Sabina Dimarco - ¿Podremos Mirar Más Allá de La Basura

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Papeles del CEIC

E-ISSN: 1694-6495
papeles@identidadcolectiva.es
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko
Unibertsitatea
España

Dimarco, Sabina
¿Podremos mirar más allá de la basura? Raneros, cirujas y cartoneros: historias detrás de la basura
Papeles del CEIC, núm. 2, septiembre, 2007
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea
Vizcaya, España

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=76500801

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Papeles del CEIC, vol. 2007/2, septiembre 2007 (ISSN: 1695–6494)
Sabina Dimarco, ¿Podremos mirar más allá de la basura? Raneros, cirujas y cartoneros:
historias detrás de la basura

CEIC http://www.ehu.es/CEIC/pdf/33.pdf

¿Podremos mirar más allá de la Papeles del CEIC


ISSN: 1695–6494
basura? Raneros, cirujas y
cartoneros: historias detrás de la
basura

Sabina Dimarco volumen 2007/2


Investigadora CONICET papel # 33
Universidad de Buenos Aires septiembre 2007
E-mail: sabinadimarco@yahoo.com.ar

Resumen Abstract
¿Podremos mirar más allá de la basura? Raneros, cirujas Will we be able to look beyond the waste? “Raneros”,
y cartoneros: historias detrás de la basura “cirujas” and “cartoneros”: Stories behind the waste

En el presente texto nos proponemos reflexionar sobre


los procesos identitarios que se van configurando
entorno de y gracias a la basura. Más específicamente, The aim of this paper is to reflect on the processes of
en las líneas que siguen intentaremos introducirnos en identity that are formed around and thanks to the
las tensiones y ambigüedades que signan los procesos waste. Moreover, we shall analyze the identity
identitarios en torno a la recuperación informal de processes linked to the informal recovery of waste in
residuos en Buenos Aires, Argentina. Esta actividad Buenos Aires, Argentina. We shall expound the tension
laboral conocida como “cartoneo”, si bien se ha and ambiguity that mark the identity produced around
expandido en forma exponencial a partir de la última this activity, well–known in Argentina as “cartoneo”.
gran crisis económica, permanece marcada por la Despite this practice has been broadly spread since the
estigmatización social, la informalidad extrema y el last great financial crisis, it is still socially stigmatized,
no–reconocimiento social de este trabajo como un considered extremely informal and ignored as a
trabajo “legitimo”. Trataremos de introducirnos en las legitimate work. We will try to find our way into the
dificultades que estos trabajadores encuentran para difficulties experienced by these workers in order to
reconocerse y legitimarse en un trabajo que se legitimize themselves in a work clearly outside the
encuentra por fuera de la cartografía de las cartography of labors accepted by modernity.
actividades laborales socialmente aceptadas de la
modernidad.
Palabras clave Key words
cartoneros, basura, identidad cartoneros, waste, identity
Índice
1) Presentación ................................................................................................. 2
2) De raneros, cirujas y cartoneros ...................................................................... 5
3) Acerca de límites e impurezas.......................................................................... 9
4) Algunos componentes de las estrategias identitarias ......................................... 16
5) Composición de la población y las diferentes formas de posicionarse en la actividad .... 21
6) Conclusiones ............................................................................................... 26
7) Bibliografía ................................................................................................. 27

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Todos ustedes son iguales; ven la basura por arribita y


claro: no les gusta. ¿Pero por qué no miran un poco
más allá, un poco más adentro de la basura?...
(“El basural” de Carlos Gorostiza)

1) P RESENTACIÓN

La producción de residuos se ha ido incrementando a nivel mundial de ma-


nera sostenida a lo largo de las décadas. Sumado al acelerado proceso de urbani-
zación, el desarrollo tecnológico va acortando los ciclos de vida útil de los productos
que pasan a ocupar, tempranamente, el vasto mundo de los desechos1. Sin embar-
go, la mayoría de las sociedades latinoamericanas no han podido acomodarse a ello
y carecen de los medios apropiados para proporcionar un tratamiento adecuado a
este incremento. En este contexto, asistimos a una proliferación de discursos –
fundamentalmente mediáticos– concernientes al crecimiento exponencial de los re-
siduos; estos discursos recurren generalmente a imágenes que apelan a la sensa-
ción de invasión y de catástrofe (Lhuilier y Cochin, 1999). En efecto, el residuo defi-
nido en la actualidad como problema social concentra las características del desor-
den: el exceso, lo desvinculado, lo inclasificable, la transgresión (Lhuilier y Cochin,
1999). Así, desde diferentes ámbitos se ha empezado a insistir en la necesidad de
generar un cambio cultural en la población tendiente a incorporar el hábito de la cla-
sificación de los desechos y, con ello, contribuir al reciclado y la reutilización de ma-
teriales.

Por otra parte, mientras la ciencia avanza en formas de extender la vida


biológica de las personas, paradójicamente, la vida útil para el mercado de trabajo

1
Actualmente, entre la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense en Argentina, viven más
de doce millones de personas que producen cada día unas 13.000 toneladas de basura las cuales
son dispuesta en rellenos sanitarios. Los tres rellenos sanitarios que hoy reciben estos residuos (per-
tenecientes al CEAMSE) se encuentran en su límite de capacidad y deberán cerrar sus puertas en los
próximos años. Hasta el momento, no se han hallado soluciones alternativas. Al mismo tiempo, según
estimaciones oficiales, el crecimiento económico previsto de 8% anual, llevaría a un incremento de
24% de la cantidad producida a nivel nacional. Información disponible en la Página Web de la Secre-
taría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de Nación. www.medioambiente.gov.ar.

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se acorta incesantemente. Así, en la actualidad no parece errado plantear que la


esfera de lo residual se compone, en nuestras sociedades capitalistas contemporá-
neas, de cosas, productos, ideas pero también –y cada vez más– de personas.

América Latina ha sufrido en los últimos treinta años una profunda trans-
formación de las modalidades de desarrollo que habían caracterizado a sus socie-
dades desde la segunda guerra mundial. Los diferentes países de la región afronta-
ron intensas reestructuraciones en vistas a lograr la inserción en la nueva dinámica
socio-económica global. Si bien el modo en que estas transformaciones se operaron
no fue el mismo en los diferentes países del continente, siguieron una dirección en
común. El mundo del trabajo fue uno de los ámbitos en dónde más fuertemente se
sintieron los cambios operados.

Estos procesos, si bien tienen alcance global, no se desarrollaron de la


misma manera en América Latina que en Europa. No obstante, si bien es evidente
que las sociedades de ambos continentes no son comparables, es importante recor-
dar aquí que algunos países latinoamericanos habían alcanzado entre los años 40 y
70 un modelo de sociedad que se aproximaba bastante a lo que en los países euro-
peos dio en llamarse “sociedad salarial”. En el caso de Argentina en particular, esa
relación salarial fue el soporte material y simbólico de la identidad colectiva de los
sectores populares durante casi cuatros décadas (Martucelli y Svampa, 1997). A
partir de las transformaciones mencionadas –consecuencia de las medidas de corte
neoliberal aplicadas en los años 70 y con mayor agudeza en los 90– la clase traba-
jadora se complejiza, se fragmenta y se vuelve más heterogénea, al tiempo que la
pobreza, la desocupación y la desigualdad alcanzan niveles inéditos.

