Sobre Las Bases Neuropsicologicas de La Psicopatia
Sobre Las Bases Neuropsicologicas de La Psicopatia
Sobre Las Bases Neuropsicologicas de La Psicopatia
Septiembre, 2010.
INDICE.
Introducción. 3
1° Parte. EL SUSTRATO NEUROLÓGICO DE LA VIOLENCIA Y SU RELEVANCIA
EN LA CIENCIA FORENSE.......... 4
2.3.- Neuro anatomía de los lóbulos frontales y sus conexiones bio químicas en
el comportamiento 18
CONCLUSIONES.. 47
INTRODUCCIÓN.-
1
Bandura, A (2002); “Aprendizaje social y desarrollo de la personalidad”. Madrid. Editorial Alianza. 2° Edición. pp. 134.
ISBN 9787926846526.
2
Echeburúa, E. Fernández-Montalvo, Amor, P (2002); “Vivir sin violencia. Aprender un nuevo estilo de vida”. Madrid.
Editorial pirámide. 1° Edición. Pp.86. ISBN 9788436816426.
3
Idem. pp. 88.
En este tenor el presente trabajo auscultara las investigaciones que la neurociencia ha
aportado para entender y clasificar la función de los lóbulos pre frontales como área
encargada de tomar la información de todas las demás estructuras y coordinarlas para
actuar de forma conjunta, todas sus relaciones cerebrales, y todo aquello que forma
parte del funcionamiento de las funciones superiores del cerebro. Y por lo mismo,
tratar de comprender mejor los alcances, debilidades y discusiones que hoy pueden
generar el entender el carácter multidisciplinar en que las neuro ciencias del
comportamiento pueden apoyar a la criminología.
Los múltiples estudios sobre el síndrome del lóbulo pre frontal han generado
proyectos de investigación bastante interesantes dirigidas a revisar y desplegar una
potencial relación científica existente entre este síndrome y ciertos individuos con
características anti sociales de la personalidad. Vale mencionar estudios como el del
Instituto de psiquiatría del King s College de Londres por ejemplo, al cual hallo que
ciertos perfiles psicópatas poseerían “baches” en los senderos que unen las dos zonas
del cerebro. (Goldberg, Creig). Desde una orientación moderna, las aportaciones de
dichos resultados – provenientes desde la neurociencias - se complementan con el
prisma renovador que la ciencia moderna visualiza hoy el sistema cerebral. Y que
Damasio estimaba como tan necesario para subvertir las falencias del pasado.
Ya en uno de sus últimos libros, Damasio estimaba que el error de Descartes fue
querer meternos en un racionalismo "intocable" que ponía los sentimientos por un lado
y la razón por otro. Lo que según él no es así, ya que los sentimientos lejos de
perturbar, tienen una influencia positiva en las labores de la razón. Admitiendo con
esto que en términos anatómicos y funcionales, es posible que exista un hilo conductor
que conecte razón con sentimientos y cuerpo. (Damasio, 2006). Con lo que la
violencia sería comprendida como la respuesta de una emoción agresiva que se
escapa desde el sistema límbico, y se disfraza de racionalidad por unos sentimientos
violentos trasgresores (Damasio, 2006).
Ante semejante panorama, es que estimo que es conveniente primero realizar un
paralelo -desde un prisma jurídico – de que entendemos por conductas violenta y
cuáles son sus diferencias de grado en lo que respecta al perfil violento, además de
conceptualizar como la psiquiatría forense está valorando cuantitativa y
cualitativamente los comportamientos violentos. Ello con el principal objetivo de dejar
despejada toda duda, desplazar prejuicios, y ampliar el circuito teórico. Con el fin de
aportar a la salud mental penal de tipos de perfil psicopático que pudiese ser
hipotéticamente en un futuro un objetivo de estudio e investigación en nuestro País.
Esto, por el simple hecho de que he trabajado en torno a ella por muchos años; y
porque sin duda se hace prioritario refrescar con estas disciplinas mi propio nicho de
conocimiento.
Parece ser entonces que se hace necesario que los profesionales del área forense se
familiaricen con la extensa investigación empírica llevada a cabo para valorar los
factores de riesgo que resultan más relevantes en la predicción de la violencia (en este
sentido, mas adelante nos detallaremos en cuáles son estos instrumentos). Los
estándares psiquiátricos sugieren que tanto los psiquiatras como los psicólogos basen
sus opiniones, testimonios e informes considerando todos los antecedentes con los
que dispongan, incluyendo la relevancia de la evaluación del estado mental y factores
diagnósticos, así como variables biográficas tales como historias delictivas e
identificación de factores situacionales o contextuales, en fin, todo que podrían
aumentar o disminuir el riesgo potencial (Raine. A; San Martin. J, 2000).
A pesar de las investigaciones neuro científicas desarrolladas en las últimas décadas
en relación a la valoración de riesgo de la violencia, al parecer los profesionales de la
salud mental penal no tienen en cuenta los resultados de dichas investigaciones a la
hora de valorarlo en la práctica. En la realidad Chilena no se cuenta con una
institucionalidad en este sentido, los pocos equipos de trabajo que han sistematizado
alguna experiencia empíricamente enriquecedora, como los trabajos de las psicólogas
Carolina Abalos Riquelme, Natalie Esquivel Pérez y Carolina Gallardo Muñoz que
realizaron un trabajo de campo para la Universidad de Chile. (y que en el próximo
apartado daremos a conocer) no se incorporan a las políticas interventivas del Estado,
las que siguen compulsivamente priorizando factores más dinámicos como los
conflictos psico sociales, trastornos de personalidad ya declarados, etc. Subsidiando a
los factores más estáticos como historiales de abuso, enfermedades mentales
subyacentes o por efecto de la violencia penal actual, etc.
En fin, volviendo a lo nuestro, la guía para la valoración de la violencia nació de la
necesidad que expresaron hace algunas décadas muchos profesionales de la salud
mental, los que reconocían el sesgo al que caían algunos parámetros forenses que
ellos habían utilizado, y que por tanto habían sido denunciados por muchos
investigadores de las ciencias sociales y defensores de los pacientes quienes
argumentaban que la relación propuesta entre trastorno mental y violencia eran
producto de una falsa creencia, de lógica prejuiciosa, y que solo servía para alimentar
el estigma del enfermo mental como un sujeto violento (Desviat. M, 2006). Con lo que
según esta visión, la prevalencia de conducta violenta ejercida por los enfermos
mentales en la comunidad resulta de escasa gravedad y de frecuencia no superior a la
población general.
La ciencia forense acusando recibo de dichas críticas, estipulo que la violencia poseía
un sustrato neurológico, el que si sería relativamente frecuente en un grupo aunque
limitado de pacientes, socialmente peligroso para la comunidad social y por tanto
sistematizables en relación a la población general (Wessely. S, 1997). Percepción que
fue traducida en términos empíricos cuando a partir de los años ochenta, estudios
epidemiológicos de gran escala así como otros estudios clínico-forenses, encontraron
índices de prevalencia de conducta violenta potencial más regulares y de igual manera
elevados en pacientes psiquiátricos que se encontraban en situaciones de reclusión
social (Hare, 2003).
Esta guía se comienza a desarrollar a mediados de 1994 por Webster, Harris, Rice,
Cormier y Quinsey como un instrumento para la valoración de la peligrosidad criminal
en varones de alto riesgo (Esbec. E, 2003), el que incluye la puntuación en el PCL-R
de Hare, test de abuso de drogas, antecedentes de delitos, et, que tiene el merito de
diseñar estrategias para el manejo del riesgo de la violencia (Webster. D, Douglas. K,
Eaves. D, Heart. S, 2005). El HCR-20 y su adaptación SVR-20 para medir el riesgo de
violencia sexual ya en estos últimos años parece ser un renombrado instrumento
análogo, desarrollado después de amplias restructuraciones teóricas, y que buscaba
evaluar el riesgo de violencia física para ser aplicado en el ámbito psiquiátrico civil,
forense y por supuesto penitenciario (Webster. D, Douglas. K, Eaves. D, Heart. S,
2005). Así, el HCR-20 se constituye en amplios sectores de EEUU y Europa como
una guía basada en juicios probabilísticos sobre el riesgo de ocurrencia de violencia
futura, que permite realizar una evaluación personalizada orientada al manejo
preventivo mediante la consideración de 20 factores de riesgo seleccionados por su
asociación con la violencia en la bibliografía científica y profesional, y también
mediante la consulta a profesionales de la salud mental forense. La que a juicio de sus
creadores podría - según la puntuación resultante - pronosticar una probabilidad de
reincidencia 13 veces mayor que en aquellos individuos que puntuasen por debajo de
la media resultante (Webster. D, Douglas. K, Eaves. D, Heart. S, 2005).
De todo lo ya dicho hasta ahora quisiera volver a tomar en paralelo la situación que
está ocurriendo en mi país. El sistema jurídico - penal por lo que demuestran los
números delega la valoración científica forense en casos muy reducidos, Por ejemplo
las estadísticas oficiales de la Corporación Administrativa del Poder Judicial donde se
estima como variable los datos específicos sobre peritajes psiquiátricos realizados en
un año. Esto es, de individuos condenados por homicidios calificados terminadas en
sentencia condenatoria, mas menos “entre un 2 a 3 por ciento pudiesen a resolución
de os profesionales deberse a psicopatologías mayores” (Min. De Justicia, 2009). Lo
que no se menciona es que el total de peritajes solicitados debe pasar por un filtro tan
complicado que sus resultados siempre estarán manchados con el sesgo de la
burocratización del proceso mismo.
Como resultado de esta subvaloración interventiva se desprende una dificultan lógica
como para encontrar perfiles antisociales con características más complejas. Esto
indefectiblemente nos hace pensar por que como medio para mejorar la gestión de los
recursos profesionales no se cuenta de una contraparte (salud mental penal) que
aporte experimentalmente a dilucidar y correlacionar perfiles de personalidad
diferenciados de una norma general, pero también diferenciados por sus prácticas a o
anti sociales.
De las estadísticas oficiales, sabemos que por ejemplo del total de casos que en Chile
se denominan “de mayor connotación social” (Paz ciudadana, 2007), y que han sido
reportados en los últimos 3 años son delitos como:
- Homicidios calificados.
- Robos con homicidio calificado
- Homicidios con violación.
Solo entre el 09, al 2% de del 4% o 4,2% total podría deberse por alguna prevalencia
de connotación neurológica (Paz ciudadana, 2007). Este dato se desglosa tomando
las causas de homicidios totales ingresadas corregidas, y cuyos totales
correspondieron durante que el 2003, por ejemplo, a 7,2 causas por cada 100.000
habitantes. Al año siguiente, dicha tasa aumento un 11%, es decir, a 8,2 causas por
cada 100.000 habitantes. Entre 2005 y 2006, se mantuvo cerca de una tasa de siete,
para bajar el año 2007 y 2008 hasta niveles un 10% inferior a la tasa del 2003, es
decir, a 5,9 homicidios por cada 100.000 habitantes.(Fundación alternvia, 2009).
