Pero Gabrielle los agarró con firmeza y
mantuvo sus ojos en Philtop, que se había detenido cuando le apuntó con la
espada—. No hagas algo estúpido —le dijo—. No dejaré que le hagas daño, 218
pero si lo intentas, apuesto a que acabarás lamentándolo.

Philtop miró a su alrededor. Los otros nobles simplemente lo miraban ahora con
expresiones evasivas. Los soldados de Xena estaban todos agrupados en el
suelo delante de Gabrielle y su amante, y sus propias tropas estaban de vuelta
donde él los había dejado.

Tenía pocas dudas de que podría derrotar fácilmente a la mujer joven y bajita
entre él y la figura arrodillada de la reina, pero también sabía que un paso más
hacia ella, probablemente haría que Xena se pusiera de pie para proteger a
su pequeña campesina desaliñada.

Y él no quería enfrentarse a Xena. Tenía mucha confianza en sus propias


habilidades marciales, pero ya había sentido la fuerza en su cuerpo en su
lucha anterior, y se dio cuenta de que, la antaño maleante, no había perdido
mucha de su habilidad para luchar en los años intermedios.

Podía ver su cuerpo cubierto de cuero justo detrás de Gabrielle, los brazos
desnudos de cobre bruñido, a la luz de las antorchas mientras estaba
agachada sobre su estúpido lacayo, y los hombros bien formados expuestos
sin ninguna suavidad evidente.
Sexy como siempre, maldita sea.

Su momento había pasado.

Maldita sea la pequeña enana.

Lanzó una mirada asesina a la cara redonda y común de Gabrielle. Esa


pregunta directa, pronunciada con esa estúpida vocecilla, había hecho que
todos se detuvieran y dieran un paso atrás, y él había perdido su momento.

Él levantó ambas manos.

—No estoy aquí para dañar a nadie —cambió su táctica—. Estoy intentando
que tu reina se dé cuenta de que va a perder todo si no despierta.

—No creo que esté durmiendo. —Gabrielle respondió—. Pero creo que tú vas
a perder algo si no dejas de molestarla. —Hizo una pausa, consciente de todos
los ojos y oídos enfocados en ella—. Si queda algo, quiero decir.

Los soldados de Xena se echaron a reír, mientras Philtop se volvía de un rojo 219
oscuro. Entonces, de repente, la puerta se llenó de Brendan y una docena de
guardias, y la gente del interior comenzó a desaparecer tan pronto como los
soldados despejaron el camino, algunos sofocando una risa y mirando a
Gabrielle al salir.

—Su Gracia. —Brendan se unió a ellas en la plataforma, sacando su espada


cuando llegó a su lado—. ¿Algún problema aquí? —Miró a Philtop—. Tienes
tendencia a causar problemas, ¿eh? Raro para un mendigo.

Xena terminó la última puntada y contempló su obra. Los ojos de Stanislaus


ahora estaban cerrados, y tenía una larga línea sangrienta en el costado.

—Brendan —dijo Xena—. Olvídate de ese tonto. consígueme cuatro hombres,


con una camilla, y llévalo a su alojamiento. Quiero que se queden con él.

—Sí, señora. —Brendan retrocedió un paso, pero mantuvo los ojos fijos en
Philtop—. Vosotros cuatro. Alic, consigue una camilla, ¿quieres? Rápido,
ahora.

Limpiándose las manos, Xena se puso de pie, sintiendo cómo la sangre volvía
a sus piernas después de estar tanto rato agachada. Se volvió y observó a
Philtop por encima de la cabeza de su adorable, y sorprendentemente
erizada, compañera de cama que empuñaba una espada.

—¿Cuál es tu problema? —preguntó sin rodeos—. ¿Has estado a la intemperie


demasiado tiempo?

—No estás escuchando a tu gente, Xena —dijo Philtop—. No quiero verte


perder tu trono.

—¿Qué gente? ¿Los sombreros puntiagudos? —Xena indicó el último de ellos


saliendo por la puerta.

—La columna vertebral de tu reino, sí —dijo Philtop—. Tu base de impuestos.

—Nunca los he escuchado. —La reina se apartó cuando los soldados volvieron
con una camilla—. Tened cuidado con él —les dijo—. Tiene más que decirme.
Creo que vio al bastardo.

—Sí. —Brendan asintió—. Nos haremos cargo de él, señora. —Lanzó una
mirada adusta a Philtop—. Volveré para limpiar el lugar después. 220
Xena abrió la mano y estiró el brazo, y Gabrielle puso con gusto la
empuñadura de su espada en ella.

—Gracias, rata almizclera. Me alegro de que me cubrieras las espaldas. —


Volvió a envainar la espada, luego colocó su brazo sobre los hombros de
Gabrielle y devolvió su atención a Philtop—. Hazte un favor. Tan pronto como
el clima mejore, sal de aquí antes que te mate —dijo en un tono coloquial—.
Porque voy a hacerlo, y tengo buenas razones. No tienes un pase gratis para
irrumpir aquí y crear problemas.

—Xena, quiero ayudarte. —Él ignoró la advertencia y se acercó, ahora que la


espada estaba envainada—. No estoy siendo un asno sin ninguna razón. Estas
personas quieren alguien en quien puedan confiar para que les guíe. —Él
estaba lo suficientemente cerca como para que lo tocara, y bajó la voz
cuando se vació el salón dejándolos solos en la plataforma.

—No me importa —dijo Xena—. Eso es lo que no entiendes. Tú quieres que me


importe lo que estas personas piensan de mí, de lo que hago y con quién me
acuesto. A mi no. —Le miró con serenidad—. Voy a ser la reina aquí todo el
tiempo que quiera, luego la rata almizclera y yo nos iremos y seremos piratas.
—Oh. —Gabrielle miró su perfil—. Eso suena divertido —murmuró en voz baja.

Philtop la miró fijamente.

—Has perdido la cabeza.

—No, la he encontrado —le contestó la reina—. En algún momento entre


todos los intentos de asesinato, la bebida y la matanza por placer, me di
cuenta de que todo lo que me importa a la larga es vivir el minuto. No hay
futuro para mí. En este momento. Y ahora mismo, quiero que te pierdas de
vista o te voy a ensartar como a un perro por tratar de poner a la gente en mi
contra.

—Si no quieres este reino, dáselo a alguien que lo quiera —dijo sin rodeos—.
Estoy cansado de escarbar por gusanos en las Tierras Occidentales. Déjame
reemplazarte. Haré algo con él.

—No —dijo Xena—. Es mío. Tuviste una oportunidad, hace mucho tiempo.
Ahora soy más sensata.
221
—¿No quieres más que esto, Xena? —preguntó Philtop—. Hay mucha tierra
por ahí para tomar. Yo podría ayudarte.

Xena se rio por lo bajo.

—Tengo lo que quiero. —Miró a Gabrielle que los observaba sobriamente—.


Piérdete, Philtop. —Levantó de nuevo sus ojos hacia él—. Y es mejor que
realmente no seas quien está detrás de los ataques, porque cortaré pedacitos
de tu cuerpo a lo largo de la próxima luna y los fijaré en la puerta de mi casa
si es así.

—Realmente no crees que yo estoy involucrado en eso, ¿verdad Xena?

—¿Por qué no? —respondió Gabrielle—. Eres un tipo ruin y todo lo que has
hecho aquí es insultarnos mientras ruegas por las sobras de nuestra cocina.
¿Por qué no puedes ser tú?

Phlitop la miró con dureza.

—Qué desperdicio —dijo—. Me divertiría verte... ufff.


Xena lo tenía por la garganta. Ni siquiera había quitado su otro brazo de
alrededor de Gabrielle, simplemente arrastró a su consorte con ella mientras
daba un largo paso hacia adelante y fijaba sus poderosos dedos en la laringe
de Philtop.

—Te lo advertí —dijo Xena. Él extendió la mano y la agarró del brazo, tirando
con poco o ningún resultado. Luego se balanceó hacia ella, pero la reina soltó
a Gabrielle y lo agarró del brazo, inclinándose hacia adelante y preparando
una rodilla—. ¿En serio quieres volver a esta ronda conmigo?

Dejó de moverse. Los ojos que se encontraron con los de él eran simples hielos
azules, más fríos que el clima exterior, y ni siquiera había un destello de la
seductora atracción que recordaba de los viejos tiempos. Sintió que su
respiración se acortaba cuando los dedos se tensaron y lentamente relajó su
brazo, abriendo la mano en señal de rendición.

Recordaba ahora esa fuerza. Recordaba haberla seducido en sus aposentos


y acostarse con ella, seguro de su destreza, seguro de que la había
engatusado en el deseo de ser él quien tuviera esas manos amarradas a sus
caderas, que lo ascendería y ella se haría un lado como si fuera una niña.
222

No se había dado cuenta a tiempo, de que él no había contado con las


condiciones de Xena. Se había convencido a sí mismo de que Xena se
sometería a él como lo habían hecho muchas mujeres antes, y que tomaría el
lugar que le correspondía junto a él en el trono.

Gran error. Casi un error fatal.

Pero podía ver tan claramente su futuro haciéndose cargo del reino, que le
era casi imposible resistirse a presionarla y reunir adeptos aquí entre los que
nunca habían aceptado a su salvaje cacique.

¿Realmente aún no quería lo que él tenía?

No había forma que pudiera estar satisfecha con esa pequeña piltrafa, no con
esos apetitos que él recordaba.

Los dedos de Xena se apretaron bruscamente en su garganta, y sintió que se


movía algo que no debería haberlo hecho. Luego, lo soltó, soltó su brazo y dio
un paso atrás, interponiéndose entre él y la pequeña campesina.
»Escoltadlo a sus aposentos. —Xena se dirigió a la guardia—. Aseguraos que
permanece en ellos hasta que el clima se aclare.

—Majestad. —El capitán de la guardia tocó su pecho y luego avanzó hacia


Philtop.

Philtop se frotó la garganta y comenzó a hablar, pero se detuvo cuando Xena


levantó una mano y negó con la cabeza. Reuniendo su destrozada dignidad,
él bajó de la plataforma e hizo un gesto a su guardia para que lo siguiera,
mientras se dirigía a la puerta con los hombres de Xena rodeándolo.

Gabrielle esperó a que desapareciera, luego se volvió de frente a Xena.

—Realmente no me gusta ese tipo.

—No, ¿en serio? —Xena apoyó las manos en los hombros de su consorte—. Lo
hiciste bien, Gabrielle. Lo manejaste. Bien hecho. —Gabrielle se sonrojó—. Me
ha gustado mucho cuando lo has acusado de ser el asesino. Excelente —
continuó la reina—. Justo lo correcto para detener su pequeña y mediocre
rebelión en seco. —Se inclinó y apoyó su cabeza en la de Gabrielle—. Te amo. 223
Gabrielle exhaló, acercándose y rodeando con sus brazos el cuerpo de Xena.
Estaban casi solas ahora en el salón, y los sonidos a su alrededor se estaban
calmando.

—Quería darle una patada —admitió—. Xena, me puso tan furiosa. Estaba
intentado hacerte daño.

—También me puso furiosa a mi porque se estaba burlando de ti —admitió la


reina—. La verdad es que debería matarlo sin más. Pero él es un príncipe, y
tiene mucho apoyo en la zona. Es cierto que no me importa lo que piensen de
mí, pero si la gente sabe que mato a hombres solo porque me molestan, es
difícil hacer tratos con ellos.

—Si tiene tanto apoyo. —Gabrielle estaba disfrutando la cercanía—. ¿Cómo


es que está aquí mendigándote?

—Ah. —Xena la giró y colocó su brazo sobre los hombros de Gabrielle—.


Volvamos a nuestro nidito de amor y te lo explico.

—Pensaba que íbamos a buscar al tipo malo.


—Eso estamos haciendo —dijo Xena—. Solo que vamos a hacerlo de una
manera un poco diferente. —Guio a Gabrielle fuera de la sala cruzando desde
el salón de banquetes a sus aposentos.

—Xena. —Brendan las alcanzó—. Lo hemos dejado descansando. Justin está


con él. —Parecía preocupado y molesto—. Maldita sea. ¿Cómo en el Hades
hicieron eso en el medio del salón? ¿En mitad de toda la limpieza?

—Buena pregunta —dijo Xena—. Tenemos dos opciones, Brendan. O quien


sea, o sean, es parte de nuestro personal en la fortaleza...

—Por los dioses.

—Mm. —La reina asintió—. O son invitados que estaban en esa sala. No hay
forma que alguien apuñalara a Stanislaus y luego salieran caminando sin que
nadie los viera.

Brendan negó con la cabeza.

—Los encontraremos. 224


—Probablemente no —dijo Xena—. No lo hemos hecho hasta ahora, y si se
está escondiendo a simple vista, ¿qué hay que buscar? Tenemos que cambiar
nuestras tácticas. —Caminó junto a ellos, subiendo los escalones a sus
aposentos. Había un guardia allí, y le hizo un gesto para que abriera la
puerta—. Pasa un momento.

Brendan las siguió. Entraron en las cámaras exteriores, y Xena hizo una pausa,
barriendo lentamente el área con sus sentidos. Después de un minuto, se dio
la vuelta.

—Pon un guardia con Stanislaus. Gente en quien confías.

—Sí.

—Sigue buscando en las bodegas. Haced mucho ruido. Haz que parezca que
todo el maldito ejército está allí abajo, y trae esos perros de caza también.

—Señora. —Brendan comenzó a sonreír un poco—. ¿Y tú?


—¿Yo? —Xena apoyó una mano en el hombro de Gabrielle—. Me voy a la
cama. —Sonrió brevemente—. Después de todo, soy una hedonista a quien le
importa una mierda este sitio, ¿recuerdas?

Gabrielle la miró desconcertada.

—¿Eh?

—Asúmelo, Gabrielle —le dijo la reina—. Ponte en movimiento Brendan. Voy a


desnudarme y a tomar un baño con la rata almizclera. Tal vez tenga una
botella o dos de grog.

—Lo haré, señora. —Brendan se tocó el pecho—. Me aseguraré de que los


chicos sepan que no debes ser interrumpida.

—Hazlo. —Xena le dio una palmada en el hombro. Luego condujo a Gabrielle


hacia la cámara interior—. Vamos cosita sexy. Hora de nuestra propia fiesta.

—¿Xena...?
225
—Shh. Solo ven —dijo la reina con voz suave—. Sigue mi ejemplo.

Gabrielle se volvió y caminó hacia atrás, extendiendo las manos para


deshacer los agarres de la armadura de la reina.

—Lo que tu digas.

La reina le sonrió.

—Empezaré a hacer burbujas.

—Es una de esas pocas veces desde que nos mudamos aquí, que deseo
habernos quedado en esa maldita torre. —Xena se levantó del suelo de
piedra y se sacudió las manos—. Al menos conocía cada centímetro de ese
lugar.

Gabrielle estaba sentada en la gran cama, con las piernas cruzadas debajo
de ella, mirando.
—Me gustaría ayudarte si supiera lo que estamos buscando.

—Te lo diría si supiera lo que estábamos buscando. —Ahora la reina iba por la
pared, tocando suavemente con los nudillos, con la oreja pegada para
escuchar—. Pero el plan es que los hombres armen suficiente escándalo abajo
para que se filtre hasta aquí y sea quien sea este imbécil, decida cortar por lo
sano y simplemente venir a por mí.

—Pero, ¿y si te encuentra? —dijo Gabrielle con tono preocupado.

—Entonces lo atraparé y lo mataré extremadamente despacio —respondió


Xena—. Primero le cortaré todos los dedos de las manos y los pies, entonces,
tal vez lo despelleje, después, quizá si estoy aburrida y tiene suerte, le cortaré
la cabeza.

—Oh.

—¿Qué pasa, rata almizclera? —Xena miró hacia la cama—. ¿No confías en
mí para mantenernos a salvo? —Se rio un poco por la expresión en el rostro de
consorte—. Quiero acabar con esto. Me está fastidiando. —Gabrielle estuvo 226
de acuerdo con eso. También la estaba fastidiando. Quería disfrutar del
festival de la cosecha y contaba los días que faltaban para la próxima
estación fría, y el tipo escurridizo que lastima y mata a la gente estaba
arruinándolo, no solo a ella, sino a todos los demás. Le resultaba un poco
incómodo saber que Xena deliberadamente iba a dejar la puerta exterior sin
echar el cerrojo, decirle al guardia que fuera a buscar comida y esperar a ver
si alguien iba a intentar matarlas—. Por cierto. —Xena finalmente estuvo
satisfecha de que no hubiera paneles ocultos ni víboras plantadas en sus
aposentos. Regresó y se sentó en la cama junto a Gabrielle—. Me preguntaste
por Philtop y sus partidarios.

—Ugh. Ese tipo. —Gabrielle se levantó y fue hacia la chimenea, donde tenía
una olla de vino especiado calentándose. Se sirvió a sí misma y a la reina una
copa y las llevó de regreso a la cama. Ambas estaban con sus túnicas, Xena
tenía una capa ligera forrada de piel que le cubría los hombros anchos y
llevaban botas suaves en los pies contra el frío del suelo de piedra.

—Mm, sí. —Xena se echó hacia atrás y se relajó contra la gran cabecera
acolchada, extendiendo sus largas piernas y cruzándolas por los tobillos—.
Bien. Sucede que sus tierras son las más lejanas en esa dirección. Está en la
frontera.
—Mejor. —Gabrielle bebió el vino caliente.

Xena se rio entre dientes.

—Entonces tenemos un acuerdo firmado con él para que proteja el límite del
reino —dijo—. Fue hecho mucho antes de que yo apareciera por aquí, y lo
mantuvimos.

—Oh —murmuró Gabrielle—. ¿Entonces tienes que ayudarlo?

—Mas o menos.

—Hm.

—Las personas en esa área, las aldeas más pequeñas y las ciudades, le
contratan a él para protección porque él está mucho más cerca de ellos que
nosotros. Así que sí, él tiene mucho apoyo local, y no me gustaría que todos
cambien de bando —explicó Xena—. Pero no pueden ayudarlo ahora porque
están en la misma situación de mierda que él.
227
—Qué asco.

Xena se rio de nuevo.

—Él realmente te saca de quicio, ¿eh? —Estudió el adorable rostro de su


amante—. No tienes nada de qué preocuparte, Gabrielle —le dijo—. Este reino
podría deshacerse de mí algún día, pero nunca de tí.

Gabrielle sonrió arrugando su nariz mientras producía una expresión algo


irónica.

—Lo mismo digo —dijo—. La verdad es que no estaba preocupada por eso,
Xena. Solo estoy furiosa porque estaba tratando de causarte problemas a
propósito.

—Él estaba tratando de provocar una situación en la que tendría que trabajar
en asociación con él, traerlo aquí como mi consorte para reemplazarte —
aclaró Xena—. Yo también estaba furiosa.

—Eso es ruin.
—Oh sí, mi amiga. Es ruin. Pero totalmente esperado de él. Tiene una visión
simplista del mundo, Gabrielle. Él piensa que es irresistible, y que todo lo que
una mujer quiere, es ser complacida por él. —Hizo girar el vino en su copa y
tomó un trago—. Él ni siquiera puede imaginarnos.

Gabrielle se movió un poco más cerca.

—Entonces, ¿vamos a pasar el rato y esperar a los malos? —cambió de tema—


. ¿De verdad crees que intentarán colarse aquí y hacerte algo? ¿No tendrán
miedo?

La reina sofocó un bostezo.

—Si creen que estoy medio borracha y concentrada en tus encantos, podrían
arriesgarse.

—¿Es por eso que hiciste que el viticultor entregara esas cuatro botellas de
vino?

Xena le dio una sonrisa sexy y levantó su copa. 228


—Hasta donde todos saben, tenemos nuestro propio festival de la cosecha
aquí juntas. —Palmeó la cama a su lado—. Ven aquí.

Gabrielle se deslizó con gusto y se sentó junto a ella, apoyándose contra el


costado de la reina y exhalando contenta.

—¿Stanislaus va a ponerse bien?

Por un momento, Xena no respondió. Entonces suspiró.

—Tal vez.

La reina no parecía segura. Gabrielle se sintió mal por eso. Stanislaus nunca
había sido una de sus personas favoritas, pero tampoco había sido uno de los
malos.

—Vaya.

—Sí. No estoy feliz por eso —admitió su compañera—. Lo que me toca las
narices es que este bastardo solo golpea a personas que no pueden devolver
el golpe. No hay nada valiente o noble en criados haciendo su trabajo o
gente haciendo el amor. —Gabrielle asintió sombríamente—. No es algo que
yo haría —dijo Xena—. Incluso si sirviera a mis objetivos. Me ofende. Eso ofende
a mi... —Hizo una pausa y frunció el ceño.

—Ofende a tu sentido del honor —terminó Gabrielle en voz baja.

—Algo así.

—Entonces, ¿por qué lo están haciendo? —preguntó su consorte—. ¿Es...


podrían estar trabajando con ese tipo? —Miró a Xena—. Parece que todo este
asunto es para enfrentarte con la gente. Como él está tratando de hacer.

Xena se inclinó hacia atrás y apoyó el codo en el brazo que tenía sobre el
estómago, sorbiendo lentamente el vino caliente de su copa.

—Umm —dijo finalmente después de unos minutos en silencio—. Estábamos


haciendo bromas sobre eso, pero ya sabes...

Las víctimas. Visitantes incautos, hombres que pensaban que estaban a salvo
en su propio establo, sirvientes en lugar de un hombre y una mujer haciendo 229
el amor en su cama, y finalmente, su mayordomo, haciendo el trabajo en el
salón de banquetes.

¿Qué se suponía que querían decirle con eso? Se suponía que debía decir,
¿ves, Xena, no puedes proteger a nada ni a nadie, eres un fraude?

Y sin embargo, la reina sabía que ese no era el caso, ni mucho menos; su
historia reciente había demostrado que era personalmente capaz de casi
cualquier cosa.

O como Gabrielle sugirió, ¿Tenía la intención de sembrar el descontento y


miedo entre todas las personas que habían viajado hasta aquí para el festival,
para la celebración y con la esperanza de obtener su protección?

Pensó en los ataques. Desde los hombres de un extraño, hasta los suyos, hasta
su heredero... Sí, atacando a Stanislaus y Lastay serviría a los objetivos de
Philtop, ¿no? Estaba segura de que él ofrecería a uno de los suyos para que
los ayudara en el festival a ocupar el lugar de Stanislaus, y era obvio quién
creía él que debería ser su heredero.

Despiadado y audaz, tenía que admitirlo. Digno, quizás, de la posición para la


que él estaba arremetiendo, porque después de todo, Xena también era
despiadada y audaz y, en verdad, el reino probablemente no se hubiera
opuesto a que ella lo nombrara su semejante.

El reino no lo habría hecho, no. Xena sonrió brevemente. Pero ella sin duda se
opondría, y en cuanto a obligar a Gabrielle a sufrir la presencia del imbécil...

Olvídalo.

Ni siquiera un golpe en el trasero de su caballo. Sin duda basándome en lo


que le había dicho a su amada... Xena se detuvo y repitió esa palabra en su
cabeza un par de veces, luego se pellizcó el puente de la nariz.

En fin. Casi esperaba que él intentara algo más porque entonces, habiendo
sido provocada más allá de su paciencia, felizmente destriparía al estúpido
bastardo. Mostraría suficiente tolerancia en público a sus payasadas que,
incluso, el más hastiado de sus seguidores, tendría que admitir que él había
tentado demasiado a la suerte.

Tal vez mañana, después de atrapar al imbécil que jugaba a disparar a la


gente, tendría a Philtop para el desayuno en el patio y haría que sus hombres 230
pegaran pedazos de él alrededor de las murallas de la fortaleza. A pesar del
frío que hacía, incluso parecía un poco decorativo.

»Está bien. —Dejó su copa y se levantó—. Es hora de desperdiciar un buen


vino. —Se acercó y seleccionó una de las botellas, rompió el sello de cera y la
abrió. Mientras deambulaba por la estancia, fue derramándolo, hasta que la
alcoba se llenó del distintivo aroma de fruta fermentada.

No era desagradable. Podía recordar si lo intentaba, como sus estancias en la


torre, olían así una o dos veces cuando se retiraba allí y se perdía en algunas
botellas u odres. Regresó y puso el resto del vino en la olla, dejándolo lo
suficientemente cerca del fuego para mantenerlo caliente añadiendo olor a
la estancia.

Luego recuperó su espada y se la llevó a la cama, metiendo la funda entre el


armazón y el colchón para que la empuñadura quedara al nivel de la parte
superior. Después recorrió la alcoba, apagando las velas con los dedos antes
de tomar un par de dagas y terminar en la cama.

Ahora estaba oscuro, solo el brillo del fuego proveía algo de luz a la estancia.
Las ventanas estaban bien cerradas y tenían sus pesadas cortinas cerradas
para que no pasara el frío del invierno, y ahora que las velas estaban
apagadas, Xena sintió que sus otros sentidos se intensificaban tomando el
relevo.

Se acomodó en la cama y metió las dagas en las esquinas de la cabecera.


Hubiera sido más seguro, por supuesto, que ella se pusiera la armadura y el
cuero en la cama, pero había algo en vestirse casi en ropa interior para
esperar a un asesino que reavivaba el sentido del humor, a veces muy negro,
de Xena.

Había dejado las túnicas, y, de hecho, los cueros y las botas en la cámara
exterior, desperdigadas con las de Gabrielle como si las dos hubieran
experimentado un frenesí de desnudez mutua y medio borracha cuando
habían regresado a sus aposentos.

A veces lo hacían, después de todo, y los sirvientes sin duda lo sabían y


hablaban de eso. Estaba contando con ello, porque tenía la sensación de
que este asesino, quien quiera que fuera, tenía oídos en los lugares donde los
necesitaba para averiguar qué estaba pasando.
231
Pero no demasiado cerca, como demostró al errar con Lastay. Sabía que al
duque le gustaba pasar la tarde besuqueándose con su esposa, pero no
había recibido la noticia de que Lastay había cambiado sus planes, había ido
a buscar a Xena y los sirvientes habían aprovechado la oportunidad para
saltar a la cama juntos.

Cercano, pero no íntimo. Consciente, y, sin embargo, teniendo expectativas


que no eran cien por ciento precisas, como lo habían demostrado las trampas
en el corredor. Si alguien, a excepción de Xena, hubiera bajado por ese
pasillo, habría sido abatido, por lo que su participación en la cacería no se
habría dado a conocer.

Tal vez hubiera sido Brendan. Tal vez él había sido el objetivo, esa vez.

Xena se deslizó bajo las sábanas y apoyó la cabeza en la almohada, mientras


sentía que Gabrielle se acercaba más, sin envolverse alrededor de la reina,
sino estirándose para estrechar las manos en el creciente calor corporal entre
las dos.

En la tenue luz, podía ver el perfil de Gabrielle, medio vuelta para mirarla, con
un leve indicio de fuego en sus pálidas pestañas. Xena exhaló. Había
anunciado, esta noche exactamente, lo que era importante para ella, tan
claro como una campana en esa estancia.

¿Picarían el anzuelo? ¿Pensarían que estaba mintiendo? ¿Alguien podría


realmente creer que lo más importante en su vida era esta exesclava
desaliñada dentro de su cama? ¿En serio? ¿Ella? ¿Xena la despiadada? ¿De
Verdad? Ja.

Xena se colocó en una posición más cómoda para esperar la noche, cuando
sintió que Gabrielle levantaba sus manos unidas por encima de las sábanas y
le besaba los nudillos. Giró la cabeza ligeramente para mirar a su consorte,
que la estaba mirando fijamente.

»Oye.

—¿De verdad podríamos ser piratas? —preguntó Gabrielle—. Y si lo


hiciéramos, ¿podrías enseñarme cómo navegar en un barco?

Xena le sonrió.
232
—¿De verdad quieres hacer eso?

—Me encantaría ver nuevos lugares. Como ese volcán —respondió


Gabrielle—. Eso fue tan asombroso.

—¿Y renunciar a todo este mullido lujo? —preguntó la reina, indicando la


cama con su mano libre—. No tienes esto en un barco. Pasas tu tiempo
persiguiendo y matando gente, y comiendo mucho pescado.

—Esa cabina de capitán no era tan mala —le recordó su consorte—. Y me


gusta el pescado.

Hm.

—Nunca se sabe, rata almizclera —reflexionó Xena—. El rey de Persia podría


enviar un par de miles de hombres aquí para aplastarnos.

—Eso no te aplastaría —dijo Gabrielle—. Xena, ya venciste a un ejército persa.

La reina se rio entre dientes.


—Sí, me estoy quedando sin cosas que hacer para que fabriques historias,
¿eh? Sería más fácil para ti si fuéramos piratas —admitió—. Y esa cabina no
era tan mala. Necesito una cama más larga, fuera quien fuese ese tipo, era
más bajo que yo.

Gabrielle volvió a besarle los nudillos y se acomodó de lado, cerrando los ojos
y exhalando.

—Eso sería genial.

¿Verdad?

Xena estudió el dosel sobre la cama.

Hm. ¿No sería divertido ser responsable de ella y de Gabrielle y la tripulación


del barco? ¿Navegando y peleando cuando quisieran, saqueando lo que
pudieran, viendo cosas nuevas todos los días?

Por supuesto, tendría que renunciar a su caballo. La reina frunció el ceño. Y un


barco podría volverse pequeño muy rápido cuando querías hacer un buen 233
combate.

Después de un momento, dejó el pensamiento de lado y se concentró en su


tarea. Aquí, en sus aposentos, estaba en el centro de la fortaleza, y podía oír
la actividad a su alrededor fuera de las paredes.

Dejó que los sonidos se filtraran lentamente a través de su conciencia,


ignorando los más alejados de las rondas de guardia, los golpes y porrazos de
los sirvientes que limpiaban los pasillos, un breve estallido de música y risas.

Sintió su respiración lenta y su cuerpo inmóvil.

Ahora filtró los sonidos que conocía más cercanos. La pisada suave del
guardia de sus aposentos. Los turnos de los hombres de servicio en la sala
principal y los suaves sonidos de sus lanzas raspando contra el suelo de piedra.
El sonido de la nieve que ahora caía espesamente afuera, golpeando contra
las ventanas emplomadas al otro lado de las cortinas.

Redujo su concentración a las estancias en las que estaba. El suave estallido


de los troncos en la chimenea. La suave respiración de Gabrielle junto a ella.
Los débiles crujidos en lo alto, ya que el techo soportaba el peso de la nieve
que caía.

Un sonido suave y áspero del gato que sabía que estaba debajo de la cama
limpiándose su pelaje.

Tomó una respiración profunda de aire, abriendo su boca un poco para


probarlo. Podía oler el vino, el fuego, el gato, Gabrielle, ella misma, las
alfombras de piel sobre el suelo mohoso.

¿Qué más?

Vamos, bastardo. Xena instó al asesino. Entra aquí para que pueda olerte y
saborearte en el aire. Camina sobre las piedras con los pies descalzos,
completamente en silencio para todos menos para mí. Rompe el flujo del aire
en la estancia para que pueda sentirte.

Acércate.

Dispara tus dardos hacia mí. Los detendré. Xena cerró los ojos, mejorando sus 234
otros sentidos. Dispara tus flechas hacia mí, las atraparé. Tú lo sabes. Acércate.
Sabes que la única manera de estar seguro es caminar hasta aquí, verme
acostada en la cama. Observarme respirar.

No te atreves a venir a pelear contra mí. No te atreves a enfrentarme cara a


cara.

Xena dejó que el silencio de la alcoba golpeara contra sus oídos. Dejó que su
cuerpo se relajara por completo, los músculos se aflojaron en la borracha
inconsciencia en la que se suponía que debía estar.

Su respiración se hizo más lenta, y agudizó su atención, escuchando la primera


presión de la piel contra la piedra, de una mano contra la puerta exterior, por
el movimiento del aire o el olor de la carne humana.

Sintió un cosquilleo en la piel.

Ven a por mí.


Parecía que la noche hubiera durado una eternidad. Xena había recorrido
prácticamente todos los trucos mentales de su pergamino para mantenerse
despierta y sintió la llegada del amanecer antes que por fin... ¡Por fin! Escuchó
un débil ruido en la cámara exterior.

Exhalando un poco aliviada, volvió a enfocar su atención y captó el sonido


de la puerta que daba al pasillo exterior abriéndose, las bisagras emitían el
más leve chirrido.

Ya era hora, de una puñetera vez.

Escuchó cuando la bisagra chirrió de nuevo, y luego escuchó claramente el


suave roce de los pies descalzos contra las baldosas de mármol.

Imbécil, por dejarla esperar tanto.

Para entonces, si se hubiera emborrachado, ya habría dormido la mayor parte


del tiempo y se estaba acercando lo suficiente a la mañana para despertar.

Escuchó algunas pisadas más suaves, luego se detuvieron. Pensó que estaban 235
de pie al otro lado de la puerta interior, escuchando por cualquier movimiento
dentro de la alcoba.

Ahora, con el fuego casi apagado, no había ningún sonido que pudieran oír.
Xena extendió la mano, sacó una de sus dagas de su funda en la cabecera y
envolvió sus dedos alrededor de la empuñadura, moviendo suavemente su
brazo fuera de las sábanas para tener un tiro limpio.

Escuchó atentamente la presión contra la puerta y el impulso que la abriría,


con los ojos fijos en el marco de la puerta, esperando ver el panel de madera
moverse hacia adentro. Aunque estaba oscuro dentro de sus aposentos, Xena
podía ver la puerta con claridad, algo que sospechaba que su atacante
podría no compartir ni esperar.

Oyó un débil sonido de movimiento, carne contra piedra. Entonces sus oídos
captaron el sonido de una inhalación.

No sonaba bien.

Xena se deslizó silenciosamente fuera de la cama, poniéndose de pie y


sacando la espada de su funda. Rodeó la cama y se dirigió hacia la entrada,
la espada en una mano y su daga en la otra.
Se detuvo en la puerta y se quedó quieta para escuchar. Durante un largo
momento permaneció absolutamente inmóvil, preguntándose si su asesino
estaba del otro lado, exactamente en la misma actitud. La idea puso una
breve sonrisa irónica en el rostro, pero después de otro momento se
desvaneció, y suavemente colocó el borde de la daga contra el pestillo y lo
accionó.

Se deslizó silenciosamente, y dio un paso atrás apartándose mientras abría la


puerta. A diferencia de la exterior, las bisagras no emitieron ningún sonido.

Xena dejó que el aire soplara contra su cara y respiró, su cuerpo se puso rígido
cuando captó el aroma de la sangre en él. Se deslizó por el borde de la puerta
y entró en la sala con los sentidos desorbitados.

Podía sentir el picor en su piel, todas sus defensas alzándose mientras esperaba
un ataque previsto. Su espalda se puso rígida y levantó la espada, llevándola
transversalmente al cuerpo mientras sus ojos buscaban en cada esquina.

Nada.
236
No había nada vivo en la cámara. Xena estaba completamente segura.

—¡Gabrielle! —pegó un grito—. ¡Oye! ¡Rata almizclera!

—¡Aquí! —la voz ronca por el sueño de Gabrielle respondió—. ¿Estás bien?

—Trae una maldita vela aquí —ordenó Xena, sus ojos buscando encontraron
una forma enrollada cerca del gran escritorio a un lado de la estancia—. ¡Date
prisa!

Un momento después, la luz se encendió detrás y Gabrielle estaba a su lado,


sin dejar de parpadear para quitarse el sueño de los ojos.

—¿Qué... qué está pasando?

—Sostenla hacia adelante —dijo Xena—. Tengo cosas afiladas en ambas


manos.

Gabrielle la siguió cautelosamente y sostuvo la vela más alta, lo que le dio


cierta visibilidad a la sala casi en oscuridad total.

—Oh —gritó sorprendida—. ¡Hay alguien en el suelo!


—Quédate a mi lado. —Xena se adelantó, con Gabrielle cerca de su cadera.
Caminaron lentamente, se detuvieron junto al bulto y se quedaron allí,
mirando hacia abajo—. Ah —exclamó la reina suavemente, extendiendo la
pierna con un pie descalzo para rodar el cuerpo y exponerlo a la luz de la
vela.

—Oh Dios mío —susurró Gabrielle—. Xena.

—Sí —murmuró Xena—. Te aseguro que no me esperaba esto. —Estudió la


mirada fija y vidriosa del rostro, despojado de todo su atractivo—. Serás
bastardo, Philtop. ¿Qué estabas haciendo aquí?

—¿Está…?

—Oh sí —exhaló la reina—. ¿No hueles la sangre?

Hubo un momento de silencio, luego Gabrielle dejó escapar un pequeño


suspiro de sorpresa.

—Sí, la huelo. 237


—Enciende el resto de las velas —dijo Xena—. No lo toques.

—No te preocupes, no lo haré. —Gabrielle caminó de puntillas por la gran sala


y encendió las velas de la repisa de la chimenea, el escritorio y los apliques de
la pared. En un momento, un profundo brillo dorado lo iluminó todo.

Xena caminó alrededor del cuerpo desplomado en el suelo y examinó el resto


del espacio, girando cautelosamente, sus dagas brillaban a la luz
parpadeante de las velas.

El resto de la estancia no le dio ninguna pista, y regresó al cuerpo de Philtop.


Dejó su daga sobre la mesa y se puso en cuclillas, inspeccionando
atentamente. Él llevaba una túnica negra, calzas y botas negras, con una
media capa sobre los hombros que tenía capucha.

—Bien —dijo la reina—. Dudo seriamente que haya venido para bailar
conmigo.

Gabrielle volvió a su lado.


—¿Quieres un poco de té? —preguntó—. Creo que lo necesito. Me tiembla
todo el cuerpo.

—Me encantaría un poco de té. —Xena la miró—. ¿Un despertar demasiado


rápido?

Gabrielle la abrazó y evitó mirar el cuerpo de Philtop.

—Me costó dormirme mucho rato, luego por fin lo hice y te escuché gritar
llamándome. Me duele la cabeza.

—Ve a hacer un poco de té. —Xena le dio unas palmaditas en la pierna—.


Voy a tener que examinarlo y probablemente no quieras ver eso de todos
modos.

Su consorte ni siquiera dio una protesta simbólica. Se retiró de nuevo a la


alcoba y, en un momento, Xena pudo oír el sonido del fuego que se estaba
formando y el tintineo de una olla de agua.

Se quedó escuchando un momento, luego volvió su atención al cadáver. 238


Aparte del extraño atuendo, Philtop también llevaba guanteletes, finos
guantes de cuero que se extendían por los brazos hasta la mitad de los codos.

Le habían cortado la garganta. Xena colocó la punta de su espada contra su


barbilla y levantó su cabeza, observando el corte con aprobación profesional.
Iba recto de oreja a oreja y había cortado su nuez, así como su vena yugular.

El suelo de mármol estaba cubierto de sangre, produciendo el matiz de cobre


que la había advertido en el lado de la cámara, pero sin darle nada en cuanto
a quién o por qué. Solo un trabajo bien hecho por una mano experta, y sin
embargo...

Xena se inclinó un poco más cerca, examinando el tajo. Ahora eso le dijo algo.
Quien había cortado la garganta de Philtop había sido de su altura o más alto.
Xena se puso de pie, estirando sus rodillas después de haber estado en
cuclillas.

Philtop era tan alto como ella. Xena dejó que su espada descansara sobre su
hombro. Ambos habían sido inusuales de esa manera, había sido una de las
pocas personas a la que podía mirar directamente a los ojos, eso había
aumentado su atracción por ella.
Pero no muchas personas en el reino tenían su estatura.

Estudió el cuerpo en el suelo, buscando dentro de ella para ver qué emoción
despertaba. Después de una breve pausa, se encogió de hombros, una
manifestación física de su ambivalencia. No echaría de menos a Philtop. Él no
había sido más que un dolor de culo.

Rodeó el cuerpo, observando las manos extendidas como si hubieran sido


arrojadas en señal de advertencia. Los dedos estaban vacíos, aunque llevaba
la espada atada a la espalda y podía ver al menos una daga en su cintura y
una en la parte superior de su bota.

De hecho, más o menos lo que llevaría ella si hubiera elegido vestirse como un
rufián para colarse en los aposentos de alguien por la noche. Bajó la punta de
la espada y cortó su túnica, haciendo a un lado la tela y dejando al
descubierto su pecho.

Luego tuvo que sofocar una risa.

Gabrielle entró con dos tazas. 239


—¿Qué es tan gracioso? —Echó un vistazo al cuerpo, mientras dejaba la taza
de Xena sobre el escritorio—. ¿Qué es eso que lleva puesto?

—Eso, mi delicioso y pequeño calentador de cama, es un corsé —dijo Xena—


. Nunca había visto a un hombre con uno antes —dijo—. Está destinado a
apretar tu cuerpo y moldearlo si esa no es su forma natural. —Gabrielle lo miró
y luego miró a Xena con profunda perplejidad. Xena volvió a colocar la tela
en su lugar—. No quiero saberlo. —Tomó su taza y bebió el té—. Y bien, rata
almizclera, dime, ¿lo has matado tú?

Gabrielle tocó su propio pecho en reflejo.

—¿Yo?

Xena miró a su alrededor.

—No hay nadie en esta sala —dijo—. Nadie ha salido, los habría oído —
añadió—. Escuché entrar a alguien, se acercó a la puerta, se detuvo y luego
jadeó. —Miró a su compañera de cama—. No escuché a nadie irse. —Señaló
alrededor de la estancia—. No están aquí. No hay otra salida, aquí o en
nuestra alcoba.
Gabrielle la miró con el ceño fruncido.

—Xena, no he matado a nadie.

—¿Querías hacerlo?

Xena miró con interés, mientras esos ojos verdes se levantaban lentamente y
se encontraban con los de ella.

A la luz de la vela, los ojos de Gabrielle eran casi ocres, pero sus claras
profundidades eran evidentes a pesar de todo.

—No —dijo—. Pero no lamento que esté muerto —respondió honestamente—


. No me gustaba en absoluto. —Hizo una pausa, observando la cara de
Xena—. ¿De verdad crees que lo hice yo?

Xena se rio entre dientes.

—Sé que no lo hiciste —dijo—. Estabas en la cama justo a mi lado cuando oí


como lo mataban —dijo—. Eres pequeña y silenciosa, mi amor, pero tenías tus 240
garras alrededor de mi brazo antes de levantarme.

—Oh. —Su consorte sonrió.

—Y además —la reina exhaló—. Quien quiera que lo hizo tenía mi altura.

—Oh. —El tono de Gabrielle cambió.

—Sí. —Xena se recostó contra el gran escritorio, sorbiendo su té—. ¿Te sientes
mejor? —Observó a su amante asentir—. Bien. —Dio la vuelta al escritorio y se
sentó—. ¿Qué diablos debería hacer al respecto, Gabrielle? Estoy perpleja. —
Dejó su espada sobre la superficie.

—¿Lo estás?

Xena apoyó sus antebrazos en el escritorio.

—Pensé que podría atraer a este tipo aquí. Ahora… no estoy segura de lo que
ha pasado aquí. —Señaló a Philtop—. ¿Qué estaba buscando?

—Um —Gabrielle se acercó al otro lado de la reina y se apoyó en la mesa, el


cuerpo ahora fuera de su línea de visión—. Creo que tal vez él iba tras de ti.
La reina la miró con expresión jocosa.

—¿Por la noche? ¿Tratando de colarse en nuestra alcoba? —dijo—. Míralo. Él


está vestido como... como...

—¿Un asesino? —preguntó Gabrielle.

Xena miró el cuerpo.

—No podía ser tan estúpido como para intentar matarme —dijo lentamente,
girando la cabeza para mirar a su consorte—. Pero podría haber sido lo
suficientemente estúpido como para intentar matarte. —Incluso a la luz de las
velas, podía ver ponerse pálido el rostro de Gabrielle—. Tal vez hacer correr
esa historia de que yo estaba borracha no era tan inteligente —dijo Xena—.
Porque sé que él no habría intentado acercarse a ti a menos de un brazo de
distancia si no fuera así. —Gabrielle se sentó en el taburete cerca del
escritorio—. Tal vez pensó escabullirse en nuestros aposentos, y matarte justo
en la cama junto a mí —la voz de Xena continuó con una nota fría y distante—
. Así al despertarme en mi sopor ebrio te encontraría muerta. —Tensó los dedos
alrededor del borde del escritorio—. Probablemente quería que pensara que 241
había sido yo. —De repente sonó un explosivo crack, haciendo que Gabrielle
se pusiera en pie alarmada. Xena miró a la superficie de madera que ahora
estaba rota en sus manos—. Le debe un gran agradecimiento a quien lo hizo
—dijo en voz baja—. Tal vez yo también. —Gabrielle le puso suavemente una
mano en el hombro. Xena dejó caer el trozo de madera sobre la mesa y alargó
el brazo para cubrir su mano con la suya—. ¿Sabes una cosa?

Su consorte se apoyó en su espalda y la besó en la parte superior de la


columna vertebral.

—Sé que te amo. —Los ojos de la reina se cerraron—. Sé que no entiendo lo


que está pasando en realidad, o por qué esta persona intenta hacerte daño
—continuó Gabrielle apoyando la mejilla en el omóplato de Xena—. Pero
tengo toda la fe de mi corazón en que descubrirás quién es y lo detendrás.

Xena logró una leve sonrisa.

—Lo que iba a decir. —Pasó el pulgar sobre los nudillos de Gabrielle—. Es que
mi viejo amigo Philtop podría habernos hecho un favor muy, muy grande
mientras él estaba ocupado estirando la pata en mi sala exterior.
Gabrielle la rodeó y se arrodilló a su lado, apoyando la mejilla en el hombro
de Xena.

—¿En serio?

—Mm. —Xena golpeó la mesa con el pulgar—. Todo se reduce a esto: ¿Por
qué lo mataron, Gabrielle? —reflexionó—. El idiota que se lo cargó tenía que
tener una razón. ¿Fue porque se lo encontró aquí mientras él estaba haciendo
lo suyo, o lo mató pensando que me fastidiaría, o lo mató porque Philtop lo
encontró aquí y lo iba a delatar?

—Huh —Gabrielle gruñó en voz baja.

—¿O el tipo lo mató porque estaba tratando de hacer que pareciera que YO
lo maté, pensando que eso afectaría a toda la política? —reflexionó la reina—
. Si ese es el caso, chico, ha cruzado la línea.

—Tal vez fue una mezcla —sugirió Gabrielle—. Tal vez Philtop estaba entrando
aquí para liarla... supongo que para lastimarme —dijo haciendo una breve
pausa—. Chico, eso me pone furiosa. —Xena giró la cabeza hacia un lado y 242
miró a su adorable compañera de cama—. O lo que sea —su consorte
continuó—. Y tal vez, este otro tipo lo siguió hasta aquí, y lo mató, para hacerte
quedar mal.

Xena asintió un poco.

—Continúa.

—Ahora probablemente él va a hacer que esos tipos que vinieron con Philtop
entren aquí para verlo, y les hará pensar que lo hiciste para joderlos vivos.

—Hmm... —retumbó Xena—. Excepto que obviamente estaba entrando


sigilosamente en mis aposentos vestido como un ladrón, por lo que es de
esperar que yo lo matara.

—¿Tal vez el malo no vio realmente lo que llevaba?

—Si lo siguió, lo hizo.

—Hm —Gabrielle frunció el ceño—. Esto no es una buena historia, Xena.


—No, no lo es, ¿verdad? —La reina se puso de pie—. Bueno, no puedo
quedarme aquí sentada y ver crecer gusanos sobre él. Tengo que hacer un
movimiento en una dirección u otra. —Puso sus dedos entre los dientes y dejó
escapar un silbido fuerte y largo—. Tráeme una túnica, rata almizclera. Hago
mejor de lunática sedienta de sangre cuando no estoy gritando en ropa
interior.

—Está bien. —Gabrielle estaba lo suficientemente contenta como para


meterse de nuevo a la alcoba cuando escuchó que las botas empezaban a
golpear afuera, dirigiéndose a la puerta—. También te traeré tus botas.

Xena se acercó al cuerpo y se inclinó, cogió la daga de la mesa y la insertó


en la herida abierta del cuello del muerto, oscureciendo la hoja con sangre y
levantándose cuando la puerta exterior se abrió y la guardia, con Brendan al
frente, entró en tromba.

—Hola chicos. —Xena se apoyó contra el escritorio, haciendo girar la hoja


mientras todos paraban en seco—. Parece que he encontrado una rata en
mis aposentos. Tch, tch, tch. —Se giró cuando Gabrielle apareció desde la
otra sala con una gruesa túnica forrada de piel en sus manos—. Gracias, rata
243
almizclera.

—Xena. —Brendan estaba mirando fijamente el cuerpo—. ¡Por los dioses!

—No. —La reina se encogió de hombros en su túnica y lo ató cómodamente


alrededor de su cintura—. Por la reina. —Levantó la hoja—. Ve a buscar a toda
su maldita comitiva y arrastra sus babosos y viejos culos aquí ahora mismo. —
Bajó la mirada cuando Gabrielle se arrodilló y comenzó a ponerle sus botas de
interior—. Gracias mi amor.

Gabrielle levantó la vista con ligera sorpresa, luego sonrió y volvió a su tarea.

—Id —ordenó Brendan a tres de los guardias que estaban con él—. Vosotros,
fuera y guardad la puerta. Nadie entra hasta que regresen.

Los hombres salieron corriendo y Brendan se volvió para mirar a Xena.

—¿Él fue a por ti entonces? Xena, por lo más sagrado, nunca me lo hubiera
esperado.
—Yo tampoco. —La reina jovialmente estuvo de acuerdo con él—. Pero lo
hizo, y pagó por ello. —Miró hacia abajo al cuerpo—. ¿Encontrasteis algo
anoche?

Brendan asintió.

—Lo hicimos —dijo—. Solo estaba esperando al amanecer para venir a


informarte.

Xena ladeó la cabeza.

—¿Y?

—Encontramos su escondite. Donde el capullo se estaba ocultando. —


Brendan parecía satisfecho—. El lugar más condenado para eso, pero lo verás
por ti misma. —Miró hacia el cuerpo de Philtop—. Este bastardo estaba
buscando hacer una jugada sucia y culpar al que estamos persiguiendo.

—Probablemente. —Xena estuvo de acuerdo—. De hecho, creo que iba a por


Gabrielle. 244
Brendan miró hacia arriba y luego a Gabrielle. Regresó su mirada a la cara de
Xena.

—Xena —exhaló—. ¿Podría haber sido tan vil cobarde?

La reina se encogió de hombros.

—Más un oportunista. —Examinó la hoja empapada de sangre—. Trae al


archivista aquí. Voy a rescindir el contrato con las Tierras Occidentales.

—Ah. —Brendan asintió.

—De hecho, voy a anexarlos —decidió Xena—. Simplemente han perdido su


autonomía. Me haré cargo de su corona y se la daré a alguien más digno,
como al maldito gato de debajo de mi cama.

Brendan sonrió sombríamente. Se giró cuando el sonido de una multitud se


filtró por la puerta, ruidosos pasos y voces furiosas estallando.

—Ah, aquí vienen los bastardos.


Xena cruzó los brazos sobre el pecho, con la daga sujeta firmemente en una
mano y la espada apoyada en su hombro.

—Abre la puerta —sonrió—. Comienza la fiesta.

245
Parte 7

—Mira la evidencia con tus propios ojos, imbécil. —Xena estaba sentada
detrás del gran escritorio, con las botas plantadas encima y los tobillos
cruzados—. ¿Me dices qué crees que estaba haciendo el estúpido bastardo
en mis aposentos, vestido como un ladrón, cargando acero, en la oscuridad,
Morden?

El noble de más edad de Philtop miraba fijamente el cuerpo.

—¡Majestad, no es creíble! —dijo nuevamente, por enésima vez. —¡Su Gracia,


no tenía ningún motivo ni inclinación de hacerte daño! —Xena se inclinó para
mirar el cuerpo, luego levantó ambas cejas en una exagerada expresión
interrogante, levantando ambas manos y extendiéndolas con las palmas
hacia arriba. El noble se secó la frente sudorosa—. No tengo ninguna respuesta 246
para ti, Majestad —murmuró, volviéndose interrogante hacia los seis hombres
detrás de él—. ¿Balderos? ¿Tregel?

Tregel, el hombre más joven dio un paso adelante. Miró cuidadosamente el


cuerpo, luego miró a Xena.

—Ha habido noticias de que él y su Majestad tenían un desacuerdo —dijo en


voz baja y ronca.

—El estúpido idiota estaba tratando de levantar una insurrección en mi


comedor —respondió Xena—. Debería, por derecho, haberlo destripado allí
mismo, pero tenía otras cosas que hacer.

Balderos y Tregel intercambiaron miradas. Entonces el joven se aclaró la


garganta.

—Majestad, puedes creer esto o no, pero yo... —Hizo una pausa—. Su alteza
estaba preocupado de que pudieras estar en peligro. Tal vez estuvo aquí para
evitar que le ocurriera algún daño.

Xena giró su cabeza hacia un lado y le dio una mirada extremadamente


divertida.
—¿De Verdad?

—Ciertamente Majestad —dijo Tregel en tono serio.

—¿No se le ocurrió que meterse en mis aposentos armado y encapuchado,


podría ser más peligroso para él que para mí? —preguntó Xena.

—Majestad, se corrió la voz de que te estabas retirando para dormir y en un…


—Morden hizo una pausa—. Su Alteza sintió que tal vez necesitabas un poco
de protección adicional, ya que podrías estar distraída.

Xena lo contempló con una mirada de intolerancia impaciente.

—¿Alguien supone que tal vez fui yo quien hizo correr esa voz?

—¿Majestad?

—¿Nunca se le ocurrió que yo estaba tendiendo una trampa? ¿Una en la que


cayó él? —Xena insistió—. Siempre pensé que él sabía más que nadie. En
realidad, tenía el cerebro de un gato doméstico.
247
—¡Majestad!

—¡Lo tenía! —Xena bajó las botas con un golpe.

—Majestad, pensó que estabas indispuesta —dijo Tregel.

—Pensó que estaba completamente borracha y echándole un polvo a


Gabrielle. —Xena reformuló la idea—. Que es exactamente lo que quería que
todos pensaran.

Todos los hombres la miraron con las caras enrojecidas.

—Ella no estaba borracha. —Gabrielle habló en voz baja—. Xena se estaba


arriesgando, con la esperanza de que el tipo malo, quienquiera que fuese, lo
intentara con ella. —Puso una mano sobre el hombro de la reina—. Fue una
cosa muy valiente y él lo arruinó.

—¡Tenía buenas intenciones! —Morden insistió tercamente.

—Bueno, pero ahora está muerto —dijo Gabrielle—. Y el malo no ha sido


atrapado y tal vez más personas saldrán lastimadas ahora. No es una buena
idea tratar de cuestionar a la reina.

Xena miró a su consorte y sonrió.


—Eres una dulce parlanchina.

Gabrielle le devolvió la sonrisa.

—Sí. —Morden suspiró—. Se ha ido. Nuestro líder, nuestro príncipe. Nos lo han
arrebatado. —Miró resentido a Xena de soslayo—. Vinimos aquí de buena fe.

—Ahórrame esa mierda —dijo Xena secamente—. No le pedí que viniera aquí,
ni a vosotros. Es más, no le pedí que entrara furtivamente en mis aposentos. No
le pedí que provocara problemas en los últimos días. Pero el bastardo
apareció aquí y vino por mí y no lamento su muerte. —Los hombres se miraron
las botas—. Y a pesar de tus llantos y quejidos sobre lo genial que era, creo
que podría haber atrapado a mi asesino del castillo, por cierto.

—¡Majestad! —protestó Morden—. ¡Él nunca hubiera hecho eso!

—¿No? —La reina lo miró—. Como dijo mi adorable rata almizclera anoche,
los ataques comenzaron cuando llegasteis aquí. —Levantó un dedo—. Están
dirigidos a la estabilidad de mi reino. —Levantó otro dedo—. Y él dejó muy
claro que quería mi corona.
248
—¡Majestad! ¡Quién dijo eso! —protestó Tregel.

—Él mismo me lo dijo —respondió Xena—. No es ningún rumor. —Extendió sus


manos—. ¿No lo oíste? —Sus ojos se agrandaron con fingido asombro—. ¿No
entendiste bien eso de “dame tu corona, Xena, ya que no puedes aferrarte a
ella”? —Morden se dio la vuelta con una maldición silenciosa muy visible en
sus labios—. Fuera —la voz de la reina se elevó—. Regresad a vuestros
aposentos y rezad para qué no nombre a mi caballo como vuestro nuevo
gobernante. —Hizo un gesto hacia Brendan—. Fuera.

Tres de sus soldados se adelantaron y se llevaron a los habitantes de las Tierras


Occidentales.

Xena esperó a que la puerta se cerrara tras ellos.

»Déjalos que empiecen a hablar —le dijo a Brendan—. Ahora, ¿Qué debería
hacer con este bulto en descomposición? —Señaló el cuerpo—. ¿Qué
piensas? ¿Tirarlo a la nieve, enterrarlo o quemarlo? —Gabrielle hizo una
mueca—. No puedo dejarlo aquí. —Xena la pilló—. Si supiera con certeza qué
estaba tramando, simplemente le daría un trato de traidor y colgaría trozos de
él en todas las puertas. —Miró el cuerpo—. Pero no —dijo—. No sé por qué
estaba aquí.
Brendan estudió el cuerpo.

—Creo que deberías darle una pira, Señora. Era tonto, pero su gente a veces
es útil fuera de la frontera —concluyó—. No nos haría bien dárselo a los lobos.

Xena reflexionó sobre eso por un minuto. Entonces suspiró.

—Está bien. —Hizo un gesto con la cabeza a los guardias—. Dadle honores y
quemadlo —decidió—. Rata almizclada, saquemos a tu pequeña sirvienta de
la cama y desayunemos aquí arriba. Matar gente siempre me da hambre.

Brendan se rio entre dientes. Hizo un gesto al resto de la guardia hacia


adelante.

—Vamos chicos. Sacad la basura para que su Majestad pueda comer en paz.

—Y desayunar. —Ronroneó Xena, ahora desplomada de costado con la


cabeza apoyada en su puño. Al rato el cuerpo había desaparecido y la sala
estaba en silencio. Xena se sentó y apoyó los antebrazos en el escritorio con
expresión seria—. Bien. Veamos qué trae este señuelo —dijo—. Y tengo que ir
a ver el escondite que encontraron. 249
Gabrielle se acercó y puso sus manos sobre los hombros de Xena.

—¿Qué crees que va a pasar?

Xena miró en silencio a través de la estancia, ahora iluminada por un débil


amanecer que se filtraba a través de la tormenta.

—No lo sé —admitió—. Estamos a la deriva de los vientos ahora, Gabrielle.

—Les hiciste creer que tú mataste a Philtop.

La reina asintió.

—Ciertamente lo hice.

—Y les hiciste pensar que creías que Philtop era el malo —dijo Gabrielle—. ¿De
verdad crees que lo era?

Xena volvió la cabeza y miró a su consorte.

—¿En el fondo? No —dijo—. Él era una rata, y creo que estaba contento de
aprovechar la oportunidad para avanzar en sus objetivos, y no tengo ninguna
duda de que te hubiera dañado si hubiera podido, pero hay un matiz en esto
que se le escapaba.

Gabrielle se apoyó en la espalda de la reina. Estaba contenta de que se


hubieran llevado el cuerpo e incómodamente consciente de lo feliz que
estaba de que hubiera sido Philtop. Había una especie de peligro sobre él que
realmente la había preocupado y, aunque sabía que todavía había un tipo
malo por ahí afuera, aun así, se sentía mejor porque él estaba muerto.

Y eso la hizo sentirse mal. Presionó su mejilla contra el hombro de Xena.

»Menuda manera de comenzar el día, ¿eh? —reflexionó Xena—. Maldición,


tengo ganas de volver a la cama. —Se frotó los ojos con los dedos de una
mano—. Me estoy volviendo demasiado vieja para quedarme despierta toda
la puñetera noche.

Gabrielle le dio un beso en la parte posterior del cuello.

—Nos hemos quedado despiertas otras noches.

—No es lo mismo. —Xena esbozó una sonrisa mientras se volvía a medias para 250
mirar a su consorte—. ¿Tienes hambre? —Observó a Gabrielle sacudir la
cabeza y eso hizo que Xena girara en su asiento y la estudiara de cerca—.
¿Qué te pasa? —Gabrielle se encogió de hombros débilmente—. ¿Estás
molesta porque se lo cargaron aquí? Podemos elegir nuevas estancias. —Se
aventuró la reina.

—No, no es eso.

—¿No? —Xena extendió la mano y retiró el cabello pálido de la frente de


Gabrielle, luego apoyó la palma sobre la piel allí—. No parece que tengas
fiebre.

—No lo creo —dijo Gabrielle—. Me siento mal porque no me siento mal porque
está muerto.

Xena repasó la declaración.

—No te gustaba.

—No.

—Entonces… ¿Por qué te sentirías mal si muriera? —La voz de Xena se elevó
en una pregunta desconcertada—. Me he perdido, rata almizclera.
Gabrielle se encogió de hombros de nuevo.

—No deberías sentirte feliz porque la gente muera, ¿verdad Xena? —La
cabeza oscura de Xena se inclinó ligeramente hacia un lado—. ¿Te alegras
de que esté muerto? —preguntó su consorte.

—Por supuesto. Me ahorró la molestia de tener que matarlo yo misma.

Gabrielle suspiró.

—Creo que solo estoy siendo tonta —admitió—. No me gustó y me hizo


enfadarme de verdad, así que probablemente debería alegrarme de que
esté muerto, pero ya sabes Xena… me entristece pensar que me alegro de
ello.

Xena negó rápidamente con la cabeza de un lado a otro, luego extendió la


mano y se tocó la oreja.

—¿Podemos por favor empezar a besarnos o algo así? Regresemos a la cama.


No puedo manejar tanto pensamiento profundo tan condenadamente
temprano por la mañana. 251
Eso por fin hizo sonreír a Gabrielle.

—Lo siento. —Se inclinó hacia adelante y besó a Xena en los labios—. Déjame
ir a ver qué pasa con el desayuno.

Xena la atrapó antes de que pudiera retroceder y la atrajo más cerca. Miró
fijamente esos ojos verde-pálido y le devolvió la sonrisa.

—Está bien que te alegres, Gabrielle —dijo la reina—. Hizo cosas que deberían
hacerte sentir así.

—¿Estás contenta?

Oooh.

Xena tuvo que pensar en eso.

—Bueno —dijo por fin—. Hubiera sido muy divertido para mí joderle los planes
y verlo tragarse su propia rabia.

—¿En serio?
—Claro. —La reina estuvo de acuerdo alegremente—. Gabrielle, puede que
no se te haya ocurrido, pero me hace sentir muy bien estar enamorada de ti
y dejar que la gente, especialmente las personas como él, lo vea. —Gabrielle
parpadeó hacia ella—. Sacarlos a todos de quicio. Me gusta eso. —Xena la
sujetó por debajo del mentón—. Pero sí, me alegro de que se haya ido,
estúpido bastardo. Solo desearía haberlo hecho yo misma —suspiró, sus labios
se torcieron en una sonrisa pesarosa—. Ah bueno. —Su sonrisa se hizo más
amplia cuando Gabrielle la apretó por sorpresa con toda su fuerza, casi
haciendo toser a la reina cuando le sacó el aire—. Vámonos a vestirnos, rata
almizclera. Tengo la sensación de que va a ser un día de perros.

Gabrielle la liberó.

—Me alegro también —admitió—. Solo espero que no te cause aún más
problemas con todos esos tipos.

Hm.

Xena se levantó y entraron en la alcoba, que ahora estaba iluminada por el


gris apagado del exterior ya que las cortinas habían sido retiradas de los 252
ventanales empotrados y un sirviente estaba arrodillado junto al fuego
avivándolo.

Gabrielle pasó junto a la cama y cruzó la puerta que conducía a su alcoba,


mirando a su alrededor para ver que las cortinas también habían sido
descorridas allí. Pasó junto al guardarropa que contenía su ropa, se dirigió a la
pequeña sala de baño detrás de ella y vio un cuenco de agua humeante listo
para ella.

Fue maravilloso sumergir sus manos en ella. El calor subió por sus brazos e hizo
que sus hombros se relajaran, y cogió un puñado para lavarse la cara. Se
volvió al oír pasos detrás de ella para encontrar a su sirvienta.

»Buenos días.

—Mi lady. —Mali se inclinó levemente—. ¿Es todo de tu agrado? Estaba a


punto de salir para subir una bandeja de las cocinas.

—Eso sería estupendo. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. Sé que Xena también


tiene hambre.

La chica parecía nerviosa.


—Su gracia, escuché algo abajo. ¿Es cierto que el príncipe de las Tierras
Occidentales fue asesinado aquí, anoche?

—Sí —respondió Gabrielle sin rodeos.

—¿Por qué? —preguntó Mali. —Oímos llorar a los sirvientes del príncipe. Dijeron
que el único deseo que él tenía era proteger a su Majestad.

—Bien. —Gabrielle organizó los hechos a su disposición, que no eran tan ciertos
una vez que lo pensó. Qué, ¿serviría de verdad al propósito de Xena si fuera
conocido?—. ¿Sabes?, eso pudo haber sido lo que el príncipe les dijo a todos,
pero luego se vistió completamente de negro, incluso una capucha, y se coló
en nuestros aposentos en medio de la noche.

—Oh —murmuró Mali—. ¡Eso no fue muy sensato por su parte!

—No. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. Así que no estoy segura de cuáles


eran sus intenciones, ¿sabes? Porque hacer eso podía significar muchas cosas,
y sin importar lo que él pretendiera hacer, fue algo estúpido y peligroso.

—Oh sí, su gracia, lo fue. —Mali asintió positivamente—. No creo que sus 253
sirvientes lo supieran. Estaban diciendo que había sido llamado a audiencia
con la reina, y luego…

Hizo una pausa.

—¿Y luego Xena simplemente lo mató? —dijo Gabrielle. —No. Eso no fue lo
que sucedió. Xena no llamó a nadie a nuestros aposentos anoche y, de todos
modos, ¿por qué alguien se disfrazaría como un furtivo si lo habían llamado?

Mali asintió de nuevo.

—Eso no tiene sentido. No dijeron nada sobre la ropa. Solo decían… —Se
detuvo de nuevo y se sonrojó—. Le ruego perdón, mi señora.

Gabrielle podía imaginar lo que habían estado diciendo.

—Puede que quieras decirles que no sería una buena idea dejar que Xena los
escuche decir eso. Creo que la haría ponerse bastante furiosa.

—Mi señora.

—De hecho, me pone bastante furiosa —dijo Gabrielle.


—Lo siento mucho, mi señora —dijo Mali con voz entrecortada.

—De hecho, bajemos juntas a la cocina. —Gabrielle la acompañó hacia la


puerta que conducía a los estrechos escalones traseros—. Así puedo
asegurarme de que ese mensaje se transmita.

Xena asomó la cabeza por el marco de la puerta buscando atentamente al


pequeño rayo de sol.

—¡Oye! —No hubo respuesta. El cuerpo de la reina siguió a su cabeza, y se


movió a través de la alcoba de Gabrielle, consciente de que su consorte no
estaba allí—. Maldita sea. —Como no había salido por la cámara, la única
conclusión a la que Xena podía llegar, era que había bajado los escalones
hacia los niveles inferiores.

No era muy inusual, Gabrielle solía subir y bajar a las cocinas usando esas en
lugar de la escalera principal de afuera. Pero con las cosas que estaban
pasando... no le gustó.
254

Resueltamente, abrió la puerta y comenzó a bajar los escalones ella misma,


bajándolos de dos en dos mientras descendía rápidamente hacia la puerta
inferior.

La idea de Gabrielle allí abajo, incluso en las cocinas que razonablemente


esperaba que fueran amistosas, la heló hasta el corazón. El intruso había
entrado en la maldita sala de banquetes, así que estaba segura de que podía
entrar a las estancias más bajas con la misma facilidad.

Maldición. Maldición.

Xena llegó al final de los escalones y empujó la puerta que daba a los niveles
inferiores, pasando por el conjunto de almacenes que estaban entre las
escaleras y la entrada de la cocina. Agudizó su oído para escuchar la voz de
su consorte, pero solo podía oír el traqueteo y el ruido del personal
preparándose para servir la comida de la mañana al resto de la fortaleza.

Apretó su mandíbula para evitar gritar el nombre de Gabrielle.

La cocina estaba ajetreada, pero se convirtió en un balbuceo cuando, la


figura alta y distintiva de la reina, abrió la puerta y los cuerpos comenzaron a
girar para mirarla. Xena inspiró profundamente para soltar un bramido, pero
justo cuando estaba por comenzar, vio a Gabrielle en la parte de atrás, cerca
de las ollas de la cocina.

»Mmph —Dejó escapar el aire con un leve gruñido. Mirando con dureza al
personal, se desvió hacia el fuego, observando el lenguaje corporal de su
consorte mientras estaba rodeada de sirvientes desconocidos. Gabrielle no
parecía asustada, pero tenía sus puños plantados muy lindamente en sus
caderas y era obvio que estaba echando la bronca por algo.

Mientras se acercaba, Gabrielle volvió la cabeza y la vio, casi como si sintiera


su presencia. Xena aminoró el paso viendo una sonrisa aparecer en la cara
de su consorte y extendió el brazo para tomar la mano ahora extendida en su
dirección.

»Rata almizclera.

Todos los sirvientes parecían adecuadamente aterrorizados. Xena estaba


complacida.
255
—Hola. Iba a subirte el desayuno —le dijo Gabrielle—. Solo estaba corrigiendo
a algunas personas… quiero decir cosas… aquí abajo.

—¿Ya estás? —Xena miró a los sirvientes—. ¿Todos vosotros pertenecen a ese
subnormal con el cerebro en la polla que me cargué en mi salón esta
mañana?

—Xena. —Gabrielle le apretó los dedos.

—¿Verdad? —la reina preguntó lanzando una mirada asesina a los hombres.

—Su Majestad, tenemos ese honor —dijo uno de los hombres con voz suave—
. Amábamos mucho a nuestro príncipe.

—Qué encantador —dijo Xena—. Entonces, ¿por qué mi consorte necesita


estar aquí ocupándose de vosotros? —Miró a Gabrielle—. ¿Qué han hecho,
mear en la cerveza de la mañana?

—Xena. —Gabrielle se acercó más y enredó sus dedos con los de la reina—.
Sencillamente no sabían lo que de verdad había sucedido, así que se lo conté.

¿De verdad?
Xena lanzó una mirada a los sirvientes. ¿Qué historia verdadera les había
contado Gabrielle?, se preguntó. ¿La verdadera “verdadera” historia, o la
verdadera historia que le había contado a Brendan, o la verdadera invención
que quería que todos los demás supieran?

—Ya veo.

—Su Majestad, estoy seguro de que el príncipe no pretendía hacerle ningún


daño.

—Yo también estoy segura —dijo Xena—. No era un suicida, solo estúpido. —
Rodeó a los sirvientes, poniéndolos aún más nerviosos. Su propia gente
retrocedió, desapareciendo de la zona y retirándose a la otra parte de la
cocina—. Así que decidme. ¿Alguno de vosotros lo vio irse anoche?

Gabrielle la soltó y se hizo a un lado, recogiendo una bandeja y ocupándose


de conseguirles algo de comida, dejando a Xena con su interrogatorio.

Eso por sí solo, la desvió de su curso. Observó a Gabrielle moverse, estudiando


su postura e intentando decidir si estaba molesta con ella por fastidiar al
256
personal o simplemente hambrienta.

—Todos lo hicimos, su Majestad. —El hombre que había hablado antes habló
de nuevo—. Así es como sabemos que el príncipe no pretendía hacerte daño.
Les dijo a todos que iba a proteger tus aposentos contra el asesino.

—¿Qué? —Xena se volvió a medias, arrastrando su atención de vuelta.

—Sí. —El hombre asintió con entusiasmo—. Eso es lo que nos dijo. Iba a atrapar
al asesino, y estaba seguro de que eso le traería su favor —dijo—.
Especialmente desde que nos dijo que lo había mandado llamar.

—¿Lo mandé llamar? —Xena señaló su propio pecho—. Yo no lo llamé.

—Eso es lo que su… ah, la dama Gabrielle nos ha contado. —El hombre
admitió—. Pero el príncipe nos aseguró que había enviado a por él y todos nos
alegramos.

—No envié a buscarlo —repitió Xena.

—Tenía su nota, Majestad —dijo el hombre en un tono manso—. La vimos. —


Se volvió hacia Gabrielle—. Se la hemos mostrado. Ella la tiene…

Xena digirió eso en silencio.


—Gabrielle —dijo en voz baja—. Entrégamela.

Su consorte lo hizo, dejando la bandeja un momento y cruzando de vuelta


hacia ella. Sacó un trozo de pergamino de su cinturón y se lo tendió. Xena lo
tomó y lo abrió, encontrándose con los ojos de Gabrielle antes de mirar hacia
abajo.

Pudo ver una expresión de débil incertidumbre allí, y eso la enfureció. Miró
hacia abajo al pergamino, sus propios ojos abiertos de par en par al reconocer
lo que era, sin duda, su propia letra.

Ven a buscarme. Necesitamos hablar. X

El impacto le envió escalofríos por la columna, hasta que parpadeó y recordó


las palabras que había escrito y cuándo.

»Inteligente —dijo—. Escribí esto, de acuerdo. —Vio la contracción en los labios


de Gabrielle—. Solo que no para él. —Le devolvió la nota a Gabrielle—. Esa es
la nota que le envié a Lastay para que viniera a buscarme.

Gabrielle exhaló un poco, obviamente tratando de no parecer visiblemente 257


aliviada.

»Mm. Salvó la vida del bastardo. Probablemente es por eso que lo usaron para
engañar a Philtop. —Xena negó con la cabeza brevemente—. La recogí en
las estancias de Lastay. —Miró a los sirvientes—. No lo convoqué. Si hubiera
querido deshacerme de él, lo habría hecho. No necesitaba engañarlo para
que fuera a mis aposentos para eso.

—Majestad. —El sirviente inclinó la cabeza, pero Xena podía oír la duda en su
voz y la enojó.

—Fuera de aquí. —Señaló a la puerta—. Todos vosotros. —Los sirvientes se


marcharon apresuradamente, y ella se volvió hacia su compañera que la
observaba en silencio—. ¿Qué estás haciendo aquí abajo?

Gabrielle se volvió y siguió preparando su bandeja.

—Bueno, Mali me dijo que esos muchachos estaban aquí abajo diciendo que
le dijiste a Philtop que fuera a tu cama y luego lo mataste, así que quise
aclarárselo todo.

Xena estudió la delgada figura.


—¿La nota te ha asustado? —Gabrielle asintió en silencio—. A mí también,
antes de recordar cuando la escribí —dijo la reina acercándose para poner
sus manos en los hombros de Gabrielle—. Rata almizclera, me estoy quedando
sin maneras de decirte que no soy la puta infiel que aparentemente crees que
soy.

Gabrielle se volvió bruscamente y la miró.

—¿Qué? —dijo—. ¡Yo no creo eso!

El horror sonó verdadero. Xena miró en silencio a los tormentosos ojos verdes
que la miraban.

—Ellos sí. —Echó un vistazo a la cocina—. La mitad de la maldita fortaleza


probablemente lo cree. Hades, soy capaz de eso, ¿sabes?

—No quiero pensar eso —susurró Gabrielle—. No es por ti por lo que dudo,
Xena, soy yo. —Xena suspiró, apoyando sus antebrazos en los hombros de su
consorte, con muchas ganas de levantar su espada y correr por toda la
fortaleza masacrando todo a su paso. Mejor eso que tener una charla sensible,
258
de todos modos. Gabrielle miró hacia otro lado y su piel se puso de un rosa
apagado—. Todo el mundo dice que solo soy una vergüenza para ti. Que
todos se ríen de mí.

—¿Quién? —preguntó Xena dulcemente—. ¿Quién dice eso? Dame un


nombre, cariño, para que pueda encontrarlos y matarlos —añadió, en un tono
cálido y afectuoso, aunque sediento de sangre—. Antes de desayunar.

Eso hizo que Gabrielle la mirara de nuevo.

—Te amo tanto que creo que me vuelve un poco chiflada —dijo—. Tengo
tanto miedo a perderte.

La simple admisión tocó el corazón de Xena de forma inesperada, la crudeza


que había en ella, le provocó una sorprendente sensación de lágrimas a los
ojos.

Justo allí, en la cocina. Y maldita sea, Gabrielle las vio. La reina exhaló. Miró
rápidamente a ambos lados, encontrándolas aisladas en la cocina, sin señales
de que hubiera nadie más cerca.

—Gabrielle. —Hizo una pausa—. Tenerte pensando que me desharé de ti por


un niño bonito o alguien más, me duele de verdad. —Estudió los ojos ahora
graves que la miraban—. Por favor no hagas eso. La vida ya es lo
suficientemente dolorosa sin que le añadas eso a la mía. —Ahora había
lágrimas en los ojos de Gabrielle—. No tengas miedo —la voz de la reina se
redujo a un susurro—. Nunca te dejaré.

Observó detenidamente la expresión de Gabrielle, viendo el leve


estrechamiento de sus ojos y la igualmente leve inclinación de su cabeza
antes de levantar sus manos unidas y besar los dedos de Xena.

Eso parecía una buena señal.

Xena inclinó su propia cabeza, y esperó, mientras Gabrielle respiraba y su


expresión se aclaraba, volviéndose abierta y amorosa, mientras una leve
sonrisa se abría paso en sus labios.

»Entonces —dijo—. ¿Tienes tanta hambre que te has quedado muda? —La
sonrisa se intensificó. Gabrielle solo asintió—. Tendré que recordar eso. —Xena
se inclinó hacia adelante y la besó en la cabeza—. No te vayas a pique por
mí, amor. Te necesito —susurró—. No importa qué más haga ese bastardo
aquí, si nos jode, él gana. 259
—Nunca —dijo Gabrielle encontrando por fin su lengua—. Xena, incluso si me
echaras por alguna otra persona, pasaría el resto de mi vida fuera de tu puerta
porque no hay otro lugar donde mi corazón pueda ir.

Xena escuchó su corazón latir repentinamente en sus oídos cuando las


palabras resonaron en ellos. Besó la cabeza de Gabrielle otra vez, y la abrazó.

—Todo bien. Así que ahora que hemos goteado pringue sentimentaloide por
todo el suelo y lo hemos dejado hecho tal desastre que los malditos ayudantes
de cocina tendrán que limpiar, vamos a conseguir unas galletas antes de que
ambas empecemos a llorar como bebés a los que les están saliendo los
dientes.

—Está bien. —Gabrielle le devolvió el abrazo—. Lo siento, Xena. Esa es una


forma horrible de comenzar el día.

—Sí, seguro que sí —la reina suspiró—. Será mejor que me traigas algo
realmente bueno para eso. Estoy hambrienta. —Colocó su brazo sobre el
hombro de Gabrielle mientras se volvían hacia el hogar—. Entonces veremos
qué encontró Brendan anoche y visitaremos a los persas.

—¿Podemos vestirnos primero?


Xena se rio entre dientes con ironía.

—Aguafiestas.

Gabrielle estaba más que contenta de abrocharse las hebillas de las botas
una vez que habían comido hasta saciarse de la bandeja del desayuno,
dejándola limpia. Se puso de pie y tiró de su tabardo, ajustando el cinturón y
reviviendo la sensación del cuero sobre ella.

Metió su pequeño cuchillo en su funda en la parte superior de su bota, y


recogió su funda de pergamino, dirigiéndose de vuelta a la sala donde Xena
estaba abrochándose los cierres de su armadura de casa. El cuero negro era
uno de sus atuendos favoritos con el que ver a la reina, y ella le dio una suave
palmadita en la cadera cuando pasó a su lado y se sentó en el banco a
esperar.

Gabrielle se había tomado un minuto para anotar lo que se habían dicho y lo


guardó en el estuche para mirarlo más tarde. Todavía se sentía un poco
260
mareada por eso.

—Los huevos estaban bastante buenos, ¿eh?

—Bastante bueno todo. —Xena estaba atando su espada en su funda a la


espalda—. Está bien, vámonos. —Tomó su larga daga y la deslizó en su agarre,
justo encima de la base de su espina dorsal y verificó la capa de cuero y la
armadura de bronce sobre sus hombros. Un golpe en la puerta la hizo mirar
alrededor—. Adelante.

La puerta se abrió y entró Brendan.

—¿Lista Xena?

—Vámonos —respondió la reina, indicándole a Gabrielle que se uniera a ella—


. ¿Qué están diciendo? —preguntó, mientras se dirigían a la puerta y bajaban
los escalones hacia el gran vestíbulo.

—Bien. —Brendan dirigió el camino hacia los pasillos inferiores—. Los que
vinieron con él se están rasgando las vestiduras —dijo—. Aunque tienen claro
que él estaba incordiando y todo eso.
—UH, uh.

—Otros que escuché dicen que fue un milagro que hayas esperado tanto
tiempo. —Brendan sonrió sombríamente—. Que no le dieras importancia a sus
artimañas de ayer.

—Uhh. —Xena le entregó el pergamino doblado—. Aunque no lo creas, el


bastardo fue engañado a la muerte —dijo—. Su gente dijo que le entregaron
esto, pensó que era yo quien lo mandó llamar. —Brendan estudió la nota y
luego miró a Xena—. Es mi letra —dijo la reina—. Esa es la nota que envié a
Lastay cuando quería hablar con él, el día que tuvimos el espectáculo en el
salón de baile.

—¡Uh!

—Sí —dijo Xena—. Debí haberla recuperado cuando intentó quitarme a mi


buen Duque.

Brendan suspiró y se frotó la frente.

—Me siento como un asno, Xena —dijo—. Ese hombre mata gente a voluntad 261
y ninguno de nosotros es capaz de encontrarlo.

—¿Imaginas cómo me siento yo? —Xena bajó trotando los escalones, su


espada rebotando un poco sobre su espalda—. Entonces, ¿dónde está
ese…? Ah. —Vio a un grupo de guardias al final del pasillo y se dirigió hacia
ellos—. Buenos días, muchachos.

—Majestad. —Los dos guardias se tocaron el pecho—. Oímos que somos un


listillo menos esta mañana —añadió el de la izquierda, uno de sus hombres
mayores, un veterano que se había ganado el derecho de preguntarle cosas.

—Lo somos. —Xena se arrodilló junto a la pila que habían encontrado. Había
una bolsa de cuero, muy gastada y en un extremo, hecha jirones. Sacó los
guanteletes de su cinturón y se los puso, luego levantó la bolsa y la examinó.

Gabrielle daba vueltas alrededor y se sentó en el pequeño banco contra la


pared, mirándola.

»¿Qué hay ahí? —Xena sacó el contenido—. Parece que nuestro hombre es
un hombre —dejó un equipo de afeitado, una cuchilla larga y delgada y una
pequeña porción de jabón con una dispersión de pelos cortos y gruesos…—.
O una mujer fetichista.
Gabrielle frunció el ceño, estudiando el objeto, luego miró a Xena con
expresión perpleja. Luego, la reina sacó un puñado de dardos.

»Ah.

Los soldados la estaban mirando y asintieron.

—Dardos —dijo el mayor—. Similares a los que les dispararon a los dos
muchachos.

—Sí. —Xena se llevó el puñado a la cara y olfateó las puntas, sacudiendo la


cabeza hacia atrás un poco ante el aroma acre. Era más penetrante de lo
que había esperado, y casi podía saborear la amargura en la parte posterior
de su lengua.

Los dejó en el suelo y luego giró la bolsa, sacudiéndola para eliminar cualquier
contenido adicional, ya que incluso los guanteletes de cuero podrían
perforarse con una punta lo suficientemente afilada. Se cayó un trapo
empacado, y una pieza doblada de lino, y luego, en una rápida caída, dos
camisas negras y un par de sandalias.
262
Xena se detuvo, estudiando el suelo.

¿Sandalias? Extendió la mano y recogió una. Era delgada y suave, hecha para
ajustarse cómodamente al pie. La suela era delgada y flexible, y parecía un
poco pegajosa cuando la presionó con la punta del dedo enguantada.

—¿Qué es eso, Señora? —Brendan se acercó a mirar por encima del hombro.

—No estoy segura —admitió Xena—. Sandalias, pero…

Brendan extendió la mano y tocó la suela.

—Pegajosa.

—Sí. —Xena estuvo de acuerdo—. ¿Pero por qué?

Gabrielle se aclaró la garganta.

—En mi pueblo —dijo ella—, los niños que tenían que recolectar nueces,
usaban sandalias con miel untada en la base, para subir. Tenían un mejor
agarre con ellas.

Xena y Brendan la miraron, luego se miraron el uno al otro.


—Vaya —murmuró Xena—. ¿Quién lo diría? —Le dio una sacudida más a la
bolsa, pero estaba vacía. Revisó los restos, pero, aparte de confirmar el sexo
del intruso, realmente no le decía nada en absoluto. Las camisas y el resto de
los artículos eran comunes, y locales. Las sandalias, sin embargo. Cogió una
de las sandalias y la estudió de nuevo. Luego miró a Gabrielle—. Quítate las
botas, rata almizclera. Veamos qué nos indica esto.

Amablemente, su consorte dejó su pergamino y comenzó a desabrocharse


una de sus botas.

—No creo que pueda trepar a los árboles sin importar lo pegajosos que sean.

—No creo que estuviera trepando árboles —dijo Xena, golpeando la punta
de la sandalia contra su rodilla—. Tal vez es por eso que no hemos sido
capaces de atraparlo. —Inclinó la cabeza hacia atrás y estudió el techo—. Y
creo que ahora sabemos lo grande que es. —Levantó la sandalia—. Porque
esto seguro que no nos va a encajar al resto de nosotros.

263
Gabrielle colocó cuidadosamente sus pies en la pared, con sus manos
envueltas firmemente alrededor de un tirador de campana sujeto a un
gancho por encima de su cabeza.

—Um.

—Lo estás haciendo muy bien, rata almizclera —la animó Xena—. No te
preocupes. Si te caes, te dejaré caer sobre mí.

De alguna manera, a Gabrielle eso no la consolaba del todo. Le dolían los


brazos y sentía como si fuera a soltar la cuerda en cualquier momento. Pero
ella estaba a medio camino de la pared, y las sandalias parecían pegarse a
la superficie como los de una abeja.

Era increíble, y escalofriante.

—¿No es esto lo suficientemente alto? —preguntó Gabrielle, mirando hacia


abajo y luego deseando no haberlo hecho—. Me duelen los pies, ¿ves?

—Seguro que duelen. —Xena estuvo de acuerdo—. ¿Cómo se siente? ¿Crees


que podrías llegar hasta el techo?
Gabrielle levantó la vista.

—Creo que alguien más podría —admitió—. Creo que yo me caería antes de
llegar mucho más lejos.

—¿Ves algo allá arriba?

¿Ver algo?

Gabrielle sintió que sus brazos comenzaban a temblar. Tomó aliento, y logró
subir un paso más, envolviendo sus manos alrededor de la cuerda y
apretándola tan fuerte como pudo. Todo lo que podía ver era la pared y
algunas telarañas.

—No mucho, solo un montón de polvo —respondió.

—Polvo.

—Sí. —Se inclinó un poco hacia adelante—. Solo eso y en algunos lugares
donde… —Hizo una pausa—. Solo estos pequeños agujeros, o algo así.
264
—¿Agujeros?

Gabrielle los miró. Eran en realidad, solo agujeros. Lo único que era un poco
raro acerca de ellos, era cuántos había.

—Sí, algo así como… —Levantó la vista—. Un poco subiendo al techo allí…
como pequeño y negro… ¡Uf! —La cuerda que estaba agarrando se sacudió
y tensó bruscamente, y lo siguiente que supo fue que se balanceaba
alejándose de la pared y aulló aterrorizada, sus piernas se soltaron y la cuerda
le quemó las manos el tiempo suficiente para hacerla gritar antes de que un
fuerte brazo la agarrara y la mantuviera en su sitio—. ¡Ovejas!

—No, sólo yo. —Xena tenía sus piernas envueltas alrededor de la cuerda y las
estaba sujetando a ambas—. Muéstrame esos agujeros. —Gabrielle señaló—.
Ahhh. —La reina las colocó a las dos más cerca de la pared—. Agarra ese
saliente, rata almizclera. Acércanos más. —Gabrielle, con los brazos ahora
libres, obedeció. Tiró de ambas cerca de la superficie de la roca, y Xena inclinó
su cabeza hacia adelante, mirándolos—. Uh.

—Pensé que solo eran grietas, ¿pero? Son casi cuadrados —comentó
Gabrielle—. Algo así como… me viene la imagen a la cabeza de clavijas o
algo que entra allí.
—Ah. —Sin previo aviso, Xena soltó la cuerda y cayeron al suelo un segundo
después. Dobló las rodillas y recibió el impacto del doble peso, luego se
enderezó y dejó caer a Gabrielle—. Buen trabajo, cosa linda.

Gabrielle abrió los ojos cautelosamente, y luego miró hacia abajo,


ligeramente sorprendida de encontrar el suelo bajo sus pies.

—Gracias.

Xena inclinó la cabeza hacia atrás y apoyó los puños en las caderas.

—¿Qué es eso de allá arriba, Brendan? —señaló—. Cerca del borde del techo.
¿Lo ves?

Brendan sombreó sus ojos, y luego le dio a su reina una mirada irónica.

—Nada más que sombras, Xena —admitió—. No a estos viejos ojos, de todos
modos. ¿Kebbin? —Indicó a uno de los soldados más jóvenes que avanzara—
. ¿Ves algo allá arriba, hijo?

Kebbin, un hombre de estatura mediana y cabello castaño rizado y grueso, se 265


adelantó y miró hacia arriba.

—Es una reja, señor —dijo—. ¿No es así?

—Lo es —confirmó la reina—. Es una reja de hierro, con algún tipo de impresión
en ella. —Comenzó a mirar al suelo alrededor—. Y quiero verlo mejor. Brendan,
abre esas ventanas —ordenó secamente—. Uno de vosotros va a buscar un
escudo y será mejor que esté limpio.

Brendan se apresuró a cumplir sus órdenes, y uno de los otros soldados salió
corriendo.

—Su Majestad. —Kebbin dio un paso adelante—. ¿Quiere que trepe hasta
arriba y lo vea mejor? —Señaló la cuerda—. Puedo subir ahí arriba. Mi padre
era marinero y crecí escalando las líneas.

Xena lo estudió por un largo momento, luego hizo un gesto hacia la cuerda.

—Hazlo chaval.

Kebbin se escupió en las manos y luego se levantó de un salto y agarró la


cuerda, arremolinándose como Xena acababa de hacer. Pasó por donde
Gabrielle se había detenido antes y se acercó al techo.
—Aquí tiene, su Majestad. —Un soldado entró con un escudo y se lo ofreció a
Xena.

—Gracias. —Xena lo cogió, y se movió, colocándose detrás de la cuerda de


cara a la ventana que ahora dejaba pasar algo de luz gris.

—No se puede ver mucho, su Majestad —gruñó Kebbin—. Solo una reja.

Xena inclinó el escudo, reflejando la luz de la ventana en un destello gris


intermitente que viajó por la pared y se centró por fin en la reja.

—¿Cómo es?

Kebbin parpadeó.

—¡Zeus! —Soltó bruscamente—. Hay un… ¡Su Majestad! ¡Había algo allí! ¡Unos
ojos mirándome! —Se balanceó hacia adelante y hacia atrás sobre la
cuerda—. ¡Se fueron!

Gabrielle había ido detrás de Xena, y ahora le tocó la espalda a la reina,


tomando aliento. 266
—Hmmm. —Xena retumbó suave y profundamente en su garganta—.
Brendan, consigue cuerdas y postes. Quiero un andamio aquí en menos de
una marca de vela. ¡Deprisa! —Los soldados corrieron en todas direcciones—
. ¿Qué más ves allí, chaval? —preguntó Xena—. Háblame de la reja. ¿Cómo
se ve?

Kebbin envolvió sus piernas alrededor de la cuerda y miró a la rejilla, mientras


la luz parpadeaba sobre ella.

—Aquí como un escudo de armas —dijo—. Algo redondo, creo.

—¿Una mitad oscura, otra mitad clara, con la cabeza de un gato en la parte
superior? —preguntó Xena.

Kebbin la miró.

—Por los dioses, Majestad, ¿puede verlo desde allí?

—No. —Xena negó con la cabeza—. Es el escudo de armas de mi predecesor


—dijo—. Está bien, baja. Veremos mejor cuando construyamos varias
escaleras para subir allí.
—¿Qué era eso allá arriba? —susurró Gabrielle.

Kebbin se deslizó hacia abajo y se sacudió las manos.

—¡Por los dioses! —Echó un vistazo a Xena—. Menudo susto me ha dado. No


me gustaron esos ojos que miraban —dijo—. Desaparecieron cuando llegó esa
luz, Majestad.

—¿Qué tipo de ojos eran? —preguntó Xena—. ¿Eran de un gato? ¿Una rata?
¿De una persona?

—No pude verlos bien —repasó Kebbin—. Aunque no parecían de un gato.


Eran ojos grandes y redondos. —Levantó la vista hacia la reja—. No los vi a la
luz, corrió entonces.

—Quédate por aquí —dijo Xena—. De hecho, que alguien me consiga todos
los hombres de tu talla o más pequeños. —Estudió la reja—. Porque mis
hombros no van a pasar por allí, eso es seguro, y la rata almizclera tampoco
va a reptar por ahí.

—Uff. —Gabrielle dejó escapar un suspiro. 267


Xena la miró.

—Dime que realmente no pensaste que iba a empujar tu adorable culo en


ese agujero.

—Bueno. —Su consorte se acercó un poco más a ella—. Soy del tamaño
correcto.

—Gabrielle. —Xena plantó sus manos en sus caderas—. Dame un respiro. —


Frunció el ceño hasta que Gabrielle se presionó contra su cuerpo, dándole un
abrazo de disculpa. Puso su brazo sobre los hombros de la mujer más baja y
saboreó el calor, sus ojos se alzaron de nuevo hacia la rejilla. Por fin sentía que
iba a ir a algún lado con esto. Buscar en las mazmorras no le había dado más
que algunas sobras y tentativas de pinchazos. Sabía que podría estar
persiguiendo al bastardo en los pasillos inferiores durante todo el invierno sin
tener la oportunidad de atraparlo, había tantos pasadizos y tantos lugares
donde esconderse. Pero esa reja, ahora. Xena sonrió al oír que los soldados
comenzaban a regresar con los materiales de construcción que había
ordenado. Esa reja daba a algún lado, a un lugar que ella no conocía
personalmente—. ¿Sabes algo, rata almizclera? —Suavemente frotó el borde
del pulgar contra el brazo de Gabrielle—. Me volví realmente perezosa muy
rápido en este lugar.

Gabrielle levantó la vista hacia ella.

—¿Uh?

—¿Por qué no sabía que esa reja estaba allí? —preguntó Xena—. ¿Por qué no
examiné todos los túneles e hice algo con ellos?

—Estoy segura de que estabas ocupada. Con todos los soldados y esas cosas
—dijo Gabrielle.

—Estoy segura de que fui una imbécil post adolescente pagada de mí misma
que estaba demasiado ocupada limpiándome el trasero con túnicas de
terciopelo como para manejar este lugar de verdad. —Xena suspiró—. Maldita
sea, ¿por qué tengo que aprender todo de la manera más difícil?

Los soldados estaban armando las escaleras, Brendan estaba apuntando


hacia la reja y ordenando un gancho para sacarla de la pared. Xena se
contentó con dar un paso atrás y mantener a Gabrielle a salvo de cualquiera 268
de esas porquerías voladoras mientras observaban.

—¿Cómo pudiste aprender todo de la manera más difícil, Xena? Tú lo sabes


todo —objetó Gabrielle—. ¿No te habría llevado mucho más tiempo si lo
aprendieras de la manera difícil?

Xena miró hacia abajo y vio esos ojos abiertos y honestos mirándola.

—No lo sé todo —susurró—. Pero no se lo digas a nadie. —Gabrielle la abrazó


aparentemente contenta de permanecer acurrucada contra el costado de
Xena mientras observaban a los hombres trabajar. Levantó una mano y la
examinó, haciendo una mueca mientras flexionaba los dedos. Xena captó el
movimiento. Tomó la mano de su consorte y la examinó, haciendo su propia
mueca ante la piel en carne viva y raspada—. ¿Eso es de la cuerda?

Gabrielle asintió.

—Sí.

—Lo siento, rata almizclera. —La reina levantó su mano más arriba y besó la
palma—. ¿Ves? Una estupidez por mi parte pedirte que lo hicieras.
Eso fue encantador. Gabrielle se inclinó más cerca y le dio un beso a la reina
en el hombro.

—Está bien —dijo ella—. Nunca antes había subido a una cuerda. Fue más
difícil de lo que pensé que sería, y luego hiciste que pareciera que no era
nada.

La reina se rio suavemente.

—Kebbin no es el único que arrastró su culo arriba y abajo por los cabos en un
barco —admitió—. Hice mi parte de eso.

Gabrielle intentó imaginarse a su amante trepando por el mástil y lo encontró


bastante fácil de hacer. Xena tenía una manera de hacerte creer que ella
podía hacer y ser cualquier cosa y, de repente, deseó haber estado allí en ese
momento anterior en la vida de la reina.

Hubiera sido muy divertido. Podía imaginarse a sí misma como una pilluela
desaliñada, tal vez ayudando al cocinero de la nave mientras Xena los guiaba
hacia su próxima aventura. Después de un momento, dejó escapar un suspiro.
269
»¿Todavía te duele la mano? —Xena la examinó más de cerca—. Ah. —Giró
la mano de Gabrielle hacia la luz e inclinó la cabeza sobre ella—. Una astilla.

Gabrielle tenía una visión muy cercana del perfil de Xena, mientras esta se
concentraba en extraer la pequeña astilla de su palma. Como siempre,
estaba seria y decidida, totalmente concentrada en lo que estaba haciendo,
con esa mirada de feroz atención tan típica de ella.

Suavemente, levantó su mano libre y apartó un poco de cabello que ocultaba


los ojos de la reina detrás de su oreja, recompensada cuando esos hermosos
ojos se movieron y los labios de Xena se suavizaron en una sonrisa.

Podía perderse en esos ojos, y por un momento el mundo se desvaneció y ella


se perdió, casi segura de que podía escuchar los latidos de ambas al mismo
ritmo.

Fue un dulce y mágico momento. No sabía por qué lo estaban teniendo, pero
a medida que se alargaba, podía ver la creciente diversión en los ojos de
Xena y se inclinó para besarla antes de comenzar a reír.

Se separaron un poco, y Xena gentilmente le apretó la mano, luego la soltó.


»¿Mejor? —preguntó la reina.

Gabrielle la miró soñadoramente.

—¿Cuál era la pregunta?

—Eh. —Xena le dio una ligera palmadita en la mejilla—. Eres linda. —Alborotó
el cabello de Gabrielle, y se volvió para mirar a los soldados construir el
andamio, que ya estaba a medio camino de la rejilla. Podía sentir el cosquilleo
de los labios de Gabrielle sobre los suyos, y la tibieza presionada contra su
costado la consolaba por la comodidad, de una manera sorprendentemente
agradable.

Xena dejó que la construcción y el movimiento pasaran de lado, mientras


examinaba la sensación en sus entrañas. La cabeza de Gabrielle estaba
apoyada en su hombro mientras su consorte también observaba a los
hombres trabajar, y su mano se había posado casualmente sobre el muslo de
Xena, con las yemas de los dedos trazando cuidadosamente un patrón allí.

