Educacion y Escultismo - Piero Bertolini - PDF Versión 1
Educacion y Escultismo - Piero Bertolini - PDF Versión 1
Educacion y Escultismo - Piero Bertolini - PDF Versión 1
PIERO
BERTOLINl
EDUCACION Y ESCULTISMO
('arta
de
presentación
del
Excmo.
y
Rdmo.
Dr.
D.
Gregorio
Modrego
Casaus,
Arzobispo
de
Barcelona
EDITORIAL
LITÚRGICA
ESPAÑOLA,
S.
A.
SUCESORES
DE
JUAN
GILI
Avenida
José
Antonio,
581
BARCELONA
Del
original:
EDUCAZIÜNE
E
SCAUTISMO
Publicado
por
Edizioni
Giuseppe
Malipiero,
de
Bologna
NIHIL
OBSTAT
EL
CENSOR
I
P.
Serafín
Alemana,
Esteve,
C.
O.
Barcelona,
16
de
octubre
de
1964
IMPRIMASE
Dr.
Juan
Sena
Puio
Vicario
General
POR
MANDATO
DE
SU
EXCIA.
RDMA.
Alejandro
Pech,
Pbro.
Canciller-‐Secretario
Depósito
legal.
B.
33.173
-‐
1964
Edizioni
Giuseppe
Malipiero,
de
Bologna,
1957
E.
L.
E.
S.
A.,
Barcelona
(España),
1964
Es
propiedad
Impreso
en
España
BIBLOGRAF,
S.
A.
-‐
Paseo
de
Carlos
I,
136.
-‐
Barcelona
–
13
Me
han
pedido
unas
líneas
de
presentación
de
la
obra
de
Bertolini
EDUCACIÓN
Y
ESCULTISMO,
traducida
al
castellano
del
original
italiano
por
Oriol
Martorell.
El
interés
que
esta
organización
internacional
scout
y
su
método
merecen
a
la
santa
Iglesia,
la
preocupación
de
ésta
por
la
existencia
de
agrupaciones
escultistas
de
profesión
católica
en
todas
partes
y
la
antigüedad
de
grupos
de
scouts
en
esta
diócesis,
me
obligan
gratamente
a
acceder
a
este
respetuoso
ruego.
El
tema
tratado
en
el
presente
libro
es
de
gran
interés
no
sólo
para
los
escultistas
y
sus
dirigentes,
sino
para
los
pedagogos
en
general.
Al
interés
pedagógico
se
suma,
o
mejor
con
él
se
funde,
un
interés
religioso.
La
práctica
religiosa
esencial
en
el
escultismo
no
debe
entenderse
como
un
conjunto
de
actos;
«el
método
scout,
decíamos
en
nuestra
alocución
a
los
miembros
del
Consejo
de
la
Conferencia
Internacional
de
Escultismo
Católico,
para
que
logre
toda
su
eficacia,
para
que
llegue
su
influencia
a
todo
el
hombre,
invada
todo
su
ser
y
lo
transforme,
no
sólo
ha
de
emplear
bien
los
recursos
naturales,
muy
nobles
y
estimables,
sino
también
los
sobrenaturales
de
la
gracia;
esto
hace
el
Escultismo
Católico,
proponiendo
a
los
jóvenes
educados,
por
encima
de
los
motivos
meramente
humanos,
los
motivos
de
la
vocación
y
destino
sobrenatural;
ofreciéndoles
el
objeto
de
la
caridad
en
la
realización
de
la
buena
obra
diaria;
dando
sentido
asceticocristiano
al
cumplimiento
del
deber,
a
la
observancia
de
la
disciplina
y
a
las
privaciones
de
la
vida
de
campamento;
acercándoles
a
Dios,
Creador
y
Padre,
en
la
contemplación
de
la
naturaleza,
y
finalmente
haciéndoles
sentir
y
vivir
la
Iglesia
en
sus
relaciones
de
comunidad
con
los
compañeros
y
Jefes,
asistidos
y
presididos
por
el
sacerdote
consiliario;
rodeando
el
Altar
a
la
hora
de
la
plegaria
y
del
Sacrificio
eucarístico,
del
cual
reciben,
previamente
purificadas
sus
almas
con
el
Sacramento
de
la
Penitencia,
el
alimento
y
la
auténtica
fuerza
para
la
vida
dura
y
valiente
de
un
buen
scout
católico.
No
hay
separación
posible
entre
la
formación
humana
y
religiosa
en
el
Escultismo
Católico;
la
religiosa
y
sobrenatural
penetra,
invade
y
eleva
todas
las
prácticas
y
ejercicios
del
método,
tan
apto
para
la
formación
humana».
«La
pedagogía
scout
ha
de
ser
una
catequesis
viva
que
ilumine
el
alma
con
la
luz
del
Evangelio
y
forme
el
corazón
con
el
influjo
suave
de
la
gracia
de
Dios.»
Estimamos
que
el
sentido
religioso
del
escultismo
ha
sido
puesto
de
manifiesto
a
lo
largo
de
las
páginas
del
libro
de
Bertolini.
Esta
frase
del
autor
lo
atestigua:
«La
vida
del
scout
es
siempre,
de
una
manera
más
o
menos
consciente,
una
auténtica
conversación
con
Dios,
una
continuada
y
apasionada
búsqueda
del
Infinito.»
Cabe,
pues,
afirmar
que,
entre
scouts
católicos,
esta
vida,
conversación
y
búsqueda
tendrán
siempre
sentido
y
valor
trascendente,
sobrenatural,
es
decir,
irán
iluminadas
por
la
Fe
y
la
Caridad.
Deseamos
vivamente
que
la
presente
obra
contribuya
al
conocimiento
del
acreditado
método
escultista
y
sirva
de
orientación
para
sacerdotes,
padres
y
educadores
y
de
estudio
para
los
mismos
scouts.
PRESENTACIÓN
Los
muchachos
y
jóvenes
inscritos
en
las
varias
organizaciones
scouts
del
mundo
entero
alcanzan
casi,
actualmente,
la
cifra
de
seis
millones.
Si
se
considera
que
la
pertenencia
al
movimiento
es
totalmente
voluntaria,
tanto
para
los
chicos
como
para
los
jefes,
y
que
la
vida
en
el
mismo
comporta
serias
obligaciones,
no
puede
dejar
de
reconocerse
que
el
escultismo
ejerce
una
notable
atracción,
que
consigue
unos
beneficios
y
que
resiste
muy
bien
la
crítica
de
las
personas,
del
tiempo
y
de
las
circunstancias.
El
escultismo
es,
sin
duda
alguna,
uno
de
los
fenómenos
educativos
más
interesantes
de
nuestro
siglo,
por
su
espíritu,
métodos,
extensión,
éxitos
y
el
cariño
que
hacia
él
demuestran
todos
aquellos
que
pertenecieron
al
mismo
en
su
juventud.
Pero
en
contraposición
con
la
importancia
y
vitalidad
de
este
fenómeno,
que
nadie
puede
ignorar,
se
debe
hacer
constar
que
la
gran
mayoría
de
italianos
mantienen
ante
el
escultismo
una
posición
que
va
desde
la
indiferencia,
el
recelo
y
la
burla,
hasta
una
oculta
o
franca
oposición.
Y
sería
muy
interesante
que
los
responsables
del
movimiento
profundizaran
sus
investigaciones
y
hallasen
las
causas
de
esta
oposición,
para
poder
así
aplicar
los
necesarios
remedios
y
correcciones.
Según
nuestro
parecer,
y
tras
simples
observaciones
y
contactos,
he
aquí
algunas
de
las
causas
del
citado
fenómeno:
a) Falta
de
interés
por
parte
de
la
pedagogía
oficial
hacia
el
escultismo
mundial,
debido
a
su
independencia,
según
los
estudiosos,
de
cualquier
obra
que
pudiera
considerarse
clásica;
desinterés
que,
por
otra
parte,
ha
impedido
la
producción
de
una
seria
literatura
pedagógica
sobre
dicho
tema.
b) Falta
de
interés
general,
por
parte
de
los
padres
y
los
dirigentes
políticos,
hacia
los
movi-‐
mientos
encaminados
a
facilitar
una
educación
moral
y
cívica
a
la
juventud,
ya
que
todavía
consideran
a
la
escuela
como
la
única
institución
capaz
de
dar
los
certificados
válidos
para
iniciar
una
carrera,
participar
en
unas
oposiciones
u
obtener
un
determinado
empleo.
c) La
estructuración
de
la
escuela
oficial,
cualquiera
que
sea
su
espíritu,
que
sólo
tiende
a
que
se
adquieran
conocimientos
y
datos,
y
no
valora
ni
considera
como
útiles
las
actividades
formativas
del
tipo
de
las
propuestas
por
el
escultismo.
d) La
inexistencia
en
el
seno
del
escultismo
de
una
presentación
científica
básica,
abierta,
alejada
del
típico
carácter
misteriosófico
y
del
lenguaje
para
iniciados,
que
quizá
mortifica
y
aleja
a
los
que
no
forman
parte
del
movimiento.
e) Cierto
fetichismo,
o
casi
fanatismo,
que
sienten
algunos
dirigentes
hacia
determinados
detalles
concretos
como
finalidad
en
sí
mismos
(por
ejemplo:
tales
y
tantos
nudos,
ni
uno
más
ni
uno
menos),
en
un
mundo
pedagógico
espiritualista
y
activo
que
ya
ha
abandonado
toda
forma
de
positivismo
concreto
al
reconocer
una
más
libre
posibilidad
de
acción
a
los
educadores
y
la
equivalencia
formativa
de
métodos
concretos
distintos.
f) La
impresión
que
tienen
algunos
de
que
el
escultismo
—
con
sus
lemas,
insignias,
uniformes,
etcétera
—
es
algo
exótico
y
pueril,
como
los
disfraces
de
cow-‐boys
que
se
regalan
a
los
chiquillos
por
Navidades
o
Carnaval,
y
que
sólo
sirve
para
los
desfiles,
inauguraciones
y
procesiones.
g) El
severo
juicio
de
aquellos
que,
exigiendo
para
la
juventud
unas
organizaciones
más
directa
e
inmediatamente
dirigidas
hacia
unos
puntos
de
vista
culturales
y
apostólicos,
no
tienen
en
cuenta
el
criterio
pedagógico
que,
durante
la
adolescencia,
centra
sus
esfuerzos
en
las
tareas
formativas
y
de
desarrollo
y
de
las
aptitudes
personales
y
sociales,
sin
abandonar
—por
el
contrario,
ayudando—
las
obligaciones
de
tipo
cultural
de
la
escuela.
h) Finalmente,
una
causa
de
tipo
práctico,
inevitable
y
fatal
cuando
se
trata
de
llevar
al
terreno
concreto
altos
ideales
educativos:
la
inadecuación
de
algunos
jefes
del
movimiento,
ya
sea
por
lo
limitado
de
su
preparación
pedagógica,
ya
sea
por
el
hecho
de
que
todos
ellos
son
voluntarios
que,
cuando
están
adecuadamente
preparados,
muy
a
menudo
deben
abandonar,
por
razones
de
tipo
profesional
o
familiar,
sus
responsabilidades
escultistas.
Todo
ello
da
como
resultado
el
que
un
movimiento
poseedor
de
geniales
conceptos
pedagógicos
y
con
notables
posibilidades
educativas,
viva
a
nuestro
lado
encerrado
en
sí
mismo,
poco
conocido
y
muy
escasamente
valorado
por
la
mayoría.
Una
de
las
iniciativas
que
podrían
ser
útiles
para
remediar
esta
situación,
sería
la
de
escribir
una
presentación
del
escultismo
que
pusiera
en
evidencia,
con
un
lenguaje
a
la
vez
fácil,
científico
y
nada
misterioso,
sus
valores
educativos
esenciales,
tanto
por
sí
mismos
como
en
su
relación
con
el
hom-‐
bre,
su
psicología,
su
vida
y
sus
responsabilidades
personales,
sociales,
profesionales,
morales
y
reli-‐
giosas.
Desde
un
punto
de
vista
editorial
tuvo
dicha
idea
el
benemérito
editor
Malipiero,
de
Bolonia,
que
fue
secundado,
con
finalidades
pedagógicas,
por
el
Comité
Central
de
la
Associazione
Scautistica
Cattolica
Italiana.
Se
convocó
un
concurso
para
premiar
una
obra
sobre
escultismo
—
el
concurso
“Cittá
di
Bologna”,
en
su
segunda
edición
—
y
el
jurado,
bajo
la
presidencia
del
abajo
firmante,
indicó
claramente
en
las
bases
las
características
que
debía
reunir
la
obra.
Entre
las
muchas
presentadas,
el
jurado,
unánimemente,
premió
la
que
resultó
ser
del
profesor
Bertolini,
jefe
scout,
profesor
de
filosofía
en
la
enseñanza
media,
ayudante
en
la
Universidad
de
Pavía
e
investigador
del
problema
pedagógico.
En
su
informe,
el
jurado,
entre
otras
cosas,
decía
:
”La
obra
del
profesor
Bertolini
está
escrita
con
ejemplar
claridad
y
representa
una
sólida
y
profun-‐
da
investigación
sobre
el
escultismo;
además,
está
sabiamente
estructurada,
cosa
que
permite
que
se
interesen
por
el
tema
incluso
aquellas
personas
habituadas
al
estudio
científico
de
los
problemas
pedagógicos.
"El
autor
ha
sabido
escoger
los
motivos
esenciales
del
escultismo
como
movimiento
educativo
integral,
poniendo
de
manifiesto,
de
manera
muy
notable,
su
espíritu,
finalidades
y
posibilidades
de
aplicación
de
sus
principios
a
otras
instituciones
educativas."
A
nuestro
entender
—
y
debido
a
su
riqueza
estructural
—
el
libro
del
profesor
Bertolini
será
útil
e
interesante
para
tres
géneros
de
personas:
dirigentes
del
movimiento,
padres
de
muchachos
inscritos
en
él
y
pedagogos
y
maestros,
en
particular
aquellos
que
tengan
alumnos
comprendidos
entre
los
once
y
los
dieciséis
años.
Principalmente,
será
útil
a
los
jefes
y
dirigentes
del
escultismo
porque
les
ayudará
a
comprender
con
criterio
más
reflexivo,
orgánico
y
profundo,
el
significado
educativo,
el
valor
formativo
y
la
finalidad
humana,
personal
y
social,
de
todas
las
actividades
scouts
y
de
todas
sus
actuaciones;
desde
el
carácter
de
juego
dado
a
la
Pida
scout
a
las
estructuras
orgánicas—
patrulla
y
tropa
—
en
que
viven
los
muchachos;
de
la
vida
en
comunidad
al
contacto
con
la
naturaleza;
de
los
ejercicios
sensoriales
a
la
obligación
de
observar
la
ley
y
la
promesa.
De
una
manera
especial,
los
jefes
tienen
necesidad
de
todo
esto
para
superar
las
desproporciones
entre
las
diversas
formas
de
actividad,
el
empirismo
educativo,
así
como
para
adquirir
la
precisa
libertad
de
iniciativa.
Asimismo,
la
lectura
del
presente
libro
será
también
útil
a
los
padres
cuyos
hijos
están
en
el
escultismo
y
a
los
que
no
han
querido
o
podido
hacerlo.
Les
enseñará
a
tener
presente,
en
su
totalidad,
el
complejo
educativo,
a
cooperar
con
la
labor
de
los
educadores
del
escultismo
o
a
servirse
directamente
de
las
muchísimas
sugerencias
útiles
para
la
obtención
del
deseado
objetivo
educativo.
Además,
les
será
útil
por
otras
dos
razones:
porque
podrán
darse
cuenta
—
por
encima
de
los
juegos,
campeonatos
y
trabajos
manuales
—
del
espíritu
y
de
la
finalidad
educativa
que
el
escultismo
se
propone
respecto
a
sus
hijos;
y
porque,
leyéndolo,
aprenderá
a
conocer
mejor
a
sus
propios
hijos
y
a
darles
un
trato
más
respetuoso
y
eficaz,
mejor
orientado
y
más
de
acuerdo
con
el
de
los
jefes.
En
tercer
lugar,
el
libro
será
particularmente
útil
a
los
maestros,
que,
por
lo
general,
están
dema-‐
siados
atados
a
la
letra
de
los
programas
y
a
la
idea
fija
de
enseñar,
y
que
aquí
encontrarán
una
invitación
implícita
en
dedicar
más
atención,
en
la
persona
humana,
a
sus
aspiraciones
espontáneas
y
a
sus
aptitudes
constitucionales,
indicándoseles,
además,
los
medios
que
deben
emplear
y
el
camino
que
han
de
seguir
para
convertirse,
sobrepasando
el
nivel
de
meros
profesores
en
educadores
eficaces,
con
mayores
medios
a
su
disposición
y
mereciendo
un
mayor
respeto
de
sus
alumnos.
Muchos
maestros,
incluso
entre
el
grupo
de
los
mejores,
quizá
se
escandalicen
y
se
rebelen
contra
la
idea
de
integrar
su
obra
instructiva
con
alguna
actividad
scout;
por
ejemplo,
si
se
les
habla
de
que
el
esfuerzo
para
superar
las
dificultades
de
un
día
de
campamento
o
el
servicio
prestado
durante
una
calamidad
pública,
ayudan
más
a
la
formación
del
carácter
que
no
el
perfecto
conocimiento
teórico
de
la
perifrástica
pasiva.
Como
viejo
comisario
scout,
dedicado
ahora
a
la
acción
didáctica,
me
permito
subrayar
especialmente
este
tercer
aspecto
del
valor
del
presente
libro.
Y
no
sólo
por
motivos
de
índole
general,
sino
también
por
uno
muy
concreto
y
particular.
En
Italia,
la
escuela
a
la
que
asisten
alumnos
de
once
a
catorce
años
respira,
como
todos
los
aspectos
de
la
vida
civil,
un
ambiente
pletórico
de
fervor
renovador.
Y
se
puede
afirmar
que
dicho
fervor
renovador
procede
en
una
dirección
que
le
acerca
al
espíritu
y
a
los
métodos
del
escultismo.
En
efecto,
¡a
escuela
se
propone
renovar
su
didáctica
encaminándola
hacia
un
sentido
más
activo,
tomando
al
alumno
como
centro,
estructurando
la
labor
por
grupos,
y
estimulando
y
orientando
la
investigación
personal.
La
escuela
tiene
en
su
programa
los
trabajos
manuales,
las
actividades
artísticas
y
recreativas,
las
excursiones,
la
orientación
individual
basada
en
las
aptitudes
personales,
el
ejercicio
del
sentido
de
la
responsabilidad,
la
proyección
hacia
la
vida,
etc.
Los
maestros
de
este
tipo
de
escuelas
sacarán
gran
provecho
de
la
Lectura
de
este
estudio,
porque
en
el
aprenderán
principios,
métodos
y
experiencias
utilísimas
para
su
nuevo
trabajo.
* * *
Para
juzgar
y
valorar
exactamente
el
escultismo
es
preciso
saber
penetrar
en
su
espíritu
con
humilde
y
apasionado
ánimo
de
educador,
con
capacidad
pedagógica
e,
incluso,
con
cierta
madurez
de
hábitos
democráticos
personales.
Únicamente
entonces
nos
revelará
el
escultismo,
por
encuna
de
las
limitaciones
y
contingencias
de
las
realizaciones
humanas,
su
gran
riqueza
y
su
genialidad
educativa.
No
quisiéramos
repetir
una
frase
demasiado
usada
en
las
presentaciones
y
recensiones
de
libros,
pero
es
necesario
hacerlo
porque
es
verdad:
el
libro
del
profesor
Bertolini
viene
a
llenar
la
ya
citada
laguna
existente
en
la
bibliografía
scout.
En
efecto,
existen
muchos
manuales
para
jefes,
incluso
algún
pequeño
volumen
con
referencias
genéricas
al
método,
pero
hasta
hoy
no
existía
ningún
estudio
que
presentara
panorámica
y
estructuradamente
el
escultismo
de
una
manera
tan
autorizada
y
completa.
Esta
obra,
aunque
de
carácter
vivaz
y
simplicidad
estructural,
tiene
el
gran
valor
de
presentarse
bajo
un
aspecto
totalmente
científico,
tratando
del
escultismo
no
de
manera
fragmentaria,
sino
como
un
movimiento
educativo
digno
de
la
atención
de
todos,
profesionales
de
la
pedagogía
incluidos.
Lo
completo
y
orgánico
del
presente
tratado,
nace
del
hecho
de
haber
sabido
recoger
todos
los
principios
educativos
del
escultismo
y
haberlos
presentado
ordenados
según
un
criterio
y
una
visión
científicamente
pedagógicos.
Resumiendo,
los
temas
desarrollados
relativos
a
todos
los
problemas
educativos,
son
los
siguientes:
espíritu,
principios
y
finalidad
del
escultismo;
el
escultismo
como
método
educativo
activo
e
integral;
procedimientos
y
métodos
de
la
vida
scout
de
cara
a
la
educación
física,
sensorial,
manual,
técnica,
intelectual,
moral,
social,
cívica
y
religiosa;
la
educación
de
los
jefes;
y
relaciones
entre
el
escultismo
y
escuela.
Esta
breve
lista
da
suficiente
idea
de
lo
completo
del
estudio.
Cerremos,
pues,
esta
presentación
diciendo
que
el
volumen
del
profesor
Bertolini,
además
de
ser
un
magnífico
libro
para
los
scouts
y
sus
jefes,
es
también
un
magnífico
libro
de
pedagogía
que
profesores,
maestros
y
padres
harían
muy
bien
en
leer
y
releer.
Unos
y
otros
realizarán,
a
lo
largo
de
sus
páginas,
un
interesante
viaje
de
exploración,
aclararán
y
modificarán
viejas
ideas,
y
aprenderán
muchas
cosas
útiles
para
su
conducta
particular
y
para
un
mejor
cumplimiento
de
sus
responsabilidades
educativas.
GESUALDO
N OSENGO
INTRODUCCIÓN
Quizá
jamás
había
estado
tan
presente
y
se
había
sentido
tanto
el
problema
educativo
corno
en
nuestros
tiempos.
Se
dice,
apoyándose
en
argumentos
históricos,
que
ello
es
típico
de
los
períodos
de
decadencia:
tanto
más
vivo
cuanto
más
grave
la
crisis.
Sea
lo
que
fuere,
es
indudable
que
la
preocupación
educativa
representa,
por
decirlo
con
palabras
ajenas,
"un
muy
notable
acto
de
conciencia",
indicativo
de
progreso
y
madurez
espiritual.
En
efecto,
gracias
a
la
educación
se
va
preparando
el
futuro
de
los
pueblos
y,
con
ella,
cada
época
intenta
transmitir
sus
valores
e
ideales
de
vida.
Y
no
es
un
lugar
común,
ni
mucho
menos
una
frase
vacía
de
significado,
el
afirmar
que
el
mundo
contemporáneo
y,
en
consecuencia,
la
juventud
actual,
se
halla
en
plena
crisis.
Basta
con
echar
una
mirada
a
nuestro
alrededor,
para
ver
por
todas
partes
instituciones
y
estructuras
sociales
—
demasiado
viejas
para
sobrevivir
—
caer
inexorablemente,
y
para
sentir
presente,
un
poco
en
todos,
cierto
estado
de
malestar
y
de
difusa
inquietud.
Analizar
ahora
todos
los
elementos
de
esta
crisis
sería
demasiado
largo;
limitémonos
a
notar
que
con
relación
a
los
cambios
en
los
contactos
humanos
—
debidos,
en
gran
parte,
al
progreso
técnico
realizado
en
todos
los
campos—,
a
la
formación
de
una
nueva
mentalidad
y
a
los
nuevos
problemas
y
necesidades,
todavía
no
se
ha
dibujado
con
suficiente
claridad
una
visión
del
mundo
capaz
de
satisfacer
los
espíritus
humanos
y
que,
por
consiguiente,
existe
una
gran
desorientación
en
el
modo
de
actuar.
Quien
más
sufre
ante
este
estado
de
cosas
es,
naturalmente,
la
juventud,
incapaz,
por
un
lado,
de
considerar
válidos
los
criterios
de
las
generaciones
anteriores,
y
por
otro,
de
crear
otros
nuevos;
el
resultado
inevitable
son
sus
actitudes
de
desconfianza,
timidez
y
duda,
o,
peor
todavía,
de
cinismo
y
desvergüenza
subversiva
y,
peor
aún,
de
peligrosa
inercia.
He
ahí
por
qué
es
tan
urgente
e
importante
el
abrir
nuevas
rutas
para
el
mundo
de
la
educación,
y
por
qué
es
tan
justificado
el
actual
interés
hacia
la
pedagogía.
Pero
si
algo
se
ha
realizado
ya,
mucho
queda
todavía
por
hacer
y,
mientras,
la
juventud
espera
y,
sobre
todo,
tiene
completo
derecho
a
que
se
la
ayude.
Pues
bien,
ante
esta
situación,
no
puede
ser
más
extraño
el
destino
del
escultismo
y,
de
modo
espe-‐
cial,
el
del
escultismo
italiano,
ya
que
si
por
un
lado
nunca
otro
movimiento
de
carácter
tan
específicamente
educativo
tuvo
éxito
parecido
—
tanto
por
el
número
de
sus
inscritos
cuanto
por
su
entusiasmo
—,
por
otro
lado
continúa
casi
enteramente
ignorado
por
la
gran
mayoría,
incluso
por
quienes,
más
que
nadie,
deberían
conocerlo:
famosos
pedagogos
y
ámbitos
escolares
o
universitarios.
Así
pues,
no
es
raro
encontrarse
con
incomprensiones
y
malentendidos
que
disgustan
a
quien
conoce
a
fondo
el
escultismo
y
no
hacen
ningún
honor
a
quienes
contribuyen
a
su
mantenimiento
y
difusión.
Y
aunque
en
otros
países,
como
por
ejemplo
en
Inglaterra,
Francia
o
Bélgica,
el
interés
despertado
por
este
nuevo
método
educativo
no
se
ha
limitado
al
éxito
práctico,
sino
que
ha
dado
lugar
a
numerosos
estudios
monográficos
y
concretos
e,
incluso,
ha
sido
utilizado
como
tema
de
interesantes
y
discutidas
tesis
doctorales,
es
necesario
darse
cuenta
que
es
indispensable
una
más
atención
y
seria
consideración
hacia
el
escultismo.
Además,
con
cifras
en
la
mano,
debe
reconocerse
que
actualmente
el
escultismo
es
un
hecho
social
que
ningún
educador
y
sociólogo
puede
ignorar.
No
obstante,
debe
reconocerse
que,
en
verdad,
existen
ciertos
motivos
que
justifican,
en
parte
al
menos,
esta
extraña
falta
de
interés
hacia
un
movimiento
que,
sin
lugar
a
dudas,
ha
tenido
un
éxito
inmediato
y
decisivo;
motivos
que,
dejando
a
un
lado
consideraciones
de
tipo
particular
y
concreto
(como,
por
ejemplo,
la
innegable
influencia
negativa
ejercida
en
Italia
por
los
veinte
años
de
régimen
facista),
nacen
en
el
seno
mismo
del
escultismo,
del
que
incluso
me
atrevería
a
decir
que
son
consustanciales.
En
primer
lugar,
es
preciso
admitir
que
entre
aquellos
que
se
ocupan
de
escultismo
y
los
pedagogos
existe
un
mutuo
y,
a
mi
entender,
injustificado
recelo.
Muy
a
menudo
aquéllos
creen
que
para
realizar
una
labor
educativa
y
concreta
tienen
muy
poca
utilidad
los
estudios
de
los
pedagogos
y
de
los
psicó-‐
logos
y
que
son
mucho
más
valiosas
las
observado-‐
nes
prácticas
y
las
experiencias
reales;
por
el
con-‐
trario,
los
últimos
dicen
que
un
método
como
el
escultismo,
fundado
precisamente
sobre
experiencias
reales
y
observaciones
prácticas,
no
posee
un
auténtico
valor
y
no
merece
el
que
sea
estudiado
de
una
manera
seria
y
profunda.
Yo,
en
cambio,
estoy
plenamente
convencido
de
la
validez
de
ambos
procedimientos
y,
más
todavía,
de
la
conveniencia
de
su
compenetración.
Además,
el
mismo
fundador
del
escultismo,
sir
Robert
Baden-‐Powell,
dirigiéndose
de
manera
concreta
a
los
dirigentes
de
su
movi-‐
miento,
precisamente
en
su
libro
Guía
para
el
jefe
de
tropa,
les
exhorta
a
estudiar
la
psicología
de
los
muchachos
para
mejor
comprender
y
conocer
sus
problemas
y
necesidades,
y
aconseja
la
constitución
de
auténticos
”equipos
de
estudio”
con
un
completísimo
plan
de
trabajo.
Pero
el
hecho
real
de
que
el
escultismo
haya
nacido
más
de
consideraciones
prácticas
que
teóricas
y,
sobre
todo,
que
su
estructura
se
haya
ido
levantando
poco
a
poco
y
a
través
de
experiencias
y
ensa-‐
yos
concretos,
no
facilita
su
estudio.
Quien
desee,
de
verdad,
comprender
con
exactitud
y
a
fondo
el
escultismo,
quien
desee
percatarse
de
su
auténtica
eficacia
educativa,
de
su
poder
de
atracción
sobre
el
alma
juvenil
y
de
sus
posibilidades
de
expansión,
no
puede
limitarse
en
modo
alguno
a
un
conocimiento
teórico,
a
una
rápida
lectura
de
las
páginas
de
algún
manual,
a
las
declaraciones
de
uno
o
diversos
jefes
o
a
las
más
o
menos
numerosas
publicaciones
sobre
el
tema,
sino
que
es
necesario,
por
el
contrario,
que
se
acerque
al
escultismo
viviendo
su
vida,
o
sea,
participando
en
lo
posible
en
sus
juegos,
en
sus
excursiones
y
campamentos,
y
en
sus
múltiples
y
variadas
actividades.
Ello
significa,
en
sustancia,
que
existe
en
la
auténtica
vida
scout
una
atmósfera
particular,
un
quid,
en
suma,
muy
útil
desde
el
punto
de
vista
pedagógico,
pero
que
fácilmente
escapa
a
quien
lo
observa
desde
el
exterior.
Pero
todavía
hay
más,
porque
si
vivir
la
vida
scout
es
conveniente
para
quien
desee
conocer
de
verdad
sus
métodos,
es
del
todo
evidente
que
ello
es
absolutamente
necesario
para
quien
intente
aplicarlos,
ya
que,
en
efecto,
no
es
posible
querer
utilizar
el
escultismo
como
medio
educativo
sin
participar
activamente
en
el
mismo.
Y
ahí
radica,
precisamente,
la
mayor
dificultad
con
vistas
a
su
total
éxito.
El
escultismo,
como
tendremos
ocasión
de
ver
más
adelante,
no
sólo
es
un
método
educativo
que,
proponiéndose
determinadas
metas
—
por
ejemplo,
la
adquisición
de
ciertas
aptitudes
precisas
—,
termina
su
misión
una
vez
las
ha
alcanzado,
sino
que
se
propone
ser,
antes
que
nada,
un
sistema
de
vida,
una
manera
de
entenderla,
y,
precisamente
por
ello,
un
método
educativo.
Así
pues,
cuando
se
dice
que
el
educador
debe
participar
activamente
en
el
escultismo,
se
quiere
decir
que
debe
ser
un
auténtico
scout.
o
sea,
haber
aceptado
personalmente
el
ideal
de
vida
que
propondrá
a
sus
muchachos.
Y
de
la
misma
manera
que
se
está
firmemente
convencido
de
que
si
bien
en
modo
alguno
es
posible
educar
—
contribuir
a
formar
hombres
—
sin
tener
un
concepto
muy
claro
del
hombre
y
del
mundo
de
los
valores,
también
debe
estarse
firmemente
convencido
de
que
este
concepto
del
hombre
y
de
estos
valores
no
han
de
ser
simples
afirmaciones
teóricas
o
rígidos
esquemas
a
los
que,
por
fuerza,
se
quiere
adecuar
el
sujeto,
sino
que
deben
ser
realizaciones
reales
y
concretas.
Este
hecho,
que,
como
ya
hemos
dicho
y
es
fácil
comprender,
representa
una
seria
dificultad
para
una
exacta
comprensión
del
valor
pedagógico
del
escultismo,
también
representa,
a
mi
entender,
su
aspecto
más
importante
y
aquel
por
el
cual
debe
ser
considerado
como
particularmente
apto
para
ofrecer
a
la
juventud
moderna
una
puerta
por
donde
evadirse
de
la
crisis
que
la
consume.
De
todas
maneras,
también
sería
ingenuo
y
absurdo
pensar
que
el
escultismo
sea
una
verdadera
panacea,
capaz
de
resolverlo
y
curarlo
todo,
No
obstante,
si
es
verdad
cuanto
decíamos
más
arriba
—
o
sea,
que
la
juventud
siente
la
necesidad
de
unos
ideales
en
que
creer
y
de
una
ruta
que
seguir
en
la
vida—,
también
es
verdad
que
el
escultismo
está
en
situación
de
darle
estos
ideales
y
esta
ruta,
además
de
una
nueva
confianza
en
ella
misma,
condición
indispensable
para
poder
seguir
una
dirección
positiva
en
la
vida.
Cuando
sir
Robert
Baden-‐Powell
ideó
primero,
y
realizó
y
perfeccionó
luego,
su
método,
sólo
se
propuso
como
finalidad
la
de
prestar
una
ayuda
a
los
jóvenes
para
que
se
convirtieran
más
fácilmente
en
auténticos
hombres,
en
auténticos
cristianos
y
en
auténticos
ciudadanos,
basándose
principalmente
en
sus
experiencias
y
observaciones
personales
realizadas
con
los
muchachos
que
le
había
confiado
el
ejército
inglés.
Pero
su
profunda
intuición
y
su
rara
capacidad
para
comprender
los
problemas
del
prójimo
le
llevaron
a
ver
con
extremada
claridad
la
necesidad
de
reformar
todo
el
tradicional
sistema
educativo
sustituyendo
las
viejas
fórmulas
—
en
las
que
habían
dejado
de
confiar
las
nuevas
generaciones
—
por
principios
y
métodos
que
o
bien
habían
sido
ya
anunciados
teóricamente
o
debían
serlo,
poco
después,
por
los
más
insignes
pedagogos.
Un
tal
paralelismo
es,
en
verdad,
muy
significativo
y,
por
ello
mismo,
debe
considerarse
como
la
mejor
prueba
de
la
excelencia
del
método.
Además,
ello
demuestra
claramente
que
el
escultismo
puede
muy
bien
inscribirse
en
el
cuadro
general
de
la
pedagogía
moderna
que,
aparte
cuestiones
de
detalle,
se
estructura
y
agrupa
alrededor
de
algunos
principios
y
postulados
idénticos.
En
primer
lugar,
el
principio
de
la
libertad,
entendido
tanto
como
reacción
a
los
métodos
educativos
tradicionales
—
encaminados,
en
general,
a
imponer
un
tipo
abstracto
de
personalidad
—
cuanto
como
afirmación
de
la
autonomía
del
propio
proceso
educativo;
la
pedagogía,
más
que
adaptar
el
educando
a
unos
esquemas
demasiado
gravosos
v
rígidos,
debe
tender
a
desarrollar
la
naturaleza,
dar
libre
expansión
a
sus
aptitudes,
y
conducirlo
hacia
una
disciplina
y
unas
reglas
libremente
reconocidas
y
practicadas.
En
las
páginas
siguientes,
después
de
un
rápido
análisis
de
la
organización
práctica
del
escultismo
— dedicado
a
aquellos
que
sólo
lo
conocen
muy
superficialmente
—,
me
esforzaré
por
analizar
su
espíritu,
principio
y
fines,
precisamente
en
relación
con
los
principales
problemas
educativos
del
momento,
insistiendo
particularmente
sobre
las
soluciones
originales
propuestas
por
el
escultismo.
Así
pues,
veremos
al
escultismo
como
un
método
de
educación
activa
e
integral,
principios
ambos
que,
si
por
un
lado
permiten
juzgarlo
como
muy
idóneo
para
satisfacer
las
exigencias
pedagógicas
del
mundo
contemporáneo,
por
el
otro
constituyen
su
más
íntima
esencia.
Pero
si
este
libro
nace
con
el
propósito
de
contribuir,
aunque
modestamente,
a
un
más
amplio
reconocimiento
del
escultismo
por
parte
de
los
ambientes
interesados,
debo
confesar
que
él
halla
su
más
profunda
justificación
en
mi
anhelo
de
que
todos
aquellos
que
ofrecen
al
escultismo
sus
sacrifi-‐
cios
y
entrega,
reconozcan
plenamente
la
validez
de
su
labor
y
encuentren
en
él
nuevas
fuerzas
y
renacida
voluntad
para
proseguir
en
su
tan
meritoria
labor.
Como
ya
dijo
Platón,
y
nos
recuerda
el
mismo
Baden-‐Powell,
ningún
propósito
mejor
que
el
de
dar
una
buena
educación
no
sólo
a
los
propios
hijos,
sino
también
a
los
de
los
demás.
Para
mejor
proceder
al
análisis
de
los
principios
y
métodos
del
escultismo,
y,
sobre
todo,
para
evitar
el
peligro
de
no
ser
lo
bastante
claros
con
nuestras
continuas
referencias
a
una
estructura
no
demasiado
conocida,
quizá
será
útil
empezar
con
una
brevísima
referencia
a
la
organización
del
movimiento,
destinada,
tan
sólo,
a
aquellos
lectores
que
lo
desconocen.
ALGUNAS
NOTICIAS
HISTÓRICAS
1 En la bibliografía final pueden verse las referencias exactas de todos los libros de Baden-Powell ( a quien en la terminología usada en el escultismo, es costumbre
designar, únicamente con las siglas BP) y en general, de todos los libros y estudios citados en el presente volumen. - (N. del T.)
2
La palabra Scouting, siguiendo lo que es norma y tradición en los países de lengua castellana, se ha traducido por Escultismo. En cuanto a la palabra Scout, se ha
mantenido invariable, tanto en sus funciones adjetivas cuanto en las sustantivas (refiriéndose a una persona educada en el escultismo, a un miembro cualquiera del
movimiento o perteneciente a la segunda rama, en contraposición a lobato y rover). — (N. del T.)
algunas
formas
desviacionistas
que,
de
manera
peligrosa,
se
apartaban
de
sus
ideas
básicas.
Demasiado
largo
y
alejado
del
tema,
aunque
muy
interesante,
sería
seguir
ahora,
paso
a
paso,
todas
las
etapas
que
tuvo
que
vencer
el
escultismo
para
llegar
a
su
completo
estado
de
madurez.
Baste
recordar
que
el
libro
de
Baden-‐Powell
fue
traducido,
con
gran
rapidez,
a
los
principales
idiomas,
suscitando
nuevos
éxitos
y
entusiasmos,
y
convirtiendo
el
escultismo
en
un
movimiento
internacional;
que
Baden-‐Powell
se
vio
obligado
a
abandonar
su
cargo
de
general
del
ejército
inglés
para
dedicarse
por
entero
a
su
nuevo
cometido;
y
que,
accediendo
a
insistentes
presiones,
lanzó,
en
1913,
el
movimiento
de
los
lobatos
y,
en
1917,
el
de
los
rovers,
cuando
ya
había
aparecido
el
de
las
muchachas
guías.
Se
llegó,
con
ello,
a
la
formación
de
un
Comité
Internacional
que,
además
de
tener
funciones
de
coordinación
y
orientación,
ejerció
la
importante
misión
de
salvaguardar,
en
cuanto
fuese
posible
y
justo,
la
fidelidad
al
método
por
parte
de
las
múltiples
Asociaciones,
diferenciadas
ya
desde
un
principio,
no
sólo
por
la
nacionalidad,
sino
también
por
la
diversidad
religiosa.
También
se
llegó
a
la
organización
de
un
Campamento-‐Escuela,
en
Gilwell
Park
—
al
que
siguieron
otros
parecidos,
dispersos
por
todos
los
países
del
mundo
—,
con
la
delicada
misión
de
preparar
jóvenes
capaces
de
asumir
la
responsabilidad
educativa
dentro
del
seno
del
propio
movimiento,
ya
que
Baden-‐Powell
se
había
dado
cuenta,
muy
pronto,
de
la
importancia
y
trascendencia
del
problema
de
los
jefes,
sobre
cuyos
hombros
debería
descansar
el
auténtico
triunfo
de
su
obra.
La
internacionalidad
del
escultismo
fue
consagrada
por
grandiosos
campamentos
(los
famosos
Jamboree)
que
reúnen
scouts
del
mundo
entero
y
que,
desde
el
lejano
1920
hasta
nuestros
días,
se
han
sucedido
a
intervalos
más
o
menos
regulares.
No
debe
pasar
en
silencio,
tampoco,
el
hecho
de
que
la
tan
meritoria
obra
de
Baden-‐Powell
fue
oficialmente
reconocida
con
la
concesión,
en
1936,
del
premio
Watelet
para
la
paz.
En
1941,
en
el
momento
de
su
muerte,
este
gran
educador
podía
afirmar
que
había
constituido
la
mayor
organización
juvenil
que
recuerda
la
historia.
Su
vitalidad
y
validez,
que
ya
se
habían
hecho
evidentes
durante
la
primera
Gran
Guerra,
también
triunfaron
sobre
los
avatares
del
segundo
y
todavía
más
terrible
conflicto
mundial,
luego
del
cual
el
escultismo
floreció
con
mayores
fuerzas
y
vigor.
Naturalmente,
también
Italia
tomó
parte
en
este
desarrollo
espontáneo
del
movimiento;
en
1912,
con
la
fundación
del
«Corpo
Nazionale
Giovani
Esploratori
Italiani»
(G.
E.
I.),
y
en
1916,
con
la
de
la
«Associazione
Scautistica
Cattolica
Italiana»
(A.
S.
C.
I.).
De
todas
maneras,
debe
reconocerse
que
tanto
la
opinión
pública
como
las
autoridades
oficiales
se
mantuvieron
más
bien
frías,
impidiendo
así
un
mayor
y
más
profundo
éxito.
Después,
en
1927,
cuando
ya
el
escultismo
empezaba
a
desarrollarse
y
a
penetrar
en
todos
los
ambientes
nacionales,
el
régimen
entonces
en
el
poder
prohibió
el
movimiento.
Fue
un
duro
golpe
para
muchos
jóvenes
italianos,
pero
era
un
hecho
inevitable,
puesto
que
en
ningún
régimen
de
tipo
dictatorial
puede
haber
sitio
para
una
forma
de
educación
eminentemente
cristiana,
encaminada
a
la
formación
de
personalidades
libres
y
responsables.
De
todas
maneras,
la
llama
encendida
en
el
corazón
de
tantos
muchachos
italianos
no
llegó
a
apagarse
por
completo,
tal
como
dice
una
canción
de
aquel
tiempo:
Non
morirá
mai
piü
la
fiamma
che
ravviva
la
nostra
gioventü,
non
morirá
mai
piü!
Y
no
fueron
pocos,
durante
aquellos
años
de
servilismo,
los
que
continuaron
clandestinamente
sus
actividades
scouts,
vistiendo
el
uniforme
a
escondidas,
pero
desarrollando
regularmente
sus
salidas
al
campo
y
sus
campamentos.
Con
la
liberación
(1944-‐45),
el
escultismo
renació
casi
por
arte
de
encantamiento.
Muchos
de
los
viejos
scouts
volvieron
a
la
labor
y
se
comenzó
de
nuevo
con
el
mismo
espíritu
y,
sobre
todo,
con
la
absoluta
seguridad
de
seguir
el
buen
camino,
pese
a
que
los
problemas
que
habían
de
resolverse
eran
muchos
y
muy
difíciles.
LA
ORGANIZACION
GENERAL
El
ya
citado
Comité
Internacional
—
al
cual
compete
la
coordinación
del
escultismo
mundial
—
es
elegido,
junto
con
su
presidente,
por
una
Conferencia
Internacional
(compuesta
por
seis
delegados
de
cada
una
de
las
Asociaciones
reconocidas),
que
se
reúne
periódicamente
cada
dos
años
y
que
funciona
en
forma
democrática.
El
Comité
Internacional
está
constituido
por
doce
miembros
elegidos
a
título
personal
y
no
como
representantes
de
tal
o
cual
Asociación.
A
este
Comité
le
son
dados,
en
el
intervalo
de
dos
Conferencias
consecutivas,
los
mismos
poderes
que
a
la
propia
Conferencia.
Pero
como
los
componentes
de
dicho
Comité
residen
en
las
más
diversas
partes
del
mundo,
se
ha
hecho
necesaria
la
institución
de
un
tercer
órgano:
la
Oficina
(«Bureau»)
Internacional,
que
no
es
otra
cosa
que
el
poder
ejecutivo
del
Comité.
En
efecto,
la
Oficina
reúne
todos
los
datos,
los
elementos,
las
eventuales
controversias,
y
hace
una
relación
mensual
de
los
mismos,
que
envía
a
cada
miembro
del
Comité,
quienes
deben
responder
dando
su
parecer
por
escrito,
y,
si
es
necesario,
incluso
en
forma
de
voto.
El
director
de
la
Oficina
es,
por
su
cargo,
miembro
de
derecho
del
Comité.
La
base
del
movimiento
radica
en
cada
una
de
las
Asociaciones
Nacionales,
que
pueden
ser
confesionales
(católicas,
protestantes,
budistas,
judías,
etcétera),
neutras
(como
la
G.
E.
I.
en
Italia)
o
interconfesionales;
por
lo
general,
estas
diversas
asocia-‐
ciones
nacionales
están
reunidas
en
una
sola
federación
(en
Italia,
por
ejemplo,
en
la
«Federazione
Esploratori
d’Italia»:
F.
E.
I.),
que
elige
el
jefe
de
cada
determinada
nación.
Luego,
cada
Asociación
tiene
su
propia
estructura
jerárquica.
En
Italia,
por
ejemplo,
la
organi-‐
zación
de
la
A.
S.
C.
I.
va
desde
una
Comisaría
central
—
formada
por
los
jefes
más
antiguos
y
expertos
—
hasta
las
diversas
Comisarías
regionales,
que,
a
su
vez,
se
subdividen
en
las
más
numerosas
Comi-‐
sarías
de
zona,
en
contacto
directo
con
los
grupos
scouts.
Pero,
además,
existe
una
ulterior
estructura
de
especialistas
en
cada
una
de
las
particulares
ramas
del
escultismo,
como
la
función,
típicamente
técnica,
de
proponer
actividades,
aconsejar
en
los
casos
concretos
y
controlar
la
real
eficiencia
de
cada
unidad.
Toda
esta
estructuración,
que
quizá
pueda
parecer
excesivamente
pesada,
no
debe
causar
alarma
alguna,
ya
que,
lejos
de
tener
tan
sólo
funciones
burocráticas,
es
indispensable
tanto
para
garantizar
una
unidad
de
espíritu,
cuanto
para
dar
el
necesario
impulso
a
una
mayor
difusión
del
movimiento,
gracias
a
la
ayuda
técnica
y
espiritual
ofrecida
a
los
jefes
más
jóvenes
o
más
aislados
y,
principalmente,
a
la
preparación
misma
de
dichos
jefes.
De
todas
maneras,
debe
quedar
muy
claro
que
el
nervio
central
del
escultismo
radica
en
los
grupos
propiamente
dichos,
que
—
en
homenaje
a
la
idea
de
Baden-‐Powell,
según
la
cual
la
eficiencia
de
un
ser
humano
está
en
razón
inversa
a
la
cantidad
de
cuidados
de
que
debe
rodeársele
—
son
tanto
más
eficientes,
por
lo
general,
cuanto
menos
necesitan
de
la
intervención
y
vigilancia
de
sus
comisarios.
Ahora
bien,
desde
el
momento
en
que
el
escultismo
—
aunque
fundándose
sobre
idénticos
principios
y
dirigiéndose
a
idénticos
fines
—
se
realiza
en
tres
ramas
distintas,
según
la
edad
de
los
muchachos,
cada
grupo
scout,
en
la
estructura
tipo,
consta
de
tres
unidades:
la
manada
de
lobatos,
la
tropa
de
scouts
y
el
clan
de
rovers.
Cada
una
de
estas
tres
unidades,
como
ya
tendremos
ocasión
de
ver,
posee
sus
propias
características
y
su
jefe
responsable.
Naturalmente,
y
en
situaciones
particulares,
cuando,
por
ejemplo,
no
existe
número
suficiente
de
jefes
capaces
de
asumir
la
dirección
de
las
unidades,
un
grupo
puede
estar
falto
de
una
de
ellas
e,
incluso,
puede
estar
formado
por
una
sola
de
ellas.
No
obstante,
es
fácil
comprender
que
esta
situación
representa,
o
cuando
menos
debería
representar,
una
solución
de
carácter
excepcional
y
no
definitiva,
ya
que
la
educación
scout
sólo
puede
considerarse
verdaderamente
completa
cuando
se
desarrolla
a
través
de
todas
sus
facetas.
Debe
tenerse
muy
presente
que
Baden-‐Powell
insistió
continuamente
sobre
el
principio
de
la
continuidad
'de
esta
educación
que,
según
él
decía,
tiene
el
enorme
valor
de
conducir
al
muchacho,
de
modo
gradual
y
con
profundidad
siempre
mayor,
hacia
el
complejo
de
hábitos
físicos
y
morales
que
formarán
su
carácter
de
hombre.
Baden-‐Powell
estaba
plenamente
convencido
de
la
necesidad
de
que
la
manada
no
se
concibiera
como
un
fin
en
sí
mismo,
sino
que
debía
desembocar,
de
manera
natural,
en
la
tropa,
y
que
ésta,
asimismo,
debía
tener
su
lógica
conclusión
en
el
clan.
Así
pues,
una
manada
sin
tropa
o
una
tropa
sin
clan
pueden
concebirse
menos
que
una
tropa
sin
manada,
mientras
que
es
totalmente
obvio
que
un
clan
tiene
necesidad
absoluta
de
una
o
más
tropas.
Y
ahora
veamos
más
detalladamente
la
estructura
de
cada
una
de
las
tres
ramas
en
que
se
divide
el
escultismo,
siguiendo
no
el
orden
cronológico
según
el
cual
Baden-‐Powell
las
pensó
y
realizó,
sino
el
orden
lógico
en
que
las
viven
los
muchachos
desde
los
ocho
años
en
adelante.
LA
MANADA
DE
LOBATOS
Ya
hemos
visto
cómo
Baden-‐Powell,
en
determinado
momento,
se
vio
obligado
—
en
el
sentido
estricto
de
la
palabra
—
a
pensar
en
aquellos
innumerables
chiquillos
de
ocho
a
doce
años
que
también
querían,
a
su
manera,
vivir
la
gran
aventura
del
escultismo.
De
esta
preocupación
nació
algo
totalmente
nuevo,
algo
único
en
verdad
por
su
excepcional
valor.
En
efecto,
el
lobatismo
es
la
obra
más
valiente
y
más
original
de
Baden-‐Powell,
aquella
donde
él
supo,
mejor
que
en
ninguna
otra,
revelarnos
toda
su
extraordinaria
capacidad
de
comprensión
del
mundo
infantil,
a
la
vez
que
su
excepcional
fantasía
y
su
sorprendente
inspiración.
Partiendo
de
la
comprobación,
no
difícil
de
hacer,
de
que
a
los
chiquillos
de
esa
edad
les
interesa
enormemente
el
mundo
de
las
fábulas,
el
mundo
irreal
de
la
fantasía,
pensó
que
ya
no
debía
limitarse
a
la
tradicional
narración
de
las
famosas
historias
que
todos
hemos
escuchado,
con
los
ojos
muy
abiertos
y
la
respiración
entrecortada,
de
labios
de
la
anciana
abuela
o
de
una
madre
especialmente
paciente,
sino
que
se
podía
hacer
vivir
a
los
muchachos,
de
una
manera
concreta,
una
de
esas
historias.
Ello,
tanto
para
aprovechar
una
característica
universal
de
los
chiquillos,
cuanto
para
impedir
que
esta
misma
característica
les
aparte
de
la
vida
real.
De
ahí
que
recurriera
al
celebérrimo
Libro
de
las
tierras
vírgenes,
de
R.
Kipling,
la
historia
de
un
«cachorro»
humano
salvado
de
las
fauces
de
un
tigre,
en
plena
selva
virgen,
por
un
lobo
compasivo,
y
que,
una
vez
aceptado
en
la
manada,
es
criado
por
mamá
loba
al
lado
de
sus
auténticos
cachorros;
historia
larga,
llena
de
apasionantes
aventuras
en
el
ambiente
de
la
selva,
y
cuyos
personajes
son
los
animales
que
en
ella
habitan.
El
hallazgo
de
Baden-‐Powell
fue,
precisamente,
el
de
invitar
a
los
chiquillos
a
jugar
a
la
selva,
o
sea,
a
sentirse
otros
tantos
lobatos,
organizados
en
la
manada
de
un
viejo
lobo,
Alcela;
Baden-‐
Powell
se
basó
en
el
innato
sentido
que
del
juego
tiene
la
infancia,
teniendo
muy
presente
que,
para
ella,
el
juego
no
es
una
actividad
a
la
que
se
dedica
esporádicamente,
como
para
interrumpir
de
manera
más
grata
el
curso
normal
de
su
vida,
sino
que,
muy
al
contrario,
es
su
actividad
más
seria
e
importante.
Así
pues,
el
chiquillo
de
siete
u
ocho
años
que
quiere
ingresar
en
el
escultismo
es
acogido
como
cachorro
novato
en
una
manada
de
lobos
que
ya
tiene
su
propia
vida.
Para
ello
existe
todo
un
particular
simbolismo,
tomado,
naturalmente,
de
la
historia
que
se
quiere
hacer
vivir.
Además
de
Akela
—el
viejo
lobo
solitario
de
gran
experiencia,
en
torno
al
cual
se
reúne
la
manada
en
la
Roca
del
Consejo,
y
a
quien
se
debe
absoluta
obediencia
—,
entran
en
el
juego
otros
personajes
:
Bagheera,
Baloo,
Shere
Khan,
Tabaki,
etc.,
y
se
desarrollan
las
cacerías
en
la
selva,
las
ceremonias
importantes
de
la
manada,
sus
típicas
danzas,
las
historias
de
Akela
—
llenas
de
sabias
enseñanzas
—,
y
las
máximas
o
consejos
de
Baloo.
Y
todo
eso
no
debe
asombrar
ni
mucho
menos
preocupar,
ya
que,
como
dice
Baden-‐Powell
en
su
otra
obra
maestra
The
wolfs
cub's
handbook
(«Manual
de
lobatos»),
«hay
multitud
de
cosas
que
los
lobos
enseñan
a
sus
lobatos,
y
que
los
lobatos
humanos
pueden
también
aprender
perfectamente».
Cada
uno
de
los
personajes
representa
la
encarnación
de
una
virtud
o
de
un
vicio,
de
una
experiencia
positiva
o
negativa,
de
un
modelo
que
seguir
o
evitar;
en
resumen,
sólo
es
un
medio
—
mucho
más
eficaz
que
los
áridos
sermones,
por
su
inmediata
comprensibilidad
y
por
el
interés
que
despiertan
—
para
enseñar
a
los
futuros
hombres
qué
se
debe
hacer
para
vivir
bien.
Los
siguientes
ejemplos
ilustrarán
suficientemente
cuanto
se
ha
dicho:
«La
manada—
escribe
Baden-‐Powell
—
trabaja
en
conjunto
y
obedece
las
órdenes
del
lobo
jefe.
Cada
uno
de
ellos,
cuando
sale
de
caza
tras
de
un
venado
u
otra
pieza,
desearía
cogerla
para
sí
y
comérsela
él
solo,
pero
el
lobo
jefe
no
permite
tal
cosa»
y
—
añade
—
«Mowgli
una
vez
le
dijo
a
Baloo,
el
oso,
y
a
Bagheera,
la
pantera,
que
a
él
le
gustaban
los
bandarlog,
los
monos,
porque
eran
muy
activos
y
alegres.
Pero
Baloo
le
explicó
que
estaba
equivocado
y
que
no
debía
tener
tratos
con
los
bandarlog.
Ellos
no
tienen
una
ley
como
los
lobos;
solamente
hablan
de
lo
que
han
oído
referir
a
otros;
se
consideran
muy
chistosos
e
inteligentes,
mas
no
saben
nada
y
son
unos
bobos;
anuncian
mucho
lo
que
van
a
hacer
y
nunca
hacen
nada;
hablan
mucho
en
vez
de
trabajar;
son
malos
y
sucios.
...No
creo
que
haya
ningún
niño
que
desee
pertenecer
a
los
bandarlog...»
Las
citas
podrían
prolongarse
indefinidamente.
El
chiquillo,
pues,
ingresa
en
la
manada
y
participa,
inmediatamente,
de
sus
actividades,
aunque
antes
de
convertirse
en
un
auténtico
y
verdadero
lobato
debe
demostrar
ser
una
persona
capaz
de
merecer
tal
honor.
Primeramente
se
le
señala
la
ley
de
la
manada,
a
la
que
él
debe
intentar,
rápidamente,
adecuar
su
vida;
esta
ley
es
muy
simple
y
fácil
de
aprender:
1)
El
lobato
obedece
al
viejo
lobo,
y
2)
El
lobato
se
vence
a
sí
mismo.
Después
se
le
enseña
el
Gran
Clamor,
las
danzas
de
Baloo
y
de
Bagheera
y
el
saludo
de
los
lobatos.
Finalmente,
cuando
ya
ha
demostrado
su
preparación
para
mantener
la
palabra
dada,
se
le
admite
a
hacer
su
promesa,
con
la
que
adquiere,
además
del
nombre
de
lobato,
el
derecho
a
llevar,
sobre
el
lema,
la
insignia.
El
texto
de
la
promesa
dice:
«Prometo
hacer
cuanto
pueda
por
cumplir
mis
deberes
para
con
Dios
y
para
con
mi
patria,
por
guardar
la
ley
de
la
manada
y
hacer
una
buena
acción
cada
día.»
Una
vez
oficialmente
admitido
en
la
manada,
se
le
destina
a
una
seisena,
o
grupo
de
cinco
o
seis
lobatos,
en
el
seno
del
cual
transcurrirá
su
vida
de
lobato.
Normalmente,
una
manada
está
compuesta
por
un
número
de
seisenas
que
varía
entre
dos
y
cinco,
no
debiéndose
superar
la
cifra
de
treinta
y
cinco
miembros,
límite
máximo
para
poder
realizar
la
educación
individual
que
quería
Baden-‐Powell.
Cada
seisena
tiene
su
jefe,
escogido
entre
los
seis
lobatos
que
la
componen,
pero
debe
hacerse
notar
que,
aunque
esta
división
anuncie
ya
el
sistema
de
patrullas
típico
de
la
tropa,
se
trata,
solamente,
de
un
fraccionamiento
de
la
manada,
con
vistas
a
facilitar
la
disciplina
y
el
orden.
Y
¿en
qué
consiste
la
vida
de
la
manada
y
qué
se
enseña
al
lobato?
Una
innumerable
cantidad
de
juegos
y
actividades,
destinados
a
desarrollar
su
educación
física
y
sensorial,
le
mantienen
en
una
continua
tensión,
mientras
los
primeros
contactos
con
la
vida
de
los
bosques
le
preparan
para
las
actividades
más
importantes
que
le
esperan
en
la
tropa.
Muy
típicas
de
los
lobatos
son,
también,
las
escenas
mimadas
con
las
que
representan
y
realizan
las
historias
que
han
escuchado,
casi
todas
ellas
sacadas
de
la
vida
de
la
selva,
y
los
trabajos
manuales,
como,
por
ejemplo,
las
pequeñas
barcas
a
vela
o
pequeños
aero-‐modelos,
que
tienen
la
gran
ventaja
de
satisfacer
su
natural
gusto
por
la
creación
y
de
darles
el
sentido
del
esfuerzo
y
de
la
dificultad
a
superar.
Además,
y
aun
después
de
haber
hecho
su
promesa,
el
lobato
debe
alcanzar
otras
importantes
metas,
representadas
por
las
dos
estrellas
que
puede
llevar
en
la
boina—significando
que
ha
sabido
observar
la
vida
de
la
selva
con
sus
dos
ojos
bien
abiertos
—
y
para
cuya
conquista
debe
realizar
nuevos
esfuerzos
y
pasar
nuevas
pruebas:
saber
hacer
algunos
nudos,
saber
dar
una
voltereta,
saltar
a
cuerda
con
los
pies
juntos
treinta
vueltas
seguidas,
saber
cómo
y
por
qué
debe
tener
las
manos
y
los
pies
limpios,
conocer
el
uso
del
reloj,
saber
transmitir
lenta
pero
correctamente
las
señales
del
Morse,
etc.
Y
todavía,
el
lobato
puede
conquistar
los
distintivos
de
especialidad,
dando
pruebas
concretas
de
tener
una
real
disposición
para
un
determinado
campo
de
actividades,
a
cuyo
efecto
existen
especialidades
de
observador,
señalador,
coleccionista,
artista,
músico,
guia,
gimnasta,
nadador,
etcétera,
que,
proporcionadas
a
la
capacidad
de
los
chiquillos,
sirven
magníficamente
para
revelarnos
su
personalidad
y
para
tenerlos
ocupados
incluso
fuera
de
las
actividades
propias
de
la
manada.
Pero,
más
que
nada,
lo
importante
es
el
ambiente
en
el
que
el
lobato
se
encuentra,
ambiente
denominado
con
una
expresión
que
ha
tenido
un
gran
éxito.
En
efecto,
se
dice
que
la
manada
es
una
«familia
feliz»
en
el
sentido
de
que
los
chiquillos
se
encuentran,
en
ella,
totalmente
a
gusto
y.
se
consideran
plenamente
felices.
Llega
un
momento,
no
obstante,
en
que
la
vida
de
la
manada
ya
no
tiene
sentido
para
el
muchacho,
cuyo
natural
crecimiento
le
ha
llevado
a
las
puertas
de
la
adolescencia.
Ha
perdido
gran
parte
de
su
poesía
y
los
mismos
juegos
ya
no
le
satisfacen
como
antes.
Ha
llegado
el
momento
del
paso
a
la
tropa,
solemnizado
con
una
sugestiva
ceremonia
3
,
a
lo
largo
de
la
cual
el
viejo
lobato
abandona
la
piel
de
lobo;
momento
que,
por
otra
parte,
representa
una
etapa
crítica,
ya
que
se
trata
de
un
salto
hacia
otro
ambiente,
en
el
que
el
chiquillo
ya
no
es
el
viejo
lobato
experimentado
en
la
vida
de
la
selva,
sino
un
simple
novato,
el
último
eslabón
de
la
cadena.
De
todas
maneras,
si
el
jefe
de
tropa
lo
sabe
cautivar
y
conquistar
con
su
personalidad
y
con
las
actividades
que
le
propone,
muy
rápidamente
desaparece
aquella
especie
de
malestar
y
se
halla
entusiásticamente
lanzado
a
la
nueva
aventura.
3
En el escultismo, su ceremonial difiere en aspectos de detalle según los países o Asociaciones. Las ceremonias descritas en este libro se refieren
siempre las a Asociaciones italianas, principalmente a A.S.C.I. –(N. del T.)
LA
TROPA
DE
SCOUTS
La
tropa
es
sin
duda
alguna
el
núcleo
principal
de
todo
el
escultismo,
para
el
cual,
de
hecho,
el
lobatismo
es
una
preparación
de
la
que
el
roverismo
tiene
necesidad
absoluta.
Además,
con
sólo
reflexionar
un
poco
sobre
la
edad
de
los
muchachos
a
que
se
dirige
—
de
doce
a
diecisiete
años
—,
se
da
uno
cuenta
de
su
importancia,
ya
que
se
trata,
como
todo
el
mundo
sabe,
de
la
etapa
más
delicada
en
la
evolución
del
hombre,
a
través
de
la
cual
el
muchacho,
con
las
últimas
y
más
importantes
adaptaciones
a
los
fenómenos
vitales,
forma
su
propia
personalidad
y
su
propio
carácter.
Y
es
precisamente
la
personalidad
y
el
carácter
de
cada
uno
de
los
muchachos
en
concreto
lo
que
interesa
a
Baden-‐Powell
de
manera
fundamental.
También
en
la
estructuración
de
la
tropa
de
exploradores,
y
quizá
más
todavía
en
este
caso,
el
fundador
del
movimiento
se
esforzó
por
todos
los
medios
para
basarse
sobre
las
características
esenciales
del
muchacho,
convencido
de
que
«para
pescar
se
debe
usar
un
cebo
que,
antes
que
al
pescador,
guste
a
los
peces»
4.
Así
pues,
ofreció
a
los
muchachos
algo
que
pudiera
satisfacer
su
dominante
instinto
combativo,
su
gusto
por
las
aventuras,
su
tendencia
al
entusiasmo
y
a
la
alegría,
su
exigencia
por
tener
un
héroe
a
quien
imitar
y
su
necesidad
de
acción.
Ya
insistiremos,
naturalmente,
sobre
tan
importantes
aspectos
de
la
educación,
pero
basta
haberlos
enumerado
para
poderlos
relacionar
con
la
estructura
y
la
vida
de
la
tropa,
de
la
cual
ahora
debemos
ocuparnos.
Del
mismo
modo
que
la
manada,
la
tropa
debe
limitar
el
número
de
sus
componentes;
y
todavía
más,
ya
que
aquí
tiene
mayor
importancia
el
que
el
jefe
de
tropa
esté
en
situación
de
observarlos
individualmente,
puesto
que,
como
dice
Baden-‐Powell,
aunque
exista
en
todos
un
fondo
común,
cada
muchacho
«se
sale
de
lo
ordinario
y
tiene
sus
capacidades
y
sus
debilidades».
De
ahí
que
el
número
perfecto
sea
alrededor
dé
veintiocho
y
que
los
límites
extremos
sean
doce
o
treinta
y
dos.
La
estructura
de
la
tropa,
mucho
más
importante
que
la
de
la
manada,
se
basa
en
el
criterio
de
la
división
en
grupos
de
siete
u
ocho
muchachos
(las
famosas
patrullas),
que
son,
como
ya
se
verá,
uno
de
los
elementos
más
importantes
en
la
educación
scout.
En
este
caso,
el
fraccionamiento
de
la
Unidad
no
tiene
únicamente
un
sentido
práctico,
muy
útil
para
ayudar
al
jefe
en
los
aspectos
de
disciplina
y
orden,
sino
que
encuentra
su
más
íntima
justificación,
por
un
lado,
en
la
natural
tendencia
juvenil
a
reunirse
en
pequeños
grupos,
y,
por
el
otro,
en
el
principio
pedagógico
que
afirma
que
la
tarea
del
educador
debe
consistir
esencialmente
en
suscitar
en
los
muchachos
la
ambición
de
aprender
por
sí
solos.
Así
pues,
en
lugar
de
estar
las
patrullas
en
función
de
la
tropa,
es
la
tropa
la
que
está
en
función
de
las
patrullas.
De
ahí
que
cuando
un
muchacho
ingresa
en
una
tropa
—
tanto
si
proviene
de
una
manada
como
si
no
tiene
ninguna
experiencia
del
escultismo
—
se
confíe
a
una
patrulla
y,
en
particular,
al
guía
de
patrulla,
uno
de
los
componentes
de
la
misma
y,
generalmente,
el
de
mayor
experiencia,
tanto
por
su
edad
cuanto
por
su
veteranía
scout.
En
la
patrulla,
el
nuevo
scout
encuentra
su
ambiente,
con
ella
participa
en
las
principales
actividades
de
la
tropa
y,
a
través
de
la
misma,
recorre
por
entero
la
ruta
del
escultismo.
Durante
los
cuatro
o
cinco
años
de
vida
en
la
tropa,
cada
muchacho
debe
superar
muchas
pruebas
que
le
llevan
a
alcanzar
las
principales
etapas
de
que
está
constituida
la
vida
scout.
En
4 En el escultismo, su ceremonial difiere en aspectos de detalle según los países o Asociaciones. Las ceremonias descritas en este libro se refieren,
5 Siguiendo la costumbre de las abreviaturas, típica en el escultismo, suele denominarse la buena acción sólo con sus iniciales: B. A. — (N. del T.)
EL
CLAN
DE
ROVERS
La
última
rama
del
escultismo,
nacida
mucho
después
que
las
otras,
significa
el
intento
de
perfeccionar
y
completar
el
proceso
educativo
iniciado
con
la
vida
en
la
manada
y,
a
la
vez,
constituye
en
cierto
sentido
su
aspecto
interior
más
elevado.
El
problema
del
cual
ella
nace
—
por
cierto
nada
fácil
—
consiste
en
mantener
vivo
un
ideal
forjado
en
el
período
de
la
adolescencia
y,
a
la
vez,
en
orientar
el
último
estadio
educativo,
en
función
de
la
que
será,
o
ya
ha
comenzado
a
ser,
la
vida
de
un
hombre
maduro.
La
dificultad
de
la
tarea
que
hay
que
realizar
viene
determinada
por
cierto
estado
de
crisis
en
que
acostumbran
caer
los
scouts
mayores,
al
igual
que,
por
lo
general,
todos
los
muchachos
de
diecisiete
a
dieciocho
años,
ya
que
en
esta
edad
es
corriente
la
pérdida
de
elementos
que,
con
anterioridad,
habían
recibido
una
buena
educación.
Son
diversos
los
factores
que
contribuyen
a
esta
crisis:
deseo
de
sentirse
com-‐
pletamente
libre,
voluntad
de
imponer
la
propia
personalidad,
cierta
vergüenza
en
llevar
el
uniforme,
necesidad
de
hacer
algo
nuevo,
etc.
Teniendo
en
cuenta
estos
factores,
Baden-‐Powell
ideó
el
roverismo.
A
través
de
un
primer
período,
que
acostumbra
durar
un
año,
el
muchacho
adquiere
un
grado
de
preparación
física
y
moral
de
cara
a
importantes
dificultades.
En
efecto,
durante
este
período
el
novel
rover
vive
una
apasionante
vida
al
aire
libre,
que,
aunque
aprovecha
técnicas
aprendidas
en
la
tropa,
no
tiene
casi
nada
en
común
con
ella.
Esta
vida
abarca
desde
un
serio
alpinismo
hasta
la
satisfacción
de
haber
levantado
la
tienda
en
la
cota
más
alta
o
en
la
temperatura
más
baja,
desde
el
gusto
por
las
largas
marchas
nocturnas
en
compañía
de
un
solo
camarada
hasta
las
encuestas
sociales
más
intere-‐
santes,
que
nos
ponen
en
contacto
directo
con
el
mundo
de
los
hombres,
hecho
tantas
veces
de
miseria
y
sufrimientos.
Por
este
camino
se
alcanza
el
auténtico
y
propio
roverismo,
fundado
sobre
dos
bases
principales:
la
vida
al
aire
libre,
que,
aunque
no
representa
una
absoluta
novedad,
adquiere
el
significado
de
íntima
exigencia
de
cada
individuo,
y
e l
servicio,
s in
d uda
a lguna
s u
n ota
c aracterística.
«Servir»,
en
efecto,
es
el
lema
del
rover,
que
en
esta
palabra
—
desgraciadamente
tan
poco
de
moda
en
el
mundo
actual
—
encuentra
un
nuevo
ideal
en
que
creer
y
por
el
cual
luchar
durante
toda
su
vida
de
hombre.
Los
servicios
posibles
son
innumerables:
de
tipo
social,
como,
por
ejemplo,
ayudar
a
la
educación
e
instrucción
de
los
hijos
de
obreros;
de
tipo
técnico,
como
la
constitución
de
patrullas
de
socorro
;
de
tipo
scout,
como
la
dirección
de
una
unidad
o
las
tareas
de
responsabilidad
administrativa
en
el
seno
de
la
organización
del
movimiento.
Lo
importante
es
que
cada
uno
tenga
un
servicio
independiente
de
su
profesión
presente
o
futura,
y
que
cada
uno
lo
escoja
con
entera
libertad
y
según
su
criterio,
aunque
algunas
veces
también
pueda
hacerse
en
comunidad,
en
cuyo
caso
se
convierte
en
servicio
de
clan
o
de
un
más
reducido
grupo
de
los
rovers
que
lo
componen.
Se
trata,
como
fácilmente
se
puede
comprender,
de
una
de
las
más
altas
y
más
profundas
escuelas
de
vida.
Georges
Tisserand,
con
palabras
magníficas,
escribe:
«El
servicio
es
útil
a
la
formación
intelectual,
a
la
formación
social
e,
incluso,
a
la
formación
general,
puesto
que
el
rover
que
"sirve”
tiene
necesidad
de
observar,
reflexionar
y
estudiar,
para
poder
dar
una
base
sólida
a
su
acción,
y
de
aprender
para
aumentar
la
eficacia
de
esta
acción
y
mejorar
continuamente
el
rendimiento
de
su
servicio.»
(En
route.)
El
programa
para
los
clanes
es,
de
todas
las
ramas,
el
menos
concreto,
ya
que
varía
no
sólo
porque
son
distintos
los
gustos
y
las
preferencias
de
los
rovers
—
a
los
que
se
deja
una
libertad
de
iniciativa
casi
absoluta—,
sino
porque,
al
tenerse
que
realizar
con
elementos
ya
orientados
profesionalmente,
las
actividades
deben
adecuarse
a
este
factor.
De
ahí
que,
en
general,
se
prefiera
al
programa
de
clan
el
de
cada
equipo
(grupo
de
tres
o
cuatro
rovers),
nacidos,
precisamente,
de
la
identidad
de
intereses
o
de
proyectos
concretos.
El
clan
sirve,
en
último
término,
para
relacionar
los
diversos
resultados
a
que
se
llega
separadamente.
Pero,
como
siempre
en
el
escultismo,
todo
ello
está
rodeado
de
un
particular
ambiente.
El
clan
—
donde
subsiste
todavía
el
criterio
de
la
subdivisión,
pero
donde
la
individualidad
tiene
una
importancia
absolutamente
preponderante
—
es
el
medio
ambiente
en
el
que
el
joven
encuentra
la
atmósfera
agradable
del
club
y
donde
siente,
de
manera
concreta,
la
presencia
de
la
auténtica
amistad.
En
el
clan,
cada
rover
se
atreve
a
poner
en
discusión
todo
el
patrimonio
de
sus
ideas
y
se
presta
a
profundizar
y
a
conocer
todos
los
problemas
de
la
comunidad
humana,
desde
los
políticos
a
los
religiosos,
desde
los
económicos
a
los
culturales
y
éticos.
Todo
son
nuevas
experiencias
que
se
viven
en
común
o
nuevas
problemáticas
que
se
incorporan
a
sus
mentes.
De
todas
maneras,
el
postrer
y
más
profundo
sentido
del
roverismo
radica
en
la
invitación
que
Baden-‐Powell
hace
a
cada
rover
para
que
se
convierta,
de
verdad,
en
un
hombre
consciente
y
responsable
de
sus
acciones:
«Tú
solo
rema
tu
propia
canoa
y
mira
hacia
delante»,
y
«si
no
existe
el
camino,
¡ábrelo!».
De
aquí
que
el
roverismo
esté
considerado
como
una
de
las
más
potentes
rutas
que
llevan
a
la
auténtica
libertad.
El
roverismo,
pues,
debe
entenderse
como
el
período
de
definitiva
formación,
durante
el
cual
—
como
se
dice
en
el
pequeño
volumen
de
divulgación,
escrito
por
varios
autores
italianos
y
titulado
Scautismo
—
«cada
uno
asume
su
responsabilidad
frente
a
la
vida,
discute
sus
ideas
con
los
más
antiguos
en
la
fraternidad
del
clan,
completa
su
capacidad,
templa
su
resistencia
física,
afirma
su
fuerza
moral».
Luego,
una
vez
terminado
este
período,
durante
el
cual
—
aunque
con
mucha
autonomía
personal
—
todavía
forma
parte
de
la
comunidad
scout,
el
joven
ya
está
preparado
para
entrar,
de
lleno,
en
la
vida,
a
la
que
aporta
su
contribución
y
su
testimonio.
Se
ha
terminado
el
ciclo
de
su
formación
y,
con
una
sugestiva
ceremonia,
la
investidura
o
partida,
deja
la
comunidad
en
el
seno
de
la
cual
tantas
cosas
ha
aprendido
y
tantas
experiencias
ha
superado.
Pero,
no
obstante,
y
aunque
el
destino
lo
lleve
a
servir
fuera
de
la
misma,
nunca
más
quedará
desligado
de
la
Asociación,
ya
que
tiene
en
común
con
todos
los
scouts
del
mundo
el
mismo
patrimonio
ideal
al
que
ha
sabido
conformar
su
propia
vida.
EL
ESCULTISMO
FEMENINO
El
panorama
del
escultismo
que,
como
movimiento
educativo,
acabamos
de
presentar,
no
quedaría
completo
si
no
hablásemos,
aunque
sea
brevemente,
de
su
rama
femenina.
En
efecto,
los
mismos
principios
pedagógicos
y
el
mismo
espíritu
que
forman
la
base
del
movimiento
masculino
caracterizan
al
femenino.
Además,
debe
reconocerse
que
su
éxito
ha
alcanzado
casi
idéntico
nivel.
Y
también
esta
rama
del
escultismo
puede
decirse
que
nació
por
generación
espontánea,
ya
que
fueron
las
propias
interesadas
las
que
pidieron
insistentemente
a
Baden-‐Powell
que
se
ocupara
de
ellas.
No
es
éste
el
momento
para
rehacer
la
historia
del
escultismo
femenino,
desde
su
primera
aparición
en
1909
hasta
nuestros
días;
baste
recordar
que,
pese
a
que
el
núcleo
principal
de
su
programa
y
de
sus
principios
particulares
fueron
estudiados
personal-‐
mente
por
Baden-‐Powell
—
que
en
1912
publicó
el
resultado
de
sus
meditaciones
en
el
volumen
Girl
guiding
(«Manual
de
las
muchachas
guías»)-‐—,
la
organización
y
su
cuidado
directo
estuvo
a
cargo,
en
un
principio,
de
su
hermana,
y,
luego,
de
su
propia
esposa,
que,
todavía
hoy,
sigue
a
la
cabeza
del
movimiento
mundial.
La
estructura
del
movimiento
de
las
guías
es
paralela,
hasta
donde
ello
es
posible,
a
la
del
correspondiente
movimiento
masculino,
pero
Baden-‐Powell
rechaza
con
todas
sus
fuerzas
la
idea
de
una
«masculinización»
de
las
muchachas.
Por
el
contrario,
su
intención
es
contribuir
a
la
formación
de
mujeres
muy
útiles
y
capaces,
de
mujeres
que
«hayan
aprendido
la
economía,
el
arte
de
llevar
una
casa,
de
cuidar
de
los
niños
y
que
hayan
cultivado,
también,
su
carácter
y
su
capacidad
práctica
de
cara
a
una
eventual
profesión».
He
aquí
cómo
se
expresa
a
este
pro-‐
pósito
el
propio
Baden-‐Powell:
«Se
dice
que
yo
quiero
masculinizar
a
las
muchachas,
y
más
bien
es
al
contrario.