Interesante eso si se hace también que esta misma institución refiere que a solicitud
de los especialistas, algunos de los datos no corregidos debiesen haberse incluido
como anotación de la causas y haberse acogido las solicitudes de peritaje lo que da
para la especulación y la crítica (Fundación altervia, 2009).
Entonces cabe hacernos la pregunta, ¿Cuántas de ellas pudiesen entran en el rango
de las denominadas psicopatías más orgánicas y refractarias y que se encuentran en
las cárceles chilenas sin un debido diagnóstico? Pues algunos estudios de
gendarmería de Chile a nivel de porcentaje, (Test de Golberg, psicoterapias grupales,
etc.) refieren que este sujeto potencial estaría sesgado en algunas investigaciones,
proyectando un número mayor debido a la violencia física constante dentro de los
penales y que pudiesen elevar el número (Gendarmería Chile, 2008). Acá, entonces
cabe majaderamente volver a la pregunta de que ¿Por que aún no se están
desarrollando proyectos de investigación en salud mental en este campo por ejemplo?
1.- Que la cantidad de individuos con causas condenatorias de alta connotación social
como los antes descritos se mantienen en un porcentaje bajo. Y esto ha llevado a
círculo vicioso que fomenta la falta de objetividad a la hora de incorporar criterios
diagnósticos en torno a la evaluación del grado de peligrosidad y la presencia de
rasgos psicopáticos en los reclusos en nuestro país
2.- Que por consecuencia de lo anterior, lamentablemente toda potencial investigación
se encuentra eclipsada en la actualidad en lo referente a la aplicación de escalas
psicométricas que midan la violencia desde criterios más modernos.
Por último, reflexionando en este sentido, vale informar que ha nivel de los estudios de
seguridad pública se han invertido millones de pesos incorporando el desarrollo de
investigaciones sobre las causas de su comportamiento criminal desde una
perspectiva psico –social. Cosa necesaria, si, pero que no sirven a investigaciones
teóricas y experimentales en recintos penales, que den como resultado alimentar
nuevos flancos de desarrollo investigativo sobre la cantidad y cualidad de aquellos que
se encuentran con alguna anomalía o enfermedad mental mal diagnosticada, u otras
desencadenada en posterior a su condena. Y menos aún se han establecido
estructuras institucionales que pudiesen generar una normativa que abrir una
discusión seria sobre la necesidad de desplegar estas inquietudes – llámese esto
organismos de salud mental penitenciaria como si existen en otras latitudes.
(Hobbes)
Es por todos sabido que los huesos del cráneo son los llamados a proteger al cerebro
de los golpes. A pesar de esta “armadura natural” el cerebro está expuesto a muchas
lesiones en diferentes épocas de la vida de un individuo. Varios estudios estiman que
los traumatismos craneales causan más muertes y discapacidades entre los menores
de 50 años que cualquier otro tipo de lesión neurológica (Lezak, 2004); no por nada
las heridas de bala por ejemplo son la segunda causa principal de muerte entre los
varones de 35 años en E.E.UU (Depto. de salud EEUU, 2007).
Un traumatismo grave en la cabeza puede producir el desgarro o rotura de nervios,
vasos sanguíneos y tejidos en el cerebro y alrededor del mismo (donde se agrupa el
síndrome pre frontal). Las vías nerviosas pueden quedar interrumpidas y puede
producirse una hemorragia o una hinchazón grave. La sangre, la hinchazón y la
acumulación de líquido - conocido como edema - tienen un efecto semejante al
causado por una masa que crece dentro del cráneo y, puesto que éste no se puede
expandir, el aumento de la presión puede dañar o destruir el tejido cerebral (Miller y
Keane, 2001). Y debido a la posición del cerebro dentro del cráneo, la presión tiende a
empujarlo hacia abajo, es decir, hacia el orificio que lo comunica con la parte inferior o
tronco encefálico (Miller y Keane, 2001), generando una herniación. Lo que hará en
definitiva que una lesión cerebral a menudo deje alguna secuela de disfunción
permanente, que varía según que el daño este limitado a un área específica
(localizado) o sea más extenso (difuso).
La perdida de funciones dependerá siempre de que área del cerebro resulte afectada,
y los cambios pueden producirse en el movimiento, la sensibilidad, el habla, la vista, el
oído y la conducta (punto que nos interesa) debido principalmente a que este
deterioro afecta a la memoria del sujeto.
Desde la perspectiva de la nosología psiquiátrica la afección más prevalente en las
personas que han sufrido una lesión cerebral son los cambios en la personalidad. Los
familiares son los primeros en reflejarlo: "mi hija ya no es la misma", "mi marido ahora
se comporta como si fuera un niño", etc. Aparecen rasgos de personalidad nuevos u
otros que sí estaban presentes pero se exageran hasta la caricatura. Aún se estudia la
neurobiología de estos trastornos, pero sus efectos son con frecuencia devastadores:
La mayor de las veces cambios de rol social y conflictos en su entorno familiar y
laboral.
En los últimos años se ha impuesto el diagnóstico de Trastorno orgánico de la
personalidad (DSM-IV, 2009) para describir todos estos cambios. En la práctica clínica
desde un servicio de daño cerebral, esta categoría diagnóstica para muchos – me
incluyo - ha terminado resultando excesivamente laxa, acomodaticia y de contornos
conceptuales borrosos. Es por tanto que volviendo a retomar el análisis de los
conceptos de personalidad y de Trastornos de la personalidad (orgánicos y no
orgánicos) que ya habíamos esbozado anteriormente, buscaremos ahora comprender
mejor la esencia de la categoría diagnóstica de las psicopatías, determinando que
líneas teorías de la neuro biología y neuropsicología debemos asumir como relevantes
para justificar el enfoque experimental y intervención justifican el desarrollo de esta
monografía.
La personalidad es una entidad que los clínicos manejan de manera intuitiva.
Curiosamente, es uno de los escasos términos que es usado tanto en ámbitos
profesionales y en el habla común sin que su significado varíe un ápice (Millon. T,
2007 o Roca Benassar. M, 2004). Esta excepción para Millon “es sospechosa y señala
el hecho de que es un término confuso y por el que incluso los psiquiatras pasan de
puntillas y sin hacer ruido, no sea que alguien los obligue algún día a acotar su
significado”4 Paradójicamente, personalidad se trata de una palabra que aparece en
nuestro vocabulario con extraordinaria frecuencia. En la práctica clínica se debe lidiar
con mayor o menor éxito con un gran número de pacientes categorizados como
trastornos de la personalidad. La psiquiatría actual vuelve a entender la esquizofrenia
desde el punto de vista kraepeliniano como una entidad que termina en el defecto
esquizofrénico, defecto que, se sobreentiende, “afecta a la personalidad”5.
A sí la psiquiatría moderna a veces pudiendo y otras veces tratando, que en la
entrevista clínica los psiquiatras dedique compensadamente indagar tanto sobre la
personalidad pre mórbida del paciente, como de los rasgos o manifestaciones actuales
de la personalidad de éste. Pero los intereses actuales del mundo moderno muchas
veces parecen bloquear esta necesidad científica. Problematizando nuestras
aseveraciones sobre la génesis del trastorno actual y el mantenimiento o resolución
del mismo. Parece ser entonces que nos encontramos con un concepto clave en esta,
para el cual todavía no existe consenso de definición satisfactoria.
Veamos entonces que se dice en los manuales diagnósticos (véase DSM IV) sobre
4
Millon, T (2007); “Trastornos de la personalidad en la vida moderna”. Buenos Aires. Editorial Masson. 2° Edición. Pp.
89. ISBN 978-84-458-1538-0.
5
Ídem. pp. 122.
este concepto: Parece ser que se pasa por encima de este problema dándose por
sobreentendido su significado, o en el mejor de los casos se acude a tautologías. Así,
en el apartado para el equivalente del Trastorno orgánico de personalidad en el DSM
IV -Tabla 1- (Cambio de personalidad debido a enfermedad médica) éste es definida
como “una alteración permanente de la personalidad que se considera un efecto
fisiológico directo de la enfermedad médica”6 .O en el capítulo de los trastornos de
personalidad evita el engorroso problema de definir la personalidad acudiendo al, en
principio, más cómodo concepto de “rasgos de personalidad”7. Éste es el primer
obstáculo que se debe afrontar a la hora de trabajar en el contenido clínico de esta
entidad diagnóstica, pues en función de lo que consideremos personalidad,
entenderemos qué aspectos estarán afectados por el agente lesional y delimitará los
criterios diagnósticos de este trastorno. Y es aquí donde se despreocupa la clínica
forense en nuestro país por ejemplo.
Pero independiente de todo lo anterior de igual manera nos guiaremos en estas
conceptualizaciones pues estimamos que es un parámetro positivamente utilizable y
contrastable para cualquier empresa teórica o investigativa que se desee emprender.
Y por que también sabemos que utilizando ciertos rasgos de personalidad se puede
acceder para los no tan legos, hacia como se genera el conocimiento neuro - científico
de los presupuestos cerebrales de la personalidad. Las que son las llamadas a aportar
valiosos estudios empíricos y experimentales en la materia de la diferenciación sico
somática de los trastornos de personalidad. Entendido esto, nos vamos a introducir
ahora a comprender que son y cuál es el alcance de las llamadas neurociencias para
la comprensión de la personalidad.
6
DSM – IV (2009); “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales”. Trastorno de la personalidad y
Trastornos antisociales (di) de la personalidad. Buenos Aires. Editorial Masson. 5° Edición. Pp. 200.ISBN 84-458-1087-
1.
7
Ídem. Pp. 203
8
Posner, M; Raichler, M (1997); “Images of Mind”. EEUU. Editorial W H Freeman. 2° Edición. Pp. 35. ISBN
0716760193.
que buscarían brindar una ventana por la cual visualizar las áreas del cerebro que son
activadas por eventos mentales, creando imágenes de nuestro cerebro, por ejemplo
cuando estamos pensando, escuchando, viendo u experimentando alguna emoción.
La localización anatómica de las funciones cerebrales pasa a ser así un objetivo
primordial de las neurociencias para comprender el efecto de ellas en la personalidad.
Existe evidencia histórica que el estudio de las funciones superiores tiene su base
científica ya al menos en los tiempos de Herófilo y Galeno hacia el año 300 A.c.