Esto era amor.


270
Xena se sintió un poco humillada por eso. Era un lugar muy estúpido para tener
una revelación interna, pero se admitió a sí misma, allí mismo, en el pasillo,
rodeada de soldados, que lo que sentía en ese momento era algo con lo que
nunca quería volver a vivir sin ello.

Aterrador como la mierda.

Por un momento, Xena se permitió imaginar cómo hubiera sido si, cuando
Philtop lo había pedido, simplemente le hubiera entregado el trono y se
hubieran marchado. Simplemente partir, con su espada, y su caballo, y su
adorable rata almizclera solo para descubrir lo que la vida tenía que ofrecerle.

—¿Xena?

—¿Hmm? —Xena sostuvo la imagen en su cabeza, sintiendo el crujido de la


nieve debajo de sus botas y el escozor del aire frío en sus pulmones, en un largo
camino, a millas de distancia antes de refugiarse.

—¿A dónde crees que va el túnel? —preguntó Gabrielle cuando los soldados
llegaban a la cima, y dos de ellos agarraron el metal y comenzaron a tirar de
él para sacarlo de la pared—. ¿Por qué lo pondrían cerca del techo? —Podía
oír el ritmo lento y rítmico de los cascos de los caballos, y en el borde de su
conciencia, el sonido de una voz a su lado mientras caminaba—. ¿Xena?

Ella dejó que la imagen se desvaneciera, pero no la olvidó.

—No lo sé, rata almizclera. —Xena inclinó la cabeza hacia atrás—. ¿Hay más
de estos? ¿Crees que los has visto? —Se sacudió a sí misma para salir de su de
su fantasía de loca enamorada y se acercó al andamio—. Vamos a ver.

Treparon, terminando detrás de los soldados que estaban trabajando en la


reja de la piedra. Brendan había llevado antorchas a la plataforma y tenía
una cerca de la abertura y estaba mirando dentro.

»¿Qué hay ahí viejo? —preguntó Xena. Se subió a la plataforma superior y se


metió entre los hombres, deteniéndose para examinar la reja que ahora
descansaba de costado sobre la superficie de la madera. El metal era viejo, y
era casi de un tono negro quemado.

Ella lo tocó y lo encontró muy frío.

»Uh. —Se movió hacia la abertura y sintió el aire frío contra su rostro, lleno de 271
polvo y olor a musgo. El hueco era lo suficientemente grande para que alguien
del tamaño de Gabrielle se arrastrara dentro de ella, y que alguien del tamaño
de Kebbin entrara muy justo, pero como sospechaba, no había forma de que
ella entrara allí.

Con un gruñido de decepción, despejó el espacio.

»Está bien, vamos a cazar, muchachos.

Kebbin se deslizó junto a ella sin vacilar, sujetando su daga entre sus dientes
mientras entraba en el agujero, sosteniendo una vela montada en una taza
en su mano izquierda. Hizo una pausa, luego se movió hacia adelante, sus
talones se movieron fuera de la vista después de un momento mientras
avanzaba.

Otro hombre inmediatamente subió tras él, equipado de manera similar.

»Chicos. —Xena se apoyó en la pared—. Si encontráis a alguien allí, matadlo.


No esperéis una orden, ¿de acuerdo?

—Si señora —dijo Kebbin de vuelta—. Hasta ahora, nada más que telarañas y
una araña.
Xena hizo una mueca.

—Mejor tú que yo, chaval. —Dio un paso atrás y examinó la reja de nuevo—.
Brendan, quiero que todos recorran el maldito lugar, encuentra más de estas.

—Sí —dijo Brendan—. Xena, los hombres me acaban de decir que la nieve
está tan mal afuera, que es pesada en los techos —dijo—. No quiero
arriesgarme a que colapse alguno, especialmente de los establos.

—De ninguna manera. —Xena gateó por el borde de la plataforma—. Vamos,


rata almizclera, vamos a revisarlos. —Estaba a mitad de camino en el andamio
en un suspiro—. Brendan, quiero saber qué encuentran esos tipos.

—Sí, señora —asintió Brendan.

—Haré una parada y recogeré a los persas. Pueden mover la nieve para mí,
será una experiencia nueva para ellos. —Xena llegó al fondo, se bajó de un
salto, se volvió y cogió a Gabrielle de la siguiente plataforma y la levantó hasta
el suelo.

—Espero que Parches esté bien —dijo Gabrielle con ceño preocupado—. 272
Chico, están pasando muchas cosas raras en este momento.

—¿Qué quieres decir con raras? —preguntó Xena, mientras subían


rápidamente los escalones y entraban al salón principal.

—Bueno, el clima —dijo Gabrielle—. ¿Toda esta nieve? Acaba de empezar el


otoño, Xena. —Se apresuró para alcanzar a la reina—. Y luego todo el asunto
con el malo y Philtop, y la gente que acaba herida, y la gente que acaba
muerta, y luego el circo y todo eso.

—Uh. —Xena murmuró.

—¿Y ahora encuentras estos pequeños túneles? ¿De repente? —Gabrielle


continuó—. ¡Todo es tan raro!

Era raro.

Xena permaneció en silencio mientras se dirigían a los barracones más bajos,


consciente de que las cosas comenzaban a girar fuera de su control, ya que
quienesquiera que fueran sus enemigos, estaban intensificando sus ataques.
Había comenzado con un pequeño misterio y un hombre muerto.

¿Ahora?
Creyó ver una sombra por el rabillo del ojo. Pero cuando volvió la cabeza para
mirar, no había nada. Podía oír el ruido de los persas delante de ella, y podía
verlos moviéndose en su dirección, la emoción agudizaba sus voces.

—Necesito vuestra ayuda —les dijo—. Vamos a los establos, podríamos tener
un problema.

En un instante, estaba rodeada de hombres grandes y barbudos, y todos se


dirigían hacia el corredor que subía al patio central donde estaban los
establos y los almacenes principales. Xena podía sentir que el frío aumentaba,
y por reflejo, echó la mano hacia atrás para asegurarse de que su espada
estaba en su lugar, justo cuando llegaron al final del corredor y uno de los
persas se adelantó para abrir la escotilla que conducía al aire libre,

Xena oyó un crujido, y el sonido de algo muy pesado que tronaba sobre la
superficie de madera e instintivamente, dio media vuelta para empujar a
Gabrielle de en medio, solo para encontrar su brazo atrapado y sacudido con
fuerza, dejándola desequilibrada y haciéndola tropezar a un lado, justo
cuando el techo se derrumbaba con un estruendoso rugido.
273
Giró y se lanzó, solo para ver a Gabrielle y al persa desaparecer bajo una
cascada de escombros y nieve, un grito a medias sonó como cortándose con
un cuchillo.

»¡Gabrieelle!

El terror la recorrió cuando creyó oír una risa a un lado y, una fracción de
segundo antes de sumergirse en el montón de hielo, giró y sacó su espada,
apuntando al sonido en un momento de furia total.

Una ola de sangre caliente hizo erupción, dejándose caer con un siseo en la
nieve mientras se zambullía tras ella, dejando escapar un aullido sin palabras
al tiempo que cavaba.

—Traedme agua caliente. —Xena no apartó su atención de la figura inmóvil y


pálida sobre la cama—. Y calentad unas sábanas junto al fuego.

La gente se apresuró a cumplir sus órdenes, pero su atención se centraba en


esa cara tranquila, y en el pecho que apenas se movía sobre el que
descansaba su mano.
Apenas una marca en ella, excepto ese bulto grande e hinchado en su
cabeza, y el hilillo de sangre seca que resaltaba claramente perfilado debajo
de su oreja derecha.

Xena levantó muy tiernamente uno de los párpados de su amante, sintiendo


que su corazón se hundía cuando vio la falta de respuesta del ojo vidrioso
debajo de él, y la pupila abierta e inmutable en el centro. Dejó que se cerrara
el párpado y comenzó a temblar por dentro.

El problema de ser un asesino amoral era que conocías personalmente cómo


se veía la muerte cuando se acercaba para posar sus plumas alrededor de tu
víctima.

Así que Xena sabía, al ver el movimiento desigual del pecho de Gabrielle y el
ojo sin brillo, que el sonido que apenas podía oír por encima del de su corazón
haciéndose añicos, eran esas plumas revoloteando.

Podía sentir que se quedaba sin respiración mientras los soldados detrás de
ella le ofrecían amablemente la ropa de cama calentada, la ayudaban
cuidadosamente a envolver el cuerpo inmóvil de Gabrielle, silenciosa y 274
reverentemente. Solo Brendan la tocó, puso una mano en el hombro de Xena
y la apretó sin pedir permiso ni necesitarlo.

Colocaron el agua caliente sobre la mesita de noche y ella tomó el trozo de


tela que le ofrecían, sumergiéndolo y luego limpiando suavemente la sangre
de la cara y la oreja de Gabrielle, limpiando los restos de la avalancha
mientras observaba que el movimiento de su respiración era aún más irregular.

Alguien entró en la estancia y su visión periférica captó un rápido destello del


rostro sombrío de Jellaus cuando se ubicó detrás de ella, le tocó la espalda
con suavidad y luego se puso de rodillas, para hacer nada más que estar
presente.

Todos lo sabían.

Xena sintió ganas de gritarles que estaban equivocados, pero no pudo, con
el corazón tan apretado en una constricción dolorosa que apenas podía
respirar, aceptando en silencio la devoción tácita que la rodeaba.

Extraño que ahora, en este momento de completo desastre, eligieran


expresarlo.
Nadie hablaba. En la esquina, Lakmas, el persa, se arrodilló con las manos
juntas y la cabeza gacha. Él había sido quien había ayudado a Xena a
despejar la madera y el hielo de Gabrielle, y la había llevado a sus aposentos,
ya que a Xena le temblaban demasiado las rodillas como para hacerlo ella
misma.

Xena apoyó las manos en la cama, sintiéndose más indefensa que nunca en
su vida. Afuera, podía oír el golpeteo de la aguanieve contra la ventana, y el
frío en la estancia la sacudió hasta el fondo.

»Avivad el fuego —ordenó suavemente.

Un soldado fue a hacerlo.

Xena cubrió con sus manos la mano inmóvil de Gabrielle, sintiendo el frío en
ella, a pesar de las sábanas calientes en las que ahora estaba envuelta. Tocó
el interior de la muñeca de su consorte, su corazón se detuvo hasta que sintió
el revoloteo contra las puntas de sus dedos, latidos tan inestables que casi
parecían al azar.
275
Gabrielle estaba muriendo.

Xena sintió que las lágrimas picaban en sus ojos y los cerró, las gotitas húmedas
golpearon sus manos y la mano que apretaba sin respuesta. Aquí había algo
que, toda su habilidad con las armas y toda su fuerza de voluntad, no podía
detener y abrió los ojos nuevamente para mirar esa cara quieta y tranquila,
todo el dolor de lo que esto significaba para ella regresar a casa.

Inclinándose hacia adelante, tomó el cuerpo de Gabrielle en sus brazos y la


abrazó, sosteniéndola suavemente cuando su cabeza se posó sobre el
hombro de Xena.

»No me dejes —susurró Xena al oído más cercano a su mejilla—. Por favor, no
me dejes.

A ella realmente no le importaba quién la oía, o quién estaba en la alcoba, o


qué iba a pasar después.

Lo único que le importaba era que el alma se le escapaba a través de su


agarre, la respiración que se hacía cada vez más débil, el aleteo de un latido
que se difuminaba.

No.
Dolor.

Gabrielle era principalmente consciente de un gran dolor. Realmente no sabía


dónde estaba o qué le había pasado, pero le dolía respirar y se sentía como
si estuviera flotando en la oscuridad.

Entonces todo se desvaneció y pudo ver un suave resplandor de luz. La rodeó


y la animó, y se imaginó que podía sentir el roce de las nubes contra su piel.
Abrió los ojos, o creyó que lo hacía, y vio una luz más brillante acercándose a
ella, trayendo una bienvenida calidez.

Era un alivio. Había tenido tanto frío. La calidez empapó el dolor en sus huesos
y lo aligeró, y encontró que su respiración se hacía más fácil cuando la luz la
rodeó.

Ahora podía oír susurros a su alrededor. Voces apagadas en la luz, que podía
oír pero que no entendía. La luz pareció concentrarse y ella la miró 276
extendiendo la mano para tocarla, pero se encontró incapaz de moverse.

Tan extraño.

—Gabrielle —habló una voz suave y tranquila.

—Sí —susurró ella.

—Es hora de que descanses. Ven conmigo.

—¿Qué ha pasado? —Intentó girar la cabeza y no pudo.

—Es tu hora —respondió la voz—. Te llevaré con tu familia, te están esperando.

Gabrielle flotó allí un momento, pensando.

—¿Mi familia?

—Tu madre, tu padre, y tu hermana, y un hermanito que nunca supiste que


tenías —dijo la voz—. Todos quieren verte. Te están esperando. Ven conmigo.

¿Hermanito?

Se preguntó Gabrielle.
—¿Qué me está pasando? —preguntó—. ¿Estoy... he muerto?

—Sí.

Oh no.

Gabrielle tomo consciencia de una pena abrumadora que la golpeó justo en


el estómago, un dolor tan intenso que hizo que la luz se desvaneciera, y
comenzó a rugir en sus oídos.

—Oh no, no es verdad —articuló—. Por favor dime que no es verdad. No


puedo… No quiero…

—Gabrielle.

—¡Noo! —Empezó a luchar contra la parálisis que la mantenía inmóvil.

—Gabrielle, debes venir conmigo. Tu familia te está esperando —la voz


insistió—. No puedes luchar contra eso. Es la hora.

No me dejes. 277
Gabrielle de repente escuchó otra voz.

—¡Xena!

Por favor no me dejes.

Volvió a oír la voz, tan llena de dolorosa tristeza que bloqueó el sonido de la
voz cerca de ella y los susurros.

No quiero vivir sin ti. Por favor no te vayas.

Cada palabra resonaba como una campana en su cabeza, la crudeza, y la


angustia que llegaban tan claramente la hicieron empezar a llorar.

Era Xena. Lo sabía. Suplicándole, simple y abiertamente, y Gabrielle comenzó


a luchar contra su incapacidad para moverse, retorciéndose en las ligaduras
invisibles con todo lo que tenía.

»¡Déjame ir! —le dijo a la voz—. No quiero ir contigo.

—Tu familia te quiere.


—¡No los quiero! —gruñó Gabrielle—. ¡Quiero quedarme con Xena! ¡Déjame ir!
—Podía sentir una fuerte atracción que la arrastraba hacia la luz, estirando de
algo que podía sentir agarrándola por la espalda, un delgado y delicado
cordel que se iba haciendo más y más delgado a medida que lo sentía
deshilacharse cuando la luz la impulsó más rápido hacia adelante.

Oyó un llanto en su mente, un grito ahogado de dolor que le rompió el corazón


y fue demasiado. Era demasiado, y su voluntad explotó repentinamente en
una ráfaga de nubes y oscuridad, y se volvió contra el tirón y se estiró hacia
atrás para sujetar el cordel que se desvanecía, agarrándolo con ambas
manos que de repente podían moverse.

Gabrielle.

Su nombre, en un susurro tan suave y tan lastimero, fue como un cuchillo que
la atravesaba. Reforzó su agarre y pateó detrás de ella, contra la atracción
insistente.

»¡NO!
278
No me dejes. Por favor.

La voz regresó.

—Regresa ahora o nunca volverás aquí, Gabrielle.

—¡Déjame ir!

—Irás a la oscuridad, te quedarás en la oscuridad y sufrirás con ella.

Gabrielle sintió que sus brazos cedían mientras se agarraba contra el tirón.

—Eso es lo que quiero. —Logró jadear—. Si su alma arde en el Tártaro por la


eternidad, quiero que la mía se queme a su lado.

La atracción se detuvo. Paró tan bruscamente que fue arrojada de nuevo


desde la luz hacia la oscuridad, y su cuerpo colapsó en una oleada de dolor.

—Que así sea. Que los fuegos te lleven.

La oscuridad se convirtió en negrura, y hubo ruido, y el sonido de llamas y


luego se sintió como si su cabeza explotara y le dolía respirar y…
Brendan caminaba rígido cruzando el patio interior, su cara era una máscara.
No había ningún sanador que pudiera conseguir, ninguna poción mágica que
pudiera comprar, nada que pudiera hacer para aliviar el sufrimiento que
había dejado atrás en los aposentos de Xena.

Le resultaba desgarrador ver a Xena reducida a lágrimas de impotencia. La


había visto luchar con un dolor que mataría a cualquier otra persona, la había
visto erguirse contra cien enemigos, sufrir cortes y heridas, y la devastación de
la muerte de su hermano y nada de eso la había hecho caer de rodillas.

Ahora esto sí. Brendan se sintió impotente. Volvió al lugar donde ocurrió el
accidente con la intención de encontrar alguna pista, obtener un informe que
le permitiera volver con Xena y darle lo que le había causado tanto dolor
atravesado en su espada.

—Oye.
279
Brendan giró su cabeza para ver a un guardia de Philtop acercarse a él.

—No tengo tiempo para ti —dijo pasando junto a él.

—¿No? He oído que la pequeña lechoncilla ha muerto. ¿Es cierto?

Brendan sintió que se lo llevaba la furia. Se giró y desenvainó su espada


empujándola con fuerza con ambas manos en la caja torácica del hombre,
sintiendo cómo la hoja rechinaba contra su espina dorsal cuando salió por el
otro lado.

—Gurk. —El hombre jadeó con los ojos desorbitados.

Brendan retiró su espada, luego le cortó la cara al hombre, partiéndola por la


mitad y enviando astillas de hueso a lo largo del frente del establo.

—¡Qu...! —Uno de los compañeros del hombre salió corriendo—. ¡Para! ¡Qué
estás haciendo!

—Matarlo —gruñó Brendan, cortándole la cabeza al hombre, y luego


separando la mano de su muñeca—. ¿Quieres ser el siguiente? —Dio una
patada al cuerpo del hombre y se giró para enfrentar al recién llegado, la
sangre goteaba en el suelo y salpicaba su armadura. Dos de sus hombres
salieron disparados, sacando sus espadas—. Di una palabra acerca de
cualquiera de ellas —gritó Brendan—. ¡Y te arrancaré el corazón!

—No tienes derecho a… —El hombre retrocedió rápidamente mientras


esquivaba ser cortado—. ¡Estás loco! —Se dio media vuelta y echó a correr,
chocando con el resto de los guardias de Philtop que salían del cuartel—. ¡Ese
bastardo ha matado a Guron!

Sonó un cuerno, y el sonido de las botas corriendo tronó más cerca cuando
los hombres de Xena respondieron.

—¡Esa es la escoria del bastardo! —Brendan señaló al guardia—.


¡Probablemente trajeron al que mató a nuestra pequeña con ellos! ¡Vamos a
por ellos!

Las espadas se desenvainaron y los hombres gritaron de rabia por ambos


lados, y los cuarteles se convirtieron en una maraña de cuerpos y sangre.

280
Estaba hecho.

Xena todavía sentía el último movimiento bajo sus dedos, y el punto en el


cuello de Gabrielle que las débiles respiraciones habían estado calentando,
se quedó frío.

El cuerpo que sostenía se volvió pesado y comenzó a llorar sin poder


contenerse, y su cuerpo entero tembló sin poder controlarlo. La pena era
abrumadora y se rindió a ella, sintiendo un toque en su espalda y amables
manos abrazándola.

No mitigó el dolor, una herida de cuchillo en el estómago que de repente


deseó vívidamente que fuera real. Morir ella misma sería mucho menos
agonizante.

Y luego Xena sintió que el cuerpo frío e inmóvil se agarraba con un tirón de sus
brazos y ella jadeó cuando sintió una leve y suave bocanada de aire contra
su cuello otra vez, y el irregular golpeteo contra las puntas de sus dedos, se
recuperaba de su aterrador titubeo y se estabilizaba.

Por los dioses.


Xena se estremeció por el shock, su mente confundida con una mezcla de
miedo y alivio que hizo que se le revolviera el estómago.

Hipó suavemente, y abrazó a Gabrielle un poco más fuerte, sintiendo las


lágrimas correr por sus mejillas al sentir que el cuerpo en sus brazos recobraba,
finalmente, un pequeño calor precioso.

Acunó la cabeza de su amante, saboreando ese aliento tenue y cálido contra


la piel de su cuello, cada respiración era un momento más que posponía la
muerte de su alma.

Fue un momento tan duro como nunca había conocido, comprendiendo en


ese instante hasta qué punto había avanzado por un camino sin retorno con
Gabrielle y descubriendo que era muy sorprendente que no se arrepintiera de
haber dado un paso.

Ni siquiera ahora.

Xena cerró los ojos y vivió plenamente en ese momento. Frotó el brazo de
Gabrielle con la mano, sin estar segura de sí se estaba imaginando sentir el
281
menor retorno de tensión en el cuerpo flojo que se desplomaba sobre ella.

¿Se lo estaba imaginando?

Un aliento más fuerte contra su piel y supo que no era así. Sintió que sus
músculos se convertían en agua, y era difícil sostener a Gabrielle, con miedo
de dejarla ir o tratar de alejarse por temor a que simplemente se derrumbara.

—Xena —la voz de Jellaus era suave y amable en sus oídos—. ¿Te gustaría
sentarte en la cama y abrazarla?

Xena cerró los ojos.

—No creo que pueda levantarme —admitió, su voz era tan ronca que apenas
la reconoció.

—Te ayudaremos. —Jellaus desenganchó cuidadosamente la espada de su


espalda y la colocó a un lado de la cama—. Lakmas, ven.

Xena sintió que unas manos la agarraban con mucho cuidado, la levantaban
y la bajaban sobre la cama con Gabrielle todavía agarrada a ella. Mantuvo
los ojos cerrados y sintió que su amante se movía contra ella, y oyó un leve
murmullo cuando aquellos dedos se apretaron contra los suyos y los demás lo
vieron.

Se obligó a abrir los párpados para encontrar a Jellaus arrodillado junto a la


cama, con el persa al lado, con los ojos enrojecidos y las mejillas llenas de
lágrimas. Jellaus se acercó y le tocó el brazo, sus labios se tensaron en una
sonrisa débil pero alentadora.

Xena miró hacia abajo, estudiando el rostro de Gabrielle. El feo chichón


deformado sobre su oreja no era menos evidente, pero su pecho se movía
con un toque más regular, y los dedos de su amante estaban apretados
alrededor de su armadura, con evidente intención.

¿Qué había pasado?

Xena sabía lo que había sentido, sabía que había visto la vida salir del cuerpo
de su amante. Sabía que el angustioso dolor no había sido falso.

¿Era esto solo la parte falsa? ¿Levantar sus esperanzas y aliviar sus miedos, solo
para terminar de nuevo en agonía?
282
¿Importaba?

¿A ella le importaba?

Xena se sentía completamente agotada.

—Jellaus.

—Estoy aquí. —Jellaus se acercó más—. ¿Qué necesitas, Xena?

—¿Alguien comprobó los caballos?

—Están bien, Xena. —El juglar la tranquilizó—. Fue el frente del establo el que
se derrumbó, donde está el pajar. Demasiada nieve.

—¿Fue fortuito? —murmuró la reina, con una media sacudida de su cabeza—


. Debería haber sido yo. Ella me sacó del camino.

Jellaus suspiró.

—Ella tiene un corazón sincero y valiente.

—Lo tiene. —Xena volvió a cerrar los ojos y el agotamiento se apoderó de


ella—. Espero… Rezo a los dioses por que siga latiendo.
—Descansa, Xena. —Jellaus le apretó el brazo—. Seguiremos vigilando.

—Ninguna criatura o cosa malvada entrará en este lugar. —Lakmas habló por
primera vez—. Lo juro.

Xena dejó escapar un suspiro, sintiendo finalmente una sacudida dentro de


ella.

—Gracias. —Dejó que su mejilla descansara contra el cabello de Gabrielle


manteniendo el dolor a raya, al menos por ahora.

283
Parte 8

Xena no tenía idea de qué hora del día era. Las cortinas estaban cerradas y
había perdido la noción de todo, excepto de la figura inconsciente que
descansaba en sus brazos.

¿Había sido una marca de vela? ¿Dos?

Xena no estaba segura. Mantuvo la mirada fija en el ligero movimiento del


pecho de Gabrielle, diciendo una oración silenciosa entre ellos mientras
mantenía una mano tocando su cuello para sentir el aleteo de los latidos de
su corazón.

Nunca había sentido un miedo tan intenso como este. Contraía sus entrañas
y la mantenía al borde de las lágrimas y le molestaba tanto el estómago, que 284
ni siquiera podía beber el agua de la taza que habían dejado junto a su codo.

El bulto en la cabeza de Gabrielle estaba caliente e hinchado y era


tremendamente frustrante para Xena, ya que no había nada que pudiera
hacer al respecto. El daño estaba en el interior, y no tenía forma de aliviarlo o
de usar sus habilidades de curación para ayudar a su amante herida.

Todo lo que podía hacer era sentarse aquí y esperar, sosteniendo a Gabrielle
suavemente contra ella, dándole nada más que el calor de su cuerpo y el
enfoque de sus pensamientos.

La alcoba estaba muy tranquila. Sus hombres, Jellaus y el persa, estaban


sentados en silenciosa vigilia con ella, los soldados se habían sentado contra
la puerta, con las piernas cruzadas debajo y los codos apoyados sobre sus
rodillas.

Su discreta devoción la conmovió. Nadie se movía, salvo para levantar la


cabeza de vez en cuando y mirarlas a las dos en la cama, después devolvían
su mirada al suelo.

Pero cada minuto que estaba sentada allí, cada minuto que ellos vigilaban
en silencio, cada minuto que el pecho de Gabrielle se movía, era un minuto
en la dirección correcta.
Xena gentilmente frotó su mano sobre el brazo de Gabrielle, acercándola un
poco más a su abrazo y contra su cuerpo. Un movimiento llamó su atención y
levantó la vista para encontrar a Jellaus acercándose a ella con una manta
tejida en sus manos.

Le dio una mirada de agradecimiento mientras él la colocaba.

—Gracias —murmuró.

—Xena. —El trovador ajustó el borde de la manta—. Nos honras a todos al


admitirnos aquí, para estar contigo.

—No se siente así —dijo Xena.

—Lo sé, mi reina. —Jellaus respondió con tono suave—. Han dejado mi arpa
afuera, ¿puedo traerla y tocar algo de música para vosotras?

Música.

Xena asintió.
285
—A ella le encanta la música. —Tuvo que dejar de hablar cuando su pecho
se apretó y un eco de la lastimosa queja de Gabrielle por no poder tocar
nada, sonó en sus oídos y se preguntó sombríamente si alguna vez escucharía
una repetición de eso.

Jellaus le tocó el hombro, luego se dirigió hacia la puerta de la cámara exterior


y se deslizó a través de ella.

»¿Oyes eso, rata almizclera? —susurró Xena al oído cerca de su barbilla—. Va


a darte una serenata. —Se deslizó hacia atrás un poco y abrazó a Gabrielle
con más seguridad—. Venga, sabes que quieres oírlo.

Tomó la mano de Gabrielle y entrelazó sus dedos mientras Jellaus regresaba


con su arpa y se sentaba en un pequeño taburete cerca de la cama, sus
dedos rozaron las cuerdas y trajeron un sonido reconfortante en el aire.

El trovador se lanzó con una hermosa melodía, sin palabras, pero ligera y
suave, agitando la quietud del aire y atrayendo la mirada del resto de los
hombres.

Alivió el corazón de Xena un poco, y sintió que los músculos de la parte


posterior de su cuello se aflojaban levemente. Frotó su dedo pulgar contra el
de Gabrielle y miró la cara pálida, cuya mejilla descansaba contra su pecho.
Después de un momento de quietud, sintió una leve presión contra sus dedos,
casi tan leve que pensó que podría haberlo imaginado. Pero decidió que no
lo había imaginado.

»Vamos, rata almizclera —susurró—. Puedes oírlo, ¿verdad?

Por favor, escúchalo, deseó en silencio. Por favor, no seas como los otros que
he conocido, que se golpearon en la cabeza y nunca volvieron a despertarse.

La tenue y fantasmal presión regresó y bajó la vista a sus manos juntas para
ver los músculos crispados a través de la parte posterior de la muñeca de
Gabrielle.

Entonces vio que el pulgar de su amante se movía, solo un poquito.

»Sigue así, cariño. —Xena agachó la cabeza y susurró mientras la música se


volvía un poco más fuerte—. Sé que estás ahí. —Meció suavemente a su
amante—. ¿Oyes esa música? Te gusta, ¿verdad? —No hubo respuesta, pero
las sensibles puntas de los dedos de Xena podían sentir el aleteo cada vez más
fuerte debajo de ellos y un toque de color parecía estar de vuelta en las
286
mejillas de Gabrielle—. Te amo —murmuró—. Créelo, rata almizclera. Despierta
y habla conmigo.

La puerta se abrió de nuevo y Xena levantó la vista para encontrar a Brendan


entrando. Su capitán estaba visiblemente mojado, su armadura ligeramente
torcida y un nuevo corte reciente que se extendía a lo largo de su cuello.

»¿Qué te ha pasado? —preguntó.

Brendan se sentó en un taburete y la miró, su rostro se contrajo un poco.

—Un hombre me hizo la pregunta equivocada —dijo en un murmullo bajo—.


No volverá a preguntar.

Una pelea entonces, una grande.

Brendan se había lavado la sangre antes de volver a su presencia. Xena


exhaló y miró a Jellaus. El trovador arrugó la cara un poco y luego continuó
tocando, pasando de una canción a la siguiente, mientras se desplazaba en
el taburete.

Bueno, oiría sobre eso con el tiempo.


Xena dejó que su mentón descansara nuevamente contra la cabeza de
Gabrielle, y dejó que sus ojos se cerraran, permitiendo que la música se filtrara
de nuevo y la relajara. De todos modos, lo que estaba pasando fuera no
importaba.

Solo importaba lo que estaba sucediendo aquí, en el círculo de sus brazos.

Al menos estaba lejos de la voz y de la luz. Gabrielle sintió que estaba flotando
en una nada gris y confusa, con los ojos cerrados y en un estado de semi
parálisis. No tenía ningún impulso real de moverse, era mucho más fácil
simplemente quedarse quieta.

Era extraño y tenía un poco de miedo. No estaba segura de dónde estaba


realmente o qué le estaba sucediendo, y mientras continuaba flotando allí se
dio cuenta de que se estaba perdiendo algo.

Echaba de menos a alguien. Estaba sola, y ya no estaba acostumbrada a eso


y, al pensarlo, se formó en su mente una imagen que era la cara de Xena, 287
rodeada por un desorden de cabello oscuro.

Sí, eso es lo que se estaba perdiendo.

Su tempestuosa amante que llenaba su vida de asombro y emoción.


Recordaba vagamente algo que intentaba alejarla de Xena, e incluso
recordaba vagamente haber discutido sobre eso.

Echaba de menos la voz de Xena. Casi podía oírla, en el límite de toda la


neblina borrosa, grave, sexy y retumbante, serpenteando en su camino a
través de las nubes a su alrededor y haciéndole cosquillas en los oídos.

“Rata almizclera”.

¿Era Xena llamándola? Tenía que serlo, ¿No? Xena no llamaba rata almizclera
a nadie más, ¿verdad? Solo a Gabrielle.

Creyó que podía oírlo de nuevo, suave pero inconfundible, esas palabras
llenas del cálido afecto que Xena siempre ponía en ellas.

Xena no hablaba así con nadie más. Solo con Gabrielle. Incluso las personas
que le gustaban no conseguían esa mirada, ni podían sentir el toque de Xena
sobre ellas, alborotándoles el pelo o apoyando el peso de su brazo sobre ellas.
Solo Gabrielle.

Estaba segura de que le importaba a Xena, a pesar de que las otras personas
se rieron de ella y la llamaron campesina. Xena la apreciaba y amaba.

¿Verdad?

Gabrielle sintió miedo otra vez. Era terrible pensar que algún día Xena se
cansaría de ella y Xena se había enojado con ella cuando pensó que
Gabrielle había pensado eso. Quería creer lo que Xena había dicho, pero en
su mente era difícil alejar ese miedo.

Muy difícil.

¿Sabía Xena dónde estaba ella?

Gabrielle creyó que oía como se pronunciaba su nombre otra vez y detrás de
eso, el leve tintineo de la música.

Su miedo se elevó un poco mientras oía el sonido y escuchó su nombre otra


vez, en una voz cariñosa e insistente. Y luego, profunda, rica y dulce, escuchó 288
“Te amo”. Y en esa gris niebla de ninguna parte, entrando y saliendo de la
realidad, tomó esas palabras como un ancla y se envolvió alrededor de ellas
de una manera nueva e inesperada.

Eso era cierto. Xena la amaba. Gabrielle imaginó que podía sentir la presencia
de su amante a su alrededor y con mucho esfuerzo, trató de cerrar los dedos
alrededor de la mano con la que creía, con todo su corazón, que estaba
envuelta alrededor de las suyas.

Xena la amaba. Lo había demostrado de mil maneras, y Gabrielle ahora


podía verlas, pequeños momentos de su vida entrando y saliendo de sus
pensamientos.

Con todas sus formas impetuosas y exigentes. Gabrielle se había


acostumbrado al peculiar y a veces mezquino, sentido del humor de Xena, a
su intolerancia hacia cualquier cosa que fuera en contra de su voluntad, a sus,
a menudo, volátiles cambios de humor.

Se había acostumbrado a ellos porque también experimentaba la dulce


ternura que su amante podía mostrar, la consideración tranquila y el cuidado
honesto y verdadero que había asumido sobre la persona de Gabrielle.
Recordó largas noches de invierno, practicando sus historias con Xena
envuelta alrededor de ella como una manta viviente, contenta de
simplemente escuchar mientras ambas se sentaban frente al fuego con los
ojos medio cerrados en somnoliento placer.

Recordaba haber llevado a Xena melocotones dulces y fruta fresca en el


calor del verano cuando la reina se sentaba en sus aposentos mientras
repasaba sus nobles peticiones y veía la simple felicidad en su rostro, cuando
se recostaba en su silla y la miraba acercarse.

Eso era real. Sus juegos al escondite en lo alto de las torres del castillo por la
noche, eran reales. El montar a caballo lado a lado a través de la hierba lo
era. La risa de Xena lo era. La fiereza de sus abrazos y la pasión de sus besos,
lo eran.

Gabrielle sintió que una sensación de ligereza empujaba suavemente la


sensación de presión sobre su pecho. Dejó que la felicidad de esos recuerdos
le trajera una sonrisa en su cara y alegría a su corazón. Otro susurro pareció
alcanzarla, haciendo eco suavemente en medio del gris.
289
“Nunca te dejaré, Gabrielle, así que no me dejes tú”.

En toda la incertidumbre turbulenta, eso era una constante. Gabrielle lo asimiló


y se permitió creer que era verdad, aunque sabía, en un nivel profundo, que
estaba perdiendo una parte de sí misma al hacerlo. Su padre siempre le había
advertido que no debía confiar en la gente.

“Nunca confíes en ellos, había dicho. Todos quieren algo de ti y no quieren


pagar por ello”.

Sintió que la pesadez se asentaba de nuevo en ella cuando recordó lo dura


que había sido la lección cuando supo lo que significaba eso, especialmente
no confiar en él. Recordó la noche en que Lila volvió a su alcoba, mordiéndose
el labio para no llorar, después de que la había tomado la primera vez.

Recordó su miedo cuando él había venido y la había desnudado, para


empujarla frente a hombres extraños una y otra vez, y las palizas después de
que ninguno de ellos se había interesado, o quería pagar su moneda.

Recordó cuánto le había dolido, la primera vez que la había pateado en el


estómago y lo enferma que había estado después, durante tanto tiempo.

“Gabrielle”.
La voz de Xena. Quería responder. Podía escuchar lo derrotada que sonaba.

“Vamos, rata almizclera. Quédate conmigo”.

Podía sentir el dolor de Xena. Verdaderamente. Era como un puño apretando


su propio corazón y no quería eso. Quería que Xena fuera feliz.

Luchó contra la niebla, sintiéndose un poco enojada de que se estuviera


interponiendo entre ella y Xena. Quería que pasara, y sentir la maravillosa
calidez del abrazo de su reina y ver el afecto en esos hermosos ojos.

Xena le había dicho, recordó, que lamentaba que su padre hubiera muerto
en el ataque porque eso significaba que Xena no tenía la posibilidad de
matarlo ella misma. Gabrielle recordó lo segura que se había sentido sabiendo
que Xena nunca permitiría que nadie le volviera a hacer algo así de nuevo.

Xena habría disfrutado matándolo, lo sabía. Habría tenido la satisfacción de


hacerle sufrir, como él había hecho sufrir a Gabrielle. Así era Xena.

Intratable, mezquina, audaz, feroz, llena de furia, anhelando venganza.


290
Y aún valiente.

Leal.

Cariñosa.

Gabrielle intentó con fuerza cerrar nuevamente la mano, sintiendo un extraño


calor rodeándola. Podía sentir la presencia de Xena al mismo tiempo, como si
la reina la estuviera abrazando, el contacto de la piel contra la piel, el olor de
su aroma, sensaciones tan profundas que le proporcionaban su propio nivel
de consuelo y comodidad.

No.

Se acurrucó más cerca en su mente.

No te dejaré, Xena.

Finalmente, el terror se desvaneció. Xena exhaló lentamente cuando el aliento


contra su piel, una vez más, llegó con un movimiento regular y el latido del
corazón bajo su toque, estable y fortalecido.
Si miraba hacia abajo, veía los dedos de Gabrielle envueltos alrededor de su
mano, la tensión en ellos ahora visible a medida que su agarre se apretaba.

Se sentía completamente exhausta. La tensión de estar sentada sobre el


equilibrio entre la esperanza y la desesperación, la estaba desgastando como
nunca lo había hecho ninguna batalla y mantuvo los ojos cerrados,
bloqueando la alcoba a su alrededor e incluso la suave música.

Tal vez hubiera sido más fácil para ella haber estado sola. Xena se sentía
expuesta, desnuda ante los ojos de sus hombres, pero no tenía la fuerza para
negarles su presencia y el apoyo silencioso y tácito.

Y, en algún nivel, tal vez, había una parte de ella que no quería estar sola.

Acunó la cabeza de Gabrielle contra su pecho, sus dedos sintieron el calor del
chichón y la piel hinchada y tensa sobre él. No sabía lo que eso estaba
haciendo en el interior de la cabeza de Gabrielle, pero sabía que no era
bueno.

Y no había nada que pudiera hacer...


291
Xena se detuvo a mitad de un pensamiento y dejó que sus ojos se abrieran.
Jellaus todavía estaba a su lado, rasgueando suavemente, su cabeza
apoyada contra la mesita de noche y sus mejillas humedecidas con
renovadas lágrimas.

¿Qué estaba recordando?

Había habido algo que desencadenó sus pensamientos, pero;

¿Qué había sido? ¿Otra herida en la cabeza que ella había arreglado?

Los ojos de Xena se movieron de un lado a otro en la estancia, tratando de


contener las emociones y pensar.

No, ninguna otra herida en la cabeza.

Había visto suficientes personas morir bajo sus manos con ellas. Xena exhaló
lentamente.

¿Fue una batalla? ¿Alguna idea que había recibido?

¿Alguna de las personas con las que ella había hablado? ¿Algún pergamino
que ella había leído?
Y luego vino a ella. No, no había batalla, ni pergamino, ni ninguna persona.
Solo un estúpido momento suyo y un mal movimiento, y su mano rompiéndose
contra la pared de piedra escaleras arriba, enviando cada estrella que había
visto a lo largo de sus días en una repentina visión de rojo.

Gabrielle y una jofaina de agua fría, y sus suaves dedos alisando el nudo del
dorso de la mano de Xena con bendito alivio helado.

—Brendan.

—Xena. —Brendan estaba a su lado, arrodillado—. ¿Qué puedo hacer?

—Tráeme una gran cubeta de nieve del exterior. —Brendan la miró por un
largo instante, luego se levantó y se dirigió a la puerta, como siempre, sin
cuestionar todas sus demandas—. Aguanta, rata almizclera —susurró—.
Aguanta.

Fue difícil dejar ir a Gabrielle. Quitar los brazos de su amante para poder 292
moverse, recoger un puñado de nieve y presionarlo suavemente contra el
bulto en su cabeza. Sentir su corazón hundirse al no ver un destello de
reacción, solo ese movimiento débil e irregular de su pecho.

Xena colocó suavemente su cuerpo sobre la cama y miró a su alrededor.

—Tráeme algo de tela.

Jellaus le tendió un trozo, y ella la dobló alrededor de más nieve y la presionó


sobre el mismo lugar.

¿Estaba oscuro afuera?

Xena no tenía ni idea. Alisó el cabello pálido de la cabeza de Gabrielle, la


nieve derretida lo humedecía junto con la cubierta de satén sobre la
almohada. Sin embargo, escuchó un estremecimiento contra la ventana y
levantó la vista.

»¿La tormenta está empeorando?

—Sí —dijo Brendan con tono tranquilo—. Les dije a los hombres que trajeran los
caballos al salón de baile, Xena. No quería que acabaran lastimados.
Xena asintió.

—Gracias. —Movió la compresión un poco—. Dile a esa gente del circo que
representen un espectáculo. Que mantengan a todos distraídos.

—Sí. —Brendan se levantó y fue hacia la puerta, hablando con otro soldado
en voz baja. El hombre se fue rápidamente y cerró la puerta tras él.

Xena miró intensamente la cara de Gabrielle.

—Jellaus.

—Estoy aquí, Xena. —El juglar le puso una mano en el hombro.

—Ve a buscar a Lastay.

Los dedos en su hombro se tensaron, luego se relajaron. Jellaus rodeó la cama


y fue a la puerta, entregando su instrumento a uno de los soldados que
esperaban pacientemente.
293
Era difícil comprender realmente, lo desesperadamente apegada que se
había vuelto a Gabrielle. Xena limpió suavemente el agua de la cabeza de su
consorte y metió más nieve sobre la tela, poniéndola de nuevo sobre el
chichón. Era difícil sortear todas las aplastantes emociones que pasaban por
su mente para pensar, planificar y tomar decisiones.

Quería derrumbarse, llorar y gritar.

Quería implorar y hacer un berrinche y comportarse como todas las personas


afligidas que había despreciado siempre, entendiendo finalmente en esta
etapa de su vida, el dolor que había causado a tantas.

Era exasperante y desgarrador. Todas esas personas cuyos seres queridos


había decapitado o destripado, enviándolos a Hades sin más pensamiento
que sacudir una mosca, que nunca había entendido y ahora, arrodillada a un
lado de su cama, finalmente lo hacía.

Oh, lo hacía.

Ahora era, quizás, el momento de perder a su ser querido. Xena sintió que su
pecho se contraía y su visión se volvió borrosa por las lágrimas. Mantuvo las
manos quietas y respiró en silencio, hasta que pudo abrir los ojos y enfocar
nuevamente. Lyceus le había dicho una vez que creía que, si alguna vez ella
entregaba su corazón, sería para toda la vida y ahora se encontraba
maldiciéndolo por tener razón.

Maldiciéndose a sí misma. Maldecía a todos menos a Gabrielle porque ella no


tenía la culpa de nada de eso. Todo lo que Gabrielle había hecho era
entregarle el corazón y el alma y nunca mirar atrás, amando a Xena con una
inocencia abierta que la hacía sentir un dolor agudo por dentro de pensarlo.

»Nunca me lo merecí. —Xena suspiró—. Soy tan bastarda. ¿Qué Hades hice
para que ella se enamorara de mí?

—Xena. —Brendan, al parecer, la había escuchado—. Fue un caso de dos


grandes corazones reuniéndose.

Xena dejó escapar un bufido suave y dolorido.

—Uno tal vez.

—Ah, no. —Brendan le tocó el brazo—. Xena, te he seguido siendo muchacho 294
y hombre todos estos años, todos lo hemos hecho, no por los dinares y lo sabes.

No.

Lo sabía. Incluso si lo negara ante ellos y le restara importancia, Xena sabía la


verdad y fingir lo contrario delante de Brendan y el resto, no serviría de nada.
No le sirvió, en realidad, porque era la razón por la que sus tropas eran tan
leales a ella, las que lo eran.

Los amaba. Moriría por ellos. Lo sabían. Ella lo sabía. Trató de fingir que todo
era crueldad, pero Brendan tenía razón. Tenía un corazón demasiado grande
y Gabrielle lo había envuelto suavemente en sus brazos y le había dado a
Xena una experiencia que nunca había pensado que tendría en esta vida.

Lo cierto es que nunca esperó ser feliz. Amar a alguien como amaba a
Gabrielle. Que alguien la amara con una integridad completa, que sabía en
su corazón era un gran regalo, uno al que no creía tener derecho.

No, no tenía derecho, pero lo había conseguido de todos modos y, ahora,


ante la posibilidad de perderlo, sabía que merecido o no, no estaba dispuesta
a vivir sin él.
Qué insoportable cobardía.

Xena miró la cara de Gabrielle.

¿No fue ella quien le dijo a Gabrielle que se fuera y tuviera hijos y que le pusiera
su nombre cuando ella estirara la pata?

¿No fue ella? ¿No era ella la que realmente no había entendido cuando
Gabrielle la había llorado y le había dicho que no quería vivir sin ella? ¿La que
pensó que Gabrielle tal vez estaba un poco pirada?

Xena puso más nieve sobre el chichón.

—Que alguien me traiga un poco más de esto —empujó la cubeta.

Gabrielle no había estado chiflada. Acababa de entender en sus entrañas,


que esto era mucho más rápido de lo que Xena creía.

La puerta se abrió y cuando Brendan salió con la cubeta, Jellaus regresó con
Lastay pisándole los talones. 295
—Xena, él está aquí. —Jellaus recuperó su instrumento y se recostó en el
taburete, sus dedos lo afinaron un poco automáticamente.

—Señora —dijo Lastay suavemente—. Lo siento mucho.

Ni siquiera se le pasó por la cabeza una pizca de burla.

—Sí, yo también —dijo Xena—. Escucha, Lastay. Si las cosas van realmente mal
aquí, debes prepararte para asumir el mando de este sitio.

Xena entendía lo que estaba diciendo. Sabía que los soldados lo hacían.
Incluso el persa, arrodillado a su izquierda, sus grandes dedos apretando el lino
por ella, lo sabía. Sus grandes y líquidos ojos oscuros tenían una sorprendente
compasión cuando se lo devolvió.

¿Lo entendería Lastay?

—Xena —dijo Lastay—. Haré lo que quieras que haga, siempre que quieras
que lo haga —habló sin su habitual afectación—. Soy tuyo. —Lastay lo
entendió. Xena se sintió un poco humilde al escuchar la sinceridad en su voz.
Ella había sido tan grosera con él siempre. Él se arrodilló a su lado, apoyando
sus grandes manos en la colcha de la cama—. ¿Puedo perseguir a esa criatura
mientras tanto? —preguntó—. De verdad que me gustaría atraparlo.

—Mira a ver lo que puedes averiguar —dijo la reina después de un breve


silencio—. Ten cuidado.

—Lo haré —dijo Lastay—. Hazme saber si hay algo más que pueda hacer por
ti, Xena. O a mi esposa.

Xena asintió.

—Gracias. —Giró su cabeza brevemente y lo miró a los ojos—. Trae a tu esposa


aquí si quieres. Es probablemente el lugar más seguro del palacio. No tiene
sentido que ambos pasemos por esto.

Los ojos del duque se llenaron, pero simplemente asintió en respuesta. Se


levantó y se dirigió a la puerta que uno de los soldados le abrió
respetuosamente. Salió y luego el silencio volvió a asentarse, salvo por el suave
rasgueo de Jellaus.
296
»Él lo hará bien —dijo Xena mientras acariciaba suavemente el lino húmedo
sobre la pálida cara de Gabrielle, sus manos temblaban un poco.

—Has hecho de él un mejor hombre de lo que era, Xena —dijo Jellaus con
sencillez—. Como tienes tantos otros. Nos atraes a todos por la grandeza de
corazón y espíritu.

Xena se giró y lo miró, pero él simplemente le devolvió la mirada, moviendo los


dedos sobre las cuerdas. Después de un momento, la reina volvió a su tarea.

Brendan volvió con su cubeta, los hombros del soldado estaban cubiertos de
nieve y un poco de polvo en su cabello. Dejó el cubo al lado del codo de
Xena y se retiró al fuego, sacudiéndose sobre la piedra.

Xena volvió a aplicar nieve fresca al chichón, estudiando atentamente a


Gabrielle.

¿Era su respiración un poco más fácil?

Puso su mano libre contra la mejilla de su amante y rozó sus labios con el borde
de su pulgar, sintiendo lo que seguramente era una presión fantasma contra
su palma a cambio.
Dejó su pulgar contra los labios de Gabrielle y sintió el suave calor de su aliento
contra la piel, una sensación tan dulce como nunca antes había conocido.
Alentada un poco, cambió la bolsa de nieve, convenciéndose a sí misma de
que el bulto parecía un poco más pequeño.

—Vamos, rata almizclera —canturreó Xena suavemente—. No me


decepciones, ¿eh? Sé que estarías malditamente enojada si me vieras aquí
mojando la cama. Abre los ojos para que puedas verme arrojar nieve sobre tu
cabeza. Quiero oírte chillar.

—Xena. —Jellaus dejó su rasgueo, y le ofreció una taza—. ¿Un poco de té?

—Más tarde. —Xena observó intensamente la cara de su amante—. Vamos,


Gabrielle. Vuelve a mí.

¿Eso fue un parpadeo debajo de ese párpado?

Alargó la mano y lo tocó con la yema del dedo, sintiendo el inconfundible


movimiento de reacción ante la débil presión. Eso trajo una chispa de
esperanza y Xena apenas resistió el impulso de sacudir a la figura inmóvil en la 297
cama.

Vamos.

Gabrielle se dio cuenta de un modo vago que había alguien más en su niebla
gris. No era Xena, todavía podía sentir a su amante a su alrededor, esta nueva
presencia era diferente.

—¿Hola? —gritó—. ¿Hay alguien?

Al principio, no hubo respuesta. Luego escuchó un suave suspiro en algún lugar


cercano.

—Hola.

La voz era muy rara. Sonaba muy parecida a la suya cuando la escuchó en
su cabeza.

—¿Quién eres?
—Hm —dijo la voz mientras se acercaba y daba la impresión de sentarse a su
lado—. Vamos a dejar eso abierto por un tiempo.

La voz no sonaba amenazante. De hecho, Gabrielle sintió que su ansiedad se


desvanecía un poco con su presencia.

—¿Tú sabes dónde es esto?

—Sí —respondió de inmediato la voz—. Pero tú no, ¿verdad?

—No. —Gabrielle hizo una pausa—. Estoy un poco asustada.

La voz dio la impresión de sonreír, al menos, su tono cambió como lo hacía el


de Xena cuando sonreía.

—Apuesto a que sí y no te culpo. La primera vez que pasé por esto también
estaba bastante asustada.

Gabrielle sintió más miedo de escuchar eso.


298
—¿Estoy muerta? —supuso, decidiendo ir al grano y descubrir lo peor.

—No exactamente —dijo la voz—. Resultaste herida y tu cuerpo quiere morir,


pero hay algo que te mantiene atada a él.

Oh.

Gabrielle estaba un poco abrumada por la declaración, aunque en realidad


era mejor de lo que había empezado a temer que fuera.

—¿Y qué es ese algo? —preguntó.

—Amor —respondió la voz con tierna naturalidad—. No quieres dejarla, y ella


no puede vivir sin ti.

—Oh. —Gabrielle sintió una oleada de emoción, una poderosa sacudida en


sus entrañas—. Parece que sabes lo que es eso.

La voz volvió a sonreír.

—Sí —estuvo de acuerdo—. Y tu amada está haciendo todo lo posible por


curar tu cuerpo, así que... supongo que lo que quería decirte es que aguantes
y te quedes.
—No quiero morir —dijo Gabrielle—. No quiero dejarla.

—Lo sé. —La voz pareció acercarse—. Ella te necesita. Sé que tal vez no
siempre lo crees, pero lo hace.

Gabrielle escuchó las palabras.

—¿Quién eres?

La voz permaneció en silencio por un momento.

—Soy alguien que se parece mucho a ti —respondió por fin—. Mi vida era
diferente a la tuya, pero compartimos mucho, incluyendo saber lo que es el
amor así —continuó—. Hay alguien que va más allá, que está tratando de
hacerte daño. Digamos que estoy aquí para equilibrar la balanza.

Esa era una gran cantidad de información para asimilar. Gabrielle se sentía
confundida e insegura.

—¿Alguien está tratando de lastimarme? 299


—A tu alma gemela —respondió la voz—. Pero lo están haciendo a través de
ti. Es un viejo truco. —Ahora el tono era un poco irónico.

—¿Intentan lastimar a Xena? —aclaro Gabrielle—. ¿Haciéndome daño a mí?

—Sí.

—Eso está muy mal.

La voz definitivamente sonrió ahora.

—Lo está. Y el hecho de que lo esté es lo que me permite estar aquí para
demostrarlo y explicártelo con detalle. Si ellos estuvieran jugando según las
reglas, yo no estaría aquí.

Gabrielle pensó en eso.

—¿Eres un fantasma?

La voz se rio entre dientes.

—No.
Eso era aún más confuso. Gabrielle se centró en otra cosa.

—¿Cómo puedo salir de aquí? Quiero volver. Quiero estar con ella.

La voz se asentó un poco más cerca.

—Tienes que desearlo lo suficiente —dijo—. Tienes que sentir ese amor y
aferrarte a él con todas tus fuerzas. Piensa en estar en tu cuerpo y tienes que
obligarte a retroceder.

—Oh.

—Duele —dijo la voz—. Pero cuando abras los ojos, habrá merecido la pena.
Te lo prometo. —Gabrielle trató de mirar a través de la niebla, entrecerrando
los ojos e imaginando que podía distinguir una forma vaga a su lado, una
forma sentada con los brazos alrededor de sus rodillas. Tuvo la impresión de
pelo desgreñado y piel desnuda y luego la niebla pareció despejarse solo un
poquito, lo suficiente para que pudiera distinguir ojos del mismo color que los
suyos mirándola—. No dejes que ganen —dijo la voz haciéndose más
profunda y adquiriendo un débil eco—. Lucha contra ellos. Sé que puedes. Sé 300
que tienes la fuerza. No hay nada en la tierra más fuerte que el amor que
conoces. Confía en mí en eso.

Gabrielle estudió esos ojos, sintiendo repentinamente una sensación de


afinidad, tan fuerte, que la hizo estremecer. Había un conocimiento tan
absoluto allí, ella sabía que lo que esta voz, esta persona, estaba diciendo, era
la verdad. Que esta persona sabía tanto o más de ella como lo hacía ella
misma, y que esta persona, había estado en el mismo lugar donde estaba ella
ahora y lo había superado.

Así que pensó que, si ellos podían, entonces ella podría, y si la voz tenía razón
al respecto, entonces la voz también tenía razón acerca de que Xena la
necesitaba.

—Lo haré —dijo—. Lo prometo.

Tuvo la impresión de que una mano fuerte envolvía la suya y la apretaba.

—Se buena. Se fiel. Ella lo es. —La figura de repente se alzó sobre ella y sintió
un suave beso en su frente, y luego...

Y luego la voz y la figura ambigua desaparecieron.


Gabrielle sintió una mezcla de asombro y decepción, pero trató de mantener
todos los consejos que la voz le había dado en su mente cuando sintió que la
bruma giraba alrededor de ella y luego se concentró, segura de que podía
escuchar sonidos que no estaban allí antes.

Campanilleo.

El sonido del agua

El sonido de un latido del corazón.

Podía escuchar un sonido creciente, casi subliminal, un rugido profundo que


parecía tirar de ella desde todas las direcciones, y lo siguiente que supo, fue
que estaba atrapada en una vorágine de sensaciones, y los sonidos eran
cada vez más fuertes, y tuvo la sensación de algo tratando de alejarla de
nuevo.

Sin embargo, las palabras de su visitante resonaron en su mente y ella gritó el


nombre de Xena, estirándose a ciegas en el gris cuando sintió una lanza
ardiente atravesar sus entrañas y escuchó un alarido enojado muy cerca. 301
Ella entendía lo que estaba en juego ahora. Percibió una oscuridad que se
precipitaba sobre ella, desplazando la niebla gris y envolviéndola con helada
brusquedad, mientras el caos la rodeaba y algo muy táctil la agarró por la
parte posterior de los hombros intentando tirar de ella hacia atrás.

Pero podía sentir algo tan fuerte que la empujaba hacia adelante, una
llamada que llenó sus oídos cuando sintió manos agarrando las de ella y la voz
de Xena llamándola.

Llamándola.

Llamándola a casa.

Y aunque el camino de regreso era en la oscuridad, se zambulló en él, se liberó


del agarre detrás de ella y cayó rodando hacia un pozo creciente de dolor y
angustia tan intenso, que le resultaba difícil respirar y se ponía peor cuanto
más cerca estaba de la voz de Xena.

Un dolor increíble.
Sintió la niebla gris llamándola de vuelta, alejándola de la agonía y
devolviéndola a la supervivencia.

—¡Gabrielle! —la voz de Xena cortó la confusión y la nota de súplica en ella


atrajo la atención de Gabrielle con asombrosa amplitud y recordó lo que su
visitante le había dicho. Que Xena la necesitaba. Un susurro—. Por favor, no
me dejes.

Y ahora, tan cerca de la oscuridad, la voz era real, el dolor era real, y podía
escuchar el retumbar del corazón de Xena y no había duda de la respuesta.
Se lanzó a la tormenta frente a ella, y se zambulló en ella, buscando esa
necesidad, ese dolor, y la verdad que finalmente supo cuando dejó atrás la
niebla y cayó hacia adelante en un estallido de dolor real y frío, y un vuelco
sobre un trueno abrumador.

—¡Gabrielle! —gritó Xena por lo que parecía la enésima vez, cuando el


espasmódico cuerpo en su mano se quedó inmóvil—. Por favor, no me dejes
302
—susurró al ver que el pecho se detenía, y el aleteo en su cuello se detenía y
su mundo se detenía en el mismo momento. Y luego, con un áspero hipo,
Gabrielle se sacudió y su pecho se levantó de nuevo y un rubor rosado inundó
su rostro y sus ojos se abrieron de golpe, dos orbes verdes aturdidos, inyectados
en sangre, que se dirigieron de inmediato el rostro de la mujer que la sostenía.
Xena no tuvo tiempo de disimular—. Oh —dejó escapar un sonido suave,
asombrado. —Me escuchaste. —Apartó su agarre de los brazos de Gabrielle
para abrazarla, acercándola y enterrando su rostro en su cabello húmedo—.
Ohh.

Gabrielle respiró fatigosamente otra vez, incapaz de conciliar el dolor y la fría


incomodidad, con la profunda y maravillosa oleada de felicidad que la
atravesó, sintiendo el temblor en los brazos de Xena y escuchando los gritos
ahogados, casi indefensos, que provenían de ella.

Nunca había imaginado ser capaz de afectar a alguien así.

—S... está bien —logró decir con voz ronca, levantando una mano con un
esfuerzo increíble y poniéndola en la cadera de su amante. La respiración de
Xena era brusca y desigual, y finalmente exhaló, y se echó un poco hacia
atrás para que pudieran mirarse la una a la otra.
Oh.

Gabrielle dejó que la emoción la inundara, al ver el alivio crudo y los ojos
hinchados de lágrimas observándola. La voz había tenido razón. Esto era más
de lo que había esperado. No tenía palabras, solo logró agarrar la mano de
Xena y saborear la calidez de la misma.

Xena tampoco tenía palabras. Dejó que su cabeza descansara nuevamente


contra la de Gabrielle, su respiración finalmente se ralentizó y se volvió más
regular a medida que sentía el movimiento del cuerpo de su consorte, y ese
toque suave y gentil en su piel. Dejó escapar un gemido bajo y tembloroso,
toda la energía que se filtraba fuera de ella.

Honestidad en cada detalle.

Gabrielle ahora se sintió un poco tonta, recordando todas sus noches


preguntándose si realmente Xena se preocupaba por ella. Ahora ya no tenía
que preguntarse más. Ahora lo sabía.

»Xena —susurró. Sintió a Xena sonreír—. Ay. 303


—Sí. —La baja y tensa voz retumbó cerca de su oído—. Apuesto a que te duele
la cabeza.

—Sí. —Lo cierto es que le dolía todo. Gabrielle podía sentir todo su cuerpo
dolorido, además de las palpitaciones en su cabeza—. Ay —repitió
lúgubremente al darse cuenta de que la voz también había tenido razón en
eso. Tenía frío y podía sentir la humedad a su alrededor—. Mojada.

—Sí —dijo Xena—. Te cogería y te movería al lado seco de la cama, pero por
los dioses que no puedo —dijo—. Lo siento.

Gabrielle logró levantar su mano, sus dedos temblorosos tocaron un lado de


la cara de Xena.

—Está bien. —Una calidez reemplazó el frío cuando Xena la envolvió


suavemente con ambos brazos, atrayéndola contra su cuerpo. Podía sentir las
manos de la reina frotándole lentamente la espalda mientras dejaba escapar
una larga y lenta exhalación—. Te amo.

Xena simplemente asintió en respuesta. Se sentía mucho mejor estar medio


sentada en los brazos de Xena. Gabrielle sintió que su cabeza latía menos, y
aunque la reina todavía llevaba la armadura de casa, era más cómoda que
las sábanas mojadas. Podía sentir la mejilla de Xena apoyada contra su
cabeza y logró acariciar la suave superficie con el borde de su pulgar.

Xena hizo un ruido bajo y profundo en su garganta.

Gabrielle se sintió sonreír, muy contenta de haber dejado esa paz gris por este
doloroso caos. Cualquier cantidad de incomodidad valía la pena en este
momento y usó la poca fuerza que tenía para presionar su mano contra la
cara de Xena y acercarlas más.

De repente, percibió voces a su alrededor, voces masculinas bajas que


parecían familiares, y los suaves sonidos de la música que de alguna manera
parecían triunfantes. Sintió que el cuerpo de Xena cambiaba, y el breve y
exhausto movimiento que posiblemente podría haber sido una risa, la sacudió.

Después tenía otras manos sobre ella y sintió gente a su alrededor y fue
levantada y acunada en los brazos de Xena, pero también en otros, y después
de un breve movimiento, la bajaron de nuevo a la cama, esta vez en sábanas
secas y cálidas. 304

Xena estaba con ella y apoyó la cabeza en el hombro de la reina, consciente


de estar débil, sedienta y dolorida, pero también de estar muy viva. Se lamió
los labios y, como si Xena hubiera leído su mente, sintió que el borde de una
taza se deslizaba suavemente contra ellos y el olor a menta subía a su nariz.
Sorbió un poco del líquido agradablemente cálido, oyendo sonidos
alentadores un poco por encima de su cabeza.

Xena masajeaba suavemente su cuello y, cuando terminó el té, sintió que el


dolor se calmaba un poco. Abrió los ojos y parpadeó, mirando alrededor de
la estancia y sintiéndose sorprendida de la cantidad de gente que había allí.
Vio a Jellaus volviendo a sentarse al otro lado de la cama y recogiendo su
arpa; y Brendan estaba allí, pero también vio a más soldados e incluso a uno
de los persas apoyado en la pared.

Todos parecían aliviados. Todos miraban a Xena con ojos tiernos y alegres.

Gabrielle movió la cabeza un poco y miró el perfil de su amante, encontrando


a la reina mirándola, la más leve de las sonrisas en su rostro, y una expresión
de alivio exhausto. Tenía la sensación de que algo muy trascendental había
sucedido, pero estaba demasiado cansada como para pensar mucho en ello.
Dónde, en la bruma gris, había tenido mucho tiempo y energía para pensar,
aquí todo lo que quería hacer era permanecer en el abrazo de Xena y mirarla.
Se sentía tan bien de que hubiera desaparecido la bruma, y la realidad del
mundo rodeándola y nada que la separara de esos ojos, o la sensación del
tacto de Xena en su piel.

Podía oler el cuero de la armadura de Xena y la leña que ardía en el fuego.


Podía escuchar el latido del corazón de Xena. Todo era tan hermoso que sintió
ganas de llorar.

Entonces se le ocurrió algo.

»¿Xena? —jadeó suavemente—. Los caballos... ¿Bien?

Xena hizo una pausa y luego miró a Brendan, arqueando una ceja.

—Están bien, pequeña —dijo Brendan—. Los subimos y los movimos al salón.
Ninguno sufrió daño.

Gabrielle logró asentir. 305


—¿Recuerdas eso? —preguntó Xena. Gabrielle asintió de nuevo. La cara de
la reina se sumió en una sonrisa cada vez más amplia—. Apuesto a que nada
después de eso.

Gabrielle lo pensó. Luego, vacilante, negó con la cabeza, reservándose su


experiencia en la niebla para contársela a Xena más tarde. Tenía la sensación
de que tenía que hablar con ella sobre eso en privado, cuando fuesen solo
ellas dos y, de todos modos, estaba demasiado cansada y confusa para decir
mucho más, en cualquier caso.

Era mucho más agradable simplemente saborear el momento en silencio.

Un movimiento llamó su atención, y miró a través de la luz del fuego, más que
un poco sorprendida de ver a la esposa del duque Lastay en la esquina,
sentada en silencio, con las manos juntas.

¿Por qué estaban todas estas personas en la alcoba?

Volvió a mirar a Xena quien tenía su cabeza apoyada contra las almohadas
apiladas detrás de su espalda.
¿Estaban aquí para...?

Gabrielle recordó la extrañeza del gris lugar y lo que le había dicho la voz.

¿Estaban aquí para verla morir?

Ella los vio observar a Xena.

No.

Gabrielle sintió que una oleada de compasión la abrumaba. Dobló sus dedos
alrededor de la mano floja que descansaba sobre su muslo, viendo los labios
de Xena volver a sonreír mientras le devolvía la presión, su rostro suave y
abierto, no había rastro de su descarado aire de bravuconería tan común en
ella cuando estaba delante de otros.

Solo un aspecto muy cansado y muy humano. Gabrielle reunió su fuerza y


lentamente levantó sus manos unidas, presionando sus labios contra los
nudillos de Xena, luego moviéndolas a un punto justo sobre su corazón
mientras la sonrisa de su amante aumentaba, iluminando sus ojos. 306
Era una sensación tan rara.

Gabrielle se sintió como si estuviera mirando a Xena por primera vez, viéndola
a través de una nueva comprensión de lo que eran la una para la otra. Le
devolvió la sonrisa, y exhaló satisfecha, sintiendo en su interior la sensación más
extraña de, en cierto sentido, volver a casa.

Xena en verdad, en este punto, no sabía qué hacer consigo misma. Estaba
tirada en la cama, ahora por fin en un buen lugar seco, con Gabrielle
acunada en sus brazos milagrosamente recuperada. Una parte de ella quería
brincar por la alcoba gritando de emoción, pero la otra mitad estaba
completamente feliz de permanecer inmóvil, saboreando el movimiento del
pulgar de Gabrielle contra la palma de su mano.

Podía ver las pestañas pálidas de su amante moviéndose ligeramente


mientras parpadeaba, y apreciaba cada parpadeo y la sensación de la
respiración constante y regular empujando contra sus propias costillas.
No estaba del todo cómoda. Sospechaba que, dado que Gabrielle estaba
encima de su armadura, su amada tampoco estaba del todo cómoda, pero
en ese momento era bueno simplemente quedarse quieta y pasar un rato solo
para estar agradecida.

Lo estaba.

Estaba agradecida de que la última y desesperada convulsión, terminara


siendo que Gabrielle regresaba a una conmocionada conciencia en lugar de
a su último aliento. Estaba agradecida por el apoyo de sus hombres y súbditos.
Estaba agradecida de que el chichón en el lado de la cabeza de Gabrielle
hubiera bajado, no del todo, pero lo suficiente como para permitir que su
amante permaneciera despierta.

Estaba agradecida de no estar sola.

Era tan completamente aleccionador para ella sentirse tan agradecida, y no


ofenderse por ello. Se había mostrado frente a todas estas personas y, por
alguna razón, ni siquiera estaba avergonzada, incluso ahora cuando todos
estaban allí sentados observándola, porque parte de esa exposición personal 307
también le permitía ver, más allá de las obligaciones que esta gente tenía con
ella, a los seres humanos detrás de los roles que desempeñaban en su vida.

Era una crudeza compartida. Esas lágrimas en los ojos de Jellaus no eran falsas
y la amable preocupación en la cara de Brendan mostraba una verdad que
no tuvo más remedio que aceptar. Eso estaba bien para ella. Xena se
encontraba demasiado agotada emocionalmente como para sentirse
incómoda con este nuevo nivel de intimidad.

Pudiera ser que cambiara de opinión más tarde, pero por ahora estaba bien.
Así que dejó que su mirada recorriera la estancia, encontrando los ojos que la
observaban y absorbiendo las emociones que encontraba allí.

—Gracias —dijo después de una larga pausa—. Gracias a todos por estar aquí.

Sintió que Gabrielle le apretaba la mano.

—No tienes que darnos las gracias, Xena. —Brendan fue quien habló, era
apropiado ya que él era el que la había conocido por más tiempo.

No, eso también era cierto.


Xena exhaló, teniendo la sensación de que su mundo, que se había detenido
sin conciencia del paso del tiempo hasta que Gabrielle abrió los ojos,
comenzaba a avanzar lentamente de nuevo con un estremecimiento.

Los dedos de Gabrielle tocaron su manga, sus dedos le dieron una cálida
bienvenida y ella la miró de nuevo, agachando la cabeza y besándola
gentilmente en los labios, sintiendo una etérea oleada de alegría mientras
intercambiaban aliento y una muy débil risa conjunta.

Independientemente de cualquier otra cosa, la vida, en este momento, era


increíblemente buena. El dolor de la pena inminente se desvaneció al menos
por el momento, y fue capaz de descansar. La frenética agitación en su
mente se redujo a nada mientras el Destino se alejaba, dejándola brevemente
en paz.

Xena no estaba muy segura de cuánto tiempo estuvieron así sentadas


mientras el fuego chisporroteaba erráticamente en el hogar y el viento aullaba
308
fuertemente afuera. Puede que se hubiera quedado dormida un rato, pero
tampoco estaba segura de eso ya que estaba concentrada en los constantes
latidos del corazón bajo la yema de sus dedos y la respiración ahora regular
que calentaba su pecho.

Gabrielle no estaba dormida, pero parecía muy contenta de quedarse


simplemente acurrucada junto a ella, mirando de vez en cuando el círculo de
rostros tranquilos.

Por fin Xena se sintió lo suficientemente segura como para deslizarse


cuidadosamente por debajo del cuerpo de Gabrielle y acomodarla en la
cama, metiendo las sábanas a su alrededor mientras se arrodillaba sobre sus
rodillas aún temblorosas a su lado.

—Voy a quitarme esto. —Señaló la armadura—. Antes de que se oxide.

Gabrielle asintió con la cabeza.

—No quiero que te resfríes —murmuró, atrapando los dedos de Xena y


frotándolos—. No estoy muy en forma para limpiarte los mocos.
Con una sonrisa cansada Xena se puso de pie y se quedó allí un momento,
reuniendo energía. Luego, lentamente, rodeó la cama, moviéndose a través
de los observadores hacia donde estaba su guardarropa y parándose frente
a él, esperando tener suficiente fuerza para quitarse la armadura.

En un momento, Brendan estaba a su lado.

—¿Quieres que te desabroche los cierres, Xena?

—Por supuesto. —Xena se rindió con dignidad. Empezó a desabrochar sus


brazaletes mientras Brendan le desabrochaba la armadura, una corriente de
aire desde el rincón más alejado de la estancia la golpeó entre los omóplatos
cuando su capitán levantó las duras placas y las retiró.

Echó un vistazo hacia atrás a la cama donde lady Lastay estaba arrodillada
junto a Gabrielle, hablando en voz baja con ella. Pudo ver la sonrisa en el rostro
de su consorte y casi perdió la noción de lo que estaba haciendo cuando la
invadió otra oleada de alivio.

Gabrielle estaba de vuelta. 309


Al menos por el momento, no iba a perderla y, dada la creciente lucidez en
los ojos de su amante, parecía que lo peor había pasado.

—Es una luchadora —comentó Brendan en voz baja, mientras doblaba la


armadura y la colocaba con cuidado sobre el arcón de Xena—. Que los
dioses sean bendecidos.

—Realmente lo es. —Xena se quitó los brazaletes y los arrojó sobre el arcón,
luego apoyó la bota en el borde y comenzó a desatar su rodillera mientras
Brendan se arrodillaba y desataba la otra—. Maldita sea, estoy cansada. —
Sintió la suave palmadita en su pantorrilla y exhaló.

Se dio la vuelta, se sentó en el arcón y dejó ambos pares de rodilleras en el


suelo, apoyando los codos en los muslos. Después de un momento, se
enderezó, se desabrochó el arnés de la espada y lo levantó sobre su cabeza,
colocándolo a su lado.

Ahora estaba en pantalones, camisa, y botas largas. Parte de ello estaba


húmedo, y se sentía helada por toda la nieve que había absorbido en su prisa
por aplicarla a la cabeza de su amante. Echó un vistazo al fuego cercano y
tendió su mano hacia él, apreciando el calor mientras penetraba su piel.
—Calentaré un poco de vino, ¿te parece? —preguntó Brendan—. Sacará el
frío de los huesos.

—Suena bien. —Xena se desabrochó las botas y se las quitó de un puntapié,


luego se levantó y se dirigió al guardarropa, abrió la puerta y miró adentro—.
Ah. —Vio una túnica azul sencilla, tejida suavemente y se quitó la camisa,
alcanzando la túnica justo cuando un fuerte estruendo resonó por la alcoba.

En un instante, una fuerte y poderosa oleada de adrenalina hizo a un lado


todo su agotamiento y sacó una espada de práctica de su funda en el
guardarropa y dobló la esquina, vestida solo con sus pantalones, con la
espada barriendo delante de ella mientras buscaba un objetivo.

Dos de los soldados se volvieron desde la ventana, donde estaban


examinando un vidrio de plomo roto que se había caído debajo de las
cortinas. Se congelaron al ver a su reina medio desnuda y, después de un
segundo, todos los demás se volvieron para ver que estaban mirando.

Por un momento, hubo un silencio absoluto. Entonces Xena se dio cuenta de


dónde había venido el sonido y bajó su espada, sus ojos se encontraron con 310
los de Gabrielle al otro lado de la alcoba.

Cansada y pálida como estaba, la cara de Gabrielle se arrugó en una sonrisa.

—Creo que me siento mejor de repente —remarcó con tono bajo y serio—.
Gracias, Xena.

Las palabras forzaron una risa en los labios de Xena, y ella levantó ambas
manos y las dejó caer.

—Lo siento —murmuró—. Ha sido un largo día.

Uno de los soldados levantó un trozo de vidrio.

—Uno de los paneles se ha roto, señora —dijo manteniendo notablemente sus


ojos en todos lados menos en ella.

Xena simplemente negó con la cabeza y volvió al guardarropa, ignorando


deliberadamente las caras rojas detrás de ella. Colocó de nuevo la espada
en su funda y tiró de la túnica, se la puso y ató el cinturón alrededor de su
cintura. Les dio a los demás un tiempo para recuperar la compostura y luego
volvió a la vista justo cuando Brendan se acercaba a ella con una copa que
emitía vapor.

Su capitán no se molestó en esconder su sonrisa.

—Enviaré a alguien afuera para que revise esa ventana —comentó mientras
ella tomaba la taza—. Que se asegure de que fue solo el clima.

—Gracias. —Xena sonrió en reconocimiento—. Haz que te manden un poco


de comida aquí para todos vosotros —dijo—. Tal vez un poco de sopa o algo
así. —Miró a Gabrielle—. No tiene sentido que le dé un patatús a alguien más.

Dos de los soldados se levantaron y se tocaron el pecho antes de ir hasta la


puerta y salir. Xena se acercó a la cama y se sentó al pie de la misma,
extendiendo la mano libre sobre las rodillas de Gabrielle. Vio los ojos pálidos
mirándola, y la traviesa sonrisa que no se había desvanecido del todo volvió
a aparecer.

»Me alegra que aprecies mis habilidades de sanación.


311
—Por supuesto que las aprecio —respondió Gabrielle—. Eso fue genial.

—¿Lo fue? —Xena se acercó un poco más, hasta que sus cuerpos se tocaron—
. ¿No me veía como una idiota?

—No. —Su amante la miró—. Eres preciosa.

Los sonidos de la estancia a su alrededor se desvanecieron lentamente. Xena


sintió que la gente salía de la alcoba hacia la cámara exterior y después de
un momento, estaban solas.

Ella miró a su alrededor.

—Sutil.

Gabrielle estiró el brazo y la tomó de la mano, poniéndose de lado y


apoyando las rodillas en la espalda de Xena.

—Ha sido realmente aterrador.

Xena la miró en silencio por un momento.


—Sí que lo fue —dijo—. Nunca he tenido tanto miedo en toda mi vida —
continuó con tono crudo y honesto—. Realmente no quería perderte. —Giró
los ojos hacia las sábanas, incapaz de encontrarse con esa mirada de amor—
. Supongo que entiendo ahora lo que me estabas diciendo en ese túnel.

Gabrielle tomó un poco de aire.

—Oh —murmuró—. Lo recuerdo. Sentí que mi vida estaba llegando a su fin. —


Xena simplemente asintió—. Solo quería gritar. —La cabeza oscura asintió de
nuevo—. Lo siento, Xena —dijo Gabrielle suavemente—. No quería hacerte
pasar por eso.

Los ojos de Xena se levantaron y se encontraron con los de ella, inyectados en


sangre y agotados y, sin embargo, en paz.

—Necesitaba que lo hicieras —respondió—. No lo entendí en su momento.


Ahora lo entiendo. —Se acercó más y abrazó a Gabrielle—. Pero mi amor, no
vuelvas a hacer eso nunca más. Me mataría.

Gabrielle le devolvió el abrazo lo mejor que pudo.


312
—Te amo —dijo—. No quiero dejarte nunca.

El ruido regresó detrás de ellas y Xena pudo oír el tintineo de platos y jarras.

—Me alegra oír eso, porque yo tampoco quiero dejarte nunca —susurró—.
Nunca.

Y ahora Gabrielle lo creía con todo su corazón.

Sonrió al sentir que Xena se enderezaba, pasando suavemente sus dedos por
el bulto en el lado de su cabeza mientras algunos de los soldados y otros
regresaban a la alcoba, trayendo consigo el aroma del vino caliente y la sopa.

Todavía le dolía todo, pero estaba en un lugar donde casi no le importaba.

»No puedo darte nada para el dolor, mi amor —dijo Xena alisando el pelo
sobre el bulto—. No hasta que eso baje. —Miró a su alrededor—. Pero apuesto
a que Jellaus se alegrará de tocar algo para mantenerte distraída.

—En un profundo honor para mí. —Jellaus se inclinó.


Los soldados entraron con una pequeña mesa que colocaron junto a la cama.
Un plato de sopa apareció en él y un poco de pan y queso. Xena se sorprendió
al descubrir que el olor ahora le interesaba de verdad.

—¿Qué pasó, su Majestad? —La mujer de Lastay habló—. Todo lo que


escuchamos fue un derrumbe en alguna parte.

—Ah. —Xena reflexionó sobre la pregunta—. La puerta de la escotilla en los


establos se derrumbó bajo toda la maldita nieve —dijo—. Gabrielle me apartó
del medio y quedó aplastada.

—Eso fue muy valiente —dijo la duquesa.

—Sí, lo fue. —Xena estuvo de acuerdo—. Loco, pero valiente.

Gabrielle sonrió cálidamente

—No fue una locura —ella se opuso—. No quería verte herida.

—¿Ves? —Xena acarició suavemente el cabello revuelto en la frente de


Gabrielle—. Les dije a todos que eras mi guardaespaldas. Nadie me creyó. 313
—No recuerdo nada de eso —confesó Gabrielle—. Lo último fue... —reflexionó,
y luego negó con la cabeza—. Solo el pasillo, supongo. —Miró a su derecha—
. ¿Eso de ahí es té?

—¿Qué tal una sopa?

Gabrielle exhaló, haciendo una mueca.

—No estoy segura de poder masticar.

Xena cogió el cuenco y lo examinó. Luego lo dejó, giró, se colocó detrás de


Gabrielle y la acomodó contra su pecho.

—Yo me como los trozos y tú te bebes el caldo. ¿Qué te parece?

Gabrielle apoyó su cabeza contra el pecho de Xena, y logró una sonrisa.

—Suena genial.

Xena hundió la cuchara a la sopa, y el resto de la gente en la estancia siguió


su ejemplo mientras Jellaus alternaba morder trozos de pan mientras su otra
mano tocaba el arpa.
Al menos por ahora, las cosas estaban bien.

Era de noche. Gabrielle estaba acostada en la cama, envuelta ahora en una


túnica cálida y muy acogedora reemplazando su armadura y su cabeza
estaba acunada entre dos almohadas muy suaves. Se las había arreglado
para tomar una taza o más de caldo de sopa y, aparte de todos los dolores y
molestias, sentía que estaba mucho mejor.

Para empezar, ya no tenía esa sensación borrosa en su visión. Le dolían los ojos
y pensó que podrían estar inyectados en sangre, pero cuando miraba a su
alrededor, ya no era como si hubiera una capa de humo en la alcoba.

Su audición también había mejorado. Los ecos se habían ido, y el sonido en la


estancia ya no iba y venía. Gabrielle sintió que ya no vacilaba en el límite y si
cerraba los ojos, estaba segura de que volvería a abrirlos.

Después de todo, tenía que hacerlo. Le debía eso a Xena.


314
Su amante estaba de pie cerca de la puerta, con los brazos cruzados,
hablando con uno de los soldados. Se había atado el cabello hacia atrás y se
había lavado la cara, y ya no parecía que iba a caerse. Eso realmente había
asustado a Gabrielle, había sentido cómo Xena estaba temblando cuando se
despertó por primera vez y la fragilidad inesperada de su amante tan fuerte
había sido desconcertante.

Ahora estaba deseando que todas esas personas tan agradables que habían
estado allí para apoyar a Xena, tal vez pudieran salir a la cámara exterior
dándoles un poco de paz y tranquilidad juntas. Quería hablar con Xena y
contarle sobre la bruma y las voces.

Tenía la sensación de que tal vez había algo importante en todo eso, y pensó
que Xena sabría lo que era.

Pero hasta entonces, sabía que tendría que esperar pacientemente. Algunos
de los soldados habían salido a la sala exterior, dejando atrás a Lady Lastay,
Jellaus y Brendan, mientras el persa atendía el fuego pacientemente.

Él levantó la vista y la miró a los ojos con los labios curvados en una sonrisa.

Ah, su maestro de masaje.


Gabrielle le devolvió la sonrisa.

Él lo tomó como una invitación y se puso de pie, dirigiéndose a la cama con


una mirada cautelosa en dirección a Xena antes de colocarse de rodillas a su
lado.

—Graciosa princesa.

Gabrielle arrugó la nariz.

—No me siento muy graciosa hoy —admitió—. Ha sido un poco mala suerte.

—Sin embargo, tus dioses seguramente han cuidado de ti este día —respondió
Lakmas—. Estoy realmente contento de verte mucho mejor.

—Eso es verdad. —Estuvo de acuerdo—. Gracias por ayudar.

El persa mostró una pequeña sonrisa.

—No hice nada. 315


—Estabas aquí para ella —respondió Gabrielle en un tono tranquilo—. Eso es
algo.

Lakmas se estudió las manos, luego la miró.

—Mi gente son guerreros, lo sabes. Pero también somos poetas a nuestra
manera y no hay poesía como la que celebra el corazón.

Gabrielle era consciente de la atención de Xena en su visión periférica. La


reina seguía parada cerca de la puerta, todavía con los brazos cruzados sobre
el pecho, pero se había girado un poco para poder vigilar a Lakmas y la
cama.

—Nuestra poesía es así también —confesó—. Lo cierto es que no se escribir


buenos poemas, pero me encanta leerlos.

—Me resulta imposible de creer —dijo Lakmas—. ¿Tú que sabes más del
corazón que mil generaciones de mi gente?

Gabrielle sintió que se sonrojaba un poco y después de un momento, Xena se


dirigió al lado de la cama desde donde había estado parada.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó la reina sentándose en un sillón bajo
que habían puesto junto a la cama. Extendió la mano para tocar suavemente
la cabeza de Gabrielle—. ¿Cómo te sientes, mi amor?

—Un poco miserable —admitió Gabrielle saboreando el contacto contra su


piel—. Me duele el hombro.

—Hm. —Xena deslizó su mano alrededor de la parte posterior del cuello de su


amante y sondeó suavemente—. ¿Le dijiste a Lakmas cuánto me gustaban tus
nuevas habilidades? —Vio a Gabrielle estremecerse cuando sus dedos se
encontraron con la piel rasgada—. Ah.

Gabrielle miró a Lakmas que sonreía avergonzado.

—No, aún no habíamos llegado a eso —dijo—. Uff. —Sintió que Xena la
levantaba un poco y se inclinó hacia adelante, cerrando los ojos cuando una
ola de vértigo la golpeó—. Oh chico.

—Aguanta ahí —murmuró Xena—. Tienes un corte aquí... maldita sea, no lo


había visto. 316
—¿Quiere su bolsa de curación, Majestad? —preguntó Lakmas.

—Sí. —Xena se inclinó y deslizó sus manos debajo de las sábanas—. Te voy a
poner de lado para poder llegar a esto. —Levantó suavemente a Gabrielle de
costado y le colocó la almohada debajo de la cabeza—. ¿Como estás?

Acostada definitivamente se sentía mejor.

—Estoy bien —dijo Gabrielle—. Pero para ser honesta, me tocas y haces que
me olvide de mi espalda.

Lakmas estornudó, sofocando el sonido mientras Xena se levantaba de sus


rodillas y se inclinaba sobre su consorte para poder mirarla a los ojos.

—Oh, ¿en serio?

—En serio.

Xena se rio entre dientes y se acomodó para examinar el largo y feo corte que
recorría el omóplato de Gabrielle. Se había cerrado casi por completo, pero
lo limpió cuidadosamente y lo cubrió con una venda de todos modos, luego
examinó la atractiva espalda de su amante por cualquier otra herida que
pudiera haber pasado por alto.

Después la ayudó a incorporarse y comprobó el resto de su cuerpo, sofocando


una sonrisa ante los ojos cómplices que la observaban mientras sus manos se
deslizaban por las caderas de Gabrielle y subían por sus costados.

Sin embargo, aparte de algunos rasguños en el muslo y un hematoma en la


cadera, Gabrielle parecía relativamente ilesa. Ella le hizo cosquillas en el
ombligo con un ligero movimiento y volvió a colocarle la túnica y la tapó con
las mantas.

Sus miradas se encontraron y Xena sonrió ante la expresión pícara, sintiendo


un momento de ligera alegría que la sorprendió realmente. La sala parecía
enfocarse solo en ellas dos y estudió intensamente la cara de Gabrielle, como
si fuera la primera vez.

Hinchada y magullada como estaba, la belleza en ella la paralizó.

»¿Xena? —Gabrielle la tocó suavemente después de un momento—. ¿Estás 317


bien?

Xena se acercó y ahuecó su mejilla.

—Sí, estoy bien —dijo en un tono tranquilo—. ¿Quieres un poco más de sopa?

Gabrielle se acercó y cubrió la mano de Xena con la suya.

—¿Por qué no tomas tú un poco más? Te ves un poco débil.

Xena no se sentía débil, más bien como lo haría un trapo de cocina de diez
años. Hecho jirones y desgastado, colgando en una línea en algún lugar
ondeando en la brisa.

—Estoy bien —dijo—. Solo necesito una siesta.

—¿Aquí en la cama conmigo? —Los ojos de Gabrielle se iluminaron de


inmediato haciendo sonreír a la reina.

Llamaron suavemente a la puerta, después se abrió y entró el duque Lastay.


Sus ojos se iluminaron cuando vio el cuadro cambiado y los ojos abiertos de
Gabrielle.
—¡Buenas noticias aquí al menos! —dijo—. Afuera la tormenta continúa me
temo.

—Un clima extraño —comentó Jellaus—. Demasiado pronto para que nieve.

Lakmas gruñó.

—No es algo que nosotros conozcamos. —Habló después de un breve


silencio—. Para ser sincero, nos asustó. Nos pareció terrible y tan implacable.

—¿No hay nieve de dónde eres? —preguntó Lastay.

—No. —El persa negó con la cabeza—. Somos de una tierra desértica, mucho
más acostumbrados al calor y a los vientos secos que a esto.

Un ruido sobre sus cabezas los hizo mirar a todos hacia arriba. Xena tiró de la
funda tejida con la que se habían cubierto sobre ella y un poco más
cómodamente alrededor de Gabrielle y le hizo un gesto con la cabeza a uno
de los soldados que se acercó y avivó el fuego.
318
—Mar de arena, ¿eh?

El persa asintió.

—Es magnífico —dijo—. Los colores y las sombras de las colinas, y la sensación
del sol ardiente en tu espalda. —Ahora estaba sentado en el suelo, con las
piernas cruzadas debajo de él—. Recuerdo cuando era niño, la primera vez
que mi padre me llevó con él desde nuestra casa tribal y vi la inmensidad del
desierto. Pensé que me estaba mostrando el hogar de los dioses.

—Suena hermoso —murmuró Gabrielle.

El hombre juntó las yemas de los dedos e inclinó la cabeza en dirección a ella.

—Ciertamente lo es.

Lastay se acercó y se arrodilló junto a la cama, equilibrándose con ambas


manos en el borde del colchón.

—Xena, el agujero que descubriste ha sido registrado. Encontraron muchas


cosas dentro, armas y bolsas de suministros.
—Ah. —Xena apenas pudo contenerse de preguntar de qué agujero estaba
hablando. Toda esa situación se había desvanecido de su conciencia,
completamente eclipsada por su preocupación por su... Estudió el rostro de
Gabrielle por un momento.

¿Amiga? ¿Amante? ¿Consorte?

—¿Para cuantas personas?

—Una media docena, creen. —Lastay frunció el ceño—. Más de los que me
esperaba, la verdad.

—Yo también —coincidió la reina—. Me patea el culo pensar que hay un


montón de asesinos arrastrándose por mi castillo, ¿Sabes? Tenemos que
atraparlos. —Sin embargo, no hizo ningún amago de moverse, contenta de
quedarse sentada en silencio al lado de Gabrielle con su mano apresada
entre las de su amante. Miró a Lakmas.

»Ve con él y revisa las cosas que ha encontrado. Mira si te resultan familiares.
319
Lakmas juntó las manos y las presionó contra su frente, haciendo una
reverencia a Xena antes de ponerse de pie, esperando a que Lastay se
levantara también.

»Brendan, ve tú también —dijo Xena—. Deja dos hombres afuera de la puerta


principal y dos más abajo en la entrada de la cocina a esta sección.

—Señora. —Brendan agachó la cabeza, reconociendo el cambio en la


actitud de Xena—. ¿Me hace un favor, sin embargo? —dijo
inesperadamente—. Permita que estos hombres cocinen todo para vosotras
dos. No quiero riesgos.

La cara de Xena se movió brevemente en una mueca irónica.

—Está bien —concedió—. Pero espero que Gabrielle mejore pronto, o las dos
moriremos de hambre.

—¡Señora!

Gabrielle se retorció un poco más cerca hasta que su cabeza quedo contra
la cadera de Xena.
—Estoy segura de que todo irá bien —le dijo a Brendan mientras el brazo de
Xena se apoyaba suavemente sobre sus hombros—. Ella se acostumbró a mi
cocina.

—Lo hice. —Xena estuvo de acuerdo—. Así que comienza a curarte.

Gabrielle apoyó la mano en el muslo de Xena, cerrando los ojos con un débil
sonido de satisfacción.

Lastay se puso de pie.

—Los encontraremos, Xena —dijo—. Te mantendré informada.

Xena asintió, levantando la mano para despedirse cuando los tres hombres
salieron de la alcoba y luego dos de los soldados los siguieron. Eso dejó solo a
Jellaus con ellas, y otros dos soldados que se dirigieron a la entrada de la
cocina y salieron por ella.

Jellaus se levantó e hizo una reverencia.


320
—Graciosas ladies, iré a adecentarme. —Señaló sus ropas manchadas y
salpicadas de sangre—. Estad en paz por ahora. —Se escabulló de la cámara
antes de que pudieran contestar y luego, finalmente, se encontraron solas.

El silencio fue, para sorpresa de Gabrielle, bastante refrescante. Acarició la


pierna de Xena, ahora podía escuchar la respiración tranquila de la reina y los
suaves crujidos de las ventanas que bloqueaban el clima al otro lado de la
alcoba.

—Estoy segura de que no será tan malo —dijo.

—¿La comida? —Xena se recostó contra la cabecera y envolvió con sus


brazos el cuerpo de Gabrielle—. Ah, no me importa. De todos modos no tengo
hambre —exhaló—. Demasiado... —Su voz se detuvo, luego levantó una mano
e hizo un vago gesto de sí misma—. Me duele la tripa.

Gabrielle escuchó atentamente.

—Pareces muy cansada.

—Lo estoy. —Xena respondió honestamente—. Cada parte de mí lo está.


Su voz sonaba así. Gabrielle podía oír el borde ronco y gutural, pero más allá
había un tono que no recordaba haber escuchado antes. Con cuidado se
movió para poder mirar la cara de Xena. La piel alrededor de sus ojos todavía
estaba hinchada y se veía demacrada y sí, de hecho, exhausta.

Terriblemente vulnerable.

Gabrielle la rodeó con un brazo.

—Todo el tiempo que estuve... estuve tan enferma... — dijo—. Podía oírte,
llamándome.

—¿Sí?

—Sí —dijo Gabrielle—. Fue... fue realmente extraño, ¿Sabes? —continuó—. Era
como si pudiera escuchar cosas, pero no podía moverme.

Sintió que Xena se movía y después de un momento estaban completamente


enredadas juntas y sintió una sensación de cálida seguridad rodeándola
cuando la reina se deslizó en la cama junto a ella y se metió debajo de las 321
sábanas.

—Te estaba llamando —dijo Xena—. Gritaba tu nombre tan alto que estoy
sorprendida de que no bajaran del techo todas las arañas del castillo encima
de nosotras.

—Había otras personas allí —continuó Gabrielle después de una pausa—. Me


decían que fuera con ellos, que fuera donde estaba mi familia.

—Hm. —Xena emitió un sonido bajo en su garganta.

—Les dije que no —dijo Gabrielle—. Les dije que no quería ir. —Miró hacia las
sombras al otro lado de la alcoba—. No quería dejarte. —Sintió a Xena exhalar
contra su cuero cabelludo y la presión mientras apoyaba la cabeza en ese
lugar—. Me alejé de ellos.

Xena exhaló de nuevo, y sorbió un poco.

»Entonces... —Gabrielle continuó con gran vacilación ya que sonaba loco,


incluso en su propia cabeza—. Otra voz me estaba hablando. Ellos... dijeron
que estaban allí para ayudar —dijo—. Dijeron que alguien... ese alguien que
supongo que había... dijeron que había ido antes, que estaba tratando de
lastimarte.

Xena permaneció completamente en silencio.

»Esa voz. Me dijeron que solo tenía que desearlo lo suficiente y podría volver
contigo y lo hice —dijo Gabrielle—. Pude sentir algo tratando de detenerme,
pero escuché que me llamabas y... —Hizo otra pausa—. Nada podría
impedirme volver a ti.

Levantó la vista hacia Xena y encontró esos ojos penetrantes mirándola, llenos
de lágrimas no derramadas, pero nítidos, potentes e intensos. La expresión de
agotamiento sin brillo había desaparecido.

»Tal vez solo lo imaginé —admitió Gabrielle—. Fue todo un poco loco.

—Tal vez —respondió Xena.

—Pero parecía real.


322
—¿Dijeron que alguien que fue antes estaba tratando de lastimarme? —Xena
pronunció, lenta y cuidadosamente.

Gabrielle asintió.

—Esta otra voz —dijo—. Ella dijo que intentaban hacerte daño a través de mí.
—Frunció el ceño—. Y algo... creo que algo así como que era una cosa
habitual. —Sintió que Xena la apretaba un poco—. Pero esa voz parecía
conocerte.

—¿Conocerme?

—Sí —dijo Gabrielle—. Ella me dijo... que fuera fiel, porque tú lo fuiste. —Volvió
a mirar a Xena, viendo que su cabeza se inclinaba un poco mientras pensaba,
sus pestañas titilaron esparciendo una pequeña lluvia de gotas por su cara—.
Así que supe que tenía que volver y recuperarte.

Xena dejó escapar un suspiro lento.

—Que yo fui fiel —reflexionó.


Gabrielle levantó el brazo y puso su mano sobre el corazón de Xena. Podía
sentir los latidos a través de la túnica que llevaba puesta.

—Seré fiel, Xena —susurró—. Ella te llamó mi alma gemela.

La palabra hizo un poco de eco. Xena sintió un escalofrío en su espina dorsal


y sintió que le faltaba el aliento por un momento. Apartó la vista, luego miró a
Gabrielle, viendo una nueva profundidad en los ojos verde mar que la
miraban. Había una certeza allí que encontró una resonancia inesperada en
ella.

—Lo soy —dijo—. Solo que nunca supe cuál era la palabra para eso. —Fue el
turno de Gabrielle de parpadear sorprendida—. Desde el momento en que te
vi —dijo la reina—. Sabía que estábamos destinadas la una para la otra. Me
tomó mucho tiempo descubrir qué y por qué y cómo, pero lo sabía. —Se
removió un poco, para poder mirarse más fácilmente—. Me alegro mucho
que de escucharas esa voz, Gabrielle.

—Sí, yo también. —Gabrielle sonrió—. Después de todo, te quedaste cuando


te lo pedí, ¿verdad? 323

Xena asintió.

—Lo hice —estuvo de acuerdo—. Me necesitabas.

Gabrielle la miró a los ojos.

—Tú me necesitas —dijo en voz baja.

Xena ni siquiera parpadeó.

—Sí. —Se inclinó y besó a Gabrielle en la cabeza—. Así que, gracias a los
dioses, lo has comprendido y no volverás a pensar que voy a abandonarte. —
Enterró su rostro en el cabello de Gabrielle, y simplemente la abrazó—. Siento
mucho que haya tenido que pasar esto para hacerlo. —Gabrielle sintió que
estaba flotando de nuevo, pero esta vez en el buen sentido. Era como si
hubiera estado esperando este momento toda su vida, y ahora estaba aquí,
y era como si se hubiera abierto una puerta a un lugar completamente
diferente. Incluso hizo que su cabeza doliera menos. Hizo que su corazón se
elevara—. De todos modos, —Xena suspiró—, me alegra que me lo hayas
contado todo.
Gabrielle tomó su mano y la besó suavemente en palma, sintiendo la leve
contracción de los fuertes músculos a ambos lados de donde estaban sus
labios.

—¿Sabes quién era ese que estaba tratando de hacerte daño? —preguntó
mirando el perfil de la reina.

Xena la estudió. Entonces su rostro cambió a una expresión irónica.

—Podría haber sido un montón de gente —admitió—. He enviado a un


montón de almas río abajo al Hades, ya sabes. —Apoyó la cabeza contra la
almohada—. ¿Por dónde empiezo? Desde los chicos que maté en el pozo
hasta los nobles que destripé, o mi propio hermano... —Se encogió un poco
de hombros—. Tal vez tuvieran algo que ver con ese maldito clima fuera.

