MG - SXLD3
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Melissa Good
Créditos
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Sinopsis
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
4
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Biografía de la Autora
Sinopsis
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Parte 1
A última hora de la tarde, la luz del sol caía sobre el rastrojo dorado de los
campos recién cosechados, mientras los tallos se movían y se separaban al
paso de una gran bestia.
Bueno. No era realmente una gran bestia. Parches, el pony, trotaba por el
campo, su abrigo peludo se alborotaba al viento cuando su jinete lo instó a ir
más rápido.
Las orejas de Parches se movieron hacia atrás y luego hacia adelante cuando
se estiró y comenzó a correr, cubriendo el suelo en un tiempo
sorprendentemente corto, mientras el caballo los perseguía.
Esta era una bestia realmente grande, y sus zancadas cubrían el doble de
terreno que las del pony. En segundos, los estaba alcanzando, y su jinete soltó
otra risa malvada mientras agitaba los dedos en la mano más cercana a su
presa.
—¡Oye! —Xena soltó un grito cuando casi es derribada del caballo—. ¡Deja de
hacer eso, maldito bastardo! —Enderezó al semental y corrió tras el acelerado
pony—. ¡Regresa aquí!
—¡Nunca cuentes tu pesca antes de comértela! —gritó Gabrielle mientras
ganaban la carretera y pasaban por la puerta exterior, un bigote de pony por
delante de la nariz espumeante de Tiger—. ¡¡¡Ja!!! ¡Hemos Ganado!
—¡Pequeña mal bicho! ¡Espera a que te ponga las manos encima! —Xena se
rio—. ¡Deja de enseñarle trucos a ese maldito enano!
Con una altura distintiva, vestida con cueros bien cortados y con su pelo
oscuro recogido en una cola, Xena estaba sentada en su silla de montar con
la comodidad de un jinete de toda la vida. Detrás de su hombro derecho era
visible la empuñadura de una espada larga y, asomando por encima de 7
ambas botas de montar, había dagas cuyas empuñaduras estaban gastadas
con el uso.
Gabrielle la miró.
—Tal vez. —Sus ojos verdes brillaron.
—Por supuesto que sí —dijo—. Sé que te gustan. Es por eso que me alegré de
haber encontrado las manzanas.
—Ajá.
—Este va a ser un gran festival de la cosecha, ¿no? —Gabrielle revisó las filas
y filas de mercaderes que ahora se estacionaban a las afueras de las puertas
de la fortaleza—. Vaya... ¿Ves esas aves de madera talladas?
—Yo puedo hacerlo mejor —observó Xena—. ¿Qué tal si tallo una miniatura
tuya de cuerpo entero con las marcas de mis mordiscos en tu...?
Xena se rio entre dientes. Sin embargo, notó el gran tráfico de asistentes al
festival, con una sensación de satisfacción.
Todos se volvieron, advertidos por los hombres más cercanos al camino, para
mirarla mientras pasaba y aminoró el paso de Tiger para echarles un buen
vistazo.
Había sido un verano tranquilo. Sus nobles se habían retirado dócilmente a sus
tierras para plantar y cosechar, la paz se había establecido en su fortaleza y,
por todos los informes que había recibido, había resultado ser un año
productivo.
Allí se los alimentaba tan bien como a sus esclavos, tenían un lugar cálido
donde dormir y, a lo largo de los meses, la mayor parte de su orgullo persa se
había suavizado a medida que se adaptaban a su nueva condición. Los
hombres de Xena les mostraron el respeto debido a los enemigos honrados, y
estaban, en la medida de lo posible, satisfechos por el momento.
¿El monarca persa enviaría dinero u hombres para matarla? Xena consideró
la pregunta, no del todo segura de qué preferiría ella. El dinero estaría bien,
pero el desafío podría ser mejor, y estaba, un poco confundida por eso.
—Oí que la esposa del duque Lastay tuvo a su bebé —dijo Gabrielle—. ¿Les 9
vamos a enviar un regalo?
—Xena.
—¿Qué crees que deberíamos enviarles? —Xena le hizo una mueca mientras
se acercaban a las puertas y los enormes portales se abrieron cuando los
guardias las divisaron—. ¿Un cerdo muerto?
—Xena.
—Siempre me das muchos regalos bonitos. —Xena tomó aliento, luego lo soltó
entrecerrando los ojos—. ¿Qué tal algo así? —Gabrielle la distrajo, señalando
un puesto cercano justo dentro de las puertas. Aquí, a los comerciantes más
prósperos, les habían dado puestos, y a aquellos que habían convertido la
fortaleza en su hogar—. Esa cuna de allí.
—Buen chico, Parches. —Le dio un abrazo—. Sabía que podías vencer a Tiger
si te lo proponías. —El pony negó con la cabeza y Tiger arqueó su cuello y
mordisqueó un poco del cabello de Gabrielle mientras el mozo tomaba
posesión de sus riendas. Gabrielle miró para ver si Xena estaba mirando, y
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luego le dio un beso en la nariz al gran caballo negro—. Tú también eres un
buen chico.
—Gggaaabriellle. —La reina estaba parada cerca, con las manos en las
caderas—. Esto ha sido idea tuya, ¿recuerdas?
—El heredero real, la esposa del duque Lastay acaba de tener un bebé —
explicó—. Así que Xena y yo estábamos buscando un regalo para ella.
—Bien, mi señora —dijo—. Seguramente una cuna sería suficiente, pero como
dijo su Majestad, creo que el Duque ya se habrá hecho con una antes. ¿Qué
hay de...? —Miró hacia abajo en la fila—. Ah, tal vez una manta para el bebé.
Él se volvió.
—Brachus, estate aquí y ocúpate del puesto —le ordenó a un chico joven que
merodeaba cerca de él—. Mientras ayudo a su gracia aquí.
—¿Las ovejas tienen mucha lana este año? —Lo miró a los ojos.
—Ha sido un buen año. He estado escuchando eso mucho. —Se aclaró la
garganta—. Un montón de forasteros aparecieron por el camino.
—Sí. Toma. —Le entregó una moneda de oro—. No se lo cuentes a nadie, ¿de 13
acuerdo?
—¿Su Majestad? —Los ojos del curtidor saltaron ante la moneda que
descansaba en su mano—. Pero... esto es demasiado... —Cerró sus
mandíbulas mientras una daga le hacía cosquillas en la nariz.
—Estoy segura que saben cómo usar la que tienen, Gabrielle. ¿De dónde
crees que vino el niño?
—Bien. —Gabrielle se rascó la nariz—. No tenían por qué usar la cama —dijo—
, después de todo…
Xena se cubrió la boca con la mano libre mientras atravesaban la doble fila
de guardias hacia el palacio.
—Está bien —dijo—. Una cama. ¿Por qué Hades no? —llamó por encima del
hombro—. ¿Meridus? ¡¡Lleva al fabricante de muebles a mi sala de audiencias
antes que yo llegue allí o te vas a enterar!! 14
—¡Majestad! —Unos pasos se alejaron corriendo.
—Eres tan maravillosa —exhaló—. No puedo esperar para contar esa nueva
historia sobre ti en el banquete. —Xena gruñó como un cerdo pateado—.
Prometo que dejaré fuera la parte sobre las flores.
A pesar de la brisa fresca que entraba por las ventanas, estaba sudando
como un pollo cuando el sol se sumergió bajo el horizonte y la luz dentro de su
cámara de prácticas cambiaba de dorado a púrpura crepúsculo, mientras se
abría camino yendo y viniendo, repasando los intrincados movimientos que
afinaban sus habilidades.
La estancia estaba vacía esta vez, extrañando a su compañera de práctica
habitual. Era solo ella, y su espada, y el suelo de piedra, nada que la estorbara
de los ejercicios de precisión, y ahora hacía una pausa para extender
cuidadosamente sus brazos, con las manos unidas en su empuñadura mientras
estiraba su cuerpo.
Pero, por una vez, se lo había tomado con calma, y el resultado fue que su
columna vertebral torcida volvió a unirse y respondió bien al régimen de
cauteloso fortalecimiento que se había aplicado a sí misma.
Definitivamente un alivio. Soltó una mano y extendió sus brazos hacia afuera,
girando su espada al hacerlo, de modo que atrapó la luz de la antorcha que
se deslizó sobre la flexión de músculos en sus hombros. Podía verse en el espejo 15
contra una pared, sus ojos estudiando críticamente su forma mientras se
movía.
Hizo una pausa, inmóvil, solo sus ojos parpadeando de una esquina a la otra.
La cámara estaba vacía. Después de un momento, avanzó, buscando en las
paredes de roca, y en cada esquina, buscando lo que había hecho ese ruido
que a sus oídos parecía que fuera un cuerpo cambiante.
Una bota, contra piedra, paño contra el obturador de madera. Se hizo eco en
su mente cuando dejó que sus fosas nasales se encendieran, atrapando la
brisa y buscando un aroma que coincidiera con el sonido.
Pero el viento solo le trajo el humo de leña y el olor fresco de la piedra, sin
ningún matiz viviente.
Xena se relajó, pero caminó por el borde de la cámara, desde la única puerta
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que conducía a la escalera circular que rodeaba el lado más largo de la
estancia, pasando por las dos gruesas ventanas y más allá del corto extremo
donde estaban colocados sus diversos medios de entrenamiento, y por el
frente, con su espejo y dos ventanas más anchas.
Vacío.
Xena hizo una pausa y dejó que su espada descansara en su hombro otra vez
mientras estaba de pie en el centro de la cámara y giraba en un lento círculo.
El espejo reflejaba su espalda, una figura alta vestida con una túnica gris
oscuro sin mangas y botas hasta la rodilla, con la piel bronceada del verano y
un cuerpo ágil y sobrio. Intimidante, excepto por la expresión distinta y perpleja
en su rostro mientras hacía un circuito más por la cámara.
Un poco de polvo le hizo arrugar la nariz. Podía escuchar el leve roce de sus
propias botas contra la piedra, y un suave ruido mientras algunas piedras se
asentaban en los tejados de afuera. El aire no tenía ningún matiz a
humanidad, ningún almizcle revelador de piel o cuero, no había un regusto
metálico de armadura o incluso el aroma de las ratas que corrían por las vías
traseras o los gatos que las perseguían.
Hm.
Luego cruzó al otro conjunto de ventanas y miró allí. Como era de esperar,
dado que su cámara de práctica estaba en la parte superior de una de las
torres de guardia, con nada más que roca dura y tierra batida para caer, no
había asesinos aferrados ni nada en las paredes.
Insatisfecha, volvió a dar vueltas por la sala, esta vez llevando una antorcha y
escudriñando el suelo.
Nada.
Pero lo único que escuchó fue su propio ritmo cardíaco suave y su respiración,
y los sonidos de la fortaleza preparándose para la cena muy abajo.
Era mucho más animado estos días, notó la reina. Las oscuras y colgantes
cortinas habían desaparecido, reemplazadas por escenas brillantes y recién
tejidas que mostraban las tierras que rodeaban la fortaleza, prósperas y bien
cuidadas.
Y eso también era bastante cierto. Xena miró hacia la entrada de la gran sala
de banquetes, detrás de las puertas cerradas tras las que podía oír los golpes
y ruidos de los sirvientes al ponerse en marcha, y sus oídos también captaron
el murmullo de las voces en el vestíbulo inferior, sin duda sus bien vestidos
gorrones esperando su avituallamiento.
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—Hmph. —Xena se desvió hacia la izquierda y subió por el corto tramo de
escaleras hacia sus actuales estancias, los guardias se hicieron a un lado para
abrirle las grandes puertas cuando se acercó—. Gracias chicos.
—Haz que les dé el visto bueno, luego hablaremos —dijo—. Además, ella sabe
lo que me gusta más que yo.
—Pero…
Stanislaus suspiró.
A rabiar. Xena vio cómo se cerraba la puerta y sonrió, girándose para volver
a colocar su espada en el banco y comenzar a desabrocharse la túnica.
Stanislaus nunca había superado lo de Gabrielle y sus orígenes pobres,
esclavos y campesinos.
Por supuesto, él se negó a reconocer que los orígenes de Xena eran más o
menos los mismos. La reina se dejó la túnica medio desabrochada y agarró un
odre de vino, lo llevó a una de las cómodas sillas mecedoras que su consorte
había encontrado y se sentó para relajarse durante una media marca de vela
mientras esperaba que Gabrielle volviera de...
Espera.
La reina ladeó la cabeza hacia un lado.
—Ya sabes, si sigo practicando con esto, podría ser capaz de tocar una
canción. —Miró a Jellaus—. Para el próximo verano.
—He tenido que enseñar a peores —dijo—. Aunque piensas que solo lo digo
para halagarte. —Él le sonrió—. Y ningún otro estudiante me devuelve las
lecciones como tú.
—Escuché eso hoy de los vendedores. —Gabrielle se pasó los dedos por el
pelo y se lo quitó de la frente—. Chico, tengo que cortar esto —murmuró—.
Me alegro que hayamos tenido una buena cosecha.
—Su Majestad estaba complacida. —Jellaus asintió—. Sus nobles no
escatimaron esta vez, quizás recordaron el comienzo de la temporada cálida,
cuando tantos lo hicieron.
Eso era cierto. Gabrielle había visto las caravanas que entraban, los carros
llenos de productos y los frutos de la cosecha de la tierra enviados en tributo
a la reina.
¿O se habían dado cuenta, de una manera muy gráfica, que su reina era, de
hecho, la principal cosa que se interponía entre la tierra y sus enemigos?
Otras partes de la tierra, más allá de sus fronteras, habían enviado emisarios
durante todo el verano, pidiendo comercio, asesoramiento ... y protección. A
cambio, habían enviado tributos, estos nuevos y extraños carros que viajaban
por las tierras más cercanas a la fortaleza marchaban orgullosos, felices de ser
parte del reino de Xena.
Jellaus se rio.
—Es bueno ver a su Majestad con buen humor —dijo—. Esperaba poder
convencerla para que se uniera a mí, en una de mis pequeñas canciones en
el banquete dentro de dos días.
—Yo se lo preguntaré. —Se ofreció Gabrielle—. Creo que piensa que, si hace
cosas así, la gente pensará que es... no sé. Se avergüenza.
—Ella gobierna con un puño cerrado —dijo Jellaus con tono tranquilo—. Al
cantar muestra una mano abierta y tal vez tiene miedo que se la considere
débil por eso —suspiró de nuevo—. Y es una pena porque tiene una voz tan
hermosa.
—Pero no lo tienes.
—No ven ese lado, Gabrielle. Incluso la mayoría de los que la hemos atendido
durante tantos años no lo han hecho.
—Lo sé.
—Bueno…
—Dice que cree que tiene que estar a la altura de mis locas historias —dijo
Gabrielle—. Pero no son locas. Ella realmente hace todas esas cosas increíbles.
—Bueno, ya sabes, Gabrielle, ha pasado muchos años perfeccionando su
reputación como una persona muy dura y violenta —dijo Jellaus—. Para que
ahora tú le cuentes a la gente, que salvó a esta persona y le dio algo a esa
otra. Es difícil para ella dejarse ver de esa manera, y es difícil para aquellos que
han experimentado su puño aceptarlo. —Gabrielle suspiró—. Solo llevará algo
de tiempo. —El juglar le dio unas palmaditas en la rodilla—. Sé paciente,
pequeña. Tú has tenido una ventaja sobre ellos.
—En cualquier caso, debería ser un festival de la cosecha muy bueno. Estoy
deseando que llegue. Hay muchos juglares viniendo, ya sabes. Algunos ya han
llegado y están fuera de las puertas. Yo mismo partiré después de la cena para
reunirme con ellos y tener una buena “jam”1.
—Lo es —dijo Jellaus con una sonrisa—. Pero también es como lo llamamos
cuando nos juntamos y sencillamente tocamos música por el gusto de todos.
—Oh, guau. Eso suena divertido —dijo Gabrielle con tono melancólico—.
Espero que te lo pases muy bien.
—Lo haré. —Gabrielle se dirigió hacia la puerta—. Nos vemos luego, Jellaus...
podemos ponernos al día de nuevo en la cena. —Se escabulló por la puerta
y la dejó cerrar detrás, dejando al juglar allí, con una sonrisa todavía en su
rostro.
1
N. C. Jam.- La traducción en español sería tanto para definir una sesión improvisada de música, como para
denominar a la mermelada. Pero para que no pierdan el sentido estas frases, se ha decidido dejarlo en el idioma
original.
Xena se deslizó en el agua caliente con un suspiro, extendiendo sus largas
piernas a lo largo de la superficie de mármol y estirando sus brazos sobre los
bordes de la bañera. El calor del agua penetraba su piel y comenzó a aliviar
sus músculos cuando oyó que la puerta del pasillo exterior se abría y se cerraba
de nuevo.
—Claro que sí —dijo Xena—. ¿Crees que arrastraría tu desaliñado culo a una
tina fría?
—He pasado por la cocina. —Se sacó la túnica por la cabeza y la colocó
sobre la cercana percha de ropa.
—¿Y te has comido todo? ¿No me has traído algo, pequeña gamberra? —
Xena le lanzó un poco de agua—. Ser la reina no vale de mucho por aquí,
¿eh?
Gabrielle dejó caer sus botas y se acercó a la enorme bañera, apoyando sus
brazos desnudos en el borde.
—Tú vales por todo para mí —dijo—. ¿Quieres que vaya a buscarte algo?
—¿Así es como vas a ir? —Xena inclinó la cabeza hacia un lado para observar
el cuerpo desnudo de su compañera—. Prefiero morir de hambre.
—Quería asegurarme que tenían todas las cosas que quería para nuestra
cena esta noche —explicó.
—Veo todas las cosas que quiero para la cena aquí. —Xena puso una gota
de agua en su nariz—. Entra. —Gabrielle se dirigió a los escalones que
conducían a la bañera y los subió, se metió en el agua y dejó que el calor se
deslizara por su piel. La bañera era lo suficientemente grande para que media
docena de personas se bañaran, y estaba hecha de mármol y con una forma
que tenía diferentes secciones pequeñas para sentarse. Donde Xena estaba
sentada era lo suficientemente grande para dos personas y vadeó para tomar
su lugar al lado de la reina. Se apoyó contra la pared inclinada y exhaló,
respirando el tenue vapor con su toque de especias. Xena la estudió por el
rabillo del ojo—. Y bien. —Rastreó el perfil sutilmente alargado con
curiosidad—. ¿Cómo fueron tus clases?
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Gabrielle arrugó la cara.
—Xena, nunca seré capaz de hacer música —suspiró—. Me gusta, tal vez en
años podría ser capaz de tocar una canción que sea muy sencilla.
Simplemente no soy buena en eso.
—No, no la odias.
Gabrielle suspiró.
—¿Por qué?
—Porque quiero tocarte una bonita canción. —Gabrielle alzó la vista para
encontrar la expresión graciosa que esperaba en el rostro de su reina, una
oscura ceja alzada, una ligeramente bajada, las fosas nasales apenas un
poco acampanadas. Las velas alrededor de la bañera iluminaban su piel con
reflejos oscuros, y el más leve indicio de una sonrisa crispaba esos hermosos
labios—. Todo a tu alrededor debe ser tan bonito como tú.
Incluso a la luz de la vela, podía ver el rubor oscurecer la piel de Xena, y sentir
el calor contra las yemas de sus dedos mientras acariciaba suavemente la
mejilla de la reina.
—Sí.
Xena apoyó sus manos en las caderas de Gabrielle, sus pulgares moviéndose
ociosamente a lo largo de la piel de allí. No parecía enojada, pero había
cierta tensión alrededor de sus ojos que hizo que la garganta de Gabrielle se
secara un poco.
—Escuché de los guardias que eran realmente buenos en ciertas cosas... así
que fui allí e intercambié cosas por lecciones.
—¿Lecciones?
Ambas cejas de Xena estaban ahora en su cabello y sus ojos azules eran más
anchos y redondos que de costumbre.
Cerrando los ojos, Gabrielle podía sentir el hueso bajo sus manos, la tensión en
los músculos a su alrededor mientras los trabajaba para que se relajaran,
aflojaran y realinearan, avanzando lentamente por la columna de Xena.
Había nudos, los trabajó con cuidado, recordando el dolor que había sufrido
la reina no hacía mucho tiempo. Aunque sabía que había reanudado sus
ejercicios, también sabía que dejaban atrás sus propios dolores, y ahora,
mientras masajeaba y sondeaba, podía sentir la rigidez en el largo torso de
Xena relajándose.
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Cuando llegó a los hombros, pudo ver los ojos de la reina cerrados, una leve
sonrisa en su rostro y sonrió, contenta de haberse tomado el tiempo de
persuadir a los persas de que le enseñaran el intrincado masaje, después de
haber visto a uno de ellos haciéndoselo a otro a través de la tosca reja de las
paredes de la mazmorra.
—Pensé que te gustaría. ¿Quién te dijo que estaba allí abajo? Stanlislaus,
¿verdad? —Xena gruñó—. Él me vio subir los escalones el otro día y se volvió
loco. —Gabrielle puso los pulgares sobre las puntas de los omóplatos de Xena
y presionó suavemente. Xena gruñó de nuevo, un sonido ligeramente más
bajo con una inflexión diferente—. Quiero decir, después de todo, tenía dos
guardias conmigo. Y todos estaban detrás de esos barrotes y esas cosas, y me
llevó una eternidad hacer que me mostraran cómo lo hacían. —Levantó sus
manos y amasó el cuello de su reina—. Todos esos agarres y esas cosas.
Gabrielle asintió.
—¿Galletas?
Otro gruñido.
—Bueno sí. —Gabrielle frotó los pulgares en suaves círculos a cada lado de la
columna vertebral de la reina—. Tuve algunas buenas prácticas.
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—¿Practicaste esto en algún sudoroso rehén persa? —El ojo azul la miró
bruscamente—. Me alegro de haber afilado mi espada antes de acabar mis
ejercicios.
—Tocar el arpa no requiere tus dedos en el cuerpo de otra persona —dijo Xena
sin rodeos—. Así que escupe los detalles, rata almizclera.
—Xena.
Su compañera rubia se acercó aún más y puso los labios junto a la oreja de
Xena.
—Un cerdo.
—Oink, Oink. —Gabrielle hizo un ruido sordo—. Oink, oink, oink. —Xena
comenzó a reír, sus hombros se sacudían en silencio. Gabrielle la besó en la
mejilla—. Ninguno quería perder sus manos. —Abrazó a Xena envolviendo sus
brazos a su alrededor por detrás apretando—. En realidad, tenían un poco de
miedo hasta de hablar conmigo.
—Un cerdo. —La reina ahora se estaba riendo tan fuerte que estaba haciendo
olas en la bañera—. Jajajajajajajajajaja.
—Un gran cerdo blanco y negro —dijo Gabrielle—. Con una nariz rosa.
—¿No lo soy? —Xena se puso de pie, tirando de ella hacia arriba hasta
emerger a la fresca brisa que entraba por la ventana.
—Secarte. —Gabrielle retiró suavemente las gotas de agua, viendo una ligera
ondulación de piel de gallina en la piel de Xena.
Pero esta noche solo tenía la cama grande y suave, Las atenciones de
Gabrielle y esas manzanas asadas por delante de ella.
—¿Me has comprado regalos? —Xena desistió de las toallas y deslizó sus
manos sobre la piel de Gabrielle, sintiendo como sus entrañas se encendían.
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—Tal vez.
Xena colocó sus brazos sobre los hombros de Gabrielle e inclinó su cabeza
mientras se besaban, saboreando el contraste del aire frío del otoño y el calor
sensual cuando Gabrielle presionó contra ella. Se quitó la tela que Gabrielle
sostenía y la arrojó al borde de la bañera.
Xena lo reconoció con ironía. El espacio que una vez estuvo desnudo, casi frío,
se había convertido en un lugar agradable para pasar el tiempo, con las
alfombras de piel de oveja en el suelo y la ropa de cama colorida que
Gabrielle había encontrado, en algún lugar, mientras hurgaba por el castillo.
Las ventanas que una vez habían sido estériles y austeras, ahora estaban
cubiertas por cortinas, de modo que podían tapar el sol si querían, aunque no
es que se hubieran permitido dormir en sus aposentos.
Mucho.
Gabrielle fue hasta el borde de la pared del centinela y miró hacia el gran
patio, donde todo estaba bullicioso a pesar de la hora relativamente
temprana. Las grandes puertas de la fortaleza estaban abiertas y el espacio
dentro de las paredes ya se estaba llenando de gente.
Era un hermoso día. El sol se había levantado en un cielo azul claro y el aire
era rico con el olor de lonas, personas y animales. Podía escuchar a los músicos
tocar a lo lejos, y se preguntó si Jellaus había tenido su “jam”.
Casi podía sentir la alegría en el aire. Eso era nuevo para la fortaleza de Xena,
al menos en su corta experiencia. La gente estaba feliz. La cosecha había sido
buena, el reino estaba en paz, tenían una buena temporada de cría... tan
diferente de la primavera.
—¡¡Buena cosecha!!
—Sí, muchacha, y sin duda es un buen comienzo para la cosecha —la saludó
Brendan—. Mucho mejor para mí ya que he tenido noticias hoy, mi hija dio a
luz a su primer hijo, un pequeñuelo, y yo soy abuelo.
—Sí. —El viejo soldado parecía satisfecho—. Ella, que deseaba tener un hijo
34
desde hacía mucho tiempo, ahora lo tiene. Feller, con quien se ha unido,
parece ser el padre.
—No se sabe aún. No darán un nombre al muchacho hasta que haya visto
una luna más o menos. Creen que da mala suerte —dijo—. Me sorprendió que
hayan enviado a alguien para avisarme. —Se giró para mirar a Xena—. Los
hombres querían saber si estaría bien organizar un combate, dar un poco de
espectáculo.
Xena se apoyó contra el muro, extendiendo sus brazos a lo largo de él.
—El que yo eliminara a los últimos partidarios de Bregos y los hiciera arrastrar y
descuartizar, tampoco hizo daño a nadie —comentó Xena secamente—.
Creo que, por fin, nos hemos librado del tufo de ese bastardo.
—Su reputación murió por aquí su Gracia. —El comandante de guardia inclinó
la cabeza en dirección a Gabrielle—. Una vez que todos oyeron hablar sobre
la gente en la olla.
—Xena.
—¿Por tí?
—Así que los hijos tienen motivos para estar enojados —admitió la reina—. Un
par de años más tarde, me di cuenta que era más fácil mantener a los
hombres cuando recibían el servicio regularmente y, de todos modos.... —Hizo
una pausa y se encogió de hombros—. Supongo que ya era demasiado tarde
para ellos. Brendan tuvo otros.
—Vaya.
—Te dije que era todo sobre mí, ¿recuerdas? No tenía tiempo para mujeres
quejumbrosas y mocosos colgando alrededor. —Gabrielle la miró en silencio—
. Todavía no lo tengo —dijo la reina.
—¿Pero?
Xena se volvió.
—¿Pero qué?
Gabrielle parpadeó.
—Deja que yo juzgue eso. —Abrió las puertas y dio un paso atrás, estudiando
los contenidos con ojo crítico. 37
Gabrielle estaba sentada en un banco cercano, esperando. A diferencia de
su reina, no tenía ningún interés en las telas bonitas, pero se había resignado a
ponerse todo lo que Xena había elegido, ya que, confiaba mucho más en el
gusto de la reina que en el suyo propio.
Sabía que se vería bien. Xena tenía buen ojo para ese tipo de cosas, a pesar
de su actitud alborotadora y de que ella misma amaba vestirse elegante,
aunque nunca lo admitiría.
—Eso es bonito.
El almuerzo del que habló Xena, era la inauguración del festival de la cosecha.
Todos los nobles se reunirían en el gran salón de baile, y Xena se pronunciaría
sobre varios asuntos, además de aceptar las muestras de la temporada de los
súbditos, que representaban el volumen de materiales que le ofrecían y le
adeudaban.
—Ven aquí. —Xena le hizo un gesto para que se acercara. Esperó a que
Gabrielle lo hiciera y sostuvo un trozo de tela deslumbrante contra su cuerpo—
. Mira, me gusta este color.
Gabrielle se miró a sí misma y al vestido suave y aferrado. Era rojo intenso, casi
morado, y estaba cortado para dejar al descubierto la mayor parte de sus
hombros.
Era el solarium del gobernante anterior y, por lo tanto, estaba lleno de luz del
sol y vidrio emplomado, que se arqueaba por encima de su cabeza. Gabrielle
se quitó la pila de ropa de la cabeza y la puso sobre el baúl de ropa para
revisarla. A la mitad, un ruido la interrumpió y se volvió para ver una figura
delgada y desaliñada que se deslizaba por la parte trasera, la puerta de los
sirvientes.
—Hola Mali.
—Oh, su gracia. —La joven sirviente se acercó—. Déjame hacer eso por ti.
Con una sonrisa, Gabrielle lo hizo, retirándose al gran escritorio en una esquina.
Tener una sirvienta era raro y un poco desconcertante, pero como Xena, no
demasiado pacientemente le había explicado que, al ser la consorte real, los
sirvientes formaban parte del trato, así que, era mejor que aprendiera a lidiar
con eso al igual que hizo Xena.
Después de todo, había sido la sirvienta personal de Xena, ¿no? Aunque eso
no había durado mucho. Gabrielle sacó la pequeña caja en que guardaba
sus pocas piezas de joyería y la abrió. Brillaron en el interior, descansando sobre
su terciopelo doblado.
Todas eran regalos de Xena. Gabrielle las estudió, seleccionó los pendientes
de perlas cuidadosamente hechos y los dejó a un lado. Ese era el último, el de
perlas, que Xena le había dado en ajustes de plata, sutilmente labrados, que 39
sostenían las gemas en su sitio sin cubrirlas.
—Ese es para esta noche —dijo—. Para el gran banquete. Y creo que usaré el
verde para el almuerzo. —Observó a Mali colgar cuidadosamente las prendas
en la percha alta, en medio de una colección de ropa, que abarcaba desde
unos cuantos vestidos hasta las más numerosas túnicas y calcetas que solía
llevar.
Gabrielle se sentó en la mesa de trabajo, recogió una pluma y la giró con los
dedos mientras miraba a su alrededor, considerando qué historia contaría en
el banquete.
A Xena le gustaba esa. Tal vez porque tenía un caballo haciendo caca por
todos lados. Gabrielle se rio suavemente para sí misma. Se alejaría de las
historias sobre la reina durante el almuerzo y guardaría la única historia que
sabía que Xena le permitiría contar para la cena.
—Es verdad. Vi algunos carros enormes entrar justo ahora —dijo Gabrielle—.
¿Por qué no vas con tu hermano al mercado? Consigue las primeras gangas.
—Lo sé. —Mali pareció avergonzada—. Solo quiero hacer un buen trabajo. Es
un verdadero honor para mí hacer esto.
Mali miró nerviosa la puerta que conducía a los aposentos de la reina, luego
bajó la cabeza y fue hacia la puerta, desapareciendo y bajando las escaleras
hacia las cocinas.
Estaba creciendo un poco, pensó. Se sentía como si fuera un poco más alta, 41
y el cabello, cuidadosamente recortado ahora, delineaba un rostro que
parecía un poco más maduro. Le dio a su reflejo una sonrisa tentativa, Apretó
sus manos en puños mientras observaba los músculos moverse bajo su piel.
Xena le había dicho el otro día, que creía que Gabrielle se veía sexy. Sus cejas
se contrajeron mientras se revisaba a sí misma.
»No estoy segura de creer eso —suspiró. Luego se volvió y tomó el primero de
sus dos nuevos vestidos y se deslizó en él.
La tela estaba fría, pero se calentó rápidamente sobre su piel y se abrochó los
lazos que la apretaban contra su cuerpo en el hombro y la cadera.
—¡¡¡Rata almizclera!!!
—¿Tú crees?
—Oh, sí.
Xena cogió los adornos y volvió a Gabrielle hacia la luz antes de inclinar un
poco la cabeza y sujetar el primer adorno en el lóbulo de su oreja derecha. 42
—¿Dónde está tu pequeño ratón?
—Le dije que podía bajar y disfrutar del festival —admitió—. Todavía me siento
un poco rara por tenerla cerca.
—Me sentí rara por tenerte cerca. —Xena le abrochó el otro pendiente, luego
dio un paso atrás para contemplar su trabajo—. Pero lo superé. Ahí. Se ven
bien.
Gabrielle la miró y sonrió feliz. Xena sintió que su propia cara se relajaba y
levantó su mano para ahuecar la mejilla de su consorte, saboreando la calidez
de la piel bajo su toque.
Gabrielle sonrió.
»Muy bien. —La reina levantó la voz—. ¡Llevad vuestros culos al maldito salón
y empecemos esta fiesta!
43
»Eso fue regio, ¿eh? —Xena se rio entre dientes y persiguió a todos los que
estaban delante de ella en la sala—. Vamos a pasar un buen rato.
Parte 2
Gabrielle ahogó el impulso, por enésima vez, de levantar las piernas y cruzarlas
sobre la gran silla en que estaba sentada junto al trono de Xena. El asiento era
lo suficientemente grande como para que lo hiciera, pero el vestido que
llevaba puesto era demasiado ceñido como para levantarlo y permitirle el
movimiento, eso sin duda llamaría la atención sobre ella.
—¿Mi lady?
Gabrielle volvió la cabeza para encontrar a uno de los sirvientes allí, con una
bandeja que contenía tartas de frutas de la última cosecha. Los escaneó y
luego seleccionó dos de manzana y dos de melocotón.
—Dos son tuyos. —Gabrielle le sonrió al criado y luego se volvió para entregarle
el botín a su ahora alerta compañera de asiento.
—Su Majestad. —Se inclinó con gracia—. Hemos tenido una buena cosecha
este año, enviamos muchas pieles finas y madera dura para tus artesanos. —
Llevaba un pequeño cofre en sus manos, y ahora avanzó, cayendo de rodillas
ante el trono de Xena y ofreciéndolo—. Y esto, un regalo personal de mi casa.
—Oh. —Gabrielle sintió que sus ojos se abrieron un poco—. ¡Xena es tan bonita!
45
Dentro del cofre había un juego de dagas emparejadas, las empuñaduras
talladas en cuerno de venado y las hojas modeladas con una escena de
batalla delicadamente grabada.
—Como éramos los más cercanos a la lucha, mandé que mis artesanos del
metal la hicieran un recuerdo de ella, su Majestad. Nunca lo olvidaremos.
Xena sacó una de las hojas y la sostuvo, asintiendo un poco por el fino
equilibrio mientras miraba el grabado. Una débil sonrisa apareció cuando
reconoció un facsímil razonable de sí misma montada en un caballo, con la
espada levantada, con Gabrielle encima de Parches justo detrás.
—Mira, rata almizclera. —Señaló las figuras. Los ojos de Gabrielle se iluminaron
de sorpresa y deleite—. Tus artesanos tienen buena mano. —Xena se dirigió al
noble—. Hicieron un buen trabajo.
—Mis tierras son duras y escasas, pero sus bondades son suyas, mi señora —
dijo—. Bregos me consideró tan pobre que ni siquiera se molestó en ofrecerme
protección. —Indicó la caja—. Pero tenemos más cosas de valor que los
campos de trigo.
Xena lo estudió en silencio.
Xena sabía dónde estaba su castillo, y dado el clima, era posible que fuera
cierto.
Podía oír los jadeos sofocados detrás de él y levantó la vista rápidamente para
ver los ojos de su comitiva ensanchándose.
—Sí, lo sé. —La reina estuvo de acuerdo con él—. Encárgate de eso. Hay un
montón de tierra para sembrar allí y el hedor de todos esos cadáveres
probablemente ya se haya ido.
—Estacaré y marcaré la tierra antes que el frío se asiente. —El noble levantó su
cabeza un poco más alto—. Haremos que sea rentable para usted, mi señora, 47
lo juro.
Tal vez era bueno, o tal vez malo. Xena lo observó inclinarse y luego retirarse
junto a su séquito, que se arracimó alrededor, lanzándole miradas de
excitación y placer. Volvió a poner el cuchillo tallado en la caja y se lo devolvió
a Brendan.
—Mm. —Xena gruñó—. Es por eso que le di las tierras. —Mantuvo su voz muy
baja—. No me hizo parecer una gorgona como esos últimos idiotas.
—¿Y ahora qué? —Fue hasta el espejo y se pasó un peine por el pelo, se lo
colocó detrás de las orejas y lo enrolló en una cola que ató con un poco de
cinta, ya que hacía viento fuera, y no quería luchar con eso.
Más allá había un par de puertas dobles, abrió la izquierda y se agachó al oír
que la mano de Xena golpeaba con fuerza.
La reina estaba parada en la cámara, con media docena de los nobles más
mayores frente a ella. El objeto que acababa de golpear era la mesita que
solía contener una jarra y vasos, y Gabrielle se alegró de que la hubieran
limpiado mientras estaban en el almuerzo.
—Malditos sean los dioses —dijo Xena—. Pequeños imbéciles, tenéis
muchísimas agallas para estar aquí de pie quejándoos de a quién escojo para
darle tierras.
—Pero su Majestad... —El hombre más cercano extendió sus manos—. ¡Somos
súbditos leales! ¡Lo hemos demostrado!
—¿Y? —Xena tenía sus manos en sus caderas ahora—. ¿Estás diciendo que
Bresius no lo es?
—Su Majestad —dijo—. ¿Eso es justo? Siempre he sido leal a ti. Desafío a
cualquiera a decir lo contrario.
—Hm —gruñó Xena. Gabrielle arrastró una gran silla, la colocó detrás de la
reina y tiró de la manga de Xena—. ¿Qué? —Xena se volvió a medias y vio la
silla—. ¿Tan decrépita me veo hoy? —exigió.
—Para nada. —Gabrielle levantó las cintas—. Puedo escuchar a los soldados
preparándose fuera.
La reina la miró con indulgencia y se sentó para que Gabrielle pudiera
recogerle el pelo y trenzarlo.
—No, es cierto, Majestad —dijo Alestrio—. Y rezo para que no pienses que es
solo la envidia lo que nos ha traído aquí a hablar contigo. —Xena lo miró con
escepticismo—. Su Majestad, estas últimas lunas, hemos tenido buenas
cosechas y las cosas han ido bien —dijo Alestrio—. Solo deseamos que se
mantenga así. Nosotros... —Miró a sus compañeros y luego a ella—. No
queremos que las cosas sean como solían ser.
Xena los estudió. Era cierto que ninguno se había movido activamente en
contra. También era cierto que no sabía mucho sobre Bresius. Sin embargo,
tampoco sabía mucho sobre Gabrielle cuando decidió confiar en ella.
—Lo tendré en cuenta. —Un suave golpe en la puerta hizo que todos los nobles
se volvieran. Xena suspiró—. ¿Sí? —gritó.
—Pero su Majestad...
Bresius se detuvo a unos dos cuerpos de la alta figura tirada en su silla y cruzó
sus manos frente a él.
—Su Majestad, gracias por concederme audiencia —dijo en tono bajo—. Seré
breve, ya que sé que tienes planes para hoy. —Se retorció las manos con un
toque de nerviosismo—. En el corto tiempo transcurrido desde los eventos de
esta mañana he encontrado algunos desafíos inesperados.
—Todos están celosos de ti. —Gabrielle habló por primera vez—. Querían esas
tierras cerca de la ciudad. —Continuó trenzando el cabello de Xena,
disfrutando del tacto sedoso pero fuerte.
Sin decir una palabra, Gabrielle rodeó la silla y se dirigió hacia la puerta al
trote. La atravesó y pasó ante la multitud de personas que estaban afuera,
evadiendo el intento de Stanislaus de interceptarla.
Delante de ella, podía ver a las tropas de Xena dando vueltas obviamente
animados. Dos de los capitanes de caballería la vieron venir y, en un
momento, todos los hombres se volvieron, concentrándose en ella cuando
estuvo a su alcance y los cuerpos se pusieron rígidos mientras las manos
buscaban armas.
—¿Está Brendan aquí? —preguntó Gabrielle cuando llegó al límite del campo.
—En este momento, Xena solo necesita hablar con Brendan —dijo Gabrielle—
. Después de eso, ella vendrá a ver lo que está pasando.
—Ah, chiquilla.
Brendan se protegió los ojos del sol, manteniendo un rápido paso hacia las
escaleras. Luego se detuvo abruptamente.
—Huevos de vaca.
Gabrielle casi se estrelló contra él. Se detuvo en seco y le puso una mano en
la espalda.
—¿Qué pasa?
—Sus tierras están al otro lado de las montañas. —Brendan echó un último
vistazo y luego comenzó a caminar hacia el castillo—. Será mejor que la
avisemos. Él trajo a su ejército a cruzar las colinas y se nos echó encima
después de que tomamos este lugar.
—Por supuesto, sí. Luego intentó sus artimañas con su Maj y nos dio un susto,
ya te digo.
—Creíamos que sí. —Brendan cruzó el patio exterior y se dirigió hacia los
escalones—. Resulta que no la conocíamos tan bien como pensábamos... ella
lo puso del revés y lo envió de regreso a las Tierras Occidentales en pocas
palabras.
—¿Por qué está aquí? —preguntó finalmente, justo cuando estaban a punto
de llegar a las puertas.
—Buena pregunta, pequeña. —Brendan hizo un gesto para que les abrieran
las puertas a medida que se acercaban—. Tal vez esté buscando
parlamentar. Oí que no les ha ido muy bien esta temporada.
Hm.
—Y hoy estaba empezando a ser tan bueno —suspiró—. Rata almizclera haz
rodar el sol hacia atrás. Volvamos a la cama. —Se cubrió los ojos con los dedos
de una mano—. ¿Qué hice para merecer eso, me pregunto?
—Muchos lo han oído —dijo él—. Todas las caravanas de mercaderes que
venían del puerto hablaban de eso.
Xena suspiró.
—Brendan, ve con él. Ha encontrado a dos de sus hombres muertos. Mira a
ver de qué se trata —dijo—. Y dile a Stanislaus que busque un lugar para poner
a los tontos del culo de las Tierras Occidentales tan lejos de mí como sea
posible.
—Ajá.
—¿Por qué?
Gabrielle asintió.
La reina asintió.
—Muy bien —dijo—. ¿Por qué? —se giró y miró a Gabrielle, enganchando un
dedo en su cinturón por lo que se vio obligada a permanecer cerca—.
Escúpelo, rata almizclera.
Gabrielle tomó aliento.
—Solo pensaba que no estabas de acuerdo con eso últimamente —dijo con
voz suave—. Me gritaste cuando conté eso sobre la esposa del duque Lastay
la última Luna.
Xena guardó silencio por un momento, arrugó las cejas y apareció un surco
sobre sus ojos.
—Está bien —dijo—. Estaba enojada conmigo misma ese día. No quería oír
hablar sobre algo arrogante que hice y no estaba segura de... —Dejó de
hablar—. De todos modos, todo está bien ahora —dijo—. Así que asegúrate 56
de contar todas las partes sangrientas correctamente.
Había alrededor de dos docenas de ellos, en bellos caballos, vestidos con ricos
tejidos y metal, acompañados por otra docena de sirvientes que llevaban
animales de carga.
La mitad eran soldados. Llevaban una armadura útil debajo de sus tabardos
plateados y azules, bien mantenida, a medida, y portaban armas apropiadas
para una guardia de honor.
El resto de la partida eran nobles, dos mujeres en togas de viaje con trajes de
montar a caballo acompañados por nueve hombres, una mezcla de jóvenes
y mayores, y a la cabeza, el príncipe.
Iba vestido con un par de pesadas polainas de montar, y una forma azul
ceñida sobre la túnica que mostraba su afilado cuerpo con una buena
imagen y, mientras se bajaba de su caballo, ya estaba atrayendo las miradas
de interés de las nobles damas que se dirigían hacia las carpas de los puestos
para ver los eventos.
Incluso para ella. Gabrielle no era tan ingenua como para pensar que la reina
no había tenido un montón de experiencias antes de conocerse, y le pareció
que el príncipe probablemente era alguien que a Xena le hubiera gustado y
por quien probablemente se hubiera sentido atraída.
En fin.
—Ah, su gracia.
—Oh, hola.
—Oh, no su gracia. Nunca usaría verduras. Poca azúcar para que los vinos
sean agradables a su Majestad. —El viticultor parecía escandalizado—. Ella
tiene gustos particulares, como su gracia seguramente sabe.
Gabrielle se paseó, sus ojos recorrieron los diferentes puestos. Se detuvo para
recoger una red llena de frutas de la cosecha tardía, y agregó una pequeña
rueda de queso, junto con un saco de nueces, antes de darse cuenta que
había recogido una escolta.
Los dos soldados, vestidos con los colores de Xena y con su cabeza de halcón
en sus túnicas no la molestaron ni la obstruyeron, simplemente la siguieron, uno
se acercó un poco y le preguntó si podía llevar sus paquetes.
Los soldados con los que había pasado dos campañas, ahora podrían hacer
eso por su propia voluntad.
—Nosotros no, su gracia. —Gerard le sonrió y puso una mano sobre su pecho—
. Nos han asignado el gran honor de escoltarla.
Ah.
—Gracias.
Gabrielle asintió con la cabeza. Estaba contenta que llegaran los meses de
invierno. Tenía que escribir mucho para ponerse al día y esperaba que Xena
se tomara tiempo para comenzar a enseñarle cómo usar una espada.
O, al menos, algo que no fuera la mitad de una lanza o una gran vara.
61
El sol bañaba los grandes espacios abiertos dentro de las murallas mientras
Xena se acomodaba en su trono de robusta construcción, bajo un dosel de
seda verde, en una plataforma construida contra la pared interior.
Llevaba un vestido dorado, pero cualquier persona con ojo agudo, podía ver
las fuertes botas de cuero y las armaduras en sus largas piernas que sobresalían
por la parte inferior, y había colgado su espada en la funda, en uno de los
altos y ondulados remates de la silla.
Acróbatas a caballo.
Xena los adoraba. Este grupo provenía de las tierras orientales, más allá de sus
fronteras, y la hizo feliz verlos, después de una ausencia de varios años. Estudió
la docena de animales, robustos y bien cuidados, que estaban trotando en
círculos mientras sus jinetes se balanceaban y saltaban sobre ellos, sin temor a
los grandes cascos.
Por un momento, imaginó cómo sería ser uno de ellos, viajando de ciudad en
ciudad, en una existencia nómada y dispersa.
62
¿Le gustaría eso?
¿Y después qué?
Lyceus tocando su sitar cerca del fuego. Todos de buen humor, incluso los
heridos en la enfermería de los combates del día.
—¿Xena?
—Lo siento, señora. —Jellaus se inclinó y sofocó una sonrisa—. Parecías a mil
leguas de distancia. 63
Xena se movió y puso un codo en el brazo de su silla, apoyando la barbilla en
su puño.
—Solo recordando los viejos tiempos —admitió—. ¿Has oído algo interesante?
—De mala gana o no, todos coinciden en que su Majestad está en buena
forma. —Él se inclinó de nuevo—. Incluso nuestros viejos amigos de las Tierras
Occidentales. Los he visto llegar.
—Ah, señora. —Jellaus rasgueó una melodía baja, sin palabras—. Un príncipe
de tanta belleza, seguramente sintió que no podías resistirte a él —dijo—. Y él
era, de hecho, hermoso.
Philtop.
—Debería haber hecho que la maldita fiesta fuese solo con invitación.
Sabía que estaba siendo observada. Podía ver a Philtop parado allí, y sabía
que estaba esperando que lo mirara.
Xena cruzó los tobillos y mantuvo la mirada en los caballos, solo se movió
cuando vio a Gabrielle acercándose entre la multitud y dirigiéndose hacia
ella. Se recostó, viendo los caballos ponerse en movimiento, pero también 64
mirando a su consorte.
»¿Qué tienes?
Gabrielle sonrió.
—Ah.
El viento fresco, rico en tierra batida y hierba de las áreas de los artistas, rozó a
Gabrielle y respiró hondo, disfrutando un momento de satisfacción ante la
expresión aun ligeramente aturdida en el rostro de la reina.
Te pillé.
—Oh, guau. —Gabrielle estaba cautivada por los números de los caballos. Vio
a un grupo corriendo uno hacia el otro, con sus jinetes de pie, alertas pero
relajados y, luego, cuando llegaron a la misma altura, cambiaron de lugar;
saltaron por el aire y aterrizaron sobre estos en sincronía perfecta—. ¡Eso ha
sido increíble!
—¿Puedes hacer eso? —preguntó Gabrielle cuando uno de los hombres dio
un salto mortal en su sitio, el caballo seguía al galope delante de ellos—.
Apuesto a que puedes.
—Uh, claro.
Tal vez. 66
El jinete se puso haciendo el pino sobre el lomo del caballo y su cuerpo se
flexionó fácilmente mientras el animal corría. Luego empujó y aterrizó de pie,
extendiendo los brazos con un gesto de felicidad. La multitud gritó en
reconocimiento.
—Mejor de noche —reflexionó Xena—. Tal vez podamos hacer que hagan
esto de nuevo en el patio después de la cena.
Los jinetes terminaron su pase, lanzando los tizones en el aire y luego
atrapándolos. Se marcharon, para ser reemplazados por cuatro caballos más,
yendo hacia atrás y adelante entre sí en un patrón complicado.
Era como un baile. Gabrielle observó cautivada, cómo los graciosos animales
y los jinetes engalanados aumentaban el ritmo. Se sentó en su silla, casi
conteniendo la respiración mientras los caballos pasaban rozándose los
bigotes, tan cerca de chocar que se estremeció un poco.
—Sí. —Xena aceptó de buen grado, antes de mirar a los artistas, girando la
pera con los dedos antes de darle un mordisco—. Desde luego supera a esos 67
malditos títeres. —Gabrielle hizo una mueca—. La cosa más estúpida que he
visto nunca.
El espectáculo de marionetas había sido una sorpresa para las dos, ya que los
titiriteros habían decidido crear figuras que, por lo visto, se suponía que eran
Xena y ella, y el espectáculo era una recreación completa de la defensa del
paso de Xena, con su propio títere arrojando rocas talladas de madera.
Xena puso los ojos en blanco y luego los cubrió con una mano, sacudiendo la
cabeza.
Esperó hasta que el pequeño grupo de Philtop estaba cerca de los escalones
que conducían a su plataforma. Allí, sabía, los soldados lo detendrían a menos
que les indicara que los dejaran pasar, y todavía no estaba de humor para
dejarlos pasar.
Era consciente de que Gabrielle estaba detrás, sabía que su consorte estaba
mirando a los hombres abiertamente, mientras les daba la espalda,
aparentemente observando el entretenimiento e ignorando el acercamiento.
No había peligro en eso. En primer lugar, Philtop no era estúpido, y en segundo,
había soldados por todos lados, y Gabrielle rápidamente gritaría su nombre,
de esa manera excesivamente linda que tenía, si cualquiera de los habitantes
de las Tierras Occidentales daba un paso de una ardilla hacia ella.
Además, su propia visión periférica era más que suficiente para mantener al
grupo a la vista sin mirarlo directamente, y los mantuvo esperando allí, al pie
de la pendiente, hasta que pudo verlos comenzar a moverse inquietos.
O por él.
Así que lentamente giró su cabeza y los estudió por un largo momento antes
de soltar un silbido perezoso, girándola de nuevo para ver a un malabarista
mientras trabajaba con un puñado de palos.
69
Ella tenía los pulgares enganchados en el cinturón de su túnica, el cuerpo tan
relajado como podía mientras sus oídos se agudizaban, escuchándolos
acercarse. Oyó el leve sonido cuando Gabrielle se movió en la silla, y luego el
roce de cuero y tela cuando su consorte se levantó y se movió.
—Hola. —La voz de Gabrielle deleitó sus oídos—. Por favor, espere allí hasta
que su Majestad esté lista para hablar con usted.
Xena sonrió sin poder ser vista por ellos. Sabía por el sonido, que ahora
Gabrielle se había interpuesto entre ella y los visitantes, y la idea de su
adorable compañera de cama deteniendo a los intrusos, le encantó.
Gabrielle podría ser realmente feroz. Había demostrado sus agallas más de
una vez en las últimas lunas y le había dado una gran vara y una motivación
suficiente para que pudiera probablemente hacer daño a alguien, al menos
hasta que la cogieran y la azotaran.
Lo que, por supuesto, Xena no permitiría a menos que fuera ella quien diera
los azotes. Así que se volvió y miró a los intrusos finalmente, no queriendo que
ninguno tuviera ideas tontas.
Él se veía más o menos igual. Su cabello se había vuelto un poco canoso, pero
todavía tenía esa cara de dios olímpico y un cuerpo bien cuidado a juego.
También tenía esa postura arrogante, aunque no había sido tan estúpido
como para llevar una espada en su cinturón, donde habitualmente mantenía 70
su mano, amartillada como un espadachín nato.
Un discurso cortés.
Xena no se lo tragó, pero apreció el baile. Estudió su rostro, con el cual estaba
tratando de mantener una expresión humilde.
—Algunas veces las Parcas son más caprichosas que otras —admitió—. Sentí
que podría ser el momento de que nuestras tierras tengan relaciones más
amistosas.
Xena lo miró desconcertada.
Él sonrió levemente.
—Tal vez su Majestad me haga el gran honor y el favor de discutirlo más tarde,
después de las festividades. —Hizo una reverencia.
—Tal vez —cedió—. Busca a mi senescal dentro. Puede que tenga unos
minutos antes del banquete.
Xena sonrió.
—Así que finalmente elegiste a alguien —dijo Philtop después de una pausa.
La cabeza de Gabrielle se levantó un poco y enderezó la espalda mientras
miraba a Xena.
—Tonto del culo. —Colocó su brazo sobre los hombros de Gabrielle, contenta
cuando sintió que su consorte se acurrucaba y ponía su propio brazo
alrededor de la cintura de Xena—. No ha cambiado.
Señaló al malabarista.
72
»Eso sí que lo sé hacer. ¿Quieres verlo?
Gabrielle bien podría imaginar a Xena pateando a alguien allí. La había visto
hacerlo en más de una ocasión, pero generalmente la reina escogía ese
punto porque era débil, no por razones más personales.
Philtop había sido personal. La idea de suponer que Xena iría mansamente a
su cama era algo que le pareció gracioso, pero de una manera incómoda.
»Ya sabes. —Xena comenzó a hablar—. Todos esos bastardos, los de por aquí,
estaban seguros que la cagaría. Que un señor de la guerra ignorante nunca
sabría cómo estar al mando de un lugar como este.
Gabrielle la miró.
—Oh... eres lista, pequeña rata almizclera —dijo—. Sí. Es fácil destrozarlo todo.
No es tan fácil mantenerlo funcionando. —Volvió la cabeza y lentamente
inspeccionó el festival—. Es mucho más divertido matar y seguir adelante.
—Tal vez —dijo finalmente—. Podrían haber estado dispuestos a tirar dinares al
bote si no tenían que arriesgar nada personalmente. Ninguno tenía las agallas
de venir directamente a por mí.
—Oh.
—¿Has probado?
—No.
El sol se inclinaba hacia el occidente, y ya dentro, podía oír los sonidos suaves
mientras se encendían velas y chascaba suavemente el fuego recién
encendido.
Por lo general, tenía algún papel que desempeñar en todas sus comidas
conjuntas. Ya sea seleccionando cosas y trayéndolas, o cocinando, u
organizando, sentía que esto era parte de su papel como consorte de Xena. 75
Además, era una de sus pocas habilidades, y ciertamente una que Xena
disfrutaba, se había dado cuenta de que la reina apreciaba sus comidas y
siempre estaba buscando algo para mordisquear, incluso entre ellas.
Así que también tenían eso en común. Xena había admitido una vez que
había pasado tanto tiempo en la guerra con el ejército, que nunca había
superado el suministro irregular de comida, bebida o descanso, y tendía a
complacerlos a todos en cada oportunidad que tenía; por lo visto los viejos
hábitos eran difíciles de erradicar.
A menudo, casi todos los días, ponía algo de esto y aquello en una olla para
preparar una sopa o un estofado, y lo dejaba borbotear desde la mañana.
Por lo general regresaba a sus aposentos por la noche para encontrar que la
mayor parte había desaparecido, aunque siempre quedaba lo suficiente
para que tomara un tazón antes que cayera la noche.
Por supuesto, ahora deseaba haber hecho eso mismo esta mañana. Oh bien.
Gabrielle exhaló. Tal vez quedaba algo de fruta en su bolso.
—Maldita sea.
—Esos dos bastardos tiesos, no tienen ni una marca sobre ellos, como él dijo.
—Arqueó su cuello mientras Gabrielle lo frotaba—. Ni un rasguño. Nada. Como
si se hubieran sentado y estirado la pata.
—Eso es raro, ¿eh? —Gabrielle pasó la esponja por el cuello de Xena hasta los
hombros, frotando con fuerza para quitar la suciedad de las áreas que su
armadura no cubría—. Recuerdo que a veces pasaba eso. Durante el invierno.
—Bueno, no. —Limpió la clavícula de Xena, las yemas de los dedos sintieron la
leve marca justo encima de su pecho izquierdo—. Principalmente los mayores.
—Yo también. —Xena la estudió pensativa—. Es una buena idea. Haré que
revisen el pajar. Quién en el Hades sabe qué entró con la última carreta.
—Fue increíble lo que hiciste con esos barriles hoy —comentó—. Hacer 77
malabares con tus pies así. Todos los malabaristas estaban realmente
impresionados.
—Sí, pero lo voy a sentir mañana. —Flexionó una pierna—. Tal vez puedas
practicar un poco más de ese masaje conmigo. —Movió una ceja hacia su
consorte.
—Por supuesto.
¿Y ahora?
Ahora estaba completamente feliz de despatarrarse a gusto en esta agua,
decadentemente cálida, mientras una esponja eliminaba todas las manchas
en su piel de un buen día de lucha. Era casi como ser una auténtica reina a
veces.
—Sí.
—Iré a buscar algo de la cocina. Creo que hoy trajeron algunos quesos nuevos
y un poco de pan negro.
78
Xena estudió la cabeza húmeda frente a ella y la fina tensión en los hombros
desnudos sobre la superficie del agua.
—¿Lo hago?
—Vale. —Gabrielle parecía perpleja, pero complacida—. Pensé que tal vez él
quería hablar a solas contigo.
—Y es lo que quiere. —La reina sonrió—. Pero no llegué a donde estoy dándole
a la gente lo que querían. Llegué haciendo que la gente aceptara mis
términos, ¿recuerdas?
—Bueno —dijo—. Salgamos de aquí antes que nos arruguemos como ciruelas
de invierno.
Salieron y se secaron rápidamente, la brisa que entraba por las ventanas tenía
más que un toque de otoño. Xena se secó el pelo con una toalla y se dirigió a
su armario, estudiando el contenido mientras escuchaba a Gabrielle en la
alcoba contigua.
—Xena. —Un golpe suave en la puerta hizo que Xena se enderezara un poco
en su silla, y Gabrielle se moviera hacia el sonido. Abrió la puerta y reveló la
forma de Stanislaus—. Hola.
—Adelante. —Gabrielle abrió la puerta del todo y se hizo a un lado para que
entraran. Philtop estaba solo, aunque vislumbró lo que probablemente era su
guardia de pie cerca de la parte superior de los escalones. Cerró la puerta y
fue a la bandeja y cogió la jarra de vino mientras Stanislaus pronunciaba su 80
pequeño discurso.
Xena hizo girar su vino y bebió un sorbo, mirando con ojos sarcásticos y
divertidos mientras palpaba detrás de él, abría la puerta y luego escapaba
por ella. Después volvió su atención a Philtop.
—¿Y?
—Hemos tenido un mal año —dijo Philtop mirando hacia otro lado—. Estoy
seguro que lo has oído. La mayoría de los cultivos se echaron a perder y las
tormentas de verano inundaron el río y se llevaron la mitad del ganado.
—Tengo dos opciones —dijo Philtop—. Apelar a ti, u ofrecer mis tierras al mejor
postor. —Hizo una pausa—. Podría ser que el mejor postor sea alguien a quien
no quieras como vecino.
—Así que —dijo Xena después de una breve pausa—. O bien salvo tu
lamentable culo o te vendes a los persas, ¿correcto?
—¿Ah sí?
—¿Por qué desperdiciar sangre en algo por lo que puedes pagar una
pequeña moneda? Ahí es donde estoy. Una fulana barata. —Hizo una
pausa—. Comprarán a cualquiera que puedan y te rodearán. Al menos tu
reputación te precede. No quieren atacarte de frente.
Gabrielle se dio cuenta, de repente, que este noble visitante no era tan noble
como parecía. Tenía la misma aspereza que Xena, y se preguntó.
¿Quién era él realmente?
—Eso es. —La reina lo contempló—. Vamos, Xena, dime que me pierda y que
lo pensarás —dijo Philtop torciendo irónicamente sus labios—. Eso es lo que
haría yo —agregó.
—No me lo tengo que pensar —respondió Xena—. Solo tengo que decidir
cuánto te va a costar. Así que sí, ve y come un poco de cordero y hablaremos
mañana.
—Guau.
Xena yacía boca arriba sobre la gran cama, con los brazos extendidos,
mientras escuchaba a Gabrielle dando vueltas cerca de la chimenea. Cómo
explicar esta gran metedura de pata de sus años más jóvenes que casi... casi
le había costado el reino que había conquistado.
—Maldita sea. —El aroma de la sidra caliente le llegó, y giró el cabeza justo
cuando Gabrielle se sentaba en la cama y le ofrecía una taza—. No tengas
un pasado, rata almizclera. Te alcanza y te muerde en el culo cuando menos
te lo esperas. —Se giró hacia un lado y se alzó sobre un codo, tomando la taza
y sintiendo como le calentaba la mano—. Gracias.
83
Los pálidos ojos verdes la estudiaron con gravedad. Luego su consorte levantó
una mano y le tocó la mejilla, acariciando la piel con un suave pulgar mientras
los ojos de Xena se cerraban brevemente.
—No —dijo Xena después de una pausa—. Él fue un obstáculo. Las Tierras
Occidentales fue el primer territorio que ataqué cuando llegué aquí. —Giró el
líquido en la taza y tomó un sorbo—. Los pillé por sorpresa. Bajé de las colinas
durante la noche y ya había medio derribado las murallas de la ciudad, antes
de que supieran qué era lo que les estaba golpeando.
—Oh.
Gabrielle la observó, viendo la profunda y ardiente ira aún en esos bonitos ojos
azules. Tomó la mano de Xena y la frotó, mientras los músculos de la cara de
la reina se crispaban, los recuerdos obviamente parpadeaban en su mente.
Todavía podía verlo. Ella de pie en sus cueros, cubierta de tierra y sangre, y él
con su brillante y limpia armadura, sonriéndole, extendiendo la mano para
tocar su rostro, ignorante de la tormenta en construcción que estaba frente a
él.
Sus palabras la habían atravesado, cuando él le daba palmaditas en la
mejilla, le tocaba el hombro, luego le ponía la mano en el vientre y le decía
que no podía esperar para llenar eso con lo que sabía que serían niños
grandes y hermosos.
—¿Xena?