(Ribes. E, 2002). Aunque a Franz Gall se le considera el verdadero fundador de la
frenología, estudio inaugurado por el para localizar funciones cerebrales, y que
aseveraba una correlación entre función fisiológica específica y un área específica del
cerebro. Este científico se conoce como el iniciador moderno de las ideas modulares
del cerebro y el ideólogo de la doctrina de la localización cerebral de las funciones
psíquicas (Obler. L y Gjerlow. K, 2005). Por su lado Broca sigue aportando al
desarrollo neuro científico cuando en 1861 localizó científicamente el primer
procesador cerebral, el denominado “módulo del habla”9 . Posteriormente será
Wernicke el que estime lo estime como el centro del lenguaje comprometido en la
comprensión del mismo (Obler. L y Gjerlow. K, 2005).
En fin, las diferentes patologías que se van investigando permiten profundizar en la
descripción de los distintos módulos o unidades funcionales del cerebro, aunque
siempre con la salvedad de que todos estos módulos o procesadores están
profusamente interconectados e incluso replicados.
Con el tiempo, algunos de estos planteamientos fueron generando una visión
denominada “funcionalista” de las neurociencias (Kandel. E, Schwartz. J, Jessell. T,
2004). Nicho desde donde se inaugura el campo de la neuropsicología experimental,
espacio del conocimiento con las que se idearon pruebas estandarizadas que
propiciaron un progreso en el estudio de las funciones cerebrales y su efecto en la
personalidad, estableciendo como paradigma una analogía de organización funcional
del sistema nervioso central (SNC) con el de una computadora. Alan Turing y John
von Neumann fueron instrumentales en este desarrollo, introduciendo así la idea de
conexiones, redes y modularidad del sistema cognitivo. Esta visión científica llevo a
que en 1965 Norman Gershwin y algunos colaboradores como Kaplan, Benson, y
otros propusieran por primera vez que “las funciones conductuales son el producto de
múltiples áreas de la corteza que interactúan a través de conexiones específicas”10. Y
que por tanto sería la desconexión de estas áreas potenciales las que podrían producir
anormalidades cognitivo – conductuales específicas que afectan la personalidad.
Los modelos neurobiológicos o temperamentales son otra de las respuestas modernas
al estudio de la personalidad en neurociencia. Estos modelos comparten la idea de
que las disposiciones temperamentales y mecanismos biológicos son fundamentales
para comprender la personalidad. Entre los diversos autores destaca Clonninger quien
comparte los postulados de este grupo con el de la investigación estadística. Así,
elabora un modelo en el que se establecen tres disposiciones de rasgos que tendrían
una base genética: la búsqueda de la novedad, la evitación del daño y la dependencia
de la recompensa (Kandel. E, Schwartz. J, Jessell. T, 2004). Las distintas
combinaciones que se darían entre estas tres disposiciones fundamentales
configurarían cada patrón de conducta y estilos de personalidad particular. Por lo
demás este autor proporciona una base neurofisiológica para cada disposición: el
sistema dopaminérgico estaría bajo las conductas de búsqueda de novedad, el
serotoninérgico en el de la evitación del daño y el adrenérgico en el de la dependencia
de recompensa. (Kandel. E, Schwartz. J, Jessell. T, 2004).
9
Ribes, E (2002); “Psicología del aprendizaje”. México. Editorial El manual moderno. Universidad de Guadalajara
Instituto de Neuro ciencias. 1° Edición. Pp. 205. ISBN 968-426-964-1.
10
Peña Casanova, J (2007); “Neurología de la conducta y neuro psicología”. Madrid. Editorial médica panamericana
S.A. 1° Edición. Pp. 39. ISBN10 8498350352, ISBN13 9788498350357.
Si en un principio quisimos justificar lo problemático que resultaba encontrar una
definición satisfactoria y aceptada universalmente de personalidad, también lo es
sobre la definición de sus trastornos; en los que ni siquiera hay consenso sobre el
término que los debe denominar. Siempre se habían citado casos de personas con
conductas anómalas y que vulneraban las normas de conducta de la sociedad. Fue
Kurt Schneider el primero en sistematizar una clasificación de los trastornos de
personalidad (Psicopatología clínica) y de proporcionar una base conceptual para su
comprensión y clasificación. Para Schneider, las personalidades anormales son una
desviación estadística de la normalidad. Por lo tanto estos no son algo morboso
(Schneider, 1997). Separa así el conjunto de los trastornos de la personalidad del
resto de los trastornos psiquiátricos ya que entre las personalidades psicopáticas y las
normales solo hay una diferencia de grado a diferencia de con la enfermedad, en la
que la diferencia es cualitativa. Lo que hace evidente la concomitancia de esta
concepción de los trastornos de personalidad con las ideas psicoanalíticas y aún con
las anti psiquiátricas de Szasz por una parte, y por otra, el férreo mantenimiento de la
concepción científico-natural de la enfermedad. Frente a la concepción estadística
schneideriana, Millon se centra en el desajuste social y propone tres criterios para
evaluar la severidad del trastorno, la primera es la poca estabilidad en situaciones de
estrés, la segunda es la inflexibilidad adaptativa y la tercera es la tendencia a
promover círculos viciosos o autodestructivos (Orlando, 2010). Todos estos rasgos
están presentes en cada individuo en grados diferentes y lo que diferenciaría a los
trastornos de personalidad sería el grado de severidad de cada uno de los rasgos.
Otros investigadores, como Kenberg, definen los trastornos de personalidad “como
constelaciones de rasgos de carácter anormales o patológicos de suficiente intensidad
como para conducir a una alteración significativa en el funcionamiento intrapsíquico
y/o interpersonal"11 Ellos acentúan de esta manera los factores intrapsíquicos en la
definición de estos trastornos. John Gunderson, por su parte, siguiendo modelos
psicoanalíticos organiza los trastornos de personalidad en un “continuum”, y predice
que “en una de sus extremos estaría la normalidad y en el extremo patológico estarían
los trastornos de espectro”12 que se relacionarían estrechamente con la patología
psicótica del eje I Trastornos esquizotípico, paranoide y depresivo (Gunderson, 2002).
Con lo que parece ser que la tendencia de la psiquiatría contemporánea es a concebir
los trastornos de personalidad de manera distinta al resto de los trastornos
psiquiátricos. Algunos autores han insistido en disfunciones neurofisiológicas que se
hallan bajo los trastornos de personalidad (Eysenck, Clonninger, Siever y Davis, etc.) e
incluso grupos que tratan de aplicar el modelo médico (rescatar al dominio de la
enfermedad en palabras de Baca).
En definitiva, me queda claro que los trastornos orgánicos de personalidad distan
mucho de ser asimilables al grupo de los trastornos primarios de la personalidad,
específicamente por 2 razones. La primera porque el trastorno orgánico de la
personalidad irrumpe en la personalidad previa del paciente modificándola. No siendo
por tanto una desviación estadística de la normalidad sino una transformación
cualitativa (Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T, 2004). Por tanto deben ser entendidos,
en consecuencia, atendiendo al modelo médico que no olvida los hallazgos lesionales
que frecuentemente les acompañan. Y en segundo lugar, porque las personas que
sufren una transformación de su personalidad por una causa médica, experimentan
una constelación de rasgos de personalidad patológicos que se agrupan en una serie
de síndromes que difieren en su contenido con respecto a los trastornos primarios de
personalidad. Aunque algunos de los rasgos patológicos, tomados aisladamente
11
Kenberg, O (2001); “La agresión en las perversiones y en los desordenes de la personalidad”. Buenos Aires. Editorial
Paidós. 2° Edición. Pp.76. ISBN 950141793.
12
Gunderson, J (2002) “Trastorno límite de la personalidad”. Buenos Aires. Editorial Ars médica. 1° Edición. Pp. 45.
ISBN 9788497060332.
puedan recordar a aquéllos, los grupos de síntomas en los que van englobados sí son
distintos (Kandel, E. Schwartz, J. Jessell, T, 2004).
Alexander Luria entendía que el lóbulo frontal - donde se ha considerado estar ubicado
el asiento anatómico de la memoria de trabajo – puede ser entendido “como el
concepto neuro psicológico más próximo al término popular de conciencia” 13. Luria fue
el primer científico que esbozo como hipótesis que se podía llegar a conocer el
sustrato cerebral desde donde se desarrollarían las funciones psíquicas del individuo.
Este científico ruso había llegado a la conclusión que es en esta región donde ellas
podían estar ubicadas.
Fue durante los años de la Segunda Guerra Mundial donde Luria fue capaz de ver en
las heridas de bala en el cerebro ser el modelo clínico más idóneo para comprobar
estas estimaciones, ya que son éstas las lesiones más genuinamente locales y mejor
delimitadas para estudiar qué sucede en el producto del trabajo del cerebro del
hombre cuando falta uno u otro de los eslabones que hacen posible su realización.
El resultado principal de esta investigación fue la elaboración de la teoría acerca de la
organización sistémica y dinámica de las funciones psíquicas alteradas en la corteza
cerebral (Luria, 1984). Y esto no sólo enriqueció y perfeccionó los medios para el
diagnóstico topográfico de estas lesiones cerebrales locales y su rehabilitación, sino
que también constituyó un extraordinario aporte a la ciencia psicológica en general, al
13
Christensen, A (2007); “El diagnóstico neuropsicológico de Luria”. Madrid. Editorial Antonio Machado. 2° Edición. Pp.
39. ISBN 8477744327.
crear nuevos métodos que nos permiten hoy profundizar más en el análisis y la
comprensión de la estructura de los fenómenos psíquicos.
En una serie de investigaciones publicadas más tarde con el título: El desarrollo del
lenguaje y la formación de los procesos psíquicos (luria, 1980), Luria mostró cómo
cambia en su esencia la estructura de los procesos psíquicos del niño a medida que
en su lenguaje comienzan a aparecer las formas conceptuales de reflejo de la
realidad. Posteriormente, describió las distintas formas de alteración del papel
regulador del lenguaje en pacientes con lesiones cerebrales locales, en su obra: “Los
lóbulos frontales y la regulación de los procesos psíquicos” (Flores Lazaro, 2006);
Luria y sus colaboradores exponen los resultados de todos esos experimentos que
permitieron valorar el papel esencial que desempeña esta región en la realización de
los mecanismos verbales de regulación de la conducta.