La profundidad que adquiere esta crisis económica, política y social ha


conducido al crecimiento y consolidación de una actividad laboral que hasta enton-
ces en Argentina había sido claramente marginal: la recuperación informal de resi-
duos. Esta actividad laboral se caracterizó históricamente por ser un recurso econó-

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mico de personas que ocupan un lugar residual en la sociedad y consiste, justamen-


te, en el trabajo con los residuos que las ciudades producen.

El presente texto se propone reflexionar sobre los procesos identitarios


que, dificultosamente y marcados por profundas tensiones, se van configurando en-
torno de y gracias a la basura. Más precisamente, centraremos la atención en los
recuperadores informales de residuos en la ciudad de Buenos Aires –o “cartoneros”,
como se los conoce actualmente en Argentina– y las dificultades que estos trabaja-
dores encuentran para reconocerse y legitimarse en un trabajo que se encuentra por
fuera de la cartografía de las actividades laborales socialmente aceptadas de la mo-
dernidad.

Este artículo se basa en un trabajo empírico de índole cualitativa. Para ello,


se han realizado entre los años 2004, 2005 y principios de 2006, treinta entrevistas
en profundidad a personas que trabajan en la recuperación informal de residuos en
la ciudad de Buenos Aires. Se buscó entrevistar a sujetos que contaran con diferen-
tes trayectorias laborales y distinta duración en la actividad laboral actual. Además,
se realizaron entrevistas a personas que participaran en experiencias de organiza-
ción de cartoneros. En el caso de los referentes de estas organizaciones se profun-
dizó con historias de vida. Cuando las personas no pertenecían a ninguna organiza-
ción, las entrevistas se realizaron según selección no intencional de los sujetos, en
diferentes zonas de la ciudad. Además de las entrevistas, se realizaron numerosas
observaciones (participantes y no participantes), procurando un acercamiento de tipo
etnográfico. Cabe aclarar que se trata de una investigación en desarrollo de modo
que lo que aquí se propone son sólo avances preliminares de la misma.

En el centro de nuestro desarrollo se encuentra la certeza, tal como pudi-


mos comprobar a partir de nuestro trabajo empírico, de que en estos espacios mar-
ginales, residuales, se generan formas de vida y configuraciones identitarias que no
pueden ser explicadas directamente por las formas tradicionales de comprender lo

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que se entiende por “trabajo”, pero tampoco por su mera negatividad (mirando lo que
no son respecto de lo que deberían ser en relación con el trabajo). Recurriendo a las
palabras de Gatti podemos decir que se convierten en “un espacio de vida, un lugar
habitable, un lugar en donde se construye identidad” (2003: 89). Es sobre estos es-
pacios de vida y las estrategias identitarias que en ellos se constituyen de lo que tra-
ta este trabajo2.

2) D E RANEROS , CIRUJAS Y CARTONEROS

La actividad económica de recuperar y vender de manera informal materia-


les hallados entre los residuos se ha expandido notoriamente en América Latina du-
rante las últimas décadas como resultado de las transformaciones socioeconómicas
mencionadas más arriba. En Argentina en particular, la actividad laboral de “cirujeo”
o “cartoneo” –tal es el nombre con que se conoce a esta actividad– quedó estre-
chamente asociada a la crisis económica, social y política que se vivió hacia finales
del año 2001. Así, en aquel momento, junto con los saqueos a comercios y el Con-
greso “tomado” por los “caceroleros”3, los cartoneros se convirtieron en una postal
de la situación crítica que atravesaba el país. El incremento abrupto del número de
cartoneros en las calles de las principales ciudades del país contribuía, a su vez, a
formar la imagen de que la Argentina –un país que se había desarrollado siguiendo

2
La argumentación que aquí se desarrollará consiste en una delimitación de la problemática de los
recuperados informales de residuos que, claro está, es más compleja y se compone de más dimen-
siones de las que aquí se trabajarán. Algunas de ellas serán mencionadas brevemente sin detener-
nos en su análisis, por ejemplo, la situación particular de las organizaciones de cartoneros, la relación
entre éstas y el Estado, el lugar que ocupan otros actores sociales en la trama de sociabilidad que se
genera en torno a la recolección de residuos, las formas políticas de las organizaciones, etc. Varios
de estos temas se desarrollaron con profundidad en Dimarco (2005).
3
Los días 19 y 20 de diciembre del año 2001 en Argentina marcaron, con un final a toda orquesta, el
colapso del modelo económico que rigió durante la década precedente (y cuyos cimientos comenza-
ron a instaurarse con la dictadura militar de los años 70). Durante esos días recorrieron el mundo las
fotos de personas saqueando supermercados, y de “vecinos” saliendo a la calle con sus cacerolas –
devenidas en improvisados tambores– y ocupando las escaleras del Congreso de la Nación al grito
de “¡Que se vayan todos!”.

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patrones europeos, lo cual estaba muy presente en el imaginario social– se estaba


“latinoamericanizando” ya que “importaba”, entre otras cosas, este fenómeno que
llevaba años de desarrollo en otros países del continente.

Sin embargo, la actividad del cirujeo en Argentina –al igual que en prácti-
camente todas las grandes aglomeraciones urbanas del mundo–, se remonta a los
inicios mismos de la fundación de la ciudad de Buenos Aires y su presencia puede
rastrearse en los diferentes momentos históricos transitados.

Hay, en efecto, razones económicas que permiten explicar la forma masiva


que alcanzó esta actividad entre mediados de los años noventa y principios del nue-
vo milenio y que, con alguna merma, continua hasta el presente4. Sin lugar a dudas,
la devaluación fue clave en el proceso de valorización de ciertos materiales recicla-
bles y, con ello, al incremento del número de cartoneros. Ciertamente, la devalua-
ción del año 2002 encuentra a nuestro país inmerso en una de las crisis de su mer-
cado de trabajo más profundas que se hayan atravesado. Con una desocupación del
22%, los altos precios que adquieren los materiales reciclables convierten a la recu-
peración informal de residuos en un nicho de empleo para miles de personas que se
encontraban sin trabajo.

Sin embargo, la agudeza de la crisis económica de estos años explica el


carácter masivo que adquiere esta actividad pero no alcanza para dar cuenta del
fenómeno en sí mismo ni de su heterogeneidad. En efecto, a pesar de que el carto-
neo aparece actualmente muy asociado a la pauperización del país en los últimos
años, no debemos olvidar que hace más de un centenar de años que la calles de
nuestra ciudad sienten sobre sí el peso de los carros transportados diariamente, en

4
Si bien no se cuenta por el momento con cifras confiables, un reciente estudio de Unicef/OIM calcula
en cerca de 9.000 la cantidad de personas que cartonea en la Ciudad de Buenos Aires (2005). Otros
estudios mencionan entre 30.000 y 40.000 cartoneros en el año 2002 (Gorbán, 2005). El diario de
mayor tirada del país indica que la cantidad de cartoneros se habría reducido a cerca de la mitad en
el último año (Clarín, 29/906/06).