Gabrielle se sonrojó.
—Bueno, tú vienes honestamente con esos ojos verdes, ¿no? —Se acercó y
puso su mano en el muslo de Gabrielle, un poco sorprendida de sentir un leve
temblor allí—. Así que sí, yo era joven y estúpida y lo quería en mi cama. —Vio
que los ojos de Gabrielle parpadeaban y luego se levantaba hacia los suyos—
. La cagó tratando de jugármela. Si el idiota se hubiera ofrecido a unir su
ejército al mío, probablemente ahora sería el rey de este lugar. —Gabrielle la
estudió seriamente—. Pero no lo hizo. En su lugar, —Xena miró hacia otro lado,
hacia la suave tela que cubría la cama—, terminó partido por la mitad, y me
arriesgué con el primer gran farol de mi carrera, y le dije a su ejército que los
cortaría en pedazos yo misma, si no se lo llevaban y desaparecían de mi vista.
—Volvió a mirar hacia arriba—. Si alguno de ellos hubiera tenido agallas, me
habrían dejado en evidencia, pero no lo hicieron.
—Tal vez estaban cagados de miedo porque su príncipe solo podía hacer
ruidos chirriantes y su cara parecía la parte trasera de un jabalí verrugoso —
dijo Xena—. Pero tirarse un farol... sí, podría ser. Esperaban que me entregara
igual que lo hacía él.
—¿Tú sí? —Xena tomó un sorbo de sidra y la miró por encima del borde de la 86
taza.
—Mi conjetura es que, tan pronto como los persas estén amartillando mis
puertas, se acercará sigilosamente y nos golpeará por la espalda desde la otra
dirección.
—Nunca hubiera tratado con ese bastardo. Pero sabe cuándo aprovechar la
debilidad de alguien más. —Miró hacia abajo otra vez y sintió el toque de
Gabrielle en su hombro, el suave agarre calentando su piel. Sin embargo, ella
no necesitaba realmente la compasión. Se había preguntado cómo se sentiría
frente a él de nuevo y, cuando lo hizo, descubrió para su alivio, que solo era
como una molestia. Nada de la atracción que había sentido en el pasado, no
se excitó en absoluto, aunque él todavía era innegablemente atractivo. Solo
que no para ella. ¿Verdad? Se preguntó cómo había sido para él—. Me alegro
de haber sido lo suficientemente madura como para saber qué Hades estaba
haciendo antes de conocerte. —Miró a su consorte con irónica honestidad—
. Creía saber lo que era el amor. No tenía ni idea.
—¿Por qué has dicho eso? —preguntó después de una pausa—. Que te elegí.
No creo que lo hiciera —dijo—. Pensaba que tú me habías elegido a mí. —Sus
ojos se movieron y se encontraron con los azules sin pestañear—. ¿Tú no?
Decidió que se lo iba a poner en la capa forrada de piel que iba a llevar sobre
su vestido. Se vería bien contra el borde plateado y, en cualquier caso, la haría
feliz solo por verlo.
Un suave sonido la hizo mirar hacia arriba, para ver a Gabrielle entrar, con una
expresión tímidamente insegura.
—¿Xena?
—¿Eso crees?
—Lo creo. Y como yo soy la que manda, lo que yo creo es lo único que
importa, ¿no?
Gabrielle se rio un poco. Alzó la vista para encontrar esos ojos azules que la
miraban.
—Me gusta.
—Sí. —Su consorte asintió—. Me gusta el color y creo que se ve bien en mí.
88
—Oh, oh. ¿Finalmente tienes algo de sentido de la moda? —Xena se rio—. Era
cuestión de tiempo. —Estiró un poco la tela—. Apuesto a que estabas
contenta de tener a tu pequeña ayudante poniéndotelo, ¿eh? —Gabrielle
asintió. Xena levantó la cabeza del caballo—. Me gusta mucho esto —dijo con
tono tranquilo.
—De Verdad. —Xena asintió—. Apenas tenía dos años. Aún no había crecido.
Salvaje como una hierba —suspiró—. Igual que yo.
Gabrielle se acercó a donde estaba Xena y pasó sus manos sobre la piel visible
y desnuda, inclinándose hacia adelante para darle un beso en el centro de
los omoplatos.
Gabrielle rodeó a la reina con los brazos y la abrazó. Luego volvió trotando a
su alcoba para ponerse las sandalias, haciendo una pausa para reflexionar
sobre lo que acababa de escuchar y considerando qué historia quería contar.
Una valiente y heroica, por supuesto.
Xena miró a los cuatro hombres en apuros por llevar el plato que se dirigía
hacia ellas. Encima había un cordero asado entero, rodeado de granos y
raíces.
—Bien —observó—. ¿Qué van a comer todos los demás? —Gabrielle miró al
cordero, luego la miró y abrió los ojos un poco—. Oye, tengo hambre. —La
reina extendió sus manos.
Xena se rio entre dientes cuando llegaron, colocando la enorme fuente sobre
resistentes soportes de madera frente a su mesa. El olor era rico y casi
embriagador, y pudo ver que el resto de la sala se movía un poco, mirándolos.
Ya se habían entregado en las mesas los entremeses, pedacitos de los
primeros quesos curados del año y salchichas de venado ahumadas con
hogazas de pan, pero todos estaban esperando esta parte del banquete; lo
mejor del ganado enviado a la fortaleza sacrificado para tener buena suerte
en la próxima temporada.
Por primera vez, en sus años de gobernarlos, sintió una buena disposición para
aceptar su liderazgo. Los nobles siempre aparecían para alimentarse, pero
ahora, podía ver en las expresiones, en el lenguaje corporal y en la forma de
mirarla que, de hecho, había cruzado alguna línea con ellos.
Oh, muchos todavía la odiaban. No era tonta. Sabía que había personas en
la sala que, si tuvieran la oportunidad, podrían deslizar un cuchillo en sus
costillas o ponerle una flecha en la espalda... pero por primera vez, la mayoría
91
estaban listos para aceptarla y asumían que tal vez podría ser peor.
Irónico.
Xena dejó que la punta de su daga descansara sobre la superficie del plato.
Su propia tradición.
Cortó algunas lindas chuletas y las puso en una de las bandejas más
pequeñas, luego se volvió y extendió el brazo, colocando el plato frente a
Gabrielle.
»Buena cosecha.
—Buena cosecha.
Levantó una mano y reconoció el brindis, luego se sentó, y todos los demás
también, mientras los criados comenzaban a llevar bandejas de plata
desbordadas a cada mesa, y, lentamente, el sonido de las voces se elevó en
un zumbido bajo mientras las copas tintineaban y la gente hincaba el diente.
—Sí —dijo al fin—. Lo ha sido. —Se giró cuando Brendan se puso detrás e hizo
una reverencia—. ¿Has visto eso?
—Sí, señora. —El tono de Brendan era afectuoso—. Ha tardado mucho en
llegar.
—Uh huh. —Xena se echó hacia atrás y bebió un gran trago de su vino—. Me
pregunto cuánto va a durar.
Conté la historia de cómo Xena derrotó a los persas. Llevó mucho tiempo, pero
Xena me ayudó con algunas de las cosas que se me habían olvidado mientras 93
la contaba, así que me puse al día.
—Mm. —Xena movió una ceja—. Menos mal que lo compartí contigo. Creo
que hubiera vomitado como una loca si hubiera intentado terminarlo sola.
Gabrielle se levantó y fue hacia donde su reina estaba repanchingada,
apoyándose en el brazo de la silla en que estaba sentada.
Vertió el agua hirviendo sobre las hojas y esperó a que subieran, rociando la
miel y oliendo el vapor mientras se disolvía.
Había aprendido a amar la miel viviendo con Xena. En casa, la rara delicia se
había reservado para sus padres, y solo muy, muy de vez en cuando, a los
niños se les daba un poco en la lengua para probar. Era difícil de obtener, y
cara, a menos que estuvieras dispuesto a desafiar a las picaduras e ir a buscar
una colmena por tu cuenta.
Gabrielle nunca lo hizo. No fue hasta que llegó a la fortaleza, que la había 95
visto en gran cantidad y experimentó la sorpresa, que los esclavos podían
tomar toda la que quisieran durante sus comidas bien cocinadas.
—Mañana. —Xena estudió la taza—. Todos los nobles entregarán sus listas a
los contables. —Se encogió de hombros—. Una formalidad, la verdad. Haré mi
corte de fin de temporada. —Acunó la taza entre sus manos, sus dedos largos
se enroscaron alrededor—. Les diré a todos lo que voy a hacer para ayudar a
las Tierras Occidentales.
—Enviaré a alguien para que haga un censo, luego enviaré los suministros para
el invierno —dijo—. Una legión de tropas y un capitán que estará al mando allí
durante el frío.
—Oh. —Gabrielle hizo una mueca—. No creo que a Philtop le vaya a gustar
eso.
Xena sonrió.
—Yo tampoco lo creo —estuvo de acuerdo—. Pero si cree que voy a enviar
carros llenos de comida y dejarle hacer lo que le dé la gana con ellos, está
chiflado. Ese es el precio que paga. ¿Quiere que lo rescate? De acuerdo. —
La reina levantó una mano de la taza y la agitó—. Pero mis hombres se
asegurarán que la comida llega a la gente, y no a los persas a los que corteja.
—No lo sé. —Le dirigió a Gabrielle una sonrisa irónica—. Pero tampoco
esperaba lo que hicieron la última vez, aparecer y tomar la ciudad portuaria,
¿verdad?
—¿No?
—Tuve suerte —dijo—. Tuve suerte, y te tuve a mi lado. Hiciste más para salvar
mi pellejo que yo, mi amiga.
Gabrielle la miró con más que una pequeña sorpresa.
—No lo creo.
—Stanislaus me dijo que apareció uno de los circos ambulantes —dijo Xena—
. Con saltimbanquis y todo eso. No he visto a ninguno de esos en... maldición.
—Sintió que los dedos de Gabrielle acariciaban suavemente su piel y le daban
un pequeño masaje en el costado—. Años.
—¿Es eso algo que también querías hacer? —preguntó—. ¿Como los
acróbatas de caballos? —Xena resopló vagamente—. Después de todo, tú
puedes hacer malabares. —Xena dejó que sus ojos se cerraran.
Inmediatamente, los sonidos del castillo afluyeron y acomodó los hombros en
el suave colchón, escuchando la suave evidencia de la limpieza en curso en
el pasillo y el cambio de guardia en la gran entrada. Podía oír, además, los
sonidos de los muchos vendedores acampados cerca de las puertas, sus
agudos oídos recogiendo música, y la risa, y el sonido del ganado en
movimiento. El olor a humo de leña entró por la ventana, y podía sentir el
viento cada vez más frío, pero antes que pudiera meterse bajo las sábanas,
Gabrielle se adelantó y colocó el edredón relleno de plumas sobre ambas.
Estaba feliz. Incluso con la presencia de Philtop, y la contingencia de los
persas, todavía estaba esperando la mañana y lo que traería, incluso si no
todo era bueno. Gabrielle se acurrucó contra ella, y las dos se estaban
quedando dormidas cuando los oidos de Xena oyeron el ruido de botas en los
escalones que conducían a sus aposentos moviéndose con un ritmo urgente.
Suspiró—. ¿Qué pasa? —preguntó Gabrielle.
—¿Cómo lo haces?
Luego oyó el débil pero distintivo sonido del metal raspando contra el cuero y
se levantó de la cama, apresurándose a ponerse la túnica por la cabeza antes
de salir corriendo detrás de la reina. Atravesó la puerta que conducía a la
cámara exterior, justo en el momento en que Xena abría la puerta de entrada.
La reina se veía eróticamente intimidante con su bata de seda, los pies
descalzos y la larga espada en la mano derecha.
»Oh, eres tú. —Xena dejó que la espada descansara sobre su hombro mientras
daba un paso atrás para dejar entrar a Brendan—. Maldita sea. Esperaba que
fuera alguien a quien pudiera moler a palos para quemar la cena.
—Señora. —Brendan parecía un poco molesto—. Dos hombres más han sido
asesinados. Abajo en los establos. Esta vez de los nuestros. —Miró a Gabrielle
cuando llegó al lado de Xena—. Igual que los otros. —No hay una marca en
ellos.
—Dos —reflexionó Xena—. ¿Por qué dos a la vez? —exhaló—. Ponte las botas,
rata almizclera. Vamos a ver qué Hades está pasando aquí —dijo—. Reúne a
todos los que estaban por los establos, Brendan. Quiero hablar con ellos. —
Cerró la puerta detrás del capitán y regresó a la alcoba, metió la espada en
la funda y se desabrochó la bata. Impaciente, arrojó la delgada tela sobre la
puerta y se puso un par de polainas, luego se detuvo. Después de un momento
de debate en silencio, sacó la armadura de diario y, rápidamente, se deslizó
en ella, apretando las correas para que se ajustara a su cuerpo. Oyó que
Gabrielle volvía, agarró las botas y se sentó para ponérselas cuando su
consorte llegó con una gruesa toga de lana ceñida a la cintura—. ¿Lista?
—¿El que estés casi lista? Sí. —La reina se levantó—. Ata más rápido.
—Oh.
—Solo espero que no sea algún tipo de enfermedad —murmuró—. Con todos
estos malditos visitantes podría serlo.
—¿Vas a ir a verlos?
Xena se acercó a las figuras y se arrodilló junto a ellos, quitando la manta del
primero y dejándola a un lado. Estudió la cara pálida y joven con ojos
desapasionados, extendió la mano para tocar la barbilla y girarle la cabeza,
primero de un lado, luego del otro.
»¿Quién los encontró?
—Yo, señora. —Uno de los mozos de cuadra habló en voz baja. —Estaban en
el pajar.
—En el pajar —reflexionó Xena. Cogió una de las manos del hombre y la
examinó—. ¿Qué estaban haciendo en el pajar? —Hubo un notorio silencio
después que dejó de hablar. Xena giró la mano del hombre y examinó la
palma—. ¿Y bien? —Miró a su alrededor, viendo las enrojecidas caras—.
Vamos chicos. Sé lo que es el sexo. Solo preguntadle a Gabrielle.
—Ya veo. —Xena apoyó el codo sobre su rodilla—. ¿Me ibas a decir eso antes
o después que le quitara la otra manta y asustara a Gabrielle?
—Señora.
101
—Eso no me asustaría. —Gabrielle habló en su propia defensa—. Crecí en una
granja de ovejas.
—Creía que me habías dicho que nunca besaste a una oveja. —Xena desató
la parte superior del uniforme del primer hombre muerto y lo echó hacia atrás,
examinándolo de cerca.
—Ah. —Rodó el cuerpo del hombre sobre su costado—. Brendan. Creía que
habías dicho que no había una marca en ellos.
—Ahí. —Xena tocó la piel justo debajo de un diminuto punto rojo—. ¿Ves eso?
—Esa es la marca que deja un dardo venenoso —dijo—. ¿Ves ese pequeño
anillo rojo alrededor? Eso es lo lejos que llegó la sangre, antes que lo que
estaba allí matara a este tipo. —Señaló a la otra figura—. Busca en ese un
punto como este. —Soltó el cuerpo y lo dejó rodar hacia atrás mientras que 102
Brendan y otros dos soldados desvestían al segundo hombre, que de hecho
estaba medio vestido—. Revisadlo en todos lados —dijo mirando con irónica
diversión mientras los hombres se encogían un poco y la miraban de reojo—.
Vamos, pequeños gatitos.
—También lo era Gabrielle —replicó la reina—. Ella expuso una mente abierta.
—Volvió su atención hacia el hombre—. ¿Voy a tener que abrirte la cabeza
para dejar salir la basura?
—Por supuesto que lo vas a sentir. —Xena lo dejó caer y dio un paso atrás—. 103
Brendan, asegúrate que limpia las letrinas durante la próxima luna. Quizás la
próxima vez, se lo pensará antes de abrir la boca.
—Sí, señora —dijo Brendan—. Xena, aquí está la marca, creo. —Atrajo la
atención de la reina hacia el segundo hombre—. ¿Aquí en su cadera?
—Sí, eso es —dijo—. Maldita sea. —Hizo rodar al hombre y acercó la lámpara
a su cara inmóvil, levantando su labio con un dedo para exponer sus dientes.
Brendan suspiró.
—Dadles una pira, con honores —dijo—. Ellos sirvieron en mi ejército. Asegúrate
que se ocupen de sus familias. —Se giró y consideró a la pequeña multitud
que seguía allí, mirándola con los ojos muy abiertos—. Ahora veamos qué
información podemos sacar de todos vosotros. —Crujió sus nudillos—. Vamos,
rata almizclera. —Le hizo una seña a Gabrielle para que avanzara—. Alguien
ha tenido que ver algo. Como último recurso, podemos amenazarlos contigo
y tus ovejas.
Xena estaba sentada sobre un barril lleno de mijo, con los tobillos cruzados
mientras esperaba a que su siguiente sujeto fuera interrogado. Detrás,
Gabrielle estaba sentada en una mesa improvisada, con una pila de
pergaminos y un juego de plumas, mientras tomaba notas.
—¿Señora?
—Tercer arco dentro del patio, Señora —dijo Zuke—. Desde la puesta del sol,
hasta que terminó la cena. —Se movió un poco—. Me trajeron un plato de
rancho, y luego me senté cerca del pozo allí, para comérmelo.
—No por delante mío, señora. —Zuke parecía decepcionado—. Las puertas
se cerraron después de que salieron los mozos de cuadra. Luego volví al arco
y permanecí allí hasta que comenzaron todos los gritos.
Casi la misma respuesta que todos los demás. Xena sentía un nivel de
frustración creciente. Parecía imposible que dos hombres pudieran haber sido
asesinados en su establo sin que nadie viera nada.
Cualquier cosa.
Pero nadie lo había hecho. Los dos soldados habían estado juntos en el altillo
solos, y habían sido atacados y asesinados, muriendo tan rápido que no
habían tenido tiempo de reaccionar, habían muerto en silencio.
105
El haber perdido la llamada nocturna había alertado a alguien, y luego, al
parecer, como se sabía que frecuentaban el altillo para tener algo de
privacidad, alguien había ido a buscarlos allí.
No habían luchado. Xena miró el borde del altillo, pasando sus ojos a lo largo
de la pared de madera por enésima vez, sobre el borde resquebrajado y
astillado, sobre las clavijas perfectamente ajustadas que mantenían el altillo
unido, sobre los puntales de las esquinas.
Nada, nada, nada... espera. Xena miró fijamente una grieta en la madera a
unos pocos metros de donde descansaban sus brazos.
—Nadie más quería ser pillado mirando hacia arriba a tus calzones. Hay un
agujero en ellos.
—Bien entonces. —Se apartó y señaló el trozo de madera—. Puedes ver lo que
he encontrado. —Sostuvo la vela cerca—. ¿Ves eso?
Xena se acercó y cerró las puntas de los dedos alrededor de algo, moviéndolo
para soltarlo y acercándolo a su nariz. Era un poco de tela y se lo mostró a
Gabrielle. 106
—¿Ves?
Gabrielle lo estudió.
—Oh.
—La mayoría de mis nobles no visten de seda —continuó Xena—. Ahora bien,
yo llevo seda, pero no estaba en este granero espiando a dos hombres
dándose un revolcón hoy.
—No usas seda negra —notó Gabrielle—. No como esta. Es simple. Lo que
tienes es seda negra, toda brillante.
—Oh. —Xena la miró—. Estás empezando a mostrar algo de cerebro, rata
almizclera. —Le guiñó un ojo, luego se apeó de los soportes del altillo,
aterrizando suavemente en el suelo y caminó hacia el barril. Todos los hombres
en el granero tenían los ojos fijos atentamente en el suelo y dejó que el silencio
se prolongara un poco mientras tomaba asiento otra vez—. Muy bien —dijo
finalmente—. O mi trasero es feo, o todos vosotros sois unos flojos cobardes.
¿Cuál es?
Xena giró la cabeza hacia un lado y miró a su consorte con una expresión
jocosa.
—¿Por qué? —Xena le dirigió una burlona mirada de dolor—. ¿No puedo
divertirme también?
—Ah, Xena. —El capitán del ejército se rio entre dientes—. Deja descansar mi
propia cabeza esta noche y acepta la guardia tanto si la necesitas como si
no —dijo—. Mañana va a ser un día muy largo. —Estiró el cuerpo y flexionó las
manos—. ¿Has encontrado algo allí arriba?
Y, sin embargo, había algo más. Xena se volvió lentamente, respirando. Algo
que no era Brendan, o la lana de su túnica, o la suave piel de Gabrielle, no era
la tinta en la botella que estaba cerrando, ni el olor cremoso del pergamino.
»Eh.
—Lo necesitamos de verdad —dijo Xena en voz baja—. Asegúrate que todos
se mantengan alerta.
—Sí.
Esta vez, sin embargo, había insistido en pegarse a los talones de Gabrielle, y
había llevado su espada a la alcoba para ocuparse de ella. Gabrielle se
revolvió y se acomodó sobre los codos, mirando las manos de la reina moverse
de esa manera tranquila y rítmica.
—Xena.
—Hm.
—Resultó que el tipo era un conocido majareta. —La reina negó con la
cabeza—. Tuve que romperle el cuello antes de que matara a alguien más.
—Oh.
—Dijo que era un demonio del Hades y que un oráculo le había dicho que me
matara y destruyera mi ejército —dijo la reina—. Eso casi me hizo pensar que
estaba equivocada, ya que era un demonio del Hades y podía pensar en una
docena de hombres que querían que mi ejercito estuviera destruido, pero
luego uno de los arqueros encontró su bolsa con las partes de los muertos en
él, y empezó a tratar de comérselas y después... todos se alegraron como el
infierno de que lo matara.
—Eso es de locos.
—Totalmente —dijo Xena—. Así que quizás este tipo también lo esté, pero si lo
hace, meterá la pata y lo atraparemos. —Dio el toque final con la piedra y se
puso de pie, colocando la espada en su vaina y colgándola del poste de la
cama para que la empuñadura estuviera al alcance de su mano—. Pero no
quiero correr riesgos.
—¿Crees que quien sea va detrás tuyo? —Los ojos de Gabrielle se abrieron de
par en par.
—No me preocupa que alguien venga a por mí —dijo—. Estoy más interesada
en asegurarme que nadie se acerque a ti.
Sí, como le había dicho a Gabrielle, no le preocupaba que alguien fuera tras
ella. Pero estaba aterrorizada por la falta de atención o el error que provocara
que Gabrielle sufriera algún daño, sabía que todos los demás probablemente
pensaban que su punto débil, perfectamente, era la pequeña pastorcilla.
La perra persa lo había sabido. Xena tomó aire y lo soltó. Pero entonces, la
perra persa había acabado con media cara arrancada por un mordisco de
su pequeña pastorcilla, ahí quedaba eso.
112
»Xena —murmuró Gabrielle—. ¿Qué estás pensando? Estás temblando entera.
113
Había encendido las velas y el fuego, colocando una olla con agua para que
se calentara y revisando las opciones para el desayuno.
—Parece que tendré que meter a los payasos dentro. —Una voz sonó detrás,
haciendo que Gabrielle casi saltara antes que un par de manos se posaran
sobre sus hombros y reconociera los tonos bajos de Xena—. Brendan creyó
sentir que se avecinaba una tormenta.
—¿Cabrá todo dentro? —preguntó Gabrielle—. Quería ver esos caballos otra
vez.
—Genial.
Xena sonrió.
—Llama al guardia para que yo pueda darle la nota para ese culo pomposo.
—Apretó los hombros de Gabrielle y luego los soltó—. ¿Qué tenemos aquí? —
Se acercó hacia la bandeja—. Cosas ligeras. Bien.
—Sí, todavía estoy bastante llena desde ayer —dijo Gabrielle—. Les dije que
subieran poco.
—Uh, huh. —Xena se sirvió una jarra de sidra y cogió una rodaja de pera,
caminó hacia la ventana y se posó en el alféizar para observar el clima
mientras la mordisqueaba—. Buena idea. No creo que pueda ver un huevo o
esos panqueques ahora mismo.
Sin embargo, la pera era aceptable. Mordisqueó más por el sabor que por
cualquier otra cosa, disfrutando de la dulzura mientras revisaba la
desagradable situación fuera de su ventana.
Y era, de hecho, desagradable. Podía ver el granizo, y escuchar el golpe de
los perdigones de hielo contra la piedra, un poco sorprendida por la repentina
embestida del invierno después de un otoño suave. Aunque Brendan había
pronosticado la tormenta, no había dicho que sería este tipo de clima severo.
Paciencia.
—Buenos días.
—Su gracia. —El más cercano se recuperó e hizo una reverencia—. Hace un 115
clima de perros afuera. —Advirtió el hombre, como si nunca hubiera notado
las ventanas que rodeaban la mitad de sus aposentos.
—Claro que sí. —Gabrielle cerró la puerta después que él entró y siguió a
ambos hombres hacia sus aposentos—. ¿Todo bien?
—Aparte del clima, hasta ahora sí —dijo Brendan—. Buenos días, señora —
saludó a Xena, que se había girado ante su entrada y estaba apoyada
despreocupadamente contra el marco de la ventana.
—No puedo hacerte escribir eso, rata almizclera. Sangrarías por esos lindos e
inocentes oídos —dijo la reina—. Solo dile que deje que toda la gente que está
aquí para el festival se acomode dentro de las murallas, y que ponga a todos
los artistas en el salón de baile.
—Gracias. —Xena tenía las piernas levantadas sobre el ancho alféizar, con los
pies descalzos cruzados por los tobillos—. Organiza tres escuadrones
diferentes, de cuatro hombres cada uno, y que busquen dentro de la 116
fortaleza. De arriba a abajo. Quiero saber sobre cualquier cosa extraña que
encuentren —consideró—. Hubiera querido que comenzaran anoche, pero la
mayoría de sitios son demasiado oscuros por la noche.
—Sí.
—Estos viejos huesos lo presienten —admitió con pesar—. Lo sentí venir. —Echó
un vistazo afuera, donde rebotó otro golpeteo de granizo—. Me alegro de que
al menos ayer tuvimos un buen día.
—Sí —dijo Xena—. Debería haber sabido que mi suerte no podría durar más
que eso —comentó secamente—. Ahora tenemos que alimentar a toda esta
multitud hasta que la maldita tormenta acabe. Incluso yo no puedo echarlos
a todos con eso —agregó con tono arrepentido.
—Cierto —dijo Xena—. Debería ponerles impuestos sobre eso. A todo el que
se queje por algo, le sueltas esa idea.
Gabrielle terminó su nota. Sopló las letras, abrió la bonita caja de madera a
un lado de la mesa y sacó el anillo de sello de Xena. Cogió una vela y goteó
un poco de cera sobre el pergamino, luego presionó el sello.
Xena le había dicho que disfrutaba tener a alguien cerca que escribiera todas
sus notas. Gabrielle no estaba segura si era realmente cierto, o simplemente la
reina quería que lo hiciera, solo para darle algo que hacer. No era como si
Xena tuviera problemas para escribir; su letra era mejor y más legible de lo que
en realidad era la de Gabrielle.
—Aquí tienes.
—Bueno, han sido cuatro personas asesinadas, Señora. —Brendan sonó casi
disculpándose—. Sabes que yo también estaría irritable si fueras tú en su
castillo y pasara eso.
—Diles que he dicho que los mendigos no pueden quejarse —dijo—. Si Philtop
quiere dormir con sus guardias, pueden trasladarse él y sus lameculos al 118
cuartel.
—Um.
—¿Siiiiiiiii?
—Déjame darte una pista, rata almizclera. —Xena señaló afuera a la lluvia—.
Si sales con eso, sabes, ¿qué tan bien se sentirá cuando vuelvas adentro?
—Porque no entiendes lo cálido que es hasta que has tenido frío. 119
Gabrielle pensó en esas palabras durante un largo momento mientras el
silencio se alargaba. Luego giró en el círculo de los brazos de Xena y dejó que
sus manos descansaran sobre las caderas de la reina.
—Xena.
—Vamos a lavarnos y a vestirnos. Tengo una corte que celebrar y gilipollas con
los que tratar. —Las hizo girar a las dos y empujó a Gabrielle en dirección a la
alcoba—. Puedes decirles a todos que tomamos una ducha de granizo. Será
bueno para mi imagen.
—Exacto.
Gabrielle estaba contenta de tener una capa nueva y cálida mientras trotaba
entre la sala principal y el ala del castillo en que estaba el salón de baile. Se
subió la capucha y notó el impacto de la lluvia sobre sus hombros, el sonido
del ganado moviéndose apenas audible por el rugido de la tormenta.
La primera persona que vio fue a Stanislaus y su ayudante, quien, por supuesto,
parecía cabreado. Podía ver la rigidez en el cuerpo y la brusquedad de sus
gestos mientras dirigía a los artistas de circo dentro del salón.
—Stanislaus.
—Xena hizo que movieran a todos los vendedores del mercado al establo
grande —dijo—. Ella quiere que te encargues que les lleven comida y bebida.
—Su gracia —dijo—. Estoy completamente ocupado aquí con esta... esta... —
exhaló—. Trataré de hacer algo tan pronto como termine aquí.
—Estupendo. Gracias.
Gabrielle miró dentro de la sala, sus ojos se abrieron cuando vio la colección
de personas y animales que había dentro. Los artistas de caballos estaban allí,
riendo con algunos de los malabaristas y una pareja de hombre y mujer, que
eran delgados pero musculosos, se agarraban con inconsciente orgullo.
La sala era casi irreconocible. El suelo estaba cubierto de paja y en las paredes
colgaban coloridos, aunque húmedos, tapices. Los trabajadores del circo
estaban colocando algunos asientos a un lado y había dos carros
estacionados en el medio con bueyes aún unidos a ellos.
»Guau.
—Hola.
—Lo soy. —La recién llegada asintió—. Mi nombre es Cellius. Mi padre dirige el 121
circo.
—Claro. —Cellius la hizo señas para que se acercara—. Este es un gran espacio
en el que podemos actuar. Nunca había visto un salón así de grande. —
Caminó hacia los puestos—. Esta es nuestra plataforma de trapecio.
Colgamos cuerdas y hacemos trucos de vuelo.
—Oh, esas son las cajas de equilibrio —dijo Cellius—. Borus, allí, él y Jac pueden
balancearse sobre ellas, apilándolas una sobre otra. Es una locura. Espera a
verlo.
—¿Quieres decir que se ponen las cajas el uno al otro? —Gabrielle miró
fascinada—. Oh, espera, ya veo. —Observó a los dos hombres mientras
empezaban a practicar. Uno puso una pelota, luego la tabla sobre ella,
saltando sobre la tabla y manteniendo el equilibrio mientras la pelota
rodaba—. Oh dios mío.
—Espera, se pone mucho mejor. Se levantan más alto que el carro de allí —
dijo la mujer—. Y bien... ¿Qué haces tú aquí?
—¿Yo? —Gabrielle apartó los ojos de los artistas—. Oh. Soy bardo —dijo 122
honestamente.
—Esto va a ser muy divertido —dijo—. Me gustó mucho ver los caballos ayer...
¿Son amigos tuyos? Me refiero a los jinetes.
—Normalmente van uno o dos días por delante que nosotros, ya que son
muchos y es difícil acomodarnos todos nosotros en el mismo lugar... pero este
lugar es enorme. —Se volvió y extendió los brazos—. ¡Mira lo alto que está el
techo! Es como si estuviera hecho para nosotros.
—¡Lo somos! —dijo Boots—. Volamos sobre las cuerdas y barras allá arriba. —
Señaló la estructura que se estaba montando poco a poco hasta el techo—.
Chico, va a ser genial no tener que preocuparse por mojarnos esta noche
haciéndolo. 123
—Tienes razón —dijo el otro acróbata—. Ya es suficientemente malo que te
escurrieras de mi agarre en la última ciudad, Boots. Podías haberte roto el
cuello. —Se acercó más a Gabrielle—. Hola, chica guapa. Mi nombre es Zev.
—Hola. —Gabrielle todavía tenía sus ojos enfocados hacia arriba—. Eso está
realmente alto. —Miró a los dos acróbatas—. Apuesto a que va a ser un gran
espectáculo.
Boots sonrió.
Gabrielle sintió que era un trato bastante justo. Sabía que tenía una marca de
vela más o menos antes que Xena la esperara en la corte, así que encontró
asiento en un barril y se quitó la capa, mostrando su tabardo de cabeza de 124
halcón y las polainas oscuras que los acompañaban.
—Sí, lo es —estuvo de acuerdo—. Así que os contaré una historia sobre cómo
el halcón llegó a ser el emblema de Xena, y cómo llegó a ser la reina aquí.
—Oye, historia local. —Boots se sentó en una caja y extendió sus musculosas
piernas, cruzándolas por los tobillos—. Adelante, Gabrielle.
Gabrielle sonrió.
—Sí.
—¿Crees que podrías conseguirnos una presentación? —Boots movió sus pies
hacia ella.
125
Parte 4
—Ah. —Xena reconoció la voz, incluso por la palabra parcial, e hizo una
pausa, volviéndose para encontrar a Stanislaus a su lado, con el aspecto
hostigado y ansioso—. ¿Y ahora qué? —Se apartó de la multitud hacia un
pequeño hueco donde podían escucharse entre sí y no impedir el deambular 126
de la gente.
—Su Majestad —dijo Stanislaus frotándose las manos, pero no por el frío—. Su
alteza real, el duque Lastay, desea verla.
—Ah. no... ah... No, señora. —El senescal adquirió un toque de color—. El buen
duque simplemente me pidió que le informara si la veía. Fue a la sala de
audiencias y a su suite y no la encontró allí.
Sabía que él no estaba casado, pero había asumido que tenía sus devaneos,
por lo visto incorrectamente.
—No lo sabía —dijo en voz baja, ahora mucho más seria—. ¿Por qué?
—Era muy celoso de sus mujeres —dijo Stanislaus—. Aquellos de nosotros que
estábamos cerca de la familia, él no quería ninguna posibilidad de tentación.
—Qué tonto del culo —dijo Xena concisa.
—Era su manera —dijo—. Hubo quienes pensaron que tal vez su Majestad haría
lo mismo, cuando tomó a su consorte.
—¿Como si el que sepan que no solo les cortaría sus partes, sino que destriparía
a cualquiera que mirara a Gabrielle de manera torcida, no sería suficiente?
—Su predecesor no era tan hábil en las armas —explicó—. No era un guerrero,
en verdad. Él confió en sus generales para llevar su estandarte en el campo,
a diferencia de usted.
—Mm. —Xena miró por el salón—. Está bien, déjame ir a buscar a Lastay y ver
lo que quiere. —Volvió a mirarlo—. ¿Esa gente del circo se ha instalado?
—Su Gracia los estaba entreteniendo la última vez que me pasé a mirar —
dijo—. Creo que tienen lo que necesitan.
—Gracias —dijo Xena—. Espero estar desnuda en la historia en ese caso. —Se 129
sacudió las manos y pasó junto a él, bajando los escalones y hacia la puerta
de la fortaleza.
Xena levantó una mano y siguió avanzando, bajando al trote los escalones y
cruzando el patio interior. Podía escuchar el zumbido de muchas voces dentro
de las murallas y eso la hizo retorcerse un poco, los olores de tanta gente y
animales tamborileando contra sus sentidos de un modo no del todo
agradable.
—Xena.
Hablando de no del todo agradable. Xena miró hacia su izquierda, pero siguió
caminando. Philtop se inclinó y fue hacia ella, haciendo juego con sus
zancadas.
—¿Necesitas algo?
—Dijiste que me darías detalles esta mañana. —Philtop llevaba una túnica
dorada y se veía casualmente elegante—. Mis hombres están esperando. —
Xena se detuvo y se volvió para mirarlo—. El mal tiempo está llegando. Están
desesperados —dijo Philtop en breves tonos entrecortados—. Por no hablar de
lo nervioso como el Hades que estoy al escuchar que hay un asesino loco
suelto por aquí.
—Quieres decir otro asesino loco suelto —dijo Xena—. Ya sabían de mí antes
de aparecer aquí.
Eso es lo que él había arruinado la última vez. Había visto la cara bonita, el
cuerpo fuerte y el lado salvaje, y creyó que podía domar todo eso con un 130
buen revolcón en el heno. Después de todo, era una mujer atractiva, y él un
hombre apuesto, y eso es todo lo que había tenido con los demás.
No había contado con ese astuto cerebro de navaja que parecía haberse
vuelto más perspicaz con el paso de los años, o el hecho, que esta nueva
reina, había sido literalmente criada por lobos y tenía la moral y los modales
de uno de ellos.
En aquel entonces, nunca había creído realmente que Xena era el poder
detrás de su propio trono, realmente nunca creyó que fuera la líder de guerra
del ejército que se había apoderado del reino más grande de la tierra.
Nunca creyó realmente que una mujer pudiera ser un guerrero hasta que fue
agarrado por el cuello y sostenido contra un muro de piedra con los pies
colgando, impotente contra su inesperadamente mayor fuerza.
Esta mujer todavía era un arma finamente afilada. Ahora se sentía atraído por
ella por una razón completamente diferente.
—¿No confías en mí, Xena? —preguntó Philtop con ironía—. Oh, vamos. No
me guardas rencor aún, ¿verdad?
—No. —Xena giró la cabeza para mirar mientras las puertas exteriores se
abrían, y dos carros empezaban a entrar, permitiendo que una ráfaga de frío
entrara con ellos—. No te morirás de hambre. —Señaló a las puertas—. Y dile
a tu gente que se alegren de estar aquí comiendo de mi mesa, en lugar de
ahí fuera en medio de eso.
—Mm.
—Alguien a quien hayas... no, no tiene sentido preguntar eso —dijo él—. Has
cabreado a todos.
—Ah, sí. Tu consorte. —Philtop parecía entretenido—. ¿En serio tenías que
elegir a una pequeña patea mierda2, para ser...?
—Los imbéciles que están aquí por mi tolerancia, rogando por las sobras,
deben aprender a mantener la boca cerrada —dijo Xena con voz baja y
firme—. Especialmente sobre cosas que significan mucho más para mí que sus
despreciables vidas. 132
Philtop vaciló, luego lentamente apoyó sus manos contra la pared, los nudillos
contra la piedra, mientras los ojos azul hielo se clavaban brillando con
intención cruda y violenta.
—¿Lo haces?
—Oye, estás atrayendo a una multitud aquí —dijo Philtop—. Puede que les
parezca mal que estés asfixiando a un invitado.
2
Manera degradante de llamar a Gabrielle por su origen humilde en una granja.
—Supongo que toqué un nervio, ¿eh? —Philtop se puso de pie—. ¿La verdad
duele, Xena? ¿No oyes que todos se ríen de tu pequeña golfilla?
—¿Majestad?
—¿Qué? 133
—Perdóneme, Majestad, pero soy el ayuda de cámara del duque Lastay —
dijo el hombre—. Su eminencia le está buscando.
—Dile que vaya al salón de baile —le dio instrucciones—. Estaré encantada
de hablar con él allí. Tengo algunos asuntos de los que ocuparme.
El hombre se escabulló, dejando por fin a Xena en paz para dirigirse al salón,
donde las puertas estaban abiertas y podía oír los débiles sonidos de los
animales, y el martilleo de las estacas de madera, y en sobre ello, una voz
familiar.
Se había erigido una estructura y podía ver cuerdas cruzando la parte superior
de la misma, con hombres trabajando en el fondo para sujetarlo, supuso que
para los acróbatas.
Y los propios acróbatas, junto con lo que parecían ser otros artistas, estaban
todos reunidos en un rincón, cerca de un carro de suministros, donde había un
barril de algo allí con una mujer bajita y adorable sentada encima, vestida
con los colores de Xena.
¿Golfilla?
Tal vez.
¿Tal vez había oído que había nombrado a Lastay como su heredero, y había
decidido reavivar su relación? ¿Viendo un ángulo para conseguir más poder
que él tanto anhelaba?
Tal vez.
Probablemente.
Nadie, reconoció Xena, le había sonreído nunca así. Incluso sus tropas, siempre
leales, y los oficiales con los que había luchado, siempre sabían que su
presencia podía ser algo peligroso para ellos, si cruzaban la línea y la hacían
enfadar, o si le habían fallado de alguna manera.
Gabrielle, por otro lado, simplemente, siempre estaba contenta de verla, sin
importar las circunstancias. No importaba qué mierda les estuviese ocurriendo
o cuán dura fuera la vida, Xena sabía que podía mirar esos ojos y ver ese amor
que brillaba hacia ella.
—¡Xena! —la llamó Gabrielle—. ¡Justo estoy llegando a la parte buena! ¡Ven a
escuchar y conocer a mis nuevos amigos!
Podía ver los ojos redondos y atemorizados de los artistas de circo que se
volvían hacia ella cuando se apartó del marco y se dirigió hacia el grupo, 135
absorbiendo la notoriedad de cualquier historia que su consorte estuviera
contando.
¿Patea mierda?
Xena se instaló sobre una caja, apoyando una bota en una segunda.
—Aunque fue divertido —comentó Xena mientras se pasaba los dedos por el
pelo, dispersando gotitas de hielo y agua al suelo—. Más divertido que pasar
la corte.
—Nah. —Xena negó con la cabeza—. Ya he hablado con el tonto del culo.
Lo cierto es que eso era todo lo que estaba en la agenda que fuera
ligeramente importante.
136
—Oh.
—Tengo que ir a buscar a Lastay, sin embargo —admitió Xena con un suspiro—
. Averiguar lo que necesita. —Miró a su alrededor—. Estoy sorprendida que no
haya venido a buscarme. —Cambió su dirección—. Venga. Vamos a
encontrarlo.
Gabrielle se puso de buena gana a caminar junto a ella. Subieron por las
grandes escaleras de medio círculo y giraron a la derecha, dirigiéndose por
un pasillo largo y alto que conducía a una de las seis torres habitadas por los
nobles más importantes de Xena cuando estaban en la corte.
Xena le dio una mirada tolerante, luego pasó a su lado y golpeó la puerta con
el hombro, entrando a la alcoba con Gabrielle pisándole los talones. 137
—¡Lastay!
Silencio.
—Sí —dijo moviéndose lentamente hacia las puertas interiores—. Pero lo más
probable es que no esté demasiado ocupado como para ignorar mi dulce y
melodiosa voz. —Desenvainó una daga casi sin pensar, girándola en su mano
para que la hoja apuntara hacia atrás y quedara a lo largo de su antebrazo—
. Rata almizclera, quédate aquí. —Gabrielle redujo la velocidad, pero no se
detuvo por completo, su cuerpo se movió detrás de Xena como si estuviera
atada con una cuerda. Xena fue hasta las puertas y puso su mano sobre ellas,
luego las golpeó bruscamente—¡Lastay!
Todo inmóvil.
—Oh Xena —dijo Gabrielle después de una larga pausa con voz suave y
dolorida.
Xena soltó el aire, lanzando una maldición. Envainó su daga y agarró la vela, 138
dando un paso hacia el cuerpo medio desnudo en el suelo y arrodillándose
junto a él.
—Ah. —Lo agarró del hombro y lo giró, la luz de la vela reflejándose en una
cara flácida y sin vida.
—¿Qué está pasando aquí? —sonó una voz detrás de ellas. Gabrielle se
sobresaltó sorprendida y se volvió, mientras la puerta se llenaba con la forma
preocupada del duque Lastay.
—¡Por los dioses! Ese es mi hombre, Chilres. —Se giró y miró la cama—. Y mi…
—Agarró por el pelo la cabeza sobre la cama y la levantó—. La sirviente de mi
buena esposa.
Gabrielle había permanecido parada de pie, asombrada, mirando de uno a
otro.
—Dioses. Pensé...
El duque se irguió.
—¡Por supuesto que no! —dijo—. Nos acabábamos de ir... mi esposa se fue a
almorzar con algunos de sus amigos, y yo... ¡Bueno, fui a buscarla a usted,
Majestad! —Miró a la mujer en la cama—. ¿Qué les ha pasado?
—Lo que se suponía que te iba a pasar a ti, supongo. —Parecía más que
preocupada—. Veneno otra vez. —Lastay se sentó bruscamente en el borde 139
de la cama, lo suficiente como para ignorar a la mujer muerta que yacía sobre
ella—. Gabrielle, cierra la puerta —dijo Xena.
—Ahí está —dijo en voz baja cuando Lastay se arrodilló junto a ella—. Justo
como ha dicho Xena.
Gabrielle alzó la vista hacia su amiga, que estaba dando vueltas alrededor
pacientemente, luego se encogió de hombros débilmente.
—Guau.
—Trae esa vela aquí. —Esperó, luego tomó el candelero que su compañera
de cama había recuperado rápidamente para ella y la bajó cerca del suelo.
Sus ojos se centraron en el polvo y sus bordes se arrugaron un poco.
Levantó la mirada hacia la pared. Casi estaba en un rincón de la estancia, y
estaba lleno de sombras, aunque por lo demás, el área estaba vacía. Xena
volvió a mirar las débiles huellas que podía ver en la alteración del polvo.
Con las velas apagadas, habría estado oscuro, incluso Xena había
confundido los cuerpos antes de mirarlos de cerca. Pero la idea que los dos
sirvientes enfrascados en este placer culpable sin saber nada mientras los ojos
fríos del asesino estaban observándolos...
Podía ver las marcas, reflejos un poco plateados a sus ojos, mientras seguía las
huellas a través de la estancia cerca de la pared, y detrás de un alto biombo
para vestirse. Aquí, podía ver un tapizado grueso a lo largo de la pared y
luego, solo el otro rincón.
141
No había forma que el hombre hubiera escapado. La alcoba solo tenía una
puerta. La cámara exterior tenía otros dos corredores, pero el complejo en sí
solo tenía la puerta de entrada, o una puerta trasera que sabía, conducía a
las cocinas.
—Estos dos. —Señaló los cuerpos—. Deberían estar arreglando las alcobas, y
encargándose del almuerzo. —Estudió al hombre en el suelo—. Pobrecillos.
Querían casarse. Le preguntaron a mi esposa sobre eso esta mañana.
—Follar —brindó la reina concisamente—. Sí. Bueno, aquí hay una cama.
Probablemente más cómoda que el suelo de piedra afuera.
Lastay suspiró.
Gabrielle puso sus manos sobre las caderas de Xena y miró más allá de su
codo.
—¿Qué es eso?
—¡Por los dioses! —Lastay se acercó—. ¡No sabía que estaba allí!
Sin embargo, la puerta solo reveló una abertura oscura, sin avalancha de
asesinos. Xena esperó, luego avanzó cautelosamente, la mano libre
preparada justo delante del muslo, con los dedos retorcidos.
—Todo bien. —Se inclinó hacia adelante, barriendo con sus sentidos a
derecha e izquierda mientras se encontraba en un espacio estrecho, un
delgado corredor entre la piedra de las paredes exteriores y la piedra del
interior. A su derecha, el corredor terminaba abruptamente. Pero a la
izquierda, continuaba. Xena podía sentir una leve corriente en su cara—.
Veamos a dónde va esto. —Comenzó a caminar por el angosto pasillo de
lado, ya que el ancho no le permitía pasar los hombros—. Gabrielle, mantente
cerca.
Sin que pudieran verla, ya que iba a la cabeza, Xena hizo una mueca, y luego
puso los ojos en blanco. Sintió que Gabrielle golpeaba suavemente su espina
dorsal, y se preguntó si la pequeña rata almizclera sabía lo que estaba
pensando.
Xena tomó aire para tranquilizarse y continuó por el corredor. No podía sentir
a nadie cerca, aunque el toque de bambú y el leve olor a seda, flotaban en
el aire y podía ver, a la débil luz de la vela, las pisadas en el polvo del suelo de
piedra que se había metido en la alcoba por las más tenues rozaduras que
había visto.
¿Lo sabía?
Xena exhaló.
—¿Por qué tú? —Recorrió con la mirada los escalones mientras bajaba por
ellos. Ahora que estaba avanzando, la corriente leve se estaba haciendo un
poco más fuerte y podía oler un aroma a putrefacción. Se le ocurrió que andar
prácticamente sola por una escalera oculta con quién sabía qué al final, no
era lo más inteligente que había hecho. Pero realmente, así era como había
sido su condenada vida últimamente, ¿no? Y bien, ¿por qué Lastay?—.
Probablemente porque tú eres mi heredero —afirmó Xena—. Y antes que me
hagas la pregunta más obvia…
—¿Por qué no usted, Majestad? —adujo Lastay obedientemente.
—O tal vez desean hacerle la vida algo difícil, su Majestad —ofreció Lastay—.
Acabar con las cosas a las que tiene... ah...
—Los primeros dos que murieron estaban al servicio de un hombre leal mío. Los
segundos fueron de mis propios hombres, ahora tú. —Su rostro se endureció y
se tensó en planos más nítidos—. Podría ser, Lastay.
Gabrielle miró las bisagras, sin ver nada más que algunas grietas en la
superficie. Vio a Xena extender su mano, luego se detuvo sin ninguna razón
aparente dando un paso atrás.
—¿Qué pasa?
—Soy el objetivo, Lastay —dijo en voz baja—. Ese pasador tiene un alfiler. Si
hubiera abierto la puerta, se me habría clavado. —Los ojos de la reina se
estrecharon—. Está cubierto de veneno. Puedo olerlo.
—¡Más veneno! —Gabrielle inhaló—. Xena, ¿qué diablos está pasando aquí?
¿De dónde sale todo esto?
—Pero... Señora, ¿cómo podría saber alguien que estaría aquí? Ha dicho que
nunca había estado en este pasaje —protestó el duque.
146
—Digamos que tengo un presentimiento —dijo Xena después de un largo
silencio—. Volvamos arriba. Quien quiera que haya hecho esto, se ha ido hace
mucho rato de todos modos —indicó hacia adelante—. Necesito averiguar
qué está pasando aquí antes de que más personas empiecen a caer muertas.
—Ugh —dijo Gabrielle de nuevo—. Pensaba que las cosas iban demasiado
bien.
Xena estaba de pie frente a la ventana con los brazos cruzados sobre el pecho
mientras veía caer la lluvia helada. Detrás, podía oír a Gabrielle trabajando
cerca de la chimenea en sus aposentos, el suave ruido de un cucharón de
madera contra una olla de hierro que sonaba extrañamente fuerte en la
estancia.
Xena asintió con la cabeza, recogiendo con la cuchara un poco de pato 147
guisado y poniéndoselo en la boca.
—Estoy segura de que originalmente estaba allí para poder escapar en caso
de una sublevación de los esclavos —comentó Xena—. Me refiero a la puerta.
Apuesto a que, donde me detuve, pasa por debajo del salón de banquetes y
luego da a parar a ese gran túnel que sabía llevaba a los establos.
—¿Estaban todos asustados antes de eso? —preguntó Gabrielle.
—Bregos hizo que los nuestros casi derribaran el maldito castillo, tan seguro —
dijo Xena—. ¿Lo recuerdas?
Gabrielle sí lo recordaba.
—Pero... Nunca oí hablar de esos túneles —dijo—. Cuando vine por primera
vez aquí. Me hubiera imaginado que la gente sabría sobre ellos para salir.
—No pasaste tanto tiempo abajo —declaró la reina—. De todos modos, no.
Después del mediodía, vamos a ir al espectáculo y fingiremos que no pasa
nada.
—Oh.
—Lo último que necesito es que todos pierdan la cabeza —dijo Xena—. Así
que tú y yo disfrutaremos de nuestros nuevos amigos del circo y luego
organizaremos una gran cena esta noche.
148
Gabrielle estudió su cuenco.
—Xena.
—Lo digo en serio. —Los ojos azules pálidos se clavaron en ella—. Si iban detrás
de Lastay para lastimarme, ¿qué crees que te podría pasar a ti? —Gabrielle
quedó trabada con su cuchara a medio camino de sus labios. La dejó de
nuevo en el cuenco mientras observaba las expresiones cambiantes en la
cara de Xena. Había un miedo inquietante en ellas, que la sorprendió, y no
supo qué decir. Los ojos de Xena cayeron—. De todos modos —dijo—.
Quédate a mi lado, ¿me has oído?
—En ese caso, ya sabes Xena, me aseguraré que ambas tengamos las mismas
cosas. —Se comió una zanahoria—. Porque quiero que lo que sea que te pase,
me pase a mí también.
—¿Qué? 149
—¿Qué de qué? —Gabrielle mantuvo sus ojos en su pato.
—Sí. —Vio que la reina la miraba fijamente—. Xena. —Puso una mano en el
brazo de su amiga—. Vamos. Tú eres todo para mí. Lo sabes. —Estudió la
expresión de la reina—. Te amo. ¿Qué crees que sería la vida para mí sin ti?
—Xena.
—Sé que lo haces —suspiró Xena—. No quiero que nos pase nada a ninguna
de las dos, Gabrielle. Quiero vivir una larga y hedonista vida contigo. —Se
movió un poco—. Nunca tuve que preocuparme por eso antes. —Gabrielle
simplemente se inclinó y apoyó la cabeza en el hombro de Xena—. Siempre
pensé que uno de estos días me pillaría uno de esos malditos nobles —dijo
Xena—. Antes de que aparecieras, creo que estaba llegando al punto en que
ya no me importaba si lo hacían.
—Oh.
—Y luego te conocí.
Xena exhaló.
Recordó estar enojada. Recordaba haberle dicho a Lila que preferiría estar
muerta antes que casarse con él.
—No quería hacerlo —dijo finalmente—. Pero no sé qué habría hecho sin que
hubiera empeorado mi vida. —Se miró las manos que rodeaban su cuenco—
. Lo cierto es que no pensé que tuviera otra opción.
Xena le cogió el cuenco y lo apartó para rodear a Gabrielle con el brazo. 151
—Esos bastardos te hicieron un favor —comentó—. Me hicieron un favor —
añadió—. Aunque todavía me alegro de haberlos matado —reflexionó un
momento—. Creo que habrías terminado deshaciéndote de ese cabrón.
—Mm. —La reina asintió—. Eres una luchadora, Gabrielle. Está dentro de ti, o
de lo contrario nunca hubieras sobrevivido a conocerme.
—De una forma u otra, lo haremos. —Xena la abrazó—. ¿Tienes más de ese
pato? Al menos puedo hartarme de comer de eso sin preocuparme que me
dé un patatús.
Gabrielle se levantó para llenar sus cuencos, feliz de haber tenido algunas
marcas de vela juntas antes del espectáculo, e intentaran aprovecharlas al
máximo.
—Llevo la mía, como el resto de los hombres, señora. Sin embargo, esos dardos
apuntaron bastante bien.
—Mm. —Xena tuvo que estar de acuerdo. Entre la cabeza y las manos,
estaban lo suficientemente expuestos para alguien con ese tipo de habilidad
les acertara—. Después del espectáculo de esta noche, cuando el castillo se
haya calmado, quiero que todos los hombres que tenemos, hagan un barrido
de arriba a abajo de este lugar. Mazmorras, sótanos, todo.
—Sí —dijo la reina—. Deja que se relajen. Creen que no estamos mirando.
—Su gracia. —Brendan inclinó la cabeza—. Señora, puedo ver el punto sobre
dejar que se inquieten, pero... por los dioses. Si quien sea, golpea de nuevo...
—Lo sé. —Xena colocó el metal sobre la piel de su compañera de cama, tiró 153
de la parte posterior del cuello y se lo colocó alrededor—. Pero creo que están
escondidos en este momento y si vamos tras ellos, palmará gente de todos
modos.
—O bastardos. —La reina reflexionó sobre hacer que su amada rata almizclera
usara una capucha de cuero y guanteletes para el espectáculo.
»¿Te gustan mis viejos harapos, rata almizclera? —preguntó Xena con una
sonrisa.
—Si. —Su consorte asintió—. Creo que te ves muy bien en esto.
La sonrisa de la reina se ensanchó. Se giró y enganchó el más pequeño de los
dos vestidos del gabinete y lo colocó sobre los hombros de Gabrielle, tirando
de él.
—Buh. —Gabrielle sacó los brazos—. Me alegro que haga frío afuera.
—¿Señora? —comenzó.
—¿Por qué esa cara? ¿Me está creciendo un cuerno? —La reina se palmeó la
frente. Levantó su propia cubierta y la balanceó alrededor de su cuerpo.
—No, señora —dijo Brendan—. ¿Alguna otra cosa? Voy a reunir a los hombres
y darles la orden. La mayoría de los exploradores, eh, ya están deambulando
con los oídos abiertos. 154
Xena terminó de atar la parte delantera de su túnica. Se miró en el espejo para
comprobar el efecto, mirando la tela que cubría sus cueros con curvas menos
naturales.
—¡Señora!
Xena arqueó una ceja y señaló la puerta, esperando a que él se fuera antes
de volver su atención a su reflejo.
—¿Estás lista para bailar conmigo esta noche? —le preguntó a Gabrielle, que
se había sentado en el baúl y se estaba poniendo el suave calzado de interior.
—Tienes unos pies tan bonitos —comentó frotando uno de sus poderosos
tobillos.
—Lo creo —confirmó su consorte—. Tienen una forma tan bonita. —Tocó el
empeine arqueado—. Y tienes lindos dedos de los pies.
—Tal vez debería hacer que me pinten las uñas de color rosa. —Gabrielle la
miró bruscamente, con los ojos como platos—. ¿Azul? —La rubia hizo una
mueca. Xena se rio entre dientes con ironía—. Vamos, amiga mía. —Se levantó
y le ofreció la mano a Gabrielle para que se pusiera de pie—. Vamos a disfrutar
tanto como podamos de este espectáculo. Tengo la sensación que será
nuestra última diversión por un tiempo.
Caminaron juntas hacia la puerta, desviándose solo para dejar que Xena
recogiera su espada en su funda. La reina colocó la hoja contra su hombro y
pateó la puerta para abrirla, dirigiéndose hacia el ruido del salón.
El salón de baile estaba lleno. Gabrielle estaba contenta de estar con Xena,
feliz de ir detrás de la forma alta de la reina mientras recorrían el camino que
se abría apresuradamente frente a ellas hasta las sillas de respaldo alto que
habían sido colocadas para que se sentaran.
—Lo estoy.
Los artistas se habían retirado a varias de las cámaras justo al lado de la puerta
del salón, donde en otros tiempos, los nobles estarían dejando capas y armas
antes de rendirse a una noche de baile y donde los músicos ceremoniales se
habrían quedado, listos para proporcionarles música.
Las ventanas altas y angostas estaban abiertas a pesar del clima, trayendo
una corriente de aire frío y húmedo que agitaba la paja y eliminaba el peor
de los olores, arrastrando incluso el intenso humo penetrante de las lámparas
de aceite hacia el patio.
A pesar de la tormenta, los ánimos parecían altos. No era frecuente que este 157
tipo de entretenimiento llegara a la fortaleza de Xena y, ciertamente, aún más
raro que la reina permitiera el uso de la sala más grandiosa del reino para una
representación.
Gabrielle casi sentía que podía olvidarse los problemas que estaban teniendo,
mientras Xena y ella subían a la plataforma real y se acercaban a sus asientos.
—Su Majestad, su gracia. —La esposa se puso en pie, e hizo una reverencia,
luego volvió a su asiento.
—¿Hemos...?
—Aquí tienes. —Se lo ofreció a la reina, que simplemente levantó una ceja
oscura hacia ella.
—Xena y yo. —Miró a la reina que estaba estudiando el techo con aparente 158
fascinación—. Pensamos que podríamos hacerte un pequeño regalo para tu
nuevo bebé. —Le ofreció el paquete cuidadosamente envuelto.
Era así como funcionaban las cosas. Pero cuando la esposa del duque abrió
el regalo y lo desplegó, pudo ver por los cambios en sus expresiones y el suave
aliento de ella que, de hecho, era algo que les gustaba de verdad.
—Les pedimos que pusieran vuestro escudo de armas. —Gabrielle dijo, con un
toque de desconfianza—. Pensé que los colores eran bonitos.
Xena estaba estirando el cuello para mirarlo, con las cejas fruncidas.
—Es preciosa —dijo Lastay tocando la tela suave—. Estoy seguro que nuestro
hijo crecerá muy bien, envuelto en ella. —Le dirigió a Gabrielle una sonrisa
genuina—. Mi agradecimiento, su gracia. —Dejó la pausa suficiente para
demostrar que sabía de quién provenía realmente el regalo antes de volverse
y agachar la cabeza en dirección a Xena—. Su Majestad.
Xena estudió su perfil. Se había vuelto un poco más cuadrado y más duro con
los años, no era el chico guapo que recordaba, sino un hombre adulto en su
plena madurez.
—Sí, consígueme un maldito cántaro. Creo que va a ser una de esas noches.
Eran bonitas, bordeadas de plata con las bases en un raro y rico color púrpura
y la cabeza de halcón de Xena cincelada en el cristal para completar el
trabajo que le habían dado como regalo, justo después de regresar de
derrotar a los persas, de parte de la ciudad portuaria que acababa de salvar.
Preciosas.
—Oh, Majestad. —El viticultor sirvió expertamente un rico vino tinto del color
de la sangre en las copas, con, incluso, un poco de consistencia mientras
daba vueltas a la copa y se la ofrecía—. Los negocios van muy bien, de
hecho. Muchos barriles de los prensados este año ya han sido comprados, y
llevados.
—Me estás guardando algo para el invierno, ¿verdad? —Xena tomó un sorbo
de vino, sus ojos se abrieron un poco cuando el ligeramente especiado y rico
sabor, llenó su boca—. Es bueno.
—Lo mejor siempre se guarda para usted, Majestad. —Sonrió—. Esto mejorará
a medida que envejezca durante el invierno, ¿debo enviarle algunos para su
mesa?
—Guau.
—Eso era un sí. —Xena devolvió su atención al vinatero—. Y sirve una copa
para aquí, mi adorable amiga.
161
Hizo una reverencia y obedeció, llenando la otra copa y luego pasó a servir a
Lastay y a su dama. Xena tomó otro sorbo de vino, y deseó poder
sencillamente tomarse el odre entero. Tenía ganas que fuera una noche de
satisfacción, disfrutando de los frutos de las labores de todos los demás, pero
sabía que no iba a terminar la noche en un tropiezo borracho en su alcoba.
Tenía cosas de las que encargarse. Xena miró a Gabrielle, que estaba
bebiendo vino con visible deleite. Y, de todos modos, probablemente a
Gabrielle no le gustaría mucho borracha. No era divertida. Era mezquina y
pendenciera, a diferencia de su consorte, que se ponía tonta y amorosa
cuando estaba achispada.
—Xena.
—Ah. En toda vida debe caer un poco de mierda de caballo. —Xena giró la
cabeza para ver a Philtop en la parte baja de la plataforma, no pudiéndose
acercar más, ya que su guardia le impedía avanzar—. ¿Y ahora qué?
Philtop subió hasta su nivel y se acercó. Llevaba una gruesa capa forrada y se
había puesto una ajustada túnica de terciopelo negro con calzas igualmente
ajustadas y botas de cuero con los bordes superiores doblados.
—De verdad.
—Supongo que has oído que tus rameras han comido bien. —Philtop se
encogió de hombros—. En cualquier caso, la única pregunta que tenían era...