El análisis neuropsicológico de la alteración de los procesos intelectuales fue
estudiada por Luria en las alteraciones de la actividad intelectual en un grupo de
pacientes con lesiones en los sectores cerebrales parietooccipitales, comparándolas
con otro grupo de pacientes con lesiones en los lóbulos frontales, analizando en ellos
el proceso psicológico de la solución de problemas aritméticos y se detectaron
diferencias esenciales: en los enfermos con el síndrome frontal donde quedan
conservadas las operaciones aritméticas elementales, se vio que el defecto
fundamental consistía en la imposibilidad de seleccionar las operaciones necesarias y
en realizar con la consecutividad adecuada la serie de pasos indispensables para la
solución del problema planteado (Flores Lázaro, 2006). En los pacientes con lesiones
en los sectores posteriores de la corteza cerebral ocurre, por el contrario, que al
conservar la capacidad de organizar la búsqueda de los datos necesarios y hacer el
plan que conduce a la solución, fallan en ellos las operaciones parciales,
imprescindibles para obtener el resultado. Estos trabajos se exponen en la
monografía: El análisis neuropsicológico de la solución de problemas (Flores Lazaro,
2006).
Junto al colectivo de sus coadjutores, Luria también estudió los distintos síndromes
amnésicos que corresponden a lesiones de distintas localizaciones en el cerebro. En
este sentido pudo establecer dos tipos diferentes de alteración: una que es
inespecífica y afecta por igual las distintas modalidades de la memoria—visual,
auditiva, motriz, etc. — y que aparece presencia de lesiones localizadas en las
estructuras mediales del cerebro; y otra, de modalidad específica, en dependencia de
la lesión del extremo cortical del analizador correspondiente. Estos trabajos fueron
expuestos en: “La neuropsicología de la memoria” (Flores Lázaro, 2006), lo que lo
llevo además a que se describieran diferentes formas de alteración de la memoria
inmediata y de la memoria organizada lógicamente, en las que se han establecido los
factores que actúan sobre la firmeza y la fijación de las huellas y la calidad de la
reproducción. Los fundamentos de la neuropsicología, Sobre el desarrollo histórico de
los procesos cognoscitivos, El cerebro en acción y artículos dedicados a los más
variados problemas de la neuropsicología y la psicología en general, fueron escritos
por Luria y además, traducidos a diferentes idiomas.
En la versión al español del libro: Las funciones corticales superiores del hombre
(Luria, 1984), Luria incluyó un gran capítulo dedicado al esclarecimiento de la
estructura y funciones de los lóbulos frontales, demostró que cuando éstos están
lesionados, se producen fenómenos patológicos al fallar la regulación de los estados
de activación, donde se pierde el control sobre los movimientos y acciones voluntarias,
y a la vez desaparece la capacidad de crear programas nuevos de operaciones y
acciones dirigidas a un fin y necesarios para la realización efectiva de la forma más
compleja de la gnosis, la praxis, la memoria, y el pensamiento. Por todo lo anterior, en
definitiva a este científico ruso le debemos gran parte de los actuales estudios sobre la
materia.
Metafóricamente hablando, los lóbulos frontales constituyen el espacio donde se
coordinan las acciones humanas (Flores Lazaro, 2006). Pues como dijimos
anteriormente ellos constituyen una porción muy grande del cerebro, tanto las
funciones motoras como su coordinación son controladas por el cortex frontal
posterior. Aunque al parecer la parte anterior frontal parece no estar implicada en
funciones conductuales específicas, se sigue especulando que los lóbulos pre y
frontales son el sitio de las funciones “más elevadas” del cerebro. (Damasio, 2006)
En la actualidad se usa el término lóbulo pre frontal para referirse a su parte más
anterior relacionada con funciones cognitivas. Desde un punto de vista
neuropsicológico y con posterioridad a los estudios e investigaciones de Luria, los
lóbulos frontales pasaron a representar una de las áreas cerebrales de más amplio
interés para la comunidad científica. Poco a poco fue entendido como un sistema de
planeación, regulación y control de los procesos psicológicos (Akhutina, 2002); que
permiten la coordinación y selección de múltiples procesos y de las diversas opciones
de conducta y estrategias con que cuenta el humano; organizando las conductas
basadas en motivaciones e intereses, o aquellas que van hacia la obtención de metas
y que sólo se pueden conseguir por medio de procedimientos o reglas.
También participan de forma decisiva en la formación de intenciones y programas, así
como en la regulación y verificación de las formas más complejas de la conducta
humana. Los lóbulos frontales se consideran el receptor – dentro del cerebro – de
nuestras emociones y el centro de control de nuestra personalidad (Alcázar –
Córcoles, M; Verdejo – García, A; Bouzo – Saiz, J 2008). Y por tanto se estima que no
hay otro lugar en el cerebro donde las lesiones pueden acarrear una mayor cantidad
de síntomas (Alcázar – Córcoles, M; Verdejo – García, A; Bouzo – Saiz, J 2008)
2.3.- Neuro anatomía de los lóbulos frontales y sus conexiones bio químicas en
el comportamiento.
Por otro lado, pero dentro del mismo tenor, algunas investigaciones relacionan
algunos neuro transmisores y la agresividad (Renfrew, 2006), así la serotonina y la
dopamina serían sustancias químicas que segrega el cerebro y calman la irritabilidad y
el comportamiento violento; el que se manifiesta de mejor manera en la patología de
las adicciones a sustancias (que ya veremos más adelante), por lo que un descenso
en los niveles de serotonina la incrementaría. Esto demuestra que el cerebro es un
órgano básicamente neuroquímico que se complementa a la anatómica.
Sin embargo la situación es compleja, ya que “un solo neurotransmisor puede estar
implicado en numerosas funciones dependiendo del neuroreceptor en el que actúa”14.
Para entender el control cerebral de la agresividad es entonces necesario saber cómo
interactúan las estructuras modulares y las sustancias químicas que denominamos
neurotransmisores. En definitiva, la alteración en un determinado sistema puede
alterar a otros sistemas y una conducta tan compleja como la agresividad está
controlada por una gran variedad de neurotransmisores.
14
Renfrew, J (2006); “Agresión. Naturaleza y control”. Madrid. Editorial síntesis. 1° Edición. Pp. 97. ISBN
9788497563611
desarrolladas en el humano: 1) el campo oculomotor o área de Brodmann(Flores
Lazaro, E., 2006) , involucrado en la percepción y síntesis de información visual
compleja; 2) el área de Broca, relacionada con los aspectos más complejos del
lenguaje como la sintaxis; y 3) el área de control del movimiento complejo de las
manos y dedos (AB 6 y 4) (corteza premotora lateral) (Flores Lazaro, E., 2006).
Corteza órbitofrontal
Corteza frontomedial
El estudio de las funciones frontales tiene según pude recabar más menos unos 100
años de existencia. En 1902 Loeb afirma que la ablación de los lóbulos frontales en
perros no tiene efectos específicos (Flores Lázaro, E., 2006). En la misma dirección,
Lashley, de acuerdo a su principio de equipotencialidad (todas las aéreas corticales
son equivalentes), y al principio de acción de masas, predice que es la cantidad de
áreas del córtex destruida la responsable de los déficits observables tras una lesión
cerebral (Flores Lázaro, E., 2006). Broca, sin embargo, atrajo la atención de la
comunidad científica al relacionar un déficit específico (en producción del discurso) con
la lesión de un área concreta (el área frontal posterior inferior). Otros estudios
muestran la relación entre la estimulación eléctrica del córtex frontal posterior y los
movimientos motores del lado contra lateral del cuerpo (Barcia-Salorio, 2004).
En 1925, Gelb y Goldstein usando tareas de resolución de problemas, llegan a concluir
que los pacientes con lesiones frontales anteriores tienen dañadas sus funciones
intelectuales (Barcia-Salorio, 2004). Sin embargo, en la década de los 40, se practica
la lobotomía frontal en miles de personas con problemas psiquiátricos, sin que se
puedan precisar con claridad las diferencias entre la situación mental pre y
postoperatoria de los pacientes.
Rylander en 1947 describe la lobotomía pre frontal como la “ablación del alma”15. De
esta manera, los científicos discuten si los lóbulos frontales son áreas silenciosas o el
asiento de la inteligencia y el órgano de la civilización. Hoy día sabemos que ninguna
de las dos posturas extremas es cierta.
En todo caso, la contradicción entre no servir para nada y ser específicamente
humanos, se resuelve si pensamos que al estar implicados en funciones cognitivas de
alto nivel, tal vez meta cognitivas, como la conducta abstracta, la síntesis intelectual o
la conducta ética, su destrucción no afecta a las funciones básicas o cognitivas
(percepción, memoria, atención refleja...). De otro lado, sabemos que no son tan
específicamente humanos, por los estudios con monos y ratas (Barcia-Salorio, 2004),
donde su destrucción produce deterioros en el aprendizaje, aunque sí son de mayor
tamaño en los seres humanos.
Solo para finalizar esta parte les dejo con un ejemplo de caso clínico que aparecen a
lo largo del siglo XX. El caso ERV (Damasio, 2006), que trata de una persona con una
vida familiar y laboral normal hasta la lesión. Ocupaba un puesto de supervisor en una
empresa, tenía 35 años y cinco hijos. Su familia y amigos empezaron a notar cambios
de personalidad y problemas laborales hasta el punto de ser despedido, y empezó a
15
Baddeley, A (1999); “Memoria humana. Teoría y práctica. Buenos Aires. Editorial Mc Graw. 1° Edición. Pp. 157. ISBN
8432357894.
tener dificultades matrimoniales. En 1975 se le extirpó un meningioma orbito frontal
que le oprimía ambos hemisferios frontales. Tras la recuperación postoperatoria creó
un negocio que fracasó, fue despedido de múltiples trabajos, se divorció, se volvió a
casar y se volvió a divorciar. Su cociente intelectual era normal. El daño cerebral a la
base de su “estilo personal compulsivo” era un daño bilateral del área derecha
ventromedial de la corteza frontal. Otro caso es la conocidísima historia ocurrida el
siglo XIX de un paciente frontal llamado Phineas Cage (Harlow, 1848) caso que
desarrollaremos más adelante en otro apartado.
Como quedo explicitado en la página anterior, las funciones ejecutivas (FE) son
soportadas principalmente por la corteza pre frontal (Aliaga. F, 2010), participan en el
control, la regulación y la planeación eficiente de la conducta humana, también
permiten que los sujetos se involucren exitosamente en conductas independientes,
productivas y útiles para sí mismos (Lezak, Howieson, & Loring, 2004).
Las funciones ejecutivas se definen como un proceso o una serie de procesos cuyo
principal objetivo es “facilitar la adaptación a situaciones nuevas, opera por medio de
la modulación o el control de habilidades cognitivas más básicas”16; estas habilidades
o rutinas son procesos sobre-aprendidos por medio de la práctica o la repetición e
incluyen habilidades motoras y cognitivas, como la lectura, la memoria o el lenguaje
(Aliaga, 2010). Representan un sistema cuyo desempeño es optimizado en situaciones
que requieren la operación de diversos procedimientos cognitivos. Este sistema se
necesita aun más cuando se tienen que formular nuevos planes de acción, al igual que
cuando se necesita seleccionar y programar secuencias apropiadas de respuesta
(Schallice. T, 1998).