Las
muchachas
no
quieren
ser
tratadas
como
muñecas,
su
ambición
es
más
elevada.
Y
tampoco
los
hombres
desean
casarse
con
muñecas,
sino
que
prefieren
hallar
en
sus
esposas
auténticas
compañeras...
La
naturaleza
no
ha
querido,
nunca,
que
el
hombre
y
la
mujer
vivan
solos.
Aunque
los
célibes
se
crean
libres
y
felices,
desconocen
y
no
pueden
comprender
la
plenitud
y
la
intensidad
de
la
felicidad
que
existe
en
un
hogar
donde
reina
un
alegre
sentido
de
compañerismo
y
donde
los
hijos
colaboran
en
aumentar
la
felicidad...
y
por
ello
precisamente
se
han
creado
las
muchachas
guías.»
De
ahí
que,
al
lado
de
un
casi
perfecto
paralelismo
con
el
movimiento
masculino,
existan
no
pocas
diferencias
al
concretar
las
diversas
actividades.
Las
chiquillas
de
ocho
años
empiezan
siendo
alitas
(Baden-‐Powell
se
basa,
en
este
caso,
en
el
libro
de
Mrs.
Ewing,
The
brownies,
del
mismo
modo
que
había
hecho,
para
los
lobatos,
con
El
libro
de
las
tierras
vírgenes,
de
Kipling),
y
luego
se
convierten
en
guías
y
en
guías
mayores,
en
correspondencia
evidente
con
las
tres
ramas
del
escultismo
masculino.
Para
hacerse
dignas
de
los
distintivos
del
segundo
y
tercer
vuelo
(que
corresponden
a
las
dos
estrellas
de
los
lobatos)
las
alitas
deben
saber
hacer
bien
un
paquete,
poner
la
mesa,
arreglar
un
jarrón
con
flores,
lavar
los
platos,
confeccionar
un
vestido
para
una
muñeca,
etc.
En
la
compañía
de
guías
(versión
femenina
de
la
tropa)
se
insiste
en
la
especialidad
de
cocina
y
en
las
curas
de
urgencias,
que
tan
magníficamente
se
adaptan
a
las
muchachas
de
esa
edad.
Y
en
el
fuego
(paralelo
al
clan),
las
guías
mayores
se
preparan
para
la
vida
de
familia,
interesándose
por
los
problemas
de
puericultura,
psicología
y
asistencia
social.
También
para
las
muchachas
tiene
vigencia
la
promesa
y
la
ley,
y
también
para
ellas
es
de
extraordinaria
importancia
la
vida
al
aire
libre
y
el
hábito
del
servicio
al
prójimo.
Por
ello,
cualesquiera
que
sean
sus
difíciles
problemas
que
resolver,
esta
organización
(completamente
autónoma
en
relación
con
la
masculina)
tiene
derecho
a
la
mayor
consideración
y
comprensión.
CONCLUSIÓN
Intentemos,
ahora,
cerrar
este
capítulo
que,
la
verdad,
quizás
haya
resultado
un
poco
largo.
La
reseña
que
hemos
hecho,
aunque
de
manera
muy
rápida
y
superficial,
nos
ha
permitido
penetrar
en
un
mundo
que,
si
para
algunos
es
un
poco
raro
y
bastante
alejado
de
los
esquemas
tradicionales,
tiene,
sin
duda
alguna,
el
mérito
de
intentar
abrir
nuevos
caminos
en
un
terreno,
el
de
la
educación,
que
o
bien
siempre
ha
estado
excesivamente
ligado
a
situaciones
estables,
o
bien
—
cosa
mucho
peor
—
ha
sido
campo
exclusivo
de
individuos
que
muy
raramente
han
tenido
en
cuenta
las
reales
exigencias
de
aquellos
a
quienes
se
dirigían.
Lo
que
nosotros
hemos
presentado
es,
tan
sólo,
el
esquema
puramente
exterior
sobre
el
cual
se
desarrolla
la
auténtica
y
propiamente
dicha
obra
educativa;
obra
que,
en
concreto,
es
siempre
el
fruto
de
la
acción
personal
de
cada
jefe,
a
quienes
compete,
en
cierto
modo,
la
tarea
de
recrear
y
resentir
lo
que
Baden-‐Powell
creó
y
sintió.
Así
pues,
es
necesario
reconocer
que
cada
Asociación
Nacional
enriquece
al
escultismo
con
particulares
matices
y
tradiciones,
ya
que,
como
muy
bien
se
cuidó
de
precisar
su
mismo
fundador,
nada
existe
menos
dogmático
y
menos
esquematizado
que
el
escultismo,
que,
al
igual
que
los
demás
métodos
educativos,
tiene
necesidad
de
la
acción
vivificante
de
aquel
que
lo
lleva
a
la
práctica.
Muy
especialmente
en
lo
que
concierne
a
la
tercera
rama,
el
roverismo,
que
no
tiene
la
firme
formulación
de
las
otras
dos
—
ya
sea
por
sus
íntimas
exigencias,
ya
sea
porque
trabaja
sobre
un
sujeto
particularmente
fluido
—
y
del
que,
por
lo
tanto,
existen
muy
diversos
matices,
según
las
experiencias
llevadas
a
cabo
en
Francia
y
en
Bélgica,
o
incluso
en
Italia.
De
todas
maneras,
es
de
justicia
hacer
notar
que
todas
estas
tentativas
y
estas
experiencias,
no
escapan
nunca
de
las
líneas
esenciales
trazadas
por
Baden-‐Powell,
puesto
que,
en
el
fondo,
se
reconoce
que
ellas
representan,
al
menos
hasta
nuestros
días,
la
más
segura
garantía
de
éxito.
Sólo
nos
resta,
pues,
iniciar
nuestro
análisis
sobre
los
motivos
pedagógicos
más
importantes
y
más
interesantes
del
escultismo,
con
la
seguridad
de
que
no
será
un
trabajo
inútil,
sino,
muy
al
contrario,
particularmente
provechoso.
CAPITULO
II
PRINCIPIOS
Y
OBJETIVOS
DEL
ESCULTISMO
Cuando
en
su
mente
tomó
consistencia
la
idea
de
ocuparse
del
mundo
juvenil,
Baden-‐Powell
estaba
convencido
de
la
necesidad
de
que
la
educación
de
los
muchachos
no
debía
terminar,
como
hasta
aquel
momento
acontecía,
con
la
pura
y
simple
erudición
escolar,
sino
que
debía
extenderse
a
bases
más
espirituales
y
cuidar
de
la
formación
del
carácter
más
que
de
“amontonar,
en
el
cerebro,
conocimientos
teóricos".
Por
sus
manos,
en
la
época
en
que
había
sido
ayudante
y,
más
tarde,
comandante
de
escuadrón,
habían
pasado
centenares
de
jóvenes
que
representaban
el
producto
típico
de
la
instrucción
media
que
se
daba
en
las
escuelas
de
aquel
tiempo.
De
ahí
que
Baden-‐
Powell
hubiera
podido
comprobar,
con
profunda
pena,
que
todos
aquellos
jóvenes,
aunque
fueran
hombres
muy
estimables
que
sabían
leer
y
escribir
y
observaban,
casi
siempre,
muy
buena
conduc-‐
ta,
carecían
de
personalidad
y
de
fuerza
de
carácter
y
estaban
desprovistos
de
todo
espíritu
de
iniciativa
o
de
aventura,
hasta
el
punto
de
ser
absolutamente
incapaces
de
espabilarse
por
su
cuenta.
Como
el
propio
Baden-‐Powell
tuvo
ocasión
de
comentar
más
tarde:
"Las
condiciones
artificiosas
de
la
vida
moderna
les
convertían
en
miembros
de
la
grey
común;
todo
estaba
previsto
para
ellos,
y
en
todo
momento
se
tenía
muy
en
cuenta
que
no
les
sucediera
nada
malo."
Y
si
tales
jóvenes
no
podían
ser
considerados
idóneos
para
convertirse
en
auténticos
soldados
de
un
ejército
digno
de
tal
nombre,
¿cómo
podrían,
más
adelante,
convertirse
en
ciudadanos
eficientes?
La
"instrucción
(leer,
escribir,
operaciones
aritméticas)
— añade
Baden-‐Powell
—
se
da
en
las
escuelas,
pero
¿dónde
se
aprende
un
valor
tan
importante
como
el
carácter?"
Éste
era
el
terrible
interrogante
que
acongojaba
a
Baden-‐Powell
y
que
debía
llevarlo
a
las
grandes
responsabilidades
educativas.
El
escultismo,
pues,
nace
con
este
preciso
intento:
ofrecer
a
los
jóvenes
un
medio
eficaz
para
desarrollar
su
carácter
y
para
moldear
su
personalidad
lejos
de
toda
esquematización
opresiva,
o
sea,
para
convertirlos
en
ciudadanos
verdaderamente
útiles
a
su
patria.
He
aquí
por
qué
Baden-‐
Powell
inició
su
libro
Scouting
for
boys
con
las
siguientes
palabras:
"Yo
me
imagino
que
todo
muchacho
desea
ayudar
a
su
país
de
una
u
otra
manera.
Un
medio
fácil
de
conseguirlo
es
haciéndose
scout."
No
se
trata,
por
otra
parte,
de
una
auténtica
revolución
en
el
campo
educativo,
sino,
simplemente,
de
un
complemento
de
la
formación
escolar;
un
complemento,
no
obstante,
que
se
esfuerza
en
formar
hombres
en
el
sentido
más
alto
y
profundo
de
la
palabra.
EQUILIBRADA
FE
EN
LA
NATURALEZA
DEL
HOMBRE
Como
todos
los
métodos
educativos
consecuentes
con
los
motivos
en
que
se
fundan,
también
el
escultismo
presenta
una
particular
interpretación
de
la
naturaleza
humana.
Esta
interpretación
—
muy
importante
para
determinar
el
plano
de
la
acción
educativa
—
aparece
bajo
el
aspecto
de
un
moderno
optimismo,
que
revela,
una
vez
más,
el
buen
sentido
y
el
equilibrio
de
su
fundador.
Él,
en
efecto,
y
a
través
de
una
cuidada
observación
directa,
llega
a
la
conclusión
de
que
en
todo
muchacho,
aun
en
los
de
peor
carácter,
«existe,
cuando
menos,
un
cinco
por
ciento
de
bondad»;
y,
sobre
todo,
llega
a
la
conclusión
de
que
es
posible
desarrollar
este
cinco
por
ciento
hasta
las
considerables
proporciones
del
ochenta
o
del
noventa
restante.
Para
ello,
Baden-‐Powell,
en
todos
sus
escritos
pedagógicos,
hace
un
llamamiento
a
la
propia
energía
del
muchacho
y
a
su
innata
buena
voluntad,
recordándole,
por
ejemplo,
que
existen
en
su
interior
fuerzas
ocultas
que
pueden
convertirse
en
otras
tantas
posibilidades
bienhechoras.
Esto
está
perfectamente
de
acuerdo
con
la
antropología
tomista,
que,
como
muy
bien
hace
notar
el
Padre
Forestier
(en
Scoutisme,
Méthode
et
spiritmilité),
sostiene
que
la
naturaleza
humana,
lejos
de
ser
nada
más
que
una
consecuencia
del
pecado,
debo
considerarse
como
un
piano
de
acción.
«No
se
trata,
ciertamente,
de
negar,
en
el
hombre,
la
presencia
del
mal,
sino
que
se
trata,
sobre
todo,
de
desarrollar
el
bien
que
en
él
existe.»
Por
este
camino
se
llega
a
asignar
al
campo
de
la
educación
una
función
verdaderamente
decisiva,
no
sólo
porque
deben
concebirse
el
chiquillo
o
el
muchacho
como
una
simple
hoja
en
blanco
en
la
que
el
maestro
ha
de
escribir,
sino
porque
a
éste
compete,
precisamente,
aquella
labor
vivificadora
de
la
que
depende
el
desarrollo
positivo
de
la
naturaleza
humana.
Piénsese,
a
este
propósito,
en
aquella
antigua
frase
que,
desgraciadamente,
ha
sido
olvidada
demasiado
a
menudo
y
que,
en
cambio,
debería
ser
el
principio
básico
de
todo
educador:
«El
alma
humana
no
es
un
saco
que
deba
llenarse,
sino
un
fuego
que
debe
encenderse.»
Y,
profundizando
más,
cabe
asignar
a
las
deficiencias
de
la
labor
educativa
la
mayor
parte
de
la
responsabilidad
en
todos
aquellos
casos
en
que
la
naturaleza
humana
no
ha
logrado
desarrollar
adecuadamente
sus
aspectos
positivos.
Si
bien
es
verdad
que
el
mundo
contemporáneo
está
corroído
por
una
crisis
superior
a
lo
que
podríamos
considerar
como
normal,
también
es
verdad
que
las
causas
principales
de
esta
crisis
deben
situarse
en
una
grave
insuficiencia
educativa.
Naturalmente,
ello
no
significa
una
ciega
confianza
en
las
posibilidades
que
se
ofrecen
a
los
educadores
para
resolver,
aunque
sea
a
largo
plazo,
los
gravísimos
problemas
que
aquejan
a
la
humanidad
—
cosa
que
sería
demasiado
ingenuo
esperar
—,
pero
sí
significa
la
necesidad
que
tiene
el
mundo
de
los
adultos
de
tomar
mayor
conciencia
de
la
responsabilidad
educativa
que
gravita
sobre
sus
espaldas.
No
sólo,
y
esto
es
muy
importante,
de
la
responsabilidad
que
gravita
sobre
las
espaldas
de
aquellos
que
han
elegido
una
profesión
educativa,
sino
también,
y
quizá
todavía
más,
de
la
que
gravita
sobre
las
espaldas
de
todos
indistintamente,
ya
que
cada
día
está
más
probada
la
enorme
influencia
del
ambiente
en
la
formación
espiritual
del
hombre.
Pero
todavía
hay
más,
porque
al
lado
de
estas
consideraciones
de
orden
general
existen
otras
que
se
refieren
más
directamente
al
mundo
de
la
educación
y
que,
por
tanto,
nos
atañen
más
de
cerca.
Cuando,
en
efecto,
un
método
educativo
parte
de
un
juicio
positivo
sobre
la
naturaleza
humana
y,
de
una
manera
particular,
sobre
la
naturaleza
de
la
juventud,
también
su
modo
de
proceder
debe
adecuarse
a
estos
principios.
Y
esto
es,
precisamente,
lo
que
pasa
en
el
escultismo.
Dos
son,
en
este
sentido,
sus
afirmaciones
de
principio,
de
las
que
ahora
hablaremos:
por
un
lado,
la
confianza
que
debe
depositarse
en
el
muchacho;
por
el
otro,
la
convicción
de
que,
para
impedirle
hacer
el
mal,
debe
dirigírsele
hacia
un
bien
real.
El
escultismo
tiene
una
fe
inmutable
en
ambos
principios.
Ya
se
ha
indicado
la
afirmación
de
Baden-‐Powell
según
la
cual
el
grado
de
eficiencia
de
un
ser
humano
es
inversamente
proporcional
a
la
cantidad
de
cuidados
que
necesita.
Es
el
momento
de
subrayar,
pues,
que
la
confianza
del
educador,
del
jefe,
hacia
sus
muchachos,
la
considera
tan
necesaria
el
fundador
del
escultismo
que
la
presenta
como
norma
insustituible
en
todo
su
método:
«Si
un
scout
dice:
Por
mi
honor,
esto
es
así,
significa
que
así
es,
tal
como
si
hubiera
hecho
la
más
solemne
promesa.»
Sobre
la
confianza
se
basan
y
se
desarrollan,
como
ya
tendremos
ocasión
de
ver
más
adelante,
algunos
valores
que
deben
convertirse,
en
cada
muchacho,
en
auténticos
hábitos,
como
el
sentido
del
honor
y
el
espíritu
de
lealtad.
Además,
es
suficiente
pensar
en
el
sistema
de
patrullas
y,
sobre
todo,
en
la
responsabilidad
concreta
que
se
confiere
al
guía
de
patrulla,
para
darse
exacta
cuenta
de
la
importancia
dada
en
la
educación
scout
a
la
confianza.
Dice
Baden-‐Powell:
«Mostrad
al
muchacho,
con
hechos,
que
lo
consideráis
un
ser
responsable;
dadle
una
misión
temporal
o
permanente
y
esperad
de
él
que
se
imponga
fielmente
de
la
misma.
No
lo
vigiléis
para
ver
cómo
la
cumple,
dejadlo
hacer
a
su
gusto,
dejadle
tener
contratiempos
si
es
necesario,
pero,
en
cualquier
caso,
dejadle
solo
para
que
se
espabile
como
mejor
sepa.»
También
el
segundo
principio
tiene,
dentro
del
escultismo,
importancia
decisiva;
tanto,
que
incluso
puede
decirse
que,
en
el
fondo,
él
determina
la
orientación
general.
Afirmar,
en
efecto,
que
para
evitar
el
mal
se
debe
ir
hacia
un
bien
real,
significa
afirmar
la
necesidad
de
una
pedagogía
y
de
una
moral
positivas
y
no
negativas,
cosa
que
me
parece
que
está
en
total
acuerdo
con
las
teorías
activistas
de
la
educación
contemporánea,
en
cuanto
quieren
considerar
la
moral,
no
ya
como
una
tétrica
recopilación
de
prohibiciones,
sino
como
un
complejo
de
ideas
prácticas
y
concretas,
abiertas
a
la
libre
realización
por
parte
de
cada
individuo.
Finalmente,
notemos
que
la
confianza
en
las
posibilidades
positivas
del
muchacho
lleva
a
Baden-‐Powell
a
definir
la
verdadera
educación
como
el
impulso
dado
al
muchacho
para
que
desarrolle
su
ambición
de
aprender
por
sí
solo,
lo
cual
le
dará
gusto
por
todo
lo
que
haga,
interesándose
en
la
formación
de
su
propio
carácter.
Pero
sobre
esta
fundamental
intuición
ya
llegará,
en
el
próximo
capítulo,
momento
de
profundizar.
NECESIDAD
DE
RECONOCER
LAS
EXIGENCIAS
DEL
EDUCANDO
El
secreto
del
éxito
pedagógico
de
todo
educador,
en
el
sentido
más
amplio
de
la
palabra,
consiste,
sin
duda
alguna,
en
la
capacidad
de
penetrar
en
el
mundo
del
educando
para
estudiar
sus
particulares
aptitudes
y
sus
características
mentales
y
físicas,
sobre
las
que
basar,
luego,
su
acción
educadora.
Éste
es
otro
de
los
principios
característicos
de
la
educación
moderna
que,
desde
los
tiempos
de
J.
J.
Rousseau
hasta
nuestros
días,
se
ha
esforzado
por
adecuarse
cada
vez
más
a
la
psicología
de
la
edad
evolutiva.
Y
es,
también,
principio
afirmado
y
puesto
en
práctica
por
el
escultismo,
cosa
que
no
puede
causar
estupor,
ya
que
deberá
considerarse
como
una
consecuencia
lógica
de
la
interpretación
optimista
de
la
naturaleza,
que,
según
hemos
visto,
es
básica
en
la
educación
scout.
En
Aids
to
Scoutmastership
(«Guía
para
el
jefe
de
tropa»),
Baden-‐Powell
dedica
un
capítulo
entero
a
la
psicología
del
muchacho,
con
la
intención
concreta
de
convencer
a
aquellos
que
deberán
ocuparse
del
mismo
dentro
del
movimiento,
de
la
necesidad
para
el
educador
de
despojarse
de
la
propia
mentalidad
y
de
los
gustos
propios
de
los
hombres
maduros,
y,
por
el
contrario,
hacer
todo
aquello
que
es
típico
en
los
jóvenes
que
pretende
educar;
en
tal
sentido
escribe:
«En
lo
que
sea
posible,
será
bueno
recordar
cuáles
eran
las
ideas
de
uno
cuando
era
muchacho,
para
poder
entender
mejor
sus
sentimientos
y
anhelos.»
Además,
y
citando
algunos
estudios
del
reverendo
K.
S.
Pelham
y
de
Mrs.
Lassan,
Baden-‐Powell
anuncia
algunas
cualidades
que,
por
ser
características
de
los
muchachos,
habrán
de
ser
tomadas
en
particular
consideración
:
su
sentido
del
humor,
porque
saben
apreciar,
siempre,
y
por
tonto
que
sea,
un
chiste,
y
porque
siempre
saben
ver
el
lado
cómico
de
las
cosas;
su
valor
y
confianza
en
sí
mismos,
que
les
hace
preferir
las
experiencias
hechas
a
expensas
propias;
su
amor
al
movimiento,
que
los
lleva
a
la
imposibilidad
de
sentirse
atados
a
una
tarea
más
de
uno
o
dos
meses,
mientras,
por
el
contrario,
les
da
el
gusto
por
los
cambios;
su
buena
voluntad,
por
la
cual
responden
fácilmente
a
quien
muestra
interés
por
ellos
y
por
sus
cosas;
y,
finalmente,
su
lealtad,
que
es
una
de
las
cualidades
que
sienten
más
profundamente,
pese
a
que
quizá
sea
la
que
menos
advierta
el
adulto
(que
no
sabe
reconocerla,
porque
se
desarrolla,
necesariamente,
en
un
mundo
que
no
es
el
suyo).
Los
muchachos,
en
efecto,
tienen
un
mundo
enteramente
propio,
que
crean
para
ellos
mismos,
basado
en
sus
propios
puntos
de
vista
y
en
su
manera
de
razonar,
y
del
que
excluyen,
sin
más,
a
los
mayores,
o
sea,
a
aquellos
que
demuestran
su
incapacidad
para
comprender
y
obedecer
las
leyes
sobre
las
cuales
lo
han
edificado.
Y
es
casi
superfluo
detallar
que
estas
leyes,
para
las
que
los
muchachos
demuestran
una
fidelidad
absoluta,
no
tienen
nada
que
ver
con
las
que
se
pretende
enseñarles
en
casa
o
en
la
escuela.
«El
código
del
maestro,
por
ejemplo,
ordena
el
silencio,
la
precaución
ante
los
peligros
y
la
conducta
decorosa.
El
código
de
los
muchachos
es
diametralmente
opuesto:
prescribe
la
bulla,
los
riesgos
y
el
tumulto.»
Los
tres
elementos
indispensables
para
el
mundo
de
los
muchachos
—
base
principal
de
sus
inclinaciones
—
están
representados,
según
Baden-‐Powell,
por
los
verbos
reír,
luchar
y
comer,
que
además
de
enojar
y
causar
la
incomprensión
de
padres
y
maestros,
los
llena
de
alarma
y
preocupación.
«Un
muchacho
no
es
un
animalito,
que
se
puede
relegar
a
un
escritorio;
tampoco
es
para
tenerlo
echado,
ni
es
pacifista,
ni
partidario
de
"la
seguridad
ante
todo",
ni
aficionado
a
la
lectura
seria,
ni
filósofo.
Sencillamente
es
un
muchacho
hecho
y
derecho
—
¡que
Dios
lo
bendiga!—
rebosante
de
retozo
y
peleas,
travesuras
arriesgadas
y
bulla,
observación
y
alboroto.
Y
si
no
es
así,
entonces
no
es
normal.»
No
reconocer
estas
verdades
significa
entrar
en
lucha
con
los
muchachos
y,
por
tanto,
inducirlos
o
bien
a
rendirse,
con
grave
perjuicio
de
su
normal
y
sano
desarrollo,
o
bien
a
rebelarse,
con
peligro
de
que
esta
rebelión,
como
tan
a
menudo
sucede,
se
transforme
en
actitudes
antisociales
que
son
la
antecámara
de
la
delincuencia
o,
cuando
menos,
de
una
inadaptación
ambiental.
He
ahí,
pues,
por
qué
es
tan
importante
saber
tratar
a
los
muchachos
como
a
tales,
sin
temor
alguno
por
aquello
que,
por
el
momento,
pueda
parecer
menos
justo
o
menos
oportuno.
Entonces,
¿es
suficiente,
para
conseguir
una
auténtica
educación,
dejar
hacer
al
muchacho
todo
lo
que
espontáneamente
desea,
sin
ninguna
intervención
o
interviniendo
sólo
de
manera
pasiva?
Evidentemente
que
no,
puesto
que
el
período
infantil
y
de
la
adolescencia
debe
ser,
también,
el
período
durante
el
cual
se
aprovecha
la
gran
capacidad
que
tienen
los
muchachos
para
aprender
y
adaptarse,
ayudándoles
a
desarrollar
ciertas
cualidades
y
hábitos
que
les
serán
indispensables,
luego,
en
la
vida.
Y
ello
es
tanto
más
necesario,
cuanto
que
el
muchacho
está
falto
de
la
capacidad
de
orden,
sin
la
cual
es
imposible
obtener,
de
ninguna
actividad,
resultados
positivos.
Obsérvese,
por
ejemplo,
un
grupo
de
chiquillos
jugando
en
un
jardín
o
en
la
calle;
en
la
gran
mayoría
de
los
casos,
tanto
si
juegan
a
indios,
a
guerras
o
a
lo
que
sea,
su
juego
terminará
con
largas
discusiones
o
será
desordenado
y
poco
concreto,
aunque
siempre,
y
en
el
fondo,
divertido.
Pero
ensáyese,
con
el
mismo
grupo,
a
organizar
un
bonito
juego
que
requiera
atención
y
observación,
además
de
lucha
y
movimiento,
y
podrá
comprobarse
que
se
ha
contribuido
a
desarrollar
en
los
muchachos
las
citadas
facultades,
al
mismo
tiempo
que
el
interés
y
el
entusiasmo
han
sido
todavía
mayores.
Eso
significa
en
sustancia,
que
el
arte
del
educador
debe
consistir
en
saber
convertir
en
educativo
todo
lo
que
gusta,
interesa
o
siente
necesidad
de
hacer
el
muchacho.
Entonces
será
cuando,
jugando
o
trabajando
prácticamente,
riendo
o
luchando,
se
realizará
la
acción
educadora
de
manera
más
profunda
y
útil.
Todavía
debe
añadirse
que
si
el
educador
ha
sabido
proponer
al
educando
actividades
que,
además
de
ser
necesarias
desde
su
punto
de
vista,
le
hayan
interesado
y
divertido,
habrá
conquistado,
al
mismo
tiempo,
su
simpatía
y
su
confianza,
elementos
que
no
pueden
olvidarse
con
vistas
al
mayor
éxito
de
su
labor
educativa.
Además,
esta
misma
manera
de
proceder
—
característica
ciento
por
ciento
del
escultismo,
que
se
presenta
como
una
especie
de
gran
juego
—
es
aconsejada
por
Baden-‐Powell
incluso
por
lo
que
atañe
a
las
tendencias
menos
buenas,
presentes
en
cada
muchacho.
Existen,
en
efecto,
algunos
defectos,
como,
por
ejemplo,
la
soberbia,
la
vanidad
por
hacerse
notar
o
la
resistencia
a
todo
tipo
de
autoridad,
que
si
el
educador
sabe
orientarlos
bien,
pueden
no
tan
sólo
desaparecer,
sino
incluso
llegar
a
convertirse
en
cualidades
positivas.
En
fin,
se
debe
tener
muy
presente
que
existen,
según
las
edades,
notables
diferencias
en
las
exigencias
y
en
las
características
de
los
muchachos
y
que
se
pueden
notar
diversos
matices,
a
veces
bastante
sensibles,
incluso
en
chiquillos
de
la
misma
edad.
Ante
este
problema,
el
escultismo
presenta,
de
un
lado,
su
triple
y
fundamental
subdivisión
estructural
—
de
la
que
ya
hemos
hablado
en
el
capítulo
precedente—,
y
del
otro,
la
recomendación
a
sus
jefes
de
que
se
interesen,
en
particular,
por
cada
uno
de
sus
muchachos,
extendiendo
sus
conocimientos
hasta
el
ambiente
en
que
ellos
viven,
ya
que
muchas
veces
las
citadas
diferencias
provienen,
principalmente,
del
factor
ambiental.
Y
es
cierto,
además,
que
estas
diferencias
y
estos
matices
se
apoyan
siempre
sobre
una
base
común
que
el
escultismo
ha
demostrado
conocer
muy
a
fondo.
LA
PERSONALIDAD,
OBJETIVO
PRINCIPAL
DEL
ESCULTISMO
Al
principio
de
este
capítulo
hemos
presentado
el
escultismo
como
un
medio
eficaz,
o
cuando
menos
complementario,
que
se
ofrece
a
los
muchachos
para
desarrollar
su
carácter
y
su
personalidad.
Se
trata,
ahora,
de
profundizar
más
este
concepto,
para
darse
cuenta
exacta
de
sus
ideas
y
de
los
fines
y
objetivos
que
concretamente
se
propone.
Una
de
las
más
originales
y
más
importantes
intuiciones
de
Baden-‐Powell
radica
en
haber
comprendido
que
el
valor
de
un
hombre
consiste
en
la
realización
de
su
específica
personalidad,
más
que
en
la
adecuación
a
un
modelo
standard,
y
que
es
precisamente
en
esta
realización
donde
se
halla
el
mejor
camino
para
alcanzar
una
educación
social,
en
el
sentido
más
auténtico
y
profundo
de
la
palabra.
La
sociedad
humana
no
tiene
necesidad
de
individuos
hechos,
por
así
decirlo,
en
serie,
faltos
de
iniciativa
personal
y
capaces
sólo
de
vivir
pasivamente,
sino
que
tiene
necesidad
de
individuos
llenos
de
recursos
y,
por
lo
tanto,
aptos
para
vivir
su
vida
y
para
dar
a
la
sociedad
todo
cuanto
la
naturaleza
les
ha
dado
a
ellos.
Todo
hombre,
en
efecto,
ha
recibido
de
la
naturaleza
un
conjunto
de
cualidades
y
facultades
particulares,
que
tienen
necesidad
de
ser
oportunamente
desarrolladas
y
cultivadas
para
producir
sus
característicos
frutos.
Pretender,
pues,
moldear
bajo
un
único
esquema
a
todos
los
hombres,
significa,
en
la
gran
mayoría
de
los
casos,
perder
una
buena
parte,
al
menos,
de
las
posibilidades
que
la
naturaleza
ofrece
a
la
sociedad
humana.
Naturalmente,
estos
principios
valen,
de
manera
principal,
para
el
mundo
de
la
educación,
y
de
ahí
que
sea
del
todo
evidente
la
necesidad
de
permitir
a
cada
individuo
el
libre
desarrollo
de
su
propia
personalidad.
Por
ello,
el
escultismo
funda
todo
su
método
en
función
de
este
desarrollo:
de
las
actividades
al
aire
libre
a
sus
leyes,
y
de
la
vida
de
patrulla
a
las
pruebas
técnicas,
todo
tiene
como
fin
último
la
formación
del
carácter
y
de
la
personalidad
de
cada
muchacho.
Y
no
se
crea
que
una
tal
educación
conduzca
a
la
formación
de
un
espíritu
egoísta
o
avaricioso,
ya
que,
sólo
cuando
un
hombre
haya
sido
capaz
de
desarrollar
las
tendencias
naturales
que
sentía
en
sí,
podrá
reconocer
en
los
demás
exigencias
y
necesidades
distintas
y
estará
preparado
para
apreciar
sus
cualidades
positivas.
Cuando
se
quiere
formar
un
equipo
de
fútbol,
no
se
pretende,
por
ejemplo,
que
todos
los
jugadores
jueguen
de
la
misma
manera,
ocupando
indistintamente
un
lugar
cualquiera
en
el
equipo,
sino
que
se
intenta
que
cada
uno
esté
en
su
lugar
preferido
y
para
el
cual
tiene
más
disposiciones
que
los
demás;
lo
mismo
debería
hacerse
en
la
sociedad
y,
en
términos
más
generales,
en
la
vida,
ya
que
cada
hombre
debería
ocupar
el
puesto
más
adecuado
a
sus
disposiciones
y
a
su
personalidad.
«Nosotros
educamos
a
nuestros
muchachos
—escribe
Baden-‐Powell—
de
modo
que
desarrollen
su
propia
personalidad,
tanto,
espiritual
cuanto
del
lado
de
la
eficacia,
para
convertirlos
en
jugadores
capaces
para
el
equipo
nacional,
en
buenos
ciudadanos.»
Así
pues,
toda
la
vida
scout,
y
en
particular
la
ley,
lejos
de
constituir
un
ideal
estructurado
en
todos
sus
elementos
y
rígido
dentro
de
un
complejo
de
fórmulas,
representa
algo
que,
para
ser
realmente
vivido,
tiene
necesidad
de
ser
recreado
en
una
determinada
individualidad,
en
la
cual
y
por
medio
de
la
cual
producirá,
siempre,
frutos
originales.
En
la
ley
— como,
de
hecho,
en
los
demás
elementos
constitutivos
del
escultismo:
pruebas
técnicas,
buenas
acciones,
especialidades,
espíritu
de
patrulla,
etc.
—
cada
muchacho
halla
la
base
de
la
propia
personalidad,
ya
que
él
la
hace
suya
según
sus
propios
deseos,
voluntad
y
facultades,
independientemente
de
obligación
categórica
alguna.
La
misma
fórmula
de
la
promesa
(Yo
prometo,
por
mi
honor
y
con
la
gracia
de
Dios,
hacer
cuanto
de
mí
dependa...)
expresa
con
toda
claridad
este
aspecto
del
escultismo.
Según
el
escultismo,
cualquier
ideal
que
se
intentara
inculcar
en
un
muchacho
o
cualquier
virtud
que
quisiera
desarrollarse
en
el
mismo,
quedaría
sustancialmente
inválido
si
no
hubiera
pasado
a
través
de
la
realidad
concreta
de
la
personalidad
o
no
encontrara
en
ella
su
fundamento
y
su
eficacia.
Como
tan
justamente
observa
Luigi
Stefanini
en
su
magnífica
obra
Personalismo
educativo,
«el
valor
de
la
persona
humana
y
su
legislación
interna
no
son
el
resultado
de
la
colectividad
social
(o
de
la
colectividad
escolar),
sino
que,
muy
al
contrario,
la
condicionan.
Los
équipes
escolares
no
deben
reducir
la
responsabilidad
personal
a
los
resultantes
de
las
reacciones
colectivas,
ni
la
voluntad
moral
debe
reducirse
a
la
voluntad
general
de
la
colectividad,
sacrificando
lo
que
de
más
profundo
y
divino
existe
en
el
individuo».
Ahora
bien,
para
poder
obtener
este
desarrollo
de
la
personalidad
de
cada
muchacho
en
particular,
el
escultismo
le
ofrece,
no
solamente
la
posibilidad
concreta
de
desarrollar
sus
más
íntimas
características,
sino
que
recurre
a
una
relación
educativa
entre
el
jefe
y
el
muchacho,
en
la
que,
antes
que
la
misma
doctrina,
es
la
personalidad
del
jefe
el
instrumento
fundamental
de
todo
el
proceso
educativo.
El
jefe
es,
ante
todo,
ejemplo
vivo
y
real
de
cómo
un
individuo
puede
desarrollar
la
propia
personalidad,
haciendo
totalmente
suyos
los
más
altos
ideales
y
virtudes;
su
manera
de
enseñar,
por
tanto,
no
será
nunca
abstracta,
sino
que
siempre
irá
unida
a
hechos
concretos.
De
ahí
que
en
el
escultismo
no
puedan
darse
las
mentalidades
que
se
creen
portadoras
de
un
mensaje
o
de
una
verdad
objetiva,
privada
de
sentimientos
y
matices
personales,
puesto
que
los
muchachos
tienen
necesidad,
para
aprender
a
formarse
su
propia
personalidad,
de
tener
ante
sus
ojos
a
un
hombre
que
haya
realizado,
a
su
manera,
los
mismos
ideales
hacia
los
que
ellos
tienden.
Es
evidente,
asimismo,
que
si
el
escultismo
—
por
el
mismo
hecho
de
unos
ideales
que
realizar
y
de
unas
virtudes
que
incorporarse,
del
cual
tan
a
menudo
hemos
hablado
—
ha
aceptado
el
principio
de
la
libertad
del
educando
—
característico
en
la
moderna
educación
—,
también
ha
sabido
proponer
a
la
consideración
y
al
espíritu
de
imitación
de
todos
los
chiquillos
del
mundo,
un
modelo
de
hombre,
al
que
nadie
está
obligado
a
identificarse
forzosamente,
pero
al
que
podrán
tener
como
ideal
para
la
mejor
formación
de
ellos
mismos.
Se
trata,
precisamente,
de
aquel
tipo
scout
que
ha
hecho
suyos
un
cierto
estilo
y
un
determinado
espíritu
de
vida.
EL
ESPÍRITU
SCOUT
COMO
META
CONCRETA
DEL
ESCULTISMO
Aunque
esta
expresión
sea
una
de
las
más
usadas
en
el
ámbito
del
escultismo,
no
es
nada
fácil
definir
qué
se
entiende
por
espíritu
scout.
No
concuerda
con
el
espíritu
scout
(o,
mejor
y
más
simple,
no
es
scout)
el
que
un
lobato
lloriquee
o
sea
caprichoso,
que
un
scout
refunfuñe
o
se
irrite
continuamente,
o
que
un
rover
titubee
ante
una
dificultad;
en
cambio,
sí
concuerda
con
él,
el
que
un
lobato
no
olvide
dar
cada
día
una
satisfacción
a
alguien,
que
un
scout
sonría
y
cante
incluso
en
los
momentos
difíciles,
o
que
un
rover
se
obligue
realmente
a
vivir
bajo
el
lema
del
servicio.
Y
serán
los
mismos
lobatos
o
los
mismos
scouts
quienes
juzgarán
si
está
o
no
de
acuerdo
con
este
espíritu
la
deslealtad
de
un
compañero,
la
injusticia
de
un
maestro
o,
incluso,
las
más
insignificantes
acciones
(como
el
dejar
rastro
en
cada
sitio
en
que
uno
se
detiene),
que
revelan
que
todavía
no
está
plenamente
asimilado
aquel
estilo
de
vida
al
cual
ellos
se
han
habituado.
Así
pues,
el
espíritu
scout
es,
por
un
lado,
todo
el
complejo
de
hábitos
y
de
notas
características
que
determinan
el
estilo
de
vida
de
un
scout
(como,
por
ejemplo,
la
buena
acción
cotidiana,
el
sentido
caballeresco
que
informa
todas
sus
obras,
o
la
costumbre
de
dormir
con
la
ventana
abierta),
y
por
el
otro,
la
manera
particular
de
entender
la
vida-‐,
que,
precisamente,
nace
del
haber
vivido
de
manera
concreta
su
ley.
Además,
puede
afirmarse
que
esto
es
todo
cuanto
resta
en
el
hombre
maduro
al
final
del
entero
proceso
educativo
del
escultismo,
y
que,
por
lo
tanto,
representa,
desde
un
punto
de
vista
concreto,
su
meta
última.
Más
adelante
ya
hablaremos
de
la
ley
y
de
las
virtudes
—
hábitos
que
ella
se
esfuerza
por
desarrollar
en
los
muchachos
—.
Intentemos,
ahora,
comprender
cuál
es
esta
particular
manera
de
entender
la
vida,
para
lo
cual
nos
referiremos,
esencialmente,
al
libro
de
Baden-‐Powell
dedicado
a
los
rovers
para
ayudarlos
a
formar
su
vida
de
hombres,
y
cuyo
título,
Rovering
to
succes
(«Roverismo
hacia
el
éxito»),
es
ya
lo
bastante
significativo.
El
espíritu
scout,
en
efecto,
debe
ser
una
manera
de
vivir
con
éxito
nuestra
vida
terrena.
De
todas
maneras
debe
entenderse
bien
claro
que
el
éxito
del
cual
habla
Baden-‐Powell
y
del
cual
el
espíritu
scout
es
el
principal
responsable,
no
es
la
riqueza,
el
poder
o
la
brillantez
de
la
carrera
profesional
(aunque
esta
última
debe
interesar
mucho,
y
con
plena
razón,
a
todos
los
jóvenes),
sino
que
se
refiere,
simplemente,
a
ser
felices.
Y,
claro
está,
no
de
una
manera
pasiva
—
ya
que
entonces
se
trataría
de
placer
y
no
de
felicidad
—,
sino
de
un
modo
totalmente
activo,
en
el
que
el
joven
comprometa
todo
su
ser,
como
dice
Baden-‐Powell,
desde
los
brazos
y
las
piernas
hasta
el
cerebro
y
la
inteligencia.
La
primera
y
quizá
más
importante
característica
de
esto
que
venimos
denominando
como
espíritu
scout
y
que
es,
pues,
una
manera
de
ser,
consiste
en
el
gusto
y
en
la
voluntad
de
ser
jóvenes:
jóvenes
de
hecho
y
jóvenes
de
intención
—
explica
muy
claramente
el
Padre
Forestier—,
ya
que
por
juventud
se
debe
entender
todo
lo
que
se
opone
al
sentido
decadente
que
nace
de
todas
las
formas
estáticas
y
todo
lo
que
lucha
contra
el
escepticismo
y
contra
la
actitud
de
renunciamiento
expresada
en
la
expresión
desgraciadamente
tan
en
boga:
«¿Y
a
mí,
qué?»
Ser
jóvenes,
en
efecto,
significa
amar
la
vida,
estar
contentos
de
la
misma
y
de
todo
lo
que
ella
nos
permite
hacer;
y
ser
felices
significa,
por
un
lado,
saber
apreciar
la
bellezas
de
la
naturaleza
(la
majestad
de
las
montañas,
las
maravillas
de
la
vida
animal,
el
acre
olor
de
una
fogata
en
el
campo)
y,
por
el
otro,
poder
obrar
proyectados
hacia
el
exterior
para
hacer
activamente
el
bien,
cosa
que,
sin
duda
alguna,
es
una
de
las
mejores
fuentes
de
auténtica
y
más
íntima
alegría.
Y
no
deben
asustarnos
las
inevitables
dificultades
que
encontraremos
en
nuestro
camino;
primero,
porque
no
tomándose
las
cosas
por
lo
trágico
siempre
se
descubre
que
se
trata
de
dificultades
muy
lejos
de
ser
insuperables,
y
segundo,
porque
las
dificultades
deben
ser
consideradas
como
«la
sal
de
la
vida».
Escribe
Baden-‐Powell:
«Si
la
vida
fuera
siempre
fácil,
sería
insípida;
la
sal
es
muy
amarga
cuando
se
la
toma
sola,
pero
cuando
se
añade
a
la
comida
es
precisamente
ella
quien
le
da
sabor.
Pues
bien,
las
dificultades
son
la
sal
de
la
vida.»
De
ahí
nace
aquel
sano
optimismo
que
hace
la
vida
más
interesante
y,
muchas
veces,
incluso
más
fácil,
y
que
mana
del
hábito
de
considerar
al
mundo
como
un
terreno
de
juego
y
a
la
vida
misma
como
un
gran
juego,
cuyo
éxito
depende
en
gran
parte
de
la
manera
como
lo
juegue
cada
uno
de
nosotros.
Baden-‐Powell
compara
la
vida
a
un
viaje
en
canoa,
cuyo
feliz
término
depende
casi
por
completo,
sobre
todo
con
mal
tiempo,
de
nuestra
atención,
nuestro
valor
y
nuestra
actividad.
«Rema
tu
propia
canoa
tú
solo
y
no
des
la
espalda
a
los
peligros.»
«Si
quieres
triunfar
en
la
vida,
si
quieres
conquistar
la
felicidad,
acuérdate
de
que
eres
tú
quien
la
debe
conquistar.»
La
fortuna
no
es
algo
que
aparezca
no
se
sabe
exactamente
ni
dónde
ni
cuándo
y
ante
la
cual
la
única
posición
posible
sea
la
de
esperarla
con
mayor
o
menor
confianza,
sino
que
consiste,
simplemente,
«en
la
oportunidad
de
hacer
algo
bueno
y
grande».
Su
secreto
estriba
en
estar
siempre
alerta
para
no
dejar
escapar
las
oportunidades
y
cazarlas
al
vuelo,
y
no
en
sentarse
y
esperar
a
que
pasen.
«La
oportunidad
es
un
ómnibus
que
hace
pocas
paradas.»
Pero
todavía
hay
más.
En
efecto,
el
segundo
fundamento
del
espíritu
scout
y,
por
lo
tanto,
de
la
felicidad
que
de
él
depende,
viene
representado
por
la
voluntad
de
dejarse
guiar
en
todas
nuestras
acciones
por
el
Amor;
un
Amor,
naturalmente,
con
A
mayúscula;
un
Amor
que
quiere
decir
dar
pruebas
de
un
íntimo
espíritu
de
bondad
a
través
de
los
distintos
servicios
prestados
al
prójimo
y
que
significa
obrar
siempre
con
amabilidad
y
simpatía,
dispuestos
a
reconocer
las
gentilezas
de
que
los
demás
pueden
haber
dado
pruebas;
en
una
palabra,
se
trata
de
la
buena
voluntad
que,
en
el
fondo,
es
siempre
la
voluntad
de
Dios.
«La
verdadera
felicidad
es
como
el
radium.
Es
una
especie
de
Amor
que
aumenta
en
proporción
de
lo
que
da,
de
ahí
que
la
felicidad
esté
al
alcance
de
todo
el
mundo:
aun
de
los
pobres.»
Y
es
precisamente
este
tipo
de
Amor
el
que
debe
estar
en
la
base
del
espíritu
de
servicio
que
debe
informar
la
vida
entera
de
un
hombre
feliz.
Pero
para
poder
poner
en
práctica
este
programa
no
bastan
las
buenas
acciones,
es
necesario
tener
además
una
efectiva
capacidad,
para
la
cual,
precisamente,
prepara
el
escultismo.
Por
lo
demás,
el
espíritu
scout
así
entendido,
¿qué
es
sino
la
continua
búsqueda
de
buenas
acciones
que
realizar?
Y
la
primera
de
ellas
es,
precisamente,
la
de
vivir
nuestra
vida
de
todos
los
días
según
el
ideal
scout,
de
manera
que
incluso
los
demás
reciban
su
poder
mágico
y
una
ayuda
para
vivir
mejor.
Sólo
así
se
podrá
ultimar,
con
espíritu
tranquilo
y
sereno,
la
vida
que
nos
ha
sido
dada
para
que
supiéramos
aprovechar
todos
sus
aspectos
positivos,
y
sólo
así
podremos
afirmar,
con
Baden-‐Powell,
haber
dejado
el
mundo
un
poco
mejor
de
como
lo
encontramos.
Para
terminar,
falta
hablar,
aunque
brevemente,
de
un
aspecto
del
espíritu
scout,
aquel
que
el
propio
Baden-‐Powell
denominó
«su
aspecto
romántico».
La
vida
de
los
bosques
y
el
contacto
vivo
y
profundo
con
la
naturaleza
ejercen
una
atracción
irresistible
en
los
muchachos
que,
incluso
cuando
sean
adultos,
no
podrán
por
menos
que
atender
y
a
la
que,
a
menudo,
deberán
volver
para
reconquistar
alegría
interior,
espontaneidad
y
serenidad.
«Puede
darse
el
caso
—
afirma
el
fundador
del
escultismo
—
de
que
se
trate
de
un
espíritu
primitivo,
pero
en
todo
caso
existe:
...y,
verdaderamente,
es
comida
para
el
hambre
de
los
muchachos.
Mirad
aquel
chiquillo
que
anda
por
la
calle;
tiene
una
luz
especial
en
los
ojos.
¿Ve
un
prado
o
las
grises
olas
del
mar?
Sea
lo
que
sea,
él
está
muy
lejos
de
la
calle
por
donde
anda,
esto
os
lo
puedo
asegurar.»
CAPITULO
III
La
integridad
de
la
educación
representa
una
condición
casi
fundamental,
puesto
que
sin
la
misma
ni
siquiera
podría
hablarse
de
educación.
En
efecto,
educar
significa,
en
el
sentido
más
profundo
de
la
palabra,
esforzarse
en
formar
al
hombre,
y
éste
no
lo
es
auténticamente
si
no
se
ha
desarrollado
en
todas
direcciones.
En
el
caso
contrario
sólo
debería
hablarse
de
simple
instrucción,
evidentemente
con
cierta
intención
despectiva
o,
mejor
aún,
con
deseo
de
polémica
ante
el
sistema
escolar
—
todavía
demasiado
en
vigor
—
que
se
limita
a
dar
a
la
juventud
una
instrucción
puramente
intelectual.
Como
dijo
en
una
conferencia
H.
G.
Elwess,
«convertir
al
chiquillo
en
hombre
significa
formar,
al
mismo
tiempo,
su
cuerpo,
su
espíritu
y
su
alma.
Si
sólo
se
desarrollara
su
cuerpo
se
obtendría,
como
inevitable
resultado,
un
magnífico
animal,
y
entonces
no
podría
hablarse
de
educación,
sino
de
simple
cría;
si
sólo
nos
ocupásemos
de
desarrollar
el
cerebro
se
correría
el
riesgo,
indudable,
de
formar
un
espíritu
falso
y
peligroso;
si,
finalmente,
se
pretendiera
dirigir
todos
los
esfuerzos
de
manera
única
hacia
los
problemas
del
alma,
difícilmente
nos
seguirían
los
muchachos.»
Ningún
exclusivismo
puede
tolerarse
en
la
obra
educativa,
ya
que,
como
también
afirma
Nicola
Petruzzellis
(I
problemi
della
pedagogía
come
scienza
filosófica),
si
es
del
todo
necesario
enseñar
a
los
jóvenes
a
tener
bien
firmes
los
pies
en
el
suelo,
también
es
preciso
que
sepan
dirigir
su
actividad
y
sus
aspiraciones
hacia
los
más
altos
ideales.
Es
necesario,
pues,
conjugar
en
la
educación
el
sentido
de
la
realidad
con
el
culto
al
ideal.
Por
lo
demás,
son
bien
conocidos
los
graves
defectos
a
que
se
llega
con
el
fraccionamiento
de
la
acción
educativa
y,
a
este
respecto,
la
experiencia
nos
proporciona
ricas
enseñanzas.
Cuántas
veces,
por
ejemplo,
una
educación
demasiado
intelectual
no
hace
otra
cosa
que
conducir
a
un
abstracto
intelectualismo
que
geometriza
y
analiza
incluso
en
las
ocasiones
en
que
se
debería
intuir
y
sintetizar.
Y
cuántas
veces
se
ha
visto
cómo
una
educación
que,
por
desarrollar
demasiado
la
mentalidad
científica,
olvida
el
aspecto
moral
o
estético
de
la
naturaleza
humana,
no
produce
sino
la
llamada
forma
mentís
que
todo
lo
entumece
y
ahoga.
Y
cuántas
veces,
finalmente,
una
educación
que
cuida
demasiado
exclusivamente
el
aspecto
religioso
de
la
personalidad
humana,
acaba
desarrollando
un
tosco
sentimiento
totalmente
alejado
de
la
profunda
fecundidad
espiritual
propia
del
cristianismo.
De
ahí
que
el
escultismo,
en
cuanto
quiere
afirmarse
como
método
educativo,
se
proponga
dirigir
al
muchacho
hacia
el
máximo
desarrollo
de
sus
valores
humanos,
suscitándole
«tanto
cualidades
intelectuales,
cuanto
cualidades
puramente
físicas
o
morales»,
ya
que
está
convencido
que
sólo
de
esa
manera
los
muchachos
podrán
alcanzar
el
máximo
de
su
valor
social
y,
al
mismo
tiempo,
su
más
alto
significado
religioso.
Este
ideal
de
humanidad
armónicamente
desarrollado,
encuentra
su
máxima
expresión
en
el
lema
de
los
scouts
Siempre
listo,
que
representa,
en
cierta
manera,
el
lema
de
todo
el
escultismo.
El
mismo
Baden-‐Powell
dice:
«Vuestro
lema
es
Siempre
listo,
lo
que
significa
que
debéis
estar
siempre
listos,
con
el
espíritu
y
el
cuerpo,
para
cumplir
con
vuestros
deberes.
Tendréis
el
espíritu
listo
si
lo
ejercitáis
a
la
disciplina,
a
la
obediencia
y
a
reflexionar
a
menudo
sobre
qué
haríais
en
circunstancias
y
accidentes
imprevistos,
para
saber,
así,
qué
es
la
cosa
precisa
que
debe
hacerse
en
un
momento
dado
y
tener
la
voluntad
presta
a
hacerla.
Tendréis
el
cuerpo
listo
si
sois
fuertes
y
activos,
dispuestos
en
cualquier
momento
a
cualquier
esfuerzo.»
Como
puede
verse,
esta
definición
es
una
síntesis
de
todo
aquello
hacia
lo
cual
el
escultismo
dirige
su
acción
educativa:
del
carácter
a
las
virtudes
morales,
de
la
inteligencia
a
la
capacidad
de
observación,
de
la
voluntad
a
las
fuerzas
físicas.
Al
mismo
tiempo,
también
se
hace
referencia
al
espíritu
de
aventura
(el
imprevisto)
y
al
ideal
de
humanidad
activa,
características,
asimismo,
del
escultismo.
Cada
hombre
tiene,
a
lo
largo
de
su
vida,
deberes
individuales
y
sociales
a
cumplir
y
una
labor
determinada
a
desarrollar,
para
los
que
le
han
sido
dados,
conjuntamente,
conciencia,
voluntad
y
capacidad
de
afrontarlos.
Listos
para
la
vida,
he
ahí
el
auténtico
significado
del
lema
citado
y,
a
la
vez,
el
verdadero
significado
que
debe
darse
a
la
concepción
integral
de
la
educación
que
persigue
el
escultismo.
En
la
educación
scout
existen,
evidentemente,
aspectos
diversos:
desde
el
moral
y
religioso
al
físi-‐
co,
del.
intelectual
y
sensorial
al
técnico
y
estético,
del
social
al
cívico,
y
en
ninguno
de
ellos
Baden-‐
Powell
ha
sido
plenamente
original,
ya
que
nada
nuevo
ha
inventado.
Su
originalidad,
sin
duda
alguna,
radica
en
la
síntesis
y
en
la
estructuración.
Además,
la
integridad
del
método
no
se
refiere
solamente
a
una
pluralidad
en
sus
intereses,
sino
también
al
propio
convencimiento
de
la
absoluta
imposibilidad
de
fraccionar
la
acción
educativa,
dis-‐
tinguiendo
en
ella
aspectos
y
apartados
independientes
o
aceptando
que
debe
desarrollarse
cada
uno
de
ellos
en
una
edad
determinada.
La
acción
educativa
es,
siempre,
unitaria,
y
si
jamás
puede
aceptarse
una
subdivisión,
mucho
menos
puede
tomar
ésta
la
forma
de
una
sucesión
cronológica.
En
efecto,
no
es
posible
creer
que
para
educar
físicamente
a
un
muchacho
se
pueda
abandonar
su
edu-‐
cación
moral,
o
que
para
desarrollar
su
formación
intelectual
se
pueda
dejar
de
lado
su
sensibilidad
estética
o
religiosa,
o
que
sea
lícito
ignorar
su
educación
sensorial.
El
muchacho,
como
el
hombre,
es
un
todo
único,
cuyos
diversos
aspectos
son,
tan
sólo,
diferentes
matices
de
un
solo
ser.
Y,
¿quién
no
se
da
cuenta
de
que
todas
estas
afirmaciones
concuerdan
perfectamente
con
la
línea
tradicional
de
la
pedagogía
cristiana?
En
todo
caso,
bastaría
leer
con
atención
la
encíclica
Divini
illius
magistri
de
Pío
XI
(31
diciembre
1939)
para
comprobarlo:
«Nunca
se
ha
de
perder
de
vista
que
el
sujeto
de
la
educación
cristiana
es
el
hombre
todo
entero,
espíritu
unido
al
cuerpo
en
unidad
de
naturaleza,
con
todas
sus
facultades
naturales
y
sobrenaturales,»
En
los
capítulos
siguientes
podremos
comprobar
esta
unidad
de
la
educación
scout
y
si,
por
obvias
razones
expositivas,
hemos
de
ocuparnos
separadamente
de
sus
diversos
aspectos,
es
necesario
tener
presente
que,
en
realidad,
se
trata
de
un
todo
único.
Entenderlo
de
modo
distinto
significaría
perder
de
vista
la
principal
característica
del
escultismo
y
su
enseñanza
más
profunda
y
duradera.
EL
ESCULTISMO
COMO
MÉTODO
DE
EDUCACIÓN
ACTIVA
La
segunda
definición
del
escultismo,
indicada
como
fundamental
para
comprender
todo
su
valor
pedagógico,
es
la
de
que
se
trata
de
un
método
de
educación
activa.
A
esta
definición
podemos
llegar
a
través
de
varias
consideraciones.
Primeramente,
la
insistencia
con
que
el
escultismo
afirma
la
necesidad
de
que
los
muchachos
cola-‐
boren
activamente
en
su
propia
educación;
en
segundo
lugar,
la
importancia
que
se
da
a
la
vida
al
aire
libre
y,
mejor
todavía,
al
contacto
directo
con
la
naturaleza;
en
tercer
lugar,
la
sustitución
del
método
auditivo
y
manual
por
el
método,
mucho
más
positivo,
de
las
investigaciones
y
exploraciones
per-‐
sonales
y
de
la
experiencia
concreta;
en
cuarto
lugar,
la
preeminencia
asignada
al
trabajo
técnico
y
productivo,
desarrollado
tanto
individual
cuanto
colectivamente;
en
quinto
lugar,
la
tendencia
a
hacer
asumir
al
muchacho
responsabilidades
concretas;
y,
finalmente,
la
importancia
del
juego,
siempre
pre-‐
sente
en
todas
sus
actividades.
Más
adelante
ya
hablaremos
de
la
importancia
del
aire
libre,
del
trabajo
técnico
y
de
la
educación
de
la
responsabilidad.
Intentemos,
ahora,
profundizar
en
los
demás
puntos
considerados.
En
Aids
to
Scoutmastership
escribe
Baden-‐Powell:
«El
jefe
de
tropa
transmite
al
muchacho
el
ansia
y
deseo
de
aprender
por
sí
solo»,
y,
en
efecto,
todos
sus
esfuerzos,
y
ello
puede
comprobarse
en
sus
escritos
dirigidos
a
los
lobatos
y
a
los
scouts,
están
encaminados
a
suscitar
y
cultivar
en
el
espíritu
de
los
muchachos
su
sentido
de
activa
curiosidad
que,
siéndoles
natural,
es
la
mejor
premisa
para
des-‐
arrollar
en
ellos
el
gusto
por
aprender.
Se
trata,
en
sustancia,
de
lograr
educar
al
muchacho
mediante
el
muchacho
mismo,
sabiendo
que
así
los
resultados
alcanzados
—
tanto
si
son
la
adquisición
positiva
de
determinadas
facultades
y
nociones,
como
la
necesaria
corrección
de
ciertas
tendencias
y
hábitos
—
serán,
sin
duda
alguna,
mucho
más
eficaces
y
duraderos.
Además,
la
experiencia
que
a
este
propósito
tiene
todo
hombre,
es
su
más
constante
y
convincente
confirmación.
De
todas
maneras,
este
principio
—
que
cuenta
en
su
activo
con
una
larga
historia
y
que
debe
ser
considerado
como
uno
de
los
principios
de
la
pedagogía
contemporánea
más
unánimemente
aceptados
—
se
presta,
con
gran
facilidad,
a
peligrosas
interpretaciones,
sobre
todo
cuando,
por
así
decirlo,
se
le
toma
al
pie
de
la
letra,
ya
que,
entonces,
reduciéndose
la
educación
a
una
autoeducación,
se
disminuye
la
importantísima
misión
del
educador
y
se
corre
e!
riesgo
de
caer
en
una
forma
de
anarquismo
o
educación
individualista
muy
apartada
de
las
exigencias
eminentemente
sociales
y
comunitarias
del
mundo
actual.
He
ahí
por
qué
en
el
escultismo
el
problema
de
la
autoeducación
se
mira
desde
un
punto
de
vista
particular,
pues
si
bien
es
verdad
que
ella
representa
la
garantía
parcial
de
que
la
acción
educativa
no
se
reduzca
a
una
imposición
exterior
de
un
esquema
rígido
y
gravoso,
sino
que
sea
algo
que
surja
del
interior,
también
es
verdad
que
la
autoeducación
se
considera
como
el
medio
más
idóneo
para
desarrollar
en
los
muchachos
una
disciplina
y
unas
reglas
que
les
permitan
superar
su
individualismo.
La
misma
presencia
de
una
ley,
codificada
y
precisa,
lo
demuestra
claramente.
Esta
ley
—
pensada
y
escrita
por
Baden-‐Powell
a
la
medida
de
los
muchachos—
es,
por
un
lado,
conquistada
por
ellos
mismos,
pero,
por
el
otro,
sólo
adquiere
significado
y
valor
cuando
la
reconocen
y
le
dan
vivencia
de
una
manera
totalmente
libre.
Nótese
que
cuando
un
muchacho
se
presenta
a
un
grupo
scout,
el
primer
acto
oficial
no
es
la
lectura
y
explicación
de
la
ley,
sino
que,
en
homenaje
a
su
espontáneo
deseo
y
a
su
natural
ardor,
inmediatamente
se
le
acepta
en
las
auténticas
y
propias
actividades
scouts;
tan
sólo
más
tarde
—
y,
en
general,
después
que
el
mismo
muchacho
ha
sentido
la
necesidad
de
la
ley
y
la
ha
visto
nacer
en
el
interior
de
la
nueva
vida
iniciada
—
la
ley
se
convierte
en
una
cosa
precisa
y
seria.
Así
pues,
el
principio
de
la
autoeducación
tiene,
en
el
escultismo,
la
siguiente
doble
función:
1)
llegar
a
una
educación
interior,
y
2)
reconocer
las
exigencias
e
intereses
propios
del
educando,
principalmente
los
de
la
acción
y
el
movimiento.
De
ahí
que
pueda
decirse
que
el
activismo
es
uno
de
los
principios
básicos
de
la
educación
scout.
Además,
difícilmente
podría
comprenderse
todo
lo
dicho
si
no
se
afrontara
con
total
amplitud
el
tema
de
la
educación
y
la
enseñanza
experimentales.
El
activismo
scout,
si
se
considera
a
la
luz
del
principio
de
la
autoeducación,
nos
lleva
precisamente
a
este
concepto
que,
por
otro
lado,
liga
muy
bien
con
toda
la
tradición
educativa
anglosajona.
En
primer
lugar,
todo
ello
indica
—
como
ya
se
ha
señalado
—
la
radical
oposición
del
escultismo
a
todo
tipo
de
educación
o
enseñanza
que
se
base
en
la
audición
o
repetición
manual.
En
segundo
lugar,
se
nos
presenta
como
fundamento
de
la
educación,
de
tanta
importancia
en
la
formación
del
hombre,
basada
en
el
saberse
espabilar
por
sí
solo.
Baden-‐Powell,
en
efecto,
considera
la
educación,
en
su
aspecto
más
convincente,
como
una
invitación
y
guía
a
los
muchachos
para
explorar
el
ambiente
natural
y
humano,
de
manera
que
sean
ellos
mismos
los
que
descubran
sus
principales
características
y
enseñanzas.
La
misma
palabra
escultismo,
que
en
sustancia
significa
«arte
de
la
exploración»,
es
la
más
evidente
prueba.
Quede
bien
claro,
además,
que,
conforme
a
la
convicción
de
Baden-‐Powell
de
que
el
proceso
educativo
debe
entenderse
en
sentido
progresivo,
todo
lo
que
el
muchacho
está
invitado
a
explorar
a
través
de
las
diversas
etapas
del
escultismo
se
presenta
con
diferencias
harto
notables:
desde
la
exploración
del
mundo
fantástico
de
la
selva
y
del
mundo
concreto
de
la
naturaleza,
hasta
el
campo
más
vasto
y
complejo
de
la
vida
y
de
las
realizaciones
humanas.
En
todo
caso,
no
obstante,
trátase
siempre
de
un
aumento
de
experiencias,
válido
incluso
para
el
desarrollo
de
la
inteligencia
y
abierto
a
la
vida
psíquica
del
muchacho,
que,
al
ampliarse
el
horizonte
de
sus
conocimientos,
tantas
cosas
debe
conquistar.
Viviendo
la
vida
scout
en
toda
su
extensión,
el
muchacho
se
encuentra
enfrentado
a
problemas
y
situaciones
que
de
otro
modo
desconocería
y
que
le
llevan,
por
un
lado,
a
ejercitar
su
capacidad
inventiva
y
a
aplicarse
en
el
gusto
por
las
investiga-‐
ciones
y
descubrimientos
personales,
y,
por
el
otro,
le
hacen
comprender
la
utilidad
práctica
de
muchas
de
las
nociones
teóricas
que
ha
aprendido,
o,
cuando
menos,
le
hacen
sentir
su
necesidad.
Es
el
caso,
por
ejemplo,
de
la
geometría
que
ha
aplicado
a
la
medición
de
la
altura
de
un
árbol
o
la
anchura
de
un
río,
o
de
las
nociones
de
astronomía
que
le
permiten
orientarse
tanto
de
día
como
de
noche.
Del
mismo
modo,
es
indudable
que
al
tomar
contacto,
durante
sus
actividades
de
exploración,
con
numerosos
restos
del
pasado
—
iglesias,
ruinas
romanas,
campos
de
batalla
o
castillos
medievales
—,
su
interés
por
la
historia
se
acrecienta
mucho
más
que
con
una
lección
teórica
y
abstracta.
Y,
¿quién
no
se
da
fácilmente
cuenta
de
la
extraordinaria
importancia
que
tiene
para
la
formación
del
carácter,
la
capacidad
de
saberse
desenvolver
por
sí
solo
en
todas
las
situaciones
que
nacen
precisa-‐
mente
del
directo
contacto
con
la
realidad
concreta?
Estoy
plenamente
convencido
de
que
aquellos
que
en
su
juventud
han
aprendido
a
superar
las
más
raras
dificultades
en
las
situaciones
menos
fáciles,
se
sentirán
particularmente
preparados
para
la
vida;
en
este
sentido,
el
escultismo
ofrece
un
vasto
campo
a
la
elección,
desde
las
dificultades
que
deben
superarse
al
cocinar
con
un
simple
fuego
al
aire
libre
hasta
las
que
nacen
al
construir
una
gran
instalación
o
de
la
necesidad
de
orientarse
sin
brújula
ni
aparato
alguno.
Verdaderamente
es
una
escuela
insustituible
de
confianza
y
de
seguridad
en
uno
mismo,
fundamentos
principales
de
todo
carácter
humano
fuerte
y
rico
en
recursos.
Pero
la
observación
más
importante
que,
a
mi
parecer,
debe
hacerse
a
propósito
del
activismo
scout,
es
que
se
ejercita
en
todos
los
campos
de
la
educación:
físico,
técnico,
intelectual,
moral
e,
inclu-‐
so,
religioso,
ya
que
es
un
gran
mérito
del
escultismo
haber
insistido
sobre
una
forma
de
piedad
activa,
en
la
que
cada
muchacho
debe
tomar
parte
viva
y
concreta.
La
comprobación
de
esta
larga
aplicación
del
método
activo
dentro
del
proceso
educativo
del
escultismo
será,
precisamente,
una
de
nuestras
mayores
preocupaciones.
Nótese,
finalmente,
que
esta
forma
de
educación
activa,
si
bien
nos
lleva
en
el
escultismo
a
una
valorización
de
la
formación
personal
del
educando,
nos
permite,
al
mismo
tiempo,
satisfacer
las
exigencias
de
una
concepción
más
social,
ya
que
muy
a
menudo
esta
forma
de
educación
se
lleva
a
cabo
en
el
seno
de
un
grupo
en
el
cual
se
precisa
colaboraciones
y
ayudas
recíprocas.
En
este
sentido,
la
característica
integral
y
activa
del
escultismo
halla
una
fusión
particularmente
feliz
y
rica
en
óptimos
resultados.
LOS
VALORES
PEDAGÓGICOS
DEL
JUEGO
EN
EL
ESCULTISMO
Una
de
las
principales
consideraciones
que
hemos
hecho
para
poder
comprender
el
escultismo
como
un
método
educativo
activo,
ha
sido
el
reconocimiento
de
la
importancia
que
da
al
juego.
En
efecto,
al
hablar
de
juego
—
cuando
menos
si
nos
referimos
a
la
educación
scout—,
debemos
pensar
en
algo
esencialmente
activo,
que
no
tiene
nada
que
ver
con
la
idea
de
pasatiempo
ni
con
su.
concepto
de
facilidad
y
pasividad.
La
importancia
que
el
juego
reviste
en
el
escultismo
viene
determinada
tanto
por
sus
amplias
posi-‐
bilidades
de
aplicación,
cuanto
por
el
gran
valor
pedagógico
que,
según
Baden-‐Powell,
puede
dársele.
Incluso
es
necesario
tener
en
cuenta
que
una
buena
parte
de
las
principales
actividades
scouts,
desde
la
vida
de
campamento
a
las
numerosas
y
variadas
técnicas,
y
desde
la
vida
en
la
manada
al
sistema
de
patrullas,
vienen
presentadas
a
los
muchachos
bajo
la
forma
de
juegos.
Juegos
en
los
que,
si
quieren
darles
una
auténtica
función
educativa,
deben
participar
de
una
manera
concreta
y
activa
los
mismos
jefes.
«El
escultismo
—
escribe
Baden-‐Powell
—
es
un
alegre
y
gran
juego
al
aire
libre,
con
el
que
los
chi-‐
quillos
y
los
hombres
que
todavía
conservan
el
espíritu
juvenil
pueden
abandonarse
conjuntamente
al
placer
de
la
aventura
—
como
el
hermano
mayor
con
el
pequeño
—,
adquiriendo
salud
y
alegría,
conocimientos
prácticos
y
aptitudes
para
salir
adelante
en
cualquier
circunstancia.»
Y
ademas,
como
ya
hemos
afirmado
anteriormente,
toda
la
vida
scout
está
concebida
como
un
único
gran
juego,
y
lo
que
pide
el
muchacho
que
solicita
su
ingreso
en
el
movimiento
es
poder,
él
tam-‐
bién,
«jugar
a
lobatos»
o
«jugar
a
exploradores,
a
scouts».
Aquí
radica,
y
ello
no
es
difícil
de
com-‐
prender,
el
secreto
del
éxito,
sin
precedentes,
que
el
escultismo
ha
tenido
y
continúa
teniendo
en
el
mundo
juvenil,
ya
que
el
juego
representa
para
los
muchachos
la
máxima
aspiración
de
su
vida
e
incluso
me
atrevería
a
decir
que
el
juego
representa
la
única
cosa
seria
que
ellos
pueden
realizar,
puesto
que
en
él
encuentran
la
posibilidad
de
satisfacer
sus
más
íntimas
exigencias
y
urgentes
deseos,
desde
el
de
moverse
y
actuar
al
de
competir
con
sus
compañeros,
y
desde
el
instinto
combativo
al
incontenible
desahogo
de
sus
ansias
de
rumor
y
alboroto.
Pero
la
función
del
juego
dentro
del
escultismo
no
se
reduce
tan
sólo
a
esta
citada
capacidad
para
atraer
y
satisfacer
a
los
muchachos,
sino
que
su
importancia
proviene,
principalmente,
de
sus
posibi-‐
lidades
educativas.
El
juego
es,
en
efecto,
el
primer
gran
educador
y,
al
llevar
los
muchachos
al
escul-‐
tismo,
nosotros
les
ofrecemos
«juegos
y
actividades
que
a
la
vez
que
atractivos
para
los
muchachos
pequeños
los
educan
con
toda
seriedad
moral,
material
y
físicamente».
A
mi
entender,
esta
afirmación
es
verdadera
por
dos
razones
fundamentales.
En
primer
lugar,
porque
desde
el
momento
en
que
el
juego
es
la
expresión
más
genuina
de
los
ins-‐
tintos
naturales
y
de
la
mentalidad
del
chiquillo
y
del
muchacho,
se
presta
magníficamente
para
reve-‐
lar,
al
educador,
la
índole
y
el
carácter
específico
de
cada
muchacho,
sus
defectos
y
sus
cualidades.
Con
el
juego
los
chiquillos
y
muchachos
se
sienten
libres
y,
sobre
todo,
dueños
de
hacer
aquello
que
espontáneamente
desean,
cosa
que
permitirá
al
adulto
que
los
observa
con
atención,
deducir
importantes
conclusiones
concernientes
a
la
línea
que
deben
seguir
en
su
labor
educativa.
En
segundo
lugar,
es
necesario
reconocer
que
el
juego,
además
de
exigir
que
los
muchachos
adquie-‐
ran
determinadas
aptitudes
para
el
buen
éxito
del
mismo
—
cosa
que
hacen
con
placer
e
interés
—,
ayuda
a
desarrollar
algunas
de
las
cualidades
morales
y
a
combatir
algunos
de
los
defectos.
De
ahí
que
Baden-‐Powell
haya
podido
decir
con
toda
justicia
que,
a
través
de
los
juegos
y,
en
especial,
de
los
de
equipo,
se
pueden
inculcar
los
principios
de
obediencia
a
las
reglas,
el
dominio
de
sí
mismo,
el
entusiasmo,
la
fortaleza,
la
valentía,
la
capacidad
de
guiar
a
los
demás,
el
altruismo,
etc.
Veamos
ahora
algunos
ejemplos
concretos
que
nos
sirvan
para
demostrar
la
exactitud
de
cuanto
llevamos
dicho.
El
espíritu
de
disciplina
y
el
dominio
de
sí
mismos
son
frutos
directos
de
la
existencia
de
unas
reglas
de
juego
que,
por
simples
y
reducidas
que
sean,
limitan
el
entusiasmo
y
el
ardor
del
mu-‐
chacho,
el
cual,
además,
aprende
a
apreciar
su
existencia
y
su
valor
al
ver
que
sin
ellas
ningún
juego
serio
podría
llevarse
a
término,
y,
al
mismo
tiempo,
desarrolla,
sin
casi
darse
cuenta,
su
facultad
de
autodominio.
Es
lo
que
con
tanta
exactitud
observa
Bernard
Thorel
(Le
scoutisme)
al
decir
que
cuando
se
desobedece
una
regla
en
el
transcurso
de
un
juego,
no
se
hace
tanto
por
el
gusto
de
desobedecer
o
por
mala
voluntad,
cuanto
por
un
comportamiento
irreflexivo
que,
por
ejemplo,
induce
al
jugador
a
salir
prematuramente,
por
simple
curiosidad,
de
su
escondrijo.
Y
es
precisamente
el
dominio
de
sí
mis-‐
mo
el
que
debe
frenar
este
impulso.
Los
juegos
auténticamente
scouts
—
que
tienen
como
teatro
de
su
acción
el
bosque
y
la
naturale-‐
za—
exigen
y
desarrollan
en
los
chiquillos
la
valentía
y
la
fortaleza,
o,
mejor
dicho,
lo
que
Baden-‐Powell
ha
denominado
«espíritu
espartano»,
entendiendo
como
tal
la
dureza
hacia
uno
mismo.
En
cualquier
juego
scout
las
ortigas
y
Zarzales,
y
las
caídas,
rasguños
y
violentos
encontronazos,
dejan
siempre
sus
huellas
más
o
menos
profundas
y
más
o
menos
dolorosas,
pero
la
excitación
del
juego
las
hace
soportar
con
extrema
desenvoltura
e,
incluso,
con
la
sonrisa
en
los
labios.
«Demostraciones
de
dolor
por
parte
de
un
muchacho
que
se
ha
hecho
un
rasguño
o
que
se
ha
herido
en
alguna
otra
forma
en
cualquier
incidente
del
juego
deberán
quedar
suprimidas
por
medio
de
la
burla,
salvo,
por
supuesto,
cuando
la
herida
no
sea
leve.
He
aquí
una
excelente
oportunidad
para
enseñar
a
los
chiquillos
a
ser
varoniles
y,
por
tanto,
hay
que
aprovecharla
lo
mejor
posible.»
Además,
al
jugar
a
menudo
y
siempre
mejor,
el
muchacho
logrará
desprenderse
del
terrible
defecto
consistente
en
discutir
y
gritar
continuamente
para
tener
siempre
la
razón.
Conseguir
esto
no
es
fácil,
pero
poco
a
poco
se
logrará
que
los
chiquillos
jueguen
no
para
vencer
cueste
lo
que
cueste,
sino
con
el
fin
de
divertirse
conjuntamente
y,
tratándose
casi
siempre
de
juegos
colectivos,
se
habituarán
a
jugar
no
sólo
para
sí
mismos,
sino
en
beneficio
de
su
equipo,
cosa
que
servirá
a
las
mil
maravillas
para
educar
su
altruismo
y
para
superar
su
egoísmo
natural.
Finalmente,
y
por
lo
que
concierne
sobre
todo
a
los
juegos
técnicos
—
los
que
requieren
la
aplicación
de
determinadas
técnicas,
como
la
topografía,
la
señalización,
la
observación,
etc.
—,
es
evidente
que
la
necesidad,
o
mejor
dicho,
el
deseo
de
quedar
bien
es
un
potente
estímulo
que
induce
al
muchacho
a
prepararse
seriamente
y,
por
tanto,
a
conocer
a
fondo
aquellas
técnicas.
Así
pues,
es
tan
evidente
el
alto
valor
educativo
del
juego
que
sorprende
enormemente
ver
con
cuánta
dificultad
lo
aprovechan
los
métodos
educativos
tradicionales.
De
todas
maneras,
vale
la
pena
fijarse
en
que
no
es
posible
considerar
al
juego
como
educativo
in
se,
ya
que
es
del
todo
necesario
que
se
sepa
darle
este
sentido
educativo.
El
juego
es
capaz,
casi
siempre,
de
interesar
a
los
muchachos,
pero
no
de
educarlos,
ya
que
es
suficiente
que
sus
reglas
no
sean
lo
bastante
claras
o
que
el
jefe
no
sepa
hacerse
respetar
o,
incluso,
que
sólo
se
tenga
en
cuenta
su
aspecto
de
pasatiempo
o
diversión,
para
que
desaparezca
todo
su
valor
pedagógico.
Y
todavía
debe
hacerse
una
última
observación
respecto
a
la
posición
que
el
juego
tiene
en
el
seno
del
escultismo.
En
efecto,
para
que
sea
posible
obtener
todos
estos
resultados
que
acabamos
de
señalar,
es
necesario
que
los
juegos
se
adapten
perfectamente
a
la
edad
de
los
muchachos
a
que
se
destinan.
Éste
es,
precisamente,
el
motivo
principal
que
justifica
muchas
de
las
diferencias
existentes
entre
la
actividad
lúdica
de
los
lobatos
y
de
los
scouts,
aunque
reconozcamos
que
en
unos
y
otros
existe
siempre
un
fondo
y
un
carácter
únicos.