Justo en ese momento, un fuerte ruido hizo que ambos levantaran la mirada,
dirigiéndola hacia la pista del espectáculo para ver a un enorme caballo de
color cobre que salía disparado del área de espera en la parte de atrás,
precipitándose en la pista y pateando con virulencia.
Fue sacudida como una muñeca de trapo. El caballo era enorme, más
grande incluso que su semental Tiger y estaba loco de ira mientras enseñaba
los dientes y trataba de morderla.
Levantó sus piernas y las colocó alrededor del cuello del caballo, colgando
por debajo de su cabeza mientras aterrizaba sobre los cuatro cascos
intentando saltar, incapaz de hacerlo por el peso que estaba tirando de su 163
cabeza hacia abajo.
La saliva voló y le salpicó la cara, pero Xena mantuvo su firme agarre, soltando
las piernas y aterrizando de nuevo en la paja.
El caballo retrocedió, pero ella se aferró, y fue balanceada en el aire otra vez.
—Está loca. —Philtop comenzó a dirigirse hacia la paja, solo para encontrarse
detenido por detrás—. ¡Oye! —Se giró para ver a la pequeña rubia de Xena
justo detrás de él, agarrándole de la capa—. ¡Suelta!
—No bajes allí —le advirtió, tirando de él hacia atrás con todas sus fuerzas—.
Solo le estorbarás —añadió— Sabe de caballos.
—Déjame ir, peq... —Philtop alcanzó su espada, solo para encontrar tres en su
cara, mientras Brendan y la guardia lo asaltaban—. Está bien —dejó caer su
mano a un lado—. Lo siento. No sabía que todos tenían sentimientos tan
fuertes por la pequeña furcia.
A diferencia de Xena, Brendan no se contuvo. Golpeó a Philtop en la cara con
su espada y luego cargó el puño para golpearlo.
—Cerdo.
—¿Crees que unas pocas monedas de plata significan algo para mí? Todos
vosotros sois florituras inútiles para mis ojos. Solo una mano me humilla y te
aseguro que no es la tuya.
Xena vio que algo estaba pasando en su plataforma, pero tenía las manos
ocupadas y una mirada rápida le mostró a Gabrielle de pie a un lado, sana y
salva, por lo que devolvió su atención al caballo.
Xena giró su rostro cubierto de saliva de caballo hacia él y le lanzó una mirada
irónica.
—Estupenda. ¿Y tú? —Se dio media vuelta y soltó una mano de la brida del
caballo, dándole palmaditas en la mejilla—. Calma ahora, chico grande. No
hagas que me ponga dura contigo, no te va a gustar. —Detrás de ella,
escuchó un sonido agudo, luego un traqueteo. Luchó contra el deseo de
darse la vuelta otra vez—. ¿Qué le ha pasado a este caballo? —preguntó
bruscamente.
—No lo sé. —El domador del circo acababa de acercarse, respirando con
dificultad—. Estaba preparando su arnés y lo siguiente que supe es que se
estaba volviendo loco. —Xena giró la cabeza del caballo, caminando en
círculo para poder ver lo que sucedía detrás de ella. Philtop se había ido,
podía ver su capa desaparecer mientras se dirigía hacia el resto de su grupo. 165
Brendan estaba parado frente a su trono, y Gabrielle estaba de pie junto a él.
Por lo visto, el traqueteo había sido de Philtop al bajar las escaleras—. Lo tengo,
mi lady. —El hombre del circo se adelantó, extendiendo su mano hacia el
caballo—. Muchas gracias... creo que su rápida acción ha evitado muchos
moretones.
Le tendió la brida al hombre del circo y se agachó por el lado del caballo.
Tenía un cuerpo enorme y una espalda ancha, pero en un punto de su cadera
trasera izquierda, había un largo y cruel corte medio oculto por el grueso
pelaje.
—Tiene un corte.
—Majestad.
—Lo comprobaré. —El hombre giró cuidadosamente el caballo—. Oye, tal vez
fue un accidente. Algunos de nuestros tramoyistas tienen cuchillas como esa.
Vamos chico. 166
Un paje se adelantó ofreciéndole a Xena un paño. Ella lo cogió, de pie en
medio de la pista, sintiéndose repentinamente como si el tiempo hubiera
retrocedido al día en que tomó el castillo.
—Lo detuve para que no bajara corriendo a donde estabas luchando con el
caballo.
Xena la miró.
—Ha sido idiota y estúpido de mi parte. Esa cosa podría haberme machacado
hasta la muerte —informó a su consorte—. Deberías haber arrastrado mi
trasero de vuelta cuando salí disparada. No me dejes hacer cosas así, rata
almizclera. Sería jodidamente vergonzoso estirar la pata bajo una pila de
mierda de caballo, ¿sabes?
—¿Por qué lo detuviste? —repitió—. Eso podría haber sido tan entretenido
como esos malditos malabaristas.
168
—Xena.
—No le gustó.
—Que se joda. —La reina tiró el paño al sirviente—. Tonto del culo
descerebrado.
—¿Algo malo acerca de ti? —Su voz cambió, abandonando cualquier rastro
de guasa, a un tono de suave y plana seriedad—. ¿Qué te dijo?
—No me importa una mierda cuál es la razón. Voy a matarlo por eso —
respondió la reina, todavía con ese tono suave y peligroso—. Él no tiene
derecho a venir aquí, vivir de mi buena voluntad y escupir mierda sobre ti.
Muy seriamente enojada, como había estado la noche que mató a Toris.
Gabrielle recordó haber visto esa misma expresión fría en su rostro, y sintió un
escalofrío recorrer su columna vertebral. Cerró los dedos alrededor del brazo
de la reina, apretando suavemente. 169
—Tal vez él está detrás del envenenador —dijo Xena—. Tal vez esto es un juego
de poder. Socavarme, socavarte...
—Creo que él piensa que solo te nombré mi consorte mientras esperaba a que
apareciera un hombre de verdad —respondió honestamente—. Que yo no
quiera un hombre, está fuera de su alcance mental. —Gabrielle cayó en un
silencio incómodo. Los ojos de Xena adquirieron una mirada distante—. Mi
elección de un consorte por amor, en vez de conveniencia política tampoco
era algo que nadie esperara —reflexionó—. Nunca me entendieron
realmente. —Gabrielle la miró en silencio, insegura de qué decir a eso. La reina
se inclinó hacia un lado e inesperadamente mordió el nudillo de Gabrielle,
donde estaba tensado alrededor de su brazo—. Sí. —Cambió el mordisco por
un beso, luego levantó la vista de entre su desordenado flequillo—. Es un
gilipollas —reconoció—. Y saber que me enamoré de él me avergüenza hasta
el Hades, así que, realmente solo quiero matarlo por principio general, ¿sabes?
Bastante clara.
Levantó la vista para mirar el perfil de Xena, solo para encontrar esos ojos
azules mirándola, una mirada de afecto sorprendentemente amable en ellos.
Sonrió un poco por reflejo.
—¿Qué pasa?
—Estoy pensando en ti arrastrando a ese tonto del culo por su capa —dijo
Xena—. Maldición, siento habérmelo perdido.
Como respuesta, Brendan extendió su brazo dónde tenía una daga alineada
en su interior, la empuñadura ahuecada en su mano. 171
—Encontré esto —dijo—. Y esto. —Ofreció su otra mano que tenía un trozo de
tela rasgada.
—Ah, eh. —Frunció el ceño—. Para estar seguro, su Majestad, tendría que mirar
en los pergaminos. Me recuerda un poco al viejo sello de los habitantes de las
Tierras Occidentales.
—Sí. —El duque resopló reflexivamente—. No es del Príncipe actual. —Miró más
allá de ellas hacia donde estaba sentado el grupo de Philtop—. Uno antes que
él. Estaba en el poder cuando mi padre tenía el título y las tierras. Solía venir y
armar alboroto sobre la frontera.
—Ya veo. —Xena deslizó la daga en su cinturón—. Gracias. —Cogió la tela a
continuación, pero no era tan interesante. Solo un trozo de saco, basto y sin
nada especial. Volteó el pedazo de tela entre sus dedos y se detuvo,
inclinando su cabeza un poco más para examinarlo—. Marca de
comerciante.
—Extraño para mis ojos, sin embargo, Señora, no es mi costumbre examinar los
cestos y barriles que llegan a mi castillo.
Xena también había estado pensando en eso. Parecía absurdo. ¿Por qué
apuñalar a un caballo de circo? Casi podría haberlo entendido, encajarlo
como una pieza del rompecabezas si hubiera sido Tiger, o un caballo que
conociera, pero nunca había visto este animal antes, ni a los artistas de circo
que eran los dueños.
Ninguna razón para que le importara. Así que, no era por el caballo en sí.
¿Y entonces, qué?
—Tal vez alguien quería desencadenar a esa bestia y herir a la gente. Causar
pánico —reflexionó—. Lo habría hecho. Se habría estrellado contra toda la
primera fila de allí.
¿Un grupo de niños aplastado bajo esos grandes cascos, delante de sus ojos,
en su salón mientras sus padres miraban?
—Tal vez quien quiera que sea, sabía que saltarías directa allí, Xena. Quizá
estaban tratando de lastimarte. —Gabrielle habló—. No hay duda que era un
caballo grande.
173
—Bueno, es una idea, mi lady —dijo Lastay—. ¿Poner a su Majestad en peligro,
por así decirlo?
—Sí. Tal vez lo hicieron con la esperanza que el caballo la arrollaría. —Gabrielle
asintió—. ¿Sabes? Como ese buey hizo con uno de los mozos el otro día.
Acabó machacado.
—Vamos, gente. —Xena los miró a los dos—. No me digáis que un pirado
esperaba que yo arriesgara mi viejo y canoso trasero salvando a un montón
de niños mimados.
—Lo sé. —La reina parecía un poco exasperada—. Pero dada mi reputación,
quién Hades lo esperaría. —Se detuvo, mirando de uno al otro—. Además de
quizás tú. —Puso la yema del dedo en la nariz de Gabrielle—. ¿Mi pequeña y
loca bardo amorosa, rata almizclera?
—Creo que intentarán algo más —dijo—. Han fracasado los últimos dos
asaltos. Solo desearía saber qué ángulo tomarán. Creo que después de esto,
empezaremos a presionarles. No puedo arriesgarme a darles todo el tiempo
del mundo para que conspiren. 174
—¿Vamos a intentar cazarlos? —Lastay se atrevió a adivinar—. Es una fortaleza
muy grande, su Majestad. Hay muchos sitios para esconderse.
—Sí, pero, —Xena señaló la puerta—, con ese clima afuera, menos lugares en
los que puedan operar. —Se reclinó en su silla cuando salieron los acróbatas—
. Ah, ahí están tus amiguitos, rata almizclera. —Los observó subir por la
estructura de madera con una agilidad parecida a la de una araña.
Uno saltó sobre una barra oscilante y se colgó boca abajo, dejando que sus
manos colgaran mientras se balanceaba hacia adelante y hacia atrás. El otro
agarró una segunda barra y se lanzó al aire, balanceándose de delante a
atrás siguiendo un patrón cronometrado mientras colgaba de sus brazos.
Podía oír el crujido de las cuerdas, mientras un silencio caía sobre la multitud,
insegura de lo que iban a ver.
El primer hombre extendió sus manos, y el segundo soltó su agarre y voló por
el aire, agarrando las manos extendidas y siendo sostenido por ellas, luego al
oscilar hacia atrás, soltó su agarre y giró en el aire para atrapar su punto de
origen para balancearse y aterrizar en la estructura de madera, alzando su
brazo en un gesto teatral.
»¿Gabrielle?
—Si le dices a alguien que puedo hacer eso, te azotaré hasta que se te caiga 175
el trasero. —La reina le dijo en voz baja—. ¿Me sigues?
—No.
—Pero…
—NO.
El circo fue un éxito fantástico. Gabrielle sentía las palmas de las manos en
carne viva de tanto aplaudir, y el murmullo de la conversación a su alrededor
era feliz y emocionado mientras la multitud comenzaba a dispersarse
dirigiéndose hacia el salón de banquetes.
Habían visto tanto. Los caballos, por supuesto, haciendo cosas asombrosas en
el espacio interior relativamente pequeño, y luego los acróbatas, y los
malabaristas... y luego sacaron algunos animales raros que hacían trucos y
que no supo lo que eran ninguno de ellos.
Xena si, por supuesto. Pero incluso ella se había inclinado hacia delante
cuando sacaron un enorme gato con rayas y uno de los artistas de circo había
comenzado a luchar con él. El animal era enorme, tan largo como un caballo
y la cabeza del tamaño de una tapa de barril.
Tenía dientes grandes y visibles cuando el hombre abrió con fuerza sus
mandíbulas para mostrarlos; y enormes patas con garras que se clavaron en
el suelo mientras el artista luchaba con él y raspaba enormes trozos de paja y
arena.
Rugió.
—Pobre animal. —Había dicho una vez que se llevaron al animal arreándolo,
por un túnel hecho de cuerpos con medio escudo, a través de una puerta de
una jaula medio oculta.
Así que tal vez no era tan sorprendente. Xena le había dicho una vez que
confiaba más en los animales que en los humanos porque nunca te mentían,
y Gabrielle supuso que eso era cierto, después de todo, no hablaban.
—Nunca.
—Vamos. —Xena hizo un gesto hacia los escalones—. Quiero ver a todas esas
criaturas que arrastraron hasta aquí antes de que comiencen a cobrar un
dinar a estos imbéciles por verlas. —Tomó la espada con su funda de la parte
posterior del trono y se la metió en el hueco del brazo.
—No creo que te cobraran a ti, Xena. —Gabrielle se apresuró a seguir sus
largas zancadas por la plataforma de madera—. Después de todo, salvaste
su caballo. —Xena la miró divertida—. Y tú eres la reina.
—Oh sí, eso también —dijo Xena arrastrando las palabras cuando llegaron al
suelo y caminaron por el heno esparcido hacia donde estaban reunidos los
artistas del circo, aceptando monedas de la multitud y charlando con ellos.
—De verdad que es un lugar tan bonito y seco y... ¿Qué? —Zev se volvió y la
miró—. Disculpe, su Majestad, pero ¿qué acaba de decir? —Xena pasó junto
a él para examinar al gato. Era una bestia enorme, un color naranja bruñido
con rayas negras, con una cabeza tan grande como un barril de cerveza.
Estaba tendido al aire libre, con una cadena y un collar alrededor de su cuello,
que estaba firmemente acoplada al eje del vagón más grande. Mientras
observaba la aproximación de Xena, abrió su boca dejando al descubierto
enormes dientes blancos, y se lamió los labios. Guau. Incluso la hastiada
sensibilidad de Xena fue sacudida por el animal al verlo de cerca. Su pelaje 178
era fino y vivo, se veía saludable, y mientras miraba al animal, este estiró sus
patas, mostrando los dedos blancos con mechones que tenían enormes
garras en ellos—. ¿Su Majestad? —repitió Zev, haciendo un gesto frenético con
su mano, aparentemente a sus colegas rezagados—. ¿Dijo algo?
—Lo dije. —Xena rodeó al gran felino, fascinada—. Dije, ¿queréis quedaros
aquí y hacer vuestro espectáculo todo el invierno? —Lo miró, y también, al
anciano y a la mujer que se acercaban rápidamente—. ¿Os quedáis aquí y
me mantenéis entretenida? —Gabrielle casi contuvo la respiración, mirando
las caras de los artistas de circo. Habían llegado a gustarle rápidamente,
encontrando más en común con los más jóvenes que con la mayoría de los
demás en la fortaleza. La idea de tenerlos cerca para hablar e intercambiar
historias durante los meses fríos, la hacía feliz—. ¿Te parece bien, rata
almizclera? —Xena le dio un codazo, después de volver dando una vuelta
hacia donde estaba parada.
Gabrielle contuvo el aliento por otra razón, pero Xena se limitó a reír bajo en
lo profundo de su garganta, un sonido sexy que le hizo cosquillas en los
tímpanos. Se relajó y una sonrisa apareció en su rostro.
—Su Majestad, han sido largos años para nosotros, fuera, en el camino —dijo
el hombre mayor—. No hemos dejado de viajar desde que dejamos nuestra
aldea natal, hace algo más de tres frías temporadas. Aunque encontramos
formas de aguantar el clima y mantenernos enteros... la idea de estar quietos
y protegidos por un tiempo, casi me hace llorar.
—Dioses. —Cellius respiro hondo—. Dormir en una cama por una semana.
—Su Majestad, para mí sería un gran honor. —Se enderezó—. Soy Stevanus, y
estoy a su servicio. Nos encantaría quedarnos y entretener a su hermoso ser y
a sus súbditos durante el invierno.
—Guau —murmuró—. ¿Es difícil viajar con él? Si muerde y todo eso, quiero
decir.
—Ah. —Xena asintió—. Eso tiene sentido. —Extendió su mano hacia el animal,
observando como ladeaba con la cabeza y la miraba con ojos ámbar
brillantes. Escuchó un sonido detrás, y se divirtió imaginando mentalmente a
su amada compañera de cama, volviéndose loca en silencio, tratando de
evitar tirar de ella hacia atrás para alejarla del gato.
—Majestad, por favor tenga cuidado —dijo Stevanus casi como un lamento—
. Acabamos de comenzar una relación maravillosa. No me gustaría que se
dañara por los dientes de mi criatura.
—No te preocupes. Soy una chica grande. —Vio que el gato se movía e
inclinaba la cabeza hacia adelante, sus grandes fosas nasales se movían
mientras olfateaba sus dedos—. Lo suficientemente grande como para no
culpar a nadie por meterme yo misma en un lío.
181
—Xena —murmuró Gabrielle justo detrás de ella.
—No hay problema, rata almizclera. —La reina estaba encantada con la
sensación del cosquilleo de los bigotes en las yemas de los dedos—. Tengo dos
manos. —Oyó suspirar a su consorte, y sintió un leve toque contra su espalda.
El gato abrió su boca. Xena mantuvo su mano justo donde estaba, sabiendo
que no debía hacer ningún movimiento repentino. Sin embargo, la gran
lengua se asomó y le lamió los dedos y recordó que había comido pasteles
dulces no mucho antes—. Ah sí, ¿eh?
Xena tocó al gato en la cara y descubrió que su pelaje era más suave de lo
que esperaba. Sin embargo, no tentó a su suerte más allá, después de un
rápido rascado debajo de su mandíbula, retiró su brazo y se levantó de nuevo.
—Bonito. —Se giró para encontrar a los domadores y a la gente del circo,
pálidos como sábanas nuevas de lino detrás de ella—. Relajaos —les dijo—.
Gato listo. Reconoce a uno de su propia especie. —Les guiñó un ojo, y luego
dejó caer su brazo sobre Gabrielle—. Acomodaos vosotros mismos. Le diré a
los sirvientes que os traigan lo que necesitéis. —Su voz se volvió más seria.
Stevanos recuperó la compostura e hizo una reverencia.
—No me lo agradezcas tan pronto. —La reina miró alrededor—. Pero de nada.
—Condujo a Gabrielle alrededor del círculo rodeado por los carros,
examinando a las otras criaturas que estaban en jaulas más pequeñas,
montadas sobre ellos.
—Por los dioses, Stevanos —murmuró Zev—. Has hecho bien en traernos aquí.
Pensar incluso en una semana alejados del clima.
—Por los dioses que tiene razón. Tiene la magia dentro de ella. ¿Viste ese gato?
Me habría arrancado la mano si lo hubiese intentado yo.
Gabrielle estudió a los animalitos. Tenían caras lindas, largos bigotes y ágiles
patas.
—Oh. —Hizo una pequeña mueca—. Creo que la capa del Duque Lastay está
hecha de ellos.
—Un túnel. Nos encontraremos con las tropas cerca de los establos. —Xena
atravesó otra puerta y luego abrió una tercera, que reveló una escalera larga
y oscura que bajaba. Sacó la espada de su funda y le pasó la vaina a
Gabrielle—. Sostén esto. 183
Gabrielle se la colocó debajo de un brazo y se mantuvo cerca de los talones
de la reina mientras descendían.
La reina sonrió.
—Sí, ya lo sé —dijo—. Es bueno darte gente con la que hablar, que no sea yo,
que no sean soldados o nobles estirados.
Abrió la puerta con el pie y entró, esperando a que Gabrielle la siguiera antes
de cerrarla, y echó la llave desde el otro lado. Luego se la guardó en el bolsillo
y comenzó a caminar por el túnel, sintiendo que se hacía cada vez más frío a
medida que avanzaban.
—Desde el otro lado. —Xena barrió el túnel enfrente, sus ojos distinguían las
piedras que formaban las paredes y el suelo con pequeños agujeros y rocas,
lo que hacía que caminar fuera un poco traicionero—. Te dije que sabía
dónde estaba el que da a los establos. Nunca me molesté en mirar este.
—Es espeluznante.
Gabrielle se detuvo y dio un paso atrás, justo detrás del codo izquierdo de
Xena. Apenas podía ver nada, solo la tenue luz del extremo del túnel que
daba a los establos, pero sabía que algo tenía que haber hecho reaccionar
a Xena.
Había algo.
Desafortunadamente Xena no sabía qué era. Sabía que sus instintos estaban
erizados y, como reacción, adelantó su espada frente a ella, su mano
agarrando la empuñadura mientras se esforzaba por detectar lo que
perturbaba sus sentidos.
¿Sonido? ¿Olor?
Sus ojos le dijeron que el túnel estaba vacío. Incluso con las tenues sombras,
podía ver cada centímetro de él.
Entonces, ¿qué?
»Quédate cerca.
—¿Ves eso?
Gabrielle lo intentó. Alzó la vista, pero todo lo que podía ver era el contorno
de la salida al túnel que estaba más adelante.
—No.
—¿Majestad?
El instinto era gracioso. Xena siempre había asumido que sus instintos eran
buenos y que estaban totalmente enfocados en mantener la cabeza sobre su
cuello y la piel en una sola pieza. Así que se encontró principalmente
preocupada por asegurarse que Gabrielle estuviera a salvo y exponiendo su
propio culo a lo que viniera por sorpresa. 186
Sin embargo, se dio media vuelta, poniéndose de espaldas al peligro y agarró
a Gabrielle por la cintura, tirando de ella hacia abajo mientras sus sentidos le
advertían que algo venía hacia ellos.
Hablando de instintos.
—Las tengo aquí, Majestad. —Una voz masculina resonó desde un poco más
arriba en el pasillo—. Ballestas.
—Sí, creo que yo... oh. Xena, mira. No fue una roca.
No había nadie en el pasillo. Solo las trampas. Sus sentidos no habían captado
nada que viviera o se moviera en la oscuridad, y sabía que lo habrían hecho.
Si no antes del disparo de las flechas, después, mientas quienquiera que fuese,
se escabulliría y escaparía.
Pasó el dedo pulgar sobre un borde y encontró una fina capa de polvo en la
superficie. 188
Maldita sea. ¿Cuánto tiempo hacía que, quien fuera, había estado aquí?
Había dado por sentado que sabía de dónde era ese asesino sombrío, pero
ahora... ahora no estaba tan segura.
Clavos de herradura.
Xena metió la mano y tocó uno con la yema del dedo. Luego sacó su daga y
sacó el clavo, agarrándolo con los dedos pulgar e índice y tirando de la
madera con un crujido chirriante.
—Sí. —La reina suspiró—. Lo sé. Debería haberme tomado esto más en serio
antes. El problema es que, quienquiera que sea, golpeó dos veces, y luego su
suerte cambió. Va a comenzar a arriesgarse más.
—¿No?
—No. —Xena puso sus manos en sus caderas—. Dispersaros y buscar por este
túnel de punta a punta. Quiero cualquier cosa que haya aquí, botones sueltos, 189
huesos de rata, lo que sea que encontréis —ordenó—. Comenzamos aquí, y
luego pasamos al siguiente túnel.
—Sí.
Pero si iban juntas, significaba que tendría que confiar en sus hombres para
buscar en la fortaleza.
Oh, mierda.
Sus ojos se posaron en uno de los tornillos gastados de la caja que había
disparado y lo levantó, examinando la cabeza y olisqueando delicadamente.
Para su sorpresa, solo el olor normal del hierro trabajado volvió a ella, y un
rápido examen a la luz de la antorcha, no mostró ninguna mancha en el
metal.
—Umm.
—¿No hay veneno? —adivinó Gabrielle—. ¿Tal vez pensaron que las flechas
eran suficiente?
—Podría ser. —La reina estuvo de acuerdo—. Casi fue así una vez, ¿verdad?
Xena estaba convencida entonces, le había dicho más tarde a Gabrielle, que
cualquier otra persona habría aprovechado la oportunidad para simplemente 191
agarrar la flecha, y empujarla a través de ella.
—Pero... Xena, ¿no creías que había algo en esos... en eso que te golpeó?
—¿Eh?
—Dijiste... cuando tuviste que pasar por esa pelea con Bregos y él te lastimó.
—Gabrielle bajó la voz, mientras los hombres en la sala se daban cuenta que
la reina había entrado—. Dijiste que rompió algo abierto, ¿recuerdas?
Levantó la mano y se limpió unas cuantas lágrimas de los ojos. Sin embargo,
no se arrepintió, segura de que preferiría tener un codo dolorido que una
flecha. Sin dudas al respecto. Y lo cierto es que, probablemente, fue mejor
para ella caer sobre esa caja que sobre el suelo de piedra, ¿verdad?
Bueno, se veía un poco ridícula. Llevaba eso, además de una daga, y la parte 192
delantera de la túnica que llevaba puesta, tenía barro debido a su forcejeo
con el caballo. Tenía el cabello revuelto y, mientras observaba, Xena se subió
las mangas con impaciencia y dejó al descubierto sus musculosos antebrazos.
—¿Sí? —La reina se giró y caminó hacia ella—. ¿Se te ha desprendido el brazo?
—No —dijo la reina con tono positivo—. Quédate ahí. —Se dio la vuelta—.
¡Aegos!
Xena soltó una risita, dobló su túnica de seda y la dejó en el banco. Enderezó
su armadura de cuero, sacudiendo su cuerpo un poco para asentarla y
extendió la mano para sujetar la funda de su espada a los soportes.
Había pozos allí abajo, y jaulas, todo en polvoriento desuso desde que había
tomado el control. Incluso los soldados persas no estaban retenidos en las
mazmorras, sino en los barracones de la guardia que una vez fueron utilizados
para mantener el control, alojamientos cómodos y cálidos que correspondían
a su condición de rehenes honorables.
Brendan se acercó.
—Todo asegurado, señora —dijo en voz baja—. No hay más trampas. Tenía las
puertas cerradas en el otro extremo.
Brendan asintió.
—Sí.
El hombre al que ella había enviado por sus botas regresó, sosteniendo esos
objetos bajo un brazo, pero llevando con cuidado una caja con ambas
manos.
En sus estancias. Gabrielle sintió otro escalofrío. ¿Cómo habían llegado allí?
¿No había un guardia? ¿También había allí una entrada escondida?
Xena asomó la cabeza por la puerta de madera que se abría al patio del
establo. Parpadeó cuando los copos de nieve impactaron en sus ojos, y
estaba más que sorprendida de ver la pequeña capa en el suelo.
—¿Nieve?
—Sí. —Brendan se acercó—. Acaba de comenzar hace un momento. Raro en
esta época de la temporada, ¿eh?
—Una tormenta anormal, supongo. —La reina salió al establo con la caja
acunada cuidadosamente en sus manos. Caminó hacia el centro del espacio
abierto y la dejó en el suelo, luego retrocedió, hasta que se reunió con Brendan
en los escalones—. Dame esa ballesta.
El patio del establo estaba vacío, lo cual no era sorprendente dado el clima,
pero no quería correr ningún riesgo. Levantó la cabeza y escudriñó las
murallas, sus ojos se movieron momentáneamente hacia la pasarela superior,
donde una vez estuvo allí de pie y ordenó matar a la hermana de Gabrielle.
Brendan llegó a la caja y miró hacia abajo. Luego se volvió y miró a Xena. La
reina interpretó su lenguaje corporal y comenzó a avanzar, dejando que la
ballesta descansara sobre su hombro con la punta hacia el cielo.
—Ah.
—Bonito.
Había un pequeño pedazo de pergamino en la caja. Xena lo sacó y lo abrió,
medio girando para que la luz de la antorcha brillara sobre él.
—¡Oh! —Gabrielle inclinó el recipiente hacia la luz—. ¡Oh, Xena! ¡Eso es tan 197
lindo! —Levantó la vista—. ¿Eso estaba en esa caja? ¿Eso es lo que había en
nuestra alcoba?
—Mm.
Su Majestad, por favor, tome esta pieza como una pequeña muestra de la gran
estima que tengo para su real persona en mi corazón. Aunque a veces hemos
estado en desacuerdo, nunca me he arrepentido de haberle dado la espalda
al exilio cuando su predecesor falleció y tomar la decisión de quedarme y
servirle.
—Más de lo que imaginé, al parecer —respondió—. Solo le dije que era una
lástima que el imbécil al que usurpé, le cortara su hombría.
—Sí, y he conseguido una bonita baratija por ello. —La reina suspiró—. ¿Qué
pasa conmigo? Hablo en serio y la gente me envía regalos. Hago matar a
esclavos no deseados y sus parientes se enamoran de mí. —Se volvió y
extendió las manos en patente súplica—. No lo entiendo. —Gabrielle dejó el
pergamino, se acercó, puso sus brazos alrededor del cuerpo de Xena y la
abrazó. Xena cruzó los brazos alrededor de su consorte y le devolvió el abrazo.
Y siguió haciéndolo, incluso cuando la puerta se abrió de golpe y Brendan
entró, frunciendo el ceño—. ¿Qué?
198
—Majestad, no he podido encontrarlo —dijo Brendan—. Los sirvientes dicen
que se ha ido hace una marca de vela o más.
Brendan asintió.
—¿Quieres que envíe a un hombre para que te traiga a ese persa que
pediste?
—Iré allí yo misma, con la rata almizclera —dijo—. Encuentra a Stanislaus. Pon
este lugar del revés si tienes que hacerlo.
—Lo sé. —Xena orientó sus pasos hacia la escalera cerrada que conducía a
las mazmorras. No había ningún pasadizo que conociera o conectara el nivel
de la mazmorra con el túnel en el que acababa de estar en peligro, pero por
lo visto, no sabía tanto sobre las partes subterráneas de su reino como
pensaba—. Está bien. No les voy a pegar. Quiero ver si consigo que canten
cualquier cosa que hayan oído allá abajo.
—Oh.
Esta no era diferente a la que acababan de dejar. Sin embargo, era más
oscura y húmeda, y había menos antorchas. Había pasillos que partían en tres
direcciones, pero uno estaba fuertemente cerrado.
Xena lo miró.
—Sí. —Xena giró y se dirigió hacia el pasillo central, que estaba en mejores
condiciones, y obviamente había visto el uso reciente.
Podía ver dos criptas allí, y los latidos de su corazón agitaron su pecho al darse
cuenta que una estaba ocupada y la otra no.
Horrible que hubiera tenido que morir de la forma en que lo hizo. Horrible para
Xena haberlo encontrado, y peor aún, saber que la única razón por la que lo
habían matado, era el odio hacia ella.
Horrible.
Xena estaba rondando por la cámara, revisando cada centímetro. Examinó
pacientemente la cripta vacía, y luego fue a lo largo de las esquinas de la
estancia.
—No... quiero decir... por supuesto Xena. Quiero ir a donde quiera que vayas
tú, y quedarme contigo para siempre —dijo—. Yo solo… Recordé esa noche
después de la muerte de Lila, y cómo me sentí... me di cuenta de lo sola que
estaba en el mundo. No tenía a nadie.
—Sin embargo, yo solo tuve que esperar un día —dijo—. Porque al día
siguiente... aunque no me di cuenta entonces, ya no estaba sola. —Xena
sonrió e inclinó la cabeza para mirar a su consorte. Gabrielle estudió la cripta
vacía—. ¿Crees que podríamos caber aquí juntas?
—No les dejaré hacer eso —dijo Gabrielle—. Nadie va a separarnos, Xena. No
me importa qué clase de espeluznantes y siniestros espías sean.
Eso hizo sonreír a Xena, ese tono suave pero inflexible, proveniente de esta
pequeña y perseverante mujer que la abrazaba. Lo que fuera que Gabrielle
aportara a su relación, no había duda de su devoción.
—¿Solo nosotras?
—Iré a donde sea que vayas —dijo—. ¡Tal vez podamos ir a buscar ese barco!
La reina sonrió.
—Tal vez —suspiró—. Pero ya sabes, aún no estoy lista para huir —dijo—.
Mantén ese pensamiento en tu cabeza, rata almizclera. Ese puede ser mi plan
B.
Hm.
Los persas habían hecho suyo el espacio, había cimitarras curvas por ahí y los
escudos redondos, y tapices cuidadosamente pintados cubrían las paredes
llenas de símbolos de su cultura.
Los hombres la observaron atentamente. Sin embargo, era difícil decir, por sus
expresiones, si estaban contentos o tristes de oír eso. Entonces Lakmas aclaró
la situación.
La reina sonrió.
—No —dijo—. De hecho, el hacerlo podría haber ido a vuestro favor —dijo—.
Tengo razones para creer que hay uno o más agentes enemigos dentro de la
fortaleza. Me gustaría vuestra ayuda para encontrarlos. —La respuesta tácita
fue increíble. Los soldados persas eran todos hombres de aspecto duro, con
cuerpos grandes y musculosos, de piel oscura y ojos oscuros, y al oír estas
palabras, todos se enderezaron en sus asientos como niños a quienes les
prometieran tarta helada para el postre, y sus expresiones se iluminaron. Habría
sido divertido, la verdad. Xena ahogó una sonrisa—. En primer lugar, me
gustaría saber si alguno de vosotros, o de vuestros hermanos, habéis notado
algo extraño en los últimos siete días. Ruidos. Olores. —Levantó una mano—.
Cualquier cosa.
—La confianza es algo relativo —dijo—. Así que vamos a ver si he acertado
esta vez. —Se inclinó hacia adelante—. Déjame decirte lo que he encontrado
hasta ahora.
205
Uno de los persas se levantó y se dirigió a la chimenea.
—¿Té, su Majestad?
—No. —La reina estuvo de acuerdo—. Creo que han elegido el momento por
eso. —Los persas asintieron. La cámara estaba mucho más abarrotada ahora,
ya que la mayoría de los soldados que había capturado y cabían en el
espacio, estaban allí, y los que no, estaban mirándolos desde la puerta—. El
bastardo parece estar merodeando por estos túneles. —Xena señaló una hoja
de pergamino gastado, que tenía nuevas líneas de vetas de carbón dibujadas 206
en el—. Los que van alrededor de vuestros cuartos, por aquí.
—Más bien escuché, hermano. —El hombre llamado Bitras se movió un poco
en su asiento, consciente cuando los ojos de Xena se volvieron hacia él—. Me
estaba afeitando en el canal cerca de la pared posterior de allí. —Señaló la
parte posterior de la gran cámara—. Y oí lo que pensé que eran gatos, o ratas,
rascando.
—Tenemos de los dos aquí —admitió—. Una de las malditas cosas duerme
debajo de mi cama. —Hizo una pausa—. Nuestra cama. —Se corrigió con una
sonrisa.
—Así que dejé mi cuchillo y fui a buscar a las criaturas. —Bitras valientemente
siguió adelante—. Miré por todas partes, en los almacenes, y debajo de la
repisa de la chimenea, pero no pude encontrar nada, solo estas. —Levantó su
mano y la giró, liberando una pequeña nube de objetos marrones y livianos
sobre la mesa—. Como sabe su Majestad, no tenemos árboles aquí en el
cuartel.
Xena extendió la mano y tomó una de las hojas, llevándola a los ojos y
estudiándola. Estaba curvada y seca, con venas débiles y olía a humo. El tipo
de hoja, sin embargo, era extraño a sus ojos.
—¿Has visto este tipo antes? —El persa negó con la cabeza—. Por eso me
pareció tan extraño, su honorable —dijo—. Hemos estado fuera en el patio
estos meses, y creíamos que conocíamos los árboles. Estos no son ninguno de
ellos, ni tampoco de nuestra patria.
—No, no lo son. —Xena aplastó una y se la llevó a la nariz con cautela. Olía
ligeramente a especias—. Ahora, ¿dónde he olido eso antes? —Gabrielle se
levantó y se inclinó, olisqueándola. Volvió a sentarse, con un leve ceño
fruncido en la cara—. ¿Te recuerda a algo, rata almizclera?
—Lo hace —dijo Gabrielle—. Pero no puedo pensar en... oh. —Se detuvo—. 207
Ahora recuerdo. Cada estación fría solíamos tener un comerciante en mi
aldea que traía velas. Cuando las quemábamos, olía así.
Gabrielle asintió.
—En el verano, las aromatizaban con flores. Pero no hay flores en invierno, así
que usaban lo que fuera. —Señaló las hojas—. Para que huela bien. Porque
de lo contrario, a veces la cera huele a rancio.
Todos parecían un poco disgustados porque nadie más parecía haber visto u
oído algo.
Xena lo estudió.
—No, pero ella tuvo que aprenderlo de alguien —dijo Xena con tono
tranquilo—. No era lo suficientemente inteligente como para ocurrírsele por sí
misma. Tal vez vosotros, los persas, no sois envenenadores, pero no apostaría
mi trasero a que no hay otros que puedan serlo.
Los persas parecían un poco perplejos, al igual que Gabrielle, pero se unió a
Xena en la puerta y siguieron a Bitras por el estrecho y oscuro pasillo hasta
donde había encontrado las hojas.
—¿Xena?
—Uh Uh.
—Te lo cuento más tarde. —Xena se frotó la cara y dejó que las silenciosas risas
se calmaran—. Me parto de risa yo sola a veces.
—Está bien. —Gabrielle estaba feliz de pegarse como una lapa en silencio. 209
Había aprendido durante los meses, que a veces, no siempre, pero en algunos
momentos, era mejor no saber lo que Xena pensaba que era para morirse de
risa. Especialmente cuando no era obvio, porque significaba que tenías un
agujero en tus calzas o algo pegado a tu espalda y no sabías.
Eso estaba en sombras. Xena parpadeó para enfocar sus ojos y se acercó
cautelosamente a la pared trasera, barriendo el suelo intensamente. El área
cerca de la esquina, estaba libre de juncos, solo oscura piedra desnuda y sin
brillo. Sacó una antorcha de la pared y se acercó.
—Sí —dijo Bitras—. Tomé un puñado, pero ya ve, hay mucho ahí.
La reina se arrodilló cuidadosamente y estudió la dispersión de las hojas.
Incluso desde donde estaba podía olerlas, había suficiente para haber
llenado una pequeña bolsa.
Ella lo consideró.
—¿Qué?
Gabrielle la miró y puso una mano cautelosa sobre la cadera de la reina. 210
—Um. —Señaló una bola arrugada entre los juncos, medio enterrada—. ¿Es
eso lo que estás buscando? —Observó cómo la tensión en el cuerpo de Xena
se relajaba, los músculos de su cuello se deshinchaban mientras dejaba caer
su espada y se volvía a medias para mirarla.
—No hagas eso —le dijo Xena—. Voy a terminar golpeándome a mí misma en
la cabeza a este ritmo. —Se acercó y empujó la tela con la punta de su
espada, abriéndola y extendiéndola sobre el suelo.
—¿Qué es?
—Mm.
Una figura oscura se convirtió en el viejo soldado cuando llegó a la luz de las
antorchas y se enfrentó a Xena. Había sangre en su sobrevesta y se sacudía el
polvo de las manos, en su cara tenía un par de arrugas tensas.
Dentro era un caos. Los criados se arremolinaban, y los soldados entraban por
todos lados, la gran sala medio despejada de la cena con bandejas vacías y
copas desperdigadas por todas partes. El tiro de la puerta abierta agitaba las
velas en los grandes soportes de techo y las antorchas en la pared, y atenuaba
el ruido interior, luego se agudizó cuando fue reconocida la alta figura de
Xena.
—Es ella.
—¡Moveos!
Pobre bastardo.
Xena pudo ver la respiración tenue y trabajosa cuando apartó una gruesa
almohadilla de lino que alguien había apretado contra él y reveló un corte
casi desde la axila hasta el ombligo, derramando sangre por todas partes.
Él lo sabía.
Gabrielle apareció al otro lado de su cuerpo, y tomó su mano entre las suyas, 212
dándole a Xena una mirada rápida y ansiosa.
Le puso una mano en la mejilla y sintió el frío en las yemas de los dedos.
—Gracias por la nota —le dijo—. ¿Qué ha pasado aquí? —Podía oír las botas
correr detrás de ella, pero mantuvo sus ojos en los de él. Con todos los soldados
a su alrededor y Gabrielle arrodillada allí, imaginó que alguien la advertiría si
estaba en peligro de recibir una lanza en la espalda.
—Estaba hablando con... —Él cerró los ojos—. El cocinero sobre el desayuno.
Estaban moviendo mesas, luego algo me golpeó.
—¿Aquí, en el salón?
El asintió.
Xena era consciente en sus sentidos periféricos, que estaba siendo observada.
Miró rápidamente a su alrededor, viendo a sirvientes y soldados, e invitados
que habían llegado al oír el caos, de pie en grupos con los ojos abiertos
mientras observaban el drama que se desarrollaba alrededor de la mesa alta.
Philtop estaba allí, se dio cuenta de repente. De pie cerca de una pared, con
los brazos cruzados sobre su pecho bien construido, sus ojos en ella.
—Aguanta —le dijo—. Voy a hacer que desees estar muerto en un minuto, lo
prometo. —Abrió la bolsa en las manos de los soldados y sacó desinfectante,
jirones de tela, hilos y una aguja de hueso, junto con un paquete de hierbas
molidas.
Él la miró fijamente.
—Un honor estar a su servicio. —Logró decir, luego sus ojos se movieron hacia
Gabrielle—. Lo siento, te juzgué mal Gabrielle.
—Yo también. —Gabrielle le sonrió—. Pero está bien. Todo salió bien. —Se
movió ligeramente a un lado para darle más espacio al soldado—. Sé que
esto también lo hará. Xena es una sanadora increíble, ¿sabes?
¿Era posible que alguien lo hubiera apuñalado justo en el medio del salón?
—Y bien, Xena. Parece que ni siquiera puedes mantener a tus propios sirvientes
a salvo y mucho menos a nosotros.
El soldado lo hizo.
—Señora. Él le está desautorizando —dijo con voz áspera Stanislaus entre los
dientes apretados—. Ocúpese de él.
—Lo siento. —Xena continuó su trabajo, encontrando una gran vena cortada.
La ató rápidamente y continuó cosiendo—. No me aparto de ayudar a un
soldado solo para responder a un tonto del culo sin importar si todo el maldito
reino depende de ello.
—Xena.
—¡Xena! —gritó Philtop—. Explícale a esta gente, TÚ gente, ¡Por qué permites 216
que haya asesinos sueltos por este lugar y no los proteges!
—Han muerto guardias, han muerto siervos... tu heredero real casi muere. Todo
el mundo lo sabe —dijo Philtop—. ¿Qué estás haciendo al respecto, Xena?
Todos estamos atrapados aquí.
Los soldados de Xena se reunieron haciendo una pared, entre ella y el resto
de la sala. Solo había una docena, pero sacaron sus armas y fulminaron con
la mirada a Philtop.
—Te he dicho que está ocupada. —Gabrielle tocó a uno de los hombres en el
hombro—. Ve a buscar a Brendan, y a la guardia personal —dijo—.
Necesitamos esta sala despejada.
—Su gracia. —El hombre se tocó el pecho y se dirigió hacia la puerta. Él tenía
una espada en la mano y las personas que estaban entre él y la entrada, se
dispersaron rápidamente fuera de su camino.
Philtop entrecerró los ojos mientras la miraba y veía la reacción de los soldados
con ella. El resto de los nobles en el salón comenzaron a alejarse de él y él
también lo notó. Abrió la boca para decir algo, luego volvió a cerrarla.
Philtop la miró.
Gabrielle lo interrumpió.
—La gente muere aquí todo el tiempo —dijo—. Los he visto. Justo aquí, en esta
misma sala precisamente. —Hizo un gesto alrededor—. Probablemente sea
una buena idea que todo el mundo se retire, e intente descansar un poco.
Philtop dio un paso hacia ella, saltando sobre la plataforma. Gabrielle buscó
detrás y puso la mano en la empuñadura de la espada de Xena.
—No pares, rata almizclera. Casi he acabado aquí —la voz de Xena sonó más
que divertida.
Philtop miró a su alrededor. Los otros nobles simplemente lo miraban ahora con
expresiones evasivas. Los soldados de Xena estaban todos agrupados en el
suelo delante de Gabrielle y su amante, y sus propias tropas estaban de vuelta
donde él los había dejado.
Tenía pocas dudas de que podría derrotar fácilmente a la mujer joven y bajita
entre él y la figura arrodillada de la reina, pero también sabía que un paso más
hacia ella, probablemente haría que Xena se pusiera de pie para proteger a
su pequeña campesina desaliñada.
Podía ver su cuerpo cubierto de cuero justo detrás de Gabrielle, los brazos
desnudos de cobre bruñido, a la luz de las antorchas mientras estaba
agachada sobre su estúpido lacayo, y los hombros bien formados expuestos
sin ninguna suavidad evidente.
Sexy como siempre, maldita sea.
—No estoy aquí para dañar a nadie —cambió su táctica—. Estoy intentando
que tu reina se dé cuenta de que va a perder todo si no despierta.
—No creo que esté durmiendo. —Gabrielle respondió—. Pero creo que tú vas
a perder algo si no dejas de molestarla. —Hizo una pausa, consciente de todos
los ojos y oídos enfocados en ella—. Si queda algo, quiero decir.
Los soldados de Xena se echaron a reír, mientras Philtop se volvía de un rojo 219
oscuro. Entonces, de repente, la puerta se llenó de Brendan y una docena de
guardias, y la gente del interior comenzó a desaparecer tan pronto como los
soldados despejaron el camino, algunos sofocando una risa y mirando a
Gabrielle al salir.
—Sí, señora. —Brendan retrocedió un paso, pero mantuvo los ojos fijos en
Philtop—. Vosotros cuatro. Alic, consigue una camilla, ¿quieres? Rápido,
ahora.
Limpiándose las manos, Xena se puso de pie, sintiendo cómo la sangre volvía
a sus piernas después de estar tanto rato agachada. Se volvió y observó a
Philtop por encima de la cabeza de su adorable, y sorprendentemente
erizada, compañera de cama que empuñaba una espada.
—Nunca los he escuchado. —La reina se apartó cuando los soldados volvieron
con una camilla—. Tened cuidado con él —les dijo—. Tiene más que decirme.
Creo que vio al bastardo.
—Sí. —Brendan asintió—. Nos haremos cargo de él, señora. —Lanzó una
mirada adusta a Philtop—. Volveré para limpiar el lugar después. 220
Xena abrió la mano y estiró el brazo, y Gabrielle puso con gusto la
empuñadura de su espada en ella.
—Si no quieres este reino, dáselo a alguien que lo quiera —dijo sin rodeos—.
Estoy cansado de escarbar por gusanos en las Tierras Occidentales. Déjame
reemplazarte. Haré algo con él.
—No —dijo Xena—. Es mío. Tuviste una oportunidad, hace mucho tiempo.
Ahora soy más sensata.
221
—¿No quieres más que esto, Xena? —preguntó Philtop—. Hay mucha tierra
por ahí para tomar. Yo podría ayudarte.
—¿Por qué no? —respondió Gabrielle—. Eres un tipo ruin y todo lo que has
hecho aquí es insultarnos mientras ruegas por las sobras de nuestra cocina.
¿Por qué no puedes ser tú?
—Te lo advertí —dijo Xena. Él extendió la mano y la agarró del brazo, tirando
con poco o ningún resultado. Luego se balanceó hacia ella, pero la reina soltó
a Gabrielle y lo agarró del brazo, inclinándose hacia adelante y preparando
una rodilla—. ¿En serio quieres volver a esta ronda conmigo?
Dejó de moverse. Los ojos que se encontraron con los de él eran simples hielos
azules, más fríos que el clima exterior, y ni siquiera había un destello de la
seductora atracción que recordaba de los viejos tiempos. Sintió que su
respiración se acortaba cuando los dedos se tensaron y lentamente relajó su
brazo, abriendo la mano en señal de rendición.
Pero podía ver tan claramente su futuro haciéndose cargo del reino, que le
era casi imposible resistirse a presionarla y reunir adeptos aquí entre los que
nunca habían aceptado a su salvaje cacique.
No había forma que pudiera estar satisfecha con esa pequeña piltrafa, no con
esos apetitos que él recordaba.
—No, ¿en serio? —Xena apoyó las manos en los hombros de su consorte—. Lo
hiciste bien, Gabrielle. Lo manejaste. Bien hecho. —Gabrielle se sonrojó—. Me
ha gustado mucho cuando lo has acusado de ser el asesino. Excelente —
continuó la reina—. Justo lo correcto para detener su pequeña y mediocre
rebelión en seco. —Se inclinó y apoyó su cabeza en la de Gabrielle—. Te amo. 223
Gabrielle exhaló, acercándose y rodeando con sus brazos el cuerpo de Xena.
Estaban casi solas ahora en el salón, y los sonidos a su alrededor se estaban
calmando.
—Quería darle una patada —admitió—. Xena, me puso tan furiosa. Estaba
intentado hacerte daño.
—Mm. —La reina asintió—. O son invitados que estaban en esa sala. No hay
forma que alguien apuñalara a Stanislaus y luego salieran caminando sin que
nadie los viera.
Brendan las siguió. Entraron en las cámaras exteriores, y Xena hizo una pausa,
barriendo lentamente el área con sus sentidos. Después de un minuto, se dio
la vuelta.
—Sí.
—Sigue buscando en las bodegas. Haced mucho ruido. Haz que parezca que
todo el maldito ejército está allí abajo, y trae esos perros de caza también.
—¿Eh?
—¿Xena...?
225
—Shh. Solo ven —dijo la reina con voz suave—. Sigue mi ejemplo.
La reina le sonrió.
—Es una de esas pocas veces desde que nos mudamos aquí, que deseo
habernos quedado en esa maldita torre. —Xena se levantó del suelo de
piedra y se sacudió las manos—. Al menos conocía cada centímetro de ese
lugar.
Gabrielle estaba sentada en la gran cama, con las piernas cruzadas debajo
de ella, mirando.
—Me gustaría ayudarte si supiera lo que estamos buscando.
—Te lo diría si supiera lo que estábamos buscando. —Ahora la reina iba por la
pared, tocando suavemente con los nudillos, con la oreja pegada para
escuchar—. Pero el plan es que los hombres armen suficiente escándalo abajo
para que se filtre hasta aquí y sea quien sea este imbécil, decida cortar por lo
sano y simplemente venir a por mí.
—Oh.
—¿Qué pasa, rata almizclera? —Xena miró hacia la cama—. ¿No confías en
mí para mantenernos a salvo? —Se rio un poco por la expresión en el rostro de
consorte—. Quiero acabar con esto. Me está fastidiando. —Gabrielle estuvo 226
de acuerdo con eso. También la estaba fastidiando. Quería disfrutar del
festival de la cosecha y contaba los días que faltaban para la próxima
estación fría, y el tipo escurridizo que lastima y mata a la gente estaba
arruinándolo, no solo a ella, sino a todos los demás. Le resultaba un poco
incómodo saber que Xena deliberadamente iba a dejar la puerta exterior sin
echar el cerrojo, decirle al guardia que fuera a buscar comida y esperar a ver
si alguien iba a intentar matarlas—. Por cierto. —Xena finalmente estuvo
satisfecha de que no hubiera paneles ocultos ni víboras plantadas en sus
aposentos. Regresó y se sentó en la cama junto a Gabrielle—. Me preguntaste
por Philtop y sus partidarios.
—Ugh. Ese tipo. —Gabrielle se levantó y fue hacia la chimenea, donde tenía
una olla de vino especiado calentándose. Se sirvió a sí misma y a la reina una
copa y las llevó de regreso a la cama. Ambas estaban con sus túnicas, Xena
tenía una capa ligera forrada de piel que le cubría los hombros anchos y
llevaban botas suaves en los pies contra el frío del suelo de piedra.
—Mm, sí. —Xena se echó hacia atrás y se relajó contra la gran cabecera
acolchada, extendiendo sus largas piernas y cruzándolas por los tobillos—.
Bien. Sucede que sus tierras son las más lejanas en esa dirección. Está en la
frontera.
—Mejor. —Gabrielle bebió el vino caliente.
—Entonces tenemos un acuerdo firmado con él para que proteja el límite del
reino —dijo—. Fue hecho mucho antes de que yo apareciera por aquí, y lo
mantuvimos.
—Mas o menos.
—Hm.
—Las personas en esa área, las aldeas más pequeñas y las ciudades, le
contratan a él para protección porque él está mucho más cerca de ellos que
nosotros. Así que sí, él tiene mucho apoyo local, y no me gustaría que todos
cambien de bando —explicó Xena—. Pero no pueden ayudarlo ahora porque
están en la misma situación de mierda que él.
227
—Qué asco.
—Lo mismo digo —dijo—. La verdad es que no estaba preocupada por eso,
Xena. Solo estoy furiosa porque estaba tratando de causarte problemas a
propósito.
—Él estaba tratando de provocar una situación en la que tendría que trabajar
en asociación con él, traerlo aquí como mi consorte para reemplazarte —
aclaró Xena—. Yo también estaba furiosa.
—Eso es ruin.
—Oh sí, mi amiga. Es ruin. Pero totalmente esperado de él. Tiene una visión
simplista del mundo, Gabrielle. Él piensa que es irresistible, y que todo lo que
una mujer quiere, es ser complacida por él. —Hizo girar el vino en su copa y
tomó un trago—. Él ni siquiera puede imaginarnos.
—Si creen que estoy medio borracha y concentrada en tus encantos, podrían
arriesgarse.
—¿Es por eso que hiciste que el viticultor entregara esas cuatro botellas de
vino?
—Tal vez.
La reina no parecía segura. Gabrielle se sintió mal por eso. Stanislaus nunca
había sido una de sus personas favoritas, pero tampoco había sido uno de los
malos.
—Vaya.
—Sí. No estoy feliz por eso —admitió su compañera—. Lo que me toca las
narices es que este bastardo solo golpea a personas que no pueden devolver
el golpe. No hay nada valiente o noble en criados haciendo su trabajo o
gente haciendo el amor. —Gabrielle asintió sombríamente—. No es algo que
yo haría —dijo Xena—. Incluso si sirviera a mis objetivos. Me ofende. Eso ofende
a mi... —Hizo una pausa y frunció el ceño.
—Algo así.
Xena se inclinó hacia atrás y apoyó el codo en el brazo que tenía sobre el
estómago, sorbiendo lentamente el vino caliente de su copa.
Las víctimas. Visitantes incautos, hombres que pensaban que estaban a salvo
en su propio establo, sirvientes en lugar de un hombre y una mujer haciendo 229
el amor en su cama, y finalmente, su mayordomo, haciendo el trabajo en el
salón de banquetes.
¿Qué se suponía que querían decirle con eso? Se suponía que debía decir,
¿ves, Xena, no puedes proteger a nada ni a nadie, eres un fraude?
Y sin embargo, la reina sabía que ese no era el caso, ni mucho menos; su
historia reciente había demostrado que era personalmente capaz de casi
cualquier cosa.
Pensó en los ataques. Desde los hombres de un extraño, hasta los suyos, hasta
su heredero... Sí, atacando a Stanislaus y Lastay serviría a los objetivos de
Philtop, ¿no? Estaba segura de que él ofrecería a uno de los suyos para que
los ayudara en el festival a ocupar el lugar de Stanislaus, y era obvio quién
creía él que debería ser su heredero.
El reino no lo habría hecho, no. Xena sonrió brevemente. Pero ella sin duda se
opondría, y en cuanto a obligar a Gabrielle a sufrir la presencia del imbécil...
Olvídalo.
En fin. Casi esperaba que él intentara algo más porque entonces, habiendo
sido provocada más allá de su paciencia, felizmente destriparía al estúpido
bastardo. Mostraría suficiente tolerancia en público a sus payasadas que,
incluso, el más hastiado de sus seguidores, tendría que admitir que él había
tentado demasiado a la suerte.
Ahora estaba oscuro, solo el brillo del fuego proveía algo de luz a la estancia.
Las ventanas estaban bien cerradas y tenían sus pesadas cortinas cerradas
para que no pasara el frío del invierno, y ahora que las velas estaban
apagadas, Xena sintió que sus otros sentidos se intensificaban tomando el
relevo.
Había dejado las túnicas, y, de hecho, los cueros y las botas en la cámara
exterior, desperdigadas con las de Gabrielle como si las dos hubieran
experimentado un frenesí de desnudez mutua y medio borracha cuando
habían regresado a sus aposentos.
Tal vez hubiera sido Brendan. Tal vez él había sido el objetivo, esa vez.
En la tenue luz, podía ver el perfil de Gabrielle, medio vuelta para mirarla, con
un leve indicio de fuego en sus pálidas pestañas. Xena exhaló. Había
anunciado, esta noche exactamente, lo que era importante para ella, tan
claro como una campana en esa estancia.
Xena se colocó en una posición más cómoda para esperar la noche, cuando
sintió que Gabrielle levantaba sus manos unidas por encima de las sábanas y
le besaba los nudillos. Giró la cabeza ligeramente para mirar a su consorte,
que la estaba mirando fijamente.
»Oye.
Xena le sonrió.
232
—¿De verdad quieres hacer eso?
Hm.
Gabrielle volvió a besarle los nudillos y se acomodó de lado, cerrando los ojos
y exhalando.
¿Verdad?
Ahora filtró los sonidos que conocía más cercanos. La pisada suave del
guardia de sus aposentos. Los turnos de los hombres de servicio en la sala
principal y los suaves sonidos de sus lanzas raspando contra el suelo de piedra.
El sonido de la nieve que ahora caía espesamente afuera, golpeando contra
las ventanas emplomadas al otro lado de las cortinas.
Un sonido suave y áspero del gato que sabía que estaba debajo de la cama
limpiándose su pelaje.
¿Qué más?
Vamos, bastardo. Xena instó al asesino. Entra aquí para que pueda olerte y
saborearte en el aire. Camina sobre las piedras con los pies descalzos,
completamente en silencio para todos menos para mí. Rompe el flujo del aire
en la estancia para que pueda sentirte.
Acércate.
Dispara tus dardos hacia mí. Los detendré. Xena cerró los ojos, mejorando sus 234
otros sentidos. Dispara tus flechas hacia mí, las atraparé. Tú lo sabes. Acércate.
Sabes que la única manera de estar seguro es caminar hasta aquí, verme
acostada en la cama. Observarme respirar.
Xena dejó que el silencio de la alcoba golpeara contra sus oídos. Dejó que su
cuerpo se relajara por completo, los músculos se aflojaron en la borracha
inconsciencia en la que se suponía que debía estar.
Escuchó algunas pisadas más suaves, luego se detuvieron. Pensó que estaban 235
de pie al otro lado de la puerta interior, escuchando por cualquier movimiento
dentro de la alcoba.
Ahora, con el fuego casi apagado, no había ningún sonido que pudieran oír.
Xena extendió la mano, sacó una de sus dagas de su funda en la cabecera y
envolvió sus dedos alrededor de la empuñadura, moviendo suavemente su
brazo fuera de las sábanas para tener un tiro limpio.
Oyó un débil sonido de movimiento, carne contra piedra. Entonces sus oídos
captaron el sonido de una inhalación.
No sonaba bien.
Xena dejó que el aire soplara contra su cara y respiró, su cuerpo se puso rígido
cuando captó el aroma de la sangre en él. Se deslizó por el borde de la puerta
y entró en la sala con los sentidos desorbitados.
Podía sentir el picor en su piel, todas sus defensas alzándose mientras esperaba
un ataque previsto. Su espalda se puso rígida y levantó la espada, llevándola
transversalmente al cuerpo mientras sus ojos buscaban en cada esquina.
Nada.
236
No había nada vivo en la cámara. Xena estaba completamente segura.
—¡Aquí! —la voz ronca por el sueño de Gabrielle respondió—. ¿Estás bien?
—Trae una maldita vela aquí —ordenó Xena, sus ojos buscando encontraron
una forma enrollada cerca del gran escritorio a un lado de la estancia—. ¡Date
prisa!
—¿Está…?
—Bien —dijo la reina—. Dudo seriamente que haya venido para bailar
conmigo.
—Me costó dormirme mucho rato, luego por fin lo hice y te escuché gritar
llamándome. Me duele la cabeza.
Xena se inclinó un poco más cerca, examinando el tajo. Ahora eso le dijo algo.
Quien había cortado la garganta de Philtop había sido de su altura o más alto.
Xena se puso de pie, estirando sus rodillas después de haber estado en
cuclillas.
Philtop era tan alto como ella. Xena dejó que su espada descansara sobre su
hombro. Ambos habían sido inusuales de esa manera, había sido una de las
pocas personas a la que podía mirar directamente a los ojos, eso había
aumentado su atracción por ella.
Pero no muchas personas en el reino tenían su estatura.
Estudió el cuerpo en el suelo, buscando dentro de ella para ver qué emoción
despertaba. Después de una breve pausa, se encogió de hombros, una
manifestación física de su ambivalencia. No echaría de menos a Philtop. Él no
había sido más que un dolor de culo.
De hecho, más o menos lo que llevaría ella si hubiera elegido vestirse como un
rufián para colarse en los aposentos de alguien por la noche. Bajó la punta de
la espada y cortó su túnica, haciendo a un lado la tela y dejando al
descubierto su pecho.
—¿Yo?
—No hay nadie en esta sala —dijo—. Nadie ha salido, los habría oído —
añadió—. Escuché entrar a alguien, se acercó a la puerta, se detuvo y luego
jadeó. —Miró a su compañera de cama—. No escuché a nadie irse. —Señaló
alrededor de la estancia—. No están aquí. No hay otra salida, aquí o en
nuestra alcoba.
Gabrielle la miró con el ceño fruncido.
—¿Querías hacerlo?
Xena miró con interés, mientras esos ojos verdes se levantaban lentamente y
se encontraban con los de ella.
A la luz de la vela, los ojos de Gabrielle eran casi ocres, pero sus claras
profundidades eran evidentes a pesar de todo.
—Y además —la reina exhaló—. Quien quiera que lo hizo tenía mi altura.
—Sí. —Xena se recostó contra el gran escritorio, sorbiendo su té—. ¿Te sientes
mejor? —Observó a su amante asentir—. Bien. —Dio la vuelta al escritorio y se
sentó—. ¿Qué diablos debería hacer al respecto, Gabrielle? Estoy perpleja. —
Dejó su espada sobre la superficie.
—¿Lo estás?
—Pensé que podría atraer a este tipo aquí. Ahora… no estoy segura de lo que
ha pasado aquí. —Señaló a Philtop—. ¿Qué estaba buscando?