Debido a que en la mayoría de las situaciones de la vida diaria es necesario hacer
adaptaciones conductuales, también permiten la creación de patrones nuevos de
procesamiento cuando no existen esquemas que puedan enfrentar la situación. La
función ejecutiva incluye además aspectos como la capacidad de filtrar la interferencia,
el control de las conductas dirigidas a una meta, la habilidad de anticiparse a las
consecuencias de la conducta y la flexibilidad mental; como también la moralidad, la
conducta ética y la auto conciencia(Flores Lázaro, 2006). Estas funciones por tanto
parecen ser la responsable directa o indirecta de los procesos que realizan los lóbulos
frontales y, particularmente porque la corteza pre frontal supervisa y coordinan todo lo
que tiene que ver con la inteligencia, la atención, la memoria, el lenguaje, la flexibilidad
mental, el control motor y la regulación de la conducta emocional (Bausela E, 2008).
El desarrollo de las funciones ejecutivas se inicia temprano, durante la lactancia y se
prolonga durante muchos años, incluso hasta la adultez. De hecho, se considera que
son las funciones que tardan más tiempo en desarrollarse. Durante los primeros años
de vida, el niño parece vivir en un tiempo presente con reacciones solamente a
estímulos que se encuentran en su alrededor inmediato, y es posteriormente cuando,
es capaz de representar estímulos del pasado, planear el futuro, y representar un
problema desde distintas perspectivas que le permite escoger soluciones apropiadas.
Esta capacidad para planear y solucionar problemas constituye probablemente el inicio
de las funciones ejecutivas. La emergencia de las funciones ejecutivas es evidente
entonces, cuando el niño da muestras de tener la capacidad para controlar la conducta
usando información previa y progresivamente se van optimizando con la interlocución
de por una parte la maduración cerebral y por la otra, la estimulación ambiental. Dicho
con mayor precisión, existe evidencia del desarrollo de la función ejecutiva ya durante
los primeros años de vida. Lezak destaca la diferencia que existe entre las funciones
ejecutivas y las funciones cognitivas, resaltando que mientras que las funciones
16
Aliaga, F (2010); “Nuestros maravillosos lóbulos frontales”. Pp. 2-3. En asociación EDUCAR.
www.asociacioneducar.com.
ejecutivas permanecen intactas, una persona puede sufrir pérdidas cognitivas
considerables y continuar siendo independiente, constructivamente autosuficiente y
productiva. (Lezak, M. D., Howieson, D.B., Loring D.W., 2004). Cuando se alteran las
funciones ejecutivas, el sujeto ya no es capaz de auto cuidarse, de realizar trabajos
para sí o para otros, ni poder mantener relacionales sociales normales,
independientemente de cómo conserve sus capacidades cognitivas. Como principio
básico de los déficits cognitivos usualmente atañen a funciones específicas o áreas
funcionales, mientras que la alteración ejecutiva se manifiesta de una manera más
general, afectando a todos los aspectos de la conducta. La conducta manifiesta por
pacientes con lesión frontal, se asemejaría a la de los individuos con personalidad
antisocial en el sentido de la incapacidad para inhibir la conducta socialmente
incorrecta, aún reconociendo cual es la conducta correcta, asociándose el daño del
lóbulo frontal principalmente con la disfunción ejecutiva.
Planeación
Control conductual
Una de las funciones más importantes de la corteza pre frontal (CPF) es la capacidad
de control sobre los demás procesos neuronales que se llevan a cabo dentro y fuera
de la misma, el control inhibitorio ejercido por la CPF, en particular por la corteza fronto
meridional (CFM) permite retrasar las tendencias a generar respuestas impulsivas,
originadas en otras estructuras cerebrales, siendo esta función reguladora primordial
para la conducta y la atención (Bassarath, L., 2005)
Flexibilidad mental
Memoria de trabajo
Fluidez
Meta cognición
Mentalización
La capacidad de pensar lo qué otra persona puede estar pensando, pensará y/o
reaccionará en relación a una situación o evento particular, se ha denominado
mentalización y es una de las capacidades humanas más importantes para las
relaciones interpersonales y sociales (Shallice. T, 1997).
Se ha encontrado que en sujetos con autismo la capacidad de mentalización se
encuentra afectada y se ha propuesto que esta situación es una de las características
más importantes de este trastorno (Schallice. T, 1997). Los sujetos con alteraciones en
la capacidad de mentalización no pueden estimar ni comprender el proceso de
pensamiento de otras personas y no pueden estimar las experiencias psicológicas
desde la perspectiva de los demás. Por medio de estudios de neuroimagen funcional
se ha encontrado que la CPFM es la región de la CPF más relacionada con la
capacidad de mentalización (Shallice. T, 1997).
Conducta social
Durante el desarrollo, los niños tienen que asimilar, aprender y desarrollar diversos
sistemas de reglas cognitivas y sociales, las cuales cuando adultos, les permitan
interactuar propositivamente con su medio. Esta serie de capacidades se ha
denominado: implementación de reglas, permitiendo que de forma flexible se alterne,
seleccione, actualice y se ejecuten procedimientos efectivos de conducta en base a
situaciones sociales determinadas (Bunge. M, 2002). Se ha encontrado que el daño
frontal perinatal y en la infancia temprana, particularmente el daño en la COF y CFM,
produce una alteración denominada: discapacidad de aprendizaje social y conductual,
dichas investigaciones, llevadas a cabo por Price, Daffner, Stowe, & Mesulam
determinaron que esta discapacidad se caracteriza porque a partir de la adolescencia
se presentan conductas antisociales que van desde robo, violencia y adicción a
drogas, y con frecuencia este tipo de pacientes terminan en prisión ( Damasio. A, 2006
y Flores. E, 2008). Se ha propuesto que esta dificultad se debe a que el daño en la
COF no permite crear y/o adjudicar redes neuronales que representen marcadores
afectivos de lo correcto o incorrecto (desde un punto de vista social) de las conductas
que presentan en los niños durante su desarrollo (Damasio, 2006).
Cognición social
El análisis neuropsicológico del daño frontal se complica por la variabilidad del tamaño
de la lesión, el tipo de patología, el daño cortical versus el subcortical (o ambos), la
región de la corteza afectada, el tiempo de desarrollo de la lesión y el impacto de la
desconexión funcional con otras áreas corticales; debido a todos estos factores es que
las definiciones del “daño frontal” varían considerablemente, se ha advertido que no
existe una entidad única y simple como “síndrome frontal”, agrupar como una sola
todas sus variantes es un error (Bonilla, J; Fernández Guinea S., 2006).
El daño frontal produce muy diversas características cognitivas y conductuales, en
dependencia de la(s) zona(s) que se lesionen. Por ejemplo, el daño en la COF
producirá alteraciones en la regulación afectiva y conductual, en tanto que el daño en
la CPFDL, afectará principalmente funciones ejecutivas. Las lesiones de la CFM pre
frontal medial producirán alteraciones del control atencional y de mentalización. Las
lesiones más polares producirán alteraciones en las capacidades de cognición social y
meta cognición. También se ha propuesto agrupar a los pacientes por medio del
criterio funcional, debido a la gran variabilidad en el tipo, la magnitud e imprecisión
anatómica de las lesiones frontales; de esta forma el “síndrome disejecutivo”, describe
un amplio espectro de alteraciones frontales y ejecutivas sin precisar sus correlatos
anatómicos (Bausela, E y Santos Cela, J., 2006). Lo que admite describir en el nivel
cognitivo y funcional las alteraciones presentadas, permitiendo enfocarse más en
procesos y mecanismos cognitivos que en zonas del cerebro. Esto permite
implementar y utilizar métodos de evaluación y rehabilitación provenientes de la
psicología cognitiva tanto en la evaluación como en la rehabilitación de las muy
diversas consecuencias neuropsicológicas del daño frontal. En este sentido, tanto la
psicopatía como la disfunción ejecutiva o síndrome disejecutivo se han considerado
prototipos de daño en el lóbulo frontal, aunque, hasta hace relativamente pocos años,
no se habían relacionado.
En apartados anteriores ya tuvimos un primer encuentro con el concepto de
psicopatía, en el pudimos observar que el constructo pareciese no está definido
claramente en las clasificaciones internacionales; su crítica se basaba en que se
centra única y exclusivamente en el trastorno antisocial de la personalidad. Y por ello
se desprendían las dificultades cuando no se teoriza adecuadamente, pues de ello
depende la rigurosidad de cualquier investigación psicopatológica que quiera
implementarse.
Pero si por un lado esto parece una brecha conflictiva, por otro nos alivia la idea de
que experimentalmente al parecer se comienza a inferir que las conductas típicas del
psicópata en algunos casos si se pueden relacionar con determinados déficit cerebral
estructural y funcional, gracias a las aportaciones apreciables en las técnicas de neuro
imagen y en test neuropsicológicos. Entre las pruebas que aportan en ello y pueden
simplificar la búsqueda de disfunciones ejecutivas están el test de clasificación de
tarjetas de Wisconsin, el test de laberintos de Porteus, el test de fluidez verbal, el test
de organización visual, la prueba de fluidez de diseños, la prueba de conflicto
palabra/color o test de Stroop, la tarea secuencial de emparejamiento de memoria, el
Cubo de Necker, el cuestionario de actividades preferenciales, la Torre de Hanoi, la
Tarea go/no go, la prueba de apertura de caminos, el test de aprendizaje verbal y el
sub test de cubos del WAIS. Los cuales en varios casos se han mostrado como
buenos predictores de los déficits cerebrales postulados en los psicópatas,
apoyarando el trabajo profesional, con el fin de determinar si estos déficit, tanto
cerebrales estructurales como funcionales, constituyen el soporte neurológico de la
incapacidad de los psicópatas para la integración de los procesos de razonamiento
con las emociones y, más concretamente, para determinar científicamente la aparición
de síntomas como la impulsividad, inatención, dependencia ambiental, perseverancia
patológica y déficit en la autorregulación tan característicos del síndrome disejecutivo
(Garzón, M; Sánchez, J., 2007).
En este sentido, este apartado y de aquí en más, se buscara analizar los estudios más
relevantes en la materia, auscultando la estrecha relación que existe entre el
razonamiento y la emoción idea que se basa en el paradigma de la plasticidad cerebral
de Kendal (Desviat, M (2006), donde queda de manifiesto que es imposible la
comprensión de uno sin la otra o viceversa. Desde laidea que la función ejecutiva es el
nexo explicativo de la relación entre ambos.