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forma silenciosa y casi invisible, por cirujas, botelleros, metaleros, ropavejeros, car-
toneros, entre otros. Estos trabajadores que –como sus nombres lo indican– solían
especializarse en la recolección de un tipo particular de materiales, con el tiempo
fueron perdiendo progresivamente su especificidad para aunarse bajo la figura del
“ciruja” primero, y “cartonero”5 más adelante.

Históricamente, el primer sitio habitado por personas dedicadas a la reco-


lección y venta de residuos del que se tiene registro fue el “Barrio las Ranas” o “Ba-
rrio de las Latas”, ubicado en la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires, entre las
calles Colonia y Zavaleta (Paiva, 2006; Suárez, 1998). Con la instalación de la
“quema”6 a fines del siglo XIX, se fue conformando en sus alrededores este barrio
poblado por las personas que vivían de lo que allí se recolectaba. Se lo llamó barrio
de las “latas” en alusión a los elementos usados para hacer las casas, y de las “ra-
nas” por la cantidad de animales de este tipo que proliferaban en el lugar (Paiva,
2006).

Es de este barrio que surgen las primeras definiciones de estos actores


sociales como “cirujas”. También de aquí surge la menos difundida denominación de
“ranero” o “ranada”. Permítasenos detenernos un instante en esta última forma de
nominación que se les asignó a los habitantes de este barrio. Siguiendo el análisis
filológico que realiza García (2005) de la utilización de la expresión “rana” aplicada a
personas en nuestra lengua popular (o más exactamente en nuestro lunfardo), po-
demos ver que entre sus acepciones se encuentran, además de “relativo al barrio
Las Ranas”, la noción de ranero como el sujeto “avispado, astuto, pícaro” y ranada
como la “acción propia de una rana, astucia, picardía, avivada”, entendiendo “aviva-

5
El cartonero en la actualidad recoge fundamentalmente cartón y papel pero su estrategia consiste
en ir juntando diferentes elementos (plástico, metales, vidrio, etc.) según las variaciones del precio de
estos materiales en el mercado del reciclado.
6
Terreno de grandes dimensiones adonde se llevaba toda la basura de la ciudad para proceder a su
eliminación final.

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da” como “(...) perspicacia, agudeza”. Además de esta acepción el autor encuentra
otro uso del término vinculado a la idea del delincuente o “pillo”; dirá entonces que
“ranero” se liga también a sentidos delictuosos: “Habitante del barrio denominado
Las Ranas de la ciudad de Buenos Aires, ubicado durante los primeros años del si-
glo XX en las cercanías del Parque Patricios, embarcado generalmente en la vida
delictiva”. De este modo, podemos ver que prácticamente desde el momento mismo
del surgimiento de esta actividad, los cirujas estuvieron marcados por la idea del de-
lito, de lo prohibido, de lo indeseable, sufriendo tempranamente la persecución por
parte de las autoridades públicas. En este sentido, no es un dato de menor impor-
tancia que hacia 1911 se haya buscado suprimir la “Quema” y se la haya trasladado
hacia el límite de la Ciudad. Ciertamente, la “quema” y sus habitantes se veían afec-
tados por las mismas representaciones asociadas a la basura y lo residual en gene-
ral, es decir, correspondían a una imagen global y unánimemente negativa: “la su-
ciedad y la pestilencia, la contaminación y el peligro, la sombra y la nada, la muerte y
la putrefacción” (Gouhier, 1999: 817). Suscitan así la repulsión y el rechazo y, como
consecuencia, se los aleja y disimula: los márgenes y las periferias han cumplido
siempre está función.

Un clásico libro sobre la historia de Buenos Aires dirá que “[el basural] to-
davía era una modesta pila de desperdicios, pero se convertiría en una llaga que
crecería hasta ser una úlcera en el lado sur de la ciudad; luego, (1911) fue traslada-
do al límite oeste” (Scobie, 1986). La cita deja traslucir la percepción de la cuestión
de la basura (y los espacios de vida generados en torno a ella) como algo que co-
rroe, que avanza, que contamina y que debe ser excluido. Los últimos habitantes del
barrio, los “raneros”, fueron desalojados en 1917 y llevados, significativamente, al
asilo policial (Suárez, 1998).

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Ésta y las siguientes traducciones provenientes de textos editados en francés son nuestras.

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Con los años, y fundamentalmente con el desarrollo de las “villas miseria”


durante las décadas de los 40 y los 50, fueron surgiendo otros barrios con predomi-
nancia de pobladores que vivían de la recolección, la mayoría en el conurbano bo-
naerense y en la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires. En la actualidad se conoce
como “barrios cartoneros” a estos sitios en donde la recuperación de residuos es la
actividad de subsistencia más extendida. Aquellos “raneros”, como los “cartoneros”
de hoy, no sólo vivían de la venta de los residuos recuperados sino también de la
comida, ropa y todo tipo de elementos que encontraban en los desechos.

3) A CERCA DE LÍMITES E IMPUREZAS

Como intentaremos demostrar, desde aquellos años en que la fisonomía de


la ciudad por la que transitaban estos trabajadores era notoriamente diferente a la de
hoy, los cirujas/cartoneros tuvieron el rol perturbador de poner en entredicho los cri-
terios de demarcación entre lo útil y lo inútil en las sociedades modernas. En este
sentido, a partir de Mary Douglas, queremos desarrollar la idea de que la configura-
ción socialmente elaborada de lo que es la suciedad y, con ella, de aquello que debe
ser eliminado, constituye un esfuerzo positivo por organizar un determinado orden
social: “la suciedad ofende el orden”, dirá la autora (Douglas, 1970: 14). Así, la con-
cepción de lo que se considera suciedad y desechos varía según la sociedad de que
se trate. De este modo, no habría elementos útiles o inútiles por sí mismos sino que
su utilidad deviene de un diseño humano que incansablemente realiza el trabajo de
delimitación entre lo aceptado y lo rechazado, lo deseable y lo repulsivo, el adentro y
el afuera del mundo humano (Bauman, 2005). Como señala Bauman, no es debido a
la diferencia entre productos (útiles/inútiles; puros/impuros) que la frontera está allí,
procurando evitar la temida confusión (¡mezcla!) entre elementos, sino que es justa-
mente la configuración de la frontera la que instituye la diferenciación admitiendo y
rechazando diferencialmente. La suciedad (lo residual) no es sino el producto de es-
ta sistemática ordenación y clasificación de la materia, teniendo en cuenta que el

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orden implica el rechazo de elementos inapropiados (Douglas, 1970). En otras pala-


bras, nos equivocamos al creer que estamos tirando la basura; por el contrario, es el
hecho de ser tirada lo que constituye a la basura (Lhuilier y Cochin, 1999). En este
sentido, creemos que lo residual puede ser pensado como un espacio vacío, sus-
ceptible de ser ocupado socio-históricamente por diferentes elementos, ideas... per-
sonas.