Así,
por
ejemplo,
en
la
manada
se
prefieren
juegos
no
demasiado
largos,
ya
que
difícilmente
el
chi-‐
quillo
de
nueve
o
diez
años
es
capaz
de
fijar
su
atención
sobre
una
sola
cosa
durante
mucho
tiempo,
y
de
manera
preferente
se
utilizarán
pequeños
juegos
que
exigen
algunas
de
las
capacidades
físicas
e
intelectuales
que
luego
serán
de
gran
utilidad
en
la
tropa:
trepar,
juegos
de
pelota,
de
equilibrio,
de
observación
a
corta
y
larga
distancia,
etc.
Además,
se
insistirá
sobre
los
juegos
que
comportan
una
actividad
manual
muy
precisa,
de
acuerdo
con
el
típico
gusto
de
los
chiquillos
por
el
mundo
concreto
hacia
el
cual
dirigen
más
fácilmente
su
atención
y
voluntad.
En
cambio,
en
la
tropa,
el
juego
debe
ser
más
rudo
y,
sobre
todo,
más
intelectual,
debido
a
que
los
muchachos
de
trece
a
catorce
años
tienen
una
mayor
capacidad
para
expresar
ideas,
para
pensar
en
el
juego.
Precisamente,
yo
creo
que
esta
característica
— reflexionar
y
saber
decidir
por
sí
mismo
—
es
el
fin
principal
del
auténtico
juego
scout.
De
ahí
que
su
más
feliz
fórmula
sea
la
del
«gran
juego»,
en
el
que,
junto
a
una
actividad
intensa
y
ruda
tiene
extraordinaria
importancia
el
aspecto
táctico,
el
plan
que
debe
pensarse
primero
y
realizarse
luego:
táctica
y
plan
que
si
bien
se
desprenden
de
la
misma
estructura
del
juego,
deben
nacer
de
la
iniciativa,
de
la
sensibilidad
y
de
la
imaginación
de
cada
jugador
o
de
cada
grupo
de
jugadores.
De
lo
que
se
desprende,
una
vez
más,
la
necesidad
de.
que
el
jefe
sepa
realizar
a
la
perfección
su
cometido,
puesto
de
manifiesto
en
esta
ocasión
en
la
manera
como
estructura
juegos
que
sean,
a
la
vez,
interesantes,
lógicos
(nadie
como
los
muchachos
se
fija
en
la
lógica
de
una
acción
o
de
un
comportamiento)
y
capaces
de
permitir
el
libre
desarrollo
de
la
voluntad
y
de
la
inteligencia
de
quienes
deban
jugarlos.
A
todas
estas
particularidades
del
juego
súmase
aún
su
capacidad
para
desarrollar
en
los
muchachos
la
alegría
de
vivir.
En
el
juego,
más
que
en
ninguna
otra
actividad,
el
muchacho
siente
en
lo
más
íntimo
de
su
ser
la
belleza
de
la
vida
cuando
es
vivida,
como
enseña
el
escultismo,
con
atención
y
seriedad,
y
cuando,
como
en
el
juego,
es
el
fruto
de
una
constante
preparación
y
de
una
continua
voluntad
de
acción.
LA
IMPORTANCIA
DE
LA
NATURALEZA
Y
SU
FUNCION
EDUCATIVA
«Los
exploradores
de
todo
el
mundo
obedecen
a
leyes
que
nadie
ha
escrito,
pero
que
les
obligan
como
si
fueran
impresas.
Estas
leyes
nos
han
sido
transmitidas
desde
los
más
remotos
tiempos...
Aprended,
pues,
a
conocerlas
a
fondo.»
Como
puede
verse,
al
presentar
la
ley
a
los
muchachos
Baden-‐Powell
no
hace
uso
de
palabras
abstractas
y
teóricas
con
el
fin
de
demostrar
la
exactitud
de
su
redacción
y
su
adecuación
a
la
moral
cristiana,
sino
que
se
limita
a
presentarla
como
la
transcripción
del
códice
observado,
desde
los
más
remotos
tiempos,
por
todos
aquellos
que
despiertan
su
admiración:
exploradores,
pioneros,
misioneros,
caballeros,
héroes
y
santos.
He
ahí
por
qué
la
formulación
lingüística
no
debe
llevarnos
a
engaño
y
hacernos
pensar
que
se
trata,
tan
sólo,
de
una
recopilación
de
preceptos
generales,
no
sentidos
por
los
muchachos,
sino
impuestos
desde
fuera.
Por
el
contrario,
trátase
de
unas
normas
que
todo
scout
siente
como
obvias
para
todo
aquel
que
quiera
hacer
suyo
un
determinado
ideal
de
vida
y
que,
por
tanto,
pueden
considerarse
como
el
producto
de
sus
propias
reflexiones.
Ni
debe
pensarse,
tampoco,
que
el
jefe
o
el
consiliario
tienen
que
enseñarlas
abstractamente,
escolásticamente;
lo
que
debe
hacerse
es
hacerlas
vivir
concretamente
y
hacer
comprender,
de
manera
directa,
su
oportunidad
y
su
valor.
De
ahí
la
importancia
de
los
comentarios
del
propio
Baden-‐Powell
sobre
cada
uno
de
los
diez
artículos
de
la
ley
scout;
ellos
nos
presentan
su
aspecto
práctico
y
concreto.
Veámoslos,
pues,
según
su
primera
redacción
(véase
la
versión
actual,
en
el
Apéndice
III):
Artículo
1.°
El
scout
cifra
su
honor
en
ser
digno
de
confianza.
«Si
un
scout
dice:
"Por
mi
honor,
esto
es
así”,
significa
que
así
es,
tal
como
si
hubiera
hecho
la
más
solemne
promesa.
De
igual
manera,
si
un
jefe
dice
a
un
scout:
"Yo
confío
en
que
por
tu
honor
harás
esto”,
el
scout
está
obligado
a
obedecer
aquella
orden
lo
mejor
que
pueda
y
a
no
permitir
que
ningún
obstáculo
se
le
interponga.
Si
un
scout
faltara
a
su
honor
diciendo
una
mentira
o
no
cumpliendo
una
orden
con
exactitud,
cuando
se
hubiere
fiado
en
su
honor
que
así
lo
haría,
se
le
puede
pedir
que
devuelva
su
insignia
y
que
jamás
la
vuelva
a
usar.
Se
le
puede
pedir
también
que
deje
de
ser
scout.»
Artículo
2.°
El
scout
es
leal
con
su
patria,
padres,
superiores,
jefes
y
subordinados.
«Deberás
serles
fiel
contra
viento
y
marea,
delante
de
sus
enemigos,
o
ante
las
personas
que
se
expresen
mal
de
ellos.»
Artículo
3.°
El
deber
del
scout
es
ser
útil
y
ayudar
a
sus
semejantes.
«Deberá
cumplir
con
su
deber,
sobre
todo,
aunque
tenga
que
sacrificar
su
placer,
su
comodidad
o
su
seguridad.
Cuando
encuentre
difícil
saber
cuál
de
dos
cosas
debe
hacer,
se
preguntará
a
sí
mismo:
¿Cuál
es
mi
deber?,
es
decir,
¿Qué
es
lo
mejor
para
los
demás?,
y
ejecutar
ésa.
Deberá
estar
siempre
listo
para
salvar
una
vida
o
para
ayudar
a
un
herido
y
deberá
hacer
cuanto
pueda
para
ejecutar
una
buena
acción
diaria
en
favor
de
alguna
persona.»
Artículo
4.°
Un
scout
es
amigo
de
todos
y
hermano
de
cualquier
otro
scout
sin
distinción
de
país,
clase
social
o
religión.
«Así,
si
un
scout
encuentra
a
otro
scout,
aun
cuando
le
sea
desconocido,
deberá
hablarle
y
ayu-‐
darlo
en
cuanto
pueda,
ya
sea
en
el
desempeño
de
sus
obligaciones
en
ese
momento,
o
alimentándolo,
o
hasta
donde
pueda
en
lo
que
necesite.
Un
scout
jamás
debe
ser
un
snob;
un
snob
es
aquel
que
ve
por
encima
del
hombro
a
otro
porque
es
pobre,
o
el
que
es
pobre
al
que
es
rico.
El
scout
acepta
a
los
otros
hombres
tal
como
son
y
saca
de
ello
el
mejor
partido
posible.
A
Kim6
se
le
llamaba
”el
pequeño
amigo
de
todo
el
mundo”
y
tal
es
el
título
que
todo
scout
debería
conquistar
para
sí.»
Artículo
5.°
El
scout
es
cortés.
«Es
decir,
es
afable,
especialmente
con
las
mujeres,
con
los
niños,
con
los
ancianos
y
con
los
inválidos
o
lisiados.
Y
jamás
deberá
recibir
recompensa
por
haber
prestado
ayuda
o
haber
sido
cortés.»
Artículo
6.°
El
scout
es
amigo
de
los
animales.
«Les
deberá
evitar
cualquier
sufrimiento,
no
deberá
matar
a
ninguno
sin
necesidad,
ya
que
son
criaturas
de
Dios.
Se
permitirá,
sin
embargo,
que
mate
a
un
animal
para
conseguir
alimento
o
porque
sea
dañino.»
Artículo
7.°
El
scout
obedece
sin
replicar
órdenes,
de
sus
padres,
de
su
jefe
de
patrulla
o
de
su
jefe
de
tropa.
«Aun
cuando
reciba
una
orden
que
no
le
guste
debe
hacer
lo
que
los
soldados
y
los
marinos,
lo
que
haría
con
respecto
a
su
capitán
del
equipo
de
fútbol,
cumplirla
p orque
es
su
deber.
Después
de
haberla
cumplido,
podrá
hacer
valer
las
razones
que
tenga
en
contrario;
pero
sólo
después
de
haberla
ejecutado
sin
vacilar.
Esto
es
lo
que
se
llama
disciplina.»
Artículo
8.°
El
scout
sonríe
y
silba
en
sus
dificultades.
«Cuando
reciba
una
orden
debe
obedecerla
con
alegría
y
prontitud,
nunca
con
desgana.
El
scout
nunca
murmura
en
sus
dificultades
ni
echa
la
culpa
a
los
demás,
ni
refunfuña,
sino
que
silba
y
sonríe.
Cuando
se
pierde
el
tren
o
alguien
le
pisa
a
uno
un
callo
—
esto
no
quiere
decir
que
los
scouts
tengan
callos
o
cosas
parecidas
—
o
en
cualquier
otra
circunstancia,
deberá
hacer
un
esfuerzo
para
silbar
alguna
tonada
y
en
seguida
todo
habrá
pasado.»
Artículo
9.°
El
scout
es
ahorrativo.
«Es
decir,
ahorra
todo
el
dinero
que
puede
y
lo
deposita
en
el
Banco,
para
tener
con
qué
sostenerse
cuando
se
encuentre
sin
trabajo,
y
así
no
ser
una
carga
para
los
demás;
o
para
tener
dinero
para
dar
a
otros
que
lo
necesiten.»
Artículo
10.°
El
scout
es
puro
de
pensamiento,
palabra
y
obra.
«Es
decir,
desprecia
a
la
juventud
necia
que
habla
de
cosas
sucias,
no
se
deja
llevar
de
la
tentación
ni
en
sus
conversaciones
ni
en
sus
pensamientos
y
jamás
ejecuta
una
acción
sucia.
El
scout
conserva
limpia
su
mente
y
es
varonil.»
6 Kim es el muchacho protagonista de la novela homónima de R. Kipling, propuesto por Baden-Powell a los scouts como modelo concreto que imitar.
LAS
VIRTUDES
H ÁBITOS
PROPIAS
DEL
ESCULTISMO
La
primera
consideración
que,
de
manera
espontánea,
surge
de
la
ley
propuesta
por
Baden-‐Powell
— aceptada
casi
literalmente
por
todas
las
Asociaciones
Scouts
del
mundo
—
es
que
no
se
trata
de
una
ley
en
el
sentido
común
del
término,
por
cuanto
no
dice:
se
debe,
se
puede,
no
se
debe,
no
es
permitido,
etc.,
sino
que,
sin
más,
propone
una
serie
de
definiciones
o,
si
se
prefiere,
formula
la
com-‐
probación
de
unos
hechos.
Esta
diversidad
está
muy
claramente
explicada
por
Roland
Philipps
en
sus
Lettres
á
un
chef
de
patrouille:
«Un
inglés
sigue
siendo
inglés
aunque
viole
continuamente
las
leyes
de
su
país,
pero
un
scout
que
falte
a
su
ley
no
puede
seguir
siéndolo,
ni
por
un
instante
más...
Los
diez
artículos
de
la
ley
anuncian
hechos,
definiciones.
El
jefe
nos
dice:
He
ahí
un
scout,
un
hombre
de
honor,
leal,
cortés,
bueno,
alegre,
obediente,
puro,
etc.
Quien
no
se
esfuerce
por
ser
así,
no
puede
ser
scout
y
no
podrá
llevar
mucho
tiempo
la
insignia.»
Ya
hemos
hablado
de
la
importancia
que
dentro
del
escultismo
se
da
a
la
confianza
en
el
muchacho;
la
ley
es
la
mejor
prueba
de
ello,
ya
que,
en
definitiva,
se
deja
al
mismo
muchacho
la
responsabilidad
de
autojuzgarse
y
de
decidir
si
su
vida
y
su
comportamiento
corresponden
perfectamente
al
modelo
propuesto.
Además,
y
según
mi
opinión,
esta
manera
de
proceder
responde
muy
bien
a
la
psicología
de
los
muchachos,
que
tienen
un
especialísimo
interés
en
ser
considerados
seriamente
y
en
sentir-‐como
dice
el
primer
artículo
de
la
ley
—
que
los
jefes
o,
en
general,
los
adultos,
tienen
confianza
en
él.
También
los
restantes
nueve
artículos
se
basan
en
aspectos
característicos
de
la
naturaleza
biológica
o
espiritual
de
los
muchachos:
desde
la
alegría
que
sienten
cuando
se
les
confía
un
encargo
importante
—
o
que
ellos
consideran
como
tal
—
hasta
la
necesidad
de
realizar
actividades
físicas
que
pueden
convertirse
(artículo
3.°)
en
una
serie
de
actividades
de
tipo
utilitario
;
desde
el
deseo
de
estrechar
lazos
de
amistad
y
afecto
con
todo
el
mundo
(artículo
4.°)
a
la
satisfacción
de
ser
un
auténtico
y
cortés
caballero
(artículo
5.°);
desde
su
interés
y
curiosidad
hacia
el
mundo
de
los
animales,
que
se
transforma
en
un
amor
total
por
la
naturaleza
(artículo
6.°),
al
deseo
de
obedecer
libremente
(artículo
7.°);
desde
su
irresistible
sentido
del
humor,
que
se
aprovecha
como
medio
fundamental
para
superar
las
dificultades
(artículo
8.°),
hasta
un
sentido
del
ahorro
que
les
permite
hacer
magníficos
y
fantásticos
proyectos
(artículo
9.°)
y
la
íntima
satisfacción
de
sentirse
mucho
más
en
f orma
que
todos
sus
compañeros
que,
tontamente,
buscan
divertirse
por
medios
torpes
e
ilícitos
(artículo
10.°).
A
mi
entender,
el
secreto
de
la
educación
moral
del
escultismo
consiste
precisamente
en
eso,
en
dar
al
muchacho
la
posibilidad
de
sentirse
distinto
de
todos
los
demás,
por
mejor
y
por
más
respetado.
En
el
fondo,
éste
es
el
motivo
por
el
cual
la
insignia
escultista
ejerce
una
fascinación
tan
fuerte
y
decisiva
sobre
casi
todos
los
muchachos.
Pero,
¿qué
significa
el
que
la
ley
scout
esté
formulada
como
una
recapitulación
de
definiciones?
A
este
propósito,
las
respuestas
que
pueden
darse
creó
que
son
dos.
La
primera
es
que
se
trata
de
una
ley
eminentemente
positiva,
y
la
segunda
es
que
las
virtudes
que
en
ella
se
afirman
están
concebidas
como
auténticos
y
verdaderos
hábitos
o,
todavía
mejor,
como
los
h abitus
de
la
mente
y
del
alma
de
cada
scout.
En
efecto,
si
se
consideran
atentamente
todos
los
artículos
de
la
ley,
no
es
difícil
darse
cuenta
de
que
cada
uno
de
ellos
invita
a
los
muchachos
a
hacer
alguna
cosa
o
a
ser
de
una
cierta
manera;
y,
sobre
todo,
no
es
difícil
comprobar
—
especialmente
si
se
consideran
los
comentarios
de
Baden-‐
Powell
subsiguientes
a
cada
artículo
—
que
todo
cuanto
se
pide
a
los
muchachos
no
son
cosas
irrealizables
y
muy
difíciles
de
ser
comprendidas
por
ellos,
sino
que,
por
el
contrario,
se
trata
siempre
de
cosas
reales
y
concretas,
que
pueden
integrarse
sin
dificultad
alguna
en
la
vida
de
cada
día.
La
confianza
que
merece
todo
scout
encuentra
infinitas
maneras
de
ponerse
en
evidencia
a
través
de
las
numerosas
misiones
que
se
le
encomiendan
dentro
de
la
vida
de
patrulla
o
durante
las
excursiones
y
campamentos;
la
lealtad
se
pone
a
prueba,
ante
todo,
en
los
innumerables
juegos
que
requieren
una
leal
observación
de
las
reglas,
de
manera
que
en
los
juegos
puede
concretarse
el
espíritu
de
la
caballerosidad
y
de
la
cortesía
mutua;
la
ayuda
al
prójimo
tiene
un
campo
vastísimo
para
practicarse
en
la
ruda
vida
de
los
bosques
y
nada
hay
más
favorable
para
las
mejores
acciones
que
la
vida
de
campamento,
donde,
ciertamente,
no
son
pocos
los
servicios
pesados
o
antipáticos;
el
amor
a
la
naturaleza
es
tan
esencial
en
la
vida
scout
que
incluso
puede
considerarse
superflua
cualquier
consideración
particular
a
este
respecto;
la
rápida
obediencia
y
la
sonrisa
constante
son
cualidades
exigidas
a
los
scouts
durante
todas
sus
actividades;
y,
finalmente,
el
espíritu
de
economía
y
de
sobrie-‐
dad
encuentran
frecuente
manera
de
desarrollarse
en
la
vida
de
patrulla
y
durante
los
campamentos,
en
los
que
cualquier
derroche
innecesario
se
considera
como
un
deshonor
y
una
gran
falta.
Pero,
desde
un
punto
de
vista
concreto,
uno
de
los
elementos
principales
de
la
formación
moral
del
escultismo
es,
sin
duda
alguna,
la
práctica
de
la
«buena
acción»
(llamada,
comúnmente,
la
B .
A.),
que
desde
el
día
de
la
promesa
representa
el
primer
deber
de
todo
muchacho.
Así,
pues,
cada
mañana
hará
un
pequeño
nudo
en
la
extremidad
de
su
foulard
(pañuelo
de
cuello)
o,
en
la
vida
ordinaria,
inventará
algún
sencillo
sistema
(nudo
en
el
pañuelo,
piedra
en
un
bolsillo,
reloj
en
la
muñeca
derecha
en
lugar
de
la
izquierda,
etc.),
que
le
recuerde,
constantemente,
su
más
importante
deber.
También
aquí
la
libertad
dada
al
muchacho
es
total,
puesto
que
ningún
jefe
controlará,
salvo
cosas
excepcionales,
si
ha
hecho
o
no
la
B.
A.,
y
puesto
que
la
elección
de
la
buena
acción
es
una
cosa
absolutamente
personal
y
cada
muchacho
está
muy
orgulloso
cuando
imagina
haber
descubierto
la
manera
de
hacer
una
nueva
B.
A.
En
la
realidad,
estas
buenas
acciones
se
adaptan
perfectamente
a
las
distintas
edades,
desde
las
que
realizan
los
lobatos
hasta
el
servicio
característico
de
los
rovers.
Lo
importante
es
que
se
trate
de
una
acción
en
la
que
difícilmente
hubiera
pensado
un
muchacho
no
scout
y
que,
dentro
de
lo
posible,
quede
ignorada
a
los
ojos
de
los
demás.
En
el
escultismo,
la
B.
A.
debe
ser
interpretada
como
un
servicio
o
una
ayuda
prestada
a
alguien
que,
generalmente,
no
sabrá
jamás
quién
ha
podido
hacérsela.
De
esta
manera,
el
muchacho,
además
de
aplicar
su
pensamiento
y
su
voluntad
hacia
un
sentido
altruista
por
un
período
de
tiempo
no
siempre
muy
breve,
aprende
a
servirse
últimamente
de
las
técnicas
de
la
observación
y,
al
mismo
tiempo,
desarrolla
el
placer
de
hacer
el
bien
aceptando,
como
única
recompensa,
la
íntima
satisfacción
de
haberlo
hecho.
Y,
¿qué
mejor
camino
que
éste
para
llevarnos
hacia
una
formación
social
en
el
sentido
más
auténtico
y
profundo
de
la
palabra?
En
cuanto
a
la
segunda
respuesta
que
hemos
formulado,
es,
también,
muy
clara
y
comprensible:
todas
las
virtudes
o
cualidades
que
la
ley
intenta
desarrollar,
deben
convertirse
en
hábitos
o,
mejor
aún,
en
maneras
espontáneas
de
nuestro
actuar.
Baden-‐Powell
afirma
que
para
que
una
virtud
lo
sea
de
verdad
debe
convertirse
en
una
auténtica
«disposición
constante»
de
la
personalidad
de
un
hombre,
de
tal
manera
que
éste
actúe
virtuosamente
sin
darse
cuenta
de
ello
y
sin
que
deba
efectuar
ningún
esfuerzo
especial.
He
aquí
por
qué
se
debe
hablar,
como
ya
hemos
dicho
anteriormente,
de
un
e stilo
y
de
un
t ipo
scouts;
en
realidad,
la
finalidad
que
se
propone
el
escultismo
es
la
de
crear
en
los
muchachos
una
tal
mentalidad
que
les
haga
considerar
como
algo
absurdo
y
casi
imposible
el
comportarse
deslealmente,
o
el
no
ser
corteses,
obedientes,
serviciales,
alegres
y
puros.
Quien
haya
experimentado
personalmente
este
tipo
de
educación
sabe
muy
bien
que
todo
esto
no
son
fórmulas
abstractas
y,
por
tanto,
vacías
de
un
efectivo
interés,
sino
que
se
trata
de
una
posibilidad
que,
muy
a
menudo,
se
convierte
en
una
realidad
concreta.
Por
consiguiente,
puédese
afirmar
que
el
adulto
educado
en
el
escultismo
se
enfrenta
a
la
vida
con
una
mentalidad
que
fácilmente
podemos
juzgar
como
contraria
a
la
mentalidad
corriente,
ya
que
la
lealtad,
el
altruismo,
el
sentido
del
honor,
la
fidelidad,
etc.,
no
son
virtudes
demasiado
a
la
orden
del
día.
En
cambio,
para
él,
todo
ello
será
natural
y
no
le
comportará
fatiga
alguna
la
aplicación
de
la
ley
que
ha
presidido
su
juventud
hasta
llegar
a
su
nueva
vida
de
hombre
adulto.
Naturalmente,
esto
no
quiere
decir
que
todos
aquellos
que
han
recibido
la
educación
scout
sean
perfectos;
no
sería
ni
lógico
ni
honesto
el
afirmarlo,
puesto
que
de
la
misma
manera
como
en
los
muchachos
no
faltan
las
caídas
y
los
momentos
de
crisis,
es
comprensible
que
luego
se
repitan
estas
caídas
y
estos
momentos
críticos.
Y
todavía
podemos
afirmar
que
si
se
examinan
la
ley
y
los
hábitos
que
de
ella
se
derivan
desde
el
punto
de
vista
del
hombre,
nos
daremos
cuenta,
fácilmente,
de
que
ellos
tienen
un
valor
y
una
importancia
aún
mayores,
puesto
que
cada
uno
de
ellos
representa,
en
el
fondo,
una
reacción
frente
a
las
diversas
causas
de
las
cuales
nace
la
crisis
de
nuestro
mundo7.
7
Para un adecuado comentario de la ley desde el punto de vista, véase: G. Mira, Noi e la societá
LA
PROMESA
SCOUT
Y
EL
SENTIDO
DEL
HONOR
Junto
a
la
ley,
no
debemos
olvidar
la
promesa
que,
para
todo
scout,
representa
el
momento
más
importante
de
su
vida
dentro
del
escultismo,
como
demuestra
la
solemnidad
de
la
ceremonia
con
que
un
muchacho
es
aceptado
oficialmente
en
el
movimiento.
Con
la
promesa,
el
muchacho
—
después
de
haberse
declarado
dispuesto
a
aceptar
como
propio
el
ideal
de
vida
característico
de
los
scouts
y
después
de
haber
dado
pruebas
de
su
buena
voluntad
durante
un
período
más
o
menos
largo
—
escoge,
con
un
acto
absolutamente
libre
y
personal,
la
ley
scout
como
su
propio
códice,
y
se
compromete
ante
Dios,
sus
jefes,
sus
compañeros,
sus
padres
y,
sobre
todo,
ante
sí
mismo,
a
«hacer
cuanto
de
él
dependa
para
cumplir
sus
deberes
para
con
Dios
y
la
patria,
para
ayudar
al
prójimo
en
toda
circunstancia»;
y
el
compromiso
viene
subrayado,
de
manera
inequívoca,
al
decir
que
lo
promete
«por
su
honor».
«Esta
promesa
—comenta
Baden-‐Powell—
es
muy
difícil
de
cumplir,
pues
es
una
promesa
muy
seria
y
ningún
scout
puede
considerarse
como
tal
si
no
hace
cuanto
puede
por
cumplirla.
Todas
las
promesas
son
siempre
importantes
y
no
se
debería
nunca
dejar
de
cumplirlas,
pero
cuando
se
promete
una
cosa
por
el
propio
honor
se
debería
morir
antes
que
faltar
a
la
misma.
Ya
veis,
pues,
que
el
escultismo
no
es
sólo
diversión;
requiere
también
mucho
de
vosotros;
pero
yo
sé
que
se
puede
confiar
en
que
haréis
cuanto
os
sea
posible
por
cumplir
vuestra
promesa.»
Para
un
observador
externo
que
considere
de
manera
superficial
la
promesa,
quizá
le
parezca
fuera
de
lugar
el
que
se
invite
al
muchacho
a
asumir
un
compromiso
que
juzgado
con
la
mentalidad
corriente
se
nos
aparece
como
demasiado
superior
a
sus
fuerzas;
además,
quizá
se
considere
un
error
pedagógico
comprometer
tan
pronto
su
honor,
sabiendo
desde
un
principio
que
muchas
veces
actuará
en
desacuerdo
con
el
compromiso
contraído
y,
por
tanto,
habituándolo
a
considerar
con
cierta
ligereza
el
concepto
mismo
del
honor;
el
uso
del
término,
de
una
manera
fácil
y
frecuente,
determinaría
una
pérdida,
en
profundidad
y
eficacia,
de
su
sentido.
Por
mi
parte
puedo
afirmar,
basándome
sobre
todo
en
experiencias
directas,
que
estos
y
parecidos
temores
son
totalmente
infundados.
Obsérvese,
ante
todo,
que
la
promesa
scout
no
debe
confundirse,
en
modo
alguno,
con
un
juramento,
y,
en
segundo
lugar,
téngase
muy
presente
que
el
muchacho
promete
por
su
honor
«hacer
cuanto
de
mí
dependa».
Esto
significa
que
el
contenido
de
la
promesa
es
atenuado
de
manera
suficiente
para
impedir
que
nazcan,
en
el
muchacho,
sentimientos
tan
peligrosos
para
su
desarrollo
espiritual
como
los
de
opresión
o
culpabilidad.
Tampoco
debe
pensarse
que
se
disminuya
en
demasía
el
concepto
del
honor,
ya
que
él
nace,
precisamente,
de
un
compromiso
tomado
con
entera
libertad
y
que,
además,
se
renueva
periódicamente.
Quede
claro,
pues,
que
es
muy
importante
que
los
muchachos
comprendan
exactamente
el
sentido
de
la
palabra
honor,
cuyo
significado,
por
otra
parte,
no
debe
pensarse
que
sea
excesivamente
complejo.
En
realidad,
yo
creo
que
la
mejor
definición
del
honor
es
la
que
nos
ha
dado
Baden-‐Powell
y
que
se
acostumbra
utilizar
en
la
ceremonia
de
la
promesa;
cuando
el
muchacho
que
debe
pronunciarla
se
presenta
ante
su
jefe,
éste
le
pregunta:
«¿Sabes
lo
que
significa
tu
honor?»,
a
lo
que
él
responde:
«Significa
que
se
puede
confiar
en
mi
veracidad
y
honradez.»
Ningún
muchacho,
por
joven
que
sea,
tiene
dificultad
alguna
en
comprender
esta
respuesta,
que
permite,
a
su
espontáneo
deseo
de
autonomía
y
libertad,
un
modo
muy
oportuno
para
desarrollarse
y
autocontrolarse.
Además,
es
suficiente
asistir
a
una
de
estas
ceremonias
para
darse
cuenta
inmediatamente
de
la
importancia
que
los
muchachos
dan
al
acto
que
están
realizando;
no
hay
ni
uno
solo
de
ellos
que,
a
causa
de
su
emoción,
sepa
recitar
perfectamente
el
texto
de
la
promesa,
que,
en
cambio,
tantas
veces
han
repetido
con
entera
seguridad
y
sin
error
alguno.
Aparte
cualquier
otra
consideración,
no
puede
existir
ninguna
duda
de
que
el
sentimiento
del
honor
—
así
interpretado
y
desarrollado
—
representa,
como
dice
Baden-‐Powell,
una
de
las
principales
cualidades
que
informan
el
carácter
de
un
hombre.
Así
pues,
éste
no
se
dejará
llevar
tan
fácilmente
a
engañar
al
prójimo
o
a
anteponer
su
propio
interés
al
de
los
demás,
sino
que
sentirá
en
su
interior
un
formidable
impulso
hacia
una
vida
mejor
y
hacia
una
conducta
siempre
más
controlada
y
responsable.
Y
éste
es,
precisamente,
el
primero
y
más
evidente
valor
pedagógico
de
la
promesa.
Pero
todavía
hay
más.
En
efecto,
mientras
con
la
ley
las
virtudes
que
se
toman
en
consideración
son
esencialmente
virtu-‐
des
n aturales
y
el
ideal
que
se
propone
va
dirigido,
ante
todo,
a
formar
al
h ombre,
con
la
promesa,
en
cambio,
el
factor
religioso
se
nos
aparece
como
el
principal,
ya
sea
en
el
sentido
de
que
lo
que
primero
se
promete
es
cumplir
los
deberes
para
con
Dios,
ya
sea
en
el
de
que,
al
prometerlo
por
su
honor,
el
muchacho
se
viene
a
poner
en
contacto
directo
con
Dios.
La
fórmula
citada
de
«por
mi
honor»
le
da,
de
manera
más
o
menos
clara,
la
sensación
de
que
existe
un
testigo
de
su
acto
mucho
más
importante
que
sus
compañeros,
sus
jefes
o
sus
padres,
un
testimonio
que
estará
siempre
presente,
sea
donde
sea,
que
tiene
el
privilegio
de
escrutar
sus
pensamientos
hasta
lo
más
hondo
de
su
ser,
y
que,
en
definitiva,
se
confunde
con
su
propia
conciencia.
He
ahí
por
qué
—y
según
mi
parecer,
muy
oportunamente
—
el
A.
S.
C.
I.
ha
añadido
a
esta
fórmula
tradicional8:
«Con
la
ayuda
de
Dios»,
afirmación
que
expresa
con
toda
claridad
esta
presencia
viva
de
la
divinidad
en
el
alma
del
muchacho.
Precisamente
es
esta
llamada
directa
a
Dios
lo
que
da
a
la
promesa
su
fundamental
característica
de
ser
siempre
el
fruto
de
una
libre
y
personal
elección
por
parte
de
quien
la
pronuncia.
Ninguna
solicitud
externa
—
sea
del
amigo
más
querido,
del
hermano
o
de
los
propios
padres
—
puede
hacer
decidir
a
un
muchacho
a
pronunciar
la
promesa
cuando
en
realidad
no
la
siente
o
cuando
no
se
vea
capaz
de
mantenerse
fiel
a
la
misma;
y,
jamás,
ningún
jefe
forzará
a
un
muchacho
a
pronunciarla
contra
su
voluntad.
Todo
ello
significa,
de
manera
evidente,
que
el
escultismo
pone
como
base
del
mismo
un
acto
reli-‐
gioso,
ya
que
no
hay
duda
alguna
que,
a
través
de
la
promesa
y
del
compromiso
ante
Dios
que
ella
representa,
incluso
la
ley
adquiere
una
matiz
eminentemente
religioso.
De
ahí
la
insistencia
con
que
Baden-‐Powell
recomendó
a
los
jefes
que
cuidaran
de
la
educación
religiosa
de
sus
muchachos,
cosa
que,
por
otra
parte,
es
una
de
las
exigencias
más
universalmente
reconocidas
en
cualquier
método
verdaderamente
educativo;
y
de
ahí,
también,
la
necesidad
de
considerar
el
aspecto
más
típicamente
religioso
de
la
educación
scout,
en
estrecho
contacto
con
su
aspecto
moral.
8
Todas las Asociaciones Católicas del mundo utilizan formas equivalentes («con la ayuda de Dios», «con la gracia de Dios», etc.), a la del A. S. C. I.
— (N. del T.)
LA
RELIGIÓN
Y
SU
IMPORTANCIA
EN
LA
EDUCACIÓN
SCOUT
Después
de
todo
cuanto
hemos
dicho,
es
obvio
que
en
el
ámbito
de
la
educación
scout
la
religión
tiene
una
importancia
principalísima,
por
cuanto,
estando
estrechamente
ligada
a
la
educación
moral,
representa
incluso
su
fundamento.
Además,
es
el
propio
Baden-‐Powell
quien
lo
dijo
con
toda
claridad:
«Una
organización
como
la
nuestra
faltaría
a
su
finalidad
si
no
infundiera
en
sus
asociados
la
práctica
de
la
religión.»
Además,
Baden-‐Powell
estaba
convencido
de
que
en
la
educación
tradicional
siempre
se
había
caído
en
el
error
de
una
mala
enseñanza
de
la
religión:
«
Si
se
hablara
de
la
religión
como
de
una
cosa
necesaria
para
la
vida
cotidiana,
no
perdería
nada
en
profundidad
y,
en
cambio,
ganaría
en
eficacia.
La
religión
puede
y
debe
ser
enseñada
a
los
pequeños,
pero
ni
de
una
manera
edulcorada
ni
misteriosa
ni
lúgubre.
Los
muchachos
están
totalmente
dispuestos
a
aceptarla
si
se
les
presenta
bajo
su
aspecto
heroico
y
como
una
cualidad
natural
de
todos
los
verdaderos
hombres...
La
enseñanza
de
la
religión
no
deberá
ser
melancólica.»
En
el
escultismo,
Baden-‐Powell
distingue
dos
aspectos
distintos
en
el
problema
religioso:
de
una
parte,
la
práctica
religiosa;
de
otra,
el
espíritu
religioso.
En
el
primer
caso
trátase
de
impulsar
a
cada
scout
a
la
práctica
de
su
religión
respectiva,
sin
pronunciarse
por
ninguna
de
ellas.
Baden-‐Powell
creía
que
ninguna
educación
—y,
sobre
todo,
una
educación
de
tipo
scout
—
puede
concebirse
sin
la
ayuda
y
la
intervención
de
una
práctica
religiosa,
ya
que
ella
representa,
para
el
muchacho,
un
notable
apoyo
en
la
tarea
de
su
propio
mejoramiento.
Por
ello,
el
Consejo
Internacional
del
Escultismo
resumió—
bajo
inspiración
directa
de
su
fundador
—
las
directivas
que
guían
al
movimiento
scout
en
cuanto
concierne
a
la
religión
en
los
siguientes
cuatro
puntos
fundamentales:
1) Todo
scout
debe
pertenecer
a
una
religión
determinada
y
debe
participar
en
sus
actos
de
culto.
2) Cuando
los
miembros
de
una
unidad
pertenezcan
todos
a
una
determinada
religión,
su
jefe
debe
cuidar
que
se
observen
las
prácticas
y
las
enseñanzas
de
la
misma,
tal
como
determine
el
sacerdote
o
la
autoridad
religiosa
pertinente.
3) Cuando
los
miembros
de
una
unidad
pertenezcan
a
confesiones
religiosas
distintas,
se
procu-‐
rará
que
cada
uno
de
ellos
frecuente
los
cultos
de
su
Iglesia
respectiva
—
sin
que,
en
tal
caso,
se
realicen
asambleas
religiosas
especiales
—
y,
en
los
campamentos,
la
plegaría
cotidiana
o
la
función
semanal
deberá
tomar
la
forma
más
simple
y
la
concurrencia
a
ellas
será
voluntaria.
4) Cuando
los
preceptos
de
una
religión
impidan
a
un
scout
el
participar
en
otras
funciones
reli-‐
giosas
que
no
sean
las
propias,
los
jefes
deberán
cuidar
de
que
esta
particularidad
sea
tenida
muy
en
cuenta.
Para
favorecer
este
aspecto
educativo
casi
todas
las
Asociaciones
confesionales
añaden,
a
las
diversas
pruebas
técnicas
exigidas
para
el
acceso
a
una
categoría
superior,
algunas
esencialmente
religiosas
y
no
específicamente
scouts.
En
el
A.
S.
C.
I.,
por
ejemplo,
tales
pruebas
van
desde
el
conocimiento
del
catecismo
a
saber
ayudar
a
misa,
o
desde
la
explicación
de
un
episodio
de
la
vida
de
Jesús
al
conocimiento
de
las
principales
oraciones.
De
todas
maneras,
Baden-‐Powell
estaba
absolutamente
convencido
de
que
la
instrucción
religiosa,
las
ceremonias
e,
incluso,
el
contacto
directo
con
los
asesores
religiosos
—
aun
cuando
sean
necesarios
—
no
son
elementos
suficientes
para
crear
en
el
alma
del
muchacho
o
del
hombre,
aquel
sentido
religioso
vivo
que,
en
verdad,
es
la
única
y
auténtica
religión.
Y
estaba
convencido,
además,
de
que
es
precisamente
este
sentido
vivo
la
base
común
a
todas
las
formas
religiosas
particulares
y
concretas,
ya
que,
en
sustancia,
se
trata
siempre
de
la
vida
interior
del
hombre,
de
su
más
íntima
conciencia.
Así
pues,
la
educación
scout
tiende
hacia
esta
interioridad
del
sentimiento
religioso,
ya
que
si
bien
es
verdad
que
ningún
hombre
vale
nada
si
no
cree
en
Dios
y
no
obedece
sus
leyes,
también
es
verdad
que
esto
no
puede
reducirse
a
una
simple
fórmula
capaz,
cuanto
más,
de
servir
de
tema
de
meditación
para
los
domingos,
sino
que
debe
ser
mentido
como
algo
que
debe
ponerse
en
práctica
en
todos
y
cada
uno
de
los
momentos
de
nuestra
vida.
Es
natural,
pues,
que
dentro
del
escultismo
la
religión
se
presente
—
como
las
demás
virtudes
esenciales
para
el
scout
—
como
un
hábito
que
hay
que
adquirir,
un
h abitas
estrictamente
personal.
De
ahí
que,
para
la
religión,
también
valga
el
atributo
de
positiva
con
que
hemos
calificado
a
la
moral
scout,
y
que
ella
esté
totalmente
de
acuerdo
con
el
sentido
activo
típico
de
este
método
educativo.
Se
trata,
en
efecto,
de
hacer
sentir
la
presencia
de
Dios
en
todas
las
acciones
que
realiza
cada
muchacho,
de
hacer
de
modo
que
Él
sea
de
verdad
alguien
para
él
mismo,
y
de
lograr
que
en
todo
peligro
material
o
espiritual
los
muchachos
se
vuelvan
hacia
Dios.
«Cuando
vayáis
a
realizar
algo
malo,
pensad
en
Dios;
inmediatamente
dejaréis
de
hacerlo.»
«Siempre
que
gustéis
de
un
placer
o
de
un
juego,
o
que
tengáis
éxito
en
alguna
buena
acción,
dad
gracias
a
Dios
aunque
sea,
tan
sólo,
con
una
o
dos
palabras,
como
lo
hacéis
cuando
tomáis
vuestros
alimentos.»
En
la
concreta
vida
scout
no
faltarán
los
momentos
o
medios
a
través
de
los
cuales
pueda
nacer
o
desarrollarse
una
tal
intensidad
espiritual.
Cuando
en
la
gimnasia
matinal,
el
muchacho
eleva
su
pen-‐
samiento
a
Dios,
le
da
gracias
por
haberle
creado
y
le
pide
su
bendición
para
el
día
que
se
inicie;
cuando
vive
en
contacto
directo
con
la
naturaleza,
siente
la
presencia
real
y
activa
de
Aquél
que
todo
lo
ha
hecho;
cuando
por
la
noche
admira
las
estrellas
que
brillan
en
el
cielo,
piensa,
conmovido,
en
la
grandeza
y
en
el
esplendor
de
Dios.
Y
todo
ello
nace,
no
de
una
imposición
exterior,
sino
espontáneamente
en
el
alma
del
muchacho,
sin
esfuerzo
aparente
y
alcanzando,
por
ello
mismo,
profundidades
inesperadas.
La
vida
de
un
scout
es
siempre,
de
manera
más
o
menos
consciente,
una
continua
conversación
con
Dios,
una
continua
y
apasionada
búsqueda
del
Infinito.
Además,
no
debe
creerse,
como
ya
se
ha
observado
en
el
capítulo
tercero,
que
una
espiritualidad
así
nacida
y
desarrollada
sea
sinónima
de
sentimentalismo
o
de
panteísmo,
ni
que
esté
en
peligro
de
llegar
a
serlo,
ya
que
la
concepción
de
este
espíritu
religioso,
tal
como
lo
presenta
el
escultismo
de
Baden-‐Powell,
es
lo
más
clara
v
simple
que
pueda
imaginarse.
Según
Baden-‐Powell,
se
funda
sobre
dos
principios:
1)
Amar
y
servir
a
Dios,
y
2)
Amar
v
servir
al
prójimo.
Y
¿quién
no
reconoce
en
ellos
la
base
del
más
puro,
del
más
auténtico
cristianismo?
En
vano
puede
buscarse
en
el
escultismo
la
beatería
que
tan
justamente
repudian
los
adversarios
del
cristianismo
y,
sobre
todo,
los
que
de
verdad
y
profundamente
lo
han
abrazado.
El
muchacho
en-‐
cuentra
purificado,
aquí,
su
instinto
religioso,
porque
está
libre
de
todo
cuanto
pueda
minimizarlo
o
desfigurarlo.
El
Dios
que
cada
scout
siente
en
su
interior
es,
ante
todo,
el
Dios
del
amor,
hacia
el
cual
conduce
todo
lo
que
es
vida;
en
nombre
suyo,
él
orienta
toda
su
vida
hacia
ese
amor
concreto
que
exige
siempre
la
acción
real
y
efectiva:
«Bella
cosa
es
ser
bueno,
pero
mucho
más
bello
todavía
es
hacer
el
bien.»
He
aquí,
pues,
por
qué
según
el
escultismo
la
educación
religiosa
no
puede,
en
modo
alguno,
separarse
de
la
educación
moral.
Y
he
aquí,
para
terminar,
por
qué
es
absolutamente
inconcebible
una
forma
de
escultismo
en
la
que
faltara
la
religión
o
en
la
que
Dios
sólo
se
admitiera
a
título
facultativo.
EL
PROBLEMA
DE
LA
PUREZA
Y
LA
EDUCACIÓN
SEXUAL
Todo
el
mundo
sabe
que
uno
de
los
aspectos
más
delicados
de
la
educación
moral
de
los
jóvenes
radica
en
su
educación
sexual,
con
derivaciones,
incluso,
en
lo
concerniente
a
la
formación
física,
ya
que
la
inmoralidad
sexual
—
dejando
a
un
lado
las
diversas
enfermedades
que
ella
provoca
—
conduce
a
una
grave
debilitación
de
las
fuerzas
vitales.
De
ahí
que
Baden-‐Powell
prefiera
tratarlo
cuando
habla
de
problemas
referentes
a
la
formación
física,
aunque
sepa
muy
bien
que
su
solución
atañe
principalmente
al
carácter
moral
del
muchacho.
En
realidad,
nos
encontramos
una
vez
más
ante
un
ejemplo
de
la
imposibilidad
de
considerar
separadamente
los
varios
aspectos
de
la
educación
y,
por
tanto,
ante
la
necesidad
de
reconocer
la
integridad
de
la
persona
humana.
La
delicadeza
y
la
importancia
de
la
educación
sexual1
viene
determinada
de
una
parte,
por
la
gran
difusión
alcanzada
en
el
mundo
de
los
muchachos
—aun
de
los
más
jóvenes
—
por
el
terrible
vicio
del
onanismo,
y
de
la
otra,
por
las
dificultades
que
encuentran
los
padres
para
afrontar
este
problema,
dificultad
que
todavía
empeora
la
situación.
Pero
aunque
deba
reconocerse
que
se
trata
de
una
materia
que,
como
dice
Baden-‐Powell,
exige
mucho
tacto
de
los
jefes,
no
por
ello
el
escultismo
tiene-‐
temor
alguno
en
afrontar
la
educación
sexual,
reaccionando
una
vez
más
contra
ciertas
formas
educativas
tradicionales
que,
en
este
caso,
son
particularmente
culpables.
Su
posición
hacia
este
problema
puede
resumirse
con
el
antiguo
refrán:
« Hombre
prevenido
vale
por
dos»,
y
afirmando
su
esfuerzo
para
quitarle
importancia
a
los
ojos
de
los
muchachos,
para
que
no
lo
consideren
trágicamente,
sino
que
aprendan
a
mirarlo
con
calma
y,
sobre
todo,
como
una
cosa
perfectamente
n ormal.
En
cuanto
al
primer
punto,
trátase
de
no
dejar
a
los
muchachos
en
la
ignorancia,
ya
que
ello
equi-‐
valdría
a
abandonarlos
completamente
indefensos,
a
merced
de
los
malos
ejemplos
que
algunos
compañeros
e
incluso
los
adultos
mismos
les
dan,
y,
más
importante
todavía,
a
merced
de
las
tentaciones
que
en
un
momento
u
otro
se
les
presentarán.
«Para
los
padres
de
familia
es
un
deber
ocuparse
de
que
sus
hijos
reciban
la
instrucción
apropiada
sobre
este
problema;
pero
muchos
lo
descuidan,
y
luego
inventan
excusas
para
justificarse,
ignorando
tal
vez
que
su
negligencia
es
rayana
en
lo
criminal.»
«Millares
de
jóvenes
vidas
que
pierden
la
felicidad,
anualmente,
por
simple
ignorancia,
hubieran
podido
salvarse
con
unas
palabras
dichas
oportunamente»,
ya
que,
precisamente,
«es
el
secreto
lo
que
provoca
la
curiosidad
morbosa
y
las
equivocadas
impresiones,
mientras
que,
por
el
contrario,
si
este
tema
fuera
explicado
honesta
y
francamente
por
los
adultos,
teniendo
en
cuenta
la
edad
v
la
capacidad
de
raciocinio
de
los
muchachos,
muchos
de
ellos
se
salvarían
del
equívoco
y
de
la
infelicidad.
No
he
encontrado
jamás
un
solo
muchacho
que
no
haya
sido
favorecido
por
haber
recibido
una
franca
y
completa
explicación
de
este
problema».
En
cierto
sentido,
incluso
es
un
deber
de
lealtad
hacia
los
muchachos,
que
tienen
pleno
derecho
a
ser
informados
sobre
lo
que
tan
directamente
les
atañe.
De
ahí
que
en
el
caso
de
que
un
padre
no
esté
en
condiciones
de
actuar
por
cuenta
propia,
el
jefe
del
muchacho
tiene
el
deber
moral,
según
Baden-‐Powell,
de
sustituirlo,
después
de
haberle
pedido
la
pertinente
autorización.
Naturalmente,
el
método
que
debe
seguirse
a
este
propósito
debe
ser
siempre
individual,
nunca
colectivo;
además,
debe
conseguirse
la
total
confianza
del
muchacho,
que
debe
ver
al
jefe
como
a
un
hermano
mayor,
con
el
cual
poder
dialogar
con
toda
franqueza.
Otra
cosa
que
debe
tenerse
muy
en
cuenta
es
la
edad
de
cada
muchacho,
ya
que
según
la
misma
variará
la
manera
de
presentar
el
problema.
En
Escultismo
para
muchachos
dice
Baden-‐Powell:
«El
fumar
y
el
beber
son
dos
cosas
que
atraen
a
algunas
personas
y
a
otras
no,
pero
hay
una
tentación
que
casi
seguramente
os
asaltará
en
alguna
ocasión
y
acerca
de
ello
deseo
preveniros.
Os
sorprendería
saber
cuántos
muchachos
me
han
escrito
dándome
las
gracias
por
lo
que
he
escrito
sobre
esta
materia;
por
tanto,
espero
que
todavía
haya
otros
que
estén
dispuestos
a
recibir
unas
palabras
de
consejo
sobre
el
vicio
secreto,
que
hace
presa
en
tantos
jóvenes.
Fumar,
beber
y
jugar
son
vicios
de
hombres
y
por
eso
atraen
a
algunos
muchachos,
pero
estas
"porquerías”
no
son
un
vicio
de
hombres;
éstos
sólo
sienten
desprecio
por
aquel
que
se
deja
llevar
de
él.
Algunos
muchachos,
como
los
que
empiezan
a
fumar,
piensan
que
es
varonil
el
contar
o
escuchar
cuentos
sucios,
pero
eso
sólo
demuestra
que
son
unos
pobres
tontos.
Sin
embargo,
esta
clase
de
conversaciones,
la
lectura
de
libros
obscenos
y
el
contemplar
ilustraciones
inmorales,
conduce
a
los
muchachos
irreflexivos
a
la
tentación
del
vicio
solitario
y
esto
entraña
un
grande
peligro
para
ellos
de
convertirse
en
un
hábito,
les
arruinaría
la
salud
y
el
espíritu.
Pero
si
tenéis
algo
de
virilidad
en
vosotros,
desecharéis
la
tentación.
Abandonaréis
los
libros
y
las
conversaciones
obscenas
y
os
dedicaréis
a
pensar
en
otras
cosas.
Algunas
veces
el
deseo
proviene
de
indigestión,
o
de
haber
comido
alimentos
muy
condimentados,
o
de
constipación,
o
de
dormir
en
un
lecho
demasiado
caliente,
con
demasiadas
mantas.
Puede
ser
curado,
por
tanto,
corrigiendo
esto
y
tomando
en
seguida
un
baño
frío,
o
ejercitando
la
parte
superior
del
cuerpo
con
movimientos
de
brazos,
boxeo,
etc.
Podrá
parecer
difícil,
al
principio,
vencer
la
tentación,
pero
una
vez
que
se
ha
logrado
hacerlo
la
primera
vez,
va
será
más
fácil
después.
Si
todavía
tenéis
dificultades
acerca
de
esta
materia,
no
hagáis
un
secreto
de
ello,
recurrid
a
un
sacerdote,
a
vuestro
padre,
o
a
vuestro
jefe
de
tropa
v
ellos
os
aconsejarán.»
Como
fácilmente
puede
verse,
todo
este
párrafo
está
inspirado
en
aquel
sano
optimismo
y
aquel
fino
sentido
práctico
de
las
cosas
que
tanto
gustan
a
los
muchachos.
Los
discursos
teóricos,
por
magníficos
que
sean,
no
valen
lo
que
unos
pocos
pero
concretos
consejos.
Además,
y
siempre
según
el
fundador
del
escultismo,
la
vida
que
llevan
los
scouts,
con
sus
fre-‐
cuentes
contactos
con
la
naturaleza,
presenta
numerosísimas
ocasiones
a
los
jefes
para
dar
aquellas
explicaciones
que
puedan
ser,
en
determinados
momentos,
necesarias.
Baden-‐Powell
dice,
siguiendo
a
los
más
sensibles
educadores,
que
las
observaciones
hechas
en
el
mundo
de
la
naturaleza
son
muy
útiles
para
iniciar
diálogos
sobre
estos
temas.
«Personalmente,
después
de
haber
explicado,
como
preliminar,
la
reproducción
de
las
especies
en
el
mundo
vegetal
y
animal,
he
visto
que
todos
los
muchachos
sienten
un
gran
interés
(como
lo
sentí
yo
cuando
por
vez
primera
me
lo
explicaron)
cuando
se
les
informa
que
cada
uno
de
ellos
también
lleva
en
sí
el
germen
de
otro
ser
humano,
y
que
ese
germen
se
les
ha
transmitido,
de
padres
a
hijos,
a
través
de
incontables
generaciones.
Dios
les
ha
confiado
ese
germen
y
su
deber
es
conservarlo
hasta
que
contraigan
matrimonio
y
puedan
transmitirlo
a
su
esposa
para
continuar
el
proceso
de
la
reproducción,
antes
de
lo
cual
no
pueden
malgastarlo.
Olvidar
esto
es
deshonroso,
y
así
tendrán
que
rechazar
las
tentaciones
que
los
inciten
a
descuidar
la
obligación
sagrada
de
custodiar
ese
tesoro
que
Dios
le
ha
confiado.»
En
cuanto
al
segundo
punto
que
hemos
indicado
como
característico
de
la
posición
del
escultismo
acerca
de
la
educación
sexual,
ya
se
ha
podido
notar
que
la
manera
como,
según
Baden-‐Powell,
se
deben
dar
las
oportunas
explicaciones,
conduce
al
muchacho
a
considerar
este
problema
como
una
cosa
totalmente
normal,
eliminando
cualquier
forma
de
morbosa
o
peligrosa
curiosidad,
y
dándole
la
sensación,
por
el
contrario,
de
que
se
trata
de
algo
verdaderamente
sublime.
Además,
el
escultismo
piensa
que
no
debe
hablar
continuamente
a
los
muchachos
de
este
problema
como
si
fuera
el
único
por
el
cual
deban
interesarse
y
preocuparse.
Su
fundamental
optimismo
le
hace
sostener
la
idea
de
que
una
vez
el
joven
haya
comprendido
la
importancia
del
problema
y
haya
hecho
del
mismo
—
en
homenaje
a
su
ley
y
a
su
promesa
—
una
cuestión
de
honor
personal,
ya
no
tiene
necesidad
de
continuas
recomendaciones
ni
de
más
exhortaciones,
y
que,
por
el
contrario,
éstas
quizás
lograrían
un
efecto
contraproducente.
Lo
que
sí
debe
quedar
claro
es
que
todos
los
jefes
deben
estar
prestos
a
intervenir
cada
vez
que
lo
consideran
necesario
u
oportuno.
Y
lo
que
verdaderamente
ayuda
mucho
a
los
chiquillos
es
el
que
los
jefes
sientan
cierto
desprecio
—
y
el
que
se
esfuercen
por
inculcárselo
a
ellos
—
hacia
todos
aquellos
muchachos
que
no
son
suficientemente
fuertes
ni
suficientemente
h ombres.
De
todas
maneras,
el
escultismo
no
cree
haberlo
solucionado
todo
con
esta
posición,
puesto
que
afirma
que
la
mayor
ayuda
que,
en
este
campo,
una
educación
puede
dar
a
los
muchachos
es
la
multiplicidad
de
ocupaciones
y
los
innumerables
atractivos
que
debe
procurar
despertar
en
ellos.
En
efecto,
un
joven
o,
sobre
todo,
un
muchacho
interesado
en
mil
cosas
que
le
apasionen
o
le
preocupen,
no
tiene
literalmente
tiempo
para
buscar
satisfacciones
ilícitas
y,
en
su
interior,
se
siente
mucho
más
feliz
que
la
mayoría
de
sus
compañeros.
He
ahí
uno
de
los
más
serios
motivos
para
justificar
la
importancia
dada
en
la
vida
scout
a
las
ocupaciones
y
responsabilidades
personales,
y
por
qué,
incluso,
se
habla
del
«sistema
de
especialidades».
Además,
el
conseguir
un
interés
particular,
una
manía,
representa
uno
de
los
secretos
que
Baden-‐Powell
(de
conformidad
con
otros
pedagogos,
como
Don
Bosco)
revela
a
los
rovers,
a
fin
de
que
puedan
recorrer
con
más
facilidad
la
«ruta
del
éxito»
que
debe
ser
la
meta
principal
de
todo
hombre
maduro.
Y
en
lo
que
atañe
al
escultismo
católico,
éste
pone,
o
mejor
todavía,
presupone
como
sólida
base
sobre
la
cual
edificar
al
hombre,
además
de
las
ideas
fundamentales
de
Baden-‐Powell,
el
recurso
de
la
gracia
sobrenatural
y
de
todas
las
ayudas
que
la
religión,
con
los
sacramentos
y
con
la
palabra
de
Dios,
ofrece
a
los
jóvenes.
Finalmente,
no
es
posible
pasar
en
silencio
todo
cuanto
Baden-‐Powell
ha
escrito
especialmente
para
los
rovers,
para
quienes
es
obvio
que
el
problema
de
la
pureza
y
de
la
educación
sexual
toma
formas
y
aspectos
muy
diversos.
En
este
sentido,
el
concepto
fundamental
sobre
el
que
insiste
es
que
el
período
prematrimonial
debe
ser
entendido
por
todos
los
jóvenes
como
un
largo
período
necesario
de
preparación
para
la
futura
vida
matrimonial,
que
será
tanto
más
feliz
cuanto
más
casta
haya
sido
la
vida
precedente.
En
efecto,
la
virtud
de
la
continencia
da
al
joven
notable
fuerza
física,
enriquece
sus
energías
mentales
y
volitivas,
y
le
ofrece
incalculable
ayuda,
tanto
en
su
labor
profesional,
cuanto
en
la
elección
de
su
esposa
o
en
la
preparación
de
su
no
lejana
paternidad.
Pero
Baden-‐Powell
se
esfuerza,
además,
en
proponer
a
los
jóvenes
un
alto
ideal
de
vida
que
deberán
tener
siempre
presente
y
aplicar
en
toda
ocasión.
Este
elevado
ideal
de
vida
está
constituido
por
un
complejo
de
virtudes
viriles
que
van
desde
la
salud
y
la
fuerza
física
al
espíritu
caballeresco
que,
en
relación
principalmente
hacia
el
mundo
femenino,
les
permitirá
sentir
internamente
un
vivo
impulso
de
comportarse
siempre
como
un
hombre
y
nunca
como
una
bestia,
o
sea,
a
tener
en
toda
ocasión
una
conducta
serena
y
segura
de
r espeto
hacia
las
jóvenes:
Y
de
manera
muy
particular,
son
característicos
y
muy
importantes
los
consejos
que
Baden-‐Powell
da
en
lo
que
respecta
a
la
forma
como
debe
considerarse
el
amor.
Por
un
lado,
él
recomienda
no
despreciar
inútilmente
en
peligrosas
aventuras
amorosas
el
potencial
afectivo
que
todo
joven
posee;
por
otro,
se
esfuerza
por
hacer
sentir
toda
la
extraordinaria
belleza
del
auténtico
amor,
de
aquel
amor
que
no
se
limita
a
un
puro
hecho
físico
y
que
informa
toda
la
personalidad.
En
particular,
Baden-‐Powell
recomienda
«no
hacer
la
corte
a
una
muchacha
a
menos
que
se
tenga
la
intención
de
casarse
con
ella»;
por
el
contrario,
debe
considerársela
como
a
una
hermana,
ya
que,
sea
quien
sea,
siempre
«es
la
hermana
de
alguien;
piensa
en
su
hermano
y
compórtate
como
querrías
que
él
se
comportara
con
tu
hermana».
Y
añade
todavía
que
deben
considerarse
a
fondo
las
responsabilidades
que
nacen
de
la
paternidad
con
el
fin
de
que
los
jóvenes
se
preparen
para
la
misma
con
seriedad
y
competencia.
Se
trata,
pues,
de
una
positiva
prolongación
de
la
educación
hacia
el
campo
de
la
pureza
propia
de
la
edad
adolescente,
prolongación
que,
como
puede
verse,
tiende
a
una
efectiva
preparación
de
las
funcionen
más
importantes
y
delicadas
del
hombre
maduro.
IMPORTANCIA
DEL
EJEMPLO
PERSONAL
DEL
JEFE
Nuestro
análisis
de
la
educación
moral
y
religiosa
tal
como
se
da
en
el
escultismo
no
sería
com-‐
pleto
si
no
hablásemos,
aunque
sea
brevemente,
de
la
importancia
que
tiene
el
ejemplo
ofrecido
por
la
conducta
de
los
jefes.
De
todas
maneras,
no
hay
necesidad
de
muchas
palabras,
pues
la
cosa
es
del
todo
evidente
y
lógica.
Si
en
cualquier
campo,
en
efecto,
puede
comprobarse
cómo
el
ejemplo
tiene,
para
la
juventud,
mucha
más
importancia
que
cualquier
forma
de
prédica
o
de
recomendaciones,
ello
es
todavía
mucho
más
evidente
en
el
campo
de
la
educación
moral
o
religiosa.
Además,
no
debe
pensarse
que
el
ejemplo
sólo
interesa
bajo
su
aspecto
de
exhortación
o
sugestión;
por
el
contrario,
como
escribe
G.
Noengo
(JJeducazione
mor
ale
dei
giovani),
«
es
incluso
necesario
para
pasar
al
nivel
de
la
acción,
puesto
que
quien
deba
realizarla
necesita
una
imagen
concreta
de
los
actos
que
ha
de
cumplir
y
realizar»;
en
efecto,
«una
imperfecta
imagen
del
"bien”
o
una
imagen
del
"mal"
que
contrasten
con
las
exhortaciones
que
se
hayan
dado,
inclinan
a
la
imitación
con
mucha
mayor
fuerza
inutilizando,
así,
toda
la
instrucción
moral
enseñada
con
discursos».
Y
en
lo
que
concierne
al
escultismo,
la
importancia
de
este
medio
educativo
todavía
es
mayor
y
más
decisiva,
puesto
que
si,
por
un
lado,
una
de
las
formas
más
persuasivas
y
atractivas
para
llevar
al
muchacho
a
hacer
suyo
el
estilo
scout
es
el
de
presentarlo
como
el
estilo
propio
de
todas
las
per-‐
sonas
que
valen
de
verdad
(y
no
es
posible
que
el
jefe
no
sea
una
de
ellas);
por
el
otro,
ya
que
el
edu-‐
cador
scout
vive
mucho
más
en
contacto
con
sus
muchachos
de
lo
que
sucede
en
la
escuela
o
en
otras
instituciones
educativas,
éstos
tienen
más
frecuentes
ocasiones
para
observar
concretamente
su
conducta
y,
por
tanto,
obrar
en
consecuencia.
He
aquí,
pues,
por
qué
Baden-‐Powell
ha
llamado
la
atención
de
los
jefes
scouts
sobre
la
responsa-‐
bilidad
que
pesa
sobre
sus
espaldas,
totalmente
convencido
de
que
no
servirían
para
nada
todos
los
esfuerzos
realizados
si
el
muchacho
tuviera
ante
sus
ojos
un
ejemplo,
no
ya
malo,
sino
poco
menos
que
bueno.
«Del
ejemplo
personal
de
los
jefes
depende
en
gran
medida
su
éxito
en
el
adiestramiento
del
muchacho.
Es
fácil
convertirse
uno
en
héroe
para
un
muchacho
y,
a
la
vez,
en
hermano
mayor
del
mismo.
A
medida
que
el
tiempo
nos
aleja
de
nuestros
días
juveniles,
se
nos
va
olvidando
la
gran
capacidad
de
admiración
que
posee
la
juventud.
El
jefe
de
tropa,
que
para
sus
muchachos
es
Un
héroe,
tiene
en
sus
manos
una
poderosa
palanca
para
su
desarrollo;
pero
esto
también
le
impone
una
seria
responsabilidad.
Los
muchachos
no
tardan
en
descubrirle
alguna
característica
o
rasgo,
cuya
pequeñez
no
importa,
provenga
de
sus
virtudes
o
sus
defectos.
El
natural
instinto
imitador
de
los
muchachos,
inconscientemente
hace
suyos
sus
gestos,
los
modales
que
muestre,
su
ceño,
su
felicidad
radiante
o
su
mirada
de
impaciencia;
su
voluntad
para
disciplinarse
o
sus
flaquezas
morales...
No
sólo
se
fijan
en
todo
esto,
sino
que
lo
imitan.»
Y
añade
todavía:
«Por
lo
tanto,
para
lograr
que
cumplan
con
el
total
espíritu
de
los
cánones
de
la
ley,
es
preciso
que
el
jefe
de
tropa
la
observe
él
mismo
con
escrupulosidad
en
todos
los
actos
de
su
vida.
De
este
modo
bastará
apenas
una
palabra
suya
para
que
los
muchachos
acaten
sus
indicaciones.»
De
ello
se
deriva
la
necesidad
para
el
jefe
no
tan
sólo
de
hacer
aquello
que
está
bien,
sino
incluso
de
mostrar
claramente
—
aunque
sin
estridencias
—
todo
lo
que
hace.
Y
todo
esto,
aunque
se
refiera
a
los
más
diversos
campos
de
la
educación,
vale
de
manera
muy
particular
para
el
de
la
vida
religiosa.
Para
terminar,
Baden-‐Powell
está
convencido
de
que,
siendo
más
eficaz
el
ejemplo
que
no
se
da
de
manera
fugaz
o
por
una
sola
persona,
debe
darse
mucha
importancia,
en
la
educación
de
los
jóvenes,
a
la
influencia
del
medio
ambiente.
Por
ello
considera
del
máximo
valor,
incluso
en
lo
que
atañe
a
la
educación
moral,
la
vida
de
patrulla
y,
en
general,
el
ambiente
en
que
se
mueve
toda
la
unidad.
CAPITULO
V
LA EDUCACION FÍSICA
LA
educación
física
ocupa,
dentro
del
escultismo,
una
posición
muy
importante,
tanto
porque
se
trata
del
reconocimiento
de
una
necesidad
imperiosa
en
los
muchachos,
cuanto
porque
este
aspecto
educativo
—
como
ya
se
ha
afirmado
anteriormente
—
tiene
estrechos
contactos
con
los
demás.
En
efecto,
si
la
personalidad
humana
encuentra
su
máxima
expre-‐
sión
en
las
cualidades
morales
que
la
caracterizan,
también
es
indudable
que
nace
sobre
una
base
f ísica
p or
l a
q ue,
m uy
a
m enudo,
e stá
d eterminada.
¿Qué
chiquillo
con
buena
salud
—
se
pregunta
Baden-‐Powell
—
no
juzga
una
"triste
pérdida
de
tiempo
y
de
luz
solar”
el
permanecer
sentado
en
clase
durante
cuatro
o
cinco
horas
diarias?
O,
¿qué
chiquillo,
pudiendo
estar
al
aire
libre,
pedirá
a
su
madre
que
le
deje
permanecer
s entado
a
s u
l ado
e n
e l
i nterior
d e
l a
c asa?
Como
escribe
De
Paillerets
(Les
garlóns
et
le
scoutisme),
todo
adolescente
es
como
un
potro
que
todavía
no
puede
atarse
a
rígidas
estacas
y
que
para
lograr
su
completo
desarrollo
debe
galopar,
crines
al
viento,
por
el
libre
prado.
En
los
muchachos,
y
en
especial
desde
los
doce
años,
todas
sus
funciones
orgánicas
o
psíquicas
desembocan
en
una
absoluta
necesidad
de
actividad
y
m ovimiento
q ue
n inguna
e ducación
p uede
i gnorar
o
m enospreciar.
Además,
cuando
se
trata
de
auténtica
educación
física,
los
resultados
todavía
van
más
allá
de
este
sano
desarrollo
físico,
ya
que
ella
tiende
a
formar,
en
los
muchachos,
unos
hábitos
d e
g ran
i mportancia
p ara
e l
f uturo
c arácter
d el
h ombre.
He
ahí
por
qué,
también
en
este
campo,
la
polémica
de
Baden-‐Powell
y
de
las
más
importantes
figuras
del
escultismo
con
la
educación
tradicional
no
es
menos
viva
y
radical
que
de
costumbre.
Ellos,
en
efecto,
condenan
con
igual
acritud
tanto
el
desinterés
oficial
hacia
este
aspecto
de
la
educación,
cuanto
la
tendencia
—
ya
sentida
en
tiempos
de
Baden-‐
Powell,
pero
todavía
más
difundida
en
la
actualidad
—
que
considera
el
desarrollo
físico
como
u na
e specie
d e
e specialización.
El
escultismo
no
propone
ningún
nuevo
método
de
educación
física,
sino
que
utiliza
todo
cuanto
de
bueno
se
ha
hecho
en
dicho
campo,
esforzándose
por
incluirla
en
su
complejo
mundo
educativo
e
insistiendo
sobre
la
necesidad
de
que
la
meta
de
su
acción
sea
el
desarrollo
armónico
de
todo
el
cuerpo
humano
y
no
de
un
solo
aspecto.
Aceptados
estos
principios,
p asemos
a hora
a
s u
a nálisis
y
a l
e studio
d e
s us
d iversas
y
c oncretas
a plicaciones.
EL
ESCULTISMO
HACE
QUE
EL
MUCHACHO
SE
INTERESE
POR
SU
SALUD
«El
scout
es
uno
de
los
muchachos
más
felices
del
mundo
porque
ha
descubierto,
en
sí
mismo,
una
cantidad
de
tesoros
infinitamente
preciosos:
su
cuerpo,
su
salud,
sus
aptitudes
físicas,
etc.
Pero
estos
tesoros
sólo
tienen
valor
si
se
saben
aprovechar
y
cultivar;
son
un
capital
que
debe
trabajarse
y
que
quien
no
lo
utiliza
pierde
irremediablemente.
El
scout
sabe
que
él
es
responsable
de
los
mismos
y,
por
lo
tanto,
pone
su
empeño
en
conservarlos
a
través
de
un
incesante
ejercicio.»
Con
estas
palabras,
dirigidas
a
los
scouts
franceses,
se
expresa
C.
Bonnamaux
( Manuel
pratique
de
l’Éclaireur
Unioniste),
y
con
palabras
parecidas
se
expresan
todos
los
jefes
scouts
cuando
se
dirigen
a
sus
muchachos,
ya
que
también
en
este
campo
de
la
educación
es
norma
infalible
que
la
iniciativa
y
el
esfuerzo
personal
valen
mucho
más
que
cualquier
otro
procedimiento.
También
Baden-‐Powell
lo
dice
de
manera
explícita:
«Nuestra
gran
finalidad
es
mostrar
a
los
muchachos
el
mejor
medio
para
desarrollar
su
vigor
y
su
salud,
así
como
enseñarles
que
son
responsables,
ante
ellos
mismos,
de
su
salud
y
cuáles
son
los
errores
que
deben
evitar.»
Así
pues,
no
se
trata
de
vigilar
continuamente
al
muchacho
e
irle
indicando
en
cada
momento
lo
que
debe
o
no
hacer,
sino,
solamente,
hacerle
sentir
amor
por
su
propio
cuerpo
y
por
su
salud.
Aprovechando
su
natural
ambición
de
no
ser
más
débil
que
otro,
se
pueden
indicarle
algunos
ejercicios
aptos
para
desarrollar
aquellos
aspectos
en
que
se
siente
menos
seguro
y
menos
en
forma;
también
puede
ser
muy
interesante
facilitarle
una
tabla
con
las
medidas
medias
de
su
edad
para
que
pueda
establecer
comparaciones
y
pueda
fijarse
una
meta
a
alcanzar.
Baden-‐Powell
aconseja,
para
favorecer
este
gusto
personal
de
los
muchachos,
que
no
se
olviden
jamás
las
mediciones
de
altura,
peso,
tórax,
brazos,
piernas,
etc.,
que
deben
servir
para
que
cada
scout
pueda
comprobar
sus
progresos
con
cierta
regularidad
y
pueda
escoger
aquellos
ejercicios
más
necesarios
y
útiles.
Además,
todo
muchacho
comprende
perfectamente
que
para
ser
un
buen
scout
es
indispensable
ser
fuerte
y
resistente.
No
faltan
ejemplos
reales
que
lo
comprueban
y
el
mismo
Baden-‐Powell
nos
cuenta
algunos
particularmente
interesantes
y
significativos.
Tampoco
los
muchachos
encuentran
dificultad
alguna
para
comprender,
ya
que
lo
experimentan
personalmente,
que
para
jugar
más
y
mejor
deben
tener
los
músculos
bien
desarrollados
y
el
corazón
y
los
pulmones
en
perfecto
funcionamiento.
En
efecto,
¿qué
es
lo
que
hace
decir
al
novato
que
la
vida
del
campo
es
dura
sino
su
falta
de
resistencia
y
de
auténtica
salud
física?
Y
¿qué
es
lo
que
convertirá
en
poco
interesante
un
gran
juego
o
una
excursión
sino
el
cansancio
de
quienes
los
realizan?
Pero
todavía
hay
más,
pues
todo
muchacho
está
dispuesto
a
dejarse
convencer
de
que
en
el
fondo
su
fuerza
y
su
salud
dependen
esencialmente
de
sí
mismo
y,
por
tanto,
ello
representa
una
nueva
fuente
de
confianza
y
de
esperanza.
«Todos
los
muchachos,
incluso
los
pequeños
o
débiles,
pueden
crecer
y
llegar
a
ser
hombres
fuertes
y
robustos
con
sólo
realizar,
cada
día,
algún
ejercicio
físico.»
De
ahí
que
a
los
lobatos
se
les
presenten
ejemplos
de
hombres
que,
pese
a
ser
muy
pequeños
—
como
los
bantams,
los
gulkas
o
los
japoneses
—,
consiguen
adquirir,
mediante
un
paciente
cuidado
personal,
fuerza
y
valentía,
y
que
a
los
mismos
lobatos
se
les
enseñen
algunos
hábitos
y
ejercicios
como
medios
esenciales
para
su
desarrollo
físico,
ya
que,
como
dice
Baden-‐Powell,
todo
lobato
quiere
ser
fuerte
y
estar
en
posesión
de
una
salud
robusta.
Pero
el
escultismo
cree,
además,
que
para
convencer
de
verdad
al
muchacho
se
le
deben
dar
las
necesarias
explicaciones
anatómicas
e
higiénicas
que
le
permitan
actuar
de
manera
resuelta
y
eficaz:
«El
hombre
que
conduce
un
automóvil
debe
tener
ciertos
conocimientos
de
su
motor
si
quiere
conducirlo
bien
y
conseguir
su
máximo
rendimiento.
Por
consiguiente,
el
conductor
aprende
todo
cuanto
puede
acerca
del
motor
de
su
coche.
Lo
mismo
debe
hacerse
con
el
motor
humano,
ya
que
para
servirse
del
mismo
de
la
mejor
manera
posible
el
hombre
debería,
al
menos,
tener
una
idea
de
cómo
trabaja
internamente.
Pero
la
mayor
parte
de
nosotros
continúa
haciendo
marchar
su
motor
sin
saber
nada
de
sus
piezas
ni
de
su
funcionamiento.
Cuando
el
motor
se
estropea
nos
contentamos
con
llevarlo
a
casa
de
un
médico,
para
que
éste
—
a
quien
consideramos
responsable
de
los
defectos
de
funcionamiento
—
lo
examine,
lo
vuelva
a
hacer
funcionar
y
lo
devuelva
a
nuestras
inexpertas
manos.
Pero
recordad
que
ninguna
máquina
está
a
prueba
de
locuras,
y
mucho
menos
la
máquina
humana.»
Naturalmente,
todo
esto
no
significa
el
desarrollo
de
un
desmesurado
interés
por
el
propio
cuerpo
ni
una
morbosa
habituación
a
la
introspección.
Lo
importante
es
que
el
muchacho
se
dé
cuenta
de
las
posibilidades
que
tiene
en
sus
manos
por
lo
que
hace
referencia
a
su
salud
y
a
su
capacidad
física.
Así
pues,
en
el
escultismo
no
se
considera
suficiente
el
que
los
muchachos
se
laven
cada
día,
por
la
mañana
y
por
la
noche,
los
dientes,
sino
que
hay
que
explicarles
que
si
no
se
hace
así
los
dientes
se
cariarán
mucho
más
fácilmente
y
que
un
scout
con
la
dentadura
estropeada
no
sirve
para
nada,
ya
que
los
exploradores
se
alimentan
con
galletas
y
carne
dura
que
no
pueden
comerse
ni
digerirse
sin
una
perfecta
dentadura.
Por
otra
parte,
todos
sabemos
que
una
acción
realizada
con
convicción,
y
sabiendo
el
por
qué,
es
incomparablemente
más
útil
y
mejor
que
si
fuera
realizada
mecánicamente
o
por
obligación.
Y
éste
es,
precisamente,
el
motivo
por
el
cual
en
el
escultismo
se
han
abandonado
todos
los
ejercicios
físicos
de
tipo
militar,
pese
a
su
innegable
interés
desde
el
punto
de
vista
disciplinario.
¡
Cuánta
diferencia
con
el
libre
ejercicio
físico
que
cada
muchacho
hace
por
cuenta
propia
con
la
intención
de
mejorar
su
personal
estructura
y
su
capacidad!
En
fin,
el
interés
por
el
propio
cuerpo
y
por
la
propia
salud
—
junto
al
sentido
de
responsabilidad
que
lleva
implícito
—
se
desarrolla
más
fácilmente
si,
como
afirma
Baden-‐Powell,
se
pone
en
relación
con
nuestro
deber
para
con
Dios
de
conservar
en
perfecto
estado
un
don
que
Él
nos
ha
dado
y
con
nuestro
deber
para
con
la
patria
de
convertirnos
en
ciudadanos
sanos
y
robustos,
para
poderla
defender
si
fuera
preciso,
o
para
cumplir
mejor
las
funciones
que
al
servicio
de
la
misma
nos
sean
asignadas.
En
otras
palabras,
el
escultismo
presenta
a
los
muchachos
su
educación
física
como
un
concreto
deber
cívico
de
todo
hombre,
entre
otras
razones
por
la
de
que,
previniéndose
así
un
enorme
número
de
enfermedades,
se
disminuirían
las
pérdidas
de
salarios,
prosperidad
y
felicidad.
LAS
NORMAS
HIGIÉNICAS
Y
EL
DOMINIO
DE
SI
MISMO
Las
primeras
palabras
que
Baden-‐Powell
escribió
para
sus
scouts
iban
dirigidas
a
hacerles
ver,
concretamente,
qué
cosas
deben
hacerse
y
qué
cosas
deben
evitarse
para
conservar
una
buena
salud
y
para
acrecentar
las
fuerzas
físicas.
Pero,
en
oposición
a
la
teoría
tradicional
—
demasiado
difundida
entre
los
profesores
de
gimnasia
—
que
inicia
la
educación
física
con
una
serie
de
actividades
que
sólo
tienden
a
desarrollar
los
músculos,
él
quiso
insistir,
como
punto
de
partida,
en
una
serie
de
normas
higiénicas
fundamentales
que,
si
bien
no
tienen
una
rápida
influencia
sobre
el
inmediato
rendimiento
Físico
general,
representan
quizá
su
base
indispensable.