17
Cardona, C; Martínez de Almeida, R (2010); “Psicopatía en hombres y mujeres”. Brasil. En archivos de psicología de
la Universidad de rio grande do sul. Vol.62. N° 1. pp.3. ISSN 1809-5267.
En los últimos años se han llevado a cabo múltiples estudios empleando modernas
técnicas de neuroimagen estructurales y funcionales, que han permitido localizar áreas
que podrían ser disfuncionales en sujetos agresivos y violentos. En el caso de la
agresión impulsiva postulan que la agresión impulsiva se manifestaría como resultado
de una disfunción en un conjunto coordinado de estructuras cerebrales que
funcionarían para regular la respuesta emocional, e incluiría las regiones orbito frontal
y ventromedial del lóbulo pre frontal, y estructuras subcorticales, como la amígdala o el
hipocampo, muy relacionadas con la emoción y los instintos.
Si estas regiones se encontrasen afectadas, tanto en su estructura como en su
funcionamiento, podrían predisponer a los individuos a comportamientos
irresponsables y violentos (Navas-Collado, E; Muñoz J, 2003).
Actualmente, y gracias a estos estudios se sabe que el daño en los lóbulos frontales
provoca un deterioro de la intuición, del control del impulso y de la previsión, lo que
conduce a un comportamiento socialmente inaceptable y poco adaptativo. Esto es
particularmente cierto cuando el daño afecta a la superficie orbital de los lóbulos
frontales. Los pacientes que sufren de este síndrome “pseudo psicopático”18 se
caracterizan por su demanda de gratificación instantánea y no se ven limitados por
costumbres sociales o miedo al castigo. Mientras otros estudios han mostrado un peor
rendimiento en pruebas cognitivas de lenguaje, percepción y habilidades psicomotoras
en sujetos violentos frente a sujetos normales. Por lo que si las dificultades en el
control de impulsos están relacionadas con ciertas alteraciones cerebrales, el
rendimiento en test cognitivos y de habilidades podría ser mejor predictor de la
conducta antisocial que otras medidas de personalidad (Granacher R, 2003).
Los estudios acerca del funcionamiento neuropsicológico de los psicópatas
prototípicos asocian el déficit observados a daños en el córtex pre frontal ventromedial
y dorso lateral. Se presupone que la funciones ejecutivas se puede encuadrar en los
lóbulos frontales y, más concretamente, en las regiones anteriores, es decir, las áreas
pre frontales y sus conexiones recíprocas con otras zonas del córtex cerebral, así
como con otras estructuras subcorticales, entre ellas los núcleos de la base, el núcleo
amigdalino, las estructuras di encefálicas y el cerebelo (Navas-Collado, E; Muñoz J,
2003).
Con respecto a los estudios con resonancia magnética (RM), se ha encontrado una
reducción del volumen de la corteza pre frontal en los sujetos catalogados de
psicópatas y la cuantía de esa reducción se estima en un 14% aproximadamente
(Navas-Collado, E; Muñoz J, 2003).
Los principales datos sobre posibles afectaciones cerebrales desde un punto de vista
funcional en los psicópatas proceden de estudios de medicina nuclear que han
empleado la tomografía por emisión de positrones (PET en sus siglas en ingles). Estos
estudios han mostrado que los actos impulsivos con correlatos agresivos crecen a
medida que baja la cantidad de glucosa en la corteza frontal en pacientes con
trastornos de la personalidad. Al comparar asesinos con personas “normales” en
tareas de atención visual que inducen a la activación de la región pre frontal del
cerebro para la vigilancia, se apreció un hipo metabolismo frontal de los “asesinos”
frente a los ‘controles’ (Raine, A; San Martin, J., 2000).
Para estos autores en los sujetos antisociales han aparecido cambios en la activación
cerebral en las áreas asociadas al procesamiento emocional, incluido el córtex pre
frontal, la amígdala y otros componentes del sistema límbico. Además, había
anomalías funcionales subcorticales en la amígdala, el hipocampo y el tálamo, con una
baja activación en el lado izquierdo cerebral. Estas estructuras, que como sabemos
forman parte del sistema límbico (expresión emocional), y cuya anormalidad en la
respuesta se relaciona con deficiencias en la emisión de respuestas condicionadas al
miedo y dificultades en el aprendizaje de la experiencia, mostraron conductas
18
Granacher, R (2003); “Traumatic Brain Injury”. Florida USA.Editorial Taylor and Francis. 2° Edición. ISBN 978-0-203-
50174-0.
correlacionadas con manifestaciones violentas antisociales y que suponen una
expresión comportamental disejecutiva (Raine, A; San Martin, J., 2000).
El funcionamiento de la corteza orbito frontal derecha se mostro disminuido en un
14,2% en sujetos que han cometido asesinatos. Estos resultados son compatibles con
la hipótesis de un empleo de estrategias cognitivas no límbicas para el procesamiento
del material afectivo por parte de los criminales psicópatas (Raine, A; San Martin, J.,
2000).
En otros estudios con tomografía con emisión de fotón único (SPECT) también se han
encontrado resultados importantes (Sanchez. F, 2009). En un trabajo en el que se
sometió a dos grupos de sujetos (psicópatas y controles) a una tarea de decisión
léxica –con palabras de contenido neutro y emocional, así como conjuntos de letras
sin sentido–, se requería (en dos fases distintas) que se determinase lo más
rápidamente posible cuáles de las letras que aparecían unos milisegundos en la
pantalla del ordenador formaban o no una palabra. El flujo sanguíneo cerebral relativo
(FSCr) del grupo compuesto por psicópatas drogodependientes (identificados con la
PCL-R) era superior en las regiones occipitales y menor en las regiones frontal,
temporal y parietal, en comparación con el grupo control. Estas hipo perfusiones
frontales son también evidentes en sujetos alcohólicos con trastorno de la
personalidad antisocial, en comparación con otros sujetos sin dicho trastorno
(Sanchez. F, 2009).
Utilizando la resonancia magnética funcional (RMf), se ha intentado también
comprobar la hipótesis de que los psicópatas tienen asociadas anormalidades en la
función de estructuras del sistema límbico y del córtex frontal mientras están
procesando estímulos afectivos. Se ha encontrado una actividad menor localizada en
la formación hipocámpica amigdalina, el giro parahipocampal, el núcleo estriado
ventral y el giro cingulado anterior y posterior de los psicópatas con respecto a
criminales no psicópatas y sujetos control no criminales (Marietan. H, 1999).
En cuanto al electroencefalograma (EEG) y los potenciales evocados (PE), también se
han hallado resultados que asocian expresiones comportamentales propias del
síndrome disejecutivo a los lóbulos frontales (Marietan. H, 1999). En el registro de la
actividad espontánea del cerebro se ha mostrado cómo los sujetos antisociales tienen
una menor actividad en zonas anteriores. En esta línea, los prisioneros por crímenes
violentos tenían anormalidades en el EEG (56,9%), las cuales eran eminentemente
frontales (62,2%). Sin embargo, los sujetos con un cargo de acto aislado de violencia
sólo presentaban un pequeño porcentaje (11,8%) de daño frontal. Las ondas fronto
parietales θ (ondas de 4 a 8 Hz) han sido las que se han asociado con más frecuencia
a las conductas psicopáticas. Una revisión de estudios con EEG incide en la idea de
una actividad θ generalizada excesiva, actividad focal temporal derecha de ondas θ
(entre 6 y 8 Hz) y ondas β (entre 14 y 16 Hz), así como ondas lentas localizadas en el
lóbulo temporal (Marietan. H, 1999).
En el estudio de la psicopatía se han utilizado los potenciales evocados (PE) para
comprobar la hipótesis de un procesamiento anormal del material afectivo verbal por
parte del criminal psicópatas (Valencia. O, 2007). En ese estudio, se dividió a los
sujetos en dos grupos mediante la PCL (psicópatas frente a controles). Se emplearon
13 palabras neutras, 13 de contenido afectivo positivo y 13 de contenido afectivo
negativo. Los psicópatas reconocieron las palabras, pero fracasaron a la hora de
sentirse afectados por su sentido emocional. Los sujetos controles reaccionaron con
mayor rapidez y acierto ante las palabras emocionales en comparación con las
neutras; los componentes relevantes de los PE fueron significativamente más amplios
en las palabras afectivas. Los psicópatas tenían, aproximadamente, el mismo patrón
de respuesta (rapidez y precisión de reconocimiento) ante palabras emocionales y
neutras, lo que se interpretó como una menor extracción de información en las
palabras emocionales. Además, se encontró una onda negativa larga (N500) en la
corteza fronto central, que se relacionó con la dificultad para la integración de los
significados de palabras en estructuras lingüísticas o conceptuales más largas. No
sólo ha aparecido como onda característica el N500, sino que también lo han hecho
otras como el P300. Este potencial también ha mostrado diferencias entre los
psicópatas y los que no lo son. La menor amplitud del P300 en tareas de atención
selectiva y una onda negativa larga fronto central se han vinculado a la psicopatía
(Valencia. O, 2007).
Finalmente, también se ha investigado la relación de la variación negativa contingente
(VNC), que es un PE de alerta de latencia prolongada (Navas-Collado, E; Muñoz, J.,
2003). La variación negativa contingente (VNC) aparece en el intervalo entre un
estímulo de alerta y uno imperativo al que el sujeto debe responder. Los psicópatas
han mostrado una onda significativamente más larga que los controles, sin que se
encontraran diferencias en la latencia o el tiempo de reacción. Los resultados se
interpretan en función de la dificultad para la regulación afectiva y la utilización de los
recursos atencionales, así como las dificultades para el procesamiento de la
información que derivan de este déficit.
Como hemos visto hasta ahora, de los estudios realizados sobre la psicopatía, la gran
mayoría se han centrado en analizar aquellos rasgos que la personalidad de los
psicópatas no presenta, esto es, el miedo, la capacidad empática o las habilidades de
relación interpersonal. Pero también, investigaciones llevadas a cabo en la
Universidad de Verderbilt (Nashville, Tennessee) por el profesor Joshua Buckholtz y
otros colaboradores determinaron que a lo mejor también era posible centrarse en
aquellas características propias que los psicópatas sí poseen, como la impulsividad, la
atracción desmesurada hacia el beneficio propio y la tendencia a correr riesgos. Por lo
que se procedió a examinar la relación entre la dopamina que genera el cerebro y
dichas características. Para ello los investigadores usaron dos tecnologías distintas.