Bauman dirá que “los basureros [entendemos que se refiere a quienes rea-
lizan la recolección formal de los residuos] son los héroes olvidados de la moderni-
dad. Un día sí y otro también vuelven a refrescar y a recalcar la frontera entre nor-
malidad y patología, salud y enfermedad, lo deseable y repulsivo (...) Dicha frontera
precisa una vigilancia permanente y una diligencia constantes, ya que es cualquier
cosa menos una “frontera natural”” (Bauman, 2005: 43).

Siguiendo este análisis, podemos pensar que así como los basureros pue-
den ser considerados los héroes olvidados de la modernidad por su incansable tra-
bajo para la demarcación de los límites que hacen al mantenimiento del orden, la
limpieza y la legitimidad social, del mismo modo, los cartoneros pueden ser conside-
rados los críticos silenciosos de ese trazado de límites ya que con su trabajo interro-
gan, sin proponérselo, los criterios de esa demarcación. En otras palabras, no se
conforman con que aquello que se encuentra en la calle en forma de “basura” sea
confinado, sin más, a su entierro en “rellenos sanitarios” dando lugar así al cumpli-
miento del acto final de este proceso: la eliminación radical del residuo, ese “secreto
oscuro y bochornoso de toda producción moderna” (Bauman, 2005). Con su trabajo,
los cartoneros cuestionan, de manera no intencional, la inutilidad a la que esos ele-
mentos fueron condenados poniendo en evidencia la arbitrariedad de esa decisión.

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Por todo esto, consideramos con Mary Douglas que “la reflexión sobre la
suciedad implica la reflexión sobre el nexo que existe entre el orden y el desorden, el
ser y el no-ser, la forma y lo informe, la vida y la muerte” (1970: 19).

Escena I:

Más de cuarenta minutos estuvimos sentadas junto a la estación de tren


Malvina y yo, junto con su sobrina y Sara –su compañera inseparable–, tomando
mate y conversando de todo un poco. El tiempo pasaba rápido y se hacía ameno
mientras esperábamos que llegara la hora en que los porteros de la zona sacan las
bolsas a las calles. Esos cuarenta minutos forman parte del ritual diario de su traba-
jo. Yo sé que puedo encontrarlas cada día, a la misma hora, sentadas conversando
en el mismo escalón ubicado junto a la estación de tren. Salir antes no tiene sentido,
me explicaron: “te cansás más y sacás casi lo mismo”.

Cuando llegó la hora, Sara se separó del grupo para ir a ver a sus “clien-
tes”8. Malvina, su sobrina y yo continuamos con la conversación mientras empezá-
bamos el recorrido. Llegamos al primer edificio minutos antes de que el portero (a
quien Malvina saludó por su nombre) sacara seis grandes bolsas de consorcio car-
gadas con varias bolsas más pequeñas en su interior. Inmediatamente, Malvina y su
sobrina se dividieron las bolsas y comenzaron con el trabajo. Con una facilidad sor-
prendente abrían primero la gran bolsa negra y, siempre dentro de ésta, iban pal-
pando y abriendo una por una el resto de las bolsas, revisando cuidadosamente su
contenido. Unas pocas que al tacto les indicaban que no les aportarían demasiado,
pasaban de largo sin ser sometidas a la estricta revisación. Otras, seguían el mismo
destino luego de una primera y rápida mirada en su interior. Con la mayoría de las
restantes bolsas, por el contrario, se detenían minuciosamente pero con notable agi-

8
Los cartoneros denominan “clientes” a las personas que les separan en sus casas el material seco
(cartón, papel, plástico, vidrio) y se los guardan a un cartonero en particular.

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lidad, en un trabajo artesanal de selección y separación de los elementos que podí-


an ser vendidos o reutilizados por ellas mismas o por conocidos. Los materiales que
se seleccionaban se ubicaban de manera ordenada dentro del gran lienzo que cu-
bría la carreta: papeles escritos de cuadernos o de impresión, artículos impresos o
fotocopiados iban a ser vendidos posteriormente como “blanco”, cajas de distinto
tipo y tamaño, bolsas de cartón, rollitos de papel higiénico (aunque me aclararon que
no siempre los juntaban), se vendían como “cartón”, botellas, algunas para ser ven-
didas como plástico y otras como vidrio (que a su vez se dividen en vidrio transpa-
rente y de color) además de una importante cantidad de diarios y revistas. Las revis-
tas, así como algún diario si es el del día, a veces se separan para entretenerse en
el viaje de vuelta. Una infinidad de otros pequeños objetos fueron rescatados entre
el resto de los residuos: lapiceras que todavía funcionaban, varios marcadores de
distintos colores, encendedores (uno que funcionaba perfectamente, otro que ape-
nas largaba chispas pero que todavía servía para encender hornallas, como me ex-
plicó Malvina), unas pulseritas y gomitas para el pelo, una cajita de madera (adonde
fueron a parar todos los marcadores y lapiceras improvisando el rol de una original
cartuchera), hojas sin escribir, entre muchas otras cosas. Todos estos elementos se
destinaban a una bolsa diferente, más chica y atada sobre una de las manijas del
carro.

Cada una de estas bolsas que fueron abriendo, era nuevamente cerrada ni
bien terminaban de revisarla. Finalmente se cerraba la bolsa negra que contenía a
las demás y se daba por terminado el trabajo con aquella bolsa para empezar inme-
diatamente con las restantes.

Al finalizar, partimos al encuentro del siguiente portero que las esperaba no


sólo con las bolsas de residuos sino también con una bolsita con dos pares de zapa-
tillas para los hijos de Malvina. Ella agradeció con una sonrisa que él hubiera recor-
dado que la semana entrante comenzaban las clases y no tenían calzado para asis-
tir a la escuela, tal como ella le había comentado días atrás.
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Sabina Dimarco, 2007
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CEIC, 2007, de esta edición —12—
Papeles del CEIC, vol. 2007/2, septiembre 2007 (ISSN: 1695–6494)
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Antes de partir, Malvina me pidió que me fijara en lo limpio que había que-
dado el lugar en el cual habían trabajado; “es por eso que me guardan las cosas”,
me aclaró.

Escena II

Cuando llegué a la estación de J. L Suárez para encontrarme con Darío me


estaban esperando su mujer y una de sus hijas. Me explicaron que Darío les había
pedido que fuesen a buscarme para no hacerme esperar; él estaba ocupado con
una “changuita”9 que había conseguido y llegaría más tarde. Cuando finalmente Da-
río llegó estaba eufórico: la “changa”, que había conseguido por intermedio de un
vecino de su madre –que sabía que él trabajaba como cartonero– era limpiar la casa
de una persona que había fallecido. La limpieza de la casa consistía básicamente en
que la vaciara. El hombre que lo contrató pensaba tirar todo lo que había adentro,
elementos que seguramente consideraba artículos inservibles, pero le permitió que
se llevase lo que a Darío pudiera servirle. La euforia de este último se debía a que
aquella casa había pertenecido a un electricista y había en ella una enorme cantidad
de televisores, radios y hasta alguna heladera, probablemente artefactos que sus
dueños habían llevado a reparar pero jamás habían ido a retirar (evidentemente,
porque ellos también los habían considerado inservibles). Darío llegó a nuestro en-
cuentro al grito de: “¿Adivinen cuántos televisores hay en la casa?... ¡dieciocho!!!”. A
partir de allí varios vecinos y amigos que tuvieron la suerte de cruzarse con Darío
aquel día fueron favorecidos con alguno de los televisores, en algún caso regalado
(como su “compadre” a quien se lo dio sólo con una condición: que lo acompañase a
cortar el pasto de aquella casa), en otros a un precio muy bajo. Actualmente, no sólo
el televisor de Darío sino también su radio, lavarropas y un ventilador de pie, todos

9
“Changa” o “changuita” es el nombre que se da, en el lenguaje popular, a los trabajos temporarios.