Gabrielle miró hacia la ventana.

—¿Cómo luchas contra algo así?

—No tengo idea —dijo la reina—. Es la primera vez que me ocurre. Por lo 324
general la gente que mato se queda muerta, Hades, la mayoría de ellos
probablemente acaban en los Campos y me lo agradecen.

Gabrielle continuó besando la mano de Xena.

—Tal vez alguien no acabó allí.

Xena miró en silencio al fuego.

—Tal vez.

—¿Hay menos personas en las que pensar?

—Tal vez.

Por fin Xena se sintió lo suficientemente segura como para permitir que el
sueño empezara a entrar en ella. La alcoba estaba a oscuras, solo el
resplandor del fuego y dos velas rompían la penumbra, y también estaba
tranquilo, había media docena de soldados en la cámara exterior y cuatro en
la escalera y el propio Brendan estaba en el solarium de Gabrielle con otros
dos hombres en guardia.

Gabrielle estaba acurrucada en sus brazos, con la cabeza apoyada en el


hombro de Xena. Todavía no se había dormido, las yemas de sus dedos
acariciaban suavemente la piel de la parte inferior de su caja torácica, solo
una ligera sensación que hacía que los labios de Xena se retorcieran en una
sonrisa.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.

—No muy mal —respondió Gabrielle—. Un poco agarrotada —admitió—.


Aunque me duele menos la cabeza.

Lo esperado.

Xena acarició su cabello con cuidado de evitar el chichón aún visible. Había
dejado que Gabrielle la convenciera de comer parte de la cena que los
soldados le habían traído, y había apreciado aún más la jarra de cerveza que
por fin la relajó. 325
Su espada descansaba contra la cabecera de la cama, en su funda. Tenía
confianza en sus guardianes, pero siempre existía esa posibilidad, ¿No? No iba
a arriesgarse a no tener ese viejo cacharro cerca.

Sus soldados estaban por ahí afuera, con los persas y Lastay, buscando a los
intrusos. Xena no sintió ningún deseo de unirse a ellos. Su persistente ir y venir
en ese proceso, había conducido directamente a que Gabrielle se lastimara,
y por fin su cabeza dura había entendido que el hecho de ser ella misma el
objetivo, las ponía a ambas en el punto de mira.

Bueno, no era broma, Xena.

—A veces soy tan idiota —comentó tristemente

—Nunca eres un idiota, Xena —protestó Gabrielle—. No digas eso.

—Pero lo soy. —Xena se movió a una posición más cómoda, dejando que su
cabeza descansara sobre la almohada por fin, mientras Gabrielle se retorcía
un poco más y envolvía su brazo alrededor de su cintura—. Si fuera lista,
actuara como una reina y diera órdenes a la gente en lugar de intentar hacer
todo por mí misma, nos lastimaríamos menos.
Gabrielle no respondió.

—Hm —emitió un suave gruñido, incapaz de refutar la declaración.

—Una forma estúpida de haberlo aprendido. —Xena suspiró—. En fin. ¿Estás


lista para ver si somos capaces de descansar un poco? —Frotó suavemente la
espalda de Gabrielle—. Estarás por aquí cuando nos despertemos, ¿verdad?

La pregunta era trivial. La voz de Xena tenía una nota ligeramente humorística,
pero Gabrielle podía oír el latido de su corazón y su respiración entrecortada.

—Por supuesto —dijo—. No me voy a ir a ninguna parte, y será mejor que tú


tampoco. —Se presionó contra el costado de Xena y pasó las yemas de los
dedos en un ligero círculo alrededor del ombligo de la reina.

Xena dejó escapar un suave gruñido. Envolvió con su brazo los hombros de
Gabrielle y dejó que sus ojos se cerraran, la sensación amistosa la relajó. Luchó
brevemente contra el ataque del sueño, y se rindió a un agotamiento de
cuerpo y mente que rara vez experimentaba.
326
Gabrielle sintió que la respiración de su amante se estabilizaba y la tensión en
la forma alta con la que estaba envuelta se suavizó. Echó la cabeza un poco
hacia atrás para mirar la cara de la reina, débilmente iluminada por la vela
junto a la cama. Todavía había tensión visible allí y sintió un pequeño nudo en
la garganta al pensar en lo que acababan de pasar.

Un destello de luz de vela sobre metal llamó su atención, y miró hacia donde
descansaba la espada de Xena en su funda de cuero, su rígida longitud se
extendía hasta el suelo. Más que sus cofres llenos de joyas y la corona que a
veces hacía girar en su dedo, esta hoja plana de empuñadura desgastada
por sus manos, significaba el poder de su trono.

Gabrielle no quería verla blandiéndola esta noche. Había visto demasiado la


vulnerabilidad de Xena en las últimas horas como para querer verla defender
ese poder. No es que ella no lo haría. Ese breve momento, divertido y
embarazoso para todos ellos excepto para ella, lo había demostrado.

Exhausta o no, sin fuerzas o con ellas, había sostenido esa espada con mano
firme, su cuerpo medio desnudo vibraba con visible poder. Xena haría
cualquier cosa que tuviera que hacer, sin importar en qué estado se
encontrara. Gabrielle estudió la cara de su compañera de cama otra vez,
contenta de ver que ahora la preocupación se había borrado de ella,
finalmente relajada en pleno sueño.

Curiosamente ahora se sentía como si fuera ella quien protegía. Sintió el peso
de la responsabilidad que suponía que siempre había tenido, pero ahora era
completamente consciente de que la había tenido, la responsabilidad de
proteger la fragilidad del alma de esta mujer.

De hecho, Xena se lo había dicho una vez, pero en realidad no había


entendido cuando le había exigido a Gabrielle que le prometiera ser capaz
de protegerse a sí misma, mantenerse viva en los peligros a los que a menudo
se enfrentaban. Esto era lo que ella había querido decir. Pero Gabrielle sabía
que, si tuviera que hacer todo de nuevo, allí abajo, en el túnel, bajo ese techo
que se desplomaba rápidamente, haría lo mismo.

Empujaría a Xena para apartarla del medio. Se pondría a sí misma en peligro


para protegerla. Si alguien les disparaba una flecha, daría un paso al frente
para interponerse delante de ella.

Probablemente volviendo loca a Xena porque tendría que saltar por encima 327
de ella para atrapar la estúpida cosa. Gabrielle sonrió con ironía en
autoconocimiento. Pero lo haría porque eso es exactamente lo que era.
Supuso que Xena probablemente lo sabía porque, en realidad, era una de las
cosas que compartían.

¿Cómo lo había llamado ella? ¿Chiflada valiente?

Sí, bueno, ambas lo eran.

Gabrielle se permitió relajarse, la calidez del cuerpo de Xena se filtró dentro de


ella persuadiendo a su dolorido cuerpo a un estado en el que pensó que
podría quedarse dormida. Dejó escapar un suspiro y cerró los ojos, enseguida
consciente del sonido de los latidos del corazón de su amante y el movimiento
constante de sus costillas.

Alma gemela. ¿Qué significa eso realmente?

Gabrielle podía sentir el sueño arrastrándose sobre ella mientras reflexionaba


la pregunta. No estaba del todo segura, aunque le gustaba el término.

Oh, bien.
Supuso que lo descubrirían.

Parecía haber pasado solo un momento cuando abrió los ojos otra vez. Pero
Gabrielle sabía que el tiempo había pasado desde que todo su cuerpo estaba
agarrotado y podía ver una tenue luz gris fuera de las pesadas cortinas en el
otro extremo de la cámara. Tomó aire y lo soltó, moviendo su cabeza con
mucha cautela.

El dolor punzante se había ido. Gabrielle se estiró y tocó el lado de su cráneo,


aliviada al ver que el chichón allí estaba muy reducido. Luego levantó la vista
y vio a Xena profundamente dormida, los párpados de la reina se contrajeron
un poco, delatando que su amante estaba soñando.

Miró alrededor de la cámara. Las velas se habían apagado y el fuego apenas


iluminaba, pero si se concentraba, podía oír los sonidos débiles alrededor del
castillo, suaves pasos en la cámara exterior y voces apagadas.
328
Estaba sedienta. Tenía la boca seca y se sentía como si su lengua fuera de
trapo, pero no quería moverse demasiado porque despertaría a Xena.

De pronto, el cuerpo de la reina se tensó repentinamente y sus ojos se abrieron,


levantando las manos en un movimiento defensivo mientras su respiración se
aceleraba.

—Xena. —Gabrielle se congeló en el sitio sabiendo que era mejor no interferir—


. ¡Ey!

Después de un segundo, el cuerpo tenso debajo de ella se relajó y Xena dejó


caer sus manos a la superficie de la cama con un golpe sordo.

—Hijo de puta. —Saltó con voz ronca, luego se aclaró la garganta—. ¿Estás
bien?

—Estoy bien. —Gabrielle le dio una palmada en el estómago, sintiendo la


superficie agitarse cuando Xena contuvo el aliento—. ¿Tú estás bien? —Alzó
la mirada mientras Xena levantaba una mano y se la ponía sobre los ojos—.
¿Xena?

Xena se frotó los ojos.


—Un estúpido sueño —dijo brevemente—. ¿Qué puñetera hora es? —
preguntó—. Mi espalda me está matando.

—No lo sé. —Gabrielle rodó sobre su propia espalda, lamentándose de


inmediato cuando el frío de la estancia penetró las sábanas y la hizo temblar—
. Brr.

Xena se sentó y balanceó sus piernas sobre el lado de la cama, dejando


escapar un pequeño gemido. Se levantó y se desperezó, haciendo una
mueca antes de girarse y remeter las mantas alrededor de Gabrielle.

—Uno pensaría que alguien tendría el condenado sentido común de


encender el fuego aquí. —Agarró su túnica de la mesa auxiliar y se la puso,
atándose el cinturón y frotándose los brazos contra el frío. Se dirigió a la
ventana y asomó la cabeza entre las cortinas, viendo un pesado cielo gris
sobre sus cabezas y la nieve aun cayendo—. Ugh. —Xena se giró y se dirigió a
la chimenea, agarrando varios trozos de la madera de la tolva y tirándolos al
fuego—. ¡Brendan!

El sonido de las botas acercándose respondió a su llamada y en un momento, 329


Brendan estaba asomando la cabeza dentro de la puerta.

—¿Señora? —Miró hacia la cama, su cara se relajó cuando vio la cabeza de


Gabrielle sobresaliendo de entre las mantas mirándolo.

Xena se volvió de su posición parada frente al fuego.

—¿Alguien cree que yo quería que Gabrielle se despertara medio


congelada? —Volvió a tirar leña al fuego atizándolo con una barra de hierro.

Brendan entró.

—Ah —dijo—. No queríamos despertaros. Pensamos que a las dos os vendría


bien el descanso —se disculpó—. ¿Quieres algo para cenar?

Xena dejó de reavivar el fuego y lo miró.

—¿Qué? —dijo—. ¿Qué puñetera hora es?

—Casi anocheciendo —dijo Brendan con un toque de desdén—. He estado


manteniendo a todos a raya durante todo el día. Les dije a todos que os
dejaran dormir. —Se aclaró la garganta un poco cohibido—. No es que
tengan mucho que contar, la verdad.

La reina se enderezó y se puso las manos en las caderas.

—¿Me estás diciendo que hemos estado durmiendo todo el condenado día?

—Sí.

—Guau —comentó Gabrielle mientras se ponía un poco más erguida—. No


me extraña que me sienta tan agarrotada.

—No me digas. —Xena exhaló—. Sí, manda comida aquí. —Se sentó en una
de las dos sillas tapizadas con un ruido sordo—. Bueno, al menos le permitió a
Gabrielle descansar un poco. —Miró hacia la cama—. ¿Cierto?

—Um. Sí. —Gabrielle sonó un poco sorprendida—. Me siento bastante bien. —


Giró la cabeza un poco y se frotó la parte posterior del cuello—. ¿Hay agua
por ahí?
330
Brendan desapareció en la sala exterior y ahora los sonidos eran más
pronunciados y agudos. Xena se puso de pie y se acercó a la repisa de la
chimenea, cogió una taza y miró a su alrededor.

—¿Qué tal...? —Hizo una pausa y frunció el ceño—. No hay ni un poco de


maldita agua aquí.

Por un momento pareció perpleja, de pie allí con la taza en sus manos. Luego
volvió a la ventana, apartó la cortina y abrió uno de los paneles emplomados.
Con un empujón impaciente, abrió el marco y extendió la mano, recogió con
la taza un poco de nieve y luego volvió a meter la mano dentro.

Después se acercó al fuego y sostuvo la taza cerca de él viendo como la nieve


se disolvía rápidamente en líquido. La hizo girar y tomó un sorbo antes de
llevarla a la cama y ofrecérsela a Gabrielle.

—Gracias. —Gabrielle bebió con gratitud, mientras Xena traía una gruesa
túnica de lana y la deslizaba sobre su cabeza.

Un momento después se abrió la puerta de nuevo y entraron varios soldados,


uno de ellos con una bandeja. Los demás recorrieron la estancia encendiendo
las velas, y al poco rato la alcoba se iluminó con un brillo dorado.
Xena regresó al fuego y se sentó, extendiendo sus pies descalzos hacia el
calor.

—Y bien, qué está pasando ya que has dejado que me pase todo el maldito
día inconsciente.

Brendan se acercó y se sentó junto a ella.

Gabrielle dejó la taza y retiró las sábanas para incorporarse y sentarse en el


borde de la cama. Por un momento la alcoba giró a su alrededor y estuvo a
punto de volver a tumbarse, pero esperó hasta que se le pasó el vértigo.

Se aferró al poste del dosel y se puso de pie, aliviada de dejar que su columna
vertebral se estirara.

»¡Oye! —gritó Xena desde el fuego—. ¿Qué estás haciendo?

—Solo ponerme de pie —dijo Gabrielle—. Tengo el cuerpo cansado de estar


tumbada. —Le brindó al soldado más cercano una sonrisa—. Hola.
331
—Su gracia. —Le saludó el soldado.

Xena se levantó y se acercó, rodeándola y mirando al soldado hasta que él


retrocedió apresuradamente.

—¿Quieres venir junto al fuego?

Gabrielle asintió, no del todo sorprendida cuando Xena deslizó su brazo sobre
sus hombros e hizo un movimiento para levantarla.

—¿Puedes ayudarme a caminar hasta allí? —preguntó—. Me gustaría


empezar a moverme un poco. —Pasó su brazo por la cintura de Xena y la
agarró.

—Con calma. —Xena aceptó a regañadientes, manteniéndola segura


mientras caminaban alrededor de la cama hacia el fuego. Dejó a Gabrielle
en la silla que había estado usando y se apoyó en el brazo, viendo como su
consorte extendía sus manos hacia el fuego y suspiraba de placer.

—¿Le gustaría un poco de té, Majestad? —Uno de los soldados se acercó con
una pequeña bandeja y dos tazas—. Y tenemos un poco de pan y estofado,
lo hicimos nosotros mismos ahí fuera.
Gabrielle se alegró de estar sentada de nuevo. El calor del fuego penetraba
en sus huesos y el dolor disminuía lentamente. Tomó la taza que Xena le ofreció
y la acunó entre sus manos, inhalando el vapor perfumado con menta y miel.

—Continúa —le dijo Xena a Brendan—. ¿Me estabas diciendo algo sobre un
cerdo muerto?

Gabrielle arrugó la nariz.

—Lo encontraron en la sala principal —confirmó Brendan—. Abierto en canal,


con las tripas por todo el suelo. Lastay vino a buscarme. —Se frotó la cara—.
Tu nombre estaba escrito con sangre al lado.

—Que agradable —gruñó Xena.

—Eso es horrible —dijo Gabrielle—. ¡Qué montón de idiotas son estos tipos!

—Hm. —La reina gruñó de nuevo—. Sin embargo eso no tiene ningún sentido.
—Tomó un sorbo de su té—. ¿Por qué un cerdo? Se han centrado en las
personas hasta ahora —reflexionó sobre la pregunta—. ¿O están diciendo que 332
piensan que soy un cerdo? —Parecía más divertida que insultada.

Brendan negó con la cabeza.

—Es como si estuvieran jugando con nosotros —dijo—. Los muchachos


estuvieron en esos túneles toda la noche. Encontraron bolsas de cosas que
esos bastardos nos habían robado, cuchillos, flechas y cosas así. Las llevé al
cuartel. Los chicos del desierto están en los niveles inferiores buscando.

—Entonces, ¿no hay señales de esos bastardos? —preguntó Xena—. Buscad


por todos lados y apuesto a que encontraremos algo.

Brendan volvió a negar con la cabeza.

—El problema es que los túneles de abajo están unidos unos a otros, es como
perseguir a un grupo de ratas en un campo. Si las buscas por un agujero,
aparecen en otro.

Xena se inclinó un poco hacia atrás, haciendo una señal al soldado con la
bandeja de estofado para que se acercara. Pensó en lo que Gabrielle le
había contado la noche anterior, en lo que había oído... o pensó que había
oído, cuando estaba inconsciente.
¿Fue real? ¿Había realmente alguna persona muerta tratando de vengarse
de ella?

Y, de ser así,

¿Quién?

Había matado a tantas malditas personas a lo largo de los años.

¿Cómo podría elegir una?

O tal vez no fue real, tal vez fue solo un sueño en el que Gabrielle había sido
atrapada, como si hubiera sido ella misma antes de despertarse.

Un sueño de mierda.

Xena suspiró. Un estúpido sueño de mierda, probablemente un retal del día,


estaba en un pasillo oscuro viendo a Gabrielle desvanecerse lejos de ella, con
los ojos tristes, la mano tendida... Apartó sus pensamientos de eso y tomó otro
sorbo de té en su lugar. 333
»¿Xena?

Alzó la vista y vio a Brendan mirándola.

—Lo siento. Estaba pensando —dijo—. ¿Cómo hacemos que salgan estos tipos
al aire libre para que podamos atraparlos? De lo contrario, estaremos
persiguiéndolos hasta primavera.

—Podríamos usar un poco de fuego —sugirió Brendan.

—¿Y acabar prendiendo fuego a la fortaleza? —Xena lo miró con ironía—.


Todas las ventanas están cerradas por la maldita nieve. Acabaríamos
ahumados como un salmón.

—Ah.

—Xena. —Gabrielle habló—. Ellos van a por ti, ¿verdad? —Había mojado un
trozo del pan en el guiso y estaba mordisqueando el borde lentamente—. Así
que, lo único que los atraerá es si los haces venir aquí, ¿verdad?

Tanto Xena como Brendan la miraron.


—El último lugar en el reino en el que quiero a cualquiera de esos bastardos es
aquí —dijo Xena rotundamente—. No los quiero cerca de ti.

—De ninguna manera —agregó Brendan—. Tenemos esta área bien rodeada,
su Gracia. De hecho... —Miró a Xena—, me gustaría saber qué piensas sobre
volver a tus antiguos aposentos por el momento.

—Pero…

—No. —Xena y Brendan hablaron al mismo tiempo.

Gabrielle volvió a mordisquear su pan. El estofado estaba bien, no tan bueno


como el suyo, pero aún no tenía mucho apetito. Sin embargo, se sentía bien
estar sentada, y el calor del fuego alivió algunos de los calambres en sus
músculos.

Se dio cuenta de que Xena estaba malhumorada. La reina odiaba que la


pillaran durmiendo, y probablemente se sentía un poco avergonzada por
todo el berrinche del que ella había dejado que ellos se hicieran cargo ayer.
Además, se había despertado con un mal sueño. Gabrielle siempre podía 334
decir cuándo pasaba eso y la ponía de mal humor por un tiempo.

Apoyó la cabeza contra la cadera de Xena. Como reflejo, la reina soltó una
mano de su taza de té y la dejó caer sobre el hombro de Gabrielle. Este gesto
dejó sus dedos tentadoramente cerca de los labios de Gabrielle, y ella cambió
su pan por besarlos.

Xena dejó de hablar a mitad de palabra y bajó la vista hacia ella.

—Sé que no quieres a ningún tipo malo aquí —dijo Gabrielle—. ¿Pero no
pudiste engañarlos? ¿Y si pensaran que íbamos a volver a subir a la torre, y a
ti se te ocurriera una forma de llevarlos allí y atraparlos? —Xena la estudió por
un largo momento—. No tenemos que estar allí —dijo Gabrielle—. Solo tienen
que creer que estamos.

Xena miró a Brendan y luego a Gabrielle.

—¿Por qué no pensamos en eso? —le preguntó a su capitán—. Nos estamos


volviendo demasiado viejos para esto, Brendan. —Se quejó—. ¿Por qué Hades
tiene que decirnos ella lo obvio?

Brendan pareció un poco avergonzado.


—Han sido un par de largos días, Xena.

—¿Cuál es mi excusa? ¡He estado durmiendo durante dos días! —replicó la


reina.

Gabrielle no estaba en condiciones de reírse, pero tenía ganas de hacerlo de


todos modos. En cambio, golpeó con la cabeza muy suavemente la cadera
de Xena y fue recompensada por la sensación de las puntas de los dedos de
su amante abriéndose paso a través de su cabello despeinado y rascándole
suavemente el cuero cabelludo.

»La verdad es que no es una mala idea —dijo la reina—. Vamos a dejarles
pensar que me tienen huyendo, Brendan. Dejemos que piensen que voy a
subir a la torre y esconderme allí. Es el lugar más defendible en la fortaleza.
Sólo hay dos maneras de llegar allí arriba, las escaleras de la cocina y las
principales, y esa rotonda para poner tropas.

—Harás que todos los demás piensen eso, Señora —le recordó Brendan.

—Como si me importara —dijo Xena—. He pasado todo mi mandato aquí sin 335
importarme lo que nadie pensara de mí, ¿por qué empezar ahora?

Brendan la miró pensativamente.

—La gente está asustada —dijo por fin—. De algún modo el clima los está
volviendo locos.

Xena frunció el ceño.

—¿Qué significa eso? —preguntó—. ¿Van a asaltar mis cámaras y dejarme en


cueros? ¿Azotarme con fustas de caballo? —Sus cejas se levantaron un poco
ante su expresión evasiva—. Todavía puedo usar esa espada de allá atrás,
¿sabes?

—Nadie lo duda —respondió Brendan de inmediato—. Solo digo que por aquí
hay mucha gente asustada. Más de lo que este lugar tiene normalmente. Ya
he tenido que parar algunas peleas.

—¿Sí? —dijo Xena, después de un momento—. ¿Qué pasó ayer? —Ella esperó,
pero su capitán esquivaba sus ojos—. ¿Brendan? —Su voz adquirió un tono
más profundo.
Finalmente, él levantó la mirada.

—Algunos de los habitantes de las Tierras Occidentales se comportaron mal —


dijo—. Diciendo cosas sobre... En fin. Nosotros les bajamos los humos. —Tomó
aliento—. Asumo la responsabilidad, Xena. Yo los encabecé y la primera
sangre fue mía. —Tocó su espada—. Perdí los estribos y lo siguiente que supe
fue que estaban muertos.

Xena lo estudió.

—¿A cuántos mataste?

—A todos ellos. —Brendan la miró a los ojos.

—Ya veo —murmuró la reina. Ahora podía imaginarse el caos en la fortaleza.


El miedo a los intrusos en guerra con el miedo a sus propios hombres—. ¿Qué
estaban diciendo? —preguntó—. ¿Era sobre mí? —Brendan negó con la
cabeza. Ah. Xena miró a Gabrielle, que estaba mirando a su capitán con
expresión preocupada—. Entonces solo hiciste lo que hubiera hecho yo —
dijo—. No es culpa tuya, viejo amigo. —Brendan levantó la mirada cuando 336
Gabrielle se acercó y le tocó el brazo—. Razón de más entonces —continuó
la reina—. Aprovechemos que todos piensen que he llegado al límite, que tú
has llegado al límite, y que mi única preocupación es mi pellejo y el de ella. —
Se inclinó y besó a Gabrielle en la cabeza—. Nos estamos mudando a la torre.
Haz correr la voz.

—Señora. —Brendan la miró fijamente—. Lo haré.

—Gabrielle tiene razón. Es hora de dejar de perseguir y comenzar a tender


nuestra propia trampa. Hemos sido idiotas —dijo Xena—. Pero todo eso no
importará cuando tenga su sangre en mi espada. —Sus labios se crisparon—.
Y la tendré. —Brendan se levantó y saludó, luego se dirigió hacia la puerta.
Xena apoyó el brazo en el respaldo de la silla y suspiró—. Esta es otra de esas
veces en la que voy a patearme trasero, agitar mis brazos y volar, ¿no es así?

Gabrielle la miró y le ofreció un cuenco de estofado.

—Entonces creo que lo vas a necesitar.

—Ya.
Parte 9

Gabrielle se sorprendió al sentirse reconfortada por el entorno de la torre.


Había llegado a preferir sus estancias más grandes y luminosas en el nivel
inferior, pero cuando se sentó en la gran silla un poco gastada frente al fuego
en la vieja alcoba de Xena, sintió que se le aceleraba el corazón.

Había tantos recuerdos aquí. Gabrielle sonrió un poco al pensar en todas las
noches de invierno que había pasado frente a esta chimenea, escribiendo sus
historias y practicando algunas, mientras Xena descansaba en la silla a su
lado, con los ojos medio cerrados y su mirada perdida en las llamas.

Solo estando juntas.

Los pensamientos le hicieron feliz, pero hacía frío y se estremeció. 337


—Brr.

—Trae esa manta aquí —ordenó Xena desde su lugar arrodillado junto a la
silla—. Este maldito lugar está más frío que el culo de un pez.

—Gracias por subirme hasta aquí. —Gabrielle entrelazó sus dedos con los de
la reina—. Eso fue muy amable de tu parte.

—Fue inútilmente cascarrabias y egoísta de mi parte —discrepó Xena—.


Podría haberle dado a cualquiera de estos viejos y leales bastardos la emoción
de sus vidas, y ¿qué hago yo? Mantener todo para mí. Típico de mí.

—Xena.

—¿Sí, Gabrielle? —Xena parecía haber recuperado su sentido del humor en la


larga caminata por las escaleras—. Subí tu culo por las escaleras de afuera en
mitad de la lluvia con un agujero del tamaño de un puño en mi espalda. Eso
debería haber sido suficiente para mí para toda la vida.

—Lo recuerdo. —Gabrielle sonrió—. Estaba tan feliz de verte.


—Igualmente. —La reina le devolvió la sonrisa. Tomó la manta que Brendan le
tendía y la colocó alrededor de su consorte, mientras dos de los soldados
trabajaban para encender el fuego en la gran chimenea—. Recuerdo que
limpiaste esa maldita chimenea y pensé “¿Qué clase de pirada he traído
aquí?”

—Bueno, se suponía que debía limpiar —dijo Gabrielle—. Quería hacer un


buen trabajo para que me mantuvieras cerca.

—Funcionó —comentó Xena secamente—. Probablemente un poco mejor de


lo que pretendías.

—Sí —admitió su consorte—. Solo esperaba conseguir las sobras de tu cena.

Eso hizo reír a la reina.

—En cambio me conseguiste a mí para cenar. Eres afortunada.

—Xena, voy a subir tus cosas y las de su Gracia —dijo Brendan—. Hemos
bloqueado las escaleras de la torre inferior. 338
—Bien —dijo Xena—. Oí los comentarios cuando atravesamos el pasillo.
Agradable. —Su humor se disolvió de inmediato—. Tienen suerte de que tenía
las manos ocupadas o habría cortado algunas lenguas —exhaló—. Creo que
eso hubiera arruinado mi plan, supongo. —Brendan frunció el ceño—. Así que
ve abajo. Actúa como si estuvieras preocupado porque estoy asustada —lo
instruyó la reina—. Haz un buen trabajo, Brendan. Cuanto antes convenzamos
a este bastardo para que suba hasta aquí, antes podremos volver a ver a los
acróbatas y beber hasta emborracharnos —dijo—. Quiero que piense que
estoy aquí temblando.

—Es difícil —dijo Brendan—. Me enferma hablar mal de ti, Xena.

Xena sonrió inesperadamente, una cálida y amable sonrisa que no se parecía


en nada a la habitual.

—No te preocupes. —Puso su mano en el hombro de su capitán—. Dejaré que


les cuentes lo lista que fui, una vez que destripe a esos malditos asesinos.

Brendan suspiró.
—Haz que Jellaus te ayude, Brendan —sugirió Gabrielle—. Él sabe cómo
hacerlo. Cómo hacer que una historia funcione. —Vio cómo se iluminaba la
expresión de Brendan—. Yo también te ayudaría, pero creo que Xena quiere
que me quede aquí.

—Ajá. Sí. —Xena devolvió su atención a su consorte—. ¿Suficientemente


cálido?

Gabrielle movió el borde de la manta sobre las rodillas, cuando el fuego


comenzó a prender en la chimenea y aportó también su calor.

—Está bien ahora. —Sintió que los escalofríos se calmaron y los músculos se
relajaron. Miró las llamas, y los recuerdos de sus primeros días en el castillo
comenzaron a surgir.

Era difícil establecer una conexión con la persona que había sido en esos días.
Tan asustada y confusa, dolida por perder a su familia, por ver morir a Lila ante
sus ojos. Deseando tanto estar enojada con Xena por eso y tan
desconcertada cuando no podía estarlo.
339
Qué desleal se había sentido cuando descubrió finalmente lo que estaba
sintiendo.

Recordó haber despertado y el dolor al encontrarse en la cama de Xena con


Xena durmiendo junto a ella. Su cabeza se había sentido como ahora, de
hecho. Toda dolorida, y con la impresión de que, si la movía demasiado
rápido, le dolería de verdad. Entonces, la dejó descansar suavemente contra
el hombro de Xena.

A pesar de haber dormido tanto como ella, todavía se sentía cansada. Pero
parpadeó un par de veces y tomó la taza de té que había traído consigo.
Bebió un sorbo, el sabor la reanimó, aunque ya estaba frío.

—No vayas a ninguna parte. —Xena se puso de pie y se sacudió las manos—.
Voy a cambiarme a algo más cómodo y mirar dónde quiero poner mis
trampas aquí.

—Está bien. —Gabrielle se retorció a una posición más cómoda, apoyándose


en el brazo de la silla para poder ver a Xena deambular por la cámara.
También había muchas otras personas allí, soldados en su mayoría, pero tres
sirvientes y el persa estaban apoyados contra la pared trasera.
Xena los esquivó a todos mientras merodeaba, recorriendo cada centímetro
del espacio.

—Que alguien se asegure de que ese maldito gato no esté debajo de la


cama. No quiero cortarlo por la mitad si sale a mear esta noche. —Rodeó el
alto aparador cerca de la pared trasera y luego lo abrió, asomando la cabeza
dentro.

Uno de los soldados, obedientemente, se tiró al suelo y se arrastró hasta un


lado de la cama levantando el faldón de lino y mirando debajo. Por un
momento se congeló, luego dejó escapar un grito, sumiendo a toda la sala
en un caos.

Caos porque Xena salió del gabinete con un explosivo salto, lanzándose hacia
un lado y tirando al suelo a dos soldados que luchaban por salir de su camino.
Aterrizó entre la cama y Gabrielle y extendió los largos brazos, bramando a
pleno pulmón.

El resto de los soldados se abalanzaron hacia la cama, uno agarró al hombre


del suelo por la cintura y lo arrastró hacia atrás, el resto levantó la cama 340
apartándola en una demostración de pura fuerza varonil mientras el persa y
otros dos soldados sacaban las armas y atacaban hacia adelante
abalanzándose sobre lo que estaba debajo.

Solo Gabrielle permaneció quieta y callada. Supuso, con razón, que moverse
o interponerse de cualquier modo no solo sería inútil, sino que también podría
resultar herirla o peor, hacer que Xena se lastimara si intentaba protegerla de
lo que fuera.

El persa se arrojó debajo de la cama y luego surgió un grito, largo, alto y fuerte.
Cuando terminó, todos se callaron, y el persa se retiró rápidamente
sacudiendo una mano y arrastrando algo con la otra.

—¡Ajá! ¡Un demonio!

Los ojos de Gabrielle se abrieron como platos mientras recordaba lo que la voz
en la oscuridad le había dicho.

¿Esto era lo que intentaba lastimar a Xena?

Los hombres se agruparon alrededor cuando apareció una figura raída y


desaliñada, luchando contra su agarre, parpadeando a la luz de las velas.
Xena se enderezó en toda su estatura, mirando por encima de las cabezas de
los soldados y luego, con un pequeño suspiro de disgusto, volvió a serenarse.

—¡Espera! —gritó—. ¡Deja de arrastrar a esa maldita mujer por todo el suelo!

—Oh, Xena. —Gabrielle había asomado su cabeza por el respaldo de la silla—


. Es una de las personas del circo —dijo reconociendo a una que estaba al
fondo del espectáculo, moviendo las piezas de equipo. Había cinco o seis de
ellos, bajos y de aspecto parecido, con el pelo rizado y castaño y narices
ligeramente aplastadas.

Y aquí estaba, escondida en la vieja alcoba de Xena.

Xena se puso las manos en las caderas.

—Ya veo —dijo observando el traje a rayas y los ojos asustados y brillantes—.
Supongo que tenemos que averiguar por qué estaba debajo de nuestra
cama, ¿eh? —Giró la cabeza—. Thanos, ve al salón de baile y busca a ese
anciano que está al mando. Tráelo aquí. No le digas por qué.
341
—Señora. —El hombre saludó y salió de la estancia.

El persa tenía a la mujer agarrada con ambos brazos, sus manos grandes y
musculosas empequeñecían las extremidades de la mujer mientras la
mantenía inmóvil.

—Habría preferido encontrarme al gato —comentó—. Nos gustan los gatos.


No ocurre lo mismo con las serpientes con ropas extrañas escondidas en los
rincones.

—O debajo de las camas —dijo Xena—. ¿Puedes hablar? —Se dirigió a la


mujer.

La mujer se quedó mirándola fijamente con sus oscuros ojos.

Gabrielle comenzó a levantarse, luego se detuvo cuando Xena giró


lentamente y la inmovilizó con un par de intencionados ojos azules. Se reclinó
en la silla y sonrió tímidamente a la reina. Después de un momento, Xena le
devolvió la sonrisa, sosteniéndola por un minuto antes de darse la vuelta de
nuevo.
La mujer parecía asustada. Gabrielle se apoyó en el brazo de la silla para
poder verla mejor, notando los moretones en su rostro, y el aire de
desesperación que desprendía.

—¿Oye, Xena?

La reina se volvió y se apoyó en el respaldo de su silla.

—¿Sí?

Gabrielle bajó la voz, girando para quedar debajo de Xena.

—Tal vez solo escapaba de ellos —susurró—. Parece un poco hambrienta.

—Tal vez —susurró Xena—. Pero ante la coincidencia de que huyera y


acabara en nuestra vieja alcoba, me dan ganas de apuñalarla solo para
asegurarme.

Gabrielle hizo una mueca.


342
Xena se inclinó un poco más y la besó en la parte superior de la cabeza. Luego
se enderezó y dio media vuelta.

»¿Y bien? —Caminó hacia donde el persa la tenía agarrada—. No me hagas


hacer que Lakmas encuentre tu lengua por ti.

Lakmas sonrió, los dientes grandes y blancos contra la piel oscura del desierto.

La mujer siguió en silencio, permaneciendo inmóvil en el agarre del persa, pero


bajando la vista al suelo y negándose a mirar a la cara a la reina.

»Llévala a la cámara exterior —ordenó Xena, asegurándose de que estaba


claramente entre la mujer y la silla de Gabrielle cuando el persa se levantó y
junto a uno de los soldados, sacaron a la mujer—. Avisadme cuando llegue el
dueño del circo.

Esperó a que se cerrara la puerta.

»Mirad bien debajo de esa cama —les dijo a los otros dos soldados—. Quiero
saber si hay algo más que pelusas debajo. —Se volvió y estudió a Gabrielle un
momento, luego se acercó y se arrodilló junto al soldado más cercano,
poniéndole la mano en su espalda mientras miraba con cautela el espacio
debajo de la plataforma de la cama.

El soldado soltó un chillido y luego miró apresuradamente detrás de él.

—Lo siento, Majestad.

—No hay problema —dijo Xena—. Solo alégrate que no haya sacado mi
espada.

—Sí, Majestad. —El hombre se tumbó en el suelo y se arrastró debajo de la


cama, mientras dos de sus camaradas la levantaban.

—¡Aquí hay una bolsa!

Ajá.

—Ten cuidado —dijo Xena—. Recuerda todas las trampas con las que casi
tropezamos.
343
El hombre sacó su daga y tanteó suavemente la oscura masa, retirando su
mano y arrastrándola con él mientras se levantaba con cuidado de debajo
de la plataforma. La bolsa era tosca y áspera, una tela gris sucia con un poco
de cuerda para atar la parte superior.

El soldado se dio la vuelta y se sentó, extendiendo sus piernas con la bolsa


entre ellas. Él la miró y luego miró a Xena.

—¿Debería abrirla, Majestad?

Incapaz de resistirse, Gabrielle se levantó tan silenciosamente como pudo,


agarrándose a la silla y apoyándose contra ella mientras miraba por detrás
para ver qué estaba pasando. Xena estaba arrodillada al lado de la cama, y
los soldados la miraban como halcones mientras cogía la daga que el hombre
había estado sosteniendo y, con un experto movimiento de su muñeca,
desató el nudo.

La cuerda cayó flojamente de la bolsa y aterrizó en el suelo, y todos la miraron


por un minuto. Entonces Xena se levantó de su posición arrodillada, se puso
en cuclillas y metió el cuchillo en el tejido de la bolsa, tirando hacia arriba y
volcando el contenido al suelo.
La luz de la antorcha en la sala, mezclada con el gris pálido de las estrechas
ventanas, mostraba una gran cantidad de tristes objetos, un trozo de vela, un
trapo pequeño, yesca y un pedernal, y lo que parecía un manojo de ramitas
atadas con un pedazo de cuerda.

Gabrielle se movió un poco hacia la izquierda para poder ver mejor.

—Guau.

Xena volvió la cabeza y le miró.

—¿No se suponía que debías estar sentada? —preguntó.

—Preguntarme qué estaba pasando me hacía sentir preocupada. Me duele


la cabeza. —Gabrielle respondió con tono suave y serio—. Pensé que sería
mejor si pudiera verte. —Observó la cara de Xena, viendo las contracciones
en sus mejillas que significaban que estaba tratando de no sonreír.

Después de un momento, la reina dio media vuelta y reanudó su postura


arrodillada, hurgando entre las escasas pertenencias con la punta de la daga. 344
—De algún modo, no creo que ella sea quien estábamos buscando —dijo—.
Al menos, no basado en esto.

—¿Qué es eso?

—Justo lo que esperarías encontrar en la bolsa de un niño huyendo de casa


—dijo Xena apoyando un codo en su rodilla.

—Señora. —Uno de los soldados se puso a su lado—. Encontré esto. —Él


extendió las manos ahuecadas, que estaban llenas de huesos de frutas y
cáscaras viejas y retorcidas—. En la pequeña cámara de allí. —Señaló una
puerta.

—Ah. —Xena seleccionó uno y lo inspeccionó—. Demasiado fresco para que


lo dejase Gabrielle en los malos y viejos tiempos cuando dormía allí. —Miró a
su consorte que le sonreía amablemente—. No duró mucho de todos modos.
Terminó en mi cama más rápido que un cachorro.

Todos se sonrojaron, a excepción de la reina. Gabrielle se sintió tan mareada


que se dio la vuelta y se sentó de nuevo, contenta, al menos, de que su... Hizo
una pausa en sus pensamientos.
¿Su alma gemela?

Arrugó la frente. Por alguna razón, no parecía encajar mucho con Xena.

Lo que fuera.

Se alegraba al menos, que su reina parecía haber recuperado el ánimo.


Incómodo como lo era para ella, a veces. Cogió su té y tomó un sorbo,
deseando tener una taza caliente para reemplazarlo. Como si alguien hubiera
leído su mente, la puerta se abrió y Jellaus apareció con una bandeja.

Él se acercó y la dejó sobre la mesa, mirando alrededor de la alcoba.

—¿Qué está pasando aquí? —Miró con curiosidad a Xena y a los soldados que
buscaban diligentemente debajo de la cama—. ¿Y la muchacha de ahí
fuera?

—Estaba debajo de la cama —explicó Gabrielle mientras cambiaba su taza


fría por una caliente que él había servido—. Gracias por el té. —Tiró de la
manta alrededor de ella otra vez mientras miraba a la ventana—. Guau, 345
todavía dura la tormenta.

—Si —confirmó Jellaus—. Tormenta fuera, y adentro, creo. —Sirvió una taza y
se la entregó a Xena, que se había acercado—. Xena, he hablado con
Brendan, ¿estás segura que este es el mejor camino que puedes tomar? Esos
criminales parecen casi antinaturales en sus motivos.

Xena se sentó en la silla y envolvió las poderosas manos alrededor de la taza


para calentarlas.

—Sí —dijo después de una breve pausa—. Es a mí a quien quieren. —Miró


hacia el fuego—. Cuanto más dejemos que se prolongue, menos posibilidades
tenemos de salir airosos de esto. Ya he esperado demasiado. —Jellaus
suspiró—. Lo quiero terminado ya —continuó Xena—. Así que, si la única forma
en que puedo acabarlo, es sacrificar mi reputación, entonces que así sea. —
Levantó la vista hacia Gabrielle—. Sé lo que me importa ahora. Esto. —Dibujó
un círculo con su dedo alrededor, indicando la fortaleza—. ¿No es así?

Jellaus sonrió brevemente.

—Pero Xena, ¿y si hay algún camino, algún túnel escondido que suba hasta
aquí arriba?
Xena lo miró y sus labios se torcieron en una sonrisa irónica.

—Espero fervientemente que lo haya. Pero debes asegurarte para que todos
piensen que creo que no hay ninguno, ¿me sigues?

—Sí.

—Ya piensan que me estoy volviendo loca —dijo Xena—. Saben que Gabrielle
y yo nos fuimos a la cama borrachas la otra noche, lo del cerdo y sobre los
visitantes de las Tierras Occidentales. Ahora, solo deben saber que estoy aquí
arriba, asustada, convencida de que estoy a salvo con mis hombres
custodiando el lugar en el que solía vivir.

—Xena. —Gabrielle se aclaró la garganta—. Estos tipos han estado aquí


durante días. Saben todo el asunto con Philtop. ¿No se darán cuenta que estás
tratando de atraparlos de todos modos?

—Podrían —dijo la reina—. Pero no importa, Gabrielle. Incluso si creen que es


una trampa, seguirán yendo a por mí porque les he dicho a los hombres para
que corran la voz, que vamos a quemar las zonas inferiores de la fortaleza 346
mañana por la mañana, y si eso mata a todos los que están ahí, estoy de
acuerdo con eso.

Gabrielle parpadeó hacia ella.

—Pero no vas a hacerlo —soltó en un tono de asombrada certeza—. Xena, no


puedes.

Xena deslizó una de sus piernas sobre el brazo de la silla, y se inclinó hacia
atrás.

—En realidad —dijo con tono normal—. Podría. —Tomó un sorbo de té—. Soy
capaz de eso. Me importa lo que me importa. Tú. Él. Ellos. —Xena señaló a
Gabrielle, luego a Jellaus, luego a los soldados—. Para deshacerme de esos
bastardos, sí, quemaría las zonas inferiores. —Gabrielle tomó aliento, luego
simplemente lo soltó dejándolo pasar a través de sus labios—. Simplemente no
creo que sirviese para nada. Pasaron de reunirse en el comedor a esconderse
en otro lado —comentó la reina—. Soy despiadada, no estúpida. —Giró el té
en la taza—. Lo que quiero es atraerlos hasta aquí y hacerlo personal. No
quiero que nadie más salga lastimado o sea asesinado porque quieren
provocarme.
Un pequeño silencio cayó. Entonces Gabrielle miró a Xena.

—¿Sabes algo?

—¿Qué? —Xena inclinó un poco la cabeza, sus oídos captaron los sonidos de
Brendan llegando a la otra estancia.

—Preferiría que quemaras la fortaleza antes que arriesgarte a que te pase algo
si esos tipos vienen aquí. —Gabrielle pronunció las palabras lenta y
claramente, mirando directamente a los ojos de la reina.

Xena la miró en silencio por un momento.

—Vaya —dijo finalmente.

—Tal vez, Xena, eso es exactamente lo que quieren estos intrusos —dijo Jellaus
con tono amable—. No vayas directa a sus manos pensando que la trampa
es tuya.

Xena exhaló. 347


—Sé que es lo que quieren —admitió—. Solo que creo que no tengo otra
opción. —Se levantó—. Dejad que vaya a ver lo que esta cría estaba
haciendo debajo de mi cama. Librémonos de esa distracción al menos.

Gabrielle estaba contenta de estar recostada en la cama de nuevo,


descansando sobre varias almohadas en la cama en la que había conocido
a Xena por primera vez. Jellaus estaba sentado junto a ella, tocando una
suave melodía con su arpa, y tenía una agradable taza grande de té caliente,
recién hecho, esperándola en la mesita de noche.

—¿Se te hace raro estar de vuelta aquí, Gabrielle? —preguntó Jellaus—. ¿Aquí
en lo que solíamos llamar la Atalaya de Xena?

—En realidad no. —Gabrielle se relajó, enlazando sus dedos ligeramente sobre
su estómago—. Me gusta la alcoba grande de abajo, pero tengo muchos
buenos recuerdos de esta —admitió—. Toda mi vida cambió aquí, justo cerca
de la chimenea.
Jellaus le sonrió.

—Y la de su Majestad también.

—Sí. —La nariz de Gabrielle se arrugó en una sonrisa medio avergonzada—.


Creo que no me había percatado de cuánto hasta ahora.

El juglar tocaba un tono ligero con el arpa, recorría la escala con los dedos,
punteando una agradable melodía.

—Ni ella, creo —dijo—. Fue algo que le llegó de forma inesperada. Sé que
hace mucho que dejó de esperarlo.

—¿Vosotros dos estáis hablando de mí? —Xena entró desde la cámara


exterior, terminando con sus rodillas golpeando el borde de la cama y sus
manos plantadas firmemente en sus caderas.

—Sí —admitió Gabrielle—. Eres mi tema de conversación favorito.

—Y el mío también, señora. —Jellaus hizo una pequeña reverencia en 348


dirección a Xena.

La reina se ruborizó visiblemente.

—Sois unos raritos, los dos —dijo—. ¿Tienes suficientes almohadas? —Desvió la
conversación—. Ya estoy segura de que esa granujilla no plantó una bomba
de arañas debajo de la cama.

—Se había escapado, eh —gruñó Jellaus—. No creía que ese hombre fuera
duro con su gente. Es una lástima que no hablara y contara por qué huyó. —
Se giró para mirar a Xena—. Raro.

—Tenía miedo. —Gabrielle habló.

—Miedo. —Xena repitió la palabra lentamente—. ¿Miedo de mí? ¿De este


lugar? ¿De ser atrapada?

—Miedo de alguien —respondió Gabrielle en voz baja cuando sus ojos se


encontraron con los de la reina—. Recuerdo cómo es sentir eso. —Podía ver
las emociones cambiantes en la cara de Xena—. Tal vez estaba huyendo de
lo mismo de lo que yo quería alejarme.
La cara de Xena cambió de nuevo y su postura corporal se relajó.

—Tu padre.

Gabrielle asintió.

Jellaus las miraba a las dos, sus ojos iban de una a otra.

—No parece un hombre que haría daño a los suyos —dijo después de un
momento—. ¿Debería ir a tocar con ellos y ver si es así, Xena?

—Mi padre tampoco se lo parecía a nadie más —dijo Gabrielle—. A todo el


pueblo le gustaba. Era amigo de todo el mundo. —Hizo una pausa—. Excepto
de Lila y mío. Creo que nos odiaba porque no éramos varones, así que... —
Captó la mirada atenta de Xena—. Así que le daba vergüenza. Decía cosas
buenas de nosotras en público porque quería casarnos, pero en casa...

—Ah, chiquilla. —Jellaus puso una mano sobre la de ella.

—Pero en casa, él nos golpeaba y violaba a Lila —dijo Gabrielle con una 349
sensación de alivio que la sorprendió—. Él golpeaba a nuestra madre —
añadió—. Le odiaba.

Xena la estudió sombríamente.

—No tienes idea de lo decepcionante que fue para mí descubrir que ya


estaba muerto —dijo—. Sí, ve a ver cuál es la situación, Jellaus. A mí tampoco
me pareció un bastardo, pero nunca se sabe. Si descubro que lo es, saldrá por
la puerta en cueros.

—Lo haré, señora. —El trovador se puso de pie, girándose y dejando el arpa al
lado de la cama—. ¿Tal vez te gustaría practicar? —ofreció—. Parece algo
agradable y tranquilo para que hagas mientras recuperas.

—¿Tranquilo? —Gabrielle hizo una mueca irónica—. No quiero herir los oídos
de Xena. Son sensibles.

Jellaus ahogó una risa y levantó la mano, dirigiéndose a la puerta mientras


Xena se deslizaba por un lado de la cama y ocupaba su lugar en el taburete.
Cogió el arpa y la levantó sobre la cama junto a Gabrielle, sosteniéndola allí y
acercándosela un poco más.
»Ciertamente no quieres oírme tocar eso —dijo Gabrielle con una expresión
irónica—. Realmente soy horrible.

—Sí quiero. —Xena se inclinó sobre los codos—. Me importa un comino como
suene. Es mejor de lo que podría hacerlo yo, sin importar como sea —dijo—. El
único músico de la familia era Ly.

—Eso no es verdad. Sabes cantar —objetó Gabrielle de inmediato—. Xena,


tienes la voz más hermosa que jamás he escuchado.

Xena sonrió, sus pestañas revolotearon un poco sobre sus ojos.

—Gracias —dijo con voz baja y sincera—. Ly y yo solíamos cantar juntos


cuando éramos niños. Era una manera de olvidar lo condenadamente
asustados que estábamos —exhaló audiblemente—. Una locura de niños,
¿eh?

Ahí estaba esa vulnerabilidad otra vez.

Gabrielle estiró el brazo rodeando el arpa y puso su mano en el brazo de Xena, 350
esperando que levantara la vista y buscando amablemente los ojos que se
encontraron con los suyos, absorbiendo la nueva y abierta honestidad.

—Sí, lo es, ¿no? —dijo—. Creo que es por eso que sabía que las cosas estaban
mal cuando estaba tan enferma. Estaban tratando de llevarme a donde
dijeron que estaba mi familia... pero tú eres mi familia, Xena. —La sonrisa de
Xena se transformó a una expresión más relajada—. De vuelta a ti.

Gabrielle soltó su mano y levantó la suya hasta las cuerdas del arpa, pasando
las puntas de los dedos por encima de las cuerdas de metal y sorprendiéndose
a sí misma con un acorde razonablemente audible.

Siguió mirando la cara de Xena y, como por voluntad propia, sus dedos
arrancaron una melodía simple, al principio con vacilación, pero luego más
segura, cuando los ojos de la reina se iluminaron y asintió un poco con la
cabeza.

¿De dónde venía la melodía?

Gabrielle no lo sabía y la verdad que no importaba. Tal vez todas esas


lecciones por fin empezaban a hacer efecto. Con un poco más de confianza,
tocó otro verso de la canción, y después de un rato, Xena tomó aliento y
cantó con la música, poniendo las palabras en armonía con las notas.

Era como magia.

Gabrielle sonrió encantada mientras tocaba el final de la melodía, y tanto las


notas de arpa como las humanas, se apagaron.

»Guau.

—Eso no estuvo mal. —Xena tocó el arpa—. Has estado ocultándomelo, mi


amor.

Gabrielle negó suavemente con la cabeza.

—Nunca había hecho eso antes —dijo—. Quiero decir... lo practiqué, pero
yo... —Tocó suavemente el arpa de nuevo, sorprendida de lo cómoda y
familiar que se sentía—. Nunca lo toqué así de bien.

—Me ha gustado. 351


—Me ha gustado tu canto —dijo Gabrielle—. Es tan hermoso. Igual que tú.

Xena estaba apoyada con los codos sobre la cama, y ahora sonreía, la luz de
las velas le doraba la piel. Entonces, la sonrisa se desvaneció un poco.

—¿Sabes lo que descubrí?

—¿Qué? —Gabrielle suavemente tocó las cuerdas, mirando a su amante a


través de ellas.

—Me di cuenta que la gente de por aquí no te respetaba porque yo no lo


hacía —dijo Xena, en voz baja—. Eso nos hizo daño a ambas.

Gabrielle inclinó la cabeza.

—¿Qué quieres decir?

—Los nombres que te llamé. La forma en que te hablé —dijo Xena—. Bien
podrías haber sido el perro del castillo.

Su consorte guardó silencio por un momento, considerándolo.


—¿Te refieres a eso de rata almizclera?

—Eso —dijo Xena—. Y otras cosas.

—Yo... —Gabrielle hizo una pausa—. Pensaba que eso significaba que te
gustaba —añadió en voz baja—. No llamabas a nadie más así.

La reina se quedó mirando la ropa de cama.

—Bien —dijo—. Quiero decir, así era —admitió—. Para mí era así —aclaró—.
Era... eres mi familia, Gabrielle. —Levantó la vista, viendo a su consorte asentir
lentamente—. Eso es algo que solo haces con la familia.

—Sí.

—Pero no debería haberlo hecho delante de nadie —dijo Xena—. Hizo que no
te respetaran.

Gabrielle levantó su mano del arpa y la colocó suavemente contra la mejilla


de la reina. 352
—Oh, Xe —dijo—. No me importa lo que piense nadie más que tú —dijo—. En
realidad, no.

La reina se quedó quieta por un momento, luego levantó la vista.

—Sí, lo sé. Pero fui una idiota por tratarte de un modo que provocaba que
alguien te hiciera de menos.

Xena parecía tan seria.

Gabrielle dejó el arpa apoyada contra ella para darle una mejor visión de la
cara de su amante. Su expresión era un poco triste y eso no le gustó.

—No me importa. —Frotó su pulgar sobre el pómulo de Xena—. De verdad que


no.

La reina se inclinó hacia adelante y apoyó la cabeza en el hombro de


Gabrielle.

—Va a ser diferente —dijo—. Solo déjame limpiar este maldito lio y lo haré
diferente. Lo prometo.
Gabrielle acercó su cabeza a la de su amante y sonrió, sintiendo que el aliento
de Xena calentaba la piel de su hombro en un momento de inesperada, pero
perfecta, satisfacción. Decidió no decirle a Xena que realmente no le
importaba si cambiaba algo, ya que, al parecer, esto era algo que le
importaba mucho.

Si a Xena le hacía feliz decirle cosas así, Gabrielle estaba feliz de oírlas.

—Te amo —murmuró—. Has hecho mi vida tan increíble.

Xena volvió la cabeza un poco.

—Y a menudo aterradora y loca. —Parecía que recuperaba algo de su humor


habitual—. Pero nunca aburrida, ¿cierto?

—Cierto.

Xena tomó aliento para hablar de nuevo, cuando un fuerte y tremendo


estruendo atravesó el castillo, haciendo que la reina se pusiera de pie tan
rápido que, de hecho, saltó en el aire haciendo que Gabrielle agarrara 353
apresuradamente el arpa antes de que cayera de la cama

—¡Que Hades! —ladró—. ¡Brendan!

Se oyeron ruidosas botas corriendo a través de la puerta, gritos, y luego otro


estruendo.

Xena tomó aliento, sus manos apretadas en puños cerca de sus muslos. Miró
hacia la puerta, luego se relajó, caminando hacia donde estaba su espada y
la desenvainó. La llevó de vuelta a la cama y se sentó en el taburete de nuevo,
extendiendo las piernas con sus botas, cruzando los tobillos y apoyando la
punta de la espada justo donde se cruzaban.

Gabrielle la miró con curiosidad.

—¿No vas a ver qué ha pasado?

—No. —Xena se apoyó contra la mesa—. Mi cerebro loco y paranoico se


pregunta si alguien hizo eso solo para atraerme y dejarte aquí. Así que, no voy
a ir. —Cambió su agarre en la espada y apoyó el codo en la cama junto al de
Gabrielle—. Tal vez tenga suerte y algún esquivo bastardo se cuele aquí
pensando que te dejaría desprotegida en mi maníaco frenesí.
La reina no parecía especialmente maníaca, reflexionó Gabrielle. Y no estaba
en un frenesí. Solo estaba allí sentada con la espada en sus manos, y eso hizo
que su consorte se sintiera muy, muy segura.

—¿De verdad crees que intentarían eso? Quiero decir, incluso si fueras a mirar,
hay soldados afuera.

—¿Crees que confío en que los soldados te vigilen? —Xena giró su cabeza y
la miró suavemente—. Por mucho que ame a mi ejército, y lo hago, puedo
derrotar a cualquiera y lo sabes.

—Puedes. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. Vi que lo hiciste el invierno


pasado. —Señaló el techo—. Arriba en tu gran alcoba.

—Seguro que sí —dijo Xena, y luego se quedó en silencio, arrugando las cejas.
Movió sus ojos a la derecha, y se desenfocaron—. Huh.

Gabrielle la dejó pensar, volviendo su atención al arpa. La movió a un lugar


más cómodo y suavemente punteó sus cuerdas probando algunos acordes.
Era emocionante y divertido escucharlos sonar correctamente por primera 354
vez, esta sorprendente y nueva habilidad, hacía que su corazón se acelerara.

¿Por qué esto?

¿Por qué ahora?

Tocó otro acorde, luego comenzó a tocar las notas para otra de sus canciones
de práctica.

»¿Sabes algo? —dijo Xena de repente—. Sé cuándo comenzó esto. No fue


cuando Philtop llegó aquí.

Gabrielle dejó de tocar y la miró.

—¿No?

La reina negó con la cabeza.

—No —dijo—. La última vez que estuve en la sala de práctica... había algo. —
Descruzó los tobillos, levantando las rodillas y colocando la punta de la espada
entre sus pies, con las manos alrededor de la empuñadura—. Pensé que había
visto algo... o escuchado algo... pensé que alguien me estaba gastando una
broma o algo así.

—Vaya.

—Había alguien allí —dijo Xena con seguridad—. Estoy segura de ello. Recorrí
ese lugar tres veces y revisé cada pulgada, pero...

—¿No encontraste a nadie?

Xena negó con la cabeza.

—Pero había alguien allí. Yo... —Hizo una pausa—. Lo sentí. —Se inclinó hacia
atrás otra vez—. Como si pudiera sentirte.

—¿A mí? —Gabrielle sintió que su somnolencia se desvanecía, intrigada por


estas inesperadas confidencias—. ¿Qué quieres decir?

La reina pateó un poco la parte inferior de su espada con un solo pie.


355
—No lo sé. Es estúpido —murmuró—. Estoy empezando a sonar como una
chiflada.

Gabrielle se acercó y puso su mano en la pierna de Xena.

—Es como... cada vez que vienes hacia mí, incluso si no estoy mirando en esa
dirección, ¿sé que estás ahí?

Xena la miró con una ceja levantada.

—¿Lo sabes?

—Solía pensar que era... supongo que pensaba que era porque veía a la
gente a mi alrededor reaccionar ante ti, así que levantaba la vista, pero una
vez que estaba sola en el patio, no había nadie más cerca, y simplemente
supe que venías por detrás de mí y di media vuelta y allí estabas.

—Escuchaste mis botas.

Gabrielle negó con la cabeza.


—No, el viento soplaba contra mi cara, no podía escuchar nada detrás de mí.
Lo recuerdo porque estaban cosechando hierbas en el jardín de la cocina y
podía olerlas —discrepó—. Simplemente te sentí.

Xena estudió las manos que agarraban la espada.

—Sí, es así —dijo después de una larga pausa—. Es como si fueras parte de mí.

—Sí, ya sabes, eso es cierto —respondió Gabrielle—. Es una especie de


sentimiento raro, realmente no puedo describir cómo es, pero... —Puso su
mano sobre la de Xena frotando con el pulgar el nudillo de la reina—. Me
gusta. —Observó el perfil de la reina, viendo una tensión allí que la hizo
encogerse un poco—. ¿Xena?

Por un momento la expresión de Xena fue dura y perdida, y luego levantó la


otra mano y se pellizcó el puente de la nariz, sacudiendo la cabeza un poco.

—¿Sí? Lo siento —dijo tomando aliento y soltándolo.

—¿Estás bien? —preguntó Gabrielle, suavemente. 356


La puerta exterior se abrió y Xena se levantó apresuradamente, cerrando las
manos en la empuñadura de su espada mientras las botas cruzaban el pasillo
exterior.

—¿Brendan?

—Sí, señora. —La forma fornida de Brendan llenó la puerta—. Gracias a los
dioses que tú y su gracia vinieron aquí. Todos los cristales en tus estancias de
abajo se han desmoronado.

Xena parpadeó un par de veces.

—¿La nieve?

—Más bien el hielo —dijo Brendan—. La nieve se convirtió en agua, que se


convirtió en hielo en la parte superior. —Se volvió hacia Gabrielle—. Hubiera
caído sobre ambas.

Xena asintió.
—A veces mis instintos son ciertos —comentó—. El lugar no era seguro. Debería
haberlo sabido cuando ese primer panel se rompió. La lluvia significa que está
templando un poco.

—Sí. —Brendan estuvo de acuerdo—. El hombre del circo dijo que harán otro
espectáculo esta noche, como distracción.

—Ojalá pudiera verlo —dijo Gabrielle con nostalgia—. Fue divertido, Xena.

Los ojos de la reina habían estado escaneando la estancia con expresión


pensativa y atenta.

—Sí, lo fue —respondió—. Brendan, refréscame la memoria. ¿Acaso esa


porquería de sala de baile no tiene una cabina real en el segundo nivel, detrás
de esas cortinas marrones polvorientas?

Brendan frunció el ceño y su mirada cayó al suelo.

—¿La tiene? —murmuró—. Tengo que decir que no pasé mucho tiempo allí.
357
—Yo tampoco. —Xena estuvo de acuerdo—. Pero recuerdo que Stanislaus lo
mencionó una vez. Quería limpiarlo para mí. —Miró a Brendan, quedándose
quieta cuando vio la expresión de su rostro—. ¿Él ha pasado al otro lado?

—Sí. —Brendan respondió después de una pausa—. Fue ayer por la noche,
Xena. Uno de los muchachos fue a verlo, y... —suspiró—. Se acababa de ir. Ya
frío. Todos nosotros estábamos tan... —Se detuvo.

—Sí. —Xena suspiró—. Maldita sea.

—Oh Xena. —Gabrielle sintió que las lágrimas le escocían los ojos, a pesar de
que el quisquilloso y a menudo desdeñoso Stanislaus, nunca había sido una
de sus personas favoritas—. Lo lamento. —Apretó la mano de su amante en la
de ella.

La reina le devolvió el apretón.

—Lo lamento también —dijo—. Lamento que el culo de ese pobre bastardo
fuera pillado en medio de mis asuntos, y lamento que se fuera así. —Su voz
vaciló un poco—. Completamente solo.
Completamente solo porque todos los que podrían haberse preocupado por
él se habían centrado completamente en ella y en el terror que estaba
viviendo con la vida de Gabrielle en la balanza. Era todo sobre ella.

¿No había dicho eso? ¿No le había dicho eso a Gabrielle una y otra vez?

Stanislaus lo sabía.

Pero si se hubiera tomado el tiempo de examinarlo, tal vez él todavía estaría


aquí. Xena se enfrentó a ese hecho con una punzada interna.

»Maldición. Soy demasiado vieja para desarrollar una maldita conciencia —


murmuró en voz baja.

—¿Señora?

Xena suspiró.

—Él tendrá todos los honores, Brendan —dijo—. Si tuviera una familia, estaría
feliz de darles una asignación, pero no creo que la tuviera, ¿verdad? 358
Brendan negó con la cabeza.

—Tenía un hermano, antes, pero murió en la transición.

En la transición.

Xena tuvo que admitir que su corazón en este momento, se sentía de plomo.
Ella, ella misma, no se preocupó especialmente por el hombre, aunque él
había sido muy bueno en lo que hacía, lo respetaba por eso y lo había tratado
de la manera más justa de la que era capaz.

No era un bonito epitafio. Ni siquiera tenía el consuelo de socorrer a una familia


que hubiera dejado atrás. Apestaba ser ella en este momento.

¿No?

Un suave apretón en su mano la hizo mirar a la derecha, donde Gabrielle la


estaba mirando con una expresión de sincera simpatía.

No, no apestaba ser ella en este momento.


Xena sintió ganas de apuñalarse en la pierna, disgustada con su
autocompasión egocéntrica. Era la perra más afortunada del reino y no se
merecía nada de eso.

—Veamos si podemos encontrar esa cabina y limpiarla —dijo finalmente—.


Quiero que Gabrielle disfrute de su circo.

—Xena, no tienes que hacer eso. —Gabrielle se enderezó de nuevo—.


Podemos quedarnos aquí. Te contaré una historia.

—Sígueme la corriente. —Xena levantó sus manos unidas y besó la parte


posterior de la de Gabrielle—. Ven a verlo conmigo, ¿por favor? —preguntó
con una mirada de dulce súplica.

Gabrielle realmente no tenía idea de qué decir a eso. Xena diciéndole por
favor era realmente inesperado. Así que solo asintió e intercambió miradas
con Brendan.

—Me ocuparé de eso, Xena. —Brendan murmuró—. Te haré saber cuándo


esté listo. —Dio media vuelta y se fue, y la alcoba volvió a quedar sombría y 359
silenciosa.

—¿Xena? —dijo finalmente Gabrielle.

—¿Sí?

—¿Puedo darte un abrazo?

Xena se enderezó y la miró.

—¿Parece que necesito uno? —Arqueó el ceño.

—Sí.

La perra más afortunada del reino.

Xena se inclinó y se dejó envolver por los brazos de Gabrielle, sintiendo el calor
que la rodeaba, que era en parte real y en parte emoción, rindiéndose a la
necesidad de ello. Podría haberse ido como Stanislaus con cien veces más
motivos y en cambio, era agraciada con esto.

Maldita sea.
A pesar de sus protestas, Gabrielle estaba contenta de estar acurrucada en
una cómoda silla en lo alto de la sala de baile, con una gran vista de la zona
del espectáculo.

Brendan había encontrado la pequeña cabina, y él y cuatro soldados más la


habían limpiado y traído las cómodas sillas, junto con una alfombra de felpa
para calentar el suelo de piedra.

Allí estaba, con una manta alrededor y el leve murmullo de los otros
espectadores debajo de ella, sentados en las plataformas que habían sido
construidas para ese propósito. Xena estaba detrás en pie, hablando con
Brendan y Jellaus, y podía ver a la gente del circo empezando a practicar
antes de su espectáculo.

Apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y sonrió. Aunque quedarse en la


torre con Xena habría sido genial, estar aquí, en el balcón de piedra y poder
ver el circo, era aún mejor. También se sentía segura custodiada por un
360
montón de los soldados más leales de Xena.

Por supuesto, Xena estaba allí también, con su armadura, su espada, junto con
su gran chakram y dagas en casi todas partes. A pesar de que llevaba una
bonita túnica de satén, cuando caminaba y pateaba los bordes, se podían
ver sus gastadas botas de cuero y la capucha forrada caía sobre su espalda
cubriendo parcialmente la espada enfundada.

Era algo desaliñado y adorable.

Gabrielle, que había sido descrita como tal en más de una ocasión, sonrió al
ver a su amante mirar a su alrededor, su cabeza oscura dibujada contra la luz
de las antorchas.

Su pequeña sirvienta, Mali, también estaba allí, en un rincón, con los ojos
brillantes de emoción. Estaba vestida con una de las capas de Gabrielle y de
vez en cuando miraba a su alrededor con una expresión leve de asombro.

—¡Oh, su gracia! —dijo mirando por encima del balcón—. ¿Qué están
haciendo allí?

Gabrielle miró hacia el escenario.


—Están preparándose para columpiarse con esas cuerdas, ¿ves? —señaló—.
Se balancean con ellas, y luego saltan de una a otra.

—¿En serio? —Mali se acercó un poco más—. ¿No es peligroso? —Apoyó los
codos en el balcón y observó a los artistas—. ¡Oh, mírelos!

Gabrielle recolocó su manta un poco más cómodamente a su alrededor y se


apoyó en el brazo de la silla.

—También hacen malabarismos y hay animales. Hay un gran gato, muy


grande, naranja y negro. Xena le dejó lamer su mano.

Mali la miró con los ojos muy abiertos.

—¿Qué historia estás contando sobre mí ahora? —Xena había oído su nombre
y se acercó sigilosamente apoyando su peso en el respaldo de la silla de
Gabrielle—. ¿Tienes buena vista desde aquí?

—Sí. —Gabrielle echó la cabeza hacia atrás un poco para poder ver a la
reina—. Le estaba contando a Mali sobre ese gran gato. 361
—Ahhh. —Xena miró la acción fuera—. A decir verdad, me había olvidado de
todo eso.

—¿En serio?

—En serio —respondió la reina—. Estaba distraída por algo mucho más
importante.

Ah.

Gabrielle se dio cuenta de lo que era ese algo, y no era el tipo malo.

—Perdona por eso. —Miró la cara de Xena—. ¿Podemos ir a ver al gato de


nuevo?

—¿Perdón por qué? —Xena ignoró la presencia de Mali—. ¿Perdón por ser el
centro de mi vida? No lo hagas. —Medio sonrió—. Tal vez podamos ir a ver el
gran gatito más tarde. Ya veremos. —Se irguió y fue al balcón apoyando las
manos en él y mirando hacia afuera.
Gabrielle volvió la cabeza para mantenerla a la vista. Estaba calentita, y
mayormente cómoda, y aunque todavía le dolía la cabeza y tenía el
estómago revuelto, estaba contenta de estar donde estaba.

—¿Oye Xena?

—¿Oye, Gabrielle? —Xena miró por encima del hombro.

—¿Qué era este lugar?

La reina se volvió y se apoyó en el balcón.

—¿Esta cámara? —Indicó la pequeña alcoba—. Creo recordar una historia


sobre un viejo bastardo que solía dirigir el lugar, perdió una pierna y estaba
demasiado avergonzado para aparecer en el salón, pero que le gustaba ver
el baile.

—¿Su Majestad? —Mali habló tímidamente—. ¿Es el padre del viejo rey del
que hablas? —dijo—. ¿Radulph el Audaz?
362
Los ojos claros de Xena se volvieron hacia ella estudiando a la esclava
personal de su consorte durante un largo momento.

—¿Sabes algo sobre él?

—Solo lo que nosotros... lo que escucharía en los cuartos de los esclavos —dijo
Mali—. Antes hablaban sobre cómo este lugar en el que estamos, era un lugar
adonde él iría.

—Uh, huh —Xena se cruzó de brazos—. ¿Y?

Mali parecía inquieta.

—Que le faltaba una pierna, eso es verdad, pero también que él... —Miró a
Gabrielle—. ¡La perdió luchando contra un dragón!

—¿En serio? —dijo Gabrielle—. ¿Un dragón? —Se iluminó—. He escuchado


historias sobre ellos.

Xena arqueó las cejas.


—¡Un dragón, su gracia! —dijo Mali seriamente—. Y escuché... que se
quedaba aquí porque el dragón lo mordió en la cara y se veía tan horrible
que no quería que nadie lo viera.

—Guau. —Gabrielle se sintió atraída inmediatamente por la historia y su mente


formó pensamientos, imágenes, y preguntas, de cómo habría sido—. Eso es
triste, ¿no es así, Xena?

Xena había vuelto a inclinarse sobre el respaldo de la silla de Gabrielle. Trató


de recordar lo que había oído sobre el viejo bastardo al que había matado y
se dio cuenta de que no había mucho. Le habían hablado sobre el hijo, el tipo
al que había vencido, pero no tanto sobre su predecesor.

—Si hubiera sucedido —respondió.

—Todos conocen la historia, su Majestad —dijo Mali.

—Lo hacen, ¿eh? —La reina la estudió—. Es curioso que nunca la había
escuchado antes.
363
—No lo sé, su Majestad —respondió Mali—. Recuerdo haberla escuchado
desde que era pequeña.

Eso era interesante.

Xena miraba a la chica probablemente por primera vez, al menos desde que
había revisado sus antecedentes antes de dejarla pasar el tiempo en
presencia de Gabrielle. Era abierta y aparentemente honesta, no la más
brillante de las chicas, pero tampoco una idiota.

—¿Hay alguien que conozca toda la historia? —preguntó Gabrielle—.


¿Pueden venir aquí y contárnosla? Me encantaría oírla. Casi no puedo
imaginarme un dragón. ¿Los has visto, Xena? —Miró a su amante—. Apuesto
a que podrías vencer a uno.

—Nop —dijo Xena—. ¿Pero sabes algo? Me gustaría oír esa historia. —Se
centró en Mali—. ¿Por qué no bajas y encuentras a algún viejo que me la
puede contar?

Mali parecía nerviosa.

—Todos están ocupados.


—¿Demasiado ocupados como para venir y hablar con la reina? —Los ojos
de Xena se abrieron en fingido asombro—. ¡Increíble!

La chica se levantó.

—No, estoy... estoy segura que estarán encantados de venir a contársela —


dijo—. Su gracia, ¿puedo traerle algo cuando vuelva? —dijo—. ¿Un poco de
té?

—El té suena bien —admitió Gabrielle—. Me siento un poco mareada.

Xena rodeó la silla y se arrodilló a su lado.

—¿Quieres volver a la torre? —preguntó poniendo una mano en la mejilla de


Gabrielle y luego tocando su frente—. No tienes fiebre al menos.

—Quiero ver el circo —dijo Gabrielle—. Estoy bien. —Remetió un poco más la
manta alrededor—. Algunas bayas o tortas dulces sería genial, —Y lo
suficientemente suave para su infeliz estómago, razonó, aunque incluso si eso
no era cierto, sabía que no iban a desperdiciar si Xena estaba cerca. 364
—Trae el té y al cuentista —ordenó Xena a Mali—. Yo me ocuparé del resto.

—Majestad. —Mali hizo una elegante reverencia y salió corriendo hacia la


puerta, giró a la derecha y se dirigió a la escalera trasera que llevaba al centro
de la fortaleza.

Xena esperó un momento, luego fue hacia la puerta y asomó la cabeza.

—Ven aquí. —Hizo un gesto a uno de sus guardias.

—Señora. —Era Brent—. ¿Qué puedo hacer para servirle?

—Baja al salón de mercaderes —dijo Xena—. Tráeme un montón de lo que


tengan ahí abajo. Pasteles o lo que sea.

—Por supuesto. —Brent sonrió vacilante—. Es bueno ver a la pequeña.

Xena lo miró largamente, después, le devolvió la sonrisa.

—Sí.
Él dio media vuelta y fue hacia las escaleras, trotando fuera de su vista antes
que pudiera decirle nada más.

Buen hombre Brent.

Xena volvió a meter la cabeza dentro y fue hacia la silla de Gabrielle,


sentándose en un taburete acolchado a su lado. Extendió las piernas y las
cruzó por los tobillos, apoyando el codo en el brazo de la silla.

Inmediatamente, sintió su brazo envuelto por el calor y miró hacia un lado


para ver las manos de Gabrielle envueltas alrededor de ella mientras su
consorte se movía un poco y apoyaba la mejilla en su hombro.

»¿Estás bien? —preguntó sintiéndose más que un poco ansiosa.

—Ahora estoy perfecta —dijo Gabrielle acurrucándose más cerca—. Estoy


bien. Solo me siento un poco revuelta por todos lados. Me duele —dijo—, me
duele la espalda y la cabeza.

Xena suspiró. 365


—No puedo darte hierbas para el dolor —dijo—. Me temo que todavía tienes
la cabeza agitada.

—Ugh.

—Lo siento, cariño. —Xena se detuvo e hizo una mueca—. ¿De dónde Hades
viene toda esta maldita verborrea? —preguntó con tono ofendido—. Estoy
empezando a sonar como una vieja abuela.

—Te amo. —Gabrielle acarició el brazo de la reina—. Solo estar aquí junto a ti
me hace sentir mejor. No me importa si suenas como una abuela. —Xena hizo
un sonido bajo, gruñendo—. ¿Crees que los malos vendrán aquí? —preguntó
Gabrielle en un susurro.

—No lo creo —susurró Xena—. Tengo demasiados soldados por ahí fuera.

Los había, Gabrielle lo sabía. Probablemente dos docenas, en el pequeño


pasillo con guardias en ambos extremos, y en el fondo de los únicos escalones
que conducían a donde estaban. Además, por supuesto, Xena estaba allí con
ella, con la espada y el chakram apoyados contra el taburete en el que
estaba sentada.
Se sentía bastante segura.

Gabrielle dirigió su atención al salón viendo a la gente del circo empezando


a moverse hacia sus posiciones. Estaba contenta de estar allí. Suponía que los
acróbatas y los animales no la harían pensar en sus dolores y que tal vez, si
tenía suerte, conseguiría un poco de pastel de frutas para calmar su
estómago.

Vio salir a los caballos, sintiendo a Xena moverse junto a ella estirando el cuello
para mirar. Cambió sus manos, pasando sus dedos alrededor del brazo de la
reina y se dejó absorber por el espectáculo.

—Oh mira, Xena. No hicieron eso la otra vez, ¿verdad?

Xena sintió que sus ojos se abrían mientras observaba a los dos hombres que
se paraban en la parte posterior de sus caballos, luchando con espadas el
uno contra el otro.

—No... me acordaría de eso —dijo—. Creo.


366
Un suave golpe llamó a la puerta. Xena extendió la mano y agarró su chakram,
luego se aclaró la garganta.

»Vamos, adelante —gritó, medio girándose para ver la puerta abierta, pero
dejando su brazo en el agarre de Gabrielle.

La gran y pesada puerta de madera se abrió y Brent asomó la cabeza.

—¿Señora? —respondió con cautela—. Soy Brent.

—Ah, qué bien me conoces. —Xena se rio brevemente—. Estás a salvo. —Soltó
el chakram cuando él entró trayendo una cesta—. ¿Qué has encontrado?

Brent se agachó junto a ella.

—Un montón de cosas.

Gabrielle estiró la cabeza un poco para ver qué era. No estaba exactamente
hambrienta, pero podía oler algunos aromas dulces y ricos que provenían de
la cesta que la se estaban interesando. Echó un vistazo al espectáculo y luego
a la cesta, solo para tener algo tocando sus labios.
—Oh. —Olía a miel y manzana, cerró los dientes y masticó—. Esto es realmente
bueno. —Tragó saliva y volvió completamente su atención a lo que su amante
estaba rebuscando—. ¿Hay más?

—Ahh. —Xena parecía encantada—. Claro que sí. —Sacó una porción del
dulce y se lo entregó—. Me alegra que quieras algo.

Gabrielle lo quería. Se reclinó en su silla y cortó un pedazo de pastel, mirando


a los caballos bailar entre dos postes en el suelo.

—Tome algo de sidra de cosecha tardía, señora —dijo Brent—. Tiene buen
sabor.

—¿Bebiste un poco? —Xena se río entre dientes.

—Comí de todo lo que hay en la cesta, señora —dijo Brent con tono casual—
. Por eso me ha llevado tanto tiempo.

Xena hizo una pausa y lo estudió.


367
—Gracias Brent —dijo después de un pequeño silencio—. Lo aprecio. No tanto
por mí.

—No, señora. —Brent sonrió—. Vi que tomaste un poco de ese pastel de


manzana primero.

Gabrielle miró a Xena, luego a Brent, y ambos le sonrieron de nuevo, con una
sonrisa medio avergonzada.

—Bien —dijo—. Supongo que ahora yo me comeré la mayor parte, porque si


algo sucede, quiero participar.

Brent le tendió una copa de sidra.

—Sería el honor de mi vida compartir su destino, Gabrielle.

—Oye. ¿Qué hay de mí? —Xena sintió una sensación de vértigo que no tenía
nada que ver con la sidra, o con la situación mientras observaba a su consorte
tomar un sorbo de la bebida y notó que el estado de alerta comenzaba a
volver a la expresión de Gabrielle. Aunque había sido bueno tenerla aquí y ver
el espectáculo, había un velo vítreo en sus ojos que revolvía las tripas de la
reina.
Ahora eso se estaba desvaneciendo. Xena la había traído hasta aquí y
esperaba que el circo ayudara, pero tomaría sus triunfos a medida que
pudiera conseguirlos.

»Ah. —Sacó la mano de la cesta—. Bolas de miel.

—¿Sí? —Gabrielle estaba terminando el pastel—. ¿De las pringosas?

Xena levantó un pulgar cubierto de miel, sin esperarse que Gabrielle se


inclinase y lo chupara.

—¡Oye!

—Mmm. —Gabrielle apoyó la cabeza en el hombro de Xena y saboreó el rico


sabor. Brent se rio entre dientes. Xena apoyó la cabeza contra la de Gabrielle
y cerró los ojos brevemente, incapaz de dejar de lado el conmovedor
recordatorio de lo que casi había perdido, su respiración fue breve y áspera
por un momento—. ¿Xena? —murmuró Gabrielle en su oído—. ¿Qué pasa?
¿Te he mordido?
368
La reina exhaló.

—Lo siento. —Dejó que sus ojos se abrieran—. Adelante, muérdeme otra vez.
—Pescó en la cesta y sacó una de las pegajosas golosinas—. Aquí.

Miró a Gabrielle y luego inmediatamente se arrepintió cuando vio esos ojos


pálidos muy cerca, llenos de preocupación y alarma.

Por ella.

Xena podía sentir el cariño y su corazón se contrajo.

¿Qué habría hecho si hubiera perdido esto?

Un débil rugido comenzó en sus oídos.

¿Si hubiera estado sentada aquí, sola?

Un suave golpe llamó a la puerta. Brent se levantó y fue a responder, sacando


su espada y sosteniéndola detrás de su muslo mientras bloqueaba la puerta
con una bota al abrirla.
—¿Estás bien? —preguntó Gabrielle.

¿Lo estaba?

Xena sintió que su cuerpo se relajaba un poco.

—Sí —dijo—. No he superado el susto de muerte que me has dado. —Alargó


la mano y se frotó el pecho que estaba lleno de un dolor punzante—. Tal vez
necesito algo de esa sidra.

Gabrielle acercó su copa y la sostuvo en los labios de su amante, mirando su


perfil mientras tomaba un sorbo. Soltó la copa cuando Xena se apoderó de
ella y le apartó suavemente el cabello de su cara, colocándolo detrás de su
oreja. Esperó hasta que el color volvió a la cara de la reina, luego rompió la
bola de miel por la mitad y le ofreció una porción.

—Aquí.

—¿No se supone que te estoy cuidando?


369
—¿Su gracia? —Mali apareció por el otro lado con una bandeja—. Aquí hay
un té para usted... eh... y su Majestad. —Dejó la bandeja—. El cocinero dijo
que subiría si su Majestad lo desea y que le contaría la historia del viejo rey.

Xena se enderezó.

—¿Sí? —Se recompuso con un esfuerzo—. Estupendo.

—Gracias, Mali. —Gabrielle se reclinó contra el respaldo de su silla otra vez,


manteniendo su mano alrededor del brazo de Xena—. Sería genial si pudiera
hacerlo después del circo, ¿verdad, Xena?

—Por supuesto.

—¿Debo decirle eso, su Gracia? —Mali miró inquieta a la cara inmóvil de la


reina.

Gabrielle esperó, luego asintió.

—¿Podrías por favor? Sé que nos encantaría oírlo.

Mali hizo una reverencia y se fue.


—Oh, Xena, mira. —Gabrielle la empujó suavemente—. Mira los caballos —
Señaló el suelo donde seis de los animales trotaban en un círculo al unísono,
mientras los jinetes caminaban sobre sus espaldas—. ¿No es asombroso?

Después de un momento Xena levantó los ojos y miró a través de la sala. Sintió
los dedos de Gabrielle acariciando suavemente su piel y finalmente la neblina
gris se levantó. El sonido de la sala inundó sus oídos y pudo apreciar la
habilidad de los jinetes.

—Eso es condenadamente bueno.

Gabrielle se relajó.

—¿Cómo lo hacen? ¿Conseguir que los caballos vayan así?

—Practica, como cualquier otra cosa. —Xena recogió su ingenio disperso y


ofreció otra bola de miel—. Probablemente entrenándolos dentro de un
pequeño cercado. —Tomó una bola y la mordió, masticando la pasta
pensativamente—. Lo siento si te he asustado.
370
—Está bien. —Gabrielle tomó un poco más de sidra—. Sé que debías estar
realmente afectada, Xena. De alguna manera podía sentirlo.

—¿Podías? —Xena encontró una pera en la cesta, y le dio un mordisco—. Sí,


bueno, lo estaba. —Mordió un trozo y se lo entregó—. De todos modos,
tratemos de olvidarnos de eso. —Miró hacia el circo—. Aquí vienen tus
pequeños amigos.

Gabrielle tomó el pedazo de pera y lo mordió. Los acróbatas estaban


escalando su torre y podía sentir la emoción de la multitud. Los vio llegar a la
cima, y uno de ellos, Zak pensó, se subió a las cuerdas y comenzó a
balancearse.

Después de un momento miró a Xena, no muy sorprendida de encontrar a


Xena mirándola. Permaneció así, en silencio, y luego, como de común
acuerdo, se inclinaron la una hacia la otra y se besaron.

Entonces, finalmente, cuando tomaron un descanso retrocediendo para


mirarse, Xena sonrió.

»Gracias.
Gabrielle le devolvió la sonrisa. Después dejó que su mirada volviera a los
acróbatas, contenta de mirarlos mientras sentía el brazo de Xena deslizarse
sobre sus hombros. Se sentía cálido y bueno, y enraizando en esta extraña y
rara atmósfera en la que se encontraba.

¿Qué pasaría? ¿Dónde estaban los tipos malos? ¿Estaban allí afuera, en el
salón, mirándolas?

¿Eran los malos realmente parte de lo que había escuchado en el lugar gris?

Vio que Zak extendía las manos y atrapaba a su hermano, que giraba en el
aire sin temor a caer al suelo, confiando por completo en el agarre.

Todos estaban asombrados. La multitud rugió. Gabrielle podía verlos con los
ojos abiertos, señalando con los dedos y...

—¿Xena?

—¿Hm?
371
—Mira hacia abajo, detrás de esa caja de madera. ¿Ves al tipo de allí? —
Señaló—. ¿Lo ves? Está usando esas sandalias, Xena, las que me hiciste... —
Dejó de hablar, cuando un parpadeo de movimiento a su derecha se
convirtió en una oleada poderosa, mientras Xena tomaba su chakram y lo
soltaba en un movimiento del revés increíblemente rápido.

Ni siquiera pasó un latido.

Sin pensamiento, sin planificación, solo el poder salvaje de un arma arrojada


por una mano fuerte, respaldada por una intensa pasión. El chakram atravesó
la estructura del acróbata, rozó la pierna de Zak por un pelo y se deslizó entre
uno de los caballeros y uno de los caballos para enterrarse en el cráneo de un
hombre con un sonido duro y crujiente.

La sangre voló por todas partes. El hueso voló por todas partes.

El violinista se detuvo bruscamente y una mujer gritó, luego todos entraron en


pánico, los artistas escaparon del cuerpo que caía y los acróbatas se
abalanzaron sobre las cuerdas. El público reaccionó, poniéndose de pie y
alejándose del escenario, chocándose unos con otros sin prestar atención.

—Huh. —Xena se sacudió las manos y se levantó—. Vuelvo enseguida. Brent,


vigílala por favor.

—Con mi vida, señora —respondió Brent en voz baja.

Xena puso sus manos en la barandilla del balcón y saltó por encima,
desapareciendo en el espacio mientras Gabrielle intentaba agarrarla de la
pierna.

—¡Xena! —gritó su consorte—. ¡Oye! ¡Espera! —Ella y Brent pusieron sus manos
sobre el muro y miraron por encima cuando Xena aterrizó en la plataforma
superior de asientos, dispersando a la gente a derecha e izquierda mientras se
abría camino hacia el escenario—. Brent, deberíamos ir a ayudarla —dijo
Gabrielle—. Los tipos malos podrían herirla en medio de todo ese lío. —Observó
ansiosamente cómo su amante llegaba al área de la actuación.

—Esté tranquila su gracia —dijo Brent—. Mi compañero está ahí abajo. Él la 372
cuidará. —Señaló la entrada por donde una avalancha de hombres con el
negro y el amarillo de Xena, entraba a raudales—. Y algunos de los chicos
también.

Eso no hizo que Gabrielle se sintiera mejor. Ahora podía ver la forma alta de
Xena en medio de un enjambre de cuerpos, Brendan empujaba a su lado,
pero podía sentir el peligro en la sala y casi la hizo ignorar el sonido de la puerta
abriéndose detrás.

Casi.

Brent no lo ignoró. Se levantó desenvainando su espada y rodeó las sillas, y al


siguiente segundo, el balcón se llenó de formas que intentaban abrirse camino
mientras él se colocaba entre la puerta y la silla de Gabrielle y se enfrentaba
a dos figuras vestidas de negro con dagas curvas y caras encapuchadas.

Gabrielle sintió que la invadía una oleada de miedo y se levantó, agarrándose


a la silla para no perder el equilibrio y poder ver qué sucedía. Vio a Brent
peleando con dos figuras en las sombras y soltó un grito de alarma cuando
uno de ellos esquivó su agarre y se lanzó hacia ella.
El otro hombre se enfrentó a Brent furiosamente, atrapándolo entre la silla y la
pared con una ráfaga de golpes de espada y Gabrielle se dio cuenta, en un
abrir y cerrar de ojos, que estaba en un auténtico problema.

Sin pensar realmente, alcanzó la lanza que Brent había dejado apoyada
contra la pared y la cogió, levantándola y poniéndola en posición justo
cuando la oscura figura la alcanzaba y lanzaba su cimitarra directamente
hacia ella, apuntándola al cuello.

¿La lanza? Inútil, principalmente.

A pesar del largo y paciente entrenamiento de Xena, no tenía más idea de


cómo usar el gran palo que el primer día que se lo dieron. Realmente no.
Cuando entrenaban juntas, a veces hacía las cosas bien, pero más a menudo
Xena simplemente se reía y sacudía la cabeza y pasaba a hacer algo mucho
más difícil.

Pero aquí estaba este tipo que venía hacia ella con una daga.

No había tiempo para pensar. No había tiempo para planificar. Sintió su 373
cuerpo reaccionar cuando el brazo de la figura se movió hacia ella con el
brillo de una hoja, y lo siguiente que sintió fue la extraña conmoción cuando
la madera golpeó el acero y la hoja pasó rápido y cerca, mientras giraba y
golpeaba el otro extremo de la lanza contra la cabeza cubierta de su
atacante.

Para su sorpresa, la figura tropezó a un lado y luego el extremo de su lanza


barrió, golpeando las piernas de su adversario que fue volteado y salió
volando por el aire, golpeándose la cabeza contra la pared.

En un instante Brent estaba sobre él, otro destello de acero y su daga


golpeaba a la figura vestida de negro, dejando escapar un bramido de triunfo
justo cuando la luz de la sala exterior era bloqueada por otra figura oscura
que trepaba rápidamente sobre el muro.

¿Otro enemigo?

Gabrielle comenzó a darse la vuelta y luego esa sensación la invadió, esa


sensación de presencia y familiaridad que conocía tan bien y su cuerpo se
relajó.

No era uno de los malos. Estaba a salvo.


—¡Gabrielle! —el grito de Xena superó fácilmente al de Brent mientras la reina
saltaba al balcón y desenvainaba su espada, haciendo un círculo mientras
movía la cabeza hacia adelante y hacia atrás, buscando a su consorte—.
¡Gabrielle!

—¡Aquí! —Gabrielle se las arregló para soltar un bufido, arrugando la frente


ante la figura en el suelo—. ¡Estoy bien!

—¡Está bien, señora! —jadeó Brent—. ¡Dos de ellos! ¡Bastardos! Pero vencí a
uno y su gracia venció al otro.

Xena había dado la vuelta a la silla y estaba respirando profundamente para


seguir gritando cuando se detuvo.

—¿Qué? —preguntó en un tono más normal—. ¿Ella qué?

Brent se enderezó.

—Vencí a ese. —Apuntó su daga cubierta de sangre a la figura desplomada


detrás de él—. Y su gracia tiró a este. Acabo de terminar el trabajo. —Señaló 374
el otro cuerpo—. Ya estaba fuera de combate, con la cabeza abierta.

Xena miró la forma, luego a su consorte que estaba apoyada contra la pared,
sujetando la lanza con ambas manos.

—¿Lo has hecho? —preguntó con tono incrédulo.

Gabrielle sentía pequeños escalofríos que subían y bajaban por sus brazos y
piernas, mientras los latidos de su corazón se ralentizaban.

—Creo que sí.

Brent se acercó a la puerta y la abrió de un tirón.

—¡Donde Hades están los guardias, bastardos!

Xena envainó su espada y se dirigió hacia donde Gabrielle estaba parada.

—Divide y vencerás —dijo severamente—. Todos corrieron para intentar salvar


mi viejo trasero cuando salté por la barandilla como una idiota. —Puso su
mano sobre el hombro de su consorte—. ¿Estás bien?
Gabrielle había puesto la base de la lanza en el suelo y estaba apoyada en
ella.

—Un poco mareada —admitió.

Xena la hizo volver a su asiento, después de quitarle cuidadosamente la lanza


de las manos y apoyarla contra la pared. Colocó la manta a su alrededor,
haciendo caso omiso de todo lo demás en la sala, incluido Brendan, que
emergió afanosamente en el interior, y el sonido de las tropas que llegaban a
la puerta.

—Tengo ese cuerpo asegurado, Xena —dijo Brendan—. Les has dado el susto
de su vida a esos pequeños muchachos del circo, lo hiciste. Y esto de aquí. —
Levantó el chakram—. No quería que nadie lo tocara.

—Gracias. —Xena tomó el arma y lo inspeccionó—. Pilló a ese imbécil —dijo—


. Gracias Gabrielle. Lo viste justo antes que el pequeño hijo de puta estuviera
a punto de cortar esas cuerdas.

Gabrielle inhaló bruscamente. 375


—¿En serio?

—En serio. —Xena seguía arrodillada a su lado. Ahora puso una mano sobre la
rodilla de Gabrielle—. Salvaste la vida de esos chicos, mi amor. En serio. —Frotó
la piel debajo de la manta—. Él no se esperaba que hubiera nadie aquí. Solo
podía ser visto desde este ángulo, y lo hiciste.

Brendan y Brent estaban arrodillados junto a los cuerpos, quitándoles las togas.

—Aquí, Xena —dijo Brendan—. Igual que el de abajo. Librea de la casa.

Xena miró más allá de la silla.

—Maldición.

Gabrielle se dio la vuelta y miró, viendo colores familiares en el cuerpo.

—¿Quién es?

—Uno de los ayudantes de cocina —respondió Brent—. No lo entiendo.


—¿Y el otro? —Xena todavía estaba agachada junto a Gabrielle—. ¿El que
Gabrielle golpeó?

Brent se acercó y le quitó la capucha. Estudió la cara del hombre por un


minuto, luego resopló.

—De las Tierras Occidentales —dijo—. Brendan, ¿qué hay del que está allá
abajo?

—Ese era un extraño —respondió Xena—. Al menos ninguno de nosotros lo


conocía.

Todos exhalaron más o menos al mismo tiempo.

—Se siente bien tener una espada contra ellos —dijo Brent—. No más
fantasmas. Trabajo frontal. Me gusta esto.

—Sí. —Brendan estuvo de acuerdo—. Se han vuelto atrevidos, o tal vez se


sienten bajo presión.
376
—Hm —gruñó Xena—. En general, me gusta matar personas —comentó—.
Pero fue condenadamente bueno matar a ese —Miró a Gabrielle—. Bien.

—Bien. —Gabrielle se sintió agotada por el esfuerzo.

Brendan fue a la abertura y miró hacia afuera. La multitud se arremolinaba


nerviosamente, mirando hacia el balcón mientras el grupo de circo se
amontonaba en el escenario. Levantó su mano y movió su puño en círculo y
los soldados de Xena que todavía estaban abajo, comenzaron a dirigir a la
gente de vuelta a los asientos.

—Ya ha acabado todo —bramó—. La basura al vertedero.

De inmediato, el sonido de la multitud aumentó a medida que las voces se


elevaban y los invitados comenzaban a regresar de mala gana a sus asientos.

—Y bien, cuéntame acerca de esta pelea tuya —dijo Xena apoyando los
brazos en los muslos de Gabrielle—. ¿Ese tipo fue a por ti? —Gabrielle asintió—
. ¿Y?

¿Y?
Gabrielle sintió que sus extremidades dejaban de temblar y dejó que su
cabeza descansara contra la silla.

—Y... no lo sé, Xena. Solo agarré esa lanza y supongo... Supongo que todas las
cosas que me enseñaste simplemente afloraron.

Xena la estudió.

—¿Afloraron?

—Simplemente lo hice —explicó su consorte con un gesto de impotencia—.


No lo sé.

La reina le sonrió.

—Esa es la respuesta correcta, amiga mía. ¿Cuántos pensamientos crees que


tuve antes de mandar este plato de cena mortal ahí? —Levantó el chakram—
. No te voy a mantener en suspenso. Ninguno.

—Ninguno —murmuró Gabrielle. 377


—Ninguno —repitió Xena—. Mis ojos vieron al tipo, mis oídos escucharon lo que
dijiste, mi mano reaccionó. No hubo ninguna toma de decisiones involucrada.
Confié en mis instintos. —Dejó el chakram y puso su mano sobre la pierna de
Gabrielle—. Si solo moviste ese palo al sitio correcto en el momento correcto y
no tienes ni idea de cómo lo hiciste... me has hecho la maníaca homicida más
feliz en el reino.

—Uh. —Gabrielle cubrió las manos de Xena con las suyas—. Bueno. Supongo
que me alegro —dijo—. Entonces... ¿Atrapamos a todos los malos? Estamos
bien ahora... oh. —Vio a Xena negar con la cabeza—. Supongo que no podría
ser tan fácil, ¿eh?

Un tímido golpe llamó a la puert, y Brendan cruzó rápidamente para


responder. Abrió la puerta con Brent deslizándose detrás de él con la espada
levantada.

—Ah. —Brendan dio un paso atrás, pero solo un paso—. Señora, es la sirvienta
de su Gracia.

—¿Va un cocinero con ella? —preguntó Xena—. ¿De nuestra cocina?


—Sí. —Brendan sonó sorprendido.

—Déjalos entrar. —Xena se levantó y luego se acomodó en el brazo de la silla,


sosteniendo el chakram en una mano, todavía salpicado y manchado de
sangre y cabello—. Veamos qué historia tiene que contar el anciano.

Brendan y Brent retrocedieron un paso y dejaron entrar a Mali. Tenía los ojos
muy abiertos, llenos de miedo, y miró los cuerpos en el suelo antes de mirar a
Xena.

—Su Majestad.

—Esa soy yo. —Xena ahora estaba de mucho mejor humor. Giró el chakram
sobre un dedo, enviando trozos de piel muerta volando en todas direcciones.

Gabrielle hizo una mueca.

—Xena.

—¿Qué? —La reina la miró. 378


—Eso es asqueroso.

Xena cogió aire, luego estudió el arma y sacudió apuradamente unos restos
del hombro de su consorte.

—Lo siento por eso.