Por un lado, aplicaron la tecnología (PET). Por otro lado, los científicos utilizaron el
escáner de resonancia magnética funcional (fMRI) para comprobar el funcionamiento
del sistema de recompensa del cerebro. Llegando a la conclusión de que en el caso de
los individuos psicópatas por medio de ambas técnicas se llegaba a patrones similares
de liberación excesiva de dopamina (Revista Scielo, 2010)
En dicha investigación los voluntarios tuvieron que responder en primer lugar a un test,
a partir del que se determinó sus niveles de psicopatía mediante el test (PCL-R). Los
rasgos psicopáticos pueden presentarse en un amplio espectro, siendo el perfil del
psicópata violento uno de sus extremos. Sin embargo, algunas personas
aparentemente normales también presentaron ciertas característica psicopáticas,
como tendencia a la manipulación, egocentrismo o tendencia a correr riesgos.
Así posteriormente en un artículo aparecido en la revista Nature Neuroscience, los
científicos explicaron que en una primera parte de su experimento se dio a los
individuos sometidos al estudio una dosis de anfetamina que estimulase sus sistemas
nerviosos. Posteriormente, los cerebros de estos voluntarios fueron escaneados con la
tecnología PET para comprobar la liberación de dopamina en respuesta a los
estimulantes. Así, se comprobó que aquellas personas sometidas al experimento que
habían presentado los niveles más altos de características psicopáticas en el test
inicial presentaban niveles de liberación de dopamina tras el consumo de anfetamina
casi cuatro veces superiores a los niveles de los otros participantes. (Revista Scielo,
2010).
En una segunda fase del experimento, se les dijo a los participantes que recibirían una
recompensa económica a cambio de completar una tarea sencilla. Al mismo tiempo
que desempeñaban esta tarea, sus cerebros fueron escaneados con la tecnología
fMRI. Los científicos comprobaron así que en los individuos con altos niveles de
características psicopáticas, el área de recompensa del cerebro, el llamado núcleo
accumbens, se encontraba mucho más activo cuando éstos estaban expectantes por
recibir la recompensa económica que en el caso del resto de los participantes. Según
los científicos, estos resultados sugieren que las respuestas exageradas de liberación
de dopamina podrían hacer que los psicópatas fueran incapaces de enfocar su
atención en otra cosa que en su recompensa. Esta condición de los cerebros de los
psicópatas evitaría que estos individuos tuvieran en cuenta los efectos de sus actos
sobre otras personas o los peligros y consecuencias que sus actos pudieran
suponer. Los individuos con trastorno psicopático presentan, además de las
características ya mencionadas, otras características, como el encanto superficial y la
inteligencia, la ausencia de nerviosismo, la falsedad, la dificultad para aprender de la
experiencia, una vida sexual impersonal, frívola y poco estable; la incapacidad para
seguir cualquier plan de vida, una autoestima exagerada o la tendencia a mentir de
forma patológica, entre otras. Estimando con ello que entre el 1% y el 6% de la
población potencialmente pudiese ser psicópata. (Revista Scielo, 2010)
En este mismo sentido, numerosos autores han postulado que el déficit en las
funciones ejecutivas es un importante factor de riesgo para el desarrollo de
comportamientos antisociales. Recientemente, se han establecido tres síndromes
frontales según la zona del córtex principalmente afectada:
La adición es uno de los mayores problemas de salud que tienen los países
occidentales hoy en día (UNODC, 2009). El termino adicción hace referencia a “un
conjunto de trastornos psíquicos caracterizados por una necesidad compulsiva de
consumo de sustancias psicoactivas, con alto potencial de abuso y dependencia, y
que progresivamente invade todos los planos sociales del individuo; fuertemente
asociado a un desinterés hacia conductas, experiencias y placeres alternativos que
antes habían formado parte de la vida del individuo afectado, todo ello a pesar de las
consecuencias extraordinariamente negativas que el consumo comporta”19.
En las últimas décadas se han realizado grandes avances en el conocimiento de las
bases neuro biológicas y neuro psicológicas de la adicción, como también de que
manera dicha patología se correlaciona con la irrupción de comportamientos anti
sociales; esto ha permitido cambiar completamente la conceptualización de este
trastorno, el que ha evolucionado desde considerarse simplemente un vicio, a
contemplarse como un trastorno psico orgánico crónico que requiere tratamientos
psico médicos adecuados.
En la mayoría de los casos el uso de drogas no desemboca en adicciones o
dependencias crónicas. Efectivamente, el uso de sustancias psico activas por el placer
que producen data de las épocas más antiguas de la civilización, pero el placer como
tal forma parte solo de los momentos iniciales de consumo. Pues en un significativo
número de casos con dicha exposición crónica, se desarrolla una dependencia
cognitiva, emocional y conductual que pudiesen derivar en fases psicopatológicas muy
problemáticas (UNODC, 2009),
Como el producto del cerebro es el comportamiento y el pensamiento, los trastornos
cerebrales pueden producir síntomas conductuales muy complejos. El cerebro puede
sufrir muchos tipos de enfermedades y traumatismos, desde trastornos neurológicos
como los accidentes vasculares cerebrales y la epilepsia hasta enfermedades
neurodegenerativas como las enfermedades de Parkinson y Alzheimer, además de
lesiones traumáticas o infecciosas. En todos estos casos se reconoce que el producto
conductual es parte del trastorno.
En la dependencia, el producto conductual también es complejo, pero está relacionado
principalmente con los efectos cerebrales de las sustancias a corto o a largo plazo
(UNODC, 2009). Los temblores de la enfermedad de Parkinson, las convulsiones de la
epilepsia, e incluso la melancolía de la depresión, son generalmente reconocidos y
aceptados como síntomas de un trastorno cerebral subyacente. Antes, la dependencia
de sustancias no se consideraba como un trastorno cerebral, del mismo modo que las
enfermedades psiquiátricas y mentales tampoco se consideraban como tal. No
obstante, con los progresos recientes de la neurociencia ha quedado claro que la
dependencia de sustancias es un trastorno cerebral, tanto como cualquier otra
enfermedad neurológica o psiquiátrica (UNODC, 2009).
Las nuevas técnicas e investigaciones han proporcionado formas de visualizar y medir
los cambios de la función cerebral, desde los niveles molecular y celular hasta los
cambios de los procesos cognitivos complejos que se producen con el consumo de
sustancias a corto y a largo plazo(UNODC, 2009). Estos avances de la investigación
neuro científica han derivado del desarrollo y uso de técnicas que permiten visualizar
la estructura y la función cerebral in vivo, esto es, mediante las llamadas técnicas de
neuro imagenología. Estas permiten ver lo que ocurre desde el nivel de los receptores
hasta los cambios globales del metabolismo y del flujo sanguíneo en varias regiones
cerebrales. Las imágenes se pueden obtener al administrar las sustancias, para ver
19
UNODC (2009); “Informe mundial sobre las drogas”. Oficina de las naciones unidas contra las drogas y el delito”.
Pp.6. En http://www.unodc.org.
cómo actúan en el cerebro, y también tras su consumo prolongado, para observar los
efectos sobre las funciones cerebrales normales. Un ejemplo son las imágenes de
resonancia magnética (IRM), en las que se utilizan campos magnéticos y ondas de
radio para producir imágenes bidimensionales o tridimensionales de gran calidad de
las estructuras cerebrales (Redolar. D, 2008).
Aunque la IRM sólo proporciona imágenes estáticas de la anatomía cerebral, la IRM
funcional (IRMf) puede proporcionar información funcional sobre la actividad cerebral,
comparando la sangre oxigenada y desoxigenada (OMS, 2004). Mientras que otras
técnicas, tan o igualmente importante y útil del que ya habíamos hablado en otro
apartado, es la tomografía por emisión de positrones (PET), el que proporciona
información sobre la actividad metabólica en una determinada región cerebral.
Generalmente se inyecta un compuesto radiactivo que se distribuye con el flujo
sanguíneo cerebral. Las imágenes pueden ser bidimensionales o tridimensionales, y
los diferentes colores reflejan diferentes niveles de radiactividad (los azules y verdes
indican zonas de baja actividad, y los amarillos y rojos, zonas de gran actividad).
Utilizando diferentes compuestos, las imágenes de PET permiten visualizar el flujo
sanguíneo, el metabolismo del oxígeno y de la glucosa o las concentraciones de
fármacos en los tejidos cerebrales in vivo (OMS, 2004).
Las sustancias psicoactivas más comunes pueden clasificarse como depresores
(el alcohol, los sedantes/hipnóticos y los disolventes volátiles), estimulantes
(la nicotina, la cocaína, las anfetaminas y el éxtasis), opioides (la morfina y la heroína)
y alucinógenos (la fenciclidina PCP, la dietilamida del ácido lisérgico LSD y la
cannabis) (OMS, 2008).
Diferentes sustancias psicoactivas tienen diferentes formas de actuar en el cerebro
para producir sus efectos. Se unen a diferentes receptores y pueden aumentar o
disminuir la actividad de las neuronas a través de varios mecanismos diferentes. En
consecuencia, tienen diferentes efectos conductuales, diferentes ritmos de aparición
de la tolerancia, diferentes síntomas de abstinencia y diferentes efectos a corto y a
largo plazo. No obstante, las sustancias psicoactivas comparten características
similares en la forma de alterar regiones cerebrales implicadas en la motivación, y esta
“es una característica trascendente en las teorías sobre el desarrollo de la
dependencia”20.
En la actualidad de la clínica neuro psicológica sobre las adicciones también se estima
que el desarrollo de la dependencia puede considerarse como parte de un proceso de
aprendizaje, en el sentido de que las interacciones entre las sustancias psicoactivas y
los entornos asociados a ellas producen cambios de conducta perdurables. Por tanto,
para que la adicción se desarrolle en todas sus consecuencias, deben confluir una
serie de factores de vulnerabilidad social previa y una configuración especial de los
mecanismos neuro biológicos y psicológicos que inducen, con mayor facilidad, a
procesos neuro adaptativos y de plasticidad neuronal para la adicción (OMS, 2008).
Por lo que en el capítulo precedente buscaremos analizar todos aquellos estudios más
importantes que relacionan el consumo de drogas y las consecuencias que de ello se
desprenda a nivel neurológico. Teniendo como base investigativa - por cierto - la
presencia del lóbulo frontal en este tenor.
20
Redolar, D (2008); “Cerebro y Adicción”. Barcelona. Editorial Laburo. TV. 1° Edición. pp. 54. ISBN 978-84-9788-747-
2.
en este campo (OMS, 2008). En este sentido, estudios experimentales sobre roedores
han puesto de manifiesto que la administración aguda de psico estimulantes, alcohol y
opiáceos, provocan un incremento en la actividad del sistema dopaminérgico de la
recompensa (Fernández. E, 2002), que en individuos vulnerables puede significar un
inicio en un consumo más prolongado. En este tenor, las sustancias adictivas se
comportan de manera similar a otras recompensas como las gaseosas, el sexo, etc.