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Sabina Dimarco, 2007
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CEIC, 2007, de esta edición —13—
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ellos bastante destartalados pero que aún cumplen su función, provienen de aquella
“changuita”.

Citamos estas dos escenas de nuestro trabajo de campo porque nos resul-
tan ilustrativas de la ambigua calidad de los “residuos”. ¿Qué es lo que convierte en
residuos a todos estos elementos que, a pesar de que todavía cumplen con la fun-
ción para la que fueron creados, han sido desterrados hacia el otro lado de la fronte-
ra?

Las citas permiten, como decíamos más arriba, ilustrar cómo los cartoneros
con su trabajo ponen en evidencia la arbitrariedad de aquella exclusión; su funda-
mento socialmente establecido. Como en la novela de Carlos Gorostiza, en la cual
Doña Argentina, ciruja ella, se pregunta: “¿cómo habrá ido a parar una cosa así al
tacho de la basura? Porque un reloj como éste se lleva puesto o se guarda bien en
un cajón. Y no porque sea de oro sino por la dedicatoria. Pobre tipo. A lo mejor toda-
vía no sabe que su querida Aída lo perdió” (Gorostiza, 1988).

Estos trabajadores se introducen de ese otro lado de la frontera de un mo-


do que, creemos, en lugar de reforzarla (como los héroes-basureros), a su modo, la
cuestionan. Simplemente, no aceptan que algo sea inútil por el hecho mismo de que
haya sido destinado al tacho de la basura, que se haya decretado su inutilidad y, así,
su acta de defunción. Una infinidad de objetos de características sumamente dife-
rentes son “rescatados” de ese destino trágico y definitorio (el enterramiento o la
quema en la mayoría de los casos) para ser devueltos a la vida útil, muchas veces
con una utilidad diferente a la que habían tenido en el pasado. En este sentido, la
palabra “ciruja”, cada vez menos utilizada en su reemplazo por “cartonero”, tenía la
claridad de aludir directamente a esta cuestión: se los llamaba cirujas en alusión a la
analogía médica con “cirujano de la basura” (Suárez, 1998), “con la decisión en sus
manos entre la vida y la muerte, entre lo útil y la basura” (...) “luchando, uno, por la

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Sabina Dimarco, 2007
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CEIC, 2007, de esta edición —14—
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vida de lo que aún funciona, otro, por la vida de lo que aún sirve” (Saraví, 1994:
104).

Por otra parte, esta actividad cobra un sentido particular en el marco de las
sociedades capitalistas en su etapa actual que, con la exigencia de renovación y es-
pecialización constante, tiene, como veíamos, una producción de residuos cada vez
a más alta escala. Estos residuos son, diremos con Bauman, no sólo materiales, si-
no también residuos humanos (Bauman, 2005). Ciertamente, como vimos, el profun-
do proceso de reestructuración del mercado y del Estado, pero fundamentalmente,
las transformaciones acontecidas en el mundo del trabajo, fueron dando lugar a una
sociedad crecientemente fragmentada con amplios sectores de su población deveni-
da, al parecer, población “prescindible” para el mercado de trabajo10.

Quienes trabajan en la recuperación informal de residuos son personas que


han quedado afuera de la relación laboral clásica o que nunca han pasado por ella.
Además de las dificultades económicas y laborales, cuentan también con notorias
desventajas en términos educativos y de vivienda así como de participación y repre-
sentación político partidaria y/o gremial. Si pensamos, como indicamos más arriba, lo
residual no como algo en sí mismo sino como un lugar, un rango (“el de lo bajo, lo
inferior, lo impuro, lo repugnante, lo ínfimo, lo intocable” (Lhuilier y Cochin, 1999)),
no sería errado decir que tienen un lugar residual en nuestra sociedad. Son, en este
sentido, personas que ocupan un lugar social residual, cuyo objeto de trabajo son
productos considerados residuales por la mayoría de los habitantes de ciudad.

Sin embargo, dado que las configuraciones sociales son dinámicas, esta
expulsión hacia los espacios residuales no es a-problemática ni estática sino atrave-

10
Sin embargo, es importante no perder de vista aquí que, los cartoneros contribuyen con su trabajo
al funcionamiento del sistema económico que se sustenta en materiales reciclados. Así, estos forman
parte –aunque muy desigualmente- de la cadena económica del reciclado, a pesar de que no suela
reconocerse socialmente su trabajo. Este tema lo trabajamos con mayor profundidad en Dimarco
(2005) Informes de Becas Clacso/Asdi.

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Sabina Dimarco, 2007
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sada por resistencias y negociaciones. Una mirada atenta hacia ese otro lado de la
frontera11 nos muestra un mundo rico en modos de hacer, conocer y relacionarse.
En efecto, más allá de los límites invisibles que configuran el campo social purificado
y limpio, se extiende un extensivo y complejo entramado de relación sociales que se
conforma gracias a y en torno a lo “impuro”, lo “residual”, lo “sucio”.

En el próximo apartado intentaré entonces introducirme en algunos de los


procesos de identificación que se constituyen en torno a esta actividad.

4) A LGUNOS COMPONENTES DE LAS ESTRATEGIAS IDENTITARIAS

Para comenzar, resulta importante señalar que la actividad de la recupera-


ción informal de residuos se encuentra signada por diferentes fuentes de insegurida-
des. Por un lado, la inseguridad económica dada por su casi total desregulación, los
altibajos en los precios de los materiales, las dificultades para salir a trabajar en caso
de lluvia, enfermedad, etc., la imposibilidad de tener garantías respecto a lo que los
galpones les pagan, por mencionar sólo algunas de ellas. Por otro lado, como vimos,
inseguridades de tipo social, fundamentalmente en lo que respecta a desproteccio-
nes por parte del Estado. Hay que aclarar aquí que esta actividad estuvo prohibida
por más de veinticinco años por un decreto del año 1977 (el mismo momento en que
surge la privatización de la gestión de los residuos en la ciudad). Por ello, hasta que
en el año 2003 se sanciona una nueva ley (Ley 992) que habilita la actividad, quie-
nes se dedicaban a la recuperación de materiales sufrían en forma permanente per-
secuciones policiales. Al día de hoy, a pesar de la nueva legislación, la situación no
ha cambiado demasiado. Por último, se enfrentan además a inseguridades de tipo

11
Jugamos aquí con la idea de “frontera” en alusión a lo trabajado algunos párrafos más arriba en
torno a la perspectiva de Mary Douglas respecto de la frontera, socialmente construida y en un proce-
so de revisión permanente, que separa lo puro de lo impuro. No queremos, sin embargo, reproducir
concepciones dualistas de la sociedad. Por el contrario, creemos que lo que hay son relaciones socia-
les que no responden directamente a esta diferenciación, sino que la desbordan y la cuestionan ince-
santemente.