—No podía ser tan estúpido como para intentar matarme —dijo lentamente,
girando la cabeza para mirar a su consorte—. Pero podría haber sido lo
suficientemente estúpido como para intentar matarte. —Incluso a la luz de las
velas, podía ver ponerse pálido el rostro de Gabrielle—. Tal vez hacer correr
esa historia de que yo estaba borracha no era tan inteligente —dijo Xena—.
Porque sé que él no habría intentado acercarse a ti a menos de un brazo de
distancia si no fuera así. —Gabrielle se sentó en el taburete cerca del
escritorio—. Tal vez pensó escabullirse en nuestros aposentos, y matarte justo
en la cama junto a mí —la voz de Xena continuó con una nota fría y distante—
. Así al despertarme en mi sopor ebrio te encontraría muerta. —Tensó los dedos
alrededor del borde del escritorio—. Probablemente quería que pensara que 241
había sido yo. —De repente sonó un explosivo crack, haciendo que Gabrielle
se pusiera en pie alarmada. Xena miró a la superficie de madera que ahora
estaba rota en sus manos—. Le debe un gran agradecimiento a quien lo hizo
—dijo en voz baja—. Tal vez yo también. —Gabrielle le puso suavemente una
mano en el hombro. Xena dejó caer el trozo de madera sobre la mesa y alargó
el brazo para cubrir su mano con la suya—. ¿Sabes una cosa?
—Lo que iba a decir. —Pasó el pulgar sobre los nudillos de Gabrielle—. Es que
mi viejo amigo Philtop podría habernos hecho un favor muy, muy grande
mientras él estaba ocupado estirando la pata en mi sala exterior.
Gabrielle la rodeó y se arrodilló a su lado, apoyando la mejilla en el hombro
de Xena.
—¿En serio?
—Mm. —Xena golpeó la mesa con el pulgar—. Todo se reduce a esto: ¿Por
qué lo mataron, Gabrielle? —reflexionó—. El idiota que se lo cargó tenía que
tener una razón. ¿Fue porque se lo encontró aquí mientras él estaba haciendo
lo suyo, o lo mató pensando que me fastidiaría, o lo mató porque Philtop lo
encontró aquí y lo iba a delatar?
—¿O el tipo lo mató porque estaba tratando de hacer que pareciera que YO
lo maté, pensando que eso afectaría a toda la política? —reflexionó la reina—
. Si ese es el caso, chico, ha cruzado la línea.
—Tal vez fue una mezcla —sugirió Gabrielle—. Tal vez Philtop estaba entrando
aquí para liarla... supongo que para lastimarme —dijo haciendo una breve
pausa—. Chico, eso me pone furiosa. —Xena giró la cabeza hacia un lado y 242
miró a su adorable compañera de cama—. O lo que sea —su consorte
continuó—. Y tal vez, este otro tipo lo siguió hasta aquí, y lo mató, para hacerte
quedar mal.
—Continúa.
—Ahora probablemente él va a hacer que esos tipos que vinieron con Philtop
entren aquí para verlo, y les hará pensar que lo hiciste para joderlos vivos.
Gabrielle levantó la vista con ligera sorpresa, luego sonrió y volvió a su tarea.
—Id —ordenó Brendan a tres de los guardias que estaban con él—. Vosotros,
fuera y guardad la puerta. Nadie entra hasta que regresen.
—¿Él fue a por ti entonces? Xena, por lo más sagrado, nunca me lo hubiera
esperado.
—Yo tampoco. —La reina jovialmente estuvo de acuerdo con él—. Pero lo
hizo, y pagó por ello. —Miró hacia abajo al cuerpo—. ¿Encontrasteis algo
anoche?
Brendan asintió.
—¿Y?
245
Parte 7
—Mira la evidencia con tus propios ojos, imbécil. —Xena estaba sentada
detrás del gran escritorio, con las botas plantadas encima y los tobillos
cruzados—. ¿Me dices qué crees que estaba haciendo el estúpido bastardo
en mis aposentos, vestido como un ladrón, cargando acero, en la oscuridad,
Morden?
—Majestad, puedes creer esto o no, pero yo... —Hizo una pausa—. Su alteza
estaba preocupado de que pudieras estar en peligro. Tal vez estuvo aquí para
evitar que le ocurriera algún daño.
—¿Alguien supone que tal vez fui yo quien hizo correr esa voz?
—¿Majestad?
—Sí. —Morden suspiró—. Se ha ido. Nuestro líder, nuestro príncipe. Nos lo han
arrebatado. —Miró resentido a Xena de soslayo—. Vinimos aquí de buena fe.
—Ahórrame esa mierda —dijo Xena secamente—. No le pedí que viniera aquí,
ni a vosotros. Es más, no le pedí que entrara furtivamente en mis aposentos. No
le pedí que provocara problemas en los últimos días. Pero el bastardo
apareció aquí y vino por mí y no lamento su muerte. —Los hombres se miraron
las botas—. Y a pesar de tus llantos y quejidos sobre lo genial que era, creo
que podría haber atrapado a mi asesino del castillo, por cierto.
—¿No? —La reina lo miró—. Como dijo mi adorable rata almizclera anoche,
los ataques comenzaron cuando llegasteis aquí. —Levantó un dedo—. Están
dirigidos a la estabilidad de mi reino. —Levantó otro dedo—. Y él dejó muy
claro que quería mi corona.
248
—¡Majestad! ¡Quién dijo eso! —protestó Tregel.
»Déjalos que empiecen a hablar —le dijo a Brendan—. Ahora, ¿Qué debería
hacer con este bulto en descomposición? —Señaló el cuerpo—. ¿Qué
piensas? ¿Tirarlo a la nieve, enterrarlo o quemarlo? —Gabrielle hizo una
mueca—. No puedo dejarlo aquí. —Xena la pilló—. Si supiera con certeza qué
estaba tramando, simplemente le daría un trato de traidor y colgaría trozos de
él en todas las puertas. —Miró el cuerpo—. Pero no —dijo—. No sé por qué
estaba aquí.
Brendan estudió el cuerpo.
—Creo que deberías darle una pira, Señora. Era tonto, pero su gente a veces
es útil fuera de la frontera —concluyó—. No nos haría bien dárselo a los lobos.
—Está bien. —Hizo un gesto con la cabeza a los guardias—. Dadle honores y
quemadlo —decidió—. Rata almizclada, saquemos a tu pequeña sirvienta de
la cama y desayunemos aquí arriba. Matar gente siempre me da hambre.
—Vamos chicos. Sacad la basura para que su Majestad pueda comer en paz.
La reina asintió.
—Ciertamente lo hice.
—Y les hiciste pensar que creías que Philtop era el malo —dijo Gabrielle—. ¿De
verdad crees que lo era?
—¿En el fondo? No —dijo—. Él era una rata, y creo que estaba contento de
aprovechar la oportunidad para avanzar en sus objetivos, y no tengo ninguna
duda de que te hubiera dañado si hubiera podido, pero hay un matiz en esto
que se le escapaba.
—No es lo mismo. —Xena esbozó una sonrisa mientras se volvía a medias para 250
mirar a su consorte—. ¿Tienes hambre? —Observó a Gabrielle sacudir la
cabeza y eso hizo que Xena girara en su asiento y la estudiara de cerca—.
¿Qué te pasa? —Gabrielle se encogió de hombros débilmente—. ¿Estás
molesta porque se lo cargaron aquí? Podemos elegir nuevas estancias. —Se
aventuró la reina.
—No, no es eso.
—No lo creo —dijo Gabrielle—. Me siento mal porque no me siento mal porque
está muerto.
—No te gustaba.
—No.
—Entonces… ¿Por qué te sentirías mal si muriera? —La voz de Xena se elevó
en una pregunta desconcertada—. Me he perdido, rata almizclera.
Gabrielle se encogió de hombros de nuevo.
—No deberías sentirte feliz porque la gente muera, ¿verdad Xena? —La
cabeza oscura de Xena se inclinó ligeramente hacia un lado—. ¿Te alegras
de que esté muerto? —preguntó su consorte.
Gabrielle suspiró.
—Lo siento. —Se inclinó hacia adelante y besó a Xena en los labios—. Déjame
ir a ver qué pasa con el desayuno.
Xena la atrapó antes de que pudiera retroceder y la atrajo más cerca. Miró
fijamente esos ojos verde-pálido y le devolvió la sonrisa.
—Está bien que te alegres, Gabrielle —dijo la reina—. Hizo cosas que deberían
hacerte sentir así.
—¿Estás contenta?
Oooh.
—Bueno —dijo por fin—. Hubiera sido muy divertido para mí joderle los planes
y verlo tragarse su propia rabia.
—¿En serio?
—Claro. —La reina estuvo de acuerdo alegremente—. Gabrielle, puede que
no se te haya ocurrido, pero me hace sentir muy bien estar enamorada de ti
y dejar que la gente, especialmente las personas como él, lo vea. —Gabrielle
parpadeó hacia ella—. Sacarlos a todos de quicio. Me gusta eso. —Xena la
sujetó por debajo del mentón—. Pero sí, me alegro de que se haya ido,
estúpido bastardo. Solo desearía haberlo hecho yo misma —suspiró, sus labios
se torcieron en una sonrisa pesarosa—. Ah bueno. —Su sonrisa se hizo más
amplia cuando Gabrielle la apretó por sorpresa con toda su fuerza, casi
haciendo toser a la reina cuando le sacó el aire—. Vámonos a vestirnos, rata
almizclera. Tengo la sensación de que va a ser un día de perros.
Gabrielle la liberó.
—Me alegro también —admitió—. Solo espero que no te cause aún más
problemas con todos esos tipos.
Hm.
Fue maravilloso sumergir sus manos en ella. El calor subió por sus brazos e hizo
que sus hombros se relajaran, y cogió un puñado para lavarse la cara. Se
volvió al oír pasos detrás de ella para encontrar a su sirvienta.
»Buenos días.
—¿Por qué? —preguntó Mali. —Oímos llorar a los sirvientes del príncipe. Dijeron
que el único deseo que él tenía era proteger a su Majestad.
—Bien. —Gabrielle organizó los hechos a su disposición, que no eran tan ciertos
una vez que lo pensó. Qué, ¿serviría de verdad al propósito de Xena si fuera
conocido?—. ¿Sabes?, eso pudo haber sido lo que el príncipe les dijo a todos,
pero luego se vistió completamente de negro, incluso una capucha, y se coló
en nuestros aposentos en medio de la noche.
—Oh sí, su gracia, lo fue. —Mali asintió positivamente—. No creo que sus 253
sirvientes lo supieran. Estaban diciendo que había sido llamado a audiencia
con la reina, y luego…
—¿Y luego Xena simplemente lo mató? —dijo Gabrielle. —No. Eso no fue lo
que sucedió. Xena no llamó a nadie a nuestros aposentos anoche y, de todos
modos, ¿por qué alguien se disfrazaría como un furtivo si lo habían llamado?
—Eso no tiene sentido. No dijeron nada sobre la ropa. Solo decían… —Se
detuvo de nuevo y se sonrojó—. Le ruego perdón, mi señora.
—Puede que quieras decirles que no sería una buena idea dejar que Xena los
escuche decir eso. Creo que la haría ponerse bastante furiosa.
—Mi señora.
No era muy inusual, Gabrielle solía subir y bajar a las cocinas usando esas en
lugar de la escalera principal de afuera. Pero con las cosas que estaban
pasando... no le gustó.
254
Maldición. Maldición.
Xena llegó al final de los escalones y empujó la puerta que daba a los niveles
inferiores, pasando por el conjunto de almacenes que estaban entre las
escaleras y la entrada de la cocina. Agudizó su oído para escuchar la voz de
su consorte, pero solo podía oír el traqueteo y el ruido del personal
preparándose para servir la comida de la mañana al resto de la fortaleza.
»Mmph —Dejó escapar el aire con un leve gruñido. Mirando con dureza al
personal, se desvió hacia el fuego, observando el lenguaje corporal de su
consorte mientras estaba rodeada de sirvientes desconocidos. Gabrielle no
parecía asustada, pero tenía sus puños plantados muy lindamente en sus
caderas y era obvio que estaba echando la bronca por algo.
»Rata almizclera.
—¿Ya estás? —Xena miró a los sirvientes—. ¿Todos vosotros pertenecen a ese
subnormal con el cerebro en la polla que me cargué en mi salón esta
mañana?
—¿Verdad? —la reina preguntó lanzando una mirada asesina a los hombres.
—Su Majestad, tenemos ese honor —dijo uno de los hombres con voz suave—
. Amábamos mucho a nuestro príncipe.
—Xena. —Gabrielle se acercó más y enredó sus dedos con los de la reina—.
Sencillamente no sabían lo que de verdad había sucedido, así que se lo conté.
¿De verdad?
Xena lanzó una mirada a los sirvientes. ¿Qué historia verdadera les había
contado Gabrielle?, se preguntó. ¿La verdadera “verdadera” historia, o la
verdadera historia que le había contado a Brendan, o la verdadera invención
que quería que todos los demás supieran?
—Ya veo.
—Yo también estoy segura —dijo Xena—. No era un suicida, solo estúpido. —
Rodeó a los sirvientes, poniéndolos aún más nerviosos. Su propia gente
retrocedió, desapareciendo de la zona y retirándose a la otra parte de la
cocina—. Así que decidme. ¿Alguno de vosotros lo vio irse anoche?
—Todos lo hicimos, su Majestad. —El hombre que había hablado antes habló
de nuevo—. Así es como sabemos que el príncipe no pretendía hacerte daño.
Les dijo a todos que iba a proteger tus aposentos contra el asesino.
—Sí. —El hombre asintió con entusiasmo—. Eso es lo que nos dijo. Iba a atrapar
al asesino, y estaba seguro de que eso le traería su favor —dijo—.
Especialmente desde que nos dijo que lo había mandado llamar.
—Eso es lo que su… ah, la dama Gabrielle nos ha contado. —El hombre
admitió—. Pero el príncipe nos aseguró que había enviado a por él y todos nos
alegramos.
Pudo ver una expresión de débil incertidumbre allí, y eso la enfureció. Miró
hacia abajo al pergamino, sus propios ojos abiertos de par en par al reconocer
lo que era, sin duda, su propia letra.
»Mm. Salvó la vida del bastardo. Probablemente es por eso que lo usaron para
engañar a Philtop. —Xena negó con la cabeza brevemente—. La recogí en
las estancias de Lastay. —Miró a los sirvientes—. No lo convoqué. Si hubiera
querido deshacerme de él, lo habría hecho. No necesitaba engañarlo para
que fuera a mis aposentos para eso.
—Majestad. —El sirviente inclinó la cabeza, pero Xena podía oír la duda en su
voz y la enojó.
—Bueno, Mali me dijo que esos muchachos estaban aquí abajo diciendo que
le dijiste a Philtop que fuera a tu cama y luego lo mataste, así que quise
aclarárselo todo.
El horror sonó verdadero. Xena miró en silencio a los tormentosos ojos verdes
que la miraban.
—No quiero pensar eso —susurró Gabrielle—. No es por ti por lo que dudo,
Xena, soy yo. —Xena suspiró, apoyando sus antebrazos en los hombros de su
consorte, con muchas ganas de levantar su espada y correr por toda la
fortaleza masacrando todo a su paso. Mejor eso que tener una charla sensible,
258
de todos modos. Gabrielle miró hacia otro lado y su piel se puso de un rosa
apagado—. Todo el mundo dice que solo soy una vergüenza para ti. Que
todos se ríen de mí.
—Te amo tanto que creo que me vuelve un poco chiflada —dijo—. Tengo
tanto miedo a perderte.
Justo allí, en la cocina. Y maldita sea, Gabrielle las vio. La reina exhaló. Miró
rápidamente a ambos lados, encontrándolas aisladas en la cocina, sin señales
de que hubiera nadie más cerca.
»Entonces —dijo—. ¿Tienes tanta hambre que te has quedado muda? —La
sonrisa se intensificó. Gabrielle solo asintió—. Tendré que recordar eso. —Xena
se inclinó hacia adelante y la besó en la cabeza—. No te vayas a pique por
mí, amor. Te necesito —susurró—. No importa qué más haga ese bastardo
aquí, si nos jode, él gana. 259
—Nunca —dijo Gabrielle encontrando por fin su lengua—. Xena, incluso si me
echaras por alguna otra persona, pasaría el resto de mi vida fuera de tu puerta
porque no hay otro lugar donde mi corazón pueda ir.
—Todo bien. Así que ahora que hemos goteado pringue sentimentaloide por
todo el suelo y lo hemos dejado hecho tal desastre que los malditos ayudantes
de cocina tendrán que limpiar, vamos a conseguir unas galletas antes de que
ambas empecemos a llorar como bebés a los que les están saliendo los
dientes.
—Sí, seguro que sí —la reina suspiró—. Será mejor que me traigas algo
realmente bueno para eso. Estoy hambrienta. —Colocó su brazo sobre el
hombro de Gabrielle mientras se volvían hacia el hogar—. Entonces veremos
qué encontró Brendan anoche y visitaremos a los persas.
—Aguafiestas.
Gabrielle estaba más que contenta de abrocharse las hebillas de las botas
una vez que habían comido hasta saciarse de la bandeja del desayuno,
dejándola limpia. Se puso de pie y tiró de su tabardo, ajustando el cinturón y
reviviendo la sensación del cuero sobre ella.
—¿Lista Xena?
—Bien. —Brendan dirigió el camino hacia los pasillos inferiores—. Los que
vinieron con él se están rasgando las vestiduras —dijo—. Aunque tienen claro
que él estaba incordiando y todo eso.
—UH, uh.
—Otros que escuché dicen que fue un milagro que hayas esperado tanto
tiempo. —Brendan sonrió sombríamente—. Que no le dieras importancia a sus
artimañas de ayer.
—¡Uh!
—Me siento como un asno, Xena —dijo—. Ese hombre mata gente a voluntad 261
y ninguno de nosotros es capaz de encontrarlo.
—Lo somos. —Xena se arrodilló junto a la pila que habían encontrado. Había
una bolsa de cuero, muy gastada y en un extremo, hecha jirones. Sacó los
guanteletes de su cinturón y se los puso, luego levantó la bolsa y la examinó.
»¿Qué hay ahí? —Xena sacó el contenido—. Parece que nuestro hombre es
un hombre —dejó un equipo de afeitado, una cuchilla larga y delgada y una
pequeña porción de jabón con una dispersión de pelos cortos y gruesos…—.
O una mujer fetichista.
Gabrielle frunció el ceño, estudiando el objeto, luego miró a Xena con
expresión perpleja. Luego, la reina sacó un puñado de dardos.
»Ah.
—Dardos —dijo el mayor—. Similares a los que les dispararon a los dos
muchachos.
Los dejó en el suelo y luego giró la bolsa, sacudiéndola para eliminar cualquier
contenido adicional, ya que incluso los guanteletes de cuero podrían
perforarse con una punta lo suficientemente afilada. Se cayó un trapo
empacado, y una pieza doblada de lino, y luego, en una rápida caída, dos
camisas negras y un par de sandalias.
262
Xena se detuvo, estudiando el suelo.
¿Sandalias? Extendió la mano y recogió una. Era delgada y suave, hecha para
ajustarse cómodamente al pie. La suela era delgada y flexible, y parecía un
poco pegajosa cuando la presionó con la punta del dedo enguantada.
—¿Qué es eso, Señora? —Brendan se acercó a mirar por encima del hombro.
—Pegajosa.
—En mi pueblo —dijo ella—, los niños que tenían que recolectar nueces,
usaban sandalias con miel untada en la base, para subir. Tenían un mejor
agarre con ellas.
—No creo que pueda trepar a los árboles sin importar lo pegajosos que sean.
—No creo que estuviera trepando árboles —dijo Xena, golpeando la punta
de la sandalia contra su rodilla—. Tal vez es por eso que no hemos sido
capaces de atraparlo. —Inclinó la cabeza hacia atrás y estudió el techo—. Y
creo que ahora sabemos lo grande que es. —Levantó la sandalia—. Porque
esto seguro que no nos va a encajar al resto de nosotros.
263
Gabrielle colocó cuidadosamente sus pies en la pared, con sus manos
envueltas firmemente alrededor de un tirador de campana sujeto a un
gancho por encima de su cabeza.
—Um.
—Lo estás haciendo muy bien, rata almizclera —la animó Xena—. No te
preocupes. Si te caes, te dejaré caer sobre mí.
—Creo que alguien más podría —admitió—. Creo que yo me caería antes de
llegar mucho más lejos.
¿Ver algo?
Gabrielle sintió que sus brazos comenzaban a temblar. Tomó aliento, y logró
subir un paso más, envolviendo sus manos alrededor de la cuerda y
apretándola tan fuerte como pudo. Todo lo que podía ver era la pared y
algunas telarañas.
—Polvo.
—Sí. —Se inclinó un poco hacia adelante—. Solo eso y en algunos lugares
donde… —Hizo una pausa—. Solo estos pequeños agujeros, o algo así.
264
—¿Agujeros?
Gabrielle los miró. Eran en realidad, solo agujeros. Lo único que era un poco
raro acerca de ellos, era cuántos había.
—Sí, algo así como… —Levantó la vista—. Un poco subiendo al techo allí…
como pequeño y negro… ¡Uf! —La cuerda que estaba agarrando se sacudió
y tensó bruscamente, y lo siguiente que supo fue que se balanceaba
alejándose de la pared y aulló aterrorizada, sus piernas se soltaron y la cuerda
le quemó las manos el tiempo suficiente para hacerla gritar antes de que un
fuerte brazo la agarrara y la mantuviera en su sitio—. ¡Ovejas!
—No, sólo yo. —Xena tenía sus piernas envueltas alrededor de la cuerda y las
estaba sujetando a ambas—. Muéstrame esos agujeros. —Gabrielle señaló—.
Ahhh. —La reina las colocó a las dos más cerca de la pared—. Agarra ese
saliente, rata almizclera. Acércanos más. —Gabrielle, con los brazos ahora
libres, obedeció. Tiró de ambas cerca de la superficie de la roca, y Xena inclinó
su cabeza hacia adelante, mirándolos—. Uh.
—Pensé que solo eran grietas, ¿pero? Son casi cuadrados —comentó
Gabrielle—. Algo así como… me viene la imagen a la cabeza de clavijas o
algo que entra allí.
—Ah. —Sin previo aviso, Xena soltó la cuerda y cayeron al suelo un segundo
después. Dobló las rodillas y recibió el impacto del doble peso, luego se
enderezó y dejó caer a Gabrielle—. Buen trabajo, cosa linda.
—Gracias.
Xena inclinó la cabeza hacia atrás y apoyó los puños en las caderas.
—¿Qué es eso de allá arriba, Brendan? —señaló—. Cerca del borde del techo.
¿Lo ves?
Brendan sombreó sus ojos, y luego le dio a su reina una mirada irónica.
—Nada más que sombras, Xena —admitió—. No a estos viejos ojos, de todos
modos. ¿Kebbin? —Indicó a uno de los soldados más jóvenes que avanzara—
. ¿Ves algo allá arriba, hijo?
—Lo es —confirmó la reina—. Es una reja de hierro, con algún tipo de impresión
en ella. —Comenzó a mirar al suelo alrededor—. Y quiero verlo mejor. Brendan,
abre esas ventanas —ordenó secamente—. Uno de vosotros va a buscar un
escudo y será mejor que esté limpio.
Brendan se apresuró a cumplir sus órdenes, y uno de los otros soldados salió
corriendo.
—Su Majestad. —Kebbin dio un paso adelante—. ¿Quiere que trepe hasta
arriba y lo vea mejor? —Señaló la cuerda—. Puedo subir ahí arriba. Mi padre
era marinero y crecí escalando las líneas.
Xena lo estudió por un largo momento, luego hizo un gesto hacia la cuerda.
—Hazlo chaval.
—No se puede ver mucho, su Majestad —gruñó Kebbin—. Solo una reja.
—¿Cómo es?
Kebbin parpadeó.
—¡Zeus! —Soltó bruscamente—. Hay un… ¡Su Majestad! ¡Había algo allí! ¡Unos
ojos mirándome! —Se balanceó hacia adelante y hacia atrás sobre la
cuerda—. ¡Se fueron!
—¿Una mitad oscura, otra mitad clara, con la cabeza de un gato en la parte
superior? —preguntó Xena.
Kebbin la miró.
—¿Qué tipo de ojos eran? —preguntó Xena—. ¿Eran de un gato? ¿Una rata?
¿De una persona?
—Quédate por aquí —dijo Xena—. De hecho, que alguien me consiga todos
los hombres de tu talla o más pequeños. —Estudió la reja—. Porque mis
hombros no van a pasar por allí, eso es seguro, y la rata almizclera tampoco
va a reptar por ahí.
—Bueno. —Su consorte se acercó un poco más a ella—. Soy del tamaño
correcto.
—¿Uh?
—¿Por qué no sabía que esa reja estaba allí? —preguntó Xena—. ¿Por qué no
examiné todos los túneles e hice algo con ellos?
—Estoy segura de que estabas ocupada. Con todos los soldados y esas cosas
—dijo Gabrielle.
—Estoy segura de que fui una imbécil post adolescente pagada de mí misma
que estaba demasiado ocupada limpiándome el trasero con túnicas de
terciopelo como para manejar este lugar de verdad. —Xena suspiró—. Maldita
sea, ¿por qué tengo que aprender todo de la manera más difícil?
Xena miró hacia abajo y vio esos ojos abiertos y honestos mirándola.
Gabrielle asintió.
—Sí.
—Lo siento, rata almizclera. —La reina levantó su mano más arriba y besó la
palma—. ¿Ves? Una estupidez por mi parte pedirte que lo hicieras.
Eso fue encantador. Gabrielle se inclinó más cerca y le dio un beso a la reina
en el hombro.
—Está bien —dijo ella—. Nunca antes había subido a una cuerda. Fue más
difícil de lo que pensé que sería, y luego hiciste que pareciera que no era
nada.
—Kebbin no es el único que arrastró su culo arriba y abajo por los cabos en un
barco —admitió—. Hice mi parte de eso.
Hubiera sido muy divertido. Podía imaginarse a sí misma como una pilluela
desaliñada, tal vez ayudando al cocinero de la nave mientras Xena los guiaba
hacia su próxima aventura. Después de un momento, dejó escapar un suspiro.
269
»¿Todavía te duele la mano? —Xena la examinó más de cerca—. Ah. —Giró
la mano de Gabrielle hacia la luz e inclinó la cabeza sobre ella—. Una astilla.
Gabrielle tenía una visión muy cercana del perfil de Xena, mientras esta se
concentraba en extraer la pequeña astilla de su palma. Como siempre,
estaba seria y decidida, totalmente concentrada en lo que estaba haciendo,
con esa mirada de feroz atención tan típica de ella.
Fue un dulce y mágico momento. No sabía por qué lo estaban teniendo, pero
a medida que se alargaba, podía ver la creciente diversión en los ojos de
Xena y se inclinó para besarla antes de comenzar a reír.
—Eh. —Xena le dio una ligera palmadita en la mejilla—. Eres linda. —Alborotó
el cabello de Gabrielle, y se volvió para mirar a los soldados construir el
andamio, que ya estaba a medio camino de la rejilla. Podía sentir el cosquilleo
de los labios de Gabrielle sobre los suyos, y la tibieza presionada contra su
costado la consolaba por la comodidad, de una manera sorprendentemente
agradable.
Por un momento, Xena se permitió imaginar cómo hubiera sido si, cuando
Philtop lo había pedido, simplemente le hubiera entregado el trono y se
hubieran marchado. Simplemente partir, con su espada, y su caballo, y su
adorable rata almizclera solo para descubrir lo que la vida tenía que ofrecerle.
—¿Xena?
—¿A dónde crees que va el túnel? —preguntó Gabrielle cuando los soldados
llegaban a la cima, y dos de ellos agarraron el metal y comenzaron a tirar de
él para sacarlo de la pared—. ¿Por qué lo pondrían cerca del techo? —Podía
oír el ritmo lento y rítmico de los cascos de los caballos, y en el borde de su
conciencia, el sonido de una voz a su lado mientras caminaba—. ¿Xena?
—No lo sé, rata almizclera. —Xena inclinó la cabeza hacia atrás—. ¿Hay más
de estos? ¿Crees que los has visto? —Se sacudió a sí misma para salir de su de
su fantasía de loca enamorada y se acercó al andamio—. Vamos a ver.
»Uh. —Se movió hacia la abertura y sintió el aire frío contra su rostro, lleno de 271
polvo y olor a musgo. El hueco era lo suficientemente grande para que alguien
del tamaño de Gabrielle se arrastrara dentro de ella, y que alguien del tamaño
de Kebbin entrara muy justo, pero como sospechaba, no había forma de que
ella entrara allí.
Kebbin se deslizó junto a ella sin vacilar, sujetando su daga entre sus dientes
mientras entraba en el agujero, sosteniendo una vela montada en una taza
en su mano izquierda. Hizo una pausa, luego se movió hacia adelante, sus
talones se movieron fuera de la vista después de un momento mientras
avanzaba.
—Si señora —dijo Kebbin de vuelta—. Hasta ahora, nada más que telarañas y
una araña.
Xena hizo una mueca.
—Mejor tú que yo, chaval. —Dio un paso atrás y examinó la reja de nuevo—.
Brendan, quiero que todos recorran el maldito lugar, encuentra más de estas.
—Sí —dijo Brendan—. Xena, los hombres me acaban de decir que la nieve
está tan mal afuera, que es pesada en los techos —dijo—. No quiero
arriesgarme a que colapse alguno, especialmente de los establos.
—Haré una parada y recogeré a los persas. Pueden mover la nieve para mí,
será una experiencia nueva para ellos. —Xena llegó al fondo, se bajó de un
salto, se volvió y cogió a Gabrielle de la siguiente plataforma y la levantó hasta
el suelo.
—Espero que Parches esté bien —dijo Gabrielle con ceño preocupado—. 272
Chico, están pasando muchas cosas raras en este momento.
Era raro.
¿Ahora?
Creyó ver una sombra por el rabillo del ojo. Pero cuando volvió la cabeza para
mirar, no había nada. Podía oír el ruido de los persas delante de ella, y podía
verlos moviéndose en su dirección, la emoción agudizaba sus voces.
—Necesito vuestra ayuda —les dijo—. Vamos a los establos, podríamos tener
un problema.
Xena oyó un crujido, y el sonido de algo muy pesado que tronaba sobre la
superficie de madera e instintivamente, dio media vuelta para empujar a
Gabrielle de en medio, solo para encontrar su brazo atrapado y sacudido con
fuerza, dejándola desequilibrada y haciéndola tropezar a un lado, justo
cuando el techo se derrumbaba con un estruendoso rugido.
273
Giró y se lanzó, solo para ver a Gabrielle y al persa desaparecer bajo una
cascada de escombros y nieve, un grito a medias sonó como cortándose con
un cuchillo.
»¡Gabrieelle!
El terror la recorrió cuando creyó oír una risa a un lado y, una fracción de
segundo antes de sumergirse en el montón de hielo, giró y sacó su espada,
apuntando al sonido en un momento de furia total.
Una ola de sangre caliente hizo erupción, dejándose caer con un siseo en la
nieve mientras se zambullía tras ella, dejando escapar un aullido sin palabras
al tiempo que cavaba.
Así que Xena sabía, al ver el movimiento desigual del pecho de Gabrielle y el
ojo sin brillo, que el sonido que apenas podía oír por encima del de su corazón
haciéndose añicos, eran esas plumas revoloteando.
Podía sentir que se quedaba sin respiración mientras los soldados detrás de
ella le ofrecían amablemente la ropa de cama calentada, la ayudaban
cuidadosamente a envolver el cuerpo inmóvil de Gabrielle, silenciosa y 274
reverentemente. Solo Brendan la tocó, puso una mano en el hombro de Xena
y la apretó sin pedir permiso ni necesitarlo.
Todos lo sabían.
Xena sintió ganas de gritarles que estaban equivocados, pero no pudo, con
el corazón tan apretado en una constricción dolorosa que apenas podía
respirar, aceptando en silencio la devoción tácita que la rodeaba.
Xena apoyó las manos en la cama, sintiéndose más indefensa que nunca en
su vida. Afuera, podía oír el golpeteo de la aguanieve contra la ventana, y el
frío en la estancia la sacudió hasta el fondo.
Xena cubrió con sus manos la mano inmóvil de Gabrielle, sintiendo el frío en
ella, a pesar de las sábanas calientes en las que ahora estaba envuelta. Tocó
el interior de la muñeca de su consorte, su corazón se detuvo hasta que sintió
el revoloteo contra las puntas de sus dedos, latidos tan inestables que casi
parecían al azar.
275
Gabrielle estaba muriendo.
Xena sintió que las lágrimas picaban en sus ojos y los cerró, las gotitas húmedas
golpearon sus manos y la mano que apretaba sin respuesta. Aquí había algo
que, toda su habilidad con las armas y toda su fuerza de voluntad, no podía
detener y abrió los ojos nuevamente para mirar esa cara quieta y tranquila,
todo el dolor de lo que esto significaba para ella regresar a casa.
»No me dejes —susurró Xena al oído más cercano a su mejilla—. Por favor, no
me dejes.
No.
Dolor.
Era un alivio. Había tenido tanto frío. La calidez empapó el dolor en sus huesos
y lo aligeró, y encontró que su respiración se hacía más fácil cuando la luz la
rodeó.
Ahora podía oír susurros a su alrededor. Voces apagadas en la luz, que podía
oír pero que no entendía. La luz pareció concentrarse y ella la miró 276
extendiendo la mano para tocarla, pero se encontró incapaz de moverse.
Tan extraño.
—¿Mi familia?
¿Hermanito?
Se preguntó Gabrielle.
—¿Qué me está pasando? —preguntó—. ¿Estoy... he muerto?
—Sí.
Oh no.
—Gabrielle.
No me dejes. 277
Gabrielle de repente escuchó otra voz.
—¡Xena!
Volvió a oír la voz, tan llena de dolorosa tristeza que bloqueó el sonido de la
voz cerca de ella y los susurros.
Gabrielle.
Su nombre, en un susurro tan suave y tan lastimero, fue como un cuchillo que
la atravesaba. Reforzó su agarre y pateó detrás de ella, contra la atracción
insistente.
»¡NO!
278
No me dejes. Por favor.
La voz regresó.
—¡Déjame ir!
Gabrielle sintió que sus brazos cedían mientras se agarraba contra el tirón.
Ahora esto sí. Brendan se sintió impotente. Volvió al lugar donde ocurrió el
accidente con la intención de encontrar alguna pista, obtener un informe que
le permitiera volver con Xena y darle lo que le había causado tanto dolor
atravesado en su espada.
—Oye.
279
Brendan giró su cabeza para ver a un guardia de Philtop acercarse a él.
—¡Qu...! —Uno de los compañeros del hombre salió corriendo—. ¡Para! ¡Qué
estás haciendo!
Sonó un cuerno, y el sonido de las botas corriendo tronó más cerca cuando
los hombres de Xena respondieron.
280
Estaba hecho.
Y luego Xena sintió que el cuerpo frío e inmóvil se agarraba con un tirón de sus
brazos y ella jadeó cuando sintió una leve y suave bocanada de aire contra
su cuello otra vez, y el irregular golpeteo contra las puntas de sus dedos, se
recuperaba de su aterrador titubeo y se estabilizaba.
Ni siquiera ahora.
Xena cerró los ojos y vivió plenamente en ese momento. Frotó el brazo de
Gabrielle con la mano, sin estar segura de sí se estaba imaginando sentir el
281
menor retorno de tensión en el cuerpo flojo que se desplomaba sobre ella.
Un aliento más fuerte contra su piel y supo que no era así. Sintió que sus
músculos se convertían en agua, y era difícil sostener a Gabrielle, con miedo
de dejarla ir o tratar de alejarse por temor a que simplemente se derrumbara.
—Xena —la voz de Jellaus era suave y amable en sus oídos—. ¿Te gustaría
sentarte en la cama y abrazarla?
—No creo que pueda levantarme —admitió, su voz era tan ronca que apenas
la reconoció.
Xena sintió que unas manos la agarraban con mucho cuidado, la levantaban
y la bajaban sobre la cama con Gabrielle todavía agarrada a ella. Mantuvo
los ojos cerrados y sintió que su amante se movía contra ella, y oyó un leve
murmullo cuando aquellos dedos se apretaron contra los suyos y los demás lo
vieron.
Xena sabía lo que había sentido, sabía que había visto la vida salir del cuerpo
de su amante. Sabía que el angustioso dolor no había sido falso.
¿Era esto solo la parte falsa? ¿Levantar sus esperanzas y aliviar sus miedos, solo
para terminar de nuevo en agonía?
282
¿Importaba?
¿A ella le importaba?
—Jellaus.
—Están bien, Xena. —El juglar la tranquilizó—. Fue el frente del establo el que
se derrumbó, donde está el pajar. Demasiada nieve.
Jellaus suspiró.
—Ninguna criatura o cosa malvada entrará en este lugar. —Lakmas habló por
primera vez—. Lo juro.
283
Parte 8
Xena no tenía idea de qué hora del día era. Las cortinas estaban cerradas y
había perdido la noción de todo, excepto de la figura inconsciente que
descansaba en sus brazos.
Nunca había sentido un miedo tan intenso como este. Contraía sus entrañas
y la mantenía al borde de las lágrimas y le molestaba tanto el estómago, que 284
ni siquiera podía beber el agua de la taza que habían dejado junto a su codo.
Todo lo que podía hacer era sentarse aquí y esperar, sosteniendo a Gabrielle
suavemente contra ella, dándole nada más que el calor de su cuerpo y el
enfoque de sus pensamientos.
Pero cada minuto que estaba sentada allí, cada minuto que ellos vigilaban
en silencio, cada minuto que el pecho de Gabrielle se movía, era un minuto
en la dirección correcta.
Xena gentilmente frotó su mano sobre el brazo de Gabrielle, acercándola un
poco más a su abrazo y contra su cuerpo. Un movimiento llamó su atención y
levantó la vista para encontrar a Jellaus acercándose a ella con una manta
tejida en sus manos.
—Gracias —murmuró.
—Lo sé, mi reina. —Jellaus respondió con tono suave—. Han dejado mi arpa
afuera, ¿puedo traerla y tocar algo de música para vosotras?
Música.
Xena asintió.
285
—A ella le encanta la música. —Tuvo que dejar de hablar cuando su pecho
se apretó y un eco de la lastimosa queja de Gabrielle por no poder tocar
nada, sonó en sus oídos y se preguntó sombríamente si alguna vez escucharía
una repetición de eso.
El trovador se lanzó con una hermosa melodía, sin palabras, pero ligera y
suave, agitando la quietud del aire y atrayendo la mirada del resto de los
hombres.
Por favor, escúchalo, deseó en silencio. Por favor, no seas como los otros que
he conocido, que se golpearon en la cabeza y nunca volvieron a despertarse.
La tenue y fantasmal presión regresó y bajó la vista a sus manos juntas para
ver los músculos crispados a través de la parte posterior de la muñeca de
Gabrielle.
Al menos estaba lejos de la voz y de la luz. Gabrielle sintió que estaba flotando
en una nada gris y confusa, con los ojos cerrados y en un estado de semi
parálisis. No tenía ningún impulso real de moverse, era mucho más fácil
simplemente quedarse quieta.
“Rata almizclera”.
¿Era Xena llamándola? Tenía que serlo, ¿No? Xena no llamaba rata almizclera
a nadie más, ¿verdad? Solo a Gabrielle.
Creyó que podía oírlo de nuevo, suave pero inconfundible, esas palabras
llenas del cálido afecto que Xena siempre ponía en ellas.
Xena no hablaba así con nadie más. Solo con Gabrielle. Incluso las personas
que le gustaban no conseguían esa mirada, ni podían sentir el toque de Xena
sobre ellas, alborotándoles el pelo o apoyando el peso de su brazo sobre ellas.
Solo Gabrielle.
Estaba segura de que le importaba a Xena, a pesar de que las otras personas
se rieron de ella y la llamaron campesina. Xena la apreciaba y amaba.
¿Verdad?
Gabrielle sintió miedo otra vez. Era terrible pensar que algún día Xena se
cansaría de ella y Xena se había enojado con ella cuando pensó que
Gabrielle había pensado eso. Quería creer lo que Xena había dicho, pero en
su mente era difícil alejar ese miedo.
Muy difícil.
Gabrielle creyó que oía como se pronunciaba su nombre otra vez y detrás de
eso, el leve tintineo de la música.
Eso era cierto. Xena la amaba. Gabrielle imaginó que podía sentir la presencia
de su amante a su alrededor y con mucho esfuerzo, trató de cerrar los dedos
alrededor de la mano con la que creía, con todo su corazón, que estaba
envuelta alrededor de las suyas.
Eso era real. Sus juegos al escondite en lo alto de las torres del castillo por la
noche, eran reales. El montar a caballo lado a lado a través de la hierba lo
era. La risa de Xena lo era. La fiereza de sus abrazos y la pasión de sus besos,
lo eran.
“Gabrielle”.
La voz de Xena. Quería responder. Podía escuchar lo derrotada que sonaba.
Xena le había dicho, recordó, que lamentaba que su padre hubiera muerto
en el ataque porque eso significaba que Xena no tenía la posibilidad de
matarlo ella misma. Gabrielle recordó lo segura que se había sentido sabiendo
que Xena nunca permitiría que nadie le volviera a hacer algo así de nuevo.
Leal.
Cariñosa.
No.
No te dejaré, Xena.
Tal vez hubiera sido más fácil para ella haber estado sola. Xena se sentía
expuesta, desnuda ante los ojos de sus hombres, pero no tenía la fuerza para
negarles su presencia y el apoyo silencioso y tácito.
Y, en algún nivel, tal vez, había una parte de ella que no quería estar sola.
Acunó la cabeza de Gabrielle contra su pecho, sus dedos sintieron el calor del
chichón y la piel hinchada y tensa sobre él. No sabía lo que eso estaba
haciendo en el interior de la cabeza de Gabrielle, pero sabía que no era
bueno.
¿Qué había sido? ¿Otra herida en la cabeza que ella había arreglado?
Había visto suficientes personas morir bajo sus manos con ellas. Xena exhaló
lentamente.
¿Alguna de las personas con las que ella había hablado? ¿Algún pergamino
que ella había leído?
Y luego vino a ella. No, no había batalla, ni pergamino, ni ninguna persona.
Solo un estúpido momento suyo y un mal movimiento, y su mano rompiéndose
contra la pared de piedra escaleras arriba, enviando cada estrella que había
visto a lo largo de sus días en una repentina visión de rojo.
Gabrielle y una jofaina de agua fría, y sus suaves dedos alisando el nudo del
dorso de la mano de Xena con bendito alivio helado.
—Brendan.
—Tráeme una gran cubeta de nieve del exterior. —Brendan la miró por un
largo instante, luego se levantó y se dirigió a la puerta, como siempre, sin
cuestionar todas sus demandas—. Aguanta, rata almizclera —susurró—.
Aguanta.
Fue difícil dejar ir a Gabrielle. Quitar los brazos de su amante para poder 292
moverse, recoger un puñado de nieve y presionarlo suavemente contra el
bulto en su cabeza. Sentir su corazón hundirse al no ver un destello de
reacción, solo ese movimiento débil e irregular de su pecho.
—Sí —dijo Brendan con tono tranquilo—. Les dije a los hombres que trajeran los
caballos al salón de baile, Xena. No quería que acabaran lastimados.
Xena asintió.
—Gracias. —Movió la compresión un poco—. Dile a esa gente del circo que
representen un espectáculo. Que mantengan a todos distraídos.
—Sí. —Brendan se levantó y fue hacia la puerta, hablando con otro soldado
en voz baja. El hombre se fue rápidamente y cerró la puerta tras él.
—Jellaus.
Oh, lo hacía.
Ahora era, quizás, el momento de perder a su ser querido. Xena sintió que su
pecho se contraía y su visión se volvió borrosa por las lágrimas. Mantuvo las
manos quietas y respiró en silencio, hasta que pudo abrir los ojos y enfocar
nuevamente. Lyceus le había dicho una vez que creía que, si alguna vez ella
entregaba su corazón, sería para toda la vida y ahora se encontraba
maldiciéndolo por tener razón.
»Nunca me lo merecí. —Xena suspiró—. Soy tan bastarda. ¿Qué Hades hice
para que ella se enamorara de mí?
—Ah, no. —Brendan le tocó el brazo—. Xena, te he seguido siendo muchacho 294
y hombre todos estos años, todos lo hemos hecho, no por los dinares y lo sabes.
No.
Los amaba. Moriría por ellos. Lo sabían. Ella lo sabía. Trató de fingir que todo
era crueldad, pero Brendan tenía razón. Tenía un corazón demasiado grande
y Gabrielle lo había envuelto suavemente en sus brazos y le había dado a
Xena una experiencia que nunca había pensado que tendría en esta vida.
Lo cierto es que nunca esperó ser feliz. Amar a alguien como amaba a
Gabrielle. Que alguien la amara con una integridad completa, que sabía en
su corazón era un gran regalo, uno al que no creía tener derecho.
¿No fue ella quien le dijo a Gabrielle que se fuera y tuviera hijos y que le pusiera
su nombre cuando ella estirara la pata?
¿No fue ella? ¿No era ella la que realmente no había entendido cuando
Gabrielle la había llorado y le había dicho que no quería vivir sin ella? ¿La que
pensó que Gabrielle tal vez estaba un poco pirada?
La puerta se abrió y cuando Brendan salió con la cubeta, Jellaus regresó con
Lastay pisándole los talones. 295
—Xena, él está aquí. —Jellaus recuperó su instrumento y se recostó en el
taburete, sus dedos lo afinaron un poco automáticamente.
—Sí, yo también —dijo Xena—. Escucha, Lastay. Si las cosas van realmente mal
aquí, debes prepararte para asumir el mando de este sitio.
Xena entendía lo que estaba diciendo. Sabía que los soldados lo hacían.
Incluso el persa, arrodillado a su izquierda, sus grandes dedos apretando el lino
por ella, lo sabía. Sus grandes y líquidos ojos oscuros tenían una sorprendente
compasión cuando se lo devolvió.
—Xena —dijo Lastay—. Haré lo que quieras que haga, siempre que quieras
que lo haga —habló sin su habitual afectación—. Soy tuyo. —Lastay lo
entendió. Xena se sintió un poco humilde al escuchar la sinceridad en su voz.
Ella había sido tan grosera con él siempre. Él se arrodilló a su lado, apoyando
sus grandes manos en la colcha de la cama—. ¿Puedo perseguir a esa criatura
mientras tanto? —preguntó—. De verdad que me gustaría atraparlo.
—Lo haré —dijo Lastay—. Hazme saber si hay algo más que pueda hacer por
ti, Xena. O a mi esposa.
Xena asintió.
—Has hecho de él un mejor hombre de lo que era, Xena —dijo Jellaus con
sencillez—. Como tienes tantos otros. Nos atraes a todos por la grandeza de
corazón y espíritu.
Brendan volvió con su cubeta, los hombros del soldado estaban cubiertos de
nieve y un poco de polvo en su cabello. Dejó el cubo al lado del codo de
Xena y se retiró al fuego, sacudiéndose sobre la piedra.
Puso su mano libre contra la mejilla de su amante y rozó sus labios con el borde
de su pulgar, sintiendo lo que seguramente era una presión fantasma contra
su palma a cambio.
Dejó su pulgar contra los labios de Gabrielle y sintió el suave calor de su aliento
contra la piel, una sensación tan dulce como nunca antes había conocido.
Alentada un poco, cambió la bolsa de nieve, convenciéndose a sí misma de
que el bulto parecía un poco más pequeño.
—Xena. —Jellaus dejó su rasgueo, y le ofreció una taza—. ¿Un poco de té?
Vamos.
Gabrielle se dio cuenta de un modo vago que había alguien más en su niebla
gris. No era Xena, todavía podía sentir a su amante a su alrededor, esta nueva
presencia era diferente.
—Hola.
La voz era muy rara. Sonaba muy parecida a la suya cuando la escuchó en
su cabeza.
—¿Quién eres?
—Hm —dijo la voz mientras se acercaba y daba la impresión de sentarse a su
lado—. Vamos a dejar eso abierto por un tiempo.
—Apuesto a que sí y no te culpo. La primera vez que pasé por esto también
estaba bastante asustada.
Oh.
—Lo sé. —La voz pareció acercarse—. Ella te necesita. Sé que tal vez no
siempre lo crees, pero lo hace.
—¿Quién eres?
—Soy alguien que se parece mucho a ti —respondió por fin—. Mi vida era
diferente a la tuya, pero compartimos mucho, incluyendo saber lo que es el
amor así —continuó—. Hay alguien que va más allá, que está tratando de
hacerte daño. Digamos que estoy aquí para equilibrar la balanza.
Esa era una gran cantidad de información para asimilar. Gabrielle se sentía
confundida e insegura.
—Sí.
—Lo está. Y el hecho de que lo esté es lo que me permite estar aquí para
demostrarlo y explicártelo con detalle. Si ellos estuvieran jugando según las
reglas, yo no estaría aquí.
—¿Eres un fantasma?
—No.
Eso era aún más confuso. Gabrielle se centró en otra cosa.
—¿Cómo puedo salir de aquí? Quiero volver. Quiero estar con ella.
—Tienes que desearlo lo suficiente —dijo—. Tienes que sentir ese amor y
aferrarte a él con todas tus fuerzas. Piensa en estar en tu cuerpo y tienes que
obligarte a retroceder.
—Oh.
—Duele —dijo la voz—. Pero cuando abras los ojos, habrá merecido la pena.
Te lo prometo. —Gabrielle trató de mirar a través de la niebla, entrecerrando
los ojos e imaginando que podía distinguir una forma vaga a su lado, una
forma sentada con los brazos alrededor de sus rodillas. Tuvo la impresión de
pelo desgreñado y piel desnuda y luego la niebla pareció despejarse solo un
poquito, lo suficiente para que pudiera distinguir ojos del mismo color que los
suyos mirándola—. No dejes que ganen —dijo la voz haciéndose más
profunda y adquiriendo un débil eco—. Lucha contra ellos. Sé que puedes. Sé 300
que tienes la fuerza. No hay nada en la tierra más fuerte que el amor que
conoces. Confía en mí en eso.
Así que pensó que, si ellos podían, entonces ella podría, y si la voz tenía razón
al respecto, entonces la voz también tenía razón acerca de que Xena la
necesitaba.
—Se buena. Se fiel. Ella lo es. —La figura de repente se alzó sobre ella y sintió
un suave beso en su frente, y luego...
Campanilleo.
Pero podía sentir algo tan fuerte que la empujaba hacia adelante, una
llamada que llenó sus oídos cuando sintió manos agarrando las de ella y la voz
de Xena llamándola.
Llamándola.
Llamándola a casa.
Un dolor increíble.
Sintió la niebla gris llamándola de vuelta, alejándola de la agonía y
devolviéndola a la supervivencia.
Y ahora, tan cerca de la oscuridad, la voz era real, el dolor era real, y podía
escuchar el retumbar del corazón de Xena y no había duda de la respuesta.
Se lanzó a la tormenta frente a ella, y se zambulló en ella, buscando esa
necesidad, ese dolor, y la verdad que finalmente supo cuando dejó atrás la
niebla y cayó hacia adelante en un estallido de dolor real y frío, y un vuelco
sobre un trueno abrumador.
—S... está bien —logró decir con voz ronca, levantando una mano con un
esfuerzo increíble y poniéndola en la cadera de su amante. La respiración de
Xena era brusca y desigual, y finalmente exhaló, y se echó un poco hacia
atrás para que pudieran mirarse la una a la otra.
Oh.
Gabrielle dejó que la emoción la inundara, al ver el alivio crudo y los ojos
hinchados de lágrimas observándola. La voz había tenido razón. Esto era más
de lo que había esperado. No tenía palabras, solo logró agarrar la mano de
Xena y saborear la calidez de la misma.
—Sí. —Lo cierto es que le dolía todo. Gabrielle podía sentir todo su cuerpo
dolorido, además de las palpitaciones en su cabeza—. Ay —repitió
lúgubremente al darse cuenta de que la voz también había tenido razón en
eso. Tenía frío y podía sentir la humedad a su alrededor—. Mojada.
—Sí —dijo Xena—. Te cogería y te movería al lado seco de la cama, pero por
los dioses que no puedo —dijo—. Lo siento.
Gabrielle se sintió sonreír, muy contenta de haber dejado esa paz gris por este
doloroso caos. Cualquier cantidad de incomodidad valía la pena en este
momento y usó la poca fuerza que tenía para presionar su mano contra la
cara de Xena y acercarlas más.
Después tenía otras manos sobre ella y sintió gente a su alrededor y fue
levantada y acunada en los brazos de Xena, pero también en otros, y después
de un breve movimiento, la bajaron de nuevo a la cama, esta vez en sábanas
secas y cálidas. 304
Todos parecían aliviados. Todos miraban a Xena con ojos tiernos y alegres.
Xena hizo una pausa y luego miró a Brendan, arqueando una ceja.
—Están bien, pequeña —dijo Brendan—. Los subimos y los movimos al salón.
Ninguno sufrió daño.
Un movimiento llamó su atención, y miró a través de la luz del fuego, más que
un poco sorprendida de ver a la esposa del duque Lastay en la esquina,
sentada en silencio, con las manos juntas.
Volvió a mirar a Xena quien tenía su cabeza apoyada contra las almohadas
apiladas detrás de su espalda.
¿Estaban aquí para...?
Gabrielle recordó la extrañeza del gris lugar y lo que le había dicho la voz.
No.
Gabrielle sintió que una oleada de compasión la abrumaba. Dobló sus dedos
alrededor de la mano floja que descansaba sobre su muslo, viendo los labios
de Xena volver a sonreír mientras le devolvía la presión, su rostro suave y
abierto, no había rastro de su descarado aire de bravuconería tan común en
ella cuando estaba delante de otros.
Gabrielle se sintió como si estuviera mirando a Xena por primera vez, viéndola
a través de una nueva comprensión de lo que eran la una para la otra. Le
devolvió la sonrisa, y exhaló satisfecha, sintiendo en su interior la sensación más
extraña de, en cierto sentido, volver a casa.
Xena en verdad, en este punto, no sabía qué hacer consigo misma. Estaba
tirada en la cama, ahora por fin en un buen lugar seco, con Gabrielle
acunada en sus brazos milagrosamente recuperada. Una parte de ella quería
brincar por la alcoba gritando de emoción, pero la otra mitad estaba
completamente feliz de permanecer inmóvil, saboreando el movimiento del
pulgar de Gabrielle contra la palma de su mano.
Lo estaba.
Era una crudeza compartida. Esas lágrimas en los ojos de Jellaus no eran falsas
y la amable preocupación en la cara de Brendan mostraba una verdad que
no tuvo más remedio que aceptar. Eso estaba bien para ella. Xena se
encontraba demasiado agotada emocionalmente como para sentirse
incómoda con este nuevo nivel de intimidad.
Pudiera ser que cambiara de opinión más tarde, pero por ahora estaba bien.
Así que dejó que su mirada recorriera la estancia, encontrando los ojos que la
observaban y absorbiendo las emociones que encontraba allí.
—Gracias —dijo después de una larga pausa—. Gracias a todos por estar aquí.
—No tienes que darnos las gracias, Xena. —Brendan fue quien habló, era
apropiado ya que él era el que la había conocido por más tiempo.
Los dedos de Gabrielle tocaron su manga, sus dedos le dieron una cálida
bienvenida y ella la miró de nuevo, agachando la cabeza y besándola
gentilmente en los labios, sintiendo una etérea oleada de alegría mientras
intercambiaban aliento y una muy débil risa conjunta.
Echó un vistazo hacia atrás a la cama donde lady Lastay estaba arrodillada
junto a Gabrielle, hablando en voz baja con ella. Pudo ver la sonrisa en el rostro
de su consorte y casi perdió la noción de lo que estaba haciendo cuando la
invadió otra oleada de alivio.
—Realmente lo es. —Xena se quitó los brazaletes y los arrojó sobre el arcón,
luego apoyó la bota en el borde y comenzó a desatar su rodillera mientras
Brendan se arrodillaba y desataba la otra—. Maldita sea, estoy cansada. —
Sintió la suave palmadita en su pantorrilla y exhaló.
—Creo que me siento mejor de repente —remarcó con tono bajo y serio—.
Gracias, Xena.
Las palabras forzaron una risa en los labios de Xena, y ella levantó ambas
manos y las dejó caer.
—Enviaré a alguien afuera para que revise esa ventana —comentó mientras
ella tomaba la taza—. Que se asegure de que fue solo el clima.
—¿Lo fue? —Xena se acercó un poco más, hasta que sus cuerpos se tocaron—
. ¿No me veía como una idiota?
—Sutil.
El ruido regresó detrás de ellas y Xena pudo oír el tintineo de platos y jarras.
—Me alegra oír eso, porque yo tampoco quiero dejarte nunca —susurró—.
Nunca.
Sonrió al sentir que Xena se enderezaba, pasando suavemente sus dedos por
el bulto en el lado de su cabeza mientras algunos de los soldados y otros
regresaban a la alcoba, trayendo consigo el aroma del vino caliente y la sopa.
»No puedo darte nada para el dolor, mi amor —dijo Xena alisando el pelo
sobre el bulto—. No hasta que eso baje. —Miró a su alrededor—. Pero apuesto
a que Jellaus se alegrará de tocar algo para mantenerte distraída.
—Suena genial.
Para empezar, ya no tenía esa sensación borrosa en su visión. Le dolían los ojos
y pensó que podrían estar inyectados en sangre, pero cuando miraba a su
alrededor, ya no era como si hubiera una capa de humo en la alcoba.
Ahora estaba deseando que todas esas personas tan agradables que habían
estado allí para apoyar a Xena, tal vez pudieran salir a la cámara exterior
dándoles un poco de paz y tranquilidad juntas. Quería hablar con Xena y
contarle sobre la bruma y las voces.
Tenía la sensación de que tal vez había algo importante en todo eso, y pensó
que Xena sabría lo que era.
Pero hasta entonces, sabía que tendría que esperar pacientemente. Algunos
de los soldados habían salido a la sala exterior, dejando atrás a Lady Lastay,
Jellaus y Brendan, mientras el persa atendía el fuego pacientemente.
Él levantó la vista y la miró a los ojos con los labios curvados en una sonrisa.
—Graciosa princesa.
—No me siento muy graciosa hoy —admitió—. Ha sido un poco mala suerte.
—Sin embargo, tus dioses seguramente han cuidado de ti este día —respondió
Lakmas—. Estoy realmente contento de verte mucho mejor.
—Mi gente son guerreros, lo sabes. Pero también somos poetas a nuestra
manera y no hay poesía como la que celebra el corazón.
—Me resulta imposible de creer —dijo Lakmas—. ¿Tú que sabes más del
corazón que mil generaciones de mi gente?
—No, aún no habíamos llegado a eso —dijo—. Uff. —Sintió que Xena la
levantaba un poco y se inclinó hacia adelante, cerrando los ojos cuando una
ola de vértigo la golpeó—. Oh chico.
—Sí. —Xena se inclinó y deslizó sus manos debajo de las sábanas—. Te voy a
poner de lado para poder llegar a esto. —Levantó suavemente a Gabrielle de
costado y le colocó la almohada debajo de la cabeza—. ¿Como estás?
—Estoy bien —dijo Gabrielle—. Pero para ser honesta, me tocas y haces que
me olvide de mi espalda.
—En serio.
Xena se rio entre dientes y se acomodó para examinar el largo y feo corte que
recorría el omóplato de Gabrielle. Se había cerrado casi por completo, pero
lo limpió cuidadosamente y lo cubrió con una venda de todos modos, luego
examinó la atractiva espalda de su amante por cualquier otra herida que
pudiera haber pasado por alto.
—Sí, estoy bien —dijo en un tono tranquilo—. ¿Quieres un poco más de sopa?
Xena no se sentía débil, más bien como lo haría un trapo de cocina de diez
años. Hecho jirones y desgastado, colgando en una línea en algún lugar
ondeando en la brisa.
—Un clima extraño —comentó Jellaus—. Demasiado pronto para que nieve.
Lakmas gruñó.
—No. —El persa negó con la cabeza—. Somos de una tierra desértica, mucho
más acostumbrados al calor y a los vientos secos que a esto.
Un ruido sobre sus cabezas los hizo mirar a todos hacia arriba. Xena tiró de la
funda tejida con la que se habían cubierto sobre ella y un poco más
cómodamente alrededor de Gabrielle y le hizo un gesto con la cabeza a uno
de los soldados que se acercó y avivó el fuego.
318
—Mar de arena, ¿eh?
El persa asintió.
—Es magnífico —dijo—. Los colores y las sombras de las colinas, y la sensación
del sol ardiente en tu espalda. —Ahora estaba sentado en el suelo, con las
piernas cruzadas debajo de él—. Recuerdo cuando era niño, la primera vez
que mi padre me llevó con él desde nuestra casa tribal y vi la inmensidad del
desierto. Pensé que me estaba mostrando el hogar de los dioses.
El hombre juntó las yemas de los dedos e inclinó la cabeza en dirección a ella.
—Ciertamente lo es.
—Una media docena, creen. —Lastay frunció el ceño—. Más de los que me
esperaba, la verdad.
»Ve con él y revisa las cosas que ha encontrado. Mira si te resultan familiares.
319
Lakmas juntó las manos y las presionó contra su frente, haciendo una
reverencia a Xena antes de ponerse de pie, esperando a que Lastay se
levantara también.
—Está bien —concedió—. Pero espero que Gabrielle mejore pronto, o las dos
moriremos de hambre.
—¡Señora!
Gabrielle se retorció un poco más cerca hasta que su cabeza quedo contra
la cadera de Xena.
—Estoy segura de que todo irá bien —le dijo a Brendan mientras el brazo de
Xena se apoyaba suavemente sobre sus hombros—. Ella se acostumbró a mi
cocina.
Gabrielle apoyó la mano en el muslo de Xena, cerrando los ojos con un débil
sonido de satisfacción.
Xena asintió, levantando la mano para despedirse cuando los tres hombres
salieron de la alcoba y luego dos de los soldados los siguieron. Eso dejó solo a
Jellaus con ellas, y otros dos soldados que se dirigieron a la entrada de la
cocina y salieron por ella.
Terriblemente vulnerable.
—Todo el tiempo que estuve... estuve tan enferma... — dijo—. Podía oírte,
llamándome.
—¿Sí?
—Sí —dijo Gabrielle—. Fue... fue realmente extraño, ¿Sabes? —continuó—. Era
como si pudiera escuchar cosas, pero no podía moverme.
—Te estaba llamando —dijo Xena—. Gritaba tu nombre tan alto que estoy
sorprendida de que no bajaran del techo todas las arañas del castillo encima
de nosotras.
—Les dije que no —dijo Gabrielle—. Les dije que no quería ir. —Miró hacia las
sombras al otro lado de la alcoba—. No quería dejarte. —Sintió a Xena exhalar
contra su cuero cabelludo y la presión mientras apoyaba la cabeza en ese
lugar—. Me alejé de ellos.