El
resultado
que
se
quiere
conseguir
a
través
de
una
auténtica
educación
física
—
que,
en
este
sentido,
no
puede
confundirse
con
la
simple
instrucción—
consiste
en
el
complejo
de
valor,
paciencia
y
fuerza
que
Baden-‐Powell
denomina
con
el
nombre
de
«resistencia»
y
que
no
solamente
es
una
cualidad
esencial
para
los
scouts
(cuyo
lema,
a
este
propósito,
es:
«No
digas
nunca
que
estás
muerto
hasta
que
no
lo
estés
de
verdad»),
sino
también
es
cualidad
importantísima
para
todo
hombre
que
quiera
vivir
de
verdad
y
profundamente
su
vida
terrena.
«Un
hombre
me
decía
recientemente,
con
orgullo,
que
estaba
enseñando
resistencia
a
su
hijo
haciéndole
efectuar
largos
paseos
en
bicicleta.
Hube
de
decirle
que
probablemente
estaba
haciendo
todo
lo
contrario;
que
el
camino
para
hacer
resistente
al
muchacho
no
era
haciendo
proezas,
pues
éstas,
con
toda
probabilidad,
le
d añarían
el
corazón
y
lo
perjudica-‐
rían;
que
lo
que
debía
hacer
era
darle
alimentación
sana
y
ejercicio
moderado...;
es
necesario
comenzar
por
dentro,
haciendo
que
la
sangre
circule
bien
y
el
corazón
trabaje
con
regularidad.»
En
verdad,
no
es
nada
fácil
conseguir
que
los
muchachos
sientan
este
consciente
interés,
pues,
por
el
contrario,
su
natural
tendencia
los
lanza
hacia
inútiles
alardes;
de
ahí
que
el
escultismo
insista
—como
se
ha
dicho
anteriormente
—
sobre
el
interés
hacia
el
propio
cuerpo
y
sobre
el
sentido
de
responsabilidad
del
mismo,
tan
absolutamente
necesarios.
Añádese,
además,
que
en
las
pruebas
para
pasar
a
categorías
superiores
siempre
se
exigen
determinados
ejercicios
de
capacidad
física
que
o
bien
son
la
demostración
de
haber
logrado
ciertos
hábitos
saludables
o
bien
son
una
serie
de
ejercicios
—
nunca
demasiado
pesados
—
que
deben
ejecutarse
a
la
perfección.
Baden-‐Powell
sintetiza
los
ejercicios
que
deben
seguirse
para
conseguir
el
objetivo
buscado,
con
las
siguientes
palabras:
a)
H aced
que
vuestro
corazón
sea
fuerte,
para
que
bombee
debidamente
la
sangre
a
todas
las
partes
del
cuerpo
y,
de
esta
manera,
tendréis
buenas
carnes,
huesos
y
músculos.
Ejercicio:
la
lucha.
b)
Haced
fuertes
vuestros
pulmones,
para
que
provean
de
aire
fresco
a
vuestra
sangre.
Ejercicio:
respiración
profunda.
c)
Haced
que
vuestra
piel
transpire,
para
libraros
de
las
impurezas
de
la
sangre.
Ejercicio:
bañarse
o
frotarse
fuertemente
todos
los
días
con
una
toalla
húmeda.
d)
H aced
que
vuestro
intestino
sea
activo,
para
que
expulse
todo
el
sobrante
de
los
alimentos
y
la
suciedad
que
haya
dentro
del
cuerpo.
Ejercicio:
«doblar
el
cuerpo»
y
«amasar
el
abdomen»;
beber
bastante
agua
pura;
desalojar
el
intestino
con
regularidad
todos
los
días.
e)
Haced
que
vuestro
estómago
trabaje,
para
que
alimente
vuestra
sangre.
Ejercicio:
del
«co-‐
no»,
«doblar
el
cuerpo»
o
«torcerse».
f)
Trabajar
los
músculos
de
todas
las
partes
del
cuerpo,
para
que
la
sangre
llegue
hasta
ellas
y,
de
esa
manera,
aumente
vuestra
fuerza.
Ejercicio:
correr,
andar
y
practicar
ejercicios
especiales
de
determinados
músculos.»
Todos
los
órganos,
pues,
deben
cuidarse
muy
particularmente:
desde
la
nariz,
que
tiene
la
extra-‐
ordinaria
función
de
impedir
a
los
microbios
flotantes
en
el
aire
que
entren
en
la
garganta
o
en
el
estómago,
a
las
orejas,
cuya
delicadeza
es
conocida
de
todos;
desde
la
vista,
que
con
ciertos
cuidados
(no
leer
con
luz
débil,
no
trabajar
con
luz
de
frente)
puede
desarrollarse
mucho
y
persistir
durante
mucho
tiempo
en
plena
eficacia,
a
las
uñas,
que
además
de
ser
portadoras
de
microbios
peligrosos
pueden
causar
fuertes
dolores
si
se
cortan
mal;
desde
los
dientes
a
los
intestinos,
desde
los
pies
a
la
piel,
en
general.
Pero
para
conservar
una
buena
salud,
el
escultismo
insiste
—
además
de
hacerlo
con
estos
hábitos
higiénicos
que,
pese
a
ser
tan
conocidos,
muy
raramente
practican
con
asiduidad
los
muchachos
—
sobre
otros
hábitos
que
todavía
son
más
característicos.
Ante
todo
se
esfuerza
en
que
sea
corriente
un
horario
que
permita
el
irse
a
dormir
no
demasiado
tarde
y
el
levantarse
muy
de
mañana.
«Si
lo
observáis,
os
daréis
cuenta
que
muchos
de
los
que
logran
realizar
mucho
más
trabajo
que
otros,
lo
consiguen
simplemente
porque
se
levantan
una
o
dos
horas
antes
que
los
demás.»
Luego,
llega
a
considerarse
como
un
problema
de
honor
el
que
los
scouts
no
duerman
sino
con
las
ventanas
abiertas,
el
que
cada
mañana
no
salgan
de
su
habitación
sin
antes
haber
realizado
diez
minutos
de
gimnasia
(los
cinco
ejercicios
que
Baden-‐Powell
aconseja
para
desentumecer
todos
los
músculos
y
los
principales
órganos),
y
el
que
todos
los
días
—
si
no
les
es
posible
darse
un
baño
com-‐
pleto
—
no
se
olviden
de
frotarse
fuertemente
con
una
tosca
y
mojada
toalla.
Y
además
insiste
para
que
todo
scout
adopte
actitudes
muy
importantes
en
relación
con
su
prestancia
física,
como
el
sen-‐
tarse
con
la
espalda
perpendicular
a
la
silla
o
el
andar
con
la
mirada
horizontal
y
sin
encorvarse
(hasta
tal
punto
que,
en
medio
de
un
grupo
de
muchachos,
un
scout
debe
poderse
reconocer
por
su
porte).
Y,
finalmente,
insiste
en
que
los
scouts
saben
perfectamente
que
el
no
fumar,
el
no
beber
y
el
ser
puros
son,
no
sólo
otros
tantos
medios
para
mantenerse
en
perfecta
salud,
sino
que
son
condiciones
indispensables
para
ello.
La
manera
como
el
escultismo
consigue
que
el
muchacho
llegue
a
tener
estas
convicciones
es,
una
vez
más,
una
auténtica
obra
maestra
de
la
psicología,
ya
que
no
debe
creerse
que
se
limite
a
dar
unas
simples
prescripciones.
Como
ejemplo,
véase
lo
que
escribe
Baden-‐Powell,
para
los
scouts,
sobre
el
hábito
del
fumar:
«Un
scout
no
fuma.
Cualquier
muchacho
puede
fumar,
después
de
todo
no
es
nada
extraordinario
hacerlo;
pero
un
scout
no
lo
hace
porque
no
es
tan
tonto.
Sabe
que
cuando
se
fuma
antes
de
haber
terminado
el
crecimiento
se
puede
debilitar
su
corazón...
Además,
todo
scout
sabe
que
fumar
le
arruina
la
vista
y
el
olfato...
Un
gran
número
de
los
mejores
deportistas,
soldados,
mari-‐
nos
y
otros,
no
fuman;
saben
que
están
mejor
sin
hacerlo.
Ningún
muchacho
principia
a
fumar
porque
le
guste,
sino,
generalmente,
por
miedo
a
las
burlas
de
sus
compañeros
o
porque
pensó
que,
ha-‐
ciéndolo,
parecía
muy
hombre
cuando
lo
único
que
logra
es
parecer
un
pobre
tonto.
Por
eso,
haceos
el
ánimo
de
no
fumar
hasta
no
estar
totalmente
desarrollados
y
cumplidos.
Los
demás
acabarán
por
respetaros
y
probablemente
seguirán
vuestro
ejemplo,
aunque
en
secreto.»
En
el
capítulo
dedicado
a
la
educación
moral
y
religiosa
ya
hemos
visto
con
detalle
la
manera
como
el
escultismo
se
enfrenta
con
el
problema
de
la
pureza
y
de
la
educación
sexual.
Ahora,
teniendo
en
cuenta
todo
cuanto
se
ha
dicho,
puede
comprobarse
cómo
esta
educación
física
es,
al
mismo
tiempo,
una
escuela
de
excepción
desde
el
punto
de
vista
moral,
por
cuanto
queda
totalmente
claro
que
lleva
a
los
muchachos
al
dominio
de
sí
mismos,
que
sin
más
es
el
principal
fundamento
del
carácter
de
un
hombre.
Si
estos
hábitos
de
orden
físico
se
integran
de
verdad
en
el
estilo
del
muchacho,
también
lo
hace
la
virtud
del
autodominio,
tan
importante
para
la
formación
espiritual.
Trátase,
en
efecto,
de
aprender
a
dominar
el
deseo
de
satisfacer
completamente
el
hambre
o
el
impulso
de
poner
a
prueba
nuestras
fuerzas
hasta
su
último
extremo;
trátase
de
aprender
a
dominar
nuestra
natural
pereza
y
el
instintivo
deseo
de
hacer
como
los
demás.
Y
no
es
difícil
intuir
que
estas
premisas
serán
de
gran
utilidad
para
un
futuro
autodominio
todavía
más
importante.
Naturalmente,
sería
ingenuo
pensar
que
poco
tiempo
después
de
haber
ingresado
en
una
manada
o
en
una
tropa
el
chiquillo
haya
logrado
adquirir
ya
estos
hábitos;
cuanto
más,
ello
será
precisamente
uno
de
los
resultados
de
la
total
educación
scout.
De
una
manera
particular,
podemos
decir
que
es
necesario
que
el
muchacho
haya
realizado
algunos
campamentos,
puesto
que
es
en
ellos
donde
mejor
puede,
por
un
lado,
observar
el
ejemplo
de
sus
jefes
y,
por
el
otro,
iniciar
—
al
encontrarse
en
la
situación
más
apta
en
el
plano
ambiental
—
una
nueva
forma
de
vida.
Finalmente,
es
fácil
comprender
la
importancia
que
tienen
en
este
caso
(como
en
todos
los
demás)
la
comprensión
y
la
colaboración
de
los
padres,
puesto
que
muy
a
menudo
el
temor
de
la
madre
a
que
su
hijo
pueda
enfermar
si
duerme
con
la
ventana
abierta,
o
la
tonta
actitud
de
superioridad
y
de
mofa
que
adoptan
algunos
adultos
en
relación,
por
ejemplo,
al
empeño
del
muchacho
de
no
abandonar
su
gimnasia
matutina
o
sus
ansias
de
levantarse
temprano,
pueden
hacer
vanos
los
esfuerzos
realizados
conjuntamente
por
el
propio
muchacho
y
sus
jefes.
EL
ESCULTISMO
TIENE
GRAN
CONFIANZA
EN
LA
VIDA
AL
AIRE
LIBRE
Al
lado
de
las
normas
higiénicas
o
de
los
hábitos
saludables
que
acabamos
de
señalar
y
que
representan,
por
así
decirlo,
el
lado
negativo
de
la
educación
física
scout
—
ya
que
tienen
como
objeto
primordial
el
impedir
todas
aquellas
actitudes
y
hábitos
que
pueden
resultar
nocivos
para
la
salud
y
el
desarrollo
del
muchacho
—,
el
escultismo
se
preocupa
de
prestarle,
además,
una
positiva
ayuda
en
su
período
de
crecimiento
y
en
su
misma
estructura
física.
Desde
este
punto
de
vista
se
puede
sintetizar
la
posición
del
escultismo
diciendo
que,
para
él,
la
educación
física
tiene
que
ser
esencialmente
natural.
Baden-‐Powell
mismo
estaba
convencido
de
que
los
chiquillos,
antes
que
nada,
tienen
necesidad
de
distenderse
con
entera
libertad
en
plena
naturaleza,
al
aire
libre.
Porque,
como
dice
muy
exactamente
J.
Guerin-‐Dejardins
en
su
interesante
estudio
(Scoutisme
et
éducation
physique),
los
muchachos
descubrirán
instintivamente
—
al
hallarse
libres
en
plena
naturaleza
—
los
gestos,
los
movimientos
y
las
actividades
que
les
son
necesarios
para
robustecerse
y
desarrollarse9.
Esto
es
lo
mismo
que
afirmar
que
para
tener
una
buena
salud
y
un
buen
desarrollo
físico
se
debe
anteponer,
a
los
métodos
artificiales
(como,
por
ejemplo,
la
gimnasia
sueca
o
cualquier
otro
sistema
parecido),
el
método
natural,
que
consiste
en
realizar
los
más
importantes
movimientos
y
los
más
útiles
ejercicios
sin
saltos
y
de
una
manera
fluida,
y,
sobre
todo,
sin
la
precisa
intención
de
hacer
g imnasia.
Aunque
con
tales
afirmaciones
no
se
intenta
negar
la
utilidad
ni,
en
ciertos
casos,
la
necesidad
de
ejercicios
metódicos
y
correlativos,
graduados
con
inteligencia
—
ya
que
ello
sería
un
contrasentido
de
difícil
justificación
—,
de
todas
maneras,
los
responsables
del
escultismo
están
plenamente
con-‐
vencidos
de
que
en
la
mayoría
de
casos
antes
que
una
lección
de
gimnasia
es
preferible
un
gran
juego
que,
además
de
desarrollarse
en
el
marco
de
la
naturaleza,
exige
superar
ciertas
dificultades
(saltar
un
foso,
encaramarse
a
un
árbol,
correr
por
un
terreno
accidentado,
arrastrarse
por
el
suelo,
etc.),
o
servirse
de
aquellas
técnicas
de
exploración
que,
de
forma
variada
y
completa,
tanta
relación
tienen
con
el
desarrollo
físico
de
los
muchachos.
He
aquí
uno
de
los
motivos
principales
sobre
los
que
Baden-‐Powell
tanto
insiste
—
de
manera
harto
sugestiva
—
al
presentar
la
figura
del
scout
como
la
de
un
moderno
«hombre
de
los
bosques»
y
al
identificar
la
«ciencia
del
escultismo»
con
la
«ciencia
del
bosque»,
la
famosa
W oodcraft:
«Nuestra
organización
no
es
ni
un
club
ni
una
cátedra,
sino
más
bien
una
escuela
práctica
para
estudiar
las
ma-‐
ravillas
de
la
naturaleza.
Tenemos
que
salir
frecuentemente
al
campo,
para
fortalecer
la
salud
del
cuerpo
y
del
espíritu,
como
jefes
o
como
simples
scouts...
La
mitad
de
los
buenos
resultados
pro-‐
venientes
del
ejercicio
físico
depende
del
aire
puro...
En
otras
palabras,
el
secreto
del
éxito
está
en
el
aire
del
campo
y
el
propósito
fundamental
del
escultismo
es,
en
realidad,
desarrollar
el
hábito
de
salir
frecuentemente
a
disfrutar
de
los
beneficios
del
aire
libre
tanto
como
sea
posible.»
Todo
ello
justifica
la
convicción
de
que
el
deporte
principal
—
por
ser,
en
sustancia,
el
más
educativo
—
es
el
campamento
y,
en
general,
las
excursiones
de
un
solo
día.
El
campamento
es,
en
verdad,
un
medio
formidable
para
la
formación
física,
un
maravilloso
gene-‐
rador
de
salud;
a
lo
largo
del
mismo
se
exige
de
los
muchachos
la
realización
de
movimientos
fun-‐
cionales
de
primerísima
importancia
que,
en
justicia,
pueden
considerarse
como
elementos
de
una
auténtica
gimnasia
aplicada.
Piénsese,
por
ejemplo,
en
los
movimientos
que
deben
realizar
los
9
Por este principal motivo, el escultismo ha hecho suyo, desde hace unos años, el «método de educación física Hébert», que, precisamente, se presenta como
un método natural por esencia.
muchachos
al
ir
a
buscar
agua
a
una
fuente
o
a
un
pozo
y
al
transportarla
hasta
la
cocina,
al
arreglar
el
terreno
del
campamento,
al
recoger
la
leña,
al
cortar
un
árbol,
al
construir
una
mesa
o
la
cocina
de
la
patrulla,
al
excavar
el
hoyo
de
los
desperdicios,
etc.
Se
trata
de
movimientos
—
como
es
fácil
comprender
—
que
adquieren
auténtico
valor
educativo
por
cuanto
exigen
la
actividad
de
casi
todos
los
músculos
de
quien
los
realiza
y,
más
aún,
al
ser
ejecutados
al
aire
libre
y,
por
lo
regular,
con
mayor
libertad
que
la
normal
en
el
vestido.
Si
además
añadimos
a
todas
esas
actividades
las
noches
pasadas
bajo
las
tiendas,
que
sirven
para
que
los
muchachos
almacenen
en
sus
pulmones
el
aire
puro
de
los
bosques,
de
la
montaña
y
del
mar,
se
comprenderá
perfectamente
cómo,
en
su
complejidad,
la
vida
de
campamento
sea
uno
de
los
más
característicos
ejemplos
de
v ida
s ana.
La
vida
de
campamento
de
los
scouts
—
particularmente
intensa
—
comprende,
según
ya
hemos
visto,
una
numerosísima
serie
de
juegos
y
de
ejercicios
técnicos
que
pueden
considerarse
como
otros
tantos
deportes,
ya
que
exigen,
además
de
atención
e
inteligencia,
cualidades
esencialmente
físicas.
En
este
sentido,
los
juegos
van
desde
violentos
combates
entre
patrullas
hasta
las
más
o
menos
complicadas
batallas
entre
ejércitos
imaginarios
y
los
peligrosos
encuentros
entre
grupos
de
exploradores
y
feroces
tribus
indias;
de
manera
parecida,
las
técnicas
van
desde
la
señalización
con
banderas
a
la
topografía,
desde
la
capacidad
para
seguir
pistas
naturales
a
los
ejercicios
de
salvamento.
Quede
claro,
no
obstante,
que
el
escultismo
no
abandona
totalmente
los
deportes
que
podríamos
denominar
oficiales.
Tanto
es
así
que,
muy
a
menudo,
los
scouts
se
divierten
jugando
al
fútbol,
a
rugby
o
a
balonvolea.
Pero,
generalmente,
todos
estos
juegos
son
considerados
solamente
como
simples
recreos,
pese
a
que
el
mismo
Baden-‐Powell
reconocía
su
valor
educativo,
sobre
todo
por
lo
que
se
refiere
a
la
educación
social.
Finalmente,
es
necesario
fijarse
en
que
esta
manera
de
entender
la
educación
física
tiene
una
posterior
y
enorme
ventaja,
ya
que
permite
al
muchacho
desarrollar
su
cuerpo
en
un
ambiente
de
alegría
y
serenidad,
condición
muy
importante
para
el
buen
éxito
de
todos
sus
esfuerzos.
Cuando
los
muchachos
se
sienten
alegres
y
serenos,
como
les
sucede
sin
duda
alguna
cuando
juegan
o
cuando
están
en
directo
contacto
con
la
naturaleza,
su
entrega
es
mucho
más
total
y,
por
tanto,
mucho
mayores
los
frutos
de
su
actividad.
Baden-‐Powell
escribió
por
ello
que
«quien
no
siente
la
necesidad
de
sonreír
no
goza
de
buena
salud»
y
que
«el
scout
debe
sonreír
siempre,
incluso
cuando
tiene
que
realizar
un
trabajo
pesado».
EL
ESCULTISMO
CREE
EN
EL
PEQUEÑO
ESFUERZO
CONTINUADO
La
técnica
de
la
observación
y,
muy
estrechamente
ligada
a
la
misma
por
ser
su
fundamento
v
su
principal
instrumento,
la
técnica
de
la
atención,
son,
como
ya
se
ha
dicho,
el
desarrollo
lógico
y,
en
cierto
sentido,
la
lógica
conclusión
de
la
educación
sensorial;
al
mismo
tiempo,
representan
la
necesa-‐
ria
premisa
y
el
auténtico
inicio
de
la
educación
intelectual.
Por
ello
el
escultismo
le
concede
tanta
importancia
y
Baden-‐Powell
se
ocupa
tanto
de
esta
técnica.
Para
todo
miembro
activo
del
escultismo—
lobato,
scout,
rover
o
jefe
—
ser
un
atento
observador
es
una
cuestión
de
honor,
y
esta
cualidad
es
una
de
las
determinantes
y
de
las
fundamentales
del
llamado
tipo
s cout.
La
importancia
de
la
observación
está
determinada,
según
el
pensamiento
de
Baden-‐Powell,
no
tanto
por
la
utilidad
que
indudablemente
tiene
en
la
concreta
realización
de
la
vida
scout,
cuanto
por
las
funciones
que
ella
puede
desempeñar
en
la
vida
cotidiana
de
todo
hombre
e
incluso
por
el
valor
moral
que
ella
en
realidad
posee.
Por
eso
G.
Tisserand,
que
ha
escrito
un
breve
pero
agudo
e
inte-‐
resante
capítulo
(en
el
libro
citado)
sobre
esta
cualidad,
hace
notar
que
«la
observación
es
capital
en
el
escultismo
porque
lo
es
en
la
vida
de
todo
hombre».
Además,
también
Baden-‐Powell
habla
muy
claro
afirmando
que
«cuando
un
muchacho
se
ha
habituado
a
la
observación
y
a
la
inducción,
se
ha
dado
un
gran
paso
hacia
el
desarrollo
de
su
carácter».
Basta
pensar,
en
efecto,
en
la
extraordinaria
utilidad
que
tiene,
no
sólo
para
un
verdadero
y
auténtico
scout,
sino
para
un
hombre
cualquiera,
el
saber
observar
incluso
los
más
pequeños
detalles
para
relacionarlos
unos
con
otros
y
sacar
las
debidas
consecuencias.
«El
observar
detenidamente
a
la
gente
—
escribe
Baden-‐Powell
—
y
la
habilidad
para
leer
su
carácter
y
pensamientos,
es
de
inmenso
valor
en
los
negocios
y
el
comercio,
especialmente
para
un
agente
o
ven-‐
dedor
que
trate
de
persuadir
a
alguien
para
que
compre
determinada
mercancía,
o
para
descubrir
a
un
probable
estafador.»
«Observando
atentamente
el
suelo
quizás
encontraréis
objetos
perdidos
que
podréis
devolver
a
sus
respectivos
propietarios.
Observando
el
comportamiento
o
el
modo
de
vestir
de
una
persona
y
sacando
las
lógicas
conclusiones,
podréis
daros
cuenta
de
si
alguien
es
malintencionado
e
impedir
un
delito.
O
podréis
daros
cuenta
de
si
una
persona
está
asustada
o
necesita
ayuda
y
comprensión.
En
este
caso
os
será
posible
cumplir
con
uno
de
los
principales
deberes
de
un
escultista:
ayudar
con
todas
sus
fuerzas
a
quien
está
en
una
dificultad.»
Ahora
bien,
¿de
qué
manera
educa
y
desarrolla
el
escultismo
esta
técnica?
También
en
este
caso,
como
en
el
de
la
educación
sensorial,
la
respuesta
es
doble:
de
un
lado,
es
la
misma
vida
scout
la
que
dirige
sus
actividades
prácticas
hacia
esta
facultad;
del
otro,
existen
diversos
medios
específicos
destinados
a
desarrollar
y
perfeccionar
esta
técnica.
Nótese
además
que
no
es
difícil
convencer
a
los
muchachos
de
la
importancia
que
tiene
el
adquirir
esta
cualidad;
basta
con
que
reflexionen
un
poco
o,
como
dice
el
ya
citado
G.
Tisserand,
con
demostrarles
«que
la
observación
está
en
la
base
de
todo
descubrimiento
científico,
con
simples
ejemplos
como
el
de
Dionisio
Papin
des-‐
cubriendo
la
fuerza
motriz
del
vapor
al
observar
una
marmita
de
agua
hirviente,
o
el
de
Isaac
Newton
estableciendo
la
teoría
de
la
gravitación
universal
a
partir
de
la
caída
de
una
manzana.
Mostradles
el
papel
considerable
de
la
observación
en
el
arte
de
pintar,
en
el
de
describir
y
en
ciertas
profesiones
como
la
de
médico,
o,
más
simplemente,
en
oficios
como
los
de
pescador,
marino
o
agricultor».
De
esta
manera
también
en
este
campo
es
posible
obtener
la
preciosa
colaboración
de
los
propios
muchachos.
No
estaría
bien
repetir
ahora
todo
cuanto
ya
he
dicho
acerca
de
la
particular
capacidad
de
la
simple
vida
scout
para
educar
en
el
plano
del
desarrollo
sensorial
que,
como
es
obvio,
se
aplica
con
igual
eficacia
en
el
campo
de
la
observación.
Creo
interesante,
en
cambio,
subrayar
la
necesidad
que
tienen
los
jefes
de
saber
dosificar
oportunamente
las
actividades
que
exigen
de
los
muchachos
el
concentrarse
en
la
observación,
ya
que
al
tener
que
mantenerse
en
una
constante
atención
es
muy
fácil
cansarlos,
sobre
todo
al
principio.
También
en
este
caso
—
y
de
manera
muy
particular
—
es
necesario
saber
proceder
lentamente
y
tender
progresivamente
hacia
el
nivel
deseado,
sin
hacerse
excesivas
y
peligrosas
ilusiones
sobre
la
rapidez
en
el
progreso
de
los
muchachos.
El
mejor
medio
para
enseñar
una
tal
técnica
—según
afirma
el
escultismo
de
acuerdo
con
sus
ideas
generales
sobre
el
problema
educativo
—
consiste,
más
que
en
la
explicación,
aunque
sea
con
abundancia
de
detalles,
de
cómo
se
debe
hacer
para
observar,
en
situar
a
los
muchachos
en
condiciones
de
ejercitar
espontáneamente
sus
facultades
de
observación
y
en
desarrollarles,
de
una
manera
concreta,
su
gusto
e
interés
por
esta
actividad.
Cuando
en
todos
nosotros
existe
el
deseo
de
ver,
de
saber
y
de
comprender,
es
suficiente
con
promover
este
deseo
en
cada
scout
para
llevarlo
a
desarrollar
en
sí
mismo
las
necesarias
disposiciones
para
la
observación.
En
nombre
de
lo
concreto
de
una
tal
enseñanza
y
de
la
gradación
de
la
que
hace
poco
hemos
hablado,
los
jefes
deben
contentarse,
en
un
principio,
con
dar
a
sus
muchachos,
simples
novicios,
el
placer
de
los
pequeños
descubrimientos
visuales
(darse
cuenta
de
la
presencia
de
un
hombre
en
la
cima
de
una
montaña,
clasificar
la
forma
de
una
casa
a
notable
distancia,
encontrar
por
la
calle
botones,
fósforos
u
otros
pequeños
objetos,
etc.)
y
con
ponerles
a
prueba
con
fáciles
pistas
naturales
o
artificiales
tan
sólo
más
tarde
se
deberán
esforzarse
en
desarrollar
su
capacidad
de
observación
recurriendo,
por
ejemplo,
al
famoso
juego
de
Kim10,
del
que
se
servirán
a
menudo,
pero
con
dosificaciones
y
aumentando
progresivamente
sus
dificultades.
Finalmente,
podrá
servirse
de
las
más
complicadas
y
complejas
actividades
observativo
inductivas
del
«traqueódromo»
o
de
pistas
naturales
nada
fáciles.
Sucede
muchas
veces
que
una
salida
al
campo
esté
enteramente
organizada
sobre
la
técnica
de
la
observación,
pero,
de
todas
maneras,
en
cualquiera
de
ellas
puede
tenerse
en
cuenta
esta
técnica
y
utilizarla
de
manera
que
suscite
el
interés
v
la
diversión
de
los
muchachos.
En
este
sentido,
el
«traqueódromo»
representa
una
fuente
casi
inagotable
de
actividades
útiles
y
agradables
a
la
vez.
En
su
forma
más
simple,
que
luego,
naturalmente,
puede
complicarse
mucho,
el
«traqueódromo»
consiste
en
un
terreno
arenoso
en
el
cual
se
imprimen
las
huellas
más
diversas
(de
hombre,
de
mujer,
de
perro,-‐
de
pájaro,
etc.),
que
deben
ser
reconocidas
por
los
escultistas
gracias
a
sus
precedentes
observaciones;
en
su
forma
más
complicada
puede
ser
un
conjunto
de
huellas
y
señales
que
repro-‐
duzcan
una
escena
imaginaria,
muy
ampliamente
descrita,
que
cada
muchacho
o
patrulla
deberán
reconstruir
y
explicar.
Pero
es
necesario
aclarar
que
aunque
algunas
veces
se
presente
un
«traqueódromo»,
por
así
decirlo,
en
frío,
más
a
menudo
se
busca
la
manera
de
presentarlo
de
improviso
y
como
parte
integrante
de
otras
actividades
o,
por
ejemplo,
de
un
gran
juego.
Tampoco
se
puede
pasar
en
silencio
la
importancia
que
tiene,
en
el
campo
de
la
observación,
la
actividad
exploratoria
o,
como
se
dice
en
el
ambiente
scout,
el
Hyke
(palabra
inglesa
que,
precisamente,
significa
exploración),
en
la
que
una
patrulla
o
un
scout
solo,
que
aspire
a
la
primera
clase
o
que
ya
sea
suficientemente
experto,
deben
seguir
un
recorrido
previamente
señalado
con
la
obligación
de
referir,
a
su
retorno,
el
mayor
número
posible
de
observaciones
sobre
la
naturaleza,
sobre
la
obra
del
hombre,
sobre
el
tiempo
atmosférico,
sobre
el
carácter
y
los
problemas
de
los
10
El juego de Kim, muy usado entre los scouts, consiste en recordar con precisión, después de un cierto espacio de tiempo, el mayor número posible de pequeños
objetos que, precedentemente, se han observado durante dos o tres minutos. En la prueba de segunda clase, el mínimo exigido es de dieciocho objetos sobre
veinticuatro. Naturalmente, este juego puede presentarse bajo muy diversos aspectos según la fantasía de cada jefe: Kim de olores, de sabor, de sonidos, de tacto, etc.
(en cuyos casos el muchacho, además de tener que recordar los objetos, debe reconocer las varias sustancias por medio del olor, del gusto, del oído, etc., que así van
perfeccionándose). Sobre el mismo principio se basa también el juego de Morgan, en el que el muchacho debe recordar el mayor número posible de los objetos que se
hallan en un escaparate, observado durante tres o cuatro minutos.
habitantes,
etc.
De
todas
maneras,
el
medio
más
característico
de
los
usados
por
el
escultismo
para
desarrollar
este
aspecto
de
su
educación,
radica
en
la
observación
de
la
naturaleza,
ya
sea
por
la
enorme
atracción
que
ella
ejerce
sobre
el
espíritu
de
los
muchachos,
bien
por
la
notable
dosis
de
actividades
al
aire
libre
que
ella
exige
y
presupone.
Sobre
este
punto
ya
hemos
hablado
en
el
capítulo
III
y,
por
tanto,
sólo
me
resta
remitirlos
a
aquellas
páginas,
pese
a
que
me
gustaría
insistir,
por
un
lado,
sobre
las
grandes
posibili-‐
dades
que
este
campo
nos
ofrece
para
desarrollar,
además
y
antes
mismo
de
la
observación,
la
aten-‐
ción,
y
por
el
otro,
sobre
la
necesidad
de
que
el
encuentro
con
la
naturaleza
sea
dirigido
por
los
jefes
de
manera
justa
y
conveniente.
LA
EDUCACIÓN
INTELECTUAL
No
existe
nadie
que
no
comprenda
cuán
fundamental
es,
para
la
formación
intelectual
del
mu
chacho,
el
referido
desarrollo
de
la
atención
y
de
la
observación.
Con
él,
además,
el
muchacho
recibirá
importante
ayuda
para
su
vida
escolar,
ya
que
muchas
de
las
dificultades
de
los
estudios
se
deben,
precisamente,
a
una
deficiente
capacidad
para
observar
y
comparar
unas
nociones
con
otras.
Pero
hay
todavía
más
en
cuanto
concierne
a
la
educación
intelectual,
ya
que
la
capacidad
de
obser-‐
var,
convertida
en
posible
y
eficiente
gracias
a
una
bien
desarrollada
atención,
no
debe
concebirse,
al
menos
según
el
pensamiento
del
escultismo,
como
una
finalidad
en
sí
misma,
sino
como
una
premisa
indispensable
para
el
desarrollo
intelectual.
En
efecto,
cuando
en
el
escultismo
se
habla
de
«educación
intelectual»,
no
se
entiende
por
ello
lo
que
normalmente
se
designa
en
dicha
expresión.
De
un
lado,
porque
siendo
el
escultismo
un
método
educativo
casi
me
atrevería
a
decir
auxiliar
de
la
labor
escolar
(pese
a
que,
como
hemos
comprobado
más
de
una
vez
y
como
ya
tendremos
ocasión
de
estudiar,
su
acción
a
menudo
se
interfiere
con
la
de
la
escuela),
casi
todo
el
mundo
del
saber
y,
en
general,
de
la
cultura
queda,
por
definición,
fuera
de
su
alcance.
Del
otro,
porque
según
el
pensamiento
de
Baden-‐Powell,
para
triunfar
en
una
carrera
profesional
o,
generalizando
más
aún,
en
la
propia
vida,
el
orden
de
importancia
de
las
cualidades
necesarias
sitúa
en
primer
lugar
al
carácter
y
tan
sólo
en
el
tercero
y
último
coloca
al
saber.
Educación
intelectual,
por
tanto,
no
significa
aquí
un
complejo
de
nociones
y
de
conocimientos
intelectuales,
sino
más
bien
el
desarrollo
de
ciertas
facultades
intelectuales
que
entran
a
formar
parte,
precisamente,
del
carácter
de
un
hombre.
Trátase,
en
sustancia,
de
guiar
la
mente
del
muchacho
hacia
la
situación
de
quien
está
en
condiciones
no
tan
sólo
de
aprender
todo
aquello
que
exige
su
profesión
o
su
carrera,
sino
también
de
aprenderlo
con
una
mentalidad
particular,
activa
y
no
pasiva,
a
través
de
la
cual
le
será
más
fácil
hacer
rendir
provechosamente
su
trabajo.
Basta,
en
efecto,
dar
una
simple
ojeada
a
la
tabla
que
Baden-‐Powell
añadió
al
capítulo
sobre
el
carácter
en
su
Guía
para
el
jefe
de
tropa,
para
darse
cuenta
rápidamente
de
esta
su
fundamental
convicción.
En
ella,
entre
las
siete
cualidades
indicadas
como
base
del
carácter,
se
encuentra
la
inteligencia
que,
siempre
según
la
tabla
citada,
debe
comprender
los
siguientes
atributos:
observación,
inducción,
capacidad
de
juicio
y
memoria.
¿Se
debe,
por
lo
tanto,
hablar
de
simple
v ivacidad
del
espíritu,
más
que
de
verdadera
y
auténtica
formación
intelectual?
Yo
creo,
en
el
fondo,
que
sí.
Y
si,
en
este
campo,
el
pensamiento
de
Baden-‐Powell
puede
parecer
demasiado
simplista
y
expeditivo,
no
debe
olvidarse
que
él
no
tenía
la
intención
de
sustituir
la
labor
de
la
escuela
y
que
sólo
se
había
pro-‐
puesto
con
su
método
prestar
una
ayuda
concreta
a
los
muchachos
de
todas
las
clases
sociales,
con
particular
atención
hacia
aquellos
que,
por
tener
menos
posibilidades,
están
más
desprovistos
de
los
cuidados
de
la
enseñanza
oficial.
Todo
cuanto
se
acaba
de
afirmar
explica
y
aclara
de
manera
suficiente
la
estrecha
relación
que,
según
el
escultismo,
debe
existir
entre
el
desarrollo
sensorial,
ia
observación
y
la
formación
intelectual.
En
efecto,
la
observación
—
que
como
ya
se
ha
visto
presupone
una
capacidad
sensorial
particular-‐
mente
acentuada
—
conduce,
si
se
entiende
bien,
a
la
técnica
del
raciocinio
inductivo,
que
no
es
otra
cosa
que
la
capacidad
de
relacionar
los
varios
datos
de
la
experiencia
sensorial
a
través
de
su
captación
y
de
un
claro
enunciado
de
sus
elementos
comunes
y
de
la
dependencia
lógica
que
exista
entre
ellos.
Mediante
la
observación,
tanto
de
la
naturaleza
como
de
la
obra
del
hombre
y
de
sus
condiciones
de
vida,
el
joven
scout
adquiere
un
complejo
de
nociones
inmediatas
que
son
el
material
sobre
el
cual
su
inteligencia
basará
su
capacidad
de
reflexión
y
a
partir
del
cual
formulará
sus
consecuencias
y
conclusiones.
Las
diversas
actividades
scout,
desde
los
juegos
a
las
pruebas
de
clase,
invitan
a
este
pro-‐
ceso
de
reelaboración,
ya
que
están
esencialmente
dirigidas
o
bien
a
hacer
tomar
decisiones
espontá-‐
neas
a
los
muchachos
o
bien
a
procurarles
el
deseo
de
interpretar
de
manera
personal
todo
cuanto
han
experimentado.
El
estudio
de
la
naturaleza
—
concebido,
como
hemos
visto,
bajo
un
sentido
activo
—
y
los
diversos
ejemplos
del
«traqueódromo»,
lo
demuestran
claramente,
puesto
que
el
preguntarse
¿cómo?,
¿por
qué?
y
¿cuándo?,
acerca
de
lo
observado,
significa
precisamente
acostumbrarse
de
una
manera
concreta
a
no
limitarse
a
la
superficie
de
las
cosas,
sino
a
ejercitarse
en
saber
hallar
las
relaciones
entre
causa
y
efecto.
«La
facultad
de
saber
razonar
—
escribe
Baden-‐Powell
—
es
exactamente
como
la
lectura
de
un
libro
y
es
necesario
enseñarla
como
se
enseña
a
leer.
Quien
sabe
leer
entiende
los
signos
de
la
escritura
y
quien
no
sabe
leer
no
los
entiende.
He
ahí
el
motivo
de
muchos
de
los
juegos
cuya
finalidad
consiste
en
ejercitar
dicha
facultad.»
Así
pues,
también
en
el
campo
del
razonamiento
intelectual
el
camino
seguido
por
el
escultismo
no
es
el
de
la
enseñanza
abstracta,
sino,
por
el
contrario,
el
de
la
enseñanza
a
través
de
la
acción
concreta,
de
la
experiencia
vivida.
Como
puede
comprobar
fácilmente
todo
el
mundo,
el
valor
formativo
de
este
aspecto
de
la
educación
es
verdaderamente
enorme.
En
efecto,
«el
habituarse
a
sacar
conclusiones
exactas
y
lógicas,
basándose
en
los
datos
recogidos
y
recordados
con
atención,
exactitud,
abundancia
y
precisión
—
escribe
G.
Nosengo
en
La
persona
umana
e
l'educazione
—,
es
avanzar
hacia
el
dominio
del
buen
sentido
y
de
la
capacidad
lógica,
convertirse
en
hombre
bien
situado
respecto
a
la
realidad
de
las
cosas,
en
proceder
de
manera
rectilínea
en
el
camino
de
la
vida.
El
sistema
educativo
escultista
consiste
en
una
forma
de
raciocinio
totalmente
de
acuerdo
con
la
realidad
de
la
vida,
y
es
el
comienzo
y
la
base
para
la
estructuración
lógica
de
la
mente
humana.
Además,
para
los
muchachos,
es
la
auténtica,
mejor
y
única
forma
posible
de
educar
las
facultades
mentales,
cuyo
sucesivo
desarrollo
servirá
al
hombre
adulto
para
orientarse
y
comportarse
sin
desviaciones
en
su
vida
moral,
profesional
y
política...
Acostumbrar
la
mente
á
usar
de
sus
fuerzas
según
las
leyes
de
la
lógica
es
tan
importante
como
enseñar
la
verdad.»
Pero
todavía
hay
más,
ya
que
desarrollar
en
los
muchachos
el
hábito
del
raciocinio
inductivo
significa,
además
de
darle
el
sentido
de
lo
concreto
que,
en
definitiva,
es
lo
mismo
que
el
sentido
de
equilibrio,
formarle
el
h abitas
científico
del
investigador.
Esto
representa,
a
mi
juicio,
un
nuevo
y
fun-‐
damental
aspecto
de
la
modernidad
del
método
scout
y,
precisamente
por
ello,
un
nuevo
punto
de
contacto
entre
su
pensamiento
pedagógico
y
el
de
los
más
interesantes
y
válidos
métodos
educativos
contemporáneos
;
piénsese,
por
ejemplo,
en
la
concepción
pedagógica
de
J.
Dewey.
Pero
el
escultismo,
desde
el
punto
de
vista
de
la
educación
intelectual,
no
se
limita
a
las
facultades
de
la
observación
y
de
la
inducción,
sino
que
tiene
también
muy
en
cuenta
el
mismo
raciocinio
deduc-‐
tivo,
la
mnemotecnia
y
la
independencia
de
juicio.
En
cuanto
al
primer
punto
recuérdese
que,
para
realizarlos
bien
y
de
forma
interesante,
muchos
de
los
grandes
juegos
propios
de
las
tropas
—
al
igual
que
muchas
de
sus
actividades
—
exigen
servirse
de
las
facultades
deductivas
al
tener
que
prever
y
valorar
las
posibles
consecuencias
de
un
determinado
comportamiento
o
de
una
acción
concreta.
Por
lo
que
se
refiere
al
segundo,
es
necesario
reconocer
que
se
trata
de
una
facultad
no
sólo
tenida
en
cuenta
por
el
educador
scout,
sino
que,
hasta
cierto
punto,
está
continuamente
presente
en
todas
las
más
diversas
formas
(tanto
sensoriales
como
intelectuales)
de
la
normal
vida
scout.
Sobre
este
punto
escribe
Baden-‐Powell:
«Practicad
el
recordar
las
cosas.
Un
individuo
que
tiene
buena
memoria
se
abre
paso,
porque
hay
infinidad
de
personas
que
no
la
tienen,
y
ello
se
debe
tan
sólo
a
que
no
la
ejercitaron.
Una
isla
de
coral
está
constituida
por
animales
sumamente
pequeños
que
se
agrupan
entre
sí.
Así,
los
conocimientos
del
hombre
están
constituidos
por
su
observación
de
pequeños
detalles
que
va
colocando
unos
junto
a
otros
en
su
cerebro,
recordándolos
después.»
El
scout
cumple
este
consejo,
por
ejemplo,
intentando
recordar
todo
cuanto
ha
explorado
y
observado
durante
una
de
sus
normales
salidas
al
campo,
aprendiendo
a
usar
el
alfabeto
Morse
velozmente
y
sin
errores,
y,
sobre
todo,
ejercitándose
a
llevar
mensajes
orales,
cifrados
o
no,
a
lejanos
destinos,
etc.
Para
terminar,
la
independencia
de
juicio
que,
en
el
fondo,
no
es
otra
cosa
sino
el
saberse
servir
en
cualquier
circunstancia
de
las
propias
facultades
de
discernimiento.
A
lograrla,
además
del
hábito
al
racionamiento
inductivo
y
deductivo,
va
dirigido
todo
un
sistema
de
vida,
todo
un
determinado
comportamiento.
Por
ejemplo,
es
muy
raro
el
que
un
jefe
imponga
una
actividad
o
una
decisión
sin
antes
tomar
en
consideración
el
juicio
del
propio
muchacho,
y,
una
vez
realizada,
le
pedirá
inmediatamente
su
criterio
y
su
juicio.
Además,
la
vida
de
patrulla
(con
toda
la
responsabilidad
que
comporta
para
cada
muchacho),
el
tipo
moral
del
escultismo
(fundado,
principalmente,
sobre
el
autodominio)
y
toda
la
misma
educación
scout
(que
casi
puede
considerarse
como
una
autoeducación),
son
a
mi
parecer,
una
indiscutible
escuela
de
capacidad
e
independencia
de
juicio.
CAPÍTULO
VII
LA
EDUCACION
MANUAL
Y
TÉCNICA
SI
en
el
capítulo
precedente
se
ha
reconocido
el
original
interés
que
el
escultismo
tiene
por
la
educación
sensorial
y
la
educación
intelectual
(entendida
en
el
sentido
explicado),
igual
reconocimiento
merece
su
interés
hacia
la
educación
manual
y
técnica,
ya
que
ella
representa
la
más
clara
expresión
de
su
fundamental
activismo.
Ningún
auténtico
activismo,
en
efecto,
puede
quedar
reducido,
simplemente,
a
cierta
manera
de
entender
la
educación
(más
cercana
a
los
intereses
de
los
muchachos),
ni,
incluso,
a
un
más
frecuente
y
educativo
uso
del
juego,
ya
que
es
preciso
que
encuentre
en
el
trabajo
su
más
significativa
realización.
He
ahí
por
qué
parece
posible
poder
afirmar
que
un
escultismo
que
no
tuviese
en
cuenta
la
actividad
manual
y
técnica
no
sería
auténtico.
Esta
afirmación
hace
coincidir,
una
vez
más,
el
método
scout
con
las
directrices
fundamentales
de
la
pedagogía
contemporánea,
que
considera
como
uno
de
sus
principios
básicos
la
posibilidad
o,
mejor
dicho,
la
necesidad
de
aprovechar
el
trabajo
manual
desde
un
punto
de
vista
educativo.
En
efecto,
tanto
el
escultismo
como
la
pedagogía
activa
contemporánea
—
como,
por
ejemplo,
la
sustentada
por
Dewey
o
Ferriére
—
están
íntimamente
convencidos
de
que
el
hombre
vale
en
tanto
hace,
que
ha
nacido
para
hacer
y
que
siempre
el
pensamiento
está
en
función
de
la
acción.
"La
vida
sin
la
reflexión
—
dice
Ferriére
—
es
muy
poca
cosa,
pero
es
posible;
la
reflexión
sin
la
vida
no
es
nada.”
Según
Lamberto
Borghi,
al
exponer
las
teorías
pedagógicas
de
J.
Dewey
—
en
J.
Dewey
e
il
pensiero
pedagógico
contemporáneo
—,
la
actividad
manual
debe
considerarse
como
necesaria
para
el
normal
desarrollo
fisiológico
y
psíquico
de
la
infancia,
ya
que
ella
le
permite
la
adquisición
del
control
de
sus
energías
y
del
uso
de
sus
miembros,
el
desarrollar
sus
centros
motores
y
el
establecer
relaciones
de
unión
sintética
con
el
medio
ambiente
y
de
íntima
solidaridad
con
el
mundo
de
las
cosas,
que
son
el
camino
para
adquirir
las
facultades
aptas
para
el
contacto
social
con
los
demás
seres
humanos.
Además,
como
hace
observar
Baden-‐Powell
en
más
de
una
ocasión,
el
trabajo
manual
representa
una
notable
contribución
al
desarrollo
en
los
muchachos
de
determinadas
aptitudes:
sólido
espíritu
de
iniciativa
personal,
profundo
sentido
de
confianza
en
sí
mismos,
responsabilidad;
pero
sobre
todo
contribuye
a
formarles
la
facultad
de
hacer
concretamente
(quiero
decir
"con
las
propias
manos”)
y
con
el
sentido
de
precisión
que,
en
verdad,
están
en
la
base
del
auténtico
espíritu
científico.
Es
natural,
pues,
que
el
escultismo
piense
que
para
que
este
aspecto
de
la
educación
sea
válido
de
verdad,
debe
concebirse
precisamente
en
estrecho
contacto
con
el
aspecto,
por
así
decirlo,
espiritual
de
la
misma.
Su
importancia
está
plenamente
reconocida
en
el
mismo
lema,
que,
según
la
explicación
del
propio
Baden-‐
Powell,
significa
estar
siempre
listos
para
hacer
cada
cosa
en
su
justo
momento
y
para
tener
capacidad
y
voluntad
de
hacerla
(véase
cuanto
se
ha
dicho
en
el
capítulo
III),
ya
que
si
un
scout
promete
hacer
cuanto
le
sea
posible
para
ayudar
a
los
demás
en
toda
clase
de
circunstancias,
no
es
suficiente
con
coleccionar
una
serie,
tan
grande
y
completa
como
se
quiera,
de
buenas
intenciones,
sino
que
es
necesario
alcanzar
el
mayor
número
posible
de
facultades
concretas
y
prácticas.
Así
pues,
la
técnica
scout
nace
y
se
justifica
por
el
ideal
de
servicio
al
prójimo
que,
como
hemos
visto,
es
el
fundamento
del
escultismo
entero;
por
tanto,
es
imposible
pensar
en
la
técnica
como
finali-‐
dad
en
sí
misma.
No
se
trata
de
formar
excelentes
transmisores
u
honrados
camilleros,
sino
de
ayudar
a
todo
muchacho
para
que
logre
un
perfecto
equilibrio
entre
sus
fuerzas
intelectuales,
morales
y
físicas.
EL
TRABAJO
MANUAL
EN
LA
MANADA
Y
EN
LA
TROPA
El
interés
que
el
escultismo
siente
por
la
actividad
manual
empieza
muy
pronto,
en
la
misma
vida
de
la
manada.
Incluso
podríamos
decir
que
es
precisamente
en
la
manada
donde
el
escultismo
se
es-‐
fuerza
por
desarrollar
en
los
muchachos
una
auténtica
afición
por
el
trabajo
manual
que,
una
vez
perfeccionado
en
la
tropa
a
través
de
su
específica
aplicación
a
la
vida
de
campamento,
constituye
la
indispensable
premisa
para
la
más
compleja
técnica
scout.
En
la
manada,
en
efecto,
todavía
no
se
pue-‐
de
hablar
de
técnica
en
su
justo
y
real
significado,
aunque
sea
en
la
misma
donde
se
enseñen
los
más
elementales
nudos
o
las
más
simples
letras
del
alfabeto
Morse,
ya
que
es
evidente
que
un
chiquillo
de
ocho
o
nueve
años
todavía
no
está
preparado
para
soportar
la
disciplina
y
el
autocontrol
que
exige
una
técnica
cualquiera,
ni
es
capaz
de
entender,
de
manera
orgánica,
el
trabajo
que
realice.
Por
el
contrario,
lo
que
tiene
mucha
importancia
es
el
trabajo
manual
propiamente
dicho,
bien
por
ser
una
tendencia
natural
y
muy
difundida
entre
los
chiquillos
de
esta
edad
—
ligados,
así,
al
mundo
concreto
de
las
cosas
—,
o
por
poseer
muchas
de
las
más
importantes
ventajas
educativas
de
la
auténtica
técnica.
Al
lado
de
las
especialidades
—
de
las
que
se
hablará
más
adelante
—,
la
manada
dirige
al
lobato
hacia
los
trabajos
manuales,
apropiándose
su
inclinación
hacia
las
colecciones
de
todo
género
y
pro-‐
poniéndole
y
sugiriéndole
una
serie
de
pequeños
trabajos
que
unan
a
su
utilidad
un
carácter
atractivo.
En
cuanto
a
las
colecciones
—
utilizadas
también
en
la
tropa—,
Baden-‐Powell
aconseja,
además
de
las
tradicionales
colecciones
de
sellos
o
billetes
de
tranvía,
las
de
etiquetas
y
postales
que
reproducen
ciudades
y
monumentos
famosos,
las
de
fotografías
y
dibujos
interesantes,
y,
sobre
todo,
las
que
hagan
referencia
a
la
naturaleza:
flores,
hojas
o
minerales.
El
valor
educativo
de
esta
actividad
no
puede
ser
más
evidente,
ya
que
junto
a
la
labor
propiamente
manual
permite
que
los
chiquillos
apren-‐
dan
casi
sin
darse
cuenta
muchas
nociones
útiles
y,
en
especial,
que
cultiven
el
notable
sentido
de
la
precisión
y
del
orden.
He
ahí
el
porqué
de
la
existencia
de
algunas
especialidades
de
este
tipo
a
las
que
pueden
aspirar
los
lobatos.
Pero
el
trabajo
manual
de
la
manada
está
representado,
principalmente,
por
las
numerosas
peque-‐
ñas
realizaciones
que
el
lobato
debe
saber
hacer
para
embellecer
su
local
—
que,
por
lo
que
se
refiere
a
la
decoración
y
a
los
muebles,
será
siempre
el
resultado
de
la
labor
de
los
miembros
de
la
manada
—,
para
ser
útil
en
su
casa
y
tener
ocasión,
así,
de
lograr
su
propósito
de
proporcionar
un
placer
diario
a
alguien.
Además,
Baden-‐Powell
recomienda
que
cada
lobato
cuide
de
un
pequeño
jardín
o,
cuando
menos,
de
las
flores
de
una
maceta
construida
por
él
mismo,
y
que
sepa
hacer
brotar
un
bulbo
en
el
agua.
Tal
como
dice
en
el
capítulo
«Jardinero»
de
su
M anual
d e
l obatos,
la
jardinería
no
tan
sólo
puede
conver-‐
tirse
fácilmente
en
una
pasión
para
los
pequeñuelos,
sino
que
representa
una
inmejorable
ocasión
para
que
divirtiéndose
desarrollen
su
habilidad
manual
y
otras
virtudes
más
importantes
todavía,
como
la
paciencia
y
la
perseverancia.
En
la
vida
de
la
tropa,
en
cambio,
los
trabajos
manuales
están
principalmente
relacionados
con
los
campamentos
y,
en
general,
con
la
vida
al
aire
libre,
aunque
no
se
abandonen
del
todo
actividades
como
las
que
acabamos
de
ver
al
referirnos
a
la
manada.
Incluso
se
puede
decir
que
es
una
cuestión
de
honor
para
todo
scout
el
saber
servirse
de
las
manos
siempre
que
sea
necesario.
Tanto
si
se
trata
de
pequeñas
averías
eléctricas,
colocar
clavos
o
barnizar
los
muebles
de
la
cocina,
el
scout
debe
saber
hacerlo
y
tener
la
satisfacción
de
que
sus
padres
le
consideren
imprescindible
para
tales
menesteres.
Además,
esta
habilidad
práctica
le
proporcionará
un
noble
sentido
de
superioridad
ante
sus
amigos
y
compañeros
no
scouts.
Deben
añadirse,
además,
las
diversas
actividades
manuales
que
desarrollan
los
scouts
de
una
tropa
con
el
fin
preciso
de
obtener
unos
beneficios
con
que
adquirir
material
(tiendas,
pucheros,
brújulas,
etcétera)
o
para
no
recargar
la
economía
familiar
con
los
gastos
que
lleva
consigo
la
práctica
del
escultismo.
Éste
es,
precisamente,
un
principio
que
Baden-‐Powell
consideraba
fundamental;
según
él
los
muchachos
deben
persuadirse
de
que
en
la
vida
es
necesario
trabajar
siempre,
incluso
duramente,
y
que,
en
el
fondo,
en
este
trabajo
radican
muchos
de
los
valores
y
del
auténtico
significado
del
hombre.
Los
hijos
de
papá,
habituados
a
tener
siempre
todo
cuanto
necesitan
o,
peor
todavía,
todo
cuanto
desean,
ni
sirven
para
el
escultismo
ni
merecen
ninguna
consideración
dentro
del
mismo.
Tales
actividades
pueden
ir
desde
la
construcción
de
pequeños
y
sencillos
juguetes
a
cuidarse
del
arreglo
y
aseo
de
un
local;
desde
desempeñar
un
servicio
público
remunerador
a
vender
trapos
o
des-‐
perdicios;
en
todos
los
casos,
y
en
otros
parecidos,
trátase
de
trabajos
muy
humildes,
pero
que
además
de
satisfacer
el
innato
sentido
de
aventura
y
rareza
que
tienen
todos
los
muchachos,
poseen
todas
las
virtudes
educativas
que
más
arriba
he
indicado.
Pero
es
en
la
vida
al
aire
libre,
y
de
modo
especial
en
los
campamentos,
donde
la
labor
educativa
manual
tiene
su
más
adecuado
y
completo
desarrollo,
por
ser,
en
verdad,
parte
integrante
de
la
vida
scout.
Levantar
una
tienda,
cocinar,
recoger
y
cortar
leña,
cavar
una
zanja
o
cualquiera
de
las
otras
actividades
de
las
cuales
hemos
hablado
al
tratar
de
la
educación
física,
son
otros
tantos
ejemplos
de
trabajos
manuales
que
requieren,
a
la
vez,
vigor
y
facultades
prácticas.
Además,
la
posibilidad
de
disponer
de
leña
abundante
incita
a
realizar,
para
uno
mismo
o
para
los
demás,
toda
clase
de
pequeños
objetos
útiles
(palmatorias
para
la
iluminación
de
las
tiendas,
estantes
para
zapatos,
perchas,
anillos
para
f oulards.
cubiertos,
etc.),
que
son
un
válido
testimonio
del
espíritu
de
iniciativa
y
de
capacidad
manual
de
cada
scout
y
que,
precisamente
por
ello,
sirven
para
valorar
con
bastante
exactitud
el
grado
de
eficiencia
de
las
distintas
patrullas.
De
todas
maneras,
el
trabajo
manual
sólo
debe
considerarse
como
la
antecámara
de
la
técnica,
a
través
de
la
cual
se
alcanzará
una
forma
de
actividad
más
compleja
e
interesante
para
los
muchachos,
sobre
todo
cuando
llegan
a
cierta
edad,
y
que
les
proporcionará
mayores
satisfacciones.
El
escultismo
tiende
de
manera
particular
hacia
esa
técnica,
puesto
que
conoce
la
necesidad
que
de
la
misma
tienen
los
muchachos,
habituados
como
están
a
una
educación
preferentemente
teórica
y
abstracta.
LA
TECNICA
SCOUT
El
escultismo
lleva
a
los
muchachos
hacia
el
campo
técnico
de
muchas
y
muy
diversas
maneras.
Por
un
lado,
a
través
de
las
pruebas
de
clase,
de
las
especialidades
y
de
la
misma
vida
de
campamento;
por
otro,
con
la
vasta
gama
de
las
técnicas
propias
de
los
acampadores
y
excursionistas.
En
efecto,
ningún
muchacho
puede
considerarse
auténticamente
scout
hasta
conseguir
la
primera
clase,
ya
que
sólo
entonces
podrá
afirmar
que
se
ha
preparado
con
el
debido
interés
y
la
necesaria
seriedad.
Y
cuando
se
habla
de
técnica,
está
claro
que
nos
referimos
no
sólo
a
la
habilidad
manual,
sino
también
a
trabajos
que
exijan
la
presencia
de
facultades
intelectuales
(saber
planear,
prever,
proyectar,
etc.)
y
de
cualidades
morales
(perseverancia,
altruismo,
deseo
de
mejorar,
etc.).
He
ahí
por
qué
un
muchacho
que
quiere
merecer
el
que
se
le
pase
a
primera
clase
deberá
demostrar
estar
en
posesión,
además
de
las
técnicas
exigidas
(campismo,
curas
de
urgencia,
señalización,
pionerismo,
topografía,
cocina,
etc.),
de
las
citadas
cualidades
intelectuales
y
morales,
y
deberá
demostrar,
además,
su
espíritu
de
iniciativa
y
su
voluntad
de
acción
mediante
la
conquista
de
determinado
número
de
especialidades.
Veamos,
por
ejemplo,
qué
se
requiere
para
superar
una
prueba
de
clase.
Por
lo
que
se
refiere
a
los
primeros
auxilios,
todo
scout
debe
saber
servirse
de
un
botiquín
de
urgencia,
construir
una
camilla
con
lo
que
sea,
vendar
heridas
de
cualquier
parte
del
cuerpo
después
de
haberlas
lavado
y
desinfectado,
inmovilizar
miembros
rotos
o
dislocados,
detener
una
hemorragia,
y
curar
contusiones,
quemaduras,
mordeduras
de
serpiente,
picadas
de
insectos,
choques
eléctricos,
asfixias,
desvanecimientos
y
envenenamientos;
además,
y
principalmente,
haber
dado
suficientes
muestras
de
saber
mantenerse
sereno
en
casos
de
accidente,
de
tener
s angre
f ría.
En
cuanto
a
las
pruebas
de
topografía,
deben
conocerse
perfectamente
todos
los
usos
de
la
brúju-‐
la,
saberse
servir
de
mapas
y
planos,
conocer
las
diversas
escalas
y
los
numerosos
sismos
convencio-‐
nales,
orientarse
de
día
v
de
noche
sin
brújula,
mantenerse
en
una
dirección
determinada
por
un
azi-‐
mut,
dibujar
esquemas
panorámicos
y
topográficos,
hacer
el
gráfico
de
un
itinerario
dado
y
seguido
realmente,
etc.
Finalmente,
y
por
lo
que
se
refiere
a
las
pruebas
de
observación,
debe
saberse
seguir
una
pista
natural
y
haberlo
hecho
más
de
una
vez,
reconstruir
un
episodio
elemental
a
base
de
los
indicios
observados
(«traqueódromo»),
identificar
y
reproducir
las
huellas
de
cinco
animales
distintos,
hacer
una
relación
detallada
de
un
itinerario
seguido
respondiendo
a
un
determinado
cuestionario
(clases
de
cultivos,
industria,
sitios
convenientes
para
acampar,
recursos
económicos,
etc.)
y
demostrar,
con
repetidas
pruebas
en
localidades,
ambientes
y
condiciones
diversas,
haber
conseguido
el
hábito
de
apreciar,
con
un
error
menor
al
veinte
por
ciento,
distancias,
longitudes
alturas,
pesos,
etc.
Ni
qué
decir
tiene
que
todo
esto
requiere
una
larga
preparación.
Tanto
es
así,
que
la
primera
clase
está
considerada,
desde
el
punto
de
vista
técnico,
como
la
meta
última
de
la
vida
de
un
scout,
muchos
de
los
cuales
no
consiguen
alcanzar.
Tampoco
es
necesario
insistir
sobre
el
hecho
de
que
una
tal
preparación
no
exige
una
enseñanza
de
tipo
escolástico,
ya
que
los
muchachos
aprenden
todas
estas
cosas
viviendo
normalmente
su
vida
scout;
tampoco
que
se
trate
de
un
cúmulo
de
conocimientos
y
facultades
superiores
a
las
posibilidades
de
los
muchachos,
muy
a
menudo
—
y
erróneamente
—
considerados
por
debajo
de
su
nivel
por
los
adultos,
sobre
todo
en
cosas
que
a
ellos
les
interesan
y
divierten.
No
obstante,
es
preciso
hacer
notar,
porque
la
experiencia
lo
ha
confirmado
numerosas
veces,
que
los
jefes
pueden
caer
en
dos
equivocadas
interpretaciones
al
aplicar
la
técnica
a
las
actividades
de
sus
respectivas
unidades:
Por
un
lado
—
y,
en
especial,
por
culpa
de
aquellos
que
no
están
dotados
de
fantasía
e
inventiva
—,
es
posible
que
la
técnica
presentada
a
los
muchachos
resulte,
por
decirlo
así,
d emasiado
técnica
y
que,
por
tanto,
sea
considerada
como
pesada
y
molesta;
para
interesar
y
servir
de
verdad,
la
técnica
debe
ser
siempre,
y
por
el
contrario,
atractiva,
muy
imaginativa
y
materializada,
y
de
inmediata
aplicación
utilitaria.
Por
el
otro,
es
relativamente
fácil
que
un
jefe,
por
excesiva
bondad
o
por
excesiva
severidad,
con-‐
vierta
las
pruebas
técnicas
en
demasiado
fáciles
—con
la
esperanza
de
excitar
el
deseo
hacia
las
mismas
—
o
en
demasiado
difíciles
—
intentando
obtener
mejores
resultados
cada
día
—;
tanto
en
uno
como
en
otro
caso
se
desperdician
inevitablemente
todas
sus
ventajas
educativas,
ya
que
si
en
el
segundo
caso
el
muchacho
pierde
su
interés
al
resultarle
vanos
sus
esfuerzos,
también
lo
pierde
en
el
primero
al
no
encontrar
aliciente
en
una
actividad
poco
seria
y
que
no
le
proporciona
nada
positivo.
Frente
a
la
técnica
es
necesario
una
posición
equilibrada
que,
a
la
vez
que
considere
los
límites
naturales
de
las
posibilidades
del
muchacho,
sepa
interesarlo
en
su
esfuerzo
con
suficiente
seriedad.
Además,
es
preciso
que
los
jefes
sepan
dar
variedad
a
sus
programas,
tanto
por
lo
que
se
refiere
a
las
actividades
y
a
los
tipos
de
juegos
y
competiciones,
cuanto
por
los
escenarios
donde
ellos
se
desarrollen.
Hasta
aquí
hemos
hablado
de
la
técnica
en
el
sentido
más
específicamente
personal.
Pero
en
el
escultismo
existe
un
importante
capítulo
dedicado
a
la
técnica
social
o
de
equipo,
o
sea,
a
la
que
se
realiza
por
un
grupo
más
o
menos
numeroso
de
individuos,
que,
en
este
caso,
son
la
tropa
o
la
patrulla.
Nos
referimos,
por
ejemplo,
a
la
construcción
de
las
más
importantes
instalaciones
de
un
campamento
(palo
de
la
bandera,
altar,
etc.,
o
a
las
típicas
de
una
patrulla
(tienda
elevada,
cocina,
mesa,
etc.);
a
la
realización
de
grandes
empresas
de
exploración
o
señalización,
que
requieren
labores
y
responsabilidades
muy
diversas;
a
la
preparación
de
una
comida
extraordinaria
en
honor
de
un
huésped
ilustre
del
campamento
y
en
la
que
todos
deben
demostrar
sus
habilidades.
En
todos
y
cada
uno
de
estos
casos
nos
encontramos,
como
fácilmente
puede
comprenderse,
frente
a
una
magnífica
escuela
de
colaboración
concreta,
de
espíritu
de
solidaridad
y
de
sentido
de
res-‐
ponsabilidad
civil
(véase
el
capítulo
VIII,
dedicado
a
la
patrulla,
en
el
que
nos
referimos
a
estas
acti-‐
vidades
de
tipo
social).
Además,
es
interesante
observar
que
la
técnica
de
equipo,
que
ofrece
muchas
posibilidades
de
realizaciones
a
largo
plazo,
representa
un
campo
muy
explotado
o
que
puede
explo-‐
tarse
en
los
programas
de
clan;
los
rovers,
en
efecto,
pueden
encontrar
en
este
tipo
de
actividades
una
inmejorable
ocasión
no
sólo
para
mantenerse
en
forma
como
scouts,
sino
también
para
ser
eficazmente
útiles,
para
dar
vivencia
a
su
lema:
«servir».
Así,
pues,
¿cuáles
son,
además
de
todos
éstos,
los
requisitos
educativos
de
la
técnica?
Volvamos
a
cuanto
ya
hemos
señalado
al
inicio
de
este
capítulo
al
afirmar
que
el
escultismo
no
concibe
la
técnica
separadamente
del
espíritu
y
que
todo
muchacho
debe
s entir
que
lo
que
aprende
en
el
campo
de
la
técnica
sólo
tiene
valor
según
su
utilidad
y
adecuación
al
deber
propiamente
scout
de
prestar
una
ayuda
efectiva
allí
donde
sea
necesario.
De
aquí
el
que
corresponda
a
los
jefes
el
deber
de
hacer
reflexionar
durante
la
realización
de
este
tipo
de
actividades
sobre
las
buenas
acciones
que
pueden
llevarse
a
cabo
y
de
realizar
concretamente
alguna
de
ellas.
Piénsese,
además,
en
la
gran
lección
de
realismo
que
la
técnica
así
concebida
representa
para
los
muchachos,
tan
habituados
como
están
a
lo
abstracto
de
las
materias
de
los
programas
escolares,
y
en
su
indiscutible
capacidad
para
hacerles
comprender
la
importancia
de
la
exactitud
y
de
la
precisión
en
todas
las
cosas.
En
el
primer
caso,
los
muchachos
aprenderán,
a
través
de
una
experiencia
personal,
a
estudiar
la
realidad
para
vencerla,
para
disfrutar
obedeciéndola
y,
al
mismo
tiempo,
para
desarrollar
en
sí
mismos
seguridad
y
confianza
en
las
propias
fuerzas
y
profunda
modestia
y
respeto
hacia
el
mundo
de
la
realidad
que
nos
envuelve.
En
el
segundo
caso,
adquirirán
una
virtud
tan
impor-‐
tante
como
la
satisfacción
de
hacer
las
cosas
bien
hechas
y
no
a
medias,
lo
que
tan
útil
les
será
luego
en
la
vida
profesional,
ya
que
se
darán
cuenta
de
que
un
nudo
mal
hecho
o
una
letra
del
alfabeto
Morse
equivocada
puede
echar
por
tierra
toda
la
labor
de
un
día
entero.
Finalmente,
no
puede
olvidarse
la
importancia
de
la
técnica
por
lo
que
atañe
al
desarrollo
del
autodominio,
del
ingenio,
del
espíritu
de
iniciativa
y
de
la
paciencia,
exigidos
de
mil
maneras
distintas
por
toda
técnica
concreta.
Asimismo,
débese
añadir
a
todo
lo
dicho
el
hábito
de
obedecer,
ya
sea
respecto
de
un
proyecto
o
programa,
ya
sea
respecto
de
quien
dirige
una
actividad
determinada.
No
me
entretengo
en
el
análisis
particular
de
cada
una
de
estas
técnicas
porque
no
hay
duda
al-‐
guna
de
que
podría
formularse
una
larga
lista
de
los
atributos
educativos
de
todas
ellas,
ya
que,
con
tal
de
estar
bien
dirigidas
por
los
jefes,
nunca
pueden
quedar
reducidas
a
un
simple
truco
para
pasar
o
engañar
el
tiempo.
LAS
ESPECIALIDADES
EN
LA
VIDA
DEL
LOBATO
Y
DEL
SCOUT
Ya
hemos
visto,
en
el
primer
capítulo,
que
tanto
el
lobato
como
el
scout
no
limitan
su
personal
preparación
técnica
a
las
pruebas
exigidas
para
lograr
las
dos
estrellas
o
los
distintivos
de
segunda
y
primera
clase,
sino
que,
además,
se
esfuerzan
para
profundizar
hasta
merecer,
cuanto
menos,
algunos
certificados
de
especialidad.
Ya
hemos
visto,
también,
que
mientras
en
la
manada
tienen
la
función
de
indicar
qué
disposiciones
y
aptitudes
tienen
cada
lobato
y
la
de
enfrentarlo
con
algunas
pruebas
de
habilidad
que
le
enseñarán
a
desenvolverse
sin
ayuda
de
nadie
y
a
combatir
algunos
de
sus
naturales
defectos,
en
la
tropa,
en
cambio,
sirven
para
indicar
la
adquisición
de
una
capacidad
concreta
y
para
h acer
nacer
en
todo
scout
el
gusto
por
profundizar
más
y
más
en
sus
conocimientos
y
en
sus
habilidades.
Según
Baden-‐Powell
(refiriéndose
a
los
lobatos),
«él
objeto
de
las
especialidades
es
ayudar
a
corregir
los
defectos,
y
a
desarrollar
los
caracteres
y
la
salud
física».
Por
lo
tanto,
los
jefes
deben
alentar
a
sus
lobatos
a
adquirirlas
y
deben
indicar,
a
cada
uno
de
ellos,
las
que
más
les
convienen
para
su
propio
desarrollo,
mientras,
naturalmente,
estas
actividades
no
vayan
en
detrimento
del
normal
programa
de
la
manada.
Considero
muy
interesante
reproducir
aquí
el
cuadro
en
el
que
Baden-‐Powell
sintetizó,
a
su
juicio,
los
defectos
característicos
de
los
chiquillos
y
los
remedios
aportados
por
el
lobatismo.
Tanto
porque
ayuda
a
comprender
todo
lo
que
se
ha
dicho,
cuanto
porque
representa
un
luminoso
ejemplo
de
la
claridad
y
de
la
mentalidad
práctica
de
Baden-‐Powell.
La
agudeza
de
este
análisis
no
tiene
necesidad
de
ser
subrayada;
baste
notar
que
nos
encontramos
frente
a
una
precisa
valoración
de
la
psicología
del
chiquillo
en
edad
de
lobato,
con
relación
a
la
cual
se
presenta
un
programa
pedagógico
que
constituye
una
lenta
preparación
o,
si
se
prefiere,
un
primer
ensayo
de
la
que,
más
tarde,
será
la
verdadera
y
auténtica
técnica
scout.
Por
lo
que
se
refiere
a
las
especialidades
de
los
scouts,
la
intención
de
Baden-‐Powell
fue,
por
un
lado,
ofrecer
a
todo
muchacho
la
posibilidad
concreta
de
convertirse
en
un
«experto»
de
determina-‐
do
campo
específico,
hasta
el
punto
de
poder
ser
considerado
como
tal
por
sus
compañeros,
y
por
el
otro,
ofrecer
a
los
jefes
un
número
casi
ilimitado,
pero
siempre
seductor
y
realizable,
de
actividades
distintas
e
interesantes.
Todo
ello
presenta,
desde
el
punto
de
vista
de
la
educación,
muchos
aspectos
positivos.
Primeramente
es
un
sistema
que
permite
a
todo
muchacho
incluso
al
menos
dotado
por
la
naturaleza,
ser
el
primero
en
algún
aspecto
determinado,
lo
que
representa
grandes
ventajas
para
el
desarrollo
de
su
personalidad,
ya
que,
habituado
como
estaba
a
mortificantes
fracasos
en
sus
estudios,
adquiere,
por
fin,
confianza
en
sí
mismo
y
serenidad
de
espíritu.
Y,
en
segundo
lugar,
ayuda
a
los
jefes
a
resolver
el
problema,
no
siempre
de
fácil
solución,
de
los
scouts
ya
mayores
(dieciséis
o
diecisiete
años)
que,
después
de
haber
adquirido
por
entero
todos
los
secretos
del
arte
escultista,
encuentran
todavía
ocasión
de
complacer
su
insaciable
deseo
de
novedad,
completando,
al
mismo
tiempo,
su
formación
sensorial,
intelectual
y
técnica.
Existen
unas
sesenta
especialidades
oficialmente
reconocidas,
distribuidas
en
diversos
grupos
más
o
menos
homogéneos;
unos
pocos
ejemplos
bastarán
para
ver
las
amplias
posibilidades
de
elección
que
tienen
los
escultistas.
Así,
pues,
existen
especialidades
de
utilidad
pública:
primeros
auxilios,
guía
o
intérprete;
especialidades
preparatorias
de
distintos
tipos
de
oficios
o
profesiones:
sastre,
jardinero,
batelero,
encuadernador;
especialidades
de
tipo
artístico:
dibujante,
músico,
fotógrafo,
actor;
especialidades
de
la
naturaleza:
astrónomo,
botánico,
geólogo,
meteorólogo;
especialidades
deportivas:
nadador,
ciclista,
esquiador;
y,
finalmente,
especialidades
de
tipo
más
intelectual:
liturgista,
historiador.
Naturalmente,
es
el
propio
muchacho
quien
debe
escoger
la
especialidad
o
las
especialidades
que
desea
adquirir;
su
misma
decisión
revelará,
generalmente,
sus
particulares
aficiones
o
sus
ideales
preferidos,
procurando
al
jefe
atento
abundante
material
para
útiles
observaciones
y
decisiones
de
carácter
pedagógico.
No
obstante,
puede
suceder
que,
en
determinadas
ocasiones,
sea
el
mismo
jefe
quien
indique
a
un
muchacho
hacia
qué
especialidad
debe
inclinarse;
en
este
caso,
se
verá
la
habilidad
del
jefe
si
puede
comprobarse
que
un
muchacho,
después
de
cierto
tiempo,
demuestra
poseer
facultades
que
él
mismo
ignoraba
o
pone
en
evidencia
aficiones
y
aptitudes
que,
de
otro
modo,
hubieran
permanecido
ocultas.
Ni
que
decir
tiene
que
todo
ello
representa
un
notable
avance
en
la
realización
de
su
equilibrada
y
completa
formación
personal.
Todo
muchacho
puede,
a
lo
largo
de
su
vida
scout,
llegar
a
adquirir
diversos
certificados
de
espe-‐
cialidad,
ya
que
es
obvio
que
una
tal
especialización
no
debe
tener
carácter
exclusivista.
De
todas
maneras,
débese
notar
que,
por
encima
de
cierto
límite,
es
válido
el
principio
que
dice
que
la
calidad
de
las
especializaciones
está
en
función
inversa
de
su
cantidad,
ya
que,
como
dice
el
propio
Baden-‐
Powell,
adquirir
especialidades
por
el
simple
interés
de
obtener
el
distintivo
no
es
escultismo,
sino
puro
exhibicionismo.
Las
excepciones,
como
siempre,
confirman
la
regla,
pero,
de
todas
maneras,
puede
decirse
que,
al
menos
en
Italia,
un
scout
con
dieciocho
especialidades
es
ya
un
personaje
digno
de
toda
consideración.
En
el
verdadero
escultismo,
en
efecto,
la
especialidad
es
una
cuestión
de
honor
y
de
prestigio
y
sería
muy
grave
para
un
scout
que
ostente
un
determinado
certificado
de
especialidad
hallarle
poco
o
nada
preparado
en
la
misma.
El
scout
se
siente
obligado,
por
sentido
de
lealtad,
a
no
desmerecer
de
sus
certificados
de
especialidad
y,
por
tanto,
a
mantenerse
constantemente
e n
f orma,
profundizando
más
y
más
en
sus
conocimientos
y
aptitudes.
Nótese,
además,
que
el
sistema
de
especialidades
no
va
en
detrimento
de
la
integridad
de
la
educación
scout,
ni
tan
sólo
en
el
aspecto
técnico,
ya
que
ningún
scout,
según
lo
establecido
a
este
propósito,
puede
ostentar
un
certificado
de
especialidad
si
no
posee
una
base
suficiente
de
la
técnica
scout,
desde
todos
los
puntos
de
vista,
si
no
posee,
en
definitiva,
la
segunda,
o
mejor
aún,
la
primera
clase.