Sin embargo, a diferencia de estas, los investigadores estiman que las sustancias
adictivas inducen sensibilización dopaminérgica sobre todo cuando se consumen en
forma repetida e intermitente.
El cortex pre frontal recibe proyecciones dopaminérgica del área tegmental ventral
(ATV), igual que el NAc y la dopamina; y cuya función se produce a través de dos tipos
de receptores, D1 y D2, ambos esenciales para mantener el fino equilibrio de la
función dopaminérgica pre frontal. Diversos neurotransmisores se han implicado en los
efectos de las drogas de abuso (GABA, glutamato, acetilcolina, dopamina, serotonina,
o las endorfinas). De estos, la dopamina se ha asociado de forma consistente con el
efecto de refuerzo de la mayoría de las drogas de abuso (Fernández. E, 2002). Estas
aumentan las concentraciones de dopamina extracelular en regiones límbicas,
incluyendo el núcleo accumbens. Específicamente, dichos efectos de refuerzo parecen
deberse a su capacidad para sobrepasar la magnitud y la duración de los incrementos
rápidos de dopamina que desencadenan los refuerzos naturales como la comida o el
sexo. Dichas diferencias cuantitativas y cualitativas con respecto al incremento de
dopamina que las drogas inducen, explicarían porqué los refuerzos naturales no
conducirían a la adicción
El efecto sobre la dopamina es directo en algunas drogas (cocaína, anfetamina,
éxtasis), mientras que otras sustancias afectan a neurotransmisores implicados en la
regulación de la dopamina (nicotina, alcohol, opiáceos o marihuana).Según parece, y a
diferencia de lo que se creía hasta ahora, los incrementos de dopamina no se
relacionan directamente con la recompensa, sino con la predicción de recompensa y
con la “relevancia”. La relevancia se refiere a “la capacidad de ciertos estímulos o
cambios ambientales para producir una activación o desencadenar un cambio
atencional-conductual”21. La relevancia, que añadida a la recompensa, se aplica a los
estímulos aversivos, nuevos e inesperados, afectando a la motivación para buscar la
anticipada recompensa y facilita el aprendizaje condicionado. Esto proporciona una
perspectiva diferente de las drogas, ya que implica que los incrementos de dopamina
inducidos por las drogas motivarán inherentemente la búsqueda de más droga,
independientemente de si los efectos de la droga son conscientemente percibidos
como placenteros o no (Fernández. E, 2002).
Los incrementos de dopamina inducidos por las drogas facilitan asimismo el
aprendizaje condicionado, de manera que los estímulos neutros que se asocian con la
droga quedan condicionados (por ejemplo encuentros con cierta gente, ciertos lugares
como discotecas, etc.). Una vez condicionados, pueden por sí mismos aumentar la
dopamina y desencadenar el deseo de consumir. Esto puede explicar el riesgo de las
personas con una adicción de recaer cuando se exponen a un entorno en el que
previamente se ha consumido la droga, y englobaría parte de lo que Ingelmo y cols.
han denominado el “contexto drogado” (Fernández. E, 2002).
21
Fernández, E (2002); “Bases neuro biológicas de la drogadicción”. Madrid. En revista de neurología. Vol. 34. N° 7.
pp.3. ISSN 1576-6578.
La parte superior corresponde a la corteza pre frontal
La parte media al núcleo accumbens
La parte central a la zona tegmentaria central.
22
García. B, Muñoz. A, Entrana. J (2008); “Autorregulación, Inteligencia Emocional y Espiritualidad”. Granada. Papper
presentado en el V Congreso Educación y Sociedad. ISNN 84-690-2369-1. http://congreso.codoli.org.
organización e integración que se han asociado neuro anatómicamente a diferentes
circuitos neurales que convergen en los lóbulos pre frontales del córtex. Puesto que
este substrato neuronal le da soporte a la capacidad de organizar el pensamiento y la
acción, marcando nuestros objetivos y potenciando su búsqueda (Redolar. D, 2008).
Estas dificultades son lo suficientemente importantes como para hacer que los
profesionales se replanteen el umbral de los criterios y de las exigencias terapéuticas
que proponen a sus pacientes y que se proponen a sí mismos. Aportando valiosa
información sobre las afectaciones funcionales debidas al consumo de sustancias.
Se han descrito al menos dos circuitos funcionales de interés neuropsicológico dentro
del córtex pre frontal; por una parte, el circuito dorso lateral que se asocia a
habilidades de perfil cognitivo, como la memoria de trabajo (MT), la atención selectiva,
la formación de conceptos y la flexibilidad cognitiva (Redolar. D, 2008). Dicha actividad
presenta un rol muy importante en el control, regulación e integración de la actividad
cognitiva. Media en el mantenimiento y focalización de la atención, control de la
distraibilidad, y sitúa el foco cognitivo así como la flexibilidad cognitiva cuando es
necesario, está implicado en la memoria y generación de la actividad no verbal y de la
fluencia verbal.
Las personas con problemas de adicción a sustancias se ven expuestas a
disfunciones severas del área pre frontal dorso lateral pues “olvidan recordar”. Sus
déficits alteran la memoria de trabajo, presentando dificultades para mantener una
cierta información “online”, alterando aquellas funciones que la necesitan. Para su
evaluación - asociado al rendimiento en tareas clásicas de función ejecutiva - se
realizan pruebas de fluidez (verbal y visual), las tareas N-back, la prueba de Stroop, la
Torre de Hanoi o la prueba de clasificación de tarjetas de Wisconsin (Redolar. D,
2008).
Por otra parte, al circuito ventromedial, el que se asocia al procesamiento de señales
somáticas-emocionales que actúan como marcadores o guías de los procesos de
toma de decisiones hacia objetivos socialmente adaptativos, una adicción prolongada
induciría daño y podría provocar - para dicho circuito - la interrupción de la principal
vía de comunicación entre las áreas emocionales y las estructuras de procesamiento
cognitivo del cerebro, privando a estas últimas de información afectiva esencial para
llevar a cabo su función de manera acorde a las necesidades del organismo (Redolar.
D, 2008).
Vale mencionar que la evaluación de los procesos de toma de decisiones vinculados al
circuito ventromedial ha sido mucho más reciente, y destaca el uso de diversas tareas
experimentales como la gambling task (GT), la betting task o la cognitive bias task
(Redolar. D, 2008). Por tanto, y considerando que el concepto de autocontrol o
autorregulación que antes mencionábamos es fundamental, la organización del
proceso integral terapéutico y la rehabilitación neuropsicológica debe dirigirse hacia el
re-aprendizaje o reorganización del autocontrol en el tratamiento de los pacientes
adictos. Pues el sujeto adicto deberá organizar nuevamente su sistema estable y
jerárquico de motivos y valores. Propendiendo a que el sujeto recupere nuevamente
su esfera voluntaria para poder organizar y dirigir conscientemente su comportamiento
y sus procesos internos y externos.
Estos estudios han asociado la realización del “gambling” con actividad en regiones
pre frontales: cortex orbito frontal (COF), cortex pre frontal ventromedial (CPFVM),
cortex cingulado anterior (CCA) y también cortex pre frontal dorso lateral (CPFDL). Y
del conocimiento de estos mecanismos neurales se podría conducir al
establecimiento de estrategias eficaces de intervención y prevención de la adicción
(Bechara A, Damasio H, 2005).
La capacidad funcional del cortex pre frontal deteriorada por el consumo de drogas,
especialmente la de las regiones orbito frontales y ventromediales, se ha evaluado
también por medio de otra prueba denominada SPROOP (Redolar. D, 2008). La que
evalúa, básicamente, la capacidad de inhibición de respuesta, en especial de la
respuesta prepotente, aquella de daríamos espontáneamente sin casi pensar, para dar
paso a la respuesta correcta para la que hay que hacer un pequeño esfuerzo de
pensamiento.
Goldstein y Volkow han utilizado esta prueba para valorar a pacientes adictos a
cocaína y a pacientes adictos al alcohol al mismo tiempo que realizaban una prueba
de neuroimagen funcional (tomografía por emisión de positrones PET), que permitía
valorar la respuesta de distintas regiones pre frontales. Los resultados de este estudio
muestran una alteración de la capacidad funcional de cortex pre frontal en pacientes
adictos, al contrario que en los controles sanos, cuánto mayor es la capacidad
metabólica del cortex orbitofrontal evaluada mediante PET, menor susceptibilidad a la
interferencia en la prueba de Stroop).
Nora Volkow ha sido una de las más prolíferas investigadoras sobre la problemática
neuro científica de las adicciones. Esta investigadora junto Ting Kai Li, han fomentado
el estudio de la etiología, el desarrollo de estrategias de prevención a nivel social, la
mejora de las leyes, y la percepción social de las personas con adicciones. Además ha
impulsado la implicación de las compañías farmacéuticas en el desarrollo de nuevos
fármacos para el tratamiento de las adicciones. A lo largo de todo su trabajo, tanto
Nora Volkow como Ting Kai Li prefieren ocupar el concepto de adicción a drogas
desde un plano eminentemente cognitivo, que definen como un intenso deseo por la
droga con una capacidad reducida para controlar el ansia de consumir dicha
sustancia, incluso al precio de consecuencias adversas serias. El uso de este término,
pretende evitar confusiones con la dependencia física que aparecería en la
“dependencia a drogas”, tal y como se define el trastorno en el DSM-IV.
5.- CONCLUSIONES.
Bechara A., Damasio H., y colaboradores (2005); “The IOWA Gambling Task
and the somatic marker hyphotesis: some questions and answers”. Trends
Cognitive Science, 9, 159-62.
Bonilla, J; Fernández Guinea S. (2006) “Neuro Biología y Neuro psicología de la
conducta antisocial”. Universidad Complutense de Madrid. En revista Psicopatología
clínica, legal y forense Vol. 6 pp. 67 – 81.
Brites, C (2007); “Daños neuro psicológicos en la adolescencia”. Buenos Aires. En
revista Neurociencias en latino América. Vol. 1. N° 13.
Bunge, M (2002); “La filosofía de la psicología”. Buenos Aires. Editorial siglo
XXI. 1° Edición. ISBN 968-23-2325-8.
Crespo, N (2004); “La meta cognición. Las diferentes vertientes de una teoría”.
Santiago de Chile. En revista Scielo (versión online). Vol 33. ISSN 0718-0934.
www.scielo.cl.
OMS (2001); “Informe sobre la salud del mundo. Salud Mental: Nuevos
conocimientos, nuevas esperanzas”. Organización mundial de la salud.
Ginebra. ISBN 92 4 356201 0 (Clasificación NLM: WA 540.1).
UNODC (2009); “Informe mundial sobre las drogas”. Oficina de las naciones
unidas contra las drogas y el delito”. En http://www.unodc.org.