»Esa voz. Me dijeron que solo tenía que desearlo lo suficiente y podría volver
contigo y lo hice —dijo Gabrielle—. Pude sentir algo tratando de detenerme,
pero escuché que me llamabas y... —Hizo otra pausa—. Nada podría
impedirme volver a ti.
Levantó la vista hacia Xena y encontró esos ojos penetrantes mirándola, llenos
de lágrimas no derramadas, pero nítidos, potentes e intensos. La expresión de
agotamiento sin brillo había desaparecido.
»Tal vez solo lo imaginé —admitió Gabrielle—. Fue todo un poco loco.
Gabrielle asintió.
—Esta otra voz —dijo—. Ella dijo que intentaban hacerte daño a través de mí.
—Frunció el ceño—. Y algo... creo que algo así como que era una cosa
habitual. —Sintió que Xena la apretaba un poco—. Pero esa voz parecía
conocerte.
—¿Conocerme?
—Sí —dijo Gabrielle—. Ella me dijo... que fuera fiel, porque tú lo fuiste. —Volvió
a mirar a Xena, viendo que su cabeza se inclinaba un poco mientras pensaba,
sus pestañas titilaron esparciendo una pequeña lluvia de gotas por su cara—.
Así que supe que tenía que volver y recuperarte.
—Lo soy —dijo—. Solo que nunca supe cuál era la palabra para eso. —Fue el
turno de Gabrielle de parpadear sorprendida—. Desde el momento en que te
vi —dijo la reina—. Sabía que estábamos destinadas la una para la otra. Me
tomó mucho tiempo descubrir qué y por qué y cómo, pero lo sabía. —Se
removió un poco, para poder mirarse más fácilmente—. Me alegro mucho
que de escucharas esa voz, Gabrielle.
Xena asintió.
—Sí. —Se inclinó y besó a Gabrielle en la cabeza—. Así que, gracias a los
dioses, lo has comprendido y no volverás a pensar que voy a abandonarte. —
Enterró su rostro en el cabello de Gabrielle, y simplemente la abrazó—. Siento
mucho que haya tenido que pasar esto para hacerlo. —Gabrielle sintió que
estaba flotando de nuevo, pero esta vez en el buen sentido. Era como si
hubiera estado esperando este momento toda su vida, y ahora estaba aquí,
y era como si se hubiera abierto una puerta a un lugar completamente
diferente. Incluso hizo que su cabeza doliera menos. Hizo que su corazón se
elevara—. De todos modos, —Xena suspiró—, me alegra que me lo hayas
contado todo.
Gabrielle tomó su mano y la besó suavemente en palma, sintiendo la leve
contracción de los fuertes músculos a ambos lados de donde estaban sus
labios.
—¿Sabes quién era ese que estaba tratando de hacerte daño? —preguntó
mirando el perfil de la reina.
—No tengo idea —dijo la reina—. Es la primera vez que me ocurre. Por lo 324
general la gente que mato se queda muerta, Hades, la mayoría de ellos
probablemente acaban en los Campos y me lo agradecen.
—Tal vez.
—Tal vez.
Por fin Xena se sintió lo suficientemente segura como para permitir que el
sueño empezara a entrar en ella. La alcoba estaba a oscuras, solo el
resplandor del fuego y dos velas rompían la penumbra, y también estaba
tranquilo, había media docena de soldados en la cámara exterior y cuatro en
la escalera y el propio Brendan estaba en el solarium de Gabrielle con otros
dos hombres en guardia.
Lo esperado.
Xena acarició su cabello con cuidado de evitar el chichón aún visible. Había
dejado que Gabrielle la convenciera de comer parte de la cena que los
soldados le habían traído, y había apreciado aún más la jarra de cerveza que
por fin la relajó. 325
Su espada descansaba contra la cabecera de la cama, en su funda. Tenía
confianza en sus guardianes, pero siempre existía esa posibilidad, ¿No? No iba
a arriesgarse a no tener ese viejo cacharro cerca.
Sus soldados estaban por ahí afuera, con los persas y Lastay, buscando a los
intrusos. Xena no sintió ningún deseo de unirse a ellos. Su persistente ir y venir
en ese proceso, había conducido directamente a que Gabrielle se lastimara,
y por fin su cabeza dura había entendido que el hecho de ser ella misma el
objetivo, las ponía a ambas en el punto de mira.
—Pero lo soy. —Xena se movió a una posición más cómoda, dejando que su
cabeza descansara sobre la almohada por fin, mientras Gabrielle se retorcía
un poco más y envolvía su brazo alrededor de su cintura—. Si fuera lista,
actuara como una reina y diera órdenes a la gente en lugar de intentar hacer
todo por mí misma, nos lastimaríamos menos.
Gabrielle no respondió.
La pregunta era trivial. La voz de Xena tenía una nota ligeramente humorística,
pero Gabrielle podía oír el latido de su corazón y su respiración entrecortada.
Xena dejó escapar un suave gruñido. Envolvió con su brazo los hombros de
Gabrielle y dejó que sus ojos se cerraran, la sensación amistosa la relajó. Luchó
brevemente contra el ataque del sueño, y se rindió a un agotamiento de
cuerpo y mente que rara vez experimentaba.
326
Gabrielle sintió que la respiración de su amante se estabilizaba y la tensión en
la forma alta con la que estaba envuelta se suavizó. Echó la cabeza un poco
hacia atrás para mirar la cara de la reina, débilmente iluminada por la vela
junto a la cama. Todavía había tensión visible allí y sintió un pequeño nudo en
la garganta al pensar en lo que acababan de pasar.
Un destello de luz de vela sobre metal llamó su atención, y miró hacia donde
descansaba la espada de Xena en su funda de cuero, su rígida longitud se
extendía hasta el suelo. Más que sus cofres llenos de joyas y la corona que a
veces hacía girar en su dedo, esta hoja plana de empuñadura desgastada
por sus manos, significaba el poder de su trono.
Exhausta o no, sin fuerzas o con ellas, había sostenido esa espada con mano
firme, su cuerpo medio desnudo vibraba con visible poder. Xena haría
cualquier cosa que tuviera que hacer, sin importar en qué estado se
encontrara. Gabrielle estudió la cara de su compañera de cama otra vez,
contenta de ver que ahora la preocupación se había borrado de ella,
finalmente relajada en pleno sueño.
Curiosamente ahora se sentía como si fuera ella quien protegía. Sintió el peso
de la responsabilidad que suponía que siempre había tenido, pero ahora era
completamente consciente de que la había tenido, la responsabilidad de
proteger la fragilidad del alma de esta mujer.
Probablemente volviendo loca a Xena porque tendría que saltar por encima 327
de ella para atrapar la estúpida cosa. Gabrielle sonrió con ironía en
autoconocimiento. Pero lo haría porque eso es exactamente lo que era.
Supuso que Xena probablemente lo sabía porque, en realidad, era una de las
cosas que compartían.
Oh, bien.
Supuso que lo descubrirían.
Parecía haber pasado solo un momento cuando abrió los ojos otra vez. Pero
Gabrielle sabía que el tiempo había pasado desde que todo su cuerpo estaba
agarrotado y podía ver una tenue luz gris fuera de las pesadas cortinas en el
otro extremo de la cámara. Tomó aire y lo soltó, moviendo su cabeza con
mucha cautela.
—Hijo de puta. —Saltó con voz ronca, luego se aclaró la garganta—. ¿Estás
bien?
Brendan entró.
—¿Me estás diciendo que hemos estado durmiendo todo el condenado día?
—Sí.
—No me digas. —Xena exhaló—. Sí, manda comida aquí. —Se sentó en una
de las dos sillas tapizadas con un ruido sordo—. Bueno, al menos le permitió a
Gabrielle descansar un poco. —Miró hacia la cama—. ¿Cierto?
Por un momento pareció perpleja, de pie allí con la taza en sus manos. Luego
volvió a la ventana, apartó la cortina y abrió uno de los paneles emplomados.
Con un empujón impaciente, abrió el marco y extendió la mano, recogió con
la taza un poco de nieve y luego volvió a meter la mano dentro.
—Gracias. —Gabrielle bebió con gratitud, mientras Xena traía una gruesa
túnica de lana y la deslizaba sobre su cabeza.
—Y bien, qué está pasando ya que has dejado que me pase todo el maldito
día inconsciente.
Se aferró al poste del dosel y se puso de pie, aliviada de dejar que su columna
vertebral se estirara.
Gabrielle asintió, no del todo sorprendida cuando Xena deslizó su brazo sobre
sus hombros e hizo un movimiento para levantarla.
—¿Le gustaría un poco de té, Majestad? —Uno de los soldados se acercó con
una pequeña bandeja y dos tazas—. Y tenemos un poco de pan y estofado,
lo hicimos nosotros mismos ahí fuera.
Gabrielle se alegró de estar sentada de nuevo. El calor del fuego penetraba
en sus huesos y el dolor disminuía lentamente. Tomó la taza que Xena le ofreció
y la acunó entre sus manos, inhalando el vapor perfumado con menta y miel.
—Continúa —le dijo Xena a Brendan—. ¿Me estabas diciendo algo sobre un
cerdo muerto?
—Eso es horrible —dijo Gabrielle—. ¡Qué montón de idiotas son estos tipos!
—Hm. —La reina gruñó de nuevo—. Sin embargo eso no tiene ningún sentido.
—Tomó un sorbo de su té—. ¿Por qué un cerdo? Se han centrado en las
personas hasta ahora —reflexionó sobre la pregunta—. ¿O están diciendo que 332
piensan que soy un cerdo? —Parecía más divertida que insultada.
—El problema es que los túneles de abajo están unidos unos a otros, es como
perseguir a un grupo de ratas en un campo. Si las buscas por un agujero,
aparecen en otro.
Xena se inclinó un poco hacia atrás, haciendo una señal al soldado con la
bandeja de estofado para que se acercara. Pensó en lo que Gabrielle le
había contado la noche anterior, en lo que había oído... o pensó que había
oído, cuando estaba inconsciente.
¿Fue real? ¿Había realmente alguna persona muerta tratando de vengarse
de ella?
Y, de ser así,
¿Quién?
O tal vez no fue real, tal vez fue solo un sueño en el que Gabrielle había sido
atrapada, como si hubiera sido ella misma antes de despertarse.
Un sueño de mierda.
—Lo siento. Estaba pensando —dijo—. ¿Cómo hacemos que salgan estos tipos
al aire libre para que podamos atraparlos? De lo contrario, estaremos
persiguiéndolos hasta primavera.
—Ah.
—Xena. —Gabrielle habló—. Ellos van a por ti, ¿verdad? —Había mojado un
trozo del pan en el guiso y estaba mordisqueando el borde lentamente—. Así
que, lo único que los atraerá es si los haces venir aquí, ¿verdad?
—De ninguna manera —agregó Brendan—. Tenemos esta área bien rodeada,
su Gracia. De hecho... —Miró a Xena—, me gustaría saber qué piensas sobre
volver a tus antiguos aposentos por el momento.
—Pero…
Apoyó la cabeza contra la cadera de Xena. Como reflejo, la reina soltó una
mano de su taza de té y la dejó caer sobre el hombro de Gabrielle. Este gesto
dejó sus dedos tentadoramente cerca de los labios de Gabrielle, y ella cambió
su pan por besarlos.
—Sé que no quieres a ningún tipo malo aquí —dijo Gabrielle—. ¿Pero no
pudiste engañarlos? ¿Y si pensaran que íbamos a volver a subir a la torre, y a
ti se te ocurriera una forma de llevarlos allí y atraparlos? —Xena la estudió por
un largo momento—. No tenemos que estar allí —dijo Gabrielle—. Solo tienen
que creer que estamos.
»La verdad es que no es una mala idea —dijo la reina—. Vamos a dejarles
pensar que me tienen huyendo, Brendan. Dejemos que piensen que voy a
subir a la torre y esconderme allí. Es el lugar más defendible en la fortaleza.
Sólo hay dos maneras de llegar allí arriba, las escaleras de la cocina y las
principales, y esa rotonda para poner tropas.
—Harás que todos los demás piensen eso, Señora —le recordó Brendan.
—Como si me importara —dijo Xena—. He pasado todo mi mandato aquí sin 335
importarme lo que nadie pensara de mí, ¿por qué empezar ahora?
—La gente está asustada —dijo por fin—. De algún modo el clima los está
volviendo locos.
—Nadie lo duda —respondió Brendan de inmediato—. Solo digo que por aquí
hay mucha gente asustada. Más de lo que este lugar tiene normalmente. Ya
he tenido que parar algunas peleas.
—¿Sí? —dijo Xena, después de un momento—. ¿Qué pasó ayer? —Ella esperó,
pero su capitán esquivaba sus ojos—. ¿Brendan? —Su voz adquirió un tono
más profundo.
Finalmente, él levantó la mirada.
Xena lo estudió.
—Ya.
Parte 9
Había tantos recuerdos aquí. Gabrielle sonrió un poco al pensar en todas las
noches de invierno que había pasado frente a esta chimenea, escribiendo sus
historias y practicando algunas, mientras Xena descansaba en la silla a su
lado, con los ojos medio cerrados y su mirada perdida en las llamas.
—Trae esa manta aquí —ordenó Xena desde su lugar arrodillado junto a la
silla—. Este maldito lugar está más frío que el culo de un pez.
—Gracias por subirme hasta aquí. —Gabrielle entrelazó sus dedos con los de
la reina—. Eso fue muy amable de tu parte.
—Xena.
—Xena, voy a subir tus cosas y las de su Gracia —dijo Brendan—. Hemos
bloqueado las escaleras de la torre inferior. 338
—Bien —dijo Xena—. Oí los comentarios cuando atravesamos el pasillo.
Agradable. —Su humor se disolvió de inmediato—. Tienen suerte de que tenía
las manos ocupadas o habría cortado algunas lenguas —exhaló—. Creo que
eso hubiera arruinado mi plan, supongo. —Brendan frunció el ceño—. Así que
ve abajo. Actúa como si estuvieras preocupado porque estoy asustada —lo
instruyó la reina—. Haz un buen trabajo, Brendan. Cuanto antes convenzamos
a este bastardo para que suba hasta aquí, antes podremos volver a ver a los
acróbatas y beber hasta emborracharnos —dijo—. Quiero que piense que
estoy aquí temblando.
Brendan suspiró.
—Haz que Jellaus te ayude, Brendan —sugirió Gabrielle—. Él sabe cómo
hacerlo. Cómo hacer que una historia funcione. —Vio cómo se iluminaba la
expresión de Brendan—. Yo también te ayudaría, pero creo que Xena quiere
que me quede aquí.
—Está bien ahora. —Sintió que los escalofríos se calmaron y los músculos se
relajaron. Miró las llamas, y los recuerdos de sus primeros días en el castillo
comenzaron a surgir.
Era difícil establecer una conexión con la persona que había sido en esos días.
Tan asustada y confusa, dolida por perder a su familia, por ver morir a Lila ante
sus ojos. Deseando tanto estar enojada con Xena por eso y tan
desconcertada cuando no podía estarlo.
339
Qué desleal se había sentido cuando descubrió finalmente lo que estaba
sintiendo.
A pesar de haber dormido tanto como ella, todavía se sentía cansada. Pero
parpadeó un par de veces y tomó la taza de té que había traído consigo.
Bebió un sorbo, el sabor la reanimó, aunque ya estaba frío.
—No vayas a ninguna parte. —Xena se puso de pie y se sacudió las manos—.
Voy a cambiarme a algo más cómodo y mirar dónde quiero poner mis
trampas aquí.
Caos porque Xena salió del gabinete con un explosivo salto, lanzándose hacia
un lado y tirando al suelo a dos soldados que luchaban por salir de su camino.
Aterrizó entre la cama y Gabrielle y extendió los largos brazos, bramando a
pleno pulmón.
Solo Gabrielle permaneció quieta y callada. Supuso, con razón, que moverse
o interponerse de cualquier modo no solo sería inútil, sino que también podría
resultar herirla o peor, hacer que Xena se lastimara si intentaba protegerla de
lo que fuera.
El persa se arrojó debajo de la cama y luego surgió un grito, largo, alto y fuerte.
Cuando terminó, todos se callaron, y el persa se retiró rápidamente
sacudiendo una mano y arrastrando algo con la otra.
Los ojos de Gabrielle se abrieron como platos mientras recordaba lo que la voz
en la oscuridad le había dicho.
—¡Espera! —gritó—. ¡Deja de arrastrar a esa maldita mujer por todo el suelo!
—Ya veo —dijo observando el traje a rayas y los ojos asustados y brillantes—.
Supongo que tenemos que averiguar por qué estaba debajo de nuestra
cama, ¿eh? —Giró la cabeza—. Thanos, ve al salón de baile y busca a ese
anciano que está al mando. Tráelo aquí. No le digas por qué.
341
—Señora. —El hombre saludó y salió de la estancia.
El persa tenía a la mujer agarrada con ambos brazos, sus manos grandes y
musculosas empequeñecían las extremidades de la mujer mientras la
mantenía inmóvil.
—¿Oye, Xena?
—¿Sí?
Lakmas sonrió, los dientes grandes y blancos contra la piel oscura del desierto.
»Mirad bien debajo de esa cama —les dijo a los otros dos soldados—. Quiero
saber si hay algo más que pelusas debajo. —Se volvió y estudió a Gabrielle un
momento, luego se acercó y se arrodilló junto al soldado más cercano,
poniéndole la mano en su espalda mientras miraba con cautela el espacio
debajo de la plataforma de la cama.
—No hay problema —dijo Xena—. Solo alégrate que no haya sacado mi
espada.
Ajá.
—Ten cuidado —dijo Xena—. Recuerda todas las trampas con las que casi
tropezamos.
343
El hombre sacó su daga y tanteó suavemente la oscura masa, retirando su
mano y arrastrándola con él mientras se levantaba con cuidado de debajo
de la plataforma. La bolsa era tosca y áspera, una tela gris sucia con un poco
de cuerda para atar la parte superior.
—Guau.
—¿Qué es eso?
Arrugó la frente. Por alguna razón, no parecía encajar mucho con Xena.
Lo que fuera.
—¿Qué está pasando aquí? —Miró con curiosidad a Xena y a los soldados que
buscaban diligentemente debajo de la cama—. ¿Y la muchacha de ahí
fuera?
—Si —confirmó Jellaus—. Tormenta fuera, y adentro, creo. —Sirvió una taza y
se la entregó a Xena, que se había acercado—. Xena, he hablado con
Brendan, ¿estás segura que este es el mejor camino que puedes tomar? Esos
criminales parecen casi antinaturales en sus motivos.
—Pero Xena, ¿y si hay algún camino, algún túnel escondido que suba hasta
aquí arriba?
Xena lo miró y sus labios se torcieron en una sonrisa irónica.
—Espero fervientemente que lo haya. Pero debes asegurarte para que todos
piensen que creo que no hay ninguno, ¿me sigues?
—Sí.
—Ya piensan que me estoy volviendo loca —dijo Xena—. Saben que Gabrielle
y yo nos fuimos a la cama borrachas la otra noche, lo del cerdo y sobre los
visitantes de las Tierras Occidentales. Ahora, solo deben saber que estoy aquí
arriba, asustada, convencida de que estoy a salvo con mis hombres
custodiando el lugar en el que solía vivir.
Xena deslizó una de sus piernas sobre el brazo de la silla, y se inclinó hacia
atrás.
—En realidad —dijo con tono normal—. Podría. —Tomó un sorbo de té—. Soy
capaz de eso. Me importa lo que me importa. Tú. Él. Ellos. —Xena señaló a
Gabrielle, luego a Jellaus, luego a los soldados—. Para deshacerme de esos
bastardos, sí, quemaría las zonas inferiores. —Gabrielle tomó aliento, luego
simplemente lo soltó dejándolo pasar a través de sus labios—. Simplemente no
creo que sirviese para nada. Pasaron de reunirse en el comedor a esconderse
en otro lado —comentó la reina—. Soy despiadada, no estúpida. —Giró el té
en la taza—. Lo que quiero es atraerlos hasta aquí y hacerlo personal. No
quiero que nadie más salga lastimado o sea asesinado porque quieren
provocarme.
Un pequeño silencio cayó. Entonces Gabrielle miró a Xena.
—¿Sabes algo?
—¿Qué? —Xena inclinó un poco la cabeza, sus oídos captaron los sonidos de
Brendan llegando a la otra estancia.
—Preferiría que quemaras la fortaleza antes que arriesgarte a que te pase algo
si esos tipos vienen aquí. —Gabrielle pronunció las palabras lenta y
claramente, mirando directamente a los ojos de la reina.
—Tal vez, Xena, eso es exactamente lo que quieren estos intrusos —dijo Jellaus
con tono amable—. No vayas directa a sus manos pensando que la trampa
es tuya.
—¿Se te hace raro estar de vuelta aquí, Gabrielle? —preguntó Jellaus—. ¿Aquí
en lo que solíamos llamar la Atalaya de Xena?
—En realidad no. —Gabrielle se relajó, enlazando sus dedos ligeramente sobre
su estómago—. Me gusta la alcoba grande de abajo, pero tengo muchos
buenos recuerdos de esta —admitió—. Toda mi vida cambió aquí, justo cerca
de la chimenea.
Jellaus le sonrió.
—Y la de su Majestad también.
El juglar tocaba un tono ligero con el arpa, recorría la escala con los dedos,
punteando una agradable melodía.
—Ni ella, creo —dijo—. Fue algo que le llegó de forma inesperada. Sé que
hace mucho que dejó de esperarlo.
—Sois unos raritos, los dos —dijo—. ¿Tienes suficientes almohadas? —Desvió la
conversación—. Ya estoy segura de que esa granujilla no plantó una bomba
de arañas debajo de la cama.
—Se había escapado, eh —gruñó Jellaus—. No creía que ese hombre fuera
duro con su gente. Es una lástima que no hablara y contara por qué huyó. —
Se giró para mirar a Xena—. Raro.
—Tu padre.
Gabrielle asintió.
Jellaus las miraba a las dos, sus ojos iban de una a otra.
—No parece un hombre que haría daño a los suyos —dijo después de un
momento—. ¿Debería ir a tocar con ellos y ver si es así, Xena?
—Pero en casa, él nos golpeaba y violaba a Lila —dijo Gabrielle con una 349
sensación de alivio que la sorprendió—. Él golpeaba a nuestra madre —
añadió—. Le odiaba.
—Lo haré, señora. —El trovador se puso de pie, girándose y dejando el arpa al
lado de la cama—. ¿Tal vez te gustaría practicar? —ofreció—. Parece algo
agradable y tranquilo para que hagas mientras recuperas.
—¿Tranquilo? —Gabrielle hizo una mueca irónica—. No quiero herir los oídos
de Xena. Son sensibles.
—Sí quiero. —Xena se inclinó sobre los codos—. Me importa un comino como
suene. Es mejor de lo que podría hacerlo yo, sin importar como sea —dijo—. El
único músico de la familia era Ly.
Gabrielle estiró el brazo rodeando el arpa y puso su mano en el brazo de Xena, 350
esperando que levantara la vista y buscando amablemente los ojos que se
encontraron con los suyos, absorbiendo la nueva y abierta honestidad.
—Sí, lo es, ¿no? —dijo—. Creo que es por eso que sabía que las cosas estaban
mal cuando estaba tan enferma. Estaban tratando de llevarme a donde
dijeron que estaba mi familia... pero tú eres mi familia, Xena. —La sonrisa de
Xena se transformó a una expresión más relajada—. De vuelta a ti.
Gabrielle soltó su mano y levantó la suya hasta las cuerdas del arpa, pasando
las puntas de los dedos por encima de las cuerdas de metal y sorprendiéndose
a sí misma con un acorde razonablemente audible.
Siguió mirando la cara de Xena y, como por voluntad propia, sus dedos
arrancaron una melodía simple, al principio con vacilación, pero luego más
segura, cuando los ojos de la reina se iluminaron y asintió un poco con la
cabeza.
»Guau.
—Nunca había hecho eso antes —dijo—. Quiero decir... lo practiqué, pero
yo... —Tocó suavemente el arpa de nuevo, sorprendida de lo cómoda y
familiar que se sentía—. Nunca lo toqué así de bien.
Xena estaba apoyada con los codos sobre la cama, y ahora sonreía, la luz de
las velas le doraba la piel. Entonces, la sonrisa se desvaneció un poco.
—Los nombres que te llamé. La forma en que te hablé —dijo Xena—. Bien
podrías haber sido el perro del castillo.
—Yo... —Gabrielle hizo una pausa—. Pensaba que eso significaba que te
gustaba —añadió en voz baja—. No llamabas a nadie más así.
—Bien —dijo—. Quiero decir, así era —admitió—. Para mí era así —aclaró—.
Era... eres mi familia, Gabrielle. —Levantó la vista, viendo a su consorte asentir
lentamente—. Eso es algo que solo haces con la familia.
—Sí.
—Pero no debería haberlo hecho delante de nadie —dijo Xena—. Hizo que no
te respetaran.
—Sí, lo sé. Pero fui una idiota por tratarte de un modo que provocaba que
alguien te hiciera de menos.
Gabrielle dejó el arpa apoyada contra ella para darle una mejor visión de la
cara de su amante. Su expresión era un poco triste y eso no le gustó.
—Va a ser diferente —dijo—. Solo déjame limpiar este maldito lio y lo haré
diferente. Lo prometo.
Gabrielle acercó su cabeza a la de su amante y sonrió, sintiendo que el aliento
de Xena calentaba la piel de su hombro en un momento de inesperada, pero
perfecta, satisfacción. Decidió no decirle a Xena que realmente no le
importaba si cambiaba algo, ya que, al parecer, esto era algo que le
importaba mucho.
Si a Xena le hacía feliz decirle cosas así, Gabrielle estaba feliz de oírlas.
—Cierto.
Xena tomó aliento, sus manos apretadas en puños cerca de sus muslos. Miró
hacia la puerta, luego se relajó, caminando hacia donde estaba su espada y
la desenvainó. La llevó de vuelta a la cama y se sentó en el taburete de nuevo,
extendiendo las piernas con sus botas, cruzando los tobillos y apoyando la
punta de la espada justo donde se cruzaban.
—¿De verdad crees que intentarían eso? Quiero decir, incluso si fueras a mirar,
hay soldados afuera.
—¿Crees que confío en que los soldados te vigilen? —Xena giró su cabeza y
la miró suavemente—. Por mucho que ame a mi ejército, y lo hago, puedo
derrotar a cualquiera y lo sabes.
—Seguro que sí —dijo Xena, y luego se quedó en silencio, arrugando las cejas.
Movió sus ojos a la derecha, y se desenfocaron—. Huh.
Tocó otro acorde, luego comenzó a tocar las notas para otra de sus canciones
de práctica.
—¿No?
—No —dijo—. La última vez que estuve en la sala de práctica... había algo. —
Descruzó los tobillos, levantando las rodillas y colocando la punta de la espada
entre sus pies, con las manos alrededor de la empuñadura—. Pensé que había
visto algo... o escuchado algo... pensé que alguien me estaba gastando una
broma o algo así.
—Vaya.
—Había alguien allí —dijo Xena con seguridad—. Estoy segura de ello. Recorrí
ese lugar tres veces y revisé cada pulgada, pero...
—Pero había alguien allí. Yo... —Hizo una pausa—. Lo sentí. —Se inclinó hacia
atrás otra vez—. Como si pudiera sentirte.
—Es como... cada vez que vienes hacia mí, incluso si no estoy mirando en esa
dirección, ¿sé que estás ahí?
—¿Lo sabes?
—Solía pensar que era... supongo que pensaba que era porque veía a la
gente a mi alrededor reaccionar ante ti, así que levantaba la vista, pero una
vez que estaba sola en el patio, no había nadie más cerca, y simplemente
supe que venías por detrás de mí y di media vuelta y allí estabas.
—Sí, es así —dijo después de una larga pausa—. Es como si fueras parte de mí.
—¿Brendan?
—Sí, señora. —La forma fornida de Brendan llenó la puerta—. Gracias a los
dioses que tú y su gracia vinieron aquí. Todos los cristales en tus estancias de
abajo se han desmoronado.
—¿La nieve?
Xena asintió.
—A veces mis instintos son ciertos —comentó—. El lugar no era seguro. Debería
haberlo sabido cuando ese primer panel se rompió. La lluvia significa que está
templando un poco.
—Sí. —Brendan estuvo de acuerdo—. El hombre del circo dijo que harán otro
espectáculo esta noche, como distracción.
—Ojalá pudiera verlo —dijo Gabrielle con nostalgia—. Fue divertido, Xena.
—¿La tiene? —murmuró—. Tengo que decir que no pasé mucho tiempo allí.
357
—Yo tampoco. —Xena estuvo de acuerdo—. Pero recuerdo que Stanislaus lo
mencionó una vez. Quería limpiarlo para mí. —Miró a Brendan, quedándose
quieta cuando vio la expresión de su rostro—. ¿Él ha pasado al otro lado?
—Sí. —Brendan respondió después de una pausa—. Fue ayer por la noche,
Xena. Uno de los muchachos fue a verlo, y... —suspiró—. Se acababa de ir. Ya
frío. Todos nosotros estábamos tan... —Se detuvo.
—Oh Xena. —Gabrielle sintió que las lágrimas le escocían los ojos, a pesar de
que el quisquilloso y a menudo desdeñoso Stanislaus, nunca había sido una
de sus personas favoritas—. Lo lamento. —Apretó la mano de su amante en la
de ella.
—Lo lamento también —dijo—. Lamento que el culo de ese pobre bastardo
fuera pillado en medio de mis asuntos, y lamento que se fuera así. —Su voz
vaciló un poco—. Completamente solo.
Completamente solo porque todos los que podrían haberse preocupado por
él se habían centrado completamente en ella y en el terror que estaba
viviendo con la vida de Gabrielle en la balanza. Era todo sobre ella.
¿No había dicho eso? ¿No le había dicho eso a Gabrielle una y otra vez?
Stanislaus lo sabía.
—¿Señora?
Xena suspiró.
—Él tendrá todos los honores, Brendan —dijo—. Si tuviera una familia, estaría
feliz de darles una asignación, pero no creo que la tuviera, ¿verdad? 358
Brendan negó con la cabeza.
En la transición.
Xena tuvo que admitir que su corazón en este momento, se sentía de plomo.
Ella, ella misma, no se preocupó especialmente por el hombre, aunque él
había sido muy bueno en lo que hacía, lo respetaba por eso y lo había tratado
de la manera más justa de la que era capaz.
¿No?
Gabrielle realmente no tenía idea de qué decir a eso. Xena diciéndole por
favor era realmente inesperado. Así que solo asintió e intercambió miradas
con Brendan.
—¿Sí?
—Sí.
Xena se inclinó y se dejó envolver por los brazos de Gabrielle, sintiendo el calor
que la rodeaba, que era en parte real y en parte emoción, rindiéndose a la
necesidad de ello. Podría haberse ido como Stanislaus con cien veces más
motivos y en cambio, era agraciada con esto.
Maldita sea.
A pesar de sus protestas, Gabrielle estaba contenta de estar acurrucada en
una cómoda silla en lo alto de la sala de baile, con una gran vista de la zona
del espectáculo.
Allí estaba, con una manta alrededor y el leve murmullo de los otros
espectadores debajo de ella, sentados en las plataformas que habían sido
construidas para ese propósito. Xena estaba detrás en pie, hablando con
Brendan y Jellaus, y podía ver a la gente del circo empezando a practicar
antes de su espectáculo.
Por supuesto, Xena estaba allí también, con su armadura, su espada, junto con
su gran chakram y dagas en casi todas partes. A pesar de que llevaba una
bonita túnica de satén, cuando caminaba y pateaba los bordes, se podían
ver sus gastadas botas de cuero y la capucha forrada caía sobre su espalda
cubriendo parcialmente la espada enfundada.
Gabrielle, que había sido descrita como tal en más de una ocasión, sonrió al
ver a su amante mirar a su alrededor, su cabeza oscura dibujada contra la luz
de las antorchas.
Su pequeña sirvienta, Mali, también estaba allí, en un rincón, con los ojos
brillantes de emoción. Estaba vestida con una de las capas de Gabrielle y de
vez en cuando miraba a su alrededor con una expresión leve de asombro.
—¡Oh, su gracia! —dijo mirando por encima del balcón—. ¿Qué están
haciendo allí?
—¿En serio? —Mali se acercó un poco más—. ¿No es peligroso? —Apoyó los
codos en el balcón y observó a los artistas—. ¡Oh, mírelos!
—¿Qué historia estás contando sobre mí ahora? —Xena había oído su nombre
y se acercó sigilosamente apoyando su peso en el respaldo de la silla de
Gabrielle—. ¿Tienes buena vista desde aquí?
—Sí. —Gabrielle echó la cabeza hacia atrás un poco para poder ver a la
reina—. Le estaba contando a Mali sobre ese gran gato. 361
—Ahhh. —Xena miró la acción fuera—. A decir verdad, me había olvidado de
todo eso.
—¿En serio?
—En serio —respondió la reina—. Estaba distraída por algo mucho más
importante.
Ah.
Gabrielle se dio cuenta de lo que era ese algo, y no era el tipo malo.
—¿Perdón por qué? —Xena ignoró la presencia de Mali—. ¿Perdón por ser el
centro de mi vida? No lo hagas. —Medio sonrió—. Tal vez podamos ir a ver el
gran gatito más tarde. Ya veremos. —Se irguió y fue al balcón apoyando las
manos en él y mirando hacia afuera.
Gabrielle volvió la cabeza para mantenerla a la vista. Estaba calentita, y
mayormente cómoda, y aunque todavía le dolía la cabeza y tenía el
estómago revuelto, estaba contenta de estar donde estaba.
—¿Oye Xena?
—¿Su Majestad? —Mali habló tímidamente—. ¿Es el padre del viejo rey del
que hablas? —dijo—. ¿Radulph el Audaz?
362
Los ojos claros de Xena se volvieron hacia ella estudiando a la esclava
personal de su consorte durante un largo momento.
—Solo lo que nosotros... lo que escucharía en los cuartos de los esclavos —dijo
Mali—. Antes hablaban sobre cómo este lugar en el que estamos, era un lugar
adonde él iría.
—Que le faltaba una pierna, eso es verdad, pero también que él... —Miró a
Gabrielle—. ¡La perdió luchando contra un dragón!
—Lo hacen, ¿eh? —La reina la estudió—. Es curioso que nunca la había
escuchado antes.
363
—No lo sé, su Majestad —respondió Mali—. Recuerdo haberla escuchado
desde que era pequeña.
Xena miraba a la chica probablemente por primera vez, al menos desde que
había revisado sus antecedentes antes de dejarla pasar el tiempo en
presencia de Gabrielle. Era abierta y aparentemente honesta, no la más
brillante de las chicas, pero tampoco una idiota.
—Nop —dijo Xena—. ¿Pero sabes algo? Me gustaría oír esa historia. —Se
centró en Mali—. ¿Por qué no bajas y encuentras a algún viejo que me la
puede contar?
La chica se levantó.
—Quiero ver el circo —dijo Gabrielle—. Estoy bien. —Remetió un poco más la
manta alrededor—. Algunas bayas o tortas dulces sería genial, —Y lo
suficientemente suave para su infeliz estómago, razonó, aunque incluso si eso
no era cierto, sabía que no iban a desperdiciar si Xena estaba cerca. 364
—Trae el té y al cuentista —ordenó Xena a Mali—. Yo me ocuparé del resto.
—Sí.
Él dio media vuelta y fue hacia las escaleras, trotando fuera de su vista antes
que pudiera decirle nada más.
—Ugh.
—Lo siento, cariño. —Xena se detuvo e hizo una mueca—. ¿De dónde Hades
viene toda esta maldita verborrea? —preguntó con tono ofendido—. Estoy
empezando a sonar como una vieja abuela.
—Te amo. —Gabrielle acarició el brazo de la reina—. Solo estar aquí junto a ti
me hace sentir mejor. No me importa si suenas como una abuela. —Xena hizo
un sonido bajo, gruñendo—. ¿Crees que los malos vendrán aquí? —preguntó
Gabrielle en un susurro.
—No lo creo —susurró Xena—. Tengo demasiados soldados por ahí fuera.
Vio salir a los caballos, sintiendo a Xena moverse junto a ella estirando el cuello
para mirar. Cambió sus manos, pasando sus dedos alrededor del brazo de la
reina y se dejó absorber por el espectáculo.
Xena sintió que sus ojos se abrían mientras observaba a los dos hombres que
se paraban en la parte posterior de sus caballos, luchando con espadas el
uno contra el otro.
»Vamos, adelante —gritó, medio girándose para ver la puerta abierta, pero
dejando su brazo en el agarre de Gabrielle.
—Ah, qué bien me conoces. —Xena se rio brevemente—. Estás a salvo. —Soltó
el chakram cuando él entró trayendo una cesta—. ¿Qué has encontrado?
Gabrielle estiró la cabeza un poco para ver qué era. No estaba exactamente
hambrienta, pero podía oler algunos aromas dulces y ricos que provenían de
la cesta que la se estaban interesando. Echó un vistazo al espectáculo y luego
a la cesta, solo para tener algo tocando sus labios.
—Oh. —Olía a miel y manzana, cerró los dientes y masticó—. Esto es realmente
bueno. —Tragó saliva y volvió completamente su atención a lo que su amante
estaba rebuscando—. ¿Hay más?
—Ahh. —Xena parecía encantada—. Claro que sí. —Sacó una porción del
dulce y se lo entregó—. Me alegra que quieras algo.
—Tome algo de sidra de cosecha tardía, señora —dijo Brent—. Tiene buen
sabor.
—Comí de todo lo que hay en la cesta, señora —dijo Brent con tono casual—
. Por eso me ha llevado tanto tiempo.
Gabrielle miró a Xena, luego a Brent, y ambos le sonrieron de nuevo, con una
sonrisa medio avergonzada.
—Oye. ¿Qué hay de mí? —Xena sintió una sensación de vértigo que no tenía
nada que ver con la sidra, o con la situación mientras observaba a su consorte
tomar un sorbo de la bebida y notó que el estado de alerta comenzaba a
volver a la expresión de Gabrielle. Aunque había sido bueno tenerla aquí y ver
el espectáculo, había un velo vítreo en sus ojos que revolvía las tripas de la
reina.
Ahora eso se estaba desvaneciendo. Xena la había traído hasta aquí y
esperaba que el circo ayudara, pero tomaría sus triunfos a medida que
pudiera conseguirlos.
—¡Oye!
—Lo siento. —Dejó que sus ojos se abrieran—. Adelante, muérdeme otra vez.
—Pescó en la cesta y sacó una de las pegajosas golosinas—. Aquí.
Por ella.
¿Lo estaba?
—Aquí.
Xena se enderezó.
—Por supuesto.
Después de un momento Xena levantó los ojos y miró a través de la sala. Sintió
los dedos de Gabrielle acariciando suavemente su piel y finalmente la neblina
gris se levantó. El sonido de la sala inundó sus oídos y pudo apreciar la
habilidad de los jinetes.
Gabrielle se relajó.
»Gracias.
Gabrielle le devolvió la sonrisa. Después dejó que su mirada volviera a los
acróbatas, contenta de mirarlos mientras sentía el brazo de Xena deslizarse
sobre sus hombros. Se sentía cálido y bueno, y enraizando en esta extraña y
rara atmósfera en la que se encontraba.
¿Qué pasaría? ¿Dónde estaban los tipos malos? ¿Estaban allí afuera, en el
salón, mirándolas?
¿Eran los malos realmente parte de lo que había escuchado en el lugar gris?
Vio que Zak extendía las manos y atrapaba a su hermano, que giraba en el
aire sin temor a caer al suelo, confiando por completo en el agarre.
Todos estaban asombrados. La multitud rugió. Gabrielle podía verlos con los
ojos abiertos, señalando con los dedos y...
—¿Xena?
—¿Hm?
371
—Mira hacia abajo, detrás de esa caja de madera. ¿Ves al tipo de allí? —
Señaló—. ¿Lo ves? Está usando esas sandalias, Xena, las que me hiciste... —
Dejó de hablar, cuando un parpadeo de movimiento a su derecha se
convirtió en una oleada poderosa, mientras Xena tomaba su chakram y lo
soltaba en un movimiento del revés increíblemente rápido.
La sangre voló por todas partes. El hueso voló por todas partes.
Xena puso sus manos en la barandilla del balcón y saltó por encima,
desapareciendo en el espacio mientras Gabrielle intentaba agarrarla de la
pierna.
—¡Xena! —gritó su consorte—. ¡Oye! ¡Espera! —Ella y Brent pusieron sus manos
sobre el muro y miraron por encima cuando Xena aterrizó en la plataforma
superior de asientos, dispersando a la gente a derecha e izquierda mientras se
abría camino hacia el escenario—. Brent, deberíamos ir a ayudarla —dijo
Gabrielle—. Los tipos malos podrían herirla en medio de todo ese lío. —Observó
ansiosamente cómo su amante llegaba al área de la actuación.
—Esté tranquila su gracia —dijo Brent—. Mi compañero está ahí abajo. Él la 372
cuidará. —Señaló la entrada por donde una avalancha de hombres con el
negro y el amarillo de Xena, entraba a raudales—. Y algunos de los chicos
también.
Eso no hizo que Gabrielle se sintiera mejor. Ahora podía ver la forma alta de
Xena en medio de un enjambre de cuerpos, Brendan empujaba a su lado,
pero podía sentir el peligro en la sala y casi la hizo ignorar el sonido de la puerta
abriéndose detrás.
Casi.
Sin pensar realmente, alcanzó la lanza que Brent había dejado apoyada
contra la pared y la cogió, levantándola y poniéndola en posición justo
cuando la oscura figura la alcanzaba y lanzaba su cimitarra directamente
hacia ella, apuntándola al cuello.
Pero aquí estaba este tipo que venía hacia ella con una daga.
No había tiempo para pensar. No había tiempo para planificar. Sintió su 373
cuerpo reaccionar cuando el brazo de la figura se movió hacia ella con el
brillo de una hoja, y lo siguiente que sintió fue la extraña conmoción cuando
la madera golpeó el acero y la hoja pasó rápido y cerca, mientras giraba y
golpeaba el otro extremo de la lanza contra la cabeza cubierta de su
atacante.
¿Otro enemigo?
—¡Está bien, señora! —jadeó Brent—. ¡Dos de ellos! ¡Bastardos! Pero vencí a
uno y su gracia venció al otro.
Brent se enderezó.
Xena miró la forma, luego a su consorte que estaba apoyada contra la pared,
sujetando la lanza con ambas manos.
Gabrielle sentía pequeños escalofríos que subían y bajaban por sus brazos y
piernas, mientras los latidos de su corazón se ralentizaban.
—Tengo ese cuerpo asegurado, Xena —dijo Brendan—. Les has dado el susto
de su vida a esos pequeños muchachos del circo, lo hiciste. Y esto de aquí. —
Levantó el chakram—. No quería que nadie lo tocara.
—En serio. —Xena seguía arrodillada a su lado. Ahora puso una mano sobre la
rodilla de Gabrielle—. Salvaste la vida de esos chicos, mi amor. En serio. —Frotó
la piel debajo de la manta—. Él no se esperaba que hubiera nadie aquí. Solo
podía ser visto desde este ángulo, y lo hiciste.
Brendan y Brent estaban arrodillados junto a los cuerpos, quitándoles las togas.
—Maldición.
—¿Quién es?
—De las Tierras Occidentales —dijo—. Brendan, ¿qué hay del que está allá
abajo?
—Se siente bien tener una espada contra ellos —dijo Brent—. No más
fantasmas. Trabajo frontal. Me gusta esto.
—Y bien, cuéntame acerca de esta pelea tuya —dijo Xena apoyando los
brazos en los muslos de Gabrielle—. ¿Ese tipo fue a por ti? —Gabrielle asintió—
. ¿Y?
¿Y?
Gabrielle sintió que sus extremidades dejaban de temblar y dejó que su
cabeza descansara contra la silla.
—Y... no lo sé, Xena. Solo agarré esa lanza y supongo... Supongo que todas las
cosas que me enseñaste simplemente afloraron.
Xena la estudió.
—¿Afloraron?
La reina le sonrió.
—Uh. —Gabrielle cubrió las manos de Xena con las suyas—. Bueno. Supongo
que me alegro —dijo—. Entonces... ¿Atrapamos a todos los malos? Estamos
bien ahora... oh. —Vio a Xena negar con la cabeza—. Supongo que no podría
ser tan fácil, ¿eh?
—Ah. —Brendan dio un paso atrás, pero solo un paso—. Señora, es la sirvienta
de su Gracia.
Brendan y Brent retrocedieron un paso y dejaron entrar a Mali. Tenía los ojos
muy abiertos, llenos de miedo, y miró los cuerpos en el suelo antes de mirar a
Xena.
—Su Majestad.
—Esa soy yo. —Xena ahora estaba de mucho mejor humor. Giró el chakram
sobre un dedo, enviando trozos de piel muerta volando en todas direcciones.
—Xena.
Xena cogió aire, luego estudió el arma y sacudió apuradamente unos restos
del hombro de su consorte.
»Bien, bien. —Lo estudió—. Escuché que tienes una historia que contarnos.
—¿Gilford?
Gabrielle asintió.
—Y el otro tipo era una de las personas de Philtop. —Observó la cara de Mali
mientras sus ojos se dirigían al cuerpo en el suelo—. Parece que lo que esté
pasando, involucra a personas que conocemos. —Esperó mientras la chica
volvía la cabeza y sus ojos se encontraban—. ¿Sabes de qué se trata, Mali? —
bajó la voz—. Si lo sabes, deberías decirlo. —Mali la miró fijamente—. La gente 379
no puede seguir tratando de hacernos daño —dijo Gabrielle en tono suave—
. Solo conseguirán hacerse daño a sí mismos, lo sabes, Mali.
Gabrielle agarró apresuradamente los brazos del sillón mientras sentía como
era levantada en el aire y girada para poder ver al cocinero. El hombre la
fulminó con la mirada y dio un paso atrás, mirando con cautela cómo Xena
se acercaba y tomaba asiento otra vez.
—Te dije que no había mucho que contar —dijo el hombre—. Mi padre era
cocinero en la cocina del viejo rey. Solía mantener a los niños callados con
historias locas.
—Fue lo que oímos —dijo—. Se decía que el viejo rey renunció a su aspecto y
todo, para salvar el reino del dragón. Parecía un buen tipo.
—Eso es todo lo que tienes que decir, ¿eh? —Lo vio asentir—. Está bien, Brent,
llévalo de vuelta abajo. Ya he escuchado todo lo que quería por esta noche.
Suena como un montón de mierda de todos modos.
—¿Qué piensas?
—Creo que mi cabeza está mejor —dijo—. Xena, creo que Mali sabe algo.
—En serio. Creo que su familia lleva por aquí mucho tiempo y saben cosas. —
Gabrielle se perdió el sarcasmo—. Quiero decir, mira, ahí está ese tipo de las
cocinas, y este... —Dejó de hablar cuando los largos dedos de Xena cubrieron
su boca.
La reina se inclinó lentamente hacia adelante hasta que su boca estaba justo
en la oreja de Gabrielle.
—Lo tengo —susurró—. Descubrí por qué apareció Philtop aquí, y por qué esa
escoria podía esconderse en los rincones y grietas de mi castillo sin que yo los
encontrara. —Gabrielle la miró interrogante, ya que sus labios todavía estaban
cubiertos—. Descubrí por qué alguien va por el lugar contándole a la gente
acerca de algún viejo rey que luchó con dragones para salvar a su gente —
la reina continuó—. Nunca me esperé que estas ovejas malolientes trataran
de usurparme. Mea culpa. —Liberó la boca de su consorte.
Se miraron la una a la otra.
—Aquí hay una planificación. Mucha gente involucrada. Todos esos bastardos
escondidos, alguien tenía que estar ayudándolos. —Señaló al suelo—.
Cocineros de la planta baja y sirvientes de las tierras de Philtop. —Miró
sombríamente a su consorte—. Tal vez debería dejar que se salgan con la suya.
¿Quieres irte conmigo, Gabrielle? ¿Exiliarnos?
Gabrielle parpadeó.
382
—¿Podemos irnos en ese barco? —preguntó—. Podríamos coger a Parches y
a Tiger, ¿verdad? Algunos de los chicos también podrían querer irse con
nosotras, Xena. Podríamos... —Se detuvo, con la boca cubierta de nuevo.
Xena sonrió, luego dejó caer la cabeza, mientras estudiaba sus manos ahora
entrelazadas.
Más allá estaba la gran cámara del consejo que la reina había usado una vez 383
para las audiencias y siguió a la multitud adentro, su brazo firme alrededor del
cuerpo de Gabrielle.
—Esperaba que dijeras eso. —Xena la vio acomodarse en uno de los dos
asientos en la cabecera de la mesa—. Esto no llevará mucho tiempo. Después
puedo llevarte a la cama.
Sonaba un poco raro escuchar a Xena hablar así, en ese tono tranquilo y
privado que solía reservar para cuando estaban solas. Pero entonces, Xena
parecía estar seria, tomando asiento en la gran silla junto a la de ella y
cruzando sus poderosas manos sobre la mesa.
»Tomad asiento. —Todos lo hicieron—. Está bien gente —dijo Xena—. Por fin le
hicimos daño a mi enemigo aquí, gracias a Gabrielle —dijo—. Mi pregunta
para vosotros es, ¿también son vuestros enemigos? —Escaneó lentamente la
sala—. No es hora para mentiras. Sé que hay una facción tratando de
usurparme. Probablemente con un bastardo de la antigua dinastía.
—Señora —dijo Lastay—. Sus enemigos son mis enemigos. ¿No intentaron
matarnos a mí y a mi esposa? —preguntó con voz algo quejumbrosa—.
¿Quiénes son esas personas? No he oído hablar de ningún complot.
—Xena. —Brendan se inclinó hacia delante—. ¿Qué te hace estar tan segura 384
de que es alguien de la antigua dinastía? Llevas ya muchos años aquí en el
trono.
—No estaba segura hasta que machaqué a aquel bastardo. Entonces todo
se relacionó. Philtop viniendo aquí, los viejos túneles que nunca conocimos,
historias sobre el ex rey aquí que luchó contra dragones y perdió una pierna
haciéndolo. —Xena iba marcando los puntos con sus dedos—. A mí también
se me ocurrió la misma pregunta. ¿Por qué ahora? Bueno, ¿por qué ahora?
¿Por qué no ahora? Tomé este lugar de las tierras baldías marginales a las
prósperas. Después molí a palos a un viejo enemigo, no solo de este reino sino
de todos los que están por aquí y les di una buena razón para regresar y
atraparme. Qué mejor momento para echarme, cuando los persas aparezcan
por fin todo lo que tienen que hacer es mostrarles mi cabeza y ofrecérsela
como tributo.
—¿Cree que ellos están detrás del usurpador? —reflexionó Lastay—. Sí, podría
ser. Oí a la gente de Philtop hablar sobre ellos tratando de comprar alianzas
en lugar de luchar contra nosotros directamente.
—He tenido una buena racha aquí. Tengo suficiente guardado para que nos
dure un tiempo a Gabrielle y a mí. Podríamos simplemente partir e irnos juntas.
No necesito ser reina. Ya no. —Miró a su izquierda, donde Gabrielle estaba
sentada—. Sencillamente, ya no es importante para mí.
—Su Majestad —dijo—. ¿Está diciendo que abdicará? —Su voz casi chirrió con
incredulidad—. ¿Sin más?
Gabrielle observó las caras alrededor de la mesa y vio una mezcla de sorpresa
y...
¿Era decepción?
Hm.
Xena sonrió.
—Lo sé, viejo amigo. Lo sé —la reina respondió en voz baja—. Antes de
renunciar a la corona, me ocuparé de todos vosotros. Lo prometo —dijo—. Os
instalaré a todo el grupo en tierra cerca de la ciudad portuaria. Me aseguraré
de que tenéis lo que necesitéis.
Gabrielle pensó que tal vez Brendan iba a comenzar a llorar. Él tenía esa
mirada, y sintió ganas de romper a llorar solo por el suave tono de la voz de
Xena. Alargó la mano y se agarró al brazo de la reina, contenta cuando se
acercó más.
Hubo un ruido sordo y Xena alzó la mirada rápidamente, solo para encontrar
a todos los demás en la sala de pie en silencio. Guio a Gabrielle, mientras
Lastay se deslizaba para abrirles la puerta.
»Gracias.
Xena lo miró.
Xena miró hacia atrás, luego miró a los soldados, a Brendan y a Lastay.
—Hice lo mejor que pude por este lugar —Xena mezcló un par de hierbas con
dedos expertos—. Lo hice próspero, lo protegí, lo defendí, arriesgando mi viejo
culo. —Lentamente, vertió un poco de vino de higo dulce sobre las hierbas, y
las removió antes de llevar la taza a la cama—. Supongo que nada es lo 388
suficientemente bueno para estos bastardos.
—Sí —asintió, con una leve expresión en su rostro—. Pero no importaba lo que
fuera, había una razón detrás de eso, Xena. No era una crueldad al azar. Si
usabas el filo de tu espada, era por una causa.
—Sí, eso es verdad —dijo Brendan—. Por eso todos la seguimos, sin necesidad
de preguntar. Siempre había una buena razón.
—Sí.
389
Gabrielle apoyó la cabeza contra el hombro de Xena.
—Lo hice —dijo Brent—. No quería correr riesgos. —Llevó la bandeja—. Ordeñé
a la vaca y la miel es de las reservas de nuestro barracón. —Miró a Brendan—
. Tengo que decirte que casi me despellejan por eso antes de que les dijera
para quién era.
—Vierte una taza para todos —dijo Xena—. Y nos acomodaremos para
esperar a ver si mañana hacemos el equipaje —añadió—. Lo dije en serio. Si
esos bastardos quieren poner aquí en el trono al hijo de un burro, pueden
hacerlo.
Brent estaba llenando las tazas y ahora levantó la vista.
—Creemos que sí —dijo Brendan—. Según todas las señales, lo parece. Difundir
algunas historias, todo eso con los habitantes de las Tierras Occidentales, los
túneles, y las otras cosas. —Cogió una de las tazas y la acunó entre sus
manos—. También por algo que el cocinero dijo, Xena.
—¿Eh? —Xena había tomado una taza y la estaba aplicando a los labios de
Gabrielle con una mirada atenta.
—Huh.
—Lo hizo —dijo Gabrielle—. Parecía que se estaba enfadando y luego Xena
dijo algo como “bueno, lo era y por eso tuve que ser muy mala con él”. — 390
Xena comenzó a reír—. Bueno, algo así —admitió Gabrielle.
—Pero luego el cocinero dijo, “oh, ese” —terminó Brendan—. Como si hubiera
más de uno.
—Él reaccionó un poco raro —reconoció—. Creí que era la reacción habitual
de alguien que cree que voy a cortarle la cabeza.
—Los viejos tiempos —gruñó Lastay—. Esos completos idiotas han olvidado por
completo cómo eran esos viejos tiempos.
—Eres tan sexy cuando estás enojada. —Se inclinó y le dio un beso en la parte
superior de la cabeza—. Te amo.
—Lo hicieron. —La reina estuvo de acuerdo—. Es por eso que los sentencié al
destierro. Pero estoy segura de que no lo vieron de ese modo. Sin embargo,
no estoy segura de por qué se aliaron con Bregos. Él no era parte del antiguo
régimen. 391
—Tal vez les prometió que los traería de vuelta —sugirió Brendan.
Gabrielle sonrió.
—Recuerdo la primera noche que pasé allí —dijo—. Me dejaste una nota.
—Dije que me quedaba contigo.
Gabrielle exhaló.
Gabrielle podía sentir el efecto las hierbas ahora y todo su cuerpo se relajó, los
dolores se desvanecían en una neblina.
—¿¿¿Sí???
Ella asintió.
—Hace solo un par de días era tan genial, ¿sabes Xena? El festival de la
cosecha, todo el mundo llegando, siendo felices y trayendo regalos para ti.
Ahora todo es triste y mezquino. No es justo.
—La vida no es justa —dijo—. Yo nunca he sido justa. ¿Por qué las cosas me
iban a ir bien? He pasado la mayor parte de mi vida matando gente y
destruyendo vidas. —Gabrielle exhaló—. Pero sí, apesta —concluyó la reina—
. Tenía muchas ganas de pasar un invierno agradable, lujoso y hedonista
contigo, mi amor. Ahora podemos acabar viviendo en una cueva en
cualquier parte.
—O en un barco.
—Por supuesto.
—Te amo muchísimo. —Gabrielle le dio un abrazo tan fuerte como era capaz.
Xena vio que la vela de la mesita de noche ondeaba suavemente con el leve
movimiento del aire. La cámara estaba silenciosa, aunque podía oír sonidos
leves en el exterior cuando los soldados se movían en sus puestos y los golpes
y salpicaduras de la lluvia, ahora helada, contra las ventanas.
Gabrielle estaba acomodada sobre ella, calentando su lado derecho y
enviando suaves respiraciones contra la piel de su cuello. Tenía los ojos
cerrados y una leve sonrisa en el rostro, y Xena pensó que esto era lo más
cercano a Elysia que probablemente conseguiría estar.
Ni siquiera se sintió mal por pensar eso. Xena, con cuidado, enrolló su brazo
alrededor del cuerpo de Gabrielle y saboreó la maravilla de eso, medio
cerrando los ojos cuando sintió que su consorte se movía en su sueño y se
acurrucaba más cerca.
Xena observó cómo las tenues sombras se movían por el techo desde la vela
que ardía junto a su cama.
¿Nadie a quien dar órdenes? ¿Nadie para hacer su cama? ¿Limpiar? ¿Cuidar
de sus cosas y su ropa? ¿Sin sirvientes? ¿Sin secuaces?
Hm.
Xena sospechaba que no la haría feliz ser una vagabunda. Había pasado
mucho tiempo siendo la reina. Le gustaba tener gente a su alrededor para dar
órdenes, y le gustaba ser la que estaba a cargo.
Ahora bien, sabía que, si solo fueran ellas dos, todavía estaría a cargo. Pero
no era lo mismo. Así que pensó que, a donde sea que fueran, probablemente
tendría que conquistar algo para poder estar a cargo otra vez. Eso tenía
sentido, ¿No? Tal vez el barco era una buena idea.
Xena sonrió mientras lo pensaba. Tal vez encontrara algunas personas que la
apreciaran más de lo que este grupo aparentemente lo hacía. Quizá
encontraran mejor clima haciéndolo. Pensó que a Gabrielle le gustarían
algunos de los lugares más al sur, donde el sol brillaba más y era más cálido
durante todo el año.
Podría tener su jardín. Tal vez algunos animales para cuidar. Xena podía 395
imaginarse a Parches deambulando detrás, con un cálido sol de la tarde
bañando a las dos, con cestos de alimentos frescos en el lomo del pony con
destino a donde sea que escogieran vivir juntas.
Fue realmente impactante pensar en lo feliz que la hacía eso. También podía
imaginarse sentada en la cubierta del barco al atardecer, compartiendo una
copa de vino de uva de mar, con Gabrielle tendida a su lado contándole una
historia.
Sin embargo, un tenue sonido real captó su atención. Giró un poco la cabeza
para liberar sus oídos, cerrando los ojos mientras se concentraba en sus otros
sentidos. Aunque era tarde, sabía que todavía había actividad en el castillo,
aunque allí en su torre, podía escuchar mucho menos de lo que podía en el
vestíbulo principal.
Hm.
Xena estudió las sombras y recordó el momento cuando pensó que todo
había comenzado. Allá arriba, en la sala de prácticas, en una tarde de otoño
que ahora parecía haber ocurrido años atrás.
¿Por qué alguien subiría allí? ¿Más niños del circo escondidos tratando de
evitar trabajar en las cuerdas?
Como la niña que habían encontrado antes, una pobre insensata que se
había peleado con su hermana y decidió intentar esconderse y hacer algo
diferente.
No había nada allí, ni restos de pieles, ni sillas, nada más que paredes de roca
desnuda, suelos duros y las pocas herramientas que usaba; los troncos y los
pesos con los que había forjado su fuerza.
¿Era eso lo que querían? ¿La querían allí arriba, sola en una emboscada?
Eso podría ser lo que querían, pero no iba a dárselo. Estaba contenta de
quedarse donde estaba, esperando a ver si el guardia de afuera también
escuchaba los sonidos e iba a investigar. Después de todas las trampas y todas
las muertes furtivas, no iba a meter su culo en ningún lugar sola para terminar
siendo ensartada por más objetos afilados que manos tenía para bloquearlos.
Lo más probable es que eso exactamente era lo que querían que hiciera. Era
de esperar, ya que su descarada inclinación a poner en riesgo su propia piel
era bien conocida y la había exhibido descaradamente el año anterior,
comenzando con la flecha en su espalda que lo había empezado todo y
acabando con el espantoso desgarramiento en su espalda durante su última
salida.
Xena suspiró. Flexionó su mano libre y sintió el callo a lo largo de sus dedos, la
aspereza en las almohadillas en la base, acumulada durante años y años de
manejo de una espada.
Los dejaría ponerse nerviosos allí arriba y entonces, tal vez mañana por la
mañana, sería un punto irrelevante, cuando los nobles le pidieran que se fuera
de una puñetera vez y todas sus maquinaciones habrían sido en vano.
El ruido captó la atención de sus oídos otra vez y abrió los ojos, mirando hacia
el techo por un largo momento, absolutamente segura que podía ver arañas
allí arriba. Luego suspiró de nuevo.
¿A quién en el Hades creía que estaba engañando?
En serio. ¿A quién?
Luego se arrodilló al lado de la cama y puso sus manos sobre ella, con la tenue
luz de las velas esbozando la dispersión de cicatrices en su piel. Cicatrices que
marcaban cada pelea, cada lucha, de los pies a la cabeza y de las que no
se arrepentía.
Bueno, si algo había aprendido en la vida, era que valía la pena luchar por
todo lo que valía la pena tener, y eso era lo que parecía que, quien quiera
398
que fuera el que estaba contra ella, quería que hiciera.
Luchar.
Agudizó el oído por el sonido, pero en su lugar, oyó el suave roce de la piel
contra el lino, y escuchó que la respiración de Gabrielle se aceleraba. Se
volvió y vio a su consorte sentada y mirando a su alrededor.
—Aquí —dijo en voz baja.
—Estoy inquieta —dijo—. No podía dormir, así que pensé en subir las escaleras
y hacer un poco de ejercicio.
—No te vayas.
—Creo que tengo que hacerlo, cariño. —Cubrió la mano de Gabrielle con la
suya—. ¿Recuerdas que dije que creía que había comenzado allí? Creo que
puede haber una pista esperándome allí arriba. —Podía ver la serena seriedad
en los ojos claros que la miraban y un hormigueo recorrió su espina dorsal—.
Sabes que nunca dejo que los problemas vengan a mí.
399
—Voy contigo —dijo Gabrielle—. Solo deja que me ponga algo.