Detrás de Mali había un hombre de hombros gruesos y barba espesa. Se


quedó en silencio, sin mirar al suelo ni a la reina. Su expresión era una mezcla
de resentimiento y cautela que llamó inmediatamente la atención de Xena.

Se levantó del brazo de la silla y se acercó a él.

»Bien, bien. —Lo estudió—. Escuché que tienes una historia que contarnos.

—No es algo que quieras oír —murmuró el hombre, manteniendo su mirada en


el suelo.

—Te sorprenderías. —Xena se sentó en uno de los taburetes y le indicó que se


sentara en el otro—. No te preocupes por este desastre. —Apoyó los codos en
las rodillas—. Empieza a hablar.
Mali corrió al otro lado de la silla de Gabrielle y se agachó junto a ella.

—¡Oh, su gracia! ¡¡Qué ha pasado!! —susurró—. ¿Qué le pasó a Gilford? ¿Por


qué está él aquí?

—Bueno. —Gabrielle estaba dividida entre querer escuchar la historia y


consolar a su asustada sirviente—. Vino aquí y comenzó a pelear con Brent.
Trató de lastimarnos.

Los ojos de Malí se agrandaron aún más.

—¿Gilford?

Gabrielle asintió.

—Y el otro tipo era una de las personas de Philtop. —Observó la cara de Mali
mientras sus ojos se dirigían al cuerpo en el suelo—. Parece que lo que esté
pasando, involucra a personas que conocemos. —Esperó mientras la chica
volvía la cabeza y sus ojos se encontraban—. ¿Sabes de qué se trata, Mali? —
bajó la voz—. Si lo sabes, deberías decirlo. —Mali la miró fijamente—. La gente 379
no puede seguir tratando de hacernos daño —dijo Gabrielle en tono suave—
. Solo conseguirán hacerse daño a sí mismos, lo sabes, Mali.

Detrás, el cocinero comenzó a regañadientes su historia, su voz baja, grave,


retumbante y casi áspera. Hizo una pausa cuando Brent recogió el cuerpo del
tipo de las Tierras Occidentales y se lo colgó sobre su hombro, murmurando
algo a Brendan mientras el hombre mayor le abría la puerta.

—Su gracia —susurró Mali—. No puedo decírtelo.

Gabrielle se inclinó hacia adelante.

—Deberías —murmuró de vuelta—. Los habitantes de las Tierras Occidentales


eran del antiguo régimen, los túneles lo eran, y tú también. Xena lo sabe.

Malí se puso pálida.

—Yo... su gracia, no puedo decirlo porque no lo sé —dijo—. No nos lo dicen,


no a los más jóvenes —bajó la voz aún más—. ¡Todos estamos asustados!
—Oye. —Xena se acercó a la silla y tocó el brazo de Gabrielle—. Escucha esto.
Este tipo no tiene idea de cómo contar una historia. —Se levantó y puso sus
manos en el respaldo de la silla—. Agárrate.

Gabrielle agarró apresuradamente los brazos del sillón mientras sentía como
era levantada en el aire y girada para poder ver al cocinero. El hombre la
fulminó con la mirada y dio un paso atrás, mirando con cautela cómo Xena
se acercaba y tomaba asiento otra vez.

»Vamos. —Le hizo un gesto al hombre.

Mali se arrastró hacia la esquina y se sentó, alejándose de las manchas de


sangre en el suelo de piedra. Levantó sus rodillas y envolvió sus brazos
alrededor, evitando mirar al cocinero, o a Xena.

—Te dije que no había mucho que contar —dijo el hombre—. Mi padre era
cocinero en la cocina del viejo rey. Solía mantener a los niños callados con
historias locas.

—¿Sobre dragones? —preguntó Gabrielle—. ¿De eso se trataba la historia, de 380


que el viejo rey luchó contra un dragón?

El hombre se encogió de hombros.

—Sobre como perdió la pierna —dijo—. La cara también la tenía llena de


cicatrices.

—Yo podría hacerlo. —Xena había terminado de limpiar su chakram y lo


colocó en su lugar—. No hace falta un animal inventado. Solo una espada y
un cuchillo.

El hombre se encogió de hombros otra vez.

—Fue lo que oímos —dijo—. Se decía que el viejo rey renunció a su aspecto y
todo, para salvar el reino del dragón. Parecía un buen tipo.

—Tuvo una mierda de hijo —comentó la reina. El hombre la miró fijamente—.


Él lo era. El cobarde huyó de mí y se escondió en una pila de estiércol de vaca
—dijo Xena—. No se merecía la florida corona de oro alrededor de su cuello.

—Huh. Te refieres a ese —murmuró el cocinero—. Sí, probablemente.


Xena ladeó la cabeza hacia un lado.

—Eso es todo lo que tienes que decir, ¿eh? —Lo vio asentir—. Está bien, Brent,
llévalo de vuelta abajo. Ya he escuchado todo lo que quería por esta noche.
Suena como un montón de mierda de todos modos.

—Sí, señora. —Brent tomó al hombre del brazo.

—Tú. —Xena señaló a Mali—. Ve y termina de arreglar las estancias de


Gabrielle. No quiero una sola bola de pelo o araña allí. ¿Me pillas?

—Majestad. —Malí se levantó y siguió a Brent y al cocinero, mientras Brendan


los acompañaba cerrando la puerta y apoyándose en ella, su espada
arañando la madera del otro lado.

Xena miró a su consorte.

—¿Qué piensas?

Gabrielle se movió en su silla y sacudió lentamente la cabeza de un lado a 381


otro.

—Creo que mi cabeza está mejor —dijo—. Xena, creo que Mali sabe algo.

—Oh, ¿en serio? —la reina la miró con expresión divertida.

—En serio. Creo que su familia lleva por aquí mucho tiempo y saben cosas. —
Gabrielle se perdió el sarcasmo—. Quiero decir, mira, ahí está ese tipo de las
cocinas, y este... —Dejó de hablar cuando los largos dedos de Xena cubrieron
su boca.

La reina se inclinó lentamente hacia adelante hasta que su boca estaba justo
en la oreja de Gabrielle.

—Lo tengo —susurró—. Descubrí por qué apareció Philtop aquí, y por qué esa
escoria podía esconderse en los rincones y grietas de mi castillo sin que yo los
encontrara. —Gabrielle la miró interrogante, ya que sus labios todavía estaban
cubiertos—. Descubrí por qué alguien va por el lugar contándole a la gente
acerca de algún viejo rey que luchó con dragones para salvar a su gente —
la reina continuó—. Nunca me esperé que estas ovejas malolientes trataran
de usurparme. Mea culpa. —Liberó la boca de su consorte.
Se miraron la una a la otra.

—No todos —dijo Gabrielle con seguridad.

—No. —Xena estuvo de acuerdo—. Pero la pregunta es, ¿tienen a alguien


para poner en mi lugar? —Estudió sus manos pensativamente—. Más
importante aún, ¿quiero dejarlos?

—¿Dejarlos? —Gabrielle se apoyó en el brazo de la silla más cercano.

Xena asintió lentamente.

—Aquí hay una planificación. Mucha gente involucrada. Todos esos bastardos
escondidos, alguien tenía que estar ayudándolos. —Señaló al suelo—.
Cocineros de la planta baja y sirvientes de las tierras de Philtop. —Miró
sombríamente a su consorte—. Tal vez debería dejar que se salgan con la suya.
¿Quieres irte conmigo, Gabrielle? ¿Exiliarnos?

Gabrielle parpadeó.
382
—¿Podemos irnos en ese barco? —preguntó—. Podríamos coger a Parches y
a Tiger, ¿verdad? Algunos de los chicos también podrían querer irse con
nosotras, Xena. Podríamos... —Se detuvo, con la boca cubierta de nuevo.

—Gracias por la respuesta —dijo Xena—. Una parte de mí quiere ponerse


furiosa y patearles el trasero a todos por esto. Pero otra parte de mí... —exhaló
un poco—. Una parte de mí solo quiere correr. Ir a ver qué hay ahí fuera.

Su consorte levantó la mano y movió gentilmente los dedos bloqueando su


discurso.

—Donde quiera que tú vayas, yo voy —dijo—. No importa dónde sea.

Xena sonrió, luego dejó caer la cabeza, mientras estudiaba sus manos ahora
entrelazadas.

—Te tomaré la palabra, Gabrielle —dijo—. Veamos qué pasa.


Parte 10

Estaban de vuelta en los antiguos aposentos de Xena, ahora notablemente


limpias e infestadas de soldados metidos en cada rincón y grieta.

Era extraño, y Gabrielle podía sentir la inquieta energía de los hombres


mientras subían silenciosamente los escalones y dos de los soldados les abrían
las puertas.

Dentro, en la cámara exterior, Brendan estaba esperando junto con el duque


Lastay, un grupo de los otros nobles y una docena, más o menos, de los
oficiales superiores de Xena. Todos parecían serios. Xena les indicó a todos que
se acercaran a las puertas del otro extremo de la estancia y los soldados se
apresuraron a llegar allí para abrirlas.

Más allá estaba la gran cámara del consejo que la reina había usado una vez 383
para las audiencias y siguió a la multitud adentro, su brazo firme alrededor del
cuerpo de Gabrielle.

—¿Estás bien? —preguntó justo cuando llegaban a las puertas.

—Estoy bien. —Gabrielle estaba realmente cansada y dolorida, pero no quería


perderse absolutamente nada—. Me duele la cabeza —admitió después de
una pausa—. Pero quiero quedarme contigo.

—Esperaba que dijeras eso. —Xena la vio acomodarse en uno de los dos
asientos en la cabecera de la mesa—. Esto no llevará mucho tiempo. Después
puedo llevarte a la cama.

Sonaba un poco raro escuchar a Xena hablar así, en ese tono tranquilo y
privado que solía reservar para cuando estaban solas. Pero entonces, Xena
parecía estar seria, tomando asiento en la gran silla junto a la de ella y
cruzando sus poderosas manos sobre la mesa.

»Tomad asiento. —Todos lo hicieron—. Está bien gente —dijo Xena—. Por fin le
hicimos daño a mi enemigo aquí, gracias a Gabrielle —dijo—. Mi pregunta
para vosotros es, ¿también son vuestros enemigos? —Escaneó lentamente la
sala—. No es hora para mentiras. Sé que hay una facción tratando de
usurparme. Probablemente con un bastardo de la antigua dinastía.

Todos se miraron los unos a los otros y luego a ella.

—Señora —dijo Lastay—. Sus enemigos son mis enemigos. ¿No intentaron
matarnos a mí y a mi esposa? —preguntó con voz algo quejumbrosa—.
¿Quiénes son esas personas? No he oído hablar de ningún complot.

Xena lo estudió, luego sonrió débilmente.

—Lo tomaré como un cumplido. O tal vez deberías tomártelo tú —dijo—.


Porque significa que sea quien sea, sabe de qué lado estás. De lo contrario,
habrían intentado atraerte como lo hicieron antes.

Lastay lo consideró y luego asintió.

—Eso es verdad. Ya no me llegan los cuchicheos. —Ahora sonrió


brevemente—. Me gusta así.

—Xena. —Brendan se inclinó hacia delante—. ¿Qué te hace estar tan segura 384
de que es alguien de la antigua dinastía? Llevas ya muchos años aquí en el
trono.

—No estaba segura hasta que machaqué a aquel bastardo. Entonces todo
se relacionó. Philtop viniendo aquí, los viejos túneles que nunca conocimos,
historias sobre el ex rey aquí que luchó contra dragones y perdió una pierna
haciéndolo. —Xena iba marcando los puntos con sus dedos—. A mí también
se me ocurrió la misma pregunta. ¿Por qué ahora? Bueno, ¿por qué ahora?
¿Por qué no ahora? Tomé este lugar de las tierras baldías marginales a las
prósperas. Después molí a palos a un viejo enemigo, no solo de este reino sino
de todos los que están por aquí y les di una buena razón para regresar y
atraparme. Qué mejor momento para echarme, cuando los persas aparezcan
por fin todo lo que tienen que hacer es mostrarles mi cabeza y ofrecérsela
como tributo.

—¿Cree que ellos están detrás del usurpador? —reflexionó Lastay—. Sí, podría
ser. Oí a la gente de Philtop hablar sobre ellos tratando de comprar alianzas
en lugar de luchar contra nosotros directamente.

—Sí —coincidió Xena—. De vuelta a mi pregunta original. —Escaneó la sala de


nuevo—. ¿Queréis que los deje?
Todos la miraron en silencio.

—¿Qué? —dijo finalmente Lastay—. ¿Qué quiere decir?

Xena se miró las manos.

—He tenido una buena racha aquí. Tengo suficiente guardado para que nos
dure un tiempo a Gabrielle y a mí. Podríamos simplemente partir e irnos juntas.
No necesito ser reina. Ya no. —Miró a su izquierda, donde Gabrielle estaba
sentada—. Sencillamente, ya no es importante para mí.

Uno de los nobles se levantó.

—Su Majestad —dijo—. ¿Está diciendo que abdicará? —Su voz casi chirrió con
incredulidad—. ¿Sin más?

—Sí, Edgar —respondió Xena—. Si eso es lo que todos queréis, lo haré. —


Golpeó los pulgares juntos—. Lamento hacer que todo parezca tan fácil,
después de todos esos años de conspirar, planear e intentar matarme, pero
ahí lo tenéis. —Se echó hacia atrás y apoyó la rodilla en la mesa, estirándose
y estrechando la mano de Gabrielle con la de ella—. Mejor no dejar que nadie 385
más la palme. Así que, dejadme saber.

Gabrielle pensó que todos en la sala, excepto ella y Xena, estaban


alucinando. E incluso ella estaba alucinando un poco, porque Xena parecía
seria al respecto, y se dio cuenta de que había una buena posibilidad para
que las dos terminaran saliendo del castillo con unas pocas bolsas, junto a
Parches y Tiger.

¿Qué pensaba ella de verdad sobre eso?

Gabrielle observó las caras alrededor de la mesa y vio una mezcla de sorpresa
y...

¿Era decepción?

No había ninguna sensación de triunfo o expresiones de felicidad en las


palabras de Xena. Una parte, estaba entusiasmada con la perspectiva de ver
el mundo, no lo negaba, y era cierto que dondequiera que Xena estuviera,
ese era su hogar. Pero también era lo suficientemente humana como para
saber que apreciaba la vida privilegiada que había llevado y que esta nueva,
sería mucho más difícil.
Bueno, tal vez podrían llevarse ese bonito carro con la cama. Podría parecerle
bien a Xena para dormir, siempre y cuando no estuvieran en movimiento. Y
podrían tener esa hermosa carpa, con el pequeño brasero en el centro y las
pieles.

Hm.

»¿Qué piensas, Gabrielle? —preguntó Xena apretando sus dedos.

—A donde vayas, voy. —Gabrielle respondió con tanta naturalidad como


respirar sin siquiera tener que pensarlo—. Incluso si ese es el lugar donde están
los confines de la tierra, o el Tártaro. —Sintió un leve temblor en los dedos de
Xena—. Todo lo que necesito en el mundo eres tú.

Xena sonrió.

—Y pasteles —objetó Xena sonrojándose un poco. Después de un largo


silencio, levantó la vista de nuevo—. ¿Y bien? —dijo—. Está en vuestras manos.
—Se levantó—. Tenéis hasta mañana para hacérmelo saber.

—Xena. —Brendan se levantó—. Ya sabes de qué lado estoy. No necesito 386


esperar hasta la mañana.

—Lo sé, viejo amigo. Lo sé —la reina respondió en voz baja—. Antes de
renunciar a la corona, me ocuparé de todos vosotros. Lo prometo —dijo—. Os
instalaré a todo el grupo en tierra cerca de la ciudad portuaria. Me aseguraré
de que tenéis lo que necesitéis.

Gabrielle pensó que tal vez Brendan iba a comenzar a llorar. Él tenía esa
mirada, y sintió ganas de romper a llorar solo por el suave tono de la voz de
Xena. Alargó la mano y se agarró al brazo de la reina, contenta cuando se
acercó más.

»Vamos, mi amor. —Xena la ayudó a ponerse en pie—. A la cama contigo.

Hubo un ruido sordo y Xena alzó la mirada rápidamente, solo para encontrar
a todos los demás en la sala de pie en silencio. Guio a Gabrielle, mientras
Lastay se deslizaba para abrirles la puerta.

»Gracias.

—Señora —dijo Lastay—. Yo también me recusaré, ya que mi espada y mi


corazón también os son dados.
Xena le dio una palmada en el hombro mientras cruzaba la puerta, dejando
atrás a la multitud silenciosa. Sin embargo, no se sorprendió cuando escuchó
pasos siguiéndola y luego la puerta cerrándose, y encontró a Lastay y Brendan
a su lado.

—Y bien, ¿cuán idiota soy? —preguntó después de unos pocos pasos.

—En absoluto —dijo Lastay con firmeza—. Si fuera yo quien descubriera,


después de todo lo que pasó y ha seguido pasando, que hay personas aquí
conspirando para asesinarnos a mí y a mis seres queridos y así poder
aprovecharse de mi excelente administración de la tierra, creo que hubiera
huido como un loco.

Xena lo miró.

—Siéntete libre —ofreció—. Me encantaría verlo.

Brendan se rio entre dientes brevemente. Luego se quedó en silencio mientras


se colocaba al lado de Gabrielle.

—Llega un punto en el que simplemente te cansas —dijo mientras cruzaban 387


las cámaras exteriores y entraban a la interior, donde cuatro soldados estaban
esperando—. Demasiado. ¿Sí?

—Sí. —Xena estuvo de acuerdo. Empujó a su consorte hasta la cama y la


ayudó a sentarse allí—. Tengo una taza de hierbas que creo puedes tomar
ahora. —Acomodo a Gabrielle contra las almohadas—. ¿Estás lista para eso?
—Observó a Gabrielle mirarla mientras apartaba el pálido cabello de la
cabeza de su consorte, apoyando la palma contra el—. Sin fiebre. Eso es
bueno.

—¿Sabes lo que quiero de verdad? —Las suaves esferas verdes la estudiaron.

Xena miró hacia atrás, luego miró a los soldados, a Brendan y a Lastay.

—Gabbbbrrriellle. —Hizo rodar el nombre en su lengua—. No delante de los


hombres, les crecerá pelo en las manos y se quedarán ciegos —dijo
arrastrando las palabras—. Venga ya.

Gabrielle sonrió de repente, muy muy contenta de escuchar el regreso del


humor negro, aunque fuera a costa suya.
—Además de eso —dijo—. Me gustaría un poco de leche tibia y miel, si es que
hay algo.

La reina asintió con expresión complacida.

—Te conseguiremos un poco, aunque tenga que ir a ordeñar a la vaca yo


misma —dijo poniéndose de pie. Apenas pudo volverse antes que dos de los
soldados salieran disparados hacia la escalera trasera, cargando contra la
puerta y bajando ruidosamente las escaleras—. O tal vez no tenga que
hacerlo —comentó—. ¡Oye! ¡No subáis a la maldita vaca aquí! —Se acercó a
una de las grandes sillas junto al fuego y se quedó allí un momento, luego
recogió su bolsa de hierbas y la abrió—. Ya sabes, es cierto —dijo después de
una breve pausa.

—¿Señora? —Lastay ladeó la cabeza hacia ella.

—Hice lo mejor que pude por este lugar —Xena mezcló un par de hierbas con
dedos expertos—. Lo hice próspero, lo protegí, lo defendí, arriesgando mi viejo
culo. —Lentamente, vertió un poco de vino de higo dulce sobre las hierbas, y
las removió antes de llevar la taza a la cama—. Supongo que nada es lo 388
suficientemente bueno para estos bastardos.

Lastay se sentó en un taburete bajo cerca de la cama.

—Creo que es un poco de ceguera obstinada. Escuché algunas de las


historias que estaban contando ayer, sobre los viejos tiempos. —Juntó sus
grandes manos—. Bueno, señora, no soy un niño. Recuerdo esos viejos
tiempos, solo que los recuerdo un poco diferente a ellos. —Xena se rio
suavemente. Se sentó en el borde de la cama y le ofreció el brebaje a su
consorte—. Recuerdo la última gran enfermedad antes de que llegaras —dijo
Lastay—. Ellos sacaron a todos de la fortaleza. Hombres. Mujeres. Niños. En la
nieve. Viste los cuerpos que sobresalían, una mano. Tal vez un pie —exhaló—.
Y el rey envió soldados para reunir todos los suministros de plantas que los
demás teníamos, para asegurarse que él estaba a salvo. No le importábamos
los demás. —Xena lo estaba mirando, escuchando en silencio—. Esta es mi
segunda esposa, ¿lo sabías? —Lastay la miró—. Se llevó a mi primera esposa.
Le gustaba su aspecto. Se acostó con ella por un tiempo, luego murió en el
parto no mucho después —suspiró levemente—. Era una mujer bonita. Eso hizo
que cuando rescataste a mi actual esposa, aún lo apreciara más.
—No me hagas una virgen de Vesta, Lastay. Los dos sabemos que no lo soy —
dijo Xena después de un breve silencio—. Me alegro de haber salvado a tu
esposa, pero he hecho cosas peores.

—Sí —asintió, con una leve expresión en su rostro—. Pero no importaba lo que
fuera, había una razón detrás de eso, Xena. No era una crueldad al azar. Si
usabas el filo de tu espada, era por una causa.

—Sí, eso es verdad —dijo Brendan—. Por eso todos la seguimos, sin necesidad
de preguntar. Siempre había una buena razón.

Xena resopló suavemente.

—Muchacho, os tengo a los dos engañados. —Se apoyó contra el respaldo


de la cama, observando a su paciente—. ¿Ya te lo has bebido todo?

—Casi. —Gabrielle todavía estaba bebiendo la tisana—. ¿Se supone que me


hará sentir mejor?

—Sí.
389
Gabrielle apoyó la cabeza contra el hombro de Xena.

—¿Realmente vas a dejar que ellos decidan, Xena? —preguntó Lastay—. Ya


sabes, esto es algo que muchos han rezado a los dioses durante estos años.

Todos esperaron a que Xena hablara. Mientras lo consideraba, la puerta


interior se abrió con cuidado y los soldados regresaron, llevando una bandeja
y tazas. Una pequeña tetera que emitía una pequeña nube de vapor estaba
centrada en ella.

—Su Majestad —dijo Brent—. Ordeñé a la vaca yo mismo.

—¿De verdad? —Gabrielle le sonrió.

—Lo hice —dijo Brent—. No quería correr riesgos. —Llevó la bandeja—. Ordeñé
a la vaca y la miel es de las reservas de nuestro barracón. —Miró a Brendan—
. Tengo que decirte que casi me despellejan por eso antes de que les dijera
para quién era.

—Vierte una taza para todos —dijo Xena—. Y nos acomodaremos para
esperar a ver si mañana hacemos el equipaje —añadió—. Lo dije en serio. Si
esos bastardos quieren poner aquí en el trono al hijo de un burro, pueden
hacerlo.
Brent estaba llenando las tazas y ahora levantó la vista.

—¿Es verdad, señora? ¿Tratan de traer de vuelta uno de la antigua dinastía?


—Pasó la bandeja y esperó a que todos tomaran una—. ¿Dicen que tienen un
heredero legítimo?

—Creemos que sí —dijo Brendan—. Según todas las señales, lo parece. Difundir
algunas historias, todo eso con los habitantes de las Tierras Occidentales, los
túneles, y las otras cosas. —Cogió una de las tazas y la acunó entre sus
manos—. También por algo que el cocinero dijo, Xena.

—¿Eh? —Xena había tomado una taza y la estaba aplicando a los labios de
Gabrielle con una mirada atenta.

—Dijiste... el anciano, el viejo rey, tuvo un hijo bastardo —dijo Brendan


lentamente—. Te miró de un modo raro, ¿sí?

—Huh.

—Lo hizo —dijo Gabrielle—. Parecía que se estaba enfadando y luego Xena
dijo algo como “bueno, lo era y por eso tuve que ser muy mala con él”. — 390
Xena comenzó a reír—. Bueno, algo así —admitió Gabrielle.

—Pero luego el cocinero dijo, “oh, ese” —terminó Brendan—. Como si hubiera
más de uno.

Xena tomó un sorbo de la taza de Gabrielle y luego le ofreció otra.

—Él reaccionó un poco raro —reconoció—. Creí que era la reacción habitual
de alguien que cree que voy a cortarle la cabeza.

Brent se sentó en el suelo y tomó un sorbo de su leche caliente.

—Las personas de abajo, siempre han guardado rencor —dijo—. No


importaba cómo los trataras, siempre parecía que sus corazones estaban en
otro lado. Los oí hablar justo ahora, sobre los viejos tiempos.

—Los viejos tiempos —gruñó Lastay—. Esos completos idiotas han olvidado por
completo cómo eran esos viejos tiempos.

—Creo que muchos estaban enojados por la partida de la primavera pasada


y por llevarnos todos los suministros con nosotros —dijo de repente Gabrielle—
. Recuerdo que estaba en el jardín y uno me encontró allí, y parecía muy
molesto por toda la gente que había muerto en la enfermedad y todo eso.
Xena consideró esto en silencio.

—O están enojados porque eché fuera a la mitad en la nieve el invierno


pasado.

—Se lo merecían —dijo Gabrielle—. Intentaron hacerte daño —protestó


arrugando las cejas.

Xena la miró con afecto.

—Eres tan sexy cuando estás enojada. —Se inclinó y le dio un beso en la parte
superior de la cabeza—. Te amo.

Gabrielle sintió que se sonrojaba y se inclinó hacia atrás.

—Bueno, lo hicieron. Querían cerrar las puertas y vernos morir, Xena.

—Lo hicieron. —La reina estuvo de acuerdo—. Es por eso que los sentencié al
destierro. Pero estoy segura de que no lo vieron de ese modo. Sin embargo,
no estoy segura de por qué se aliaron con Bregos. Él no era parte del antiguo
régimen. 391
—Tal vez les prometió que los traería de vuelta —sugirió Brendan.

—Tal vez —admitió Xena.

Lastay apoyó los codos en las rodillas.

—Señora, le ruego un favor. Permítanos quedarnos aquí, en la cámara exterior


por esta noche. Hay algo que no va bien en mis huesos y me sentiría más
seguro.

—Sí —dijo Brendan inmediatamente.

Xena no pareció ofendida. De hecho, les sonrió con un afecto inusual y


tranquilo.

—Por supuesto —dijo—. Venga, acampad allí o en la sala de conferencias, o…


—Se rio entre dientes—. Hay un pequeño hueco en el pasillo exterior que solía
ser donde estaba mi esclava personal.

Gabrielle sonrió.

—Recuerdo la primera noche que pasé allí —dijo—. Me dejaste una nota.
—Dije que me quedaba contigo.

Por un instante, simplemente, recordó en silencio ese momento cuando abrió


la nota y leyó esas palabras.

—Y lo hiciste. —Gabrielle puso sus manos alrededor del brazo de la reina—. Si


deciden que quieren tener a otra persona al mando, chico, voy a contar
historias malas sobre ellos donde quiera que vayamos, eso es seguro.

Todos se rieron por lo bajo y luego Brendan se levantó.

—Vamos a acomodarnos nosotros también, chicos. —Hizo una seña a los


soldados—. Vosotros dos, al otro lado de la puerta. Que no pase nadie.

Dos de los soldados desaparecieron por la puerta de las escaleras a la cocina


y se cerró detrás. El resto siguió a Brendan, y Lastay se inclinó mientras los
seguía. La puerta de la cámara interior se cerró y se quedaron solas.

Gabrielle exhaló.

—Qué locura de día. 392


—Sí. —Xena abrazó a su consorte y apoyó la mejilla en la cabeza de
Gabrielle—. No lo he disfrutado mucho. —Observó como la mano de Gabrielle
se cerraba sobre la de ella y dulcemente se la llevó a los labios—. Pero esta
parte no está mal.

Gabrielle podía sentir el efecto las hierbas ahora y todo su cuerpo se relajó, los
dolores se desvanecían en una neblina.

—Me siento muy triste.

—¿¿¿Sí???

Ella asintió.

—Hace solo un par de días era tan genial, ¿sabes Xena? El festival de la
cosecha, todo el mundo llegando, siendo felices y trayendo regalos para ti.
Ahora todo es triste y mezquino. No es justo.

Xena se rio con ironía.

—La vida no es justa —dijo—. Yo nunca he sido justa. ¿Por qué las cosas me
iban a ir bien? He pasado la mayor parte de mi vida matando gente y
destruyendo vidas. —Gabrielle exhaló—. Pero sí, apesta —concluyó la reina—
. Tenía muchas ganas de pasar un invierno agradable, lujoso y hedonista
contigo, mi amor. Ahora podemos acabar viviendo en una cueva en
cualquier parte.

—O en un barco.

—O en un barco. —Xena estuvo de acuerdo—. O tal vez me limitaré a


conquistar Persia. Parecían tener buenas camas, ¿verdad? —reflexionó—.
Apuesto a que podría conseguir que nuestros amigos del calabozo vinieran
conmigo. —Con pesar, se separó del abrazo de Gabrielle y se puso de pie—.
Deja que me quite la armadura y prepare mi juego de pincha cerdos.
Entonces podemos acurrucarnos. —Todos esos soldados a su alrededor, y, aun
así, Gabrielle observó a Xena quitarse la armadura y dejarla sobre el arcón de
ropa con manos cuidadosas y casi reverentes. A la luz de las velas de la
cámara, podía ver el resplandor en la piel de Xena y escuchar el roce mientras
tiraba de sus brazaletes y se desabrochaba la armadura de rodilla. Luego sacó
su espada y volvió a la cama, acomodándose bajo las sábanas mientras
colocaba la espada en su sitio encajada en el armazón de la cama—.
¿Quieres hacerme un favor?
393

—Lo que sea. —Gabrielle inspiró un aliento de lino y cuero limpio.

—Cuéntame una historia. —Xena se estiró y le dio la bienvenida a su consorte


mientras se acurrucaba alrededor de su cuerpo—. Cuéntame algo bonito y
divertido, y tal vez me haga hacer algo que valga la pena.

—Por supuesto.

—Hazme sentir algo además de decepción.

—Te amo muchísimo. —Gabrielle le dio un abrazo tan fuerte como era capaz.

—Es un buen comienzo.

Xena vio que la vela de la mesita de noche ondeaba suavemente con el leve
movimiento del aire. La cámara estaba silenciosa, aunque podía oír sonidos
leves en el exterior cuando los soldados se movían en sus puestos y los golpes
y salpicaduras de la lluvia, ahora helada, contra las ventanas.
Gabrielle estaba acomodada sobre ella, calentando su lado derecho y
enviando suaves respiraciones contra la piel de su cuello. Tenía los ojos
cerrados y una leve sonrisa en el rostro, y Xena pensó que esto era lo más
cercano a Elysia que probablemente conseguiría estar.

Las palabras de la historia de Gabrielle todavía le hacían cosquillas en los


oídos. No tanto por el contenido, sino por la voz detrás de ellas, tan llena de
amor dulce, que era como estar enrollada en una manta calentada por el
fuego en medio del frío.

Ni siquiera se sintió mal por pensar eso. Xena, con cuidado, enrolló su brazo
alrededor del cuerpo de Gabrielle y saboreó la maravilla de eso, medio
cerrando los ojos cuando sintió que su consorte se movía en su sueño y se
acurrucaba más cerca.

¿Qué traería el mañana?

Xena examinó la pregunta, intrigada al descubrir que, sinceramente, no le


importaba la decisión que tomaran sus nobles. Ni siquiera podía encontrar un
sentimiento de malestar al pensar que le pidieran irse. 394
Eso la sorprendió. Se preguntó por qué después de todo este tiempo, no se
sentía peor.

¿Echaría de menos ser la reina?

Xena observó cómo las tenues sombras se movían por el techo desde la vela
que ardía junto a su cama.

¿Echaría de menos estar al mando de todas estas personas y su ejército?


¿Sería capaz de manejar ser solo Gabrielle y ella, simplemente deambulando
por ahí?

¿Nadie a quien dar órdenes? ¿Nadie para hacer su cama? ¿Limpiar? ¿Cuidar
de sus cosas y su ropa? ¿Sin sirvientes? ¿Sin secuaces?

Hm.

Xena sospechaba que no la haría feliz ser una vagabunda. Había pasado
mucho tiempo siendo la reina. Le gustaba tener gente a su alrededor para dar
órdenes, y le gustaba ser la que estaba a cargo.
Ahora bien, sabía que, si solo fueran ellas dos, todavía estaría a cargo. Pero
no era lo mismo. Así que pensó que, a donde sea que fueran, probablemente
tendría que conquistar algo para poder estar a cargo otra vez. Eso tenía
sentido, ¿No? Tal vez el barco era una buena idea.

Eran bastante pequeños y fácilmente conquistables, y Gabrielle parecía


sentirse atraída por ellos.

Iría a apoderarse de un galeón, y encontraría una tripulación, o más


probablemente, utilizaría a los hombres que las seguirían fuera de la fortaleza
y serían piratas. Cogería el barco y a la tripulación, navegarían por la costa y
encontrarían una bonita ciudad portuaria y la invadirían.

Xena sonrió mientras lo pensaba. Tal vez encontrara algunas personas que la
apreciaran más de lo que este grupo aparentemente lo hacía. Quizá
encontraran mejor clima haciéndolo. Pensó que a Gabrielle le gustarían
algunos de los lugares más al sur, donde el sol brillaba más y era más cálido
durante todo el año.

Podría tener su jardín. Tal vez algunos animales para cuidar. Xena podía 395
imaginarse a Parches deambulando detrás, con un cálido sol de la tarde
bañando a las dos, con cestos de alimentos frescos en el lomo del pony con
destino a donde sea que escogieran vivir juntas.

Fue realmente impactante pensar en lo feliz que la hacía eso. También podía
imaginarse sentada en la cubierta del barco al atardecer, compartiendo una
copa de vino de uva de mar, con Gabrielle tendida a su lado contándole una
historia.

Por un momento se formó una imagen en su mente de ellas bajando por un


camino, delineadas por el sol poniente dirigiéndose a un lugar nuevo. Incluso
podía escuchar en su mente su propia risa flotando en el viento.

Sin embargo, un tenue sonido real captó su atención. Giró un poco la cabeza
para liberar sus oídos, cerrando los ojos mientras se concentraba en sus otros
sentidos. Aunque era tarde, sabía que todavía había actividad en el castillo,
aunque allí en su torre, podía escuchar mucho menos de lo que podía en el
vestíbulo principal.

Pero esto no había venido de abajo. Repitió el sonido en su cabeza, y asintió


débilmente cuando su memoria llegaba a la misma conclusión que ella al
pensar que el ruido provenía de encima. Y, sin embargo, no había mucho más,
salvo una escalera, y la sala en la que solía practicar las artes de la guerra.

Hm.

Xena estudió las sombras y recordó el momento cuando pensó que todo
había comenzado. Allá arriba, en la sala de prácticas, en una tarde de otoño
que ahora parecía haber ocurrido años atrás.

Escuchó atentamente y, después de un momento de silencio, escuchó el


sonido de nuevo. Solo un leve ruido, carne contra piedra, un suave raspado
que casi nadie habría escuchado excepto ella.

¿Por qué alguien subiría allí? ¿Más niños del circo escondidos tratando de
evitar trabajar en las cuerdas?

Como la niña que habían encontrado antes, una pobre insensata que se
había peleado con su hermana y decidió intentar esconderse y hacer algo
diferente.

Xena pensó en eso por un minuto. 396


¿No era eso lo que estaba haciendo?

De vuelta a la sala de práctica.

¿Por qué alguien subiría allí?

No había nada allí, ni restos de pieles, ni sillas, nada más que paredes de roca
desnuda, suelos duros y las pocas herramientas que usaba; los troncos y los
pesos con los que había forjado su fuerza.

Escuchó el sonido otra vez, provocando, aparentemente burlándose.

Tal vez era alguien burlándose de ella. Provocándola, y tratando de sacarla,


llevarla allí para una confrontación, para poner fin a este ataque enloquecido
y mortal.

¿Era eso lo que querían? ¿La querían allí arriba, sola en una emboscada?

Posiblemente la rodearían, se burlarían y revelarían sus motivos.


Gabrielle exhaló y apretó su agarre. Xena contempló la pálida cabeza de su
amante, cómodamente apoyada en su hombro, aún con esa sonrisa en su
rostro.

Eso podría ser lo que querían, pero no iba a dárselo. Estaba contenta de
quedarse donde estaba, esperando a ver si el guardia de afuera también
escuchaba los sonidos e iba a investigar. Después de todas las trampas y todas
las muertes furtivas, no iba a meter su culo en ningún lugar sola para terminar
siendo ensartada por más objetos afilados que manos tenía para bloquearlos.

Lo más probable es que eso exactamente era lo que querían que hiciera. Era
de esperar, ya que su descarada inclinación a poner en riesgo su propia piel
era bien conocida y la había exhibido descaradamente el año anterior,
comenzando con la flecha en su espalda que lo había empezado todo y
acabando con el espantoso desgarramiento en su espalda durante su última
salida.

Todo el mundo había visto y hablado de ella enfrentándose al ejército persa


sola. La habían visto liderar la carga a través del paso.
397
Sabían lo idiota, insensata y loca que era sobre su propio ego.

¿Por qué los estúpidos bastardos no podían bajar aquí? ¿Acecharla en su


propia guarida como había querido que hicieran? ¿Entrar en su trampa con
todos los soldados cuidadosamente colocados en todas partes para
atraparlos?

Xena suspiró. Flexionó su mano libre y sintió el callo a lo largo de sus dedos, la
aspereza en las almohadillas en la base, acumulada durante años y años de
manejo de una espada.

Los dejaría ponerse nerviosos allí arriba y entonces, tal vez mañana por la
mañana, sería un punto irrelevante, cuando los nobles le pidieran que se fuera
de una puñetera vez y todas sus maquinaciones habrían sido en vano.

Asintió para sí misma.

Exacto. Eso es lo que haría.

El ruido captó la atención de sus oídos otra vez y abrió los ojos, mirando hacia
el techo por un largo momento, absolutamente segura que podía ver arañas
allí arriba. Luego suspiró de nuevo.
¿A quién en el Hades creía que estaba engañando?

En serio. ¿A quién?

Con una larga exhalación, se liberó suavemente del abrazo de Gabrielle,


deslizándose por debajo y metiendo cuidadosamente las sábanas alrededor
de su cuerpo dormido.

Luego se arrodilló al lado de la cama y puso sus manos sobre ella, con la tenue
luz de las velas esbozando la dispersión de cicatrices en su piel. Cicatrices que
marcaban cada pelea, cada lucha, de los pies a la cabeza y de las que no
se arrepentía.

Miró la cara de Gabrielle, tranquila, pacífica y hermosa de una manera que


la conmovió profundamente. Su amor, una gracia que le otorgaron los mismos
caprichosos destinos que incluso ahora la estaban alejando y llevándola al
enfrentamiento que la esperaba escaleras arriba.

Bueno, si algo había aprendido en la vida, era que valía la pena luchar por
todo lo que valía la pena tener, y eso era lo que parecía que, quien quiera
398
que fuera el que estaba contra ella, quería que hiciera.

Luchar.

Xena se puso de pie y fue al arcón de ropa, levantando la tapa en silencio y


sacando una prenda doblada. Se quitó la ropa de dormir y se puso la prenda,
apretando las correas y enderezándola con fuerza. Era una prenda gastada,
una capa de relleno que se sentía suave y cómoda contra su piel.

Se giró y se sentó en el arcón para ponerse las botas y atarlas.


Deliberadamente, dejó de lado sus cueros y su armadura, se puso de pie y se
acercó a la cama para recuperar su espada y colocarla en los enganches de
la parte posterior de su túnica de práctica.

Deliberadamente, se acercó a un odre de agua colgado del poste de la


cama, lo destapó, se lo llevó a los labios y lo dejó seco. Luego fue hasta la
palangana y se lavó las manos, secándoselas en la pequeña pieza de lino al
lado del cuenco.

Agudizó el oído por el sonido, pero en su lugar, oyó el suave roce de la piel
contra el lino, y escuchó que la respiración de Gabrielle se aceleraba. Se
volvió y vio a su consorte sentada y mirando a su alrededor.
—Aquí —dijo en voz baja.

—Oh. Xena. —Gabrielle se frotó los ojos y la miró—. ¿A dónde vas?

La reina volvió y se sentó sobre la cama.

—Estoy inquieta —dijo—. No podía dormir, así que pensé en subir las escaleras
y hacer un poco de ejercicio.

Gabrielle extendió la mano y le tocó el brazo.

—No te vayas.

Xena sintió que su corazón se saltaba un latido.

—Creo que tengo que hacerlo, cariño. —Cubrió la mano de Gabrielle con la
suya—. ¿Recuerdas que dije que creía que había comenzado allí? Creo que
puede haber una pista esperándome allí arriba. —Podía ver la serena seriedad
en los ojos claros que la miraban y un hormigueo recorrió su espina dorsal—.
Sabes que nunca dejo que los problemas vengan a mí.
399
—Voy contigo —dijo Gabrielle—. Solo deja que me ponga algo.

Xena respiró hondo para protestar, luego simplemente dejó que el aire se
escapara entre sus labios. No había sido una pregunta, no le estaba pidiendo
permiso.

»No digas que no. —Gabrielle interpretó su expresión—. Por favor, Xena.

—No iba a hacerlo —respondió su amante—. Vamos juntas. —Ahuecó la


mejilla de Gabrielle—. Venga. Veamos a dónde nos lleva mi corazonada.

Gabrielle le dio una sonrisa sincera, sus ojos se iluminaron con una alegría
verdadera y simple. Xena pensó, no por primera vez, que las dos estaban
igualadas en total y absoluta insensatez, porque lo que estaba haciendo era
una locura y Gabrielle estaba loca de atar por querer unirse a ella.

Entonces en ese caso, la vida, supuso, era buena. Ayudó a Gabrielle a


levantarse de la cama y cambiaron su ropa de cama por su tabardo de
cabeza de halcón favorito, sin mangas y con cinturón, no muy diferente al que
llevaba puesto. Ambas guardaron silencio, y cuando le puso las botas a
Gabrielle y se puso de pie, se besaron en el mismo y absoluto silencio con una
creciente pasión que las dejó a ambas sin aliento.
La hizo sentir viva. Xena rodeó a Gabrielle con un brazo y la guio hasta la
puerta de la cámara exterior. La abrió y se deslizaron a la sala, encontrando
soldados acurrucados dormidos por todas partes. Xena estuvo a punto de
soltar un grito para despertarlos, pero luego ahogó el impulso y se movieron
atravesando el espacio y llegando a la puerta de afuera sin molestar a nadie.

Fuera era otra historia. Brent estaba en el pasillo, despierto y alerta, y vino a su
encuentro cuando salieron.

—¿Alguna alarma, Majestad?

—No —le dijo Xena con calma—. Solo estamos inquietas. Vamos a subir las
escaleras y golpearme a mí misma en la cabeza un par de veces.

Brent sonrió.

—Estoy seguro que no hará tal cosa. —Sus ojos se movieron hacia Gabrielle—
. ¿Se siente mejor, su gracia?

Gabrielle se detuvo y lo pensó.


400
—De hecho, lo estoy —dijo sonando un poco sorprendida—. Pensé en mirar a
Xena y tal vez escribir algunos poemas sobre ella.

Brent sonrió aún más.

—Ahora eso sí me lo creo.

—Discúlpanos. —Xena guio a Gabrielle lentamente hacia los estrechos


escalones que conducían a la parte superior de la torre y su sala de prácticas.
Ya en la base, se volvió y miró a su fiel soldado. Estaba de pie en el centro del
pasillo, con las manos a los lados, mirándolas—. No dejes que nadie, excepto
nosotras dos, baje las escaleras, ¿de acuerdo, Brent?

Sin sorprenderse, Brent asintió.

—No lo haré, Xena.

Xena asintió, se dio la vuelta y comenzó a subir los escalones hacia la torre,
con el brazo derecho apretado alrededor del cuerpo de Gabrielle. Sintió la
fría humedad de las paredes a su alrededor mientras ella y Gabrielle
caminaban lentamente hacia arriba, el suave roce de sus botas contra la
piedra, era el único sonido.
Sentía la piel un poco fría, ya que su ropa de práctica terminaba a mitad del
muslo y sus brazos estaban desnudos, exponiéndolos a las ráfagas de la brisa
fría que bajaba del nivel superior.

Eso le puso los pelos de la nuca de punta.

—Alguien dejó una ventana abierta allí, Gabrielle —comentó—. Tal vez fui yo.

—Lo noto —respondió Gabrielle suavemente—. Huele a humedad.

—Sí. —Xena tomó aire profundamente, saboreando por algo desconocido.


Extendió la mano y tocó la pared, encontrándola húmeda por la
condensación y supo que su corazonada, al menos, iba a terminar siendo algo
más.

Había una lucha delante, podía sentirlo. Su piel se tensaba y los músculos de
su espalda se movían asentando la funda de su espada un poco más
cómodamente a lo largo de su columna vertebral. En lugar de temerla, se dio
cuenta de que realmente le daba la bienvenida a cualquiera que fuera el
desafío. ya que, independientemente de cuál fuera la decisión mañana por
401
la mañana, quería que esta amenaza acabara de una vez.

Era la hora.

»Así que vas a escribir poemas sobre mí, ¿eh? —comentó mientras doblaban
la última esquina de los escalones antes de la puerta de la cámara de
práctica, y vio la franja de luz del exterior que pasaba por el hueco entre el
borde de la puerta y el marco.

Sin vacilar, caminó hacia la abertura y, cuando llegaron, levantó una pierna y
abrió la puerta de un puntapié, empujándola hacia dentro y casi contra la
pared interior, pero no del todo. Una ráfaga más fuerte de aire frío las golpeó
y se metió dentro, elegantemente, medio girando para que su cuerpo
estuviera entre Gabrielle y cualquier cosa que pudiera estar esperándolas.

Sin embargo, no la había. Escaneó la estancia y supo que estaba vacía.

»Hm. —Entró más y rodeó las paredes, deteniéndose junto a la ventana que
estaba, como se había esperado, abierta. Sus oídos se agudizaron, y
concentró sus sentidos en la cámara a su alrededor mientras cerraba
lentamente la ventana y aseguraba la barra de hierro sobre ella—. No es
agradable dejar una ventana abierta, ¿eh?
—No —aceptó Gabrielle—. Tengo un rascador. ¿Quieres que encienda las
antorchas?

—Dame. —Xena le tendió la mano y cerró los dedos sobre el objeto que
Gabrielle puso en ellos. Caminó hacia la primera antorcha y le dio una chispa,
y cuando la antorcha se encendió sintió un movimiento en la cámara.
Ignorándolo, fue a la siguiente, y a la siguiente, con Gabrielle caminando
tranquilamente a su lado, y terminó casi donde había comenzado, con la
estancia bañada en un resplandor naranja.

Ahora olía a las antorchas, a la brea y a la resina en las que se empapaban, y


al toque acre del humo que desprendían y se escapaba a través de la
chimenea cuadrada y tosca en el centro del techo. La sala estaba en la parte
superior de la torre, por lo que solo había vigas sobre ellas y, por encima de
eso, el cielo tormentoso.

Xena podía oír el hielo crujir sobre su cabeza. Caminó con Gabrielle hasta uno
de los fardos grandes y rellenos que usaba para fortalecer su espalda.

»Siéntate —le dijo—. Solo mantén tus ojos y oídos abiertos, amor. Podría pasar 402
cualquier cosa.

Gabrielle miró a su alrededor, luego se acercó a la esquina y sacó una de sus


varas de práctica, un palo alto y endurecido, que llevó de vuelta al fardo y se
sentó con él.

—Lista.

Xena la miró con profundo afecto.

—Veamos lo que tenemos. —Caminó hacia el centro de la sala y sacó su


espada, sintiendo el peso familiar de la hoja contra los músculos de sus brazos
mientras sostenía la empuñadura frente a sus ojos y se quedaba un momento
en esa posición, antes de soltar una mano y dejar que la espada bajara.

Comenzó con una serie de ejercicios de calentamiento. Rotaciones lentas de


la hoja, primero en una mano y luego en la otra, aflojando los brazos. Extendió
la hoja, ahora haciendo patrones en el aire con la punta de la misma,
moviéndose con ritmo lento al principio y luego cada vez más rápido.

La espada cortó el aire con un silbido audible. Miró a Gabrielle, encontrando


a su consorte observándola con intensa fascinación, sus manos enroscadas
alrededor de su bastón... Xena detuvo ese pensamiento e hizo una pausa en
su práctica, deteniéndose con las manos juntas en la empuñadura mientras
pensaba en lo que acababa de decir en su mente.

»¿Gabrielle?

—¿Pasa algo? —Gabrielle se levantó con cuidado, apoyándose en la gran


vara.

—¿Cómo llamas a eso? —Xena apuntó su espada al artículo

Su consorte la miró confundida, luego miró la vara.

—¿Esto? —lo señaló—. ¿Me preguntas cómo lo llamo? ¿Quieres que le dé un


nombre, como a Parches?

—No importa. —Xena se rio un poco—. Siéntate.

Gabrielle lo hizo, pero su frente estaba arrugada, y ahora estaba mirando a


Xena con una expresión perpleja.

—Es mi vara, ¿No es así? —preguntó—. Aunque Jellaus lo llamó un bastón el 403
otro día. No estoy segura de qué es eso.

Ah.

Xena asintió y comenzó su práctica de nuevo. Ahí debía ser donde lo había
oído. Jellaus tal vez había hecho un poema o una canción sobre esa cosa y
probablemente la había estado ensayando días atrás.

Eso debía ser.

—Es... así es como llaman a algo cuando lo usas para muchas cosas. —Xena
se movía en un patrón en forma de ocho—. Para caminar, o colgar una
bandera, o luchar con él.

—Oh. —Gabrielle estudió su vara con más interés. Era una de las más antiguas,
la madera era de un marrón oscuro moteado y se sentía dura e inflexible en
su agarre. En dos sitios, Xena la había envuelto con tiras de cuero para sujetarlo
con la mano, y frotó el borde de su pulgar sobre una de ellas y sintió la
suavidad ligeramente áspera—. Guay.

—¿Qué? —Xena se sacudió el pelo de los ojos y comenzó una rutina más
complicada—. ¿Cómo está tu cabeza?
Gabrielle lo consideró.

—Está bien —dijo—. Ya no me duele —añadió—. Todavía tengo un poco de


malestar en el estómago, pero ya sabes, Xena, es mejor estar sentada para
eso.

—Bien. —Xena conscientemente borró los pensamientos errantes de su mente


y se puso manos a la obra, pasando de su rutina de calentamiento a un
entrenamiento más serio, sintiendo como su cuerpo se despertaba por
completo y un poco de sudor comenzaba a acumularse bajo su túnica
acolchada de entrenamiento.

Ya no tenía frío. Comenzó a caminar por la sala con pasos cortos y decididos,
girando en una dirección y dibujando con su espada apretadas espirales en
la otra. Podía sentir la energía acumulándose, y las antorchas proyectaban
sombras sobre las sombras y sobre ella, mientras se movía atravesándolas.

Se sintió bien estar en movimiento. Se había sentido rara y desconectada


tendida en la cama, esperando allí como una especie de vaca de cría, en fila
para un toro. Aunque había sido su propio plan y tenía un sentido para ella, 404
cuanto más tiempo permanecía allí, más inquieta estaba.

Esto se sentía mejor. Todavía consideraba como si estuviera poniendo una


soga alrededor de su propio cuello, pero al menos estaría de pie y tenía algo
afilado en las manos capaz de causar un daño considerable.

Era una excelente espadachín. Xena ni siquiera sintió una punzada de su


propio ego al pensar eso. Sencillamente era lo que era. Podía hacer cosas con
esta arma que la mayoría de la gente no podía, y se lo demostró a si misma
blandiendo la hoja en un movimiento apretado y lanzando una pieza de
cuero en el aire, cerrando el arco de su movimiento con las muñecas mientras
cortaba el cuero en el aire.

Pequeños pedacitos salieron volando y pasó la espada alrededor de su


espalda y agarró el cuero con su mano derecha mientras la izquierda cogía
la espada, luego lo lanzó al aire hacia Gabrielle y lo vio aterrizar a sus pies.

—Vaya—. Gabrielle se inclinó y lo recogió, mostrando el parche de cuero lleno


de rayitas y diamantes.

Xena sonrió. Hizo una pausa y flexionó las manos, considerando su siguiente
movimiento y luego, justo cuando giraba, sintió el movimiento otra vez. Dio
vueltas en círculos, mirando a las sombras entre las antorchas, moviéndose
rápidamente para situarse entre donde lo había sentido y Gabrielle.

—Segunda vez.

—¿Segunda vez qué? —dijo Gabrielle.

—Hay algo aquí —le dijo Xena, sus ojos se movieron rápidamente a derecha
e izquierda.

Gabrielle se levantó de nuevo y se acercó a Xena, girando la cabeza para


mirar alrededor. No podía ver nada más que las antorchas y la figura alta de
Xena, pero podía ver que la reina se había puesto alerta y tensa.

—¿Qué es?

Xena podía sentirlo. Era un roce contra ese otro sentido que parecía tener, el
que conocía la presencia de Gabrielle y era parte instinto, parte... algo más.
Como si algo estuviera curvando la luz, ejerciendo presión contra los instintos
que usaba para atrapar flechas y esquivar las estocadas de espada que se
acercaban desde atrás. 405
Era real, y no lo era. Cambió su espada de una mano a la otra, enviando
destellos de luz de antorcha a los espacios oscuros y de repente sus ojos se
abrieron más cuando las sombras se juntaron y sintió una forma allí frente a
ella.

De un salto, avanzó y se centró en la sombra, viendo un atisbo de un contorno


compacto y poderoso, y el destello de algo que podrían haber sido unos ojos.

Luego desapareció, y lo sintió detrás y se volvió, viendo el cúmulo de sombras


ir en dirección a Gabrielle. Dio un largo paso y se lanzó al aire, rodando y
girando y terminando entre su amante y el movimiento, barriendo con su
espada y sintiendo la más leve insinuación de que esta golpeaba en algo.

Un roce de aire, un indicio de risa, y antes que pudiera seguir moviéndose, la


puerta al final del pasillo se cerró de golpe, y las dos oyeron el sonido del
cerrojo al otro lado de la puerta.

Gabrielle extendió la mano y la tocó. Ambas retrocedieron un paso para que


la pared quedara detrás y estuvieran de cara a la sala, mientras observaban
las sombras cobrando vida con un movimiento extraño y discordante.
»Esto es un poco espeluznante —susurró.

—¿Un poco?

—¿Qué está pasando? —Gabrielle agarró con más fuerza a su vara y miró a
su alrededor. La cámara todavía parecía vacía, pero podía sentir a Xena
moverse y comenzar a respirar mucho más rápido, y pensó que quizá vio algo
moverse—. Estamos atrapadas aquí.

El viento soplaba contra ellas, atrapado entre puertas y ventanas cerradas, y


llevando una fría risa en su borde.

—¿Lo estamos? —dijo Xena, arqueando la espalda un poco y asentándose


en su centro de equilibrio. Hizo girar la espada en la mano y desenterró cada
pizca de bravuconería que alguna vez tuvo—. Veamos de quién es la trampa.

Ahora las sombras se volvieron más claras, y escuchó a Gabrielle jadear y


pudo ver al anfitrión formar contra ellas.

Ah bueno.
406
Estaba aquí, era una lucha, y no estaba sola. Probablemente, no había nada
más que pudiera pedirle a la vida, ¿verdad?

—Yo. —Gabrielle sonaba tan asustada como nunca lo había estado—. Te


cuidaré la espalda, ¿De acuerdo?

Oh sí. Iba a ser una noche para recordar.

No tenía miedo, aunque sospechaba que debería tenerlo. Xena inspiró aire
profundamente y lo dejó salir mientras las sombras cogían forma y se volvían
más sólidas.

Sonó un siseo alrededor. Le recordó a las serpientes y sintió que se le erizaba


el pelo en una sensación primaria, como un golpe de aire frío en la nuca.

Podía ver destellos que eran sombras de armas y cambió su postura un poco,
contenta de haber tenido tiempo para calentar su cuerpo mientras se
preparaba para defenderse de lo que Hades fuera.

Que pareciera ser del otro mundo no la desconcertó.


La sombra más alta la miró y apretó con cuidado el agarre de la empuñadura
y esperó. Realmente no había un rostro, pero tenía la sensación que había ojos
allí mirándola.

—Audaz, mortal. —Del silbido surgió una voz sibilante—. ¿Valoras tu vida tan
poco?

Xena sonrió.

—¿Quieres mi vida? Vamos y trata de cogerla. —Forzó sus ojos, pero la sombra
seguía siendo eso, solo una sombra.

—Tienes muchos enemigos en el más allá. No te arriesgues tan


apresuradamente ya que no te gustaría volver a reencontrarte con ellos.

Una risa suave se abrió paso por la garganta de Xena.

—Apuesto a que una vez que esté en el otro lado, a ellos les gustará aún
menos encontrarse de nuevo conmigo.

Las sombras se acercaron más y su líder se cernió sobre ella, sus manos 407
moviéndose ante ella en un remolino de oscuridad que se agolpaba
alrededor de una parte aún más profunda de oscuridad que podría haber
sido una espada. El resto de la densa multitud que se movía, pareció separarse
formando un círculo en la cámara redonda lo mejor que pudieron dada la
posición de Xena contra la curva de una pared.

Durante un momento ambas estuvieron quietas.

—Ten cuidado, Xena —susurró Gabrielle.

—Sé valiente, mi vida —le susurró Xena—. Está bien lo que sea que hagas.
Aguantar o largarte.

Aquello atacó sin más palabras y Xena supo en el primer bloqueo, que estaba
en graves problemas. Esta fuerza a la que se enfrentaba era más fuerte que
ella, y podía sentir el frío corroer sus manos cuando su espada se desvió hacia
un lado y una sacudida helada descendió por la hoja y subió por sus brazos.

No era bueno.

Además, tenía un espacio limitado para moverse, ya que, el ahora sólido anillo
de sombras, las atrapó en una esquina de la torre y todo lo que podía hacer
era cambiar el peso y agacharse mientras la sombra reiteraba cada golpe
con un segundo, que susurraba más allá de su oído, mientras se movía fuera
de alcance.

Se giró y movió su espada cruzándola por delante de su cuerpo para esquivar


el golpe, sus hojas se encontraron y enviaron un choque de acero a través de
la sala. Aparte de eso, y del suave roce de las botas de Xena contra la piedra,
no había ningún sonido, solo una sensación opresiva de terror que se cerraba
a su alrededor a cada momento.

Pero habiendo conocido un miedo más profundo tan recientemente, Xena


solo se concentró en el movimiento que apenas podía detectar,
concentrándose en el más leve indicio de la intención de la sombra mientras
se daban la vuelta y luego se volvían a encontrar.

Era implacable.

Los golpes eran duros y mortíferos, solo los evitaba por la velocidad de sus pies
y la experiencia de toda la vida manejando la espada y eso la mantenía justo
por delante de aquello, solo un poco más rápida para sus estocadas y con el
ángulo justo de su espada para desviar los poderosos golpes que buscaban 408
desarmarla y atravesar sus defensas.

Mientras se daba la vuelta, vislumbró brevemente la silueta de Gabrielle


perfilada a la luz de las antorchas, con líneas tensas mientras su amante se
apoyaba contra la pared con la vara firmemente agarrada con ambas
manos.

Ninguna de las sombras se acercó a ella.

Al parecer, todo se trataba de Xena. La reina se apartó del camino de un


poderoso barrido y golpeó el suelo, rodando hacia atrás y cayendo sobre sus
pies mientras lanzaba un revés en respuesta, y sintió que su espada impactaba
contra su oponente, el impulso imprimió toda su fuerza en el golpe, sacando
el arma de posición.

Instintivamente, siguió con una patada en la zona del cuerpo de la sombra


que habría sido su caja torácica, sintiendo una sacudida de frío helado
cuando su pierna pasó a través de su adversario dejándola peligrosamente al
borde de perder el equilibrio.
Sin embargo, podía ver el remolino de la oscuridad, y aquello retrocedió un
paso, colocando la espada en posición mientras ella completaba el giro y lo
enfrentaba.

Aún sentía un escalofrío a lo largo de la pierna y se preguntó que, si miraba


hacia abajo, vería la oscuridad aferrada a su carne o escarcha sobre la piel.
Podía sentirlo mirándola fijamente, giró la espada en su mano y arqueó un
poco la espalda, levantando la mano libre y doblando los dedos hacia eso.

»Vamos. Venga.

Aquello lo hizo. Al instante siguiente estaba en una ráfaga de movimiento


cuando aquello la atacó con intención cruel, golpeando su espada contra la
de ella con una fuerza terrible. Xena apenas logró poner orden en sus
reacciones a tiempo, usando la velocidad y el instinto para contrarrestar el
ataque. Se retorció e inclinó la espada, desviando los golpes, a uno y otro
lado, mientras seguía moviéndose, negándose a darle un blanco sólido.

Si se hubiese detenido a pensarlo, habría sido desconcertante; esos ojos que


no lo eran, el cuerpo que era solo un contorno más oscuro en las sombras 409
frente a ella, la multitud de sombras en constante cambio que las
bloqueaban.

Pero no lo hizo, dejó que su entrenamiento de batalla se hiciera cargo y dejó


que su experiencia impulsara su ataque y defensa mientras se agachaba y
giraba, forzándolo a moverse en círculo para seguirla.

Cambió la espada de una mano a la otra, luego giró y se agachó bajo la hoja
en movimiento, yendo en contra de su impulso y levantando la espada
debajo de la de él, sintiendo la espada atravesar su brazo con una sacudida
física que casi la hizo caer.

Él siseó.

Xena no esperó a ver qué pasaba. Invirtió el rumbo y saltó directamente hacia
él, dejando que su cuerpo se estrellara contra la sombra que tenía delante, y
sintió un estallido de dolor espantoso y frío mientras seguía avanzando y
aterrizaba en el suelo detrás de donde él había estado de pie.

Solo el instinto le permitió ponerse en pie y solo la experiencia hizo que subiera
su espada frente a ella cuando un derrumbe de oscuridad y sombras se
derramó encima suyo.
Se retorció y estiró los brazos hacia atrás cuando sintió el peligro sobre su
cabeza, y apenas levantó su espada cuando aquello se desplomó sobre ella.

Eso la obligó a arrodillarse, pero siguió el movimiento y se dejó caer al suelo,


rodando hacia un lado y moviéndose mientras aquello la atacaba.

Él le dio una patada y sintió el impacto, frío y duro como el hielo, y hubo una
explosión de estrellas en su visión junto con el dolor que la acompañaba. Se
lanzó hacia un lado para evitar que se repitiera, luego se levantó y se protegió
con los brazos cuando se dio cuenta de que no iba a hacerlo a tiempo.

Un grito fuerte y sorprendente en ese mundo de oscuridad y siseos que se


había convertido en la norma en esta lucha. Un grito que era alto y claro,
seguido de su nombre mientras oía botas contra la piedra que venían de
detrás de ella y, rápidamente, se dejó caer al suelo justo cuando algo silbó
sobre su cabeza y escuchó el sonido del metal contra la madera.

Entonces volvió a levantarse y recuperó el aliento, girando y cortando,


atrapando la espada de la sombra mientras aquello se daba la vuelta contra
una sofocada y furiosa Gabrielle. 410
Sexy.

Xena solo tuvo un momento para considerarlo antes de volver a estar


completamente ocupada, alejando a la sombra de su consorte, e igualando
su golpe a golpe mientras Gabrielle la rodeaba para ponerse detrás de ella
con la vara cruzada delante del cuerpo.

»Gracias —gritó.

—¡Te estaban tirando cosas! —respondió Gabrielle—. ¡Gilipollas!

Ah.

Xena se centró en su adversario.

—Así que ser un fantasma no-muerto no era suficiente, ¿eh?

Giró su espada y se inclinó para esquivar la estocada, dando un paso y


girando inesperadamente mientras aquello trataba de golpearla,
agachándose y saltando en el aire con una voltereta, barriendo un revés con
su espada y recibiendo la sacudida de hielo y dolor, mientras esta se deslizaba
a través del cuerpo de la sombra.
Él siseó de nuevo y se giró, luego retrocedió cuando ella aterrizó y lo enfrentó
otra vez, cambiando la espada de la mano izquierda hacia la derecha.

—¡Suficiente!

—¿Has tenido suficiente? —Xena se burló de él.

—¡Suficiente de jugar contigo, mortal!

Entonces aquello emitió un alto sonido agudo y, al oírlo, el resto de las sombras
se lanzaron contra ella llevando una oleada de terror, frío y dolor que la
empujó al suelo. Sintió que el aire se escapaba de sus pulmones y cuando
trató de volver a respirar, lo sintió como hielo y su pecho se negó a moverse.
Podía oír el silbido creciente y sintió una presión diferente a todo lo que había
sentido, al presionarla contra la piedra e inmovilizarla.

Sintió un dolor en la parte posterior de su cráneo. Sintió los latidos de su corazón


palpitando con fuerza contra sus ojos, produciendo destellos rojos mientras
luchaba por respirar y no podía.

Oyó a Gabrielle soltar un bramido y luego el hielo a su alrededor fue cortado 411
con un bloque de calor que la golpeó en la espalda y la rodeó mientras sentía
un cálido aliento golpear la curva de su oreja izquierda.

Sintió a Gabrielle inhalar bruscamente y jadear.

Su cuerpo respondió a eso de un modo rápido y convulsivo, cuando se liberó


de la inmovilidad y se levantó, giró para agarrar a Gabrielle mientras la
oscuridad se cerraba alrededor de las dos con una fuerza aplastante.

Entonces sonó un fuerte estruendo y el ruido se desvaneció, el siseo fue


reemplazado por un silencio que hizo que su cabeza resonara mientras las
antorchas se apagaban, con una sensación de presión que la tuvo al borde
de la agonía por un respiro hasta que desapareció.

En ese momento todo lo que podía oír era la tos áspera de Gabrielle y sentir el
martilleo de su corazón contra la piel, mientras su cuerpo se liberaba
lentamente de la parálisis y podía respirar nuevamente.

Lo hizo mientras la bruma gris se desvanecía un poco.

—¿Se acaba de poner mejor o peor? —susurró.


—Me da miedo mirar —susurró Gabrielle en respuesta con los ojos fuertemente
cerrados mientras se agachaba sobre el cuerpo de Xena, las pulsaciones del
latido del corazón martilleando en sus oídos finalmente se relajaron—. Está
oscuro aquí.

Xena parpadeó y luego cerró los ojos, afinando los otros sentidos en su lugar.
No podía oír nada a su alrededor dentro de la cámara, solo la presión del
viento contra los cristales emplomados y cerca, un suave traqueteo de piedras
fluyendo hacia abajo.

Sin embargo, sentía una presencia.

—Hay algo aquí —dijo después de una pausa—. Déjame levantarme, pero no
te alejes.

Gabrielle se apartó de su espalda y se arrodilló a su lado, estirando la mano


para buscar la vara. Estaba demasiado alucinada como para tener miedo y,
como no podía ver nada, incluyendo a Xena junto a ella, ni siquiera podía
imaginarse cuántos problemas tendrían ahora.
412
Ni siquiera podía empezar a imaginarlo.

No había imágenes en su cabeza, solo un eco de la oscuridad que las


rodeaba.

Su corazón latía tan rápido que la hacía temblar, y estaba bastante segura de
que las rodillas no la sostendrían, por lo que se alegró de estar arrodillada al
lado de Xena. Sintió que la reina se movía lentamente y se sentaba, oyendo
el leve roce de sus botas mientras las colocaba debajo de ella.

—¿Estás bien? —le preguntó con voz entrecortada.

—Estupenda —respondió Xena, palpando con cuidado alrededor de ella,


aliviada cuando sintió la empuñadura de su espada y curvó los dedos
alrededor. La levantó y la guio dentro de la vaina y luego exhaló—. Tócame
—dijo tranquilizada cuando hubo un calor inmediato enroscado alrededor de
su brazo y Gabrielle lo apretaba ligeramente.

Estaba tan oscuro que incluso ella no podía ver. Levantó la mano frente a su
cara y forzó los ojos, pero no había nada más que negrura sin ni siquiera un
movimiento mientras movía los dedos.
»Vaya —dijo—. En una escala del uno al diez de patearme el culo, esto es
veinte.

Gabrielle se deslizó más cerca y se apoyó contra ella, trayendo una


bienvenida calidez a lo largo de su costado derecho. Sintió como unos brazos
la rodeaban y como su consorte enterraba su cara en un lado de su cuello.

En la oscuridad, podía oler la piedra y luego, detrás, un olor rancio y acre que
parecía provenir de algo cercano. Lentamente extendió sus botas, y pateó la
roca con los talones hasta que llegó a un borde inesperado y sintió que una
bota pasaba por encima de un espacio abierto.

Supo, en un momento de alarmante pánico interno, que las cosas se estaban


saliendo de control. Debajo del suelo en el que estaban, estaba la cámara en
la que había pasado la mayor parte de su reinado y sabía bien que no había
ningún agujero en el techo. Con cautela, se inclinó hacia adelante y extendió
los brazos, invirtiendo su posición y palpando, hasta que sus dedos tocaron la
grieta en el suelo y sintió el borde afilado y reciente.

»Quédate aquí —Se inclinó y avanzó lentamente, hasta que su cabeza estuvo 413
sobre la abertura y miró hacia abajo. Por un momento no vio nada, entonces,
muy lejos, como si estuviera mirando hacia abajo por una chimenea, vio un
leve indicio de rojo al fondo. Después de un segundo, sintió el hombro de
Gabrielle presionar contra el suyo, y escuchó la respiración de su consorte
cerca.

»Creí haberte dicho que te quedaras allí.

—Lo siento —dijo Gabrielle mientras se acercaba—. ¿Qué es eso? ¿Qué está
pasando, Xena? ¿Dónde estamos? —preguntó—. Está tan oscuro. No hay
nada de luz, ni siquiera entra por la ventana.

Xena descansó sobre sus codos.

—No lo sé —dijo—. ¿Ves eso ahí abajo?

Gabrielle permaneció en silencio por un momento.

—¿Esa cosa roja?

—Mm. —gruñó la reina—. Por lo menos no estamos ciegas —dijo—. ¿Qué tal
eso como un aspecto positivo? —Sintió que Gabrielle se apoyaba contra ella
y luego la presión de sus labios contra su hombro—. Salgamos de aquí. —Se
echó hacia atrás, y luego se arrastró lentamente alejándose de la abertura,
retrocediendo hacia donde recordaba que estaba la pared. Palpó a lo largo
del suelo con cuidado, esperando no encontrar otra grieta abierta. No había
ninguna, pero casi se abrió la cabeza cuando chocó contra la piedra y se
paró abruptamente—. Uff. —Palpó la superficie, aliviada de encontrar la
pared que esperaba encontrar y se puso de pie junto a ella.

Gabrielle se puso de pie a su lado, un suave roce de madera contra piedra


sonando claramente mientras colocaba la vara a su lado.

—¿Xena?

—¿Hm? —La reina se ajustó el equipo de entrenamiento y apretó las correas,


flexionando brazos y piernas para determinar qué daño había sufrido en esa
lucha tan extraña—. ¿Estás bien?

—Sí —dijo Gabrielle—. Pero... creo que ese rojo se está poniendo brillante.

Rápidamente Xena levantó la vista y vio un resplandor ahora visible en el


centro de la sala. Mientras lo observaba, este aumentaba, y ahora podía ver
414
el contorno de la grieta en el suelo y una neblina apenas visible que emergía.
Al mismo tiempo, se dio cuenta de que el olor acre era cada vez más fuerte.

Por un lado, era aterrador. Por otro, cualquier luz era mejor que ninguna luz, y
se sintió aliviada de poder ver algo. Entonces, esa idea se evaporó cuando vio
a una figura salir de la abertura, perfilada en un tenue rojo, alta y
amenazadora.

—Uh, oh.

Gabrielle se acercó y puso la mano sobre la cadera de Xena.

—Ese es el auténtico tipo malo, ¿no?

Xena tomó aire lentamente y lo soltó.

—Si hizo ese agujero, apuesto a que sí.

La figura se alejó de la grieta y se dirigió hacia ellas, con un distintivo contoneo


en su caminar. Se detuvo justo delante de ellas, levantó sus brazos y
escucharon un chasquido.

Las antorchas se encendieron


Xena presionó su espalda contra la pared y sintió que la respiración se
acortaba, reconociendo un momento de auténtico terror. La luz de las
antorchas reveló a un hombre alto, musculoso y vestido de cuero negro, con
una barba bien recortada y el cabello negro como la noche. Tenía un rostro
anguloso, guapo, y ojos claros que se enfocaban directamente en ella.

Muy pocas cosas la asustaban. Por segunda vez en dos días, había
encontrado algo que lo hacía.

—Supongo que sabes quién soy —dijo la figura.

—Sí. —Xena solo esperaba que su voz no se rompiera—. Las imágenes en tus
templos no te hacen justicia.

Sorprendentemente, una sonrisa apareció en el rostro de la figura.

—No es que pases mucho tiempo en ellos.

—No —admitió Xena. Sentía la garganta seca y sabía que le temblaban las
rodillas. Sintió que Gabrielle se apretaba contra ella y miró a su consorte, que
la miraba con aprensión—. No lo paso. —Volvió a mirar hacia arriba—. Este es 415
el Dios de la Guerra, Gabrielle.

Gabrielle lo miraba con los ojos como platos.

—¿Eso es bueno o malo? —logró gemir.

—Lo descubriremos. —Su amante respondió débilmente.

Él sonrió de nuevo. Luego se volvió contemplando la cámara, echando un


vistazo a la grieta y chasqueando los dedos. Esta se cerró en un parpadeo,
dejando el suelo en su estado original, plano y de piedra.

—Depende de cómo lo mires. —Dio media vuelta—. Desde la perspectiva de


que te pateen el culo, probablemente sea bueno. —Se dirigió hacia ellas—.
Desde la perspectiva de que hayas captado mi interés, probablemente sea
malo.

—No fue a propósito —murmuró Xena—. Solo estaba tratando de tener un


maldito festival de la Cosecha.

La figura se echó a reír, su voz era rica y oscura, haciendo que se le erizara el
vello de la nuca.
—Tal vez solo eres afortunada de que no me gusten las persas medio idiotas
aspirantes a dios, entrometiéndose en mi territorio —concluyó—. Y me gustan
las chicas sexys que pueden patear el trasero de la gente.

—Persas —repitió Xena ignorando la segunda parte de su declaración.

Se detuvo frente a ellas y puso las manos en sus caderas.

—Esa fue una hermosa guerra —dijo—. El mejor entretenimiento que he tenido
en eones —dijo—. Ahí estaba yo, aburrido escuchando toda esa cháchara
arriba en el Olimpo cuando, ¿sabes qué? llegaron desde el culo del mundo.

Xena sonrió vacilante.

—¿Me alegro que lo disfrutaras?

—Oh, lo hice —dijo el Dios—. Pero cuando el Rey de Persia recibió tu nota,
sacrificó una veintena de vírgenes a su patético dios y le pidió que se vengara
de ti por aquello. —Extendió sus manos y se dio la vuelta—. Pronto tengo que
lidiar con la magia del clima e incluso con esos patéticos guerreros de las
sombras entrometiéndose en mis asuntos. —Se giró para mirarlas—. Eso no me 416
gusta.

—¿Entonces esos tipos eran de él? —preguntó Xena, señalando alrededor de


la sala—. ¿Qué eran?

Él la estudió.

—Sombras —dijo finalmente—. Lo que queda de lo que dejaste en el campo


de batalla.

—Ah.

—En fin. Ellos volverán. No se detendrán hasta que no te hagan pedazos —


dijo—. Un modo desagradable de irse. —Sonrió—. Ahora bien, tal vez podría
ser persuadido para resolver ese pequeño problema por ti —dijo—. Por un
precio.

Xena guardó silencio por un momento

—¿Qué tipo de precio? —preguntó—. ¿Qué tenemos que no tengas ya cien


veces?
El Dios se acercó, cruzando los brazos sobre su amplio pecho y mirándolas
atentamente.

—Me gusta la sangre —dijo—. Me gusta matar. Y a ti también —añadió—.


Tienes potencial.

A Xena le estaba resultando difícil respirar.

—Gracias —murmuró.

—Conviértete en mi acólita y me ocuparé de este pequeño problema por ti


—continuó el dios—. No es mucho pedir, ¿eh? Ya has recorrido la mayor parte
del camino, solo necesitas pulirte un poco. —Él extendió la mano y le tocó la
barbilla, girándole ligeramente la cabeza—. ¿Qué dices?

Xena no respondió. Estudió su rostro, notando las líneas duras y la crueldad allí,
junto con la atracción. Había una antigüedad en sus ojos, un color plano y
pálido que no podía determinar en la tenue luz.

—Tengo que pensarlo —dijo finalmente con tono tranquilo.


417
—¿En serio? —Su voz goteó sarcasmo—. ¿Vengo aquí y te salvo el culo y tienes
que pensarlo? Me lo debes. —Apretó el agarre de sus dedos—. ¿Verdad?

Xena sintió el peligro. Esto era algo en lo que tenía pocas opciones.

—Tengo que pensarlo —repitió incluso más suavemente—. No soy nueva en


esto y has esperado tanto tiempo. —Sintió que su cuerpo cambiaba y los
músculos respondían a la amenaza implícita, sus instintos imperturbables por
la presencia de la divinidad.

Quizás él lo sabía.

Después de un momento en blanco, él sonrió y la soltó, dando un paso atrás.

—Tienes una vuelta del sol, muñeca. Entonces volveré y será mejor que te
hayas decidido para entonces. —Levantó la mano, chasqueó los dedos y
desapareció en un destello de luz azul que las hizo parpadear con fuerza en
respuesta.

Durante un largo momento, el silencio continuó, luego Xena exhaló y se


desplomó contra la pared.

—Hades.
Gabrielle apoyó su cabeza contra el hombro de Xena.

—Creí que era Ares.

Eso forzó una débil mitad respiración-mitad risa desde el pecho de Xena.

—Estamos en serios problemas —dijo—. Muy serios problemas. —Se giró a


medias y abrazó a Gabrielle—. Esperaba que acabásemos la noche con un
escurridizo bastardo ensartado en mi espada y lo que he conseguido ha sido
que me ensartaran a mí. —Podía sentir a Gabrielle temblando un poco y se
dio cuenta del frío que hacía en la cámara. Xena miró a su alrededor y vio la
ventana abierta de nuevo, esta vez de par en par, con copos de nieve
entrando y cayendo al suelo—. Regresemos abajo —dijo—. No creo que esas
cosas negras vuelvan esta noche.

—Gran idea —dijo Gabrielle apretando su mandíbula, intentado evitar que le


castañearan los dientes—. Claro que podríamos tomar un poco de té caliente,
¿eh?

Xena recogió la vara y caminó alrededor de la cámara hacia la puerta,


418
evitando el centro donde había aparecido el agujero y luego desapareció.
Parecía lo suficientemente sólido, pero después de lo que acababa de
experimentar, no iba a correr ningún riesgo. Entonces, la idea de eso casi la
hizo vomitar, al recordar ese duro agarre en su rostro y esos ojos burlones.

Pero lo último que iba a hacer ahora era pensar en la oferta de Ares. En este
momento solo quería volver a su alcoba, conseguir gruesas túnicas alrededor
de ambas y darse la oportunidad de dejar de alucinar.

Ya habría tiempo para pensar. Pensar en todas las malas decisiones que ahora
se habían desplegado frente a ella. Averiguar qué hacer para garantizar la
supervivencia de ambas.

Y pensaba que un usurpador era el peor de sus problemas.

Gabrielle no iba a hablar. Podía ver la mirada seria e intensa en el rostro de


Xena cuando llegaron a la puerta, y vacilante, alcanzó el pestillo y se
estremeció un poco cuando lo tocó. Sintió el movimiento cuando su amante
se relajó, entonces lo descorrió, abrió la puerta y las hizo salir de la cámara
hacia la escalera de la torre, las antorchas de las paredes se agitaron un poco
por la corriente de aire de la puerta.
Comenzaron a bajar. Mientras rodeaban la curva, Brent subió unos pocos
escalones con la mano en la empuñadura.

—¿Todo bien, señora?

Xena lo miró brevemente.

—Estupendamente —dijo bajando los escalones—. Diles que aviven el fuego


de mi alcoba, ¿quieres?

—Señora. —Él bajó trotando y se dirigió a la puerta.

—¿Qué vamos a hacer? —susurró Gabrielle.

Xena suspiró.

—Tener sexo —dijo—. Podría ser la última oportunidad que tengamos y que
me condenen si la voy a desperdiciar.

—Urmp.
419

Estaba tranquilo de nuevo. Gabrielle se metió la mano debajo de la cabeza y


se acurrucó de costado, observando a la figura silenciosa sentada con las
piernas cruzadas a su lado.

Xena se había cambiado a una camisa de dormir y se había quitado las botas.
Tenía el pelo suelto alrededor de la cara y los codos apoyados en las rodillas,
con los largos dedos enlazados delante de ella.

Estaba pensando, decidió Gabrielle. Sus ojos estaban mirando más allá de la
cabeza de Gabrielle y estaban un poco desenfocados. Había una expresión
seria en su rostro y los pulgares golpeaban lentamente uno contra el otro.

La tetera vibró y se deslizó silenciosamente fuera de la cama, cruzando la


gruesa alfombra y recogiendo la olla con su mango envuelto. Vertió el agua
sobre dos tazas que esperaban, respirando profundamente el rico aroma de
las hierbas que flotaba hacia ella. Era un poco de normalidad en el reciente
caos y recordó brevemente su deleite al encontrar las hierbas de temporada
tardía escondidas en el jardín.
Su jardín, que ahora estaba enterrado bajo la nieve y el hielo, todo el último
potencial destruido por la tormenta. Gabrielle frunció el ceño, encontrando
este agravio un poco más hiriente de lo que había esperado. Tenía ganas de
recoger esas últimas frutas, dejarlas madurar mucho tiempo en los árboles
para desarrollar la dulzura que su amante disfrutaba en un poco de compota
de temporada.

—Estúpidos tipos malos.

Sin embargo, había miel con las hierbas, y podía oler esa dulzura, sabiendo
que provenía de las flores que había cultivado y cuidado para las abejas
grandes y gordas que zumbaban plácidamente, captando un toque picante
de las rosas que había cortado para ponerlas el plato de Xena solo media
luna antes.

Se había sentido tan bien con la temporada de cosecha.

Con un suspiro, agitó las tazas con la varilla de vidrio, el suave tintineo sonó
alto en la calma de la tormenta afuera. Cogió las tazas y regresó a la cama,
entregándole a Xena la suya mientras se metía de nuevo bajo las sábanas. 420
—Gracias —dijo la reina suavemente. Acunó la taza con ambas manos y la
miró, sus pestañas parpadearon un poco mientras el vapor bañaba su rostro—
. ¿Qué tal tu cabeza?

—Está bien —respondió automáticamente Gabrielle, pero descubrió que la


declaración era cierta. El dolor persistente había desaparecido por completo
y, aparte de todo lo demás, se dio cuenta que, en general, se sentía bastante
bien—. No me duele en absoluto.

Xena sonrió ante eso, sus ojos adquirieron un leve brillo.

—No solo estás diciendo eso para que te eche un revolcón, ¿o sí?

—No —le aseguró su consorte—. Pero lo haría —añadió después de una breve
pausa, con una pequeña sonrisa que se amplió cuando Xena se rio al
escucharla.

Luego volvió a estudiar su té, cayendo de nuevo en un pensamiento más


profundo.

Gabrielle decidió que solo sentarse en silencio y esperar era una buena idea.
Los soldados estaban de vuelta en el pasillo y ahora solas de nuevo, esta vez
con las velas empezando a consumirse señalando la hora tardía. Se
aproximaban cambios, pensó. Las cosas avanzaban de forma rara, y tenía la
sensación de que el amanecer podría traerles casi cualquier cosa.

La lucha en el piso de arriba había sido realmente aterradora. Gabrielle


flexionó una mano, recordando el picor de la madera al golpear cuando
empuñaba la gran vara. Sin embargo, pensó que lo había hecho bastante
bien, un poco sorprendida por la aparición de esta nueva habilidad en un
momento tan extraño.

¿Podría su golpe en la cabeza tal vez haberla afectado en algo?

Extraño.

Pero había sucedido de verdad. Gabrielle recordaba claramente la sensación


cuando había cargado contra las otras sombras, y lo equilibrado y correcto
que se sentía mientras las atacaba con la vara. No era lo que ella sentía
cuando practicaba con Xena. Flexionó sus dedos de nuevo pensativa.

Las sombras habían sido aterradoras, y más aún la grande que había luchado
421
contra Xena, porque parecía mucho más aterradora que incluso la reina.

¿Xena había tenido miedo?

No lo había parecido. No hasta que Ares apareció. Entonces la reina había


estado asustada, y lo más aterrador de todo, había sido cuando fue capaz
de verlo en la cara de su alta amante al apoyarse contra la pared.

Tan pocas cosas la asustaban.

Gabrielle se había aterrorizado de verdad entonces. Aterrorizada no tanto por


el ataque repentino, sino por la posibilidad de una pérdida más profunda y
permanente.

—Bien. —Xena habló por fin—. En qué montón de estiércol estamos, mi amor.

Eso, al menos, hizo sonreír a Gabrielle. Se estaba acostumbrando a ser llamada


así, en lugar de rata almizclera.

—¿Estamos?

—Estamos —confirmó Xena—. Como yo lo veo, tengo dos opciones. O bien


paso de Ares y tengo a esos fantasmas cabrones pateándome el culo de la
peor manera, o me rindo ante él y lo tengo como dueño. —Levantó los ojos y
se concentró en Gabrielle—. La verdad es que no me gusta ninguna de las
opciones.

—A mí tampoco. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. ¿He de suponer que todo


eso de escaparnos y hacernos piratas tampoco funcionaría?

Xena se rascó la barbilla.

—Probablemente no —dijo—. Sencillamente no sé qué hacer —suspiró—.


¿Qué piensas? —Miró a su consorte—. ¿Tienes alguna idea?

Las cejas pálidas de Gabrielle se alzaron casi hasta la línea de su cabello.

—¿Yo? —preguntó en medio de una inspiración—. ¿Ideas sobre qué? ¿Los


tipos negros y espeluznantes, o el tipo aún más espeluznante vestido de
negro?

La reina sonrió, solo un poco. Sus ojos bajaron y luego volvieron a alzarse
cuando Gabrielle se acercó para poner la mano sobre su rodilla.

—Puede que termines arrepintiéndote de todo eso de que tú vas a donde yo 422
voy, ¿sabes?

Gabrielle lo pensó un momento, volviendo a la época de su última aventura


cuando creyó que Xena la había abandonado alejándose, navegando en el
barco dejándolos a todos atrás. Recordó el absoluto vacío del momento y
sintió de nuevo ese profundo dolor.

—No, no lo creo —dijo en voz baja.

Xena sonrió de nuevo.

—No, ¿eh? —dejó que sus ojos cayeran una vez más.

—Incluso si esto termina en un lugar espeluznante, no —respondió su


consorte—. Prefiero estar contigo en el Tártaro, que estar sin ti en cualquier otro
lugar... y además... creo que ellos me dijeron que no iba a tener otra
oportunidad en el lugar agradable, así que está bien de todos modos.

Los ojos de Xena se levantaron bruscamente.

—¿Qué?

¿No fue eso lo que dijeron?


—Cuando intentaban que fuera a donde estaba mi familia —dijo Gabrielle—
, cuando dije que no, dijeron que era mi última oportunidad.

La reina la miró fijamente olvidando su té.

—¿Estabas soñando eso?

¿Lo había estado?

Gabrielle lo pensó. No se había sentido en absoluto como un sueño cuando


estaba sucediendo, pero supuso que podría haberlo sido, tal vez.

—No creo que estuviera durmiendo —dijo finalmente con voz apagada—.
Recuerdo mirar hacia abajo y verte abrazándome.

Xena se movió incómoda.

—Está bien, bueno, como sea. Lo pillo. Vienes conmigo. Vamos a hablar de
otra cosa, ¿vale? —dijo bruscamente—. Cambia de tema, hazme una
pregunta, haz algo.
423
—Xena. —Gabrielle apartó los tristes pensamientos y obedeció la petición—.
Si el dios persa realmente está tratando de lastimarte y los espectros negros
son suyos, ¿quiénes eran los otros tipos en el castillo y los túneles? Me parece
demasiada coincidencia, ¿sabes? ¿La antigua gente del castillo tratando de
hacer algo a escondidas al mismo tiempo que esos tipos siniestros? —La reina
lo consideró seriamente—. Es que parece tan raro —continuó Gabrielle—.
Quiero decir, vale, tener a la gente de antes aquí con todo eso del viejo rey y
el dragón tiene sentido —dijo—. Y... supongo que tener al Rey de Persia
enfadado contigo por darle una paliza a su ejército tiene sentido.

—¿Qué yo llame la atención del Dios de la Guerra no tiene sentido?

Gabrielle se movió un poco.

—Bueno, no sé mucho sobre eso, pero... —Frunció el ceño—. ¿No está él un


poco...?

—¿Llegando tarde al juego? —preguntó Xena en un tono divertido—. Es decir,


¿no soy un poco mayor para estar captando su atención ahora? —Se relajó
de la posición sentada y se tendió de lado al lado de Gabrielle—. Sí. ¿Sabes
qué? Parece como si me estuvieran haciendo la cama.

Su consorte pareció desconcertada.


—¿Cómo qué?

—Algo no está bien —aclaró la reina—. Creo que ni siquiera yo puedo


acumular tanta basura tan grotesca al mismo tiempo. El problema es, ¿puedo
averiguar qué es antes de mañana por la noche?

—Estoy segura de que puedes —dijo Gabrielle—. ¿Tal vez los persas sepan algo
sobre lo del dios?

—Hm. Tal vez. —La expresión de Xena se iluminó un poco—. Me pregunto si


puedo pujar algo más que su rey por los servicios. ¿Podríamos encontrar dos
docenas de vírgenes en esta fortaleza? —Vio a su consorte hacer una
mueca—. Oye, no te preocupes. Tú ya no cumples los requisitos. —Extendió la
mano y tocó suavemente la cara de Gabrielle—. Y no te ofrecería de todos
modos.

—No estaba preocupada por eso.

—¿En serio?

—En serio. —Gabrielle se retorció más cerca—. Sin embargo, ese sacrificio me 424
hizo sentir náuseas.

Xena se abrazó a su amante sintiendo que todo el cuerpo se relajaba cuando


el calor de Gabrielle penetraba la ligera tela que la cubría. Se sentía exhausta,
pero más de cabeza que de cuerpo, el estrés de los últimos días ponía al límite
su juicio, haciendo que quisiera tirar de las sábanas sobre las dos y no salir.

Tenía mucho en qué pensar. Mucho por decidir. Había cosas que tenía que
investigar, descubrir, de las que enterarse antes que todo se derrumbara sobre
ella mañana. Debería levantarse e interrogar a los persas, por un lado, y pensar
en cómo vencer a las sombras, y...

—¿Xena?

—¿Sí?

Gabrielle le dio un suave abrazo.

—Estás haciendo ruidos raros.

La reina suspiró.
—Lo sé —dijo—. Tengo miedo. —Su mejilla se posó sobre la cabeza de
Gabrielle—. Me temo que me he quedado sin opciones, ¿sabes? Si le digo que
no a Ares, esas sombras me patearán el culo y acabaré en el Tártaro. No
quiero ir allí. No quiero que vayas conmigo allí.

—¿Y si no acabas allí?

Xena miró a su amante con afecto irónico y verdadero.

—Cariño, no hay dudas sobre eso. Ambas lo sabemos.

—Yo no.

—Gabrielle.

—Yo no. —Gabrielle la miró—. Realmente creo que eres un héroe, Xena, y vas
a acabar donde sea que vayan los héroes —argumentó—. Especialmente si
te sucede algo mientras estás defendiendo a la gente de aquí. ¡Vamos! —
Xena suspiró—. Pero... —Su amante hizo una pausa—. Creo que si dices que sí
a Ares acabarás en un lugar no muy agradable.
425
La reina se movió un poco y la miró con curiosidad. Podía ver el ángulo de la
mandíbula de Gabrielle a la luz de las velas, observar como la superficie se
movía y se agitaba mientras su consorte apretaba los dientes y tragaba.

—¿Qué te hace decir eso?

—Solo lo siento —respondió Gabrielle con una voz suave—. Mi corazón lo


siente.

Xena lo analizó seriamente. Nunca había escuchado ese tono antes en


Gabrielle, podía ver y sentir la emoción en ella mientras se acurrucaban juntas.

Nunca había creído mucho en los dioses. Ares había dado en el blanco
cuando dijo que nunca pasaba tiempo en su templo, pero eso mismo era
cierto para con el resto de ellos. Xena siempre había confiado en sí misma y
en lo que fuera que el destino arrojara en su camino, y no había pedido ni
dado mucho a los señores del Olimpo.

Sabía de ellos, vagamente. Había templos en la ciudad, pequeños y algún


que otro acólito deambulando, pero incluso sus hombres, de quienes se podía
esperar que hicieran ofrendas, tendían a no hacerlo, reservando su idolatría
más o menos... bueno, para ella.
Si alguna vez hubiera sido alguien que se arrodillara, pensó, probablemente
hubiera sido ante Ares. El Dios de la Guerra, el maestro de la violencia y de la
sangre realmente iba con ella. De hecho, era probablemente algo halagador
que por fin se hubiera fijado.

Entonces, ¿por qué quería correr hacia otro lado? ¿Era su ego? Había vivido
tanto sin tener que enredarse con dioses, ¿no?

Sintió que el aliento, lento y medido de Gabrielle, calentaba la curva de su


pecho.

—Es gracioso —dijo—. Me siento igual —admitió—. La única persona a la que


quiero pertenecer es a ti. —Sintió el movimiento cuando Gabrielle sonrió, y
bajó la mirada, justo cuando su amante alzaba la vista.

Era extraño cómo podía sentir los ecos mientras sus almas rebotaban entre sí
allí en la noche. Ni siquiera se sintió ligeramente avergonzada al pensar eso,
cuando sintió los brazos de Gabrielle rodearla y abrazarla con fuerza.
Deliberadamente, dejó de lado la preocupación y le devolvió el abrazo.
426
Se sentía cálido y muy bueno.

Aquí en la noche, decidió que no era un buen momento ni lugar para hablar
sobre dioses o sombras, o sobre cuáles eran sus opciones. Aquí ahora, tal vez
fuera la última noche oscura de su vida, y este era un momento y un lugar
para que estuvieran juntas y disfrutaran la una de la otra sin importar lo que
traería el mañana.

Había bromeado antes al respecto, pero había una verdad allí. Este era un
momento para el amor. Xena ahuecó suavemente la mejilla de Gabrielle y
rozó sus labios con los de su consorte. Sintió la reacción inmediata y, cuando
sus cuerpos se presionaron uno contra el otro, sintió que la ansiedad se
desvanecía y desaparecía.

Y entonces alguien llamó a la puerta. Xena giró la cabeza y miró fijamente el


portón, como si al dirigirle suficiente desagrado, pudiera hacer que estallara
en llamas.

»Será mejor que sea bueno. —Se levantó de la cama y agarró la empuñadura
de la espada, sacándola de su funda y haciendo volar la cubierta de cuero
por la alcoba para estrellarse contra la pared. Llegó a la puerta y tiró para
abrirla, mirando a través de ella hacia la tenue oscuridad de la cámara
exterior. Un momento después se relajó—. ¿Qué pasa, Brent?

Su soldado estaba de pie al otro lado de la apertura, se le veía molesto y un


tanto temeroso,

—Majestad —dijo—. Lamento molestarle.

Xena dejó que su espada descansara sobre su hombro y lo miró.

—¿Pero?

Él tragó.

—Hay algo que necesito decirle —dijo—. Algo sobre mí que podría ser
importante por todo lo que sucedió este día.

La reina retrocedió un paso y dejó que la puerta se abriera por completo.

—Pasa.

Llevó la espada a las sillas frente al fuego, y se sentó en una, indicándole que
427
debería sentarse en la otra. Miró por encima del hombro y vio a Gabrielle
acurrucada de costado, con un brazo metido debajo de la almohada
mientras observaba lo que estaba pasando.

Brent se sentó tímidamente en el gran asiento frente a ella y dejó que sus
antebrazos descansaran sobre las rodillas, sus dedos se retorcían nerviosos.

—Los hombres han estado hablando.

—Desde el principio de los tiempos. —Xena estuvo de acuerdo, mirándolo de


cerca.

Eso obtuvo una sonrisa breve de él.

—Su Majestad. —Hizo una pausa—. Xena —continuó—. Sé que estabas


pensando que los de abajo estaban tratando de cambiar una de las líneas
del antiguo rey por ti.

—Mm —la reina gruñó suavemente—. ¿Sabes algo diferente?

Brent respiró hondo y soltó el aire.


—Sé que no tienen ninguno que sea legítimo —dijo—, y yo no... no creo que
estén tratando de hacer el cambio, no.

Xena colocó la espada sobre sus rodillas y juntó los dedos delante del rostro,
sus ojos observaban con atención al viejo subalterno.

—Lo han intentado otras veces.

El asintió.

—Lo han hecho, sí, pero Bregos ocurrió porque no tenían un candidato
adecuado. Todavía no —dijo—. Saben que no, señora, ya que la vieja línea
solo tenía uno que sobrevivió y ese nunca quiso ninguna corona.

Xena comenzó a sonreír lentamente.

—Ya veo.

Brent levantó la mirada encontrándose con sus ojos.

—Sé que muchos hablarían así. 428


—Si ellos quisieran vivir, por supuesto —respondió la reina en voz baja—. Pero
no muchos predicarían con el ejemplo todo este tiempo —añadió—. Mucho
menos del modo en que tú lo has hecho.

Brent sonrió brevemente, sus ojos se posaron en las manos.

—Espera. —Gabrielle había invertido su posición y ahora tenía su cabeza al


pie de la cama y su peso descansaba sobre sus codos—. ¿Estás diciendo que
estás relacionado con el viejo rey? ¿El del dragón? —su voz se elevó con
asombro—. ¿En serio?

Xena se rio entre dientes.

—Sí, lo está —dijo—. El hijo menor del viejo Ranulfo, si no me equivoco.

—¿Lo sabía entonces, señora? —preguntó Brent.

Pero Xena negó con la cabeza.

—Sabía que dos de sus hijos sobrevivieron. Uno de ellos murió de enfermedad
del pecho un año después que asumí el control y el otro desapareció sin dejar
rastro. Supuse que eso significaba que él era el cerebro del grupo. —Estudió a
Brent de nuevo, sin ver nada de las largas y angulosas facciones que
recordaba—. No te pareces a ellos.

La sonrisa de Brent se torció un poco y se volvió irónica.

—La mayoría pensaba que yo era bastardo —reconoció—. Podría haberlo


sido, ya que nunca estuve de acuerdo con la mayor parte. Me escondí en las
mazmorras durante un año, observando, luego me gustó lo que vi y pensé que
una vida como hombre de armas no era lo peor que podía encontrar.

—Eras solo un crio.

—Sí —asintió él—. Aunque nunca me arrepentí. —Se enderezó y miró a la


reina—. Nunca quise asumir la responsabilidad, señora. Dejé esa parte de mi
vida hace mucho tiempo y no quería ninguna otra. Pero no podía permanecer
callado con todo este tema dando vueltas y sabiendo que es falso o, de lo
contario, hay un impostor haciendo el trabajo.