No
obstante,
muchos
jefes
no
aprovechan
convenientemente
esta
importante
fuente
de
actividades
educativas,
sobre
todo
porque,
faltándoles
a
ellos
mismos
suficientes
conocimientos
especializados
en
campos
distintos
de
la
técnica,
juzgan
las
especialidades
demasiado
concretas
incluso
desde
el
punto
de
vista
de
la
organización,
y
consideran
oportuno
no
exponerse
a
que
sus
muchachos
comprueben
de
una
manera
práctica
que
su
jefe
no
siempre
es
infalible
e
invencible.
Yo
pienso,
por
el
contrario,
que
ambas
dificultades
pueden
ser
fácilmente
superadas,
y
que,
por
ejemplo,
es
profundamente
educativo
el
que
un
jefe
reconozca
honestamente,
ante
sus
muchachos,
su
inexperiencia
en
una
especialidad
concreta;
se
trata,
en
efecto,
de
un
ejemplo
de
lealtad
y
de
humildad
que
de
ninguna
manera
hará
disminuir
la
admiración
qué
hacia
él
sientan.
De
todas
maneras,
sería
muy
conveniente
que
todo
jefe
estuviera
seriamente
especializado,
al
menos,
en
una
o
dos
técnicas
concretas,
hasta
tal
punto
que
ello
pudiera
ser
un
orgullo
para
sus
muchachos.
Además,
y
en
cuanto
a
la
primera
dificultad,
se
puede
recurrir
a
los
jefes
especializados
que
tienen
casi
todas
las
comisarías
y
que,
muy
gustosamente,
prestarán
su
servicio
a
las
unidades;
puede
recurrirse,
también,
a
un
amigo
o
conocido
particularmente
experto
en
la
especialidad
deseada,
quien,
sin
duda
alguna,
estará
encantado
en
vivir
una
experiencia
inédita
para
él.
En
todo
caso,
no
es
lícito
despreciar
un
tan
potente
medio
para
combatir
la
apatía,
la
falta
de
energía,
la
ignorancia
y
la
incapacidad
tan
características
de
los
muchachos
de
nuestro
tiempo,
y,
por
el
contrario,
para
educar
la
inteligencia,
el
espíritu
de
iniciativa,
la
habilidad
incluso
manual
y
el
sentido
de
perfeccionamiento.
CAPÍTULO
V III
EL
S ISTEMA
D E
P ATRULLAS
Y
L A
E DUCACIÓN
S OCIAL
La
antinomia,
siempre
presente,
entre
los
valores
del
individuo
por
un
lado
y
la
importancia
de
la
sociedad
por
el
otro,
representa,
sin
duda
alguna,
uno
de
los
problemas
más
complejos
de
la
pedagogía
de
todas
las
épocas,
ya
que
se
trata
de
poner
de
acuerdo
exigencias
y
tendencias
que
incluso
parecen
opuestas
e
irreconciliables.
Hasta
tal
punto
existe
este
problema,
q ue
no
son
raros
los
métodos
educativos
unilaterales,
cuyo
interés
se
limita
a
uno
solo
d e
e stos
d os
a spectos
d el
m undo
h umano.
El
escultismo,
cuyo
esfuerzo,
como
ya
hemos
tenido
ocasión
de
ver,
se
dirige
a
lograr
un
tipo
humano
verdaderamente
integral,
quiere
enfocar
su
propia
labor
educativa
en
las
dos
direcciones,
puesto
que
sabe
muy
bien
que
ni
es
posible
desarrollar
completamente
al
individuo
sin
tener
en
cuenta
su
posición
social
y
cívica,
ni
es
posible
tampoco
formar
un
ciudadano
útil
a
la
sociedad
sin
desarrollarlo,
al
mismo
tiempo,
como
hombre,
en
el
sentido
más
alto
y
profundo
de
la
palabra.
Individuo
y
sociedad,
según
Baden-‐Powell,
están
muy
lejos
de
presentarse
como
dos
valores
opuestos
entre
sí
y
deben
considerarse
como
dos
realidades
perfectamente
complementarias
que,
por
eso
mismo,
no
pueden
de
manera
alguna
separarse
sin
que
pierdan,
ipso
facto,
buena
parte
de
su
propio
valor.
De
ahí
que
la
educación
no
pueda
ser
ni
individualista
ni
colectiva,
ya
que
en
ambos
casos
perdería
su
más
íntima
j ustificación,
q ue
c onsiste,
p recisamente,
e n
e l
d esarrollo
d el
h ombre
e ntero.
Así
pues,
el
escultismo,
junto
a
la
formación
de
tipo
individual
de
la
cual
hemos
hablado
hasta
este
momento,
se
preocupa
con
igual
intensidad
de
la
formación
social
de
los
jóvenes,
sin
que
por
ello
desautorice
su
resuelta
concepción
personalista.
Jamás
nos
cansaremos
de
afirmar
que
el
método
educativo
scout
es,
en
su
más
íntima
esencia,
individualista;
su
esfuerzo
para
adaptarse
a
las
exigencias
del
individuo,
su
voluntad
de
desarrollar
lo
que
de
más
natural
y
espontáneo
hay
en
él,
y
su
preocupación
por
los
menos
dotados
—
para
que
incluso
ellos
puedan
desarrollarse
convenientemente
—
lo
demuestran
con
toda
claridad.
Cuando
se
habla
de
educación
personal—mientras
no
se
excluya,
sino
que
se
sobrentienda,
la
educación
social
—,
se
quiere
afirmar
una
absoluta
aversión
hacia
todos
los
métodos
de
educación
colectiva.
Sólo
la
educación
individual
es
posible.
Si
se
dispone
de
buena
voz,
atractivos
métodos
y
medios
disciplinarios,
se
puede
instruir
a
un
número
cualquiera
de
muchachos,
i ncluso
u n
m illar
a
l a
v ez.
P ero
e sto
n o
e s
e ducación.
Incluso
para
el
escultismo,
el
individualismo
es
una
herejía,
ya
que,
como
sabemos
todos,
el
h ombre
e s
u n
a nimal
s ocial.
A islado,
e ncerrado
e n
s í
m ismo,
s e
l imita
y
s e
d estruye.
Y
si
bien
es
verdad
que
la
meta
del
escultismo
consiste
en
alcanzar
la
felicidad
personal,
también
es
verdad
que
esta
felicidad
—
como
ya
se
ha
observado
anteriormente
—
nace,
precisamente,
de
haber
sabido
poner
al
servicio
de
los
demás
nuestras
propias
aptitudes
y,
en
el
fondo,
nuestra
entera
existencia.
He
aquí
la
razón
por
la
cual
podemos
leer,
en
la
in-‐
troducción
de
Escultismo
para
muchachos,
la
siguiente
observación:
«En
el
escultismo,
la
educación
intenta
sustituir
al
"yo”
con
el
servicio,
convertir
a
los
muchachos
en
seres
individualmente
eficaces,
tanto
moral
cuanto
físicamente,
para
poner
esta
eficacia
al
servicio
de
la
sociedad»,
a
la
que
Baden-‐Powell
añade
una
aclaración
extremadamente
diáfana:
«Con
estas
palabras
no
comprendo
únicamente
el
servicio
militar
terrestre
o
marítimo
(en
nuestro
movimiento
no
tenemos
ni
finalidades
ni
prácticas
militaristas);
a
lo
que
yo
me
refiero
es
al
ideal
de
servicio
al
prójimo.
Con
otras
palabras,
nosotros
intentamos
poner
en
práctica
los
principios
del
cristianismo
en
la
vida,
y
en
las
relaciones
de
cada
día,
y
no
c onvertirlos,
t an
s ólo,
e n
u na
a ctividad
t eórica
d e
l os
d omingos.»
En
cuanto
a
la
educación
en
sentido
social,
el
es-‐
cultismo
se
esfuerza
por
desarrollarla
en
dos
direcciones
principales:
la
primera
es
la
que
partiendo
de
los
diversos
tipos
de
buena
acción
del
lobato
y
del
scout
llega
al
servicio
del
rover;
la
segunda
consiste
en
la
práctica
efectiva
de
la
vida
en
sociedad,
en
el
hábito
de
trabajar
y
asumir
responsabilidades
con-‐
cretas
para
el
bien
de
la
comunidad
a
la
que
se
pertenece:
seisena,
patrulla
o
equipo;
manada,
t ropa
o
c lan;
g rupo,
c omisaría
o
a sociación.
Por
lo
que
se
refiere
a
la
primera
dirección,
estimo
que
ya
la
hemos
tratado
suficientemente.
En
cambio,
debemos
hablar
todavía
del
segundo
aspecto,
que
puede
resumirse
en
la
expresión
sistema
de
patrullas,
c uya
excepcional
importancia
subraya
el
mismo
Baden-‐Powell
a l
a firmar
q ue
é l
r epresenta
l a
a uténtica
« llave
d el
é xito»
d e
t odo
s u
m étodo.
Luego,
en
el
capítulo
próximo,
profundizaremos
el
aspecto
más
típicamente
cívico
de
la
educación
e scultista.
LA
ESTRUCTURA
Y
EL
ESPÍRITU
DE
PATRULLA
La
feliz
síntesis
entre
las
exigencias
de
tipo
personal
y
las
de
tipo
social
de
la
formación
humana,
encuentra
en
la
patrulla
campo
extremadamente
original
y
apto
para
concretarse,
ya
que
ella
representa,
por
un
lado,
la
s ociedad
base
dentro
de
la
cual
todo
scout
vive
sus
experiencias
como
tal
y
aprende
a
subordinar
conscientemente
su
voluntad
a
fines
y
necesidades
superindividuales,
y
por
el
otro,
es
precisamente
en
la
patrulla
donde
los
muchachos
encuentran
la
posibilidad
de
modelar
su
propia
personalidad
y
de
desarrollarse
individualmente.
Según
el
pensamiento
de
Baden-‐Powell
—
muy
bien
interpretado
y
desarrollado
por
Roland
Philipps
(The
Patrol
system)—,
el
sistema
de
patrullas
consiste
en
organizar
la
tropa
en
«pequeños
grupos
permanentes»
de
seis,
siete
u
ocho
muchachos,
dirigidos
por
uno
de
ellos
mismos
en
forma
totalmente
responsable
(el
guía
de
patrulla),
y
que
tienen
la
función
de
«unidad
de
acción»
en
el
trabajo,
los
juegos,
el
campamento
y
cualquier
otra
actividad.
Pero,
para
que
este
sistema
tenga
auténticas
probabilidades
de
éxito,
es
ab-‐
solutamente
indispensable
que
cada
patrulla
funcione
de
verdad
como
un
grupo
autónomo
y
no
basta
con
una
simple
división
nominal;
el
secreto
de
su
eficacia
y
éxito
pedagógico
radica,
en
efecto,
en
permitir
a
los
scouts
el
formar
—
según
un
instinto
natural
que
tienen
todos
los
muchachos
—
una
sociedad
verdaderamente
suya,
y
en
enfrentar
a
cada
uno
de
ellos
con
una
concreta
responsabilidad.
De
ahí
que
uno
de
los
más
graves
errores
que
pueda
cometer
un
jefe
en
su
labor
educativa
sería
el
de
no
aplicar
enteramente
el
sistema
de
patrullas,
al
no
encontrar,
por
ejemplo,
un
muchacho
capaz
de
asumir
la
dirección
de
una
de
ellas
o
al
creer
que
sea
más
efectiva,
desde
el
punto
de
vista
pedagógico,
su
directa
acción
personal.
En
realidad,
como
ya
afirmaba
el
mismo
Baden-‐Powell
y
como
demuestra
tantas
veces
la
experiencia11,
si
es
posible
que
una
patrulla
funcione
satisfactoriamente
sin
tropa
o,
incluso,
que
un
grupo
de
patrullas
funcionen
sin
jefe
de
conjunto,
no
lo
es,
en
cambio,
el
que
una
tropa
funcione
sin
estar
organizada
en
patrullas;
aunque
durante
cierto
tiempo
pareciera
que
marchaba
bien,
no
tardaría
en
fracasar
de
la
manera
más
rotunda.
Las
patrullas
afirman
su
propia
individualidad
y
su
propia
independencia
mediante
la
elección
de
un
tótem
representado
por
el
nombre
de
un
animal
que
inspire
las
simpatías
de
todos
sus
componentes;
por
ejemplo,
la
patrulla
de
los
«leones»,
de
las
«panteras»,
de
las
«ardillas»,
etc.
Y
cada
uno
de
sus
miembros
se
siente
verdaderamente
un
león,
una
pantera
o
una
ardilla,
no
por
identificarse
con
uno
de
estos
animales,
sino
por
sentirse
parte
integrante
de
una
sociedad
determinada,
totalmente
diferenciada
e
identificable.
El
«banderín»
de
patrulla
—
simple
triángulo
de
tela
o
cuero
con
la
representación
de
la
cabeza
o
la
figura
entera
de
su
animal,
que
se
ata
al
bordón
del
guía
de
patrulla
—
y
los
distintivos
de
patrulla
—
constituidos,
en
Italia,
por
unas
cintas
de
colores
diversos
que
se
aplican
a
la
camisa
de
cada
uno
de
sus
componentes
—
son
sus
símbolos
visibles,
muy
cuidados
por
todo
scout
que
no
puede,
bajo
ningún
pretexto,
apropiarse
los
de
otra
patrulla.
Todo
ello
sirve
para
definir
el
llamado
«espíritu
de
patrulla»
que,
indudablemente,
es
su
aspecto
más
importante,
ya
que
como
muy
certeramente
escribe
H.
Bouchet
(Psychologie
du
scoutisme),
allí
donde
se
encuentra
este
espíritu
se
solucionan
todas
las
dificultades
y
allí
donde
falta
disminuye
en
seguida
el
rendimiento.
Muchos
son
los
elementos
que
concurren
en
la
formación
de
este
espíritu
de
patrulla;
ante
todo,
el
lazo
de
naturaleza
afectiva
que
nace,
casi
súbitamente,
entre
todos
sus
11
El autor, que en una nota suprimida en esta traducción da cuenta de diversos ejemplos concretos italianos, se refiere a las llamadas patrullas libres. — (N.
del T.)
miembros
debido,
de
manera
esencial,
a
la
vida
desarrollada
conjuntamente;
luego,
en
segundo
lugar,
el
llegar
a
un
acuerdo
sobre
el
programa
y
las
actividades
que
se
han
de
seguir,
nacido
el
deseo
natural
en
todo
muchacho
de
planear
algo
en
secreto;
en
tercer
lugar,
el
espíritu
de
emulación
en
relación
con
las
otras
patrullas,
facilitado,
algunas
veces,
por
algunos
concursos
y
competiciones
interzonas
o
interregionales;
finalmente,
algunos
medios
particulares,
como,
por
ejemplo,
el
«grito»
y
el
«lema»
de
la
patrulla,
su
local,
su
periódico,
su
«libro
de
patrulla»,
su
Santo
protector
y
su
oración.
En
todos
los
casos
se
trata
de
formar
el
espíritu
de
cuerpo
y
el
sentido
de
solidaridad
social,
tan
extremadamente
útiles
para
la
formación
moral
de
los
muchachos.
Quien
tenga
experiencia,
por
limitada
que
sea,
de
la
vida
de
una
tropa,
sabe
muy
bien
cuán
bellos
y
casi
conmovedores
son
estos
grupos
de
muchachos
lanzados
todos
juntos
hacia
la
consecución
de
una
meta
común.
Toda
patrulla,
pues,
está
compuesta,
por
término
medio,
de
siete
muchachos,
que
tan
sólo
por
motivos
muy
importantes
(por
ejemplo,
una
real
incompatibilidad
de
carácter
o
la
necesidad
de
reforzar
una
patrulla
demasiado
débil
en
sus
elementos)
pueden
abandonarla
para
pasar
a
otra.
Ello
exige
una
atención
muy
particular
al
elegir
los
muchachos
que
deben
formar
una
patrulla,
puesto
que
es
obvio
que
su
homogeneidad
es
un
requisito
que
tiene
mucha
importancia
y
que
continuados
cambios
turbarían
gravemente
su
vida.
Tampoco
es
necesario
creer
que
la
palabra
h omogeneidad
quiera
significar
aquí
una
identidad
en
el
nivel
de
todos
los
elementos
de
una
patrulla;
esta
identidad
ni
es
necesaria
ni
presenta
sensibles
ventajas.
El
sentido
de
la
palabra
se
refiere
a
que
en
una
patrulla
no
deben
existir,
en
modo
alguno,
rivalidades
personales
ni
diferencias
de
carácter
demasiado
pronunciadas.
Por
el
contrario,
la
coexistencia
de
gustos
y
aficiones
diversas
que
pueden
traducirse
en
especialidades
y
aptitudes
distintas
o
la
presencia
de
tipos
de
diferente
—
pero
no
incompatible
—
naturaleza,
lejos
de
representar
un
motivo
de
debilidad
para
la
patrulla,
es
una
de
sus
premisas
más
favorables.
En
efecto,
el
que
junto
al
supercrítico
haya
el
burlón,
el
artista
al
lado
del
técnico
y
el
deportista
conviva
con
el
intelectual,
es
un
factor
favorable
para
e1
equilibrio
del
conjunto
que,
así,
no
caerá
en
el
vicio
de
adoptar
una
única
dirección,
sino
que
explotará,
y
en
general
con
éxito,
caminos
distintos.
De
todas
maneras,
es
necesario
observar
que
en
el
ámbito
del
escultismo
mundial
—
y,
por
lo
tanto,
también
en
el
italiano
—
se
ha
discutido
mucho
sobre
qué
criterio
seguir
en
la
constitución
de
las
patrullas.
En
otros
términos,
si
es
preferible
dar
a
las
patrullas
un
sentido
«horizontal»
o
«vertical».
Con
la
primera
expresión
se
quieren
indicar
las
patrullas
formadas
por
muchachos
de
una
edad
parecida
o
de
un
mismo
nivel
escolar.
Con
la
segunda,
las
patrullas
formadas
por
muchachos
de
edad
escalonada,
con
un
guía
de
unos
dieciséis
años
y
los
restantes
elementos
de
doce
y
trece
años.
Las
ventajas
y
los
inconvenientes
de
ambas
soluciones
son
numerosos
y
fáciles
de
ver.
Por
un
lado
se
podría
preferir
la
patrulla
horizontal,
ya
que,
además
de
facilitar
la
amistad
entre
sus
miembros,
permitiría
actividades
más
concretas
y
adaptadas
a
la
edad
de
todos
(sin
correr
el
riesgo,
por
lo
tanto,
de
exigir
a
alguno
de
ellos
esfuerzos
superiores
a
su
edad
o
a
sus
posibilidades
físicas);
pero,
en
este
caso,
se
perderían
las
ventajas
que
ofrece
la
normal
alternativa
en
la
responsabilidad
del
guía
de
patrulla
y
no
se
tendría,
en
la
tropa,
ninguna
auténtica
tradición
de
patrulla;
además,
mientras
con
este
sistema
el
paso
al
clan
parece
mucho
más
fácil
—
ya
que
toda
la
patrulla
puede
pasar
a
la
vez—,
no
lo
es,
en
cambio,
el
paso
de
la
manada
a
la
tropa,
puesto
que,
con
este
sistema,
nos
encontraríamos
con
una
patrulla
totalmente
inexperta.
Con
la
otra
solución,
por
el
contrario,
la
situación
es
totalmente
inversa;
añádase,
además,
que
con
ella
parece
más
difícil
lograr
una
auténtica
amistad
entre
todos
los
miembros
de
la
patrulla,
pero,
en
cambio,
puede
aprovecharse
favorablemente
el
placer
que
siente
todo
muchacho
enseñando
a
quien
está
menos
preparado
que
él
mismo,
dando
lugar
a
lo
que
se
denomina
«traspaso
de
nociones».
Así,
pues
—
ya
sea
basándose
en
los
escritos
de
Baden-‐Powell,
que
justifican
ambas
soluciones,
ya
sea
haciéndolo
sobre
el
parecer
de
los
jefes
más
competentes,
o
ya
sea
refiriéndome
a
experiencias
directas
personales,
puesto
que
he
tenido
la
fortuna
de
dirigir
tropas
con
estructura
vertical
y
horizontal
—,
creo
poder
afirmar
que,
desde
un
punto
de
vista
pedagógico,
los
dos
sistemas
son
equivalentes.
Me
veo
obligado
a
añadir,
no
obstante,
que
en
el
caso
de
preferir
la
estructura
horizontal,
se
impone
una
neta
división
de
la
unidad:
de
una
parte,
las
patrullas
formadas
por
chiquillos
hasta
los
quince
años;
de
la
otra,
las
de
mayor
edad.
Si
no
se
hace
así
—cosa
que
exige
dos
jefes,
y
ello
no
es
fácil
de
conseguir
—,
aquel
desequilibrio
que
se
ha
querido
superar
volvería
a
presentarse
y
todavía
con
mayor
gravedad.
Los
seis
o
siete
muchachos
que
componen
una
patrulla
forma,
según
ya
hemos
visto,
una
autén-‐
tica
y
verdadera
sociedad,
y,
por
lo
tanto,
cada
uno
de
ellos
debe
tener,
dentro
de
la
misma,
una
concreta
responsabilidad.
Junto
al
guía
de
patrulla,
que
tiene
funciones
directivas
no
sólo
con
respecto
de
su
patrulla,
sino
también,
como
veremos
más
adelante,
respecto
de
su
tropa,
y
que
precisamente
por
todo
ello
ostenta
el
número
uno
de
la
patrulla,
existen
los
demás
números
(dos,
tres,
cuatro,
etc.),
cada
uno
de
los
cuales
desempeña
una
labor
específica;
el
número
dos
es
el
subguía,
que,
normalmente,
es
el
brazo
derecho
del
guía
de
patrulla
y
a
quien
debe
sustituir
en
caso
de
ausencia.
Existen,
luego,
el
secretario,
el
tesorero,
el
jefe
del
material,
el
bibliotecario,
el
encargado
del
local,
etc.,
cargos
todos
ellos
que
no
pueden
acumularse.
Además,
todo
scout
debe
tener
un
cargo
de
acción,
consistente
en
estar
preparado
para
efectuar
una
determinada
labor,
técnica
o
de
otro
género,
en
la
que
demostrará
haber
alcanzado
una
particular
competencia.
Así,
todas
las
patrullas
contarán
con
su
topógrafo,
su
señalador,
su
observador,
su
cocinero,
etc.
De
todas
maneras,
cada
patrulla
se
organiza
como
cree
conveniente
y
distribuye
libremente
sus
cargos,
aunque
no
es
raro
el
caso
de
que
el
jefe
de
tropa
colabore
con
el
guía
de
patrulla
para
asignar
a
algu-‐
no
de
sus
elementos
una
labor
determinada,
considerándola
particularmente
apta
para
completar
su
formación.
No
perdamos
de
vista,
en
efecto,
que
la
patrulla
debe
estar
al
servicio
del
individuo,
de
la
misma
manera
que
la
tropa
lo
está
al
de
la
patrulla.
Trátase,
como
se
ha
podido
ver,
de
un
complejo
de
pequeñas
responsabilidades
que
tienen,
no
obstante,
la
importantísima
función
de
habituar
a
los
muchachos
a
asumirlas
y
a
resolver
con
precisión
y
espíritu
de
iniciativa
las
misiones
recibidas.
LA
VIDA
Y
LA
ACTIVIDAD
DE
PATRULLA
Siguiendo
todo
cuanto
escribe
B.
Thorel
se
puede
afirmar,
sin
lugar
a
dudas,
que
toda
la
vida
de
una
tropa
se
desarrolla
a
través
de
las
patrullas,
desde
los
juegos
a
los
campamentos
y
excursiones,
desde
las
pruebas
de
clase
a
una
actividad
cualquiera.
En
efecto,
mientras
casi
todos
los
juegos
de
tropa
están
estructurados
de
manera
que
la
unidad
de
la
patrulla
no
se
rompa
jamás,
también
la
vida
de
campamento
acostumbra
basarse
sobre
el
funcionamiento
autónomo
de
cada
una
de
ellas
hasta
tal
punto
que,
en
ocasiones,
incluso
llega
a
tratarse
de
distintos
campamentos
de
patrullas
sobrepuestos,
agrupados
y
coordinados.
Además,
y
al
lado
de
estas
normales
actividades
de
tropa,
cada
patrulla
vive
su
vida
particular,
a
través
de
reuniones,
de
excursiones
y
hasta
de
campamentos,
en
los
que
ella
—
y
de
manera
especial
su
guía
—
tiene
plena
libertad
de
acción,
ya
que
corresponde
a
todos
sus
miembros
efectivos
(los
scouts
que
ya
han
pronunciado
la
promesa),
reunidos
en
consejo,
decidir
todo
lo
que
concierne
al
programa
que
hay
que
realizar
durante
el
curso,
la
excursión
o
el
campamento.
Nótese
cómo,
de
esta
manera,
todo
scout
aprende
a
expresar
su
propio
parecer
y,
al
mismo
tiempo,
halla
la
manera
de
con-‐
tribuir
con
eficacia
a
la
vida
de
una
comunidad
al
proponer,
de
continuo,
nuevas
actividades.
Las
reuniones
semanales
o
quincenales
en
las
que
participan
todos
los
miembros
de
una
patrulla
están
organizadas,
en
general,
por
su
guía,
íntimamente
ayudado
por
su
vice
o
por
un
scout
a
quien
interesa
de
una
manera
especial
la
principal
actividad
sobre
la
cual
se
basa
la
reunión.
El
programa
de
estas
reuniones
acostumbra
comprender
una
parte
técnica,
algunos
pequeños
juegos
y
unos
momentos
dedicados
a
que
los
mayores
enseñen
a
los
más
pequeños,
introduciéndoles,
día
a
día,
en
los
secretos
del
arte
scout.
Pero
la
función
de
estas
reuniones
radica,
sobre
todo,
en
el
hecho
de
encontrarse
juntos,
lo
que
es
tan
importante
para
estrechar
lazos
de
amistad
e
intercambiar
experiencias
y
problemas,
con
lo
que
se
aumenta
el
espíritu
de
comunidad
y
de
solidaridad.
Dichas
reuniones
tienen
lugar
en
el
llamado
«local
de
patrulla»,
pequeño
rincón
del
local
de
la
tropa,
por
entero
dedicado
a
una
patrulla,
que
lo
arregla,
adorna
y
embellece
según
sus
características
y
gustos.
Roland
Philipps
insiste
mucho
sobre
la
importancia
de
este
pequeño
local,
tanto
porque
constituye
un
medio
muy
útil
de
facilitar
la
vida
de
patrulla,
cuanto.
porque
responde
a
la
natural
tendencia
de
los
muchachos
a
construirse
y
frecuentar
un
local
especial
para
ellos
solos.
Pero,
además
de
estas
periódicas
reuniones,
el
programa
anual
de
una
tropa
que
funcione
de
ver-‐
dad
comprende
cierto
número
de
«salidas
de
patrulla»
(tres
como
mínimo),
durante
las
cuales
cada
una
de
ellas
vive
un
día
entero
al
aire
libre
—
comprendiendo
o
no
la
noche
anterior
—
y
desarrolla
un
programa
pensado
y
preparado
por
ellas
mismas,
aunque,
antes,
haya
sido
examinado
y
discutido
con
el
jefe
de
tropa.
A
este
propósito
es
necesario
subrayar
la
importancia
que
da
el
escultismo
a
la
capacidad
de
los
muchachos
—
y
en
este
caso,
de
una
manera
especial,
del
guía
de
patrulla
—
de
saberse
atener
a
un
programa
dado
del
cual
no
deben
apartarse
—y
en
todo
caso
sólo
por
defecto
—
si
no
es
por
graves
motivos,
y
al
hábito
que
debe
crearse
de
referir
siempre
al
jefe
el
resultado
de
una
actividad
desarrollada,
inmediatamente
después
de
haberla
efectuado.
Esto
le
permite
asegurarse
de
que
todo
se
ha
desarrollado
normalmente,
controlando
lo
que
se
hace
y
sabiendo,
en
cada
momento,
dónde
se
encuentran
sus
muchachos.
Por
el
contrario,
muchos
jefes,
e
incluso
aquellos
que
ya
tienen
cierta
experiencia
y
saben
respetar
la
autonomía
de
las
patrullas
por
lo
que
se
refiere
a
sus
actividades
en
el
local
o
dentro
de
la
tropa,
no
están
muy
de
acuerdo
con
esta
forma
de
actividad
scout,
juzgándola
excesivamente
peligrosa
o,
cuando
menos,
no
lo
bastante
segura;
así
pues,
no
la
toman
en
consideración
o,
en
todo
caso,
participan
personalmente
en
la
misma,
quitándole
su
principal
característica.
No
se
trata,
naturalmente,
de
permitir
que
siete
muchachos
vayan,
por
así
decirlo,
a
la
deriva
o
que
se
lancen
a
cualquier
empresa
peligrosa,
sino
que
trátase
de
permitir
que
ellos
vivan
una
experiencia
verdaderamente
formativa
por
muchos
aspectos.
Abandonados
a
su
propia
discreción,
ellos
adquirirán,
por
un
lado,
cierto
sentido
de
audacia
y
valentía
(¿qué
muchacho
se
atrevería,
con
la
sola
compañía
de
otros
cinco
o
seis
amigos
de
su
edad,
a
coger
el
tren,
salir
de
su
ciudad,
atravesar
zonas
desconocidas,
dormir
bajo
la
tienda
en
pleno
monte
o
en
medio
del
bosque,
etc.?),
y
por
otro,
a
comportarse
con
auténtico
sentido
de
responsabilidad,
mayor
aún
que
si
fueran
acompañados
de
un
adulto,
que,
con
su
sola
presencia,
les
dispensaría
de
autocontrolarse.
Además
la
experiencia
ha
demostrado
en
muchísimos
casos
que
incluso
los
elementos
más
inquietos
y
menos
dispuestos
al
autodominio
revelan,
cuando
se
sienten
abandonados
a
sí
mismos,
insospechadas
dosis
de
juicio
y
buen
sentido;
asimismo,
no
hay
duda
que
de
todas
las
experiencias
y
actividades
realizadas,
las
que
se
recuerdan
con
mayor
entusiasmo
son
las
de
la
patrulla.
Por
lo
que
se
refiere
a
los
programas
que
hay
que
seguir,
y
junto
a
las
normales
actividades
téc-‐
nicas
y
a
los
juegos
acostumbrados,
es
necesario
señalar
las
especialidades
de
patrulla,
a
las
que,
desde
hace
unos
años,
las
directrices
-‐centrales
del
escultismo
italiano
dedican
especial
interés.
Trátase,
en
realidad,
de
una
aplicación
del
sistema
de
especialización
individual
—
de
la
cual
ya
se
ha
hablado
—
a
la
vida
de
patrulla
que,
así
pues,
escoge
un
campo
particular
en
el
que
especializarse
y
al
cual
adecuar
todas
Sus
actividades;
esta
lección
puede
estar
determinada
o
bien
por
la
confluencia
de
las
aficiones
de
la
mayoría
de
sus
componentes
o
bien
por
la
posibilidad
concreta
que
ofrece
a
la
patrulla
un
hecho
determinado
(tener
a
su
disposición,
por
ejemplo,
una
persona
competente
en
cierto
campo),
o
bien
por
una
tradición
que
tiende
a
no
interrumpirse.
Sea
por
una
u
otra
razón,
lo
interesante
es
que
todos
los
elementos
de
la
patrulla
se
la
tomen
en
serio
y
a
conciencia.
La
especialidad
de
patrulla
tiene
la
gran
ventaja
de
ofrecer
un
campo
vastísimo
de
actividades
tanto
para
las
reuniones
de
local
cuanto
para
las
excursiones,
y
asimismo
es
un
motivo
más
para
formar
y
desarrollar
su
espíritu,
ya
que,
de
ese
modo,
puede
diferenciarse
mayormente
de
las
otras
patrullas
de
la
tropa.
Además,
puede
ser
un
óptimo
camino
para
llevar
a
cada
uno
de
sus
elementos
al
gusto
por
la
especialidad,
que
tanta
importancia
tiene
para
su
propia
formación.
Y
debemos
hacer
notar,
todavía,
que
esta
especialización
conduce
casi
siempre
a
proyectar,
preparar
y
realizar
una
«empresa
de
patrulla»
que,
entre
las
actividades
posibles,
es
una
de
las
más
interesantes
y
apasionantes
y,
a
la
vez,
posee
un
alto
valor
educativo.
Ya
hemos
citado
una
célebre
labor
de
estudio
de
la
naturaleza,
pero
son
muchísimas
las
que
pueden
realizarse;
si
una
patrulla
se
ha
especializado
en
señalización,
por
ejemplo,
no
dejará
de
probar
su
eficacia
y
habilidad
en
una
distancia
«record»;
si,
por
el
contrario,
ha
escogido
el
pionerismo
o
la
topografía,
lo
aplicará
a
una
construcción
grandiosa
(posiblemente
de
carácter
útil)
o
al
detallado
estudio
de
un
valle,
una
gruta,
una
región,
etc.
El
campamento
de
patrulla
puede
ser,
en
este
sentido,
una
inmejorable
ocasión
para
realizar
la
empresa
escogida,
preparada
y
planeada
durante
los
meses
precedentes.
Desde
el
punto
de
vista
pedagógico,
la
empresa
de
patrulla
tiene
el
gran
valor
de
entusiasmar
a
sus
elementos
y
de
habituarlos
a
una
labor
común
de
gran
aliento,
en
la
que
la
constancia
y
el
interés
de
todos
es
absolutamente
indispensable.
Así
pues,
¡mucha
intensidad
en
la
vida
y
las
actividades
de
patrulla
y,
sobre
todo,
mucha
autono-‐
mía
y
mucho
espíritu
de
iniciativa!
De
todas
maneras,
es
necesario
no
dejarse
engañar:
ni
la
patrulla
debe
sustituir
a
la
tropa,
ni
el
guía
al
jefe
de
tropa,
sino
que
sus
actividades
deben
establecerse
de
mutuo
acuerdo,
gracias
al
contacto
directo
y
constante
entre
el
guía
y
el
jefe,
contacto
que
se
obtiene
no
tan
sólo
mediante
una
relación
personal,
sino
también
a
través
del
buen
funcionamiento
de
la
«corte
de
honor»
y
de
la
«patrulla
de
guías»,
instituciones
muy
características
de
una
tropa
escultista
y
de
las
cuales
nos
ocuparemos
más
adelante,
al
tratar
de
la
figura
del
guía
de
patrulla.
Intentemos
ahora
profundizar
el
aspecto
puramente
educativo
del
sistema
de
patrullas.
VALOR
EDUCATIVO
DE
LA
PATRULLA
Y
PELIGROS
QUE
PRESENTA
De
una
manera
casi
espontánea,
la
primera
observación
que
puede
hacerse
es
que
el
sistema
de
patrullas
se
justifica
—
al
igual
que,
según
ya
hemos
visto,
tantos
otros
aspectos
del
método
scout
—
a
través
de
algunas
de
las
fundamentales
exigencias
naturales
de
los
muchachos,
que,
también
en
este
caso,
no
sólo
hay
que
tomar
en
consideración,
sino
aprovechar
en
sentido
educativo.
Es
sabido
que
en
la
vida
de
los
chiquillos
llega
un
momento
en
que,
al
no
divertirse
ya
jugando
solos,
buscan,
de
una
manera
u
otra,
la
compañía
de
otros
muchachos.
Es
la
aparición
del
instinto
social,
manifestado
en
el
deseo
de
la
compañía
por
la
compañía,
que,
no
obstante,
al
principio
está
en
pugna
con
la
naturaleza
individualista
que
tienen
los
chiquillos.
La
p andilla
es
su
resultado,
si
no
el
más
difundido,
sí
el
más
interesante,
ya
que
hacia
ella
tienden
todos
los
muchachos
con
parecida
decisión
y
voluntad,
aunque
con
resultado
diverso.
Basta,
por
ejemplo,
echar
una
ojeada
por
superficial
que
sea,
a
un
sitio
donde
haya
muchos
chiquillos
(calle,
par-‐
que,
playa,
etc.),
para
darse
cuenta
fácilmente
de
la
extraordinaria
difusión
de
esta
tendencia.
Inme-‐
diatamente
veremos
que
los
muchachos
casi
nunca
se
entretienen
con
los
juegos
aprendidos
en
las
escuelas
y
colegios,
sino
que
se
dedican
a
combates
de
«indios»,
«pieles
rojas»,
«bandoleros»
o
«gangsters»,
y
que,
incluso,
muchas
veces
forman
verdaderas
y
auténticas
«sociedades»,
con
todas
las
características
de
las
de
los
adultos.
Su
finalidad
es
secundaria
por
completo
y
sirve,
únicamente,
para
justificar
su
deseo
de
agruparse;
de
aquí
parte
el
origen
de
algunas
organizaciones
de
muchachos
con
fines...
delictivos,
cuya
diversión
consiste
en
buscar
la
manera
de
ir
contra
el
prójimo,
sin
sentido
alguno
de
límite.
Y
en
este
caso
de
nada
sirven
las
protestas,
los
gritos
o
los
castigos
de
los
padres,
puesto
que
aquella
pandilla,
aquella
sociedad,
ha
sido
en
verdad
su
auténtico
ambiente.
Mejor
solución
es
la
que
halló
un
famoso
juez
de
menores
de
edad
(Lindsay,
del
Colorado),
quien,
para
vencer
una
de
estas
peligrosas
pandillas,
convenció
a
su
jefe
para
que
la
transformara
en
una
especie
de
cuerpo
auxiliar
de
los
servicios
urbanos,
con
un
éxito
total
y
completo.
Y
todavía
mejor
es
hacer
lo
que
realizó
el
fundador
del
escultismo,
el
cual,
a
través
de
la
patrulla,
no
tan
sólo
ha
logrado
neutralizar
los
efectos
negativos
de
este
instinto
juvenil,
sino
que
ha
sabido
aprovecharse
convenientemente
y
convertirlo
en
un
valor
educativo.
En
la
patrulla,
como
ya
hemos
tenido
ocasión
de
ver,
se
tienen
muy
en
cuenta,
al
lado
del
deseo
fundamental
de
los
muchachos
por
agruparse,
otras
muchas
de
sus
tendencias
características,
como
la
necesidad
de
competición,
el
placer
de
poseer
un
local
absolutamente
suyo
y
el
gusto
por
las
reuniones
y
por
los
cargos.
Indudablemente,
este
sistema
sirve
a
maravilla
para
desarrollar
en
los
muchachos
un
profundo
sentido
de
la
disciplina,
una
real
oposición
a
cualquier
forma
de
egoísmo
y
un
vivo
sentido
de
la
responsabilidad.
En
cuanto
al
primer
punto
—
y
de
acuerdo
con
la
afirmación
de
Baden-‐Powell
según
la
cual
la
dis-‐
ciplina
«no
se
obtiene
con
medidas
represivas,
sino
alentando,
educando
desde
un
principio
a
los
muchachos
en
la
autodisciplina
y
el
sacrificio
de
uno
mismo
y
de
sus
placeres
egoístas
en
beneficio
de
los
demás»—,
yo
he
observado
que
en
la
patrulla
cada
muchacho
aprende,
de
manera
concreta,
la
mejor
forma
de
disciplina,
ya
que
ésta
nace
de
su
interior;
en
efecto,
al
obedecer
al
guía,
cualquier
aspecto
del
temor
o
respeto
que
se
siente
hacia
las
personas
mayores,
desaparece
inevitablemente.
Por
lo
que
se
refiere
a
la
oposición
al
egoísmo
o
al
desarrollo
de
un
positivo
espíritu
de
altruismo,
el
sentido
comunitario
y
el
hábito
a
considerar,
en
los
juegos
y
competiciones,
más
importante
el
éxito
del
«grupo»
que
el
personal,
son,
a
mi
juicio,
sus
características
más
útiles
e
interesantes.
Finalmente,
y
en
cuanto
al
sentido
de
la
responsabilidad,
el
sistema
de
cargos
se
nos
aparece
como
uno
de
sus
medios
más
concretos
e
idóneos
y
la
misma
experiencia
directiva
del
guía
de
patrulla
es,
sin
duda
alguna,
una
magnífica
«escuela
de
mandos».
A
todas
estas
características,
creo
que
debe
añadirse,
además,
la
importancia
y
el
valor
de
lo
que
ya
hemos
denominado
con
la
expresión
«traspaso
de
nociones».
En
efecto,
la
costumbre
de
comunicar
a
los
demás
los
propios
acontecimientos
y
habilidades,
si
por
un
lado
sirve
inmejorablemente
para
impedir
el
que
se
desarrolle
un
peligroso
espíritu
individualista
de
superioridad,
por
el
otro
obliga
a
los
muchachos
a
un
esfuerzo
de
claridad
expositivo
que
implica,
casi
siempre,
un
útilísimo
replanteamiento
de
todo
cuanto
ya
se
sabe.
Para
terminar,
digamos
que
el
valor
pedagógico
de
esta
mutua
enseñanza
ha
sido
ampliamente
reconocido
incluso
por
los
más
recientes
métodos
educativos,
que
la
han
convertido
en
uno
de
sus
fundamentales
principios.
De
todas
maneras,
creo
necesario
indicar
algunos
de
los
peligros
que
puede
comportar
el
sistema
de
patrullas,
aunque
la
mayoría
de
las
veces
sean
peligros
que
nacen,
más
que
del
propio
sistema,
de
malas
interpretaciones
y
aplicaciones
erróneas.
Ante
todo,
si
el
jefe
deja
totalmente
en
manos
de
la
patrulla
las
actividades
de
la
vida
propiamente
scout,
o
sea,
si
limita
la
acción
de
la
tropa
a
unas
pocas
actividades
en
las
que
quizá
predominen
las
de
carácter
representativo,
es
casi
inevitable
que
los
muchachos
se
aburran
y,
de
nuevo,
transformen
la
patrulla
en
una
de
aquellas
«pandillas»
a
que
nos
hemos
referido
anteriormente
y
a
las
cuales
debe
su
origen.
En
segundo
lugar,
es
posible
que
una
patrulla,
si
se
interesa
demasiado
por
sus
actividades
—
ya
sea
por
su
especialidad
o
su
empresa
—,
no
encuentre
sentido
alguno
en
participar
en
la
vida
de
la
tropa,
con
grave
perjuicio
para
el
desarrollo
de
un
más
amplio
sentido
de
fraternidad
de
cada
uno
de
sus
elementos.
En
tercer
lugar,
existe
el
peligro
evidente
de
que
una
patrulla,
si
se
la
deja
de-‐
masiado
libre
o
no
se
la
controla
suficientemente,
cometa
alguna
auténtica
imprudencia:
exploración
de
una
gruta,
navegación
fluvial,
etc.
Finalmente,
puede
suceder
—
y
ésta
es
la
posibilidad
de
más
fácil
verificación
—
que
el
espíritu
de
cuerpo
supere
sus
justos
límites,
convirtiéndose
en
algo
más
que
una
simple
y
útil
competencia,
lo
que
sería,
desde
todos
los
puntos
de
vista,
un
grave
inconveniente
para
la
educación
moral
y
social
de
sus
componentes.
Pero
todos
estos
peligros,
no
demasiado
frecuentes,
pueden
ser
fácilmente
superados
con
una
interesante
vida
de
tropa.
Todo
jefe
que
sepa
organizar
reuniones,
excursiones
y
campamentos
con
un
mínimo
de
atractivos,
no
debe
temer
ninguno
de
estos
aspectos
negativos.
Además,
la
figura
del
guía
de
patrulla
es,
también
desde
este
punto
de
vista,
de
suma
importancia
y,
con
él,
todos
los
organismos
que
sirven
para
formarlo
y
para
ayudarle.
LA
FIGURA
DEL
GUIA
DE
PATRULLA
Y
SU
FORMACIÓN
Pese
a
que
Baden-‐Powell
no
dejó
muchos
escritos
sobre
el
sistema
de
patrullas
y
sobre
la
figura
del
guía,
no
es
difícil
comprender
la
importancia
que
les
otorgaba,
como
lo
demuestran
los
primeros
con-‐
gresos
de
guías
de
patrulla
y
el
hecho
de
que
él
mismo
participara,
en
diversas
ocasiones,
en
los
mismos.
Además,
también
sería
suficiente
citar
las
palabras
que,
en
Escultismo
para
muchachos,
dedicó,
a
este
respecto,
a
los
jefes
de
tropa:
«Exigid
mucho
de
vuestros
guías
de
patrulla
y,
en
nueve
casos
de
cada
diez,
lograréis
vuestras
exigencias;
pero
si
queréis
llevarlos
siempre
de
vuestra
mano,
sin
otorgarles
confianza
alguna,
no
lograréis
ver
nunca
que
hagan
algo
por
propia
iniciativa»,
y,
reconociendo
su
profundo
valor
pedagógico,
«si
el
jefe
de
tropa
concede
plenos
poderes
a
un
guía
de
patrulla,
si
espera
mucho
de
él,
si
lo
deja
enteramente
libre
para
cumplir
de
la
forma
que
le
parezca
más
conveniente
su
deber,
se
dará
cuenta
de
haber
colaborado
en
el
desarrollo
de
su
carácter
mucho
más
de
lo
que
hubieran
logrado
meses
y
meses
de
escuela.»
En
efecto,
como
ya
debería
desprenderse
del
análisis
hasta
este
momento
realizado,
el
guía
de
patrulla
tiene
una
posición
verdaderamente
decisiva
en
la
vida,
no
sólo
de
la
patrulla,
sino
de
la
tropa
entera,
ya
que
ésta
se
fundamenta,
precisamente,
en
el
sistema
de
patrullas.
A
él
corresponde
el
deber
de
guiar
a
otros
seis
o
siete
muchachos
de
su
edad
por
el
mismo
camino
de
la
autoeducación,
y
su
acción
no
se
reduce
a
ser
un
simple
delegado
de
quien
le
ha
conferido
el
cargo,
puesto
que,
ante
todo,
él
es
un
jefe.
Si
no
fuera
así,
muy
difícilmente
lograría
hacerse
obedecer
y,
en
tal
caso,
ya
no
sería
sino
el
repre-‐
sentante
de
aquel
mundo
de
los
adultos
por
el
cual
tanta
desconfianza
sienten
los
muchachos;
por
el
contrallo,
el
guía
de
patrulla
debe
tener
todas
las
características
y
las
funciones
del
jefe
de
una
pandilla,
de
aquel
que,
por
así
decirlo,
sirve
de
catalizador
para
la
formación
de
la
tan
deseada
sociedad.
He
ahí
por
qué,
a
menudo,
el
guía
no
es
elegido
por
el
jefe
de
tropa,
sino
libremente
por
los
elementos
de
una
patrulla;
y
he
ahí
también
por
qué
siempre
se
trata
del
más
fuerte
o
del
más
veterano,
del
más
simpático
o
de
aquel
que
posee
mayor
número
de
cualidades.
Todo
ello,
naturalmente,
no
exime
al
jefe
de
reflexionar
sobre
la
elección
efectuada,
aunque
si
la
subdivisión
de
sus
scouts
en
patrullas
hubiera
sido
efectuada
con
ponderación
y
perspicacia,
casi
siempre
sus
preferencias
se
orientarían
hacia
la
mis-‐
ma
dirección
deseada
por
el
jefe.
Y,
en
el
caso
que
éste
creyera
conveniente
proceder
por
el
sistema
de
designación
directa,
deberá
tener
en
cuenta
las
preferencias
de
los
elementos
de
la
patrulla,
aunque
no
le
parezcan
lógicos
del
todo;
en
este
último
caso,
más
frecuente
de
lo
que
parece,
si
la
designación
ha
sido
hecha
con
acierto,
se
verá
cómo,
muy
rápidamente,
el
guía
impuesto
se
convierte
en
guía
reco-‐
nocido.
Tal
como
muy
acertadamente
dice
G.
Tisserand
(Silences
et
réflexions
du
Scoutmestre),
los
jefes
de
tropa
deben
sentir
la
«obligación»
de
formar
sus
guías
de
patrullas
si
quieren
que
este
medio
educativo
produzca
los
resultados
deseados.
Y
no
basta
con
una
feliz
elección,
ya
que
al
lado
de
la
misma
es
absolutamente
necesario
que
exista
una
real
labor
de
formación
de
estos
muchachos-‐clave;
incluso,
podría
añadirse,
una
particular
labor
educativa,
que
debe
proseguir
—
intensificándose
más
—
a
lo
largo
de
todo
el
período
durante
el
cual
desempeñen
su
cargo.
Por
lo
que
se
refiere
a
la
elección
de
los
elementos
más
aptos,
el
jefe
de
tropa
acostumbra
tener
en
cuenta
su
natural
temperamento
—
ya
que
existen
muchachos
particularmente
aptos
para
el
mando—,
su
sentido
de
la
responsabilidad
y
su
espíritu
de
iniciativa,
cualidades,
todas
ellas,
imprescindibles
para
ser
un
buen
guía
de
patrulla.
De
todas
maneras,
es
necesario
hacer
notar
que
no
siempre
estos
atribu-‐
tos
se
descubren
fácilmente,
sobre
todo
en
los
muchachos
más
jóvenes,
y
que,
por
lo
tanto,
lo
más
frecuente
es
que
el
jefe
debe
intuirlos.
De
ahí
que,
muchas
veces,
su
elección
recaiga
sobre
muchachos
que,
a
primera
vista,
parecen
los
más
indisciplinados
y
menos
dispuestos
a
asumir
cargos
de
respon-‐
sabilidad,
pero
que
si
se
les
observa
atentamente
se
nos
muestran
llenos
de
vitalidad
y
de
generosidad.
Sólo
hay
una
clase
de
muchachos
que
no
pueden
nunca
en
el
escultismo
desempeñar
funciones
de
mando;
son,
para
decirlo
con
palabras
de
De
Paillerets
(Les
gargons
et
le
scoutisme),
los
blandengues,
los
enemigos
de
todo
riesgo
que,
muy
a
menudo,
se
esconden
bajo
una
apariencia
de
santones.
En
cuanto
a
lo
que
se
refiere
a
la
formación
técnica
y
espiritual
de
los
guías
de
patrulla
tiene
mu-‐
chísima
importancia
la
vida
y
el
regular
funcionamiento
de
la
«patrulla
de
guías»,
constituida
por
el
jefe
de
tropa
(que
actúa
como
guía
de
dicha
patrulla)
y
por
todos
sus
guías
y,
a
veces,
por
los
subguías.
Esta
patrulla
es
la
verdadera
alma
de
la
tropa,
ya
que
todo
el
buen
funcionamiento
de
ésta
depende
precisamente
del
éxito
de
aquélla.
Sus
reuniones
se
desarrollan
regularmente
cada
quince
días
o
cada
mes,
y
sus
salidas
tienen
lugar
los
domingos
libres
de
actividades
para
los
demás
scouts
con
una
fre-‐
cuencia
que
varía
mucho
según
las
tropas,
pero
que
jamás
debería
ser
inferior
a
una
por
mes;
su
programa
es,
en
sustancia,
idéntico
al
de
una
patrulla
cualquiera,
con
la
única
diferencia
de
que
las
acti-‐
vidades
técnicas
y
los
juegos
los
prepara
el
propio
jefe
de
tropa,
con
la
finalidad
expresa
de
hacer
ver
cómo
debe
llevarse
una
patrulla.
De
manera
particular,
es
muy
interesante
que
él
enseñe
el
arte
del
mando,
que
no
sólo
consiste
en
dar
órdenes,
sino
que
significa
ser
capaz
de
hacerse
obedecer.
Así
pues,
se
ayuda
a
los
guías
de
patrulla
a
comprender
que
la
única
manera
para
triunfar
en
este
arte
del
mando,
es
significando,
a
los
ojos
de
los
muchachos,
amplias
posibilidades
de
acción,
de
juego,
de
diversión,
de
progreso
y,
a
la
vez,
siendo
siempre
claro
ejemplo
de
la
concreta
realización
del
ideal
escultista.
Es
lo
que,
en
Escultismo
para
muchachos,
dice
Baden-‐Powell:
«Deseo
que
vosotros,
guías
de
patrulla,
adiestréis
totalmente
a
vuestras
patrullas,
pues
os
es
posible
tomar
a
cada
uno
de
los
muchachos
de
ellas
y
convertirlos
en
gente
de
provecho...
El
paso
más
importante
en
este
sentido
es
vuestro
propio
ejemplo,
pues
lo
que
vosotros
hagáis,
será
lo
que
hagan
vuestros
muchachos.
Demostradles
que
obede-‐
céis
órdenes,
ya
sea
que
éstas
os
sean
dadas
de
palabra,
o
que
sean
reglas
impresas
o
manuscritas;
y
que
cumplís,
esté
o
no
presente
el
jefe
de
vuestra
tropa.»
Además,
la
patrulla
de
guías
tiene
la
importante
misión
de
dar
a
cada
uno
de
sus
miembros
una
ma-‐
yor
preparación
técnica,
ya
que
ellos
deben,
siempre,
poder
enseñar
algo
a
sus
propios
muchachos
y,
so-‐
bre
todo,
no
pueden
pensar
nunca
que
al
ser
guías
de
patrulla
ya
han
terminado
y
completado
su
for-‐
mación
personal.
De
ahí
que
el
jefe
aproveche
todas
las
ocasiones
para
enseñarles
nuevos
juegos
y
para
orientarlos
hacia
nuevas
técnicas
o
para
profundizar
las
ya
conocidas.
Esto
permite
cumplir,
muy
a
menudo,
alguna
notable
empresa
que
además
de
servir
para
el
desarrollo
del
espíritu
de
comunidad
entre
los
guías
de
una
tropa,
tiene
gran
interés
para
aquellos
guías
que
estando
al
frente
de
patrullas
de
estructura
vertical
deben,
normalmente,
adecuarse
a
las
limitadas
posibilidades
de
sus
más
pequeños
muchachos.
Finalmente,
es
del
todo
evidente
que
una
intensa
vida
de
la
patrulla
de
guías
permita
a
éstos,
como
ya
se
ha
indicado,
desarrollar
un
profundo
espíritu
de
amistad
entre
ellos
así
como
con
el
jefe
de
tropa,
cosa
que,
naturalmente,
tiene
gran
importancia
para
el
buen
funcionamiento
de
la
vida
de
tropa.
El
he-‐
cho
de
que
el
jefe
se
sienta
ligado
con
lazos
de
sincera
y
profunda
amistad
con
todos
y
cada
uno
de
sus
guías
es
absolutamente
indispensable,
ya
que
es
el
único
medio
eficaz
para
poder
intervenir
a
tiempo
y
de
manera
eficaz
en
aquellos
momentos
de
crisis
o
de
fatiga
que
la
experiencia
nos
enseña
que
son
inevitables.
Además,
estos
lazos
de
amistad
tienen
ocasión
de
consolidarse
y
de
ponerse
a
prueba
en
las
frecuentes
reuniones
que
tienen
lugar
antes
de
empezar
el
curso
o
durante
el
mismo,
en
las
que
se
discuten
y
aprueban,
conjuntamente,
los
programas
de
la
tropa
y
en
las
que
se
intercambian
observaciones
y
juicios
sobre
su
desarrollo.
Cuando
todos
los
guías
de
patrulla
se
reúnen
en
forma
oficial,
junto
con
el
jefe
de
tropa
y
el
consi-‐
liario,
entonces
constituyen
la
llamada
«Corte
de
honor»,
que,
en
cierto
sentido,
representa
el
órgano
supremo
de
la
tropa,
por
ser
de
su
jurisdicción
el
discutir
y
decidir
sobre
todos
los
problemas
referentes
a
su
honor:
admisiones,
promesas,
pruebas
de
segunda
y
primera
clase,
paso
al
clan,
estructura
de
las
patrullas,
etc.
En
casos
de
graves
faltas
contra
la
ley,
la
Corte
de
honor
se
constituye
en
tribunal,
en
cuyo
caso,
según
el
parecer
de
Baden-‐Powell,
su
misión
es
la
de
corregir
y
no
la
de
castigar.
En
estas
reuniones,
el
jefe
de
tropa
y
el
consiliario
tienen
el
derecho
de
veto,
pero
sólo
muy
raramente
lo
utilizan.
Así
pues,
el
escultismo
da
mucha
importancia
a
la
figura
del
guía
de
patrulla,
pero
esto
no
debe
alar-‐
mar,
ya
que
muy
difícilmente
—
por
no
decir
jamás
—
el
muchacho
que
ostenta
este
cargo
cae
en
la
soberbia
o
en
el
excesivo
orgullo;
muy
al
contrario,
lo
que
sucede
es
que
ellos
tienen
frecuente
ocasión
de
comprobar
su
propia
insuficiencia
y
su
incompleta
preparación.
Y
de
ahí
que
el
jefe
debe
vigilar
para
que
esta
comprobación
no
se
convierta,
incluso,
en
un
inoportuno
problema.
Un
peligro
más
frecuente
consiste
en
la
tendencia
de
algunos
jefes
de
tropa
en
exagerar,
al
hablar
con
sus
guías,
el
peso
de
la
responsabilidad
educativa
que
gravita
sobre
sus
espaldas.
En
efecto,
ello
podría
conducir
al
guía
de
patrulla
a
una
especie
de
complejo
(permítaseme
usar
este
término
que
tan
de
moda
está
y
que
tan
a
menudo
se
utiliza
erróneamente),
que
haría
que
sus
actividades
y
su
espíritu
de
iniciativa
se
paralizaran
o,
cuando
menos,
disminuyesen
en
eficacia.
Por
tanto,
no
es
conveniente
sobrevalorar
sus
funciones
pedagógicas
que,
si
ciertamente
existen
por
lo
que
atañe,
sobre
todo,
al
ejemplo
que
ellos
dan
a
sus
muchachos,
quizá
no
son
decisivas,
ya
que
son
muy
frecuentes
los
casos
en
los
que
se
obtienen
óptimos
resultados
educativos
incluso
sin
disponer
de
muy
buenos
guías
de
patrulla.
De
todas
maneras,
es
indudable
que
todo
jefe
de
tropa
debe
esforzarse
al
máximo
en
la
formación
de
sus
guías,
ya
que
ello
irá
en
beneficio
de
sus
propios
esfuerzos
favorables
a
las
actividades
de
la
tropa.
He
ahí,
también,
por
qué
los
comisarios
de
zona,
regionales
o
nacionales,
intentan
prestar
su
ayuda
con
reuniones,
publicaciones
y
con
la
organización
de
los
«campos-‐escuelas
para
guías
de
patrulla».
Un
ulterior
peligro
radica
en
la
excesiva
permanencia
de
un
muchacho
en
el
cargo,
ya
que,
en
este
caso,
éste
llega
a
cansarse
o,
en
términos
vulgares,
se
deshincha,
se
quema,
por
estar
totalmente
agota-‐
do.
De
ahí
la
necesidad
de
que
en
todas
las
patrullas
se
efectúe
la
alternativa
de
sus
guías
con
suficiente
frecuencia,
lo
que,
naturalmente,
es
mucho
más
fácil
en
las
patrullas
de
estructura
vertical.
En
todo
caso,
trátase
de
una
formidable
escuela
de
mando,
a
través
de
la
cual
el
escultismo
se
esfuerza
en
preparar
el
mayor
número
posible
de
muchachos
para
las
responsabilidades,
casi
siempre
directivas,
que
en
mayor
o
menor
grado
les
esperan
en
la
vida
de
hombres
adultos.
CAPITULO
IX
Al
señalar,
en
la
Introducción,
el
estado
de
plena
crisis
en
que
se
halla
el
mundo
contemporáneo
y,
particularmente,
la
juventud
de
nuestro
tiempo,
se
afirmaba
que
”en
relación
con
el
profundo
cambio
de
las
relaciones
humanas,
con
la
formación
de
una
nueva
mentalidad,
de
unos
nuevos
problemas
y
de
unas
nuevas
exigencias,
todavía
no
se
ha
dibujado,
con
claridad
suficiente,
una
visión
del
mundo
capaz
de
satisfacer
a
los
espíritus
humanos”.
En
otras
palabras,
se
decía
que
la
juventud
contemporánea,
al
menos
en
Italia,
se
encuentra
en
una
muy
peligrosa
situación,
ya
que
sus
actitudes
psicológicas
fundamentales
oscilan
entre
la
desconfianza
y
la
timidez,
la
incertidumbre
y
el
cinismo,
el
descaro
sub-‐
versivo
y
la
casi
total
inercia.
Conviene,
pues,
reanudar
el
tema,
ya
sea
para
profundizarlo
y,
por
tanto,
comprenderlo
mejor,
ya
sea
para
hacer
posible
—
a
la
luz
del
análisis
hecho
hasta
este
momento
sobre
el
método
scout
y
de
los
puntos
que
todavía
han
de
verse
—la
presentación
del
aspecto
más
específicamente
cívico
del
escultismo
y
la
comprobación
de
su
actualidad
y
originalidad.
Por
mi
parte,
estoy
personalmente
convencido
de
que
el
escultismo
no
sólo
debe
considerarse
como
un
óptimo
método
para
educar
a
la
juventud,
sino
que,
además,
está
destinado
a
desempeñar
papel
no
pequeño
en
el
proceso
de
renovación
de
la
sociedad
italiana,
de
cuya
urgencia
todos
estamos
convencidos
y
que
debe
iniciarse
precisamente
en
el
mundo
de
la
educación.
LA
CRISIS
DEL
MUNDO
CONTEMPORANEO
Sin
querer
dramatizar
ni
ser
más
pesimistas
de
lo
que
permite
la
realidad,
es
fácil
darse
cuenta
de
que
en
la
gran
mayoría
de
las
instituciones
sociales
italianas
actuales
existe
—
y
ello
nos
debe
preocupar
profundamente
—
unas
características
de
dilettantismo
y
una
falta
de
seriedad,
que
no
son
otra
cosa
que
el
dominio
de
la
irresponsabilidad.
La
vida
familiar
y
la
política,
la
social
y
la
escolar,
nos
lo
demuestran
claramente.
Es
suficiente,
por
ejemplo,
pensar
en
la
facilidad
con
que
en
muchas
familias
se
producen
situaciones
desagradables
y,
por
tanto,
profundamente
antieducativas,
o
en
la
tendencia
de
muchos
padres
a
gastar
dinero
sin
freno
alguno
y
a
rodear
de
facilidad
y
comodidades
la
vida
de
sus
propios
hijos;
es
suficiente,
también,
pensar
en
el
mundo
político,
en
el
que
la
mala
costumbre
o,
cuando
menos,
la
tendencia
a
rehuir
la
responsabilidad
personal
para
ampararse
en
la
del
partido
o
en
las
exigencias
superiores,
dominan
de
modo
absoluto;
piénsese,
además,
en
la
vida
social,
donde
la
falta
de
autonomía
económica
o
la
dependencia
moral
e
ideológica
—
más
extendidas
de
lo
que
a
primera
vista
parece
—
impiden
el
desarrollo
de
la
libertad
real
y
concreta
del
individuo,
cosa
que,
asimismo,
limita
su
sentido
de
la
responsabilidad;
piénsese,
finalmente,
en
la
escuela,
en
la
que,
en
cierto
sentido,
también
los
chiquillos
están
exentos
de
responsabilidades,
al
tener
que
aceptar,
pasivamente,
programas
y
métodos
impuestos
desde
el
exterior,
y
al
tener
que
reprimir
demasiado
a
menudo
sus
propios
y
naturales
intereses
para
adecuarse
a
sistemas
ya
viejos
o
a
mentalidades
poco
modernas
y
cerradas.
Y
es
precisamente
en
este
campo
donde
de
una
manera
lenta,
pero
inexorable,-‐se
va
abriendo
camino
la
convicción
—
tanto
en
los
estudiantes
de
la
escuela
secundaria
cuanto
en
los
universitarios
—
de
que
se
estudia
tan
sólo
para
conquistar
el
derecho
a
las
comodidades
de
la
vida
(comodidades
que
van
desde
las
suspiradas
vacaciones
a
la
irregularidad
de
ciertas
horas
de
recreo)
y,
al
mismo
tiempo,
el
hábito
a
considerar
como
justa
regla
moral
el
refrán
«paga
el
mínimo
para
obtener
el
máximo»,
que
es
sinónimo
de
mediocridad
y
que
explica
claramente
el
innegable
estado
de
decadencia
de
los
estudios
actuales.
Y
es
la
misma
vida
cotidiana,
con
todo
lo
que
la
técnica
ofrece
a
los
hombres,
la
que
educa
a
los
jóvenes
en
la
irreflexión
y
la
irresponsabilidad,
ya
que,
como
tuvo
ocasión
de
afirmar
el
profesor
Luigi
Stefanini
en
su
informe
al
Congreso
Nacional
de
Pedagogía
celebrado
ya
hace
unos
años
en
Palermo,
«los
medios
técnicos
de
que
la
sociedad
actual
dispone
para
la
fácil
y
sugestiva
difusión
de
las
impre-‐
siones,
conducen
fatalmente
a
un
automatismo
colectivo
que
trastorna
las
facultades
del
alma,
al
separarla
del
sentido
de
vigilancia
de
sí
misma
y
de
sus
responsabilidades.
El
ansia
de
espectáculo
lleva
al
hombre
a
la
pantalla,
del
mismo
modo
que
la
propaganda
es
un
apresurado
sustituto
de
la
lenta
y
meditada
persuasión.
El
método
visioauditivo
suprime
el
deseo
hacia
los
objetos
raros
y
preciosos,
de
la
misma
manera
que
las
pasiones,
vistas
con
la
rapidez
de
la
sucesión
fílmica,
distraen
el
delicado
sentir
y
la
criba
de
las
pasiones
vividas.
La
catarsis
del
drama
clásico
se
sustituye
por
una
anestesia
emotiva,
abierta
tan
sólo
al
dilettantismo
y
a
la
indiferencia.»
El
resultado
de
todo
ello
es,
precisamente,
la
desorientación
que
más
arriba
hemos
denunciado
y
que
conduce
a
una
inevitable
falta
de
responsabilidad
moral
y
social,
y
de
ella
a
una
incapacidad
para
vivir
hasta
el
fondo
una
vida
totalmente
digna
del
hombre.
Concretando,
se
determinan
dos
posiciones
muy
difundidas:
por
un
lado,
un
espíritu
de
evidente
conformismo,
y
por
el
otro,
una
grave
forma
de
sórdido
egoísmo.
En
el
primer
caso,
y
de
manera
particular
entre
los
jóvenes,
se
nota
una
tendencia
a
supeditarse
pasivamente
a
las
directivas
emanadas
de
lo
alto,
a
seguir
las
modas
y
el
«curso
de
la
corriente»,
lo
que
es
tanto
como
decir
desaparecer
dentro
del
anonimato,
del
grupo;
en
el
segundo,
se
debe
reconocer
que
la
ambición
característica
de
la
edad
juvenil,
en
lugar
de
dirigirse
hacia
el
saludable
deseo
de
conquistar
un
auténtico
valor
para
prepararse
con
seriedad
para
la
vida
de
mañana,
desarrolla
el
gusto
de
aparentar,
o
para
decirlo
en
términos
todavía
más
realistas,
el
de
hacer
carrera,
aunque
sea
en
perjuicio
de
la
más
elemental
justicia
y
a
riesgo
de
asumir,
quizá
para
toda
la
vida,
una
terrible
máscara.
El
mismo
Baden-‐Powell
denuncia
la
falta
de
responsabilidad
como
una
de
las
debilidades
y
uno
de
los
aspectos
negativos
más
graves
que
definen
a
la
presente
generación,
hasta
el
punto
de
considerar
que
las
acciones
preventivas
contra
este
mal
son
la
labor
más
importante
de
todo
esfuerzo
educativo.
De
ahí
que
él
estructura
el
escultismo
como
una
escuela
de
responsabilidad,
asignándole
la
importante
función
de
desarrollar
en
la
personalidad
del
muchacho
esta
fundamental
cualidad
del
carácter.
Su
insistencia
sobre
la
virtud
del
altruismo
y
sobre
la
lucha
—
casi
sin
cuartel
—
contra
toda
forma
de
individualismo
y
de
egoísmo,
aclaran
de
manera
diáfana
su
intención.
Así
pues,
¿cuáles
son
los
fundamentos
esenciales
del
concepto
de
responsabilidad?
Y,
¿cuál
es
su
más
íntimo
significado?
A
este
propósito
se
debe
observar,
ante
todo,
que
el
sentido
de
responsabilidad
nace
sobre
un
terreno
eminentemente
social,
ya
que,
en
realidad,
se
puede
afirmar
que
allí
donde
existe
una
sociedad
—o
sea,
unos
hombres
en
relación
con
otros
—,
allí
está
presente,
de
un
modo
u
otro,
la
responsabilidad.
Y puesto
que
la
misma
responsabilidad
puede
definirse
genéricamente
como
la
«conciencia
de
sí
mismo»,
la
cosa
es
tanto
más
evidente
si
se
piensa
que
todo
hombre
llega
a
conocerse
a
sí
mismo
a
través,
principalmente,
de
su
relación
con
los
demás.
Basta
pensar
en
la
evolución
del
chiquillo,
del
muchacho
y
del
joven,
para
darse
cuenta
de
que
su
desarrollo
psíquico
corresponde
a
la
ampliación
sucesiva
del
campo
de
sus
experiencias,
al
incremento
progresivo
de
sus
relaciones
humanas,
la
madre
y
la
familia
primero,
los
compañeros
y
amigos
luego,
y,
finalmente,
los
colegas,
los
superiores,
etc.
Por
el
contrario,
la
escuela,
al
menos
en
su
estructura
actual,
basa
su
labor
de
formación
cultural
sobre
la
relación
entre
los
jóvenes
y
sus
antecesores.
Además,
el
que
la
responsabilidad
sea
un
hecho
esencialmente
social
también
se
demuestra
al
comprobar
que
todas
las
actividades
y
las
acciones
de
cada
individuo
particular
adquieren
importancia,
al
mezclarse
en
el
complejo
de
otras
actividades
y
otras
acciones,
no
únicamente
para
él
solo,
sino
también
para
todos
los
demás
hombres.
Ser
responsables
significa
aceptar
las
consecuencias
de
todo
cuanto
hacemos,
o,
para
decirlo
en
otros
términos,
asumir
anticipadamente
el
peso
del
resultado
de
nuestras
acciones.
¡Cuántas
veces
hemos
oído
decir
o
hemos
visto
escrito
que
la
irresponsabilidad
de
Fulano
o
Zutano
ha
sido
la
causa
de
tal
desgracia
o
de
tal
malestar
social,
y
cuántas
veces
algunos
de
nosotros
ha
podido
comprobar,
personalmente,
cómo
incluso
la
falta
de
sentido
de
responsabilidad
ha
coincidido
con
la
ruina
de
una
comunidad
o
con
algún
daño,
casi
siempre
irreparable,
producido
al
prójimo!
Ser
responsable
quiere
decir,
pues,
saberse
dominar
y
controlar
de
tal
manera
que
sólo
se
actúe
cuando
se
esté
relativamente
seguro
de
las
consecuencias
que
pueden
derivarse
de
nuestras
acciones;
quiere
decir
ser
coherentes
y
lógicos
con
nuestros
pensamientos
y
acciones,
teniendo
muy
presentes
que
una
total
previsión
del
futuro
no
es
posible
(y
mal
iría
si
no
fuera
así,
porque
entonces
desaparece-‐
ría
toda
responsabilidad);
quiere
decir
ser
abierto
socialmente,
ya
sea
respetando
los
resultados
de
las
acciones
de
los
demás
y
su
particular
personalidad,
ya
sea,
finalmente,
reconociendo
las
situaciones
y
los
problemas
que
la
sociedad
presenta
continuamente.
Al
mismo
tiempo,
si
bien
es
verdad
que
la
responsabilidad
nace
o,
cuando
menos,
se
desarrolla
en
gran
parte
en
el
campo
social,
también
es
verdad
que
se
trata,
paralelamente,
de
un
problema
íntimo
de
cada
hombre.
En
este
segundo
caso,
la
responsabilidad
se
basa
sobre
la
libertad
humana,
ya
que
sólo
siendo
libre
una
acción
humana
adquiere
valor
moral,
y
sólo
a
través
de
la
libertad
el
hombre
puede
responder
de
sus
actos.
Por
tanto,
es
en
la
posibilidad
de
violación
implícita
en
la
ley
(cualquiera
que
sea
el
significado
que
le
demos),
donde
encuentra
su
origen
el
sentido
de
responsabilidad,
que,
por
otra
parte,
no
es
otra
cosa
que
una
continuada
y
consciente
elección
mediante
la
cual
todo
hombre
se
puede
decir
que
edifica
su
vida
y
su
destino;
ya
que
es
al
elegir
una
solución
determinada
para
los
grandes
problemas
que
su
vida
presenta
—
casi
me
atrevería
a
decir
en
todos
los
instantes
de
ella
—
o
para
los
pequeños
interrogantes
cotidianos,
cuando
el
hombre
va
formando
progresivamente
su
personalidad
y
dándole
un
contenido.
E.
Mounier
(en
Le
personnalisme)
dice
que
«la
persona
se
opone
al
individuo
en
cuanto
significa
dominio,
elección,
formación,
conquista
de
sí
mismo»;
en
otras
palabras,
y
según
una
muy
clara
imagen
de
Baden-‐Powell,
el
hombre
que
quiere,
adquiriendo
responsabilidad,
convertirse
en
una
persona,
es
aquel
que
sabe
gobernar
su
propia
barca
o,
si
se
prefiere,
sabe
dirigir
su
propia
alma
y
mirando
valientemente
hacia
adelante
sabe
forjar
su
propio
destino
en
la
vida.
Pero
todo
esto
es
tan
sólo
posible
si,
al
lado
del
sentimiento
de
libertad
y
fundiéndose
con
él,
el
indi-‐
viduo
desarrolla
su
voluntad
y
su
carácter.
Por
un
lado,
solamente
los
actos
voluntarios
—
o
sea
aquellos
que
habían
podido
ser
divididos
aunque
no
hubieran
sido
distintas
las
previsiones
o
las
probables
consecuencias
—
son
en
sí
mismos
responsables
;
por
otro,
una
elección
es
sólo
auténticamente
responsable
cuando
proviene
de
un
lento
y
meditado
juicio,
en
el
que,
precisamente,
se
basa
la
seriedad
de
la
vida.
Así
pues,
es
necesario
que
la
acción
no
siga
inmediatamente
al
deseo,
sino
que
debe
precederla
la
observación
y
el
juicio.
De
todo
ello
se
desprende
que
un
hombre
sólo
es
responsable
en
el
sentido
completo
del
término
cuando
escoge
y
determina
libremente
el
camino
que
desea
seguir,
después
de
haber
hecho
uso
de
una
aguda
observación
y
de
un
concienzudo
juicio,
y
después
de
haber
renovado
en
cada
caso
el
profundo
conocimiento
de
sí
mismo,
no
limitándolo
a
un
caso
aislado.
De
esta
manera
edifica
libremente
su
personalidad,
al
mismo
tiempo
que
valora
la
oportunidad
de
su
elección
sobre
el
plano
social,
ya
sea
aceptando
el
tomar
sobre
sus
espaldas
las
consecuencias
de
sus
actos,
ya
sea,
sobre
todo,
sabiendo,
por
un
lado,
qué
obligaciones
le
impone
la
sociedad
en
que
vive
y,
por
el
otro,
teniendo
fuerzas
suficientes
para
llevarlas
a
feliz
término.
He
ahí
por
qué,
al
afirmar
que
la
crisis
de
la
sociedad
contemporánea
es
una
crisis
de
responsa-‐
bilidad,
se
quiere
subrayar
la
doble
falta
de
un
vivo
y
profundo
espíritu
social
y
comunitario,
y
de
una
sólida
capacidad
personal
para
afrontar
de
manera
consciente
y
con
criterio
los
principales
problemas
de
hoy
en
día.
Y
he
ahí
por
qué
el
escultismo
puede
ser
considerado,
según
mi
parecer,
como
un
impor-‐
tante
elemento
en
el
intento
de
resolver
esta
crisis,
ya
que,
como
a
continuación
veremos,
el
escultismo
considera
la
educación
del
sentido
de
responsabilidad
como
su
fundamento
ineludible
y
su
meta
más
importante,
y
no
como
una
simple
rama
del
completo
proceso
educativo.
LA
EDUCACIÓN
DEL
SENTIDO
DE
RESPONSABILIDAD
EN
EL
ESCULTISMO
Esta
manera
de
entender
la
educación
cívica
o,
si
se
prefiere,
la
educación
patriótica
encuentra,
como
es
natural,
su
más
exacta
adaptación
en
el
roverismo,
en
el
que
la
edad
de
los
muchachos,
por
un
lado,
y
su
precedente
formación,
por
el
otro,
permiten
enfrentarse
con
el
problema
de
modo
más
profundo
y
amplio;
y
es
precisamente
en
el
roverismo
donde
muchas
veces
la
educación
cívica
se
convierte
en
educación
política.
En
efecto,
si
el
primer
apartado
de
la
promesa
(«Yo
prometo,
por
mi
honor
y
con
la
gracia
de
Dios,
hacer
cuanto
de
mí
dependa
para
cumplir
mis
deberes
para
con
Dios
y
la
patria...»)
tiene,
para
los
muchachos
de
doce
a
diecisiete
años,
un
limitado
significado
—
que
se
re-‐
fiere
solamente
a
la
posibilidad
de
justificar
su
voluntad
de
preparación
con
el
amor
a
su
país
—
para
el
rover
de
dieciocho,
veinte
o,
sobre
todo,
de
veintiuno
o
veintidós
años,
significa
algo
mucho
más
importante
y
mucho
más
inmediato,
cuando
menos
por
el
hecho
de
que
se
acerca
o
se
presenta
el
momento
en
que
la
patria
espera
su
parecer
y
su
decisión.
Aunque
sea
importantísima
la
convicción
de
que
una
formación
cívica
verdaderamente
auténtica
debe
hacer
hincapié
en
la
capacidad
para
enfrentarse
con
las
propias
responsabilidades
—
lo
que
nos
lleva
al
desarrollo
de
una
real
«conciencia
profesional»,
sobre
la
cual
Baden-‐Powell
ha
insistido
mu-‐
chísimo—
y
de
la
que
el
lema
rover
«Servir»
representa,
por
así
decirlo,
la
más
profunda
justificación
para
intervenir
de
una
manera
activa
allí
donde
lo
reclama
una
situación
excepcional
(piénsese,
por
ejemplo,
en
la
intervención
colectiva
de
los
rovers
italianos
en
las
inundaciones
de
Polesine
y
Saleritarno),
el
roverismo
sabe
muy
bien
que
debe
enfrentarse
con
este
aspecto
educativo
más
de
cerca
y
de
manera
mucho
más
decisiva.
En
particular,
y
en
nuestro
mundo
contemporáneo,
en
el
que
los
problemas
sociales
y
políticos
adquieren
una
importancia
cada
día
mayor,
el
desarrollo
de
una
simple
«conciencia
profesional»
por
parte
de
cada
ciudadano
—
que
el
escultismo
se
esfuerza
por
vivificar
mediante
el
sentido
de
la
lealtad
y
a
través
del
hábito
de
no
hacer
jamás
nada
a
medias—,
aunque
tenga
gran
importancia,
no
es
suficiente
para
agotar
los
deberes
cívicos
que
pesan
sobre
cada
individuo.