Xena respiró hondo para protestar, luego simplemente dejó que el aire se
escapara entre sus labios. No había sido una pregunta, no le estaba pidiendo
permiso.
»No digas que no. —Gabrielle interpretó su expresión—. Por favor, Xena.
Gabrielle le dio una sonrisa sincera, sus ojos se iluminaron con una alegría
verdadera y simple. Xena pensó, no por primera vez, que las dos estaban
igualadas en total y absoluta insensatez, porque lo que estaba haciendo era
una locura y Gabrielle estaba loca de atar por querer unirse a ella.
Fuera era otra historia. Brent estaba en el pasillo, despierto y alerta, y vino a su
encuentro cuando salieron.
—No —le dijo Xena con calma—. Solo estamos inquietas. Vamos a subir las
escaleras y golpearme a mí misma en la cabeza un par de veces.
Brent sonrió.
—Estoy seguro que no hará tal cosa. —Sus ojos se movieron hacia Gabrielle—
. ¿Se siente mejor, su gracia?
Xena asintió, se dio la vuelta y comenzó a subir los escalones hacia la torre,
con el brazo derecho apretado alrededor del cuerpo de Gabrielle. Sintió la
fría humedad de las paredes a su alrededor mientras ella y Gabrielle
caminaban lentamente hacia arriba, el suave roce de sus botas contra la
piedra, era el único sonido.
Sentía la piel un poco fría, ya que su ropa de práctica terminaba a mitad del
muslo y sus brazos estaban desnudos, exponiéndolos a las ráfagas de la brisa
fría que bajaba del nivel superior.
—Alguien dejó una ventana abierta allí, Gabrielle —comentó—. Tal vez fui yo.
Había una lucha delante, podía sentirlo. Su piel se tensaba y los músculos de
su espalda se movían asentando la funda de su espada un poco más
cómodamente a lo largo de su columna vertebral. En lugar de temerla, se dio
cuenta de que realmente le daba la bienvenida a cualquiera que fuera el
desafío. ya que, independientemente de cuál fuera la decisión mañana por
401
la mañana, quería que esta amenaza acabara de una vez.
Era la hora.
»Así que vas a escribir poemas sobre mí, ¿eh? —comentó mientras doblaban
la última esquina de los escalones antes de la puerta de la cámara de
práctica, y vio la franja de luz del exterior que pasaba por el hueco entre el
borde de la puerta y el marco.
Sin vacilar, caminó hacia la abertura y, cuando llegaron, levantó una pierna y
abrió la puerta de un puntapié, empujándola hacia dentro y casi contra la
pared interior, pero no del todo. Una ráfaga más fuerte de aire frío las golpeó
y se metió dentro, elegantemente, medio girando para que su cuerpo
estuviera entre Gabrielle y cualquier cosa que pudiera estar esperándolas.
»Hm. —Entró más y rodeó las paredes, deteniéndose junto a la ventana que
estaba, como se había esperado, abierta. Sus oídos se agudizaron, y
concentró sus sentidos en la cámara a su alrededor mientras cerraba
lentamente la ventana y aseguraba la barra de hierro sobre ella—. No es
agradable dejar una ventana abierta, ¿eh?
—No —aceptó Gabrielle—. Tengo un rascador. ¿Quieres que encienda las
antorchas?
—Dame. —Xena le tendió la mano y cerró los dedos sobre el objeto que
Gabrielle puso en ellos. Caminó hacia la primera antorcha y le dio una chispa,
y cuando la antorcha se encendió sintió un movimiento en la cámara.
Ignorándolo, fue a la siguiente, y a la siguiente, con Gabrielle caminando
tranquilamente a su lado, y terminó casi donde había comenzado, con la
estancia bañada en un resplandor naranja.
Xena podía oír el hielo crujir sobre su cabeza. Caminó con Gabrielle hasta uno
de los fardos grandes y rellenos que usaba para fortalecer su espalda.
»Siéntate —le dijo—. Solo mantén tus ojos y oídos abiertos, amor. Podría pasar 402
cualquier cosa.
—Lista.
»¿Gabrielle?
—Es mi vara, ¿No es así? —preguntó—. Aunque Jellaus lo llamó un bastón el 403
otro día. No estoy segura de qué es eso.
Ah.
Xena asintió y comenzó su práctica de nuevo. Ahí debía ser donde lo había
oído. Jellaus tal vez había hecho un poema o una canción sobre esa cosa y
probablemente la había estado ensayando días atrás.
—Es... así es como llaman a algo cuando lo usas para muchas cosas. —Xena
se movía en un patrón en forma de ocho—. Para caminar, o colgar una
bandera, o luchar con él.
—Oh. —Gabrielle estudió su vara con más interés. Era una de las más antiguas,
la madera era de un marrón oscuro moteado y se sentía dura e inflexible en
su agarre. En dos sitios, Xena la había envuelto con tiras de cuero para sujetarlo
con la mano, y frotó el borde de su pulgar sobre una de ellas y sintió la
suavidad ligeramente áspera—. Guay.
—¿Qué? —Xena se sacudió el pelo de los ojos y comenzó una rutina más
complicada—. ¿Cómo está tu cabeza?
Gabrielle lo consideró.
Ya no tenía frío. Comenzó a caminar por la sala con pasos cortos y decididos,
girando en una dirección y dibujando con su espada apretadas espirales en
la otra. Podía sentir la energía acumulándose, y las antorchas proyectaban
sombras sobre las sombras y sobre ella, mientras se movía atravesándolas.
Xena sonrió. Hizo una pausa y flexionó las manos, considerando su siguiente
movimiento y luego, justo cuando giraba, sintió el movimiento otra vez. Dio
vueltas en círculos, mirando a las sombras entre las antorchas, moviéndose
rápidamente para situarse entre donde lo había sentido y Gabrielle.
—Segunda vez.
—Hay algo aquí —le dijo Xena, sus ojos se movieron rápidamente a derecha
e izquierda.
—¿Qué es?
Xena podía sentirlo. Era un roce contra ese otro sentido que parecía tener, el
que conocía la presencia de Gabrielle y era parte instinto, parte... algo más.
Como si algo estuviera curvando la luz, ejerciendo presión contra los instintos
que usaba para atrapar flechas y esquivar las estocadas de espada que se
acercaban desde atrás. 405
Era real, y no lo era. Cambió su espada de una mano a la otra, enviando
destellos de luz de antorcha a los espacios oscuros y de repente sus ojos se
abrieron más cuando las sombras se juntaron y sintió una forma allí frente a
ella.
—¿Un poco?
—¿Qué está pasando? —Gabrielle agarró con más fuerza a su vara y miró a
su alrededor. La cámara todavía parecía vacía, pero podía sentir a Xena
moverse y comenzar a respirar mucho más rápido, y pensó que quizá vio algo
moverse—. Estamos atrapadas aquí.
Ah bueno.
406
Estaba aquí, era una lucha, y no estaba sola. Probablemente, no había nada
más que pudiera pedirle a la vida, ¿verdad?
No tenía miedo, aunque sospechaba que debería tenerlo. Xena inspiró aire
profundamente y lo dejó salir mientras las sombras cogían forma y se volvían
más sólidas.
Podía ver destellos que eran sombras de armas y cambió su postura un poco,
contenta de haber tenido tiempo para calentar su cuerpo mientras se
preparaba para defenderse de lo que Hades fuera.
—Audaz, mortal. —Del silbido surgió una voz sibilante—. ¿Valoras tu vida tan
poco?
Xena sonrió.
—¿Quieres mi vida? Vamos y trata de cogerla. —Forzó sus ojos, pero la sombra
seguía siendo eso, solo una sombra.
—Apuesto a que una vez que esté en el otro lado, a ellos les gustará aún
menos encontrarse de nuevo conmigo.
Las sombras se acercaron más y su líder se cernió sobre ella, sus manos 407
moviéndose ante ella en un remolino de oscuridad que se agolpaba
alrededor de una parte aún más profunda de oscuridad que podría haber
sido una espada. El resto de la densa multitud que se movía, pareció separarse
formando un círculo en la cámara redonda lo mejor que pudieron dada la
posición de Xena contra la curva de una pared.
—Sé valiente, mi vida —le susurró Xena—. Está bien lo que sea que hagas.
Aguantar o largarte.
Aquello atacó sin más palabras y Xena supo en el primer bloqueo, que estaba
en graves problemas. Esta fuerza a la que se enfrentaba era más fuerte que
ella, y podía sentir el frío corroer sus manos cuando su espada se desvió hacia
un lado y una sacudida helada descendió por la hoja y subió por sus brazos.
No era bueno.
Además, tenía un espacio limitado para moverse, ya que, el ahora sólido anillo
de sombras, las atrapó en una esquina de la torre y todo lo que podía hacer
era cambiar el peso y agacharse mientras la sombra reiteraba cada golpe
con un segundo, que susurraba más allá de su oído, mientras se movía fuera
de alcance.
Era implacable.
Los golpes eran duros y mortíferos, solo los evitaba por la velocidad de sus pies
y la experiencia de toda la vida manejando la espada y eso la mantenía justo
por delante de aquello, solo un poco más rápida para sus estocadas y con el
ángulo justo de su espada para desviar los poderosos golpes que buscaban 408
desarmarla y atravesar sus defensas.
»Vamos. Venga.
Cambió la espada de una mano a la otra, luego giró y se agachó bajo la hoja
en movimiento, yendo en contra de su impulso y levantando la espada
debajo de la de él, sintiendo la espada atravesar su brazo con una sacudida
física que casi la hizo caer.
Él siseó.
Xena no esperó a ver qué pasaba. Invirtió el rumbo y saltó directamente hacia
él, dejando que su cuerpo se estrellara contra la sombra que tenía delante, y
sintió un estallido de dolor espantoso y frío mientras seguía avanzando y
aterrizaba en el suelo detrás de donde él había estado de pie.
Solo el instinto le permitió ponerse en pie y solo la experiencia hizo que subiera
su espada frente a ella cuando un derrumbe de oscuridad y sombras se
derramó encima suyo.
Se retorció y estiró los brazos hacia atrás cuando sintió el peligro sobre su
cabeza, y apenas levantó su espada cuando aquello se desplomó sobre ella.
Él le dio una patada y sintió el impacto, frío y duro como el hielo, y hubo una
explosión de estrellas en su visión junto con el dolor que la acompañaba. Se
lanzó hacia un lado para evitar que se repitiera, luego se levantó y se protegió
con los brazos cuando se dio cuenta de que no iba a hacerlo a tiempo.
»Gracias —gritó.
Ah.
—¡Suficiente!
Entonces aquello emitió un alto sonido agudo y, al oírlo, el resto de las sombras
se lanzaron contra ella llevando una oleada de terror, frío y dolor que la
empujó al suelo. Sintió que el aire se escapaba de sus pulmones y cuando
trató de volver a respirar, lo sintió como hielo y su pecho se negó a moverse.
Podía oír el silbido creciente y sintió una presión diferente a todo lo que había
sentido, al presionarla contra la piedra e inmovilizarla.
Oyó a Gabrielle soltar un bramido y luego el hielo a su alrededor fue cortado 411
con un bloque de calor que la golpeó en la espalda y la rodeó mientras sentía
un cálido aliento golpear la curva de su oreja izquierda.
En ese momento todo lo que podía oír era la tos áspera de Gabrielle y sentir el
martilleo de su corazón contra la piel, mientras su cuerpo se liberaba
lentamente de la parálisis y podía respirar nuevamente.
Xena parpadeó y luego cerró los ojos, afinando los otros sentidos en su lugar.
No podía oír nada a su alrededor dentro de la cámara, solo la presión del
viento contra los cristales emplomados y cerca, un suave traqueteo de piedras
fluyendo hacia abajo.
—Hay algo aquí —dijo después de una pausa—. Déjame levantarme, pero no
te alejes.
Su corazón latía tan rápido que la hacía temblar, y estaba bastante segura de
que las rodillas no la sostendrían, por lo que se alegró de estar arrodillada al
lado de Xena. Sintió que la reina se movía lentamente y se sentaba, oyendo
el leve roce de sus botas mientras las colocaba debajo de ella.
Estaba tan oscuro que incluso ella no podía ver. Levantó la mano frente a su
cara y forzó los ojos, pero no había nada más que negrura sin ni siquiera un
movimiento mientras movía los dedos.
»Vaya —dijo—. En una escala del uno al diez de patearme el culo, esto es
veinte.
En la oscuridad, podía oler la piedra y luego, detrás, un olor rancio y acre que
parecía provenir de algo cercano. Lentamente extendió sus botas, y pateó la
roca con los talones hasta que llegó a un borde inesperado y sintió que una
bota pasaba por encima de un espacio abierto.
»Quédate aquí —Se inclinó y avanzó lentamente, hasta que su cabeza estuvo 413
sobre la abertura y miró hacia abajo. Por un momento no vio nada, entonces,
muy lejos, como si estuviera mirando hacia abajo por una chimenea, vio un
leve indicio de rojo al fondo. Después de un segundo, sintió el hombro de
Gabrielle presionar contra el suyo, y escuchó la respiración de su consorte
cerca.
—Lo siento —dijo Gabrielle mientras se acercaba—. ¿Qué es eso? ¿Qué está
pasando, Xena? ¿Dónde estamos? —preguntó—. Está tan oscuro. No hay
nada de luz, ni siquiera entra por la ventana.
—Mm. —gruñó la reina—. Por lo menos no estamos ciegas —dijo—. ¿Qué tal
eso como un aspecto positivo? —Sintió que Gabrielle se apoyaba contra ella
y luego la presión de sus labios contra su hombro—. Salgamos de aquí. —Se
echó hacia atrás, y luego se arrastró lentamente alejándose de la abertura,
retrocediendo hacia donde recordaba que estaba la pared. Palpó a lo largo
del suelo con cuidado, esperando no encontrar otra grieta abierta. No había
ninguna, pero casi se abrió la cabeza cuando chocó contra la piedra y se
paró abruptamente—. Uff. —Palpó la superficie, aliviada de encontrar la
pared que esperaba encontrar y se puso de pie junto a ella.
—¿Xena?
—Sí —dijo Gabrielle—. Pero... creo que ese rojo se está poniendo brillante.
Por un lado, era aterrador. Por otro, cualquier luz era mejor que ninguna luz, y
se sintió aliviada de poder ver algo. Entonces, esa idea se evaporó cuando vio
a una figura salir de la abertura, perfilada en un tenue rojo, alta y
amenazadora.
—Uh, oh.
Muy pocas cosas la asustaban. Por segunda vez en dos días, había
encontrado algo que lo hacía.
—Sí. —Xena solo esperaba que su voz no se rompiera—. Las imágenes en tus
templos no te hacen justicia.
—No —admitió Xena. Sentía la garganta seca y sabía que le temblaban las
rodillas. Sintió que Gabrielle se apretaba contra ella y miró a su consorte, que
la miraba con aprensión—. No lo paso. —Volvió a mirar hacia arriba—. Este es 415
el Dios de la Guerra, Gabrielle.
La figura se echó a reír, su voz era rica y oscura, haciendo que se le erizara el
vello de la nuca.
—Tal vez solo eres afortunada de que no me gusten las persas medio idiotas
aspirantes a dios, entrometiéndose en mi territorio —concluyó—. Y me gustan
las chicas sexys que pueden patear el trasero de la gente.
—Esa fue una hermosa guerra —dijo—. El mejor entretenimiento que he tenido
en eones —dijo—. Ahí estaba yo, aburrido escuchando toda esa cháchara
arriba en el Olimpo cuando, ¿sabes qué? llegaron desde el culo del mundo.
—Oh, lo hice —dijo el Dios—. Pero cuando el Rey de Persia recibió tu nota,
sacrificó una veintena de vírgenes a su patético dios y le pidió que se vengara
de ti por aquello. —Extendió sus manos y se dio la vuelta—. Pronto tengo que
lidiar con la magia del clima e incluso con esos patéticos guerreros de las
sombras entrometiéndose en mis asuntos. —Se giró para mirarlas—. Eso no me 416
gusta.
Él la estudió.
—Ah.
—Gracias —murmuró.
Xena no respondió. Estudió su rostro, notando las líneas duras y la crueldad allí,
junto con la atracción. Había una antigüedad en sus ojos, un color plano y
pálido que no podía determinar en la tenue luz.
Xena sintió el peligro. Esto era algo en lo que tenía pocas opciones.
Quizás él lo sabía.
—Tienes una vuelta del sol, muñeca. Entonces volveré y será mejor que te
hayas decidido para entonces. —Levantó la mano, chasqueó los dedos y
desapareció en un destello de luz azul que las hizo parpadear con fuerza en
respuesta.
—Hades.
Gabrielle apoyó su cabeza contra el hombro de Xena.
Eso forzó una débil mitad respiración-mitad risa desde el pecho de Xena.
Pero lo último que iba a hacer ahora era pensar en la oferta de Ares. En este
momento solo quería volver a su alcoba, conseguir gruesas túnicas alrededor
de ambas y darse la oportunidad de dejar de alucinar.
Ya habría tiempo para pensar. Pensar en todas las malas decisiones que ahora
se habían desplegado frente a ella. Averiguar qué hacer para garantizar la
supervivencia de ambas.
Xena suspiró.
—Tener sexo —dijo—. Podría ser la última oportunidad que tengamos y que
me condenen si la voy a desperdiciar.
—Urmp.
419
Xena se había cambiado a una camisa de dormir y se había quitado las botas.
Tenía el pelo suelto alrededor de la cara y los codos apoyados en las rodillas,
con los largos dedos enlazados delante de ella.
Estaba pensando, decidió Gabrielle. Sus ojos estaban mirando más allá de la
cabeza de Gabrielle y estaban un poco desenfocados. Había una expresión
seria en su rostro y los pulgares golpeaban lentamente uno contra el otro.
Sin embargo, había miel con las hierbas, y podía oler esa dulzura, sabiendo
que provenía de las flores que había cultivado y cuidado para las abejas
grandes y gordas que zumbaban plácidamente, captando un toque picante
de las rosas que había cortado para ponerlas el plato de Xena solo media
luna antes.
Con un suspiro, agitó las tazas con la varilla de vidrio, el suave tintineo sonó
alto en la calma de la tormenta afuera. Cogió las tazas y regresó a la cama,
entregándole a Xena la suya mientras se metía de nuevo bajo las sábanas. 420
—Gracias —dijo la reina suavemente. Acunó la taza con ambas manos y la
miró, sus pestañas parpadearon un poco mientras el vapor bañaba su rostro—
. ¿Qué tal tu cabeza?
—No solo estás diciendo eso para que te eche un revolcón, ¿o sí?
—No —le aseguró su consorte—. Pero lo haría —añadió después de una breve
pausa, con una pequeña sonrisa que se amplió cuando Xena se rio al
escucharla.
Gabrielle decidió que solo sentarse en silencio y esperar era una buena idea.
Los soldados estaban de vuelta en el pasillo y ahora solas de nuevo, esta vez
con las velas empezando a consumirse señalando la hora tardía. Se
aproximaban cambios, pensó. Las cosas avanzaban de forma rara, y tenía la
sensación de que el amanecer podría traerles casi cualquier cosa.
Extraño.
Las sombras habían sido aterradoras, y más aún la grande que había luchado
421
contra Xena, porque parecía mucho más aterradora que incluso la reina.
—Bien. —Xena habló por fin—. En qué montón de estiércol estamos, mi amor.
—¿Estamos?
La reina sonrió, solo un poco. Sus ojos bajaron y luego volvieron a alzarse
cuando Gabrielle se acercó para poner la mano sobre su rodilla.
—Puede que termines arrepintiéndote de todo eso de que tú vas a donde yo 422
voy, ¿sabes?
—No, ¿eh? —dejó que sus ojos cayeran una vez más.
—¿Qué?
—No creo que estuviera durmiendo —dijo finalmente con voz apagada—.
Recuerdo mirar hacia abajo y verte abrazándome.
—Está bien, bueno, como sea. Lo pillo. Vienes conmigo. Vamos a hablar de
otra cosa, ¿vale? —dijo bruscamente—. Cambia de tema, hazme una
pregunta, haz algo.
423
—Xena. —Gabrielle apartó los tristes pensamientos y obedeció la petición—.
Si el dios persa realmente está tratando de lastimarte y los espectros negros
son suyos, ¿quiénes eran los otros tipos en el castillo y los túneles? Me parece
demasiada coincidencia, ¿sabes? ¿La antigua gente del castillo tratando de
hacer algo a escondidas al mismo tiempo que esos tipos siniestros? —La reina
lo consideró seriamente—. Es que parece tan raro —continuó Gabrielle—.
Quiero decir, vale, tener a la gente de antes aquí con todo eso del viejo rey y
el dragón tiene sentido —dijo—. Y... supongo que tener al Rey de Persia
enfadado contigo por darle una paliza a su ejército tiene sentido.
—Estoy segura de que puedes —dijo Gabrielle—. ¿Tal vez los persas sepan algo
sobre lo del dios?
—¿En serio?
—En serio. —Gabrielle se retorció más cerca—. Sin embargo, ese sacrificio me 424
hizo sentir náuseas.
Tenía mucho en qué pensar. Mucho por decidir. Había cosas que tenía que
investigar, descubrir, de las que enterarse antes que todo se derrumbara sobre
ella mañana. Debería levantarse e interrogar a los persas, por un lado, y pensar
en cómo vencer a las sombras, y...
—¿Xena?
—¿Sí?
La reina suspiró.
—Lo sé —dijo—. Tengo miedo. —Su mejilla se posó sobre la cabeza de
Gabrielle—. Me temo que me he quedado sin opciones, ¿sabes? Si le digo que
no a Ares, esas sombras me patearán el culo y acabaré en el Tártaro. No
quiero ir allí. No quiero que vayas conmigo allí.
—Yo no.
—Gabrielle.
—Yo no. —Gabrielle la miró—. Realmente creo que eres un héroe, Xena, y vas
a acabar donde sea que vayan los héroes —argumentó—. Especialmente si
te sucede algo mientras estás defendiendo a la gente de aquí. ¡Vamos! —
Xena suspiró—. Pero... —Su amante hizo una pausa—. Creo que si dices que sí
a Ares acabarás en un lugar no muy agradable.
425
La reina se movió un poco y la miró con curiosidad. Podía ver el ángulo de la
mandíbula de Gabrielle a la luz de las velas, observar como la superficie se
movía y se agitaba mientras su consorte apretaba los dientes y tragaba.
Nunca había creído mucho en los dioses. Ares había dado en el blanco
cuando dijo que nunca pasaba tiempo en su templo, pero eso mismo era
cierto para con el resto de ellos. Xena siempre había confiado en sí misma y
en lo que fuera que el destino arrojara en su camino, y no había pedido ni
dado mucho a los señores del Olimpo.
Entonces, ¿por qué quería correr hacia otro lado? ¿Era su ego? Había vivido
tanto sin tener que enredarse con dioses, ¿no?
Era extraño cómo podía sentir los ecos mientras sus almas rebotaban entre sí
allí en la noche. Ni siquiera se sintió ligeramente avergonzada al pensar eso,
cuando sintió los brazos de Gabrielle rodearla y abrazarla con fuerza.
Deliberadamente, dejó de lado la preocupación y le devolvió el abrazo.
426
Se sentía cálido y muy bueno.
Aquí en la noche, decidió que no era un buen momento ni lugar para hablar
sobre dioses o sombras, o sobre cuáles eran sus opciones. Aquí ahora, tal vez
fuera la última noche oscura de su vida, y este era un momento y un lugar
para que estuvieran juntas y disfrutaran la una de la otra sin importar lo que
traería el mañana.
Había bromeado antes al respecto, pero había una verdad allí. Este era un
momento para el amor. Xena ahuecó suavemente la mejilla de Gabrielle y
rozó sus labios con los de su consorte. Sintió la reacción inmediata y, cuando
sus cuerpos se presionaron uno contra el otro, sintió que la ansiedad se
desvanecía y desaparecía.
»Será mejor que sea bueno. —Se levantó de la cama y agarró la empuñadura
de la espada, sacándola de su funda y haciendo volar la cubierta de cuero
por la alcoba para estrellarse contra la pared. Llegó a la puerta y tiró para
abrirla, mirando a través de ella hacia la tenue oscuridad de la cámara
exterior. Un momento después se relajó—. ¿Qué pasa, Brent?
—¿Pero?
Él tragó.
—Hay algo que necesito decirle —dijo—. Algo sobre mí que podría ser
importante por todo lo que sucedió este día.
—Pasa.
Llevó la espada a las sillas frente al fuego, y se sentó en una, indicándole que
427
debería sentarse en la otra. Miró por encima del hombro y vio a Gabrielle
acurrucada de costado, con un brazo metido debajo de la almohada
mientras observaba lo que estaba pasando.
Brent se sentó tímidamente en el gran asiento frente a ella y dejó que sus
antebrazos descansaran sobre las rodillas, sus dedos se retorcían nerviosos.
Xena colocó la espada sobre sus rodillas y juntó los dedos delante del rostro,
sus ojos observaban con atención al viejo subalterno.
El asintió.
—Lo han hecho, sí, pero Bregos ocurrió porque no tenían un candidato
adecuado. Todavía no —dijo—. Saben que no, señora, ya que la vieja línea
solo tenía uno que sobrevivió y ese nunca quiso ninguna corona.
—Ya veo.
—Sabía que dos de sus hijos sobrevivieron. Uno de ellos murió de enfermedad
del pecho un año después que asumí el control y el otro desapareció sin dejar
rastro. Supuse que eso significaba que él era el cerebro del grupo. —Estudió a
Brent de nuevo, sin ver nada de las largas y angulosas facciones que
recordaba—. No te pareces a ellos.
—La mayoría de la gente supondría que los decapitaría al averiguarlo —dijo 429
con tono coloquial.
Él asintió.
—Mi vida siempre ha sido tuya, Xena —dijo—. Eso no ha cambiado, de verdad.
La reina sonrió.
—Pero creo que la relación de sangre no es más que una excusa conveniente.
Por un lado, nunca confié en la mayoría de los míos, y por otro, confié por
completo en una total desconocida que se paseaba por mi alcoba. —Echó
un vistazo por encima del hombro a Gabrielle que los observaba con avidez—
. ¿Qué piensas?
—Ah. Eso es muy malo —dijo Gabrielle—. Un dragón es una historia mucho
mejor.
—Sí.
—Pero que hayas sido leal a Xena todo este tiempo es una muy buena
también —Gabrielle sonrió—. Y oye Xena...
—Eso significa que no hay nada que puedan decidir mañana por la mañana,
¿verdad?
—¿Señora?
430
—Es más, trae a Brendan y a tu compañero —dijo la reina—. Y haz que traigan
una bandeja de comida aquí. Hagamos una fiesta de eso. —Él frunció el ceño
y la miró detenidamente. Xena lo miró detenidamente de vuelta—. No voy a
matarte si eso es lo que estás esperando. Si quisieras apuñalarme por la
espalda, has tenido una década para hacerlo y no lo has hecho, y no creo
que los hombres sean tan pacientes. —Levantó la mano—. Venga. Cuanto
antes saques tu culo de aquí, antes podré darme un revolcón con mi consorte.
—Al menos no resultó ser Stanislaus. —La reina se levantó y recuperó la funda
de su espada, asentó la hoja y la arrojó sobre la cómoda antes de lanzarse
sobre la cama y tomar a Gabrielle en sus brazos—. Tal vez debería reconsiderar
todo eso de huir y ser piratas.
Xena lo tomó como una respuesta, y esperó que Brendan fuera un poco difícil
de encontrar.
Parte 11
Xena estaba tendida en una de las grandes sillas más cercanas al fuego,
haciendo girar un poco del vino en su copa.
—Señora, ni siquiera puedo empezar a imaginar qué decir sobre eso —dijo
Lastay tristemente—. De todas las cosas que he considerado que quizá
compartiera conmigo, esta no era una de ellas.
—Espera, tengo otra para ti —dijo la reina—. Brent es el hijo del antiguo rey. —
Lastay se volvió y miró fijamente al hombre de armas de Xena. Lo mismo
hicieron Brendan y Gerard quienes se quedaron boquiabiertos—. Y Gabrielle
puede volar —añadió Xena en el mismo tono.
Brent suspiró.
—Si. —La reina estuvo de acuerdo—. Pero dado que todos estamos en plan
íntimo y compartiendo confidencias, debería deciros que no lo maté yo.
—¿Es eso cierto, Xena? —la voz de Lastay se elevó con sorpresa.
—Si no estaba aquí para eso, ¿entonces para qué? —preguntó Lastay—.
¿Estaba actuando como un ladrón, entonces?
—Estaba muy necesitado de monedas, Xena. Tal vez su Gracia tiene razón en
eso.
—Ladrón —repitió la reina frotándose la sien con los dedos—. ¿Así de simple?
—Pero, ¿un ladrón de qué Señora? ¿Guarda algo allí de tanto valor?
Xena se dio cuenta de que todos estaban más dispuestos a hablar de Philtop,
que de los espíritus malignos y el Dios de la Guerra. Eso tenía sentido y estaba
contenta de dejar que esa cuestión se eludiera por un tiempo. Pensó en la
gran sala de abajo y sopesó, tratando de verla desde el punto de vista de un
ladrón.
Era una estancia grande y había tapices colgados en las paredes que
estaban bellamente hechos y coloreados, escogidos por Gabrielle junto con
los muebles y las gruesas alfombras en los suelos. Era de colores más claros que
la sala en la que estaban ahora y, con todas esas ventanas, mucho mejor
iluminada.
—Esas piedras son zafiros de verdad. —Se movió en su silla—. El cofre de joyas
en el vestidor tiene cosas bastante buenas, pero tendría que haber entrado
en la cámara interior para eso y hubiera sido un suicidio —consideró—. La
corona y toda la parafernalia están en el tesoro. Bajo llave.
—Xena, ese cofre de allí, ¿no es ahí donde guardaste las concesiones de
tierras?
¿Lo recordaba?
Xena cerró los ojos y volvió a pensar en aquella corte cuando, casi de modo
impulsivo, le cedió las tierras a su noble fronterizo con ellas.
—Hijo de puta —abrió los ojos y miró a su consorte—. Bresius. Sus hombres
fueron los primeros asesinados.
—Que ironía —dijo Xena—. Estaba bastante segura de que la mitad eran los
lame-botas de Bregos. Yo no estaba entonces.
—Según dicen, la razón por la que tuvo que recurrir a las incursiones fue
porque los terratenientes se negaron a ceder ante él —relató Lastay—.
Cerraban las puertas y disparaban a su enviado.
—¿En serio? —Xena se sentó con una expresión de interés—. ¿Cómo es que
me estoy enterando de esto ahora?
—Los hombres que vinieron con ellos estaban hablando en el salón —dijo
Brendan—. Acabamos de oírlo hoy.
Lastay asintió.
—Aparte de eso.
—No lo sé. —La reina le ofreció una mano—. Vamos a averiguarlo. —Le
entregó a Gabrielle su vara y se dirigió a la puerta, moviendo los hombros para
acomodarse la armadura—. Lo cierto es que no puedo sorprenderme mucho
después de todo lo que ha sucedido hoy.
Gabrielle estaba justo detrás y echó un vistazo por encima del hombro de la
reina mientras atravesaban la sala de audiencias y entraban en la cámara
exterior a sus aposentos personales.
—¡Vaya!
—Parece como si alguien hubiera dejado a mi caballo suelto aquí con un par
de yeguas cachondas.
Brendan tomó la iniciativa y pasó junto a Xena a la cámara con Brent justo
detrás de él. Se agacharon al lado del cuerpo más cercano, dándole la vuelta
boca arriba. Estaba vestido con ropa oscura, pero sin nada para ocultar su
rostro.
—Maldita sea.
—Bresius.
Gerard estaba dando la vuelta al segundo cuerpo.
—Podría ser —dijo—. Pero hubiera sido Stanislaus quien lo hubiera hecho, ¿eh?
—Tal vez. —La reina estuvo de acuerdo—. ¿Es posible que todo este maldito
lío sea por algo tan simple como la avaricia? —Gabrielle resopló en voz baja.
Xena se sentó en un cofre volcado, que una vez había contenido cortinas
dobladas y sábanas—. Algo no cuadra. —Miró a su alrededor—. Pensaba que
estaba entendiendo lo que estaba pasando aquí, pero ahora no tengo
ninguna maldita pista. —Echó un vistazo al tercer cuerpo en el suelo, cerca de
sus botas. Estudió la cara—. ¿Alguien sabe quién es este?
Brendan se acercó y miró hacia abajo y Gerard se unió a él. Lastay vagó hacia
donde Xena estaba sentada y se apoyó contra la pared y después de un
momento, Gabrielle se unió a ellos, apoyando su mano sobre el hombro de
Xena.
Había una marca allí y, después de un momento, Gerard se unió a él con una
vela y le liberaron el brazo, girándolo para que todos pudieran verlo.
—Está marcado.
—Sí, señora. —Se puso en pie—. Llevaré a algunos de los hombres conmigo.
No se sabe qué podría haber allí delante de nosotros después de esto. —Hizo
un gesto a dos de los guardias que estaban de pie, vacilantes, justo en el
umbral de la puerta, y lo siguieron con evidente alivio.
Xena miró detrás, hacia la pared, estirándose para tocar la destrucción. Podía
sentir el duro y áspero borde de la roca contra la punta de sus dedos y se
detuvo, solo sus ojos se movían mientras trataba de juntar las piezas.
—No parecía ser así —dijo Brent—. Llanuras hasta el río después del paso en el
que luchamos.
Llanuras, sí.
Buenas tierras.
Sin duda entendió por qué los otros terratenientes le habían dado la lata
cuando se las había dado a Bresius. Pero no valía la pena hacer lo que se
había hecho aquí, lo que provocaría que les cortara la cabeza.
Los melocotones eran buenos, pero si la boca con la que esperabas comerlos
estaba llena de gusanos, ¿qué sentido tenía realmente?
¿De Verdad?
441
Eso no tenía sentido.
—¿Acerca de qué?
—Creo que es más raro que una oveja cantando —dijo finalmente—. Ni
siquiera sé qué decir Xena. ¿Qué está pasando aquí? ¿Es ese uno de los
malos? —Señaló al hombre marcado.
—No pasé mucho tiempo en la zona, pero, ¿había algo que pudiera tener
valor en estas tierras, señora? ¿Un poco de oro, gemas o cosas por el estilo?
Nada más parece tener sentido para mí que lleve a los hombres a la locura
buscándolos.
—No pasé mucho tiempo allí tampoco —dijo Xena—. No vi nada de eso
mientras estábamos en el área. Aparte de la ciudad portuaria que es valiosa
en sí misma, no había mucho allí. —Se levantó y fue hacia el hombre no
identificado, agachándose sobre una rodilla para examinarlo. Tenía una
estructura nervuda y, debajo de la ropa gruesa y oscura, su cuerpo era fibroso,
la superficie cubierta por un trazado de finas cicatrices que hicieron sonar en
su interior una leve campana de familiaridad. Entonces se dio cuenta de
dónde las había visto antes—. Gabrielle, acércate un momento.
—¿Sí? Pensé que tal vez el despreciable de tu padre lo hizo. Quizá no quisieras
hablar sobre eso. —Xena volvió a mirar la cara de su consorte—. No te culpo.
—No, no son de esa vez. Tuve que perseguir a cuatro de las ovejas hasta la
cresta en nuestro terreno y trepar por allí, resbalé y caí en una grieta entre las
rocas —explicó—. Fue todo... ¿Supongo que la roca era áspera? ¿Un poco
afilada? Cuando me deslicé, me corté la espalda y me dolió mucho.
—Ah.
—Después tuve que escalar por la cueva en la que caí para poder salir. —
Gabrielle levantó las manos e hizo un gesto como si tirara de sí misma hacia
arriba—. Mi camisa ya estaba desgarrada en su mayoría y las rocas me
443
rastrillaron. Lila me ayudó a limpiar todo y dolió mucho por un tiempo, pero...
—Hizo una pausa—. Creo que en general me olvidé de eso. Nunca se lo dije.
Él me habría dado una paliza.
—Por arruinar mi camisa —le respondió Gabrielle en voz baja—. Estaba hecha
pedazos.
—Por los dioses. —Lastay había estado escuchando—. ¿Qué clase de animal
podría haber hecho eso?
—¿Recuerdas qué tipo de roca era? Esas son líneas finas y afiladas. —Señaló
el pecho del hombre—. No era el granito por el que estuvimos trepando allí
fuera.
—No. —Xena estaba sentada en una de las sillas grandes que había sido
arrastrada por algunos de los soldados. Los otros cuerpos habían sido retirados
y tres sirvientes correteaban alrededor limpiando la cámara—. No es persa a
menos que su madre se parezca a Gabrielle.
Xena dejó caer la mano ignorando el golpe sordo de la carne muerta contra
la piedra. Tomó la daga y la sacó de su funda, mirando a lo largo de la hoja.
Era un arma finamente hecha, lisa como una tabla y bien afilada, y la
empuñadura mostraba evidencias de un uso prolongado.
Se la entregó a Lakmas.
—No es de las que usamos nosotros —dijo—. Es de las que esperaría encontrar
por aquí, por el norte de estas tierras.
Xena asintió.
—Interesante idea —murmuró la reina—. Pero dudo que ningún maldito dios
estuviera aquí golpeando mis paredes en busca de concesiones de tierras.
Xena llevó el paquete a uno de los aparadores contra la pared que había
sobrevivido al caos y lo dejó encima.
—Bueno, él está muerto —dijo—. Supongo que pensaron que no había nada
más que sacar allí. —Examinó el paquete que estaba atado con una correa
de cuero y una lazada—. ¿Sabes qué, Gabrielle?
—Bueno, hasta que este lugar sea reformado. —Echó un vistazo alrededor—.
Pero lo que iba a decir era que esto parece algo que harías tú. —Indicó el
pergamino, luego desató suavemente los cordones y desabrochó la correa,
abriendo el paquete y dejando los lados planos—. Trae aquí esa vela.
Gabrielle lo hizo, lo suficientemente cerca como para que pudieran leer los
contenidos, pero no tanto como para prender fuego al pergamino.
—¿Qué es?
—¿Él lo escribió? —Miró la página—. ¿Es... oh, es el día a día? Recuerdo que
él tomaba notas como esas cuando tenías corte. ¿Lo registraba todo? ¿En
serio? Pensaba que el escriba se encargaba de eso.
—Lo hizo... quiero decir, lo hace —dijo la reina—. Creo que Stanislaus
simplemente hacía esto por su cuenta. —Dio la vuelta al paquete de
pergaminos y encontró hojas con tinta más vívida, notas actuales que 446
terminaban justo... Xena tocó la entrada de la última página. Justo antes de
que lo atacaran—. Solo puedo imaginarme todos los nombres con los que me
llamó aquí. —Se dio media vuelta y regresó al cuerpo del asaltante, dejando
a Gabrielle pasando las páginas con aire pensativo y examinando lo escrito—
. Está bien. Que alguien despierte a Jellaus y traiga al archivista aquí. Necesito
volver a hacer esas concesiones antes de que el lugar se vuelva loco.
—Si, vienen de mi mano, pero lo último que necesitamos es que se corra la voz
de que no tenemos registro de quién tiene qué y todos comiencen a pegarse
unos a otros sin consultar aquí en la fortaleza —dijo Xena—. Programa una gran
corte al amanecer. Vamos a sacar todo esto a la luz.
Me di cuenta hoy de por qué mi rodilla aún permanecía inclinada hacia ella
todos estos años. A través de toda la muerte, el ridículo y la vergüenza, hay
una verdad que no puede ser ignorada. No importa cuales fueron sus
palabras para mí, sé que, si un gran mal llega a nosotros, ella se interpondrá
entre él y aquellos que la siguen.
»Mali.
—¡Oh! ¡¡Su gracia!!! —Su sirviente hablaba con voz entrecortada—. ¡Temía que
le sucediera algo terrible otra vez!
—No lo sabemos —dijo Gabrielle—. Bajamos aquí para buscar algo y nos
encontramos esto. —Se dirigió hacia una esquina de la cámara con su
sirviente personal—. ¿Escuchaste algo? ¿A alguien?
—Creo que ya puedes volver a dormir —dijo Gabrielle al ver que Xena
despedía a todos—. Hablaremos de todo por la mañana.
—Oh, sí —respondió con tono débil—. Sí, su gracia, me gustaría mucho. Es solo
que... eso es... —Tomó aliento—. Todo es tan aterrador allá abajo. Cada
ruido... creemos que es alguien que nos va a atacar —susurró—. Todos
creemos escuchar pasos.
Ugh. Espeluznante.
—Voy a llevarla de vuelta con nosotras, Xena. Puede dormir en esa alcoba —
dijo Gabrielle.
Xena lo estudió.
Sé fiel.
Ella lo es.
¿Podría?
—¿Esta bien?
Gabrielle sonrió.
450
—Yo también lo pensé —dijo—. Fue mi primer sitio aquí, más espacio y
privacidad de lo que nunca había tenido en toda mi vida antes. —Mali la miró
fijamente, la boca de la chica era una O perfecta de asombro. Eso la hizo
tener ganas de reír—. Un poco extraño, ¿eh?
—Sí, lo hice —dijo—. No por mucho tiempo —reconoció—. Creo que tal vez...
una semana o así. Luego me mudé a una pequeña alcoba ahí dentro. —
Señaló la puerta robusta y ornamentada frente a la alcoba—. Fue un
momento raro y aterrador de mi vida, pero resultó bien.
—¿Alguna vez pensaste que llegarías a esto? —preguntó Mali con voz tímida,
extendiendo la mano para tocar el borde del tabardo de Gabrielle.
Mali sonrió.
—¿Todo sobre ese tiempo? —preguntó Xena alzando las cejas—. ¿Por qué
Gabbbbrrrielllleee? —Enganchó sus dedos en el cinturón alrededor de la
cintura de su consorte—. No sabía que te gustaba contar ese tipo de historias.
451
—Xena. —Gabrielle se cubrió la cara con una mano, intercambiando una
mirada avergonzada con su sirviente personal—. En fin.
—Sí —dijo Xena—. Gente matando a otra gente por dinero... eso lo entiendo.
—Apoyó el codo en el brazo de la silla y la barbilla en el puño—. Lo entiendo
mucho más que algunos espectros locos invadiendo mi castillo, o incluso,
algún falso usurpador tratando de tomar mi trono. Si hay alguna puñetera
cosa de valor en esas colinas, entonces todo esto adquiere un tufo mucho
más familiar.
—¿Crees que eso es lo que está pasando? —Gabrielle sacó dos tazas y abrió
los tarros de hierbas, tamborileando con los dedos sobre el borde de la
chimenea mientras decidía qué combinación hacer—. ¿Crees que eran esos
cristales lo que todos buscan? Eran bastante bonitos, pero no pensé que 452
fueran valiosos.
—Depende de lo que fueran —dijo la reina—. Alguien piensa que hay algo
valioso allí y apostaría un par de piedras de mi corona, a que tal vez esas tierras
estaban detrás de lo que Philtop buscaba.
—No —dijo la reina—. Pero destruirlos podría quitárselo a alguien, si ellos tenían
la intención de deshacerse de mí también. —Echó un vistazo a su consorte,
que se había detenido a mitad de movimiento y la estaba mirando
fijamente—. Solo piénsalo. Yo estiro la pata. Alguien más se hace cargo, y lo
primero que hacen es revisar las concesiones para ver quién tiene qué. Esa
concesión falta, por lo que quien esté al mando puede dársela a quien quiera.
Bresius ahora está muerto, nadie puede refutarlo y estoy bastante segura de
que su heredero no está por ningún lado para haber visto lo que sucedió.
—No, quiero decir... —Gabrielle hizo una pausa—. Todo esto no ha tenido
ningún sentido para mí, Xena, en absoluto, desde que comenzó. Lo que
acabas de decir... quiero decir, está bien.
—Mm.
—Xena.
Xena se movió y extendió la mano para tomar las mejillas de Gabrielle con
ambas manos, acercándola y besándola.
—No tengo tiempo para averiguar qué son esos cristales. —Apoyó la frente
contra la de su consorte—. Y eso no cambia lo de esos tipos de negro o el
hecho de que Ares volverá mañana por la noche para conocer mi respuesta
para él.
Gabrielle se acomodó entre sus rodillas y apoyó los codos en los muslos de la
reina.
—¿Crees que alguien aquí podría saber lo que son? ¿Qué hay de esos tipos
que vinieron con Philtop? Si de verdad estaba involucrado, podrían saber
algo.
—Hm.
—¿Y qué si lo averiguaras y se lo cuentas a todos? —preguntó Gabrielle—.
Teníamos a todos de nuestro lado antes del festival... ¿Ayudaría si los
tuviéramos de nuevo?
—Creo que a esos tipos espeluznantes les gusta mucho cuando todos están
asustados —dijo su consorte.
—Creo que tienes razón —dijo Xena—. Simplemente no sé si, después de todo
este tiempo, puedo aprovechar la poca benevolencia que tengo aquí contra
ellos. Creo que es demasiado tarde.
Gabrielle sintió que dejaba de respirar por un momento mientras esas palabras
resonaban suavemente en sus oídos.
Xena se mordió el labio con su frente tensa. Luego exhaló y parpadeó, y las
lágrimas cayeron salpicando ligeramente el dorso de las manos de Gabrielle.
—No, tampoco quiero cambiar eso —dijo—. Entonces tenemos que encontrar
una manera de superar esto juntas, porque no estoy lista para hacer otra cosa.
—Respiró hondo—. Lo siento, se me ha ido la olla. —Gabrielle levantó sus
manos y las besó—. Ha sido un día largo.
—Tal vez acabe con mi culo azotado por un puñado de fantasmas persas. —
Xena, finalmente, sonrió.
—Estaré allí contigo. —Gabrielle se puso de pie cuando lo hizo la reina, y la
rodeó con sus brazos—. Tendrán que pasar por encima de mí para llegar a tu
trasero.
Fuera, los vientos finalmente se calmaron y la nieve dejó de caer. Por primera
vez en días, al menos, había paz.
Estaba tranquilo. Podía oír los ronquidos de sus guardias en la cámara exterior
y la suave respiración de Gabrielle, su amante estaba acurrucada junto a ella, 456
con una mano alrededor de la parte superior del brazo de Xena.
Pero era por la mañana. Ambas habían sobrevivido a la noche y ahora tenía
un breve momento para reunir su ingenio y pensar.
Excepto que en realidad no quería pensar. Casi todo era deprimente, con la
única excepción de Gabrielle. Estudió el rostro dormido de su consorte,
relajado y abierto, con una leve sonrisa en los labios. El hematoma de su
cabeza se había desvanecido por completo, lo que parecía un milagro, pero
con todas esas cosas raras que estaban pasando, Xena estaba contenta de
que hubiera curado bien dado donde se encontraba.
Bueno.
En primer lugar, celebraría la corte. Ahora que sabía que el timbre real que
sospechaba era el que tenía en ese momento, tenía más curiosidad que
desconfianza en lo que sus nobles podrían haber discurrido en términos de
demandas. Tal vez la sorprenderían, o tal vez no.
Y entonces, una vez que los tuviera a todos allí, empezaría a apalearlos para
averiguar qué sabían sobre esas tierras ribereñas. Quizá descubriría qué
estaba pasando con todos esos asesinatos.
Contenta con su plan, Xena se estiró un poco, cruzando las botas bajo las
sábanas y moviendo los hombros un poco para empujar las placas en una
posición diferente presionando su espalda. Hacía frío, el fuego se había
reducido a meras brasas, pero bajo las mantas, el calor corporal combinado,
hacía las cosas agradables y calentitas, y la falta del sonido del viento y el
hielo golpeando las ventanas parecía prometer algún mejor clima, en
cualquier caso.
457
Sintió un suave apretón en su bíceps, y echó un vistazo hacia abajo para ver
a Gabrielle mirándola soñolienta.
—Hola.
—¿Qué?
—Acostarse con todas estas cosas realmente te hace sentir mal por la
mañana.
—Sí, lo hace —admitió—. Recuerdo los días en que solía dormir con mi equipo
porque no quería tener que tomarme el tiempo para ponérmelo si nos
atacaban.
—Siento que todos los pelos de mis brazos están enredados en esas uniones —
dijo Gabrielle—. Me da un poco de miedo moverme.
—Entonces no lo hagas todavía. —Xena retiró las sábanas y se deslizó fuera de
la cama, apoyando las botas en el suelo y poniéndose de pie, mientras el frío
de la alcoba le erizaba la piel que quedaba expuesta.
Gabrielle sonrió.
—¿Xena?
—¿Hm?
Tiempo atrás, antes que Gabrielle entrara en su vida, el té era simple. O alguien
lo hacía, o tenía un solo tarro de hojas de té para echar en su taza.
¿Ahora?
—¿Por qué algo estaría mal? —La reina la miró por encima de un hombro.
—Porque estás mirando la piedra del hogar haciendo ruidos extraños —dijo de
inmediato su consorte—. Normalmente no haces eso.
—Es fácil. —Estaba diciendo su consorte—. ¿Ves? Es este tarro, y ... —Hizo una
pausa, mientras Xena se ponía de pie y la besaba en el cuello—. ¿Xena?
—Es el segundo tarro, ¿y? —Xena desató la armadura de escamas que cubría
el cuerpo de su amante—. ¿Las machacas?
—Me gustas tú. —Xena dejó la armadura a un lado y aflojó los lazos de la
pesada camisa que protegía la piel de Gabrielle—. Pero el té no está mal
tampoco. —Se inclinó y besó la marca que cruzaba desde el cuello de su
consorte hasta su hombro.
Gabrielle sonrió, aplastando las hojas entre sus dedos en un movimiento
giratorio y levantando la olla de agua para verter el líquido, ahora humeante,
sobre ellas.
Sencillamente, todo parecía mejor hoy. Sintió las manos de Xena quitándole
460
el resto de su armadura, haciéndole cosquillas en las rótulas mientras le
quitaba los protectores en las piernas y luego su respiración se entrecortó
cuando los dientes de la reina mordisquearon la piel del interior de su muslo.
Se sentía bien. Se sentía puro y correcto. La hizo olvidarse de todas las cosas
extrañas y terribles que habían estado sucediendo y devolvió su enfoque a
ellas, a Xena, y a lo maravilloso que la reina podía hacer sentir su cuerpo. Lo
había perdido de vista en los últimos días y ahora estaba contenta de que
hubiera vuelto.
»¡Oye!
—¡Oh guau!
No lucía el sol y el suelo estaba cubierto de nieve y hielo, pero al menos no
estaba nevando. Xena tiró de la tela hacia atrás y la enganchó, luego se
quedó allí parada, con el codo apoyado en el hombro de Gabrielle.
Un golpe suave sonó en la puerta interior. Gabrielle salió de debajo del brazo
de su amante y se acercó a la puerta, poniendo una mano en el pestillo y
comenzando a abrirla antes de que la alta figura de Xena se abalanzara sobre
ella y la rodeara con un brazo.
—¡Arup!
—Ah, ah, ah. —Xena la apartó cuidadosamente y abrió ella misma la puerta,
desenvainando su daga mientras daba un paso atrás—. Todavía soy un poco
más peligrosa que tú.
—Está bien —le tranquilizó Gabrielle mientras se dirigía hacia el té—. Creo que
simplemente está de buen humor porque dejó de nevar. —Removió el té y le
acercó a Xena su taza.
—Divúlgalo. —Xena hizo una pausa, luego suspiró brevemente—. Voy a tener
que nombrar a un nuevo senescal, ¿no? —dijo—. Maldición. Nunca pensé que
diría que echaría de menos a ese bastardo, pero lo hago. —Bebió un sorbo de
té—. Dile a Brendan que anuncie la corte, en una marca de vela. Quiero a
todo el mundo allí.
Xena se había dejado caer en una silla y había apoyado sus pies, todavía
calzados con botas, en un taburete, con el cabello revuelto por el sueño. Se
veía un poco salvaje.
—Diles que esperen hasta mañana para salir por las puertas. Hoy pueden 462
instalarse en el patio si así lo desean —dijo Xena—. De hecho, vamos a colgar
todos los estandartes. —Observó las llamas—. Esa condenada tormenta
interrumpió mi festival de la cosecha y lo quiero de vuelta.
La reina asintió.
—No... —Xena hizo una pausa—. No creo que lo mandara él. No es su estilo, y
ahora que lo pienso, confabular para intentar liquidar a perdedores como
Philtop tampoco es su estilo. —Se volvió para mirarlos, agitando el té en su
taza—. No, todavía hay algo que falta en este lío y estoy empezando a pensar
que hay más de lo que creemos.
—Vale, bien, me voy para poner a todo el mundo en movimiento. Les haré
saber a los hombres que estamos buscando a la pequeña rata. —Hizo girar su
capa a su alrededor y salió por la puerta, dejando entrar el sonido de los 463
soldados de afuera.
—Buenos días. —Saludó a los hombres en la cámara exterior. Era raro tener
tanta gente en sus estancias. Todos los soldados se apresuraron a apartarse
de su camino mientras se dirigía a la puerta del pasillo, devolviéndole los
saludos. Lakmas era el que estaba más cerca de la entrada, y la abrió para
ella, haciéndole una reverencia al pasar. Afuera, en la rotonda, podía oír los
sonidos de la fortaleza al despertar, los ruidos metálicos y los golpes de las
grandes puertas que se abrían, y las voces que resonaban suavemente por la
escalera principal. Descalza, cruzó el suelo de piedra y echó un vistazo dentro
de la alcoba que una vez había sido la suya, sorprendiendo a Mali que justo
estaba lavándose la cara—. Buenos días.
—Los hombres de Xena están trayendo algo para desayunar, así que no
quería que corrieras escaleras abajo a por eso —dijo Gabrielle—. La tormenta
ha terminado.
—¿Sí? —Mali sonó sorprendida.
—Si. Así que Xena quiere que el festival continúe —dijo Gabrielle—. Por lo que
puedes informar a las cocinas más tarde. Vamos a tener una corte, y han
abierto las puertas de abajo.
—Está bien, me vestiré y bajaré —dijo—. ¿Le gustaría a su gracia enviar algo a
la cámara de vistas de su Majestad?
—Nah —dijo Xena—. Solo asegúrate que estén todos allí —dijo—. Y corre la voz
de que quiero un gran banquete esta noche, con toda la parafernalia.
—No espero nada más que problemas. Pero esta vez, creo que quiero
causarlos yo. —El juglar se inclinó y sonrió, luego se fue. Xena miró a Gabrielle—
. ¿Lista para vestirte e ir de caza?
—¿En serio?
—Estoy hasta el cuello —dijo con sorprendente honestidad—. Así que voy a
hacer lo que me dé la gana y ver qué pasa después. 465
—Está bien. —Gabrielle frunció el ceño—. ¿En qué se diferencia eso de lo que
haces normalmente?
—Está bien —dijo—. Entonces... eso es como... ¿Qué es? De verdad que no lo
entiendo.
—No te preocupes por eso. No estoy del todo segura de entenderlo tampoco.
Solo ven conmigo, ¿eh? —La miró cariñosamente—. Vamos a ponernos
nuestros mejores trapos e ir a jugar a la reina un rato. Tal vez nos llevemos una
sorpresa.
—Dile a alguien que enganche los cuatro caballos más grandes que
tengamos a una carreta. Deja que hagan un camino hasta el río.
—Brendan, dile a la guardia que deje entrar a cualquiera que venga hacia
aquí. Tan pronto como consigan despejar el camino, envía una tropa para ver
qué pueden hacer para ayudar.
—Eso es lo que quiero decir cuando digo, ¿quién dijo eso? Hacemos sacrificios,
sí. Pero sacrificios para bendecir nuestros propios actos, no para pedirles a los
dioses que hagan algo en nuestro lugar. Pude ver a una esclava, una mujer
entregada a los dioses para que sonrieran en su marcha contra ti.
—Hm.
—Fue así cuando íbamos a cruzar las aguas hacia la ciudad portuaria —
continuó Lakmas—. Fuimos al templo, todos nosotros, e inclinamos nuestras
cabezas y el rey ofreció tres sacrificios en el altar, para asegurar la buena
fortuna de su inmaculada hija al frente de la batalla.
Xena lo miró.
—No funcionó muy bien.
—No. —Lakmas no parecía molesto por eso—. Los hombres de guerra, como
yo, y también usted misma, saben que no importa que los dioses vigilen, son
las manos en la lucha las que importan. —Extendió la suya, grande y poderosa,
cruzada de cicatrices—. Así que me parece raro, sí, muy raro que alguien le
haya dicho a su Majestad que esta tormenta fue traída por nuestros dioses.
Después de todo, ¿Qué saben ellos de este frío? —Ajá—. Y por supuesto —dijo
Lakmas, casi como una ocurrencia tardía—. ¿Qué honor habría al tener a otro,
incluso a un dios, ganando la batalla por ellos? —él asintió con la cabeza un
poco—. ¿No fue esto lo que nos permitió ser capturados por usted con nuestro
honor intacto? Usted no pide que peleen sus batallas. La pequeña princesa…
ella pensaba que era de esa manera, pero su corazón no estaba a la altura
de la tarea.
Ajá.
Lakmas se inclinó.
Gabrielle suspiró.
—¿Lista?
—Hoy va a ser un gran día —dijo—. Así que vamos a empezar. —El soldado
golpeó la lanza, Jellaus anunció su presencia, y luego Xena cruzó la puerta
con Gabrielle pisándole los talones y deslizándose entre la multitud, pasando
de las sombras de las columnas a los charcos de luz solar que entraban por la
ventana. Subió las escaleras de mármol hasta donde descansaba su trono, y
fue hacia allí, volviéndose y esperando que Gabrielle se acercara—. Siéntate
—indicó la silla más pequeña que habían puesto al lado del trono.
»Buenos días.
—Hubo una idea, Majestad, que había entre nosotros, quienes tramaban de
alguna manera encontrar a otro para ocupar su lugar en el trono de esta tierra
—dijo Eldaron—. Pasé muchas horas buscando la raíz de esta idea y en una 470
larga deliberación con mis compañeros señores, voy a decirle, Xena, que no
procede de ninguno de nosotros.
Xena lo estudió, luego barrió la sala con su mirada. Para su sorpresa, la mayoría
de los ojos que la miraban no se movieron, ni miraron hacia otro lado ni hacia
abajo. Se quedaron fijos en ella, por una vez en silencio, y sin la aversión visible
que esperaba de ellos.
»Así que, como nos preguntaste, eso es lo que decimos —dijo Eldaron después
de un momento de silencio—, su Majestad —añadió, después de que la
calma se prolongó lo suficiente como para sentirse incómoda.
—Soy una maníaca homicida. —Xena lo alentó—. Venga. Todos sabemos que
es verdad.
Entonces Xena comenzó a reír. El sonido ligero y musical resonó contra las
paredes con sorprendente claridad, y aplaudió en dirección a Eldaron.
—¡Bonito!
»Muy bien gente. —Dejó que sus codos descansaran en los brazos de su
trono—. Han pasado muchas cosas locas en los últimos días. No estoy segura
de cuánto estaba planeado, cuánto fue coincidencia, o si todo eso era solo
basura aleatoria que parece sucederme a mí. —Se levantó y le entregó su
espada a Gabrielle, quien la agarró con una mirada de sorpresa—. Una cosa
que creo que descubrimos, es cuánto quiere alguien esas tierras entre la
ciudad portuaria y el paso. Las quieren lo suficiente como para matar gente
por ellas y destruir los archivos que prueban todas las concesiones de tierras
del resto de vosotros.
Comenzó un murmullo bajo.
—Pero, ¿quién ha hecho esto? —Miró al resto de los nobles, que también se
miraban los unos a los otros—. Nadie aquí tendría ninguna razón para hacer
eso.
Xena cruzó los tobillos, debatiendo consigo misma sobre cuán honesta ser.
Luego medio se encogió de hombros.
—Estoy pensando que alguien no quería que Bresius obtuviera esas tierras. De
hecho, muchos de vosotros no querían, o eso dijeron. —De repente olió el 472
miedo, y eso la hizo sonreír brevemente—. Entonces, tengo que preguntarme
qué tiene de interesante esa tierra que hace que alguien se arriesgue a lo que
se arriesgaron en mis aposentos anoche. —Los estudió—. Bresius murió. Su
senescal murió. Y un hombre que ninguno de nosotros conocíamos, murió, el
cual tenía algunas cicatrices interesantes en su espalda.
Sus orejas se tensaron, escuchando con fuerza. Abrió los labios un poco,
aspirando el aire con ese hedor de miedo en él.
—Depende de por qué murió —dijo Xena—. Antes que preguntes, no, no fui
yo. —Estudió al grupo—. Y ya que estoy, aprovecho para desahogarme,
tampoco golpeé a Philtop —añadió de modo casual—. Así que, ya sabéis, tal
vez no soy la única maníaca homicida por aquí.
Todos los nobles se miraron, e incluso Lastay giró la cabeza para mirar
fijamente a Xena.
—Pero, nos dejaste pensar que lo hiciste —dijo el duque después de una
pausa.
Silencio.
—¿Qué bien habrían hecho esos malditos papeles por él, o por alguien más, 473
a menos que yo estirara la pata? —preguntó—. Esos pergaminos no dan la
tierra, lo hago yo. —Su tono era exasperado. Hizo un gesto a Lastay—. O lo
hará mi sucesor.
Xena lo miró
—Si crees que voy a estar sentada en esta silla hasta que tu hijo sea un hombre,
tienes una esponja de mar por cerebro —murmuró—. Y bien. —Volvió su
atención a la multitud—. ¿Quién va a escupir que tiene de importante esa
tierra entre el paso y la ciudad? —Todo el mundo guardó silencio y los nobles
se miraban incómodos—. Alguien lo sabe. Puedo oler a alguien haciéndose
caca en sus pantalones —dijo la reina.
Xena observaba a los nobles por el rabillo del ojo, con el resto pegado a la
adorable cara de su consorte. No vio a ninguno de ellos estremecerse, y
observó cuidadosamente por eso y por una mirada inadvertida hacia sus
aposentos.
Nada. Hm.
Eldron se inclinó.
474
—Majestad, será un placer.
La reina levantó las manos e hizo un gesto para que se largaran, mientras los
nobles se movían y comenzaban a irse, no sin formar pequeños grupos cuyas
cabezas estaban arremolinadas en suaves charlas. Xena se sentó relajada en
su trono, apoyándose en el brazo más cercano a Gabrielle mientras los miraba
irse.
—¿Sabes lo que desearía? —dijo Xena después que los ecos de los pasos se
desvanecieron.
Xena sonrió.
Xena los miró a los dos y luego puso los ojos en blanco.
»Abre.
Uno de los hombres abrió rápidamente la puerta a tiempo para que pasara,
yendo al centro del espacio y haciendo una pausa para mirar a su alrededor.
Esta cámara externa era grande y ahora se usaba para pequeñas audiencias
privadas y como espacio habitable. Habían retirado los cuerpos y alguien
había limpiado el suelo y abierto las ventanas para ventilar la estancia. Podía
oler el penetrante aroma del jabón y el agua y respiró hondo, sin encontrar
nada en el viento que no perteneciera allí.