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sanitarias y de riesgo físico, tanto por el peligro concreto de manipulación de ele-


mentos con altos riesgos de transmisión de enfermedades como por la posibilidad
presente en todo momento de lesiones y accidentes de todo tipo.

Por todo esto, las modalidades de trabajo y de vida de los cartoneros se


desarrollan en un marco de inseguridad e inestabilidad permanente como un dato de
la realidad, como un estado de situación en el que hay que aprender a vivir. Ade-
más, el análisis de las modalidades que adquiere la actividad pone en evidencia que
las capacidades y conocimientos adquiridos en trabajos “tradicionales” brindan po-
cas herramientas para manejarse ágilmente en el mundo del “cirujeo”. En este senti-
do, intentaremos demostrar que quienes se mueven con mayor facilidad no son
quienes han sido socializados en el mundo del trabajo en su forma clásica (hipótesis
que se suele manejar desde la Sociología del Trabajo) sino, justamente, quienes
llevan un tiempo considerable en esta actividad y han comenzado a desarrollar es-
trategias identitarias en relación a ella.

Estas estrategias identitarias van tomando forma en un terreno inestable y


ambiguo en el cual ciertas características que parecieran ser esenciales en términos
de construcción de identidad desde una perspectiva clásica no están claramente de-
finidas. Concretamente, nos estamos refiriendo a la inconsistencia de la diferencia-
ción entre trabajo/mendicidad, trabajo/delito; ciudadano/no-ciudadano, inclui-
do/excluido. Estas fronteras son ambiguas, opacas y puestas en cuestión permanen-
temente. Para ejemplificar muy sucintamente estas cuestiones podemos señalar que
los cartoneros se encuentran en la necesidad de explicar reiteradamente que su ta-
rea se diferencia de la de los mendigos e, incluso, de la de quienes delinquen. En
efecto, en numerosas ocasiones la definición de que lo que hacen es un trabajo, vie-
ne dada justamente por esta diferenciación respecto a otras actividades socialmente
estigmatizadas. Este señalamiento de actividades que consideran (en una hipotética
jerarquización social de los trabajos) por debajo de lo que ellos hacen es una forma
de afirmarse en su trabajo y de desprenderse del propio estigma adjudicándolo a
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Sabina Dimarco, 2007
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otros. Incluso, quienes llevan mucho tiempo en el cartoneo en general afirman estar
en condiciones de diferenciar a los “verdaderos cartoneros” de los que utilizan el ca-
rrito para disimular un intento de robo o como excusa para “mandar a los chicos a
pedir”12.

En relación con la dimensión ciudadano/no-ciudadano e incluido/excluido13


nos referimos al lugar difuso que tienen los cartoneros como sujetos de gobierno.
Así, al tiempo que desde el Estado se los incluye como parte del servicio de Higiene
Urbano reconociendo las funciones económicas, sociales y ambientales de la activi-
dad que realizan14, no se les reconoce ningún tipo de seguridad social ni de regula-
ción activa de su trabajo. Por su parte, estos trabajadores han optado la mayoría de
las veces por no esperar ni exigir nada por parte del Estado. Sin embargo, esto no
significa caos ni ausencia de regulación de las relaciones vinculares. Con mayor
fuerza a partir del incremento abrupto del número de personas que se dedican a la
actividad, los cartoneros han comenzado a darse a sí mismos sistemas de regula-
ción informales pero no por ello poco sistemáticos. Así, en los últimos años han co-
menzado a surgir distintas formas de organizaciones de cartoneros, práctica que se
presenta como un fenómeno nuevo en nuestro país. Resulta interesante que en mu-
chos de estos casos no se proponen una integración en la forma de trabajo tradicio-

12
Este tipo de argumentación la hemos escuchado fundamentalmente en los barrios de Núñez y Bel-
grano de la Ciudad de Buenos Aires en donde tras una serie de delitos en la zona se difundió la acu-
sación a los cartoneros (es decir, a los extraños al barrio, los “otros”, quienes llegaban de los barrios
pobres de la Provincia de Buenos Aires a una de las zonas más ricas de la ciudad).
13
Entendemos a ambas dimensiones en tanto relación con el ámbito estatal.
14
En la página del Programa de Recuperadores Urbanos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
dice que los “recuperadores” (cartoneros) cumplen funciones sociales, ambientales y económicas.
Estas son, por nombrar sólo algunas: sociales: mejoramiento de la Higiene Urbana, fortalecimiento de
lazos con distintos actores, etc.; económicas: alargamiento de la vida de los rellenos sanitarios, dis-
minución del costo de enterramiento, permite la sustitución de importaciones, etc.; y ambientales:
ahorro energético, disminución de la emisión de gases en los rellenos, ahorro de recursos naturales,
etc. Ver www.buenosaires.gov.ar/areas/med_ambiente/pru.

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nal sino poder desarrollar en mejores condiciones el trabajo que se encuentran reali-
zando actualmente15.

Sin embargo, este fenómeno (la creación de una forma de organización


que busca mejorar las condiciones de trabajo de los cartoneros en tanto que carto-
neros) no es un proceso libre de conflictos. La idea de lo que es socialmente acep-
tado como trabajo y lo que no lo es, así como la percepción negativa sumamente
generalizada de trabajar con la basura, no dejan de estar presentes. Esto nos permi-
te ver, citando a Gatti, el trabajo de permanente cartografiado que “produce mapas
que legitiman y crean, mapas que colonizan el espacio y expulsan las operaciones
de las que son efecto o posibilidad. (...). Son mapas, en definitiva, que crean una
ficción: la de la identidad” (2003: 94). El poder performativo de estos mapas que de-
signan lo que debe o no deber ser considerado un trabajo y la identidad laboral a
éste vinculada es tan potente que prácticamente no hay posibilidad de pensarse por
fuera de ellos. La identidad sólo podría vincularse con algunos de los lugares ya de-
finidos en el mapa. Aquello que puede considerarse trabajo tiene ya un lugar esta-
blecido en la cartografía de las actividades laborales de la modernidad. Sin embargo,
tal como plantea Pérez-Agote “es claro que las definiciones mantenidas por el centro
ya no sirven para todos”; en efecto, “(...) la definición central de profesión, de trabajo,
es un inconveniente central a la hora de intentar que la participación profesional en
el centro crezca en vez de decrecer, evitando la marginalización de muchos indivi-
duos” (1996: 30).