Quiérase
o
no,
en
efecto,
la
política
continúa
formando
parte
de
la
vida
cotidiana
de
cada
hombre
y,
además,
la
determina
desde
muchos
puntos
de
vista.
El
progreso
agrícola,
industrial
y
comercial
de
una
nación,
el
funcionamiento
de
su
aparato
burocrático
y
su
situación
social
en
cuanto
atañe,
por
ejemplo,
al
problema
del
paro
obrero,
ejerce
un
peso
real
e
inmediato
sobre
la
vida
de
todos
sus
ciudadanos.
Por
ello,
el
abandono
del
campo,
además
de
tener
un
fondo
ilusorio,
debe
considerarse
como
culpable.
En
Italia,
de
un
modo
especial,
la
tendencia
al
absentismo
político,
que
permite
a
muchos
ambicio-‐
sos
y
arribistas
ocupar
situaciones
importantes,
viene
agravado,
sin
duda
alguna,
por
la
reciente
y
tristísima
experiencia
dictatorial,
que
ha
conducido
a
la
mayoría
de
italianos
a
un
profundo
y
doloroso
desequilibrio.
Sus
causas
principales
han
sido
la
falta,
durante
veinte
años,
de
toda
sensibilidad
políti-‐
ca,
el
dejar
en
manos
de
unos
pocos
o
de
uno
solo
el
deber
de
pensar
en
los
problemas
de
la
nación,
el
reducir
la
prensa
a
una
uniformidad
incolora,
el
haber
suprimido
toda
oposición,
el
forzar
con
gritos
callejeros
las
soluciones
a
las
cuestiones
de
política
exterior
y
el
considerar
la
fuerza
como
un
signo
de
razón.
Una
reciente
encuesta
llevada
a
cabo
por
unos
rovers
de
Turín
sobre
la
«educación
política»
entre
la
juventud
estudiantil
y
universitaria,
ha
demostrado
con
abundancia
de
datos
que
la
situación
precedente
encuentra,
desgraciadamente,
un
gran
eco
incluso
en
el
ambiente
juvenil
y
que,
por
tanto,
no
se
debe
creer
que
los
diez
años
de
nuevo
régimen
hayan
sido
suficientes
para
curar
todo
el
mal
anterior.
En
realidad
se
trata
de
una
auténtica
y
verdadera
intoxicación,
cuya
cura
precisa
una
labor
lenta
y
progresiva.
«La
convicción
fundamental
a
que
nos
ha
llevado
la
encuesta
es
que
para
los
jóvenes
estudiantes
(de
catorce
a
veinticuatro
años)
la
política
es
un
problema
del
todo
vago
y
genérico,
que
nadie
siente.
Los
chicos
y
chicas
modernos
sienten,
viven
y
hablan
«de
política»,
pero
si
se
les
obliga
a
definirla
se
alzan
de
hombros
y
sonríen,
como
si
dijeran
que,
en
el
fondo,
nada
les
importa
de
los
diferentes
partidos
y
que
de
ello
ya
se
ocupan
—
y
casi
llega
a
ser
ridículo
el
que
lo
hagan
—
los
mayores.
En
resumen,
una
impregnación
que
no
lleva
trazas,
ni
mucho
menos,
de
convertirse
en
un
real
interés,
sino
que
se
mantiene
en
el
terreno
de
una
crítica
trivial
e
incompetente
y
no
sabe
transformarse
en
una
consideración
objetiva
de
la
situación.»
12
Frente
a
este
problema,
¿cuál
es
la
posición
adoptada
por
el
roverismo?
Por
un
lado,
ella
consiste
en
la
tentativa
de
despreciar
la
absurda
leyenda
de
que
la
política
no
es
otra
cosa
que
suciedad,
merecedora
de
desprecio
e
indigna
de
la
más
pequeña
consideración.
Por
otro
lado,
en
el
esfuerzo
para
enfrentar
a
los
jóvenes,
de
una
manera
consciente
y
concreta,
con
los
problemas
más
graves
y
característicos
de
la
sociedad
en
medio
de
la
cual
deben
vivir.
Todo
ello,
independientemente
de
cualquier
elección
política
determinada,
que,
según
el
roverismo,
siempre
debe
ser
una
cosa
totalmente
personal.
Participar
en
la
política
de
un
país
quiere
decir
colaborar
en
la
edificación
de
la
comunidad
humana
y,
en
tal
sentido,
puede
existir
una
política
independiente
de
las
actividades
de
los
partidos;
éstos
son
un
segundo
momento,
el
ejecutivo.
Trátase,
una
vez
más,
de
tender
a
la
formación
de
una
mentalidad
alejada
de
cualquier
forma
facilona
o
presuntuosa,
y
dirigida,
por
el
contrario,
a
la
conquista
de
una
seria
y
efectiva
preparación.
En
los
clanes
ello
se
obtiene
mediante
una
doble
labor.
Primero,
se
empieza
facilitando
el
conocimiento
cultural
de
los
problemas
sociales
y
de
sus
premisas
teóricas
a
través
de
una
serie
de
charlas
con
personas
competentes
y
mediante
útiles
discusiones
entre
los
mismos
rovers,
en
el
seno
de
las
reuniones
del
clan.
Luego
(aunque,
naturalmente,
este
«luego»
no
debe
entenderse
en
sentido
cronológico),
se
busca
la
manera
de
que
los
rovers
entren
en
contacto
directo
con
estos
problemas
mediante
una
efectiva
y
concreta
comprobación
de
los
mismos
en
el
terreno
práctico.
En
el
primer
caso,
como
es
fácil
comprender,
la
estructuración
del
trabajo
depende
de
las
características
de
cada
clan;
en
el
segundo,
ni
que
decir
tiene
que
será
distinta
según
los
rovers
que
lo
forman
sean
estudiantes
o
trabajadores.
Pero
que
el
roverismo
italiano
y
también
el
extranjero
insistan
actualmente
sobre
estos
problemas
con
especial
interés,
lo
demuestra
la
difusión
con
que
dichas
cuestiones
son
tratadas
en
sus
publicaciones
13.
Por
otra
parte,
todo
ello
concuerda
perfectamente
con
el
pensamiento
de
Pío
XII,
que
en
su
mensaje
navideño
de
1942
decía:
«No
deseamos
una
actividad
organizadora
política,
sino
un
profundizar
social
en
sus
obras
de
formación.
Dirigir
la
mente
hacia
los
problemas
y
las
cuestiones
que
el
transcurso
del
tiempo
y
la
sucesión
de
las
generaciones,
con
sus
necesidades
y
con
el
progreso,
hacen
madurar
y
traen
consigo
como
improrrogables
necesidades
del
presente.»
En
el
segundo
caso,
se
trata
de
aplicar
el
método
de
la
exploración,
de
una
manera
esencial,
en
el
campo
social,
dirigiéndolo
—
entiéndase
bien
—
hacia
aquellas
realidades
concretas
que
mayor
inte-‐
rés
ofrecen
y
que
mejor
sirven
para
comprender
los
grandes
problemas
generales
de
nuestro
mundo
contemporáneo.
Lo
que
enseña
la
vida
del
clan
es
una
ampliación
del
horizonte,
un
saber
salir
—
con
valentía
y
voluntad
de
aprender
—
del
ambiente
en
que
cada
rover
vive
y
del
cual,
si
no
reacciona,
acaba
por
asimilar
la
mentalidad
y
todas
sus
características,
buenas
y
malas.
Por
ello
los
rovers
que
han
comprendido
el
verdadero
sentido
de
su
vida
—
sin
duda
alguna,
un
poco
especial
—,
aprenden
a
moverse
con
la
intención
de
verlo
y
conocerlo
todo,
y
sin
la
preocupación,
como
un
cronista
12
Educazione política dei giovani, encuesta dirigida por Gingi Lombardi y Riccardo Varelli, en la revista de los rovers «R. S. Servire», año VIII,
1955.
13
Las dos revistas italianas, «S. R. Servire» (Milán) y «Strada al solé» (Roma), los han tratado, muy a menudo, ampliamente. En cuanto a la primera,
piénsese en la encuesta sobre la juventud italiana actual, y en los números 3, 4 y 5 de 1956, dedicados por entero al problema político; en cuanto a la
segunda, piénsese en los numerosos artículos aparecidos en la sección Ñoi e la societá, y en algunas presentaciones de las principales corrientes sociales
actuales. Parecidas observaciones podrían hacerse por lo que respecta a las revistas francesas y belgas.
cualquiera,
de
detenerse
a
hablar
con
la
simpática
cajera
de
un
bar.
Es
así
como
nacen
las
encuestas
sobre
la
pequeña
comunidad
de
la
que
forman
parte,
por
vivir
en
ella
uno
o
más
rovers,
o
sobre
aquella
que
les
interesa
de
un
modo
particular:
¿Cuál
es
la
trayectoria
de
su
desarrollo?
¿Cuál
la
historia
de
su
industria,
agricultura,
comunicaciones,
evolución
de
la
propiedad,
emigración,
etc.?
¿Qué
posibilidades
hay
de
una
intervención
del
Estado
o
de
otras
entidades
para
mejorar
sus
bases
económicas
y,
de
ahí
y
en
ulterior
análisis,
las
sociales
y
políticas?
¿Cómo
se
podrían
cambiar,
si
fuera
necesario,
sus
sistemas
de
impuestos?
¿Cómo
se
podrían
mejorar
los
servicios
públicos?
Y,
una
vez
formuladas
unas
soluciones,
¿qué
debe
hacerse
para
llevarlas
a
término?
De
la
misma
manera,
se
realizan
estudios
sobre
la
vida
de
los
distintos
barrios
de
una
ciudad
o
de
ésta
en
su
totalidad
y
complejidad;
por
ejemplo,
problemas
urbanísticos
de
los
cuales
dependen
otros
tantos
económicos
y
sociales,
como
viviendas
populares
y
estado
de
la
higiene
y
de
la
educación
pública.
(Véase,
sobre
este
tema,
el
artículo
La
riostra
pre-‐
senza,
en
«R.
S.
Servire»,
año
IX,
1956.)
En
cada
uno
de
estos
casos,
se
trata
siempre
de
inducir
de
una
manera
concreta
a
los
jóvenes,
y
en
especial
a
los
que
provienen
de
la
clase
burguesa,
ya
que
por
lo
general
están
más
adormecidos
en
las
cómodas
posiciones
tradicionales,
a
que
reflexionen
y
piensen
seriamente.
Como
se
decía
en
la
editorial
del
primer
número
especial
de
«R.
S.
Servire»
(año
IX,
1956),
«el
repudio
actual
de
muchos
jóvenes
a
pensar
y
a
investigar
es
más
culpable
que
la
caída
moral.
Ésta
puede
ser
debilidad
o
vileza,
puede
nacer
de
las
insondables
oscuridades
del
espíritu,
en
las
que
se
acumulan
terribles
e
incontrolables
atavismos;
aquél
significa
rebelarse
a
la
luz
y
oponerse
a
la
luz.
Es
el
verdadero
pecado
contra
el
espíritu.
Traicionaríamos
nuestra
misión
si
no
nos
obligásemos
a
lograr
que
los
jóvenes
"piensen”,
aunque
sea
al
precio
de
la
impopularidad,
al
precio
de
marchar
contra
la
manera
corriente
y
extendida
de
sentir
y
de
razonar.»
Pero
todavía
hay
más,
ya
que
en
esta
compleja
labor
de
conocimiento
teórico
y
práctico,
el
roverismo—
como
dejan
entrever
claramente
algunos
escritos
de
Baden-‐Powell
y,
sobre
todo,
los
documentos
del
roverismo
más
reciente,
principalmente
el
católico—
profundiza
y
hace
suyo
el
pensamiento
social
cristiano.
El
cristianismo,
en
efecto,
no
es
«una
cosa
que
deba
anteponerse
a
otra
cosa;
no
es
ni
partido
ni
secta
ni
facción.
Es
un
todo
nuevo
y
renovador
que
el
Maestro
colocó
en
la
historia
para
orientarla
hacia
el
Padre
Eterno,
es
comunión
de
los
hombres
con
Cristo,
y
de
los
hombres
con
los
hombres
redimidos
en
Cristo»
(«R.
S.
Servire»,
año
IX,
1956).
El
pensamiento
cristiano
conduce
a
la
acción
y
a
la
voluntad
de
lograr
una
justicia
social
más
verdadera
y
más
sentida,
de
eliminar
cualquier
forma,
manifiesta
o
escondida,
de
sórdido
egoísmo.
Éste
es
el
ideal
politicosocial
que
la
formación
scout,
y
particularmente
la
rover,
se
esfuerza
por
conseguir.
Sobre
el
mismo,
cada
joven
escogerá
el
camino
que
sus
personales
aptitudes
y
las
circunstancias
en
que
se
encuentra
le
indiquen
como
el
mejor;
sobre
él,
en
fin,
cada
rover
basará
su
más
particular
elección
política.
Pero
no
hay
duda
alguna
de
que
esta
elección
será,
de
esta
manera,
mucho
más
consciente
y,
por
tanto,
tendrá
mucho
más
valor.
CAPÍTULO
X
LA
FIGURA
DEL
JEFE
EDUCADOR
Nuestro
análisis
de
los
principios
y
métodos
del
escultismo
no
quedaría
completo
si
no
nos
detuviéramos
en
la
figura
del
jefe,
de
aquel
sobre
el
cual,
en
definitiva,
recae
la
difícil
labor
de
realizar,
de
una
manera
concreta,
el
mismo
escultismo.
En
efecto,
toda
empresa
de
carácter
social,
del
tipo
que
sea
(económico,
político,
técnico
o
moral),
necesita
siempre
un
jefe
capaz
de
pensarla
y
de
llevarla
a
efecto,
y,
si
en
el
capítulo
precedente
se
ha
podido
ver
que
gran
parte
de
la
crisis
del
mundo
contemporáneo
se
debe
a
la
triste
ausencia
del
espíritu
de
responsabilidad,
es
ahora
el
momento
de
afirmar
que
el
aspecto
más
grave
de
dicha
crisis
es
la
falta
de
hombres
que
sean
auténticos
jefes.
¡Tanta
importancia
tiene
su
presencia
en
el
mundo
social!
Además,
en
el
campo
de
la
educación
esta
afirmación
adquiere
una
importancia
todavía
mayor,
ya
que
a
todo
educador
viene
asignada
la
delicadísima
tarea
de
dirigir
personalidades
todavía
en
formación
y,
por
lo
tanto,
muy
sensibles
a
todo
impulso,
sea
bueno
o
malo.
Y
si
bien
es
verdad
que
ya
hemos
podido
observar
repetidamente
que
en
el
escultismo
uno
de
los
principios
más
importantes
desde
un
punto
de
vista
pedagógico
consiste
en
el
esfuerzo
para
transformar
la
educación
en
autoeducación
y
para
que
el
muchacho
aprenda
por
sí
solo,
también
es
verdad
que
la
figura
del
jefe,
del
educador,
conserva,
incluso
en
este
caso,
todas
sus
funciones.
Así
pues,
creo
que
se
puede
afirmar
claramente
que
la
labor
del
educador
todavía
es
más
importante
y
delicada
de
lo
acostumbrado
si
entendemos
la
función
educativa
como
una
ayuda
prestada
a
cada
muchacho
para
que
desarrolle
en
sí
las
cualidades
que
son
sus
características
personales,
ya
que
en
este
caso
se
exige
del
educador
facultades
y
entereza
de
ánimo
verdaderamente
notables.
Por
otra
parte,
negar
la
importancia
educativa
del
jefe
significa
no
reconocer
la
natural
tendencia
—la
necesidad
me
atrevería
a
decir
—
de
todos
los
muchachos,
y
en
especial
desde
los
trece
a
los
dieciséis
años,
de
dirigir
sus
ojos,
con
admiración
profunda,
hacia
algún
"héroe"
que
encarne
su
ideal
de
hombre.
Y,
sobre
todo,
significa
no
aprovechar
en
el
terreno
pedagógico
este
aspecto
de
la
psicología
del
muchacho,
que
tantas
posibilidades
educativas
ofrece.
Por
tal
causa,
en
el
escultismo
el
educador
es
el
mismo
jefe,
que,
por
tanto,
es
una
figura
muy
importante
y
muy
simpática
para
el
muchacho
que
busca
un
modelo
a
imitar
y
que
está
preso
del
deseo
de
seguir
a
alguien
que
esté
verdaderamente
en
forma.
Estudiar
este
tema
con
cierta
profundidad
es
indispensable
no
sólo
porque
se
trata,
como
acabamos
de
decir,
de
un
importante
y
ulterior
medio
educativo,
sino
también
porque
ser
jefe
representa
para
un
joven
educado
en
la
escuela
del
escultismo,
la
conclusión
más
lógica
y
el
punto
culminante
del
completo
proceso
de
su
formación.
Si,
en
efecto,
para
un
scout
de
quince
o
dieciséis
años
el
asumir
las
funciones
de
un
guía
de
patrulla
significa
aprender
de
una
manera
concreta
el
arte
de
mandar,
de
dirigir
a
los
demás,
lo
mismo
puede
decirse,
y
con
mayor
razón
todavía,
para
los
jóvenes
de
veinte
a
veinticuatro
años
que
asumen
la
responsabilidad
de
dirigir
una
manada
o
una
tropa.
Para
ser
jefe
es
necesario
hacer
de
jefe;
he
ahí
por
qué
ningún
rover
puede
decir
que
ha
completado
su
personal
educación
si
antes
no
ha
pasado
por
esta
importante
experiencia.
Y
he
ahí
por
qué,
en
especial
por
lo
que
concierne
a
los
jefes
jóvenes,
no
es
justo
sobrevalorar
los
esfuerzos,
los
sacrificios
y
las
renuncias
que
indudablemente
deben
realizar;
en
su
labor,
quizá
todavía
representa
más
lo
que
reciben
que
lo
que
dan.
Sé
muy
bien
que
no
todos
los
jóvenes
se
sienten
inclinados
de
manera
natural
hacia
estas
funciones
directivas,
pero
me
mantengo
firme
en
la
opinión
de
que
esta
experiencia
es,
en
el
fondo,
indispensable
para
todos,
ya
que
demasiado
a
menudo
se
olvida
que
la
responsabilidad
del
mando
no
está
reservada,
en
la
vida,
a
una
minoría
de
superdotados.
Todo
hombre
está
llamado,
en
mayor
o
menor
escala,
a
ejercitar
el
noble
oficio
de
jefe,
cuando
menos
como
jefe
de
familia.
La
sociedad
—
según
dice
Gastone
Courtois
—
no
debería
ser
sino
una
pirámide
de
jefes.
Además,
la
experiencia
nos
enseña
que
muchas
veces
un
joven
que
a
priori
está
convencido
de
que
no
posee
los
requisitos
indispensables
para
ser
jefe,
descubre
lo
contrario
al
desempeñar
concretas
misiones
directivas,
alcanzando,
por
lo
tanto,
un
más
profundo
y
justo
conocimiento
de
sí
mismo.
Así
pues,
nuestra
intención,
en
el
presente
capítulo,
es
doble:
por
un
lado
intentaremos
presentar
las
características
particulares
de
un
jefe
scout,
y
por
otro,
ofreceremos
a
los
rovers
que
todavía
no
tienen
un
servicio
directo
en
una
rama
o
que
lo
tienen
desde
hace
poco
tiempo,
algunos
puntos
de
meditación,
aptos
para
animarlos
hacia
esta
útilísima
experiencia
educativa
y
para
que
trabajen
cada
vez
más
y
mejor.
Además,
téngase
en
cuenta
la
extremada
importancia
de
todo
ello,
ya
que
uno
de
los
problemas
más
graves
y
de
más
difícil
solución
que
tiene
el
escultismo
es,
precisamente,
la
falta
de
jefes.
CUALIDADES
NECESARIAS
PARA
SER
UN
JEFE
SCOUT
Para
denunciar
la
falsedad
de
la
opinión
de
que
para
ser
un
buen
jefe
de
tropa
se
debe
saber
todo
y,
por
lo
tanto,
para
convencer
a
los
jóvenes
de
que
venzan
cualquier
vacilación
que
puedan
tener,
Baden-‐Powell
afirma,
en
su
Guía
para
el
jefe
de
tropa,
que
«sencillamente,
lo
que
sí
debe
ser
es
hombre-‐
muchacho,
esto
es:
1)
poseer
espíritu
de
muchacho
y
saber,
como
primera
medida,
colocarse
en
su
plano;
2)
ser
consciente
de
las
necesidades,
perspectivas
y
deseos
inherentes
a
las
distintas
edades
de
los
muchachos;
3)
tratar
con
el
muchacho
individualmente,
y
no
en
conjunto;
4)
fomentar
el
espíritu
de
cooperación
para
obtener
los
mejores
resultados».
«Con
referencia
al
primero
de
estos
puntos,
es
de
saber
que
el
jefe
de
tropa
no
tiene
que
ser
ni
maestro
de
escuela,
ni
oficial
de
mando,
ni
director
espiritual,
ni
tampoco
instructor.
Todo
lo
que
se
requiere
es
el
don
de
saber
gozar
con
provecho
del
aire
libre,
compenetrarse
con
el
anhelo
de
los
muchachos
y
tener
el
tino
de
encontrar
otras
personas
que
los
encarrilen
en
la
debida
dirección,
ya
sea
ésta
la
materia
de
señales
o
el
dibujo,
o
el
estudio
de
la
naturaleza
o
de
la
exploración.
Tiene
que
hacer
las
veces
de
hermano
mayor,
esto
es,
considerar
las
cosas
desde
el
punto
de
vista
del
muchacho,
aconsejarlo
y
guiarlo
por
el
buen
sendero,
transmitiéndole
entusiasmo.
¡Eso
es
todo!»
Así
pues,
la
primera
cualidad
necesaria
para
ser
un
buen
jefe
scout
es
la
de
simpatizar
con
los
muchachos
o,
dicho
en
otros
términos,
la
de
amarlos
en
el
más
alto
y
profundo
sentido
de
la
palabra.
Naturalmente,
no
en
el
sentido
de
que
el
jefe
deba
tener
una
inclinación
personal
hacia
sus
muchachos,
ya
que,
como
observa
muy
atinadamente
el
Padre
Sevin
(Le
scoutisme),
si
quiere
poner
de
manifiesto
toda
su
fuerza
de
acción,
tiene
que
sentirse
preso
del
amor
hacia
la
juventud
en
general.
Además
esto
es
un
punto
fundamental
para
todo
educador
puesto
que
si,
por
un
lado,
sin
un
tal
sentimiento
vivificante
su
labor
sólo
puede
ser
estéril,
por
otro,
está
predestinado
al
fracaso
si
limita
su
relación
con
los
muchachos
a
afectos
personales
que,
casi
siempre,
se
transformarán
en
peligrosas
preferencias
y
exclusivismos.
Por
tanto,
y
por
motivo
alguno,
ningún
jefe
debe
considerar
a
los
muchachos
que
le
han
encomendado
como
suyos
(en
el
sentido
literal
del
término,
cosa
que,
no
obstante,
no
excluye
el
uso
corriente
del
mismo,
en
su
sentido
más
general
y
menos
comprometido);
asimismo,
la
compleja
estructura
jerárquica
del
movimiento
scout
y
el
consecuente
y
preciso
deber
de
obediencia
de
todo
jefe
hacia
sus
superiores,
son
una
útilísima
garantía
de
este
principio.
A
tal
prepósito,
obsérvese,
también,
que
en
algunos
grupos
scout
se
recurre
a
cierta
«rotación
de
jefes»
(que,
de
todas
maneras,
permanecen
en
sus
cargos
dos
años
como
mínimo),
lo
que,
además
de
permitir
a
un
mayor
número
de
rovers
el
pasar
por
una
experiencia
directiva,
ofrece
nueva
garantía
contra
el
peligro
señalado.
Por
otra
parte,
no
se
crea
que
cuanto
acabamos
de
decir
esté
en
contradicción
con
la
escasez
de
jefes
anteriormente
señalada,
ya
que
en
muchísimos
casos
—
por
no
decir
en
la
mayoría
—
los
rovers
sólo
aceptan
asumir
una
responsabilidad
directiva
si
saben
que,
al
finalizar
el
período
señalado,
alguien
les
sustituirá.
Afirmar,
pues,
que
el
jefe
scout
debe
amar
a
los
muchachos
es
tanto
como
decir
que
su
obligación
es
asumir,
en
sus
relaciones,
una
determinada
actitud,
un
determinado
modo
de
comportarse,
que
consiste
en
no
crear
entre
ellos
y
él
ninguna
separación
importante
y
en
intentar
reducir
al
mínimo
la
inevitable
distancia
producida
por
las
diferencias
de
edad
y
de
mentalidad.
Los
muchachos
necesitan
encontrar
en
el
adulto,
antes
que
nada,
al
hermano,
al
amigo
y
al
compañero,
con
sus
mismos
gustos
y
sus
mismos
intereses.
He
ahí
por
qué
un
jefe
joven
tiene,
muchas
veces,
mayores
posibilidades
de
cumplir
más
eficazmente
su
labor
educativa.
Es
fácil,
pues,
de
comprender
que
en
la
gran
mayoría
de
casos,
y
siempre
que
el
escultismo
se
aplique
fielmente,
el
jefe
—
mucho
más
que
el
típico
maestro
de
escuela
—
desee
ser
considerado
por
los
muchachos
como
uno
más
entre
ellos,
aunque
ello
produzca
la
incomprensión,
la
crítica
y
las
ironías
de
los
que
lo
observan
desde
fuera.
Por
el
contrario,
los
padres
saben
muy
bien
cuánto
ascendente
y
cuánta
influencia
tienen
sobre
sus
muchachos
la
Akela
de
una
manada
o
el
jefe
de
tropa.
Quede
bien
claro,
no
obstante,
que
este
saber
tratar
a
los
muchachos,
que
quizá
sea
un
don
de
la
naturaleza
o
fruto
de
la
experiencia
y
del
ejercicio
del
mando,
no
es
suficiente
para
convertirse
en
un
auténtico
jefe,
en
un
auténtico
educador.
El
jefe,
en
efecto,
es
aquel
a
quien
los
demás
siguen
y
obedecen,
y
puesto
que
existen
dos
tipos
fundamentales
de
autoridad
(la
que
viene
impuesta
desde
el
exterior
y
la
que,
por
el
contrario,
nace
de
dentro),
es
de
justicia
repetir,
ahora,
cuanto
dijimos
al
hablar
del
guía
de
patrulla,
a
propósito
del
arte
de
hacerse
obedecer:
la
única
condición
para
triunfar
en
este
arte
es
la
de
saber
significar
para
sus
muchachos
posibilidad
de
acción,
de
juegos
y
de
progreso,
y,
a
la
vez,
la
de
ser
siempre
un
fiel
ejemplo
de
concreta
realización
del
ideal
scout.
En
otras
palabras,
la
auténtica
autoridad
debe
basarse
en
la
competencia
y
en
la
fidelidad
a
la
ley.
De
ahí
que
el
jefe
debe
ser
siempre
el
mejor,
tanto
en
el
plano
espiritual
cuanto
en
el
técnico
y,
a
ser
posible,
aun
en
el
físico.
Tal
como
escribe
el
Padre
Forestier
(Une
route
de
liberté,
le
Scoutisme),
«es
necesario
saber
obtener
en
determinadas
ocasiones,
que
no
deben
ser
demasiado
frecuentes,
una
disciplina
y
un
decoro
exterior
suficientes,
pero,
en
general,
el
jefe
es
hermano
mayor
que
da
ejemplo,
sabe
escuchar,
aconseja
en
el
momento
preciso,
sugiere
actividades,
proporciona
a
los
muchachos
los
medios
para
realizarlas,
sostiene
el
esfuerzo;
en
resumen,
que
enseña
a
vivir
antes
que
mandar».
Pero
para
obtener
esta
segunda
e
importante
cualidad
(la
de
la
autoridad
que
nace
de
dentro),
el
jefe
scout
debe
ser
un
amigo
que
sabe
ordenar
y
dominar.
Ello
se
obtiene
mediante
la
aplicación
de
una
triple
fórmula
que
transcribo
a
continuación
y
que
he
expuesto
en
tantas
reuniones
de
jefes
como
he
participado.
Ante
todo,
«saber
lo
que
se
quiere»,
en
el
sentido
de
que
antes
que
actuar
en
una
determinada
dirección
se
debe
saber
muy
bien
lo
que
se
quiere
hacer,
ya
sea
precisando
los
fines,
ya
sea
estableciendo
los
medios
necesarios.
En
el
primer
caso
se
trata
de
justificar
toda
actividad,
toda
decisión,
que,
al
hallarnos
en
un
terreno
educativo,
deberá
ser
siempre
una
justificación
educativa.
En
otros
términos,
un
jefe
scout
traicionaría
su
misión
si
su
única
y
principal
preocupación
fuera
la
de
emplear
de
cualquier
modo
el
tiempo
de
sus
muchachos
o
la
de
divertirlos;
todas
las
actividades
que
él
proponga
deben
tener
una
intención
(expresa
o
no)
de
tipo
educativo.
En
el
segundo
caso
trátase
de
escoger
el
mejor
camino
y
los
medios
más
aptos
para
conseguir
el
fin
deseado,
lo
que
comporta
no
sólo
el
conocimiento
abstracto
de
sus
posibilidades,
sino
también,
y
sobre
todo,
la
capacidad
de
valorarlas
sobre
el
terreno
de
la
práctica,
según
la
situación
real
de
cada
momento.
A
este
propósito
dice
el
Padre
Forestier:
«Mi
experiencia
scout
me
permite
decir
que
el
punto
débil
de
los
jefes
jóvenes
es
el
de
despreciar
medios
y
posibilidades.
Conciben
de
manera
entusiasta
grandes
empresas,
pero
a
menudo
olvidan
que
entre
la
intención
y
la
realización
existe
el
abismo
de
las
posibilidades.»
En
pedagogía
activa,
y
en
particular
en
el
método
scout,
la
tesis
de
dejar
hacer
a
los
muchachos
y
el
principio
de
no
intervención,
deben
evidentemente
aplicarse,
pero
tan
sólo
después
de
haberles
procurado
las
directrices,
los
medios
y,
en
resumen,
todo
cuanto
es
necesario
para
triunfar.
Es,
en
definitiva,
lo
que
Courtois
ha
designado
con
el
nombre
de
«sentido
de
la
realidad».
«¿De
qué
sirve
—
dice
Courtois
—
una
bella
teoría
si
no
encaja
en
la
práctica?...
El
general
de
artillería
Franiatte
solía
decir
a
sus
oficiales:
"Señores,
en
artillería
lo
que
cuenta
no
son
los
disparos
que
salen,
sino
los
que
llegan.”
En
la
educación
pasa
lo
mismo,
ya
que
lo
que
cuenta
no
son
las
lecciones
pronunciadas,
sino
las
lecciones
asimiladas.»
En
segundo
lugar,
«querer
lo
que
se
sabe»,
entendiendo
por
ello
que
no
bastan
las
intenciones,
los
programas
y
las
previsiones,
sino
que
son
necesarios
una
voluntad
bien
desarrollada
y
un
fuerte
carácter
que
nos
permitan,
precisamente,
pasar
a
la
acción.
En
este
sentido
son
precisas
aquí
determinadas
cualidades,
como
la
capacidad
de
organización,
de
mando,
de
coordinación
y
de
control.
Pero
téngase
presente
que
en
todo
caso
(según
el
citado
Padre
Forestier)
se
trata,
siempre,
de
«activar»
más
que
de
«mandar»
o,
peor
todavía,
de
«hacer».
Lo
importante,
desde
este
punto
de
vista,
es
sostener
el
esfuerzo
y
comunicar
entusiasmo
con
constancia
y
continuidad.
Finalmente,
y
en
tercer
lugar,
«poder
lo
que
se
quiere»,
ya
que
el
jefe
debe
poseer
reales
facultades
y,
sobre
todo,
una
gran
inventiva
para
saber
proponer
juegos
y
actividades
que
sean,
a
la
vez,
divertidos
y
pedagógicamente
útiles.
Pero,
para
ser
un
buen
jefe,
todavía
son
necesarias
otras
dos
fundamentales
cualidades:
por
un
lado,
el
dominio
de
sí
mismo,
y
por
otro,
un
olfato
psicológico
que,
en
sustancia,
es
premisa
indispensable
para
poder
actuar
con
tacto.
Según
Courtois,
«el
jefe
que
quiere
ser
digno
de
ejercer
el
mando
sobre
los
demás
debe
comenzar
por
ser
capaz
de
mandar
sobre
sí
mismo,
sobre
su
lengua,
sus
nervios,
su
corazón.
Sin
dominio
de
sí
mismo
nadie
puede
pretender
un
dominio
sobre
las
cosas
y
mucho
menos
sobre
los
hombres».
Así,
pues,
la
serenidad,
incluso
en
los
momentos
más
difíciles,
la
sangre
fría
en
las
situaciones
críticas
que
a
todos
se
nos
pueden
presentar
y
ante
las
cuales
debemos
estar
preparados,
y
la
capacidad
de
dominar
los
enfados,
la
excitación
y
las
desilusiones,
son
premisas
me
atrevería
a
decir
casi
indispensables
para
desempeñar
satisfactoriamente
las
funciones
de
guía
moral
que
el
escultismo
exige
de
sus
jefes.
Olfato
psicológico
y
tacto,
en
el
sentido
de
que,
no
existiendo
un
tipo
standard
de
muchacho,
cada
uno
de
ellos
requiere
un
determinado
trato
y,
principalmente,
en
el
sentido
de
que
todo
muchacho
—en
mucho
mayor
grado
que
un
adulto
—
está
lleno
de
vehemencia,
sensibilidad
y
susceptibilidades.
De
ahí
que
el
contacto
del
jefe
scout
con
sus
muchachos
sea
siempre
un
contacto
personal,
en
el
que
tiene
gran
importancia
la
mirada,
el
tono
de
voz,
el
gesto
y,
sobre
todo,
los
sentimientos
internos
que
influyen
inconscientemente
sobre
su
comportamiento
externo.
De
aquí
que
hayamos
afirmado
la
extraordinaria
importancia
educativa
del
jefe
en
el
escultismo.
En
efecto,
él
se
presenta
no
sólo
como
el
necesario
realizador
del
método,
sino
también
como
el
modelo
más
útil
y
concreto
del
que
cada
muchacho
puede
aprender
y
que
les
permiten
vivificar
aquellas
mismas
facultades
y
cualidades
que,
según
hemos
visto,
también
son
las
fundamentales
de
la
personalidad
del
jefe.
Es
preciso
reconocer,
desgraciadamente,
que
un
número
demasiado
grande
de
jefes
scouts,
en
especial
entre
los
más
jóvenes,
creen
de
muy
buena
fe
que
ya
conocen
su
«oficio
de
jefe»
y
que
están
en
condiciones
de
desempeñarlo
tan
pronto
como
reciben
la
pertinente
patente.
Y
he
dicho
«desgraciadamente»,
porque,
sin
querer
exagerar,
me
parece
indiscutible
que
la
tarea
de
un
jefe
scout
es
suficientemente
difícil
para
no
tener
que
exigir
de
los
jóvenes
que
quieren
llevarla
a
cabo
una
continua
formación.
Asimismo,
teniendo
presente
cuanto
hemos
afirmado
sobre
las
cualidades
necesarias
del
jefe,
se
debe
reconocer
que
su
formación
personal
consiste
en
un
ininterrumpido
perfeccionamiento
espiritual,
intelectual
y
técnico.
Si
bien
es
verdad
que
su
autoridad
y
su
ascendiente
dependen
esencialmente
de
su
competencia
y
de
su
fidelidad
a
la
ley,
también
es
verdad
que
ellas
—
para
ser
verdaderamente
eficaces
y
para
representar
un
incentivo
suficiente
para
el
proceso
autoeducativo
propio
de
cada
muchacho
—
no
pueden
cristalizar
en
formas
privadas
de
vida,
sino
que
tienen
la
obligación
de
renovarse
constante
y
entusiásticamente.
Como
muy
atinadamente
observa
G.
Tisserand
(Silences
et
réflexions
du
Scoutmestre),
se
trata
de
una
labor
hecha
de
reflexión,
meditación,
esfuerzo,
perseverancia,
humildad
y
voluntad.
Por
ello
en
el
escultismo,
y
en
particular
en
estos
últimos
diez
años,
se
habla
con
insistencia
del
problema
de
formación
de
jefes,
ya
en
el
sentido
de
una
preparación
específicamente
apta
para
predisponer
a
los
cuadros
directivos
necesarios
al
movimiento,
ya
en
el
sentido
de
una
labor
directamente
destinada
a
desarrollar
en
todos
los
jefes
en
servicio
una
conciencia
cada
vez
más
profunda
de
la
importancia
de
su
misión
y,
por
tanto,
de
la
necesidad
de
conocer
más
y
mejor
los
principios
y
métodos
del
escultismo
y
de
perfeccionar
su
preparación
espiritual
y
técnica.
Por
lo
que
respecta
al
primer
punto
y
al
lado
de
la
importante
función
desarrollada
por
varios
clanes
y
grupos
particularmente
sensibles
a
este
problema
—
a
través
de
los
cuales
muchos
rovers
son
llevados
de
una
manera
natural
hacia
responsabilidades
educativas
bajo
la
guía
de
jefes
más
experimentados
y
veteranos
—,
deben
tenerse
en
cuenta
los
numerosos
«campamentos-‐escuela»,
previstos
en
los
planes
nacionales.
Estos
campamentos
consisten
en
cursillos,
generalmente
de
una
semana
de
duración,
desarrollados
al
aire
libre,
y
en
los
cuales
unos
veinte
o,
como
máximo,
treinta
rovers
(excepcionalmente
también
pueden
admitirse
en
los
mismos
a
jóvenes
no
provenientes
del
escultismo,
pero
que,
de
todas
maneras,
tengan
cierto
conocimiento
de
su
método),
bajo
la
dirección
de
jefes
y
ayudantes
expertos
en
las
respectivas
ramas
scouts,
son
instruidos,
siempre
según
un
método
activo
y
concreto,
en
el
arte
de
dirigir
una
manada,
una
tropa
o
un
clan.
En
cierto
sentido,
son
cursos
especializados,
ya
que,
por
encima
de
los
principios
y
métodos
comunes,
cada
rama
posee
sus
auténticos
y
particulares
secretos,
o
sea,
un
determinado
estilo
y
una
vida
propia.
Es
algo
parecido
a
lo
que
hemos
visto
en
la
patrulla
de
guías,
por
cuanto
los
alumnos
aprenden
de
una
manera
concreta
su
oficio
de
jefes,
viviendo
siete
días
de
la
manera
que
deberán
vivir
sus
muchachos
y
haciendo,
por
tanto,
de
loba-‐
tos
o
de
scouts,
y
los
jefes
del
«campamento-‐escuela»
de
viejo
lobo
o
de
jefe
de
tropa,
ayudante,
etc.
Naturalmente,
las
actividades
desarrolladas
en
estos
cursos
son
más
intensas
y,
sobre
todo,
tienen
un
ritmo
más
vivo
que
el
exigido
en
la
normal
vida
scout
y,
además,
es
obvio
que
junto
a
los
juegos,
actividades
técnicas
y
competiciones,
tienen
lugar
importantes
charlas
y
discusiones
de
carácter
específicamente
pedagógico.
Al
finalizar
el
curso,
los
jefes
formulan
su
juicio
sobre
cada
participante,
y
sobre
este
juicio
los
comisarios
pueden
conceder
o
denegarles
la
patente
de
jefe
y
darles,
por
tanto,
el
permiso
para
que
asuman
la
dirección
de
una
unidad.
En
Italia,
al
menos,
el
haber
participado
con
éxito
en
un
«campamento-‐escuela»
es
conditio
sine
qua
non
para
merecer
una
y
otro.
De
todas
maneras,
es
preciso
hacer
notar
que
ningún
«campamento-‐escuela»
puede
tener
la
pretensión
de
formar
completamente
a
un
jefe.
Su
función
es
necesariamente
limitada
a
dar
a
cada
uno
de
los
participantes
el
sentido
exacto
de
lo
que
les
espera,
de
guiarlos
hacia
la
buena
dirección
y,
sobre
todo,
de
desarrollarles
el
gusto
por
aprender
más
y
mejor,
afición
que
ellos
deberán
comunicar
luego
a
sus
muchachos
y
que
nace
de
la
comprobación
de
que
todavía
son
muchos
los
conocimientos
a
ampliar,
las
técnicas
a
aprender
o
perfeccionar,
y
que,
en
el
fondo,
son
infinitas
las
maneras
como
uno
puede
convertirse
en
un
jefe
scout
cada
vez
más
eficiente.
He
ahí
por
qué
el
discurso
que
pronuncia
el
jefe
al
terminar
el
campamento,
suele
desarrollar
el
importante
concepto
de
que
el
«campamento-‐escuela»
no
se
interrumpe,
ya
que
tampoco
debe
interrumpirse
la
voluntad
de
todos
los
jefes
de
seguir
trabajando
para
perfeccionarse
y
mejorar.
Consecuencia
de
ello
es
la
importancia
dada
al
segundo
punto
de
la
preparación
de
los
jefes
—
aquella
que
se
refiere
a
su
formación
podríamos
decir
cotidiana
—,
que,
si
bien
concierne
a
cada
jefe
en
particular,
puede
ser
objeto
de
ayuda
y
guía.
Muy
claramente
lo
dice
el
propio
Baden-‐
Powell,
tanto
en
Escultismo
para
muchachos
(«Es
deber
de
todo
jefe
de
tropa
el
formarse
una
vasta
experiencia
y
el
adquirir
cuantos
más
conocimientos
mejor,
para
que
sus
muchachos
no
tengan
que
sufrir
sus
experimentos»)
cuanto
en
Guía
para
el
j e f e
de
tropa,
escrita
expresamente
sobre
este
tema
y
con
esta
finalidad.
Los
medios
de
que
disponen
los
jefes,
además
de
sus
reflexiones
y
meditaciones
personales,
son
los
numerosos
libros
sobre
escultismo
publicados
en
muchos
países
(pero
todavía
escasos
en
lengua
italiana)
y
la
prensa
periódica
que
la
Comisaría
central
italiana
publica
con
notable
solicitud.
Pero,
sobre
todo,
son
interesantes
los
cursos
de
estudio
del
escultismo
o,
si
se
prefiere,
los
cursos
de
perfeccionamiento
que
muchas
Comisarías
de
zonas
o
regionales
organizan
durante
el
transcurso
del
año
y,
en
particular,
durante
el
invierno.
Asimismo,
también
algunas
reuniones
de
grupo
o
de
clan
puede
orientarse
perfectamente
en
este
sentido.
La
ausencia
a
estas
reuniones,
frecuentes
en
muchas
zonas
o
regiones,
es
índice
de
una
grave
situación,
común
a
muchos
otros
ambientes,
pero
que
en
el
escultismo
se
deja
sentir
con
mayor
o
menor
intensidad;
en
efecto,
no
siempre
los
hombres
a
los
cuales
se
confía
una
responsabilidad
se
dan
exacta
cuenta
de
la
importancia
que
tiene,
para
el
feliz
resultado
de
aquello
por
lo
cual
trabajan,
su
asidua
preparación.
Nótese,
finalmente,
que
este
tipo
de
preparación,
y
de
una
manera
especial
este
tipo
de
reuniones
(en
las
que,
además
de
oír
las
reflexiones
de
otros
jefes,
quizás
más
experimentados
y
cultos,
todo
jefe
puede
referir
los
resultados
conseguidos
e
intercambiar
experiencias
e
impresiones),
tienen
también
la
importantísima
misión
de
impedir
crisis
y
defecciones
entre
los
mismos
jefes,
y
de
conservar
su
entusiasmo
y
su
voluntad
de
acción,
ya
que
no
es
raro
el
hecho
de
que
un
jefe
que
ha
quedado
aislado
de
otros
rovers,
se
canse
o,
para
decirlo
con
términos
más
gráficos,
se
desmonte
y,
entonces,
vencido
por
las
dificultades
y
las
desilusiones
que
inevitablemente
se
encuentran
en
toda
labor
educativa,
se
aleje
del
movimiento,
con
grave
perjuicio
para
sus
muchachos
y,
en
el
fondo,
para
sí
mismo.
A
este
propósito,
es
ahora
el
momento
de
reconocer
que
el
escultismo
ha
intuido
muy
bien
este
peligro
(implícito,
como
ya
se
ha
dicho,
en
toda
labor
educativa)
y
ha
reaccionado
intentando
de
todas
maneras
la
formación
de
verdaderas
y
auténticas
comunidades
de
jefes.
Aparte
sus
soluciones
prácticas
más
o
menos
logradas,
este
intento
representa,
a
mi
entender,
una
importante
contribución
a
la
pedagogía
contemporánea.
LA
RESPONSABILIDAD
DEL
JEFE
¿Cuál
es
la
más
profunda
justificación
de
este
deber
de
todo
jefe
de
no
considerar
jamás
definitivamente
terminada
su
formación
como
tal
y
de
no
sentirse
jamás
satisfecho
del
nivel
alcanzado?
La
respuesta
a
este
interrogante
nos
enfrenta
con
un
tema
que,
sin
duda
alguna,
es
uno
de
los
más
importantes
que
nos
ofrece
el
problema
entero
del
jefe:
el
tema
de
su
responsabilidad.
La
necesidad
de
una
formación
cada
vez
más
completa
y
cada
vez
más
perfecta
(cosa
que,
en
el
fondo,
significa
la
oportunidad
de
alcanzar
una
más
alta
categoría)
viene
justificada,
en
efecto,
por
la
comprobación
de
que
todo
rover,
en
el
momento
en
que
decide
actuar
de
jefe,
asume
una
responsabilidad
tanto
física
cuanto
moral,
religiosa
y
civil.
La
imprudencia,
la
inconsciencia
o
la
incapacidad
de
superar
las
inevitables
dificultades
y
los
innumerables
imprevistos
que
lleva
consigo
la
vida
al
aire
libre
de
una
comunidad
de
muchachos,
son
los
aspectos
más
evidentes
de
su
responsabilidad
física.
En
este
sentido,
es
mejor
limitar
razonablemente
las
actividades
teniendo
en
cuenta
sus
propias
facultades
antes
que
arriesgar
demasiado.
En
cuanto
a
lo
que
se
refiere
al
punto
de
vista
moral
y
religioso,
es
obvia
la
delicadeza
de
su
posición
debido,
como
ya
se
ha
dicho,
a
la
extraordinaria
influencia
de
su
ejemplo
sobre
la
educación
moral
y
religiosa
de
sus
muchachos.
«Lo
que
hace
el
jefe
—
dice
Baden-‐Powell
—
hacen
sus
muchachos;
en
el
jefe
se
reflejan
sus
muchachos.»
Además,
también
es
importantísimo
el
hecho
de
que
todo
jefe
debe
poder
rendir
cuentas
de
su
labor,
ante
todo,
a
Dios
—
que
a
través
del
escultismo,
podría
decirse
que
lo
ha
investido
de
tan
alta
misión
educadora,
proponiéndole
como
modelo
que
seguir—
y,
en
segundo
lugar,
a
los
propios
muchachos,
a
los
padres,
a
la
patria
y
a
su
Asociación.
En
las
relaciones
con
sus
muchachos
todo
jefe
debe
sentir,
como
primero
y
más
importante
deber,
el
de
no
engañarles
por
ningún
motivo
y
desde
ningún
punto
de
vista.
Y
se
les
engaña
si
se
les
exige,
tanto
en
el
plano
moral
cuanto
en
el
físico
y
técnico,
alguna
cosa
que,
luego,
no
seamos
capaces
de
realizar
nosotros
mismos,
si
se
les
hace
pasar
por
escultismo
lo
que
tan
sólo
es
fruto
de
nuestra
propia
ignorancia
e
inexperiencia
o
hijo
de
nuestra
fantasía.
¿Cómo
podrían
tener
validez
las
exhortaciones
de
un
jefe,
por
ejemplo,
a
ser
obedientes,
corteses,
altruistas
o
puros,
si
él,
por
su
cuenta,
cuando
está
lejos
de
sus
muchachos
no
es
ni
obediente,
ni
cortés,
ni
altruista,
ni
puro?
En
el
fondo,
se
trata
de
una
cuestión
de
lealtad
que
los
muchachos,
por
su
ingenuidad
y
por
la
confianza
que
depositan
en
sus
jefes,
tienen
pleno
derecho
a
exigir.
¡
Desgraciado
de
aquel
jefe
que,
por
culpa
suya,
pueda
inducir
a
que
uno
de
sus
muchachos
piense
que
el
ideal
scout,
en
lugar
de
ser
algo
profundamente
sustancial,
sólo
es
un
complejo
de
palabras
bonitas
o,
cuando
más,
de
bellas
intenciones!
Responsabilidad
ante
los
padres
y
ante
la
patria.
Unos
y
otra,
aunque
sea
de
manera
muy
distinta,
encomiendan
a
cada
jefe
sus
hijos
para
que
se
conviertan
en
muchachos
en
los
que
poder
confiar,
en
ciudadanos
viriles
y
fieles,
«cuyo
entendimiento
y
sentimientos
de
justicia
representen
un
vínculo
de
unión
en
el
interior
y
de
paz
al
exterior».
Ni
que
decir
tiene
que
también
esta
confianza
demostrada
por
los
padres
y
por
la
patria
puede
desaparecer
cuando
el
jefe
se
revela
insuficientemente
competente
o
cuando
su
entrega
personal
o
la
seriedad
de
sus
intentos
no
alcanza
el
nivel
justamente
esperado.
Finalmente,
responsabilidad
ante
la
Asociación.
Ella
tiene
sus
principios,
sus
métodos
y
sus
exigencias.
Quien
ejerce
de
jefe,
dice
Baden-‐Powell,
debe
saber
perfectamente
lo
que
hace;
no
es
justo,
pues,
que
vaya
luego
lamentándose
de
la
autoridad
scout
si
comete
algún
error.
El
escultismo,
para
ser
auténtico,
tiene
necesidad
de
una
aplicación
fiel
de
todos
sus
principios
y,
más
aún,
tiene
que
ser
un
todo
orgánico,
del
cual
las
diversas
unidades
son
las
partes
constituyentes.
Por
eso
existen
las
Comisarías
y
las
directrices
centrales,
aunque
naturalmente
(como
ya
hemos
tenido
ocasión
de
señalar)
la
acción
de
cada
jefe
y
de
cada
grupo
no
deja,
nunca,
de
ser
libre
y
autónoma.
A
este
propósito,
y
hablando
precisamente
de
la
«lealtad
en
relación
con
el
movimiento»,
el
mismo
fundador
del
escultismo
escribe
con
extremada
claridad:
«Imbuidos
del
deber
de
enseñar
la
abnegación
y
la
disciplina
con
el
propio
ejemplo,
comisarios
y
jefes
deben
situarse
por
encima
de
sus
sentimientos
personales
y
tener
el
espíritu
presto
a
subordinar
las
propias
opiniones
a
las
directrices
generales
de
conjunto.
Es
obligación
suya
el
enseñar
a
los
muchachos
a
que
cada
uno
en
su
puesto
realice
una
parte
del
trabajo
común,
como
los
ladrillos
de
una
pared...
Cuando,
en
conciencia,
un
jefe
no
puede
seguir
las
directrices
que
se
le
han
señalado,
he
aquí
su
correcto
modo
de
proceder:
dirigirse
al
comisario,
y
si
éste
no
comparte
su
punto
de
vista,
sólo
le
queda
la
solución
de
retirarse.»
El
problema
de
la
fidelidad
al
método
general
y
a
las
directrices
centrales
que
cada
año
se
formulan
en
el
interior
de
las
Asociaciones,
representa,
ciertamente,
una
de
las
mayores
preocupaciones
de
los
dirigentes
nacionales,
ya
que
se
trata
de
la
indispensable
garantía
de
éxito.
Pero
los
escasos
ejemplos
de
desviacionismo
y
su
casi
siempre
demostrada
inconsistencia
educativa,
demuestran
la
validez
del
método.
Por
tanto,
una
grave
responsabilidad
pesa
sobre
los
jefes
scouts,
y
si
a
ella
añadimos
la
incomprensión,
la
maledicencia
y
la
ironía
con
que
muy
a
menudo
la
opinión
pública
premia
sus
esfuerzos
y
sacrificios,
se
comprende
perfectamente
cuán
gravosa
resulta
una
labor
asumida
por
propia
voluntad
y
de
manera
por
completo
desinteresada.
Pero
si
por
un
lado
ellos
saben
creer
en
la
grandeza
y
belleza
de
su
labor
y,
por
el
otro,
considerar
su
aspecto
y
valor
sobrenatural
—
en
cuanto
ocasión
magnífica
para
un
personal
mejoramiento—,
les
será
fácil
superar
todos
los
obstáculos
y
las
más
difíciles
pruebas,
como
afortunadamente
nos
enseña
una
larguísima
expe-‐
riencia.
«Y
la
recompensa
llegará
—
añade
Baden-‐Powell
—.
Será
la
satisfacción
que
nace
del
deber
cumplido,
la
alegría
de
haber
desarrollado
el
carácter
de
vuestros
muchachos
y
de
haberles
proporcionado,
por
lo
tanto,
una
base
para
su
vida
de
mañana.
Tal
satisfacción
es,
en
sí
misma,
una
recompensa
que
difícilmente
puede
expresarse.
El
simple
hecho
de
haber
colaborado
para
impedir
aquellos
males
cuyo
libre
desarrollo
arruinarían
a
la
nación,
os
proporcionan,
en
todo
caso,
el
muy
sólido
consuelo
de
haber
hecho
algo
por
vuestro
país,
por
humilde
que
sea
vuestra
condición.»
Y
también
este
sentimiento
forma
parte
del
sentido
de
responsabilidad
del
jefe,
ya
que
se
trata
de
una
justa
y
necesaria
conciencia
de
lo
que
se
hace.
LA
FIGURA
DEL
CONSILIARIO
Junto
a
la
figura
del
jefe,
del
educador,
ya
hemos
visto
anteriormente
que
debe
situarse
la
del
Consiliario.
En
efecto,
y
al
menos
por
lo
que
respecta
al
escultismo
católico
(y,
en
Italia,
la
mayoría
de
los
grupos
pertenecen
precisamente
a
la
Asociación
confesional),
el
Consiliario
tiene
una
función
casi
tan
interesante
e
importante.
El
escultismo
tiene
un
alma
religiosa
y
la
formación
que
se
esfuerza
por
dar
a
cada
muchacho
es
profundamente
espiritual
y
moral;
por
ello
el
sacerdote
puede
desarrollar
sus
propias
funciones
sin
esfuerzo,
sin
que
represente
una
intromisión;
incluso,
con
perfecta
naturalidad.
Ciertamente,
el
problema
de
los
Consiliarios
no
tiene
nada
de
simple
y
de
fácil
(¡la
experiencia,
sobre
todo
en
provincias,
demasiado
nos
lo
demuestra
!),
pero
ello
—
permítaseme
que
lo
diga
—
depende
menos
del
método
y
del
sistema
scout
que
de
la
mentalidad
de
muchos
sacerdotes
y
de
la
manera
como
ellos
llegan
al
escultismo.
No
se
puede,
en
efecto,
considerar
el
escultismo
simplemente
como
un
método
educativo
destinado
a
colaborar
con
la
labor
familiar
y
la
escolar,
puesto
que
es
un
movimiento
completo
que
tiende,
como
hemos
visto,
al
desarrollo
de
unos
valores
típicos,
a
la
formación
de
una
determinada
mentalidad,
de
un
estilo
muy
particular;
dentro
del
mismo,
la
función
del
sacer-‐
dote
puede
ser
muy
importante,
ya
que
significa
la
aportación
de
la
vida
sobrenatural
y
de
la
palabra
de
Dios,
pero
a
condición
de
que
él
sepa
comprender
el
espíritu
del
movimiento,
haciendo
suyo
el
mismo
ideal
de
los
jefes
y
de
los
muchachos
entre
los
cuales
desarrolla
su
alto
ministerio.
Quiero
decir
que
existiendo
como
existen
unos
deberes,
una
voluntad
y
un
estilo
scouts,
abandonarlos
para
seguir
otras
vías
de
educación
espiritual
—
tan
válidas
como
se
quiera,
pero
distintas
—,
significa,
en
sustancia,
deformar
el
aspecto
espiritual
del
muchacho
scout.
Un
sacerdote
que
quiera
asumir
su
misión
con
profundidad,
no
debe,
según
mi
parecer,
aceptar
el
cargo
de
Consiliario
de
una
manera
alegre
tan
sólo
porque
le
ha
sido
impuesto
o
indicado
por
sus
superiores,
sino
que
debe
aceptarlo
ponderando
muy
bien
el
significado
y
el
valor
del
método
que
él
debe
esforzarse
por
conocer
a
fondo
y
concretamente.
Así
pues,
en
cierto
sentido
se
puede
repetir
lo
que
se
decía
a
propósito
de
los
jefes:
que
un
sacerdote,
para
trabajar
en
medio
de
los
scouts
con
probabilidades
de
éxito,
debe
primeramente
sentir
y
vivir
como
un
scout.
Como
dice
el
Manual
degli
Assistenti
Ecclesiastici
de
la
A.S.C.I.,
el
Consiliario
representa,
para
los
muchachos,
«un
hermano
mayor
que
les
precede
abriendo
camino
hacia
el
divino
Maestro».
Y
añade:
«No
se
improvisa
un
Consiliario,
como
no
se
improvisa
ningún
profesional
digno
de
este
nombre.
Si
la
obra
educativa
es,
en
general,
un
arte
y
si,
por
tanto,
se
exige
de
todo
educador
un
conveniente
cúmulo
de
conocimientos
y
un
adecuado
aprendizaje,
con
mayor
razón
debe
exigirse
esto
para
una
forma
de
educación
tan
delicada
y
perfecta
como
el
escultismo.»
Por
tanto,
no
se
debe
creer
que
la
presencia
del
sacerdote
en
el
escultismo
católico
falsee
su
espíritu
original
y
lo
conduzca
hacia
formas
de
pietismo
no
muy
en
consonancia
con
la
mentalidad
y
el
ideal
scout.
Por
el
contrario,
en
los
casos
en
que
el
Consiliario
haya
comprendido
a
fondo
su
posición
y
lo
que
se
quiere
de
él,
se
convertirá
en
un
elemento
equilibrador,
me
atrevería
decir
que
indispensable,
de
la
labor
del
jefe,
que
encontrará
en
él
apoyo
fraterno,
guía
segura
y
ayuda
constante.
Por
otra
parte,
si
el
sacerdote
entra
en
el
escultismo
con
una
mentalidad
distinta,
muy
pronto
la
resistencia,
o
mejor
dicho,
la
desconfianza
de
los
muchachos
y
de
los
jefes
le
situará
en
una
posición
de
malestar,
hasta
el
punto
de
sentirse
en
contradicción
consigo
mismo.
Y
¿cuáles
son
los
principios
fundamentales
que
deben
dirigir
su
acción?
Ante
todo,
el
Consiliario
debe
aprender
a
usar
el
lenguaje
de
los
muchachos
y
debe
adaptar
sus
charlas
y
sus
prédicas
a
sus
reales
necesidades
y
a
sus
naturales
exigencias
y
características.
En
segundo
lugar,
y
como
consecuencia,
debe
esforzarse
por
guiar
espiritualmente,
y
casi
siempre
a
través
de
la
confesión,
a
cada
muchacho
en
particular,
apelando
siempre
a
sus
deberes
de
lobato,
scout
o
rover,
porque
su
crecer
en
la
gracia
tiene
que
ser
el
crecimiento
en
la
gracia
de
un
scout.
En
tercer
lugar,
y
en
consideración
al
carácter
activo
del
método
scout,
no
puede
limitarse
a
una
simple
huida
del
pecado,
sino
que
tiene
la
obligación
de
exigir
más
y
más
—
ya
que
todo
scout
se
ha
creado
mayores
obligaciones
que
las
reservadas
a
los
muchachos
normales
—
y
de
proponer
una
forma
de
piedad
activa,
a
través
de
la
cual
el
muchacho
viva
de
manera
concreta
los
valores
religiosos.
Se
trata,
en
otros
términos,
de
educar
a
los
jóvenes
a
la
exploración
«desde
las
cosas
de
Dios,
desde
las
experiencias
exteriores,
al
más
íntimo
significado
del
proceder
de
la
vida»
(Manuale
degli
Assistenti
Ecclesiastici).
De
ahí
la
importancia,
que
tantas
veces
hemos
señalado,
del
contacto
con
la
naturaleza
y
de
los
trabajos
manuales
de
utilidad
religiosa,
de
las
conversaciones
y
de
las
discusiones
(especialmente
entre
los
muchachos
ya
mayores),
de
las
reflexiones
mentales
y
de
las
consideraciones
sugeridas
por
el
sacerdote
ante
acontecimientos
de
la
vida
circundante,
de
las
exploraciones
en
la
vida
real
con
los
pertinentes
resúmenes
escritos,
de
la
formulación
de
oraciones
espontáneas,
etc.
He
ahí
la
función
del
Consiliario,
y
he
ahí
su
trabajo
y
el
secreto
de
su
éxito.
No
obstante,
si
primeramente
he
afirmado
que
el
problema
de
los
Consiliarios
no
tenía
nada
de
simple
y
fácil,
es
porque
los
sacerdotes
capaces
de
asumir
esta
tarea
no
son
muy
abundantes
y,
generalmente,
se
hallan
oprimidos
por
otras
mil
ocupaciones.
La
A.S.C.I.,
sobre
todo
desde
hace
unos
años,
está
intentando
afrontar
el
problema
con
un
vivo
sentido
realista,
organizando,
para
ello,
auténticos
«campamentos-‐escuelas»
para
Consiliarios
(a
través
de
los
cuales
los
futuros
Consiliarios
se
inician
en
la
vida
al
aire
libre
y,
en
general,
en
el
método
educativo
activo),
cuidándose
de
los
cursos
sobre
escultismo
que
tienen
lugar
en
algunos
Seminarios
e
invitando
a
los
sacerdotes
a
los
cursos
de
perfeccionamiento
que
las
Comisarías
organizan
para
los
jefes.
Pero
yo
creo
que
todavía
se
hace
poco
y
que,
en
particular
por
parte
de
las
autoridades
religiosas,
todavía
no
se
comprende
suficientemente
la
importancia
de
una
tal
preparación.
Téngase
presente,
además,
que
una
formación
de
tipo
scout
podría
ser
útilísima
para
cualquier
sacerdote,
ya
que
le
facilitaría
la
manera
de
completar
en
sí
mismo
el
desarrollo
de
aquellas
facultades,
aun
las
naturales
(resistencia
física,
valentía,
capacidad
de
desenvolverse,
etc.),
que
cada
día
le
serán
más
necesarias
en
un
mundo
en
el
que
el
halo
de
respeto
que
circundaba
al
sacerdote
como
tal,
va,
sin
duda
alguna,
desapareciendo.
Y
todavía
debemos
considerar
un
ulterior
aspecto
del
problema:
la
tendencia
de
muchos
sacerdotes,
una
vez
alcanzado
cierto
conocimiento
del
método
y
de
la
vida
escultista,
a
ocupar
la
plaza
propia
del
jefe,
influidos
por
otras
asociaciones
confesionales
en
las
que
la
figura
del
sacerdote
ocupa
posición
dominante
desde
todos
los
puntos
de
vista.
Se
trata,
evidentemente,
de
un
error
muy
grave,
ya
que,
como
tantas
veces
ha
insistido
el
mismo
Baden-‐Powell,
a
cada
uno
le
compete
una
tarea
bien
precisa
y
determinada;
y
el
respeto
a
las
mutuas
competencias
y
responsabilidades
es,
en
el
fondo,
una
de
las
condiciones
más
necesarias
para
alcanzar
el
deseado
resultado.
De
ahí
la
importancia
verdaderamente
decisiva
de
las
relaciones
que
deben
establecerse
entre
el
jefe
y
el
Consiliario,
ya
que
sólo
una
constante
y
fraternal
colaboración
entre
ellos
permite
la
realización
de
una
atmósfera
favorable
al
desarrollo
en
los
muchachos
de
aquella
formación
hacia
la
cual
tienden
los
esfuerzos
de
ambos.
Por
su
lado,
el
jefe
(sobre
todo
si
es
joven)
debe
reconocer
la
mayor
experiencia
de
su
Consiliario
y,
por
tanto,
debe
aceptar
el
discutir
con
él
todos
los
problemas
que
aparezcan
en
el
seno
de
su
unidad
y
debe
saber
seguir
sus
consejos.
Por
su
parte,
el
Consiliario
debe
tener
confianza
en
el
jefe,
comprender
sus
problemas
y
sus
exigencias,
y
reconocer
su
primacía
en
las
cuestiones
específicamente
técnicas.
Lo
importante,
pues,
es
el
recíproco
acuerdo
y
la
mutua
colaboración,
conseguidos
con
espíritu
de
profunda
y
verdadera
amistad,
puesto
que
es
evidente
que
la
función
educativa
de
ambos
es
parecida
e,
incluso,
complementaria.
CAPÍTULO
XI
ESCULTISMO
Y
ESCUELA
El
tema
de
este
capítulo,
que
a
primera
vista
puede
parecer
demasiado
concreto
para
merecer
un
apartado
especial,
viene
justificado,
en
primer
lugar,
por
las
necesarias
relaciones
existentes
entre
el
escultismo
y
la
escuela,
y,
en
segundo
lugar,
por
la
difícil
situación
en
que
se
halla,
actualmente,
la
escuela
italiana,
para
la
que
cualquier
ayuda
pedagógica
puede
tener
enorme
importancia.
El
problema
escolar,
en
efecto,
es,
sin
duda
alguna,
uno
de
los
aspectos
más
graves
de
la
crisis
que
mina
nuestra
sociedad;
ignorado
y
menospreciado
durante
demasiados
años,
amenaza,
ahora,
con
asumir
proporciones
en
verdad
alarmantes,
y
las
escasas
voces
que
aquí
y
allá
se
elevan
permanecen
aisladas
y,
por
tanto,
sólo
suscitan
un
débil
interés,
formal
y
del
todo
platónico.
Desgraciadamente,
la
convicción
que
parecen
sustentar
no
solamente
los
ciudadanos
menos
cultos
y,
por
tanto,
menos
preparados
para
comprender
las
exigencias
más
profundas
y
no
inmediatas
de
la
nación,
sino
incluso
los
autorizados
exponentes
de
nuestra
vida
política,
es
de
que
los
esfuerzos
estatales
encaminados
a
una
solicitud
hacia
los
problemas
educativos,
y
en
particular
los
escolares,
representan
en
el
fondo
un
”coste
improductivo".
El
mismo
Baden-‐Powell,
hace
ya
muchos
años
y
refiriéndose
a
su
patria
—
que
en
materia
de
educación
estaba
entonces
más
avanzada
de
lo
que
podamos
estar
hoy
nosotros
—,
observa
que
”la
educación
que
la
juventud
ha
recibido
hasta
este
momento
se
ha
revelado
como
inadecuada
a
las
necesidades
actuales,
ya
que
lo
que
el
contribuyente
debe
pagar
para
la
educación
de
sus
muchachos,
para
que
éstos
se
conviertan
en
ciudadanos
eficientes,
es
inferior
a
lo
que
debe
pagar
para
policía,
prisiones,
beneficencia,
etc.”;
la
validez
de
estas
palabras,
referidas
a
la
Italia
actual,
es
del
todo
evidente.
De
esta
situación
de
crisis
de
la
escuela
italiana
son
pruebas
suficientes
la
desconfianza
que,
hacia
la
misma,
demuestran
los
elementos
vitales
del
país.
¿Qué
dirigente
de
una
industria,
por
ejemplo,
no
está
completamente
convencido
de
que,
frente
a
un
joven
apenas
salido
de
las
aulas,
la
posición
más
útil
y
oportuna
es
la
de
rehacerlo
todo,
desde
su
preparación
profesional
a
su
misma
mentalidad?
Pero
la
situación
todavía
es
más
grave
si
se
tiene
presente
que,
pese
a
todo,
la
escuela,
y
en
especial
la
escuela
primaria,
está
destinada,
por
la
realidad
de
las
cosas,
a
asumir
responsabilidades
educativas
cada
día
más
vastas,
debido
a
la
innegable
insuficiencia
pedagógica
de
la
mayor
parte
de
las
familias
y
a
la
profunda
insensibilidad
educativa
del
normal
ambiente
social.
De
ahí
que
el
ocuparse
de
las
relaciones
existentes
o
que
puedan
existir
entre
el
escultismo
y
la
es-‐
cuela,
además
de
responder
a
la
necesidad
de
completar
nuestra
exposición,
tiene,
cuando
menos,
el
mérito
siguiente:
mostrar
interés
hacia
el
problema
de
la
escuela
y
suscitar
algunas
discusiones
útiles
y
productivas.
LOS
PROBLEMAS
DE
LAS
RELACIONES
ENTRE
ESCUELA
Y
ESCULTISMO
Más
de
una
vez,
en
el
transcurso
del
presente
trabajo,
se
han
señalado
las
profundas
divergencias
.que
separan
al
escultismo
del
tradicional
sistema
escolar.
Sin
duda
alguna,
el
interés
principal
del
fundador
del
escultismo
fue
precisamente
el
de
reaccionar,
de
manera
a
la
vez
firme
y
positiva,
contra
las
graves
deficiencias
que
él
veía
en
la
educación
oficial
de
su
país,
pero
no
obstante,
si
en
sus
escritos
son
muy
frecuentes
las
alusiones
violentamente
críticas
e
incluso
sarcásticas
dirigidas
a
la
escuela
tradicional,
es
necesario
reconocer
que
él
no
sobrevaloró
jamás
su
método;
jamás
creyó
que
éste
pudiera
suplantar
la
histórica
función
de
la
escuela,
ni
que
pudiera
representar
la
panacea
por
tantos
invocada
y
esperada
pacientemente.
Baden-‐Powell
no
se
cansó
de
repetir,
incluso
cuando
su
éxito
había
ido
mucho
más
lejos
de
lo
que
él
mismo
podía
esperar
y
había
superado
sus
más
optimistas
previsiones,
que
el
escultismo
sólo
podía
y
debía
ser
considerado
como
un
simple
medio
apto
para
completar,
o,
si
se
quiere,
para
rectificar
la
formación
recibida
en
la
escuela.
Es
deber
nuestro
recordar
estas
cosas
para
no
caer
en
el
peligro
—
que
puede
nacer
de
un
entusiasmo
demasiado
fácil
—
de
desnaturalizar
el
escultismo
llegando
a
considerarlo
lo
que
no
es.
La
crítica
dirigida
por
Baden-‐Powell
al
sistema
escolar
tradicional
se
dirige
hacia
dos
puntos
funda-‐
mentales.
Por
un
lado
le
acusa
de
ser
más
instrucción
que
educación,
grave
defecto
si
pensamos
que
para
una
gran
mayoría
de
chiquillos,
la
escuela
(y
especialmente
la
obligatoria)
resulta
ser
casi
el
úni-‐
co
medio
de
formación,
no
sólo
intelectual,
sino
también
moral
y
social.
Por
otro
lado,
afirma
que
este
sistema
tradicional,
al
basarse
sobre
concepciones
teóricas
apriorísticas,
no
tiene
debidamente
en
cuenta
las
naturales
exigencias
y
características
del
muchacho,
cosa
que
confirma
plenamente
la
gran
importancia
dada
a
los
manuales
y
a
las
lecciones
memorísticas,
y
el
general
desinterés,
por
no
decir
francamente
la
más
o
menos
profunda
aversión
que
todo
chiquillo
siente
hacia
la
escuela.
Asimismo,
también
la
figura
del
maestro
y
del
profesor
cae
bajo
las
críticas
de
Baden-‐Powell,
aun-‐
que
en
este
caso
es
necesario
reconocer
que
esta
crítica
se
nos
aparece
como
un
poco
forzada
y,
por
tanto
y
afortunadamente,
casi
nunca
responde
a
la
realidad
de
las
cosas.
A
todo
ello,
el
escultismo
opone
un
preponderante
interés
por
la
formación
del
carácter
de
los
muchachos
y
un
método
educativo
natural
que,
a
la
vez
que
se
adecúa
a
sus
fundamentales
exigencias,
no
elimina
el
esfuerzo
y
el
aliento
personal.
Todas
las
actividades
scouts,
como
ya
hemos
tenido
ocasión
de
ver,
e
incluso
las
más
específicamente
lúcidas,
lo
demuestran
con
toda
claridad.
Además,
es
evidente
que
el
escultismo,
junto
a
la
vida
familiar,
presupone
la
escolar.
Así
pues,
la
posibilidad
de
servir
de
complemento
a
una
y
otra
le
da
una
envidiable
independencia
que
quizá
justifique,
al
menos
en
parte,
su
éxito.
En
efecto,
no
puede
olvidarse
que
el
escultismo,
a
diferencia
de
la
escuela,
no
tiene
ninguna
exigencia
de
programas
ni
ninguna
meta
concreta
a
alcanzar,
sino
el
genérico
desarrollo
de
la
personalidad
de
cada
muchacho
en
particular.
Considero
por
ello
que
antes
de
enfrentamos
con
el
problema
de
qué
es
lo
que
el
escultismo
está
en
situación
de
ofrecer
al
mundo
de
la
escuela,
será
útil
examinar
las
relaciones
que,
de
hecho,
existen
entre
el
citado
método
y
la
escuela,
ya
que
casi
todos
los
lobatos
y
scouts
asisten
a
la
misma.
Como
observa
muy
justamente
H.
Bouchet
(Le
scoutisme
et
I'individualité),
en
Inglaterra,
donde
la
enseñanza
está
mucho
más
ligada
a
la
vida
misma
que
en
Francia
(y,
naturalmente,
que
en
Italia)
y
donde
desde
su
edad
infantil
los
muchachos
son
inducidos
a
experimentar,
de
manera
pueril
y
seria
a
la
vez,
la
vida
social,
las
dos
formas
de
educación
cooperan
mutuamente
sin
que
se
produzcan
interferencias.
En
cambio,
nuestra
situación
es
muy
distinta,
ya
que
en
Italia
14
reina
todavía
la
convicción
de
que
las
tareas
escolares
llenan
casi
completamente
la
vida
y
la
actividad
de
los
muchachos.
De
ahí
la
po-‐
sición
de
desconfianza
y
temor
característica
de
la
mayor
parte
de
maestros
y
educadores
hacia
toda
forma
de
actividad
extraescolar,
ya
que,
nótese
bien
tal
actitud
negativa
no
sólo
se
adopta
ante
el
escultismo,
sino
también
ante
otras
organizaciones
deportivas
o
religiosas.
De
ahí,
además,
el
terrible
hábito
de
exigir
de
los
muchachos
no
sólo
una
profunda
y
total
entrega
durante
las
muchas
horas
de
clase,
sino
también
los
numerosos
y
en
general
gravosos
deberes
para
casa,
que
se
van
acentuando
según
se
va
avanzando
por
la
carrera
escolar,
o
sea,
cuando
la
inteligencia
y
la
sensibilidad
juvenil
va
cubriéndose
paralelamente
hacia
intereses
y
problemas
que,
como
nos
enseña
la
experiencia,
muy
difícilmente
hallan
satisfacción
en
los
programas
de
las
materias
objeto
de
estudio.
Así
pues,
la
primera
causa
del
temor
que
anida
en
la
mente
de
los
maestros
e
incluso
en
la
de
mu-‐
chos
padres
—
y
que
impide
a
un
gran
número
de
muchachos
vivir
la
experiencia
scout
—
es
la
de
que
el
escultismo
disminuye
el
normal
rendimiento
escolar.
El
entusiasmo
y,
si
se
le
puede
llamar
así,
la
seriedad
con
que
el
nuevo
lobato
o
el
nuevo
scout
participan
rápidamente
en
las
actividades
de
la
manada
o
de
la
tropa
confirmarían
este
temor,
ya
que
según
esta
opinión
se
incrementan
la
fantasía
y
la
imaginación,
de
natural
ya
muy
desarrolladas
en
los
muchachos,
haciendo
problemática
y
mucho
más
difícil
su
atenta
aplicación
a
los
estudios.
Y
luego
la
experiencia
da
la
razón
en
ciertos
casos
a
esta
teoría,
ya
que,
en
efecto,
no
se
puede
negar
que
se
verifica
una
apreciable
disminución
del
rendimiento
escolar
de
un
muchacho,
sobre
todo
durante
los
primeros
meses
de
pertenecer
al
movimiento
scout,
cuando
la
novedad
de
la
experiencia
y
su
implícito
interés
ejercen
sobre
el
mismo
una
influencia
muy
fuerte.
Asimismo,
ello
puede
suceder
a
algún
guía
de
patrulla
que
se
tome
demasiado
a
pecho
su
función,
su
responsabilidad
y
su
cargo
de
jefe.
Pero
aunque
desde
este
punto
de
vista,
y
llevando
las
cosas
a
sus
últimas
consecuencias,
podría
llegarse
a
una
condena
del
escultismo,
si
proseguimos
guiándonos
por
la
experiencia
veríamos
como
ésta
desmiente
tal
actitud,
ya
que,
casi
siempre,
a
este
primer
período
de
desequilibrio,
le
sigue
uno
de
normalización,
durante
el
cual
el
muchacho
vuelve
a
su
normal
rendimiento,
e
incluso
se
puede
observar
que
muchas
veces
lo
supera
sensiblemente,
principalmente
por
lo
que
se
refiere
a
determinadas
materias.
Por
otro
lado,
quede
claro
que
si
un
muchacho,
ya
antes
de
ingresar
en
el
escultismo,
se
mostraba
refractario
y
opuesto
a
los
estudios,
muy
difícilmente
podrá
mejorar,
una
vez
entre
a
formar
parte
del
mismo,
a
menos
que
sus
deficiencias
fueran
causa
exclusivamente
de
su
falta
de
interés
y
de
su
insuficiente
voluntad.
Ciertamente,
sería
muy
interesante
poder
documentar
con
datos
estadísticos
auténticos
y
reales
todo
cuanto
se
ha
afirmado,
pero
creo
que
la
experiencia
de
muchos
jefes,
si
se
considera
con
aten-‐
ción,
no
puede
hacer
otra
cosa
sino
confirmar
lo
que
yo
he
dicho
basándome
en
mis
observaciones
personales.
Lo
que
sí
es
innegable
es
la
adquisición
por
parte
del
escolar
que
ha
ingresado
en
el
escultismo
de
una
mucho
mejor
actitud
moral,
tanto
por
lo
que
se
refiere
a
su
espíritu
de
disciplina,
cortesía
y
altruismo,
cuanto
por
lo
que
atañe
a
su
lealtad
hacia
sus
superiores
en
general
y
hacia
sus
profesores
en
particular.