Eso, se dio cuenta, era nuevo. Había sido consciente, tal vez incluso de
manera inconsciente, que había algo fuera de lugar en los últimos días, algún
olor, un casi recuerdo que la había estado molestando. Ahora se había ido. 476
Hm.
Lastay se quitó la capa y la colocó sobre una silla, luego se dirigió al otro
extremo de la sala y comenzó a examinar la pared, mientras Gabrielle se
acercaba al gran escritorio donde a menudo se sentaba para escribir las
misivas de Xena y comenzó a buscar en él.
Xena los miró brevemente, luego seleccionó un trozo de pared y fue hacia allí,
apartando los cortinajes que la cubrían para mirar la piedra desnuda. Estaba
limpia, se sorprendió un poco al notar que no había ni rastro de polvo o
suciedad. Pasó su mano sobre la piedra, sintiendo los bordes cincelados
mordiendo suavemente su piel.
—¿Xena?
La reina, todavía en equilibrio sobre una pierna, se volvió para mirar a quien la
llamaba.
—¿Hmm?
Gabrielle estaba sentada detrás del gran escritorio, una que la reina
recordaba que ya estaba en el castillo cuando se hizo cargo. Estaba
observando de cerca algo en la superficie y ahora levantó la vista.
—Tal vez es... no, no lo es —dijo—. El fondo está a ras. —Se inclinó hacia atrás
otra vez—. Jumm.
—No puede ser tan fácil. —Xena negó con la cabeza—. Miremos en todas
partes. —Se levantó y caminó alrededor del escritorio, poniendo las puntas de
los dedos en el borde y viendo si alguna parte se levantaba. Sin embargo,
parecía tan sólido como se veía y se trasladó con pesar al gran aparador de
madera que contenía las minucias de liderazgo que usaba a diario.
Gabrielle dio unos golpecitos con la punta de sus dedos en la parte superior
del escritorio y lo estudió durante un minuto, luego se levantó también y
comenzó a buscar en el banco largo y bajo que iba a lo largo de la pared
que conducía a su cámara de dormir.
Con el ceño fruncido, se sentó con las piernas cruzadas en el suelo de piedra
y miró el cojín.
»¿Qué estás haciendo? —la voz de Xena casi la hizo levitar desde el suelo.
Xena extendió la mano y tiró, una oscura ceja se alzaba y la otra bajaba más.
Luego se levantó y agarró con firmeza el cojín, apretando las manos y
haciendo rechinar la tela.
—Vale. —La reina tomó aliento y luego tiró hacia atrás con todas sus fuerzas,
esperando que el cojín se desgarrara de la superficie. En cambio, con un
chasquido sorprendentemente fuerte, la parte superior del banco se levantó
y se partió por la mitad, parte de la cual se soltó en las manos de Xena y estuvo
a punto de enviar a la reina volando hacia atrás—. ¡Guau! —repitió Gabrielle
saltando fuera del camino.
—¿Qué...? —Xena tiró de la madera suelta y la echó a un lado, dando un paso
adelante para mirar hacia abajo en el hueco ahora visible del banco. Estaba
casi vacío, pero vio el borde de algo cerca del final, todavía cubierto con la
madera. Girándose hacia un lado, pateó la parte restante que se volcó por el
lado golpeando la piedra—. Huh.
—¿Eh? —Gabrielle puso sus manos en las caderas de Xena y asomó la cabeza
por el costado de la reina para echar un vistazo—. Es una caja.
Xena tomó la daga que Gabrielle todavía sostenía en una mano y se inclinó
sobre el banco, hincando la hoja hacia abajo y golpeando la superficie de
madera.
—No tiene sentido correr riesgos —dijo—. Cada maldita caja de madera que
he visto en el último cuarto de luna, tenía un áspid.
479
—Será solo huesos de haber uno en esa, ¿eh? —sugirió Lastay. La reina lo
pinchó un par de veces más, luego usó la hoja para deslizar la caja a lo largo
del interior del banco de madera, oyendo el más débil sonido que le hizo
lanzarse hacia atrás, agarrando a Gabrielle y a Lastay y tirando de ellos hacia
atrás violentamente. Se lanzó al suelo llevándoselos consigo, sus sentidos
hormiguearon cuando algo pasó volando sobre su cabeza y aterrizó cerca—
. ¡Señora! —gruñó Lastay—. ¿Cuál es el problema?
—Por los dioses. —Lastay se había arrastrado para mirar—. ¿Cuánto tiempo
estuvo eso ahí? ¿Es nuevo?
—Dame una bota —dijo Xena—. Quiero bloquear esos agujeros de nuevo. No
confío en que haya un solo dardo ahí.
—Aquí tienes.
—No tenía por qué ser tu bota —comentó suavemente, pero tomó el objeto
ofrecido y se hizo a un lado, colocándolo cuidadosamente en su lugar delante 480
de los agujeros.
Tan pronto como lo hizo, se escucharon otros cuatro estallidos suaves, y cuatro
dardos negros más pequeños ahora estaban atrapados en el cuero del
calzado de Gabrielle.
—No es tan bonita como la de Xena —concluyó Gabrielle—. ¿Ves esa parte
de allí? Ni siquiera llega hasta el final. —Señaló una esquina. —La de Xena es
perfecta. —Levantó la vista y vio unos ojos azules ligeramente divertidos que
la miraban—. Bueno, lo es.
Xena estudió la cuadrícula, viendo una línea casi borrada que entraba y salía
de las curvas de las pendientes, deteniéndose a intervalos regulares que
estaban marcados con una pequeña cruz y un círculo dividido en cuatro, con
glifos en cada sección. Entonces la línea se desviaba de las colinas hacia el
norte de la ciudad, más allá de una escarpa dibujada hasta un garabato que,
dedujo, era la orilla del mar.
Había una caja dibujada allí, y una imagen tosca de lo que podría haber sido
un barco. Entrecerró los ojos otra vez, viendo en la tenue línea diminutas
ramificaciones que parecían ser flechas.
Flechas.
—Sí —respondió Gabrielle con tono tranquilo—. Esa que nunca olvidaré.
—No, la verdad es que no... solo recuerdo a esos niños, y eso... oh, espera —
dijo—. Había un cofre allí. Lo enviaste de vuelta con ellos.
—Un cofre lleno de cadenas de oro y monedas —dijo Xena—. Que me olvidé
por completo de investigar cuando volví aquí para averiguar de dónde Hades
venía y por qué lo tenían. —Se incorporó y los miró—. ¿Por qué una aldea en
la parte trasera del bosque tenía la mitad del rescate de un rey escondido en
una cueva detrás de sus vertederos?
—¿Un tesoro? —dijo—. ¿Es esto lo... esto? —Señaló el mapa—. ¿Esto es lo que
estaban buscando?
—Hijo de puta. —La reina miraba fijamente el pergamino—. Tal vez podría usar
un rescate.
—Tal vez. —Miró a Gabrielle—. E incluso sabes dónde está una de estas
malditas cuevas.
483
Parte 12
Tiempo de sobra, porque Xena había ordenado que sus estancias estuvieran
cerradas y vigiladas, y ella misma estaba cerca del fuego en una reunión
tranquila con Brent. Se había cambiado su elegante vestido por la armadura
de casa, pero todavía tenía puestas sus suaves botas de interior para combatir
el frío del suelo de roca.
—Oye, ¿Gabrielle?
—¿Sí?
—¿Puedes hacer una copia de esa cosa? —preguntó la reina—. Por si acaso.
—Por supuesto.
¿Iba a hacerlo?
»Lo tengo. —Levantó su bolsa—. Solo estaba mirando afuera. Es tan bonito.
Estaba segura de que Xena tenía un plan, segura de que la reina sabría qué
decirle al Dios de la Guerra, y que después de hoy, podrían relajarse y seguir
con sus vidas.
—Creo que más de lo que encontramos en aquella aldea está escondido allí
y ese es el motivo por el que hubo tanto revuelo cuando repartí las
concesiones de tierras. ¿Te imaginas a Bresius buscando setas en sus nuevas
tierras y encontrando suficiente oro como para comprar toda esta maldita
fortaleza?
—Maldición. —Xena golpeó con los nudillos contra el escritorio—. Así que
tenemos que encontrar a algunos ancianos que puedan recordar y que estén
dispuestos a contármelo.
—Oye, ¿Xena?
—Stanislaus.
—Lo recuerdo —dijo ella—. De todos modos, eso sería gratificante para mi
ego, pero no creo que el tipo al mando arriesgara a su hija y a todos esos
soldados solo por mí —añadió—. Pero tal vez lo haría si Bregos le contara sobre 487
el tesoro.
Brent gruñó.
—Estabas celosa de ella —señaló Xena secamente—, así que por supuesto
que pensaste eso.
—Eso es cierto, pero sigo creyendo que ella estaba más interesada en ti que
en unas cuantas monedas viejas de oro —respondió golpeteando el borde de
la pluma contra su barbilla—. No creo que a ella le importara el tesoro en
absoluto.
—Iré a averiguar sobre los tapices. —Brent se levantó y se sacudió las manos.
—Trae a Lakmas cuando lo hagas —dijo Xena—. Veamos qué sabe acerca
de por qué vinieron aquí.
—Lo haré, señora. —Brent se marchó, dando un paso atrás para dejar que
Brendan entrara en su lugar.
El viejo soldado entró y tomó asiento en uno de los taburetes pequeños al lado
del escritorio.
—Ya ha corrido la voz, señora. —Apoyó los codos sobre las rodillas—. Ahora
veremos qué ocurre.
—Podrías pensar eso —dijo—. Pero ahora que todos saben que sé lo que es,
tal vez dejen de intentar conseguirlo y se vayan. —Caminó hacia el escritorio
y estudió el mapa—. Y, sin embargo, esto realmente no le dice a nadie
exactamente dónde está. Solo marcas en las colinas.
—Así que está contando, cuatro colinas y dos, con un espacio entre ellas. —
Brendan puso su dedo en el mapa—. ¿Recuerdas eso, Xena? Lo pasamos por
alto. Esas colinas con ese gran hueco del que bajaba el río.
—¿Me acuerdo de eso? —se preguntó la reina—. ¿O me he vuelto
completamente senil?
—Creo que estabas ocupada dando una paliza a los persas cuando pasamos
por allí —sugirió Gabrielle—. Estabas bastante ocupada. —Volvió a copiar el
pergamino—. No recuerdo las colinas, pero creo que yo también estaba
bastante ocupada. —Tocó el mapa con su pluma—. Creo que fue allí donde
acampaba el ejército persa, cuando nos quedamos con ellos.
—Sí, sí. —Brendan estuvo de acuerdo—. Tuvimos que cruzar el río para llegar a
la ciudad, por eso me acuerdo. —Trazó un camino por el río—. El vado aquí,
luego cruza hacia esas pequeñas colinas allí.
Gabrielle asintió.
Xena sonrió.
—Mañana —dijo ella—. Brendan, juntaremos una fuerza para salir y ver qué
hay realmente en esta cueva.
Brendan asintió.
—Sí —dijo él—. El clima ha mejorado ahora, será un buen paseo. —Se frotó las
manos—. Si esa ha sido la causa de todo este jaleo, Señora, cogerlo y ponerlo
bajo vigilancia es algo bueno.
—¿Quieres salir al aire libre? —preguntó—. ¿Llevar al enano y a Tiger a dar una
vuelta?
Hacía un hermoso día afuera. Gabrielle llevaba su capa sobre sus hombros,
sus extremos colgaban por los costados de Parches mientras trotaba
amigablemente a lo largo del sendero al lado de Tiger. El sol había salido y
secado la mayor parte del barro y la fría brisa era más divertida que
congelarse.
—Oye, Xena.
—¿Oye, Gabrielle? —La reina miró para atrás hacia ella—. ¿Ese enano te está
haciendo rebotar demasiado?
—Yo también —concordó Xena sin reparos—. Odiaría que le hubiera sucedido
algo a este gran bastardo después de todo lo que ha pasado conmigo
últimamente. —Tiró cariñosamente de la crin de su semental—. Es un buen
chico.
—La verdad es que han pasado por mucho, ¿eh? —dijo Gabrielle—. Creo que
nosotras también hemos pasado por mucho.
—No es broma. Me ha pasado más mierda en el último año que en los diez
anteriores —comentó Xena—. Creo que es culpa tuya.
—¿Culpa mía?
491
—Mm. Crees que soy asombrosa, así que tengo que demostrarlo y ahí lo tienes.
Mierda al momento. —La reina suspiró tristemente—. Antes de que
aparecieras, era una vieja y aburrida borrachuza a la que nunca le había
pasado nada.
—Prefiero que seas asombrosa y que nos pasen cosas a ser aburrida.
El claro estaba empapado y había montones de nieve en los huecos entre los
árboles. Dos de los más altos también habían sido derribados y el centro del
área estaba lleno de ramas, hojas y restos. Xena desmontó y se echó la capa
sobre la espalda, avanzando a grandes zancadas para ocuparse de este
impedimento para ponerse cómodas.
Gabrielle bajó un poco más despacio, acariciando a Parches en su hombro
peludo y dándole un abrazo. El pony se giró y la miró, dando la extraña
impresión de que le estaba guiñando el ojo.
—Me alegro de que no hayas resultado herido, Parches —le susurró al oído. —
Pero estoy realmente segura de que, si alguna vez te sucede algo, terminarás
en Elisia. —Agarró sus riendas y siguió a Xena al claro, observando con
perplejidad cómo la reina apartaba las ramas fuera de su camino.
Esa era una de las cosas que más amaba de Xena. A pesar de que era la
reina, y podría haber tenido un número de soldados y sirvientes con ellas para
mover las cosas fuera de su camino y preparar un buen lugar para que se
sentara, no lo hizo.
—¿No sabes lo que tenemos? —Xena la miró—. No dejaste que algún gorrón
de la cocina preparara el paquete por ti, ¿verdad?
—Xena.
—Solo pregunto. —Xena extendió sus largas piernas y las cruzó por los tobillos,
apoyándose en las manos. Respiró profundamente el aire frío y se relajó un
poco, disfrutando del silencio a su alrededor.
O bueno, realmente no era silencio. Podía oír las ramas y las hojas susurrar y el
suave crujido de la nieve cayendo de ellas mientras se balanceaban con la
brisa. También podía escuchar los tranquilos movimientos de Gabrielle
sacando las golosinas de sus sacos y la respiración firme y regular de su
consorte.
Pero no había otras personas alrededor, y sintió una sensación de paz al saber
que, en ese momento, no necesitaba vigilar por encima de su hombro ni
sospechar de los motivos de todos los que la rodeaban.
—Ten, hice esto con el primer asado. —Gabrielle le entregó una media hogaza
rellena de lonchas de carne—. Todavía está caliente.
—Bien.
—Creo que es algo genial. Como un mapa pirata del tesoro —dijo—. ¿Crees
que es auténtico? ¿Qué de verdad hay riquezas por ahí fuera?
—Sabemos que las hay. —Xena tomó un trago de su odre de vino, que ahora
era en realidad un odre de sidra—. Lo vimos en esa cueva. Ojalá me hubiera
acordado de eso cuando volvimos. Maldita sea. Brendan no pudo encontrar
a ninguno de esos niños para preguntarles de dónde habían salido.
—Bueno, nos pasaron muchas cosas después de eso —dijo Gabrielle—. Quiero
decir, con el ejército, y el otro ejército, y la ciudad portuaria, y tú dándoles una
paliza a todos y todo eso. Ni siquiera me acordaba de haber visto esa cueva
hasta que me lo recordaste —dijo—. ¿Qué vas a hacer con todo eso?
—Te quiero allí —repitió en un tono más tranquilo—. Probablemente sea tan
aterrador como lo fue anoche.
Gabrielle asintió. Pensó que probablemente debería tener miedo de eso, pero
no era así.
494
—Si acabamos luchando, lo haré lo mejor que pueda —prometió—. Pero es
algo así como esos tipos que nos acompañaron del ejército de Sholeh, Xena.
—¿Eh?
—Los tipos que fueron con nosotros —repitió su consorte—. Sabían que iban a
pasar cosas malas, pero no les importaba. Así que no me importa. Solo querían
estar contigo y lo que sea que te pasara estaba bien si les pasaba a ellos
también. Así es como me siento.
—Hm.
Gabrielle tomó su mano, levantándola y besando la parte posterior y luego la
palma.
—Disfrutemos mucho hoy, Xena. No puedo esperar para ver el circo de nuevo.
—Está bien —dijo—. Tengamos el mejor día de todos. Después, que pase lo
que tenga que pasar. —Miró a Gabrielle—. ¿Tienes pan de nueces ahí?
—Tal vez.
—¡¡¡Tal vez!!!
—¡Su Majestad! —llamó uno de ellos, agitando una mano—. ¡Muchas gracias
por su protección contra el clima!
—Están tus amigos —indicó a los artistas de circo, que estaban cerca de la
pared, brincando como pelotas, aparentemente muy contentos de estar
afuera al sol—. Vamos a ver cómo les está yendo.
—¡Nosotros no! —dijo Zev—. ¡Tus muchachos atraparon al malo! ¡Eso fue
increíble! Me dijeron que la misma reina lanzó el cuchillo, ¿es cierto?
—Es cierto —asintió Gabrielle—. Ella vio al tipo y chico... se movió tan rápido
que ni siquiera podías verla.
—No, en absoluto —dijo Gabrielle—. Déjame ver... —Se dio media vuelta y vio
a Xena hablando con algunos de los mercaderes. Ella saludó con la mano, y
la reina miró rápidamente, concentrándose en ella mientras señalaba hacia
la puerta del salón de baile.
—Claro. —Gabrielle le entregó las riendas, dándole una sonrisa. Los mozos
guerreros eran algunos de los favoritos de Xena en el ejército, y los de ella
también—. Gracias. No es que hayamos cabalgado muy lejos, pero fue
agradable salir.
Él guio el camino a través de la paja y pasó por los postes, agachándose entre
dos de los vagones. Detrás del gran espacio abierto, habían colocado los
carros en un cuadrado y en el centro del cuadrado habían establecido los
quehaceres domésticos. Había una agradable hoguera preparada,
colocada sobre piedras que aparentemente habían recogido,
cuidadosamente puestas en un espacio abierto con la capa de paja bien
despejada.
Delante de cada carro se había creado una pequeña área para sentarse,
con medio barril, taburetes y sillas de campaña bajas que servían como 497
asientos y mesas, con restos dispersos de la vida diaria.
Se veía lindo y cómodo, y había dos niños pequeños corriendo con una pelota
de trapo rellena. Todo esto hizo sonreír a Gabrielle y tener unos pensamientos
breves y melancólicos sobre los recuerdos de sus primeros años, cuando ella y
Lila se hacían persecuciones de la misma forma enfrente de su pequeña casa.
Uno de los acróbatas subía y bajaba por una cuerda conectada a la pared y
Gabrielle se detuvo para mirarlo.
—Guau —dijo después de un minuto—. Tuve que hacer eso hace unos días y
chico, es muchísimo más difícil de lo que parece.
—Lo es. —Zev estuvo de acuerdo—. ¿Por qué trepabas a una cuerda? —
preguntó después de una pausa, girándose para mirarla.
Gabrielle pensó en eso, en los recuerdos que tenía antes de lastimarse, más
que un poco borrosos. 498
—Había un agujero en la pared. Xena quería saber qué había dentro.
Zev parpadeó.
—No fue exactamente así. Había algunos zapatos que ella quería probar y yo
era la única a la que le encajaban. —Gabrielle se acercó al gran felino y lo
estudió, admirando la piel brillante y de aspecto suave. Recordaba a Xena
dándole unas palmaditas, pero ella no tenía ningún deseo de acercarse
más—. Es tan bonito.
—Lo es. —Cellius había estado apoyado contra uno de los carros y ahora se
acercó a ellos—. Y él no lo sabe, bastardo arrogante.
Ella se echó a reír cuando el gato levantó la cabeza y los miró, bostezando
para mostrar sus enormes dientes curvados antes de cerrar los ojos y volver a
dormirse.
Cellius se rio entre dientes y se sentó mientras Zev servía un poco de té.
—Creo que es genial —le confió—. Significa... bueno, ¿sabes que siempre oyes
que los peces gordos siempre están al mando?
Ella asintió.
—Sí, estuve. Estaba con Xena cuando tendimos una emboscada a los persas,
y cuando prendimos fuego a sus barcos, y cuando los echamos de la ciudad
portuaria y luego los perseguimos directos hasta nuestro ejército en el paso —
dijo Gabrielle—. Como sea, fue en la guerra.
Zev la estudió.
—Estábamos escapando de los tipos malos corriendo de acá para allá por
una montaña y Tiger se perdió —comenzó la historia—. Pero es un caballo muy
listo, así que, en lugar de huir, se ocultó de los malos y comenzó una gran
aventura para encontrar el camino de regreso con su amigo Parches el pony.
Xena saltó del lomo de Tiger y entró al salón de baile, apenas notando al mozo
que corría para coger las riendas de su semental. Había bastantes personas
en el salón, pero la mayoría de ellos estaban dando una vuelta y mirando la
arboladura del circo, o reuniéndose en la pequeña caseta justo al lado de la
puerta donde un comerciante emprendedor había establecido una taberna
improvisada.
—Pero Tiger sabía que lo necesitábamos a él y a Parches para salvar el día, así
que encontró a los otros caballos...
Loco, en serio.
Xena inhaló para protestar, luego solo suspiró, mientras el resto de los
espectadores se volvían y la miraban con asombro. En respuesta, ella se
encogió de hombros modestamente, luego hizo un gesto a su consorte para
que continuara con su extravagante invención.
—Oye —dijo—. ¿Olvidas que tuviste algo que ver con todo eso?
Gabrielle le sonrió.
—Pero Parches hizo todo el trabajo duro, Xena. Tuvo que tirar del carro.
Los artistas se rieron entre dientes, manteniendo un ojo cauteloso sobre la alta
figura repanchingada cerca.
—Como sea —concluyó Gabrielle—. Parches tiró para abrir las puertas y todos
los soldados salieron y todos comenzaron a pelear. Los malos se cabrearon
tanto con nosotros que vinieron e intentaron hacernos daño, pero cuando ya
casi era demasiado tarde, Xena se lanzó a la pelea y nos salvó. —Hizo una
pausa, sus ojos se encontraron con los de la reina—. Me salvó, se interpuso en
el camino de los malos y los obligo a atacarla en su lugar.
—Escuchamos eso —dijo Zev tímidamente—. Alguien nos contó eso... dijeron
que derrotó al ejército persa usted sola.
—Sí.
—Porque creo que es lo mejor que he visto en mi vida —dijo—. Esa perra
agarrándote allí arriba y entonces le das semejante mordisco... fue audaz y
feroz y me encantó. —Puso su brazo sobre los hombros de Gabrielle—. ¿Te
encuentras bien?
—Uh... sí, lo estoy. —Se recuperó y respondió—. Y bien, ¿qué vamos a hacer
ahora?
La reina la apretó.
—Vamos a buscar gente y a darles una sorpresa de muerte —dijo—, hoy tengo
muchas ganas de fiesta.
El estado de ánimo en la fortaleza era alegre y entusiasta. Gabrielle se metió
en las cocinas y lo encontró también allí, los trabajadores la miraban de una
manera mucho más cordial de lo que había experimentado antes, incluso
desde el primer día que trabajó en ellas.
—Hola.
—Por supuesto. —Uno de los asistentes se limpió las manos con un paño y se
acercó—. Su gracia, ¿sería posible que le recuerde a Su Majestad que el
puesto de senescal aún no se ha nombrado? Todos echamos de menos al 504
señor Stanislaus, pero es difícil mantener las cosas organizadas...
El hombre se inclinó.
Lastay estaba de pie junto a Xena hablando con ella, y Jellaus estaba
afinando su sitar3 unos pasos más allá.
—¿Su gracia?
505
Se giró para encontrar a Malí con una almohada que sostenía su diadema.
—Oh. Gracias.
—Lo es, ¿eh? —Le dio a su sirviente una sonrisa—. Xena la mandó hacer para
mí.
3
Sitar.- Instrumento musical de la India similar a un laúd pero con un mástil más grande.
—¿Qué? —Xena se apoyó en el brazo de su trono—. Ah, ¿te has puesto el
sombrero? —Extendió la mano y la inclinó un poco—. Te queda bien. —Echó
un vistazo más allá de Gabrielle hacia donde un desfile de trabajadores de la
cocina entraba llevando bandejas—. Espero que una de esas sea para
nosotras.
Xena la miró.
—Las compartiré contigo. —La reina se echó a reír. Lastay tomó asiento al otro
lado de ella, y se les unió su esposa. Ahora la sala estaba casi atestada de
nobles, sirvientes y soldados, y los cuerpos calentaban el aire aún frío. Las
bandejas emitían aromas de carne asada y especias y, efectivamente, el
primer grupo llegó rápidamente al nivel del trono mientras el resto esperaba
detrás. Xena los miró—. ¿En serio las pediste todas? —susurró dándole a su
consorte una mirada de desconcierto.
»Pongamos esto en marcha. —Los vio sujetar tres de las bandejas a los soportes
y colocarlas frente a los tronos. Tres de los sirvientes prepararon platos y
comenzaron a llenarlos y el resto de la sala se relajó y volvieron su atención a
la reina—. No os preocupéis —comentó Xena—, todos obtendrán el suyo más
tarde. —Se levantó y se desperezó, dejando su espada detrás de ella sobre el
respaldo de su trono mientras daba un paso adelante.
Hoy no.
Gabrielle dejó el plato y tomó un pedazo de pan con una loncha de carne y
un poco de salsa. Se puso de pie y fue hacia donde estaba Xena, le dio un
pequeño mordisco y luego se lo ofreció.
Xena hizo una pausa y la miró. Luego sonrió débilmente y tomó el pan, se lo
metió en la boca y lo masticó. Luego se volvió y se enfrentó a la multitud.
»Está bien gente —dijo—. En los últimos días han sucedido un montón de
mierdas, pero ya se han acabado. Encontramos a los babosos que estaban
tratando de matar a la gente y descubrimos por qué lo hacían.
»Por eso estoy de buen humor —concluyó Xena—. Estoy de tan buen humor,
que me voy a pasar la siguiente marca de vela o dos dando regalos a todos.
Hemos tenido una buena cosecha y creo que todos merecen un pequeño
extra. —La sorpresa encantada era inconfundible—. Y quiero agradeceros a
todos por estar a mi lado cuando Gabrielle se dio el trancazo en la cabeza —
dijo Xena—. Lo aprecié de verdad.
507
El asombroso shock también fue inequívoco. Gabrielle lanzó una mirada a su
amante y vio una introspección muy inusual y tranquila allí. Eso, percibió, no
era una mentira y tuvo una sensación de humildad al respecto, sabiendo el
dolor que le había causado a Xena.
Loco de verdad.
Como una historia que podría contar sobre otra persona en algún lugar lejano.
No aquí, no de ella y, sin embargo, aquí estaba.
Lo que tuviera que ser, sería, supuso. Había estado tan cerca de la muerte
tantas veces en el último año que se le estaba haciendo difícil tenerle miedo;
aunque era gracioso incluso hacer que sonara en su cabeza de esa manera.
—Su Majestad.
Gabrielle casi no reaccionó, ya que ser llamada así era algo nuevo para ella.
Una marca de vela, de hecho.
—Oh ah. ¿Sí? —Miró al sirviente con librea—. ¿Hay algún problema?
El hombre se inclinó.
—Y yo soy un poco corta. —Gabrielle sonrió—. Claro. —Lo vio bajar el banco
acolchado y estacionó sus suaves botas de interior sobre él—. Gracias. 509
El hombre se inclinó y sonrió.
Tan entrañable.
4
Escabel.- Taburete pequeño para reposar los pies.
Pero a Xena le hacía feliz poder darle esas cosas, y como estaba repartiendo
títulos y tierras, y regalos para todos, Gabrielle reconoció que parecería raro si
la hubiera dejado de lado.
Perlas incluso.
Así que tenía montones de cosas en sus aposentos, compras compulsivas tan
fuera de lugar para su impaciente amante que las había recibido con los ojos
abiertos de asombro, acabando con su silla en la sala de audiencias
completamente cubierta de cosas y su cuerpo envuelto en telas y pieles, joyas
y baratijas.
Las botas en sus pies eran nuevas, de un cuero bellamente trabajado y forrado
de piel, que en ese momento estaban calentándole los dedos de los pies, y su
cuerpo estaba cubierto con una túnica de seda con los colores de Xena. 510
—Ah. —Xena llegó inesperadamente a su lado—. Tengo una cosa más para
ti. —La reina tenía una mano a su espalda y una media sonrisa en su rostro—.
¿Lista?
—Es bonita.
Xena se sentó y apoyó un codo en el brazo de su trono más cercano a su
compañera.
—¿La hiciste tu? —Miró hacia abajo, estudiando la funda de cuero. Tenía una
filigrana remachada de metal a su alrededor, y la empuñadura de la daga
estaba cuidadosamente modelada con una espiga ancha y sólida para
proteger la mano del portador—. Guau.
—Me llevó mucho tiempo encontrarla —dijo—. La hice para Ly, iba a ser su
regalo de cumpleaños. —Inclinó la cabeza y observó a Gabrielle girar la daga
en sus manos—. Casi me destripé a mí misma con ella después de que la
encontré.
La reina asintió.
—Es asombrosa —dijo por fin, volviendo a colocar la daga en su funda. Luego
se puso de pie y colocó la daga sobre su asiento, moviéndose para colocarse
entre las rodillas de Xena y tomar sus manos, levantándolas y tocando con sus
labios los nudillos de la reina—. Gracias.
—Así.
Gabrielle volvió a sentarse con las botas colgando, dejando que su muñeca
descansara ligeramente en la empuñadura de su nuevo accesorio. La
empuñadura tenía una cabeza de halcón clavada en ella, y sintió que
completaba su atuendo a pesar de que estaba bastante segura de que lo
más que haría con la daga, sería cortar rebanadas de manzana para Xena
con ella.
—Allá vamos —apuntó Xena cuando los artistas de circo comenzaron a entrar
en la pista—. ¿Quieres uvas?
—Uh, uh. —Su compañera negó con la cabeza—. Creo que voy a estallar si
como cualquier otra cosa en este momento.
—Xena.
El persa estaba tan lleno de orgullo que hizo sonreír a Xena, y pudo ver al resto
de los persas dispersados entre sus hombres, como camaradas ya aceptados.
Ella asintió un poco y cogió su copa, tomando un sorbo del rico y dulce vino
que su vinatero acababa de servirle.
Iba a saborear esta noche. Saborear las sonrisas y la risa de sus súbditos, y la
atención solícita de sus sirvientes.
Saborear la presencia de Gabrielle a su lado y la segura presencia de su
ejército a su alrededor.
Esta noche iba a permitirse ser la reina, disfrutar de los placeres de la mesa y
su copa, disfrutar del espectáculo y luego llevar a Gabrielle a sus aposentos y
hacer el amor salvaje e intensamente con ella antes de que tuvieran que subir
a la torre y enfrentarse a lo que fuera que acabaran enfrentando.
—Vamos a ver si les hacen dar saltos mortales —dijo—, es lo que les pedí.
—Solo estoy bromeando —dijo ella—. Les dije que yo podría hacer un salto
mortal encima de uno si no bebo demasiado de esto —alzó la copa—. Darles
a todos un auténtico espectáculo.
—¿Puedes hacerlo?
¿Podría?
—¿Por qué practicas eso del salto mortal? ¿No es peligroso hacerlo cuando
se está luchando de verdad?
Xena sonrió.
—Oh.
—Sí.
514
Gabrielle estaba muy contenta de tener el brazo de Xena sobre sus hombros
mientras bajaban los escalones del salón de baile y cruzaban el patio hacia la
entrada principal. Hacía frío, y sus botas daban tumbos mientras se las
arreglaba para mantener sus ojos entreabiertos para vigilarlas.
—Oh sí, seguro que sí. Pensé que un tipo se iba a volver loco cuando te
sentaste junto a él.
Subieron los escalones hacia la fortaleza y pasaron a los guardias que las
saludaron. Xena les devolvió el saludo de modo casual, luego giró a la
derecha y se dirigió hacia la escalera de la torre. 515
El ambiente se iba calmando. Los nobles, bien alimentados y bien bebidos, se
encaminaban hacia sus estancias, y los mercaderes y los músicos se estaban
acostando en el patio, las puertas otra vez cerradas contra los lobos y el clima.
El circo había sido divertido. Xena sonrió pensando en los caballos saltarines y
los malabaristas, y en los acróbatas en lo alto, cuyas payasadas habían
cautivado tanto a su consorte. No había ningún indicio de problemas, ni
susurros de matones con dardos, solo una larga noche de juerga y
entretenimiento.
Apropiado.
Olía bien en la cámara. Xena se acercó a una de las mesas descubriendo una
bandeja dolorosamente limpia con una botella de aguamiel y una selección
de pequeños dulces.
Xena los miró mientras vertía una medida de hidromiel en una de las copas.
Gabrielle no tuvo tales dudas y se sentó en la silla junto a la mesa, acurrucando
sus piernas y seleccionando una de las golosinas.
—Solo un poco —dijo—. Creo que quemé parte de esa cena con todas esas
historias.
516
—Uh, huh. —Xena le dio una copa y se sentó frente a ella, extendiendo sus
pies hacia la chimenea—. Todavía creo que tienes lombrices. —Estudió la
forma delgada de su consorte sacudiendo la cabeza—. ¿Dónde Hades metes
todo eso?
Xena se rio y sostuvo su copa esperando que Gabrielle brindara con la suya.
—Por tu lombriz, mi amor —dijo—. Mantenla feliz con todas las golosinas que
quieras. —Miró cariñosamente a su consorte, viendo los ojos verdes claros
iluminarse con simple felicidad. Xena vació su copa y la dejó, luego se levantó
y extendió la mano con la palma hacia arriba—. Vamos a disfrutar la una de
la otra. He querido quitarte esa seda toda la noche.
—Te amo.
Xena miró al suelo y luego volvió a mirarla, una sonrisa burlona apareció en su
rostro.
—Xena, vamos. —Su consorte frotó suavemente sus dedos sobre los nudillos de
Xena—. Eres la mejor.
En el tocador había un cuenco de agua humeante, junto con unas piezas de 517
ropa dobladas cuidadosamente. Gabrielle se acercó y las tocó, mirando a su
alrededor con una sonrisa encantada.
Su consorte sonrió.
—¿Perdicus?
—Sí.
—Me alegra oírlo. —Dejó que la túnica se abriera mientras Gabrielle desataba
sus cordones a cambio. Poniéndose de pie, se quitó la tela de encima y se 518
adelantó, dejando que su cuerpo rozara el de Gabrielle cuando la túnica de
su consorte cayó al suelo—. Porque no quiero que hayas sido nunca de nadie
más que mía. —Observó como se cerraban los ojos de Gabrielle mientras la
rodeaba con los brazos, retrasando el impulso de levantarla y arrojarla sobre
la cama el tiempo suficiente para saborear el abrazo y el apretón de vuelta—
. Me enseñaste a hacer esto, ya sabes.
Oh no.
Todavía se sentía triste por eso, incluso después de todos esos años. Triste por
Ly y por ella misma, ya que él había muerto por ella. Murió por su culpa. Xena
se quedó quieta por un momento. Como casi lo había hecho Gabrielle.
»¿Sabes qué?
—¿Qué?
—Es buenísimo.
Se sentía bien.
Podía saborear el débil residuo de la miel, pero aún más dulce era el amor que
podía sentir en cada movimiento y dejó que se filtrara en ella una sensación
embriagadora que era un poco aterradora pero que no le importaba.
—Xena. 520
—¿Mm?
Xena lo entendió, por fin. Todos los castillos y soldados del mundo no
significaban nada si no tenías algo como esto.
Gabrielle estaba sentada cerca, en la silla al lado del fuego, ya vestida con
su armadura de cadenas y escamas, con el cinturón y su nueva daga atada
a su alrededor y su gran vara cerca.
Estaba oscuro y muy tranquilo. Había antorchas en los ganchos, pero aquí
arriba no había soldados; estaban en la base de las escaleras de abajo y en
la parte inferior de las escaleras de los sirvientes que bajaban a las cocinas.
Hacía frío aquí afuera y Gabrielle se alegró de tener puesta su armadura y
también sus nuevas botas forradas.
—¿Tienes miedo?
—Sí, lo tengo.
—¿A morir?
—No. Nunca he tenido miedo de eso. No puedes estar... —Hizo una pausa—.
No puedes vivir como yo y tener miedo de eso. —Movió suavemente su mano
para ahuecar la cara de Gabrielle—. Es mi alma la que tengo miedo de
perder. Es por eso que te quiero allí. Tú tienes un control sobre ella. —Gabrielle
asintió con seriedad—. Lucha por mí, Gabrielle. No me dejes hacer algo
estúpido, ¿de acuerdo?
—No lo haré —dijo Gabrielle en tono firme—. Pero Xena, no creo que lo 522
hicieras. Alguien me dijo... —carraspeó suavemente—. Cuando estaba herida.
Cuando estaba en ese otro lugar. Alguien me dijo que debería ser fiel porque
tú lo eras. Tú lo eres.
Gabrielle agarró con fuerza su vara y echó a andar con ella haciendo
coincidir sus pasos con los de Xena mientras subían por las curvadas piedras,
dejando el rellano detrás de ellas.
Por un momento hubo silencio, luego el más suave de los trazos resonó cuando
varios cuerpos acorazados entraron en el descansillo inferior desde la escalera
con brillantes y pulidos yelmos y espadas que reflejaban la luz de las antorchas.
El hombre a la cabeza se detuvo en las escaleras superiores y levantó su mano,
ladeando la cabeza para escuchar.
Xena sintió que los latidos de su corazón comenzaban a acelerarse mientras
subía, su atención se centró en la cámara de la parte superior de las escaleras.
La puerta estaba cerrada a diferencia de la otra noche, y no se oía nada ni
se sentía que bajara un poco de aire. Se detuvo en la entrada y se secó las
manos en su ropa de cuero antes de acercarse y abrir el pestillo, empujando
la puerta y entrando.
Gabrielle estaba justo detrás de ella, con una mano apoyada en la espalda
de Xena mientras miraba más allá de ella.
Xena no estaba segura de lo que había esperado, pero lo que encontró fue
su cámara de práctica, con antorchas encendidas en las paredes,
completamente vacía como la última vez que la había dejado el día anterior.
La luz de las antorchas mostraba un suelo de piedra sólida y las ventanas
cerradas, y después de un minuto, se relajó.
»Hmph.
Gabrielle dio unos pasos y se quedó de pie hombro con hombro con ella.
523
—Parece bastante normal, ¿eh?
Sólo una sala. Sólo la cámara de entrenamiento que había usado durante
años perfeccionando sus habilidades y manteniéndose en forma para luchar,
lista para repeler cualquier desafío que este reino le lanzara.
»Parece que nos hemos puesto elegantes y no tenemos ningún sitio a dónde
ir, Gabrielle.
—No creo que se hayan dado por vencidos, Xena —dijo—. Querían hacerte
daño de verdad.
—Sí, pero creo que eran unos cobardes —dijo Xena—. ¿Todos contra mí? ¿En
la oscuridad? ¿En medio de una tormenta? Cobardes.
—Tienes muchos huevos para una mujer mortal —dijo Ares mientras se detenía
a un pie o dos de ellas—. Eso me gusta.
Gabrielle notó que Xena se ponía rígida junto a ella y, por reflejo, le puso la
mano en la espalda, justo en la parte baja, manteniendo la otra mano
firmemente en su vara. Estudió intensamente a Ares, sintiendo la más mínima
sensación de familiaridad al mirarlo.
—Algunos dicen eso —respondió Xena en voz baja—. Otros piensan que estoy
loca.
—Ya los he vencido antes —dijo Xena con su voz decididamente firme—.
Tengo un par de ellos abajo vigilando mi alcoba.
—Es demasiado tarde, Ares. —La voz de Xena sonó casi gentil, ciertamente 525
más tranquila de lo habitual—. Esperaste demasiado.
Gabrielle la miró observando su perfil. Podía ver las fosas nasales de Xena
ensanchadas y sentir la tensión en su cuerpo a través de la mano en su
espalda.
Y ahora, con la cuestión aclarada, Xena se dio cuenta de que nunca había
habido ningún riesgo. Lo miró a los ojos mientras el miedo se desvanecía,
lanzando la oportunidad al viento sin arrepentimiento.
—Bueno, eso es una maldita vergüenza —dijo Ares—. Pero ¿sabes qué? Esas
sombras que enviaron ni siquiera te permitirán llegar tan lejos. Y será una
muerte mucho más dolorosa. —Chasqueó los dedos y una explosión helada
sacudió la estancia—. Hasta la vista. Qué lástima.
Un susurro.
Era la de antes. Gabrielle volvió a oír esa voz, la del lugar gris.
Una flecha se dirigió hacia ella sin previo aviso y, antes de que Xena pudiera
desviarla, tenía su vara levantada frente a ella en un movimiento medio
intencionado y medio instintivo, agachándose y moviéndose a un lado
mientras la flecha pasaba cerca y se estrellaba contra la pared.
Xena la miró.
—No esta vez. Ahora soy algo que puede matarte casi sin esfuerzo. Y lo haré.
—La sombra cambió su atención hacia Xena—. Tu acabaste conmigo. Ahora
yo acabaré contigo.
—¡Gabrielle!
La flecha fue directamente hacia ella esta vez y no tenía tiempo de esquivarla.
Sin embargo, empezó a moverse, luego se encontró levantada y apartada
suavemente fuera del camino mientras un destello de plata pasaba a su lado
y desviaba la energía en la otra dirección.
Entonces Xena pasó junto a ella en un borrón. Su espada golpeó a la sombra
fantasmal de Sholeh y entraron en combate, mientras el resto de la hueste en
la sala se extendía y las rodeaba.
—Disfrutaré de violarla y cortarle la garganta una vez que estés muerta —siseó
Sholeh a Xena—. No entiendes lo poderosa que soy en este lado.
Xena rotó y desvió el golpe, girando y torciendo sus muñecas para enviar la
fuerza hacia su izquierda. Nunca había luchado de verdad contra Sholeh
cuando estaba viva, pero siempre había tenido la sensación de que la perra
sabía qué hacer con una espada.
Aparentemente lo sabía.
El dolor era increíble. Xena respiró hondo y dejó que pasara a través de ella
mientras se mantenía firme en el suelo inclinándose hacia adelante cuando
sus espadas chocaron y terminaron cruzadas por las empuñaduras, llevando
a Sholeh dentro del alcance de su mano y dejándola ver lo que había dentro
de la capa de sombras.
Su corazón casi se detiene al ver ese vacío. Allí solo había una calavera raída,
con trozos de carne y puntitos de luz brillante en las cuencas de los ojos.
Sholeh se rio. Levantó su espada hacia atrás y golpeó con fuerza contra la de
Xena empujando el arma parpadeante hacia su garganta y tirando a su
oponente mientras se abalanzaba sobre ella.
Xena se dejó caer, girándose mientras lo hacía y rodando para salir de debajo
del espectro con un escalofrío que recorría todo su cuerpo. Volvió a ponerse 529
de pie esquivando la espada de Sholeh cuando esta se acercó a su cabeza.
Tomó impulso y estalló sobre la cabeza del espectro mientas barría con su
espada hacia abajo y golpeaba el cráneo bajo las sombras grises.
Un grito furioso llenó el aire mientras daba vueltas y giraba, aterrizando sobre
sus pies y saltando hacia la derecha mientras Sholeh atacaba barriendo con
la hoja, moviéndose tan rápido que Xena apenas podía seguirla.
Difícil.
Pero Xena no dudó. Se giró a medias y pateó a Sholeh en el pecho cuando el 530
espectro se recuperó, poniendo suficiente fuerza para enviar a su oponente
al suelo mientras los espectros se arremolinaban girando y parloteando.
Sin pensarlo, se dejó caer de bruces en el suelo sintiendo que algo pasaba por
encima de su cabeza mientras su visión periférica captaba la vista de flechas
etéreas que azotaban sobre ella y golpeaban contra la pared de piedra.
Ni idea de a dónde tenía que esquivar. Xena se despegó del suelo en un salto
cerrado dando una voltereta en el aire mientras intentaba apuntar hacia
dónde venía la voz que había oído. Escuchó un grito y el sonido de la madera
golpeando algo, entonces aterrizó haciendo una filigrana plateada entre un
vuelo de flechas y ellas dos, azotando la hoja en un borrón que desviaba las
flechas en todas direcciones.
Gabrielle se presionó contra ella respirando con dificultad. Estaban de nuevo
contra la pared, con los espectros dando vueltas en un círculo cerrado
alrededor de ellas.
Xena miró a la fuerza que tenía enfrente y sintió la amenaza helada filtrarse a
través de sus huesos haciéndola consciente de que su fuerza flaqueaba y del
dolor que la drenaba, y sí, de su mortalidad. Solo podría hacer esto durante
un tiempo sin importar lo que su voluntad quisiera que hiciera.
—Gracias.
Ah bueno.
Gabrielle sintió que su corazón se aceleraba. Sabía que venían cosas malas y,
lo que era aún más aterrador, sabía que Xena no podría detenerlas. Aunque
la reina había mantenido a raya a Sholeh, había sido difícil y podía sentir los
escalofríos recorriendo el cuerpo de su amante donde estaba apretada junto
a ella.
Estas no eran personas. Eran algo más allá de eso y Gabrielle sintió una áspera
mezcla de miedo e ira al observarlas.
—Tan injusto —murmuró—. Pero de eso se trata. —Dejó que su voz se alzara
mientras se concentraba en Sholeh—. Pedo de oveja.
Una débil risa recorrió el cuerpo de Xena justo cuando la horda se acercaba
a ellos. Respiró hondo y puso ambas manos en su empuñadura mientras se
preparaba para morir.
Y lo cierto es que, si fueras lo que era ella, ¿no sería en una batalla contra
abrumadoras superioridades cómo querrías morir? ¿En lugar de oxidarte? ¿O
morir en la cama de un poco de fiebre?
En realidad, que tocasen a Gabrielle. Aquí en esta lucha podía pulir su alma
un poco renunciando a sí misma en un esfuerzo perdido por proteger a alguien
a quien amaba.
¿Era Sholeh?
Le había perdido la pista. Todos eran tan aterradores y tan feos que apenas
parecía importar. Pero podía oír la risa, una risa burlona deslizándose a su
derecha, así que dirigió su atención allí y vio una figura oscura cerniéndose
sobre ella a punto de envolverla.
Escuchó a Xena rugir sintiendo que la reina estaba luchando por alcanzarla y,
como en el campo ese día, sabía que no iba a llegar a tiempo. Se las arregló
para levantar su vara entre ellas y, justo cuando lo hizo, sintió una presencia
detrás de ella, y una sensación de avalancha de poder que hizo que todo su 534
cuerpo hormigueara.
—Shh. —Una voz resonó en su cabeza—. Déjame agarrar eso un minuto, ¿de
acuerdo?
Gabrielle soltó la vara y la vio moverse sin ella justo cuando Sholeh la envolvía
y la vara se estrelló contra el cuerpo de los espectros con un extraño y muy
resonante crujido.
Se quedó muy tranquilo por un breve momento mientras esos ecos avanzaban
rebotando en las paredes.
Y ahí estaba.
Gabrielle se presionó contra ella desde atrás, envolviendo sus brazos alrededor
del cuerpo de Xena y abrazándola.
Sin palabras, sin sonidos. Solo esa presión y la emoción detrás de ella que
inesperadamente trajeron lágrimas a los ojos de Xena.
—Lo sé. —Xena reunió los momentos que le quedaban para recuperar toda
la fuerza que pudiera y, entre una respiración y la siguiente, entendió que
probablemente había llegado al final. Igual que Gabrielle—. ¿Tienes ese
cuchillo?
Un suspiro.
—Lo tengo.
—No, no es justo —susurró Gabrielle—. No voy a vivir sin ti, Xena. —Si viniera de
cualquier otra persona la declaración sería simplemente un sentimiento
ridículo. —Xena metió su espada bajo su brazo y levantó las manos tomando
el rostro de su amante con ellas, viendo en esos ojos la absoluta verdad de lo
que había dicho—. Por favor no me dejes —susurró Gabrielle, sus ojos se
llenaron de lágrimas que se derramaban por sus mejillas—. No me importa lo
que nos pase Xena, lo único que quiero es estar contigo.
—Lo sé.
—De ninguna manera —dijo después de una pausa—. Mi alma no es mía para
que pueda darla, o tuya para tomarla, puta escoria de Persia. —Sintió el tirón
de un sollozo atravesar el cuerpo de Gabrielle—. Puedes machacar este
cuerpo, —Xena continuó con voz profunda, segura e inexorable—, pero todo
lo que realmente soy le pertenece a ella. —Inclinó la cabeza y besó a
Gabrielle en los labios, sintiendo el temblor en ellos y saboreando la sal de sus
lágrimas—. Nada puede cambiar eso —susurró centrándose en su compañera
e ignorando todo lo demás—. Nada lo cambiará.
—Voy voluntariamente. —Gabrielle habló por primera vez, girando un poco la 538
cabeza para mirarlo—. Si quieres torturarla allí, tendrás que pasar por encima
de mí para hacerlo.
—Eres tonta —dijo Toris directamente a Gabrielle—. Diez mil quieren torturarla.
¿Crees que puedes detenerlos a todos?
—Estoy segura de que puedo intentarlo —dijo—. Así que Xena tiene razón. Ven
y haz lo que quieras, cabeza de oveja apestosa.
Por un momento, todo quedó en silencio. Luego, con un grito, Sholeh levantó
su espada y se dirigió hacia ellas con el resto de la horda detrás.
Xena solo abrazó a Gabrielle más cerca y cerró los ojos, concentrándose en
la sensación de los brazos que la rodeaban y en el amor. Una bendición
inmerecida.
—Maldición, te amo.
Y la oscuridad las alcanzó. Fluyó sobre ellas y las golpeó como un martillo,
provocando olas de intenso dolor y una sensación ardiente que las hizo caer
de rodillas inmediatamente, mientras un rugido de odio emergía de la horda
al golpearlas.
»Lo siento —logró decir Xena envolviendo a Gabrielle todo lo que podía.
Después, la nube de no muertos rodó sobre ellas y las lanzó contra la pared,
seguido de la oscuridad.
539
Xena era principalmente consciente de tener un tremendo dolor de cabeza.
Abrió los ojos, insegura de dónde estaba o qué estaba pasando. Era
consciente de una superficie fría debajo de su espalda, el calor de otro cuerpo
tendido sobre ella y a su alrededor un silencio sobrenatural.
Darse la vuelta era insoportable. Sentía como si todos los huesos de su cuerpo
estuvieran rotos y su piel desollada, y levantó una mano para mirarla con cierta
inquietud de que encontraría los tendones expuestos.
—Oh —dijo Gabrielle—. Ay.
—Creo que sí —dijo la reina en voz baja—. Estoy muy feliz de que sigas aquí
conmigo.
—Se suponía que nos iban a matar —dijo Gabrielle—. Creo que es lo que
querían —añadió—. No entiendo por qué no lo han hecho.
Xena asintió.
—Sí, yo tampoco. —Estudió su mano no queriendo mirar a los cuerpos—.
Después de todo ese alarde espectral pensarías que nos habrían matado,
¿eh?
—Estoy feliz de que estemos juntas. —Cerró los ojos y presionó su mejilla contra
los nudillos de Xena—. ¿Ya se ha terminado, Xena?
—¡Augh! —Se apoyó contra la pared y echó los hombros hacia atrás,
extendiendo la mano para agarrar a Gabrielle mientras ella hacía lo mismo—
. No me había dolido tanto desde esa maldita emboscada.
541
Gabrielle hizo una mueca y flexionó las manos.
—No creo que alguna vez haya estado tan mal —admitió—, incluso cuando
me molieron a palos aquella vez.
¿Era ese el trato? ¿Las dejaban vivas a Gabrielle y a ella, pero se llevaban todo
lo demás?
—Lo siento —murmuró—. No quería que resultaras herida por mis malditos
enemigos.
A medio camino, Xena sintió que sus rodillas comenzaban a temblar y tuvo un
momento de secreto e intenso miedo, ya que a pesar de sus atrevidas
palabras y su bravuconería de que se enfrentaría a la verdad. su decisión
personal había hecho que los soldados leales a ella murieran de una forma
horrible y dolorosa.
—Huesos —dijo Xena en voz baja—. Solo huesos. —Estudió las reliquias—. Pero
son mis hombres. Mis colores.
—Sí. —Xena estudió el suelo—. Me pregunto si nos dejaron así solo para verme
lidiar con que todos los demás estén muertos.
—Buena pregunta. Guardemos eso para más tarde. —Se dio la vuelta y se
apoyó contra la puerta cerrada y los estudió a todos durante un largo
momento, sin perderse las caras sucias y los ojos hinchados, viéndolos de una
manera que la hacía sentir surrealistamente humilde.
¿De verdad?
»Me alegro de verte, viejo crápula. —Ella vaciló y con un inusual e incómodo
movimiento, dio un paso adelante y lo abrazó.
—Uh. P... —Brendan se quedó congelado sin saber qué hacer. Luego,
vacilante, le devolvió el apretón—. Ah, también me alegro de verla, su
Majestad. —Sus ojos encontraron a Gabrielle más allá del hombro de la reina
y lo que vio allí le hizo sonreír—. Xena, me alegro de que estés bien —añadió
en voz baja—, me tenías muy preocupado.
—Lo mismo te digo. —Xena lo soltó y dio un paso atrás—. Gracias por intentar
venir a salvarme de la mitad del contenido del Hades.
»Anoche ocurrieron algunas cosas brutales ahí dentro —dijo la reina apoyada
contra la pared—. Me alegro de que ya sea por la mañana.
Xena suspiró.
Los cuerpos del suelo habían desaparecido, ¿los habían dejado allí solo para
burlarse de ella? ¿Darle ese momento de dolor, antes de que escapara y
descubriera la verdad fuera?
Xena suspiró.
—Creo que necesito un trago. —Señaló las escaleras—. ¿Queréis uniros a mí?
—Extendió una mano hacia Gabrielle y esperó a que su consorte la agarrara,
luego dirigió el camino bajando los escalones.
—Quiero saber lo peor —dijo Xena mientras cruzaban las puertas principales
hacia la fortaleza y pasaban a través de ellas.
—Buenos días, sus Majestades —les saludó de la manera más normal—. Han 546
madrugado mucho esta mañana. ¿Debo decir en la cocina que preparen su
desayuno?
—Majestad, lo haré. —Se dirigió hacia las cocinas en un trote decidido y ellos
continuaron hacia el gran salón.
Lo hicieron.
—Bien.
547
Brendan estaba sentado a su izquierda, ya que Gabrielle estaba sentada a su
derecha. Parecía cansado y apaleado, con las manos desnudas y
magulladas descansando sobre la mesa.
Bien.
Tal vez toda esta mierda está sucediendo por eso. Para enseñarme a ser un
ser humano.
»Perdona que te haya hecho pasar una noche del Hades, Brendan —dijo—,
no fue mi intención.
Él sonrió brevemente.
—No, no lo era —estuvo de acuerdo—. Sin embargo, valió la pena ver esa
puerta abierta esta mañana. —Él la miró—. Parecías un poco agotada.
—Lo estoy —admitió Xena con un suspiro—. No he estado tan cansada desde
la última vez que me patearon el trasero en la batalla. —Levantó la vista
cuando los sirvientes de la cocina entraron a raudales con bandejas de
cerveza mañanera y comida. Vio que la actitud de Gabrielle se animaba a
verlos y sonrió—. Daos prisa antes de que Gabrielle empiece a darle mordiscos
a la mesa.
Gabrielle tenía las piernas cruzadas debajo de ella y estaba apoyando los
codos en las rodillas.
—No dejes que me duerma de todos modos. —Tomó una jarra de cerveza y
un gran pedazo de pan con huevos en rodajas y carne de venado—. Chico,
esto tiene buena pinta.
En realidad era difícil pensar en lo que les había sucedido. Los recuerdos de la
furia y las sombras se estaban desvaneciendo, solo los dolores le hacían darse
cuenta de que había pasado por esa prueba. Una rápida mirada a Xena le
dijo que la reina estaba tan agotada como nunca antes la había visto, y pensó
que tal vez después del desayuno tendrían la oportunidad de ir a sus 548
aposentos y descansar un poco.
Y darse un baño.
—Gabrielle. —Brent había terminado a su lado—. ¿Fueron las sombras otra vez,
en la cámara?
—Bueno, era aterrador y oscuro, eso está claro —respondió—. Para ser
honesta, no estoy muy segura de lo que estaba pasando. Había mucho ruido
y estábamos luchando contra algo, y luego todo paró.
—¡Los hubo! —protestó Gabrielle—. Fue tan aterrador. —Su voz se redujo a casi
un susurro—. Eran tan espantosos.
Los hombres miraban a Xena con los ojos muy abiertos. La reina abrió la boca
para rechazar los actos de héroe de pacotilla y luego tuvo que detenerse y
pensar. Cerró la mandíbula con un chasquido porque se dio cuenta de que
lo que Gabrielle había dicho no solo era cierto, sino que era comedido.
Eran espantosos. Daban miedo como Hades, y había tantos que ni siquiera
podría haberlos contado si hubiera sido capaz de verlos.
Recordó la oscuridad y el sentir que toda su piel ardía por el dolor. Recordó a
Gabrielle de pie a su lado, respirando con dificultad y su cuerpo temblando.
Recordó haber sentido la avalancha de oscuridad cuando se acercaba a
ellas y luego el dolor al golpearlas y derribarlas a los dos, y su espalda
golpeando la pared...
¿Y después?
¿Por qué no habían muerto? ¿Por qué los no muertos no se la habían llevado? 550
Llevárselas mientras estaban de pie, abrazadas, entrelazadas en un abra...
“Voy voluntariamente”.
Hm.
Xena le sonrió y vio una sonrisa aparecer en su rostro de vuelta. Nunca había
prestado mucha... bueno, ninguna atención, a las tradiciones de los dioses, en
sus primeros años de vida nunca lo hizo y después de que comenzó a luchar,
nunca había tenido el deseo o la necesidad.
—Brendan, maldita sea sí sé si se han ido o no, pero me parece que anoche
tuvieron la oportunidad de tomar lo que pensaban que podían tomar y no lo
hicieron —dijo—. Tal vez descubrieron que era más difícil de lo que pensaban.
—Teniendo en cuenta que eras tú. —Brendan logró sonreír—. No hay nadie
más difícil.
Xena lo reconoció. No siempre era la brasa más brillante en el fuego, algo que
solo se reconocería a sí misma, pero era dura y obstinada y nadie lo sabía
mejor que ella.
—Me gustó cuando le dijiste a Sholeh que tu alma no era tuya para darla. —
Gabrielle habló de repente con una sonrisa cansada en la cara—. O algo
parecido.
En fin.
Sacó de su mente su cara roja. Miró hacia abajo y estudió sus manos, una de
las cuales estaba cuidadosamente encerrada en la de Gabrielle y suspiró.
Luego se aclaró la garganta.
—¿Por qué no vais todos a descansar un poco? —dijo—. Y... eh... supongo que
deberíamos empezar a planificar ese viaje a las montañas.
—Hm. —La reina inhaló y parecía a punto de ponerse de pie cuando las
puertas del salón de banquetes se abrieron y dos de sus guardias entraron,
avanzando hacia ella de una manera decidida—. De alguna manera, creo
que tendremos que posponer la siesta por un tiempo. —Suspiró y apoyó la
barbilla en el puño cuando los guardias llegaron hasta ella—. ¿Qué pasa?
—¿Qué te hace pensar que son ellos? —le susurró Gabrielle al oído.
—Dilo de nuevo —le ordenó Xena, sintiendo que la invadía una oleada de
atontamiento. Esperó a que su consorte obedeciera, luego se rio entre
dientes—. Me encanta cuando me susurras al oído.
—Xena.
—Y cuando dices mi nombre. —La reina se rio de nuevo—. Creo que son persas
porque llevan cimitarras curvas y tienen un transporte real con ellos. —Señaló
las palabras—. ¿Ves esto? ¿Caja de color rojo y dorado entre un buey?
Gabrielle parpadeó.
—¿En serio? —reflexionó Xena—. Bueno, Philtop me dijo que estaban por aquí
—dijo—. Que alguien vaya a buscar a los lacayos de Philtop. Es hora de reunir
a todos los mentirosos en una sala y ver qué tenemos aquí.
La reina sonrió.
—Todavía no —dijo—. Puedes irte al catre si quieres. —Giró la cabeza y miró a
su consorte, viendo claramente la mirada de obstinado desacuerdo en esos
ojos—. O no. Eres adulta y puedes hacer tus propias elecciones.
Xena suspiró.
—Era una cautiva de guerra, nos dijo Sholeh. —Gabrielle habló—. Su madre,
quiero decir. ¿Era cierto?
Lakmas asintió.
—Era cierto. El rey la tomó cuando invadió Chin y ganó grandes tierras allí. Lao
Ma, se llamaba. Él la trajo de vuelta y la obligó a acostarse con él, pero solo
dio a luz a Sholeh y luego murió.
—Hm. —Xena apoyó los codos en la mesa—. ¿Pensaban que era una
hechicera? ¿Una mujer de magia?
—Seguro que sonaba como ella —confirmó Gabrielle—, pero era muy 555
desagradable a la vista. Quería llevarse a Xena.
Lakmas asintió.
—Lo sé. Pero aún no habría creído lo increíble que eres a menos que lo viera
—dijo—. Él pensaba que las mujeres eran inútiles excepto para hacer bebés y
cocinarle la cena.
—Espera un momento. —Cruzó las manos sobre la mesa cuando los nobles se
acercaron, y Brent regresó con Jellaus siguiéndolo de cerca. La multitud se
arremolinó con interés y ella les devolvió la mirada—. De hecho. —Se levantó
y puso las manos en sus caderas—. Lleva a estos tipos de vuelta a mi sala de
audiencias —le dijo a Brent—. No tiene sentido que se levanten todas las
liebres en un solo sitio, ¿no?
—El solo hecho de estar contigo me hace sentir mejor —admitió—. ¿Los persas
vienen para atacarnos?
—Puaj.
—Sí, yo siento lo mismo. —Colocó su brazo sobre los hombros de Gabrielle—. 557
Tengo ganas de empacar a todos y cabalgar por las montañas. ¿Ese viejo
verde quiere este lugar? Vamos a por él.
—Tal vez puedas disuadir a ese viejo bastardo de ello. Probablemente solo le
daré un puñetazo.
Lo habían hecho bien Xena y ella. Después de que había rechazado al Dios
de la Guerra y todo eso.
Lo había hecho.
Leal a ella.
Justo como le había dicho la voz en la sombra. Y como también le había dicho
la voz, había sido leal a Xena y había permanecido a su lado, había estado
dispuesta a morir e ir a donde quiera que fuese Xena, incluso si era a una
eternidad de dolor en el Tártaro.