En este mapa, desde hace algunos años las actividades informales vienen
peleando un espacio aunque, por definición, tienen pocas posibilidades de ganar la
pulseada y continúan siendo un componente un poco borroso e incómodo. Dentro de
las mismas, el cartoneo parece estar –por el momento– directamente por fuera del

15
Este tema fue trabajado en mayor profundidad del Dimarco (2005).

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mapa. Esto se evidencia en las entrevistas cuando una y otra vez sienten la necesi-
dad de aclarar que lo que hacen es un trabajo o, en el caso contrario, cuando –luego
de caminar durante todo el día para llenar el carrito y de realizar el trabajo de selec-
ción y limpieza del material al llegar exhaustos a su casa– declaran que tienen que
encontrar un trabajo dejando entrever que no dan a su actividad esa entidad. Se
hace difícil, como vemos, pensar la posibilidad de que se está realizando un trabajo
por fuera de lo que históricamente fue considerado tal.

Las palabras de Isidoro, cartonero que lleva más de treinta años en la acti-
vidad, ilustran algunas de las cuestiones que hasta aquí se dijeron:
“Cuando hay trabajo... cuando no hay [trabajo] tengo que ir a
buscar cartón ¿con qué voy a mantener a mis hijos? No hay otra
solución ¿para los pucheros de dónde voy a sacar? Por lo menos
para los chicos. Yo voy a aguantar con mate, está bien, pero el
chango me va a decir: “quiero comida”. ¿De dónde voy a sacar?
Sí o sí tengo que ir a buscar un cartón, cualquiera, pero me-
nos chorro” (Isidoro, cartonero. El subrayado es nuestro).

Así, los sujetos construyen su identidad a partir de la puesta en práctica de


estrategias que apuntan a desprenderse de las asociaciones estigmatizantes que
socialmente se vinculan al trabajo que realizan y acercándose, en cambio, a las for-
mas ya consagradas de lo que se considera “trabajo”. De este modo, las definiciones
de sí aparecen en los relatos de los entrevistados como contraposición a aquello que
plantean no ser (o no querer ser), como mendigos o ladrones (figuras que ocupan un
espacio social claramente desacreditado pero un espacio social al fin) o, como lo
que fueron y ya no son (cuando se definen, como en la mayoría de los casos en que
han tenido un trabajo de relativa formalidad, por su trabajo anterior).

A partir de lo planteado hasta aquí intentaremos desarrollar, de modo muy


esquemático, una clasificación de algunas de las formas que adquieren las estrate-
gias identitarias teniendo en cuenta las trayectorias laborales previas de los sujetos y
el tiempo que llevan en la actividad.

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5) C OMPOSICIÓN DE LA POBLACIÓN Y LAS DIFERENTES FORMAS DE POSICIONARSE


EN LA ACTIVIDAD

Recapitulando lo dicho hasta el momento podemos advertir que si bien el


desempeño en la actividad de la recolección de residuos proviene de más de un si-
glo atrás, en la actualidad adquiere características cuantitativas y cualitativas dife-
rentes como consecuencia de las transformaciones socio-económicas mencionadas
y sus consecuentes implicancias en el mundo del trabajo. Así, la composición de la
población dedicada al cartoneo devino altamente heterogénea. En este apartado
intentaremos demostrar que uno de los elementos que tiene un peso significativo en
esa heterogeneidad es la trayectoria laboral. Además, explicaremos la importante
gravitación que ésta tiene en la forma de posicionarse en la actividad y de auto-
percibirse.

Entre las personas que se dedican al cartoneo podemos dar cuenta, en


primer lugar, de aquellas que tenían previamente trabajos de relativa formalidad16.
En la mayoría de estos casos, el comenzar a vivir de lo que se encuentra en la basu-
ra genera una significativa ruptura con respecto a su situación anterior alterando pro-
fundamente su universo de sentido. Como señala Kessler para el caso de la paupe-
rización de la “clase media” en Argentina, también en este sector de los cartoneros
podemos ver que la nueva situación se experimenta “(...) simultáneamente como
una dislocación personal y como una desorganización del mundo social que los ro-
dea. Esta doble percepción lleva a que no pueda producirse una “adaptación” en un
sentido clásico del término: el acomodamiento a un contexto nuevo definido o defini-
ble” (2000: 27). En el caso de estos trabajadores, la imposibilidad de adaptación se

16
Los resultados de un estudio recientemente realizado por UNICEF indican que dos tercios de los
jefes de hogar habían trabajado previamente en otra actividad y, entre ellos, el 29% había trabajado
en relación de dependencia.

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vincula básicamente a la dificultad para reconocer(se) en la nueva situación. Es fre-


cuente escuchar en estos casos la rememoración del trabajo anterior e, incluso, sus
definiciones de sí mismo en relación a éste último. Se aferran, de este modo, a la
idea de que se encuentran atravesando una situación transitoria a pesar de que en
muchos casos llevan ya varios años en la actividad. A su vez, este profundo des-
arreglo con respecto a las formas acostumbradas de vida social (Giddens, 1984) –
vida social ligada a las modalidades fuertes de la identidad–, dificulta enormemente
la realización del trabajo actual porque no cuentan con el saber-hacer propio de la
actividad y la mayoría de las veces les resulta sumamente dificultoso adaptar sus
propias herramientas/conocimientos previos a los requerimientos de la nueva tarea.

Esta dificultad para adaptarse a su situación actual de vida, que se refleja a


su vez en una mínima interiorización del proceso de trabajo (interiorización que se
reduce a lo mínimo indispensable para poder ponerla en práctica), conduce a que
éste resulte notoriamente más arduo y menos redituable para estos trabajadores que
en los casos que mencionaremos a continuación. Falta, en estos trabajadores, la
viveza y la astucia puesta al servicio de la actividad, aquello que caracterizó a los
“raneros” de antaño y que se popularizó en el lunfardo tanguero.

En estos casos, la sensación de vergüenza y la auto-estigmatización están


permanentemente presentes. Esto dificulta su vez, la posibilidad de entablar vínculos
con personas que se encuentran atravesando una situación similar debido a que se
siguen sintiendo más cercanos al grupo de referencia anterior (con quienes, muchas
veces, se han debilitado las relaciones) que al grupo de personas con los que com-
parten actualmente su cotidianeidad pero a quienes se ve como diferentes. En los
casos en que por el tipo de transporte que utilizan para acceder a la ciudad están en
permanente contacto con personas que se encuentran en una situación similar a la
suya (como sucede con aquellos que utilizan los “trenes cartoneros” compartiendo
diariamente viajes prolongados con otras personas que se dedican al cartoneo y que
muchas veces provienen además del mismo barrio), se percibe un intento constante
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por generar una diferenciación entre los que serían “verdaderos cartoneros” y su
propia situación que busca ser presentada como accidental y transitoria. Esto con-
duce a reforzar el individualismo que caracteriza a la actividad ya que se tiende a
refugiarse en el aislamiento y a compartir el menor tiempo posible con aquellos a
quienes se considera tan diferentes.

Sin embargo, la necesidad de mejorar las condiciones de trabajo, pero tam-


bién el hecho mismo de habitar este espacio social, conlleva un paulatino “aprendi-
zaje” y aceptación de las reglas de juego que conduce a una integración en la trama
de relaciones del “mundo cartonero”, en muchos casos mayor de la que hubiesen
deseado.