Xena lo estudió en silencio.

—La mayoría de la gente supondría que los decapitaría al averiguarlo —dijo 429
con tono coloquial.

Él asintió.

—Mi vida siempre ha sido tuya, Xena —dijo—. Eso no ha cambiado, de verdad.

La reina sonrió.

—Pero creo que la relación de sangre no es más que una excusa conveniente.
Por un lado, nunca confié en la mayoría de los míos, y por otro, confié por
completo en una total desconocida que se paseaba por mi alcoba. —Echó
un vistazo por encima del hombro a Gabrielle que los observaba con avidez—
. ¿Qué piensas?

Brent miró también hacia ella.

—No era realmente un dragón, su gracia —dijo—. La verdad es que el viejo se


pasó de copas y trató de montar a caballo por el pasillo y se cayó en la
hoguera —dijo—. No fue un gran gobernante, la verdad. Solía golpear a sus
mujeres y nos odiaba a todos.

—Ah. Eso es muy malo —dijo Gabrielle—. Un dragón es una historia mucho
mejor.
—Sí.

—Pero que hayas sido leal a Xena todo este tiempo es una muy buena
también —Gabrielle sonrió—. Y oye Xena...

—Oye Gabrielle —respondió la reina.

—Eso significa que no hay nada que puedan decidir mañana por la mañana,
¿verdad?

Xena se echó hacia atrás.

—Depende —dijo—. De si tienen lo que ahora sabemos que es un impostor o


no. —Apoyó los codos en los brazos de la silla—. Pero cambia nuestras
opciones, seguro —dijo—. Ahora, ¿por qué no le cuentas a Brent lo que nos ha
pasado esta noche en la cámara? Ya que todos estamos compartiendo.

Brent la miró con incertidumbre.

—¿Señora?
430
—Es más, trae a Brendan y a tu compañero —dijo la reina—. Y haz que traigan
una bandeja de comida aquí. Hagamos una fiesta de eso. —Él frunció el ceño
y la miró detenidamente. Xena lo miró detenidamente de vuelta—. No voy a
matarte si eso es lo que estás esperando. Si quisieras apuñalarme por la
espalda, has tenido una década para hacerlo y no lo has hecho, y no creo
que los hombres sean tan pacientes. —Levantó la mano—. Venga. Cuanto
antes saques tu culo de aquí, antes podré darme un revolcón con mi consorte.

Brent se levantó y se sacudió un poco.

—Lo siento, señora. Yo estaba... No estaba seguro de si querría mis servicios


una vez que escuchara la verdad. No temía tanto por mi piel —explicó—. Era
una posibilidad.

—También lo fue confiar en mí —respondió la reina con voz seria—. Y ahora


podríamos estar metidos en algo realmente grave y oscuro debido a ello, así
que vamos a trabajar juntos y ver qué podemos hacer al respecto. —Brent
asintió, y se fue, tocándose la cabeza al pasar junto a Gabrielle en un gesto
de respeto. Cerró la puerta tras él y volvieron a quedarse solas. Xena se giró
en su asiento, emitiendo un suspiro exagerado—. Como si esta noche no fuera
lo suficientemente caótica.
—Vaya —dijo Gabrielle—. Te aseguro que no me esperaba eso.

—Yo tampoco. —Xena estuvo de acuerdo con franqueza—. ¿No doy la


impresión de ser una imbécil? Durante diez años he tenido al heredero de la
vieja línea guardándome las espaldas y no lo sabía. —Su voz era triste—. Y yo
que pensaba que esos túneles eran malos.

Gabrielle le sonrió con ironía.

—Al menos él es amable.

—Al menos no resultó ser Stanislaus. —La reina se levantó y recuperó la funda
de su espada, asentó la hoja y la arrojó sobre la cómoda antes de lanzarse
sobre la cama y tomar a Gabrielle en sus brazos—. Tal vez debería reconsiderar
todo eso de huir y ser piratas.

—Me gustaría. —Gabrielle mordisqueó su clavícula, retorciéndose contra ella


y exhalando de satisfacción—. Quiero ser una pirata contigo.

Xena se rio entre dientes.


431
—Lo harías hasta que dieras con tu primera tormenta en el mar —dijo rodando
sobre su espalda y llevando a Gabrielle con ella. Levantó la cabeza y la besó,
saboreando el calor familiar que se filtraba por sus entrañas—. Todo el mundo
se ha vuelto loco, Gabrielle. ¿Deberíamos simplemente disfrutarlo?

Las manos de Gabrielle se deslizaron bajo su camisa de dormir y su cuerpo


presionó hacia abajo mientras su consorte le devolvía el beso.

Xena lo tomó como una respuesta, y esperó que Brendan fuera un poco difícil
de encontrar.
Parte 11

Brendan apoyó los codos contra la armadura de sus rodillas y parpadeó un


par de veces.

—Maldita sea —dijo finalmente después de que Gabrielle había dejado de


hablar—. He vivido mucho tiempo y nunca antes había oído nada como eso.

—Vaya —murmuró Brent.

El compañero de Brent, Gerard, se pellizcaba el puente de la nariz haciendo


una mueca. Lastay simplemente estaba sentado en su asiento, sacudiendo la
cabeza.

Estaban todos en la zona de estar en la cámara interior de Xena, alrededor


del fuego, con una olla de vino bien condimentado calentándose y una 432
bandeja de crujiente pan recién horneado y carne. Las antorchas estaban
recién encendidas en los soportes de la pared y la estancia se había caldeado
al escuchar a Gabrielle contar su historia de esa noche.

Espíritus malignos, dioses y todo.

Xena estaba tendida en una de las grandes sillas más cercanas al fuego,
haciendo girar un poco del vino en su copa.

—Y bien —dijo cuando terminó la historia—. ¿Sorprendidos? A mí me


sorprendió bastante.

—Señora, ni siquiera puedo empezar a imaginar qué decir sobre eso —dijo
Lastay tristemente—. De todas las cosas que he considerado que quizá
compartiera conmigo, esta no era una de ellas.

—Espera, tengo otra para ti —dijo la reina—. Brent es el hijo del antiguo rey. —
Lastay se volvió y miró fijamente al hombre de armas de Xena. Lo mismo
hicieron Brendan y Gerard quienes se quedaron boquiabiertos—. Y Gabrielle
puede volar —añadió Xena en el mismo tono.

Todos se volvieron para mirar a su consorte, que estaba sentada sobre la


alfombra de una manera particularmente no voladora
—La verdad es que no —dijo Gabrielle después de una breve pausa—. Pero
todo lo demás es cierto.

—¡Tú! —Gerard miró a su compañero—. ¿Has estado manteniendo eso en


secreto todos estos años?

Brent suspiró.

—Han pasado tantos años que lo había olvidado, en serio —admitió—. Lo


recordé cuando apareció Philtop, pero simplemente me hizo gracia. —Miró a
Xena—. Me alegré de verlo muerto. Se lo merecía.

—Si. —La reina estuvo de acuerdo—. Pero dado que todos estamos en plan
íntimo y compartiendo confidencias, debería deciros que no lo maté yo.

—¿Es eso cierto, Xena? —la voz de Lastay se elevó con sorpresa.

—Es cierto —respondió Xena—. Ese estúpido bastardo estaba arrastrándose


por allí, sin lugar a dudas, pero ya estaba muerto cuando salí de la cama para
ver qué pasaba. —Bebió un sorbo de vino—. Toda esa historia me molestó.
¿Por qué Hades estaba allí, vestido de negro, husmeando? ¿De verdad creía 433
que estaba tratando de protegerme? ¿A mí? —Xena levantó la mano—. Lo
golpeé allí fuera el día anterior. Yo no necesitaba un protector y él lo sabía.

Todos reflexionaron sobre eso.

—Si no estaba aquí para eso, ¿entonces para qué? —preguntó Lastay—.
¿Estaba actuando como un ladrón, entonces?

—¿Ladrón? —murmuró Xena.

Brendan se recostó en su silla.

—Estaba muy necesitado de monedas, Xena. Tal vez su Gracia tiene razón en
eso.

—Ladrón —repitió la reina frotándose la sien con los dedos—. ¿Así de simple?

Gerard se levantó y deambuló por la sala.

—Pero, ¿un ladrón de qué Señora? ¿Guarda algo allí de tanto valor?

Xena se dio cuenta de que todos estaban más dispuestos a hablar de Philtop,
que de los espíritus malignos y el Dios de la Guerra. Eso tenía sentido y estaba
contenta de dejar que esa cuestión se eludiera por un tiempo. Pensó en la
gran sala de abajo y sopesó, tratando de verla desde el punto de vista de un
ladrón.

Era una estancia grande y había tapices colgados en las paredes que
estaban bellamente hechos y coloreados, escogidos por Gabrielle junto con
los muebles y las gruesas alfombras en los suelos. Era de colores más claros que
la sala en la que estaban ahora y, con todas esas ventanas, mucho mejor
iluminada.

Nada de auténtico valor.

Las decoraciones eran agradables y los huecos también contenían baratijas


y cosas que sus nobles le habían dado, pero no había nada que fuera
fácilmente llevable o vendible y que valiera la pena robar.

—Nada —dijo—. Lo más valioso en todos los aposentos, además de Gabrielle,


está en mi cofre de armas.

—¿Eso redondo? —adivinó Gabrielle.


434
Xena asintió.

—Esas piedras son zafiros de verdad. —Se movió en su silla—. El cofre de joyas
en el vestidor tiene cosas bastante buenas, pero tendría que haber entrado
en la cámara interior para eso y hubiera sido un suicidio —consideró—. La
corona y toda la parafernalia están en el tesoro. Bajo llave.

Brendan se echó hacia delante.

—Xena, ese cofre de allí, ¿no es ahí donde guardaste las concesiones de
tierras?

Todos se quedaron callados y miraron a la reina, que había dejado de agitar


su copa.

—Concesiones de tierras —reflexionó Xena—. Maldita sea si no es ahí donde


están. Gerard. —Miró a su sicario—. Ve a buscar a Jellaus y a ese cofre.

—Señora. —Gerard se levantó y salió corriendo por la puerta, cerrándola


cuidadosamente detrás de él.

Lastay se levantó, cogió la olla de vino haciendo un circuito y sirviendo las


copas de todos.
—Seguramente no pueden estar tras eso —dijo—. ¿Qué puede haber de
interesante en las concesiones? No pueden venderlas.

—Xena. —Gabrielle se levantó y se acercó a la silla de la reina, sentándose en


el brazo—. La verdad es que todo comenzó a ponerse realmente raro cuando
les dijiste a todos que ibas a pedirle a ese tipo que tomara posesión de las
tierras cerca de la ciudad por ti —dijo—. ¿Recuerdas?

¿Lo recordaba?

Xena cerró los ojos y volvió a pensar en aquella corte cuando, casi de modo
impulsivo, le cedió las tierras a su noble fronterizo con ellas.

—Hijo de puta —abrió los ojos y miró a su consorte—. Bresius. Sus hombres
fueron los primeros asesinados.

—¡Eso es correcto! ¡Y justo después apareció ese bastardo de las Tierras


Occidentales! —dijo Lastay—. Sin embargo, difícilmente podría haber estado
conectado, había estado viajando largos días para llegar hasta aquí.

—Bresius —reflexionó Xena—. Le cedí tierras, y justo después, eso se va al 435


Hades. —Levantó una rodilla—. Ni siquiera era algo en lo que pensé de
antemano. Me gustaron las dagas que el maldito hombre me dio.

Lastay volvió a sentarse.

—Pero... ¿Por qué sería importante? —preguntó—. Había buenas tierras de


cultivo allí, Xena, pero apenas algo por lo que comenzar una guerra. —Sus ojos
la observaban—. Porque eso es lo que me parece, que esta es una guerra.

—Claro que lo es —la reina estuvo de acuerdo. Apoyó su cabeza contra el


costado de Gabrielle—. ¿Podría ser esto? Tenía toda una sala llena de
aduladores gritándome después que hice aquello, advirtiéndome de este
tipo.

—Sí, es cierto. —Brendan estuvo de acuerdo. Se levantó y fue a la bandeja,


cogiendo una rebanada de pan y colocando rodajas de carne—. Lo
recuerdo. Estaban diciendo que no confiaban en él.

—Que ironía —dijo Xena—. Estaba bastante segura de que la mitad eran los
lame-botas de Bregos. Yo no estaba entonces.

El duque Lastay frunció el ceño.


—Conozco a esos hombres. Esa zona nunca se inclinó por el modo de Bregos,
Señora. Sinceramente. Especialmente Bresius. Era hermético.

—¿Sí? —Xena lo miró.

—Según dicen, la razón por la que tuvo que recurrir a las incursiones fue
porque los terratenientes se negaron a ceder ante él —relató Lastay—.
Cerraban las puertas y disparaban a su enviado.

—¿En serio? —Xena se sentó con una expresión de interés—. ¿Cómo es que
me estoy enterando de esto ahora?

—Los hombres que vinieron con ellos estaban hablando en el salón —dijo
Brendan—. Acabamos de oírlo hoy.

Lastay asintió.

—Sí, y también lo escuché de los demás, tampoco estaban encantados con


ellos.

Xena se rio suavemente. 436


—Entonces debe ser cierto. —Apoyó los codos en los brazos de la silla—. Tal
vez me equivoqué... como dijeron —admitió—. Es difícil saber en quién confiar.

—Sí. —Brendan suspiró.

Gabrielle se inclinó y le dio un beso a la reina en la parte superior de la cabeza.

—Para mí no fue difícil por alguna razón.

Xena sonrió mirándola.

—No. Tampoco fue difícil para mí en tu caso.

La puerta se abrió bruscamente.

Xena no se paró a pensar. Se levantó de su asiento con su espada en la mano,


dejando atrás a sus hombres en un suspiro, antes que el cuerpo que entraba
atravesara la puerta y lo reconociera.

—Gerard, llama. —Se relajó y dejó caer la espada—. ¿Qué es eso?

Su asesino respiraba con dificultad, y, además, tenía las manos vacías.


—Xena, esa cámara ha sido destrozada. El cofre ha desaparecido —dijo—.
Hay hombres muertos allí. Deberías venir a verlo.

—Ya lo creo que debería hacerlo. —Xena volvió a meter su espada en su


vaina—. Deja que me ponga unas botas. Esto es una locura. ¿Qué piensan
que vale ese cofre? Las concesiones se mantienen aquí. —Extendió su mano
y la cerró en un puño—. No en el pergamino —dijo—. Alguien que vaya a
buscar a Bresius. Traedlo abajo.

La sala estalló en actividad. Xena regresó a su alcoba para ponerse algo de


ropa y Gabrielle la siguió. Brent salió a buscar a Bresius. Gerard se acercó a la
chimenea para recuperar el aliento y contar los detalles a Brendan y Lastay.

»Chiflados. —Xena se puso la armadura de la casa y se la abrochó—.


Chiflados, chiflados, chiflados.

Gabrielle se estaba poniendo su propia armadura y tabardo, contenta de que


le hubiera dejado de doler la cabeza y que su estómago hubiese vuelto a la
normalidad. Se sentó para ponerse las botas y apretar los cordones, sintiendo
que su corazón comenzaba a acelerarse. 437
—¿Qué crees que significa, Xena?

—Significa que no voy a poder irme a la cama contigo todavía. —Xena


suspiró—. Esta realmente no es mi noche.

Gabrielle sonrió brevemente.

—Aparte de eso.

—No lo sé. —La reina le ofreció una mano—. Vamos a averiguarlo. —Le
entregó a Gabrielle su vara y se dirigió a la puerta, moviendo los hombros para
acomodarse la armadura—. Lo cierto es que no puedo sorprenderme mucho
después de todo lo que ha sucedido hoy.

Bueno, eso probablemente era cierto.

Gabrielle agarró su vara y la siguió. Los hombres estaban esperando en la


puerta y todos salieron a la gran sala redonda y se dirigieron hacia las
escaleras en grupo, haciendo ruido al bajar y enviando ecos contra las
gruesas paredes de piedra.
Los soldados empezaron a salir de todas direcciones, con las armas
desenfundadas hasta que las antorchas encendidas revelaron la identidad
del grupo, entonces los guardias se convirtieron en escoltas mientras Xena los
guiaba hacia las puertas de sus cámaras. Cuando llegó, estiró las manos y las
abrió.

Gabrielle estaba justo detrás y echó un vistazo por encima del hombro de la
reina mientras atravesaban la sala de audiencias y entraban en la cámara
exterior a sus aposentos personales.

Ambos se detuvieron y casi se choca contra la espalda de Xena.

—¡Vaya!

La cámara estaba realmente destrozada. Xena giró lentamente en el sitio,


mirando de un lado a otro, sus ojos claros se abrieron con sorpresa.

—Parece como si alguien hubiera dejado a mi caballo suelto aquí con un par
de yeguas cachondas.

—Guau —aceptó Gabrielle asomándose detrás de su brazo. 438


—¿Cómo ha podido pasar esto y que nadie lo oyera? —Xena se volvió y miró
a la guardia—. Oí una rata escaleras arriba en mi cámara de entrenamiento
y fui tras ella. ¿Y nadie oyó ESTO?

Parecía difícil de creer. Gabrielle intentó reconciliar la memoria de la cámara


con lo que veía ahora. Todos los muebles estaban hechos astillas, y los tapices
habían sido arrancados de las paredes. A las paredes mismas les faltaban
trozos y el suelo estaba cubierto de escombros y entre estos, había tres cuerpos
dispersos.

Todos miraban a su alrededor con igual incredulidad.

Brendan tomó la iniciativa y pasó junto a Xena a la cámara con Brent justo
detrás de él. Se agacharon al lado del cuerpo más cercano, dándole la vuelta
boca arriba. Estaba vestido con ropa oscura, pero sin nada para ocultar su
rostro.

—Maldita sea.

Xena dio un paso a un lado para ver lo que estaba mirando.

—Bresius.
Gerard estaba dando la vuelta al segundo cuerpo.

—Uno de sus hombres, Señora.

Lastay se acercó y tocó la pared.

—Parece como si lo hubiera golpeado un ariete, mi señora. —Miró a Xena—.


O algo duro, al menos.

Xena se acercó y se unió a él, recorriendo con manos expertas la destrucción.

—Sin duda —reflexionó—. ¿Y las concesiones de tierras faltan, o fueron


llevadas a algún otro lado? No hay necesidad de dejarlas en mis aposentos.

Brendan se levantó y puso las manos en sus caderas.

—Podría ser —dijo—. Pero hubiera sido Stanislaus quien lo hubiera hecho, ¿eh?

—Seguro. —Gabrielle habló—. Nadie más se habría molestado en eso.

—Stanislaus —repitió Xena en tono pensativo—. Sí, el viejo entrometido podría


haberlos guardado —dijo—. Tal vez alguien estaba tratando de echarles un
439
vistazo y él no se lo permitió.

—Tal vez por eso acabó acuchillado —dijo Brendan.

—Tal vez. —La reina estuvo de acuerdo—. ¿Es posible que todo este maldito
lío sea por algo tan simple como la avaricia? —Gabrielle resopló en voz baja.
Xena se sentó en un cofre volcado, que una vez había contenido cortinas
dobladas y sábanas—. Algo no cuadra. —Miró a su alrededor—. Pensaba que
estaba entendiendo lo que estaba pasando aquí, pero ahora no tengo
ninguna maldita pista. —Echó un vistazo al tercer cuerpo en el suelo, cerca de
sus botas. Estudió la cara—. ¿Alguien sabe quién es este?

Brendan se acercó y miró hacia abajo y Gerard se unió a él. Lastay vagó hacia
donde Xena estaba sentada y se apoyó contra la pared y después de un
momento, Gabrielle se unió a ellos, apoyando su mano sobre el hombro de
Xena.

El cuerpo era pequeño y delgado, la cabeza cubierta de sangre, pero de pelo


rubio y de forma casi cuadrada.

—No lo conozco —dijo Lastay finalmente.


—Yo tampoco. —Brent se agachó para examinar el cuerpo—. Recibió un
golpe en la cabeza. Con lo que sea que haya hecho eso. —Señaló la grieta
en la piedra detrás de Xena. Se inclinó más cerca, y luego volvió a girar la
gruesa túnica que llevaba el hombre exponiendo su hombro.

Había una marca allí y, después de un momento, Gerard se unió a él con una
vela y le liberaron el brazo, girándolo para que todos pudieran verlo.

—Está marcado.

Xena miró el oscuro tatuaje en el brazo del hombre.

—Brendan. Ve a buscar a Lakmas.

Sin decir una palabra, su capitán se fue trotando mientras despejaba la


puerta.

—¿Es una marca persa, señora? —preguntó Brent—. El hombre en sí mismo no


parece uno. —Le ladeó la cabeza que tenía una gran herida en un costado,
como si la espada la hubiera atravesado. Era difícil discernir sus rasgos, pero el
cabello rubio y la piel pálida atestiguaban las palabras de Brent. 440
—Gerard. —Xena parecía absorta en sus pensamientos—. Ve a los aposentos
de Stanislaus. Mira a ver que encuentras allí.

—Sí, señora. —Se puso en pie—. Llevaré a algunos de los hombres conmigo.
No se sabe qué podría haber allí delante de nosotros después de esto. —Hizo
un gesto a dos de los guardias que estaban de pie, vacilantes, justo en el
umbral de la puerta, y lo siguieron con evidente alivio.

Xena miró detrás, hacia la pared, estirándose para tocar la destrucción. Podía
sentir el duro y áspero borde de la roca contra la punta de sus dedos y se
detuvo, solo sus ojos se movían mientras trataba de juntar las piezas.

—¿Qué tienen de especial esas tierras? —reflexionó.

—No parecía ser así —dijo Brent—. Llanuras hasta el río después del paso en el
que luchamos.

Llanuras, sí.

Xena desvió su mirada y evocó imágenes en su memoria. Apenas les había


prestado atención en el camino a la ciudad, concentrada en el resultado final
en vez de en los lugares que había estado pasando, pero recordó las tierras
onduladas que eran abiertas y salvajes, a excepción de las extensiones de
bosque a lo largo la cresta que daba al mar.

Despejadas y divididas, serían buenas para plantar, especialmente porque el


río que habían recorrido, se había desbordado durante mucho tiempo y
enriquecido el suelo que lo rodeaba. Pero eso no era nada especial, era mejor
y más fértil que el valle en que habían encontrado a Bregos.

Buenas tierras.

Sin duda entendió por qué los otros terratenientes le habían dado la lata
cuando se las había dado a Bresius. Pero no valía la pena hacer lo que se
había hecho aquí, lo que provocaría que les cortara la cabeza.

Los melocotones eran buenos, pero si la boca con la que esperabas comerlos
estaba llena de gusanos, ¿qué sentido tenía realmente?

¿Realmente merecían la pena como para levantar su puño contra ti?

¿De Verdad?
441
Eso no tenía sentido.

—¿Qué piensas? —le preguntó a Gabrielle.

Los ojos verdes pálidos pasaron del cuerpo a ella.

—¿Acerca de qué?

—¿Esto? —Xena indicó la cámara.

Gabrielle se sentó junto a ella, presionándose a lo largo del lado izquierdo de


una manera cálida y agradable.

—Creo que es más raro que una oveja cantando —dijo finalmente—. Ni
siquiera sé qué decir Xena. ¿Qué está pasando aquí? ¿Es ese uno de los
malos? —Señaló al hombre marcado.

Xena cruzó sus manos.

—Bueno, ninguno de nosotros lo conoce, lleva un tatuaje del este, y nadie le


dio permiso para estar aquí, parece que es uno de los malos, pero en este
punto, mi amor, no estoy dispuesta a asumir nada. —Se apoyó contra la pared
y exhaló—. Me iré con esa oveja cantarina tuya.
Lastay se cruzó de brazos.

—No pasé mucho tiempo en la zona, pero, ¿había algo que pudiera tener
valor en estas tierras, señora? ¿Un poco de oro, gemas o cosas por el estilo?
Nada más parece tener sentido para mí que lleve a los hombres a la locura
buscándolos.

—No pasé mucho tiempo allí tampoco —dijo Xena—. No vi nada de eso
mientras estábamos en el área. Aparte de la ciudad portuaria que es valiosa
en sí misma, no había mucho allí. —Se levantó y fue hacia el hombre no
identificado, agachándose sobre una rodilla para examinarlo. Tenía una
estructura nervuda y, debajo de la ropa gruesa y oscura, su cuerpo era fibroso,
la superficie cubierta por un trazado de finas cicatrices que hicieron sonar en
su interior una leve campana de familiaridad. Entonces se dio cuenta de
dónde las había visto antes—. Gabrielle, acércate un momento.

Su consorte se acercó y se arrodilló junto a ella, apoyando la mano en el muslo


de Xena.

—¿Qué es eso? 442


Xena señaló las cicatrices.

—¿Sabes qué causó eso?

Gabrielle las estudió.

—No —dijo—. ¿Qué?

La reina volvió la cabeza y la miró.

—¿De verdad no lo sabes? —Estudió intensamente la cara de su consorte, sin


encontrar nada más que abierto desconcierto allí—. ¿En serio?

—¿Debería? —preguntó Gabrielle después de un minuto—. ¿Por qué?

Xena dudó brevemente.

—Las tienes por toda tu espalda.

Su consorte se incorporó con sorpresa.

—¿Las tengo? —preguntó en un tono asombrado, con una mano estirándose


para tocar su columna vertebral—. No, yo no las tengo, ¿verdad? —La reina
asintió en silencio. La mirada de Gabrielle se volvió introspectiva y se quedó
mirando a la nada durante un largo momento. Entonces su expresión se aclaró
y levantó la vista hacia Xena—. Creo que sí recuerdo cuándo debí
hacérmelas. Nunca pensé sobre eso —dijo.

—¿Sí? Pensé que tal vez el despreciable de tu padre lo hizo. Quizá no quisieras
hablar sobre eso. —Xena volvió a mirar la cara de su consorte—. No te culpo.

Pero Gabrielle negó con la cabeza.

—No, no son de esa vez. Tuve que perseguir a cuatro de las ovejas hasta la
cresta en nuestro terreno y trepar por allí, resbalé y caí en una grieta entre las
rocas —explicó—. Fue todo... ¿Supongo que la roca era áspera? ¿Un poco
afilada? Cuando me deslicé, me corté la espalda y me dolió mucho.

—Ah.

—Después tuve que escalar por la cueva en la que caí para poder salir. —
Gabrielle levantó las manos e hizo un gesto como si tirara de sí misma hacia
arriba—. Mi camisa ya estaba desgarrada en su mayoría y las rocas me
443
rastrillaron. Lila me ayudó a limpiar todo y dolió mucho por un tiempo, pero...
—Hizo una pausa—. Creo que en general me olvidé de eso. Nunca se lo dije.
Él me habría dado una paliza.

—¿Por acabar cortada? —La voz de Xena bajó con incredulidad.

—Por arruinar mi camisa —le respondió Gabrielle en voz baja—. Estaba hecha
pedazos.

—Por los dioses. —Lastay había estado escuchando—. ¿Qué clase de animal
podría haber hecho eso?

Xena suspiró y acarició gentilmente la espalda de su consorte.

—¿Recuerdas qué tipo de roca era? Esas son líneas finas y afiladas. —Señaló
el pecho del hombre—. No era el granito por el que estuvimos trepando allí
fuera.

Gabrielle extendió la mano para tocar la piel fría.

—Eran cristales —dijo—. Lo recuerdo porque el sol se estaba poniendo y la luz


que los iluminaba era muy bonita, y recuerdo pensar que algo tan bonito no
debería haberme herido así.
—Cristales. —Xena miró a Lastay—. Me pregunto de qué tipo.

—Por los dioses.

Lakmas apoyó sus grandes antebrazos en sus rodillas y contempló el cadáver


con expresión pensativa en su rostro.

—No hay duda, magnificencia. La marca está hecha a la manera de mi


gente, pero este. —Señaló el cuerpo—. No es persa.

—No. —Xena estaba sentada en una de las sillas grandes que había sido
arrastrada por algunos de los soldados. Los otros cuerpos habían sido retirados
y tres sirvientes correteaban alrededor limpiando la cámara—. No es persa a
menos que su madre se parezca a Gabrielle.

Lakmas frunció el ceño, luego sus dos enormes hombros se levantaron en un


medio encogimiento de hombros.
444
—Se sabe que a veces pasa —admitió—. Pero esos no tienen una vida fácil.

—¿Hay alguna vida realmente fácil? —reflexionó Xena—. La mía no lo era y


tampoco la de Gabrielle. —Levantó la mano del hombre y la examinó. Los
rígidos dedos tenían callos y la palma estaba llena de músculos. Giró su propia
mano y las comparó—. Era un guerrero.

—Sin embargo, solo llevaba un puñal —comentó Brendan tendiéndoselo.

Xena dejó caer la mano ignorando el golpe sordo de la carne muerta contra
la piedra. Tomó la daga y la sacó de su funda, mirando a lo largo de la hoja.
Era un arma finamente hecha, lisa como una tabla y bien afilada, y la
empuñadura mostraba evidencias de un uso prolongado.

Se la entregó a Lakmas.

—¿Qué piensas de eso?

El persa estudió el cuchillo.

—No es de las que usamos nosotros —dijo—. Es de las que esperaría encontrar
por aquí, por el norte de estas tierras.
Xena asintió.

—De acuerdo. —Se levantó y se sacudió las manos. Hasta el momento, el


examen de la sala solo había servido para agregar más preguntas a su cesta
en lugar de respuestas a cualquiera de ellas. Inspeccionó las paredes e intentó
de nuevo imaginar qué podría haber hecho esos agujeros—. Seguro que no
hizo eso.

—No. —Lakmas se acercó y tocó el agujero—. Parece que solo un martillo de


guerra impulsado por los brazos de un dios podría hacer este daño, sin tener
un ariete para hacerlo.

Gabrielle y Xena intercambiaron miradas.

—Interesante idea —murmuró la reina—. Pero dudo que ningún maldito dios
estuviera aquí golpeando mis paredes en busca de concesiones de tierras.

En ese momento Gerard se deslizó por la puerta y miró a su alrededor,


divisando a Xena.

—Señora. —Llevaba un grueso conjunto de pergaminos debajo de un brazo— 445


. He encontrado esto. No estoy seguro de si es lo que se necesita o se busca,
pero... —Llevó el paquete al lugar donde estaba Xena y se lo entregó—. No
había mucho en sus aposentos. Tampoco parecía que se hubiera tocado
nada allí dentro.

Xena llevó el paquete a uno de los aparadores contra la pared que había
sobrevivido al caos y lo dejó encima.

—Bueno, él está muerto —dijo—. Supongo que pensaron que no había nada
más que sacar allí. —Examinó el paquete que estaba atado con una correa
de cuero y una lazada—. ¿Sabes qué, Gabrielle?

—¿Vamos a volver a mudarnos arriba a la torre de verdad? —Gabrielle había


venido para pararse al lado del aparador, y se recostó contra ella.

Xena sonrió brevemente.

—Bueno, hasta que este lugar sea reformado. —Echó un vistazo alrededor—.
Pero lo que iba a decir era que esto parece algo que harías tú. —Indicó el
pergamino, luego desató suavemente los cordones y desabrochó la correa,
abriendo el paquete y dejando los lados planos—. Trae aquí esa vela.
Gabrielle lo hizo, lo suficientemente cerca como para que pudieran leer los
contenidos, pero no tanto como para prender fuego al pergamino.

—¿Qué es?

Xena tocó la parte superior de la primera página entrecerrando los ojos un


poco para leer las letras descoloridas. Tenía una leyenda, y se dio cuenta de
que era una fecha anterior a su llegada y conquista de la fortaleza. Leyó las
primeras líneas, luego pasó una página y leyó un poco más.

—Es un diario —dijo.

Gabrielle se inclinó a su lado.

—¿Él lo escribió? —Miró la página—. ¿Es... oh, es el día a día? Recuerdo que
él tomaba notas como esas cuando tenías corte. ¿Lo registraba todo? ¿En
serio? Pensaba que el escriba se encargaba de eso.

—Lo hizo... quiero decir, lo hace —dijo la reina—. Creo que Stanislaus
simplemente hacía esto por su cuenta. —Dio la vuelta al paquete de
pergaminos y encontró hojas con tinta más vívida, notas actuales que 446
terminaban justo... Xena tocó la entrada de la última página. Justo antes de
que lo atacaran—. Solo puedo imaginarme todos los nombres con los que me
llamó aquí. —Se dio media vuelta y regresó al cuerpo del asaltante, dejando
a Gabrielle pasando las páginas con aire pensativo y examinando lo escrito—
. Está bien. Que alguien despierte a Jellaus y traiga al archivista aquí. Necesito
volver a hacer esas concesiones antes de que el lugar se vuelva loco.

—Vienen de tu mano, Xena —dijo Brendan—. No hay daño entonces,


¿verdad?

—Si, vienen de mi mano, pero lo último que necesitamos es que se corra la voz
de que no tenemos registro de quién tiene qué y todos comiencen a pegarse
unos a otros sin consultar aquí en la fortaleza —dijo Xena—. Programa una gran
corte al amanecer. Vamos a sacar todo esto a la luz.

Gabrielle apoyó los codos en el aparador y estudió la página que tenía


delante, cubierta por una delgada y desigual escritura. También sospechaba
que Stanislaus no había escrito cariñosamente sobre ella, pero esta sección
que había dejado para el final había sido sobre Xena, y no había ira.
Hoy, por fin, su Majestad me miró, no más allá de mí. Era algo hermoso y
terrible, ser visto como una persona y no como un sirviente, una cosa, o algo
de lo que se burlaban. Extraño, fue la revelación de mi mutilación a ella lo
que me llamó la atención, esta compasión inesperada que me tomó tan por
sorpresa que apenas pude responderle.

Me di cuenta hoy de por qué mi rodilla aún permanecía inclinada hacia ella
todos estos años. A través de toda la muerte, el ridículo y la vergüenza, hay
una verdad que no puede ser ignorada. No importa cuales fueron sus
palabras para mí, sé que, si un gran mal llega a nosotros, ella se interpondrá
entre él y aquellos que la siguen.

Ella no se esconde. No se detiene y deja que otros mueran en su lugar. Tiene


una mano dura, a decir verdad, pero también un corazón abierto que nunca
sospeché y estoy contento de poder decir que, en este día, hoy, lo sentí.

Gabrielle suspiró y cerró el diario, ignorando el movimiento detrás de la


cámara.

—Pobre Stanislaus —murmuró—. Siento que nunca fuéramos amigos. 447


Se giró y observó la estancia. Los soldados estaban sacando el cuerpo del
hombre desconocido y Xena y Lakmas estaban hablando con Brendan y el
duque Lastay sobre él.

Se sintió un poco a la deriva. Habían pasado tantas cosas que no estaba


segura de dónde se encontraban para el caso, o qué iba a pasar mañana.
Era desconcertante. Casi deseaba que Xena y ella se hubieran quedado en
la torre acurrucadas bajo las mantas.

Jellaus llegó, medio dormido y preocupado, con Davos el archivista


siguiéndole la pista. Detrás, vio a Mali, que tenía los ojos abiertos y una
expresión aterrorizada en el rostro. Gabrielle se adelantó al verla y llegó a la
puerta justo cuando entraban.

»Mali.

—¡Oh! ¡¡Su gracia!!! —Su sirviente hablaba con voz entrecortada—. ¡Temía que
le sucediera algo terrible otra vez!

—No, estamos bien. —Gabrielle la llevó a la estancia—. No estábamos aquí


cuando pasó esto. —Miró a la cámara—. ¿Dónde estabas?
Mali estaba mirando alrededor de la estancia con horror.

—¡Oh, no! —Se llevó una mano a la boca—. ¿Quién lo hizo?

—No lo sabemos —dijo Gabrielle—. Bajamos aquí para buscar algo y nos
encontramos esto. —Se dirigió hacia una esquina de la cámara con su
sirviente personal—. ¿Escuchaste algo? ¿A alguien?

Mali miró a su alrededor lentamente, luego volvió a mirarla.

—Todos estábamos en los cuartos del servicio —dijo—. Durmiendo... al menos,


yo estaba durmiendo. Estábamos cansados de toda la agitación que estaba
pasando. Josha... ese es mi hermano... acababa de regresar de traer pan y
estofado a los artistas cuando escuchamos a todos los soldados corriendo. Eso
me despertó.

—Creo que ya puedes volver a dormir —dijo Gabrielle al ver que Xena
despedía a todos—. Hablaremos de todo por la mañana.

Mali la miró asustada.


448
—Sí, su gracia —murmuró.

Gabrielle recordó lo que acababa de leer de Stanislaus.

—¿No quieres volver abajo? —preguntó amablemente—. Hay un lugar donde


puedes dormir en la torre si quieres —le ofreció—. ¿Te gustaría?

La chica la miró con los ojos abiertos.

—Oh, sí —respondió con tono débil—. Sí, su gracia, me gustaría mucho. Es solo
que... eso es... —Tomó aliento—. Todo es tan aterrador allá abajo. Cada
ruido... creemos que es alguien que nos va a atacar —susurró—. Todos
creemos escuchar pasos.

Ugh. Espeluznante.

Gabrielle le dio unas palmaditas en el hombro.

Espeluznante y no necesariamente falso.

—Ven con nosotras y te acomodaré allí. No es un sitio grande, pero los


soldados están custodiando esa área.
—¿Qué está pasando aquí? —Xena apareció de repente junto a ellas y miró
a Mali—. Ah. Tu pequeña chavala.

—Voy a llevarla de vuelta con nosotras, Xena. Puede dormir en esa alcoba —
dijo Gabrielle.

La reina las estudió brevemente, luego asintió.

—Por supuesto. —Hizo un gesto hacia la puerta—. Vamos a movernos. No hay


nada más que ver en este viejo antro. —Miró a la gente que estaba en la
cámara.

—Oh, grandiosa —dijo Lakmas—. Hónrame permitiéndome que me una a tu


guardia esta noche.

Xena lo estudió.

—Por supuesto —dijo después de un momento—. Vamos. —Subieron los


escalones de piedra a la torre, con Xena y Gabrielle a la cabeza. Brendan y
Lakmas iban detrás, Brendan hablando en voz baja al persa que asentía.
Gabrielle era consciente que estaba cansada. Tenía el pergamino de 449
Stanislaus bajo el brazo y le dolía un poco la cabeza, ya fuera por la herida o
simplemente por el estrés, no estaba segura. Suspiró y un segundo después el
brazo de Xena estaba a su alrededor y la reina se acercó más—. ¿Estás bien?
—preguntó Xena como si pudiera leer su mente.

—Estoy un poco cansada —admitió Gabrielle—. Y asustada.

Xena la atrajo hacia sí y le dio un beso en la parte superior de la cabeza.

—Yo también —dijo—. Aguanta. Saldremos de esto.

Sé fiel.

De repente, Gabrielle oyó las palabras que resonaban en su cabeza.

Ella lo es.

Levantó la vista hacia el perfil de Xena viéndolo esbozado en oro rojizo


mientras pasaban junto a una de las antorchas del pasillo. Podía ver el surco
en la frente de su amante y las líneas de preocupación y tensión en su rostro,
y se dio cuenta de que Xena sabía, mejor que cualquiera de ellos, lo mucho
que todos dependían de ella para hacer las cosas correctamente.
¿Qué era lo correcto? ¿Qué estaba pasando realmente? ¿Xena tendría que
someterse a Ares solo para que todo volviera a la normalidad?

¿Podría?

¿Qué significaría eso para ellas?

Gabrielle sintió el brazo de Xena apretarse a su alrededor y exhaló, apartando


los sombríos pensamientos a un lado cuando llegaron a la rotonda de la torre
y pasaron a la guardia en el rellano.

Hizo que Mali se acomodara en la alcoba, observando a la joven revolotear


por el espacio, luciendo aliviada y emocionada mientras tocaba el colchón
relleno de paja y el cofre al lado.

—¿Esta bien?

—Oh, su gracia. —Mali se sentó en la cama—. Es agradable.

Gabrielle sonrió.
450
—Yo también lo pensé —dijo—. Fue mi primer sitio aquí, más espacio y
privacidad de lo que nunca había tenido en toda mi vida antes. —Mali la miró
fijamente, la boca de la chica era una O perfecta de asombro. Eso la hizo
tener ganas de reír—. Un poco extraño, ¿eh?

Mali miró alrededor del acogedor espacio, metido en una esquina de la


rotonda justo frente a las puertas de lo que ahora eran los aposentos de
Gabrielle y Xena.

—¿Te alojaste aquí?

Ahora Gabrielle se rio.

—Sí, lo hice —dijo—. No por mucho tiempo —reconoció—. Creo que tal vez...
una semana o así. Luego me mudé a una pequeña alcoba ahí dentro. —
Señaló la puerta robusta y ornamentada frente a la alcoba—. Fue un
momento raro y aterrador de mi vida, pero resultó bien.

—¿Alguna vez pensaste que llegarías a esto? —preguntó Mali con voz tímida,
extendiendo la mano para tocar el borde del tabardo de Gabrielle.

—No. —Gabrielle respondió después de una breve pausa—. Vengo de un


pequeño pueblo. Mi padre trabajaba la tierra y lo mejor que mi hermana y yo
esperábamos, era casarnos con uno de nuestros vecinos y mucho trabajo
duro. —Estudió la cara de su sirvienta perfilada por la luz de las velas—. Pero
supongo que nunca se sabe con la vida, ¿eh?

Mali sonrió.

—Gracias por dejar que me quede aquí.

Un movimiento se agitó detrás de Gabrielle y giró la cabeza cuando Xena se


inclinaba hacia la alcoba, trayendo ese aire de energía siempre presente con
ella.

—¿Que está pasando aquí?

—Acabo de instalar a Mali —dijo Gabrielle—. Le estaba contando sobre el


tiempo que pasé aquí.

—¿Todo sobre ese tiempo? —preguntó Xena alzando las cejas—. ¿Por qué
Gabbbbrrrielllleee? —Enganchó sus dedos en el cinturón alrededor de la
cintura de su consorte—. No sabía que te gustaba contar ese tipo de historias.
451
—Xena. —Gabrielle se cubrió la cara con una mano, intercambiando una
mirada avergonzada con su sirviente personal—. En fin.

—En fin, es hora de ir a descansar un poco. —Xena comenzó a moverse hacia


atrás, tirando de Gabrielle—. Disfruta de tus aposentos, chiquilla. —Le guiñó un
ojo a Mali mientras conducía a su consorte a través del pasillo y a través de las
enormes puertas de sus cámaras, cerrándolas detrás.

Dentro había algo de bullicio, ya que Brendan y los soldados, incluyendo a


Lakmas, se estaban acomodando de nuevo, terminando la carne y el pan
que habían dejado atrás cuando bajaron corriendo las escaleras.

Xena se alegraba de poder escapar a su alcoba, sintiendo que sus hombros


se relajaban mientras se quedaban solas una vez más en la quietud de la
noche. Cerró la puerta, se acercó al hogar y se dejó caer en una de las sillas
frente al fuego con un suspiro.

—¿Quieres un poco de té? —Gabrielle movió el recipiente de agua cerca del


hogar, recogiendo el atizador y ajustando los troncos en el fuego—. Chico, ha
sido un día largo, ¿eh?
—Sí, mucho. —Xena apoyó la cabeza en la silla—. Mañana va a ser aún más
largo —añadió con voz suave después de un momento—. Pero al menos todo
esto acerca de que la gente está siendo asesinada, comienza a tener un
poco de sentido.

Gabrielle recogió varios trozos de madera y las colocó en el hogar.

—¿Debido a las concesiones?

—Sí —dijo Xena—. Gente matando a otra gente por dinero... eso lo entiendo.
—Apoyó el codo en el brazo de la silla y la barbilla en el puño—. Lo entiendo
mucho más que algunos espectros locos invadiendo mi castillo, o incluso,
algún falso usurpador tratando de tomar mi trono. Si hay alguna puñetera
cosa de valor en esas colinas, entonces todo esto adquiere un tufo mucho
más familiar.

—¿Crees que eso es lo que está pasando? —Gabrielle sacó dos tazas y abrió
los tarros de hierbas, tamborileando con los dedos sobre el borde de la
chimenea mientras decidía qué combinación hacer—. ¿Crees que eran esos
cristales lo que todos buscan? Eran bastante bonitos, pero no pensé que 452
fueran valiosos.

—Depende de lo que fueran —dijo la reina—. Alguien piensa que hay algo
valioso allí y apostaría un par de piedras de mi corona, a que tal vez esas tierras
estaban detrás de lo que Philtop buscaba.

—¿Crees que eso es lo que él estaba buscando esa noche? —Gabrielle se


volvió y la miró—. ¿En la otra cámara? —Xena asintió—. Pero... —Gabrielle
vertió el agua caliente sobre las hierbas—. Xena, eso no tiene sentido. Esas
concesiones son solo pergaminos. Yo escribí algunos de ellos. El simple hecho
de tenerlos no le da a alguien la tierra, ¿verdad?

—No —dijo la reina—. Pero destruirlos podría quitárselo a alguien, si ellos tenían
la intención de deshacerse de mí también. —Echó un vistazo a su consorte,
que se había detenido a mitad de movimiento y la estaba mirando
fijamente—. Solo piénsalo. Yo estiro la pata. Alguien más se hace cargo, y lo
primero que hacen es revisar las concesiones para ver quién tiene qué. Esa
concesión falta, por lo que quien esté al mando puede dársela a quien quiera.
Bresius ahora está muerto, nadie puede refutarlo y estoy bastante segura de
que su heredero no está por ningún lado para haber visto lo que sucedió.

Gabrielle rompió su silencio y llevó las tazas.


—Vaya. —Las dejó y se sentó en la silla junto a su amante—. Eso tiene mucho
sentido.

—Caramba, gracias. —Xena la miró con expresión divertida.

—No, quiero decir... —Gabrielle hizo una pausa—. Todo esto no ha tenido
ningún sentido para mí, Xena, en absoluto, desde que comenzó. Lo que
acabas de decir... quiero decir, está bien.

—Mm.

—Entiendo que las personas sean codiciosas —dijo su consorte—. Si se trata de


eso, entonces lo entiendo —añadió—. Pero no me gusta. —Gabrielle frunció
el ceño—. Especialmente si parte de eso significa que nos causaron todo este
problema.

—No es una broma. —La reina estuvo de acuerdo—. Tampoco me gusta


mucho, mi amor —añadió en voz baja—. No me gusta eso, o el hecho que te
hirieron y yo casi... —Dejó de hablar y negó con la cabeza—. Por los dioses que
eso duele —murmuró.
453
Gabrielle se levantó y se arrodilló junto a la silla de Xena, poniendo sus manos
en la rodilla de su amante.

—Xena.

Xena se movió y extendió la mano para tomar las mejillas de Gabrielle con
ambas manos, acercándola y besándola.

—No tengo tiempo para averiguar qué son esos cristales. —Apoyó la frente
contra la de su consorte—. Y eso no cambia lo de esos tipos de negro o el
hecho de que Ares volverá mañana por la noche para conocer mi respuesta
para él.

Gabrielle se acomodó entre sus rodillas y apoyó los codos en los muslos de la
reina.

—¿Crees que alguien aquí podría saber lo que son? ¿Qué hay de esos tipos
que vinieron con Philtop? Si de verdad estaba involucrado, podrían saber
algo.

—Hm.
—¿Y qué si lo averiguaras y se lo cuentas a todos? —preguntó Gabrielle—.
Teníamos a todos de nuestro lado antes del festival... ¿Ayudaría si los
tuviéramos de nuevo?

Xena la estudió con una expresión seria.

—Creo que a esos tipos espeluznantes les gusta mucho cuando todos están
asustados —dijo su consorte.

—Creo que tienes razón —dijo Xena—. Simplemente no sé si, después de todo
este tiempo, puedo aprovechar la poca benevolencia que tengo aquí contra
ellos. Creo que es demasiado tarde.

—Nunca es demasiado tarde —discrepó Gabrielle—. Xena, ¿recuerdas en esa


fiesta? Todos estuvieron de tu lado.

—No. Todos se estaban conteniendo de intentar matarme o usurparme —


objetó la reina—. Eso no es lo mismo. —Observó el rostro de Gabrielle tenso
con el ceño fruncido—. Nadie más aquí, excepto tú... —Y aquí, se detuvo, y
pensó, recordando las largas horas en las que había tenido el cuerpo
454
golpeado de Gabrielle en sus brazos.

—Xena, la gente te quiere —dijo Gabrielle en tono suave, casi como si


estuviera leyendo su mente—. No solo yo. —La reina permaneció en silencio—
. Te necesitamos, Xena —susurró Gabrielle—. Vi a todos mirándote cuando me
desperté. A ellos les importas. Te quieren. No digas que yo soy la única.

—No, lo sé —dijo Xena finalmente—. Solo tengo miedo.

—¿De los tipos siniestros?

Las oscuras pestañas de la reina se agitaron.

—De mí misma —dijo con un susurro—. Tengo miedo de decirle que no a él


porque no creo que pueda vencer a esos tipos, y tengo aún más miedo de
decirle que sí, porque creo que terminaré perdiendo todo. —Miró fijamente a
Gabrielle a los ojos—. Creo que me convertirá en algo que ni siquiera tú
amarías.

Esos ojos se llenaron de lágrimas en un instante.

—Nada puede hacer eso.


—No estés tan segura. Sé de lo que soy capaz, Gabrielle. No estoy segura de
que lo hagas. —Xena presionó su frente contra la de su consorte otra vez—. Y
prefiero morir antes que perderte.

Gabrielle sintió que dejaba de respirar por un momento mientras esas palabras
resonaban suavemente en sus oídos.

Entendió lo que eso significaba. Sintió la verdad de eso en su propia alma.

—Xena, te apoyaré sin importar lo que hagas —dijo—. Me enfrentaré a esos


tipos escalofriantes contigo, o te seguiré al Olimpo si es allí donde él te lleva,
pero mi corazón siempre será tuyo, incluso si lo único que haces es romperlo.

Xena se mordió el labio con su frente tensa. Luego exhaló y parpadeó, y las
lágrimas cayeron salpicando ligeramente el dorso de las manos de Gabrielle.

—Me gustaría merecerme eso.

—En realidad no importa si lo mereces o no —dijo Gabrielle—. Solo es la


verdad. —Cubrió las manos de Xena con las suyas y las apretó suavemente—
. No puedo cambiarlo y tampoco quiero. 455
Xena sorbió un poco.

—No, tampoco quiero cambiar eso —dijo—. Entonces tenemos que encontrar
una manera de superar esto juntas, porque no estoy lista para hacer otra cosa.
—Respiró hondo—. Lo siento, se me ha ido la olla. —Gabrielle levantó sus
manos y las besó—. Ha sido un día largo.

—Lo ha sido —dijo Gabrielle.

Xena inhaló hondo.

—Tu y yo vamos a descansar un poco, y dejemos que llegue mañana.


Veremos qué pasa —dijo—. Tal vez haya gente que me apoye. Quizá averigüe
qué hacer con las concesiones de tierras o encuentre a alguien que pueda
escupir la importancia que tienen esos malditos cristales.

—Está bien. —Gabrielle volvió a besarle las manos.

—Tal vez acabe con mi culo azotado por un puñado de fantasmas persas. —
Xena, finalmente, sonrió.
—Estaré allí contigo. —Gabrielle se puso de pie cuando lo hizo la reina, y la
rodeó con sus brazos—. Tendrán que pasar por encima de mí para llegar a tu
trasero.

Xena la abrazó, luego se acercaron a la cama y subieron aun vestidas con


armadura, tirando de las sábanas sobre ellas y dejando todas las velas
encendidas.

Fuera, los vientos finalmente se calmaron y la nieve dejó de caer. Por primera
vez en días, al menos, había paz.

Contra todo pronóstico se durmió. Xena fue consciente, de manera vaga, de


las volutas de algún sueño que se desvanecía cuando abrió un ojo y vio la luz
del día más allá de las cortinas, tenue y púrpura.

Estaba tranquilo. Podía oír los ronquidos de sus guardias en la cámara exterior
y la suave respiración de Gabrielle, su amante estaba acurrucada junto a ella, 456
con una mano alrededor de la parte superior del brazo de Xena.

No estaba del todo cómoda ya que llevaba puesta su armadura y,


sencillamente, no había una buena manera de dormir cuando se estaba
parcialmente revestida de cuero y metal. Esa era la razón principal por la cual
Gabrielle no estaba medio tirada sobre ella, si había algo menos confortable
que dormir con armadura, era dormir sobre una armadura.

Pero era por la mañana. Ambas habían sobrevivido a la noche y ahora tenía
un breve momento para reunir su ingenio y pensar.

Excepto que en realidad no quería pensar. Casi todo era deprimente, con la
única excepción de Gabrielle. Estudió el rostro dormido de su consorte,
relajado y abierto, con una leve sonrisa en los labios. El hematoma de su
cabeza se había desvanecido por completo, lo que parecía un milagro, pero
con todas esas cosas raras que estaban pasando, Xena estaba contenta de
que hubiera curado bien dado donde se encontraba.

Bueno.

En primer lugar, celebraría la corte. Ahora que sabía que el timbre real que
sospechaba era el que tenía en ese momento, tenía más curiosidad que
desconfianza en lo que sus nobles podrían haber discurrido en términos de
demandas. Tal vez la sorprenderían, o tal vez no.

Y entonces, una vez que los tuviera a todos allí, empezaría a apalearlos para
averiguar qué sabían sobre esas tierras ribereñas. Quizá descubriría qué
estaba pasando con todos esos asesinatos.

¿Los espectros y Ares?

Eso podría esperar para más tarde.

Cada dolor de culo a su tiempo.

Contenta con su plan, Xena se estiró un poco, cruzando las botas bajo las
sábanas y moviendo los hombros un poco para empujar las placas en una
posición diferente presionando su espalda. Hacía frío, el fuego se había
reducido a meras brasas, pero bajo las mantas, el calor corporal combinado,
hacía las cosas agradables y calentitas, y la falta del sonido del viento y el
hielo golpeando las ventanas parecía prometer algún mejor clima, en
cualquier caso.
457
Sintió un suave apretón en su bíceps, y echó un vistazo hacia abajo para ver
a Gabrielle mirándola soñolienta.

—Hola.

—Hola —respondió amablemente Gabrielle—. ¿Sabes una cosa?

—¿Qué?

—Acostarse con todas estas cosas realmente te hace sentir mal por la
mañana.

Xena se rio suavemente.

—Sí, lo hace —admitió—. Recuerdo los días en que solía dormir con mi equipo
porque no quería tener que tomarme el tiempo para ponérmelo si nos
atacaban.

—Siento que todos los pelos de mis brazos están enredados en esas uniones —
dijo Gabrielle—. Me da un poco de miedo moverme.
—Entonces no lo hagas todavía. —Xena retiró las sábanas y se deslizó fuera de
la cama, apoyando las botas en el suelo y poniéndose de pie, mientras el frío
de la alcoba le erizaba la piel que quedaba expuesta.

»Brrr. —Se acercó a la chimenea y se agachó a un lado para agarrar varios


troncos de la pila de leña, arrodillándose para colocarlos con manos expertas.
Agitó las brasas y después de un momento fue recompensada con el suave
crujido de las llamas cuando los extremos de la madera seca prendieron. Lo
avivó un poco más y luego se levantó, satisfecha con su trabajo. Después
vertió un poco de agua en la olla y la colocó en la chimenea para
calentarla—-Bien.

Se volvió y vio a Gabrielle acurrucada sobre su otro costado ahora, mirándola.

»Deja que esta vieja mazmorra se caliente, entonces te desenredaré, ¿vale?

Gabrielle sonrió.

Xena le devolvió la sonrisa y sintió como sus escalofríos disminuían a medida


que el fuego aumentaba y comenzaba a extender su calor hacia la alcoba.
458
Frotándose las manos, las extendió hacia el hogar y flexionó los dedos. Fuera,
podía oír el comienzo del revuelo, el roce suave de las patas de las sillas contra
el suelo de piedra, y los gruñidos de los hombres al despertarse.

Levantó las manos, se desabrochó la armadura de los hombros, la levantó y


la dejó sobre el gabinete cerca de la chimenea. Desató uno de sus brazaletes
mientras miraba la olla de agua, frotándose perezosamente las marcas que la
armadura había dejado sobre su piel. El aire de la alcoba rozaba su piel, fresco
y húmedo, pero no del todo desagradable.

—¿Xena?

—¿Hm?

—Creo que he oído un pájaro.

La reina ladeó la cabeza para escuchar. Después de un largo momento de


silencio, escuchó un sonido suave y sonrió.

—Creo que si —dijo—. El primero que escucho en días.

—¿Crees que Ares hizo desaparecer la tormenta? —preguntó Gabrielle—. Los


dioses pueden hacer eso, ¿verdad?
—Estoy segura. —Xena preparó dos tazas, estudiando las vasijas de piedra
llenas de hierbas con una ceja ligeramente elevada.

¿Cuáles se suponía que debía usar?

Tiempo atrás, antes que Gabrielle entrara en su vida, el té era simple. O alguien
lo hacía, o tenía un solo tarro de hojas de té para echar en su taza.

¿Ahora?

Ahora tenía al menos media docena de esos malditos tarros.

—¿Hay algo mal?

—¿Por qué algo estaría mal? —La reina la miró por encima de un hombro.

—Porque estás mirando la piedra del hogar haciendo ruidos extraños —dijo de
inmediato su consorte—. Normalmente no haces eso.

Xena puso sus manos sobre la piedra y sonrió.

—No, no lo hago —dijo—. La verdad es que no tengo ni idea de cómo mezclar


459
esto para que tenga ese toque de baya y melocotón que tú haces —dijo—. Y
eso me hace sentir como una idiota. —Apenas había dejado de hablar
cuando Gabrielle estaba a su lado, empujándola a un lado y alcanzando los
tarros ella misma—. Oye. —Pero se hizo a un lado, inclinándose para poner
más leña en el fuego cuando Gabrielle abrió los recipientes de té, liberando
el rico aroma de las hojas en el aire.

—Es fácil. —Estaba diciendo su consorte—. ¿Ves? Es este tarro, y ... —Hizo una
pausa, mientras Xena se ponía de pie y la besaba en el cuello—. ¿Xena?

—Es el segundo tarro, ¿y? —Xena desató la armadura de escamas que cubría
el cuerpo de su amante—. ¿Las machacas?

—Con los dedos. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. Y el quinto aquí, esa es la


menta. —Tomó un poco—. Y esta es la mora seca que te gusta.

—Me gustas tú. —Xena dejó la armadura a un lado y aflojó los lazos de la
pesada camisa que protegía la piel de Gabrielle—. Pero el té no está mal
tampoco. —Se inclinó y besó la marca que cruzaba desde el cuello de su
consorte hasta su hombro.
Gabrielle sonrió, aplastando las hojas entre sus dedos en un movimiento
giratorio y levantando la olla de agua para verter el líquido, ahora humeante,
sobre ellas.

—Gracias —dijo—. ¿Tienes hambre?

Xena se rio suavemente.

—Sí. —Amasó suavemente el cuello de la mujer más pequeña con ambas


manos, y sintió el cambio cuando Gabrielle exhaló—. Y también me gustaría
algo para masticar que no seas tú —admitió—. No recuerdo haber cenado
mucho anoche.

Gabrielle tampoco había cenado mucho. Esperó a que el té infusionara,


recogiendo la jarra de miel y rociando una buena cantidad en cada taza.
Tenía hambre, y le pareció que su cuerpo por fin casi había vuelto a la
normalidad ya que el hambre hacía que le gruñeran las tripas, algo que no
pasaba desde que se lastimó.

Sencillamente, todo parecía mejor hoy. Sintió las manos de Xena quitándole
460
el resto de su armadura, haciéndole cosquillas en las rótulas mientras le
quitaba los protectores en las piernas y luego su respiración se entrecortó
cuando los dientes de la reina mordisquearon la piel del interior de su muslo.

Se sentía bien. Se sentía puro y correcto. La hizo olvidarse de todas las cosas
extrañas y terribles que habían estado sucediendo y devolvió su enfoque a
ellas, a Xena, y a lo maravilloso que la reina podía hacer sentir su cuerpo. Lo
había perdido de vista en los últimos días y ahora estaba contenta de que
hubiera vuelto.

Xena se puso de pie y la abrazó, luego recogió su armadura ahora descartada


y la dejó junto a la suya en su camino hacia la ventana para retirar las pesadas
cortinas y poder mirar afuera.

»¡Oye!

Gabrielle se acercó al galope para ver lo que estaba mirando, encantada de


ver un destello de luz pálida del amanecer en la reluciente piedra de la
fortaleza.

—¡Oh guau!
No lucía el sol y el suelo estaba cubierto de nieve y hielo, pero al menos no
estaba nevando. Xena tiró de la tela hacia atrás y la enganchó, luego se
quedó allí parada, con el codo apoyado en el hombro de Gabrielle.

—Las cosas están mejorando.

Un golpe suave sonó en la puerta interior. Gabrielle salió de debajo del brazo
de su amante y se acercó a la puerta, poniendo una mano en el pestillo y
comenzando a abrirla antes de que la alta figura de Xena se abalanzara sobre
ella y la rodeara con un brazo.

—¡Arup!

—Ah, ah, ah. —Xena la apartó cuidadosamente y abrió ella misma la puerta,
desenvainando su daga mientras daba un paso atrás—. Todavía soy un poco
más peligrosa que tú.

—¿Señora? —Brent asomó la cabeza cautelosamente.

—Ah, solo eres tú —dijo la reina—. No un asesino persa o un espectro.


461
—No, señora. —Él entró y agachó la cabeza en dirección a Gabrielle—.
Íbamos a bajar a por una bandeja de las cocinas. ¿Podemos traeros algo?

Xena envainó su daga y le indicó que entrara.

—Solo estaba quitándole la ropa a Gabrielle —dijo—. Pero sé que tiene


hambre.

Brent se sonrojó y emitió una débil sonrisa en dirección a Gabrielle.

—Está bien —le tranquilizó Gabrielle mientras se dirigía hacia el té—. Creo que
simplemente está de buen humor porque dejó de nevar. —Removió el té y le
acercó a Xena su taza.

—Divúlgalo. —Xena hizo una pausa, luego suspiró brevemente—. Voy a tener
que nombrar a un nuevo senescal, ¿no? —dijo—. Maldición. Nunca pensé que
diría que echaría de menos a ese bastardo, pero lo hago. —Bebió un sorbo de
té—. Dile a Brendan que anuncie la corte, en una marca de vela. Quiero a
todo el mundo allí.

—Lo haré. —Brent se fue, cerrando la puerta suavemente detrás de él.


Gabrielle pensó en eso. No le había gustado mucho a Stanislaus. Había
intentado deshacerse de ella cuando había llegado, y desde que se había
unido a Xena, nunca había perdido la oportunidad de criticarla o pincharla
de una manera respetable.

Pero, ¿se alegraba que él se hubiera ido?

—¿A quién vas a poner en el puesto de Stanislaus?

Xena se había dejado caer en una silla y había apoyado sus pies, todavía
calzados con botas, en un taburete, con el cabello revuelto por el sueño. Se
veía un poco salvaje.

—A quién —reflexionó—. Esa es una buena pregunta.

La puerta se abrió de nuevo y entró Brendan.

—Señora —dijo—. Ya he transmitido la orden. El clima se ha aclarado un poco


y algunos de los mercaderes pidieron volver a instalarse afuera.

—Diles que esperen hasta mañana para salir por las puertas. Hoy pueden 462
instalarse en el patio si así lo desean —dijo Xena—. De hecho, vamos a colgar
todos los estandartes. —Observó las llamas—. Esa condenada tormenta
interrumpió mi festival de la cosecha y lo quiero de vuelta.

—Estoy pensando que todavía tenemos a algunos malhechores por aquí


rondado —dijo Brendan—. No los fantasmales, ya sabes, los mortales.

La reina asintió.

—Quiero matarlos. Vamos... —Hizo una pausa—. Aprovecharemos el


descanso del clima para sacar a todos afuera, Brendan. A ver si podemos
sacar de su escondrijo a esos bastardos.

—Señora. —Brendan asintió.

—Fingir que estoy asustada no ha servido de nada —dijo Xena—. Tratar de


atraerlos hasta mí no funcionó. Tratar de hacerlos salir no funcionó, hasta que
se descuidaron —dijo—. Así que veamos qué hace ignorarlos. Haz creer que
los atrapamos a todos.

—¿Tal vez lo hicimos? —sugirió Gabrielle.


—No —dijo la reina—. Hay un pequeño desconocido que aún no hemos
atrapado. Alguien que puede caminar sin ser visto y se ríe, que tiene los pies
más pequeños que los tuyos y huele a especias de lugares más lejanos que
Persia. No hemos encontrado a ese todavía.

—¿Enviado por el rey persa? —preguntó Brendan—. Podríamos preguntarle a


Lakmas. Es un buen tipo para ser uno de ellos.

—No... —Xena hizo una pausa—. No creo que lo mandara él. No es su estilo, y
ahora que lo pienso, confabular para intentar liquidar a perdedores como
Philtop tampoco es su estilo. —Se volvió para mirarlos, agitando el té en su
taza—. No, todavía hay algo que falta en este lío y estoy empezando a pensar
que hay más de lo que creemos.

Brendan y Gabrielle la estudiaron en respetuoso silencio. Entonces Brendan se


aclaró la garganta.

—Vale, bien, me voy para poner a todo el mundo en movimiento. Les haré
saber a los hombres que estamos buscando a la pequeña rata. —Hizo girar su
capa a su alrededor y salió por la puerta, dejando entrar el sonido de los 463
soldados de afuera.

Gabrielle lo siguió, llevando su taza, su cuerpo todavía recubierto en la ropa


interior que había usado debajo de su armadura. Era de color marrón claro, y
le caía hasta las rodillas, con los costados atados hasta sus brazos desnudos.

—Buenos días. —Saludó a los hombres en la cámara exterior. Era raro tener
tanta gente en sus estancias. Todos los soldados se apresuraron a apartarse
de su camino mientras se dirigía a la puerta del pasillo, devolviéndole los
saludos. Lakmas era el que estaba más cerca de la entrada, y la abrió para
ella, haciéndole una reverencia al pasar. Afuera, en la rotonda, podía oír los
sonidos de la fortaleza al despertar, los ruidos metálicos y los golpes de las
grandes puertas que se abrían, y las voces que resonaban suavemente por la
escalera principal. Descalza, cruzó el suelo de piedra y echó un vistazo dentro
de la alcoba que una vez había sido la suya, sorprendiendo a Mali que justo
estaba lavándose la cara—. Buenos días.

—¡Oh! ¡Su gracia! —Mali se limpió apresuradamente el agua de los ojos.

—Los hombres de Xena están trayendo algo para desayunar, así que no
quería que corrieras escaleras abajo a por eso —dijo Gabrielle—. La tormenta
ha terminado.
—¿Sí? —Mali sonó sorprendida.

—Si. Así que Xena quiere que el festival continúe —dijo Gabrielle—. Por lo que
puedes informar a las cocinas más tarde. Vamos a tener una corte, y han
abierto las puertas de abajo.

Mali la miró fijamente.

—Está bien, me vestiré y bajaré —dijo—. ¿Le gustaría a su gracia enviar algo a
la cámara de vistas de su Majestad?

—Claro. Haz que envíen una bandeja de dulces. —Gabrielle le sonrió—. A


Xena le encantan. —Levantó su taza de té en dirección a Malí, luego se volvió
y cruzó el pasillo, uniéndose a Jellaus mientras subía las escaleras—. ¡Hola!

—Ah, Gabrielle. —Jellaus le sonrió brevemente—. Buenos días. —Entraron en la


cámara exterior juntos, donde los hombres estaban poniendo las cosas en
orden. Su actitud era brillante y alguien había apartado las cortinas de la
cámara para dejar entrar la luz del amanecer. Había una sensación como si
hubieran pasado una especie de prueba, dejado atrás una pesadilla.
464
Gabrielle se preguntó si era solo su percepción, o si algo real les había pasado.
Hm—. Quisiera preguntarle a su Majestad sobre la corte —dijo Jellaus mientras
cruzaban la sala—. ¿Puedo entrar contigo?

Gabrielle reflexionó sobre eso.

—Espera. —Abrió la puerta interior, asomó la cabeza y luego la abrió más—.


Claro, vamos. —La siguió adentro y encontraron a Xena sentada en el hueco
de la ventana, con sus largas piernas extendidas sobre el almohadón mientras
contemplaba el brillante cielo afuera—. Hola.

—Has vuelto —observó Xena—. Y has traído compañía. Chica mala.

Jellaus hizo una reverencia.

—Me quedaré solo un momento, su Majestad. Solo quería preguntarle si tenía


algún deseo especial para su corte. He colgado todos los estandartes.

—Nah —dijo Xena—. Solo asegúrate que estén todos allí —dijo—. Y corre la voz
de que quiero un gran banquete esta noche, con toda la parafernalia.

Jellaus asintió levemente.

—Esperas una celebración.


Xena se rio entre dientes.

—No espero nada más que problemas. Pero esta vez, creo que quiero
causarlos yo. —El juglar se inclinó y sonrió, luego se fue. Xena miró a Gabrielle—
. ¿Lista para vestirte e ir de caza?

—¿Podemos desayunar primero? —La reina se rio de nuevo—. ¿Qué estamos


haciendo? —Gabrielle se acercó y se sentó en el borde del alféizar de
piedra—. Le dije a Mali que le avisara a la cocina sobre el festival.

—Bien. —Xena se acercó y le tomó la mano, estrechándola con suave


confianza—. Te diría lo que vamos a hacer si lo supiera, mi amor. He estado
jugando una partida de ajedrez sin sentido desde hace días —reflexionó un
momento—. Una partida de ajedrez de la que ni siquiera conocía las reglas.

—¿En serio?

Lentamente, la reina asintió.

—Estoy hasta el cuello —dijo con sorprendente honestidad—. Así que voy a
hacer lo que me dé la gana y ver qué pasa después. 465
—Está bien. —Gabrielle frunció el ceño—. ¿En qué se diferencia eso de lo que
haces normalmente?

Xena comenzó a reír en silencio.

—Buen punto —admitió.

Gabrielle estaba segura de que parecía tan confundida como se sentía.

—Está bien —dijo—. Entonces... eso es como... ¿Qué es? De verdad que no lo
entiendo.

Xena le apretó la mano.

—No te preocupes por eso. No estoy del todo segura de entenderlo tampoco.
Solo ven conmigo, ¿eh? —La miró cariñosamente—. Vamos a ponernos
nuestros mejores trapos e ir a jugar a la reina un rato. Tal vez nos llevemos una
sorpresa.

—Después del desayuno, ¿verdad?

Ahora la reina se rio a carcajadas.


—Ahora sé que te sientes mejor —bromeó—. Me alegra oír eso.

Su consorte se sonrojó levemente.

—Tengo mucha hambre —admitió—. Me siento como si no hubiera comido en


una semana.

El sonido de puertas abriéndose y voces sumadas al ruido de vajilla,


anunciaron la llegada de la bandeja de comida al lado. Se levantaron y
salieron para unirse a los soldados, el brazo de Xena aún sobre los hombros de
Gabrielle.

Habían usado el escritorio de Xena como mesa y estaba cubierto de


bandejas, los colores brillantes de las cosas recién cosechadas junto a los
cuencos de cosas humeantes y jarras. Cuatro grandes hogazas de pan
estaban en el centro del escritorio y, mientras examinaba la cantidad de
comida, Gabrielle sintió que se le hacía la boca agua.

Era casi un poco embarazoso. Tímidamente se llevó las manos a la espalda y


esperó, mientras dos sillas grandes se acercaban rápidamente para que ella
466
y Xena pudieran sentarse.

Era un poco raro este regreso a la formalidad. Gabrielle se acercó al escritorio


y comenzó a armar platos para ellas, escogiendo las cosas que sabía que le
gustaban a Xena mientras la reina se sentaba en su trono y comenzaba a dar
órdenes. Todo sonaba normal y vio que los hombres se relajaban mientras
escuchaban.

Llevó el plato de Xena y lo deslizó delante de ella, añadiendo una jarra de


cerveza de la mañana. Luego regresó y cogió la suya, volviendo para tomar
su sitio al lado de la reina y colocarse el plato en su regazo antes de
seleccionar una gran rodaja de pera y darle un mordisco.

—Y bien, ¿cuál es el informe de daños? —preguntó Xena, ocupada con su


propio desayuno—. ¿Cómo están los establos?

Gerard se acercó a consultar un poco de pergamino.

—La guardia informó hace un momento, Majestad. Los caminos están


bloqueados por la nieve, pero pudieron despejar las puertas de entrada y
comenzaron una ronda por las murallas —dijo—. Hay muchos daños en la
ciudad exterior. Muchos tejados han colapsado y han visto buitres volando en
círculos.
Xena masticó un poco de pan y queso.

—Dile a alguien que enganche los cuatro caballos más grandes que
tengamos a una carreta. Deja que hagan un camino hasta el río.

—Majestad. —Brent se tocó el pecho—. Sé lo que quieres decir. Conseguiré


que se haga. —Salió al trote de la sala antes que pudiera responder y cerró la
puerta detrás de él.

—Brendan, dile a la guardia que deje entrar a cualquiera que venga hacia
aquí. Tan pronto como consigan despejar el camino, envía una tropa para ver
qué pueden hacer para ayudar.

—Sí. —Brendan asintió.

—Lakmas. —Xena volvió la cabeza hacia el persa—. Me han contado que tu


rey ofreció un sacrificio a tus dioses y ellos lanzaron esta tormenta como
castigo. ¿Qué piensas sobre eso?

Lakmas dio un paso adelante, su solemne y barbuda cara frunció el ceño.


467
—¿Quién dijo eso? —preguntó—. Un sacrificio a los dioses... sí, eso es habitual
en mi pueblo. Cuando vamos a la guerra, cuando queremos buena suerte.
Estoy seguro de que sí, su Magnificencia de Persia ofrecería un sacrificio por
cualesquiera que fueran sus necesidades.

—¿Tus dioses escuchan? —Xena indicó la ventana—. ¿Traerían el mal tiempo?

El persa parecía desconcertado.

—Eso es lo que quiero decir cuando digo, ¿quién dijo eso? Hacemos sacrificios,
sí. Pero sacrificios para bendecir nuestros propios actos, no para pedirles a los
dioses que hagan algo en nuestro lugar. Pude ver a una esclava, una mujer
entregada a los dioses para que sonrieran en su marcha contra ti.

—Hm.

—Fue así cuando íbamos a cruzar las aguas hacia la ciudad portuaria —
continuó Lakmas—. Fuimos al templo, todos nosotros, e inclinamos nuestras
cabezas y el rey ofreció tres sacrificios en el altar, para asegurar la buena
fortuna de su inmaculada hija al frente de la batalla.

Xena lo miró.
—No funcionó muy bien.

—No. —Lakmas no parecía molesto por eso—. Los hombres de guerra, como
yo, y también usted misma, saben que no importa que los dioses vigilen, son
las manos en la lucha las que importan. —Extendió la suya, grande y poderosa,
cruzada de cicatrices—. Así que me parece raro, sí, muy raro que alguien le
haya dicho a su Majestad que esta tormenta fue traída por nuestros dioses.
Después de todo, ¿Qué saben ellos de este frío? —Ajá—. Y por supuesto —dijo
Lakmas, casi como una ocurrencia tardía—. ¿Qué honor habría al tener a otro,
incluso a un dios, ganando la batalla por ellos? —él asintió con la cabeza un
poco—. ¿No fue esto lo que nos permitió ser capturados por usted con nuestro
honor intacto? Usted no pide que peleen sus batallas. La pequeña princesa…
ella pensaba que era de esa manera, pero su corazón no estaba a la altura
de la tarea.

Ajá.

Xena miró a su derecha, donde encontró a Gabrielle mirándola con esa


adorable expresión bobalicona en su rostro.
468
—Interesante. —Peló un huevo duro y le dio un mordisco, bastante
complacida de encontrar la yema suave y viscosa—. Muy interesante.

Lakmas se inclinó.

—Estoy, como siempre, feliz de poder servirle, Majestad.

—Xena. —Gabrielle se inclinó cerca de ella—. ¿Las cosas mejoraron o


empeoraron?

La reina se metió el resto del huevo en la boca y lo masticó.

—Déjame contestarte a eso después.

Gabrielle suspiró.

—Voy a por otro plato.


El sol ya se elevaba por encima de las murallas cuando llegaron a la gran sala
de audiencias de Xena, entrando por las ventanas y trayendo un toque de
cálida bendición a una sala más conocida por su sombría penumbra.

La cámara estaba llena y había una sensación de excitación en el aire. Xena


se quedó en silencio justo dentro de la entrada lateral, tomándose un
momento para apreciar los colores brillantes y la inesperada belleza del
espacio. Todavía estaba un poco fría, pero era más bien fresco que helador,
y contra la pared más alejada, se alzaba el gran hogar y varios pares de sus
soldados montaban guardia en varios lugares.

Tiró de su túnica un poco más derecha, su espada en su funda metida


cuidadosamente en el hueco de su brazo mientras juzgaba el estado de
ánimo y esperaba para hacer su entrada. Detrás de ella, Gabrielle también
estaba esperando, luciendo gravemente digna en su propia túnica carmesí
con adornos plateados.

—¿Lista?

—¿Yo? —Su consorte levantó la vista—. Por supuesto. 469


El sol se asomó en su escondite y cubrió el cuerpo de Gabrielle, resaltando su
cabello dorado. Xena se acercó y pasó suavemente sus dedos a través de él,
luego se inclinó hacia un lado y la besó en los labios.

—Hoy va a ser un gran día —dijo—. Así que vamos a empezar. —El soldado
golpeó la lanza, Jellaus anunció su presencia, y luego Xena cruzó la puerta
con Gabrielle pisándole los talones y deslizándose entre la multitud, pasando
de las sombras de las columnas a los charcos de luz solar que entraban por la
ventana. Subió las escaleras de mármol hasta donde descansaba su trono, y
fue hacia allí, volviéndose y esperando que Gabrielle se acercara—. Siéntate
—indicó la silla más pequeña que habían puesto al lado del trono.

Gabrielle se sentó, luego Xena se volvió y tomó asiento, dejando que la


espada descansara sobre sus rodillas. Hizo una pausa durante un momento y
estudió a la audiencia, examinando las atentas caras que esperaban a que
hablara.

»Buenos días.

El duque Eldaron dio un paso al frente.

—Su Majestad —dijo—. Anoche nos hiciste una pregunta.


—Lo hice —confirmó Xena. El duque Lastay, vestido elegantemente con los
colores de su familia y con la espada atada a la cintura, subió los escalones y
se acercó al trono, inclinándose ante ella, y luego ocupó un lugar justo detrás
del trono, con la mano apoyada en un balaústre finamente tallado en la parte
de atrás. No dijo nada, y aparentemente no sentía la necesidad de hacerlo,
el movimiento en sí mismo dejaba clara su elección. Xena lo miró y sonrió,
luego se volvió y centró su atención en Eldaron—. ¿Siiii?

Eldaron juntó las manos.

—Majestad, han ocurrido muchos eventos terribles en los últimos días. Me


duele profundamente que hayamos perdido amigos, que hayamos dañado
nuestra tierra y que nuestro festival de la cosecha haya sido tan terriblemente
interrumpido.

—A mí también. —La reina asintió—. Me encanta una buena fiesta.

—Hubo una idea, Majestad, que había entre nosotros, quienes tramaban de
alguna manera encontrar a otro para ocupar su lugar en el trono de esta tierra
—dijo Eldaron—. Pasé muchas horas buscando la raíz de esta idea y en una 470
larga deliberación con mis compañeros señores, voy a decirle, Xena, que no
procede de ninguno de nosotros.

El sonido de su nombre, tan desprovisto de adorno, hizo que Xena sonriera de


nuevo.

—Ya veo. —Se aclaró la garganta—. Da la casualidad que encontré a mi


usurpador yo misma. —Resopló reflexivamente—. Lo cierto es que él me
encontró a mí.

Una sacudida de sorpresa casi visible recorrió la sala.

—Hablando por mis compañeros, no deseamos a ningún otro líder —dijo


Eldaron dando un paso al frente—. No puedo fingir que lo que ha sucedido
aquí estos últimos días no nos ha asustado a todos, pero estamos contentos de
mantener el rumbo.

Xena lo estudió, luego barrió la sala con su mirada. Para su sorpresa, la mayoría
de los ojos que la miraban no se movieron, ni miraron hacia otro lado ni hacia
abajo. Se quedaron fijos en ella, por una vez en silencio, y sin la aversión visible
que esperaba de ellos.

¿Cómo de verdadero era eso?


¿Cómo de verdadero era algo hoy?.

»Así que, como nos preguntaste, eso es lo que decimos —dijo Eldaron después
de un momento de silencio—, su Majestad —añadió, después de que la
calma se prolongó lo suficiente como para sentirse incómoda.

—Gracias —dijo Xena—. Sé que he sido un dolor en vuestros traseros colectivos


durante años, pero he tratado de destripar a más enemigos colectivos que
todos vosotros, al fin y al cabo.

Eldaron hizo una mueca irónica.

—Majestad —dijo—. Aunque a menudo su estilo... eh...

—Soy una maníaca homicida. —Xena lo alentó—. Venga. Todos sabemos que
es verdad.

Él hizo una pausa.

—Sí, pero es nuestra maníaca homicida, Majestad. Hace toda la diferencia


para nosotros, ciertamente... 471
Un silencio escalofriante y helado cayó después que las palabras dejaron de
resonar, e incluso Eldaron palideció al darse cuenta de lo que había dicho.

Entonces Xena comenzó a reír. El sonido ligero y musical resonó contra las
paredes con sorprendente claridad, y aplaudió en dirección a Eldaron.

—¡Bonito!

Vacilante, él le devolvió la sonrisa e hizo una pequeña reverencia.

Xena dejó que su risa se calmara, luego se aclaró la garganta.

»Muy bien gente. —Dejó que sus codos descansaran en los brazos de su
trono—. Han pasado muchas cosas locas en los últimos días. No estoy segura
de cuánto estaba planeado, cuánto fue coincidencia, o si todo eso era solo
basura aleatoria que parece sucederme a mí. —Se levantó y le entregó su
espada a Gabrielle, quien la agarró con una mirada de sorpresa—. Una cosa
que creo que descubrimos, es cuánto quiere alguien esas tierras entre la
ciudad portuaria y el paso. Las quieren lo suficiente como para matar gente
por ellas y destruir los archivos que prueban todas las concesiones de tierras
del resto de vosotros.
Comenzó un murmullo bajo.

—Entonces, ¿es cierto que Bresius está muerto? —preguntó Eldaron—. ¿Y su


cámara... destruida?

—Sí —respondió Xena brevemente—. El archivista está encerrado en mi


cámara reproduciendo las concesiones. Así que no te preocupes por eso,
especialmente porque no acabé estirando la pata anoche y dejándoos a
todos en el caos.

Eldaron puso sus manos en sus caderas.

—Pero, ¿quién ha hecho esto? —Miró al resto de los nobles, que también se
miraban los unos a los otros—. Nadie aquí tendría ninguna razón para hacer
eso.

Xena cruzó los tobillos, debatiendo consigo misma sobre cuán honesta ser.
Luego medio se encogió de hombros.

—Estoy pensando que alguien no quería que Bresius obtuviera esas tierras. De
hecho, muchos de vosotros no querían, o eso dijeron. —De repente olió el 472
miedo, y eso la hizo sonreír brevemente—. Entonces, tengo que preguntarme
qué tiene de interesante esa tierra que hace que alguien se arriesgue a lo que
se arriesgaron en mis aposentos anoche. —Los estudió—. Bresius murió. Su
senescal murió. Y un hombre que ninguno de nosotros conocíamos, murió, el
cual tenía algunas cicatrices interesantes en su espalda.

Sus orejas se tensaron, escuchando con fuerza. Abrió los labios un poco,
aspirando el aire con ese hedor de miedo en él.

Sin embargo, no de Eldaron; él extendió las manos, su lenguaje corporal solo


indicaba desconcierto, no recelo.

—Majestad. Le advertimos que no confiara porque sabíamos muy poco de él.


Ahora parece que ha traído la desgracia y ha muerto. ¿No estábamos en lo
cierto al estar recelosos?

—Depende de por qué murió —dijo Xena—. Antes que preguntes, no, no fui
yo. —Estudió al grupo—. Y ya que estoy, aprovecho para desahogarme,
tampoco golpeé a Philtop —añadió de modo casual—. Así que, ya sabéis, tal
vez no soy la única maníaca homicida por aquí.
Todos los nobles se miraron, e incluso Lastay giró la cabeza para mirar
fijamente a Xena.

—Pero, nos dejaste pensar que lo hiciste —dijo el duque después de una
pausa.

—Lo hice —confirmó la reina—. Porque lo hubiera matado si lo hubiese


encontrado vestido como un ladrón en mi cámara. Pero alguien lo pilló antes
que yo.

Silencio.

Gabrielle se aclaró la garganta.

—Creo que Su Majestad no quería que la gente se asustara más de lo que ya


estaba —sugirió en tono tímido—. Xena. —Se volvió hacia la reina—. ¿Crees
que él estaba detrás de esas concesiones?

Xena levantó ambas manos y las abrió por completo.

—¿Qué bien habrían hecho esos malditos papeles por él, o por alguien más, 473
a menos que yo estirara la pata? —preguntó—. Esos pergaminos no dan la
tierra, lo hago yo. —Su tono era exasperado. Hizo un gesto a Lastay—. O lo
hará mi sucesor.

La cara de Lastay se tensó.

—Con suerte, mi señora, eso se le dejará a mi hijo. No tengo ningún deseo de


hacerlo yo mismo.

Xena lo miró

—Si crees que voy a estar sentada en esta silla hasta que tu hijo sea un hombre,
tienes una esponja de mar por cerebro —murmuró—. Y bien. —Volvió su
atención a la multitud—. ¿Quién va a escupir que tiene de importante esa
tierra entre el paso y la ciudad? —Todo el mundo guardó silencio y los nobles
se miraban incómodos—. Alguien lo sabe. Puedo oler a alguien haciéndose
caca en sus pantalones —dijo la reina.

Pero el silencio se prolongó.

Gabrielle se apoyó en el brazo del trono de Xena.


—¿Podrían haber estado buscando algo más allí además de esas cosas? —le
preguntó—. Tal vez eso todavía esté allí.

Xena observaba a los nobles por el rabillo del ojo, con el resto pegado a la
adorable cara de su consorte. No vio a ninguno de ellos estremecerse, y
observó cuidadosamente por eso y por una mirada inadvertida hacia sus
aposentos.

Nada. Hm.

—Tal vez —reflexionó—. Tendremos que ir a mirar. —Volvió su atención a la


multitud—. Mientras tanto, parece que el clima se ha aclarado, así que quiero
que nuestro festival siga según lo planeado. Todos se ponen los zapatos de
fiesta y comienzan a bailar. —Después de un momento, todos los nobles se
relajaron y algunos sonrieron—. Decidle a esa gente del circo que se prepare,
y aseguraos que los mercaderes tengan espacio en el patio —continuó
Xena—. Y esta noche, habrá una fiesta en el gran salón. ¿Entendido?

Eldron se inclinó.
474
—Majestad, será un placer.

La reina levantó las manos e hizo un gesto para que se largaran, mientras los
nobles se movían y comenzaban a irse, no sin formar pequeños grupos cuyas
cabezas estaban arremolinadas en suaves charlas. Xena se sentó relajada en
su trono, apoyándose en el brazo más cercano a Gabrielle mientras los miraba
irse.

Al fin ellas, Lastay y Brendan fueron los únicos que quedaron.

—¿Sabes lo que desearía? —dijo Xena después que los ecos de los pasos se
desvanecieron.

—¿Qué? —preguntó Gabrielle.

—Desearía saber qué Hades estaba pasando —se lamentó la reina—. Me


siento como uno de esos malditos títeres con los que estaban jugando. Alguien
más está tirando de las cuerdas. —Volvió la cabeza y miró a su consorte—.
¿Tienes alguna pista?

Gabrielle negó seriamente con la cabeza.


—¿Deberíamos ir a buscar algo en esa cámara? —preguntó—. Tal vez
perdieron algo. —Se apoyó en el hombro de Xena—. Me alegra que todos
dijeran que les gustas.

—No dijeron eso. —Xena se opuso de inmediato—. Dijeron que no podían


encontrar a nadie para ocupar mi lugar en este momento. No es lo mismo. —
Inclinó la cabeza y mordió suavemente el lóbulo de la oreja de Gabrielle—.
Pero sí, yo también me alegro de que lo hayan dicho —pronunció en voz
baja—. De lo contrario, no sería una buena mañana.

Gabrielle permaneció en silencio por un momento.

—¿Les hubieras dejado hacerlo?

—¿Tu qué crees?

—Creo que no.

Xena sonrió.

—Hubiera empezado a destripar gente —comentó de modo informal—. A eso 475


me refería, no habría sido una buena mañana. Ahora podemos ir a la caza de
pistas sin tener que lavarme la sangre de las manos primero. —Movió las yemas
de los dedos. Gabrielle sonrió. La reina echó la cabeza hacia atrás y miró a
Lastay—. Gracias por el voto de confianza, por cierto.

El duque sonrió, un poco tímidamente.

—Creo que comencé a convertirme en alguien más arriesgado a medida que


aumentaban mis años. Has sido una influencia sobre mí en ese sentido.

—Yo también. —Gabrielle estuvo de acuerdo.

Xena los miró a los dos y luego puso los ojos en blanco.

—Los dos están en un huevo de problemas si me tienen como inspiración. —


Se levantó y se estiró—. Vamos a ver esa maldita cámara. Tal vez Gabrielle
tenía razón y estaban buscando algo más que esas concesiones.

Salieron usando la puerta de atrás y bajaron los escalones hacia la rotonda


que ahora estaba iluminada por la luz del sol que entraba por las puertas
abiertas del castillo. Soplaba una brisa fresca, fría, haciendo revolotear los
tapices y los soldados en guardia reforzaban su atención mientras pasaban.
Xena podía oír un zumbido de actividad en el exterior y agudizó el oído para
escuchar, detectando el movimiento de la tela de una carpa por la brisa y el
sonido del ganado en movimiento. Asintió un poco en señal de aprobación y
subió los escalones con pasos más cortos hasta sus aposentos, donde había
aún más guardias de pie a cada lado de la entrada.

»Abre.

Uno de los hombres abrió rápidamente la puerta a tiempo para que pasara,
yendo al centro del espacio y haciendo una pausa para mirar a su alrededor.

Esta cámara externa era grande y ahora se usaba para pequeñas audiencias
privadas y como espacio habitable. Habían retirado los cuerpos y alguien
había limpiado el suelo y abierto las ventanas para ventilar la estancia. Podía
oler el penetrante aroma del jabón y el agua y respiró hondo, sin encontrar
nada en el viento que no perteneciera allí.

Eso, se dio cuenta, era nuevo. Había sido consciente, tal vez incluso de
manera inconsciente, que había algo fuera de lugar en los últimos días, algún
olor, un casi recuerdo que la había estado molestando. Ahora se había ido. 476
Hm.

Comenzó a merodear por la sala.

»Removedlo todo y mirad en todos lados —instruyó—. Buscad grietas en la


pared, o lugares en los que alguna rata pudiera esconderse.

Lastay se quitó la capa y la colocó sobre una silla, luego se dirigió al otro
extremo de la sala y comenzó a examinar la pared, mientras Gabrielle se
acercaba al gran escritorio donde a menudo se sentaba para escribir las
misivas de Xena y comenzó a buscar en él.

Xena los miró brevemente, luego seleccionó un trozo de pared y fue hacia allí,
apartando los cortinajes que la cubrían para mirar la piedra desnuda. Estaba
limpia, se sorprendió un poco al notar que no había ni rastro de polvo o
suciedad. Pasó su mano sobre la piedra, sintiendo los bordes cincelados
mordiendo suavemente su piel.

Esta era la pared exterior de la cámara. No podría haber pasajes ocultos,


¿verdad? Xena se acercó a la ventana y se subió al alféizar, balanceándose
sobre un pie en el estrecho espacio mientras miraba la pared en la que estaba
la ventana.
Solo bloques de granito, piedra cortada de las montañas a su alrededor. Los
bloques eran pesados y bien colocados, los bordes al ras y cuidadosamente
enlechados con una arena finamente molida mezclada con cera. Alguien
había cuidado todos los detalles cuando construyeron este lugar y eso hizo
que Xena volviera a pensar.

—¿Xena?

La reina, todavía en equilibrio sobre una pierna, se volvió para mirar a quien la
llamaba.

—¿Hmm?

Gabrielle estaba sentada detrás del gran escritorio, una que la reina
recordaba que ya estaba en el castillo cuando se hizo cargo. Estaba
observando de cerca algo en la superficie y ahora levantó la vista.

—¿Podrías venir a ver esto?

Xena saltó del alfeizar y se acercó el escritorio, rodeándolo y uniéndose a su


consorte. 477
—¿Siiii? —Se arrodilló a su lado y estudió la madera—. ¿Qué estoy mirando?

—Bueno, mira. —Gabrielle agachó la cabeza al lado de la de Xena—. ¿Ves


qué gruesa es esta parte superior? Es tan gruesa como mi cabeza. —Xena la
miró de soslayo y ahogó una sonrisa—. Pero. —Gabrielle tocó la parte
delantera del mueble—. ¿Por qué lo es? No hay ningún cajón aquí ni nada.

La reina apoyó el codo sobre su rodilla y miró el escritorio. Luego agachó la


cabeza y miró por debajo.

—Tal vez es... no, no lo es —dijo—. El fondo está a ras. —Se inclinó hacia atrás
otra vez—. Jumm.

Experimentalmente, Gabrielle golpeó la parte superior, pero solo sonó un


golpe sordo.

—¿Crees que hay algo ahí?

—No puede ser tan fácil. —Xena negó con la cabeza—. Miremos en todas
partes. —Se levantó y caminó alrededor del escritorio, poniendo las puntas de
los dedos en el borde y viendo si alguna parte se levantaba. Sin embargo,
parecía tan sólido como se veía y se trasladó con pesar al gran aparador de
madera que contenía las minucias de liderazgo que usaba a diario.

Gabrielle dio unos golpecitos con la punta de sus dedos en la parte superior
del escritorio y lo estudió durante un minuto, luego se levantó también y
comenzó a buscar en el banco largo y bajo que iba a lo largo de la pared
que conducía a su cámara de dormir.

El banco tenía un asiento acolchado de tela elegante y olía un poco a moho,


mientras se movía a lo largo de su longitud y buscaba... bueno, lo que sea que
estuviera buscando. Experimentalmente tiró del cojín para ver lo que había
debajo, sorprendida al encontrarlo sujeto a la parte superior del banco.

Con el ceño fruncido, se sentó con las piernas cruzadas en el suelo de piedra
y miró el cojín.

¿Por qué alguien lo fijaría al banco?

Con un gruñido suave, se levantó y se acercó al escritorio, seleccionando la


delgada daga que Xena tenía allí para abrir el pergamino y hacer amenazas
478
leves, trayéndola, volviendo a sentarse y hurgando en la tela.

»¿Qué estás haciendo? —la voz de Xena casi la hizo levitar desde el suelo.

—¡Guau! —Gabrielle se volvió para encontrar a su amada mirando por


encima de su hombro, habiéndose acercado en silencio—. Me estaba
preguntando. —Hizo el corte un poco más grande—. ¿Por qué pegaron esta
parte blanda a la madera?

Xena extendió la mano y tiró, una oscura ceja se alzaba y la otra bajaba más.
Luego se levantó y agarró con firmeza el cojín, apretando las manos y
haciendo rechinar la tela.

—Retrocede en caso de que esta cosa esté llena de arañas.

Gabrielle se puso de pie y se colocó detrás.

—Vale. —La reina tomó aliento y luego tiró hacia atrás con todas sus fuerzas,
esperando que el cojín se desgarrara de la superficie. En cambio, con un
chasquido sorprendentemente fuerte, la parte superior del banco se levantó
y se partió por la mitad, parte de la cual se soltó en las manos de Xena y estuvo
a punto de enviar a la reina volando hacia atrás—. ¡Guau! —repitió Gabrielle
saltando fuera del camino.
—¿Qué...? —Xena tiró de la madera suelta y la echó a un lado, dando un paso
adelante para mirar hacia abajo en el hueco ahora visible del banco. Estaba
casi vacío, pero vio el borde de algo cerca del final, todavía cubierto con la
madera. Girándose hacia un lado, pateó la parte restante que se volcó por el
lado golpeando la piedra—. Huh.

—¿Eh? —Gabrielle puso sus manos en las caderas de Xena y asomó la cabeza
por el costado de la reina para echar un vistazo—. Es una caja.

Lastay se acercó y se unió a ellas.

—Ah, Em —resopló—. Tiene grabado el escudo de armas del antiguo rey.


¿Quiere que lo levante para echarle un vistazo, señora?

Xena tomó la daga que Gabrielle todavía sostenía en una mano y se inclinó
sobre el banco, hincando la hoja hacia abajo y golpeando la superficie de
madera.

—No tiene sentido correr riesgos —dijo—. Cada maldita caja de madera que
he visto en el último cuarto de luna, tenía un áspid.
479
—Será solo huesos de haber uno en esa, ¿eh? —sugirió Lastay. La reina lo
pinchó un par de veces más, luego usó la hoja para deslizar la caja a lo largo
del interior del banco de madera, oyendo el más débil sonido que le hizo
lanzarse hacia atrás, agarrando a Gabrielle y a Lastay y tirando de ellos hacia
atrás violentamente. Se lanzó al suelo llevándoselos consigo, sus sentidos
hormiguearon cuando algo pasó volando sobre su cabeza y aterrizó cerca—
. ¡Señora! —gruñó Lastay—. ¿Cuál es el problema?

—Quedaos quietos, los dos —ordenó Xena, levantando su cabeza con


cautela. Miró a su alrededor con cuidado y vio el proyectil, levantando su
cuerpo sobre el de Gabrielle para colocarse entre el dispositivo y su consorte—
. Un dardo. —Lo inspeccionó cautelosamente, estirando la daga para
moverlo.

—Por los dioses. —Lastay se había arrastrado para mirar—. ¿Cuánto tiempo
estuvo eso ahí? ¿Es nuevo?

Xena tomó el dardo y lo acercó, oliéndolo con cuidado. La pequeña punta


olía a moho, pero a nada más, y lo miró con los ojos entrecerrados, viendo
una gruesa capa de polvo cubriendo la superficie.
—No creo que sea reciente —dijo—. Probablemente lo he activado moviendo
esa maldita caja. —Lentamente, retrocedió hacia el banco, sosteniendo la
daga frente a ella mientras levantaba su cuerpo y miraba dentro. La caja
estaba donde la había dejado, pero ahora, en la pared trasera del banco,
podía ver varios agujeros pequeños que había estado ocultando—.
¿Gabrielle?

—Justo aquí. —El hombro de Gabrielle chocó contra su cadera.

—Dame una bota —dijo Xena—. Quiero bloquear esos agujeros de nuevo. No
confío en que haya un solo dardo ahí.

Gabrielle se sentó de inmediato y tiró de los cordones de su bota izquierda,


quitándosela del pie y entregándosela a su amante.

—Aquí tienes.

Xena la estaba mirando.

—No tenía por qué ser tu bota —comentó suavemente, pero tomó el objeto
ofrecido y se hizo a un lado, colocándolo cuidadosamente en su lugar delante 480
de los agujeros.