Intentó imaginar cómo habría sido. Estaba segura de que hubiera sido
desagradable. Pero también estaba segura de que no importaba lo malo que
fuera, el solo hecho de estar allí con Xena y sostener su mano, hubiera hecho
que todo estuviera bien.
Así que ahora los persas, tal vez, venían aquí para pedir algo. O exigir algo. O
gritarle a Xena o...
¿Y si el persa realmente estuviera allí para ofrecer el rescate que la reina había
pedido? Tal vez él valoraba a sus hombres como lo hacía Xena, después de
todo.
Miró a Lakmas que estaba de pie como una estatua al lado de la puerta,
completamente armado y se preguntaba qué haría si eso ocurriera.
—¿Ggggabrielle?
Uh, oh.
—¿Sí?
Xena la estudió.
—Ajá.
—Majestad, con todo respeto hacia usted, su misión era honesta. Nuestros
cultivos se malograron, nuestra gente se enfrenta al hambre. Nada de eso es
mentira.
—¿Perdón?
—¿Por qué? —Gabrielle estaba contenta de quedarse detrás de su mesa de
trabajo, con los codos apoyados manteniendo su cuerpo tan quieto como
podía. El dolor empezaba a molestarla de verdad y sintió que su
temperamento reaccionaba un poco en respuesta—. Quiero decir, a nadie
más le ha pasado. No es lo que hemos oído. Ha sido un gran año de cosecha
para todos los demás. Entonces, ¿qué ha pasado con la vuestra? —Él
permaneció en silencio. Xena paró sus pasos y se volvió para mirar a su
consorte con interés—. Cuando era pequeña —dijo Gabrielle—, mi familia
eran granjeros arrendatarios que criaban ovejas. Si fuéramos los únicos cuyas
ovejas murieran, creo que el terrateniente le habría hecho la misma pregunta
a mi padre. ¿Qué pasó? —Él continuaba mirándola fijamente—. ¿Qué hicimos
mal? —aclaro Gabrielle—, porque las ovejas son bastante robustas y no se
desploman a menos que metas la pata y dejes que los lobos lleguen hasta
ellas o no mantengas su lugar limpio y todas enfermen. Así que, ¿qué salió mal?
Xena giró sus ojos hacia el lacayo levantando las cejas y se cruzó de brazos.
—Solo tuvimos mala suerte. —Rehusó mirarla a los ojos—. El clima... las
561
langostas... no lo sé.
—¿No sabes por qué tus cultivos se malograron? —repitió la reina—. ¿Philtop
no preguntó? ¿Simplemente aceptó carros vacíos? ¿En serio? —Melchus
permaneció en silencio—. Eso no cuadra, ¿verdad, Gabrielle? —Xena se volvió
hacia su consorte, que estaba negando con la cabeza solemnemente—. Él
sabía que yo preguntaría... ¡Hades! sabía que enviaría a alguien para que lo
verificara. Entonces, ¿cuál es el problema, Melchus? —Caminó hacia donde
él estaba parado—. Tal vez él no cuestionó lo que había pasado, pero nadie
en su sano juicio pensaría que yo no querría saberlo. —Miró a Gabrielle—. Con
el tiempo —admitió al ver el fantasma de una sonrisa revoloteando en la cara
de su amante. Luego se concentró más en ella viendo la postura tensa y
dolorosa—. Te diré algo, Melchus. Piensa en eso por un par de minutos mientras
tengo una conferencia privada con aquí mi inigualable.
—Supongo que el té dejó de hacer efecto —dijo—. Se puso mejor por un rato.
—Creo que puedo organizar todo eso. —La reina le quitó la túnica y luego
desabrochó las correas que sujetaban la armadura de escamas,
levantándola y poniéndola a un lado.
—Ungh. —Gabrielle tuvo que cerrar los ojos mientras el calor del fuego y la fría
brisa en la alcoba luchaban por penetrar su camisa de lino—. Eso ya se siente
mejor. —Cuando llevaba la armadura puesta, no parecía pesada, pero ahora
que se la había quitado y la presión ya no estaba contra su piel, se sentía casi
más ligera que el aire.
—Apuesto a que sí. —Xena pasó gentilmente sus dedos a través del
despeinado cabello de Gabrielle—. Por cierto, gracias. Pescaste al pequeño
bastardo afuera. —Desató los cordones de su camisa y la aflojó, sacándola
por la cabeza y dejando a Gabrielle con sus polainas y vendas.
Dio un paso atrás y miró hacia abajo, luego se detuvo, una corriente de
conmoción recorrió su piel mientras inhalaba bruscamente.
»Hijo de puta.
Xena sintió como si le hubieran quitado el aire al ver la telaraña de líneas rojas
y estridentes, como si Gabrielle hubiera sido azotada sobre cada centímetro
de su cuerpo.
Eso dejó la cámara exterior en paz. Xena esperó un momento para ver si algo
cambiaba, luego volvió a meter la cabeza dentro y cerró la puerta.
—Seguro. —Xena se movió detrás de ella y exhaló tristemente al ver las marcas
a lo largo de la espalda de su consorte—. Esperarán. —Se inclinó hacia
delante y encontró un lugar despejado, plantando un beso en él—. El
escuadrón de bastardos no está atravesando mis puertas, Gabrielle.
—¿Los vas a dejar ahí fuera sentados mientras tomamos una siesta? —
Gabrielle sintió que el dolor intenso comenzaba a desvanecerse ahora que
estaba, en su mayor parte, sin ropa y Xena estaba cuidándola—. ¿De verdad?
¿Eso no hará que se enojen?
—Estoy segura de que será así, pero no me importa. Finalmente aprendí algo
en el último par de días. —La reina apoyó el codo sobre su rodilla mientras
hacía girar el taburete y para encontrarse con los ojos de Gabrielle—. Descubrí
lo que es importante, y somos tú y yo. No este lugar, ni este reino, ni siquiera mi
ejército.
—Siempre me sentí así por ti —dijo—. Siempre lo has sido todo para mí.
—Ah.
—Me convencí a mí misma de que si tomaba a los hombres y los hacía venir
detrás mío, te liberarías y... —Xena hizo una pausa—. Y fue la mentira más
grande que nunca he dicho. —Tomó aliento—. El mayor momento de
cobardía de mi vida.
—No eres una cobarde —dijo Gabrielle con tono suave y ronco—. Xena, no
hay nadie más valiente que tú.
—Ahh. —Xena dejó que sus brazos descansaran sobre los hombros de
Gabrielle y tocó su frente con la de su consorte—. Te equivocas. Entonces fui
una cobarde, Gabrielle. Tenía miedo de admitir lo mucho que te necesitaba
en mi vida y cuanto daño me haría perderte, y lo oculté diciéndome que
estaba huyendo porque sería lo mejor para ti.
—No. —La reina suspiró—. Lo sabía. Ni siquiera era lo correcto para mí, no con
mi... —Hizo una mueca y se frotó un punto en el pecho justo encima de su
corazón—. Creo que, si me hubiera quedado en ese barco y hubiera salido
de ese puerto, me hubiera cruzado en el camino de la primera lanza que se
dirigiera hacia mí después de eso.
Y Xena sabía con seguridad en su corazón que eso era verdad. Si cerraba los
ojos podía sentir el recuerdo de ese momento, cuando había expulsado a los
persas por las puertas y se había girado, encontrando la ligera forma de
Gabrielle quieta y esperando en la puerta del establo, simplemente
mirándola.
Simplemente necesitándola.
La tensión de eso era tan visible para los ojos de Xena cuando levantó la mano
y le hizo un gesto y se sintió tan malditamente avergonzada de sí misma. Se 566
había sentido tan pequeña al ver el completo alivio en la cara de Gabrielle y
la dolorosa alegría cuando sus brazos rodearon a Xena.
—Oh.
—¿Qué?
Xena se sentó en una de las sillas cerca del fuego y una oleada de dolor la
invadió. Se recostó en la silla y cerró los ojos mientras Gabrielle terminada de
soltar sus cueros y los dejaba caer.
—Déjame ver si puedo averiguar qué hierbas usaste —dijo—. ¿Qué hizo eso?
—¿Qué piensas? —Xena abrió un ojo y la estudió con ironía—. Recuerdo que
sentí algo arañándome justo antes de que todo se oscureciera y me imaginé
que íbamos... —Respiró con cuidado—. Bueno, creí que te vería en las puertas
del Tártaro. —Sintió un toque cálido y ligero sobre las heridas y luego Gabrielle
se enderezó y pasó a su lado en dirección a los suministros de sanadora que
había dejado en el aparador.
Eso la dejó sola para estudiar sus heridas, y lo hizo, sin negar la sensación de
horror ante el feo desgarro de su carne. Era como si una mano enorme y con
uñas afiladas la hubiera agarrado, hundiéndose en su pecho en el camino
hacia... Xena tocó uno de los surcos con su dedo, que temblaba ligeramente.
En el camino para arrancar su corazón.
Arrancar su corazón.
Xena sintió frío. Se movió más cerca del fuego y se enroscó un poco,
levantando las rodillas y apoyando su antebrazo sobre ellas.
Salvo que, ¿qué les había dicho? ¿Que su corazón no era suyo para dar?
—Tendrás que decirme cuáles son, Xena. Lo siento. No lo recuerdo. —Se sentó
y miró a Xena en cuestión, deteniéndose y parpadeando ante la expresión de
su amante—. ¿Estás bien?
Xena se sorprendió más al ver eso. Levantó la mirada cuando la mujer rubia
volvió, metiendo los dedos en un pequeño cuenco y pintando suavemente la
mezcla de olor picante sobre su piel. Aunque sus propias marcas todavía
estaban rojas y de aspecto doloroso, parecía haberse olvidado de ellas al
concentrarse en la reina.
—¿Por esto? Demonios, Xena... no tienes que darme las gracias por eso. —
Sonrió—. Por supuesto que desearía no tener que hacerlo. Chico, esos se ven
dolorosos. —Hizo una mueca por reflejo.
—Sí, duelen —respondió—, pero creo que habrían dolido mucho más si no
hubieras estado allí conmigo.
La sonrisa de Gabrielle se hizo más amplia y volvió a mirar a Xena con una
expresión feliz.
—Me alegro de poder ayudar. —Se inclinó más cerca usando el lado del
pulgar para extender el ungüento a lo largo de la herida—. Claro que es una
suerte que se detuvieran donde lo hicieron. —Sacudió la cabeza cuando las
marcas de la garra se hicieron menos profundas.
Xena la estudió. Gabrielle parecía no tener idea de que ella podría haber sido
la razón.
Estaba cansada y le dolía todo. Mirar a Xena incluso dolía, porque podía ver
todo el daño en el cuerpo de la reina y podía ver, por la expresión en la cara
de su amante, que también le dolía. Xena parecía tan cansada como ella se
sentía y se acercó un poco, besándole en el hombro.
Xena parecía muy pensativa cuando sintió el toque. Volvió la cabeza y miró
a su consorte.
—No. Ha sido extraño y aterrador. Creo que si estuviéramos por ahí nosotras
solas, tal vez acabaría divirtiéndome más.
571
Xena besó la parte superior de su cabeza.
—Sí, no lo hice tan mal para una chica de campo pastora de ovejas.
Gabrielle escuchó los pasos cada vez más fuertes, luego salió de la cama y se
puso su propia túnica, agarrando su vara y moviéndose silenciosamente por
el suelo alfombrado, se unió a la reina, apoyando su espalda contra la pared
al otro lado de ella.
—Umm. —La reina esperó a que los pasos llegaran al siguiente giro y luego se
deslizó hacia el otro lado de la puerta y la abrió, esperando que las bisagras
del Hades no crujieran más fuerte que las suyas. Después de otro momento de
silencio, ella misma comenzó a bajar las escaleras.
Xena entendía que ella era una mujer valiente. No había ninguna duda en 573
eso, para ella o para nadie más. Pero se volvió y le dio un codazo a Gabrielle
para que subiera los escalones y sintió que el frío le subía por la espalda hasta
que su consorte abrió la puerta de su alcoba y volvieron a estar a la luz.
Gabrielle estaba parada en silencio frente a ella, con las manos juntas
alrededor de su vara.
— Eso ha sido espeluznante —confirmó—. Lo del barco pirata suena cada vez
mejor. —Suspiró y se acercó al baúl de ropa, bajando la hoja y flexionando las
manos—. Te digo una cosa. No te voy a perder de vista. —Gabrielle parpadeó
sorprendida—. Ni por un minuto.
El sol se estaba tornando dorado y se inclinaba sobre el suelo, uno de sus rayos
pintaba el muslo de Gabrielle mientras agregaba un poco de hierbas a su olla
de estofado y lo revolvía.
El olor del burbujeante potaje llenaba la estancia, una espesa mezcla marrón
dorado llena de carne de res y hortalizas de la cosecha, dándole a Gabrielle
algo en que concentrarse que no fueran sombras espeluznantes ni reyes
persas.
Al menos las hierbas que Xena le había dado y ella misma había tomado,
habían aliviado el dolor y ahora solo era un latido sordo que casi podía ignorar.
—Persas, seguro —dijo—. Han acampado justo a este lado del paso, parece
que se quedarán allí toda la noche. —Se quitó su escarcela de malla y se pasó
una mano por el canoso cabello—. ¿Vamos a recibirlos?
—Escuchemos lo que tienen que decir antes de matarlos —dijo Xena—. Nunca
se sabe. Podríamos sorprendernos.
—Diles que son una escolta de honor —dijo ella—. No quiero problemas antes
de que lleguen aquí. Tal vez podamos probar la diplomacia para variar. Eso
debería dejar atónitas las braguetas de todos.
—¿Para qué crees que vienen esos tipos? —Gabrielle revolvió el estofado,
pinchando un trozo de carne con su cuchillo y gruñendo con satisfacción por
su ternura—. Me refiero a realmente.
—Hm —dijo Gabrielle pensativa—. Xena, no estoy segura de que haría con un
establo lleno de ponys. Creo que solo necesito uno. —Removió el guiso de
nuevo—. ¿Qué vamos a hacer si de verdad hay un ejército persa por ahí?
—Luchar contra ellos, —Xena había vuelto a sus pergaminos—, otra vez.
Gabrielle suspiró.
—Agg.
—¿No estás lista para otra guerra, cariño? —preguntó Xena—. Nos lo pasamos
muy bien en la última.
Su consorte sacó dos cuencos llenos de estofado y los llevó a la mesa entre las
dos sillas frente a la chimenea. Los dejó y volvió a por el pan recién horneado 576
y lo trajo junto con su taza de sidra.
Los mismos ingredientes que usaban en la planta baja, pero Xena estaba
convencida de que podía saborear el amor de Gabrielle en cada bocado,
porque el sabor era completamente diferente a cualquier otra cosa que sus
cocineros guisaran.
Completamente cierto.
Incluso cuando Xena se había hecho daño y acabó herida, e incluso cuando
pensaban que iban a tener grandes problemas en la ciudad e incluso...
Gabrielle exhaló.
Incluso entonces ella le había dado la vuelta y hecho que todo saliera bien.
—¿Huh?
—¿Hay algo malo con ese cuenco? El mío esta genial. —La reina estudió su
rostro.
—Xena.
—Oye, cada día es una nueva oportunidad de hacer algo estúpido. —Xena
arremolinó su sidra en la taza y tomó un trago—. Así que tenemos una
agradable y larga noche por delante. ¿Tienes alguna idea para
entretenernos? —Gabrielle mostró su propia sonrisa libertina. La reina se rio 578
entre dientes—. Primero, tengo que hacer un recorrido y establecer la guardia.
Tengo la corazonada de que tenemos problemas de camino y no solo con
papi persa.
—¿Puedo ir contigo?
—¿No te dije que no iba a perderte de vista? —Xena apuró su cuenco vacío—
. No estaba bromeando. —Lamió la cuchara—. Vamos a ponernos el cuero y
el hierro, e ir a patear culos. —Observó a su consorte mirarla a través del
flequillo ligeramente enmarañado pero adorable y sonrió—. Mientras te tenga
cerca, irá bien, Gabrielle. Cuenta con eso.
Para ellas.
Xena no pareció darse cuenta. Dobló una esquina y bajó los escalones
dirigiéndose a una puerta de madera cerrada que los soldados se apresuraron
a abrir para ella.
—Gracias, muchachos. —Continuó por el largo pasillo que iba por debajo del 579
patio y terminó en el cuartel del ejército.
Gabrielle había estado en este túnel una vez. Había seguido a Xena de esta
misma manera en sus primeros días en la fortaleza, cuando una compañera
esclava había sido secuestrada y usada y la reina había tomado severas
represalias por eso.
Gabrielle se preguntó, otra vez, qué harían cuando llegaran los otros persas.
Ella los miraba por el rabillo del ojo, pero sus actitudes eran como las del resto 580
de ellos y no sintió que estuvieran ocultando nada o que no estuvieran
contentos de estar con el resto de los soldados.
»Bien, este es el asunto. —Alzó la mirada cuando Brendan se abrió paso entre
la multitud con Brent a su espalda—. ¿Ha salido la legión?
—Bien —dijo Xena—. Como estaba diciendo, aquí está el asunto. Tenemos
una pequeña... vamos a llamarla misión diplomática, rumbo hacia aquí a
través del paso desde la ciudad portuaria. La guardia dice que son persas.
Lakmas asintió.
—Lo conoció bien, Majestad —comentó con una leve reverencia—. La madre
de Heydar era la concubina mayor de su Majestad y él deseaba el trono para
sí mismo.
—No, ¿en serio? —Los ojos azules de Xena rodaron—. Sabes que él fue quien
la mató, ¿verdad?
Lakmas asintió.
Xena asintió.
—Trató de hacer que me enfrentara cara a cara con él. Creía que podría 581
matarme y recuperar la reputación de los persas.
Xena sonrió.
—No había tentación para mí esa vez. —Cogió un poco de tiza y marcó sobre
la mesa—. Bueno. Así que esta es la dirección de la que vienen los persas. —
Bosquejó en el camino exterior y el paso—. La guardia los contabilizó en cien,
alrededor de una veintena de la realeza y el resto hombres de armas.
—Umm —dijo Xena—. Así que viene con carros, banderas y pompa. —Estudió
el camino—. A estas alturas él sabe que sabemos que está viniendo, o que lo
haremos pronto, así que la pregunta es si él es el foco o solo la distracción.
—Eso es muy raro —dijo finalmente Gabrielle—. ¿Crees que todo era sobre el
tesoro?
—Creo que hizo un trato con los persas y toda esta maldita farsa fue para
mantener nuestra atención lejos de un ejército rodeándonos con la intención
de limpiarnos de la faz de la tierra. —La voz de Xena era tranquila y su rostro
estaba aún más tranquilo—. Creo que están aquí. —Dibujó en las áreas hacia
el oeste, haciendo marcas en dos grandes pliegues en las colinas que
rodeaban esa parte de sus tierras—. Creo que están esperando una señal para
bajar y tomar el valle aquí, y luego continuar y sitiarnos. 582
Brendan la miró.
—Él haría eso —dijo Brent con tono tranquilo—. Su padre fue uno de los
bastardos de mi padre.
—El heredero del viejo trono. —Señaló a Brent—. Al parecer heredó todos los
cerebros de la familia.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Gabrielle después de una larga
pausa—. ¿Vamos a luchar contra todos esos tipos otra vez?
Gabrielle la estudió.
—Sí —dijo Xena—. Así que. —Estudió el mapa—. Ahora solo tenemos que
averiguar qué hacer al respecto.
—Bonito —dijo finalmente—. Si pensara que iba a hacer algún bien, aceptaría
tu ofrecimiento. —Lakmas se inclinó y presionó sus manos juntas—.
Desafortunadamente ya rechacé al único dios útil que conozco, así que
tenemos que encontrar otro modo. —Xena volvió al mapa—. Pero gracias. —
Lo miró y sonrió, guiñándole un ojo cuando se encontró con su mirada—. Me
gusta tu estilo.
Lakmas le devolvió la sonrisa y cruzó sus musculosos brazos sobre su pecho,
concentrando las miradas de admiración del resto de los soldados.
»¿Cómo es el clima fuera, Brent? —Xena estaba estudiando una parte del
mapa atentamente.
—Frío, señora. Hará un frío glacial esta noche, lo sé —dijo Brent—. Podría volver
a nevar, la mayoría no se ha derretido en las tierras altas. Escuché a algunos
de los nobles de aquí, y aquí, —Tocó el mapa con la punta de los dedos—,
hablando de enviar patrullas de vuelta.
—Uh, uh. —La reina gruñó—. Vamos a hacer eso. Envía una patrulla... veinte
quizá... a lo largo del camino occidental y asegúrate de que los terrenos son
seguros. —Trazó un camino—. Usa el camino alto que utilizamos la última vez y
detente aquí. —Señaló un punto.
—¿Solo hasta ahí, Señora? Si subimos por aquí podemos ver las tierras de
Philtop. Podríamos encontrar algo interesante. 584
—Solo hasta aquí —dijo Xena—. No quiero que encuentres nada interesante
en las Tierras Occidentales. Todavía. —Miró alrededor de la sala—. A veces,
simplemente pateas culos —dijo—. A veces, para mantener tu culo lejos de
patadas, tienes que usar algo más que esto. —Levantó la mano y la cerró en
un puño—. Y cruzar los dedos —añadió con una sonrisa de lado—. Venga.
Moveos. No desperdicies lo último de la luz del día. El resto de vosotros,
preparaos para luchar.
Gabrielle exhaló.
—Al menos no somos nosotras las que salimos a buscar a los malos.
—Oye, ¿Xena?
—Oye, ¿Gabrielle?
—¿Sabes qué?
Xena la miró.
La reina se detuvo y saltó hacia adelante cuando Gabrielle chocó con ella
por detrás sin esperárselo. Se dio la vuelta y se enfrentó a su consorte haciendo
caso omiso de la multitud de nobles y sirvientes que todavía deambulaban
por allí.
Xena parpadeó.
—¿En serio?
—Sí.
586
—¿Te gustaba que te llamase pequeño roedor peludo con dientes grandes?
¿De verdad? —preguntó Xena con un tono un tanto asombrado.
Gabrielle asintió.
Xena se estiró y se frotó los ojos. Luego se acercó y le dio unas suaves
palmaditas a Gabrielle en la mejilla.
—Está bien, rata almizclera —dijo—, lo que te haga feliz. Vamos a organizar
algunas tropas del circo y luego podemos irnos a la cama. ¿Vale?
—Vale.
—No mucho —dijo Xena—. Tal vez mañana. ¿Dónde está el tipo al mando?
—Por supuesto. —Se acomodó en una caja y cruzó las manos—. Eso sería
genial. Gracias.
—No creo que tengas un lado malo —opinó la mujer rubia ocultando otro
bostezo mientras se frotaba los ojos.
—¿Por qué no? He sido una perra toda mi vida, es hora de probar algo nuevo
por un tiempo.
Xena consideró esto por un breve momento, luego abrió la boca y dejó que
su lengua se extendiera, emitiendo un sonido jadeante y terminando con un
ladrido corto y agudo.
—¿Estás segura?
—Te amo.
—Yo también te amo —respondió—. Ah, aquí viene el jefe. —Se levantó
cuando el encargado del circo apareció apresuradamente, siendo muy
obvio que acababa de despertar de un profundo sueño—. Perdón por eso.
—¿Majestad? —El hombre se detuvo en seco con una expresión confundida
en su rostro—. ¿La he contrariado?
—Todavía no —comentó Xena—. Aun así, todavía tienes tiempo. —Se recostó
contra la caja—. Así que este es el asunto. El Rey de Persia se dirige hacia aquí
con un grupo de guerreros mortíferos y dementes.
—Ah, ¿de veras? —El hombre juntó sus manos. —¿Qué es lo que desea de mí...
de nosotros, Majestad? —Su rostro estaba angustiado.
Oh.
Gabrielle lo miró con interés. No había sabido a qué se refería Xena cuando
dijo que iba a por soldados del circo, pero esto tenía más sentido que darles
grandes palos y rocas. Le regaló una sonrisa al hombre y él le sonrió de vuelta.
—Bien —dijo Xena—. Lo que sea que tengas que no nos has mostrado aún,
hazlo —dijo—. Ponle al gato un vestido. El acróbata con el trasero en llamas.
Lo que sea que tengas.
Miró más allá de él hacia donde los acróbatas estaban calentando, todos
mantenían al menos un ojo en ella. Luego le guiñó un ojo al encargado y se
dirigió hacia la puerta, con Gabrielle cojeando detrás de ella.
—Sí. —La reina deslizó un brazo alrededor de ella—. Vamos, mi amor. Es hora
de que te acuestes.
—Está bien. —Gabrielle estaba más que contenta de estar de acuerdo con
ella—. Sí, realmente me gustaría descansar —dijo después de una pausa—.
Me siento fatal.
—Yo también —asintió su amante tristemente—. Me siento tan mal que voy a
dejar que mis soldados y capitanes sean soldados y capitanes y dejar que me
protejan esta noche.
—Vaya.
—Mm.
Así que había soldados por todas partes. Gabrielle no había visto tantos
alrededor de sus estancias en todo el tiempo que había estado en la fortaleza,
incluso había un par en la escalera de atrás que conducía a la cocina, y esa
puerta estaba abierta dejando pasar la luz de las antorchas.
Fuera había oscurecido y habían compartido una cena ligera frente al fuego,
los dos permanecían en silencio mientras tomaban sorbos de tazas de té con
menta y miel, conscientes de los preparativos de la guerra que se llevaban a
cabo debajo de ellas.
Los soldados se estaban preparando. Xena estaba sentada con las piernas
extendidas hacia la chimenea, una túnica cálida y gruesa alrededor de ella y
el cabello recién lavado secándose en la tranquila calidez. Estaba escribiendo
algo en pergamino fresco, su olor y el de la tinta, llevaba a la deriva la
consciencia de Gabrielle mientras estaba sentada cerca.
—¿Señora?
—Quiero que esto se haga antes de que los persas lleguen aquí mañana —le
dijo—. Asegúrate de que suceda, Brent, luego descansa un poco. —Extendió
la mano y le agarró el brazo—. Mañana será un largo día.
—Ni nosotros —reconoció Brent—, pero todo está tranquilo esta noche.
—Por ahora. —Xena soltó su brazo y se giró, volviendo de regreso a la alcoba
y cerrando la puerta detrás de ella. Encontró a Gabrielle ya metiéndose en la
cama y la siguió con una sensación de alivio tan intensa que la sorprendió.
—Oye, espérame.
»Esto se siente tan bien. —Gabrielle se acurrucó junto a ella, pero no arrojó su
brazo sobre el estómago de la reina en deferencia a sus marcas de latigazos.
—Mm. —Gabrielle ya estaba cerrando los ojos—. La mía también, pero... —Su
voz se fue apagando mientras se quedaba dormida, su cuerpo se relajó
contra el de la reina.
Era pacífico y se sintió en paz, incluso cuando escuchó los sonidos pausados
de alguien acercándose. Un momento, o tal vez mucho tiempo después, un
cuerpo envuelto en una túnica se sentó a su lado con las piernas cruzadas.
—Hola.
—Lo hiciste —dijo la voz gentilmente—. Fue tu amor el que os protegió a ambas
y simplemente quería hacértelo saber, porque te pedí que fueras fiel y lo fuiste.
—Más de lo que crees, amiga mía —dijo la voz—. Confiar en ti mismo para
amar y no para la espada, es una de las cosas más valientes que alguien
como ella puede hacer.
—Esa es una pregunta complicada —dijo la figura con una sonrisa obvia en su
tono—. Digamos que conozco a alguien como ella desde hace mucho,
mucho tiempo.
Gabrielle sintió que la verdad estaba allí, al oír la nota de cálida y dulce
devoción en las palabras que podía escuchar resonando en su mente.
—Ah. —La figura se movió un poco, apoyando los codos sobre sus rodillas y
arrancando un tallo de hierba para juguetear con él. Sus manos eran visibles
y Gabrielle podía ver que parecían fuertes, y había algunas cicatrices en ellas,
una de ellas curva en el área entre su índice y pulgar izquierdo—. Así que ya
llegamos realmente a la razón por la que decidí venir a visitarte.
—Uh, oh.
Gabrielle lo consideró.
Gabrielle tomó la mano que le ofrecía y sintió unos fuertes dedos apretados
contra los de ella, y por un muy breve momento, vio más allá de las sombras
un par de centelleantes ojos que de algún modo parecieron familiares.
Era cómodo y ella estiró su cuerpo y volvió a acomodarse, luego dejó que sus
ojos se cerrasen y, despacio, fácilmente, los sonidos de la pradera se
desvanecieron mientras dejaba que el sueño se alejara de ella de regreso a
los nebulosos reinos del sueño.
595
Xena fue siendo consciente poco a poco del espacio que la rodeaba,
pasando de dormir profundamente al presente de su cámara de una manera
agradable y relajada. Podía oír el tenue y suave aleteo de la llama de una
vela, y en la distancia, los sonidos mañaneros del castillo se desvanecían.
Mejor de lo esperado.
Luego recordó, una vez más, que casi había sido un punto irrelevante hacía
muy poco tiempo. Que casi había perdido la oportunidad de descubrir lo qué
la madurez iba a hacer con Gabrielle porque casi la había perdido en este
mismo sitio.
Pero no la perdió.
Afortunada.
Sintió que Gabrielle se movía y después respiraba hondo, luego abrió los ojos
y miró a Xena. Una sonrisa apareció de inmediato en su rostro y se frotó la cara
contra el brazo de la reina.
—Buenos días.
—Bastante bien. —Movió los dedos de los pies y luego puso sus manos detrás
de su cabeza—. Aunque he tenido un montón de sueños un poco raros.
—Yo también. —Xena rodó cautelosamente sobre su propia espalda, aliviada
cuando solo sintió un ligero dolor por la presión—. Estaba en un granero,
acariciando a un gato, y un montón de heno empezó a hablarme.
—¿Qué decía?
—¿Oye, Xena?
—¿Por qué siempre dices que eres fea? —preguntó Gabrielle agregando
cuidadosamente hierbas a las tazas en el hogar—. En realidad, no lo eres.
—Lo sé. —Xena se acercó y la vio agarrar la jarra de miel—. Es como me siento
a veces, supongo. —Gabrielle hizo una pausa y giró la cabeza, mirando la
forma de pelo oscuro detrás de ella. Xena cruzó los brazos sobre el pecho y
contempló el suelo de piedra—. Algunas veces... —comentó suavemente—,
me miro en el espejo y me veo como cuando salgo del campo de batalla,
Gabrielle. Toda cubierta de sangre y porquería, con trozos de hueso pegados 598
a mí. —Levantó la vista y se encontró con los ojos de su consorte—. Nunca
parece demasiado atractivo —añadió con una sonrisa de autodesprecio.
—Creo que a los chicos les gusta esa parte de ti —dijo después de una larga
pausa—. Y yo os quiero a todos sin importar lo que estéis haciendo, así que no
me importa.
Gabrielle sonrió.
—¿Me haces un favor? —La reina susurró en su oído—. Ponte elegante
conmigo para este encuentro. —Vio a Gabrielle mezclar la miel en el té—.
Vamos a mostrar nuestro lado guapo para variar.
Ya era mediodía cuando los guardias de las murallas hicieron sonar los
cuernos, lo que significaban que alguien se estaba acercando. Xena se
agachó en el parapeto fuera de sus aposentos y se acercó a la pared,
apoyando los brazos en la piedra y mirando por encima de ella.
599
El sol del invierno se extendía agradablemente sobre la fortaleza, asomándose
por detrás de las nubes perezosamente a la deriva, que prometían más nieve
en un futuro cercano. El viento era frío, pero solo soplaba suavemente y Xena
se alegró de quedarse un momento respirándolo.
Podía ver las puertas y, más allá, justo pasando la curva del río dónde una vez
que había tomado tierra en una balsa improvisada, estaba el camino que le
estaba causando tantos problemas como creía que estaba destinada a
manejar.
Incluso desde donde estaba, podía ver la relajada confianza en sus posturas,
el orgullo con el que el primero de ellos llevaba su estandarte y los tabardos
negros y amarillos que llevaban su emblema.
De repente eso la hizo sentir un poco humilde. Se dio cuenta de golpe de que
todo podría haber salido mal, que el persa podría haber decidido atacar y
quizás matar a sus hombres en lugar de dejar que los escoltaran a él y a su
horda de sabuesos. Pero no se les había ocurrido negarse a cumplir sus
órdenes, su confianza en ella era absoluta.
Absoluta.
—Hola.
—No puedo decirlo. Están uno detrás de otro —dijo—. Pero... hay muchos
menos de ellos que de nosotros, ¿verdad?
Xena observó cómo una línea de sus tropas emergía del cuartel,
abrochándose escudos y armaduras mientras se dirigían hacia las puertas.
—En ese grupo, seguro —le dijo a Gabrielle—. Pero tú y yo sabemos que él
tiene más de dónde vino eso.
¿Por qué iba hacer eso? ¿Era un paralelismo deliberado para demostrar que
él era igual de atrevido que ella? ¿O por estupidez?
Gabrielle sonrió.
—Me gusta mucho cuando dices eso —le dijo a su compañera—, me hace
sentir especial.
—Eso probablemente es cierto —reconoció—. Pero este tipo nunca pensó que
una mujer podría luchar de verdad, ¿no? ¿Debo jugar a eso, o simplemente
voy al grano y demuestro lo contrario? ¿Qué está buscando? —Se apoyó en
el arcón—. No, creo que mi primer instinto fuera el correcto. Voy a ser una reina
esta noche, como si lo considerara mi igual.
—Hmm... —Xena pasó sus dedos sobre él—. ¿Con mi sombrero puntiagudo?
—preguntó—. Y esa capa nueva y elegante, ¿no crees? —indicó el artículo
forrado de piel—. Puedo mantenerla cerrada con ese broche con forma de
caballo.
—Uh oh. —Xena se giró y la miró, con una sonrisa irónica—. ¿Cual?
Se sentía raro decir eso y pensar lo que estaba pensando. Xena tuvo la
sensación de que estaba en un camino que no comprendía y no tenía
ninguna visión de dónde podría acabar y eso no le importaba nada. 602
»Te amo —concluyó liberando a Gabrielle.
—Y um... —Le tendió una mano—. Podrías ponerte esto —añadió un poco
insegura—. Es otro regalo de mi parte.
Xena lentamente dejó caer sus manos a los lados abriendo mucho los ojos
mientras miraba el collar que descansaba en la palma de la mano de su
consorte, los extremos cayendo entre sus dedos.
—¿Sí?
—Sé que en realidad no necesitas más joyas y esas cosas, pero siempre me
estás dando regalos, así que pensé que... —Dejó que las palabras se
desvanecieran al ver las lágrimas en el rostro de la reina—. Realmente no hay
nada que pueda darte que... —Hizo otra pausa—. De todos modos, espero
que te guste.
Xena cerró los ojos y las lágrimas brotaron de ellos, dispersándose en la luz del
sol mientras tomaba aire profundamente y lo soltaba.
—Me gusta —dijo por fin parpadeando un par de veces—. Me encanta. —Se
sentó en el arcón de ropa y admiró las gemas, girando su mano para
mostrarlas a la luz—. Maldición, es precioso.
—¿Algo? —La voz de Xena sonó con un toque irregular en los bordes—. Lo que
me has dado no tiene precio, ¿lo sabes?
Lo sabía.
La gente le hacía regalos a Xena todo el tiempo, y por lo general la reina solo
ponía los ojos en blanco por ello. Pero después, le había gustado mucho el
broche de capa de caballo... sí. Gabrielle miró a la mujer más alta, viendo la
sonrisa en su rostro, mientras miraba el collar. Fue lindo regalárselo.
—Te amo.
—Oh sí. Segurísima de que también te amo. —Xena se rio entre dientes—.
Vamos a vestirnos y a saltar a esa balsa en el río Estigia, rata almizclera.
Desafiemos a ese pez gordo persa.
Brendan sonrió.
—Nada puede vencernos, Xena —dijo—. Pasar por todo lo que hemos
pasado, fue el yunque de los dioses. No nos preocupa para nada ningún rey
persa.
Y eso, pensó Xena para sí misma, era probablemente lo más cierto que había
escuchado en mucho tiempo. Había pasado por tantas cosas y había
superado las dificultades tan a menudo, que le costaba incluso ponerse
nerviosa por enfrentarse al anciano.
El salón había sido despejado y los tapices que colgaban sobre las paredes
estaban decorados de nuevo con sus colores, los escalones que conducían a
su trono estaban envueltos con telas doradas, y el mismo trono tenía una
hermosa e inmaculada piel de oveja que suavizaba sus contornos.
Captó su reflejo en uno de los paneles con espejos y se detuvo,
contemplándolo.
También estaba su nuevo collar. Xena reflexionó mientras la luz brillaba sobre
las piedras que cubrían la parte frontal de su garganta, un contrapunto a su
corona y a las pulseras alrededor de sus muñecas. En realidad, hoy parecía
una reina, y más inusual, estaba empezando a sentirse como una.
Gabrielle parpadeó.
—¿A mí?
—¿Qué son? —Gabrielle alzó la mano para tocar la inusual opresión de los
broches que su amante había puesto en sus sensibles orejas. Xena alargó la
mano, desenvainó su espada y colocó el lado plano delante de Gabrielle
proporcionándole un espejo razonable, aunque mortal—. Oh. —Sonrió
encantada al ver un trabajado metal enroscado alrededor de la oreja y un
trozo de jade colgando de él—. ¡Es tan lindo! —miró a Xena—. ¡Gracias!
—Si esto no se va al Hades en la primera marca de vela, tal vez nos cuentes
una historia más adelante.
—Me encantaría.
Lastay entró. Llevaba una capa forrada de armiño sobre los colores de su 606
familia, y avanzó por la alfombra dorada subiendo los escalones y
acercándose a ella.
—Señora. —Puso una mano sobre su corazón y, por una vez, no hubo un solo
tirón de pretensión en el movimiento—. Mi esposa me pregunta si puede
acompañarla.
Xena lo miró.
—Iré a buscarla.
—Sí. —Lakmas levantó la cabeza y la miró a los ojos—. No quiero que nadie
malinterprete dónde está mi corazón.
Al menos esperaba que así fuera. Ciertamente apestaría que todos los persas
se volvieran contra ella en una gran trama que acabara en un baño de sangre
por todo el suelo recién limpiado y bien pulido.
La cuarta esquina sería ocupada por Gerard cuando llegara con sus invitados,
y los dos asientos al otro lado de Xena albergarían a Lastay y su esposa.
Brent se acercó.
Xena asintió.
—Bien —dijo.
—Lo sé. —La reina se apoyó en el brazo de su trono y también bajó la voz—.
Pero mira, si los vemos o si ellos nos ven, ambos tendremos que hacer algo al
respecto y quiero que esto se resuelva en mis términos y en mi tiempo, no ser
forzada a actuar o forzarlos a atacarnos antes de que estemos listos para eso.
608
Brent permaneció en silencio por un momento, luego miró a Xena con una
mirada irónica y respetuosa.
—Hm. —Xena se echó hacia atrás—. Tal vez debería intentar explicar mis
chapuceras ideas con más frecuencia.
—¿Has dicho algo? —Gabrielle se volvió hacia ella, desde donde había
estado hablando con Jellaus.
—Nah. —La reina negó con la cabeza—. Solo estoy teniendo otro momento
de revelación personal.
Interesante.
No había llamado a los aduladores. De hecho, no había llamado a nadie más
que a sus soldados y a algunos de los nobles que le gustaban a regañadientes
y estaba razonablemente segura de que no se unirían a los persas en un
ataque total contra su pedestal cuando llegaran.
Xena estudió al más cercano de ellos, uno de los terratenientes que había
enviado tributos a su ex general y financiado su campaña para derrocarla.
—Ve y pídele a ese tipo alto de azul y gris que venga aquí por un minuto. —
Xena indicó al noble—. Pídeselo amablemente.
—¿Su Majestad?
—Karas —respondió Xena manteniendo sus manos entrelazadas sobre su
muslo y su cuerpo relajado—, sólo quería hacerte una pregunta.
—¿Qué quieres que salga de esta reunión con nuestros amigos los persas?
Karas inclinó la cabeza hacia un lado un poco. Tenía el pelo rojizo canoso con
barba y bigote aún más canosos, y ojos azul oscuro.
—Podría haber sido útil que yo no fuera tan tonta del culo y que tu hubieras
tenido más pelotas —respondió Xena suavemente—. Pero no has respondido
a mi pregunta.
—Y usted podría haberlos dejado —dijo Karas con valentía—. Escuché lo que
dijo en la sala, Majestad. Que podría renunciar a este lugar y no llevarse nada
más que a su amada. —Agachó la cabeza en señal de respeto hacia
Gabrielle—. Me lo creo. Pero no lo hizo.
Xena sonrió.
—No —estuvo de acuerdo—. Porque bajo toda esa locura del amor, soy una
maníaca homicida a la que no le gusta que alguien mee en su territorio.
—¿En lugar de una borracha enloquecida y una asesina al azar? —Ahora los
ojos de Xena estaban brillando—. ¿Ves lo que hiciste por mí, rata almizclera?
Me hiciste respetable. —Echó un vistazo más allá de él hacia las puertas, en
las que ahora había un grupo de soldados y entre ellos vio a Gerard.
—¿Lo hice? —Gabrielle había estado escuchando con interés—. ¿Solo por
enamorarme de ti? Porque no creo que haya hecho mucho más.
Oh
Xena se sintió divertida, avergonzada, humilde y disgustada a la vez. Eso le
hizo querer estornudar.
Él se retiró a su sitio y llegó el momento. Xena hizo un gesto a Gerard para que
se acercara y le hizo una señal con la mano al guardia. Esperó a que llegara
su asesino favorito y notó las señales de viaje en él.
Gerard asintió.
Xena asintió.
612
—Está bien entonces. —Entrelazó sus dedos—. Vamos a poner esto en marcha.
Abre la puerta exterior y mete a esos bastardos aquí. —Se recostó en su trono
y apoyó las manos en los ornamentados brazos mirando directamente al
frente—. Vamos. Tráelo.
El séquito persa entró con todo el pavoneo pretencioso que le era posible, y
una docena de guardias del rey persa hicieron una gran demostración al
despejar el espacio para que él entrara.
Un hombre bajo de piel oscura y barba puntiaguda, emergió del otro lado.
Los persas que habían venido con él se inclinaron. Los que Xena había
socorrido se quedaron dónde estaban, con las espaldas rectas. Naturalmente,
ninguno de los nobles ni de las tropas de Xena se movieron lo más mínimo.
El rey persa dijo algo que sonó un poco enojado. El intérprete se enfrentó a
Jellaus.
—Su excelencia solo habla como un igual a uno que es un igual. Esta criatura
no es nada de eso.
—Tiene razón. —Xena habló, habiendo agotado la poca paciencia que
tenía—. Él no es mi igual. Así que puede coger su presuntuoso culo y marcharse
de aquí si no tiene nada sensato que decirme. —Esperó a que el intérprete se
descongelara y desbloqueara la mandíbula para repetirlo, girando los
pulgares, uno sobre otro, ociosamente.
—No creo que le vaya a gustar eso —murmuró Gabrielle en voz baja.
—No, yo tampoco —le confió su compañera—. Pero tenemos que poner esto
en marcha o nos perderemos el circo. Quiero ver a ese gato con un vestido.
—Quieto.
—Fuimos invitados —declaró el persa—, por aquellos que piensan que el trono
de esta tierra debería entregarse a otro que no sea básicamente un
campesino bastardo.
»Actúas como si eso fuera un insulto —dijo Xena en tono coloquial—. Para mí
no lo es. Mi madre era posadera. Ni idea de quién era mi padre. Todo lo que
he conseguido lo gané con esto. —Levantó las manos—. ¿Lo quieres? Ven e
intenta cogerlo, porque nadie me regaló nada de esto.
Por el rabillo del ojo vio que sus guardias se ponían rígidos.
—Mm. —Xena se rio por lo bajo—. Sí, eso es lo que tu hija seguía diciendo.
Incluso después de que la derroté, la derroté de nuevo, le arrebaté su ejército
y también los derroté a ellos. —Dio un paso hacia adelante, levantó una mano
y lo señaló—. Después de que usaron el fuego de los dioses, dardos
envenenados y bolsitas para enfermarnos sin una sola onza de honor por
ningún lado. ¿Insecto? —Su voz se alzó—. Ven aquí, cerebro de estiércol…
Ponme a prueba. 615
Él estaba en una encrucijada. Xena sabía que ella misma debería estar
evaluando sus diversos riesgos, pero de algún modo esto no se sentía como tal
y se quedó de pie esperando, consciente de la energía de sus soldados y la
presencia incondicional de Gabrielle detrás de ella.
El persa se detuvo.
—Lo sé. —Xena esperó a que Gabrielle los alcanzara—. Pero si quieres
escuchar la verdad de lo que le sucedió a tu sangre, ella es quien debe
contarla.
Dentro, sobre una mesita lateral, había una bandeja con una jarra de cristal y
copas, llena de un líquido dorado. Xena se acercó y sirvió tres copas,
cogiendo una y entregándosela Gabrielle.
—No eres como me contaron —comentó—. Queda por ver cuál es mentira.
El asintió.
Xena sabía que también había verdad en eso, pero era una verdad sesgada.
—Eso no es cierto. —Gabrielle habló por primera vez—. Xena es una gran reina.
Fueron a ti porque ella valoraba a todos sus súbditos, no solo a ellos. Ella se
preocupaba por su ejército y por sus siervos más que por sus nobles.
El hombre la miró.
617
—Tú eres la narradora.
—Mi hija te ofreció un puesto con sus tropas —dijo el persa—. En la última nota
que me envió, me contó sobre sus éxitos y tu rendición.
Miró al rey persa y por una fracción de segundo, él la miró y ella vio dentro de
sus los ojos. 618
Él no había pedido nada y sin embargo, en ese momento, Gabrielle supo que
era la hora, el momento para marcar la diferencia. Ella se acercó y se sentó
junto a él esperando que sus ojos la siguieran y se posaran en ella.
—Sé lo que se siente al perderlo todo —dijo en voz baja—. Perder a tu familia
y estar solo incluso cuando estás rodeado de otras personas.
»Todo lo que ella quería era hacerte sentir orgulloso de ella —continuó
Gabrielle pasado ese momento—. Quería demostrar que era hija tuya y, a
pesar de que nos hizo cosas malas, sigue siendo triste que no haya podido
terminar de manera diferente. —Se estiró y tocó su mano, viendo más allá de
quién era y logrando una conexión con él a nivel humano—. ¿Podemos
resolver esto para que nadie más tenga que sentirse así?
Él giró la cabeza lentamente y miró a Xena que estaba de pie allí con los ojos
ligeramente abiertos y conteniendo la respiración.
—Ella me enseñó todo lo que sé sobre cuánto más difícil es amar que odiar —
murmuró Xena después de una pausa incómoda—. Pero ya sabes, tiene razón.
No derramemos más sangre entre nosotros. No tengo nada más que
demostrar, y tú te has quedado sin cosas que perder.
Él asintió levemente.
—Si no te los hubiera robado a todos —dijo Xena, pero sonriendo para
suavizarlo un poco—. Parece que les gustan las mujeres que saben usar una
espada. —Se encogió de hombros—. Y yo sé. 619
Él asintió de nuevo.
—Tu general que trató con nosotros no parecía pensar eso —dijo el persa con
tono apacible.
—Él descubrió del modo más difícil que estaba equivocado —dijo Xena y
luego hizo una pausa—. Pero puedo perdonarlo olvidando eso, puesto que yo
se lo permití.
—Entre los dos... quiero decir, tres, estoy segura de que podemos llegar a un
plan para salir de esta con nuestros egos intactos —dijo Xena—. Porque amigo,
yo también estoy cansada. Estoy cansada de luchar contra fantasmas y tipos
con dardos, y aduladores, y de tener que enfrentarme cara a cara con dioses
con los que no comulgo. ¿Sabes?
»De todos modos —dijo la reina—, ¿por qué no vamos a almorzar y puedes
venir a ver nuestro circo? Sé el invitado que mis hombres dijeron que eras. —
Ella le tendió una mano—. No seamos enemigos por un rato.
Xena hizo una señal con la mano mientras despejaba la puerta y por toda la
sala los soldados se relajaron y vieron que los nobles sacaban sus diademas de
sus traseros y se relajaban también.
Xena cerró la boca y levantó las manos con una expresión de irónica
apreciación.
—La fe hacia ti me fue dada al nacer —dijo Lakmas con voz sombría—. Pero
la elección de mi edad adulta es prestar mi servicio a alguien cuyo honor está
sellado y en quien confío en absoluto.
—Claro. —Hizo un gesto a Karas, quien había estado parado cerca haciendo
un gran esfuerzo intentando parecer un simple y desinteresado transeúnte—.
Ven aquí. —Si hoy iba a ser una reina, bien podría llevarlo al límite—.
Discutamos todas las posibilidades. —Dio una palmada en la espada a Lastay
y guio al grupo a través de la multitud. Dos de los guardias persas se unieron a
ellos siguiendo con incertidumbre a su rey, mientras dos de sus propios persas,
Brent y Gerard, caminaban con más confianza detrás de su reina y su
consorte.
Gabrielle se recostó en su cómoda silla escuchando toda la charla a su
alrededor, mientras digería lo que había resultado ser un almuerzo un poco
ecléctico pero agradable. Era difícil comprender, realmente, qué tan bien
iban las cosas en comparación con lo que creía que iba a pasar cuando
llegara el rey persa.
—No, hermosa Majestad. Tenemos de otro tipo llamado guepardo, que es más
pequeño y tiene manchas —respondió Lakmas con prontitud—. En el palacio
eran criados de cachorros y utilizados para la caza. También tienen pequeños
felinos, como el que tienes en tus cámaras, pero con un color diferente y
distinta cara.
623
—¿Es bonita Persia?
Lakmas sonrió.
—Tiene su propia belleza, sí. Es seco y muy abierto y tiene desiertos que creo
que son muy hermosos.
—Ey.
Gabrielle se volvió y vio a Xena inclinándose hacia ella. Sin pensarlo realmente,
se medio alzó y besó a la reina en los labios, deteniéndose cuando los ojos de
Xena se abrieron un poco.
—No, estoy bien —respondió Gabrielle—. No quiero empezar a tener hipo. Bebí
dos copas de esa bebida de miel antes.
—¿Te gustan los caballos? —le preguntó al rey persa, sentado en una lujosa y
cómoda silla igual a la de ella a su lado.
—Muchísimo —dijo Cambises—. Los caballos de Persia son los más hermosos
del mundo —declaró y miró a Xena para ver cuál era su reacción.
Xena sonrió.
624
—Ah. Encontramos algo en lo que estamos de acuerdo —respondió—. Hay
esperanza para nosotros después de todo. Vi una reata de esas bellezas del
desierto en mis años más jóvenes y casi me atropellan porque estaba
demasiado ocupada mirando boquiabierta para moverme.
—Cuando era niño los criaba —dijo—. Y mis cámaras de audiencia reales
están colmadas de arte en su honor y gloria.
—No. —Xena contempló su adorno con una sonrisa cariñosa—. Es una réplica
decente de mi caballo de guerra —dijo—. Un regalo de mi consorte. —Miró a
los artistas de circo—. Míralos —asintió con la cabeza hacia el escenario—.
Tienen algunos buenos ejemplares y muy buenos trucos.
Xena apoyó los codos en los brazos de su silla, y se relajó, en su visión periférica
podía ver a Brent y Gerard relajados a cada lado de la primera fila apoyados
contra la pared.
Había un guardia persa detrás de Cambises y otro situado al otro lado de él.
Lakmas estaba situado al otro lado de Xena. Otro de sus persas estaba detrás
de ella.
—Uh, uh, mira. —Xena señaló a los dos caballos que ahora saltaban
corcoveando y se cruzaban en el aire—. Podrías saltar sobre una brigada de
lanzas así y caer sobre ellos. Justo encima de la pared de escudos.
—Realmente no. Solo equilibrio. Yo podría hacerlo. —Las cejas del persa se
alzaron. Su silencioso escepticismo era tan fuerte que Xena podía oírlo
aleteando contra un lado de su rostro—. ¿Podría, Gabrielle?
Gabrielle se recostó en su silla y cruzó las manos mirando al rey persa por el
rabillo del ojo. Parecía estar mirando bastante complacido, pero luego se dio
cuenta de que tenía las manos apoyadas en los brazos de la gran silla en la
que estaba sentado, y que las estaba flexionando y estirando lentamente
contra la superficie de la madera.
Gabrielle dejó su mano donde estaba esperando que significara que Xena
sabía que todo iba a estar bien.
O que Xena sabía que todo iba a estar mal y estaba preparada para lidiar
con ello.
—¿Perdón?
—Huelo el dardo. No lo intentes —dijo Xena con la misma voz tranquila—. Por
un lado, no funciona en mí y por otro, ¿no ha sido tu honor lo suficiente
golpeado como para que rompas las reglas de tu propia cultura sobre la
hospitalidad?
—Ya soy un hombre muerto —dijo—. Y no puedes restablecer mi honor, así que
no hay ninguna razón por la que no deba tomar mi venganza. ¿Dices que no
va a funcionar? Descubramos si toda una vida de estudio de esto lo refuta.
—¿Para qué? —respondió Xena—. ¿Qué consigues?
Los ojos de Xena se abrieron de par en par e inclinó la cabeza para poder
mirar a su insólita protectora.
—¡Oye!
Los soldados se congelaron en el sitio, los persas todos con sus manos en sus
armas y los guardias de Xena también.
—Disculpa.
—¿No lo he hecho? —respondió Gabrielle—. ¿De quién crees que eran las
historias que volvieron a tu ejército a favor de Xena? —Se agarró con fuerza,
poniendo la mayor parte de su cuerpo entre el rey persa y su amante como
pudo—. Sólo detenlo. Ya han sufrido suficientes personas por tu culpa.
Gabrielle podía sentir los latidos de su corazón acelerarse tan rápido que se
estaba mareando. Miró al persa.
629
»¿Qué hace la muerte por alguien?
Él se movió.
Solo Xena permaneció inmóvil, con los codos apoyados en las rodillas y las
manos entrelazadas.
Xena exhaló.
—Tal vez ya han sufrido suficientes personas por mi culpa —preguntó—. ¿No
crees?
—Creo que eres una idiota —comentó el dios—. ¿Por qué quieres morir?
¿Crees que todo es melocotones y nata en este lado? —Señaló al persa—. Él
es el que tiene el problema. Si no te liquida, acaba en su versión del purgatorio.
Así que, ¿por qué le dejas? ¿Te has vuelto loca?
—Tal vez. Tal vez sea mejor para todos si le dejo —dijo Xena sintiéndose
repentinamente muy cansada—. Todo lo que he traído a cualquiera que me
ha importado es dolor y muerte. ¿Qué maldito sentido tiene?
—Oh, snif snif. ¿Qué pasa con ella? —Ares señaló a Gabrielle—. ¿Qué ha
pasado con todo eso de te amo para siempre? Seguro que se lo creyó.
630
Los ojos de Xena se llenaron de lágrimas, pero simplemente negó con la
cabeza.
—Sobre todo por ella. ¿Cuántas veces tiene que enfrentarse a la muerte en
mi nombre antes de que ya tampoco le importe?
—Está bien. —Miró a su alrededor y luego a ella—. Escucha chica. —Se aclaró
la garganta—. No estoy en el negocio de dar consejos, ¿de acuerdo? pero
solo por esta vez, solo esta vez, escúchame. No lo hagas.
—De acuerdo —dijo finalmente sintiendo que algo se liberaba dentro de ella—
. Sí, está bien.
Él dejó caer la diminuta caña para sujetarla con la otra mano, solo para
encontrar que Gabrielle la atrapaba cuando embestía hacia adelante, y sin
pensar, la giraba mientras disparaba su pequeña carga mortal.
El sonido de las espadas saliendo de sus vainas era casi ensordecedor, pero
en un momento, Xena se levantó extendiendo sus manos.
—¡Parad! —gritó lo suficientemente fuerte como para que la oyeran los artistas
del circo y estos se detuvieron sobresaltados y la miraran fijamente, al igual
que el resto de los nobles en el salón.
—Se lo contaré —dijo encontrándose con sus frenéticos ojos—. Les contaré la
verdad de por qué moriste.
»¡Oh!
—No lo sé. —Xena se quedó quieta, envolviendo con sus brazos a su consorte
mientras Brent y otros dos hombres agarraban a los guardias persas y se los
llevaban tirando de ellos—. Lo siento, Gabrielle. La vida sencillamente apesta
la mayor parte del tiempo, supongo. —Dejó que su barbilla descansara sobre
la cabeza de Gabrielle—. Gracias por volverte tan feroz y loca por mí.
Su consorte suspiró.
Brendan se acercó.
—Estás bien, pequeña. —Pasó por encima del cuerpo del rey persa como si
no existiera—. Cabrones.
La reina se rio entre dientes, luego puso dos dedos en su boca y dejó escapar
un silbido.
—¡Seguid con eso! —le gritó al circo—. Aquí estamos todos bien —añadió a los
conmocionados y agrupados nobles que estaban de pie mirando el palco
real—. ¡Sentaos! —El silencio cayó—. ¿Por favor? —Xena soltó las palabras en
el silencio, una sonrisa débil y triste cruzó su rostro. Hizo un gesto a las tropas
para que retiraran el cuerpo del rey y volvió a su asiento con un suspiro—. Ven,
mi amor. —Palmeó su regazo y envolvió a su consorte con sus brazos cuando
aceptó la oferta—. Ya se ha acabado.
Gabrielle permaneció en silencio por un rato. Recordó haber tenido la caña 633
en sus manos, y haber girado instintivamente su extremo lejos de ella y el soplo
del dardo emergiendo.
—Oh, por favor. —Xena golpeó con los nudillos la adorable cabeza rubia de
su amante—. Cuando mates deliberadamente a alguien, te lo haré saber,
¿vale? —Suspiró un poco—. Sé lo que se siente mejor que nadie aquí. Incluso
que él. —Echó un vistazo más allá de Gabrielle, a los artistas de circo
reagrupados.
—Hasta que su ejército se aburra y decida venir por esa cresta, supongo.
La reina suspiró.
—Ni siquiera puedo ver el final de este maldito circo, ¿verdad? —preguntó
lastimera.
—Es una buena noticia —dijo su asesino—. No hay ejército allí. Solo una
disidencia de terratenientes de Philtop, trayéndote tributo. 634
—¿Qué?
—No, su gracia.
—¿Entonces vino aquí solo para tratar de matarme? —Xena arqueó las
cejas—. Qué desperdicio de monedas.
—El honor no tiene precio, oh mi señora. —Lakmas la refutó amablemente—.
De lo contrario, ¿cómo hubieras ganado el nuestro?
—Te aseguro que nunca quise mirarle el culo de una oveja, eso está claro.
Incluso a las más agradables.
Era por la mañana. La luz del sol invernal entraba por las ventanas en la alcoba
de Gabrielle, dándole mucha luz para escribir. Miró hacia el vidrio
emplomado, luego sonrió y volvió a sus garabatos.
Aún era muy temprano. Xena todavía seguía dormida en la alcoba contigua,
tendida sobre la gran cama mientras el fuego recién encendido en la
chimenea, calentaba la estancia.
Todavía había algunas cosas raras en que pensar. Xena todavía estaba
investigando algunas de las cosas que habían sucedido. Pero su reino se había
reducido al negocio de la vida y Gabrielle estaba muy contenta. Habían
arreglado las ventanas y habían ordenado sus estancias, y ella se alegró de
haber vuelto a ellas después de todas las cosas raras que habían sucedido en
la torre.
Sonó un ruido, Gabrielle alzó la vista hacia la puerta y vio a Xena apoyada en
el marco, con los brazos cruzados, mirándola. 636
—Oh, hola.
Xena recogió la taza de té y tomó otro sorbo, contenta de dejar que su cuerpo
se despertara de su profundo sueño a su propio ritmo. Podía oír a Gabrielle
hablando con los sirvientes en la cámara exterior y una leve sonrisa apareció
en su rostro cuando registró el tono de confianza en la voz de su consorte.
Parecía que podría ver madurar a Gabrielle después de todo. Ahora tenía
guardias alrededor de sus aposentos y un consejo con el que se reunía y, tal
vez, todo este asunto de ser la reina realmente no era tan malo después de
todo. 637
Brent estaba esperando, todavía con su capa de viaje sobre de sus hombros
y la evidencia de un duro viaje en él.
—Mm. —Xena señaló una silla junto a la gran chimenea—. Siéntate. —Se
acomodó en el otro asiento—. ¿Qué pasa?
Brent lo consideró.
—Señora, la verdad es que no creo que lo supieran, o... —Levantó una mano—
. Quizás conocían los gustos de su alteza, pero no se dieron cuenta de cómo
los obtenía. Ellos lo honraban. Eso no es una farsa.
—Creo. —Xena juntó sus dedos y golpeó sus puntas contra sus labios—. Creo
que tengo una idea mejor, Brent.
—Creo que es hora de que reclames tu apellido —dijo Xena con tono suave—
. Creo que debes ir a gobernar las Tierras Occidentales.
—Haz de tripas corazón —le sugirió ella—. Y llévate contigo a todas las
personas de aquí que quieren volver a los viejos tiempos. Sigue adelante y
construye tu propio reino, Brent. —Su voz se tornó un poco más seria—. Con mi
bendición.
Él la miró durante un largo momento, luego parpadeó y la luz del sol captó las
lágrimas que corrían por su mejilla.
—Lo sé —dijo Xena—. Pero haz lo mejor para ti también —agregó—. Y lleva a
Gerard contigo. —Alzó de golpe la cabeza y la miró. Ella levantó una ceja con
una expresión tan sarcástica como pudo reunir tan temprano en la mañana, 639
y luego hizo un gesto hacia ella misma—. Se precisa ser uno para reconocer a
otro, amigo.
—Hola Brent. —Le ofreció una taza—. ¿Estás bien? —añadió viendo su cara.
Él exhaló.
Xena asintió.
—Sí. —Notó un sentimiento interno de satisfacción raro en ella—.
Definitivamente es hora de celebrar.
Fue, de hecho, una fiesta. Xena se reclinó en su asiento, casi demasiado llena
para respirar mientras veía a los malabaristas en el espacio despejado lanzarse
pelotas entre sí en intrincados patrones.
La reina la miró.
El enorme salón estaba lleno de sus súbditos y por fin, para variar, de buen
humor colectivo mientras compartían bandejas de comida y odres de vino. El
grupo de las Tierras Occidentales ocupaban una esquina rodeando a su
nuevo príncipe, quien había sido una elección sorprendentemente popular.
Nunca sería una diplomática, al igual que Gabrielle nunca sería una
cortesana. Pero si jugaba bien sus cartas, podría terminar viviendo más tiempo,
amando más tiempo, y ¿qué era lo que él había dicho? Aprovechar al
máximo su mortalidad.
Sí.
Fin
Biografía de la Autora
Libros de la Serie
02 Reina de Corazones