14
A propósito de la situación escolar italiana, es preciso reconocer que, en estos últimos años, se está trabajando mucho para mejorarla tanto del punto
de vista de calidad cuanto del de cantidad. En particular, es interesante el intento de reforma de la Escuela Media Inferior que el «Centro Didattico
Nazionale», por encargo del Ministerio competente, está intentando en gran escala. Se trata, en efecto, de -na experiencia encaminada no sólo a poner en
práctica el principio constitucional de la «escuela para todos», sino también, a lograr una perfecta adecuación de este tipo de escuelas a las actuales exi-
gencias de los estudiantes y, en general, de toda la sociedad. Tal proyecto todavía está en la fase experimental.
Según
el
citado
libro
de
H.
Bouchet,
«todos
los
maestros
que
han
tenido
scouts
en
sus
clases
saben
que,
gracias
a
ellos,
el
espíritu
de
la
escuela
se
modifica
y
eleva»,
y
«los
directores
que
han
aceptado
la
adopción,
del
escultismo
en
las
escuelas
que
dirigen
han
podido
comprobar
siempre
cómo
se
elevaba
el
nivel
moral
de
los
escolares».
Así,
pues,
el
pertenecer
al
escultismo
no
influye
negativamente,
cuando
menos
de
una
manera
sensible,
sobre
la
vida
escolar
de
la
infancia,
a
excepción
de
casos
esporádicos
y
temporales.
Lo
que
suele
suceder
es
precisamente
lo
contrario.
¡Cuántas
veces,
en
efecto,
la
necesidad
de
hacer
un
«deber»
o
de
estudiar
una
lección
impide
la
regular
asistencia
a
las
reuniones
de
patrulla
o
tropa!
¡Cuántas
veces
el
desorganizado
horario
escolar
no
permite
la
asistencia
a
las
excursiones
de
fin
de
semana!
Y,
finalmente,
¡cuántas
veces
los
exámenes
de
septiembre
hacen
difícil,
por
no
decir
imposible,
la
presencia
en
el
campamento
de
verano,
sobre
todo
cuando
éstos,
debido
a
las
posibilidades
de
los
jefes
y
de
los
muchachos
que
trabajan,
deben
realizarse
en
agosto!
Si
además
se
añade
a
todo
ello
la
costumbre,
difícil
de
impedir,
de
muchos
padres
de
castigar
una
mala
nota
con
la
prohibición
de
participar
en
una
importante
actividad
de
manada
o
tropa,
se
podrá
comprender
fácilmente
la
desagradable
exactitud
de
mis
precedentes
afirmaciones.
Naturalmente,
con
todo
cuanto
he
dicho
no
quiero
afirmar
que
padres
y
maestros
ya
no
deben
preocuparse
de
la
situación
escolar
de
sus
hijos
o
alumnos
que
sean
scouts;
esto
sería,
además
de
absurdo,
traicionar
las
intenciones
de
Baden-‐Powell,
que
en
numerosas
ocasiones
insistió
sobre
la
necesidad
de
que
todo
muchacho
se
halle
a
gusto
en
el
cumplimiento
de
sus
deberes
de
escolar
y
de
que
«los
jefes
sepan
animar
a
sus
lobatos
o
scouts
en
sus
estudios,
demostrándoles
que
se
interesan
por
los
mismos
y
que
se
alegran
de
sus
progresos.
Además,
no
es
raro
el
caso
en
que
sea
el
mismo
jefe
el
que
aconseje
o
decida
la
suspensión
temporal
de
todas
las
actividades
scouts
de
un
muchacho,
ya
sea
como
castigo
—
cuando
pueda
probarse
una
falta
de
buena
voluntad—,
ya
sea
como
un
período
de
prueba
durante
el
cual
el
muchacho
deberá
demostrar
que
es
verdaderamente
digno
de
seguir
perteneciendo
al
movimiento.
Lo
importante
es
que
la
regularidad
de
frecuentación
de
las
actividades
scouts
no
se
vea
alterada
de
manera
excesiva
por
los
deberes
escolares,
ya
que
ello
significaría
—
además
de
la
inutilidad
de
la
pertenencia
del
muchacho
al
escultismo
—
la
aceptación,
por
parte
de
los
jefes,
de
un
motivo
de
desorden
y
de
desequilibrio
dentro
de
la
misma
estructura
de
las
patrullas
o
de
la
tropa.
Tal
como
están
actualmente
organizados
y
estructurados,
no
hay
duda
de
que
escuela
y
escultis-‐
mo
se
interfieren
en
lugar
de
cooperar
en
su
idéntica
labor
educativa,
y
si
se
piensa
que
el
escultismo
ha
sido
ideado
y
difundido
precisamente
para
ser
un
complemento
de
la
labor
escolar,
la
cosa
no
puede
por
menos
que
asombrar
y
preocupar
a
quienes,
de
verdad,
se
sienten
interesados
por
el
mismo.
Ante
tal
estado
de
cosas,
permítaseme
que
afirme
que
la
culpa,
si
puede
llamarse
así,
la
tiene
casi
siempre
la
escuela,
que
se
preocupa
demasiado
poco
del
chiquillo
y
del
muchacho
tal
como
en
verdad
es,
que
raramente
logra
cautivarlo,
y
que,
sobre
todo,
no
sabe
tener
en
cuenta,
y
mucho
menos
aprovechar
su
vida
extraescolar
que,
por
el
contrario,
tiene
la
posibilidad
de
influir
poderosamente
sobre
su
formación,
incluso
la
intelectual.
A
mi
entender,
todo
ello
puede
comprobarse
fácilmente
viendo
cómo
la
gran
mayoría
de
los
rovers
que
cursan
estudios
uni-‐
versitarios
lo
hacen
de
modo
muy
brillante,
ya
que
es
innegable
que
un
tipo
de
estudio
como
el
universitario,
que
se
ha
escogido
libremente
y
en
el
que
la
iniciativa
personal
tiene
una
importancia
verdaderamente
decisiva,
permite
poner
en
evidencia,
mucho
más
que
en
otro
tipo
cualquiera
de
escuela
inferior,
las
cualidades
de
seriedad
moral,
eficiencia
física
y
rapidez
intelectual,
características
de
la
educación
scout.
LO
QUE
PIDE
LA
ESCUELA
Y
LO
QUE
PUEDE
DAR
EL
ESCULTISMO
Evidentemente
no
hay
posibilidad
alguna
de
enfrentar
la
escuela
y
el
escultismo,
y
mucho
menos
por
lo
que
atañe
al
interés
y
a
los
gustos
de
los
muchachos,
ya
que,
como
sabemos,
se
trata
de
dos
medios
educativos
profundamente
distintos,
tanto
en
los
fines
que
se
proponen
cuanto
en
los
métodos
que
usan.
¡Sería
demasiado
fácil
para
el
escultismo
—en
el
que
el
juego
desempeña
tan
importante
papel
—
vencer
en
esta
contienda!
Pero
esta
misma
profunda
diversidad
permite
concebirlos
no
como
los
rivales,
sino
como
dos
métodos
educativos
complementarios,
puesto
que
ni
el
escultismo
puede
dar
la
cultura
y
la
instrucción
intelectual
que
facilita
la
escuela,
ni
ésta
la
formación
integral
de
la
personalidad
que
intenta
el
escultismo.
De
ello
se
deduce
que
una
mutua
colaboración
podría
ser
tan
eficaz
e
incluso
puede
considerarse
en
ciertos
casos
como
decididamente
necesaria.
Además,
la
«escuela
activa»,
a
través
de
la
cual
muchos
pedagogos
contemporáneos
han
buscado
la
manera
de
introducir
en
la
escuela
tradicional
los
principios
de
la
«nueva»
educación,
representa,
por
asi
decirlo,
el
fruto
de
exigencias
parecidas,
De
todas
maneras,
y
por
lo
que
se
refiere
a
este
tema,
es
necesario
ser
realistas
y
concretos;
demasiado
se
ha
hablado
en
el
mundo
de
la
educación
sin
que
nada
o
casi
nada
se
haya
llevado
a
la
práctica.
He
aquí
el
que
yo
no
crea
que
sea
conveniente
preparar
programas
y
proyectos
utópicos
dirigidos
a
la
realización
de
una
«escuela
scout»,
según
el
modelo
de
la
que
estructuró,
antes
de
la
última
contienda,
el
Padre
Sevin15
y
mucho
menos
en
Italia,
donde
todo
nuevo
experimento,
y
en
especial
los
que
tienen
lugar
en
el
terreno
pedagógico,
son
mirados,
casi
siempre,
con
sospechas
y
desconfianza.
El
problema
de
las
relaciones
entre
escultismo
y
escuela,
por
el
contrario,
puede
llevamos
a
consideraciones
y
situaciones
mucho
más
útiles
y
significativas.
Es
lo
que
ya
ha
sucedido
en
Francia,
donde
una
circular
ministerial
del
14
de
diciembre
de
1944
(véase
el
«Bulletin
Officiel
de
l’Éducation
Natio-‐
nale»)
precisa
que
el
escultismo
francés
está
oficialmente
reconocido
por
el
Ministerio
de
Educación
Nacional,
que
todas
las
Asociaciones
scouts
que
tengan
miembros
de
la
misma
en
una
escuela
pueden
utilizar
su
«periódico
mural»,
y
que
las
dos
Asociaciones
libres
(no
confesionales)
pueden,
con
la
ayuda
de
la
Administración
escolar,
fundar
unidades
en
las
escuelas.
También
en
Francia
existe
un
Comisario
scout
encargado
de
las
relaciones
oficiales
del
escultismo
con
los
diversos
organismos
que
se
ocupan
dela
enseñanza;
y,
a
iniciativa
del
Ministerio
competente,
se
organizan
«Jornadas
de
Información.»
sobre
escultismo,
a
las
que
son
invitados
profesores
y
maestros.
A
mi
entender,
son
dos
las
consideraciones
que
deben
hacerse
ante
esa
situación.
Primero:
frente
a
la
crisis
de
la
escuela
contemporánea,
reconocida
por
todos,
el
escultismo
puede
representar
una
ayuda
inmediata
para
superar
sus
más
evidentes
y
graves
defectos.
Segundo:
el
escultismo
está
en
situación
de
dar,
gracias
a
su
ya
larga
experiencia,
algunos
útiles
consejos
a
quienes
tienen
a
su
cargo
la
responsabilidad
de
la
educación
nacional
italiana.
En
ambos
casos,
trátase
de
puntualizar
qué
necesita
la
escuela
y
qué
puede
darle
el
escultismo.
En
cuanto
al
primer
punto,
sería
muy
interesante
profundizar
en
el
análisis
de
la
crisis
de
nuestra
escuela,
pero
no
creo
que
ésta
sea
la
ocasión
más
propicia
para
hacerlo.
Baste
tener
presente,
por
un
lado,
todo
cuanto
llevamos
dicho
a
lo
largo
del
presente
capítulo,
y,
por
otro,
reconocer
que
la
exigencia
más
sentida,
tanto
en
la
escuela
primaria
como
en
la
media
(tal
como
están
estructuradas
15
El Padre Sevin, en efecto, preparó un esquema de escuela en tres cursos, muy parecido a la École des Roches, en el que, además de la estructura de la tropa y de la
ley, también las materias que enseñar tenían no escasos puntos de contacto con las pruebas de clase y con las especialidades del escultismo.
en
la
actualidad),
es
la
de
encontrar
fuera
de
ellas,
o
sea,
en
el
ambiente
en
que
vive
el
muchacho,
un
más
decidido
apoyo
a
su
labor
educativa,
cuyos
problemas
superan
en
mucho,
casi
siempre,
los
escasos
medios
de
que
se
dispone.
Quiero
decir
que
si
bien
es
verdad
todo
cuanto
se
ha
indicado
sobre
la
incapacidad
de
la
escuela
para
ser
algo
más
que
una
simple
instrucción,
también
es
verdad
que,
muchas
veces
al
menos,
ello
viene
aumentado
por
la
falta
de
correspondencia
educativa
en
el
ambiente
extraescolar.
Por
ejemplo,
¿qué
puede
hacer
un
maestro
o
un
profesor
ante
un
alumno
cuya
desgana
demuestra
insuficiente
educación
física,
cuyo
carácter
huraño
o
cuyo
frecuente
mal
humor
son
indicios
evidentes
de
inadaptación
social,
o
cuyo
escaso
rendimiento
es
fruto
indiscutible
de
su
incapacidad
para
ordenarse
y
organizarse
en
el
horario
cotidiano?
Las
más
de
las
veces
debe
contentarse
con
guardar
para
sí
sus
propias
observaciones
o,
en
el
mejor
de
los
casos,
con
comunicar
sus
impresiones
y
juicios
a
los
padres,
sabiendo
de
antemano
que
muy
difícilmente
serán,
o
podrán
ser,
tomadas
en
la
debida
consideración.
Y
a
este
propósito,
además,
me
parece
de
justicia,
y
útil
también,
reconocer
que
si
bien
existen
algunos
ejemplos
de
maestros
y
profesores
que
están
muy
lejos
de
sentir
preocupaciones
auténticamente
educativas
y
que
conciben
la
escuela
como
una
ocupación
profesional
cualquiera
que
se
termina
con
las
lecciones
explicadas
mecánicamente
(ejemplos
que,
desgraciadamente,
van
aumentando,
no
siempre
por
culpa
de
los
propios
interesados),
la
mayoría
de
ellos
—
y
de
modo
particular
entre
los
maestros
—
siente
todavía
vivo
en
su
interior
aquel
ideal
educativo
que
les
condujo
a
abrazar
su
profesión.
Asimismo,
estoy
plenamente
convencido
—
y
me
apoyo
en
experiencias
concretas
—
de
que
nadie
siente
más
que
maestros
y
profesores
el
malestar
ante
la
imposibilidad
de
actuar
más
profunda
y
seriamente.
Pero
todavía
hay
más,
ya
que
también
tiene
gran
importancia
el
grave
problema
de
la
preparación
pedagógica
y
psicológica
de
los
miembros
del
magisterio.
En
verdad
no
es
ningún
descubrimiento
sensacional
el
afirmar
que
tanto
los
profesores
de
enseñanza
media
cuanto
los
maestros
de
la
prima-‐
ria
(aunque
quizás
en
proporción
ligeramente
inferior)
están
faltos
de
una
tal
preparación.
¿Se
ha
pensado
seriamente
en
lo
grave
que
es,
por
ejemplo,
el
que
un
joven
profesor
de
literatura
o
de
matemáticas
ignore
casi
totalmente
incluso
los
más
sencillos
problemas
pedagógicos
y
psicológicos
y,
por
tanto,
en
su
función
educativa
tenga
que
confiar
solamente
en
su
sentido
común
y
en
lo
que
por
ahí
se
dice?
Ello
explica,
al
mismo
tiempo,
las
innegables
contradicciones,
con
que
tropiezan
no
pocos
profesores,
que
son
las
que
hemos
podido
ver
en
el
análisis
que
estamos
llevando
a
cabo:
por
un
lado,
ellos
sienten
la
insuficiencia
educativa
de
la
escuela
y
la
necesidad
imperiosa
de
superarla,
pero,
por
otro
lado,
no
son
capaces
de
librarse
de
los
principios
tradicionales
—que
no
hace
mucho
hemos
denunciado
—
según
los
cuales
la
escuela
lo
es
todo.
Ahora
bien,
y
ante
esta
compleja
situación
de
hecho,
¿qué
puede
ofrecer,
en
la
actualidad,
el
escultismo?
Yo
creo
que
son
dos
las
respuestas
posibles.
Primeramente,
el
escultismo
está
en
situación
de
ofrecer
el
ambiente
extraescolar,
capacitado
para
sostener
y
fijar
la
labor
de
la
escuela
y
del
profesor
o
maestro;
en
segundo
lugar,
lo
claro
de
sus
principios
y
la
sencillez
de
sus
métodos
pueden
ayudarles
fácilmente
a
profundizar
y
a
resolver
los
más
importantes
problemas
educativos
que
continuamente
les
plantea
la
práctica.
Quizás
estas
dos
afirmaciones
pueden
parecer
gratuitas
o
excesivamente
optimistas,
pero
es
sufi-‐
ciente
para
darse
cuenta
de
lo
contrario,
comprobar
el
hecho,
que
me
parece
innegable,
de
que
las
dificultades
y
los
principales
problemas
educativos
presentes
en
los
muchachos
de
edad
escolar
radican
en
el
desequilibrio
resultante
entre
las
exigencias
que
podríamos
llamar
sociales
(entre
las
que
debemos
incluir,
también,
los
programas
de
estudio)
y
las
que
nacen
espontáneamente
de
la
naturaleza
y
del
desarrollo
psíquico
del
muchacho.
Desequilibrio,
por
ejemplo,
entre
su
innato
deseo
de
aventura
y
de
movimiento
y
la
tranquilidad
y
prudencia
a
que
le
obligan
padres
y
maestros;
entre
su
inclinación
a
formarse
libremente
una
sociedad
o
un
ambiente
propio
y
la
imposición
exterior
de
una
y
otro;
entre
su
profunda
necesidad
de
no
sentir
como
extraño,
o
todavía
peor,
como
hostil,
el
mundo
de
los
adultos
y
la
figura
esencialmente
autoritaria
del
único
adulto,
el
profesor
o
maestro
que
de
él
se
ocupa.
Y
los
ejemplos
podrían
multiplicarse,
pero
¿quién
no
se
da
cuenta
que
el
escultismo
se
ocupa
de
todo
ello?
De
ahí
su
función,
que
me
parece
extremadamente
simple
y
clara,
de
devolver
al
muchacho
el
perdido
equilibrio.
En
otras
palabras,
yo
creo
que
situar
junto
a
la
escuela
el
escultismo
(u
otra
cosa
parecida,
ya
que,
entiéndase
bien,
el
escultismo
es,
tan
sólo
un
método
educativo
extraescolar,
aunque,
eso
sí,
un
método
completo
y
óptimamente
experimentado)
significa
poner
a
la
mayoría
de
muchachos
en
la
mejor
situación
posible
no
sólo
para
soportar
la
labor
escolar,
sino
para
desarrollarla
con
interés
y
voluntad.
Si
luego
se
añadieran
ciertas
modificaciones-‐
de
horarios
y
métodos
de
enseñanza
—
de
las
que
hablaremos
próximamente
—
y
se
llegara
a
una
estrecha
colaboración
entre
maestros
y
jefes
scouts,
el
éxito
sería
total.
Finalmente,
y
por
lo
que
respecta
a
la
segunda
de
mis
afirmaciones,
se
puede
decir
que
la
sola
lec-‐
tura
de
las
principales
obras
de
Baden-‐Powell,
tan
simples
y
atractivas,
nos
permite
profundizar
de
manera
viva
y
concreta
el
conocimiento
del
muchacho
y,
a
la
vez,
las
funciones
de
toda
labor
educati-‐
va.
De
ahí
la
necesidad
que
tiene
el
escultismo
de
hacer
conocer
sus
principios
y
sus
métodos
en
el
ambiente
escolar
calificado,
cosa
que,
además,
podría
proporcionar
no
tan
sólo
una
mayor
difusión
del
escultismo
mismo,
sino
también
un
reclutamiento
de
jefes
entre
las
filas
de
los
maestros
y
profesores,
con
las
ventajas
que
no
es
difícil
prever16
.
16
No hay duda alguna, en efecto, de que la mayor disponibilidad de tiempo de maestros y profesores representa una condición extremadamente óptima para asumir
responsabilidades educativas en el ámbito del escultismo, pero existe en contra el gravísimo problema de la insuficiencia de su presupuesto, cuya nefasta influencia
social cada día se nota más
LA
DIRECTA
APORTACIÓN
DEL
ESCULTISMO
A
LA
ENSEÑANZA
El
apartado
anterior
nos
lleva
a
enfrentamos
con
el
segundo
punto
que
hemos
indicado
como
re-‐
sultado
posible
de
una
positiva
relación
del
escultismo
con
la
escuela,
ya
que
la
aportación
que
ello
pudiera
dar
supera
los
límites,
ya
de
por
sí
útilísimos,
de
una
labor
de
apoyo
lateral,
sobre
todo,
en
aquellos
casos
en
que
su
proceso
de
penetración
en
la
escuela
ya
ha
sido
iniciado.
Descartando,
como
se
ha
indicado
antes,
toda
forma
de
auténtica
y
verdadera
escultismación
de
la
escuela
(por
ejemplo,
la
adopción
de
la
ley
como
base
de
la
disciplina
escolar,
o
del
sistema
de
patrullas
como
fundamento
de
su
estructura,
cosa
que
suscitaría
gravísimos
problemas
no
sólo
de
carácter
práctico),
pienso,
en
cambio,
que
sería
posible
intentar
algunas
de
las
transformaciones
internas
de
la
escuela
propuestas,
en
el
fondo,
por
el
escultismo.
Se
trata,
en
todo
caso,
de
transformaciones
que
no
requieren
una
total
revolución
en
el
campo
escolar,
cosa
que
quizá
con
razón
asustaría
a
mucha
gente,
sino
de
transformaciones
que,
pese
a
su
sencillez,
parecen
capaces
de
superar
con
éxito
muchas
de
las
deficiencias
actuales.
Precisamente
en
este
carácter
radica
su
mayor
valor
y
su
aspecto
más
interesante.
En
primer
lugar,
parece
indiscutible
que
ya
ha
llegado
el
momento
de
proceder
a
una
revisión
del
horario
escolar
y,
sobre
todo,
de
su
calendario,
tanto
para
distribuir
de
manera
más
lógica
los
perío-‐
dos
de
reposo
—
necesarios
a
alumnos
y
profesores
—,
cuanto
para
evitar
la
larga
interrupción
ve-‐
raniega
que,
además
de
hacer
olvidar
tantas
cosas,
hace
perder
el
hábito
al
esfuerzo
que
con
tantas
dificultades
se
ha
adquirido
durante
el
curso.
Ello
comportaría,
naturalmente,
una
revisión
del
sistema
de
exámenes
y
de
promociones
de
clase,
pero
debo
manifestar,
con
satisfacción,
que
cada
día
es
más
popular
el
criterio
—
tanto
en
la
opinión
pública,
cuanto
en
los
proyectos
y
las
intenciones
de
los
responsables
—
sobre
la
conveniencia
de
limitar
al
máximo
los
primeros
y
estructurar
las
segundas
en
una
sesión
única,
cosa
que
concuerda
perfectamente
con
las
precedentes
observaciones.
En
segundo
lugar,
creo
que
tendría
incalculable
importancia
la
adopción,
en
el
actual
sistema
de
enseñanza,
de
la
tan
característica
tendencia
del
escultismo
a
la
exploración.
Tendencia
a
la
exploración
significa,
en
este
caso,
la
eliminación
de
un
sistema
de
enseñanza
esencialmente
pasivo
y
la
utilización
pedagógica
del
sentimiento
innato
en
los
muchachos
para
descubrir
el
mundo
de
sus
deseos,
o
sea,
para
adueñarse,
con
sus
solas
fuerzas,
de
todo
cuanto
los
rodea.
La
experiencia
del
escultismo
—
y,
naturalmente,
no
sólo
la
suya
—
demuestra
con
creces
que
el
deseo
de
aprender
innato
en
todo
hombre,
en
todo
joven
más
aún,
no
puede
hallar
satisfacción
en
aceptar
pasivamente
todo
lo
que,
de
una
manera
definida,
se
le
ofrece
desde
el
exterior;
en
efecto,
¿quién
no
ha
experimentado
en
su
juventud
o
no
ha
comprobado,
luego
en
sus
hijos
o
en
sus
más
pequeños
amigos,
que
una
idéntica
noción,
primeramente
rehusada
al
ser
presentada
como
un
dato,
ha
sido
más
tarde
entusiásticamente
asimilada
al
ser
fruto
de
una
personal
investigación
o
de
un
descu-‐
brimiento
propio?
Esta
observación,
además,
queda
confirmada
por
los
constantes
roces
entre
las
viejas
y
nuevas
generaciones:
las
primeras
pretenden
que
las
segundas
deben
aceptar
sin
discusión
los
resultados
a
que
ellas
han
llegado,
mientras
que
las
segundas
quieren
alcanzarlos,
en
todo
caso,
por
cuenta
propia,
y
quieren
tener
la
libertad
de
rehusarlos
o
modificarlos.
Por
otra
parte,
no
me
parece
demasiado
difícil
insertar
esta
actitud
de
exploración
o
descubrimiento
en
las
principales
materias
escolares;
al
menos,
por
lo
que
se
refiere
a
algunas
de
ellas
(que,
es
conveniente
reconocerlo,
son
precisamente
las
que
los
muchachos
consideran
más
enojosas
y
antipáticas)
la
cosa
debería
resultar
bastante
fácil.
Me
refiero,
por
ejemplo,
a
la
historia,
la
geografía,
la
geometría,
la
aritmética,
el
lenguaje
y
las
ciencias
naturales,
consideradas
tanto
para
la
escuela
primaria
como
para
la
enseñanza
media.
Pero
incluso
otras
materias,
que
a
primera
vista
pueden
parecer
más
reacias
a
una
tal
innovación,
sacarían
gran
provecho
de
la
misma:
la
física,
la
filosofía
y
la
misma
literatura
ya
no
serían
concebidas
como
una
enojosa
lista
de
pensamientos
o
de
descubrimientos
faltos
de
sentido
y,
por
tanto,
de
vida,
sino
que
representarían
un
entablar
conocimiento
con
problemas
siempre
fundamentales
para
el
hombre.
A
ello
debe
añadirse,
principalmente
por
lo
que
hace
referencia
a
la
enseñanza
media,
la
visita
a
establecimientos
industriales,
laboratorios
científicos,
organizaciones
comerciales,
etc.,
y
las
encuestas
prácticas
sobre
determinados
problemas,
cosa
que,
estructurada
de
manera
orgánica,
podría
representar
una
útilísima
ayuda
a
la
afición
personal
por
profundizar
cada
vez
más
en
los
estudios,
y
tendría,
quizá,
la
posibilidad
de
disminuir
la
distancia
que
siempre
ha
existido
entre
la
vida
por
un
lado
y
la
escuela
por
el
otro.
Todo
ello
nos
llevaría,
como
puede
comprenderse
fácilmente,
a
una
revisión
de
los
programas
de
cada
materia,
pero,
¿quién
no
estaría
de
acuerdo
con
la
eliminación
de
los
mismos
de
todos
aquellos
inúties
detalles
de
erudición
que
parece
que
sólo
estén
allí
para
olvidarlos
lo
más
rápidamente
posible?
En
tercer
lugar,
cosa
que
me
parece
que
está
en
estrecha
relación
con
cuanto
llevamos
dicho,
sería
de
desear
que
la
enseñanza
media
permitiera,
y
mejor
aún,
favoreciera
una
más
decidida
orientación
de
los
gustos
y
de
las
preferencias
de
cada
estudiante,
tanto
para
servir
de
orientación
profesional
—
por
rudimentaria
e
incompleta
que
fuera
—,
cuanto
para
eliminar
el
triste
espectáculo
de
una
nota
media
uniformemente
baja
(todo
«seis»),
que
es
uno
de
los
índices
más
claros
de
la
actual
crisis
escolar.
Para
obtener
este
resultado
existen
innumerables
medios,
pero
no
es
ahora
el
momento
de
estudiarlos;
piénsese,
tan
sólo,
que
podrían
ir
desde
la
libre
elección
de
una
o
dos
materias
que
cada
estudiante
consideraría
fundamentales
para
su
formación,
al
reconocimiento
oficial,
por
medio
de
diplomas
o
algo
parecido,
de
las
específicas
especialidades
adquiridas.
En
cuarto
lugar,
la
posición
y
la
función
del
profesor
y
las
relaciones
que
tienen
que
establecerse
entre
los
estudiantes.
Punto
difícil
éste,
ya
que
no
es
fácil
alcanzar
el
justo
equilibrio
entre
las
inelu-‐
dibles
exigencias
de
disciplina
y
autoridad,
por
un
lado,
y,
por
el
otro,
la
también
ineludible
necesidad
de
que
el
profesor,
en
el
plano
afectivo,
representa
para
el
alumno
algo
más
que
un
experto,
quizás
un
poco
maniático,
que
la
escuela
—
o
la
sociedad,
si
se
quiere
—
le
obliga
a
respetar.
Desde
este
punto
de
vista,
lo
ideal
sería
(afirmación
quizás
un
poco
osada)
la
transformación
del
profesor
en
jefe,
con
todas
las
consecuencias
que
ello
comportaría.
Pero,
por
encima
del
uso
de
una
denominación
que
aunque
muy
atractiva
puede
ser
juzgada
como
desproporcionada
e
inconveniente,
queda
en
pie
la
profunda
necesidad
de
que
el
profesor
sepa
comunicar
—
adquiriendo
en
mayor
grado
el
carácter
de
educador
y
a
través
de
un
más
directo
e
inmediato
contacto
con
sus
alumnos
—
sus
experiencias
de
vida
cultural
y
social
y
sepa
conquistar
la
autoridad
que
conviene
a
sus
funciones,
juntamente
con
el
amor
y
la
admiración
que
los
muchachos
están
prestos
a
dar,
siempre,
a
todo
aquel
que
los
merece.
Podríamos
repetir
ahora
todo
cuanto
hemos
dicho
a
propósito
del
guía
de
patrulla,
ya
que,
con
las
salvedades
pertinentes,
muchas
de
sus
cualidades
y
de
sus
facultades
serían
de
gran
provecho
en
el
fondo
para
el
profesor-‐educador.
A
ello
debemos
añadir
que
una
inédita
atmósfera
de
colaboración
y
de
estimación
recíproca,
así
obtenida,
podría
favorecer
el
desarrollo
de
un
profundo
espíritu
de
amis-‐
tad
entre
todos
los
alumnos
de
una
clase,
tan
difícil
de
obtener
en
la
actualidad,
lo
que,
además
de
permitir
la
solución
de
importantes
problemas
educativos
(relacionados
con
la
formación
social
de
los
muchachos),
representaría
una
utilísima
premisa
a
la
educación
del
sentido
comunitario,
base,
como
todo
el
mundo
sabe,
de
las
cada
día
más
apreciadas
empresas
y
realizaciones
de
tipo
práctico.
En
fin,
que
parece
evidente
que
el
escultismo
puede
prestar
útiles
indicaciones
y
servicios
a
las
escuelas
de
tipo
tanto
profesional
como
industrial
o
agrícola.
En
todo
caso,
trátase
de
aprovechar
como
método
de
enseñanza
el
sistema
scout
de
las
especialidades,
y,
como
preparación
para
la
vida
del
futuro
obrero,
todo
el
sistema
educativo
scout,
a
la
manera
como
ya
lo
han
hecho,
con
pleno
éxito,
algunas
escuelas
inglesas.
Pero,
para
terminar,
quiero
insistir,
todavía,
sobre
el
sentido
exacto
de
mis
palabras,
para
evitar
malentendidos.
En
efecto,
todo
cuanto
he
escrito
en
el
presente
capítulo
no
tiene
otra
intención
sino
demostrar,
una
vez
más,
la
actualidad
de
un
método
educativo
que
ha
superado
ya
la
etapa
inicial,
y
hacer
reflexionar
incluso
a
los
más
escépticos
sobre
la
posibilidad
concreta
que
aún
existe
de
revisar
la
estructura
de
la
escuela
italiana
y
los
principios
sobre
los
cuales
se
funda.
Pero,
por
lo
mismo,
ello
no
significa
que
deba
afirmarse
que
el
escultismo
sea
el
único
medio,
y
el
mejor,
para
resolver
los
principales
problemas
educativos
actuales,
cosa
que,
naturalmente,
sería
ingenuo
y
vano
esperar.
Además,
la
experiencia
de
otras
personas
y
mía
de
que
el
escultismo
tiene
también
el
mérito
de
preparar
de
manera
seria
y,
sobre
todo,
válida
desde
un
punto
de
vista
pedagógico
a
los
profesores
y
maestros,
me
ha
convencido
del
interés
o,
cuando
menos,
de
la
legitimidad
de
las
observaciones
y
reflexiones
que
acabo
de
formular.
CAPÍTULO
XII
17
Esta afirmación queda confirmada por el hecho de que la gran mayoría de los educadores franceses reunidos en 1955 en la conferencia de estudios de Jaudeville,
provenía del escultismo. Por lo que se refiere a Italia, baste recordar la personalidad de Albertina Negri, perteneciente también al escultismo, que desde hace muchos
años dedica, en la Ciudad de los muchachos de Olgiate Calco, sus mejores energías a este problema.
psíquico
que
sufren
y
por
el
deseo
instintivo
de
compartir
con
los
demás
riesgos
y
peligros.
De
ahí
que,
incluso
la
banda
o
el
grupo
«
debe
contentarse
con
ofrecer
juegos
y
aventuras
(no
imprudentes)
que
correspondan
al
gusto
superficial
por
el
riesgo,
que
no
es
otra
cosa
sino
una
simple
inyección
de
la
vitalidad
presente
en
todos
los
jóvenes
—
y
sobre
todo
en
todos
aquellos
que
en
seguida
padecen
traumas
afectivos
—,
junto
a
su
profundo
deseo
de
seguridad»
(H.
Joubrel,
obra
citada).
A
todos
ellos
debemos
añadir
aún
la
posibilidad
que
tiene
una
banda
para
satisfacer
la
predilección
de
los
muchachos
por
el
secreto
y
por
el
siempre
presente
mundo
del
honor;
el
jefe
o
el
rover,
si
saben
actuar
con
tacto
y
sensibilidad,
pueden
conseguir
que
estas
dos
tendencias
sean
más
equilibradas
y
normales,
y
para
convertirlas
en
inofensivas
para
su
adaptación
social.
Luego,
su
acción
reeducativa
habrá
alcanzado
una
meta
suficientemente
importante,
cuando
haya
logrado
hacer
comprender
a
los
miembros
de
la
banda
que
pueden
convertirse
en
agentes
de
la
justicia
social
—
la
justicia
que
ellos
siguen
sin
reconocer
—
y,
sobre
todo,
cuando
haya
podido
dirigir
el
honor
de
la
banda
hacia
el
servicio
de
los
pobres,
débiles,
infelices,
etc.
En
fin,
que
la
experiencia
educativa
scout
está
dispuesta
para
soportar
y
comprender
a
fondo
to-‐
das
las
necesidades
emotivas
y
sentimentales
de
que
dan
pruebas
estos
muchachos
y
que
se
deben,
por
lo
general,
a
una
falta
efectiva.
Y
es
necesario
que
tanto
el
educador
como
la
banda
que
han
logrado
formar,
sepan
en
cierto
sentido
compensar,
consciente
e
inconscientemente
las
frustraciones
de
que
han
sido
víctimas.
Asimismo,
y
por
lo
que
respecta
a
los
desórdenes
del
carácter,
el
escultismo
—
mejor
todavía,
la
mentalidad
y
la
experiencia
educativa
scout
—
puede
hacer
mucho,
ya
que
estos
muchachos
suelen
padecer
una
frustración
afectiva
debida
a
una
disociación
familiar
o
a
determinadas
situaciones
ambientales,
frustración
que
les
conduce
precisamente
a
la
convicción
de
ser
unos
incomprendidos.
La
vida
scout,
con
la
gran
libertad
que
en
ella
domina,
con
la
presencia
de
seductores
elementos
fantásticos
y
con
un
conjunto
de
actividades
auténticamente
interesantes,
puede
tener
sobre
ellos
una
influencia
decisiva.
Escribe
el
citado
H.
Joubrel:
«Se
puede
afirmar
que
en
todo
grupo
scout
se
encuentra
cierto
número
de
muchachos
que,
si
se
les
obligara
a
vivir
continuamente
en
su
ambiente
o
a
someterse
a
las
violencias
habituales
sufridas
por
compañeros
de
su
misma
edad,
agravarían
los
conflictos
familiares
o
cometerían
actos
merecedores
de
sanciones
penales.
El
escultismo
ejerce
en
ellos
una
función
preventiva.
En
él
hallan
una
sociedad
pensada
a
su
medida,
un
campo
de
acción
adecuado
a
su
propia
inadaptación,
y
una
fraternidad
afable
y
atenta,
en
la
que
ellos
pueden
mostrarse
bajo
una
luz
totalmente
nueva,
reformarse
olvidando
el
pasado,
descubrirse
y,
sobre
todo,
actuar».
Éste
es
el
caso,
por
ejemplo,
de
los
inestables
psicomotores,
para
los
que
las
innumerables
y
diversas
actividades
del
escultismo
son
un
medio
excelente
de
fijar
su
atención;
de
los
paranoicos
ávidos
de
mando,
para
los
cuales
la
responsabilidad
asumida
en
el
interior
de
una
patrulla
o
la
misma
función
del
guía
de
patrulla
sirve
para
sublimar
sus
instintos;
de
los
impulsivos,
cuya
agresividad
se
canaliza
en
las
actividades
violentas
presentes
en
el
escultismo
y
se
supera
con
el
espíritu
de
camaradería;
de
los
depresivos,
apáticos
y
melancólicos,
los
cuales,
al
participar
en
la
vida,
van
reconquistando
poco
a
poco
la
confianza
en
sí
mismos
y
en
la
vida,
y
adquiriendo
actividad;
de
los
hiperemotivos,
de
los
perversos,
etcétera,
que
encuentran
en
el
escultismo
otros
tan-‐
tos
medios
de
reeducación.
Quede
claro,
no
obstante,
que
en
todos
y
cada
uno
de
estos
casos
se
corre
siempre
el
peligro
de
acentuar
la
inadaptación
familiar,
en
el
sentido
de
que
la
comparación
entre
los
dos
ambientes
es
desfavorable
al
familiar.
Por
ello
tiene
tanta
importancia
que
el
jefe
scout
se
preocupe
a
fondo
de
intentar
una
auténtica
y
verdadera
psicoterapia.
De
todas
maneras,
para
que
el
escultismo
pueda
representar
una
fuerza
real
y
determinante
—
tanto
en
el
caso
de
los
muchachos
inadaptados
ambientales,
cuanto
en
los
irregulares
de
carácter—,
es
necesario
que
no
sólo
los
jefes
del
movimiento
se
interesen
por
estos
problemas
y
se
esfuercen
en
profundizar
su
específica
preparación,
sino
que
a
la
vez
se
proceda
a
una
completa
labor
de
investigación
y
de
control,
por
parte
de
asistentes
sociales,
médicos,
sacerdotes,
maestros,
psicólogos
y,
quizá
también,
agentes
de
policía,
de
manera
que
todos
los
casos
peligrosos
se
señalen
e
indiquen
con
tiempo
oportuno.
A
este
respecto
sería
de
desear
la
institución
en
todas
las
ciudades
y
localidades
donde
funciona
el
movimiento
scout,
de
un
conveniente
centro
de
enlace
y
clasificación.
EL
ESCULTISMO
EN
LOS
INSTITUTOS
Y
CENTROS
DE
REEDUCACIÓN
Desgraciadamente,
muchas
veces
es
necesario
el
internar
a
estos
muchachos
difíciles
en
Institutos
o
Centros
de
reeducación;
absolutamente
inevitable
en
todos
los
casos
en
que
su
comportamiento
haya
adquirido
un
específico
carácter
antisocial.
Por
lo
demás,
es
de
todos
bien
conocido
—
por
las
innumerables
crónicas
periodísticas
—
y
ampliamente
demostrado
por
el
número
cada
día
mayor
de
muchachos
internados,
cuán
frecuentes
son
los
casos
de
delincuentes
menores
de
edad.
Cuando,
a
consecuencia
de
actos
y
actitudes
antisociales,
un
muchacho
es
considerado
como
peligroso
para
la
sociedad
y,
principalmente,
cuando
se
ha
demostrado
que
tiene
una
predisposición
para
la
delincuencia,
el
Tribunal
de
Menores
o
los
Centros
medicopsicológicos
lo
confían
a
uno
de
los
numerosos
centros
de
reeducación
para
menores,
que
tienen
la
doble
finalidad
de
defender
la
sociedad
y
de
intentar
la
reeducación
de
sus
pupilos
y
su
readaptación
al
ambiente.
Esta
segunda
finalidad
está
plenamente
justificada
por
el
hecho
de
que,
en
la
gran
mayoría
de
casos,
se
trata
de
muchachos
extraviados
por
influencias
familiares
y
ambientales
que
posiblemente
pueden
ser
superadas,
o
incapaces
de
comprender
y
querer
a
causa
de
auténticas
y
verdaderas
deficiencias
fisicopsíquicas
que
pueden
ser
oportunamente
curadas.
Por
desgracia,
en
Italia,
el
problema
de
la
estructura
y
del
criterio
pedagógico
de
estos
centros
está
muy
lejos
de
haber
sido
resuelto,
como
lo
demuestra
su
carácter
casi
exclusivo
de
«cárceles
para
menores».
Por
ello,
al
lado
de
la
acción
reformadora
de
la
misma
legislación
italiana
(que,
aunque
lentamente,
se
está
llevando
a
cabo)
y
de
sus
concretas
aplicaciones,
sería
muy
útil,
por
no
decir
necesaria,
la
intervención
auxiliar
de
ciudada-‐
nos
privados
y
de
entidades
educativas
particularmente
sensibles
a
este
grave
problema.
Y
de
ahí
el
que
me
parezca
éste
un
campo
muy
adecuado
al
es-‐
cultismo
y,
en
particular,
al
roverismo,
que
podría
encontrar
en
él
una
óptima
manera
de
realizar
su
lema:
Servir.
Entre
los
Institutos
y
centros
de
reeducación,
se
impone,
de
todas
maneras,
hacer
una
distinción
—
proveniente
de
otros
países,
como
Inglaterra
o
Estados
Unidos,
y
que
está
penetrando
en
Italia
—
que
está
destinada
a
tener
una
aplicación
cada
vez
más
vasta;
me
refiero
a
la
distinción
entre
Institutos
cerrados
de
tipo
esencialmente
tradicional
—
cuya
estructura
es,
generalmente,
la
de
cárceles
adaptadas
a
menores
—
e
Institutos
abiertos,
en
los
cuales,
por
el
contrario,
se
buscan
nuevos
caminos
para
alcanzar
una
más
profunda
reeducación.
Un
ejemplo
de
estos
últimos,
puede
ser
el
Instituto
de
Tívoli,
uno
de
los
primeros
de
Italia,
en
el
cual
están
internados
unos
sesenta
muchachos,
divididos
en
grupos-‐
familia
bajo
la
directa
influencia
de
un
número
suficiente
de
educadores.
Analizar,
ahora,
de
manera
particular
el
problema
interno
de
estos
Institutos
sería
muy
largo
y
se
saldría
de
nuestro
tema.
Limitémonos
a
señalar
las
posibilidades
que
tiene
el
escultismo
para
penetrar
y
asumir
un
papel
importante
en
los
mismos.
Por
lo
que
se
refiere
a
los
Institutos
cerrados
es
muy
difícil
la
penetración
del
escultismo
—
como
organización
completa
o
como
aplicación
de
algunos
de
sus
métodos
—,
ya
que
si
por
un
lado
la
estructura
misma
del
Instituto
impide
la
actuación
del
sistema
de
patrullas,
la
práctica
de
vida
al
aire
libre
y
de
las
técnicas
más
interesantes,
por
el
otro
es
necesario
reconocer
que
el
escultismo
sería
juzgado
y
aceptado
por
los
muchachos
exclusivamente
como
una
diversión,
como
un
medio
de
evasión
física
y
psíquica,
cosa
que
le
quitaría
casi
todo
su
valor
educativo.
Muy
distinto
es,
por
el
contrario,
el
caso
de
los
Institutos
abiertos,
en
los
que
el
escultismo
puede
entrar
como
uno
de
los
medios
ofrecidos
a
los
muchachos
para
distraerse,
divertirse
y
trabajar.
En
este
caso,
los
muchachos
tendrían
ocasión
de
elegir
y,
por
tanto,
de
acercarse
y
abrazar
el
escultismo
seriamente
y
con
voluntad
de
incorporarse
sus
principios
e
ideales.
La
mejor
solución
en
este
sentido
podría
ser
la
presentada
por
el
Instituto
Gabelli
de
Roma,
en
el
que,
junto
a
una
tropa
scout,
reconocida
oficialmente
en
la
actualidad,
existe
una
segunda
tropa
con
funciones,
si
así
puede
llamársele,
de
antecámara
o
aprendizaje.
De
la
misma
manera
que
en
muchos
casos
concretos
del
escultismo
de
extensión,
estas
unidades
hacen
auténtico
escultismo,
campamentos
incluso
(que,
en
general,
tienen
lugar
en
terrenos
próximos
a
la
residencia
veraniega
del
Instituto),
aunque
es
natural
que
particulares
dificultades
impidan
la
realización
perfecta
de
todos
sus
principios
y
métodos.
Piénsese,
por
ejemplo,
en
la
dificultad
de
aplicar
totalmente
el
sistema
de
patrullas,
tanto
por
la
existencia
de
la
vida
comunitaria
—
que
en
nada
favorece
el
gusto
de
los
muchachos
normales
para
reunirse
entre
ellos
—,
cuanto
por
la
limitada
libertad
de
los
internados.
Pero
existen
interesantes
ejemplos
de
muchachos
que,
después
de
haber
conocido
el
escultismo
en
un
centro
de
reeducación
una
vez
fuera
del
mismo,
se
han
adaptado
sin
excesivas
dificultades
a
la
vida
de
una
tropa
normal.
Pero
tanto
en
los
Institutos
cerrados
como
en
los
abiertos,
lo
que
sí
es
posible
—
y,
generalmente,
muy
bien
aceptado
—
es
la
penetración
personal
de
educadores
privados,
como,
por
ejemplo,
jefes
scouts
y
rovers;
con
este
contacto
humano
que
el
muchacho
tiene
con
individuos
no
pertenecientes
al
personal
del
Instituto,
es
mucho
más
fácil
establecer
la
corriente
que
le
permitía
dar
los
primeros
pasos
efectivos
en
el
campo
de
su
reeducación.
En
este
sentido
es
de
justicia
reconocer
que
la
falta
de
gente
dispuesta
a
iniciar
concretamente
esta
labor
de
colaboración
ha
impedido
a
la
misma
autoridad
pública
una
profunda
revisión
de
las
organizaciones
de
reeducación.
Nótese,
además,
que
esta
labor
de
colaboración
no
comportaría,
para
los
rovers
que
la
llevaran
a
cabo,
una
dedicación
muy
grande,
ya
que
en
las
particulares
condiciones
en
que
se
encuentran
estos
muchachos,
unas
pocas
horas
de
contacto
pueden
tener
una
eficacia
mucho
mayor
que
la
que
tendrían
en
la
normal
labor
educativa
scout.
Tampoco
es
posible
pasar
en
silencio
las
notables
posibilidades
que
tiene
el
escultismo,
y
también
en
particular
los
rovers
(sobre
todo
los
que
ya
han
realizado
la
investidura),
ante
el
problema
de
la
reintegración
de
estos
muchachos
a
la
sociedad.
En
efecto,
muchas
veces
es
suficiente
con
que
un
adulto,
conocido
y
amado
por
el
muchacho,
lo
vele
amorosamente
durante
los
primeros
meses
o
años
de
su
vuelta
a
la
sociedad,
para
impedir
una
recaída
y
para
darle
una
completa
normalidad.
El
campo,
como
puede
verse,
es
vastísimo,
y
por
ello
merece
ser
más
atentamente
estudiado
y
profundizado.
De
manera
particular,
por
los
clanes,
que
tendrían
así
inmejorable
ocasión,
poniendo
en
práctica
su
lema,
de
ofrecer
a
sus
rovers
la
posibilidad
de
Utilísimas
experiencias
sociales.
Además,
en
este
campo
en
el
que
en
nuestros
días
se
nota
cierto
fermento
de
nuevas
ideas
y
direcciones,
el
roverismo,
como
movimiento
educativo
y
como
comunidad
de
servicio,
puede
ponerse,
si
quiere
trabajar
seriamente,
en
posición
de
vanguardia,
de
experimentación,
de
investigación
y,
sobre
todo,
de
servicio
social.
CAPITULO
XIII
La
originalidad
del
escultismo
como
método
educativo
y
su
capacidad
excepcional
para
respon-‐
der
a
las
exigencias
tanto
universales
cuanto
particulares
de
los
muchachos
de
nuestro
tiempo,
justifican
la
influencia
que
ha
ejercido
y
puede
ejercer
todavía
sobre
otras
organizaciones
o
movimientos
educativos.
Muchos
de
ellos,
en
efecto,
han
buscado
o
están
buscando
la
manera
de
renovar
sus
métodos
y
sus
principios
con
vistas
a
una
mayor
eficiencia
pedagógica,
y
no
hay
duda
de
que
en
estas
varias
tentativas
de
renovación,
la
experiencia
positiva
del
es-‐
cultismo
ha
tenido
una
influencia
nada
desdeñable,
aun
cuando
muchas
veces
no
se
haya
reconocido
ni
admitido.
Ello
no
debe
asombrarnos
excesivamente,
puesto
que
el
mismo
Baden-‐Powell
concibió
su
método,
al
principio,
como
un
simple
"
material”
al
que
pudieran
acudir,
de
un
lado,
todos
los
muchachos
que
quisieran
prepararse
más
seriamente
para
la
vida,
y
del
otro,
todas
las
personas
que
se
ocuparan
de
problemas
educativos.
Así,
pues,
son
muchas
las
sugerencias
teóricas
y
prácticas
que
el
escultismo
ofrece
al
mundo
de
la
educación,
y
muchas
las
útiles
reflexiones
a
que
nos
invita
su
innegable
éxito.
Piénsese,
por
ejemplo,
en
su
concepto
del
juego,
entendido
no
ya
solamente
como
un
simple
medio
recreativo
o
útil
para
ocupar
a
los
muchachos,
sino
como
una
escuela
de
vida
y
como
un
auténtico
instrumento
de
formación
tecnicopráctica
y
espiritual;
piénsese
también
en
el
sistema
de
patrullas,
que
aprovecha
y
convierte
en
educativa
una
tendencia
tan
extendida
en
el
mundo
de
los
muchachos;
piénsese,
finalmente,
en
el
hábito
de
enseñar
haciendo,
y
en
el
gran
valor
que
da
a
la
espontánea
aceptación,
por
parte
del
muchacho,
de
una
ley
perfectamente
estructurada
y
del
todo
com-‐
prensible.
Por
otro
lado,
la
intensa
espiritualidad
de
la
gran
mayoría
de
los
que
han
recibido
una
educación
scout,
su
habitual
comportamiento
altruista,
y
su
evidente
sensibilidad
social
y
cívica,
invitan
a
reflexionar
seriamente
sobre
el
valor
de
una
educación
moral
y
religiosa
más
concreta
y
más
adecuada
a
la
naturaleza
de
los
muchachos,
sobre
la
importancia
de
un
sano
desarrollo
físico,
y
sobre
la
oportunidad
de
que
la
educación,
en
lugar
de
limitar
el
campo
de
las
experiencias,
facilite,
por
así
decirlo,
el
conocimiento
del
mundo,
desarrollando
de
tal
manera
una
profunda
y
real
capacidad
para
la
vida.
Y
es
obvio
que
éstos
son,
tan
sólo,
unos
pocos
ejemplos;
pocos
pero
suficientes
para
comprender
que
el
valor
del
escultismo
no
se
limita
a
su
capacidad
para
dar
vida
a
un
particular
movimiento
educativo,
sino
que
se
amplía
hasta
la
posibilidad
de
animar,
vivificándolas,
otras
tentativas
pedagógicas.
Me
creo
en
el
deber
de
decir,
no
obstante,
que
no
se
trata
de
examinar
el
aprovechamiento
en
bloque
del
escultismo
—
eliminando
algunos
de
sus
principios
y
características
y
añadiéndole
otros
—
realizado
por
parte
de
algunas
entidades
particulares
para
el
logro
de
sus
fines
especiales,
como
fue
el
caso
del
nacismo
y
del
fascismo,
que
buscaron
la
manera
de
aprovecharlo
dando
vida
a
movimientos
juveniles
con
fines
militaristas
y
nacionalistas,
o
como
pasa
en
la
actualidad
con
algunos
partidos
políticos,
especialmente
de
izquierdas,
que
se
esfuerzan
en
utilizarlo
para
sus
fines
propagandistas;
en
estos
casos
queda
demasiado
lejos
el
auténtico
y
verdadero
intento
edu-‐
cativo,
que
exige
siempre
un
desinterés
casi
absoluto.
Se
trata,
por
el
contrario,
de
ver,
aunque
sea
muy
rápidamente,
las
reales
influencias
que
el
escultismo
haya
podido
ejercer
sobre
organizaciones
educativas
ya
existentes,
con
una
estructura
y
una
teoría
pedagógica
ya
experimentada.
Además,
quede
claro
que
incluso
en
el
mundo
de
la
educación,
como
en
otros
campos
(el
político
y
el
social),
es
muy
importante,
principalmente
entre
aquellos
que
tienen
en
común
una
determinada
idealidad
universal
sobre
la
manera
de
concebir
la
vida,
que
por
un
lado
eliminen
toda
forma
de
mentalidad
tendente
a
la
competencia
y,
por
el
otro,
instauren
un
verdadero
espíritu
de
colaboración
y
de
asistencia
mutuas.
Es
necesario
considerar
el
fin
que
nos
proponemos,
todo
lo
demás
no
tiene
otra
función
que
la
de
conducirnos
a
dicho
fin
de
una
manera
u
otra.
Y
en
este
caso,
la
finalidad
perseguida
es
la
de
ayudar
al
muchacho
o
al
joven
a
que
encuentre
su
camino
y
a
que
adquieran
un
notable
y
efectivo
valor.
EL
ESCULTISMO
EN
ALGUNAS
DE
LAS
NUEVAS
EXPERIENCIAS
EDUCATIVAS
Todo
el
mundo
sabe
que
entre
las
nuevas
experiencias
educativas,
una
de
las
más
interesantes
y
más
logradas
—
y
no
sólo
por
lo
que
se
refiere
a
Francia,
donde
nació
y
donde
prospera
felizmente
desde
hace
muchos
años
—
es,
sin
duda
alguna,
la
«École
des
Roches»,
fundada
en
1899
por
el
gran
pedagogo
Edmond
Demolins.
Esta
escuela
es
un
intento
de
aplicación,
en
gran
escala
y
de
manera
muy
completa,
de
los
nuevos
principios
educativos
que,
partiendo
del
mundo
anglosajón,
encontraron
una
cada
vez
más
profunda
y
concreta
difusión
en
casi
todos
los
demás
países
de
Europa.
Basta
con
leer
atentamente
uno
de
los
numerosos
volúmenes
escritos
a
este
propósito
(por
ejemplo,
L’École
des
Roches
de
G.
Bertier,
nuevo
director
de
la
escuela)
para
darse
cuenta
al
momento
del
tipo
de
educación
que
en
ella
se
sigue:
activa
e
integral,
tal
como
hemos
visto
en
el
escultismo.
Esta
escuela,
en
efecto,
se
halla
en
plena
campiña,
donde,
junto
a
las
bellezas
naturales
(elemento,
como
ya
sabemos,
muy
importante
en
tal
género
de
educación),
los
muchachos
tienen
numerosas
posibilidades
de
desarrollar
actividades
fisicodeportivas
y
trabajos
prácticos
constructivos
o
de
adaptación.
Los
alumnos
viven
en
pequeñas
comunidades,
de
un
máximo
de
unos
treinta
individuos,
que
se
estructuran
en
torno
a
un
educador,
en
forma
casi
de
familia;
pero
cada
uno
de
ellos
es
libre,
en
el
fondo,
para
organizar
su
vida
como
cree
y
como
siente,
aunque
naturalmente,
dentro
de
los
necesarios
límites
que
exige
la
convivencia
social.
Además,
a
cada
muchacho
se
le
encarga
un
determinado
trabajo
comunitario
del
cual
es
personalmente
responsable:
intendente,
bibliotecario,
cartero,
encargado
de
la
limpieza,
del
garaje
o
de
los
sellos,
etc.;
los
«capitanes»
(especie
de
guías
de
patrulla)
tienen
la
delicada
tarea
de
hacer
que
sean
patentes
el
espíritu
de
fraternidad,
justicia,
bondad
y
responsabilidad.
Las
actividades
que
en
ella
se
desarrollan,
junto
al
estudio,
presentado
en
forma
de
agradable
ocupación
(en
el
sentido
de
que
los
muchachos
no
estudian
manualmente
materias
que
no
logren
interesarlos,
sino
que
profundizan
e
investigan
problemas
útiles
y
capaces
de
suscitar
su
innata
curiosidad),
consisten
en
muchas
labores
manuales,
enseñadas
por
especialistas
idóneos,
y
en
toda
forma
de
actividad
deportiva
y
física,
desde
el
rugby
a
la
natación,
desde
la
lucha
al
fútbol.
A
su
vez,
la
formación
de
auténticas
«compañías
teatrales»
y
de
grupos
aficionados
a
la
música,
la
literatura,
la
pintura,
etc.,
favorecen
el
desarrollo
del
gusto
y
del
interés
por
el
arte.
Además
se
busca
la
manera
de
dar
a
los
muchachos
un
gran
sentido
de
la
pureza
y
un
profundo
respeto
hacia
la
mujer,
y
se
da
un
gran
valor
a
las
prácticas
religiosas.
La
educación
física,
técnica,
artística,
intelectual,
moral
y
religiosa,
encuentran,
pues,
igual
aplicación,
y
el
ideal
perseguido
es
el
ideal
del
hombre
completo,
desarrollado
en
todas
sus
facultades.
Por
todo
ello,
es
fácil
comprender
lo
perfectamente
que
encaja
la
educación
scout
en
este
tipo
de
escuela;
un
común
planteamiento
de
los
problemas
educativos
y
una
manera
muy
semejante
de
resolverlos,
ha
permitido,
en
efecto,
una
natural
introducción,
en
la
«École
des
Roches»,
del
escultismo,
que
actualmente
figura
como
una
de
sus
principales
actividades.
Por
otra
parte,
esta
adopción
del
escultismo
por
la
«École
des
Roches»,
le
ha
dado
nueva
vida
y
ánimos,
a
través
de
una
mayor
insistencia
sobre
la
importancia
del
juego
en
la
formación
de
los
muchachos
y
sugiriéndole,
con
la
práctica
de
la
exploración,
nuevas
formas
de
actividades
útiles
e
interesantes
a
la
vez.
Así,
pues,
si
en
la
vida
interna
de
la
escuela
cada
muchacho
tiene
la
posibilidad
de
dar
salida
a
su
exuberancia
física
e
intelectual
y,
sobre
todo,
de
caracterizar
su
formación
intelectual
y
cultural
con
un
sentido
de
la
realidad
mucho
mayor
de
lo
que
acontece
en
las
escuelas
normales
(no
puede
olvidarse
que
también
la
«École
des
Roches»
nació
como
reacción
contra
el
sistema
escolar
tradicional),
parece
obvio
que
el
escultismo
les
puede
ampliar
el
horizonte,
tanto
por
lo
que
se
refiere
a
su
experiencia
de
la
vida,
cuanto
por
lo
que
atañe
al
desarrollo
de
un
profundo
espíritu
social.
El
pertenecer
a
un
movimiento
no
sólo
nacional,
sino
también
internacional,
es
del
todo
determinante,
en
el
sentido
de
que
hace
desaparecer
el
posible,
aunque
inconsciente,
aislamiento.
Pero
todavía
hay
más,
ya
que
la
educación
moral
que
da
el
escultismo
representa,
a
mi
entender,
una
más
eficaz
posibilidad
de
desarrollar
en
cada
uno
de
los
muchachos
los
hábitos
de
virtud
y
los
valores
fundamentales
que
están
en
la
base
de
una
personalidad
auténticamente
válida
en
el
plano
social.
En
efecto,
no
hay
duda
alguna
de
que
la
lealtad
y
el
espíritu
caballeresco,
de
un
lado,
y
del
otro,
el
espíritu
de
servicio
hacia
el
prójimo,
la
obediencia
y
el
sentido
de
la
economía,
pueden
entrar
más
fácilmente
en
la
órbita
moral
de
un
muchacho
si
forman
parte
de
una
ley
aceptada
libremente,
que
considerándolas
como
espontáneas
consecuencias
de
una
vida
desarrollada
en
sociedad.
Otro
campo
de
aplicación
del
escultismo
puede
verse
en
las
ya
numerosas
«Ciudades
de
los
muchachos»,
que
también
en
Italia,
con
mayor
o
peor
fortuna,
se
difunden
a
ritmo
creciente.
Y
aun
en
este
caso,
es
necesario
reconocer
que
la
influencia
del
es-‐
cultismo
todavía
ha
sido
mayor,
ya
que
muchos
de
sus
principios
se
han
formulado
teniendo
en
cuenta
su
mismo
ideal
y
constitución.
De
una
manera
concreta,
se
ha
aceptado
el
principio
de
una
ley
como
base
de
la
vida
comunitaria,
ley
que
si
en
muchos
casos
es
bastante
distinta
de
la
del
escultismo,
siempre
responde
a
las
mismas
consideraciones
pedagógicas;
el
principio
de
unos
cargos
o
responsabilida-‐
des
que,
en
este
caso,
al
tratarse
de
un
sistema
de
vida
más
completo
y
radical
(por
el
simple
hecho
de
que
la
«ciudad»
es
el
único
ambiente
que
viven
los
muchachos)
conduce
a
la
elección,
siempre
libre,
de
una
profesión
u
oficio;
el
principio
de
la
autosuficiencia
personal
(cada
muchacho
gana
un
determinado
sueldo
que
puede
emplear
cómo
y
cuándo
estime
oportuno)
y,
en
fin,
los
hábitos
de
iniciativa
y
de
actividad.
El
paralelismo
entre
este
experimento
pedagógico
y
el
escultismo
se
demuestra
también
por
el
hecho
de
que
casi
todas
estas
«ciudades»
organizan
en
verano
auténticos
y
verdaderos
campamentos
scouts,
dirigidos
casi
siempre
por
rovers
que
se
prestan
a
ello.
Asimismo
se
demuestra
por
el
hecho
de
que
no
pocos
rovers
y
guías
mayores
han
sido
llamados
a
su
dirección
o,
incluso,
ellos
y
ellas
han
sido
sus
fundadores.
Pero,
no
obstante,
la
introducción
del
escultismo,
de
manera
más
precisa
y
completa,
en
las
«ciudades
de
los
muchachos»
todavía
podría
conducir
a
mayores
ventajas,
como
la
de
cuidar
más
a
fondo
la
educación
moral
y
desarrollar
mejor
el
espíritu
de
fraternidad
y
de
recíproca
comprensión.
Todo
cuanto
hasta
este
momento
hemos
dicho,
aun
representando
una
serie
de
comprobaciones
prácticas
de
la
ayuda
que
el
escultismo
ha
podido
prestar
a
dos
típicas
instituciones
educativas,
fundadas
sobre
nuevos
principios,
tiene,
a
mi
entender,
un
más
amplio
y
extenso
significado.
Yo
creo,
en
efecto,
que
el
escultismo
está
en
condiciones
de
ofrecer
una
parecida
ayuda
positiva
a
cualquier
forma
concreta
de
educación
nueva,
precisamente
a
causa
de
sus
principios
y
de
sus
métodos,
ya
que,
en
el
fondo,
debemos
reconocer
que
en
estos
casos
el
escultismo
puede
tener
una
función,
por
lo
que
respecta
al
aspecto
moral
de
la
educación,
tan
importante
como
la
que
hemos
señalado
al
referirnos
a
la
«École
des
Roches».
Muchas
veces,
en
efecto,
la
educación
nueva,
al
insistir
con
toda
justicia
en
el
aspecto
activo
y
práctico
de
la
educación,
no
cuida
con
suficiente
atención
el
aspecto
espiritual
y
moral,
llegando
a
resultados,
si
se
quiere,
demasiado
técnicos.
El
escultismo,
con
su
agudeza
ética
y
con
su
convicción
de
que
la
personalidad
del
muchacho
es
profundamente
sensible
a
la
moral,
puede
representar
una
útilísima
fuerza
complementaria.
He
ahí
por
qué
yo
creo
que
el
escultismo
puede
hallar
su
primera
aplicación
externa
precisamente
en
el
seno
del
movimiento
educativo
contemporáneo,
de
tanta
importancia
para
la
renovación
de
la
sociedad
entera
de
hoy
en
día.
EL
ESCULTISMO
EN
LOS
INSTITUTOS
Y
COLEGIOS
TRADICIONALES
Quienquiera
que
conozca,
aunque
sea
en
pequeña
escala,
la
situación
actual
de
muchos
Colegios
e
Institutos
educativos
italianos
(tanto
los
que
tienen
una
finalidad
exclusivamente
escolar,
cuanto
los
que
tienen
una
función
educativa
más
amplia,
como,
por
ejemplo,
los
orfelinatos
municipales
o
nacionales),
sabe
muy
bien
cuán
importante,
por
no
decir
decisivo,
es
el
proceder
a
una
renovación
de
sus
estructuras
y
de
sus
programas
pedagógicos.
Porque,
si
bien
es
verdad
que
se
han
dado
algunos
pasos
adelante
en
relación
con
su
estructura
de
hace
siglos,
también
lo
es
que
todavía
hoy
son
tristemente
notables
los
efectos
nocivos
que,
por
desgracia,
ejerce
la
vida
de
colegio
sobre
muchos
muchachos,
tanto
desde
el
punto
de
vista
moral
cuanto
del
físico
y
social.
En
efecto,
junto
a
una
disciplina
impuesta
desde
el
exterior,
destacan
en
este
tipo
de
colegios
una
desarrollada
forma
de
indolencia
física
e
intelectual,
una
gran
falta
del
sentido
de
responsabilidad
personal
y
una
no
menos
inquietante
forma
de
egoísmo
que
puede
llevarnos
de
manera
concreta
a
cometer
actos
in-‐
morales.
Además,
debe
añadirse
el
hecho
de
que,
por
lo
general,
el
cuidado
de
los
alumnos
se
confía
a
maestros
no
preparados
o,
peor
aún,
no
capaces,
cuya
presencia
en
el
colegio
no
tiene
otro
sig-‐
nificado
que
representar
una
manera
más
o
menos
conveniente
de
malganarse
el
sustento
cotidiano.
Así,
pues,
éste
es
un
casi
ilimitado
campo
de
trabajo
educativo
para
todos
aquellos
a
quienes
preocupan,
de
verdad,
los
problemas
pedagógicos.
Y
también
en
este
caso
me
parece
que
el
escultismo
podría
hacer
mucho.
Podría
convertirse,
nada
menos,
en
el
resorte
que
posibilitara
una
completa
labor
de
reforma.
El
primero
y
más
simple
modo
a
través
del
cual
el
escultismo
puede
introducirse
en
el
sistema
de
educación
colegial
viene
representado,
evidentemente,
por
las
numerosas
sugerencias
que
puede
dar
en
lo
que
se
refiere
a
una
más
provechosa
utilización
de
las
horas
de
recreo
en
general
y,
en
particular,
de
los
tradicionales
paseos.
Verdaderamente,
no
es
un
descubrimiento
del
escultismo
la
afirmación
de
que
el
juego
puede
tener
un
profundo
valor
pedagógico,
pero
no
hay
duda
alguna
de
que
él
ofrece
una
gama
verdaderamente
extensísima
de
juegos
que
no
sólo
tienen
la
prerrogativa
de
divertir
y
de
interesar
a
los
muchachos,
sino
que,
además,
tienen
la
función
—
como
ya
hemos
visto
—
de
desarrollarles
ciertas
facultades
intelectuales
o
sensoriales
precisas
para
su
formación
integral.
Naturalmente,
no
se
trata
de
eliminar
todos
los
juegos
tradicionales
(fútbol,
frontón,
ping-‐pong,
etc.),
pero
sí
de
enriquecer
la
lista
y
de
perfeccionar
su
rendimiento
educativo.
Como
observa
muy
justamente
el
Padre
Sevin
(Le
scoutisme):
«¿Quién
cuida
de
disponer
los
jue-‐
gos
del
año
escolar
de
manera
que
desarrollen
gradual
y
ordenadamente
en
los
alumnos
unas
determinadas
cualidades
morales
o
físicas?»
Y
al
mismo
tiempo
que
son
inumerables
los
juegos
scouts
de
atención,
observación,
intuición,
señalización,
etc.,
que
pueden
ser
jugados
con
interés
por
cualquier
muchacho,
nos
parece
que
sería
útilísimo
aprovecharse
de
las
especialidades,
que,
al
ser
muy
adecuadas
al
ambiente
escolar,
servirían
perfectamente
para
estructurar
los
diversos
juegos
de
manera
orgánica
y
para
considerar
la
finalidad
de
cada
uno
de
ellos.
Nótese,
además,
que
ello
responde
a
la
perfección
al
deseo
de
muchos
muchachos
de
conocer
la
utilidad
de
cuanto
hacen;
deseo
que,
muy
a
menudo,
les
hace
permanecer
pasivos
y
desinteresados
ante
algunas
de
las
materias
objeto
de
estudio.
Juegos
y
especialidades
que
luego
podrían
hallar
su
sitio
más
adecuado
durante
los
paseos
o
excursiones
mensuales
y
semanales,
en
los
que,
además
de
adquirir
el
hábito
de
realizar
concretamente
y
de
aplicar
prácticamente
las
técnicas
aprendidas
con
anterioridad,
permitirían,
si
se
organizaran
a
la
manera
escultista,
dar
amenidad
a
la
educación
que,
por
lo
general,
suele
ser
monótona
y
demasiado
pasiva.
Las
ventajas
de
esta
aplicación
son
del
todo
evidentes
y
nosotros
ya
las
hemos
visto
al
estudiar
el
auténtico
escultismo:
desarrollo
del
sentido
de
la
responsabilidad
en
los
muchachos
y
su
progresiva
educación
hacia
la
autonomía
y
la
autodisciplina,
formación
de
un
profundo
espíritu
de
fraternidad,
con
las
consecuentes
ventajas
para
la
disciplina
de
la
escuela,
y
progresiva
habituación
al
mando
(es-‐
cuela
de
jefes).
De
esta
manera,
el
colegio
ya
no
sería
para
los
muchachos
un
lugar
donde
se
les
obliga
a
ir
ni,
mucho
menos,
un
lugar
de
castigo,
sino
que
sería
su
ambiente
preferido,
en
el
que
encontrarían
modo
de
vivir
sus
primeras
experiencias
sociales.
El
tercer
elemento
de
esta
utilización
del
escultismo
es
la
adopción
por
parte
del
colegio
de
la
ley;
también
este
elemento
puede
parecer
revolucionario,
ya
que
viene
a
sustituir
la
más
o
menos
larga
lista
de
preceptos
negativos
que,
normalmente,
suele
regir
la
vida
comunitaria
de
un
colegio,
con
una
moral
positiva,
fundada
en
un
sentimiento
tan
natural
en
los
muchachos
como
el
honor.
Sería
inútil
insistir,
de
nuevo,
en
el
estudio
de
todos
los
aspectos
educativos
de
la
ley;
piénsese
tan
sólo
en
el
formidable
valor
que
tendría
la
aceptación
por
parte
de
todos
los
alumnos
de
la
obligación
de
la
bue-‐
na
acción
cotidiana
o
la
aceptación,
como
norma
de
vida,
de
la
lealtad
hacia
los
superiores,
del
espíritu
de
caballerosidad,
de
la
sonrisa
y
de
la
alegría.
Naturalmente,
lo
importante
sería
que
la
ley
no
viniera
impuesta
desde
el
exterior
—
a
la
manera
de
un
reglamento
más:
horario,
uniforme,
etc.
—
,
sino
que,
poco
a
poco,
fuera
aceptada
libremente
por
cada
muchacho;
lo
ideal
sería
que
cada
uno
de
ellos
sintiera
el
honor
de
someterse
a
la
misma.
Estas
tres
etapas
de
escultismación
de
un
Colegio
o
de
un
Instituto
pueden
lograrse
de
dos
maneras
distintas
:
o
como
una
auténtica
y
real
escultismación
de
todo
el
colegio,
y
entonces
se
trataría,
como
dice
el
Padre
Sevin,
de
una
«escultismación
sin
escultismo»,
o
con
la
introducción
en
el
colegio
del
verdadero
movimiento
scout,
cuyas
unidades
funcionarían
regularmente
con
un
número
limitado
de
colegiales,
escogidos
oportunamente
según
un
determinado
criterio.
La
primera
solución
tendría
la
ventaja
de
una
mayor
difusión
de
la
aportación
educativa
del
escultismo,
puesto
que
de
él
sacarían
provecho
un
gran
número
de
alumnos,
pero,
en
cambio,
siempre
tendría
un
carácter
de
superficialidad;
la
segunda
sería
más
profunda,
pero
más
limitada,
aunque
con
la
esperanza
de
que
llegara
a
formar
el
alma
del
colegio
y
de
que
atrajera
a
la
órbita
scout
a
los
demás
muchachos,
en
cuyo
caso
sería
aconsejable
impedir
la
entrada
en
las
unidades
a
los
alumnos
que
no
den
muestras
de
seguir
normalmente
sus
estudios.
La
tentativa
de
constituir
un
Colegio
sobre
el
esquema
scout
ha
sido
llevada
a
término
en
las
cer-‐
canías
de
Milán
por
una
iniciativa
privada,
pero
las
dificultades
que
ello
presenta,
tanto
desde
el
punto
de
vista
de
organización
como
educativo,
son
tan
grandes
que
demuestran,
una
vez
más,
lo
difícil
que
es
hacer
experiencias
aisladas
y
quizá
sin
la
debida
preparación.
Por
el
contrario,
un
ejemplo
de
Colegio-‐Escuela
scout,
que
después
de
siete
años
de
ser
fundado
parece
consolidado
definitivamente,
es
el
del
«Istitu-‐
to
Técnico
Aziendale»
de
Villa
Buri,
junto
a
Verona,
que
bajo
la
dirección
del
ilustre
pedagogo
profesor
Mario
Mazza
y
bajo
el
patrocinio
del
«Movimento
Adulti
Scout
Cattolici
Italiani»,
ha
logrado,
por
un
lado,
afirmarse
como
una
óptima
escuela
para
la
preparación
profesional,
y
por
el
otro,
como
un
colegio
y
una
escuela
modelo
desde
el
punto
de
vista
pedagógico18
18
Esta tentativa se debe, principalmente, a la incansable labor del profesor Mario Mazza, que, proviniendo del escultismo — en el seno del cual se le debe, por
ejemplo, la fundación, en 1911, de la primera Asociación católica italiana—, ha escogido la «sustancia» del mismo como base y fundamento de su nuevo método
educativo, llamado método natural. Sus actuales proyectos vienen representados por la constitución de un centro pedagógico para prácticas y aprendizaje de los
diplomados y licenciados, a fin de formar un núcleo de educadores uniformemente orientados. Trátase, como puede verse, de una tentativa muy interesante y muy
próxima al espíritu de servicio típico del escultismo.
OTRAS
CONSIDERACIONES
El
método
típico
del
escultismo
puede
ofrecer
servicios,
muy
parecidos
a
los
que
acabamos
de
se-‐
ñalar,
a
otras
organizaciones
educativas,
incluso
a
las
que
presentan
en
su
activo
una
larga
tradición
y
resultados
satisfactorios.
En
primer
lugar,
quiero
enfrentarme
con
el
problema
de
la
importancia
que
podría
tener
la
introducción
de
este
método
(en
su
completa
estructura
o
en
algunos
de
sus
elementos)
en
la
vida
y
en
la
organización
educativa
de
las
parroquias,
urbanas
y
rurales.
A
este
propósito
debemos
notar
que,
desgraciadamente,
este
argumento
todavía
tiene
plena
actualidad
en
nuestros
días,
ya
que
después
de
tantos
años
de
experiencias
positivas
aún
existe
mucha
desconfianza
hacia
el
escultismo
incluso
por
parte
de
sacerdotes;
yo,
por
el
contrario,
creo
que
una
tal
tentativa
podría
dar
nuevas
e
importantes
fuerzas
vitales
a
la
organización
parroquial.
Todos
sabemos
que
en
las
parroquias,
y
junto
a
otras
organizaciones
religiosas
—
como
las
varias
ramas
de
Acción
Católica
—,
existen
intentos
educativos
dirigidos,
sobre
todo,
a
los
chiquillos
y
a
los
muchachos
del
pueblo;
estos
intentos
dan
vida
a
los
famosos
Oratorios,
masculinos
y
femeninos,
que,
además
de
tener
la
gran
función
práctica
de
librar
a
la
juventud
de
los
peligros
de
la
calle,
tienen
otra
fundamental:
la
de
darle
una
instrucción
religiosa
regular
e
interesante
y
una
«formación
cristiana
fuerte,
serena,
social,
militante».
Y
los
medios
que
se
acostumbran
usar
son
«el
recreo
alegre,
vivaz,
sereno,
fraterno,
educador.
Cinema,
deporte,
teatro,
turismo,
colonias,
competiciones,
etc.»19
.
Pero
no
todos
los
Oratorios
funcionan
tan
bien;
creo
que
nadie
podrá
negarme
que
al
lado
de
unos
pocos
ejemplos
de
Oratorios
muy
bien
organizados
—en
los
que
las
clases
de
catecismo,
el
equipo
de
fútbol,
la
compañía
teatral,
los
torneos
de
ping-‐pong,
etcétera,
ocupan
seriamente
a
todos
los
muchachos
que
los
frecuentan
—,
existen
muchos
Oratorios
en
los
que
la
falta
de
medios,
de
un
local
o
de
un
sacerdote
que
tenga
tiempo
y
capacidad
para
ocuparse
del
mismo,
reduce
su
actividad
a
muy
poca
cosa
e
impiden
que
se
haga
una
verdadera
educación.
Especialmente
en
estos
casos,
la
introducción
de
algunos
métodos
scout
parece
que
sería
la
mejor
solución.
El
citado
Padre
Sevin,
con
gran
acierto,
afirma
que
en
los
casos
en
que
un
Oratorio
«no
marche»,
o
sea,
cuando
es
frecuentado
tan
sólo
por
unos
pocos
chiquillos
que
se
aburren,
una
de
las
pocas
soluciones
inmediatas
del
problema
es
aprovecharse
del
escultismo.
Pero
incluso
en
los
otros
casos,
el
escultismo
está
en
situación
de
ayudar
para
que
se
imparta
una
educación
más
completa,
por
ser
más
sensible
a
todos
los
aspectos
de
la
personalidad
humana.
También
en
esta
ocasión,
como
en
la
de
los
Colegios,
el
escultismo
puede
introducirse
de
dos
ma-‐
neras
distintas;
la
primera
organizando
un
grupo
o
una
tropa
formada
por
todos
aquellos
muchachos
que
no
se
sientan
suficientemente
interesados
por
otras
organizaciones
parroquiales;
pero,
en
este
caso,
además
de
la
dificultad,
difícilmente
evitable,
de
que
nazcan
recíprocas
incomprensiones
o,
incluso,
competencias,
se
tendría
la
complicación
del
alejamiento
de
estos
muchachos
de
la
parroquia
al
estar
ligados
a
una
Asociación
zonal
o
regional.