Tan pronto como lo hizo, se escucharon otros cuatro estallidos suaves, y cuatro
dardos negros más pequeños ahora estaban atrapados en el cuero del
calzado de Gabrielle.

—Señora. —Lastay reflexionó sobre la bota—. ¿Tienes el ojo de un oráculo?

Xena resopló suavemente y volvió al interior, apuñalando la caja con su daga


y atravesando la tapa.

—Retroceded, los dos. Voy a sacarla.

Esperó a que retrocedieran, luego levantó el brazo hacia atrás, tirando de la


daga y la caja, que se estrellaron contra el suelo de piedra a su lado.

Todos se quedaron mirándola en silencio durante un minuto, luego Xena sacó


el cuchillo, y estudió el estuche. Era una caja finamente hecha, con
incrustaciones de madera en la parte superior formando el escudo de armas
y unas asas de hierro en los extremos para transportarla. Ahora, por supuesto,
la parte superior también estaba adornada con un corte estrecho.

—Es bonita —dijo finalmente Gabrielle.


—Sí. —Lastay estuvo de acuerdo—. Tenía un buen carpintero aquí en los viejos
tiempos. Recuerdo haber visto un trabajo así en algunas de las propiedades
más antiguas... había cositas como esa en el lugar del que mi familia se hizo
cargo cuando les cedisteis los derechos.

—No es tan bonita como la de Xena —concluyó Gabrielle—. ¿Ves esa parte
de allí? Ni siquiera llega hasta el final. —Señaló una esquina. —La de Xena es
perfecta. —Levantó la vista y vio unos ojos azules ligeramente divertidos que
la miraban—. Bueno, lo es.

—Hm. —Xena apoyó la caja contra su pie e insertó la punta de la daga en el


agujero de la cerradura, girándola con habilidad consumada hasta que hizo
saltar el cierre. Levantó el pasador y abrió la tapa de la caja, con su mano
libre levantada, lista para hacer frente a cualquier cosa que saliera volando
de ella. Nada salió. Después de un momento de cautela, miró dentro y dejó
caer la mano—. Eh.

Gabrielle presionó su cabeza contra su hombro.

—¿Qué es? 481


Xena metió la mano dentro y sacó el contenido, un pedazo de pergamino
polvoriento y doblado. Se giró y lo puso en el suelo para que ellos lo vieran, lo
abrió y lo extendió a la luz que entraba por la ventana.

—¿Eso es un mapa? —Lastay se inclinó más cerca, poniendo sus manos


encima aplanándolo—. Lo es.

—Lo es. —Xena estuvo de acuerdo.

—Vaya. —Gabrielle reptó para ponerse encima y lo miró—. ¿Es... no es eso


aquí? —Señaló el lado izquierdo del pergamino—. Se parece a este lugar.

—Sin la torre de guardia exterior, ni la ciudad. Sí. —Xena escaneó el mapa,


captando detalles que inmediatamente despertaron su interés—. Ese es el
camino que tomamos hacia la ciudad portuaria. —Señaló una línea ondulada
que se interponía entre lo que se dibujaba como colinas y el extremo más
alejado, que tenía una pequeña ciudad donde sabía que ahora se alzaba la
ciudad—. Esto es de hace mucho tiempo.

—¿Qué es eso, señora? —Lastay señaló apuntes garabateados en el área


entre la ciudad y las colinas.
¿Qué era eso?

Xena estudió la cuadrícula, viendo una línea casi borrada que entraba y salía
de las curvas de las pendientes, deteniéndose a intervalos regulares que
estaban marcados con una pequeña cruz y un círculo dividido en cuatro, con
glifos en cada sección. Entonces la línea se desviaba de las colinas hacia el
norte de la ciudad, más allá de una escarpa dibujada hasta un garabato que,
dedujo, era la orilla del mar.

Había una caja dibujada allí, y una imagen tosca de lo que podría haber sido
un barco. Entrecerró los ojos otra vez, viendo en la tenue línea diminutas
ramificaciones que parecían ser flechas.

Flechas.

Señalando desde lo que parecía un barco a lugares en las colinas.

Llevando algo de un barco, a lugares en tierra y esconderlo.

Los ojos de Xena se desenfocaron un poco, mientras refrescaba su memoria.


482
—Gabrielle, ¿recuerdas esa aldea... la que estaban quemando los asaltantes?
¿Esa primera? ¿Con los niños?

—Sí —respondió Gabrielle con tono tranquilo—. Esa que nunca olvidaré.

—¿Recuerdas lo que había en esa cueva, con ellos?

Su consorte consideró la pregunta.

—No, la verdad es que no... solo recuerdo a esos niños, y eso... oh, espera —
dijo—. Había un cofre allí. Lo enviaste de vuelta con ellos.

—Un cofre lleno de cadenas de oro y monedas —dijo Xena—. Que me olvidé
por completo de investigar cuando volví aquí para averiguar de dónde Hades
venía y por qué lo tenían. —Se incorporó y los miró—. ¿Por qué una aldea en
la parte trasera del bosque tenía la mitad del rescate de un rey escondido en
una cueva detrás de sus vertederos?

Lastay la miró fijamente.

—¿Un tesoro? —dijo—. ¿Es esto lo... esto? —Señaló el mapa—. ¿Esto es lo que
estaban buscando?
—Hijo de puta. —La reina miraba fijamente el pergamino—. Tal vez podría usar
un rescate.

—¿Majestad? —Lastay la miró desconcertada.

—Tal vez. —Miró a Gabrielle—. E incluso sabes dónde está una de estas
malditas cuevas.

483
Parte 12

Gabrielle extendió el viejo mapa en la parte superior del escritorio,


examinándolo de cerca. Nunca antes había visto un mapa del tesoro, aunque
había oído hablar de ellos en historias. Las marcas en él la fascinaban y ahora
tenía tiempo de sobra para echarle un vistazo.

Tiempo de sobra, porque Xena había ordenado que sus estancias estuvieran
cerradas y vigiladas, y ella misma estaba cerca del fuego en una reunión
tranquila con Brent. Se había cambiado su elegante vestido por la armadura
de casa, pero todavía tenía puestas sus suaves botas de interior para combatir
el frío del suelo de roca.

Había ordenado a Brendan que filtrara la noticia de que había encontrado


un mapa antiguo. Gabrielle no estaba segura de si eso detendría a las 484
personas que intentaban entrar o haría que desearan entrar aún más, y no
estaba segura de cuál de las dos era lo que buscaba Xena, pero estaba
contenta de especular sobre el trozo de pergamino que tenía ante ella, e
imaginar qué historias había detrás de él.

¿Piratas tal vez?

—Oye, ¿Gabrielle?

Gabrielle levantó la vista para encontrar a su amante y a Brent mirándola.

—¿Sí?

—¿Puedes hacer una copia de esa cosa? —preguntó la reina—. Por si acaso.

—Por supuesto.

Gabrielle cruzó al trote la puerta de su cámara interior y entró en su pequeña


cámara detrás de ella, recogiendo su caja de pergamino y pluma,
colgándosela del hombro. Hizo una pausa cuando escuchó música que
entraba por la ventana y se desvió hacia el alféizar para echar un vistazo
afuera.
El sol inundando el patio era muy bienvenido. Sonrió, agradecida por su calor
y su luz después del terror de la tormenta y, si se ponía de puntillas, podía ver
a los artistas del circo en el patio, practicando.

Tal vez todo iba a estar bien.

Se apartó de la ventana y trotó de regreso a la cámara exterior, viendo a Xena


medio de pie como si estuviera a punto de ir tras ella.

¿Iba a hacerlo?

»Lo tengo. —Levantó su bolsa—. Solo estaba mirando afuera. Es tan bonito.

—Hmph. —Xena volvió a sentarse.

Gabrielle fue al escritorio y sacó algunos pergaminos y plumas, preparando su


espacio de trabajo con cuidado. Afiló el extremo de la pluma sobre la piedra
sujeta al borde de la caja y abrió su bote de tinta sellado con cera para
dibujar. Después de un momento, sintió unos ojos sobre ella y alzó la vista,
descubriendo que Xena la miraba con una expresión de dulce afecto. 485
Eso la hizo querer derretirse. Realmente esperaba que todo saliera bien y que
Xena y ella pudieran volver a su vida, la cual estaba empezando a disfrutar
de verdad. Tenía tantas cosas que quería hacer en los meses de invierno y
cruzó los dedos para que las cosas malas dejaran de suceder y poder
hacerlas.

Estaba segura de que Xena tenía un plan, segura de que la reina sabría qué
decirle al Dios de la Guerra, y que después de hoy, podrían relajarse y seguir
con sus vidas.

De Verdad. Estaba segura de eso.

Le sonrió a Xena y fue recompensada con una sonrisa a cambio, luego se


acomodó en su trabajo y comenzó a trazar cuidadosamente el contorno del
mapa. Xena siempre tenía un plan, e incluso cuando no lo tenía, podía montar
uno tan rápido que no importaba.

—Bueno Xena. —Brent estaba examinando la caja—. Esto es definitivamente


del reinado de mi abuelo. —Frotó el pulgar sobre la unión—. Pero no lo
entiendo muy bien, ¿has dicho que el mapa indica algo traído de un barco y
escondido en las colinas?
La reina asintió.

—Creo que más de lo que encontramos en aquella aldea está escondido allí
y ese es el motivo por el que hubo tanto revuelo cuando repartí las
concesiones de tierras. ¿Te imaginas a Bresius buscando setas en sus nuevas
tierras y encontrando suficiente oro como para comprar toda esta maldita
fortaleza?

—Huh. —Brent sacudió la cabeza—. Hubiera sido un desbarajuste, sin duda,


pero... ya sabes, Majestad, no recuerdo haber oído nada sobre esto. Habría
esperado que mi abuelo saliera y recuperara esto, si lo hubiera sabido.

—Bueno, estoy segura como el Hades de que lo habría hecho —comentó la


reina—. ¿Es posible que esto llegara antes de su tiempo? —Se levantó e hizo
un gesto a Brent para que se acercara—. Mira, mira esta fortaleza. Le faltan
muchas partes. —Se inclinaron sobre el pergamino, evitando molestar a
Gabrielle mientras lo copiaba pacientemente—. Mira, todo el patio no está
ahí, ni la ciudad exterior. —Xena tocó con su dedo—. Así que, ¿de hace
cuánto tiempo es?
486
Brent negó con la cabeza.

—No lo sé. Ha estado ahí todo el tiempo desde que lo conozco.

—Maldición. —Xena golpeó con los nudillos contra el escritorio—. Así que
tenemos que encontrar a algunos ancianos que puedan recordar y que estén
dispuestos a contármelo.

—Oye, ¿Xena?

—Oye, ¿Gabrielle? —La reina ladeó la cabeza y miró a su consorte.

—Cuando llegué aquí había todos esos tapices en la pared. —Gabrielle


estaba ocupada con un bosquejo de la fortaleza—. Pensé que uno de ellos
podría representar algo así como esto. ¿Recuerdas? —El silencio se prolongó
lo suficiente como para que mirara hacia arriba. Tanto Brent como Xena la
estaban mirando con las mandíbulas ligeramente caídas—. Bueno, lo hacía —
repitió ligeramente vacilante—. Quiero decir, ¿tal vez alguien lo vio después
de que lo descolgamos?

—Cuando lo descolgamos —repitió Xena lentamente—. Cuando lo


descolgamos. —Pensó sobre eso, tratando de recordar... ah. Sí. Podía oír el
eco de la voz de Gabrielle supervisando la retirada de los viejos trapos y la
colocación de los nuevos. Podía oler el aroma del tinte fresco en el fondo de
su mente—. Antes de salir en campaña, cuando todo comenzó a volverse
loco. —Se volvió hacia Brent—. Ve a ver dónde acabaron. Le preguntaría a
alguien que lo sabía, pero ese alguien está muerto.

—Stanislaus.

—Stanislaus. —Xena estuvo de acuerdo—. Averigua que fue de esos tapices


viejos. —Se sentó en el escritorio y cruzó los brazos sobre el pecho—. He estado
tratando de averiguar por qué Hades vinieron aquí los persas.

—¿Por usted, señora? —dijo Brent en un tono suave—. Recuerdo el


campamento de la persa, ¿eh?

Xena arrugó la nariz.

—Lo recuerdo —dijo ella—. De todos modos, eso sería gratificante para mi
ego, pero no creo que el tipo al mando arriesgara a su hija y a todos esos
soldados solo por mí —añadió—. Pero tal vez lo haría si Bregos le contara sobre 487
el tesoro.

Brent gruñó.

—O tal vez la princesa lo usó para tentar a su padre a financiarla. Me parece


que su interés, sin ofender, estaba en usted.

—Yo también lo creo. —Gabrielle habló.

—Estabas celosa de ella —señaló Xena secamente—, así que por supuesto
que pensaste eso.

Gabrielle se sonrojó un poco

—Eso es cierto, pero sigo creyendo que ella estaba más interesada en ti que
en unas cuantas monedas viejas de oro —respondió golpeteando el borde de
la pluma contra su barbilla—. No creo que a ella le importara el tesoro en
absoluto.

—Iré a averiguar sobre los tapices. —Brent se levantó y se sacudió las manos.
—Trae a Lakmas cuando lo hagas —dijo Xena—. Veamos qué sabe acerca
de por qué vinieron aquí.

—Lo haré, señora. —Brent se marchó, dando un paso atrás para dejar que
Brendan entrara en su lugar.

El viejo soldado entró y tomó asiento en uno de los taburetes pequeños al lado
del escritorio.

—Ya ha corrido la voz, señora. —Apoyó los codos sobre las rodillas—. Ahora
veremos qué ocurre.

—En efecto. —Xena se levantó y empezó a deambular, balanceando sus


brazos—. Va a ser de dos maneras. O alguien derramará sangre para entrar
aquí y cogerlo, o nadie lo hará porque tiene demasiado miedo de que los
vaya a matar.

La estancia quedó en silencio salvo por el leve rasguño de la pluma de


Gabrielle. Entonces se detuvo.
488
—¿No tendrían miedo de eso en cualquier caso? —preguntó su consorte—.
Me refiero, ¿a que los mates?

Xena se volvió y la miró, plantando sus manos en sus caderas.

—Podrías pensar eso —dijo—. Pero ahora que todos saben que sé lo que es,
tal vez dejen de intentar conseguirlo y se vayan. —Caminó hacia el escritorio
y estudió el mapa—. Y, sin embargo, esto realmente no le dice a nadie
exactamente dónde está. Solo marcas en las colinas.

Brendan se unió a ella para mirar.

—Bueno, lo hace un poco —dijo—. Mira, está dibujado como lo verías si


estuvieras parado en el paso, ¿verdad?

—Sí —reflexionó Xena.

—Así que está contando, cuatro colinas y dos, con un espacio entre ellas. —
Brendan puso su dedo en el mapa—. ¿Recuerdas eso, Xena? Lo pasamos por
alto. Esas colinas con ese gran hueco del que bajaba el río.
—¿Me acuerdo de eso? —se preguntó la reina—. ¿O me he vuelto
completamente senil?

—Creo que estabas ocupada dando una paliza a los persas cuando pasamos
por allí —sugirió Gabrielle—. Estabas bastante ocupada. —Volvió a copiar el
pergamino—. No recuerdo las colinas, pero creo que yo también estaba
bastante ocupada. —Tocó el mapa con su pluma—. Creo que fue allí donde
acampaba el ejército persa, cuando nos quedamos con ellos.

—Sí, sí. —Brendan estuvo de acuerdo—. Tuvimos que cruzar el río para llegar a
la ciudad, por eso me acuerdo. —Trazó un camino por el río—. El vado aquí,
luego cruza hacia esas pequeñas colinas allí.

Gabrielle asintió.

—Si subes a la cabecera de ese río y te desvías hacia la derecha, ese es el


camino al lugar de donde vengo. Así que la cueva está arriba en las laderas,
por encima del río.

Xena tamborileó sus dedos. 489


—Podríamos ir allí —sugirió.

—¿Mañana? —Gabrielle estaba mirándola a la cara.

Xena sonrió.

—Mañana —dijo ella—. Brendan, juntaremos una fuerza para salir y ver qué
hay realmente en esta cueva.

Brendan asintió.

—Sí —dijo él—. El clima ha mejorado ahora, será un buen paseo. —Se frotó las
manos—. Si esa ha sido la causa de todo este jaleo, Señora, cogerlo y ponerlo
bajo vigilancia es algo bueno.

—Sí, lo será. —Xena volvió a su silla de audiencias, se cubrió con un grueso


pelaje, y se dejó caer sobre ella con una pierna sobre el brazo inclinada hacia
atrás—. Y bien, ¿tenemos planeados los banquetes? Vamos a poner algo de
comida para todos los que estuvieron atrapados en este maldito lugar en los
últimos días y hagámoslo bien.
—Las cocinas están trabajando en ello —dijo Brendan—. Tengo a los hombres
limpiando el desastre de la tormenta. Es bueno estar al aire libre.

Xena giró la cabeza para mirar a su consorte.

—¿Quieres salir al aire libre? —preguntó—. ¿Llevar al enano y a Tiger a dar una
vuelta?

Gabrielle se animó visiblemente.

—Ya casi he terminado con esto. —Señaló el pergamino—. ¿Podemos hacer


un picnic?

—Claro. —La reina estuvo de acuerdo—. Me encantaría.

—¡Genial! —Su consorte regresó al trabajo, no sin un feliz contoneo.

La sonrisa de Xena se volvió pensativa, luego dejó descansar su cabeza en la


silla y observó las llamas bajas en la chimenea.
490

Hacía un hermoso día afuera. Gabrielle llevaba su capa sobre sus hombros,
sus extremos colgaban por los costados de Parches mientras trotaba
amigablemente a lo largo del sendero al lado de Tiger. El sol había salido y
secado la mayor parte del barro y la fría brisa era más divertida que
congelarse.

Parches portaba una alforja doble en la que llevaban su almuerzo, y aparte


de los daños de la tormenta, hasta el momento había sido un paseo genial.

Xena llevaba puesta su armadura y su gruesa capa que cubría su espada en


la espalda. Tenía puestos sus cálidos guantes y parecía estar disfrutando del
día, sonriendo un poco para sí misma.

Se dirigían a la pequeña arboleda justo fuera de las murallas de la fortaleza,


en una pequeña elevación que tenía un pequeño manantial y troncos caídos
perfectos para sentarse.

—Oye, Xena.
—¿Oye, Gabrielle? —La reina miró para atrás hacia ella—. ¿Ese enano te está
haciendo rebotar demasiado?

—Para nada. —Gabrielle acarició el cuello de Parches—. Estoy muy contenta


de que no resultaran heridos en el establo. Esa parte aplastada parecía
realmente aterradora.

—Yo también —concordó Xena sin reparos—. Odiaría que le hubiera sucedido
algo a este gran bastardo después de todo lo que ha pasado conmigo
últimamente. —Tiró cariñosamente de la crin de su semental—. Es un buen
chico.

—La verdad es que han pasado por mucho, ¿eh? —dijo Gabrielle—. Creo que
nosotras también hemos pasado por mucho.

—No es broma. Me ha pasado más mierda en el último año que en los diez
anteriores —comentó Xena—. Creo que es culpa tuya.

—¿Culpa mía?
491
—Mm. Crees que soy asombrosa, así que tengo que demostrarlo y ahí lo tienes.
Mierda al momento. —La reina suspiró tristemente—. Antes de que
aparecieras, era una vieja y aburrida borrachuza a la que nunca le había
pasado nada.

Cabalgaron en silencio por un momento. Entonces Gabrielle se aclaró la


garganta.

—Prefiero que seas asombrosa y que nos pasen cosas a ser aburrida.

Xena se rio suavemente, un toque de disgusto en el sonido.

—Sí, yo también —admitió—. Deberías vivir la vida, Gabrielle. De lo contrario,


es solo existencia. No iba a ninguna parte hasta que apareciste. Ahora
normalmente estoy en el camino al Estigia, pero es más divertido.

El claro estaba empapado y había montones de nieve en los huecos entre los
árboles. Dos de los más altos también habían sido derribados y el centro del
área estaba lleno de ramas, hojas y restos. Xena desmontó y se echó la capa
sobre la espalda, avanzando a grandes zancadas para ocuparse de este
impedimento para ponerse cómodas.
Gabrielle bajó un poco más despacio, acariciando a Parches en su hombro
peludo y dándole un abrazo. El pony se giró y la miró, dando la extraña
impresión de que le estaba guiñando el ojo.

Ella le dio un beso en la nariz.

—Me alegro de que no hayas resultado herido, Parches —le susurró al oído. —
Pero estoy realmente segura de que, si alguna vez te sucede algo, terminarás
en Elisia. —Agarró sus riendas y siguió a Xena al claro, observando con
perplejidad cómo la reina apartaba las ramas fuera de su camino.

Esa era una de las cosas que más amaba de Xena. A pesar de que era la
reina, y podría haber tenido un número de soldados y sirvientes con ellas para
mover las cosas fuera de su camino y preparar un buen lugar para que se
sentara, no lo hizo.

—Ahora sí. —Xena examinó sus resultados, quitándose la capa y


extendiéndola sobre uno de los gruesos troncos caídos. Luego se sentó y le
hizo un gesto con el dedo a Gabrielle—. Trae el almuerzo, mi amor.
492
Mi amor.

Gabrielle sonrió y se acercó, dejando las gruesas alforjas con su carga de


golosinas sobre el tronco, antes de sentarse junto a Xena. Se le ocurrió que su
amor era algo genial y asombroso.

—Bien, vamos a ver que tenemos.

—¿No sabes lo que tenemos? —Xena la miró—. No dejaste que algún gorrón
de la cocina preparara el paquete por ti, ¿verdad?

—Xena.

—Solo pregunto. —Xena extendió sus largas piernas y las cruzó por los tobillos,
apoyándose en las manos. Respiró profundamente el aire frío y se relajó un
poco, disfrutando del silencio a su alrededor.

O bueno, realmente no era silencio. Podía oír las ramas y las hojas susurrar y el
suave crujido de la nieve cayendo de ellas mientras se balanceaban con la
brisa. También podía escuchar los tranquilos movimientos de Gabrielle
sacando las golosinas de sus sacos y la respiración firme y regular de su
consorte.
Pero no había otras personas alrededor, y sintió una sensación de paz al saber
que, en ese momento, no necesitaba vigilar por encima de su hombro ni
sospechar de los motivos de todos los que la rodeaban.

»Me alegro de que acabara la tormenta —comentó en voz baja—. Maldito


clima.

—Ten, hice esto con el primer asado. —Gabrielle le entregó una media hogaza
rellena de lonchas de carne—. Todavía está caliente.

Lo estaba. Xena le dio un buen mordisco, masticó con satisfacción mientras


observaba a Tiger y Parches husmear por el suelo cubierto de nieve,
encontrando algo de hierba que aún no había sido matada por el frío para
morderla.

—Bien.

—Bien. —Gabrielle estaba mordisqueando su propio bocado.

—¿Qué piensas de ese mapa? 493


Gabrielle masticó por un momento mientras pensaba en eso.

—Creo que es algo genial. Como un mapa pirata del tesoro —dijo—. ¿Crees
que es auténtico? ¿Qué de verdad hay riquezas por ahí fuera?

—Sabemos que las hay. —Xena tomó un trago de su odre de vino, que ahora
era en realidad un odre de sidra—. Lo vimos en esa cueva. Ojalá me hubiera
acordado de eso cuando volvimos. Maldita sea. Brendan no pudo encontrar
a ninguno de esos niños para preguntarles de dónde habían salido.

—Bueno, nos pasaron muchas cosas después de eso —dijo Gabrielle—. Quiero
decir, con el ejército, y el otro ejército, y la ciudad portuaria, y tú dándoles una
paliza a todos y todo eso. Ni siquiera me acordaba de haber visto esa cueva
hasta que me lo recordaste —dijo—. ¿Qué vas a hacer con todo eso?

Xena dio otro mordisco.

—Pensaba en ir a ver si podía ofrecérselo a los dioses de Lakmas para que me


dejaran en paz —dijo—. No estoy segura de si voy a tener la oportunidad.

Un pequeño silencio cayó.


—¿Qué significa eso?

—Ares volverá esta noche —dijo la reina—. No sé qué va a pasar después de


eso. —Gabrielle exhaló—. Pero pase lo que pase, te quiero conmigo —añadió
Xena inesperadamente—. Quiero que estés a mi lado cuando vaya allí y me
encuentre con él, Gabrielle. —Estudió a la mujer sentada a su lado—. Harás
eso por mí, ¿verdad?

Su consorte dejó de masticar y la miró. Luego tragó apresuradamente.

—¡Claro! —dijo—. ¡Por supuesto que lo haré, Xena!

La reina sonrió brevemente y volvió a su bocado.

—Te quiero allí —repitió en un tono más tranquilo—. Probablemente sea tan
aterrador como lo fue anoche.

Gabrielle asintió. Pensó que probablemente debería tener miedo de eso, pero
no era así.
494
—Si acabamos luchando, lo haré lo mejor que pueda —prometió—. Pero es
algo así como esos tipos que nos acompañaron del ejército de Sholeh, Xena.

—¿Eh?

—Los tipos que fueron con nosotros —repitió su consorte—. Sabían que iban a
pasar cosas malas, pero no les importaba. Así que no me importa. Solo querían
estar contigo y lo que sea que te pasara estaba bien si les pasaba a ellos
también. Así es como me siento.

Xena pensó en eso durante un rato mientras se ocupaban de su almuerzo, allí


en su claro un poco desolado, con nieve en el suelo y árboles caídos a su
alrededor. Se preguntó brevemente si merecía esa clase de devoción idiota.

—No sé por qué la gente hace eso.

—Porque tu harías lo mismo por nosotros.

Y eso, ciertamente, era verdad.

—Hm.
Gabrielle tomó su mano, levantándola y besando la parte posterior y luego la
palma.

—Disfrutemos mucho hoy, Xena. No puedo esperar para ver el circo de nuevo.

Xena se inclinó y le devolvió el beso, en los labios.

—Está bien —dijo—. Tengamos el mejor día de todos. Después, que pase lo
que tenga que pasar. —Miró a Gabrielle—. ¿Tienes pan de nueces ahí?

—Tal vez.

—¡¡¡Tal vez!!!

El patio estaba lleno de expectación, color y gente cuando regresaron. El gran


espacio había sido despejado de nieve y escombros, y los comerciantes
estaban preparando sus carros, pareciendo aliviados y felices mientras se 495
frotaban las manos en el aire frío.

Xena y Gabrielle cabalgaban juntas a través de las puertas abiertas en un


plácido paseo, girando la cabeza para mirar la escena mientras se abrían
camino a través del mercado que ahora se restablecía frente a ellas.

—¡Su Majestad! —llamó uno de ellos, agitando una mano—. ¡Muchas gracias
por su protección contra el clima!

Un coro se elevó cuando divisaron al jinete alto y de pelo oscuro en medio de


ellos. Xena levantó una mano enguantada en respuesta, reduciendo el paso
de Tiger para poder ver todos los preparativos en curso.

—Están tus amigos —indicó a los artistas de circo, que estaban cerca de la
pared, brincando como pelotas, aparentemente muy contentos de estar
afuera al sol—. Vamos a ver cómo les está yendo.

—Claro. —Gabrielle giró la cabeza de Parches y apretó las rodillas. El pony


rompió amablemente en un paseo sin prisa y cruzaron el patio interior,
llegando junto a los artistas de circo cuando comenzaban a lanzar una
pelota—. Hola.
—¡Oh! —Zev la vio—. Hola, mi lady. —Llegó al lado de Parches, y el resto de los
artistas lo siguieron—. ¿Ya te sientes mejor?

—Lo estoy —dijo Gabrielle—. Lamento mucho que vuestro espectáculo se


viera interrumpido la otra noche.

—¡Nosotros no! —dijo Zev—. ¡Tus muchachos atraparon al malo! ¡Eso fue
increíble! Me dijeron que la misma reina lanzó el cuchillo, ¿es cierto?

—Es cierto —asintió Gabrielle—. Ella vio al tipo y chico... se movió tan rápido
que ni siquiera podías verla.

—Fue genial. —El hermano de Zev le dio unas palmaditas en el lomo a


Parches—. Y estábamos tan contentos de haber estado dentro durante la
tormenta, que realmente no sé lo que hubiéramos hecho si hubiéramos estado
afuera.

—Congelarnos —dijo Zev concisamente—. Pero estábamos cómodos y


calentitos adentro y hemos estado trabajando para que sea como estar en
casa. ¿Quieres verlo? —Le sonrió a Gabrielle y ella le devolvió la sonrisa—. La 496
reina no ha cambiado de opinión, ¿verdad? ¡La manduca aquí es increíble!

—No, en absoluto —dijo Gabrielle—. Déjame ver... —Se dio media vuelta y vio
a Xena hablando con algunos de los mercaderes. Ella saludó con la mano, y
la reina miró rápidamente, concentrándose en ella mientras señalaba hacia
la puerta del salón de baile.

Xena asintió y agitó su mano.

—Vámonos. —Gabrielle dirigió a Parches hacia la puerta mientras los artistas


de circo se reunían a su alrededor y caminaban a su lado. Se abrieron paso a
través del mercado en preparación y entraron en la larga rampa inclinada
que conducía al salón de baile.

No se veía mucho como si alguien fuera a bailar en él ahora. Gabrielle se


sentía como en casa montando a Parches en el interior, porque el suelo
estaba cubierto de paja gruesa y no había más que un toque de estiércol en
el aire. La gente del circo se había instalado, y detrás del área de actuación,
los vagones habían sido desempacados y organizados.

»Ala. —Gabrielle bajó de Parches y se volvió, solo para encontrar a un mozo


de cuadra vacilando tras sus talones—. Oh, hola Josha.
—Su gracia, ¿puedo llevármelo? —preguntó el mozo—. Me alegro de verla
montar de nuevo.

—Claro. —Gabrielle le entregó las riendas, dándole una sonrisa. Los mozos
guerreros eran algunos de los favoritos de Xena en el ejército, y los de ella
también—. Gracias. No es que hayamos cabalgado muy lejos, pero fue
agradable salir.

—¡Muy cierto! —dijo Zev—. Mira lo que hemos hecho aquí.

Él guio el camino a través de la paja y pasó por los postes, agachándose entre
dos de los vagones. Detrás del gran espacio abierto, habían colocado los
carros en un cuadrado y en el centro del cuadrado habían establecido los
quehaceres domésticos. Había una agradable hoguera preparada,
colocada sobre piedras que aparentemente habían recogido,
cuidadosamente puestas en un espacio abierto con la capa de paja bien
despejada.

Delante de cada carro se había creado una pequeña área para sentarse,
con medio barril, taburetes y sillas de campaña bajas que servían como 497
asientos y mesas, con restos dispersos de la vida diaria.

Se veía lindo y cómodo, y había dos niños pequeños corriendo con una pelota
de trapo rellena. Todo esto hizo sonreír a Gabrielle y tener unos pensamientos
breves y melancólicos sobre los recuerdos de sus primeros años, cuando ella y
Lila se hacían persecuciones de la misma forma enfrente de su pequeña casa.

»¿No es genial? —Zev estaba caminando junto a ella—. Es muy agradable


poder quedarse en un solo lugar por un tiempo.

Todos los extraños sucesos no parecían perturbar a los artistas de circo. Se


veían relajados y alegres, Zev señalaba los baldes de agua y las hamacas
colgadas entre los carros que les proporcionaban lugares para dormir.

—Estoy deseando que llegue el espectáculo de esta noche —dijo—. ¿Cómo


están todos vuestros animales?

Caminaron pasando la zona de acampada hacia la parte posterior, donde


los animales se encontraban cómodamente confinados. Gabrielle vio al gato
grande tendido cerca de la parte trasera de la gran sala, con los ojos cerrados
mientras dormía.
—Lo están haciendo muy bien. —Su compañero siguió hablando—. Las
cocinas han sido súper amables dándonos cosas para alimentarlos. Huesos y
eso también. —Le dio unas palmaditas a uno de los caballos de montar en la
grupa—. Tenía mucho miedo de que salieran lastimados con todos esos tipos
malos por ahí, especialmente después de que Durgo fuera apuñalado, pero
han estado bien.

Uno de los acróbatas subía y bajaba por una cuerda conectada a la pared y
Gabrielle se detuvo para mirarlo.

—Guau —dijo después de un minuto—. Tuve que hacer eso hace unos días y
chico, es muchísimo más difícil de lo que parece.

—Lo es. —Zev estuvo de acuerdo—. ¿Por qué trepabas a una cuerda? —
preguntó después de una pausa, girándose para mirarla.

¿Por qué lo había hecho?

Gabrielle pensó en eso, en los recuerdos que tenía antes de lastimarse, más
que un poco borrosos. 498
—Había un agujero en la pared. Xena quería saber qué había dentro.

Zev parpadeó.

—¿Así que te hizo trepar allí? —preguntó en un tono dudoso.

—No fue exactamente así. Había algunos zapatos que ella quería probar y yo
era la única a la que le encajaban. —Gabrielle se acercó al gran felino y lo
estudió, admirando la piel brillante y de aspecto suave. Recordaba a Xena
dándole unas palmaditas, pero ella no tenía ningún deseo de acercarse
más—. Es tan bonito.

—Lo es. —Cellius había estado apoyado contra uno de los carros y ahora se
acercó a ellos—. Y él no lo sabe, bastardo arrogante.

Ella se echó a reír cuando el gato levantó la cabeza y los miró, bostezando
para mostrar sus enormes dientes curvados antes de cerrar los ojos y volver a
dormirse.

—Nunca he oído hablar de algo como él —admitió Gabrielle—. Aunque creo


que tampoco he tenido muchos lugares para escuchar.
—Así que nos dijiste que eras bardo. —Cellius sonrió—. No mencionaste el resto.
—Señaló el carro—. Tenemos té, ¿quieres un poco?

—Claro. —Gabrielle se unió a ellos cerca del pequeño brasero, no muy


diferente del que Xena había usado cuando estaban fuera con el ejército en
guerra—. No, no mencioné el resto porque creo que todavía estoy un poco
desconcertada por eso. —Se sentó—. Vengo de una granja de ovejas.

Cellius se rio entre dientes y se sentó mientras Zev servía un poco de té.

—Creo que es genial —le confió—. Significa... bueno, ¿sabes que siempre oyes
que los peces gordos siempre están al mando?

—¿Peces gordos? —Gabrielle ladeó la cabeza—. ¿Te refieres a los nobles?

Ella asintió.

—Bueno, sí. Lo sé. Mi familia trabajó la tierra para uno de ellos.

—Y ahora tú los gobiernas. —Zev sonrió tomando asiento en un taburete 499


bajo—. Esa es una historia de la ostia, ¿sabes?

Ciertamente, lo era. Gabrielle sonrió.

—¿Así que vais a cambiar vuestro espectáculo esta noche? —Cambió de


tema—. Sé que a Xena le gusta mucho eso de los caballos —dijo—. ¿Viste el
caballo que estaba montando? Ese es Tiger, su caballo de guerra.

—Buena bestia —dijo Zev—. Parece peligroso.

—Muerde. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. Pero le doy manzanas y creo que


le gusto. —Hizo una pausa para tomar un sorbo de té—. ¿Queréis oír una
historia sobre él?

—Claro. —Cellius se relajó en la silla de campamento—. ¿Por qué no?

Gabrielle sonrió y se acomodó, pensando en Tiger y en la historia que se había


inventado en su cabeza sobre cómo él y Parches habían encontrado el
camino de regreso a casa.

—Bueno, fue en el tiempo antes de la guerra...


—¿Estuviste en la guerra? —Cellius intervino.

—Sí, estuve. Estaba con Xena cuando tendimos una emboscada a los persas,
y cuando prendimos fuego a sus barcos, y cuando los echamos de la ciudad
portuaria y luego los perseguimos directos hasta nuestro ejército en el paso —
dijo Gabrielle—. Como sea, fue en la guerra.

Zev la estudió.

—Has hecho muchas cosas para una pastora de ovejas.

Gabrielle se encogió de hombros con modestia.

—Estábamos escapando de los tipos malos corriendo de acá para allá por
una montaña y Tiger se perdió —comenzó la historia—. Pero es un caballo muy
listo, así que, en lugar de huir, se ocultó de los malos y comenzó una gran
aventura para encontrar el camino de regreso con su amigo Parches el pony.

—¿Ese es tu caballo? —Los ojos de Cellius brillaron.


500
—Lo es —dijo Gabrielle—, Y él también es muy listo. Así que tenían que
encontrar un camino a través de las montañas y...

Dónde estaba Gabrielle.

Xena saltó del lomo de Tiger y entró al salón de baile, apenas notando al mozo
que corría para coger las riendas de su semental. Había bastantes personas
en el salón, pero la mayoría de ellos estaban dando una vuelta y mirando la
arboladura del circo, o reuniéndose en la pequeña caseta justo al lado de la
puerta donde un comerciante emprendedor había establecido una taberna
improvisada.

Algo la atrajo a través de la paja y vio los carros y el movimiento detrás de


ellos. Un sonido leve viajó hasta ella y ladeó la cabeza, sus orejas se crisparon
cuando captó el distintivo sonido de la voz de su consorte. Sus hombros se
relajaron y se dirigió en esa dirección, ignorando las rápidas e incómodas
reverencias en su dirección al pasar.
La voz de Gabrielle se hizo más fuerte cuando se agachó alrededor del carro
y salió a un espacio cuadrado abierto que parecía bastante hogareño. Al
divisar a su consorte, se detuvo para observar, una sonrisa apareció en su
rostro mientras estudiaba a la mujer rubia sentada en medio barril,
balanceando las piernas un poco mientras hacía un gesto con sus manos para
contar su historia.

La gente del circo estaba sentada frente a ella, escuchando atentamente.

Por ahora, Gabrielle no la había visto. Xena se recostó contra el carro, su


sonrisa se amplió mientras escuchaba su nueva historia sobre su caballo
favorito.

Era todo un sinsentido, por supuesto. Aunque la reina podía imaginar


fácilmente a su caballo de guerra y el de su consorte, un pequeño y
desaliñado pony, vagando por el campo y mordiendo a los hombres de
Bregos en el culo, evidentemente sabía que nada de eso había sucedido en
realidad.

La cabeza de Xena se inclinó un poco. 501

Estaba segura de eso, ¿no?

—Pero Tiger sabía que lo necesitábamos a él y a Parches para salvar el día, así
que encontró a los otros caballos...

Bueno, ¿Quién sabe?

La reina dio una vuelta y encontró un asiento, dejándose caer en él mientras


Gabrielle captaba el movimiento y la vio. No pudo evitar sonreír cuando el
rostro de su consorte esbozó una gran sonrisa y levantó su mano agitándola
un poco mientras extendía sus piernas sobre la paja.

Loco, en serio.

Podía estar en su cómoda sala de audiencias, o incluso en sus propios


aposentos, y allí estaba ella, sentada en la paja con el olor a estiércol y a una
especie de guiso de verduras que flotando sobre ella. Y, sin embargo, se sentía
bien por estar allí, rodeada de estos músicos callejeros que no le debían
ninguna lealtad.
Un estruendoso rugido resonó detrás de los carros, y ella hizo una nota mental
para visitar a su peludo amigo antes de irse. Por ahora, cruzó las manos sobre
su estómago y las piernas a la altura de los tobillos, dejándose arrastrar por la
tonta historia de Gabrielle.

»Y entonces, justo cuando todos se preguntaban qué podíamos hacer, Xena


agitó los brazos y, como por arte de magia, Tiger condujo al resto de los
caballos a nuestro campamento justo en el momento en que los
necesitábamos.

Xena inhaló para protestar, luego solo suspiró, mientras el resto de los
espectadores se volvían y la miraban con asombro. En respuesta, ella se
encogió de hombros modestamente, luego hizo un gesto a su consorte para
que continuara con su extravagante invención.

»Y luego nos reunimos todos juntos, cabalgamos por el camino y atacamos a


los rebeldes que intentaban tomar el castillo. Xena se enzarzó en una pelea
con todos los malos mientras Parches corría hacia las puertas del castillo para
conseguir abrirlas y que nuestros amigos de dentro pudieran ayudarnos.
502
Xena dejó escapar un silbido.

—Oye —dijo—. ¿Olvidas que tuviste algo que ver con todo eso?

Gabrielle le sonrió.

—Pero Parches hizo todo el trabajo duro, Xena. Tuvo que tirar del carro.

—Por lo que recuerdo, tú estabas tirando de él.

Los artistas se rieron entre dientes, manteniendo un ojo cauteloso sobre la alta
figura repanchingada cerca.

—Como sea —concluyó Gabrielle—. Parches tiró para abrir las puertas y todos
los soldados salieron y todos comenzaron a pelear. Los malos se cabrearon
tanto con nosotros que vinieron e intentaron hacernos daño, pero cuando ya
casi era demasiado tarde, Xena se lanzó a la pelea y nos salvó. —Hizo una
pausa, sus ojos se encontraron con los de la reina—. Me salvó, se interpuso en
el camino de los malos y los obligo a atacarla en su lugar.

Los artistas miraron a Xena.


—Nunca conseguí que todo eso de la realeza valiera la pena —comentó
Xena con una sonrisa—. Me mete en problemas todo el tiempo.

—Escuchamos eso —dijo Zev tímidamente—. Alguien nos contó eso... dijeron
que derrotó al ejército persa usted sola.

Las fosas nasales de Xena se ensancharon.

—Ella ayudó —señaló a Gabrielle—. Preguntadle acerca de morder a la líder


persa en la cara y arrancarle la mejilla. —Los ojos volvieron hacia Gabrielle
que se sonrojó vívidamente—. En fin. —Xena se puso de pie y extendió una
mano hacia su consorte—. Tenemos una corte que administrar. Los veo a
todos esta noche.

Caminaron por el espacio de la actuación de vuelta a la puerta por donde la


luz del sol se derramaba dentro.

—¿Cómo es que siempre le cuentas a la gente sobre eso? —preguntó


Gabrielle después de un momento de silencio.
503
—¿Sobre tí mordiéndole a ella?

—Sí.

Xena se rio entre dientes.

—Porque creo que es lo mejor que he visto en mi vida —dijo—. Esa perra
agarrándote allí arriba y entonces le das semejante mordisco... fue audaz y
feroz y me encantó. —Puso su brazo sobre los hombros de Gabrielle—. ¿Te
encuentras bien?

Gabrielle estaba completa y absolutamente ocupada pensando en lo de ser


lo más increíble que Xena había visto nunca y que eso casi la hizo tropezar y
caerse de bruces.

—Uh... sí, lo estoy. —Se recuperó y respondió—. Y bien, ¿qué vamos a hacer
ahora?

La reina la apretó.

—Vamos a buscar gente y a darles una sorpresa de muerte —dijo—, hoy tengo
muchas ganas de fiesta.
El estado de ánimo en la fortaleza era alegre y entusiasta. Gabrielle se metió
en las cocinas y lo encontró también allí, los trabajadores la miraban de una
manera mucho más cordial de lo que había experimentado antes, incluso
desde el primer día que trabajó en ellas.

—Hola.

—Hola su gracia. —La cocinera la saludó—. ¿Se siente mejor entonces? Se ve


muy bien.

—Lo estoy, gracias —dijo Gabrielle—. Su Majestad está llamando a todos a la


corte. ¿Puedo conseguir una bandeja de refrigerios para ella? ¿Y un poco de
vino?

—Por supuesto. —Uno de los asistentes se limpió las manos con un paño y se
acercó—. Su gracia, ¿sería posible que le recuerde a Su Majestad que el
puesto de senescal aún no se ha nombrado? Todos echamos de menos al 504
señor Stanislaus, pero es difícil mantener las cosas organizadas...

—Sin alguien al cargo —dijo Gabrielle suavemente—. Creo que Xena lo


entiende bastante bien. Veré lo que puedo hacer.

El hombre se inclinó.

—Muchas gracias —dijo—. Le subiré la bandeja en breve.

—Gracias. —Gabrielle se giró y salió de la cocina, cruzando la puerta principal


y atravesando el pasillo inferior en lugar de subir por la escalera interior. Xena
estaba esperando en su gran sala del trono, y el olor del banquete que iban
a tener, junto con la actuación del circo, impregnaba la sala.

—Ah, su gracia. —Brendan la alcanzó mientras subía las grandes escaleras


formales—. El mercado de fuera está lleno. Los hombres regresaron de la
ciudad inferior, sufrieron algunos daños, pero trajeron a mucha gente en
carros y les encontraremos espacio hasta que podamos reconstruirlo.

—Todos están felices —comentó Gabrielle.


—Aliviados, sí. —El capitán de Xena estuvo de acuerdo—. Su Majestad se
ocupó de los negocios, como siempre hace.

Entraron juntos en la gran cámara donde Xena ya estaba sentada en su gran


trono, vestida con su túnica real y con la corona colocada pulcramente sobre
su cabeza. La sala se estaba llenando con sus súbditos y soldados, todos con
al menos una sonrisa parcial en sus rostros, incluso los cautivos persas que
estaba de pie contra una pared con un grupo de hombres de Xena con los
brazos cruzados.

Lastay estaba de pie junto a Xena hablando con ella, y Jellaus estaba
afinando su sitar3 unos pasos más allá.

Gabrielle llegó al escalón superior y se sentó en el asiento junto a la reina,


alisando su tabardo de cabeza de halcón y metiendo sus botas debajo de
ella. Se sintió cómoda y se pasó los dedos por el pelo, soltándolo del cuello e
inclinándose hacia atrás mientras inspeccionaba la sala.

—¿Su gracia?
505
Se giró para encontrar a Malí con una almohada que sostenía su diadema.

—Oh. Gracias.

—¿Puedo ponérsela su gracia? —preguntó la chica esperando su


asentimiento antes de tomar la diadema y ponerla suavemente sobre el
cabello pálido de Gabrielle.

—Es muy bonita.

La diadema se sentía un poco rara, pero luego, mientras Gabrielle observaba


a la multitud cada vez más numerosa, de repente sintió que era correcto que
se la pusiera.

Era la consorte de Xena.

—Lo es, ¿eh? —Le dio a su sirviente una sonrisa—. Xena la mandó hacer para
mí.

3
Sitar.- Instrumento musical de la India similar a un laúd pero con un mástil más grande.
—¿Qué? —Xena se apoyó en el brazo de su trono—. Ah, ¿te has puesto el
sombrero? —Extendió la mano y la inclinó un poco—. Te queda bien. —Echó
un vistazo más allá de Gabrielle hacia donde un desfile de trabajadores de la
cocina entraba llevando bandejas—. Espero que una de esas sea para
nosotras.

—Creo que todas lo son —reflexionó su consorte—, estaba hambrienta.

Xena la miró.

—Las compartiré contigo. —La reina se echó a reír. Lastay tomó asiento al otro
lado de ella, y se les unió su esposa. Ahora la sala estaba casi atestada de
nobles, sirvientes y soldados, y los cuerpos calentaban el aire aún frío. Las
bandejas emitían aromas de carne asada y especias y, efectivamente, el
primer grupo llegó rápidamente al nivel del trono mientras el resto esperaba
detrás. Xena los miró—. ¿En serio las pediste todas? —susurró dándole a su
consorte una mirada de desconcierto.

Gabrielle se limitó a sonreírle en respuesta.


506
La reina negó con la cabeza e hizo una señal a los portadores de las bandejas
para que avanzaran.

»Pongamos esto en marcha. —Los vio sujetar tres de las bandejas a los soportes
y colocarlas frente a los tronos. Tres de los sirvientes prepararon platos y
comenzaron a llenarlos y el resto de la sala se relajó y volvieron su atención a
la reina—. No os preocupéis —comentó Xena—, todos obtendrán el suyo más
tarde. —Se levantó y se desperezó, dejando su espada detrás de ella sobre el
respaldo de su trono mientras daba un paso adelante.

Gabrielle se dio cuenta, al aceptar un plato de aperitivos de Mali, de que eso


hizo que todos se relajaran más. Todo el mundo sabía que cuando Xena tenía
el arma en sus manos, lo más probable era que la usara con alguien y no de
buena manera. Excepto en el nombramiento de Lastay como su heredero, la
espada generalmente terminaba haciendo un desastre.

Hoy no.

Gabrielle dejó el plato y tomó un pedazo de pan con una loncha de carne y
un poco de salsa. Se puso de pie y fue hacia donde estaba Xena, le dio un
pequeño mordisco y luego se lo ofreció.
Xena hizo una pausa y la miró. Luego sonrió débilmente y tomó el pan, se lo
metió en la boca y lo masticó. Luego se volvió y se enfrentó a la multitud.

»Está bien gente —dijo—. En los últimos días han sucedido un montón de
mierdas, pero ya se han acabado. Encontramos a los babosos que estaban
tratando de matar a la gente y descubrimos por qué lo hacían.

Gabrielle mantuvo sus ojos en la reina, escuchando la mentira, pero sin


reaccionar a ella. No estaba del todo segura de cuál era el plan de Xena,
pero eso era normal. Aunque podía ver, por lo relajado que estaba el cuerpo
de Xena, que estaba cómoda con lo que estaba haciendo, por lo que
probablemente saldría bien.

»Por eso estoy de buen humor —concluyó Xena—. Estoy de tan buen humor,
que me voy a pasar la siguiente marca de vela o dos dando regalos a todos.
Hemos tenido una buena cosecha y creo que todos merecen un pequeño
extra. —La sorpresa encantada era inconfundible—. Y quiero agradeceros a
todos por estar a mi lado cuando Gabrielle se dio el trancazo en la cabeza —
dijo Xena—. Lo aprecié de verdad.
507
El asombroso shock también fue inequívoco. Gabrielle lanzó una mirada a su
amante y vio una introspección muy inusual y tranquila allí. Eso, percibió, no
era una mentira y tuvo una sensación de humildad al respecto, sabiendo el
dolor que le había causado a Xena.

»Así que vamos a empezar desde el fondo. —Xena aclaró su garganta—.


Como resultado de la última guerra, tomamos algunos prisioneros. —Miró a los
persas quienes la estaban observando con atención—. Y han demostrado ser
unos prisioneros honorables durante todo el verano y el otoño. No creo que su
rey los vaya a rescatar y prefiero que sean útiles, así que a Lakmas y a sus
compañeros les ofrezco amnistía y un lugar en mi ejército si así lo desean. —
Lakmas estalló en la mayor sonrisa imaginable, mostrando sus dientes
vívidamente blancos contra su rostro oscuro y barbudo—. Si no, os garantizaré
un pasaje seguro a la ciudad portuaria, y luego estaréis por vuestra cuenta
para llegar a casa —concluyó la reina—. Así que reuníos y hacerme saber cuál
es vuestra decisión. —Lakmas se adelantó de inmediato llegando a los
escalones que conducían a los tronos y cayendo de rodillas, luego se tumbó
de cara al suelo y extendió las manos hacia ella. Xena se detuvo y lo miró con
cierto desconcierto—. Uum —gruñó—. Espero que eso sea un sí.

Brendan soltó una risita detrás de ella sacudiendo la cabeza.


Gabrielle apoyó la cabeza contra el respaldo de su silla, demasiado llena
como para querer moverse. Estaba cómodamente instalada en un agradable
asiento acolchado en una plataforma bien construida en el salón de baile,
esperando a que comenzara el circo.

La sala estaba tan llena como ella, aparentemente atestada de personas


ansiosas por ver el espectáculo y disfrutar de los productos de las cocinas que
hacían horas extras y de los vendedores ambulantes de vinos que paseaban
con odres colgados del hombro.

Se puso una mano en el estómago, se lamió un poco los labios y recordó el


ganso relleno de fruta glaseada que había sido el último plato de carne de la
cena. Era uno de los platos favoritos de Xena y de ella, y los cocineros sonrieron
cuando lo trajeron sabiendo eso.

Chico, eso había estado bueno.


508
Exhaló y se relajó, reflexionando sobre lo lejos que había llegado desde su
llegada la fortaleza, una esclava recién capturada, medio muerta de hambre
y aterrorizada que había perdido todo y que ahora estaba sentada en un
trono con una diadema nueva de princesa en la cabeza, y una multitud de
sirvientes para hacer lo que ella les pidiera.

Y pastelitos esponjosos de miel de postre.

Loco de verdad.

Como una historia que podría contar sobre otra persona en algún lugar lejano.
No aquí, no de ella y, sin embargo, aquí estaba.

Se sentía contenta y feliz a pesar de que estaba un tanto melancólica al


mismo tiempo, porque sabía que más tarde tendrían problemas, un problema
del que ni siquiera Xena podría sacarlas.

Gabrielle consideró cómo se sentía acerca de eso. Pensó que probablemente


debería estar asustada y preocupada, pero por alguna razón no lo estaba.
Solo estaba deseando que empezara el espectáculo y compartirlo con Xena,
quien resaltaba de pie en la zona de la representación hablando con el
dueño del circo.

Lo que tuviera que ser, sería, supuso. Había estado tan cerca de la muerte
tantas veces en el último año que se le estaba haciendo difícil tenerle miedo;
aunque era gracioso incluso hacer que sonara en su cabeza de esa manera.

—Su Majestad.

Gabrielle casi no reaccionó, ya que ser llamada así era algo nuevo para ella.
Una marca de vela, de hecho.

—Oh ah. ¿Sí? —Miró al sirviente con librea—. ¿Hay algún problema?

El hombre se inclinó.

—¿Le gustaría un escabel4? —Levantó uno—. La silla es un poco alta.

—Y yo soy un poco corta. —Gabrielle sonrió—. Claro. —Lo vio bajar el banco
acolchado y estacionó sus suaves botas de interior sobre él—. Gracias. 509
El hombre se inclinó y sonrió.

—Permítame decir también, su Majestad, que mi corazón se alegra de verla


bien de nuevo —dijo—, y eso parece que ha cambiado nuestras fortunas.

—Gracias —respondió Gabrielle suavemente.

Lo vio irse y estudió el escabel, pensando en la nueva y más pesada diadema


de oro sobre su cabeza y el ascenso que Xena le había dado a otro extraño
título que hacía que la gente se inclinara aún más hacia ella y que tenía
incluso menos sentido en su vida.

No necesitaba ningún título o sombrero, le había dicho a Xena. No cuando


tenía el amor de Xena por ella, y la reina se había sonrojado de verdad al oír
eso, sus ojos se volvieron un poco tímidos y abrumados por un instante.

Tan entrañable.

4
Escabel.- Taburete pequeño para reposar los pies.
Pero a Xena le hacía feliz poder darle esas cosas, y como estaba repartiendo
títulos y tierras, y regalos para todos, Gabrielle reconoció que parecería raro si
la hubiera dejado de lado.

No estaba realmente segura de qué se trataba todo esto, ya que Xena


siempre había parecido antes querer ser la receptora de regalos, aunque
nunca había sido tacaña con las cosas que le había dado a Gabrielle. Incluso
desde el principio había recibido ropa y pergaminos de la reina.

Perlas incluso.

Así que tenía montones de cosas en sus aposentos, compras compulsivas tan
fuera de lugar para su impaciente amante que las había recibido con los ojos
abiertos de asombro, acabando con su silla en la sala de audiencias
completamente cubierta de cosas y su cuerpo envuelto en telas y pieles, joyas
y baratijas.

Las botas en sus pies eran nuevas, de un cuero bellamente trabajado y forrado
de piel, que en ese momento estaban calentándole los dedos de los pies, y su
cuerpo estaba cubierto con una túnica de seda con los colores de Xena. 510

La única persona que no había conseguido nada era la propia reina.

—Ah. —Xena llegó inesperadamente a su lado—. Tengo una cosa más para
ti. —La reina tenía una mano a su espalda y una media sonrisa en su rostro—.
¿Lista?

—Xena. —Gabrielle la miró fijamente—. Vamos... ni siquiera he tenido la


oportunidad de conseguir algo para ti todavía.

La expresión de Xena se suavizó y se puso seria. Apoyó la palma de su mano


sobre la mejilla de Gabrielle y se inclinó más cerca.

—Gabrielle, me has dado todo lo que realmente he deseado. —Gabrielle


parpadeó—. Así que ten. —La reina sacó su otra mano de detrás de su
espalda ofreciendo lo que sostenía—. No es romántico, pero es posible que
tengas que utilizarlo en algún momento.

Gabrielle se estiró para coger la daga finamente hecha, sosteniéndola en sus


manos mientras la estudiaba.

—Es bonita.
Xena se sentó y apoyó un codo en el brazo de su trono más cercano a su
compañera.

—Gracias —dijo con sencillez—. La hice yo.

Gabrielle casi deja caer la daga cuando se enderezó sorprendida.

—¿La hiciste tu? —Miró hacia abajo, estudiando la funda de cuero. Tenía una
filigrana remachada de metal a su alrededor, y la empuñadura de la daga
estaba cuidadosamente modelada con una espiga ancha y sólida para
proteger la mano del portador—. Guau.

Xena sonrió y se recostó en su trono, exhalando suavemente.

—Me llevó mucho tiempo encontrarla —dijo—. La hice para Ly, iba a ser su
regalo de cumpleaños. —Inclinó la cabeza y observó a Gabrielle girar la daga
en sus manos—. Casi me destripé a mí misma con ella después de que la
encontré.

Gabrielle la miró rápidamente. 511


—¿De verdad quieres que la tenga? —preguntó con voz suave.

La reina asintió.

—Si —dijo—, porque ahora estoy feliz de no haberlo hecho. Me hubiera


perdido la oportunidad de conocerte. —Extendió la mano y le hizo cosquillas
en la nuca a su compañera mientras veía algunas lágrimas silenciosas—. Así
que quédatela, mi amor. Ese cinturón debería quedarte bien.

Gabrielle cerró la mano alrededor de la empuñadura y sacó la daga,


exponiendo la hoja a la luz. Para su sorpresa, era un bruñido color oscuro a
diferencia de la espada de Xena, y parecía haber un patrón leve y ondulado
en ella.

—Es asombrosa —dijo por fin, volviendo a colocar la daga en su funda. Luego
se puso de pie y colocó la daga sobre su asiento, moviéndose para colocarse
entre las rodillas de Xena y tomar sus manos, levantándolas y tocando con sus
labios los nudillos de la reina—. Gracias.

Xena tiró de ella y la abrazó. Luego la soltó, recogió la daga y levantó el


cinturón, desenrolló el cuero y lo pasó por la cintura de Gabrielle. Abrochó el
cierre y movió la daga un poco hacia un lado guiñándole el ojo y dándole
una palmadita en el costado.

—Así.

Gabrielle volvió a sentarse con las botas colgando, dejando que su muñeca
descansara ligeramente en la empuñadura de su nuevo accesorio. La
empuñadura tenía una cabeza de halcón clavada en ella, y sintió que
completaba su atuendo a pesar de que estaba bastante segura de que lo
más que haría con la daga, sería cortar rebanadas de manzana para Xena
con ella.

—Allá vamos —apuntó Xena cuando los artistas de circo comenzaron a entrar
en la pista—. ¿Quieres uvas?

—Uh, uh. —Su compañera negó con la cabeza—. Creo que voy a estallar si
como cualquier otra cosa en este momento.

—¿Cualquier cosa? —El tono de Xena se volvió seductoramente provocativo.


512
Gabrielle sintió que un rubor le calentaba la cara.

—Xena.

La reina se rio entre dientes. Se acomodó en su trono para observar, su visión


periférica atisbaba a los soldados tomando posiciones de guardia a su
alrededor, atentos, a pesar de que había pasado las dos marcas de vela
anteriores llenando a todos con regalos.

Obsequiándolos con tierras y derechos de pastoreo, monedas y honores. Todo


el reino estaba confundido como Hades con todo, pero nadie se quejaba.

Brendan estaba de pie justo a la derecha de la plataforma, y Lakmas, ahora


con un tabardo de cabeza de halcón sobre su gran pecho, a la izquierda.

El persa estaba tan lleno de orgullo que hizo sonreír a Xena, y pudo ver al resto
de los persas dispersados entre sus hombres, como camaradas ya aceptados.
Ella asintió un poco y cogió su copa, tomando un sorbo del rico y dulce vino
que su vinatero acababa de servirle.

Iba a saborear esta noche. Saborear las sonrisas y la risa de sus súbditos, y la
atención solícita de sus sirvientes.
Saborear la presencia de Gabrielle a su lado y la segura presencia de su
ejército a su alrededor.

Esta noche iba a permitirse ser la reina, disfrutar de los placeres de la mesa y
su copa, disfrutar del espectáculo y luego llevar a Gabrielle a sus aposentos y
hacer el amor salvaje e intensamente con ella antes de que tuvieran que subir
a la torre y enfrentarse a lo que fuera que acabaran enfrentando.

No quería tener ningún remordimiento cuando subiera esas escaleras.

»Xena, mira. ¡Los caballos!

Xena tomó otro sorbo de vino y cogió una uva.

—Vamos a ver si les hacen dar saltos mortales —dijo—, es lo que les pedí.

Gabrielle se volvió y la miró.

—¿¿¿¿Los caballos???? ¿No se harán daño? —preguntó estupefacta—.


¡Xena! 513
La reina se rio entre dientes.

—Solo estoy bromeando —dijo ella—. Les dije que yo podría hacer un salto
mortal encima de uno si no bebo demasiado de esto —alzó la copa—. Darles
a todos un auténtico espectáculo.

—¿Puedes hacerlo?

Xena estudió los caballos.

¿Podría?

—Sí —dijo después de un momento—. Puedo pelear de pie sobre el lomo de


Tiger si es necesario. Probablemente podría dar una voltereta, —su voz sonó
ligeramente sorprendida—, si no me caigo de culo haciéndola.

—Vaya. —Gabrielle imaginó la voltereta, no la caída. Podía imaginarlo, el


cuerpo alto de Xena, relajado y equilibrado como estaban los de los jinetes
de circo, y luego saltando en el aire y dando vueltas como la había visto a
menudo hacer en la torre durante su práctica—. Oye ¿Xena?
—¿Hm?

—¿Por qué practicas eso del salto mortal? ¿No es peligroso hacerlo cuando
se está luchando de verdad?

Xena sonrió.

—Lo es —admitió—. Lo hago porque me gusta. —Se aclaró la garganta. —Y


de vez en cuando asusta a los tipos con los que peleo lo suficiente como para
que bajen la guardia y me dejen matarlos.

—Oh.

—¿Estás lista para contarles una historia?

—Sí.

—Va a ser un Hades de noche.

514

Gabrielle estaba muy contenta de tener el brazo de Xena sobre sus hombros
mientras bajaban los escalones del salón de baile y cruzaban el patio hacia la
entrada principal. Hacía frío, y sus botas daban tumbos mientras se las
arreglaba para mantener sus ojos entreabiertos para vigilarlas.

—Eres una borracha muy linda —observó Xena.

—¿Lo soy? —preguntó su compañera—. Creo que nunca me había


emborrachado antes. —Golpeó su cabeza contra el costado de Xena,
saboreando el calor del cuerpo de la reina—. ¿Verdad? Se siente divertido.

Xena se rio suavemente.

—Ambas estamos un poco borrachas —admitió sintiendo la débil sensación


de disociación que ponía un poco de confusión entre ella y la realidad—. Un
espectáculo genial, ¿eh?

—Sí. —Gabrielle estuvo de acuerdo. —Me encantaron esos arboca... abroca


... esos lindos chicos encima de la barra. —Se echó a reír débilmente en voz
baja—. Y estuviste tan asombrosa con el gato.
—Lo estuve —asintió la reina—. Les puse los pelos de punta a esos tipos.

—Oh sí, seguro que sí. Pensé que un tipo se iba a volver loco cuando te
sentaste junto a él.

—Al gato le gusto —dijo Xena—. Estuvo ronroneando.

Gabrielle reflexionó sobre eso.

—¿Supongo que tenemos algo en común? —dijo—. Yo también tengo ganas


de ronronear cuando estoy cerca de tí.

—Estás borracha —dijo Xena con una risita.

—No, me siento así incluso cuando no he bebido nada —protestó su consorte


haciendo un sonido amortiguado de gato mientras caminaba—. ¿Ves?

Subieron los escalones hacia la fortaleza y pasaron a los guardias que las
saludaron. Xena les devolvió el saludo de modo casual, luego giró a la
derecha y se dirigió hacia la escalera de la torre. 515
El ambiente se iba calmando. Los nobles, bien alimentados y bien bebidos, se
encaminaban hacia sus estancias, y los mercaderes y los músicos se estaban
acostando en el patio, las puertas otra vez cerradas contra los lobos y el clima.

El circo había sido divertido. Xena sonrió pensando en los caballos saltarines y
los malabaristas, y en los acróbatas en lo alto, cuyas payasadas habían
cautivado tanto a su consorte. No había ningún indicio de problemas, ni
susurros de matones con dardos, solo una larga noche de juerga y
entretenimiento.

Apropiado.

Xena guio a su serpenteante compañera por los escalones y pasaron junto a


los soportes que sostenían las antorchas y los huecos en los que había un
soldado en cada uno de ellos, todos con sus tabardos, todos tocándose el
pecho con respeto a medida que pasaban.

Llegaron al descansillo donde estaban sus antiguos aposentos y Xena golpeó


la puerta con la cadera enviándola hacia el interior de la cámara. Dentro, los
fuegos estaban encendidos y las velas colocadas iluminando el espacio con
un cálido brillo dorado. Desató el nudo en el cuello de su capa y se la quitó
mientras Gabrielle hacía lo mismo, la puerta detrás de ellas se movió mientras
el guardia la cerraba discretamente.

Olía bien en la cámara. Xena se acercó a una de las mesas descubriendo una
bandeja dolorosamente limpia con una botella de aguamiel y una selección
de pequeños dulces.

¿Podría lidiar con uno?

Xena los miró mientras vertía una medida de hidromiel en una de las copas.
Gabrielle no tuvo tales dudas y se sentó en la silla junto a la mesa, acurrucando
sus piernas y seleccionando una de las golosinas.

—No me digas que todavía tienes hambre.

Gabrielle mordió el pastel y sonrió.

—Solo un poco —dijo—. Creo que quemé parte de esa cena con todas esas
historias.
516
—Uh, huh. —Xena le dio una copa y se sentó frente a ella, extendiendo sus
pies hacia la chimenea—. Todavía creo que tienes lombrices. —Estudió la
forma delgada de su consorte sacudiendo la cabeza—. ¿Dónde Hades metes
todo eso?

—No lo sé —respondió Gabrielle seria—. No puedo verme la garganta. —Sacó


la lengua y la miró—. ¿De verdad crees que hay una lombriz ahí abajo? ¿No
la sentiría retorciéndose?

Xena se rio y sostuvo su copa esperando que Gabrielle brindara con la suya.

—Por tu lombriz, mi amor —dijo—. Mantenla feliz con todas las golosinas que
quieras. —Miró cariñosamente a su consorte, viendo los ojos verdes claros
iluminarse con simple felicidad. Xena vació su copa y la dejó, luego se levantó
y extendió la mano con la palma hacia arriba—. Vamos a disfrutar la una de
la otra. He querido quitarte esa seda toda la noche.

Gabrielle se puso de pie y le tomó la mano, sujetándola entre las suyas y


apretándola.

—Te amo.
Xena miró al suelo y luego volvió a mirarla, una sonrisa burlona apareció en su
rostro.

—Lo sé. Todavía no he podido comprender cómo he merecido eso.

—Xena, vamos. —Su consorte frotó suavemente sus dedos sobre los nudillos de
Xena—. Eres la mejor.

—Soy la mejor. —Pensó la reina mientras deambulaban por la sala exterior y


entraban en la cámara de dormir—. Bueno, me alegro de que pienses así. —
Echó un vistazo a la estancia y una sonrisa regresó a su rostro—. Tu ratón ha
estado aquí limpiando.

La cámara estaba visiblemente refrescada, podía oler el aroma a pino donde


las piedras habían sido cepilladas y el fuego estaba chasqueando colocado
con esmero en la chimenea. La cama había sido preparada, las almohadas
parecían atractivamente rechonchas y se había añadido una gruesa y lujosa
manta de piel afelpada a las sedas.

En el tocador había un cuenco de agua humeante, junto con unas piezas de 517
ropa dobladas cuidadosamente. Gabrielle se acercó y las tocó, mirando a su
alrededor con una sonrisa encantada.

—Lo ha dejado tan agradable.

Xena se sentó en la cama y reflexionó sobre eso. Era agradable. Había un


verdadero cuidado evidente, algo que no había visto desde que Gabrielle
había sido su esclava corporal y se había ocupado del lugar. Entonces lo
había encontrado todo así, en perfecto orden, con pequeños detalles como
el agua caliente.

Y, en el caso de Gabrielle, una rosa en su almohada. Xena sonrió ante el


recuerdo.

—¿Recuerdas que pusiste esa flor en mi cama?

Su consorte sonrió.

—Sí —admitió mientras se lavaba las manos—. Sentía que me estaba


volviendo loca, todo lo que quería hacer era seguirte a todas partes y besarte.
—Llevó un paño húmedo y lavó suavemente la cara de la reina, limpiando un
poco de hollín mientras esos bellos ojos la observaron—. Escucharte decir que
me amabas en respuesta fue tan increíble. —Hizo una pausa—. Nadie me lo
había dicho antes.

—¿Nadie? —Xena abrió el cinturón que sostenía la daga y se lo quitó,


arrojándolo a la silla cercana—. ¿Ni siquiera como-se-llame?

—¿Perdicus?

—Sí.

—No. —Gabrielle negó con la cabeza—. Ni Perdi, ni mi familia, ni nadie más.


—Dejó el lino húmedo sobre el brazo de la silla y tomó la cara de Xena en sus
manos—. Solo tú. —Miró a Xena a los ojos—. Lo cual supongo que es correcto
porque eres la única a la que le he dicho eso o con la que me he sentido así.

Los labios de Xena se torcieron en una sonrisa mientras desabrochaba el


cinturón que mantenía cerrada la túnica de seda de Gabrielle.

—Me alegra oírlo. —Dejó que la túnica se abriera mientras Gabrielle desataba
sus cordones a cambio. Poniéndose de pie, se quitó la tela de encima y se 518
adelantó, dejando que su cuerpo rozara el de Gabrielle cuando la túnica de
su consorte cayó al suelo—. Porque no quiero que hayas sido nunca de nadie
más que mía. —Observó como se cerraban los ojos de Gabrielle mientras la
rodeaba con los brazos, retrasando el impulso de levantarla y arrojarla sobre
la cama el tiempo suficiente para saborear el abrazo y el apretón de vuelta—
. Me enseñaste a hacer esto, ya sabes.

Gabrielle se quedó quieta.

—¿Hacer qué? —preguntó, su voz ligeramente amortiguada.

—Esto. —Xena la apretó—. No se tienen muchos de estos cuando creces en


un agujero de luchadores.

—Oh, eso. —Su consorte sonó un poco aliviada—. Bueno, tú me enseñaste a


hacer todo lo demás, así que supongo que es justo, ¿no?

Xena soltó una risita, meciéndolas un poco.

—Sí, supongo que es justo. —Dio un trato especial a la sensación,


concentrándose en ella mientras su cuerpo cambiaba y se relajaba,
absorbiendo el afecto con satisfacción.
Recordó la primera vez que Gabrielle la abrazó, después de que ella le había
contado...

¿Qué le había contado? ¿Alguna historia de mala suerte?

Oh no.

Le había contado sobre Ly. La reina exhaló.

Sí, eso probablemente había merecido un abrazo.

Todavía se sentía triste por eso, incluso después de todos esos años. Triste por
Ly y por ella misma, ya que él había muerto por ella. Murió por su culpa. Xena
se quedó quieta por un momento. Como casi lo había hecho Gabrielle.

No por maldad, no porque fuera un objetivo. Solo porque amaba a Xena lo


suficiente como para querer que no corriera peligro a pesar de estar ella
misma en peligro.

Exactamente lo que Xena habría hecho si hubiera estado mirando en la 519


dirección del derrumbe en el mismo momento que ocurrió.

»¿Sabes qué?

—¿Qué?

—Somos un par de idiotas empalagosas.

—¿Eso es bueno o malo?

Xena se rio suavemente y apretó a Gabrielle hacia ella, levantándola y


escuchando la leve tos mientras sus pulmones se vaciaban.

—Es buenísimo.

Cayeron de espaldas sobre la cama en una maraña de extremidades y


rodaron hacia el centro de la misma con una débil bocanada de aire caliente
rozando sus cuerpos desnudos proveniente de la chimenea.

Se sentía bien.

Xena se estiró y rodó de costado mientras Gabrielle acariciaba su garganta,


mordisqueando suavemente su piel mientras la mano de su consorte
descansaba sobre su cadera. Un momento después estaban apretadas
juntas, vientre contra vientre y el muslo de Gabrielle se deslizaba entre los
suyos.

Eso se sentía aún mejor.

Xena dejó ir su mente, haciendo a un lado el conocimiento de lo que traería


la noche y concentrándose en los conocidos toques y la suave presión que
enviaban una sacudida de dolorosa tensión a sus entrañas. Le devolvió el
toque, trazando la forma de los pezones de Gabrielle y encontrando sus labios.

Podía saborear el débil residuo de la miel, pero aún más dulce era el amor que
podía sentir en cada movimiento y dejó que se filtrara en ella una sensación
embriagadora que era un poco aterradora pero que no le importaba.

Quería saborear este sentimiento, respirarlo y mantenerlo dentro de ella y


recordar lo increíble que era tener a alguien que la amaba como Gabrielle,
porque...

—Xena. 520
—¿Mm?

Los labios de Gabrielle estaban cerca de su oreja.

—No importa lo que pase, me alegro de que entraras en mi vida.

Porque nada más importaba.

Xena lo entendió, por fin. Todos los castillos y soldados del mundo no
significaban nada si no tenías algo como esto.

—Lo mismo digo. —Envolvió a Gabrielle con un brazo, acercándola más,


sintiendo que la necesidad se inflamaba.

Dejar que el futuro suceda.

Xena sintió que Gabrielle comenzaba a descender por su cuerpo tomando


posesión de ella de una manera que solo a Gabrielle se le permitió hacer.
Dioses y espíritus malignos podían irse al Hades por ahora. No le importaba.

Inhaló el aroma de Gabrielle y lo dejó ir todo.


Ahora el castillo estaba muy silencioso a su alrededor. Xena tenía un pie
apoyado en su viejo cofre de armas mientras se ajustaba la armadura de la
rodilla, apretando las placas y acomodándolas con más firmeza alrededor de
su pierna. Llevaba su cuero y el resto de su equipo puesto, su espada estaba
en su funda entre sus omóplatos y el chakram estaba asentado en su gancho
en la cadera.

Gabrielle estaba sentada cerca, en la silla al lado del fuego, ya vestida con
su armadura de cadenas y escamas, con el cinturón y su nueva daga atada
a su alrededor y su gran vara cerca.

—¿No damos miedo? —Xena se enderezó y bajó la bota, rebotando un poco


para asentarlo todo—. ¿Lista?

—Bueno, —Gabrielle vació la taza de té a su lado y la dejó—, supongo que


estoy todo lo lista que puedo estar. —Se levantó y recogió su vara,
envolviendo su mano alrededor y exhalando—. Pero chico, desearía que aún
521
estuviéramos en la cama.

—Sí, yo también. —Xena extendió su mano—. Vamos. Terminemos con esto.

Gabrielle tomó su mano y salieron por la puerta lateral hacia el pequeño


pasillo y luego a través de la puerta exterior hacia la gran sala redonda. Al otro
lado de esa puerta estaba la pequeña alcoba en la que una vez había
dormido y luego a la derecha, estaban las escaleras que conducían a la sala
de práctica de la torre de Xena.

Estaba oscuro y muy tranquilo. Había antorchas en los ganchos, pero aquí
arriba no había soldados; estaban en la base de las escaleras de abajo y en
la parte inferior de las escaleras de los sirvientes que bajaban a las cocinas.
Hacía frío aquí afuera y Gabrielle se alegró de tener puesta su armadura y
también sus nuevas botas forradas.

Caminaron por el suelo de piedra y llegaron a los escalones. Xena se volvió y


la miró, poniendo su mano libre sobre su hombro.

»Gracias por quedarte conmigo.


Gabrielle sonrió, mirando hacia el suelo y luego hacia ella.

—¿Tienes miedo?

Los claros ojos azules la miraron en silencio.

—Sí, lo tengo.

—¿A morir?

La reina negó con la cabeza.

—No. Nunca he tenido miedo de eso. No puedes estar... —Hizo una pausa—.
No puedes vivir como yo y tener miedo de eso. —Movió suavemente su mano
para ahuecar la cara de Gabrielle—. Es mi alma la que tengo miedo de
perder. Es por eso que te quiero allí. Tú tienes un control sobre ella. —Gabrielle
asintió con seriedad—. Lucha por mí, Gabrielle. No me dejes hacer algo
estúpido, ¿de acuerdo?

—No lo haré —dijo Gabrielle en tono firme—. Pero Xena, no creo que lo 522
hicieras. Alguien me dijo... —carraspeó suavemente—. Cuando estaba herida.
Cuando estaba en ese otro lugar. Alguien me dijo que debería ser fiel porque
tú lo eras. Tú lo eres.

Xena ladeó la cabeza hacia un lado. Luego le dio unas palmaditas en el


hombro a Gabrielle.

—Vamos —dijo dándose la vuelta para comenzar a subir los escalones—. No


estoy segura de lo que estás hablando, pero espero por Hades que podamos
hablar de ello más tarde.

Gabrielle agarró con fuerza su vara y echó a andar con ella haciendo
coincidir sus pasos con los de Xena mientras subían por las curvadas piedras,
dejando el rellano detrás de ellas.

Por un momento hubo silencio, luego el más suave de los trazos resonó cuando
varios cuerpos acorazados entraron en el descansillo inferior desde la escalera
con brillantes y pulidos yelmos y espadas que reflejaban la luz de las antorchas.
El hombre a la cabeza se detuvo en las escaleras superiores y levantó su mano,
ladeando la cabeza para escuchar.
Xena sintió que los latidos de su corazón comenzaban a acelerarse mientras
subía, su atención se centró en la cámara de la parte superior de las escaleras.
La puerta estaba cerrada a diferencia de la otra noche, y no se oía nada ni
se sentía que bajara un poco de aire. Se detuvo en la entrada y se secó las
manos en su ropa de cuero antes de acercarse y abrir el pestillo, empujando
la puerta y entrando.

Gabrielle estaba justo detrás de ella, con una mano apoyada en la espalda
de Xena mientras miraba más allá de ella.

Xena no estaba segura de lo que había esperado, pero lo que encontró fue
su cámara de práctica, con antorchas encendidas en las paredes,
completamente vacía como la última vez que la había dejado el día anterior.
La luz de las antorchas mostraba un suelo de piedra sólida y las ventanas
cerradas, y después de un minuto, se relajó.

»Hmph.

Gabrielle dio unos pasos y se quedó de pie hombro con hombro con ella.
523
—Parece bastante normal, ¿eh?

—Uh, huh. —Xena estuvo de acuerdo. Comenzó a cruzar la sala armándose


de valor para pasar por encima del espacio donde no había visto nada más
que una gran abertura la última vez y terminó en el centro, girando
brevemente en un círculo.

A diferencia de la noche anterior no sentía ningún intruso. No había ningún


sentimiento extraño, ni olores, ni viento que soplara en las cortinas de las
ventanas de hierro. No le picaba la parte posterior de su cuello.

Sólo una sala. Sólo la cámara de entrenamiento que había usado durante
años perfeccionando sus habilidades y manteniéndose en forma para luchar,
lista para repeler cualquier desafío que este reino le lanzara.

Gabrielle caminó cautelosamente por el perímetro de la sala, más allá de los


pesados sacos enrollados y las armas de práctica, varas y postes con los que
Xena le había enseñado. La estancia se sentía fresca pero no fría y cambió su
vara en sus manos cuando terminó frente a Xena, contra la pared más
alejada.
Se miraron la una a la otra. Xena levantó sus manos en un encogimiento de
hombros y cruzó el espacio entre ellas, terminando al lado de Gabrielle. Se
detuvo y se dio la vuelta, cruzando las manos sobre el pecho mientras
contemplaba el espacio vacío.

»Parece que nos hemos puesto elegantes y no tenemos ningún sitio a dónde
ir, Gabrielle.

Gabrielle bajó su vara y la cogió con ambas manos.

—No creo que se hayan dado por vencidos, Xena —dijo—. Querían hacerte
daño de verdad.

—Sí, pero creo que eran unos cobardes —dijo Xena—. ¿Todos contra mí? ¿En
la oscuridad? ¿En medio de una tormenta? Cobardes.

Gabrielle sintió el hormigueo subir por su espina dorsal y miró rápidamente a la


reina. Sintió el cuerpo de Xena tensarse junto a ella mientras la reina bajaba
lentamente sus brazos dejando que sus manos descansaran sobre sus muslos
desnudos, su mano derecha medio cerrada. 524
El aire se comprimió de repente y hubo un crujido silencioso, luego un destello
azul estalló en el centro de la sala. Cuando se desvaneció, las antorchas
delinearon una figura alta y arrogante que se acercó para mirarlas.

—Tienes muchos huevos para una mujer mortal —dijo Ares mientras se detenía
a un pie o dos de ellas—. Eso me gusta.

Gabrielle notó que Xena se ponía rígida junto a ella y, por reflejo, le puso la
mano en la espalda, justo en la parte baja, manteniendo la otra mano
firmemente en su vara. Estudió intensamente a Ares, sintiendo la más mínima
sensación de familiaridad al mirarlo.

—Algunos dicen eso —respondió Xena en voz baja—. Otros piensan que estoy
loca.

El dios se rio entre dientes.

—Entonces, ¿qué va a ser? —preguntó—. Veo que has venido vestida a mi


estilo. No esperaba que trajeras a tu pequeña cordera contigo. —Él se acercó,
sus ojos al nivel de los de ella—. ¿Preparada para dejar atrás este pasto de
vacas, preciosa? Ven y aprende lo que es ser un verdadero pateador de
traseros. —Puso sus manos sobre sus caderas revestidas de cuero—. Aquí no
tienes escapatoria. Esos persas van a aparecer y levantar este lugar hasta los
cimientos

—Ya los he vencido antes —dijo Xena con su voz decididamente firme—.
Tengo un par de ellos abajo vigilando mi alcoba.

Ares se rio entre dientes.

—Prefieren estar dentro de tu alcoba —dijo—. Pero no detendrán al viejo.


Tampoco tú. Así que vamos. —Él le tendió una mano—. Vamos a volar este
tugurio antes de que se ponga feo.

El aire pareció cambiar de algún modo. Gabrielle sintió un pequeño cosquilleo


en la parte posterior de su cuello e hipó un poco, su respiración se detuvo y se
reinició. Flexionó sus manos y se sintió un poco diferente, un poco más fuerte,
su cuerpo un poco más alto, la sangre comenzó a correr dentro de ella
mientras se preparaba para...

—Es demasiado tarde, Ares. —La voz de Xena sonó casi gentil, ciertamente 525
más tranquila de lo habitual—. Esperaste demasiado.

Gabrielle la miró observando su perfil. Podía ver las fosas nasales de Xena
ensanchadas y sentir la tensión en su cuerpo a través de la mano en su
espalda.

—¿En serio? —preguntó el dios con escepticismo—. ¿De verdad quieres


quedarte aquí y ser desollada hasta la muerte cuando ese ejército te arrolle?
¿Quieres morir de esa manera? ¿En serio? —Miró a Gabrielle—. Una
oportunidad más, nena. Te salvaré. Incluso incluiré a la enana esa si quieres.
No es demasiado tarde. Ven. —Su voz se hizo más profunda y resonó—. Sé mía.

Y ahora, con la cuestión aclarada, Xena se dio cuenta de que nunca había
habido ningún riesgo. Lo miró a los ojos mientras el miedo se desvanecía,
lanzando la oportunidad al viento sin arrepentimiento.

—No puedo —dijo—, ya soy de ella. —Sacudió la cabeza en dirección a


Gabrielle—. Esperaste demasiado, Ares. Si muero luchando como una
guerrera a las puertas de este lugar, lo aceptaré.
Eso era cierto. Ella lo sentía. Era demasiado tarde, era demasiado vieja y su
moral demasiado sólida para volver a ser una aduladora arrodillada a los pies
del dios de la guerra.

Nunca conquistaría el mundo.

Simplemente se quedaría aquí, en un lugar apartado, luchando por aferrarse


a lo que había tomado si podía. Era consciente del toque en su espalda y
sintió que Gabrielle se movía un poco más cerca, escuchando la inhalación
profunda de su lado.

—Bueno, eso es una maldita vergüenza —dijo Ares—. Pero ¿sabes qué? Esas
sombras que enviaron ni siquiera te permitirán llegar tan lejos. Y será una
muerte mucho más dolorosa. —Chasqueó los dedos y una explosión helada
sacudió la estancia—. Hasta la vista. Qué lástima.

Con otro chasquido, se fue y la estancia cambió.

Las antorchas se apagaron. Comenzó un susurro. Percibieron movimiento y, en


un acuerdo único, dieron un paso atrás dejando la pared detrás de ellas. 526
—Creo que la vida está a punto de apestar, mi amor —dijo Xena—. Lo siento.

Gabrielle sintió lágrimas, pero no de tristeza.

—No lo hagas —dijo—. Estoy contigo.

Una oleada de pestilencia las envolvió y Xena desenvainó su espada, un


destello plateado en la oscuridad.

—Vamos, cabrones. Yo... nosotras no os tenemos miedo.

Un susurro.

—Deberías tenerlo. —La oscuridad se separó y emergió una única figura


envuelta en sombras, pero con ojos brillantes clavados en ellas—. Porque voy
a comerme tu corazón directamente de tu pecho.

La voz era ásperamente familiar.

—Sholeh —dijo Xena—. Debería haber reconocido el hedor.


La figura avanzó, tenues sombras y destellos que revelaban una armadura
fantasmal y una espada larga sostenida frente a ella. Sin embargo, la cara
estaba encapuchada, solo se veían los resplandecientes ojos. Detrás de la
figura, había más, docenas y docenas que llenaban la estancia por completo,
bloqueando cualquier vista de las paredes o la puerta.

Era la de antes. Gabrielle volvió a oír esa voz, la del lugar gris.

—¿Por qué estás enojada con nosotras? —habló de repente—. Tu propia


gente te mató.

Una flecha se dirigió hacia ella sin previo aviso y, antes de que Xena pudiera
desviarla, tenía su vara levantada frente a ella en un movimiento medio
intencionado y medio instintivo, agachándose y moviéndose a un lado
mientras la flecha pasaba cerca y se estrellaba contra la pared.

Xena la miró.

—Bonitos movimientos —felicitó a su compañera, antes de volver a la sombra


de Sholeh—. Mejor ten cuidado de no encabronarla, te arrancó la cara la 527
última vez.

—No esta vez. Ahora soy algo que puede matarte casi sin esfuerzo. Y lo haré.
—La sombra cambió su atención hacia Xena—. Tu acabaste conmigo. Ahora
yo acabaré contigo.

Xena giró su espada y se impulsó hacia delante sintiendo que su cuerpo


respondía a la amenaza con una oleada de energía. Sin embargo, antes de
que pudiera avanzar, Gabrielle se puso delante de ella, con la vara cruzada
delante de su cuerpo y la espalda poco arqueada.

—¡Gabrielle!

—Ella no acabó contigo —dijo Gabrielle—. Te destruiste a ti misma, apestosa.

La flecha fue directamente hacia ella esta vez y no tenía tiempo de esquivarla.
Sin embargo, empezó a moverse, luego se encontró levantada y apartada
suavemente fuera del camino mientras un destello de plata pasaba a su lado
y desviaba la energía en la otra dirección.
Entonces Xena pasó junto a ella en un borrón. Su espada golpeó a la sombra
fantasmal de Sholeh y entraron en combate, mientras el resto de la hueste en
la sala se extendía y las rodeaba.

Gabrielle se enderezó y saltó a través del círculo cerrado sintiendo el toque


helado en su espalda cuando aterrizó detrás de Xena, realmente sorprendida
de no estar asustada.

—¡Vete Xena! —gritó a pleno pulmón—. ¡Dales una paliza a todos!

—Disfrutaré de violarla y cortarle la garganta una vez que estés muerta —siseó
Sholeh a Xena—. No entiendes lo poderosa que soy en este lado.

Xena se dejó caer en una postura equilibrada.

—¿Seguro que quieres matarme? —preguntó—. Con la facilidad con la que


podía patearte el culo cuando estabas viva, tal vez quieras pensarte en lo que
podría ocurrirte si estoy en ese lado. —Se puso de pie y reaccionó cuando la
sombra se precipitó sobre ella, golpeando esa luz plateada contra su espada
con una fuerza impresionante. 528
Oh, esta va a ser una noche muy corta. O muy larga.

Xena rotó y desvió el golpe, girando y torciendo sus muñecas para enviar la
fuerza hacia su izquierda. Nunca había luchado de verdad contra Sholeh
cuando estaba viva, pero siempre había tenido la sensación de que la perra
sabía qué hacer con una espada.

Aparentemente lo sabía.

Xena levantó su espada a tiempo para enfrentarse al siguiente ataque de


Sholeh y se rodearon en la oscuridad; la forma de la sombra era visible para
ella como una combinación de sombras grises y plateadas delineadas en el
más tenue resplandor de la plata. Estaba condenadamente contenta de
tener puesta su armadura cuando captó el brillo de una daga y la atrapó en
su brazalete, moviendo su brazo hacia lado y haciéndola deslizarse hacia el
otro.

Después se dio media vuelta e invirtió su movimiento, llevando su espada


hacia atrás con su cuerpo y golpeándola contra la de Sholeh, sintiendo la
imponente sacudida mientras una descarga de energía hacía tiritar sus brazos
casi haciéndola soltar la espada cuando sus manos se adormecieron un poco.
Aun así, mantuvo su cuerpo en movimiento y se impulsó con él, manteniendo
el agarre en su empuñadura solo por pura voluntad. El arma de Sholeh quedó
fuera de posición, pero ella dio un paso adelante y se estrelló contra Xena,
empujándola para hacerla retroceder.

El dolor era increíble. Xena respiró hondo y dejó que pasara a través de ella
mientras se mantenía firme en el suelo inclinándose hacia adelante cuando
sus espadas chocaron y terminaron cruzadas por las empuñaduras, llevando
a Sholeh dentro del alcance de su mano y dejándola ver lo que había dentro
de la capa de sombras.

Su corazón casi se detiene al ver ese vacío. Allí solo había una calavera raída,
con trozos de carne y puntitos de luz brillante en las cuencas de los ojos.

Sholeh se rio. Levantó su espada hacia atrás y golpeó con fuerza contra la de
Xena empujando el arma parpadeante hacia su garganta y tirando a su
oponente mientras se abalanzaba sobre ella.

Xena se dejó caer, girándose mientras lo hacía y rodando para salir de debajo
del espectro con un escalofrío que recorría todo su cuerpo. Volvió a ponerse 529
de pie esquivando la espada de Sholeh cuando esta se acercó a su cabeza.
Tomó impulso y estalló sobre la cabeza del espectro mientas barría con su
espada hacia abajo y golpeaba el cráneo bajo las sombras grises.

Un grito furioso llenó el aire mientras daba vueltas y giraba, aterrizando sobre
sus pies y saltando hacia la derecha mientras Sholeh atacaba barriendo con
la hoja, moviéndose tan rápido que Xena apenas podía seguirla.

Pero su cuerpo lo hacía. Sus manos levantaron la espada para detener el


golpe y sintió de nuevo una fuerza adormecedora que subió por sus brazos
provocándole dolor en los hombros. Se agachó y se giró, lanzando su espada
con todas sus fuerzas golpeando a través de la guardia de Sholeh y enviando
al espectro volando en la dirección opuesta.

Difícil.

Se recompuso sintiendo que el sudor empezaba a acumularse bajo sus pieles


mientras lamentaba débilmente el largo día de fiesta. No era lo más
inteligente que había hecho alguna vez, pero esta lucha tampoco lo era.

»No me has matado todavía.


—Me estoy divirtiendo demasiado —respondió Sholeh con voz áspera—.
¿Estás cansada, Xena? Yo no. Nunca me canso. Pero voy a disfrutar viéndote
a tí. ¿Empiezas a respirar con dificultad? ¿Sientes tu mortalidad?

—Al menos tengo algo. —Xena se burló de ella—. No perdí el ejército de mi


papi contra una chusma de aficionados y luchadores de foso.

—Perra. —Sholeh arrojó una daga en su dirección que Xena esquivó


agachándose, y luego siguió con un poderoso golpe que casi derriba a Xena,
solo sus agallas la mantenían en el sitio negándose a retroceder—. No puedes
ganar, Xena. Ya has perdido.

Xena se lanzó al ataque en un borrón de movimiento dejando que la pura ira


la inundara. Se mentalizó y se centró más allá del impacto y el dolor, cortando
y abriéndose camino a través de las defensas de Sholeh hasta que se estrelló
contra ella y la empujó hacia atrás.

Por los dioses, eso dolía.

Pero Xena no dudó. Se giró a medias y pateó a Sholeh en el pecho cuando el 530
espectro se recuperó, poniendo suficiente fuerza para enviar a su oponente
al suelo mientras los espectros se arremolinaban girando y parloteando.

—Mortal como soy, nunca me vencerás.

Todo su cuerpo estaba en llamas. Respirar dolía, pero Xena se centró en su


oponente de esa manera firme y exclusiva que había aprendido a hacer en
la batalla, cuando su propia seguridad y salud se volvían irrelevantes. Se
preparó y levantó su espada mientras Sholeh volaba hacia ella, con una furia
en el movimiento y el poder salvaje del golpe, que impacto contra su espada.

Se giró y desvió el golpe, agachándose y evitando el brillo de una segunda


daga, empezando a moverse para atacar cuando escuchó gritar su nombre
tan fuerte, que resonó firmemente dentro de su cráneo.

Sin pensarlo, se dejó caer de bruces en el suelo sintiendo que algo pasaba por
encima de su cabeza mientras su visión periférica captaba la vista de flechas
etéreas que azotaban sobre ella y golpeaban contra la pared de piedra.

»¡Cobarde! —gruñó empujándose del suelo y poniéndose de pie—. Es por eso


que tu maldito ejército te abandonó, Sholeh. Ellos tenían honor, tú no.
—¡Aprovecho todas mis ventajas! —Sholeh estaba rodeándola—. No como tú,
tonta de corazón blando.

¿Tonta de corazón blando?

Xena casi se echó a reír.

¿De quién en el Hades estaba hablando esta asquerosa?

Se detuvo e invirtió el movimiento, pillando la espada de Sholeh fuera de


posición y golpeando con su empuñadura a los espectros. A pesar del dolor y
el poder abrumador del ataque de sus oponentes, podía sentir esa parte
animal de ella respondiendo con feroz júbilo, comenzando un aullido interno
que la hizo sonreír.

Sholeh la atacó, pero la energía estaba creciendo en sus entrañas y bloqueó


el ataque sacando el chakram de su cadera, golpeando a Sholeh en un lado
con su espada levantada mientras cortaba hacia atrás, sintiendo que el
chakram chocaba con algo que hacía que su mano entera se adormeciera
mientras continuaba impulsando el golpe y sacándolo por el otro lado. 531
No había tiempo para pensar en eso. Se agachó y giró, llevando el chakram
hacia atrás y sintiendo que golpeaba de nuevo, desgarrando mientras bajaba
su espada en un movimiento por encima de la cabeza que atravesó a la
guardia de Sholeh y se estrelló contra algo.

Había resistencia. Saltó hacia delante para ayudar en su impulso y cayó a


través de algo que se sentía como el hielo, trayendo una oleada de dolor
sobre cada centímetro de su piel. Conteniendo la respiración siguió y dio un
salto mortal, girando y cortando en todas direcciones, ya que todo lo que
podía ver era oscuridad.

—¡Xena! —gritó la voz de Gabrielle de nuevo.

Ni idea de a dónde tenía que esquivar. Xena se despegó del suelo en un salto
cerrado dando una voltereta en el aire mientras intentaba apuntar hacia
dónde venía la voz que había oído. Escuchó un grito y el sonido de la madera
golpeando algo, entonces aterrizó haciendo una filigrana plateada entre un
vuelo de flechas y ellas dos, azotando la hoja en un borrón que desviaba las
flechas en todas direcciones.
Gabrielle se presionó contra ella respirando con dificultad. Estaban de nuevo
contra la pared, con los espectros dando vueltas en un círculo cerrado
alrededor de ellas.

Así que esto eso todo.

Xena miró a la fuerza que tenía enfrente y sintió la amenaza helada filtrarse a
través de sus huesos haciéndola consciente de que su fuerza flaqueaba y del
dolor que la drenaba, y sí, de su mortalidad. Solo podría hacer esto durante
un tiempo sin importar lo que su voluntad quisiera que hiciera.

Podía sentir sus piernas temblar.

Bajó la guardia un momento, se dio la vuelta y agachó la cabeza dándole la


espalda a los demonios y besando a Gabrielle en los labios. Se retiró lo
suficiente para mirar a Gabrielle a los ojos, vívidos incluso en las sombras.

—Gracias.

Después se volvió y se enfrentó a los espectros de nuevo, viendo la mancha 532


oscura que era Sholeh aparentemente más irregular ahora y llena de un
caótico remolino. Casi saltó cuando escuchó un sonido bajo y fuerte.

Un momento de silencio. Entonces el ruido comenzó de nuevo. Sonaba como


los tambores de Hades acercándose a ellas y Xena sintió la excitación en el
circulo a su alrededor cambiando y moviéndose, sombras y destellos del fuego
de dioses mezclándose entre ellos.

—¡A por ella! —gritó Sholeh—. ¡Hacedla polvo!

Una sensación de triunfo desolado la llenó. Xena comprendió en ese


momento que había logrado lo improbable al mantener a raya a la sombra
de Sholeh, pero al hacerlo, frustró a la zorra no-muerta lo suficiente como para
hacer que el resto de ellos cayera sobre ella.

Ah bueno.

—Venid y atrapadme, cabezas de turbante sin agallas —gritó a los


espectros—. Ya que la cobarde que os dirige ha perdido.

Gabrielle sintió que su corazón se aceleraba. Sabía que venían cosas malas y,
lo que era aún más aterrador, sabía que Xena no podría detenerlas. Aunque
la reina había mantenido a raya a Sholeh, había sido difícil y podía sentir los
escalofríos recorriendo el cuerpo de su amante donde estaba apretada junto
a ella.

Estas no eran personas. Eran algo más allá de eso y Gabrielle sintió una áspera
mezcla de miedo e ira al observarlas.

—Tan injusto —murmuró—. Pero de eso se trata. —Dejó que su voz se alzara
mientras se concentraba en Sholeh—. Pedo de oveja.

Una débil risa recorrió el cuerpo de Xena justo cuando la horda se acercaba
a ellos. Respiró hondo y puso ambas manos en su empuñadura mientras se
preparaba para morir.

Y lo cierto es que, si fueras lo que era ella, ¿no sería en una batalla contra
abrumadoras superioridades cómo querrías morir? ¿En lugar de oxidarte? ¿O
morir en la cama de un poco de fiebre?

Xena sintió que el miedo se le escapaba al aceptarlo lamentando solo que


Gabrielle tuviera que sufrirlo con ella y no tener la oportunidad de vivir. 533
La nube negra las golpeó y ella cerró su mente y comenzó a luchar,
bloqueando deliberadamente su mente a la agonía cuando una ola de dolor
rodó sobre ella. Se puso delante de Gabrielle y siguió balanceándose,
concentrándose únicamente en evitar que las hojas fantasmales y
centelleantes las tocasen.

En realidad, que tocasen a Gabrielle. Aquí en esta lucha podía pulir su alma
un poco renunciando a sí misma en un esfuerzo perdido por proteger a alguien
a quien amaba.

Apropiado, pensó, ya que Gabrielle era la que le había creado en esta


imagen de héroe de pacotilla en la que ella se había involucrado tanto.

Seguiría así todo el tiempo que pudiera.

Gabrielle estaba balanceando su vara frenéticamente, tan fuerte como


podía, cuando la horda negra se apoderó de ellas. Le escoció en la piel y le
dolió cuando su vara golpeaba las figuras y rebotaba. Ya estaban contra la
pared y el cerco estaba presionando más y más contra ellas, con un resonante
rugido cada vez más fuerte.
No estaba segura de estar haciendo ningún bien, pero se sentía bien al
atacarlos, e ignoró el dolor en sus manos cuando golpeó al espectro más
cercano a Xena tan fuerte como pudo.

¿Era Sholeh?

Le había perdido la pista. Todos eran tan aterradores y tan feos que apenas
parecía importar. Pero podía oír la risa, una risa burlona deslizándose a su
derecha, así que dirigió su atención allí y vio una figura oscura cerniéndose
sobre ella a punto de envolverla.

De alguna manera lo sabía. Recordaba esa odiosa cara que la miraba


maliciosamente mientras la arrastraba sobre el caballo, y ahora esas cuencas
vacías tenían la misma expresión despectiva por lo que estaba cara a cara
con la sombra de Sholeh que se estiraba para alcanzarla.

Escuchó a Xena rugir sintiendo que la reina estaba luchando por alcanzarla y,
como en el campo ese día, sabía que no iba a llegar a tiempo. Se las arregló
para levantar su vara entre ellas y, justo cuando lo hizo, sintió una presencia
detrás de ella, y una sensación de avalancha de poder que hizo que todo su 534
cuerpo hormigueara.

—Shh. —Una voz resonó en su cabeza—. Déjame agarrar eso un minuto, ¿de
acuerdo?

¿Era un sueño? ¿Solo estaba asustada?

Gabrielle soltó la vara y la vio moverse sin ella justo cuando Sholeh la envolvía
y la vara se estrelló contra el cuerpo de los espectros con un extraño y muy
resonante crujido.

Se quedó muy tranquilo por un breve momento mientras esos ecos avanzaban
rebotando en las paredes.

Sholeh se tambaleó hacia atrás y cayó. De repente la vara volvió a estar en


sus manos y sintió una palmada fantasmal en la espalda cuando las sombras
volvieron a caer sobre ellas y la lucha continuó, mientras el ruido atronador
terminaba de pronto con un gran chasquido. Después fueron envueltas por la
oscuridad.
Parte 13

Y ahí estaba.

Xena sintió el sudor deslizándose por su cuello mientras parpadeaba en la


oscuridad y se preparaba por enésima vez con su cuerpo tan adormecido por
el dolor que era un milagro que respondiera a sus demandas, y mucho menos
con suficiente energía como para contener a la horda de no muertos.

Mantenerlos alejados de lo que tenía.

Estaba de pie frente a una pequeña cámara donde normalmente guardaba


sus armas de repuesto, con espacio suficiente detrás de ella para que
Gabrielle se agachara y estuviera tan protegida como pudiera estar.
535
Allí era exactamente dónde estaba su consorte, había perdido su vara y había
sido derribada contra la piedra con una fuerza impresionante. Respiraba con
dificultad y rápido, y Xena podía sentirla cerca del pánico, incapaz de sentir
nada más que simpatía por ello.

—Aguanta ahí, mi amor.

Una respiración más profunda.

—Estoy aquí —dijo Gabrielle—. Chico, tengo miedo.

—Yo también —admitió Xena—. No pienses que pueda mantenerlos a raya


por mucho más tiempo.

Su enemigo se arremolinaba alrededor y podía sentir que se movían sobre ellas


de nuevo. Respiró hondo y levantó su espada, dejando que la hoja
descansara brevemente contra su frente antes de estabilizarse sobre sus pies
y esperar el ataque.

De repente pudo oír el sonido de espadas chocando al otro lado de la sala y


eso la confundió. Sintió la mano de Gabrielle tocar su espalda, y durante un
largo momento, la oscuridad pareció contener el aliento.
—¡Xena! —La voz de Sholeh salió de la parte más negra de la oscuridad, justo
en frente de ella—. Ríndete.

Xena se lamió los labios y sintió ganas de reírse.

—Idiota —dijo—. No tengo ni puñetera idea de cómo rendirme —dijo


saboreando la honesta verdad de las palabras cuando salieron de su boca—
. ¿Rendirme a qué? ¿Rendirme a que me destripes? ¿Rendirme a que bailes
sobre mi tumba? ¿Qué voy a conseguir rindiéndome? ¿Morir más rápido?
¿Más lento? ¿Qué?

Gabrielle se presionó contra ella desde atrás, envolviendo sus brazos alrededor
del cuerpo de Xena y abrazándola.

Sin palabras, sin sonidos. Solo esa presión y la emoción detrás de ella que
inesperadamente trajeron lágrimas a los ojos de Xena.

La figura fantasmal de Sholeh emergió de la oscuridad con otra justo detrás.


La segunda forma era familiar para ella y aparentemente también para
Gabrielle. 536
—Xena —susurró Gabrielle.

—Lo sé. —Xena reunió los momentos que le quedaban para recuperar toda
la fuerza que pudiera y, entre una respiración y la siguiente, entendió que
probablemente había llegado al final. Igual que Gabrielle—. ¿Tienes ese
cuchillo?

Un suspiro.

—Lo tengo.

—Ríndete, y tu furcia y el resto de tus parásitos tiñosos de ahí atrás quedarán


libres —dijo Sholeh—. Ellos viven, tú mueres. Creo que es justo, ¿verdad?

—¿Me rindo y qué? —preguntó Xena.

—Entrégate a nosotros —dijo Sholeh—. A tus enemigos. Nos vengaremos de ti


Xena... tu hermano, yo, tu joven amante, y todos los demás. Arderás con
nosotros, pero este lugar permanecerá intacto. Tu campesina vivirá. Tu...
¿Cómo los llamaste? ¿Tu ejército? —Sholeh se rio—. Vivirán. Solo tú sufrirás. ¿No
te parece justo? ¿No deseas salvar a todos tus patéticos subordinados?
Xena se enderezó y le dio la espalda a Sholeh de frente a Gabrielle en su lugar.
A pesar de la oscuridad y la abrumadora niebla de miedo, podía ver los ojos
de Gabrielle y la forma de su rostro, las lágrimas que coincidían con las suyas.

—No, no es justo —susurró Gabrielle—. No voy a vivir sin ti, Xena. —Si viniera de
cualquier otra persona la declaración sería simplemente un sentimiento
ridículo. —Xena metió su espada bajo su brazo y levantó las manos tomando
el rostro de su amante con ellas, viendo en esos ojos la absoluta verdad de lo
que había dicho—. Por favor no me dejes —susurró Gabrielle, sus ojos se
llenaron de lágrimas que se derramaban por sus mejillas—. No me importa lo
que nos pase Xena, lo único que quiero es estar contigo.

—Sí, lo sé — respondió Xena—. No quiero dejarte. Y esos tipos allá atrás... —


Ahora reconoció lo que era la lucha y el ruido—. Han estado buscando una
excusa.

—¡Xena! —gritó Sholeh—. ¡Estoy esperando!

—Esto va a doler —dijo Xena suavemente, ignorando la sombra persa a su


espalda—. Mucho. Y podría seguir doliendo durante mucho tiempo. 537

—Lo sé.

—Está bien. —Xena se inclinó y la besó en la frente—. No sé lo que va a pasar


en el otro lado, Gabrielle, pero pégate a mi como una garrapata, ¿de
acuerdo? Mantenme a raya.

—Lo haré. —Gabrielle casi jadeó de alivio—. Lo juro.

—¡Xena! —ladró Sholeh—. ¡Ahora!

Xena se volvió, rodeando a Gabrielle con un brazo y moviendo su espada con


la otra mano mientras se enfrentaban a la horda. Luego, con un movimiento
casi casual, tiró la espada, escuchándola golpear contra el suelo con un raro
sonido metálico resonante.

—Vamos —dijo—. Haz lo que te dé la gana.

Pasó su otro brazo alrededor de Gabrielle y la abrazó, sintiendo una sensación


de melancólica alegría que la abrumaba en silencio.
—Suéltala y te llevaré, Xena —dijo Sholeh—. Tomaré tu alma y haremos
contigo lo que le has hecho a tantos. Todos tus enemigos están aquí a mi lado,
esperando.

Probablemente estuvieran, empezando por su hermano. Xena simplemente


se quedó quieta, mirando a Gabrielle a los ojos.

—De ninguna manera —dijo después de una pausa—. Mi alma no es mía para
que pueda darla, o tuya para tomarla, puta escoria de Persia. —Sintió el tirón
de un sollozo atravesar el cuerpo de Gabrielle—. Puedes machacar este
cuerpo, —Xena continuó con voz profunda, segura e inexorable—, pero todo
lo que realmente soy le pertenece a ella. —Inclinó la cabeza y besó a
Gabrielle en los labios, sintiendo el temblor en ellos y saboreando la sal de sus
lágrimas—. Nada puede cambiar eso —susurró centrándose en su compañera
e ignorando todo lo demás—. Nada lo cambiará.

—¿La llevarías al Tártaro? —Ahora era la voz de Toris, rezumando odio—. No es


propio de tí, Xena.

—Voy voluntariamente. —Gabrielle habló por primera vez, girando un poco la 538
cabeza para mirarlo—. Si quieres torturarla allí, tendrás que pasar por encima
de mí para hacerlo.

Xena dejó que su mejilla descansara sobre la cabeza de Gabrielle rindiéndose


al momento. La hizo sonreír a pesar de todo y al fin sintió una sensación de paz
en su corazón.

—Eres tonta —dijo Toris directamente a Gabrielle—. Diez mil quieren torturarla.
¿Crees que puedes detenerlos a todos?

Gabrielle bajó la cabeza hacia el pecho de Xena y exhaló.

—Estoy segura de que puedo intentarlo —dijo—. Así que Xena tiene razón. Ven
y haz lo que quieras, cabeza de oveja apestosa.

Por un momento, todo quedó en silencio. Luego, con un grito, Sholeh levantó
su espada y se dirigió hacia ellas con el resto de la horda detrás.

Xena solo abrazó a Gabrielle más cerca y cerró los ojos, concentrándose en
la sensación de los brazos que la rodeaban y en el amor. Una bendición
inmerecida.
—Maldición, te amo.

Gabrielle la apretó más fuerte y dejó que el miedo se fuera.

Y la oscuridad las alcanzó. Fluyó sobre ellas y las golpeó como un martillo,
provocando olas de intenso dolor y una sensación ardiente que las hizo caer
de rodillas inmediatamente, mientras un rugido de odio emergía de la horda
al golpearlas.

»Lo siento —logró decir Xena envolviendo a Gabrielle todo lo que podía.

—Está bien —jadeó Gabrielle en respuesta.

Después, la nube de no muertos rodó sobre ellas y las lanzó contra la pared,
seguido de la oscuridad.

Y entonces todo quedó en silencio.

539
Xena era principalmente consciente de tener un tremendo dolor de cabeza.
Abrió los ojos, insegura de dónde estaba o qué estaba pasando. Era
consciente de una superficie fría debajo de su espalda, el calor de otro cuerpo
tendido sobre ella y a su alrededor un silencio sobrenatural.

Estaba oscuro y sus ojos tardaron un tiempo en adaptarse a la oscuridad, el


espacio sobre ella pasó muy lentamente, de la nada al llamativo contorno del
techo de su torre.

Palpó alrededor con una mano y encontró un suelo de piedra, lo que


explicaba el frío y, cuando echó la cabeza hacia atrás, vio la ventana de
cristal de plomo solo para encontrar el primer indicio gris del amanecer
reflejado allí.

—Uff —gimió suavemente sintiendo el movimiento contra ella cuando


Gabrielle se agitó en sus brazos.

Darse la vuelta era insoportable. Sentía como si todos los huesos de su cuerpo
estuvieran rotos y su piel desollada, y levantó una mano para mirarla con cierta
inquietud de que encontraría los tendones expuestos.
—Oh —dijo Gabrielle—. Ay.

—Tú lo has dicho —respondió Xena. Se empujó dolorosamente a una posición


sentada, medio girando para examinar a su compañera ansiosamente—.
Oye, ¿estás bien?

Gabrielle estaba medio tumbada en su regazo y ahora abrió los ojos y


parpadeó hacia la reina, haciendo una mueca mientras levantaba una mano
para frotarse la cara.

—Ay —repitió—. Me siento como si me hubieran picado abejas por todas


partes —dijo con voz entrecortada—. Me duele todo.

—Sí, a mí también. —Xena giró lentamente la cabeza y miró a su alrededor.


La cámara estaba vacía, salvo por la docena más o menos de figuras cerca
de la puerta. Sintió que su corazón se contraía un poco al verlos—. ¿Qué ha
pasado?

Gabrielle levantó la vista hacia ella.


540
—Espero que no me lo estés preguntando a mi —dijo—. Lo último que
recuerdo es que me dolía mucho, me aferré a ti y luego algo me golpeó. —
Tocó la pierna de Xena—. Y había mucho ruido.

Xena digirió esto.

—Bueno, no estamos en el Hades —dijo finalmente—, así que supongo que no


estamos muertas.

—No. —Gabrielle rodó y se apoyó en el codo, asomándose para ver qué


estaba mirando Xena. Vio las figuras en el suelo y respiró hondo—. Oh. —Puso
una mano en la de Xena—. ¿Esos son nuestros muchachos?

—Creo que sí —dijo la reina en voz baja—. Estoy muy feliz de que sigas aquí
conmigo.

Ambas guardaron silencio.

—Se suponía que nos iban a matar —dijo Gabrielle—. Creo que es lo que
querían —añadió—. No entiendo por qué no lo han hecho.

Xena asintió.
—Sí, yo tampoco. —Estudió su mano no queriendo mirar a los cuerpos—.
Después de todo ese alarde espectral pensarías que nos habrían matado,
¿eh?

Gabrielle extendió la mano y tomó la mano de la reina, acercándola y


besándola muy suavemente.

—Estoy feliz de que estemos juntas. —Cerró los ojos y presionó su mejilla contra
los nudillos de Xena—. ¿Ya se ha terminado, Xena?

—No lo sé —admitió su compañera—. Supongo que deberíamos ir a


averiguarlo.

Ambas se levantaron. Xena gimió mientras se enderezaba, sintiendo rayos de


dolor recorrer sus piernas.

—¡Augh! —Se apoyó contra la pared y echó los hombros hacia atrás,
extendiendo la mano para agarrar a Gabrielle mientras ella hacía lo mismo—
. No me había dolido tanto desde esa maldita emboscada.
541
Gabrielle hizo una mueca y flexionó las manos.

—No creo que alguna vez haya estado tan mal —admitió—, incluso cuando
me molieron a palos aquella vez.

Estaba muy tranquilo. Xena se preguntó desoladamente si encontraría


muchos más cuerpos al salir de la torre, temblando un poco ante la idea de
encontrar nada más que la muerte en el resto de su reino. Su estómago se
retorció al pensarlo.

¿Era ese el trato? ¿Las dejaban vivas a Gabrielle y a ella, pero se llevaban todo
lo demás?

Entonces, ¿por qué no mataron también a Gabrielle?

Xena vio a su consorte recoger su vara y apoyarse en ella, su rostro pálido y


sus movimientos rígidos y dolorosos.

—Lo siento —murmuró—. No quería que resultaras herida por mis malditos
enemigos.

Gabrielle logró una breve sonrisa.


—Ahora son los míos también, supongo —comentó—. Los cabreamos de
verdad, ¿eh?

—Sí. —Xena se acercó y recogió su espada. La levantó y la examinó, pero la


hoja no tenía arañazos ni marcas, estaba igual que como recordaba.
Dolorosamente se las arregló para ponerla en su vaina y extendiendo la mano,
esperó a que Gabrielle la agarrara.

Su consorte lo hizo y caminaron juntas a través de la cámara hacia las formas


inmóviles y silenciosas que yacían en el suelo entre ellas y la puerta.

A medio camino, Xena sintió que sus rodillas comenzaban a temblar y tuvo un
momento de secreto e intenso miedo, ya que a pesar de sus atrevidas
palabras y su bravuconería de que se enfrentaría a la verdad. su decisión
personal había hecho que los soldados leales a ella murieran de una forma
horrible y dolorosa.

Estos soldados que se habían quedado a su lado mientras ella sostenía el


cuerpo moribundo de Gabrielle en sus brazos.
542
»¿Por qué no me han matado? —exhaló—. ¿Por qué ellos?

Gabrielle se acercó más y le pasó un brazo por la cintura.

Llegaron al primero de los cuerpos y se detuvieron, mirándolo.

—Oh. —Gabrielle se acercó un poco más—. Son solo...

—Huesos —dijo Xena en voz baja—. Solo huesos. —Estudió las reliquias—. Pero
son mis hombres. Mis colores.

Túnicas, con su cabeza de halcón visible en ellas.

Xena cerró los ojos contra el dolor.

—¿Por qué diablos no estaban en el salón emborrachándose? —suspiró—.


¿Por qué subieron aquí?

—Porque te amaban —dijo su consorte suavemente—. Xena, todos lo hacen.


Todos lo hacemos.
Xena caminó lentamente con ella a través de los cuerpos, con cuidado de no
pisar ni siquiera una manga rasgada.

—Volveré a por vosotros —dijo mientras llegaba a la puerta—. Pondré vuestros


huesos en la tierra yo misma, lo juro.

Gabrielle la alcanzó y la tomó del brazo, apretándola suavemente mientras la


reina se apoyaba contra la puerta con los hombros caídos.

—Algo ha debido ir bien ya que todavía estamos aquí, ¿verdad?

—Sí. —Xena estudió el suelo—. Me pregunto si nos dejaron así solo para verme
lidiar con que todos los demás estén muertos.

—Xena. —Gabrielle inhaló suavemente—. Eso no puede ser verdad.

La reina levantó una mano y se frotó los ojos.

—Debería estar acostumbrada a eso, ¿eh? —respondió en voz baja—.


Pensaba que lo estaba. He estado matando gente desde que tenía siete años 543
—suspiró—. En fin.

Con un movimiento de cabeza, la reina accionó el pestillo y abrió la puerta,


saliendo al hueco de la escalera y se detuvo, ya que su repentina aparición
provocó un inesperado remolino de movimiento, el sonido de cuero y tela
contra la piedra sonó fuerte y asombroso en el pasillo.

—¡Xena! —Brendan estaba de pie mirándola fijamente—. Por los dioses, es


bueno verte. —Dejó caer la mano de su espada mientras el resto de los
soldados que se agrupaban en la puerta, se ponían de pie—. Hemos estado
intentando toda la noche abrir esa maldita puerta para llegar a ti... oyendo lo
que solo los dioses saben que estaba sucediendo.

—Pensamos... —Brent se detuvo y exhaló—. Me alegra que ambas estéis bien.

Xena estaba de pie, aturdida, observándolos. Se giró y miró detrás de ella a la


sala.

—¿Q...? —Parpadeó ante lo que veía y sintió que su corazón saltaba.

Gabrielle se volvió también, sorprendida de encontrar el suelo vacío. Miró a


Xena, viendo una feroz mezcla de emociones en su rostro.
—¿Todo eso era falso? —Se aventuró.

La reina cerró su mandíbula y también la puerta.

—Buena pregunta. Guardemos eso para más tarde. —Se dio la vuelta y se
apoyó contra la puerta cerrada y los estudió a todos durante un largo
momento, sin perderse las caras sucias y los ojos hinchados, viéndolos de una
manera que la hacía sentir surrealistamente humilde.

¿Era digna de esto de verdad?

¿De la adoración inquebrantable de estos hombres, y del sacrificio voluntario


del alma de Gabrielle?

¿De verdad?

Xena tomó aliento y lo soltó, levantando la cabeza cuando un gallo cantó


afuera y, como si eso fuera una señal, los sonidos normales de la fortaleza
comenzaron a filtrarse haciendo eco suavemente en las paredes de piedra.
544
¿Era una respuesta de algún tipo?

Bajó los dos escalones hacia el rellano y se enfrentó a Brendan.

»Me alegro de verte, viejo crápula. —Ella vaciló y con un inusual e incómodo
movimiento, dio un paso adelante y lo abrazó.

—Uh. P... —Brendan se quedó congelado sin saber qué hacer. Luego,
vacilante, le devolvió el apretón—. Ah, también me alegro de verla, su
Majestad. —Sus ojos encontraron a Gabrielle más allá del hombro de la reina
y lo que vio allí le hizo sonreír—. Xena, me alegro de que estés bien —añadió
en voz baja—, me tenías muy preocupado.

—Lo mismo te digo. —Xena lo soltó y dio un paso atrás—. Gracias por intentar
venir a salvarme de la mitad del contenido del Hades.

Lentamente la luz del amanecer comenzó a inundar las ventanas de la parte


superior de la torre. Las iluminó con color y cuando tocó a Gabrielle, sintió que
se relajaba un poco. Habían sobrevivido a la noche. El sol la hizo pensar que
tal vez también sobrevivirían al día.
Xena saludó solemnemente al resto de los soldados, incluso a Lakmas, con el
mismo abrazo, dejándolos a todos un poco descolocados.

»Anoche ocurrieron algunas cosas brutales ahí dentro —dijo la reina apoyada
contra la pared—. Me alegro de que ya sea por la mañana.

—Nosotros también —dijo Brent—. Cuando no conseguimos abrir la puerta...


—Hizo una pausa y luego negó con la cabeza—. Realmente temíamos por ti,
su Majestad.

Xena suspiró.

—Sí. —Pensó con nostalgia en su bañera y en el agua caliente que se


imaginaba en ella—. Yo también temí por mí. No tengo una idea real de por
qué todavía estoy por aquí —admitió dejando que su cuerpo se desplomara
contra la piedra—. Si no me sintiera como si me hubieran pasado por encima
todos los caballos del establo, pensaría que lo he alucinado todo.

—Bueno, yo también lo vi. —Gabrielle se apoyó en su vara—. Así que, si lo


hiciste, yo también. 545
Xena los contempló a todos. Había doce soldados en el vestíbulo, once de sus
hombres de mayor rango y Lakmas. Sanos y salvos aquí en el pasillo y ahora
realmente tenía que preguntarse qué habían sido esos cuerpos en la sala.

—No entró nadie allí, ¿verdad?

—Ojalá hubiéramos podido —dijo Lakmas—. Nos lanzamos contra la puerta,


magnificencia, y probamos con nuestras hachas, pero no saltó ni una astilla.

Los cuerpos del suelo habían desaparecido, ¿los habían dejado allí solo para
burlarse de ella? ¿Darle ese momento de dolor, antes de que escapara y
descubriera la verdad fuera?

—¿Qué creéis que oísteis allí?

—Gritos —dijo Brendan enseguida—. Parecían suyos Majestad. —Su cuerpo


estaba golpeado y había un corte por encima de una ceja—. Como él ha
dicho, nos hemos lanzado contra la puerta la mitad de la noche. Me volví loco.
—Sonaba y parecía tan cansado como Xena se sentía—. Nos volvimos todos
locos —añadió con un murmullo bajo.
—Sí. —dijo Brent suavemente—. Escuchamos chirridos, y el viento... como nada
que haya visto antes.

Xena suspiró.

—Creo que necesito un trago. —Señaló las escaleras—. ¿Queréis uniros a mí?
—Extendió una mano hacia Gabrielle y esperó a que su consorte la agarrara,
luego dirigió el camino bajando los escalones.

Bajaron al nivel inferior sin pasar por sus aposentos.

—Quiero saber lo peor —dijo Xena mientras cruzaban las puertas principales
hacia la fortaleza y pasaban a través de ellas.

Un sirviente cruzaba el pasillo e hizo una pausa y se inclinó ante ellos.

—Buenos días, sus Majestades —les saludó de la manera más normal—. Han 546
madrugado mucho esta mañana. ¿Debo decir en la cocina que preparen su
desayuno?

Xena se detuvo y lo estudió.

—¿Cómo te llamas? —El hombre le era vagamente familiar, una de las


muchas manos derechas de Stanislaus que había visto rondar por la fortaleza
durante años.

—Garon, su Majestad —respondió el hombre.

—Enhorabuena. —Le dio una palmada en el hombro—. Ahora eres el


senescal. Ve y consíguenos el desayuno, tengo algunos amigos muy
hambrientos aquí conmigo.

El hombre parpadeó con verdadera sorpresa.

—¡Majestad! ¡Me honra enormemente!

—Lo hago. —Xena estuvo de acuerdo—. No me hagas parecer una idiota.


Haz un buen trabajo.
Él sonrió y se inclinó de nuevo, esta vez con una pequeña floritura.

—Majestad, lo haré. —Se dirigió hacia las cocinas en un trote decidido y ellos
continuaron hacia el gran salón.

La temprana luz del amanecer entraba por las ventanas orientales y se


derramaba sobre las mesas de caballetes que se alineaban en la sala. Xena
se abrió paso a través de ellas y fue hasta la plataforma real, sentándose en
su trono como si fuera una silla en el centro y haciendo un gesto al resto para
que se sentaran también.

Lo hicieron.

Xena cruzó las manos y las dejó descansar en la mesa, no estando


acostumbrada a estar en este salón tan temprano. Por lo general,
desayunaba en su cámara y lo habitual y recientemente, era ser servida con
amor y adoración por su consorte.

—Bien.
547
Brendan estaba sentado a su izquierda, ya que Gabrielle estaba sentada a su
derecha. Parecía cansado y apaleado, con las manos desnudas y
magulladas descansando sobre la mesa.

Bien.

Xena reflexionó en silencio.

Tal vez toda esta mierda está sucediendo por eso. Para enseñarme a ser un
ser humano.

»Perdona que te haya hecho pasar una noche del Hades, Brendan —dijo—,
no fue mi intención.

Él sonrió brevemente.

—No, no lo era —estuvo de acuerdo—. Sin embargo, valió la pena ver esa
puerta abierta esta mañana. —Él la miró—. Parecías un poco agotada.

—Lo estoy —admitió Xena con un suspiro—. No he estado tan cansada desde
la última vez que me patearon el trasero en la batalla. —Levantó la vista
cuando los sirvientes de la cocina entraron a raudales con bandejas de
cerveza mañanera y comida. Vio que la actitud de Gabrielle se animaba a
verlos y sonrió—. Daos prisa antes de que Gabrielle empiece a darle mordiscos
a la mesa.

Gabrielle tenía las piernas cruzadas debajo de ella y estaba apoyando los
codos en las rodillas.

—No dejes que me duerma de todos modos. —Tomó una jarra de cerveza y
un gran pedazo de pan con huevos en rodajas y carne de venado—. Chico,
esto tiene buena pinta.

El salón comenzaba a llenarse con otros huéspedes y residentes del castillo.


Gabrielle se recostó con su pan y disfrutó de todos los sabores, contenta de
que el dolor en cada centímetro de su cuerpo fuera desvaneciéndose.

En realidad era difícil pensar en lo que les había sucedido. Los recuerdos de la
furia y las sombras se estaban desvaneciendo, solo los dolores le hacían darse
cuenta de que había pasado por esa prueba. Una rápida mirada a Xena le
dijo que la reina estaba tan agotada como nunca antes la había visto, y pensó
que tal vez después del desayuno tendrían la oportunidad de ir a sus 548
aposentos y descansar un poco.

Y darse un baño.

—Gabrielle. —Brent había terminado a su lado—. ¿Fueron las sombras otra vez,
en la cámara?

Gabrielle era consciente de que Xena estaba escuchando, su cabeza oscura


ligeramente inclinada hacia un lado.

—Bueno, era aterrador y oscuro, eso está claro —respondió—. Para ser
honesta, no estoy muy segura de lo que estaba pasando. Había mucho ruido
y estábamos luchando contra algo, y luego todo paró.

El hombro de Xena tocó ligeramente el suyo, solo un leve empujón realmente,


pero lo tomó como una señal de aprobación, algo dentro de ella se resistía a
ser completamente sincera con Brent sobre lo que había sucedido, aunque
no estaba completamente segura de por qué.

—Suena aterrador. —Brent sacudió la cabeza.


—Lo fue. —A Gabrielle no le importó admitirlo—. Si Xena no hubiera estado allí,
guau. —Apoyó la cabeza brevemente contra la reina—. Estuvo asombrosa. Se
enfrentó a esos tipos... ¡Y había cientos de ellos!

—Gabrielle —objetó Xena.

—¡Los hubo! —protestó Gabrielle—. Fue tan aterrador. —Su voz se redujo a casi
un susurro—. Eran tan espantosos.

Los hombres miraban a Xena con los ojos muy abiertos. La reina abrió la boca
para rechazar los actos de héroe de pacotilla y luego tuvo que detenerse y
pensar. Cerró la mandíbula con un chasquido porque se dio cuenta de que
lo que Gabrielle había dicho no solo era cierto, sino que era comedido.

Eran espantosos. Daban miedo como Hades, y había tantos que ni siquiera
podría haberlos contado si hubiera sido capaz de verlos.

Ella lo había hecho.

—Sí, y maldito si no lo siento —dijo Xena—. Eso dolía. 549


—Si. —Gabrielle se frotó las yemas de los dedos.

—Tú también los golpeaste. —La reina apoyó la cabeza en la mano—. Te vi


golpear a Sholeh.

—¿Sholeh? —Lakmas se enderezó—. ¿Volvió de entre los muertos?

—No realmente. Volvió como muerta —dijo Xena—. Pensaría que me


atraparía, supongo. —Ahora todos estaban mirando a Xena con cierta
incomodidad, a excepción de Gabrielle. La reina se preguntó brevemente por
qué realmente no había querido que su consorte le contara a todos lo que
sucedió y ella misma estaba a punto de hacerlo—. De todos modos, —Medio
se encogió de hombros—, se acabó. —Sintió que la mano de Gabrielle
tocaba la suya, y sus dedos se doblaban sobre los de Xena. La reina la miró
de reojo, pero Gabrielle parecía estar perdida en sus propios pensamientos y
el movimiento era automático—. Pero Gabrielle estaba allí balanceándose. —
Se encontró diciendo—. Y de hecho, golpeó a esa estúpida perra en el culo.

Su consorte sonrió un poco y su rostro se arrugó en una expresión tímida.

Hubo silencio por un momento, luego Brendan se aclaró la garganta.


—¿Y ahora qué, Xena? —preguntó—. ¿Se han ido? Es algo aterrador, ¿eh? —
Se giró a medias para estudiar a la reina—. Muertos que vienen a luchar contra
ti.

Xena no estaba realmente segura de qué responder a eso. Sabía lo que de


verdad le gustaría que fuera, pero teniendo en cuenta todo lo sucedido, no
confiaba en que supiera con certeza qué estaba pasando. Así que consideró
la pregunta cuidadosamente.

¿Qué había pasado realmente?

Recordó la oscuridad y el sentir que toda su piel ardía por el dolor. Recordó a
Gabrielle de pie a su lado, respirando con dificultad y su cuerpo temblando.
Recordó haber sentido la avalancha de oscuridad cuando se acercaba a
ellas y luego el dolor al golpearlas y derribarlas a los dos, y su espalda
golpeando la pared...

¿Y después?

¿Por qué no habían muerto? ¿Por qué los no muertos no se la habían llevado? 550
Llevárselas mientras estaban de pie, abrazadas, entrelazadas en un abra...

Lentamente Xena giró la cabeza y miró el perfil de Gabrielle. Un débil y suave


eco de palabras resonó dentro de su cabeza.

“Voy voluntariamente”.

Después de un minuto, Gabrielle se dio cuenta de que estaba siendo


observada y se giró para encontrar los ojos de Xena con la cabeza
ligeramente inclinada hacia un lado dudando.

Hm.

Xena le sonrió y vio una sonrisa aparecer en su rostro de vuelta. Nunca había
prestado mucha... bueno, ninguna atención, a las tradiciones de los dioses, en
sus primeros años de vida nunca lo hizo y después de que comenzó a luchar,
nunca había tenido el deseo o la necesidad.

—Que alguien traiga a Jellaus aquí —dijo abruptamente—. Quiero algo de


información antes de empezar a decir tonterías.

—Señora. —Brent se levantó y se fue al trote.


Xena se recostó en su silla y levantó su copa, bebiendo la cerveza pensativa.

—Brendan, maldita sea sí sé si se han ido o no, pero me parece que anoche
tuvieron la oportunidad de tomar lo que pensaban que podían tomar y no lo
hicieron —dijo—. Tal vez descubrieron que era más difícil de lo que pensaban.

—Teniendo en cuenta que eras tú. —Brendan logró sonreír—. No hay nadie
más difícil.

No, eso probablemente era cierto.

Xena lo reconoció. No siempre era la brasa más brillante en el fuego, algo que
solo se reconocería a sí misma, pero era dura y obstinada y nadie lo sabía
mejor que ella.

—Me gustó cuando le dijiste a Sholeh que tu alma no era tuya para darla. —
Gabrielle habló de repente con una sonrisa cansada en la cara—. O algo
parecido.

Xena sintió que su piel se calentaba con un sonrojo. 551


—Nosotros ya sabíamos eso. —Brendan estuvo de acuerdo alegremente—.
Todo lo que hizo por los dioses y por su bendición. —Estudió el perfil de Xena—
. Ellos le bendijeron, señora.

Al recordar el desdén del Dios de la Guerra, Xena no estaba muy segura de


eso, pero después de todo aquí estaba. Miró alrededor de la sala ahora llena
de sus súbditos, animada con la vida y la conversación y pensó en ese
momento en la torre cuando se había cuestionado.

En fin.

Sacó de su mente su cara roja. Miró hacia abajo y estudió sus manos, una de
las cuales estaba cuidadosamente encerrada en la de Gabrielle y suspiró.
Luego se aclaró la garganta.

—¿Por qué no vais todos a descansar un poco? —dijo—. Y... eh... supongo que
deberíamos empezar a planificar ese viaje a las montañas.

Brendan se levantó con una mirada de agradecimiento en dirección a la


reina.
—Sí, suena bien. —Hizo un gesto al resto de los soldados que se habían
quedado con él—. Vamos todos. Tenemos que prepararnos para una marcha.

Gabrielle se aclaró la garganta muy suavemente.

—¿Tal vez deberíamos hacerlo nosotras también? —Los ojos de la reina


brillaron un poco—. ¿Cansada, mi amor?

—Un poco —admitió Gabrielle—. Algo dolorida también.

—Hm. —La reina inhaló y parecía a punto de ponerse de pie cuando las
puertas del salón de banquetes se abrieron y dos de sus guardias entraron,
avanzando hacia ella de una manera decidida—. De alguna manera, creo
que tendremos que posponer la siesta por un tiempo. —Suspiró y apoyó la
barbilla en el puño cuando los guardias llegaron hasta ella—. ¿Qué pasa?

—Majestad. —El primero inclinó la cabeza—. La noticia acaba de llegar desde


el puesto de avanzada en el paso.

Xena esperó. 552


—¿Y? —Lo instó.

—Dicen que unos soldados vienen hacia nosotros. No es un ejército. —El


hombre miró un trozo de pergamino—. Se ven raros.

Xena extendió su mano.

—Dame eso. —Tomó el pergamino y lo miró, consciente de que Gabrielle


estaba de pie apoyada en su hombro para poder verlo también—. Si yo fuera
jugadora, apostaría a que los persas vienen de visita —comentó—. No es nada
especial.

—¿Qué te hace pensar que son ellos? —le susurró Gabrielle al oído.

—Dilo de nuevo —le ordenó Xena, sintiendo que la invadía una oleada de
atontamiento. Esperó a que su consorte obedeciera, luego se rio entre
dientes—. Me encanta cuando me susurras al oído.

—Xena.
—Y cuando dices mi nombre. —La reina se rio de nuevo—. Creo que son persas
porque llevan cimitarras curvas y tienen un transporte real con ellos. —Señaló
las palabras—. ¿Ves esto? ¿Caja de color rojo y dorado entre un buey?

Gabrielle parpadeó.

—¿Es eso lo que significa?

—Alégrate de que no decidieran intentar dibujarlo —le aconsejó Xena—. Sí. —


Dejó el pergamino y golpeó la mesa con los dedos—. Así que supongo que es
un enviado de guerra del viejo. —Sus ojos se movieron hacia Lakmas—. ¿Estoy
en lo cierto?

El soldado persa se acercó a su lado y miró el informe.

—Su magnificencia real viaja de ese modo. —Estuvo de acuerdo—. Pero... —


Frunció el ceño—. No con tan pocos hombres.

Xena pensó en eso.


553
—¿El resto estarían en barcos en alta mar esperando para desembarcar?

Lakmas negó con la cabeza.

—En el pasado, en las campañas en las que he estado, ya habrían llevado a


los hombres a tierra en alguna parte. Después, tal vez el enviado vendría a
hacer un trato, pero sería una mentira. —No parecía avergonzado por eso—.
La fuerza vendría para atacar mientras se llevaban a cabo las negociaciones.

—¿En serio? —reflexionó Xena—. Bueno, Philtop me dijo que estaban por aquí
—dijo—. Que alguien vaya a buscar a los lacayos de Philtop. Es hora de reunir
a todos los mentirosos en una sala y ver qué tenemos aquí.

—Señora. —Uno de los guardias se dirigió hacia la puerta.

Gabrielle todavía estaba presionada contra ella.

—No vamos a tener esa siesta, ¿eh?

La reina sonrió.
—Todavía no —dijo—. Puedes irte al catre si quieres. —Giró la cabeza y miró a
su consorte, viendo claramente la mirada de obstinado desacuerdo en esos
ojos—. O no. Eres adulta y puedes hacer tus propias elecciones.

—Te elijo a ti —susurró Gabrielle de nuevo en su oído—. Y yo también quiero


saber qué está pasando.

Todo eso sonaba tan agradable y arrogante. Xena entendió el sentimiento.


Sin embargo, se le ocurrió que, en algún momento entre ahora y cuando el
enviado llegara a la fortaleza, sería mejor que ambas descansaran un poco,
porque si era lo peor y tenía bastantes razones para esperar lo peor, pasaría
mucho tiempo antes de que pudieran descansar nuevamente.

Xena suspiró.

Maldita sea, de verdad que no quería otra batalla.

—Me estoy haciendo demasiado vieja para esta mierda —murmuró—. Ya va


siendo hora de que las Parcas dejen mi culo en paz.
554
Gabrielle se presionó contra ella y la besó suavemente un lado de su cuello.

—¿Tal vez podríamos irnos y hacer eso de piratas? —murmuró en el oído de su


amante—. ¿Habría menos Parcas rondando si lo hiciéramos?

—¿Con mi suerte? No —se quejó la reina—. Lakmas, ¿qué pediría el viejo si


realmente es él? —Señaló la silla abandonada de Brent y el persa se sentó en
ella—. ¿Por qué estaría más cabreado, por haber vencido a su ejército, o por
el hecho de que su hija la palmara aquí?

—El ejército —respondió Lakmas de inmediato—. Le tenía cariño a Sholeh, no


te equivoques, oh grandiosa. Pero ella era una mujer. Odiaba el hecho de que
su esposa nunca le diera un hijo. —Se frotó las manos—. Creíamos... en el
ejército... que la esposa lo hizo deliberadamente. Ella era del este, y algunos
la llamaban bruja.

—Era una cautiva de guerra, nos dijo Sholeh. —Gabrielle habló—. Su madre,
quiero decir. ¿Era cierto?

Lakmas asintió.
—Era cierto. El rey la tomó cuando invadió Chin y ganó grandes tierras allí. Lao
Ma, se llamaba. Él la trajo de vuelta y la obligó a acostarse con él, pero solo
dio a luz a Sholeh y luego murió.

—Hm. —Xena apoyó los codos en la mesa—. ¿Pensaban que era una
hechicera? ¿Una mujer de magia?

—Lo pensaban —dijo el persa—. Fue asesinada cuando él pensó que le


enseñaría a Sholeh costumbres extranjeras, pero siempre pensé que ella se
esforzaba demasiado para demostrar que era hija de él y no de ella.

Xena se echó hacia atrás.

—Tal vez no la mató lo suficientemente pronto —reflexionó—. O tal vez nació


como una perra innata que acabó llevándose su rencor incluso a la muerte.

—¿Realmente era su sombra? —preguntó Lakmas aparentemente más


interesado que temeroso de eso.

—Seguro que sonaba como ella —confirmó Gabrielle—, pero era muy 555
desagradable a la vista. Quería llevarse a Xena.

Lakmas asintió.

—Llevarle a su padre a un guerrero tan poderoso era su objetivo al venir aquí.


Primero probarse a sí misma en la batalla y después, demostrarle que una
mujer también podría ser un enemigo formidable. —Se miró las manos
pensativamente—. Hubiéramos luchado para probar lo primero, ella era la
heredera de su padre y nos la entregaron, pero lo segundo... —Negó con la
cabeza—. Nadie hubiera pensado que era cierto si no hubiéramos estado
aquí y lo hubiéramos visto.

Xena arqueó las cejas.

—Habíamos oído hablar de ti —continuó Lakmas en voz baja—. Pero no fue


hasta que te vi que mi corazón cambió. Sholeh en ese momento me pareció
una niña caprichosa y su padre, sabio y anciano como era, me pareció un
hombre pequeño y jactancioso.

Una sonrisa leve y sexy apareció en la cara de la reina.


—Dudo que tu pez gordo pequeño y jactancioso vaya a apreciar escuchar
ese sentimiento cuando llegue aquí. Así que vete y descansa un poco antes
de que nuestras vidas vayan camino al Hades otra vez.

—Mi soberana. —Lakmas le devolvió la sonrisa tocándose la frente antes de


levantarse y rodear la mesa en dirección a las puertas del salón de banquetes.
Iba vestido con una de las túnicas de cabeza de halcón y se la enderezó
mientras caminaba entre la multitud de habitantes del castillo con evidente
orgullo.

—Vaya. —Gabrielle todavía estaba apoyada contra ella—. Eso explica


muchas cosas.

—¿Que Sholeh me quería como premio de guerra para llevarle a papá? —


Xena la miró.

—No. Sabía que ella te quería —respondió su consorte—. Ya lo dije, ¿no? Lo


de que quería demostrarle a su padre que una mujer podría ser una gran
guerrera. —Hizo una pausa—. Mi padre tampoco lo hubiera creído.
556
—Tu padre era un imbécil que merecía ser desollado y tirado a los perros —
respondió la reina sin rodeos—. Si hubiera estado vivo después de que descubrí
cómo te trataba, lo habría hecho yo misma y lo habría disfrutado.

Gabrielle hizo una pausa y luego asintió.

—Lo sé. Pero aún no habría creído lo increíble que eres a menos que lo viera
—dijo—. Él pensaba que las mujeres eran inútiles excepto para hacer bebés y
cocinarle la cena.

Xena se levantó, suspiró y volvió a sentarse cuando el guardia entró con el


contingente de las Tierras Occidentales.

—Espera un momento. —Cruzó las manos sobre la mesa cuando los nobles se
acercaron, y Brent regresó con Jellaus siguiéndolo de cerca. La multitud se
arremolinó con interés y ella les devolvió la mirada—. De hecho. —Se levantó
y puso las manos en sus caderas—. Lleva a estos tipos de vuelta a mi sala de
audiencias —le dijo a Brent—. No tiene sentido que se levanten todas las
liebres en un solo sitio, ¿no?

—Señora. —Brent se inclinó.


Xena tendió la mano hacia Gabrielle y esperó a que la tomara. Después abrió
el camino a través de la multitud hacia la puerta.

—Además —añadió en voz baja a Gabrielle—. Tengo hierbas en mi bolsa, que


nos harán sentir mejor a las dos. —Hizo una pequeña mueca ahora que estaba
fuera de la vista de los soldados—. Maldita sea, me duele el culo.

Gabrielle puso cuidadosamente su brazo alrededor de su compañera


rodeando su cintura.

—El solo hecho de estar contigo me hace sentir mejor —admitió—. ¿Los persas
vienen para atacarnos?

—Probablemente. —Xena suspiró.

—Puaj.

La reina comenzó a reír.

—Sí, yo siento lo mismo. —Colocó su brazo sobre los hombros de Gabrielle—. 557
Tengo ganas de empacar a todos y cabalgar por las montañas. ¿Ese viejo
verde quiere este lugar? Vamos a por él.

—¿Tal vez podríamos disuadirlos de eso?

Xena exhaló cuando llegó a la puerta de su cámara de audiencias en la torre


y la abrió.

—Tal vez puedas disuadir a ese viejo bastardo de ello. Probablemente solo le
daré un puñetazo.

—¿De verdad crees que eso funcionaría?

—Seguro que funcionaría para mí.

Gabrielle estaba sentada tranquilamente en su pequeño escritorio en el


rincón, envolviendo con sus manos la taza de té y hierbas que Xena había
mezclado para ella. Tenía miel, y el sabor de las hierbas era solo un poco
extraño, no amargo o rancio como otras veces, y estaba disfrutándolo a
pequeños sorbos mientras escuchaba.

El sol había salido y brillaba a través de la ventana a su espalda, calentando


su piel y eso, unido a las hierbas y al poder sentarse tranquilamente, la estaba
haciendo sentir mejor. No tan bien como la habría hecho sentir meterse en la
cama con Xena, pero aun así.

Pero, aun así.

Intentó prestar atención al interrogatorio de Xena a los habitantes de las Tierras


Occidentales, pero su mente seguía vagando de regreso a los terrores por los
que habían pasado y la lucha en la torre la noche anterior.

Lo habían hecho bien Xena y ella. Después de que había rechazado al Dios
de la Guerra y todo eso.

Recordó cuánto le había dolido cuando golpeó a esas espeluznantes y


aterradoras cosas y flexionó las manos, feliz de que solo hubiera un dolor
residual para recordárselo. Se había mantenido firme y Xena había hecho más 558
que eso. Y no podía pasar por alto el hecho de que había luchado contra
esas cosas espeluznantes y vivido para contarlo.

Lo había hecho.

Recordaba haber escuchado historias sobre fantasmas cuándo habían


estado dentro durante los largos inviernos y el miedo que había tenido cuando
la gente le había contado que había seres queridos que habían regresado
para aparecérseles.

Ahora tenía su propia historia de fantasmas. Gabrielle miró pensativa a través


de la estancia, hacia donde Xena estaba despatarrada en su gran silla con el
codo apoyado en el brazo y la cabeza apoyada en su puño. Xena no se había
asustado en absoluto, solo cabreado y desafiado de pie, después de haber
arrojado su espada, valiente y leal.

Leal a ella.

Justo como le había dicho la voz en la sombra. Y como también le había dicho
la voz, había sido leal a Xena y había permanecido a su lado, había estado
dispuesta a morir e ir a donde quiera que fuese Xena, incluso si era a una
eternidad de dolor en el Tártaro.
Intentó imaginar cómo habría sido. Estaba segura de que hubiera sido
desagradable. Pero también estaba segura de que no importaba lo malo que
fuera, el solo hecho de estar allí con Xena y sostener su mano, hubiera hecho
que todo estuviera bien.

Así que ahora los persas, tal vez, venían aquí para pedir algo. O exigir algo. O
gritarle a Xena o...

Gabrielle reflexionó un momento.

¿Y si el persa realmente estuviera allí para ofrecer el rescate que la reina había
pedido? Tal vez él valoraba a sus hombres como lo hacía Xena, después de
todo.

Miró a Lakmas que estaba de pie como una estatua al lado de la puerta,
completamente armado y se preguntaba qué haría si eso ocurriera.

¿Volvería con su gente?

¿O se quedaría con Xena? 559


Gabrielle exhaló y movió su cuerpo con cautela, el dolor en cada hueso aún
estaba presente. Esperaba que él eligiera a Xena, si era así.

—¿Ggggabrielle?

Alzó la vista y vio que la reina le hacía un gesto con el dedo.

Uh, oh.

Todavía con su taza en la mano, Gabrielle se levantó y fue cojeando hasta


donde Xena estaba sentada, esperando como loca que no le pidieran una
opinión sobre todas las cosas que en realidad no había estado escuchando.

—¿Sí?

Xena la estudió.

—Cuando mandaste quitar todos esos andrajos de las paredes. —Señaló la


sala exterior con una sacudida de cabeza—. ¿Quién lo hizo?

Gabrielle ladeó la cabeza ligeramente hacia un lado.


—¿Te refieres a quién se subió a la escalera y los bajó?

—Ajá.

Su consorte dejó descansar sus muñecas en el brazo de la silla y pensó en eso


un minuto. Luego levantó la vista con una expresión levemente sorprendida.

—Bueno, fue Stanislaus —dijo—. Y dos de sus asistentes, creo.

—Stanislaus —repitió Xena suavemente—. Quién fue apuñalado en mi salón


de banquetes. —Cogió la taza de Gabrielle de sus manos y tomó un sorbo de
té de hierbas—. ¿Qué Hades hay en ese tesoro? ¿Qué hay allí que vale la pena
la heredera de un persa, una docena de vidas de hombres y suficiente intriga
real para mantenerte ocupada escribiendo pergaminos sobre ello todo el
maldito invierno?

Gabrielle se rascó la nariz.

—¿Crees que deberíamos averiguarlo?


560
—¿Antes de que acabemos con gente estirando la pata de nuevo por eso?
Tal vez sea una buena idea.

—Él sabía algo —repitió Xena pacientemente al lacayo jefe de Philtop—. No


me cuentes la misma monserga sobre que él languidecía por mí o te cortaré
la lengua. —Se había levantado y ahora estaba paseando de un lado a otro—
. No lo compro.

El hombre sacudió su cabeza.

—Majestad, con todo respeto hacia usted, su misión era honesta. Nuestros
cultivos se malograron, nuestra gente se enfrenta al hambre. Nada de eso es
mentira.

—¿Por qué? —Gabrielle habló de repente.

Él hizo una pausa y la miró.

—¿Perdón?
—¿Por qué? —Gabrielle estaba contenta de quedarse detrás de su mesa de
trabajo, con los codos apoyados manteniendo su cuerpo tan quieto como
podía. El dolor empezaba a molestarla de verdad y sintió que su
temperamento reaccionaba un poco en respuesta—. Quiero decir, a nadie
más le ha pasado. No es lo que hemos oído. Ha sido un gran año de cosecha
para todos los demás. Entonces, ¿qué ha pasado con la vuestra? —Él
permaneció en silencio. Xena paró sus pasos y se volvió para mirar a su
consorte con interés—. Cuando era pequeña —dijo Gabrielle—, mi familia
eran granjeros arrendatarios que criaban ovejas. Si fuéramos los únicos cuyas
ovejas murieran, creo que el terrateniente le habría hecho la misma pregunta
a mi padre. ¿Qué pasó? —Él continuaba mirándola fijamente—. ¿Qué hicimos
mal? —aclaro Gabrielle—, porque las ovejas son bastante robustas y no se
desploman a menos que metas la pata y dejes que los lobos lleguen hasta
ellas o no mantengas su lugar limpio y todas enfermen. Así que, ¿qué salió mal?

Xena giró sus ojos hacia el lacayo levantando las cejas y se cruzó de brazos.

—¿Y bien, Melchus?

—Solo tuvimos mala suerte. —Rehusó mirarla a los ojos—. El clima... las
561
langostas... no lo sé.

Xena y Gabrielle intercambiaron miradas.

—¿No sabes por qué tus cultivos se malograron? —repitió la reina—. ¿Philtop
no preguntó? ¿Simplemente aceptó carros vacíos? ¿En serio? —Melchus
permaneció en silencio—. Eso no cuadra, ¿verdad, Gabrielle? —Xena se volvió
hacia su consorte, que estaba negando con la cabeza solemnemente—. Él
sabía que yo preguntaría... ¡Hades! sabía que enviaría a alguien para que lo
verificara. Entonces, ¿cuál es el problema, Melchus? —Caminó hacia donde
él estaba parado—. Tal vez él no cuestionó lo que había pasado, pero nadie
en su sano juicio pensaría que yo no querría saberlo. —Miró a Gabrielle—. Con
el tiempo —admitió al ver el fantasma de una sonrisa revoloteando en la cara
de su amante. Luego se concentró más en ella viendo la postura tensa y
dolorosa—. Te diré algo, Melchus. Piensa en eso por un par de minutos mientras
tengo una conferencia privada con aquí mi inigualable.

—Señora —murmuró él.

—Brent, asegúrate de que no se pierda.


Xena fue hacia donde estaba sentada Gabrielle y le tendió su mano.

»Vamos. —La levantó suavemente y la acompañó a través de la


ornamentada entrada a las cámaras privadas más allá—. He estado
buscando una excusa para quedarnos a solas.

—¿Lo estabas? —Gabrielle sintió la fría calma de la alcoba descender sobre


ella y eso hizo que sus músculos se relajaran un poco cuando Xena pateó la
puerta detrás de ellas y luego le dio la vuelta para mirarla. Levantó la mirada
hacia la cara de la reina, encontrando una mirada de intensa preocupación
en ella—. Claro que quería estar contigo a solas.

—¿Te duele? —preguntó Xena suavemente.

Gabrielle asintió, contenta de no tener que disimular.

—Supongo que el té dejó de hacer efecto —dijo—. Se puso mejor por un rato.

La reina la empujó con mucho cuidado hacia el fuego que estaba


chasqueando plácidamente en el hogar. 562
—¿Sabes qué?

—Sé que te amo —respondió Gabrielle mientras observaba desconcertada


los largos dedos de Xena desatando la túnica que llevaba sobre su
armadura—. Sé que desearía que todo esto hubiera acabado para que
pudiéramos ir a hacer otro picnic. —Xena sonrió—. O simplemente irnos a la
cama. —Su consorte sonaba triste—. O tomar un baño.

—Creo que puedo organizar todo eso. —La reina le quitó la túnica y luego
desabrochó las correas que sujetaban la armadura de escamas,
levantándola y poniéndola a un lado.

—Ungh. —Gabrielle tuvo que cerrar los ojos mientras el calor del fuego y la fría
brisa en la alcoba luchaban por penetrar su camisa de lino—. Eso ya se siente
mejor. —Cuando llevaba la armadura puesta, no parecía pesada, pero ahora
que se la había quitado y la presión ya no estaba contra su piel, se sentía casi
más ligera que el aire.

—Apuesto a que sí. —Xena pasó gentilmente sus dedos a través del
despeinado cabello de Gabrielle—. Por cierto, gracias. Pescaste al pequeño
bastardo afuera. —Desató los cordones de su camisa y la aflojó, sacándola
por la cabeza y dejando a Gabrielle con sus polainas y vendas.

Dio un paso atrás y miró hacia abajo, luego se detuvo, una corriente de
conmoción recorrió su piel mientras inhalaba bruscamente.

»Hijo de puta.

Gabrielle miró a su alrededor, después se miró a sí misma cuando era obvio


que el sentimiento estaba dirigido hacia ella.

—Oh. —Miró las marcas en su piel—. Ay.

Xena sintió como si le hubieran quitado el aire al ver la telaraña de líneas rojas
y estridentes, como si Gabrielle hubiera sido azotada sobre cada centímetro
de su cuerpo.

—Oh. —Se hizo eco de su amante—. Lo siento, cariño —suspiró—. Quédate


ahí. Deja que vaya a por mi bolsa.
563
Gabrielle estaba bastante contenta de obedecer. Ahora podía verse a sí
misma en el espejo, y las marcas eran casi aterradoras, rojas y en carne viva.
Tocó una con los dedos y el pinchazo le hizo apartar su mano de inmediato.
Recordó una vez, cuando le habían golpeado en el granero, después de...
¿Qué había sido? ¿Dejar caer el plato de la cena? ¿O había dejado salir a los
corderos accidentalmente?

La verdad es que no había importado. Recordó el dolor abrasador y, ahora


que lo pensaba, el dolor de estas marcas no parecía tan diferente. Excepto
que, en lugar de ser golpeada por disgustar su padre, había sido golpeada
por defender a su amada Xena contra un grupo de despreciables fantasmas.

Gabrielle estudió su reflejo y no se arrepintió del daño.

»Maldición, maldición, maldición. —Xena, sin embargo, parecía tener una


opinión diferente. Colocó sus suministros y empujó a Gabrielle para que se
sentara en el pequeño taburete cerca del fuego, dejándose caer sobre una
rodilla junto a ella—. Si tú te ves así, no quiero saber cómo me veo yo. —Sacó
la pasta limpiadora y limpió cuidadosamente las marcas, deteniéndose solo
un momento mientras su consorte levantaba sus manos y dejaba sus muñecas
descansar sobre sus hombros.
Xena entendió que todos esperaban que ella estuviera dirigiendo las cosas
afuera. También entendió, con una claridad casi refrescante, que no le
importaba.

»Aguanta un minuto más. —Se levantó y fue a la puerta de la galería,


abriéndola y sacando la cabeza—. Que alguien me traiga agua caliente para
la bañera.

—Señora. —Uno de los guardias se asomó por la puerta.

—Brent. —Xena se dirigió a hombre de confianza—. Llévate a este bastardo y


ponlo en una celda. Volveré a llamarlo más tarde. Tengo cosas de las que
encargarme en este momento.

—Señora. —Brent agarró a Metrus del brazo y lo arrastró fuera.

Eso dejó la cámara exterior en paz. Xena esperó un momento para ver si algo
cambiaba, luego volvió a meter la cabeza dentro y cerró la puerta.

—Ahora. —Regresó y continuó su cuidado—. Tú y yo vamos a tomar un buen 564


baño caliente, mi amor. Luego te acurrucarás en esa cama conmigo y
descansarás un poco.

—¿No están llegando los persas?

—Seguro. —Xena se movió detrás de ella y exhaló tristemente al ver las marcas
a lo largo de la espalda de su consorte—. Esperarán. —Se inclinó hacia
delante y encontró un lugar despejado, plantando un beso en él—. El
escuadrón de bastardos no está atravesando mis puertas, Gabrielle.

—¿Los vas a dejar ahí fuera sentados mientras tomamos una siesta? —
Gabrielle sintió que el dolor intenso comenzaba a desvanecerse ahora que
estaba, en su mayor parte, sin ropa y Xena estaba cuidándola—. ¿De verdad?
¿Eso no hará que se enojen?

—Estoy segura de que será así, pero no me importa. Finalmente aprendí algo
en el último par de días. —La reina apoyó el codo sobre su rodilla mientras
hacía girar el taburete y para encontrarse con los ojos de Gabrielle—. Descubrí
lo que es importante, y somos tú y yo. No este lugar, ni este reino, ni siquiera mi
ejército.

Gabrielle sintió que le faltaba el aliento.


—Oh —pronunció suavemente.

—¿Sorprendida? — Xena muy suavemente le apartó el cabello de la cara y le


acarició los pómulos—. Estoy segura. Nunca pensé ni por un minuto, que
alguna vez me sentiría así acerca de alguien.

Su consorte soltó un suspiro.

—Siempre me sentí así por ti —dijo—. Siempre lo has sido todo para mí.

—Ah.

—No tenía nada más —agregó Gabrielle después de un momento.

Xena la estudió con decidida y silenciosa intensidad durante un largo


momento.

—Siento haberte dejado en la ciudad aquella vez —dijo finalmente—. No


merecía que me esperases o me quisieras de vuelta.
565
Gabrielle se movió un poco y bajó los ojos que se le llenaron de lágrimas.

—Me convencí a mí misma de que si tomaba a los hombres y los hacía venir
detrás mío, te liberarías y... —Xena hizo una pausa—. Y fue la mentira más
grande que nunca he dicho. —Tomó aliento—. El mayor momento de
cobardía de mi vida.

—No eres una cobarde —dijo Gabrielle con tono suave y ronco—. Xena, no
hay nadie más valiente que tú.

—Ahh. —Xena dejó que sus brazos descansaran sobre los hombros de
Gabrielle y tocó su frente con la de su consorte—. Te equivocas. Entonces fui
una cobarde, Gabrielle. Tenía miedo de admitir lo mucho que te necesitaba
en mi vida y cuanto daño me haría perderte, y lo oculté diciéndome que
estaba huyendo porque sería lo mejor para ti.

—No era así realmente.

—No. —La reina suspiró—. Lo sabía. Ni siquiera era lo correcto para mí, no con
mi... —Hizo una mueca y se frotó un punto en el pecho justo encima de su
corazón—. Creo que, si me hubiera quedado en ese barco y hubiera salido
de ese puerto, me hubiera cruzado en el camino de la primera lanza que se
dirigiera hacia mí después de eso.

Gabrielle asintió un poco.

—Yo también —dijo—. Quería ayudar a Brendan a escapar, pero lo cierto es


que no me importaba si me mataban mientras lo hacía. —Hizo una pausa y
miró a Xena a los ojos—. Todo en lo que podía pensar era cuán vacía estaría
mi vida sin ti.

Y Xena sabía con seguridad en su corazón que eso era verdad. Si cerraba los
ojos podía sentir el recuerdo de ese momento, cuando había expulsado a los
persas por las puertas y se había girado, encontrando la ligera forma de
Gabrielle quieta y esperando en la puerta del establo, simplemente
mirándola.

Simplemente necesitándola.

La tensión de eso era tan visible para los ojos de Xena cuando levantó la mano
y le hizo un gesto y se sintió tan malditamente avergonzada de sí misma. Se 566
había sentido tan pequeña al ver el completo alivio en la cara de Gabrielle y
la dolorosa alegría cuando sus brazos rodearon a Xena.

»Pero Xena. —Gabrielle habló en el silencio un poco sensiblero entre ellas—.


Regresaste.

—Lo hice —admitió Xena.

Gabrielle se acercó más y abrazó a la reina, apoyando la cabeza en el pecho


de Xena. Sintió que Xena le devolvía el abrazo muy suavemente en deferencia
a las marcas en su espalda y, aunque le dolió un poco, no importaba.

—¿Crees que está listo el baño?

Xena se rio entre dientes suavemente.

—Vamos a averiguarlo. —Tomó a Gabrielle de la mano y se dirigieron a la


cámara de baño, donde se escuchaban las salpicaduras de agua y el olor a
vapor escapaba débilmente.
Media marca de vela más tarde, Gabrielle estaba bañada y atendida, tenía
una taza de hierbas para matar el dolor que ya tenía en el estómago y estaba
acurrucada en la cama mientras Xena finalmente, se quitaba su propia
armadura y sus cueros cerca del fuego. Tomó una copa de hidromiel de la
mesita de noche y bebió mientras la reina se soltaba las correas de los
hombros y se volvía mientras las aflojaba.

—Oh.

Xena se detuvo en medio del sonido y la miró inquisitivamente.

—¿Qué?

Gabrielle se levantó de la cama y se acercó a ella, tocando el borde de sus


cueros con los ojos muy abiertos.

—Oh Xena... eso debe doler mucho.

La reina miró hacia abajo y parpadeó.


567
—Ah. —Sintió que sus propios ojos se abrieron un poco—. Sí... así que es por eso
que se siente así. —Estudió los cortes oscuros y crueles en su pecho, profundos
surcos hinchados y rojos en los bordes justo encima de su corazón. Era como si
un animal la hubiera arañado y ahora que lo veía, se sintió un poco débil.

—Siéntate. —Gabrielle interpretó correctamente la repentina palidez de su


rostro—. ¿Qué puedo hacer? ¿Puedo ponerte algo en las heridas?

Xena se sentó en una de las sillas cerca del fuego y una oleada de dolor la
invadió. Se recostó en la silla y cerró los ojos mientras Gabrielle terminada de
soltar sus cueros y los dejaba caer.

—Creo que necesito una taza de lo que te di —admitió—. No me dolía tanto


antes de que lo viera.

Gabrielle se sentó en el brazo de la silla y se inclinó dándole un beso en la


cabeza.

—Déjame ver si puedo averiguar qué hierbas usaste —dijo—. ¿Qué hizo eso?

—¿Qué piensas? —Xena abrió un ojo y la estudió con ironía—. Recuerdo que
sentí algo arañándome justo antes de que todo se oscureciera y me imaginé
que íbamos... —Respiró con cuidado—. Bueno, creí que te vería en las puertas
del Tártaro. —Sintió un toque cálido y ligero sobre las heridas y luego Gabrielle
se enderezó y pasó a su lado en dirección a los suministros de sanadora que
había dejado en el aparador.

Eso la dejó sola para estudiar sus heridas, y lo hizo, sin negar la sensación de
horror ante el feo desgarro de su carne. Era como si una mano enorme y con
uñas afiladas la hubiera agarrado, hundiéndose en su pecho en el camino
hacia... Xena tocó uno de los surcos con su dedo, que temblaba ligeramente.
En el camino para arrancar su corazón.

Arrancar su corazón.

Xena sintió frío. Se movió más cerca del fuego y se enroscó un poco,
levantando las rodillas y apoyando su antebrazo sobre ellas.

Salvo que, ¿qué les había dicho? ¿Que su corazón no era suyo para dar?

Recordó, o pensó que lo hizo, en el último momento antes de que la oscuridad


las envolviera cuando Gabrielle le echó los brazos al cuello y apoyó la cabeza 568
en el pecho de Xena.

Se miró a sí misma. Había apoyado la cabeza justo donde las marcas se


detenían.

Gabrielle regresó a la cámara trayendo una pequeña bandeja de hierbas.

—Tendrás que decirme cuáles son, Xena. Lo siento. No lo recuerdo. —Se sentó
y miró a Xena en cuestión, deteniéndose y parpadeando ante la expresión de
su amante—. ¿Estás bien?

Xena apoyó la barbilla en su puño.

—Ajá —dijo—. Solo estoy teniendo un momento de revelación personal que


me cambia la vida. No te preocupes.

—Oh. —Gabrielle la estudió—. Guau.

La reina se desenrolló de su posición encogida y centró su atención en la


bandeja.
—Toma estas dos y mézclalas, ponlas en la pasta del tarro azul y úntamelas en
la herida —pronunció—. Si esto aún no me ha matado, probablemente no lo
hará.

Su consorte pareció afectada por eso, pero se llevó la bandeja de vuelta al


aparador y comenzó a mezclar las hierbas. Xena se recostó en su silla y
observó su herida otra vez, esta vez con menos horror cuando marcó el final
de los arañazos por debajo de su objetivo debido a su inusual armadura
viviente.

Gabrielle había salvado su alma.

Xena se sorprendió más al ver eso. Levantó la mirada cuando la mujer rubia
volvió, metiendo los dedos en un pequeño cuenco y pintando suavemente la
mezcla de olor picante sobre su piel. Aunque sus propias marcas todavía
estaban rojas y de aspecto doloroso, parecía haberse olvidado de ellas al
concentrarse en la reina.

»Gabrielle. —Los ojos verde-claro se alzaron hacia los de ella mientras su


consorte hacía una pausa—. Gracias. 569

Desconcertada, Gabrielle inclinó la cabeza un poco, luego comenzó a


extender el ungüento herbal sobre los feos cortes otra vez.

—¿Por esto? Demonios, Xena... no tienes que darme las gracias por eso. —
Sonrió—. Por supuesto que desearía no tener que hacerlo. Chico, esos se ven
dolorosos. —Hizo una mueca por reflejo.

De pie allí, en su sencillo atuendo de noche con la luz de la ventana


pintándola de oro, había una profundidad en ella que se sentía nueva en los
ojos de Xena. Sin embargo, las palabras eran normales, y ella puso una mano
en su muslo, viendo la débil sonrisa aparecer en la cara de Gabrielle al sentir
el toque.

—Sí, duelen —respondió—, pero creo que habrían dolido mucho más si no
hubieras estado allí conmigo.

La sonrisa de Gabrielle se hizo más amplia y volvió a mirar a Xena con una
expresión feliz.

—Me alegro de poder ayudar. —Se inclinó más cerca usando el lado del
pulgar para extender el ungüento a lo largo de la herida—. Claro que es una
suerte que se detuvieran donde lo hicieron. —Sacudió la cabeza cuando las
marcas de la garra se hicieron menos profundas.

Xena la estudió. Gabrielle parecía no tener idea de que ella podría haber sido
la razón.

—¿Eso te asustó anoche?

—Claro. —Gabrielle limpió un poco de ungüento sobrante de la piel de la


reina, y luego dejó el cuenco—. ¿Quieres ponerte de pie? Puedo quitarte el
resto del cuero. —Desabrochó los cordones cuando Xena se puso de pie,
retirándolos del cuerpo de la reina y exhalando mientras el sol salpicaba sobre
su piel ahora desnuda—. Oh Xena —murmuró.

El cuerpo de la reina era de un púrpura moteado desde justo debajo de sus


pechos hasta las rodillas, con marcas de látigo rojo intenso como las de
Gabrielle, pero no tan visibles debido a los hematomas que las cubrían. Sin
embargo, la única ruptura en su piel eran las marcas de las garras.

Xena observó su forma magullada con una mirada triste. 570


—Sí. Ay. —Estuvo de acuerdo—. Creo que será mejor que me tumbe. —
Caminó pesadamente hacia la cama y se estiró con cuidado sobre ella—.
¿Quieres unirte a mí?

Gabrielle lo hizo inmediatamente. Trepó a la cama desde el otro lado y se


arrastró hacia donde Xena estaba acostada, colocándose de costado y
pasando los dedos alrededor de la parte superior del brazo de Xena. Apoyó
la cabeza en la almohada y exhaló, contenta de poder relajarse por fin.

Estaba cansada y le dolía todo. Mirar a Xena incluso dolía, porque podía ver
todo el daño en el cuerpo de la reina y podía ver, por la expresión en la cara
de su amante, que también le dolía. Xena parecía tan cansada como ella se
sentía y se acercó un poco, besándole en el hombro.

Xena parecía muy pensativa cuando sintió el toque. Volvió la cabeza y miró
a su consorte.

»¿Podemos hablar de eso de piratas después de echar una siesta?

—¿Después de deshacernos del persa y descubrir ese tesoro? ¿O antes?


La reina sonrió con expresión irónica y amorosa mientras miraba a su
compañera de cama.

—Gabrielle —ronroneó suavemente—. ¿Perderías la cabeza si te echara sobre


mi hombro y simplemente saliéramos de aquí en la oscuridad de la noche?

Gabrielle le devolvió la mirada, pensativa. Finalmente suspiró.

—Creo que lo cierto es que preferiría montar en Parches, Xena. Botaría


demasiado encima de tu hombro y probablemente dolería.

Xena se rio, a pesar de que también le dolía.

—Entonces, ¿no te importaría?

Su consorte negó con la cabeza.

—No. Ha sido extraño y aterrador. Creo que si estuviéramos por ahí nosotras
solas, tal vez acabaría divirtiéndome más.
571
Xena besó la parte superior de su cabeza.

—Tienes un corazón auténtico, mi amiga. Un tesoro mucho más grande que


cualquier otra cosa que pudiera encontrar en cualquier maldito mapa.

Gabrielle se acurrucó más cerca y le dio en el brazo un ligero apretón a Xena.

—Sí, no lo hice tan mal para una chica de campo pastora de ovejas.

Ambas exhalaron, luego se detuvieron cuando el sonido de unos pasos


subiendo por las escaleras traseras de la cocina llamaron su atención.
Inmediatamente las orejas de Xena se tensaron y se puso rígida.

—Esa no es tu pequeña chavala.

Los pasos eran más pesados y sonaban de bota.

—No —murmuró Gabrielle—. Ni de Mestre, seguro. —Se alejó de la reina


cuando sintió que Xena comenzaba a moverse, y se incorporó.

No había ningún intento de sigilo. Xena se levantó de la cama y se dirigió al


baúl, arrojándose una túnica sobre la cabeza y sacando la espada de la
funda. La hoja todavía estaba sin afilar y marcada con vetas negras de la
noche anterior, pero pensó que con la mano que la dirigía no tendría
importancia.

Descalza, se dirigió a la puerta interior del pasillo y esperó en un lateral, para


que cuando se abriera quien fuera no pudiera verla de inmediato. Después se
quedó quieta y parecía una estatua alta y despeinada, con la punta de su
espada apoyada a lo largo de su muslo.

Gabrielle escuchó los pasos cada vez más fuertes, luego salió de la cama y se
puso su propia túnica, agarrando su vara y moviéndose silenciosamente por
el suelo alfombrado, se unió a la reina, apoyando su espalda contra la pared
al otro lado de ella.

La cama, un poco revuelta y las almohadas descolocadas, permanecía


mudamente bañada por la luz del sol frente a ellas.

Fuera de la puerta, los pasos se detuvieron. Xena extendió su mano frente a


ella, lista para evitar que la puerta se volviera de golpe sobre ellas y escuchó,
oyendo la respiración constante y el movimiento de un cuerpo claramente
envuelto en cuero. Vio que el picaporte comenzaba a moverse y respiró 572
hondo, empujando todo el dolor y la incomodidad a un lado mientras su
sangre subía y su cuerpo se preparaba para luchar.

¿Quién era el idiota que estaba tratando de entrar en su alcoba?

Cualquiera que viniera de las cocinas lo sabía muy bien.

De repente, el pestillo se detuvo y volvió a su posición original. Luego, después


de un momento, hubo un raspado suave y el sonido de la tela contra la piedra
y los pasos comenzaron de nuevo, esta vez alejándose de ellas.

Xena se volvió y miró a Gabrielle quien se encogió de hombros.

—Umm. —La reina esperó a que los pasos llegaran al siguiente giro y luego se
deslizó hacia el otro lado de la puerta y la abrió, esperando que las bisagras
del Hades no crujieran más fuerte que las suyas. Después de otro momento de
silencio, ella misma comenzó a bajar las escaleras.

Gabrielle la siguió, asegurándose de mantener su vara alejada de las paredes


para no hacer ruido con ella. Dado que tanto Xena como ella estaban
descalzas, su avance fue mucho más silencioso que el de sus visitantes y en un
momento ambas estuvieron en la curva bajando a los niveles inferiores.
Podían ver una sombra oscura en frente de ellas, los pasos resonaban más allá
de sus oídos.

Las antorchas estaban fuera del hueco de la escalera. Xena sintió un


hormigueo en su espina dorsal por lo raro de eso, y el hecho de que no podía
oler ningún alquitrán, lo que significaba que las habían sacado hacía un buen
rato. También podía sentir el frío que hacía y de repente se preguntó si bajar
furtivamente por una escalera oscura en camisa de dormir y sin botas, era una
buena idea.

Sintió la mano de Gabrielle tocar su espalda y apenas se reprimió para no


saltar.

Lentamente, sus pasos se detuvieron y se quedó simplemente mirando cómo


la figura oscura llegaba al final de los escalones y al pasillo que conducía a las
cocinas. Esperó a que apareciera el contorno de la puerta y los sonidos y
olores del nivel inferior se elevaran hacia arriba, pero la oscuridad se mantuvo
y después de un momento, la sombra desapareció.

Xena entendía que ella era una mujer valiente. No había ninguna duda en 573
eso, para ella o para nadie más. Pero se volvió y le dio un codazo a Gabrielle
para que subiera los escalones y sintió que el frío le subía por la espalda hasta
que su consorte abrió la puerta de su alcoba y volvieron a estar a la luz.

La reina cerró la puerta detrás de ellas y, después de una pausa, se apoyó en


ella.

Gabrielle estaba parada en silencio frente a ella, con las manos juntas
alrededor de su vara.

—Eso ha sido espeluznante.

Lentamente, Xena asintió.

— Eso ha sido espeluznante —confirmó—. Lo del barco pirata suena cada vez
mejor. —Suspiró y se acercó al baúl de ropa, bajando la hoja y flexionando las
manos—. Te digo una cosa. No te voy a perder de vista. —Gabrielle parpadeó
sorprendida—. Ni por un minuto.
El sol se estaba tornando dorado y se inclinaba sobre el suelo, uno de sus rayos
pintaba el muslo de Gabrielle mientras agregaba un poco de hierbas a su olla
de estofado y lo revolvía.

El olor del burbujeante potaje llenaba la estancia, una espesa mezcla marrón
dorado llena de carne de res y hortalizas de la cosecha, dándole a Gabrielle
algo en que concentrarse que no fueran sombras espeluznantes ni reyes
persas.

En una silla cercana, Xena estaba despatarrada estudiando algunos


pergaminos que Jellaus le había traído. Iba vestida con una túnica gruesa y
suave y tenía puestas sus botas de interior, su cabello recién lavado suelto
alrededor de su cara.

Gabrielle dirigió su atención a una pequeña sartén de manzanas, ya sin


corazón y llena de nueces y especias. Agregó un poco de agua a la sartén y
la colocó en la chimenea, lo suficientemente cerca de las llamas para que se
asaran bien.

Lamentaba no haberse echado la siesta, pero el espeluznante visitante le 574


había quitado el sueño y también a Xena, y relajarse así era lo mejor que
podían hacer mientras esperaban a que llegaran noticias de sus visitantes
desde el paso.

Al menos las hierbas que Xena le había dado y ella misma había tomado,
habían aliviado el dolor y ahora solo era un latido sordo que casi podía ignorar.

El castillo parecía muy tranquilo. Los nobles parecían estar descansando


después de la fiesta del día anterior y a su alrededor, Gabrielle podía sentir la
actividad normal de su hogar, los sonidos de carreteros y mercaderes
entraban por las ventanas y por debajo de eso, el roce de la armadura de
cuero contra la piedra mientras los soldados vigilaban.

Llamaron suavemente a la puerta exterior y Gabrielle alzó la vista y miró a Xena


en cuestión.

—Brent. ¿Quién está llamando? —gritó Xena.

Oyeron que se abría la puerta y los oídos de Xena se agudizaron levemente


mientras levantaba una mano del pergamino y la dejaba descansar sobre la
empuñadura de su espada recién pulida.
—Es Brendan, señora. —Brent llegó a la puerta y la abrió de golpe—. Noticias
del puesto avanzado.

Brendan entró y tocó su pecho con su puño.

—Persas, seguro —dijo—. Han acampado justo a este lado del paso, parece
que se quedarán allí toda la noche. —Se quitó su escarcela de malla y se pasó
una mano por el canoso cabello—. ¿Vamos a recibirlos?

Xena apoyó el codo en el brazo de su silla.

—Veinte a caballo, veinte a pie. Bloquea el camino antes del amanecer y


escóltalos hasta aquí —ordenó—. Que nadie salga lastimado.

—Ah. —Brendan frunció el ceño.

—Escuchemos lo que tienen que decir antes de matarlos —dijo Xena—. Nunca
se sabe. Podríamos sorprendernos.

—Nunca me gustaron las sorpresas —refunfuñó Brendan. 575


—Los persas nunca parecieron muy agradables. —Gabrielle se dio la vuelta
de su tarea y miró a la reina—. Especialmente todo eso del veneno y esas
cosas.

Xena hizo un gesto de desdén en reconocimiento.

—Diles que son una escolta de honor —dijo ella—. No quiero problemas antes
de que lleguen aquí. Tal vez podamos probar la diplomacia para variar. Eso
debería dejar atónitas las braguetas de todos.

—Sí, señora. —Brendan asintió en señal de confirmación y luego se volvió para


irse—. Los recibiré en el camino. —Desapareció en la cámara exterior y Brent
cerró la puerta detrás de los dos, devolviendo su cámara privada a un silencio
pacífico.

—¿Para qué crees que vienen esos tipos? —Gabrielle revolvió el estofado,
pinchando un trozo de carne con su cuchillo y gruñendo con satisfacción por
su ternura—. Me refiero a realmente.

—Realmente, no lo sé. —Xena levantó una jarra llena de sidra y bebió—. Si se


trata del vejestorio en persona, pueden ser noticias muy buenas o muy malas.
Si son buenas noticias, te compraré un establo entero de nuevos ponys. Si son
malas noticias... bueno, esa es la razón por la que envié una docena de
hombres por el camino al agujero de Philtop para ver si está lleno de soldados
esperando para atacarnos.

—Hm —dijo Gabrielle pensativa—. Xena, no estoy segura de que haría con un
establo lleno de ponys. Creo que solo necesito uno. —Removió el guiso de
nuevo—. ¿Qué vamos a hacer si de verdad hay un ejército persa por ahí?

—Luchar contra ellos, —Xena había vuelto a sus pergaminos—, otra vez.

Gabrielle suspiró.

—Agg.

—¿No estás lista para otra guerra, cariño? —preguntó Xena—. Nos lo pasamos
muy bien en la última.

Su consorte sacó dos cuencos llenos de estofado y los llevó a la mesa entre las
dos sillas frente a la chimenea. Los dejó y volvió a por el pan recién horneado 576
y lo trajo junto con su taza de sidra.

—Estás bromeando, ¿verdad?

Xena la miró con expresión divertida. Dejó el pergamino y centró su atención


en el cuenco humeante que estaba junto a su codo, recogió la cuchara
sumergida y se metió una porción en la boca. Estaba rico y delicioso, y lo
masticó lentamente para saborearlo.

Los mismos ingredientes que usaban en la planta baja, pero Xena estaba
convencida de que podía saborear el amor de Gabrielle en cada bocado,
porque el sabor era completamente diferente a cualquier otra cosa que sus
cocineros guisaran.

Completamente cierto.

Tomó un trozo del pan y lo sumergió en el plato, masticándolo con silenciosa


absorción.

—Sí, estoy bromeando.


—Si ya los vencimos, —Gabrielle cruzó las piernas mientras se sentaba en la
silla junto a Xena—, ¿por qué quieren meterse en más problemas con
nosotros?

—Porque los vencimos —respondió Xena rápidamente—. A nadie le gusta ser


derrotado, especialmente por una fuerza más pequeña, con menos equipo y
menos hombres.

—Ajá. —Gabrielle metió su pan en el estofado—. Pero... ¿no se darían cuenta


de que los derrotarían de nuevo?

La reina se rio suavemente en voz baja.

—Nah. El viejo verde probablemente piensa que engañé a su vástago en algo


o que me aproveché de ella. Nunca asumirá que sus hombres, su gran ejército
de asnos, simplemente han perdido contra mí.

Gabrielle lo consideró mientras comía su almuerzo. Recordó la guerra y cómo


realmente todo se había resuelto en torno a la astucia de Xena y su aparente
conocimiento de lo que Sholeh estaba planeando y también qué hacer para 577
detenerla. Fue increíble, de verdad.

Incluso cuando Xena se había hecho daño y acabó herida, e incluso cuando
pensaban que iban a tener grandes problemas en la ciudad e incluso...

Gabrielle exhaló.

Incluso cuando Xena la dejó allí.

Incluso entonces ella le había dado la vuelta y hecho que todo saliera bien.

»Oye. —Xena se estiró y le dio un golpe en la rodilla.

—¿Huh?

—¿Hay algo malo con ese cuenco? El mío esta genial. —La reina estudió su
rostro.

—No... estaba pensando en esa guerra —explicó Gabrielle volviendo a poner


su cuchara en funcionamiento—, y cómo acabaste arreglándolo para que
todo saliera bien. —Miró a su compañera—. Fue realmente increíble, Xena.
Eres tan inteligente.
Una sonrisa libertina casi adolescente apareció en la cara de Xena. Estaba
acostumbrada a que Gabrielle exagerara sus acciones de forma
desproporcionada, ¿pero en la guerra contra los persas? Ella no había tenido
que hacerlo. Aunque hubo momentos en que ella había querido destriparse
a si misma, al final todo había resultado y no había mucho de lo que quejarse.

Por eso disfrutaba escuchando a Gabrielle contar historias al respecto, porque


realmente había logrado algo especial al derrotar a esos bastardos. Por
supuesto, suspiró para sus adentros, eso le había llevado directamente a estar
en esta situación, pero...

—Gracias. —Se apoyó en el brazo de la silla—. Espero sinceramente no


cagarla hasta el fondo esta vez como para que olvides cómo fue entonces.

—Xena.

—Oye, cada día es una nueva oportunidad de hacer algo estúpido. —Xena
arremolinó su sidra en la taza y tomó un trago—. Así que tenemos una
agradable y larga noche por delante. ¿Tienes alguna idea para
entretenernos? —Gabrielle mostró su propia sonrisa libertina. La reina se rio 578
entre dientes—. Primero, tengo que hacer un recorrido y establecer la guardia.
Tengo la corazonada de que tenemos problemas de camino y no solo con
papi persa.

—¿Puedo ir contigo?

—¿No te dije que no iba a perderte de vista? —Xena apuró su cuenco vacío—
. No estaba bromeando. —Lamió la cuchara—. Vamos a ponernos el cuero y
el hierro, e ir a patear culos. —Observó a su consorte mirarla a través del
flequillo ligeramente enmarañado pero adorable y sonrió—. Mientras te tenga
cerca, irá bien, Gabrielle. Cuenta con eso.

Al final convenció a Xena de que su espada era suficiente para protegerla, ya


que su piel estaba demasiado sensible para ponerse toda esa armadura de
escamas. Así que vestía una túnica ligera que le caía hasta los muslos y un
cinturón tejido alrededor de su cintura que al menos la dejaba caminar y
moverse sin hacer muecas.
Sin embargo, llevaba su vara y colgando de su cinturón, estaba el cuchillo que
Xena le había dado. Iba arropada tras la forma alta de la reina mientras
cruzaban desde su torre al salón principal donde había mucho bullicio.

Xena, por supuesto, se había puesto la armadura. Llevaba su espada a la


espalda y el chakram en la cadera, y una capa bellamente forrada sobre los
hombros que barría el suelo mientras la multitud se separaba para ella.

Para ellas.

Gabrielle se pegó a los talones de la reina cuando pasaron junto a la sala de


banquetes y se adentraron más de la fortaleza. Las antorchas estaban en las
paredes y la luz se estaba desvaneciendo afuera. Cuando entraron en la sala
inferior, dos soldados sacaron antorchas de los ganchos y las siguieron.

Xena no pareció darse cuenta. Dobló una esquina y bajó los escalones
dirigiéndose a una puerta de madera cerrada que los soldados se apresuraron
a abrir para ella.

—Gracias, muchachos. —Continuó por el largo pasillo que iba por debajo del 579
patio y terminó en el cuartel del ejército.

Gabrielle había estado en este túnel una vez. Había seguido a Xena de esta
misma manera en sus primeros días en la fortaleza, cuando una compañera
esclava había sido secuestrada y usada y la reina había tomado severas
represalias por eso.

Había matado por eso, en la primera experiencia de Gabrielle de alguien


defendiendo a los más débiles cuando no había una razón aparente para
ello.

Defendiendo a una esclava que terminó siendo parte de un plan para


derrocarla. Celeste era su nombre. Incluso después de lo que Xena había
hecho por ella, había terminado siendo parte de los rebeldes y había sido
expulsada por las puertas en aquella fría tormenta invernal.

La vida a veces apestaba.

Gabrielle se mantuvo a la espalda de la reina cuando atravesaron las grandes


puertas de hierro del otro extremo y luego subieron los escalones que
conducían a los largos edificios en los que vivían sus soldados.
Había mucho bullicio allí también. Los soldados estaban trabajando en el
equipo y las armas, y varios estaban en una esquina fabricando flechas junto
al fuego. Todos alzaron la vista cuando la puerta se abrió y se apresuraron a
ponerse firmes, sus ojos se iluminaron al reconocer a sus visitantes.

—¡Majestad! —gritó uno de ellos—. ¡Majestades! —Corrigió un segundo


después mientras Xena levantaba una mano.

—Buenas noches, chicos. —Xena fue a la mesa de trabajo en la parte


delantera del cuartel donde se extendía un largo y quemado contorno de la
fortaleza—. Acercaos.

A los soldados no hubo que pedírselo dos veces. Se agruparon alrededor de


Xena y Gabrielle, con cuidado de no tropezar con ellas, pero claramente
emocionados por su presencia. Incluso algunos de los persas, ahora
mezclados con los hombres de Xena, se acercaron para escuchar lo que la
reina tenía que decir.

Gabrielle se preguntó, otra vez, qué harían cuando llegaran los otros persas.
Ella los miraba por el rabillo del ojo, pero sus actitudes eran como las del resto 580
de ellos y no sintió que estuvieran ocultando nada o que no estuvieran
contentos de estar con el resto de los soldados.

Todos se inclinaron un poco cuando Xena comenzó a hablar, sus dedos


moviéndose a través del mapa quemado en la parte superior de la mesa.

»Bien, este es el asunto. —Alzó la mirada cuando Brendan se abrió paso entre
la multitud con Brent a su espalda—. ¿Ha salido la legión?

—Sí —Brendan asintió brevemente.

—Bien —dijo Xena—. Como estaba diciendo, aquí está el asunto. Tenemos
una pequeña... vamos a llamarla misión diplomática, rumbo hacia aquí a
través del paso desde la ciudad portuaria. La guardia dice que son persas.

Lakmas asintió.

—Lo normal es que lleven el emblema de Cambises, el que era el padre de


Sholeh y también del bastardo al que llamaron Heydar.

—Ah, sí —rumió Xena—. El mojón de Persia. Lo recuerdo bien.


Lakmas ahogó una carcajada, tapándose la boca con una gran mano.

—Lo conoció bien, Majestad —comentó con una leve reverencia—. La madre
de Heydar era la concubina mayor de su Majestad y él deseaba el trono para
sí mismo.

—No, ¿en serio? —Los ojos azules de Xena rodaron—. Sabes que él fue quien
la mató, ¿verdad?

Lakmas asintió.

—Lo habría hecho yo —dijo con franqueza—. Y a él también, por conducirnos


a todos a la ruina como lo hicieron. Fueron sus egos, solo a ellos complacían.
Cambises hizo mal al enviar a tantos de nosotros con ellos en esta campaña.
—Sacudió su oscura y hermosa cabeza—. Él planeaba deshonrarla en alguna
situación y tomar el control del ejército.

Xena asintió.

—Trató de hacer que me enfrentara cara a cara con él. Creía que podría 581
matarme y recuperar la reputación de los persas.

—Tentó el propio ego de su Majestad —comentó Brendan secamente—,


pensando en provocarte.

Xena sonrió.

—No había tentación para mí esa vez. —Cogió un poco de tiza y marcó sobre
la mesa—. Bueno. Así que esta es la dirección de la que vienen los persas. —
Bosquejó en el camino exterior y el paso—. La guardia los contabilizó en cien,
alrededor de una veintena de la realeza y el resto hombres de armas.

—Eso es lo habitual —dijo Lakmas sin ser preguntado—. Si de verdad es


Cambises, serán su guardia de élite con él. No dan cuartel. Incluso los guerreros
como yo los tememos, dado que, a mi parecer, están locos.

—Umm —dijo Xena—. Así que viene con carros, banderas y pompa. —Estudió
el camino—. A estas alturas él sabe que sabemos que está viniendo, o que lo
haremos pronto, así que la pregunta es si él es el foco o solo la distracción.

—¿Señora? —Brendan apoyó sus nudillos sobre la mesa.


Xena se enderezó y marcó con sus dedos.

—Philtop aparece, los hombres comienzan a morir. Me lanza lo de su mala


cosecha, acepto enviar dos legiones y mi mejor capitán allí para tomar las
riendas. Hace todo lo posible por distraerme, hasta que es destripado en mis
aposentos y luego descubro que su gente ni siquiera puede decir qué pasó
con la cosecha para que fuera tan mala.

Los hombres y Gabrielle digirieron esto brevemente en silencio.

—Eso es muy raro —dijo finalmente Gabrielle—. ¿Crees que todo era sobre el
tesoro?

—Creo que hizo un trato con los persas y toda esta maldita farsa fue para
mantener nuestra atención lejos de un ejército rodeándonos con la intención
de limpiarnos de la faz de la tierra. —La voz de Xena era tranquila y su rostro
estaba aún más tranquilo—. Creo que están aquí. —Dibujó en las áreas hacia
el oeste, haciendo marcas en dos grandes pliegues en las colinas que
rodeaban esa parte de sus tierras—. Creo que están esperando una señal para
bajar y tomar el valle aquí, y luego continuar y sitiarnos. 582

Brendan la miró.

—Por los dioses.

—Gabrielle lo dijo. —Xena señaló a su amante quien parpadeó sorprendida—


. Ella les preguntó a los habitantes de las Tierras Occidentales por qué su
cosecha fue tan mala si la de los demás no lo había sido. Creo que es porque
fue a parar para alimentar a los persas y él estaba contando con recuperarlo
cuando tomaran el control de este lugar y, finalmente… en su podrida mente,
lo pondrían a él en mi lugar.

—Él haría eso —dijo Brent con tono tranquilo—. Su padre fue uno de los
bastardos de mi padre.

Todos miraron fijamente a Brent, a excepción de Xena, que se echó a reír


secamente.

—El heredero del viejo trono. —Señaló a Brent—. Al parecer heredó todos los
cerebros de la familia.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Gabrielle después de una larga
pausa—. ¿Vamos a luchar contra todos esos tipos otra vez?

—Tenemos que hacerlo. Ellos desperdiciaron la oportunidad de deshacerse


de mí cuando el viejo papi compró a su dios para que abriera las puertas del
Hades en mi cámara de la torre y todo terminó con su pequeña bruja
perdiendo su intento de hacerlo bien frente a él, golpeando inútilmente contra
un par de cursis tributos a Afrodita, la cual no tuvo el sentido común de
mantenerse al margen.

Gabrielle la estudió.

—Nosotras, quieres decir.

—Nosotras, quiero decir. —La reina estuvo de acuerdo alegremente—. Papi se


enteró de que su pequeño plan no había funcionado, así que sacó su última
carta y decidió que tenía que hacerlo de la manera difícil. No es un hombre
estúpido. Si puedes conseguir lo que quieres sin matar a mil personas, más
apoyos para ti.
583
—¿Así que está viniendo aquí con todos sus soldados para matarnos? —aclaró
su consorte—. ¿Porque vencimos a su ejército?

—Sí —dijo Xena—. Así que. —Estudió el mapa—. Ahora solo tenemos que
averiguar qué hacer al respecto.

—¿Podrías apelar a tus dioses? —preguntó Lakmas—. No los conozco, pero si


un pago a ellos con sangre me trajese la victoria, estoy dispuesto a hacerlo. —
Su voz suave se mantuvo calmada y firme, a pesar de la reacción de
estremecimiento en la estancia—. He elegido mi lado. Moriré luchando por
ganar o en agonía en la derrota, así que, si le sirve derramar mi sangre a su
deidad, se la ofrezco.

Xena hizo malabares con la tiza en su mano.

—Bonito —dijo finalmente—. Si pensara que iba a hacer algún bien, aceptaría
tu ofrecimiento. —Lakmas se inclinó y presionó sus manos juntas—.
Desafortunadamente ya rechacé al único dios útil que conozco, así que
tenemos que encontrar otro modo. —Xena volvió al mapa—. Pero gracias. —
Lo miró y sonrió, guiñándole un ojo cuando se encontró con su mirada—. Me
gusta tu estilo.
Lakmas le devolvió la sonrisa y cruzó sus musculosos brazos sobre su pecho,
concentrando las miradas de admiración del resto de los soldados.

»¿Cómo es el clima fuera, Brent? —Xena estaba estudiando una parte del
mapa atentamente.

—Frío, señora. Hará un frío glacial esta noche, lo sé —dijo Brent—. Podría volver
a nevar, la mayoría no se ha derretido en las tierras altas. Escuché a algunos
de los nobles de aquí, y aquí, —Tocó el mapa con la punta de los dedos—,
hablando de enviar patrullas de vuelta.

—Uh, uh. —La reina gruñó—. Vamos a hacer eso. Envía una patrulla... veinte
quizá... a lo largo del camino occidental y asegúrate de que los terrenos son
seguros. —Trazó un camino—. Usa el camino alto que utilizamos la última vez y
detente aquí. —Señaló un punto.

Brendan frunció el ceño.

—¿Solo hasta ahí, Señora? Si subimos por aquí podemos ver las tierras de
Philtop. Podríamos encontrar algo interesante. 584
—Solo hasta aquí —dijo Xena—. No quiero que encuentres nada interesante
en las Tierras Occidentales. Todavía. —Miró alrededor de la sala—. A veces,
simplemente pateas culos —dijo—. A veces, para mantener tu culo lejos de
patadas, tienes que usar algo más que esto. —Levantó la mano y la cerró en
un puño—. Y cruzar los dedos —añadió con una sonrisa de lado—. Venga.
Moveos. No desperdicies lo último de la luz del día. El resto de vosotros,
preparaos para luchar.

Brendan se alejó, gritando órdenes y señalando a los hombres, mientras Xena


cruzaba los brazos sobre el pecho, observando los cuerpos en movimiento
mientras se dispersaban hacia sus literas, la mayoría de las cuales ya tenían
preparadas las mochilas de marcha que solían llevar cuando estaban en el
campo.

Gabrielle se acercó más y se apoyó en la forma alta de Xena.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó en un susurro.

—No lo sé —susurró Xena en respuesta—. Lo estoy estableciendo sobre la


marcha.
—¿De verdad?

—De verdad. —Xena le besó en la parte superior de la cabeza—. No hay


escuela para esto, mi amor. Nadie te dice qué hacer cuando un estúpido
bastardo quiere reducir a cenizas tu castillo.

Gabrielle exhaló.

—Al menos no somos nosotras las que salimos a buscar a los malos.

—Esta vez no. —Xena estuvo de acuerdo—. Esta noche tú y yo vamos a


disfrutar de nuestra cama con completo y lujurioso abandono, porque
después de eso, quién Hades sabe qué va a pasar. Vámonos. —Guio a su
consorte hacia el pasillo que conducía al castillo—. Pero primero, quiero visitar
a tus amiguitos del circo.

Gabrielle real y verdaderamente hubiera preferido que regresaran a la torre y


se metieran en la mencionada cama. Estaba cansada y dolorida, y parecía
que el día siguiente iba a traer de vuelta el miedo y la violencia justo cuando
esperaba descansar un poco de todo eso. 585
Pero Xena ya se dirigía en la otra dirección, claramente esperando que ella la
siguiera y así lo hizo. Al menos podría tener la oportunidad de ver al gato,
razonó, y tal vez podrían hacer una parada en los establos y saludar a Parches
y Tiger.

Animada, alcanzó a Xena cuando la reina llegaba al pasillo interior y giraba a


la derecha para adentrarse en el túnel.

—Oye, ¿Xena?

—Oye, ¿Gabrielle?

—¿Sabes qué?

Xena la miró.

—Estoy a punto de saberlo —dijo—. Déjame adivinar, no quieres visitar el salón


de baile, preferirías que nos fuéramos a la cama.

Gabrielle sonrió y se sonrojó un poco.


—Eso es cierto —admitió—, pero ¿sabes qué más? Casi echo de menos que
me llames rata almizclera.

La reina se detuvo y saltó hacia adelante cuando Gabrielle chocó con ella
por detrás sin esperárselo. Se dio la vuelta y se enfrentó a su consorte haciendo
caso omiso de la multitud de nobles y sirvientes que todavía deambulaban
por allí.

—¿Qué has dicho?

Gabrielle se metió los pulgares en el cinturón y respiró hondo

—No me importaba que me llamaras así. Me gustaba.

Xena parpadeó.

—¿En serio?

—Sí.
586
—¿Te gustaba que te llamase pequeño roedor peludo con dientes grandes?
¿De verdad? —preguntó Xena con un tono un tanto asombrado.

Gabrielle asintió.

—Quiero decir... —Echó un vistazo alrededor—. Me hacía sentir especial.

Xena se estiró y se frotó los ojos. Luego se acercó y le dio unas suaves
palmaditas a Gabrielle en la mejilla.