La
segunda,
que
en
muchísimos
casos
me
parece
más
útil,
comportaría
la
introducción
en
el
Oratorio
entero
del
sistema
scout
aunque
con
diversas
limitaciones
como,
por
ejemplo,
la
falta
de
uniforme;
esta
solución
representaría,
en
efecto,
la
eliminación
del
peligro,
siempre
presente
en
la
precedente,
de
concebir
la
tropa
o
el
grupo
al
servicio
de
la
parroquia
y,
en
ciertos
casos,
del
Oratorio
mismo,
cosa
que,
naturalmente,
significaría
una
grave
deformación
del
escultismo.
Pero
la
influencia
del
escultismo
puede
ejercerse
asimismo
sobre
otras
muchas
organizaciones
juveniles.
La
misma
Acción
Católica
(entendida
en
el
más
estricto
sentido
del
término)
lo
ha
permitido,
especialmente
por
lo
que
se
refiere
a
sus
secciones
de
«aspirantes»,
formadas
por
19
Estas breves citas se han tomado de una Carta pastoral del arzobispo de Milán Mons. G. B. Montini, dirigida a los párrocos de su diócesis, en ocasión de la
reapertura anual de los Oratorios milaneses, en septiembre de 1956.
muchachos
de
doce
a
dieciséis
años.
Ello
puede
verse,
por
ejemplo,
en
la
subdivisión
de
los
aspirantes
en
«grupos»
de
seis
o
siete
muchachos
—
con
un
jefe
de
grupo
con
funciones
directivas
—
que
nos
recuerda
el
sistema
de
patrullas;
la
adopción
de
una
ley
de
diez
artículos
que,
sobre
todo
por
lo
que
hace
referencia
a
su
formulación
de
carácter
positivo
(el
aspirante
es
leal,
el
aspirante
está
siempre
alegre,
etc.),
está
muy
relacionada
con
la
ley
scout;
y,
finalmente,
la
constitución
de
los
GRES
(Grupos
estivales),
a
través
de
los
cuales
se
realizan
algunas
actividades
técnicas
y
manuales
en
las
que
cada
aspirante
se
especializa
y
hacia
las
cuales
se
les
anima
con
exposiciones
y
premios.
A
todo
ello
debemos
añadir,
todavía,
la
mayor
importancia
dada
actualmente
por
la
Acción
Católica
a
la
vida
al
aire
libre,
demostrada
por
los
numerosos
campamentos
que
organiza.
De
todas
maneras
creo
necesario
observar
que
se
trata,
con
frecuencia
al
menos,
de
una
utilización
un
poco
formal
de
los
principios
del
escultismo,
y
que
la
influencia
scout
sentida
por
la
Acción
Católica
se
debe,
más
que
a
una
acción
directa
del
escultismo,
a
la
difusión
de
algunas
útiles
publicaciones
que
se
refieren
a
estos
problemas20
.
Lo
mismo
podría
decirse
con
referencia
a
otras
muchas
organizaciones
religiosas
o
seglares,
como,
por
ejemplo,
las
colonias
asistenciales
o
las
numerosas
organizaciones
estudiantiles.
En
cada
caso
se
trata,
no
de
eliminar
de
cada
una
de
estas
organizaciones
su
carácter
y
su
función
originaria,
sino
de
ayudarlas
a
ser
más
sensibles
a
los
problemas
educativos
generales
mediante
las
experiencias
que
el
escultismo
ha
podido
recoger
en
sus
muchos
años
de
existencia
y
mediante
las
enseñanzas
que,
debido
a
ello,
puede
difundir.
Así
pues,
creo
incluso
que
sería
útilísimo
introducir
una
forma
de
escultismo
entre
los
estudiantes
de
los
centros
de
enseñanza
media,
ya
que
ello
significaría,
por
un
lado,
crear
en
el
seno
de
dichos
centros
un
ambiente
social
más
sentido
por
los
muchachos,
y
por
el
otro,
hacer
que
fuera
más
activa
su
participación
en
la
vida
escolar
y
en
el
estudio.
De
modo
parecido
podría
aprovecharse
el
roverismo
en
las
Universidades,
en
las
que
muchas
organizaciones
estudiantiles
se
limitan
a
hacer
de
clubs
de
diversión
más
o
menos
goliardesca,
o,
en
el
mejor
de
los
casos,
son
centros
ceñidos
a
un
determinado
interés
(por
ejemplo,
centros
cinematográficos,
musicales
o
incluso
políticos).
El
roverismo,
además
de
aportar
cierto
gusto
por
el
aire
libre
y,
en
general,
por
la
actividad,
podría
apoyar
muy
bien
un
más
concreto
interés
por
los
problemas
sociales
y
un
sentido
más
consciente
de
los
problemas
educativos.
En
este
sentido
algo
ha
hecho
ya
el
Escultismo
Universitario
en
algunas
ciudades
italianas,
como
Turín,
Bolonia
y
Milán,
pero
es
mucho
lo
que
queda
por
hacer,
ya
que
a
ello
deberán
tender
no
sólo
los
estudiantes
universitarios
ya
scouts,
sino
también
todos
los
demás.
Tampoco
puede
pasar
en
silencio
la
experiencia
típicamente
scout
de
la
Escuela
Municipal
Preven-‐
tiva
de
Milán
(«Scuola
all’aperto
Casa
del
Solé»),
destinada
a
chiquillos
sanos,
pero
débiles
o
propen-‐
sos
a
ciertas
enfermedades
(por
ejemplo,
hijos
de
tuberculosos).
En
ella,
gracias
principalmente
a
al-‐
gunos
maestros
y
maestras
procedentes
directamente
del
movimiento
scout,
no
sólo
se
ha
introducido
la
práctica
de
la
vida
activa
al
aire
libre,
propia
del
escultismo,
sino
que
se
han
aplicado,
además,
casi
todos
sus
otros
principios
y
métodos:
sistema
de
patrullas,
pruebas
técnicas
y
de
especialidad,
ley,
etcétera.
Los
resultados
obtenidos,
verdaderamente
alentadores
e
interesantes,
demuestran
que
parecidas
experiencias
podrían
ser
sin
duda
últimamente
llevadas
a
cabo
en
otros
países.
Y
para
finalizar,
una
última
observación.
Ante
la
pregunta:
¿Cómo
puede
llegarse
a
una
tan
vasta
utilización
del
escultismo?,
la
respuesta
sólo
puede
ser
la
siguiente:
El
escultismo
es
un
método
educativo
que,
además
de
su
particular
organización,
puede
ofrecer
muchas
ideas
renovadoras
a
gran
20
Me refiero, de manera particular, a las numerosas publicaciones del profesor G. Nosengo (Cosí come siamo, L’atti- vismo neü'insegnamento religioso, II lavoro
a squadre nel- l’educazione, La vita religiosa dell’adolescente, etc.), que, inspirándose también en el escultismo, han introducido en estos ambientes educativos una
manera más activa de entender la educación
parte
de
la
educación
contemporánea
italiana,
pero
para
ello
sería
necesario,
además
de
que
el
escultismo
se
introdujera
en
los
diversos
ambientes
educativos,
el
que
éstos
le
abriesen
las
puertas.
Con
ello
quiero
decir
que,
al
lado
de
una
más
intensa
labor
de
difusión
de
los
principios
y
métodos
del
escultismo,
no
es
posible
pretender
de
quienes
lo
practican,
que
se
ocupen
también
de
su
introducción
en
las
otras
organizaciones
y
en
los
otros
ambientes
educativos.
El
ideal,
por
tanto,
sería
que
los
educadores
italianos,
de
los
maestros
a
los
catedráticos,
de
los
directores
de
colegio
a
los
dirigentes
de
las
varias
organizaciones
juveniles,
conocieran
el
escultismo
menos
superficialmente
y
estudiaran
todas
sus
posibles
formas
de
aplicación.
En
un
país
como
Italia,
que
está
tan
lejos
de
haber
resuelto
sus
problemas
educativos,
me
parece
que
el
escultismo
tiene
un
gran
porvenir.
Y
precisamente
en
tal
dirección
me
esfuerzo
en
trabajar
personalmente.
CAPITULO
XIV
DIFICULTADES
Y
PROBLEMAS
DEL
ESCULTISMO
Llegados
al
término
de
nuestro
análisis
del
escultismo,
parece
indispensable
enfrentarnos
con
algunos
problemas
que
se
plantean
espontáneamente,
sobre
todo
a
quienes
conozcan
este
método
educativo
de
una
manera
práctica,
ya
que
como
toda
realización
humana,
también
el
escultismo
tiene
sus
problemas
y
sus
dificultades,
que,
precisamente,
son
una
demostración
de
su
vitalidad
y
validez.
Las
cosas
demasiado
perfectas,
en
efecto,
tienen
el
peligro
de
ser,
precisamente
por
ello,
poco
concretas
y,
por
tanto,
faltas
de
interés
práctico.
Es
innegable,
por
ejemplo,
que
el
éxito
de
este
movimiento
educativo
—
por
lisonjero
y
superior
que
sea
a
cualquier
otro
movimiento
análogo
—,
no
es
completo
o,
al
menos,
no
lo
es
tanto
como
lógicamente
cabría
esperar
de
un
movimiento
que
tan
perfectamente
responde
a
las
tendencias
y
a
las
necesidades
de
la
naturaleza
infantil
y
juvenil.
Y
ello,
nótese
bien,
no
sólo
por
su
limitada
difusión
—
sobre
todo
por
lo
que
hace
referencia
a
determinados
ambientes
sociales
—,
sino
también
por
su
incompleta
asimilación
por
parte
de
algunos
elementos
—
desgraciadamente,
no
pocos
—
que
lo
abandonan
antes
de
haber
recorrido
por
entero
su
ciclo.
Tampoco
es
posible
pasar
en
silencio
la
existencia
(esta
vez,
afortunadamente,
poco
frecuente)
de
algunos
casos
en
los
que
la
experiencia
y
la
vida
scout
ha
acentuado,
pues
no
creo
que
la
haya
producido,
cierta
tendencia
a
la
excentricidad
o
ciertas
actitudes
no
siempre
de
orden
positivo.
Es
el
caso,
por
ejemplo,
de
la
perduración
de
cierta
forma
de
”infantilismo"
que
se
expresa
por
gustos
y
preferencias
no
perfectamente
adecuadas
a
la
edad
o
al
desarrollo
físico
a
que
deberían
pertenecer.
Es
también
el
caso
de
ciertas
formas
de
excesivo
apego
al
movimiento
que
demuestran,
a
mi
entender,
una
evidente
falta
de
amplitud
mental
o
de
miras.
A
ello
debe
añadirse,
además,
que
algunos
problemas
todavía
no
se
han
resuelto
del
todo
en
el
seno
del
mismo
movimiento,
y
que
a
ellos
deben
cargarse
ciertos
desequilibrios
y
determinados
esfuerzos
perdidos.
Me
refiero,
esencialmente,
al
problema
del
reclutamiento
y
de
la
formación
de
jefes,
a
la
que
ya
hemos
dedicado
algunas
páginas;
al
del
sentido
que
debe
darse
a
la
vida
de
clan
y,
en
general,
al
roverismo,
ya
que
sólo
unos
pocos
parece
que
hayan
sabido
encontrar
la
justa
dirección
—
problema,
éste,
del
que
nos
ocuparemos
en
el
presente
capítulo—;
al
problema
de
las
relaciones
entre
el
escultismo
y
la
familia;
y,
en
fin,
al
del
llamado
"rover-‐scout”,
o
sea,
el
de
aquellos
que
han
cerrado
ya
el
ciclo
escultista
y
han
entrado
decisivamente
en
la
vida,
y
que
podrían
—
y
muchas
veces
podrán
—
aprovechar
de
una
manera
u
otra
los
lazos
de
fraternidad
que
los
une
y
la
común
formación
física
y
espiritual,
que
se
expresa,
como
ya
hemos
visto,
en
el
ideal
y
en
el
estilo
scout.
Pero
antes
de
iniciar
estas
últimas
notas,
quiero
hacer
todavía
dos
simples
observaciones.
La
primera
es
que,
por
numerosas
que
puedan
ser
sus
dificultades
y
sean
cuales
sean
sus
problemas,
el
escultismo
permanecerá
siempre
como
uno
de
los
esfuerzos
educativos
más
interesantes
y
merecedores
de
mayor
atención
La
segunda
es
que
asi
todas
las
críticas
que
se
le
dedican
desde
el
exterior
nos
parecen
desenfoca-‐
das,
ya
que
desgraciadamente
no
han
penetrado
en
su
espíritu
ni
comprenden
su
íntimo
significado.
¿ES
EL
ESCULTISMO
UN
MOVIMIENTO
DE
MASAS?
El
primer
problema
que
se
nos
plantea
y
que
en
realidad
es
menos
marginal
de
lo
que
pueda
pare-‐
cer
a
primera
vista,
es
el
que
se
sigue
precisamente
de
la
pregunta:
¿Es
el
escultismo
un
movimiento
de
masas?,
o,
por
el
contrario,
¿es
un
movimiento
de
élite,
más
o
menos
numerosa?
Responder
a
esta
pregunta
no
tiene
nada
de
fácil
y
confieso
que
me
siento
un
poco
embarazado,
ya
que
me
vienen
a
la
mente
consideraciones
y
respuestas
no
tan
sólo
diversas,
sino
incluso
contradictorias.
Por
un
lado,
en
efecto,
estoy
tentado
de
afirmar
que
el
escultismo,
si
ya
no
lo
es,
debe
convertirse
en
un
movimiento
de
masas;
por
otro,
que
el
escultismo
sólo
puede
ser
un
movimiento
de
élite
si
no
quiere
perder
gran
parte
de
su
valor
y
de
su
significado.
Pero,
quizás,
esta
contradicción
sea
más
aparente
que
real,
por
tratarse
únicamente
de
un
equívoco
producto
de
una
distinta
manera
de
entender
los
dos
términos
de
masa
y
élite.
Al
afirmar
que
el
escultismo
debe
convertirse
en
un
movimiento
de
masas,
quiero
decir
que
la
voluntad
y
la
intención
de
Baden-‐Powell
primero,
y
la
de
los
dirigentes
del
movimiento
luego,
se
dirigían,
y
se
dirigen
todavía,
a
ampliar
cuanto
más
mejor
la
base
del
mismo
a
fin
de
poder
abarcar
a
la
mayor
parte
posible
de
la
juventud
de
todo
el
mundo.
Piénsese
en
la
confianza
que
tenía
Baden-‐Powell
de
que
el
escultismo
representara
un
óptimo
instrumento
para
la
formación
del
espíritu
de
comprensión
internacional,
premisa
indispensable
para
superar
toda
clase
de
roces
y
luchas.
Al
afirmar,
por
el
contrario,
que
el
escultismo
es
y
debe
seguir
siendo
un
movimiento
de
élite,
quiero
decir
que
en
él
la
calidad
jamás
debe
ceder,
por
motivo
alguno,
ante
la
cantidad.
En
otros
términos,
frente
a
un
escultismo
cualitativamente
decaído,
la
actitud
negativa
es
absolutamente
necesaria.
¿Qué
quedaría
de
su
valor
pedagógico
si,
por
ejemplo,
la
ley
no
fuera
verdaderamente
vivida
por
aquellos
que
forman
parte
del
mismo,
o
si
algunos
de
sus
principios
educativos
fundamentales
—
como
la
vida
al
aire
libre,
el
sistema
de
patrullas,
etc.
—
fueran
abandonados?
Por
tanto,
la
respuesta
a
la
pregunta
que
hace
poco
nos
hemos
formulado
podría
ser
la
siguiente:
El
escultismo
quiere
ser
un
movimiento
de
masas
de
calidad,
aunque
ello
pueda
llevarnos
a
una
inevitable
limitación
del
mismo
concepto
de
masa.
Pero
el
problema
todavía
es,
sin
duda
alguna,
más
hondo,
ya
que,
en
sustancia,
se
trata
de
establecer
si
el
reclutamiento
del
escultismo
debe
o
no
ser
condicionado.
Desde
el
momento
en
que
la
realización
concreta
de
este
método
educativo
se
presenta
como
un
movimiento
de
calidad,
¿es
justo
y
oportuno
que
ingresen
en
él
muchachos
de
cualquier
clase
social,
condición
económica,
educación
familiar
y
carácter
natural?
La
legitimidad
de
una
tal
pregunta
nace,
en
efecto,
de
una
doble
consideración.
Primero,
la
de
que
el
sistema
educativo
escultista,
con
su
carácter
fundamental
de
educación
integral,
lanza,
por
así
decirlo,
a
todo
aquel
que
forma
parte
del
mismo
hacia
una
forma
de
vida
y
hacia
un
ideal
moral
que,
indiscutiblemente,
van
mucho
más
allá
de
lo
que
se
acostumbra
exigir
a
un
joven
de
hoy
en
día
y
que,
incluso,
no
es
de
fácil
aplicación
práctica.
Segundo,
que
el
escultismo,
en
algunos
casos
al
menos,
plantea
una
problemática
y
presupone
ciertas
exigencias
(por
ejemplo,
de
libertad
personal,
de
justicia
social,
etcétera),
que
muy
difícilmente
podrán
encontrar,
más
tarde,
completa
satisfacción.
Y
en
estos
casos
pueden
aparecer,
quizá,
desequilibrios
bastante
peligrosos
para
un
normal
desarrollo
de
la
personalidad
de
los
muchachos.
Es
verdad
que
Baden-‐Powell
al
afirmar
—
como
ya
se
ha
dicho
—
que
en
todo
muchacho
existe
al
menos
un
cinco
por
ciento
de
bueno
que
siempre
puede
transformarse
en
un
ochenta
o
un
noventa
por
ciento,
demostrada
su
convicción
de
la
posibilidad
apriorística
de
que
todos
los
muchachos
asimilaran
satisfactoriamente
los
principios
del
escultismo,
pero,
no
obstante,
yo
creo
que
se
debe
reconocer
—
basándonos
en
las
experiencias
de
casi
todos
los
países
del
mundo
en
que
se
practica
el
escultismo
—
que
no
todos
los
muchachos
están
hechos
para
el
escultismo
y
que,
por
tanto,
en
algunos
casos
es
preferible
no
permitir
a
esta
pequeña
minoría
practicar
durante
mucho
tiempo
el
método
scout.
Esta
salvedad
se
debe
aplicar
no
tanto
a
muchachos
de
determinadas
condiciones
sociales
o
económicas,
cuanto
de
una
particular
educación
familiar
o
ambiental,
o,
incluso,
de
una
particular
estructura
física.
En
efecto,
el
peligro
que
he
denunciado
no
hace
poco
y
que
consiste
en
determinar
fuertes
desequilibrios
en
la
personalidad
de
algún
muchacho
ni
es
muy
frecuente
ni,
sobre
todo,
debe
considerarse
siempre
desde
su
punto
negativo.
En
efecto,
plantear
a
los
jóvenes
(e
incluso
a
aquellos
de
una
posición
social
tal
que
no
les
permitirá,
en
el
futuro,
el
ocupar
puestos
de
relieve)
problemas
y
exigencias
nuevas
es
un
motivo
de
progreso
en
la
maduración
espiritual
del
pueblo
y,
por
tanto,
debe
ser
recibido
con
satisfacción.
El
argumento,
por
el
contrario,
cambia
radicalmente
cuando
se
trata
de
muchachos
cuya
educación
familiar,
por
los
motivos
que
fuere,
estuviese
demasiado
alejada
de
los
principios
del
escultismo;
en
efecto,
los
principios
de
una
posición
contraria
a
cualquier
forma
de
egoísmo
amagado
o
abierto,
exigencia
de
continua
seriedad
de
vida
y
la
convicción
de
que
el
amor
activo
hacia
el
prójimo
debe
considerarse
como
la
base
misma
de
la
moralidad
humana,
si
bien
pueden
despertar
un
eco,
incluso
entusiasta,
en
los
primeros
años
de
pertenencia
del
muchacho
al
movimiento,
cuando
todavía
no
ha
entrado
a
formar
parte
del
llamado
mundo
de
los
adultos,
luego
son
decididamente
desechados
e,
incluso,
objeto
de
burla.
Naturalmente,
existen
ejemplos
de
muchachos
que,
basándose
exclusivamente
en
el
es-‐
cultismo
que
han
abrazado,
son
capaces
de
resistir
tales
seducciones,
pero
en
el
fondo
estas
excepciones
sólo
sirven
para
confirmar
la
regla
general.
La
misma
salvedad
debe
hacerse
a
propósito
de
aquello
que,
muy
justamente,
H.
Bouchet
(Psycho-‐
logye
du
scoutisme)
ha
denominado
«límites
individuales
del
escultismo»
y
que
pueden
fácilmente
resumirse
en
ciertos
defectos
psicológicos
y
caracterológicos
muy
difícilmente
superables
por
el
escultismo
normal.
Es
el
caso,
por
ejemplo,
de
muchachos
incapaces
de
observar
el
cuarto
artículo
de
la
ley
y
de
soportar
cualquier
forma
de
sumisión;
de
individuos
de
carácter
ligero
que,
una
vez
pasado
el
primer
entusiasmo,
muy
pronto
se
cansan
y
en
los
cuales
el
ideal
scout
no
perdura;
y,
sobre
todo,
de
muchachos
indolentes
y
pasivos
que,
si
bien
pueden
seguir
las
actividades
scouts
(aunque
de
manera
no
regular),
no
logran
aportar
la
mínima
contribución
ni
de
iniciativa
personal
ni
de
entusiasmo.
En
todos
estos
casos,
después
de
haber
intentado
superar
las
dificultades
mediante
las
posibilidades
que
nos
ofrece
el
mismo
escultismo,
los
jefes
tienen
no
solamente
el
derecho,
sino,
a
mi
entender,
también
el
deber,
de
proceder
a
la
oportuna
selección.
Esta
decisión
quizá
pueda
parecer
dolorosa,
pero
toda
incertidumbre
puede
resultar
gravemente
contraria
al
buen
éxito
de
la
labor
educativa
en
relación
con
los
demás
muchachos.
El
escultismo,
pues,
está
abierto
a
los
muchachos
de
cualquier
clase
social,
burguesa
o
popular.
En
todo
caso,
si
una
limitación
debe
hacerse
(por
fortuna
absolutamente
mínima),
se
refiere
a
los
ambientes
demasiado
elevados.
De
todas
maneras,
el
argumento
no
puede
cerrarse
aquí,
ya
que,
en
efecto,
está
bastante
difundida
la
opinión
de
que
el
escultismo
es
un
movimiento,
al
menos
de
hecho,
reservado
a
los
ambientes
burgueses;
algunas
de
las
críticas
que
se
le
dirigen
se
refieren,
precisamente,
hacia
este
lado.
Quizás
exista
algo
de
verdad,
pero
sustancialmente
esta
crítica
es
inexacta,
ya
que
son
muchas
las
unidades
que
se
nutren
tanto
de
los
ambientes
burgueses
como
de
los
populares,
y
no
son
pocos
los
grupos
formados
exclusivamente
por
elementos
de
este
último.
No
obstante,
es
necesario
reconocer
que
existe
cierta
mayoría
de
grupos
y
unidades,
por
decirlo
así,
burgueses,
y
que,
por
parte
de
los
dirigentes
de
las
Asociaciones
italianas,
no
se
ha
hecho
todo
lo
que
hubiera
podido
hacerse
para
mayor
difusión
del
escultismo
en
el
ambiente
popular.
Esta
doble
comprobación
es
indicio
claro,
por
otra
parte,
de
la
existencia
de
un
problema
no
re-‐
suelto
del
todo.
Se
trata
de
la
conveniencia
o
no
de
la
estructuración
homogénea,
por
lo
que
se
refiere
a
la
procedencia
social
de
sus
miembros,
de
los
grupos
y
unidades
escultistas.
Se
trata,
en
otras
palabras,
de
valorar,
desde
el
punto
de
vista
de
la
eficacia
educativa,
las
ventajas
que
cada
una
de
estas
dos
soluciones
presenta
en
relación
con
la
otra.
De
un
lado,
parece
que
poner
en
directo
contacto
muchachos
de
clases
sociales
diversas,
en
condiciones
de
igualdad
(en
el
sentido
de
que
tanto
el
uniforme
como
las
actividades
son
idénticas
para
todos),
pueda
ser
particularmente
útil
para
la
formación
del
espíritu
de
colaboración
intemacionalista
que
tanto
interesaba
a
Baden-‐Powell,
y,
además,
se
cree
que,
sobre
todo
por
lo
que
se
refiere
a
los
clanes,
ello
posibilita
un
ulterior,
interesante
y
mutuo
aumento
de
experiencias.
De
otro
lado,
por
el
contrario,
se
dice
que
cada
ambiente
social
exige,
desde
el
punto
de
vista
educativo
un
trato
adecuado,
aunque
sólo
difiera
de
los
demás
en
pequeños
detalles,
cosa
que
únicamente
puede
obtenerse
con
grupos
socialmente
homogéneos,
mandados
por
jefes
provenientes
del
mismo
ambiente.
El
problema,
decía
no
hace
mucho,
todavía
no
está
enteramente
resuelto;
la
existencia
en
el
escultismo
italiano
de
ambas
soluciones,
lo
demuestra
claramente.
Personalmente,
creo
que
la
formación
de
grupos
separados
presenta
mayores
ventajas,
ya
que
no
puede
olvidarse
que,
en
primer
lugar,
las
exigencias
de
los
muchachos
de
clases
populares
(principalmente
industriales)
son
distintas
de
las
de
los
demás
muchachos
por
dirigirse,
por
ejemplo,
de
una
manera
más
directa
al
cuidado
de
la
salud
física
y
al
desarrollo
intelectual,
y
mucho
menos
al
de
las
facultades
practicomanuales;
y,
en
segundo
lugar,
que
los
padres
de
estos
muchachos
no
acostumbran
ver
con
buenos
ojos
el
que
sus
hijos
frecuenten
un
ambiente
considerado
superior
y
al
que,
por
tanto,
no
se
adaptan.
Naturalmente,
en
todos
estos
casos
las
Comisarías
deben
tener
gran
cuidado
en
que
no
se
formen
pequeñas
repúblicas
independientes,
con
grave
perjuicio
para
la
fraternidad
scout
y,
por
tanto,
deben
precurar
frecuentes
contactos
con
los
demás
grupos.
Esta
tesis,
además,
halla
autorizada
confirmación
en
el
pensamiento
de
Baden-‐Powell
que
en
muchas
ocasiones
afirmó
la
necesidad
de
que
los
jefes
sepan
adecuar
y
vivir
el
escultismo
según
las
características
y
las
exigencias
del
ambiente
social
al
que
pertenecen
sus
muchachos.
Lo
que
sí
me
parece
poder
afirmar
sin
dudas
de
ninguna
clase,
es
que
las
Asociaciones
italianas
no
se
han
enfrentado
suficientemente
con
el
problema,
ya
en
lo
que
se
refiere
a
la
formación
de
jefes
adecuados
a
este
trabajo,
ya
en
las
ayudas
concretas
que
deben
prestarse.
Tampoco
la
misma
autoridad
eclesiástica
parece
que
haya
comprendido
y
apreciado
las
concretas
posibilidades
de
hacer
el
bien
que
contiene
el
escultismo
popular,
como
lo
demuestra
la
dificultad
existente
para
obtener
Consiliarios
y,
por
tanto,
su
débil
interés.
EL
PROBLEMA
DE
LAS
RELACIONES
ENTRE
ESCULTISMO
Y
FAMILIA
En
los
párrafos
anteriores
se
ha
tocado
un
punto
de
notable
importancia
cuando
se
ha
afirmado
que
algunas
de
las
dificultades
particularmente
graves
que
impiden
una
más
universal
amplitud
de
la
acción
del
movimiento,
deben
referirse
a
la
vida
y
a
la
educación
familiar.
Sobre
este
tema,
y,
en
general,
sobre
las
relaciones
entre
el
escultismo
y
la
familia,
bien
vale
la
pena
decir
algunas
palabras.
De
la
misma
manera
que
para
la
escuela
(y
con
mayor
razón
ahora),
puede
afirmarse
que
la
acción
del
escultismo
debe
considerarse
como
complementaria
a
la
acción
educadora
y
formativa
de
la
fami-‐
lia.
El
escultismo,
en
efecto,
no
asume
la
tarea
de
la
formación
directa,
y
mucho
menos
exclusiva,
del
joven,
para
la
que
no
tendría
ni
medios
ni
una
estructura
suficiente;
el
escultismo
tiene,
tan
sólo,
una
misión
integrativa:
la
de
marchar
de
acuerdo
y,
al
mismo
tiempo,
potenciar
la
acción
familiar.
(Véase
P.
Marcon,
La
conferenza
delto
Scautismo
Cattolico,
en
«Estote
Parati»,
Roma,
1956,
núm.
7.)
Y
la
importancia
del
reconocimiento
de
este
deber
es
probada
por
el
hecho
de
que,
en
general,
el
escultismo
sólo
da
frutos
positivos
cuando
puede
introducirse,
sin
violencias
y,
por
tanto,
sin
excesivas
dificultades,
en
la
formación
familiar
de
un
muchacho.
La
experiencia
nos
enseña,
en
efecto,
que
allí
donde
el
ambiente
familiar
no
colabora
con
los
jefes
o,
al
menos,
no
adopta
una
posición
neutral
ante
el
escultismo,
muy
poco
se
puede
hacer
y
de
bien
poca
utilidad
son
los
esfuerzos
educativos
del
jefe
de
tropa
y
demás
instructores.
Por
tanto,
el
problema
de
las
relaciones
entre
el
escultismo
y
la
familia
sólo
existe
cuando
la
incomprensión
de
una
cualquiera
de
las
dos
partes
hace
difícil
su
mutua
colaboración.
Incluso
en
un
plano
teórico,
puede
parecer
raro
el
plantearse
este
problema
si
se
han
establecido
claramente
los
respectivos
campos
de
acción
y
las
respectivas
zonas
de
influencia.
Pero,
por
el
contrario,
la
realidad
de
las
cosas
es
muy
distinta,
bien
porque
ocurra
a
veces
que
llegan
a
la
manada
o
a
la
tropa
elementos
procedentes
de
familias
que
tienen
un
criterio
moral
y
reli-‐
gioso
muy
distinto
del
típico
en
el
escultismo,
bien
porque
no
son
infrecuentes
—
incluso
en
familias
teóricamente
cercanas
al
espíritu
scout
—
los
casos
de
incomprensión
y
de
tensión
con
los
jefes
y
con
los
mismos
hijos
scouts,
o
bien,
finalmente,
porque
el
excesivo
interés
del
muchacho
hacia
su
vida
scout
se
considere
elemento
disgregador
de
la
intimidad
familiar.
En
el
primer
caso,
como
ya
se
ha
observado,
no
siempre
es
posible
llegar
a
una
satisfactoria
solución
de
las
dificultades
que
inevitablemente
nacen,
de
manera
más
notoria,
cuando
el
chiquillo
alcanza
cierta
edad.
A
tal
punto
pueden
llegar
estas
dificultades
que
muchas
veces
el
escultismo
se
convierte
en
un
elemento
de
desequilibrio
del
proceso
de
formación
espiritual
del
muchacho
y,
entonces,
el
jefe
debe
tener
la
decisión
suficiente
para
romper
con
una
situación
tan
nociva.
De
todas
maneras,
es
necesario
reconocer
—
y
los
ejemplos
no
son
escasos
—
que
el
escultismo
puede,
con
su
potente
espiritualidad
y
con
la
nueva
sensibilidad
que
desarrolla
en
los
muchachos,
realizar
una
auténtica
labor
bienhechora
moral
y
religiosa
en
el
seno
de
familias
en
peligro
de
disgregación
o,
cuando
menos,
faltas
en
solidez
moral
y
espiritual.
En
el
segundo
y
tercer
casos,
es
necesario
convencerse
de
que,
generalmente,
estos
conflictos
y
estas
incomprensiones
acostumbran
nacer
de
un
insuficiente
conocimiento,
por
parte
de
los
padres,
de
los
más
importantes
problemas
educativos
y
de
las
más
características
exigencias
de
la
juventud,
más
que
de
un
conocimiento
superficial
de
los
principios
y
métodos
del
escultismo.
En
efecto,
cuando
unos
padres
acusan
al
escultismo
de
ser
demasiado
absorbente
en
sus
activida-‐
des
y,
sobre
todo,
del
gran
interés
que
logra
despertar
en
los
muchachos
(y
esto
se
nota,
principalmente,
el
domingo,
cuando
al
padre
le
gustaría
salir
con
su
hijo),
no
se
tiene
en
cuenta
el
deseo
natural
de
todo
muchacho
de
doce
a
dieciséis
años
de
evadirse
del
mundo
familiar;
deseo
que,
si
no
halla
manera
de
satisfacer
normalmente,
puede
producir
reacciones
peligrosas
y
causantes
de
mayores
preocupaciones
que
las
que
origina
la
separación
producida
por
la
vida
scout.
Asimismo,
cuando
se
afirma
que
el
escultismo
desarrolla
un
excesivo
espíritu
de
independencia
—hasta
el
punto
de
hacer
nacer
en
los
hijos
la
pretensión
de
formarse
por
sí
solos
y
de
vivir
una
vida
casi
autónoma—,
no
siempre
se
piensa
que
si
este
deseo
de
autonomía,
totalmente
natural
y
espontáneo,
se
estructura
sobre
una
sólida
base
moral
como
la
que
representa
la
ley,
no
sólo
no
debe
ser
juzgado
negativamente,
sino
que
se
le
debe
saludar
como
un
decisivo
paso
adelante
en
el
camino
de
la
madurez
espiritual.
De
la
misma
manera,
tampoco
es
justo
despreciar
la
indiscutiblemente
importante
ayuda
que
puede
aportar
a
la
vida
familiar
el
hecho
de
que
un
muchacho
se
sienta
íntimamente
feliz
y
de
que
se
haya
incorporado
los
valores
morales
y
físicos
propios
y
característicos
del
escultismo:
sentido
de
la
responsabilidad,
alegría,
altruismo,
cortesía,
etc.
De
ahí,
pues,
la
necesidad
de
una
estrecha
colaboración
entre
padres
y
jefes,
cosa
que
se
obtiene
con
la
insistencia,
por
parte
de
estos
últimos,
sobre
los
deberes
de
todo
muchacho
hacia
su
familia
(y
la
ley,
desde
este
punto
de
vista,
es
bien
clara),
y
con
frecuentes
contactos
entre
jefes
y
padres,
en
el
terreno
personal
o
de
una
manera
comunitaria.
¡
Cuántas
veces
basta
con
interesar
a
los
padres
en
las
actividades
de
la
manada
o
de
la
tropa
—
haciéndoles
participar,
por
decirlo
de
una
manera
gráfica,
en
la
vida
de
sus
propios
hijos
—
para
superar
todas
las
dificultades
anteriormente
indicadas!
Por
otra
parte,
tampoco
debe
olvidarse
que,
muchas
veces,
se
trata
de
una
simple
cuestión
de
confianza
recíproca.
Confianza
que
el
jefe
obtendrá
no
sólo
a
través
de
su
seria
e
intensa
acción
educativa,
sino,
además,
mediante
un
comportamiento
humilde
hacia
los
padres
y
lleno
de
sensibilidad
en
sus
relaciones
con
ellos.
DIFICULTADES
Y
PELIGROS
DEL
ESCULTISMO
Así
pues,
si
ciertas
dificultades
ambientales
o
individuales
pueden
justificar
algunas
defecciones
del
escultismo,
y
si
otros
ven,
a
su
vez,
el
origen
de
este
problema
en
el
conflicto
entre
las
exigencias
de
la
escuela
o
la
familia
y
las
de
la
vida
scout,
no
es
menos
cierto
que
otras
causas
de
este
fenómeno
negativo
quizá
residan,
de
manera
más
específica,
en
el
interior
mismo
de
la
estructura
del
propio
movimiento.
O
tal
vez
sería
mejor
decir
que
ellas
nacen,
más
bien,
de
la
no
siempre
perfecta
aplicación
práctica
de
sus
principios
y
de
sus
métodos,
que
de
ellos
mismos.
A
este
respecto,
podemos
formular
dos
observaciones.
La
primera
es
que
el
motivo
de
un
alejamiento
del
escultismo
puede
proceder
o
bien
de
la
incapacidad
de
un
jefe
para
salirse
de
una
demasiado
monótona
y
uniforme
actividad,
o
bien
de
su
incapacidad
para
comprender
el
carácter
y
la
personalidad
de
alguno
de
sus
muchachos.
La
segunda
es
que
el
paso
de
una
a
otra
rama
no
siempre
se
produce
en
el
momento
justo,
causando
disgustos
e,
incluso,
auténticas
crisis
espirituales.
Por
un
lado;
todos
sabemos
por
propia
experiencia
que
los
muchachos,
y
en
especial
cuando
se
trata
de
muchachos
avispados
e
inteligentes,
acostumbran
ser
volubles
en
sus
gustos
y
difícilmente
aprecian
lo
que
se
les
ofrece
demasiado
a
menudo
y
sin
suficiente
variación.
El
juego
repetido
tres
o
cuatro
veces,
la
misma
actividad
técnica
con
idénticas
aplicaciones
prácticas,
las
excursiones
a
lugares
ya
conocidos,
e,
incluso,
un
horario
y
un
programa
demasiado
estereotipado
y
rígido,
tienen
la
virtud
de
cansar
a
los
muchachos
inquietos
y
deseosos
de
novedades,
de
hacerles
perder
el
primitivo
entusiasmo
y
de
dirigirlos
hacia
ocupaciones
y
diversiones
más
variadas
y
nuevas
para
ellos.
Es
lo
mismo
que
sucede
en
la
escuela,
donde
gran
parte
de
la
aversión
que
por
la
misma
sienten
los
chiquillos,
proviene
precisamente
de
la
uniformidad
de
su
vida
y
de
su
estructura.
Los
muchachos
exigen
mucho
de
sus
jefes,
y
éstos
no
siempre
están
en
las
debidas
condiciones
espirituales
o
incluso
físicas
para
poderles
complacer.
Además,
debe
añadirse
todavía
que
puede
suceder
que
entre
un
jefe
y
uno
de
sus
muchachos
no
se
llegue
a
alcanzar
aquella
comprensión
y
confianza
mutuas
que
son
indispensables
para
el
buen
éxito
de
la
experiencia
scout;
principalmente,
cuando
el
muchacho
tiene
ya
cierta
edad
y
cuando
ambos
están
dotados
de
una
fuerte
personalidad.
Puede
suceder,
también,
que
ciertas
actitudes
y
ciertas
decisiones
de
un
jefe
decepcionen
a
un
muchacho
que
se
había
formado
de
aquél
una
altísima
opinión
apriorística,
o
bien
que
un
excesivo
lazo
de
tipo
afectivo
entre
un
jefe
y
un
muchacho
(además
de
los
evidentes
peligros
de
orden
moral)
determine
una
fuerte
crisis
en
este
último,
hasta
el
punto
de
decidirlo
a
abandonar
el
escultismo
si
tuviera
que
cambiar
de
jefe.
Pero
también
en
estos
casos,
como
es
fácil
comprender,
se
trata
más
de
dificultades
de
hecho
que
de
principio,
aun
cuando
se
deba
admitir
que
el
tipo
de
relación
educativa
directa
y
personal
que
defiende
el
escultismo,
parece
que,
en
el
fondo,
las
favorece
o
cuando
menos
las
hace
posibles.
Por
lo
que
se
refiere
a
los
pasos
de
una
a
otra
rama,
por
el
contrario,
las
dificultades
que
presen-‐
tan
parecen
menos
ligadas
a
la
figura
del
jefe
y
más
dependientes
de
la
estructura
interna
del
escultismo.
Según
datos
estadísticos,
resulta
en
efecto
que
las
pérdidas
mayores
se
producen
durante
el
primer
año
de
vida
en
la
tropa
entre
los
antiguos
lobatos
y,
más
aún,
durante
la
época
del
paso
de
la
tropa
al
clan
y
en
el
primer
año
de
la
vida
de
rover.
Ello
demuestra
que
el
problema
de
los
pasos
de
rama
es
muy
delicado
y
que
tiene
necesidad
de
ser
atentamente
estudiado
en
cada
caso.
Además,
ello
se
explica
si
se
tiene
en
cuenta
que
se
trata
de
unas
edades
críticas
y
llenas
de
dificultades,
durante
las
cuales
o
bien
el
chiquillo
deja
la
infancia
para
entrar
en
la
pubertad,
o
bien
el
adolescente
se
adentra
en
el
mundo
de
la
madurez.
De
este
segundo
período
nos
ocuparemos
próximamente
al
tratar
del
problema
del
roverismo;
por
lo
que
se
refiere
al
primero,
creo
interesante
recordar
que
la
mayor
dificultad
proviene
del
brusco
cambio
que
experimenta
el
lobato
en
la
manera
de
ser
tratado,
ya
que
en
la
manada
se
le
trataba
como
a
un
chiquillo
que
todavía
tiene
derecho
a
ciertas
delicadezas
y
a
ser
ayudado,
y
en
la
tropa,
por
el
contrario,
como
un
muchacho
que
tiene
que
arreglárselas
por
sí
solo.
De
ahí
que
sea
absolutamente
indispensable
una
recíproca
colaboración
en-‐
tre
los
jefes
de
las
diversas
ramas.
Pasando
a
hablar
ahora
de
algunos
de
los
peligros
en
que
puede
caer
el
escultismo,
y
en
los
que
quizá
ya
haya
caído,
intentaré
señalar,
aunque
sea
muy
brevemente,
algunas
posibles
desviaciones
que,
si
bien
son
descubiertas
inmediatamente
por
quienes
conozcan
de
veras
el
escultismo,
pueden
llevar
a
engaño
a
quienes
no
posean
este
conocimiento.
La
primera
y
más
importante
deformación
es
el
exceso
de
organización
(que
ya
denunciaba
Pierre
Bovet
en
su
famoso
libro
Le
génie
de
Baden-‐Powell),
que
consiste
en
la
tendencia
de
algunos
jefes,
militaristas
por
naturaleza,
o,
peor
aún,
privados
de
elasticidad
y
de
imaginación,
a
convertir
su
tropa
en
una
especie
de
impecable
batallón
de
soldados.
La
segunda,
por
el
contrario,
consiste
en
la
tendencia
de
otros
jefes,
particularmente
dotados
de
tiempo
y
de
medios,
a
transformar
su
propia
unidad
en
una
compleja
organización
en
la
que
además
de
las
actividades
normales
(un
poco
abandonadas
siempre)
se
practican
otras
marginales
(cinema,
juegos
de
sociedad,
ping-‐pong,
etc.),
hasta
el
punto
de
hacer
pensar
más
en
una
labor
postescolar
que
en
una
actividad
scout.
Ambas
deformaciones
han
causado
diversas
acusaciones
contra
el
escultismo,
pero
después
de
cuanto
hemos
dicho
es
del
todo
evidente
que
dichas
acusaciones
no
pueden
ser
tomadas
en
consideración.
Una
tercera
y
grave
deformación
del
escultismo
es
la
denunciada
por
H.
Bouchet
y
también
por
E.
Mounier
en
un
artículo
publicado
en
1944.
Trátase
del
peligro
de
que
algunos
jefes
y
rovers
conside-‐
ren
el
escultismo
como
una
finalidad
en
sí
mismo,
en
cuyo
caso
alguno
de
sus
medios
educativos
más
típicos,
como
el
amor
por
la
naturaleza,
el
gusto
por
determinados
ceremoniales
o
un
simplicísimo
optimismo,
se
elevarían
directamente
a
metas
de
la
labor
escultista.
Este
peligro
es
sustancialmente
la
premisa
que
determina
aquellas
actitudes
de
excentricidad
o
de
excesivo
apego
al
movimiento
de
que
ya
hemos
hablado.
Todo
ello
confirma
la
observación,
también
ya
expresada,
de
que
todos
estos
peligros
y
estas
difi-‐
cultades
desaparecerían
si
el
escultismo
se
aplicara
de
perfecto
acuerdo
con
el
pensamiento
de
su
fundador,
y
que
en
cada
uno
de
estos
casos
el
único
remedio
verdaderamente
eficaz
y
decisivo
consiste
en
una
vuelta
a
Baden-‐Powell
y
a
sus
instituciones,
tan
simples
y
valiosas.
EL
PROBLEMA
DEL
ROVERISMO
El
problema
del
roverismo,
de
cuáles
deben
ser
los
programas
y
los
métodos
educativos
de
la
tercera
rama
scout,
y
el
del
clan,
son,
quizá,
los
problemas
más
serios
y
delicados
de
todo
el
escultismo,
ya
que
para
él
se
trata
de
una
cuestión,
como
muy
justamente
se
ha
observado,
de
vida
o
muerte.
Las
dificultades
que
siempre
se
han
presentado
al
intentar
resolverlo
(y
que
todavía
se
presentan)
proceden,
por
un
lado,
de
la
crítica
edad
de
los
muchachos
a
los
que
se
dirige,
y
por
el
otro,
del
hecho
de
que
si
bien
Baden-‐Powell
presentó
sus
límites
de
principio
—
dentro
de
los
cuales
debe
moverse
la
acción
de
un
clan
—,
no
expresó
su
pensamiento
sobre
este
asunto
con
la
misma
claridad
y
con
el
mismo
sentido
práctico
con
que
anteriormente
se
había
enfrentado
con
el
problema
de
los
scouts
y
de
los
lobatos;
firmemente
convencido
de
que
su
obra
educativa
no
podía
considerarse
completa
sin
la
aportación
del
roverismo,
de
todas
maneras
él
dejó
que
su
estructura
fuera
lentamente
constituyéndose
a
través
de
tentativas
y
experiencias
diversas.
De
ahí
que
no
sean
pocos
ni
distintos
los
matices
existentes,
no
sólo
en
una
u
otra
Asociación,
sino
incluso
en
los
diversos
clanes
de
una
misma
Asociación.
De
todas
maneras,
podemos
afirmar
que
en
Italia
el
roverismo
ya
ha
asumido
una
fisonomía
bastante
determinada,
que,
según
parece,
merece
la
aprobación
de
todos
los
interesados
en
el
problema.
La
mayor
dificultad
que
se
presenta
es
la
de
lograr
elaborar
y
poner
en
práctica
un
programa
capaz
de
satisfacer
las
exigencias
de
los
jóvenes
de
diecisiete
a
veinte
años.
En
otros
términos,
la
difi-‐
cultad
reside
en
lograr
interesarlos,
ya
que
también
en
este
caso
la
ley
del
interés
domina.
Y,
natural-‐
mente,
ya
no
les
interesa
ni
los
juegos
ni
las
actividades
técnicas
características
de
la
tropa.
El
Padre
Forestier
(en
su
libro
Une
route
de
liberté,
cuya
tercera
parte,
dedicada
por
entero
al
problema
del
roverismo,
merece
ser
atentamente
leída
y
meditada)
dice
que
la
edad
rover
es
particularmente
difícil
y
delicada,
ya
que
en
ella
el
adolescente
pone
en
acción
todo
su
pasado
físico
y
espiritual
para
alcanzar
la
unidad
de
su
propio
ser
y
para
conquistar
su
propia
personalidad,
al
mismo
tiempo
que
se
le
presenta
la
idea,
muy
fuerte
en
ocasiones,
de
que
ya
es
un
hombre
hecho.
Así
pues,
son
muchas
las
características
generales
de
los
jóvenes
durante
este
particular
momento
de
su
desarrollo:
el
deseo
de
razonar,
discutir
y
formular
juicios
incluso
sobre
temas
que
apenas
conocen
por
vagas
referencias;
la
afición
a
hacer
predicciones
para
el
futuro,
no
sólo
personal,
sino
también
social
y
nacional;
el
celebrar
cordiales
reuniones
en
torno
a
una
mesa
y
sentirse
por
ello
per-‐
sonas
de
mucha
importancia;
el
placer
que
hallan
en
llegar
con
retraso
a
las
reuniones
y
a
las
citas,
justificándose
con
las
numerosas
obligaciones
que
han
tenido
que
cumplir;
el
interés
nuevo
que
encuentran
en
la
muchacha,
ante
la
cual
se
hallan
algo
incómodos
y
de
la
que
se
esfuerzan
por
percibir
el
misterio
incluso
a
través
de
mutuas
confidencias.
A
ello
debe
añadirse
aún
su
deseo
de
estar
al
corriente
de
todas
las
novedades
—
cinematográficas,
teatrales,
políticas
o
mundanas
—
y
la
tendencia
a
poner
bajo
crítica,
intensa
y
cruel
a
veces,
todas
las
convicciones
y
todos
los
principios
sobre
los
que
se
basaba
su
vida
anterior,
incluyendo
los
fundamentos
religiosos,
los
principios
morales
y
las
leyes
del
escultismo.
Pero
todavía
hay
más,
ya
que
si
bien
es
verdad
que
éste
es
el
momento
de
los
grandes
y
estériles
sueños
—
en
los
que
está
presente
toda
la
extraordinaria
y
fascinadora
capacidad
de
empresa
de
los
jóvenes
—,
también
es
verdad
que
ellos
sienten
enormemente
la
exigencia
de
lo
concreto
y
de
lo
práctico.
Su
imaginación,
en
efecto,
ya
no
se
dirige
hacia
un
mundo
inexistente
e
irreal,
sino
que
busca
la
manera
de
concretarse
en
la
vida
cotidiana;
característica,
además,
que
está
profundamente
apoyada
por
la
búsqueda
de
su
futura
profesión,
por
el
inicio
de
la
misma
y
por
las
mayores
responsabilidades
que
se
le
confían.
Es
evidente,
por
tanto,
que
todas
estas
consideraciones
deben
ser
tenidas
en
cuenta
por
cualquier
intento
educativo
que
se
dirija
a
tal
edad,
si
no
quiere
desarrollar,
por
falta
de
atractivos
e
interés,
una
labor
inútil.
¿Cuáles
son,
pues,
las
líneas
principales
seguidas
por
el
roverismo
en
el
desarrollo
de
su
impor-‐
tante
acción
educativa?
Podemos
resumirlas,
a
mi
entender,
en
tres
puntos
fundamentales:
el
concreto
interés
por
los
problemas
sociales
y
políticos,
la
creación
de
un
ambiente
particular,
y
la
realización
de
algunas
grandes
empresas
técnicas
o
físicas
que
se
avengan
con
los
gustos
y
preferencias
de
cada
individuo
o,
como
máximo,
de
un
número
limitado
de
ellos.
En
cuanto
al
primer
punto,
es
inútil
repetir
una
vez
más
cuanto
ya
dijimos
en
el
capítulo
dedicado
a
la
educación
política.
Baste
con
subrayar
que
todas
aquellas
actividades
responden
plenamente
a
una
íntima
y
sentida
exigencia
de
los
rovers.
En
cuanto
al
segundo,
debemos
extendernos
un
poco
más.
En
efecto,
se
trata
de
reconocer
la
importante
función
pedagógica
de
la
atmósfera
en
que
se
desarrolla
la
vida
del
clan
y
en
la
que
tanta
importancia
tiene
el
local
del
clan.
Quizá
pueda
parecer
excesivo,
pero
el
hecho
de
que
el
joven
tenga
la
posibilidad
de
encontrarse,
solo,
con
sus
camaradas
en
un
lugar
que
él
sabe
perfectamente
disponible
y
apto
para
sus
exigencias
de
reuniones
serias,
es
casi
más
importante
que
el
hecho
de
que
una
patrulla
tenga
su
rincón.
Como
observa
muy
justamente
H.
Bouchet
en
el
capítulo
dedicado
al
problema
de
los
rovers
(en
Le
scoutisme
et
l'individualité),
el
local
del
clan
debe
permitir
y
favorecer
la
formación
de
aquella
atmósfera
de
vida
ardiente
y
espontánea
que
el
joven
necesita
como
una
válvula
de
seguridad,
y,
al
mismo
tiempo,
debe
representar,
para
él,
el
lugar
donde
se
sabe
que
podrá
hallar
refugio
en
sus
momentos
de
tristeza
o
depresión.
La
atmósfera
del
clan,
para
ser
verdaderamente
útil
en
el
terreno
educativo
debe
estar
compuesta
de
distensión
y
de
un
profundo
espíritu
de
amistad,
casi
de
camaradería.
Es
un
grave
error
revestir
al
roverismo
de
principios
demasiado
duros
y
exigentes,
tanto
desde
el
punto
de
vista
espiritual
como
de
las
obligaciones
prácticas.
«No
hay
derecho
—
dice
H.
Bouchet
en
el
libro
citado
—
a
exigir
del
joven,
solicitado
por
mil
placeres
exteriores,
un
heroísmo
inicial.
Es
suficiente
con
que
continúe
amando
y
practicando
la
ley
y
con
que
comprenda
de
qué
modo
el
ideal
rover
es
la
buena
acción
ininterrumpida.»
He
aquí
por
qué
son
necesarias
una
muy
sabia
es-‐
tructuración
del
programa
—
con
pocas
actividades
obligatorias
y
muchas
facultativas
—
y
la
presencia
de
un
jefe
de
clan
que,
además
de
ser
el
de
mayor
edad
(nunca
menor
de
veintitrés
años),
pueda
comprender
las
exigencias
de
cada
rover
con
paciencia
y
con
harto
espíritu
de
tolerancia
y
equilibrio.
Finalmente,
y
en
cuanto
al
tercer
punto,
se
trata
de
renovar
o
de
mantener
despierto
el
interés
de
los
rovers
hacia
la
vida
al
aire
libre
y
hacia
las
técnicas
aprendidas
durante
la
precedente
etapa
scout,
tanto
para
satisfacer
su
tendencia
a
las
grandes
empresas
—
haciéndola
desembocar
en
alguna
realización
concreta,
capaz
de
desarrollar
el
sentido
de
la
realidad—,
cuanto
para
completar
y
perfeccionar
el
desarrollo
del
estilo
scout
que
debe
informar
su
vida
el
día
de
mañana.
Y
al
lado
de
estas
empresas,
que
deben
prepararse
con
un
número
suficiente
de
salidas
y
de
actividades
menores,
tienen
también
mucha
importancia
las
actividades
facultativas,
especializadas,
que
cada
rover
o
grupo
de
rovers
escoge
y
desarrolla
regularmente
durante
el
curso;
por
ejemplo,
espeleología,
el
esquí
o,
sobre
todo,
el
alpinismo,
ya
indicado
por
Baden-‐Powell
como
una
de
las
actividades
más
adecuadas
al
rover
y
que,
según
parece,
se
está
convirtiendo,
cada
día
más,
en
la
especialidad
preferida
de
los
clanes
italianos.
Pero
el
problema
del
roverismo,
por
encima
de
programas
y
de
matices,
permanece
vivo
y
abierto,
ya
que,
como
ninguna
otra
rama,
ella
demuestra
la
necesidad
de
que
el
escultismo
conserva
su
funda-‐
mental
característica
de
continua
creación;
característica,
por
otra
parte,
que
condena
cualquier
for-‐
ma
posible
de
esquematización
—
por
limitada
que
sea
—
y
que
es
plena
garantía
de
su
vitalidad
y
de
su
valor
pedagógico.
EL
ESCULTISMO
COMO
MOVIMIENTO
DE
JUVENTUD
Todo
cuanto
hemos
afirmado
halla
magnífica
confirmación
en
el
pensamiento
del
Padre
Forestier,
al
que
tantas
veces
hemos
citado.
El
Padre
Forestier
ha
dedicado
el
capítulo
XXI
de
su
magnífico
libro
Une
route
de
liberté,
con
el
significativo
título
de
Notion
de
Mouvement
de
jeuneusse
(dentro
de
la
tercera
parte
dedicada,
como
hemos
dicho,
al
rove-‐
rismo),
al
problema,
de
capital
importancia,
de
la
necesidad
de
considerar
al
escultismo
como
un
«Movimiento
de
juventud».
A
este
problema,
que
consideramos
muy
útil
e
interesante,
dedicaremos
este
último
apartado,
ya
que
considerar
así
al
escultismo
significa
no
tan
sólo
salvaguardar
su
validez
como
método
educativo,
sino
también
ver
toda
su
función
civil
y
social.
Que
el
escultismo
deba
considerarse
como
un
movimiento
de
juventud
quiere
decir,
esencialmente,
que
el
escultismo
tiene
un
lugar
muy
preciso
en
el
vasto
movimiento
de
renovación
que
parece
agitar
desde
hace
unos
decenios
a
la
juventud.
A
través
de
una
rápida
ojeada
a
la
historia
de
la
juventud
alemana,
inglesa
y
francesa
de
los
últimos
cincuenta
años,
el
Padre
Forestier
llega
a
la
conclusión
—
que
también
parece
válida
para
la
juventud
de
otros
países,
como
Italia
—
de
que
los
jóvenes
han
ido
en
busca,
poco
a
poco
y
cada
vez
de
manera'
más
consciente,
de
un
sistema
de
vida
que,
reaccionando
ante
la
estructura
de
la
sociedad
en
que
viven,
estuviera
en
situación
de
reformar
el
mundo.
Las
aspiraciones
que
en
tal
sentido
se
han
dejado
sentir
con
mayor
fuerza
son:
deseo
de
reducir
las
diferencias
entre
los
jóvenes
de
tendencias
y
formación
distintas
para
poder
llegar
a
una
más
fácil
comprensión
recíproca;
voluntad
de
reaccionar
contra
las
condiciones
de
vida
impuestas
por
el
mundo
capitalista-‐industrial,
que,
además
de
minar
su
misma
salud
física,
conducen
a
una
peligrosísima
e
inhumana
forma
de
despersonalización;
y
tendencia
a
determinar,
a
través
de
los
mismos
movimientos
juveniles,
las
costumbres
morales
capaces
de
superar
la
situación
crítica
que
muy
particularmente
en
este
campo
se
deja
sentir.
En
sustancia,
todavía
hoy
en
día
se
trata
de
una
aspiración
muy
fuerte
a
una
forma
de
reacción,
o,
si
se
prefiere,
de
resistencia
al
doble
exceso
del
individualismo,
por
un
lado,
y
de
la
mecanización
y
del
colectivismo,
por
el
otro.
Por
tanto,
afirma
el
Padre
Forestier,
en
la
medida
en
que
una
Asociación
satisfaga
estas
aspira-‐
ciones
podrá
ella
merecer
el
nombre
de
movimiento.
Nombre
que,
nótese
bien,
si
se
usa
en
oposición
al
de
obra
indica
algo
que
se
mueve,
que
está
en
marcha
y
que,
de
una
manera
u
otra,
busca.
Lo
que
busca
es
evidente:
enriquecer
la
personalidad
de
cada
individuo
haciendo
de
él
una
persona
capaz
y
responsable,
e
integrarlo
profunda
y
sinceramente
en
la
sociedad.
A
la
luz
de
estas
consideraciones,
¿cuál
es
y
cuál
debe
ser
la
actual
posición
del
escultismo?
Por
un
lado,
parece
innegable
que
muchos
de
sus
principios
y,
en
el
fondo,
todo
su
ideal,
concuerdan
admirablemente
con
estas
fundamentales
exigencias
de
la
juventud;
además,
queda
claro
que
el
escultismo
está
en
situación
de
dar
a
tales
aspiraciones
un
más
amplio
horizonte
espiritual,
llegando,
por
así
decirlo,
a
sublimarlas
en
una
visión
sobrenatural.
Pero,
por
otro
lado,
si
se
tienen
en
cuenta
sus
realizaciones
concretas,
no
siempre
puede
ser
juzgado
tan
favorablemente.
¡Cuántas
veces,
en
efecto,
el
escultismo
se
reduce
a
una
organización
paternalista,
en
la
que
sus
miembros
están
muy
lejos
de
estar
en
movimiento,
y
cuántas
veces
el
escultismo
no
es
nada
más
que
un
simple
patronato
escultismizado,
en
el
que
si
bien
se
desarrollan
todas
las
principales
actividades
scouts
de
manera
regular,
sin
embargo,
no
existe
movimiento
alguno
hacia
la
gran
meta
final,
hacia
los
grandes
ideales
de
renovación!
En
estos
casos,
el
escultismo
no
cumple
con
lo
que
de
él
se
espera
y
no
merece
el
título
de
«Movimiento
de
juventud».
El
mundo
en
que
vivimos
tiene
necesidad,
urgente
necesidad,
de
estas
fuerzas
vitales
que
le
per-‐
mitirían
superar
las
estrecheces
en
que
se
debate.
Tiene
necesidad
de
esta
renovación,
ya
que
demasiados
desastres
han
socavado
sus
fundamentos.
He
ahí,
pues,
el
más
auténtico
deber
del
escultismo:
ser
siempre
y
de
verdad
un
«Movimiento
de
juventud»,
de
acuerdo
con
las
exigencias
y
las
necesidades
de
nuestro
tiempo.
Pero
para
alcanzar
esta
meta
es
necesario
que
exista
un
real
espíritu
de
investigación
y
de
inquie-‐
tud;
inquietud
luminosa
y,
en
el
fondo,
optimista,
para
hacerlo
todo
cada
vez
mejor,
y
encaminada
a
abrir
horizontes
cada
vez
más
amplios.
Éste
es
el
problema
más
serio
del
roverismo
y
yo
creo
que
incluso
del
postroverismo.
A
él
deben
tender
sus
esfuerzos
y
sus
anhelos,
incluso
porque
tan
sólo
de
esta
manera
la
acción
educativa
del
escultismo
puede
tener
un
profundo
significado
y
una
función
verdaderamente
de
primer
plano
en
el
seno
de
la
sociedad
contemporánea.
Ésta
es,
en
definitiva,
la
esperanza
que
abrigamos.
A P E N D I C E S
Habéis
elegido
Roma,
queridos
hijos,
como
lugar
de
reunión
de
la
Conferencia
Internacional
de
Escultismo
Católico,
y
es
la
primera
vez
que
vuestros
dirigentes
nacionales
se
reúnen
en
la
Ciudad
Eterna.
Además,
habéis
estudiado
un
tema
que
sabéis
goza
de
preferencias
ante
el
Vicario
de
Jesucristo:
«El
apostolado
en
y
por
el
escultismo.»
Deseosos
de
responder
a
las
recientes
llamadas
que
hemos
dirigido
a
todos
ios
católicos,
queréis
tomar
toda
la
responsabilidad
que
ós
corresponde
en
el
apostolado
de
la
Iglesia:
noble
y
generosa
resolución,
completamente
de
acuerdo
con,
el
espíritu
del
escultismo.
Nadie
ignora,
en
efecto,
que
desde
su
origen
la
religión
ha
tenido
en
él
e!
primer
lugar;
pero,
además,
vosotros
tenéis
conciencia
de
que
el
catolicismo
da
fuerza
y
eficacia
a
la
obra
educadora
que
vosotros
perseguís.
No
se
trata
solamente
de
formar
mejores
ciudadanos,
más
activos,
más
dedicados
ai
bien
común
del
estado
temporal;
se
trata,
además,
de
formar
mejores
hijos
de
la
Iglesia.
En
la
Iglesia
católica
la
misión
apostólica
desciende
de
ia
Jerarquía
a
ios
fieles,
y
en
nuestros
tiempos
todos
los
fieles
están
llamados
a
colaborar
según
sus
medios
en
este
apostolado.
A
decir
verdad,
los
niños
no
están
aún
en
edad
de
apostolado
organizado,
pero
ellos
deben
prepararse.
La
experiencia
de
treinta
años
ha
demostrado
ampliamente
el
valor
educador
del
escultismo.
¡Cuántas
hermosas
figuras
de
grandes
cristianos,
de
héroes
y
de
dirigente,
cuántas
vocaciones
religiosas
y
sacerdotales
han
nacido
en
sus
equipos!
Atenlos
entretanto
a
combatir
todas
las
desviaciones
posibles,
constantemente
habéis
revisado
vuestros
métodos
y
recordado
los
principios.
Si
el
scout
ama
la
Naturaleza,
no
es
por
egoísmo
o
diletantismo,
ni
siquiera
por
gozar
del
espacio,
del
aire
puro,
del
silencio,
de
la
belleza
del
paisaje.
Si
él
toma
gusto
a
la
sencillez,
a
una
sana
rudeza
en
oposición
con
la
vida
artificial
de
las
ciudades
y
con
las
servidumbres
de
la
civilización
mecanizada,
no
es
por
huir
de
las
obligaciones
de
la
vida
ciudadana.
Si
él
cultiva
excelentes
amistades
en
un
grupo
escogido,
no
es
por
rechazar
los
contactos
y
los
servicios
ni
mucho
menos.
Nada
más
alejado
de
su
ideal.
Si
él
ama
las
realidades
concretas,
no
significa
que
desprecie
las
ideas
y
los
libros.
Él
tiene
el
deseo
de
una
cultura
completa
y
armoniosa,
en
relación
con
sus
talentos
y
con
las
necesidades
actuales.
Atendiendo
a
esta
finalidad,
la
promesa
de
guardar
la
ley
scout,
con
la
gracia
de
Dios,
es
una
palanca
poderosa
que
eleva
la
juventud
por
encima
de
debilidades
y
de
tentaciones.
Apoyada
en
los
fundamentos
de
la
ley
natural,
la
ley
scout,
por
la
educación
del
esfuerzo
por
la
práctica
cotidiana
de
buenas
acciones
voluntarias,
empuja
a
la
rectitud
y
a
la
fidelidad,
de
las
cuales
los
jóvenes
sienten
tan
gran
deseo,
y
se
juzgan
dichosos
cuando
se
les
ayuda
a
guardarlos
firmemen-‐
te.
Esta
ley
les
hace
tomar
horror
al
fraude,
a
la
mentira,
al
disimulo.
Los
jóvenes,
al
sentir
desarrolladas
sus
fuerzas,
son
naturalmente
generosos;
desean
luchar,
oponerse
a
las
dificultades;
sienten
la
necesidad
de
dar,
de
darse,
de
adelantarse,
y
encuentran
en
la
práctica
de
la
vida
al
aire
libre
y
en
el
ejercicio
de
habilidades
manuales
un
alimento
adaptado
a
su
edad.
La
pureza,
favorecida
por
este
clima
moral,
les
es
también
netamente
clara
y
da
a
sus
energías
la
reserva
y
la
delicadeza
cristianas.
¿Quién
podría
negar
la
oportunidad
de
esta
educación
en
una
civilización
donde
reina
el
egoísmo,
la
desconfianza,
la
cobardía,
el
amor
desenfrenado
de
placer?
El
primer
apostolado
de
los
scouts
es
el
del
ejemplo
en
su
equipo.
Atendiendo
a
su
formación
personal
y
colectiva,
están
ya
al
servicio
de
la
Iglesia
y
constituyen
un
instrumento
para
su
apostolado
futuro.
Cuanto
más
amplios
y
profundos
sean
los
fundamentos,
tanto
el
edificio
de
su
vida
cristiana
será
más
sólido
y
seguro;
cuanto
el
desarrollo
de
sus
cualidades
sea
cuidadoso,
tanto
se
podrá
contar
con
su
competencia
para
la
gloria
de
Dios
y
el
honor
de
la
Iglesia.
Pero
esta
formación,
por
los
métodos
concretos
de
observación
y
de
reflexión
que
le
son
propios,
debe
desde
su
tierna
edad
estar
abierta
a
las
realidades
sociales,
naturales
y
sobrenaturales.
Deben
aprender
a
vivir
en
la
sociedad
moderna,
y
para
esto
estar
prudentemente
informados
de
sus
estructuras,
de
sus
cualidades
y
de
sus
defectos.
Deben
especialmente
prepararse
para
tomar
en
su
ambiente
y
en
su
comunidad
parroquial
la
parte
de
influencia
y
de
responsabilidad
de
que
son
capaces.
En
resumen,
la
formación
del
carácter,
que
es
el
fin
principal
del
escultismo,
debe
tener
una
orientación
francamente
social
y
apostólica.
Debe
prepararles
para
servir
al
prójimo
a
la
vez
en
contactos
personales
y
en
las
instituciones
civiles
y
religiosas.
El
amor
que
los
scout
han
tenido
siempre
para
la
persona
divina
del
gran
Jefe,
que
es
el
camino,
la
verdad
y
la
vida,
debe
quedar
como
luz
y
ayuda
para
sus
esfuerzos
cotidianos.
Es
esto
lo
que
Nos
le
pedimos
de
todo
corazón
para
que
en
el
día
de
las
responsabilidades
Él
les
encuentre
siempre
dispuestos.
Que
desde
hoy
desciendan
sobre
vosotros
que
aquí
estáis
presentes,
sobre
todas
las
organizaciones
nacionales
que
representáis,
sobre
los
dirigentes,
sobre
los
consiliarios
y
sobre
todos
los
scouts
las
gracias
que
implora
nuestra
bendición
apostólica.
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22
Existen distintas versiones — con levísimas variantes — de la ley scout en castellano. La citada es la de la Delegación diocesana de
Escultismo de San Sebastián. — (N. del T.)
LA
LOI
SCOUTE
1. Le
scout
met
son
honneur
á
mériter
confiance.
2. Le
scout
est
loyal
envers
son
pays,
ses
parents,
ses
chefs
et
ses
subordonnés.
3. Le
scout
est
fait
pour
servir
et
sauver
son
prochain.
4. Le
scout
est
l’ami
de
tous
et
le
frére
de
tout
autre
scout.
5. Le
scout
est
courtois
et
chevaleresque.
6. Le
scout
voit
dans
la
nature
l’ceuvre
de
Dieu,
il
aime
Ies
plantes
et
Ies
animaux.
7. Le
scout
obéit
sans
réplique
et
ne
fait
rien
á
moitié.
8. Le
scout
est
maitre
de
soi:
il
sourit
et
chante
dans
les
difficultés.
9. Le
scout
est
économe
et
prend
soin
du
bien
d'autrui.
10. Le
scout
est
pur
dans
ses
pensées,
ses
paroles
et
ses
actes.
LLEI
ESCOLTA
1. Cal
confiar
sempre
en
l’honor
de
l’Escolta.
2. L’Escolta
és
lleial
a
Déu
i
a
la
Patria,
al
pares,
caps,
supe-‐
riors
i
inferiors.
3. L’Escolta
és
útil
i
servicial,
i
cada
dia
ha
de
fer
una
bona
obra.
4. L’Escolta
és
amic
de
tothom
i
germá
deis
altres
Escoltes
5. L’Escolta
és
educat
i
cavallerós.
6. L’Escolta
estima
els
animals
i
les
plantes.
7. L’Escolta
és
disciplinat
i
obeeix
els
seus
superiors
sense
replicar.
8. L’Escolta
está
sempre
de
bon
humor
i
somriu
i
xiula
da-‐
vant
les
dificultáis.
9. L’Escolta
és
treballador
i
previsor.
10. L’Escolta
és
pur
de
pensament,
paraula
i
obra.
LA
LEGGE
SCAUT
1.
Lo
Scaut
considera
suo
onore
meritare
fiducia.
2. Lo
Scaut
é
leale.
3. Lo
Scaut
é
sempre
pronto
a
servire
il
prossimo.
4. Lo
Scaut
é
amico
di
tutti
e
fratello
di
ogni
altro
Scaut
5. Lo
Scaut
é
córtese
e
cavalleresco.
6. Lo
Scaut
é
buono
con
gli
animali,
creature
di
Dio.
7. Lo
Scaut
ubbidiscc
prontamente.
8. Lo
Scaut
sorride
e
canta
anche
nelle
difficoltá.
9. Lo
Scaut
é
laborioso
ed
economo.
10. Lo
Scaut
é
puro
di
pensieri,
di
parole,
di
azioni.
* *
*
*
*
*
PROMESA
SCOUT
Por
mi
honor
y
con
la
gracia
de
Dios,
prometo
hacer
cuanto
de
mí
dependa
para
Cumplir
mis
deberes
para
con
Dios
y
mi
patria;
Ayudar
al
prójimo
en
toda
circunstancia,
y
Cumplir
fielmente
la
Ley
scout.
The
SCOUT
PROMISE
-‐
SCOUTS
On
my
honour
I
promise
that
I
will
do
my
best
To
do
my
duty
to
God,
and
the
Queen,
To
help
other
people
at
all
times,
To
obey
the
Scout
Law.
LA
promesse
scout
Sur
mon
honneur
et
avec
la
gráce
de
Dieu,
je
m’engage
A
servir
de
mon
mieux
Dieu,
l’Église
et
la
Patrie,
A
aider
mon
prochain
et
toutes
circonstances,
A
observer
la
Loi
Scoute.
PROMESA
ESCOLTA
Peí
meu
honor,
i
amb
la
gracia
de
Déu,
prometo
fer
tot
el
que
pugui
Per
complir
els
meus
deures
envers
Déu
i
la
Pátria,
Ajudar
a
tothora
l’altra
gent,
i
obeir
la
Llei
escolta.
LA
PROMESSA
SCAUT
Con
l’aiuto
di
Dio,
prometto
sul
mió
onore
di
fare
del
mió
meglio
Per
compiere
il
mió
dovere
verso
Dio
e
verso
la
Patria,
Per
aiutare
il
prossimo
in
ogni
circostanza,
Per
osservare
la
Legge
Scaut.
* *
*
* * *
LEMAS
Lobatos:
Siempre
mejor.
Scouts:
Siempre
listo.
Rovers:
Servir.
DEVICE
Wolf
Cub:
Do
Your
Best.
Scout:
Be
Prepared.
Rover-‐Scout:
Service.
DEVISES
Louveteaux:
De
notre
mieux.
Scouts:
Toujours
Prct.
Routiers:
Servir.
LEMES
Llobatons:
Tant
com
puc.
Minyons
escoltes:
Sempre
a
punt.
Guies:
Fer
servei.
MOTTI
Lupetti:
Del
nostro
meglio.
Scauts:
Estote
parati.
Rovers:
Servire.
* *
*
ORACIÓN
SCOUT
Señor,
enséñame
a
ser
generoso,
a
servirte
como
lo
mereces,
a
dar
sin
medida,
a
combatir
sin
miedo
a
que
me
hieran,
a
trabajar
sin
descanso
y
a
no
buscar
más
recompensa
que
saber
que
hago
tu
voluntad.
Amén.
SCOUT
PRAYER
Lord
Jesús,
teach
me
to
be
generous;
to
serve
Thee
as
Thon
deservest;
to
give
and
not
to
count
the
cost;
to
fight
and
not
to
heed
tho
wounds;
to
toil
and
not
to
seek
for
rest,
to
labour
and
to
ask
for
no
reward
save
that
of
knowing
I
do
Thy
will.
Amen.
PRIÉRE
SCOUT
Seigneur
Jésus,
apprenez
nous
á
étre
géncreux,
a
vous
servir
comme
Vous
le
méritez,
á
donner
sans
compter,
á
combatiré
sans
soucis
des
blessures,
á
travailler
sans
chercher
le
repos,
á
nous
depenser
sans
attendre
d’autre
recompense
que
celle
de
savoir
que
nous
faisons
votre
Sainte
volonté.
Ainsi
soit-‐il.
ORACIÓ
ESCOLTA
Senyor
Jesús,
que
vinguéreu
al
món
per
salvar
els
homes
i
ensenyar-‐los
d’ésser
bons
i
de
fer
el
bé:
ensenyeu-‐nos
d’ésser
sempre
generosos,
d’estimar-‐vos
i
servis-‐vos
com
Vos
mereixeu,
d’estimar
i
servir
el
próxim
per
amor
a
Vós,
d’estimar
i
servir
la
Pátria
mes
que
a
nosaltres
mateixos,
d’ajudar
tots
els
seus
filis
tractar-‐se
amb
cor
de
germans,
de
no
teñir
mai
por
de
cap
esforg
ni
sacrifici
peí
bé
deis
altres,
de
donarnos
sense
miraments,
de
treballar
no
pensant
en
el
repós
ni
en
el
plaer,
i
de
no
cercar
altra
recompensa
sino
la
de
saber
que
fem
sempre
la
vostra
santa
voluntat.
Amén.
PREGHIERA
SCAUT
Fai,
o
Signore,
che
io
abbia
le
mani
puré,
pura
la
lingua
e
puro
il
pensiero.
Aiutami
a
lottare
per
il
bene
difficile
contro
il
male
facile.
Impedisci
che
io
prenda
abitudini
che
rovinano
la
vita.
Insegnami
a
lavorare
álacremente
e
a
comportarmi
lealmente
quando
Tu
solo
mi
vedi
come
se
tutto
il
mondo
potes-‐
se
vedermi.
Perdonami
quando
sono
cattivo
e
aiutami
a
perdonare
coloro
che
non
mi
trattano
bene.
Rendimi
capace
di
aiutare
gli
altri,
quando
ció
mi
é
fa-‐
ticoso.
Mandami
la
occasioni
di
fare
un
po’
di
bene
ogni
giorno,
per
awicinarmi
maggiormente
al
tuo
divin
Figliuolo
Gesü
ÍNDICE
DE
NOMBRES
El
número
remite
a
la
página;
seguido
de
una
n,
a
la
nota
de
pie
de
página
Akcla:
14,
15,
249.
Lindsay:
205.
Baden-‐Powell
Agnese:
30.
Baden-‐Powell
(Lady):
Lombardi
G .:
238
n.
30,
302.
Baden-‐Powell
Robert:
passim.
Bagheera:
Marcon
P.:
354.
14,
15,
16.
Mazza
M.:
335,
335
n.
Baloo:
14,
15,
16.
Mira
G.:
98
n.
Bandarlog:
15.
Montessori
(Método):
299.
Montini
G.
B .
Bastin
R.:
4
n.
(Mons.):
337
n.
Mounier
E.:
224,
361.
Bertier
G.:
325.
Mowgli:
15.
Bonnamaux
C.:
123.
Negri:
A.:
314
n.
Borghi
L.:
166.
Newton
I.:
155.
Bosco
(San
Giovanni):
115.
Bouchet
H.:
79,
193,
Nosengo
G .:
117,
152,
162,
339
n.
Paillerets
(M.
277,
280,
350,
361,
366,
367.
de):
121,
211.
Panni
E.:
307.
Bovet
P.:
361.
Collets-‐Brechbuhl
C.:
302.
Courtois
Papin
D.:
155.
G.:
245,
251,
252.
Decroly
(Método):
299.
Pelham
K.
S.:
43.
Demolins
E.:
325.
Petruzzellis
N.:
62.
Dewey
J.:
163,
166.
Philipps
R.:
93,
191,
199.
Elwess
H.
G.:
61.
Pío
XI
(Papa):
64.
Ewing
(Mrs.):
31.
Pío
XII
(Papa):
239.
Fagnani
P.:
81.
Platón:
XXVI.
Ferriére
A.:
166.
Rousseau
J.
J.:
42.
Forestier
D.
M.:
38
,
54,
250,
251,
252,
306,
308,
Sevin
J.:
83,
248,
284,
284
n,
332,
337.
364,
369,
370.
Shere
Khan:
14.
Franiatte
(Generale):
251.
Gnocchi
(don):
Stefanini
L.:
49,
220.
303.
Guerin-‐Dejardins
J.:
134.
Hebert
Tabaki:
14.
(Método):
135
n.
Joubrel
H.:
310,
311,
313.
Thorel
B .:
75,
198.
Kim:
91,
91
n,
149,
150,
156
n.
Kipling
R.
14,
31,
Tisserand
G.:
27,
147,
153,
155,
211,
255.
91
n.
Varelli
R.:
238
n.
Lassan
(Mrs.):
43.
Zavelloni
R.:
227.