—Está bien, rata almizclera —dijo—, lo que te haga feliz. Vamos a organizar
algunas tropas del circo y luego podemos irnos a la cama. ¿Vale?

—Vale.

Xena comenzó a caminar de nuevo, amortiguando una risa. A pesar de toda


la mierda que se avecinaba, se sentía bien, liviana y feliz, y estaba decidida a
seguir así.
Parte 14

El salón de baile estaba relativamente tranquilo y cuando entraron por las


puertas y cruzaron el umbral, sorprendieron a uno de los acróbatas tumbado
sobre un montón de paja.

Se desenrolló y se puso de pie, luego exhaló y se relajó al reconocerlas.

—Sus Majestades. —Hizo un movimiento circular con el brazo en una


reverencia—. Buenos días para ustedes.

—No mucho —dijo Xena—. Tal vez mañana. ¿Dónde está el tipo al mando?

—Durmiendo, señora. Practicamos hasta tarde anoche y tuvimos una carrera


difícil durante esta mañana —dijo el acróbata—. ¿Quiere que se lo traiga? 587
Xena abrió la boca para responder, luego se detuvo.

—Por supuesto. —Se acomodó en una caja y cruzó las manos—. Eso sería
genial. Gracias.

El acróbata sonrió y luego se alejó al trote, agachándose entre algunos de los


equipos instalados cerca de la pista de representación.

Gabrielle se acercó y se unió a la reina, inclinándose ligeramente contra ella


y suspirando.

—Siéntate. —Xena palmeó la caja junto a ella—. Ayúdame a practicar ser


amable.

Su consorte tomó asiento junto a ella.

—Siempre eres amable conmigo. No tienes que practicar eso —protestó


sofocando un bostezo.
—Jajaja. —Una carcajada profunda salió de la garganta de Xena—. Eso es
porque estoy locamente enamorada de ti. Todos los demás reciben mi lado
malo.

—No creo que tengas un lado malo —opinó la mujer rubia ocultando otro
bostezo mientras se frotaba los ojos.

—Aguanta un poco —dijo la reina—. Estaremos en la cama muy pronto. —


Tamborileó con los talones varias veces contra la caja—. Estoy tratando de ser
amable con todos los demás para variar.

—¿Por qué? —Gabrielle apoyó la cabeza en el hombro de Xena.

—¿Por qué no? He sido una perra toda mi vida, es hora de probar algo nuevo
por un tiempo.

—No eres una perra.

—Oh, Gaaabbrrielle. —Xena dejó escapar un largo y actuado suspiro de


ofensa—. ¡Por supuesto que lo soy! 588
—No puedes serlo. No tienes rabo. —Gabrielle estiró el cuello para observar el
trasero de su compañera—. Y no tienes orejas caídas ni nariz fría. —
Inspeccionó la oreja de Xena con atención—. Así que no puedes ser una perra
—concluyó.

Xena consideró esto por un breve momento, luego abrió la boca y dejó que
su lengua se extendiera, emitiendo un sonido jadeante y terminando con un
ladrido corto y agudo.

—¿Estás segura?

Gabrielle se rio entre dientes suavemente.

—Te amo.

La reina sonrió débilmente.

—Yo también te amo —respondió—. Ah, aquí viene el jefe. —Se levantó
cuando el encargado del circo apareció apresuradamente, siendo muy
obvio que acababa de despertar de un profundo sueño—. Perdón por eso.
—¿Majestad? —El hombre se detuvo en seco con una expresión confundida
en su rostro—. ¿La he contrariado?

—Todavía no —comentó Xena—. Aun así, todavía tienes tiempo. —Se recostó
contra la caja—. Así que este es el asunto. El Rey de Persia se dirige hacia aquí
con un grupo de guerreros mortíferos y dementes.

—Ah, ¿de veras? —El hombre juntó sus manos. —¿Qué es lo que desea de mí...
de nosotros, Majestad? —Su rostro estaba angustiado.

—Nada que no hagas normalmente. Voy a dar la bienvenida a su gran y


pomposo señor pez gordo como a un amigo perdido hace mucho tiempo, y
quiero alardear de mi elegante circo delante de él —enfatizó la reina—. Así
que quiero que estéis listos para actuar dando lo mejor de vosotros mañana.
¿Podéis hacerlo?

El encargado del circo había estado hinchándose visiblemente mientras Xena


hablaba, como si fuera un pájaro de colores brillantes ahuecando sus plumas
para atrapar la luz solar del invierno.
589
—¡Oh, sí, su Majestad! ¡Por supuesto que podemos! —estalló él cuando acabó
Xena—. Te daremos el mejor espectáculo de todos los tiempos.

Oh.

Gabrielle lo miró con interés. No había sabido a qué se refería Xena cuando
dijo que iba a por soldados del circo, pero esto tenía más sentido que darles
grandes palos y rocas. Le regaló una sonrisa al hombre y él le sonrió de vuelta.

—Bien —dijo Xena—. Lo que sea que tengas que no nos has mostrado aún,
hazlo —dijo—. Ponle al gato un vestido. El acróbata con el trasero en llamas.
Lo que sea que tengas.

El hombre hizo una reverencia.

—Su Majestad, en honor a usted y a la generosidad que nos ha mostrado,


entretendremos a su invitado como nadie más podría hacerlo.

—Buen hombre. —Xena le dio unas palmaditas en el hombro—. Los persas


estarán aquí mañana por la mañana. Asegúrate de que todo esté listo para
un espectáculo después del almuerzo. ¿Entendido?
—Sí. —El hombre sonrió—. Gracias, Majestad.

Xena se apartó de la caja.

—No me agradezcas todavía —dijo—, espera hasta que todos estemos


tomando cerveza después de que se acabe. Agradécemelo entonces.

Miró más allá de él hacia donde los acróbatas estaban calentando, todos
mantenían al menos un ojo en ella. Luego le guiñó un ojo al encargado y se
dirigió hacia la puerta, con Gabrielle cojeando detrás de ella.

—Eso es bueno —murmuró mientras caminaban de regreso afuera.

—¿Lo es? —preguntó Gabrielle animosamente.

—Sí. —La reina deslizó un brazo alrededor de ella—. Vamos, mi amor. Es hora
de que te acuestes.

—¿No tenemos cosas que hacer?


590
—Sí. —Xena sintió una inusual sensación de paz dentro de ella—. Tenemos que
descansar y sanar, eso es lo que tenemos que hacer, Gabrielle. Tú y yo. —
Redujo la velocidad de sus pasos y estudió el castillo a su alrededor, notando
el aspecto limpio de la pizarra y el brillo del sol en los adoquines que estaban
cruzando.

—Está bien. —Gabrielle estaba más que contenta de estar de acuerdo con
ella—. Sí, realmente me gustaría descansar —dijo después de una pausa—.
Me siento fatal.

—Yo también —asintió su amante tristemente—. Me siento tan mal que voy a
dejar que mis soldados y capitanes sean soldados y capitanes y dejar que me
protejan esta noche.

—Vaya.

—Mm.
Así que había soldados por todas partes. Gabrielle no había visto tantos
alrededor de sus estancias en todo el tiempo que había estado en la fortaleza,
incluso había un par en la escalera de atrás que conducía a la cocina, y esa
puerta estaba abierta dejando pasar la luz de las antorchas.

Fuera había oscurecido y habían compartido una cena ligera frente al fuego,
los dos permanecían en silencio mientras tomaban sorbos de tazas de té con
menta y miel, conscientes de los preparativos de la guerra que se llevaban a
cabo debajo de ellas.

Los soldados se estaban preparando. Xena estaba sentada con las piernas
extendidas hacia la chimenea, una túnica cálida y gruesa alrededor de ella y
el cabello recién lavado secándose en la tranquila calidez. Estaba escribiendo
algo en pergamino fresco, su olor y el de la tinta, llevaba a la deriva la
consciencia de Gabrielle mientras estaba sentada cerca.

Pronto se meterían en la cama. Gabrielle estaba deseando que llegara ese


momento, pero el sillón en el que estaba acurrucada era cómodo y se sentía
segura con todos los soldados a su alrededor y la cercana presencia de Xena.
591
—Está bien. —Xena terminó de escribir y se levantó, fue a la pequeña mesa
en la cámara de la torre y dejó la tinta y la pluma. Abanicó el pergamino para
secarlo, luego caminó hacia la puerta entre la alcoba y la cámara exterior y
la abrió.

Los soldados dentro se pusieron firmes y Brent se levantó de su taburete cerca


de la puerta exterior y se acercó a ella.

—¿Señora?

Xena dobló el pergamino y se lo entregó.

—Quiero que esto se haga antes de que los persas lleguen aquí mañana —le
dijo—. Asegúrate de que suceda, Brent, luego descansa un poco. —Extendió
la mano y le agarró el brazo—. Mañana será un largo día.

—Señora. —Se tocó el pecho con su puño—. ¿Va a descansar usted?

—Lo haré. —Xena ni siquiera sintió una punzada de irritación ante la


pregunta—. Estoy segura de que no tuve suficiente anoche.

—Ni nosotros —reconoció Brent—, pero todo está tranquilo esta noche.
—Por ahora. —Xena soltó su brazo y se giró, volviendo de regreso a la alcoba
y cerrando la puerta detrás de ella. Encontró a Gabrielle ya metiéndose en la
cama y la siguió con una sensación de alivio tan intensa que la sorprendió.

—Oye, espérame.

—Claro. —Gabrielle había retirado las mantas y se metieron debajo de ellas


después de que Xena se quitara la túnica y la dejara caer al suelo a un lado
de la cama.

Había velas de combustión larga, de las de cera dura, iluminando la cámara


y Xena no hizo ningún movimiento para apagarlas, colocándose con
Gabrielle en el centro de la cama y tirando de las mantas sobre ellas.

»Esto se siente tan bien. —Gabrielle se acurrucó junto a ella, pero no arrojó su
brazo sobre el estómago de la reina en deferencia a sus marcas de latigazos.

Y también a las suyas propias.

Xena se volvió a medias y apoyó la cabeza contra la de su consorte. 592


—Por supuesto que sí —murmuró—, excepto porque me duele la espalda. —
Se puso de lado y exhaló—. Así es un poco mejor.

—Mm. —Gabrielle ya estaba cerrando los ojos—. La mía también, pero... —Su
voz se fue apagando mientras se quedaba dormida, su cuerpo se relajó
contra el de la reina.

Xena dejó que una sonrisa amable y afectuosa apareciera, mientras


apartaba el ardor y el dolor de su mente. Luego dejó que los pensamientos de
lo que iba a suceder en la mañana los siguieran y se eximió a si misma para
unirse a su consorte, persiguiéndola rápidamente en el sueño.

Parecía como si estuviera en un sueño.

Gabrielle miró a su alrededor, a la dulce y olorosa hierba en la que estaba


tendida, extendiéndose por todos lados hacia un horizonte montañoso y
agradable.
El sol era cálido y podía oír el canto de los pájaros, pero no tenía ninguna gana
de moverse o de ir a ningún lado mientras estaba recostada sobre la suave
superficie y miraba las nubes ligeras y esponjosas pasar.

Era pacífico y se sintió en paz, incluso cuando escuchó los sonidos pausados
de alguien acercándose. Un momento, o tal vez mucho tiempo después, un
cuerpo envuelto en una túnica se sentó a su lado con las piernas cruzadas.

Gabrielle giró lentamente la cabeza para encontrar una cabeza


encapuchada mirándola, el rostro oculto por las sombras del sol detrás de la
figura.

—Hola.

—Hola. —Una voz repitió de vuelta—. No te preocupes. Realmente es un


sueño.

De algún modo Gabrielle lo sabía. Esta no era la niebla de incertidumbre que


había conocido antes cuando había escuchado esa misma voz.
593
—Me alegro mucho. La última vez fue aterrador.

—Claro —respondió la voz—. He tratado de hacerlo mucho menos aterrador


esta vez, —Había una nota muy leve de amable diversión—, dado que fuiste
tan valiente y te sacrificaste tanto en tu pasado.

—Eso también fue aterrador —admitió Gabrielle—, pero lo superamos.

—Lo hiciste —dijo la voz gentilmente—. Fue tu amor el que os protegió a ambas
y simplemente quería hacértelo saber, porque te pedí que fueras fiel y lo fuiste.

—Oh. —Gabrielle de alguna manera no estaba muy sorprendida de oír eso.


Quizás ella lo había sabido después de todo—. Bueno, Xena también lo fue,
tal y como dijiste. —Movió sus dedos sobre la hierba, sintiendo la calidez en los
tallos vivos—. Fue valiente también.

—Más de lo que crees, amiga mía —dijo la voz—. Confiar en ti mismo para
amar y no para la espada, es una de las cosas más valientes que alguien
como ella puede hacer.

Gabrielle estudió la figura en sombras.


—¿La conoces?

—Esa es una pregunta complicada —dijo la figura con una sonrisa obvia en su
tono—. Digamos que conozco a alguien como ella desde hace mucho,
mucho tiempo.

Gabrielle sintió que la verdad estaba allí, al oír la nota de cálida y dulce
devoción en las palabras que podía escuchar resonando en su mente.

—Bueno, me alegro de que acabara bien, al menos por el momento.

—Ah. —La figura se movió un poco, apoyando los codos sobre sus rodillas y
arrancando un tallo de hierba para juguetear con él. Sus manos eran visibles
y Gabrielle podía ver que parecían fuertes, y había algunas cicatrices en ellas,
una de ellas curva en el área entre su índice y pulgar izquierdo—. Así que ya
llegamos realmente a la razón por la que decidí venir a visitarte.

—Uh, oh.

La figura se echó a reír de repente, un ligero y feliz sonido. 594


—Alguien diría en este punto, que incluso en el más allá todavía me las arreglo
para causar problemas, supongo —admitió—. Pero no, esta vez solo quiero
hacerte saber que el rey persa que llegará mañana va a pedirte algo muy
extraño.

Gabrielle lo consideró.

—Está bien —dijo ella después de una pausa.

—Si puedes, hazlo —dijo su visitante—. El persa está en un montón de


problemas con sus dioses. Sé lo que es eso.

Parecía bastante simple.

—Lo intentaré —aceptó Gabrielle—. Conocimos a un dios el otro día y él era


bastante aterrador.

Una suave risa sonó en el viento, pasando junto a ellas.


—Oh, él no es tan malo. —Su visitante dejó la brizna de hierba—. Te aseguro
que hay cosas peores. —Extendió la mano—. No nos volveremos a encontrar
en lados opuestos.

Gabrielle tomó la mano que le ofrecía y sintió unos fuertes dedos apretados
contra los de ella, y por un muy breve momento, vio más allá de las sombras
un par de centelleantes ojos que de algún modo parecieron familiares.

Entonces el apretón desapareció y la figura se fue desvaneciendo y solo


quedó una silenciosa paz y la luz del sol. No sentía ningún deseo de pensar en
lo que le habían pedido, sino que simplemente se quedó allí tumbada
tranquilamente, disfrutando de la calidez y el dulce olor de la hierba y la tierra
a su alrededor.

Era cómodo y ella estiró su cuerpo y volvió a acomodarse, luego dejó que sus
ojos se cerrasen y, despacio, fácilmente, los sonidos de la pradera se
desvanecieron mientras dejaba que el sueño se alejara de ella de regreso a
los nebulosos reinos del sueño.

595

Xena fue siendo consciente poco a poco del espacio que la rodeaba,
pasando de dormir profundamente al presente de su cámara de una manera
agradable y relajada. Podía oír el tenue y suave aleteo de la llama de una
vela, y en la distancia, los sonidos mañaneros del castillo se desvanecían.

Mantuvo los ojos cerrados por el momento y exploró cautelosamente cómo


se sentía, flexionando las manos y estirando su cuerpo con vacilación. El dolor
todavía estaba allí, pero la sensación de agotamiento había desaparecido, y
el roce de su camisa contra su espalda no se tradujo en una dura agonía.

Mejor de lo esperado.

La reina abrió un ojo y contempló la ventana cubierta tupidamente, viendo


una luz brillante alrededor de los bordes que empalidecía a las velas y
explicaba los sonidos que estaba oyendo a su alrededor.

Ya había amanecido. Abrió su otro ojo y miró el cuerpo todavía dormido


pegado al de ella, notando la leve sonrisa presente en los labios de Gabrielle
y la presión de la mano que su consorte había envuelto alrededor de su
hombro en un ligero agarre.

Un poco de luz salpicaba su rostro y Xena permaneció allí por un minuto,


simplemente reflexionando sobre cómo la luz parecía resaltar la belleza en
lugar de la ternura siempre presente de ella.

Estaba madurando, se dio cuenta la reina. Había una mujer emergiendo de


la niña que recordaba haber rescatado y se encontró preguntándose a si
misma como influiría eso a su relación con el tiempo.

Luego recordó, una vez más, que casi había sido un punto irrelevante hacía
muy poco tiempo. Que casi había perdido la oportunidad de descubrir lo qué
la madurez iba a hacer con Gabrielle porque casi la había perdido en este
mismo sitio.

Pero no la perdió.

Xena contempló el cuerpo acurrucado contra el suyo, contenta de ver a su


consorte descansar tan cómoda, aparentemente sin molestias por las palizas 596
que había recibido recientemente. Alargó la mano y apartó suavemente el
cabello del lugar donde había recibido el golpe en el establo, y descubrió que
la herida casi se había desvanecido y que la hinchazón había desaparecido
por completo.

Afortunada.

Sintió que Gabrielle se movía y después respiraba hondo, luego abrió los ojos
y miró a Xena. Una sonrisa apareció de inmediato en su rostro y se frotó la cara
contra el brazo de la reina.

—Buenos días.

—Mm... no está mal por el momento. —Xena estuvo de acuerdo—. ¿Cómo te


sientes?

Gabrielle rodó sobre su espalda y se estiró.

—Bastante bien. —Movió los dedos de los pies y luego puso sus manos detrás
de su cabeza—. Aunque he tenido un montón de sueños un poco raros.
—Yo también. —Xena rodó cautelosamente sobre su propia espalda, aliviada
cuando solo sintió un ligero dolor por la presión—. Estaba en un granero,
acariciando a un gato, y un montón de heno empezó a hablarme.

Después de un breve silencio, Gabrielle se subió sobre su codo y miró a su


compañera de cama.

—¿Qué decía?

—No sé. No le entendía. —Xena sofocó un bostezo—. De todos modos, me


alegro de que hayamos descansado un poco.

—Yo también. —Su consorte se levantó de la cama y se dirigió a la ventana


para apartar las pesadas cortinas y mirar hacia afuera—. Oh. Es más temprano
de lo que pensaba —comentó—. Había olvidado que el sol entra aquí antes
que por nuestra ventana de la planta baja.

Xena se levantó de la cama y se unió a ella.

—Sí —estuvo de acuerdo—. ¿Tienes hambre? 597


—Estoy muerta de hambre —concluyó Gabrielle—. ¿Debo ir a buscarte algo
para desayunar?

—No. —La reina caminó hacia la puerta y la abrió, causando un revuelo en la


cámara exterior—. Buenos días, chicos. —Se apoyó en el umbral—. Conseguid
manduca para todos los que estamos aquí. ¿Alguna noticia de Brendan?

Brent se dirigió a la ventana de la cámara exterior y la abrió, inundando la sala


con luz. Había cuatro hombres de guardia, y el resto estaba en el suelo, ahora
dándose la vuelta y parpadeando.

—Buenos días, mi señora —dijo—. La escolta acaba de cruzar el paso interior,


serán tres marcas de vela más o menos hasta las puertas.

—¿Y desde el paso superior? —preguntó Xena cruzando los brazos.

—Nada desde la primera guardia, Majestad —informó Brent—. Se detuvieron


donde les dijiste, no vieron nada que viniera desde el otro lado todavía.
—Bien. Déjame restregar este feo y viejo cadáver y ponerme algo de ropa. —
Xena se retiró a sus aposentos y cerró la puerta—. Hasta ahora todo bien, rata
almizclera.

Gabrielle ya estaba cerca de la chimenea, calentando un poco de agua


para el té. Miró a Xena, con una expresión de desconcierto.

—¿Oye, Xena?

—¿Siiii? —La reina se acercó.

—¿Por qué siempre dices que eres fea? —preguntó Gabrielle agregando
cuidadosamente hierbas a las tazas en el hogar—. En realidad, no lo eres.

—Lo sé. —Xena se acercó y la vio agarrar la jarra de miel—. Es como me siento
a veces, supongo. —Gabrielle hizo una pausa y giró la cabeza, mirando la
forma de pelo oscuro detrás de ella. Xena cruzó los brazos sobre el pecho y
contempló el suelo de piedra—. Algunas veces... —comentó suavemente—,
me miro en el espejo y me veo como cuando salgo del campo de batalla,
Gabrielle. Toda cubierta de sangre y porquería, con trozos de hueso pegados 598
a mí. —Levantó la vista y se encontró con los ojos de su consorte—. Nunca
parece demasiado atractivo —añadió con una sonrisa de autodesprecio.

No, eso probablemente era cierto.

Gabrielle sacó la olla de agua de la chimenea y vertió el líquido humeante


sobre las hojas de té.

—Creo que a los chicos les gusta esa parte de ti —dijo después de una larga
pausa—. Y yo os quiero a todos sin importar lo que estéis haciendo, así que no
me importa.

Xena se colocó detrás de ella y abrazó a su consorte dándole un suave


apretón.

—Sí. De alguna manera últimamente me he estado viendo menos oscura y


más heroína de pacotilla. Es tú culpa.

Gabrielle sonrió.
—¿Me haces un favor? —La reina susurró en su oído—. Ponte elegante
conmigo para este encuentro. —Vio a Gabrielle mezclar la miel en el té—.
Vamos a mostrar nuestro lado guapo para variar.

Gabrielle se volvió y le dio una taza.

—Um... Está bien. —Estuvo de acuerdo—. Cualquier cosa por ti.

Xena sonrió y la besó en la cabeza.

—Va a ser un día interesante.

Ya era mediodía cuando los guardias de las murallas hicieron sonar los
cuernos, lo que significaban que alguien se estaba acercando. Xena se
agachó en el parapeto fuera de sus aposentos y se acercó a la pared,
apoyando los brazos en la piedra y mirando por encima de ella.
599
El sol del invierno se extendía agradablemente sobre la fortaleza, asomándose
por detrás de las nubes perezosamente a la deriva, que prometían más nieve
en un futuro cercano. El viento era frío, pero solo soplaba suavemente y Xena
se alegró de quedarse un momento respirándolo.

Podía ver las puertas y, más allá, justo pasando la curva del río dónde una vez
que había tomado tierra en una balsa improvisada, estaba el camino que le
estaba causando tantos problemas como creía que estaba destinada a
manejar.

El persa se estaba acercando. Podía ver su silueta y en el exterior de los


soldados que lo rodeaban, había dos largas y delgadas líneas de sus hombres.

Incluso desde donde estaba, podía ver la relajada confianza en sus posturas,
el orgullo con el que el primero de ellos llevaba su estandarte y los tabardos
negros y amarillos que llevaban su emblema.

De repente eso la hizo sentir un poco humilde. Se dio cuenta de golpe de que
todo podría haber salido mal, que el persa podría haber decidido atacar y
quizás matar a sus hombres en lugar de dejar que los escoltaran a él y a su
horda de sabuesos. Pero no se les había ocurrido negarse a cumplir sus
órdenes, su confianza en ella era absoluta.
Absoluta.

Xena miró al grupo que se aproximaba con una expresión pensativa.

—¿Realmente lo merezco? —se preguntó en voz alta sintiendo la piedra


áspera bajo las yemas de sus dedos.

—Hola.

Se giró para encontrar a Gabrielle a su espalda. Su consorte estaba recién


bañada, iba vestida con una túnica gruesa y botas de interior cuando salió al
sol y tendió las manos a su calor.

—Hola a ti también. —Se dio la vuelta y se apoyó en la pared—. Aquí vienen.

Gabrielle miró hacia afuera.

—Oh —dijo—. Se les oye.

—Si. —La reina estuvo de acuerdo—. ¿Cuántos calculas, cien? 600


La rubia mujer sombreó sus ojos.

—No puedo decirlo. Están uno detrás de otro —dijo—. Pero... hay muchos
menos de ellos que de nosotros, ¿verdad?

Xena observó cómo una línea de sus tropas emergía del cuartel,
abrochándose escudos y armaduras mientras se dirigían hacia las puertas.

—En ese grupo, seguro —le dijo a Gabrielle—. Pero tú y yo sabemos que él
tiene más de dónde vino eso.

—Eso es lo que dijiste, claro. —Su consorte estuvo de acuerdo—. Pero


entonces, ¿cómo es que no los trae a todos y sencillamente comienza a luchar
contra nosotros? —preguntó—. Viniendo aquí con esos tipos es algo así como
si tú te metieras en medio del ejército de Sholeh con tus muchachos, ¿no es
así? ¿Por qué iba a hacer eso?

¿Por qué iba hacer eso? ¿Era un paralelismo deliberado para demostrar que
él era igual de atrevido que ella? ¿O por estupidez?

Xena contempló las puertas.


—De hecho. —Apoyó su mano en la espalda de Gabrielle—. Es una maldita
buena pregunta, mi amor.

Gabrielle sonrió.

—Me gusta mucho cuando dices eso —le dijo a su compañera—, me hace
sentir especial.

—Lo eres. —Xena se giró—. Venga. Vamos a emperifollarnos. —Dejó su mano


sobre la de su consorte mientras caminaban de regreso a la puerta de la torre,
deteniéndose cuando el guardia la abrió para dejarles entrar nuevamente—.
Gracias.

—Mi señora —respondió el guardia en voz baja, poniendo su mano sobre su


pecho.

La reina le dio unas palmaditas en el brazo y siguió adelante, volviendo a


entrar en sus estancias y dirigiéndose a su arcón de ropa para estudiar el
contenido.
601
—Si fueras un rey persa, ¿qué es lo que más te hincharía las pelotas que vistiera
una mujer, Gabrielle?

Gabrielle reflexionó sobre la pregunta.

—Tu bonita armadura y tu equipo —admitió—. Creo que si usas un vestido


sofisticado, él podría pensar que eres una nenaza.

Xena soltó una carcajada del fondo de su garganta.

—Eso probablemente es cierto —reconoció—. Pero este tipo nunca pensó que
una mujer podría luchar de verdad, ¿no? ¿Debo jugar a eso, o simplemente
voy al grano y demuestro lo contrario? ¿Qué está buscando? —Se apoyó en
el arcón—. No, creo que mi primer instinto fuera el correcto. Voy a ser una reina
esta noche, como si lo considerara mi igual.

—Nadie es igual que tú —afirmó su consorte suavemente—. Pero me gusta ese


vestido. —Señaló un vestido de seda bordado en un rico color azul púrpura—
. Especialmente si te recoges el pelo.

—Hmm... —Xena pasó sus dedos sobre él—. ¿Con mi sombrero puntiagudo?
—preguntó—. Y esa capa nueva y elegante, ¿no crees? —indicó el artículo
forrado de piel—. Puedo mantenerla cerrada con ese broche con forma de
caballo.

—¿Puedo contarte un secreto?

—Uh oh. —Xena se giró y la miró, con una sonrisa irónica—. ¿Cual?

—En realidad no importa —susurró Gabrielle—. Te ves hermosa con cualquier


cosa. —Miró a su alrededor—. O sin nada.

La reina estalló en carcajadas.

—Por eso Gaaabbbbriellle —ronroneó—, eres una pequeña aduladora dulce


y atrevida. —Pasó los brazos alrededor de su consorte—. Gracias —añadió—.
¿Puedo contarte un secreto? Me haces sentir hermosa. —Besó a Gabrielle y
luego la abrazó.

Se sentía raro decir eso y pensar lo que estaba pensando. Xena tuvo la
sensación de que estaba en un camino que no comprendía y no tenía
ninguna visión de dónde podría acabar y eso no le importaba nada. 602
»Te amo —concluyó liberando a Gabrielle.

Gabrielle sonrió con un toque de timidez.

—Y um... —Le tendió una mano—. Podrías ponerte esto —añadió un poco
insegura—. Es otro regalo de mi parte.

Xena lentamente dejó caer sus manos a los lados abriendo mucho los ojos
mientras miraba el collar que descansaba en la palma de la mano de su
consorte, los extremos cayendo entre sus dedos.

—Gabrielle. —Logro decir con la respiración entrecortada.

—¿Sí?

Era una simple y hermosa filigrana de encaje de plata con un trazado de


zafiros y perlas alternados a lo largo del escote, y una cabeza de halcón de
ónix negro tallada contra un fondo dorado en el centro. Lentamente, extendió
la mano y tomó el regalo, sintiendo el peso de él contra sus dedos cuando se
volvió hacia la luz de la ventana y las gemas recogieron su brillo.
—Oh, vaya.

Gabrielle sonrió al escuchar ese suave susurro.

—Sé que en realidad no necesitas más joyas y esas cosas, pero siempre me
estás dando regalos, así que pensé que... —Dejó que las palabras se
desvanecieran al ver las lágrimas en el rostro de la reina—. Realmente no hay
nada que pueda darte que... —Hizo otra pausa—. De todos modos, espero
que te guste.

Xena cerró los ojos y las lágrimas brotaron de ellos, dispersándose en la luz del
sol mientras tomaba aire profundamente y lo soltaba.

—Me gusta —dijo por fin parpadeando un par de veces—. Me encanta. —Se
sentó en el arcón de ropa y admiró las gemas, girando su mano para
mostrarlas a la luz—. Maldición, es precioso.

Gabrielle se sentó a su lado con una gran sonrisa en el rostro.

—Ciertamente apropiado para ti entonces. —Sintió el brazo de Xena rodear 603


sus hombros y acercarla, y luego la presión de los labios de la reina contra su
cabeza—. Se siente bien regalar algo.

—¿Algo? —La voz de Xena sonó con un toque irregular en los bordes—. Lo que
me has dado no tiene precio, ¿lo sabes?

Lo sabía.

Gabrielle le devolvió el abrazo y saboreó este momento de tranquila alegría


iluminada por el sol, feliz de haberse decidido a mandar hacer el collar
después de todo. Se había preguntado si Xena tal vez no pensaría que era un
poco tonto, después de todo, tenía joyas y joyas y más joyas, pero no, pensó
que a su amante realmente le había gustado.

La gente le hacía regalos a Xena todo el tiempo, y por lo general la reina solo
ponía los ojos en blanco por ello. Pero después, le había gustado mucho el
broche de capa de caballo... sí. Gabrielle miró a la mujer más alta, viendo la
sonrisa en su rostro, mientras miraba el collar. Fue lindo regalárselo.

—Te amo.
—Oh sí. Segurísima de que también te amo. —Xena se rio entre dientes—.
Vamos a vestirnos y a saltar a esa balsa en el río Estigia, rata almizclera.
Desafiemos a ese pez gordo persa.

La cámara de audiencias había sido limpiada meticulosamente. Xena lo notó


nada más entrar y se detuvo para mirar a su alrededor mientras olía el aroma
fresco y nítido de los juncos nuevos en el suelo, y el distintivo aroma de la cera
y el jabón que borraba cualquier vaga sensación de aceite viejo o brea en el
lugar.

Brendan la vio y se acercó, ya vestido con su tabardo negro y amarillo sobre


la armadura recién pulida.

—Señora. —Tocó su pecho con respeto—. Acaban de cruzar las puertas. Le


dije a Brent que trajera algunos de ellos aquí con el viejo.

—Estoy segura de que él lo apreciará —comentó la reina secamente. 604

Brendan sonrió.

—Nada puede vencernos, Xena —dijo—. Pasar por todo lo que hemos
pasado, fue el yunque de los dioses. No nos preocupa para nada ningún rey
persa.

Y eso, pensó Xena para sí misma, era probablemente lo más cierto que había
escuchado en mucho tiempo. Había pasado por tantas cosas y había
superado las dificultades tan a menudo, que le costaba incluso ponerse
nerviosa por enfrentarse al anciano.

—Vamos a sentarnos. —Guio a Gabrielle hacia la plataforma elevada en la


que estaba su trono, dejando que sus ojos examinaran la sala mientras
caminaba.

El salón había sido despejado y los tapices que colgaban sobre las paredes
estaban decorados de nuevo con sus colores, los escalones que conducían a
su trono estaban envueltos con telas doradas, y el mismo trono tenía una
hermosa e inmaculada piel de oveja que suavizaba sus contornos.
Captó su reflejo en uno de los paneles con espejos y se detuvo,
contemplándolo.

»Tienes razón —comentó a Gabrielle—. Esto se ve bien. —El color le quedaba


bien, decidió, y el corte del vestido acentuaba su cuerpo y no le hacía lucir
anormalmente alta o angulosa como algunos lo hacían.

Incluso la capa tenía la longitud adecuada, para variar, y no acababa en sus


rótulas. Xena vio que sus propios labios se movían en una sonrisa autocrítica.

También estaba su nuevo collar. Xena reflexionó mientras la luz brillaba sobre
las piedras que cubrían la parte frontal de su garganta, un contrapunto a su
corona y a las pulseras alrededor de sus muñecas. En realidad, hoy parecía
una reina, y más inusual, estaba empezando a sentirse como una.

—Te ves hermosa —señaló su consorte—. Muy muy hermosa, Xena.

—Gracias, mi amor. —La reina extendió su mano—. Vamos a sentarnos en


nuestras cómodas sillas, ¿eh? —Caminaron juntas hacia el estrado. Xena
rodeó su trono y acarició la empuñadura de su espada que colgaba de su 605
parte posterior y esperó mientras Gabrielle tomaba asiento en la silla contigua,
dejando que sus manos descansaran sobre el cómodo almohadillado—. ¿Te
gusta?

—Sí. —Gabrielle se retorció en su asiento. Llevaba un vestido de seda en tonos


rojos y todas las marcas de sus recientes padecimientos, se habían
desvanecido—. Es muy agradable.

—Mm. —Xena se colocó frente a ella y se detuvo estudiándola—. Falta algo.

Gabrielle parpadeó.

—¿A mí?

—Solo algunos destellos. —La reina extendió la mano e inclinó la cabeza,


sujetando algo en las orejas de Gabrielle—. Iba a hacer que te las perforaras,
pero pensé que preferirías no tenerme haciéndote agujeros esta noche.

—¿Qué son? —Gabrielle alzó la mano para tocar la inusual opresión de los
broches que su amante había puesto en sus sensibles orejas. Xena alargó la
mano, desenvainó su espada y colocó el lado plano delante de Gabrielle
proporcionándole un espejo razonable, aunque mortal—. Oh. —Sonrió
encantada al ver un trabajado metal enroscado alrededor de la oreja y un
trozo de jade colgando de él—. ¡Es tan lindo! —miró a Xena—. ¡Gracias!

Xena devolvió la espada a su funda y se sentó, extendiendo sus piernas y


cruzándolas por los tobillos mientras se apoyaba en un brazo del trono y
observaba los últimos preparativos que se estaban realizando.

—Si esto no se va al Hades en la primera marca de vela, tal vez nos cuentes
una historia más adelante.

Gabrielle movió los pies contenta.

—Me encantaría.

Los soldados entraban a raudales. Todos con armadura y tabardos, todos


restregados hasta un grado doloroso. Estaban completamente armados y se
alineaban en las paredes, con las espadas colgando de sus espaldas, las
lanzas descansando en un alarde casual en el hueco de sus brazos.

Lastay entró. Llevaba una capa forrada de armiño sobre los colores de su 606
familia, y avanzó por la alfombra dorada subiendo los escalones y
acercándose a ella.

—Señora. —Puso una mano sobre su corazón y, por una vez, no hubo un solo
tirón de pretensión en el movimiento—. Mi esposa me pregunta si puede
acompañarla.

Xena lo miró.

—Por supuesto —respondió en voz baja—. Tu familia se ha ganado el derecho


de acampar por todo el escalón superior si así lo desean.

Lastay sonrió e hizo una reverencia.

—Iré a buscarla.

Gabrielle estaba observando en silencio, extendiendo la mano para tocar sus


nuevos adornos de vez en cuando. Podía ver cuán ferozmente orgullosos
estaban los soldados, y tuvo la sensación de que su corazón se hinchaba cada
vez más dentro de ella cuando el último de los grupos acorazados entró con
todos los persas entre ellos.
Todos ellos con los colores de Xena. Todos armados y con la cabeza bien alta
mientras tomaban posiciones entre las otras tropas.

Lakmas se separó de ellos y se acercó a Xena, cayendo gallardamente sobre


sus rodillas en el escalón inferior de la tarima y cruzando sus brazos sobre su
pecho.

—O mi señora, ¿puedo tener el honor de ser su escolta, donde todos puedan


verme?

—¿Dónde puedan verte nuestros invitados? —preguntó Xena—. Eso les va a


tocar las narices.

—Sí. —Lakmas levantó la cabeza y la miró a los ojos—. No quiero que nadie
malinterprete dónde está mi corazón.

Los ojos de la reina titilaron un poco.

—Sí, puedes —dijo, decidiendo correr el riesgo de que el gran persa no


formara parte de un plan y estuviera destinado a hundir una espada en la 607
parte posterior de su trono.

Cualquier cosa era posible.

Pero algo... Xena miró furtivamente a su alrededor. Algo en su corazón le dijo


que lo que vio en los ojos de Lakmas contenía una verdad que superaba los
planes de los reyes.

Al menos esperaba que así fuera. Ciertamente apestaría que todos los persas
se volvieran contra ella en una gran trama que acabara en un baño de sangre
por todo el suelo recién limpiado y bien pulido.

Lakmas se levantó y continuó subiendo los escalones, pasando el trono y


ocupando un lugar en la parte trasera, al otro lado del puesto donde
terminaría Brendan y detrás de Brent, que ya esperaba impasible.

La cuarta esquina sería ocupada por Gerard cuando llegara con sus invitados,
y los dos asientos al otro lado de Xena albergarían a Lastay y su esposa.

La sala estaba comenzando a llenarse de nobles, y desde el principio era


evidente que todo el mundo se había vestido para impresionar, con joyas y
diademas haciendo guiños por todas partes mientras su corte entraba y se
movía a su lugar.

Brent se acercó.

—La guardia en las Tierras Occidentales no ha reportado ningún avistamiento


de nadie salvo tres cabras y una oveja fugitiva, mi señora.

Xena asintió.

—Bien —dijo.

—Majestad, ¿deberíamos enviarlos a través de la cresta? —Brent bajó la voz—


. Es difícil dar la espalda al peligro.

—Lo sé. —La reina se apoyó en el brazo de su trono y también bajó la voz—.
Pero mira, si los vemos o si ellos nos ven, ambos tendremos que hacer algo al
respecto y quiero que esto se resuelva en mis términos y en mi tiempo, no ser
forzada a actuar o forzarlos a atacarnos antes de que estemos listos para eso.
608
Brent permaneció en silencio por un momento, luego miró a Xena con una
mirada irónica y respetuosa.

—Majestad. —Hizo una reverencia y tocó su pecho, luego se movió para


tomar su lugar en la guardia.

—Hm. —Xena se echó hacia atrás—. Tal vez debería intentar explicar mis
chapuceras ideas con más frecuencia.

—¿Has dicho algo? —Gabrielle se volvió hacia ella, desde donde había
estado hablando con Jellaus.

—Nah. —La reina negó con la cabeza—. Solo estoy teniendo otro momento
de revelación personal.

Observó cómo se iba llenando la sala, encantada de ver a tantos de sus


nobles allí emperifollados. Incluso los que ella sabía que habían sido partidarios
de Bregos, y los que de verdad sabía que la odiaban con pasión
inquebrantable, estaban allí.

Interesante.
No había llamado a los aduladores. De hecho, no había llamado a nadie más
que a sus soldados y a algunos de los nobles que le gustaban a regañadientes
y estaba razonablemente segura de que no se unirían a los persas en un
ataque total contra su pedestal cuando llegaran.

Y, sin embargo, aquí estaban todos.

¿Habían cambiado de opinión?

Xena estudió al más cercano de ellos, uno de los terratenientes que había
enviado tributos a su ex general y financiado su campaña para derrocarla.

»Gabrielle, hazme un favor, ¿quieres?

—Lo que sea —respondió su consorte.

—Ve y pídele a ese tipo alto de azul y gris que venga aquí por un minuto. —
Xena indicó al noble—. Pídeselo amablemente.

A mitad de camino de levantarse, Gabrielle se detuvo y la miró. 609


Xena se dio una palmada en un lado de la cabeza.

—¿Que estoy diciendo? Nunca le pides nada a nadie que no sea


amablemente. —Sonrió a su compañera.

—Excepto cuando les estoy mordiendo en la cara. —Los claros ojos de


Gabrielle adquirieron una pizca de malicia. Se levantó y bajó los escalones,
abriéndose camino entre los cuerpos que se arremolinaban y que la
reconocieron inmediatamente y abrieron un camino para ella.

Xena observaba sonriendo un poco ante el obvio orgullo de su consorte, la


elevación de su cabeza y el suave movimiento de su mano mientras señalaba
hacia donde estaba sentada la reina. Con su vestido bien ajustado, había
perdido, a los ojos de Xena, la mayoría de las ásperas líneas de los campesinos
y había una elegancia tranquila en Gabrielle nuevamente apreciada por ella.

El noble se mostró cauteloso, pero nada más mientras seguía a Gabrielle de


vuelta al trono, inclinándose con razonable gracia ante la reina.

—¿Su Majestad?
—Karas —respondió Xena manteniendo sus manos entrelazadas sobre su
muslo y su cuerpo relajado—, sólo quería hacerte una pregunta.

—¿Sí, Majestad? —Él también se relajó, poniendo sus manos detrás de su


espalda y juntándolas, inclinándose un poco hacia ella mientras Gabrielle
volvía a sentarse—. ¿Qué información puedo ofrecerle?

—¿Qué quieres que salga de esta reunión con nuestros amigos los persas?

Karas inclinó la cabeza hacia un lado un poco. Tenía el pelo rojizo canoso con
barba y bigote aún más canosos, y ojos azul oscuro.

—¿Qué es lo que quiero? —Pareció sorprendido por la pregunta.

—Sip —dijo la reina—. Sé que tus lealtades se establecieron con Bregos. No


tienes aprecio por mí. Así que, ¿qué es lo que esperas que suceda? —Hizo una
pausa mirando su cara—. Puedes decirme la verdad. Sólo quiero saberlo. No
voy a hacerte nada.

Karas la estudió atentamente. 610


—Mis lealtades se establecieron con Bregos porque era fácilmente
influenciable y usted no lo es —dijo con sorprendente honestidad—. De él
quería que entrara en tratados con nuestros vecinos del norte, donde están
mis tierras, para poder expandir mis propiedades. Tengo hijos que establecer.

Xena consideró eso.

—¿Alguna vez pensaste en pedirme que hiciera eso?

—¿Entonces? No —dijo Karas—. ¿Ahora? podría hacerlo. —Sus labios se


tensaron—. Usted no era accesible entonces, su Majestad. Todas mis
solicitudes de audiencia fueron rechazadas.

Y probablemente así había sido.

—Podría haber sido útil que yo no fuera tan tonta del culo y que tu hubieras
tenido más pelotas —respondió Xena suavemente—. Pero no has respondido
a mi pregunta.

Él desvió la mirada brevemente, luego volvió a mirarla.


—Quiero que los persas sean ahuyentados de aquí con la vergüenza y la
derrota, como lo fue su ejército —dijo—. Bregos nunca hubiera podido
hacerlo. Su deseo por ti lo cegó y no pensó en las consecuencias cuando los
atrajo aquí.

—Eso es verdad —dijo Xena—. Nos hubieran tomado como a vírgenes


pastorcillas.

—Y usted podría haberlos dejado —dijo Karas con valentía—. Escuché lo que
dijo en la sala, Majestad. Que podría renunciar a este lugar y no llevarse nada
más que a su amada. —Agachó la cabeza en señal de respeto hacia
Gabrielle—. Me lo creo. Pero no lo hizo.

Xena sonrió.

—No —estuvo de acuerdo—. Porque bajo toda esa locura del amor, soy una
maníaca homicida a la que no le gusta que alguien mee en su territorio.

—Así es. —Karas asintió—. Nosotros, los que respaldamos al general, no


podemos aspirar a defender el reino de un ejército persa. O de cualquier otro 611
tipo de ejército. No somos soldados. No somos maníacos homicidas. —Se
inclinó un poco—. Su Majestad ahora representa seguridad y confianza.

—¿En lugar de una borracha enloquecida y una asesina al azar? —Ahora los
ojos de Xena estaban brillando—. ¿Ves lo que hiciste por mí, rata almizclera?
Me hiciste respetable. —Echó un vistazo más allá de él hacia las puertas, en
las que ahora había un grupo de soldados y entre ellos vio a Gerard.

—¿Lo hice? —Gabrielle había estado escuchando con interés—. ¿Solo por
enamorarme de ti? Porque no creo que haya hecho mucho más.

Lastay llegó con su dama y tomaron asiento en silencio, esperándolos. El


duque le dio a Karas un gesto amable de asentimiento y sacudió su capa.

—Lo hiciste, Majestad. —Karas se dirigió a Gabrielle directamente—. No tanto


por mostrar tu corazón, sino permitiendo que aquellos de nosotros que nunca
lo habíamos visto, conociéramos el de la otra. —Hizo una reverencia a Xena y
luego dio un paso atrás—. ¿Tal vez podamos continuar la conversación más
tarde, señora? Después de que nuestros huéspedes se retiren.

Oh
Xena se sintió divertida, avergonzada, humilde y disgustada a la vez. Eso le
hizo querer estornudar.

—Claro. —Le devolvió el saludo—. Hablaremos más tarde.

Él se retiró a su sitio y llegó el momento. Xena hizo un gesto a Gerard para que
se acercara y le hizo una señal con la mano al guardia. Esperó a que llegara
su asesino favorito y notó las señales de viaje en él.

»¿Ha ido sin contratiempos?

Gerard asintió.

—Tienen un intérprete —dijo brevemente—. Arrogante viejo bastardo, señora.


Piensa que tiene ventaja sobre nosotros —consideró—. Pero es astuto.
Mantiene su propio consejo. Sus hombres están tan volcados por él como
nosotros por ti.

Xena asintió.
612
—Está bien entonces. —Entrelazó sus dedos—. Vamos a poner esto en marcha.
Abre la puerta exterior y mete a esos bastardos aquí. —Se recostó en su trono
y apoyó las manos en los ornamentados brazos mirando directamente al
frente—. Vamos. Tráelo.

El séquito persa entró con todo el pavoneo pretencioso que le era posible, y
una docena de guardias del rey persa hicieron una gran demostración al
despejar el espacio para que él entrara.

Xena permaneció en su trono con un codo apoyado en el brazo de la silla y


la cabeza apoyada en la mano. Observó a los guardias de cerca, viendo sus
reacciones al ver a algunos de sus compatriotas en la sala, vestidos con los
colores del enemigo. Detrás de ella podía oír a Lakmas riendo suavemente y
cruzó los tobillos, esperando a que terminara el espectáculo.

Entonces lo hizo. Los guardias se pusieron firmes y la línea interior avanzó


revelando a cuatro hombres grandes que sostenían una litera con cúpula
bellamente tallada y ornamentada, que colocaron en el centro de la sala
frente al trono de Xena. Luego tres de ellos se arrodillaron y el cuarto fue a abrir
la portezuela, cayendo de rodillas e inclinando la cabeza.

Un hombre bajo de piel oscura y barba puntiaguda, emergió del otro lado.

—Inclínense ante su grandeza, el Rey de Persia.

Los persas que habían venido con él se inclinaron. Los que Xena había
socorrido se quedaron dónde estaban, con las espaldas rectas. Naturalmente,
ninguno de los nobles ni de las tropas de Xena se movieron lo más mínimo.

Un anciano hermosamente vestido salió de la cúpula y se detuvo frente a ella


con las manos cruzadas tranquilamente sobre el estómago. Era alto y muy
delgado, con el pelo gris plateado y una cara serena y, sin embargo, fría.

Xena se quedó dónde estaba, esperando a que él iniciara la conversación.


Ella era muy consciente de que todos la estaban mirando y reconoció el nudo
de ansiedad en su propio estómago.

El anciano dijo algo en su lengua. El intérprete lo repitió de inmediato. 613


—¿Tú eres a quien llaman Xena?

Xena lo contempló mientras Jellaus cruzaba la sala y se enfrentaba al


hombrecillo.

—Soy el juglar Jellaus de la casa de Thoros —dijo Jellaus—. Hablarás de mi


señora con respeto o sufrirás las consecuencias.

El pequeño hombre aparentemente repitió eso en su idioma.

—Esto es un poco tonto, ¿no? —le susurró Gabrielle.

—Mm. —Xena se movió y cruzó las manos sobre su estómago—.


Probablemente por qué nunca me interesé en esta maldita cosa de la realeza.
No tengo paciencia para eso.

El rey persa dijo algo que sonó un poco enojado. El intérprete se enfrentó a
Jellaus.

—Su excelencia solo habla como un igual a uno que es un igual. Esta criatura
no es nada de eso.
—Tiene razón. —Xena habló, habiendo agotado la poca paciencia que
tenía—. Él no es mi igual. Así que puede coger su presuntuoso culo y marcharse
de aquí si no tiene nada sensato que decirme. —Esperó a que el intérprete se
descongelara y desbloqueara la mandíbula para repetirlo, girando los
pulgares, uno sobre otro, ociosamente.

—No creo que le vaya a gustar eso —murmuró Gabrielle en voz baja.

—No, yo tampoco —le confió su compañera—. Pero tenemos que poner esto
en marcha o nos perderemos el circo. Quiero ver a ese gato con un vestido.

El viejo levantó su mano mientras el intérprete se preparaba para repetir las


palabras de Xena.

—Quieto.

—Ah, ya estamos llegando a alguna parte —susurró Xena—. Supuse que no


era tan ignorante como parecía.

El rey persa se enfrentó a ella. 614


—He venido para vengarme por la destrucción de mi sangre.

Xena permaneció relajada.

—¿Qué sangre? —preguntó—. Si es por tu hija, no tienes nada conmigo por


eso. Los de tu propia clase la mataron. —El hombre la miró, su cara impasible—
. Si te refieres a Heydar el mojón de Persia, entonces podemos hablar. Él mató
a tu chica, yo lo maté a él —concluyó Xena—. Pero ya sabes, los enviaste a
los dos aquí con la intención de matarme y conquistar mis tierras, así que,
desde mi punto de vista, todo es juego limpio.

—Fuimos invitados —declaró el persa—, por aquellos que piensan que el trono
de esta tierra debería entregarse a otro que no sea básicamente un
campesino bastardo.

Xena se levantó y se sacudió las manos.

—Quédate aquí —le dijo a Gabrielle—. Tú también. —Miró a Lastay antes de


bajar los escalones y acercarse a su molesto visitante.
Era tan alto como ella y sus ojos estaban a nivel una vez que llegó hasta donde
él.

»Actúas como si eso fuera un insulto —dijo Xena en tono coloquial—. Para mí
no lo es. Mi madre era posadera. Ni idea de quién era mi padre. Todo lo que
he conseguido lo gané con esto. —Levantó las manos—. ¿Lo quieres? Ven e
intenta cogerlo, porque nadie me regaló nada de esto.

Por el rabillo del ojo vio que sus guardias se ponían rígidos.

—Tus logros no son nada en la escala de Persia —dijo el hombre—. No eres


nada. Eres menos que un insecto en el suelo para mí.

—Mm. —Xena se rio por lo bajo—. Sí, eso es lo que tu hija seguía diciendo.
Incluso después de que la derroté, la derroté de nuevo, le arrebaté su ejército
y también los derroté a ellos. —Dio un paso hacia adelante, levantó una mano
y lo señaló—. Después de que usaron el fuego de los dioses, dardos
envenenados y bolsitas para enfermarnos sin una sola onza de honor por
ningún lado. ¿Insecto? —Su voz se alzó—. Ven aquí, cerebro de estiércol…
Ponme a prueba. 615

—No me enojes —dijo el persa rotundamente—. Tengo fuerzas a mi alcance


que no puedes comprender.

—Sí, me enteré de tu sacrificio de la virgen. —Los labios de Xena se tensaron—


. Salí vencedora de esa lucha también. —El silencio se prolongó un poco más,
sus ojos se clavaron en los de ella—. ¿Quieres que hablemos como adultos
ahora? —sugirió Xena—. Esta es mi regla. Te trataré como a un invitado si dejas
de actuar como un idiota.

Él estaba en una encrucijada. Xena sabía que ella misma debería estar
evaluando sus diversos riesgos, pero de algún modo esto no se sentía como tal
y se quedó de pie esperando, consciente de la energía de sus soldados y la
presencia incondicional de Gabrielle detrás de ella.

El persa miró lentamente alrededor de la sala y después dejó que su fría


mirada se posara en ella.

—Hablaría contigo, aparte.

Xena lo contempló en silencio por un momento. Entonces sonrió.


—Por supuesto. —Señaló la puerta de la antecámara en un lado de la sala.

Hizo una señal con la mano a su guardia ignorando su repentina rigidez


mientras él se giraba y se dirigía a la puerta. Xena mantuvo el ritmo con él
girando su cabeza levemente para llamar la atención de su, casi rebotando
en su asiento, asustada consorte. Le guiñó un ojo a Gabrielle, luego, sin
pensarlo, le hizo señas de que se acercara.

El persa se detuvo.

—He dicho contigo, aparte.

—Lo sé. —Xena esperó a que Gabrielle los alcanzara—. Pero si quieres
escuchar la verdad de lo que le sucedió a tu sangre, ella es quien debe
contarla.

Sin decir una palabra, el persa continuó avanzando y caminaron a lo largo de


una multitud que se separaba ante ellos, inclinándose y levantando los puños
hacia el pecho con respeto mientras Xena pasaba. Ella alzó su propio puño
en reconocimiento, bajó la mano y golpeó el puño con el último de sus 616
hombres que había abierto las puertas y se había apartado para dejarlos
pasar.

Entraron y Gabrielle cerró las puertas detrás de ellos.

Dentro, sobre una mesita lateral, había una bandeja con una jarra de cristal y
copas, llena de un líquido dorado. Xena se acercó y sirvió tres copas,
cogiendo una y entregándosela Gabrielle.

»¿Quieres un poco? —le preguntó al persa—. Si es veneno, todos nos


envenenaremos juntos —añadió mientras él vacilaba.

Él extendió una mano y tomó la copa que ella le ofrecía.

—No eres como me contaron —comentó—. Queda por ver cuál es mentira.

Xena sonrió y tomó un sorbo de hidromiel.

—Y bien. —Se apoyó contra la pared y puso el codo en el hombro de


Gabrielle—. ¿Qué es lo que de verdad quieres?

El persa se acercó a una de las sillas contra la pared y se sentó en ella.


—La muerte me acecha —dijo sin rodeos—. Me has robado mi futuro y he
venido a ajustar esa cuenta.

—Yo no robé nada —dijo Xena—. No salí en tu búsqueda. No le pedí a tu


ejército que invadiera mis tierras, no le pedí a tu hija que me diera caza. Si tu
futuro se ha ido, busca en el espejo al culpable.

El asintió.

—Esto es cierto —dijo—. Pero si hubieras gobernado tu tierra adecuadamente,


tu gente no habría acudido a mí para socorrerlos.

Xena sabía que también había verdad en eso, pero era una verdad sesgada.

—Eso no es cierto. —Gabrielle habló por primera vez—. Xena es una gran reina.
Fueron a ti porque ella valoraba a todos sus súbditos, no solo a ellos. Ella se
preocupaba por su ejército y por sus siervos más que por sus nobles.

El hombre la miró.
617
—Tú eres la narradora.

—Esta es Gabrielle. —Intervino Xena—. Es mi consorte, y cuando todos son


realmente afortunados, me complace y cuenta historias sobre mí porque soy
demasiado tímida para contarlas yo misma.

—Mi hija te ofreció un puesto con sus tropas —dijo el persa—. En la última nota
que me envió, me contó sobre sus éxitos y tu rendición.

—Xena y diez de nosotros con ella fuimos al campamento del ejército de


Sholeh —dijo Gabrielle—. Xena le dijo al resto de los soldados que se
dispersara. Sabía que era muy probable que no lo lográsemos. Pero después
de que tu hija intentara seducirla y luego alguien en el campamento intentara
matarnos, Xena decidió salir por patas y escapamos.

—¿No encontraste a mi hija de tu gusto? —Hubo algo retorcido y cierta ironía


en el tono del hombre.

Xena tomó un sorbo de su hidromiel.


—Estoy pillada —dijo simplemente—. Todo lo que tu niña mimada quería era
meterme en la cama, y por eso arriesgó a todos tus hombres, tu honor y su
propia vida. Era una idiota.

Él también bebió un sorbo.

—Ella era mi única sangre verdadera.

—Deberías haberla mantenido en casa —respondió Xena sin rodeos—. A las


chiquillas no se les debe dar un ejército y echarlas al mundo para demostrar
que tienen lo que se necesita para ser lo que yo soy, a menos que puedas
arriesgarte a que mueran haciéndolo.

Estaba sentado derecho en la silla y ahora la miraba entrecerrando los ojos.


La tensión en la sala se intensificó y Gabrielle pudo sentir que se acercaba la
agotadora e inevitable oleada de ira y lucha, y se sintió frustrada y le hizo
querer hacer algo... cualquier cosa... para detenerla.

Miró al rey persa y por una fracción de segundo, él la miró y ella vio dentro de
sus los ojos. 618
Él no había pedido nada y sin embargo, en ese momento, Gabrielle supo que
era la hora, el momento para marcar la diferencia. Ella se acercó y se sentó
junto a él esperando que sus ojos la siguieran y se posaran en ella.

—Sé lo que se siente al perderlo todo —dijo en voz baja—. Perder a tu familia
y estar solo incluso cuando estás rodeado de otras personas.

Xena permaneció donde estaba, inmóvil, presionada contra la pared e


intentando con todas sus fuerzas no temblar al tener a su amada tan cerca
de ese anciano peligroso quien, de hecho, había engendrado a esos
envenenadores furtivos y traidores que sus hijos habían resultado ser.

Se mordió el labio ahogando el grito de que tuviera cuidado, tratando de


reducir el acelerado latido de su corazón.

El persa miró fijamente con la mirada vacía a Gabrielle durante un largo


momento.

»Todo lo que ella quería era hacerte sentir orgulloso de ella —continuó
Gabrielle pasado ese momento—. Quería demostrar que era hija tuya y, a
pesar de que nos hizo cosas malas, sigue siendo triste que no haya podido
terminar de manera diferente. —Se estiró y tocó su mano, viendo más allá de
quién era y logrando una conexión con él a nivel humano—. ¿Podemos
resolver esto para que nadie más tenga que sentirse así?

Él giró la cabeza lentamente y miró a Xena que estaba de pie allí con los ojos
ligeramente abiertos y conteniendo la respiración.

—Ella me enseñó todo lo que sé sobre cuánto más difícil es amar que odiar —
murmuró Xena después de una pausa incómoda—. Pero ya sabes, tiene razón.
No derramemos más sangre entre nosotros. No tengo nada más que
demostrar, y tú te has quedado sin cosas que perder.

Él asintió levemente.

—El ejército que he traído podría destruirte. —Levantó su mano en señal de


protesta.

—Si no te los hubiera robado a todos —dijo Xena, pero sonriendo para
suavizarlo un poco—. Parece que les gustan las mujeres que saben usar una
espada. —Se encogió de hombros—. Y yo sé. 619
Él asintió de nuevo.

—Eso he escuchado. ¿En verdad eres la guerrera de la que me han hablado?

—Sí —dijo Xena simplemente.

—Por supuesto que lo es —dijo Gabrielle a la vez—. Puedes preguntarle a


cualquiera. Incluso las personas que realmente no la quieren, te lo dirán.

Xena tuvo que sofocar una sonrisa.

—Tu general que trató con nosotros no parecía pensar eso —dijo el persa con
tono apacible.

—Él descubrió del modo más difícil que estaba equivocado —dijo Xena y
luego hizo una pausa—. Pero puedo perdonarlo olvidando eso, puesto que yo
se lo permití.

Él asintió y miró a Gabrielle.


—Tienes palabras poderosas, narradora. Veo en tus ojos que también dices la
verdad. Has conocido lo que yo he conocido, a pesar de que tus años son
muy pocos. También es cierto que soy un anciano muy cansado, y aunque sé
que mis guerreros son de lo mejor, tengo un miedo en mi corazón de que ellos
también caigan bajo su hechizo y terminaré mis días en vergüenza como mi
hija y mi medio hijo hicieron.

Xena se acercó y se sentó en la silla del otro lado de él.

—Entre los dos... quiero decir, tres, estoy segura de que podemos llegar a un
plan para salir de esta con nuestros egos intactos —dijo Xena—. Porque amigo,
yo también estoy cansada. Estoy cansada de luchar contra fantasmas y tipos
con dardos, y aduladores, y de tener que enfrentarme cara a cara con dioses
con los que no comulgo. ¿Sabes?

Ahora, y por primera vez, el persa sonrió.

—Cuando tus hombres se encontraron con nosotros en el paso y nos


ofrecieron escolta, tenía la esperanza de finalmente llegar a este momento —
admitió—. Ha sido un viaje largo, uno del que no creía del todo que volvería, 620
ni quería hacerlo sin el honor de mi gente intacto. —Miró directamente a
Xena—. ¿Tu entiendes esto?

—Sí —dijo Xena—. Pateé a todo tu reino en la entrepierna. Lo siento.

La cara del persa se sacudió.

Gabrielle suspiró y se rascó la nariz.

»De todos modos —dijo la reina—, ¿por qué no vamos a almorzar y puedes
venir a ver nuestro circo? Sé el invitado que mis hombres dijeron que eras. —
Ella le tendió una mano—. No seamos enemigos por un rato.

El persa la estudió por un largo tiempo en silencio, luego se movió y extendió


su propia mano seca y marchita y la estrechó.

—Por un rato —él asintió—. Podemos intentarlo.


Era difícil decir, en realidad, quién se sorprendió más cuando salieron de la
antecámara intactos y en aparente conversación entre ellos.

Xena hizo una señal con la mano mientras despejaba la puerta y por toda la
sala los soldados se relajaron y vieron que los nobles sacaban sus diademas de
sus traseros y se relajaban también.

Los persas observaron a su rey con ansiedad, pero lentamente se calmaron


mientras él continuaba hablando con Xena y parecía que no iba a pedirles
que se lanzaran inmediatamente a la batalla. Llegaron al estrado escalonado
y Xena hizo una pausa, indicándole a Brendan y a Jellaus que se acercaran.

El persa también llamó a su capitán y se quedaron un momento en el centro


de la sala, una colección de extrañas personalidades.

—Brendan, ofréceles a nuestras tropas invitadas una cama y algo de comida


—dijo Xena—. Hoy no vamos a cortar gargantas ni a llenar de sangre este suelo
agradablemente limpio.

Su capitán ahogó una sonrisa y tocó su pecho con un puño. 621


—Sí, señora.

—¿Le gustaría organizar un banquete, su Majestad? —adivinó Jellaus—¿Y tal


vez yo pueda averiguar lo que podría complacer al paladar de nuestros
huéspedes e informar a las cocinas?

Xena cerró la boca y levantó las manos con una expresión de irónica
apreciación.

Jellaus se inclinó y salió de la sala.

—Escuchad. —La voz de Xena se alzó—. Nuestro real invitado y yo hemos


tenido una charla. Hemos acordado tener otra charla. Hasta que diga lo
contrario él es mi invitado y él y su séquito deberán ser tratados como tales.

Lastay estaba en su hombro.

—Muy bien, señora.

El rey persa reunió a su interprete y a otros dos hablándoles rápidamente en su


idioma, deteniéndose cuando vio a Lakmas aparecer detrás de Xena.
—Aja.

Lakmas simplemente entrelazó sus grandes manos por delante de él y tomó


una posición de guardia a la derecha de Xena.

—Padre de mi pueblo, le saludo en paz —afirmó en un tono suave.

El rey persa lo miró, observando el tabardo negro y amarillo antes de levantar


la vista para encontrarse con Lakmas.

—Así que has elegido tu camino.

—La fe hacia ti me fue dada al nacer —dijo Lakmas con voz sombría—. Pero
la elección de mi edad adulta es prestar mi servicio a alguien cuyo honor está
sellado y en quien confío en absoluto.

El rey lo consideró en silencio por un momento.

—Asumo la culpa de eso personalmente —dijo finalmente—. Pero hablaremos


de eso más tarde. 622
—Déjame darte la gira de dos dinares. —Xena interrumpió el enfrentamiento—
. Lastay, ven con nosotros.

—Señora. —Lastay se veía complacido—. ¿Tal vez el Conde Karas quisiera


unirse a nosotros también?

Xena tomó aire para responder, luego hizo una pausa.

—Claro. —Hizo un gesto a Karas, quien había estado parado cerca haciendo
un gran esfuerzo intentando parecer un simple y desinteresado transeúnte—.
Ven aquí. —Si hoy iba a ser una reina, bien podría llevarlo al límite—.
Discutamos todas las posibilidades. —Dio una palmada en la espada a Lastay
y guio al grupo a través de la multitud. Dos de los guardias persas se unieron a
ellos siguiendo con incertidumbre a su rey, mientras dos de sus propios persas,
Brent y Gerard, caminaban con más confianza detrás de su reina y su
consorte.
Gabrielle se recostó en su cómoda silla escuchando toda la charla a su
alrededor, mientras digería lo que había resultado ser un almuerzo un poco
ecléctico pero agradable. Era difícil comprender, realmente, qué tan bien
iban las cosas en comparación con lo que creía que iba a pasar cuando
llegara el rey persa.

Estaban en el palco real en el salón de baile, esperando que comenzara el


circo. Por lo visto el rey persa nunca había visto este tipo de actuación,
aunque había dicho que, en su tierra, había entretenimientos similares.

—¿Tenéis tigres en Persia? —Se volvió y le preguntó a Lakmas, que estaba


situado en un lugar de guardia de honor y parecía muy satisfecho—. ¿Cómo
el de aquí?

—No, hermosa Majestad. Tenemos de otro tipo llamado guepardo, que es más
pequeño y tiene manchas —respondió Lakmas con prontitud—. En el palacio
eran criados de cachorros y utilizados para la caza. También tienen pequeños
felinos, como el que tienes en tus cámaras, pero con un color diferente y
distinta cara.
623
—¿Es bonita Persia?

Lakmas sonrió.

—Tiene su propia belleza, sí. Es seco y muy abierto y tiene desiertos que creo
que son muy hermosos.

Gabrielle se preguntó cómo sería, y de repente, ella quería ir allí.

—Ey.

Gabrielle se volvió y vio a Xena inclinándose hacia ella. Sin pensarlo realmente,
se medio alzó y besó a la reina en los labios, deteniéndose cuando los ojos de
Xena se abrieron un poco.

—Lo siento. —En realidad no lo sentía—. ¿Querías algo?

—Ahora sí. —Los ojos de Xena brillaron.

Un poco avergonzada, Gabrielle volvió a sentarse.

—Oh. Bueno, además de eso —dijo en voz baja.


La reina se rio entre dientes.

—Iba a preguntarte si querías un poco de grog. —Indicó a un sirviente parado


cerca de la pared de la cabina real, sosteniendo una piel—. Hace un poco
de frío aquí.

—No, estoy bien —respondió Gabrielle—. No quiero empezar a tener hipo. Bebí
dos copas de esa bebida de miel antes.

Xena estrechó la mano de su consorte y se recostó cuando los artistas de circo


comenzaron a salir y tomar sus puestos.

—¿Te gustan los caballos? —le preguntó al rey persa, sentado en una lujosa y
cómoda silla igual a la de ella a su lado.

—Muchísimo —dijo Cambises—. Los caballos de Persia son los más hermosos
del mundo —declaró y miró a Xena para ver cuál era su reacción.

Xena sonrió.
624
—Ah. Encontramos algo en lo que estamos de acuerdo —respondió—. Hay
esperanza para nosotros después de todo. Vi una reata de esas bellezas del
desierto en mis años más jóvenes y casi me atropellan porque estaba
demasiado ocupada mirando boquiabierta para moverme.

El persa sonrió un poco más natural.

—Cuando era niño los criaba —dijo—. Y mis cámaras de audiencia reales
están colmadas de arte en su honor y gloria.

—Aquí criamos de combate y de carreras —dijo la reina—. Lastay tiene


algunos de los más rápidos. —Sonrió a su heredero que había estado
escuchando—. Bonitos también.

Cambises arqueó las cejas.

—¿En serio? —Sus ojos se desviaron y se centraron el broche de su capa—.


Pensaba que era una mera decoración.

—No. —Xena contempló su adorno con una sonrisa cariñosa—. Es una réplica
decente de mi caballo de guerra —dijo—. Un regalo de mi consorte. —Miró a
los artistas de circo—. Míralos —asintió con la cabeza hacia el escenario—.
Tienen algunos buenos ejemplares y muy buenos trucos.

El anciano se movió en su silla y miró hacia afuera, mientras los caballos de


circo tronaban desde los flancos, cada uno con un acróbata equilibrado
hábilmente en su lomo.

—Sí —emitió una sonrisa débil y distante—. Y tanto.

Xena apoyó los codos en los brazos de su silla, y se relajó, en su visión periférica
podía ver a Brent y Gerard relajados a cada lado de la primera fila apoyados
contra la pared.

Había un guardia persa detrás de Cambises y otro situado al otro lado de él.
Lakmas estaba situado al otro lado de Xena. Otro de sus persas estaba detrás
de ella.

Sabía de que Cambises era consciente de eso, y también era consciente de


que había dejado su espada detrás, en la sala del trono y que el riesgo aquí
parece ser el de ella. 625
Y, sin embargo, también sabía que la persona más peligrosa en el palco real
era la tía alta de púrpura y nadie la agarraría lo suficientemente rápido como
para evitar que le partiera el cuello a Cambises si intentaba algo.

Iba a ser realmente interesante ver en qué dirección iría todo.

La tropa de circo lo estaba dando todo. Xena estaba inclinada hacia


adelante con los codos en la barandilla, casi distraída de vigilar el área a su
alrededor mientras observaba a los caballos levantarse sobre sus patas
traseras y bailar entre ellos, con solo un domador en el centro del espacio
dirigiéndolos con la punta de un palo largo.

Era increíble. Eran tan gráciles y obedientes.

—¿Sabes? —reflexiono la reina—. Haré que esos muchachos entrenen a mis


caballos de guerra.
—¿Te parece una ventaja? —murmuró Cambises—. Se convertirían en un
objetivo aún mayor, creo.

—Uh, uh, mira. —Xena señaló a los dos caballos que ahora saltaban
corcoveando y se cruzaban en el aire—. Podrías saltar sobre una brigada de
lanzas así y caer sobre ellos. Justo encima de la pared de escudos.

Cambises la miró pensativo.

—Se necesitaría una excelencia en el manejo del caballo para eso.

Xena se encogió de hombros.

—Realmente no. Solo equilibrio. Yo podría hacerlo. —Las cejas del persa se
alzaron. Su silencioso escepticismo era tan fuerte que Xena podía oírlo
aleteando contra un lado de su rostro—. ¿Podría, Gabrielle?

—Claro. —Gabrielle también estaba apoyada contra la barandilla


observando ávidamente—. Creo que en realidad lo hiciste algunas veces en
esas grandes batallas la última vez. Tiger salta así. 626
—Lo hace, ese gran bastardo. —La reina estuvo de acuerdo—. Lo entrené
para tratar de mantener mi culo fuera de problemas.

Los caballos terminaron su baile y corrieron en círculo, después


desaparecieron y los acróbatas salieron y comenzaron a hacer volteretas y
saltos mortales, rebotando a lo largo de la superficie de paja hacia las barras
colgantes.

Gabrielle se recostó en su silla y cruzó las manos mirando al rey persa por el
rabillo del ojo. Parecía estar mirando bastante complacido, pero luego se dio
cuenta de que tenía las manos apoyadas en los brazos de la gran silla en la
que estaba sentado, y que las estaba flexionando y estirando lentamente
contra la superficie de la madera.

Sus guardias lo miraban atentamente.

De repente, sintió que los latidos de su corazón empezaban a acelerarse. Con


la mayor indiferencia que pudo reunir, se apoyó en el brazo de la silla entre
ella y Xena y extendió la mano, metiéndola por detrás de la parte superior del
brazo de Xena.
Lentamente, la reina giró la cabeza y la luz de las antorchas se reflejó en sus
pálidos ojos mientras miraba a Gabrielle, la más leve insinuación de un brillo
cuando un ojo se sacudió débilmente en un guiño. Después Xena volvió su
atención al circo y golpeó los lados de sus pulgares contra la madera en un
relajado patrón.

¿Qué significa eso?

Gabrielle dejó su mano donde estaba esperando que significara que Xena
sabía que todo iba a estar bien.

O que Xena sabía que todo iba a estar mal y estaba preparada para lidiar
con ello.

El persa se movió y ella sintió que el bíceps de Xena se tensaba, a pesar de


que la reina no se movió. Gabrielle vio que la mano de Brent caía casualmente
sobre su daga y él se inclinaba hacia un lado, alejando su brazo del de
Brendan mientras observaban aparentemente el circo.

»Persa —dijo Xena en un tono muy suave—. No. 627


Cambises giró su cabeza hacia ella lentamente.

—¿Perdón?

—Huelo el dardo. No lo intentes —dijo Xena con la misma voz tranquila—. Por
un lado, no funciona en mí y por otro, ¿no ha sido tu honor lo suficiente
golpeado como para que rompas las reglas de tu propia cultura sobre la
hospitalidad?

—No sabes de lo que estás hablando —respondió el persa en un tono


igualmente suave.

—¿No lo sé? —Ahora Xena volvió la cabeza y lo miró—. Inténtalo y contaré la


historia de tu deshonra propagándola por cada pedazo de tierra entre este
castillo y el tuyo. Estás bajo mi techo, gusano de arena.

Se veía muy tranquilo.

—Ya soy un hombre muerto —dijo—. Y no puedes restablecer mi honor, así que
no hay ninguna razón por la que no deba tomar mi venganza. ¿Dices que no
va a funcionar? Descubramos si toda una vida de estudio de esto lo refuta.
—¿Para qué? —respondió Xena—. ¿Qué consigues?

—Redimirme —afirmó—. ¿Soy padre de mi pueblo? Sí. Pero también, padre de


asesinos. Aquellos que fueron enviados aquí fracasaron en mis enseñanzas. Yo
no lo haré.

Todo comenzó a cambiar y luego se detuvo cuando Gabrielle se puso de pie.

—Detente —dijo en voz alta abrazando a Xena—. No la toques.

Los ojos de Xena se abrieron de par en par e inclinó la cabeza para poder
mirar a su insólita protectora.

—¡Oye!

Los soldados se congelaron en el sitio, los persas todos con sus manos en sus
armas y los guardias de Xena también.

—Puedo restablecer tu honor. —Gabrielle se oyó a sí misma diciendo las


palabras, pero no tenía ni idea de dónde venían—. Puedo contarle a la gente 628
cuán valientes y honorables son los persas o puedo contarles la verdad. Pero
si siquiera respiras sobre ella, pasaré el resto de mi vida contándole a todo el
mundo la panda de lamentables perdedores que resultasteis ser. Tú eliges.

Cambises la miró fijamente.

Xena se aclaró la garganta suavemente.

—Disculpa.

—Márchate, niña —dijo el persa—. Tu no nos has hecho ningún perjuicio.

—¿No lo he hecho? —respondió Gabrielle—. ¿De quién crees que eran las
historias que volvieron a tu ejército a favor de Xena? —Se agarró con fuerza,
poniendo la mayor parte de su cuerpo entre el rey persa y su amante como
pudo—. Sólo detenlo. Ya han sufrido suficientes personas por tu culpa.

Xena se quedó inmóvil en el agarre de su consorte, las palabras penetraron


en su mente de una manera inesperada y dolorosa.

¿Cuánto había sufrido Gabrielle por su culpa?


¿Qué agonía había sentido Lyceus, mientras yacía sangrando hasta la muerte
en el frío suelo?

¿Cuánto dolor había sufrido Stanislaus, muriendo solo en sus aposentos?

Recordó los cuerpos sobre el suelo, arriba en sus cámaras. Fantasmagóricos


entonces, pero representando cuántas de sus tropas habían muerto a su
servicio.

Un recuerdo afloró. Un cumpleaños. Algunas galletas. Su madre arrojándose


frente a esos asaltantes en un estúpido y vano intento de protegerlos...

No soy digna de esto.

Tuvo un momento de perfecto autoconocimiento y un remordimiento


igualmente perfecto.

Gabrielle podía sentir los latidos de su corazón acelerarse tan rápido que se
estaba mareando. Miró al persa.
629
»¿Qué hace la muerte por alguien?

—Chiquilla —dijo Cambises—. Morir con la venganza obtenida me hará


recuperar un lugar en el cielo. —Tomó aliento—. ¡Te deseo una larga vida sin
ESTA!

Él se movió.

Los soldados se movieron.

Gabrielle se arrojó sobre Xena y cayó sobre la silla.

Lastay gritó y saltó sobre ella.

Todos agarraron a Cambises.

Solo Xena permaneció inmóvil, con los codos apoyados en las rodillas y las
manos entrelazadas.

Y luego todo se congeló en su lugar y quedó muy tranquilo. Xena levantó la


mirada y vio a Ares sentado en el alféizar, contemplándola.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó el dios—. ¿Buscando una jubilación
anticipada?

Xena exhaló.

—Tal vez ya han sufrido suficientes personas por mi culpa —preguntó—. ¿No
crees?

—Creo que eres una idiota —comentó el dios—. ¿Por qué quieres morir?
¿Crees que todo es melocotones y nata en este lado? —Señaló al persa—. Él
es el que tiene el problema. Si no te liquida, acaba en su versión del purgatorio.
Así que, ¿por qué le dejas? ¿Te has vuelto loca?

—Tal vez. Tal vez sea mejor para todos si le dejo —dijo Xena sintiéndose
repentinamente muy cansada—. Todo lo que he traído a cualquiera que me
ha importado es dolor y muerte. ¿Qué maldito sentido tiene?

—Oh, snif snif. ¿Qué pasa con ella? —Ares señaló a Gabrielle—. ¿Qué ha
pasado con todo eso de te amo para siempre? Seguro que se lo creyó.
630
Los ojos de Xena se llenaron de lágrimas, pero simplemente negó con la
cabeza.

—Sobre todo por ella. ¿Cuántas veces tiene que enfrentarse a la muerte en
mi nombre antes de que ya tampoco le importe?

Durante un largo momento Ares guardó silencio, luego se bajó de la barandilla


y se arrodilló junto a ella.

—Está bien. —Miró a su alrededor y luego a ella—. Escucha chica. —Se aclaró
la garganta—. No estoy en el negocio de dar consejos, ¿de acuerdo? pero
solo por esta vez, solo esta vez, escúchame. No lo hagas.

Xena estudió su rostro seriamente.

—¿Por qué te importa?

El dios resopló suavemente.

—La eternidad no es lo suficientemente larga para esa historia —murmuró.

—¿Qué significa eso?


—Olvídalo. Solo haz lo que te digo que hagas, solo por una vez —dijo Ares
bruscamente—. No dejes que este asqueroso gane. ¿No quieres hacerlo por
tu rollete? Entonces hazlo por mí. —Sonrió brevemente—. Después estaremos
en paz. ¿De acuerdo?

Los ojos de Xena se alzaron de nuevo encontrándose con los de él y hubo un


momento de silenciosa verdad entre ellos.

—De acuerdo —dijo finalmente sintiendo que algo se liberaba dentro de ella—
. Sí, está bien.

—Aprovecha al máximo tu mortalidad mientras la tengas —dijo, poniéndose


de pie—. ¿Vale? Una sola oportunidad.

Después chasqueó los dedos y el tiempo se precipitó con una irrupción de


gritos y chirridos y, en medio de todo esto, Xena estalló en movimiento y
levantó a Gabrielle por encima del hombro mientras se agachaba bajo los
brazos de la guardia persa y detenía a Cambises cuando este levantaba su
mano, agarrándole por la muñeca y rompiéndola con un chasquido entre sus
dedos. 631

Él dejó caer la diminuta caña para sujetarla con la otra mano, solo para
encontrar que Gabrielle la atrapaba cuando embestía hacia adelante, y sin
pensar, la giraba mientras disparaba su pequeña carga mortal.

—¡No! —Él se agarró el pecho y se dejó caer en el palco, su cuerpo golpeando


el suelo.

El sonido de las espadas saliendo de sus vainas era casi ensordecedor, pero
en un momento, Xena se levantó extendiendo sus manos.

—¡Parad! —gritó lo suficientemente fuerte como para que la oyeran los artistas
del circo y estos se detuvieron sobresaltados y la miraran fijamente, al igual
que el resto de los nobles en el salón.

La respiración de Cambises traqueteaba en su garganta. Sus ojos encontraron


los de Gabrielle mientras ella se arrodillaba cerca de él, con la caña apretada
en sus manos

—Cuéntales —jadeó—. ¡Cuéntales a todos cómo he muerto con el arma en


mi mano! —Él la alcanzó con su mano intacta, sus dedos temblaban—.
¡Cuéntaselo!
Gabrielle inspiró rápidamente y extendió la mano para tomar la de él.

—Se lo contaré —dijo encontrándose con sus frenéticos ojos—. Les contaré la
verdad de por qué moriste.

Con un gemido de alivio se echó hacia atrás, su cabeza golpeó el suelo y su


agarre se aflojó mientras se separaba de los dedos de Gabrielle.

Con un jadeo, ella misma se echó hacia atrás, tambaleándose y chocando


con la forma inmóvil de Xena.

»¡Oh!

—Calma, rata almizclera. —Xena la sujetó—. El resto de vosotros. Bajad esas


armas o haré que os maten donde estáis. —Miró a los dos guardias persas—.
No tenéis nada en contra mía. No infringí vuestras leyes.

Lakmas salió de su estado inmóvil y les gritó en su propio idioma.

Gabrielle se estremeció. Luego se volvió y miró a Xena. 632


—Pensaba que iba a tratar de ser amigo —dijo—. ¿Por qué no puede
funcionar alguna vez, Xena?

—No lo sé. —Xena se quedó quieta, envolviendo con sus brazos a su consorte
mientras Brent y otros dos hombres agarraban a los guardias persas y se los
llevaban tirando de ellos—. Lo siento, Gabrielle. La vida sencillamente apesta
la mayor parte del tiempo, supongo. —Dejó que su barbilla descansara sobre
la cabeza de Gabrielle—. Gracias por volverte tan feroz y loca por mí.

Su consorte suspiró.

—Ni siquiera sé lo que estaba diciendo —admitió con tristeza—. Me sentía


como una marioneta, alguien más estaba haciendo todo eso.

Brendan se acercó.

—Estás bien, pequeña. —Pasó por encima del cuerpo del rey persa como si
no existiera—. Cabrones.

—¿Ella? —Xena resopló—. Ella va a ser mi campeona de ahora en adelante.


La dejaré luchar. Yo hablaré.
—Xena.

La reina se rio entre dientes, luego puso dos dedos en su boca y dejó escapar
un silbido.

—¡Seguid con eso! —le gritó al circo—. Aquí estamos todos bien —añadió a los
conmocionados y agrupados nobles que estaban de pie mirando el palco
real—. ¡Sentaos! —El silencio cayó—. ¿Por favor? —Xena soltó las palabras en
el silencio, una sonrisa débil y triste cruzó su rostro. Hizo un gesto a las tropas
para que retiraran el cuerpo del rey y volvió a su asiento con un suspiro—. Ven,
mi amor. —Palmeó su regazo y envolvió a su consorte con sus brazos cuando
aceptó la oferta—. Ya se ha acabado.

—¿Él era el tipo detrás de los malos?

—Lo era. —La reina exhaló—. Pero probablemente no a propósito.


Simplemente tomó muchas malas decisiones y luego no quiso vivir con ellas.
—Le pareció oír una vaga risa—. Pobre bastardo.

Gabrielle permaneció en silencio por un rato. Recordó haber tenido la caña 633
en sus manos, y haber girado instintivamente su extremo lejos de ella y el soplo
del dardo emergiendo.

—¿Lo he matado, Xena?

—Oh, por favor. —Xena golpeó con los nudillos la adorable cabeza rubia de
su amante—. Cuando mates deliberadamente a alguien, te lo haré saber,
¿vale? —Suspiró un poco—. Sé lo que se siente mejor que nadie aquí. Incluso
que él. —Echó un vistazo más allá de Gabrielle, a los artistas de circo
reagrupados.

Gabrielle lo consideró un momento.

—Creo que lo habría hecho —dijo finalmente—. Quería hacerlo. No quería


que él te hiciera daño. —Ladeó la cabeza para poder ver la cara de Xena—.
Me sentí como si me estuviera volviendo loca.

—Está bien. Yo también me estaba volviendo un poco loca —admitió su


amante—. Por un momento, casi... —Se quedó en silencio—. En fin. Me alegro
de que intervinieras de mi parte. Quizás ahora podamos seguir con nuestro
festival de la cosecha.
Lastay regresó sentándose al lado derecho de Xena.

—Bueno, señora —exhaló—. ¿Hemos terminado con esto entonces?

Los labios de Xena se crisparon.

—Hasta que su ejército se aburra y decida venir por esa cresta, supongo.

Brent se acercó y se arrodilló junto a ella.

—Xena. —La miró—. Acaba de llegar un mensajero de las Tierras


Occidentales.

La reina suspiró.

—Ni siquiera puedo ver el final de este maldito circo, ¿verdad? —preguntó
lastimera.

—Es una buena noticia —dijo su asesino—. No hay ejército allí. Solo una
disidencia de terratenientes de Philtop, trayéndote tributo. 634
—¿Qué?

—Le ocultaron su cosecha. —Brent casi se estaba riendo—. Querían que te


hicieras cargo de ellos.

La expresión de Xena era una mezcla de confusión e incredulidad.

—¿Qué? —repitió—. Pensaba que amaban a ese bastardo.

—Entonces, ¿no hay soldados persas esperando para atacarnos? —preguntó


Gabrielle.

—No, su gracia.

—Vino por su cuenta. —Lakmas se reunió con ellos después de haber


escuchado el intercambio—. Oh, grandiosa, vino solo para salvar su prestigio.
Ningún guerrero vino con él salvo su guardaespaldas. —El persa sonrió—. No
se atrevió a traerlos. Son la opulencia de Persia y no podía arriesgarse a
perderlos contra ti también.

—¿Entonces vino aquí solo para tratar de matarme? —Xena arqueó las
cejas—. Qué desperdicio de monedas.
—El honor no tiene precio, oh mi señora. —Lakmas la refutó amablemente—.
De lo contrario, ¿cómo hubieras ganado el nuestro?

Xena pensó en eso. Luego suspiró.

—Bueno, me alegro de que esos actos de héroe de pacotilla me hayan


conseguido algo, de todos modos. —Se relajó por fin—. Entonces hagamos
que se reanude esta fiesta. Si he ganado esto sin siquiera cortar una cabeza,
vale la pena celebrarlo.

Gabrielle la abrazó y sonrió a todos. Lakmas se acomodó en su posición de


guardia con una sonrisa igual de grande y el resto de los hombres relajaron sus
posturas y se acomodaron para mirar el espectáculo, donde el tigre acababa
de salir soltando un rugido.

Xena negó con la cabeza y sonrió, apoyando la barbilla en su puño mientras


apoyaba el codo en el brazo de su silla.

»A caballo regalado nunca le mires el culo, supongo, ¿eh rata almizclera?


635
—¿Por qué querrías mirarle a cualquier tipo de caballo en el culo, Xena?

La reina comenzó a reír.

—Te aseguro que nunca quise mirarle el culo de una oveja, eso está claro.
Incluso a las más agradables.

Era por la mañana. La luz del sol invernal entraba por las ventanas en la alcoba
de Gabrielle, dándole mucha luz para escribir. Miró hacia el vidrio
emplomado, luego sonrió y volvió a sus garabatos.

Aún era muy temprano. Xena todavía seguía dormida en la alcoba contigua,
tendida sobre la gran cama mientras el fuego recién encendido en la
chimenea, calentaba la estancia.

Pronto, lo sabía Gabrielle, se levantaría e iría a la cámara exterior donde los


sirvientes esperaban pacientemente y ordenaría el desayuno, mientras Xena
llamaba a Brendan para escuchar su informe matutino.
Sería agradable. Sería normal. Sería lo que había sido su vida antes del festival
y a lo que parecía estar volviendo ahora que la novedad y el peligro de los
persas habían desaparecido.

Gabrielle tenía muchísimas ganas de eso.

Todavía había algunas cosas raras en que pensar. Xena todavía estaba
investigando algunas de las cosas que habían sucedido. Pero su reino se había
reducido al negocio de la vida y Gabrielle estaba muy contenta. Habían
arreglado las ventanas y habían ordenado sus estancias, y ella se alegró de
haber vuelto a ellas después de todas las cosas raras que habían sucedido en
la torre.

Xena incluso había decidido mover su sala de entrenamiento, pero aún no


sabía dónde. Gabrielle no había decidido si contarle o no que las tropas
seguían suplicándole que convenciera a la reina para que cambiara sus
entrenamientos a sus cuarteles y los dejara mirar.

Sonó un ruido, Gabrielle alzó la vista hacia la puerta y vio a Xena apoyada en
el marco, con los brazos cruzados, mirándola. 636

—Oh, hola.

—Hola. —La reina entró tranquilamente a la estancia, tirando de su cálida


túnica alrededor de ella—. ¿Qué hay más interesante allí que nuestra cama?
—Se dejó caer en una silla en el lado opuesto del escritorio de su consorte y se
estiró para coger su taza de té—. ¿Hmm?

—Nada. —Gabrielle sonrió—. Solo estaba tomando algunas notas. No quería


olvidarlas. —Observó cómo la luz del sol iluminaba las facciones de Xena, un
rayo disperso atrapaba sus ojos y encendía destellos en ellos—. No quería
despertarte.

—¿Por qué no? —La ceja izquierda de Xena se levantó.

—Porque estabas durmiendo —respondió Gabrielle sin rodeos—. Y parecía


como si estuvieras soñando.

—Lo estaba. —Su amante sonrió—. De hecho, estaba soñando contigo.


Estábamos persiguiendo corderos en un campo, desnudas.

—¿Por qué estábamos persiguiendo corderos?


Los ojos de Xena se abrieron simulando asombro, mientras extendía sus manos
y luego las ponía de nuevo sobre sus muslos.

—Probablemente tenías hambre.

—Probablemente. —Gabrielle escuchó su estómago gruñir y sonrió en


reconocimiento—. ¿Debería pedirles que traigan el desayuno? —Se levantó y
dejó su pluma—. Estoy trabajando en la historia del persa. Quiero contarla en
la gran fiesta de mañana. —Salió trotando de la alcoba antes de que Xena
pudiera contestar.

Xena recogió la taza de té y tomó otro sorbo, contenta de dejar que su cuerpo
se despertara de su profundo sueño a su propio ritmo. Podía oír a Gabrielle
hablando con los sirvientes en la cámara exterior y una leve sonrisa apareció
en su rostro cuando registró el tono de confianza en la voz de su consorte.

Parecía que podría ver madurar a Gabrielle después de todo. Ahora tenía
guardias alrededor de sus aposentos y un consejo con el que se reunía y, tal
vez, todo este asunto de ser la reina realmente no era tan malo después de
todo. 637

»¿Xena? —Gabrielle asomó la cabeza—. Brent está aquí para verte.

—Ah. —La reina se levantó y dejó la taza, atando despreocupadamente el


cinturón de su túnica a su alrededor mientras caminaba por la estancia. Se
pasó los dedos por el pelo y se detuvo para ponerse un par de botas de interior
antes de atravesar la puerta y entrar en la gran cámara exterior.

Brent estaba esperando, todavía con su capa de viaje sobre de sus hombros
y la evidencia de un duro viaje en él.

—Señora. —Puso su puño sobre su pecho—. Tengo noticias.

—Mm. —Xena señaló una silla junto a la gran chimenea—. Siéntate. —Se
acomodó en el otro asiento—. ¿Qué pasa?

—Hicimos una búsqueda completa en las colinas de las Tierras Occidentales


—dijo Brent enérgicamente—. Les irá bien durante el invierno. Tienen
suficientes existencias, salvo el palacio de Philtop. Eso está arruinado. —Xena
arqueó las cejas—. Estaba manteniendo a varios muchachos allí, Majestad. —
La cara de Brent no se movió, pero parecía que quisiera hacerlo—. Tomados
de los nobles circundantes.
—¿Rehenes?

—Tal vez, originalmente —dijo su asesino—. Pero parece que encontraba


placer con ellos. —Xena arqueó la otra ceja—. Fueron usados cruelmente —
completó Brent en voz baja—. Se mantuvo muy en secreto, parece. Los nobles
no sabían que sus hijos eran tratados así.

Las fosas nasales de la reina se ensancharon.

—Un cuchillo en mi cámara fue una muerte demasiado deliciosa para él —


dijo después de una breve pausa—. ¿Lo sabían esos bastardos que estaban
con él?

Brent lo consideró.

—Señora, la verdad es que no creo que lo supieran, o... —Levantó una mano—
. Quizás conocían los gustos de su alteza, pero no se dieron cuenta de cómo
los obtenía. Ellos lo honraban. Eso no es una farsa.

Xena se quedó allí sentada reflexionando tranquilamente y Brent permaneció 638


en silencio, esperando. Finalmente levantó los ojos y se encontró con los suyos.

—Entonces necesitamos un nuevo Príncipe de las Tierras Occidentales.

Él asintió con la cabeza y miró a un lado, observando las llamas.

—Algunos de los nobles que le ocultaron el tributo, son buenos hombres —


dijo—. Raleag tiene buenos partidarios. —Hizo una pausa, y cuando ella no
contestó, la miró de nuevo y se encontró que sus brillantes ojos azules lo
observaban con lo que podría haber sido su estilo propio de travesura—.
¿Señora?

—Creo. —Xena juntó sus dedos y golpeó sus puntas contra sus labios—. Creo
que tengo una idea mejor, Brent.

Él ladeó la cabeza en actitud de escucha.

—Creo que es hora de que reclames tu apellido —dijo Xena con tono suave—
. Creo que debes ir a gobernar las Tierras Occidentales.

Brent se quedó boquiabierto.


—Señora, no puedo hacer eso —dijo—. Mi vida me ha convertido en un
soldado, no en un pri... —Se detuvo al ver la expresión divertida en el rostro de
Xena—. Xena —exhaló con un toque de exasperación.

Ahora sus ojos definitivamente estaban brillando.

—Haz de tripas corazón —le sugirió ella—. Y llévate contigo a todas las
personas de aquí que quieren volver a los viejos tiempos. Sigue adelante y
construye tu propio reino, Brent. —Su voz se tornó un poco más seria—. Con mi
bendición.

Él la miró durante un largo momento, luego parpadeó y la luz del sol captó las
lágrimas que corrían por su mejilla.

—No tendrás un brazo derecho más fuerte. Lo juro —murmuró—. Lo haré lo


mejor que pueda, por ti.

—Lo sé —dijo Xena—. Pero haz lo mejor para ti también —agregó—. Y lleva a
Gerard contigo. —Alzó de golpe la cabeza y la miró. Ella levantó una ceja con
una expresión tan sarcástica como pudo reunir tan temprano en la mañana, 639
y luego hizo un gesto hacia ella misma—. Se precisa ser uno para reconocer a
otro, amigo.

Gabrielle regresó llevando un plato que acercó a donde estaban sentados.

—Hola Brent. —Le ofreció una taza—. ¿Estás bien? —añadió viendo su cara.

Él exhaló.

—Si, estoy bien. Gracias. —Tomó la taza y bebió un sorbo.

—Acabo de hacerle príncipe —le informó Xena su consorte—. Ha


reaccionado tan bien como tú cuando te convertiste en princesa.

Gabrielle dejó la bandeja y se acercó, dándole a Brent un abrazo incómodo.

—¡Oh! ¡Felicidades! ¡Eso es genial! —dijo—. ¿Él va a ocupar el lugar de cabeza


de oveja apestosa? —Se dio la vuelta y se sentó al lado de Xena—. ¡Guau!
¡Entonces mañana será de verdad una fiesta!

Xena asintió.
—Sí. —Notó un sentimiento interno de satisfacción raro en ella—.
Definitivamente es hora de celebrar.

Fue, de hecho, una fiesta. Xena se reclinó en su asiento, casi demasiado llena
para respirar mientras veía a los malabaristas en el espacio despejado lanzarse
pelotas entre sí en intrincados patrones.

Junto a ella, Gabrielle estaba mordisqueando un pastel de fruta, apoyada en


el brazo de la silla con el hombro rozando el de la reina, una pequeña sonrisa
de felicidad en su rostro.

Xena dejó descansar su cabeza contra la de su consorte y exhaló


completamente satisfecha.

Tomó distraídamente un pedazo de carne de cordero y lo arrojó a un lado,


donde estaba tumbado el gran felino encadenado a un pilar, aunque
visiblemente encantado de ser incluido. Olfateó el cordero, lo lamió con su 640
gran lengua y giró su enorme cabeza para mirar a su benefactora con un
meneo de su gran nariz negra.

Xena le sonrió y movió los dedos.

—Le gustas —comentó Gabrielle—. ¿Vamos a quedárnoslo?

La reina la miró.

—Se comería a tu pony para almorzar.

—Entonces no nos lo quedaremos, supongo.

—Nah, eso sería un fastidio.

El enorme salón estaba lleno de sus súbditos y por fin, para variar, de buen
humor colectivo mientras compartían bandejas de comida y odres de vino. El
grupo de las Tierras Occidentales ocupaban una esquina rodeando a su
nuevo príncipe, quien había sido una elección sorprendentemente popular.

O tal vez no tan sorprendente.


Xena hizo girar el rico vino en su copa y tomó un trago. Era como si de repente
se diera cuenta de que había algo más allá de su ira y su resentimiento hacia
las personas que gobernaba, y había un rayo de luz por delante, donde podía
imaginarse haciendo aliados en lugar de enemigos, al menos una parte del
tiempo.

Nunca sería una diplomática, al igual que Gabrielle nunca sería una
cortesana. Pero si jugaba bien sus cartas, podría terminar viviendo más tiempo,
amando más tiempo, y ¿qué era lo que él había dicho? Aprovechar al
máximo su mortalidad.

Sí.

Los malabaristas terminaron y despejaron el espacio, y luego apareció Jellaus


para anunciar el próximo entretenimiento. Levantó la vista hacia Xena, ella
asintió con la cabeza y él se volvió, levantando una mano.

—Damas y caballeros, permítanme presentarles a Su Majestad y consorte de


nuestra grandiosa Reina, Gabrielle. —Se inclinó mientras Gabrielle bajaba los
escalones para reunirse con él, el tabardo de cabeza de halcón en un intenso 641
negro y amarillo, ceñido alrededor de su cuerpo—. Ella nos honrará con sus
historias.

Xena alzó su copa a su consorte, y recibió una sonrisa deslumbrante a cambio.

—¡Vamos amor, ánimo!

Vamos amor, ánimo.

Fin
Biografía de la Autora

Melissa Good es una Ingeniera de redes a tiempo completo y escritora en


ocasiones.

Vive en Pembroke Pines, Florida, con un puñado de lagartos y un perro.


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Cuando no viaja por trabajo, o participa en sus tareas habituales, se dedica a
escribir para tratar de entretener a otros con lo mejor de su capacidad.

Libros de la Serie

01 Sombras del Alma

02 Reina de Corazones

03 Una reina para todas las estaciones


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