En segundo lugar hay personas que, en buena medida porque siempre han
tenido trabajos informales e intermitentes, perciben a la recuperación de residuos
como un trabajo más entre otros. En general, son personas que se mueven con faci-
lidad en el mundo de la informalidad laboral y que van pasando de una “changa” a
otra según las posibilidades que vayan surgiendo en el mercado informal de trabajo
sin definirse con ninguna de estas actividades en particular. Muchas veces, incluso,
suelen tener más de una actividad laboral al mismo tiempo: así, el salir a cartonear
suele acompañar otras “changuitas” que no alcanzan por sí solas para la subsisten-
cia y además permite garantizarse un ingreso en el período entre que ese otro traba-
jo se acaba y uno nuevo aparece. Quienes establecen este tipo de vinculación con la
actividad la mayoría de las veces no se definen a sí mismos como cartoneros sino
por el otro trabajo o changa.

En tercer lugar se encuentran aquellos cartoneros que hace una cantidad


importante de años o incluso generaciones que se dedican al trabajo con los resi-
duos. Hay aquí una trayectoria laboral íntimamente ligada a la actividad, ya sea en
forma personal (aquellos que siempre se han dedicado a esto) o por la transmisión
del núcleo primario (por padres, parientes o amigos cercanos que han sido cirujas o

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porque han vivido siempre en barrios donde la actividad laboral predominante era el
cirujeo). En estos casos muchas veces no han tenido trabajos previos de un peso
importante en su experiencia socio-laboral. Esto permite que las personas que ubi-
camos en este tercer grupo tengan una percepción mucho menos conflictiva de la
actividad laboral que realizan que, como veíamos en los casos anterior, estaba es-
trechamente ligada a una comparación permanente con la idea de trabajo aceptada
socialmente (es decir, con los trabajos trazados en el mapa laboral legítimo). Por el
contrario, puede haber una valoración positiva de la actividad que realizan. Entre los
argumentos sobre los que se apoya esta posición se mencionan fundamentalmente
las virtudes de trabajar en lugares abiertos, sin jefes y con la posibilidad de optar por
jornadas de corta duración (limitadas a lo necesario para poder vivir).
“Caso Hugo, caso Oscar, que les gusta cartonear, que no los sa-
cás así nomás para trabajar de albañil, pero piensan 900, 900,
900 (cuando les ofrecieron un trabajo de albañilería)… ¡es signo
pesos me entendés! Y ahí tenés que cumplir horario, en el otro no:
es una ventaja” (Mario, cartonero).

O, en palabras de Isidoro –significativamente, la misma persona que


citamos anteriormente en cuyo relato se veían las dificultades para mencionar al
cartoneo como un trabajo–:
“Mis planes es laburar del cartón, directamente así juntando. Ahí
conseguimos cualquier cosa, heladeras a veces. Me conviene. (...)
[La gente me dice] 'vos debes ir a trabajar en alguna fábrica', así
me dicen todos, pero a mí no me conviene. No, en cartonería más
que mejor, me conviene a mí. El cartonerío es más tranquilo (...)
con esto estoy bien, tranquilo, tengo para mi puchero. Hasta carne
a veces tengo porqué a veces votan de la carnicería basura y me
dan: achuras, eso” (Isidoro, cartonero).

En algunos casos, la argumentación incluye una mayor toma de conciencia


del circuito integral del negocio de la basura y del lugar subordinado que ellos ocu-

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pan en él17, así como un intento por reivindicar los beneficios socio-ambientales de
la actividad.

Los años dedicados a esta actividad, la transmisión generacional, el cono-


cimiento de la calle y de los pormenores de la actividad, así como los valores y códi-
gos compartidos son exhibidos con orgullo en los relatos, marcando de este modo
una diferencia sustancial con los otros casos mencionados. Si bien por lo general no
descartan la posibilidad de obtener otro tipo de trabajo, la apuesta está en ir logran-
do mejoras de la actividad que les permitan seguir trabajando de esto pero en condi-
ciones más ventajosas. De este modo, podemos observar en estos casos un trabajo
de desmontaje, primero interiormente y luego hacia afuera, del lugar denigrante que
se le reserva a esta actividad.

En este proceso, se van transformando estos espacios fragmentados, hete-


rogéneos, desreglados por excelencia, en espacios habitables: “estos es, con capa-
cidad de forjar sus propias reglas” (Lewkowicz, 2001: 60). Esto implica, a su vez,
procesos de identificación que son, por las características mismas de la actividad,
necesariamente inestables, ambiguos, variables. Se van transformando a la par de
su práctica misma: hoy juntan cartón pero mañana conviene juntar vidrio y pasado
metal; hoy recorren las calles cartoneando pero si mañana consiguen una “changui-
ta” la tomarán hasta que ésta acabe o deje de resultarles conveniente y entonces
volverán al cartoneo. Además, no están solos en la realización de su trabajo, no sólo
se relacionan y compiten con otros cartoneros sino también con otros actores socia-
les significativos como porteros que les guardan (o niegan) el material, vecinos (que
apoyan, rechazan o que son indiferentes a su trabajo), el Estado (fundamentalmente

17
Una nota publicada en el Diario Página/12 el 28/09/2004, explica que cuando la totalidad del mate-
rial que los cartoneros recolecta llega de distintas formas otra vez al comercio, posee un valor de
venta que sextuplica lo que reciben los cartoneros.

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en su forma de policía pero no únicamente18), los “galponeros” a los que venden lo


que recogen, etc19. Las estrategias identitarias tienen en cuenta a estos diversos
actores y adoptan diferentes estrategias dependiendo de quién sea ese “otro”. Es en
estas modalidades que adquiere la práctica cotidiana de los cartoneros que reapare-
ce con toda claridad la viveza y la astucia que caracterizó a los “raneros” de antaño.
La adaptación astuta (Gatti, 1999) se vuelve central, de este modo, en su estrategia
identitaria.

6) C ONCLUSIONES

A lo largo de este texto buscamos introducirnos en las modalidades que


adopta una de las actividades económicas que más se ha expandido como conse-
cuencia de la última gran crisis económica que ha sufrido la Argentina (año 2002)
pero que, de manera silenciosa y casi invisible, llevaba ya más de un siglo de exis-
tencia: la recolección informal de residuos.

En una primera parte, repasamos muy sucintamente las transformaciones


que esta actividad ha sentido a lo largo de la historia. Veíamos así que el pasaje del
nombre “cirujas” o “raneros” al de “cartoneros” entraña modificaciones de un orden
más profundo.

En una segunda parte, reflexionamos acerca de los sentidos sociales de la


idea de lo puro y lo impuro, lo limpio y lo sucio, lo útil y lo residual. Dicho análisis nos
condujo a preguntarnos acerca del lugar social que ocupan estos trabajadores y de
su función, no intencional, como cuestionadores del orden generado como resultado
del diseño humano que incluye y excluye selectivamente.

18
Para un análisis de las relaciones que entablan las organizaciones de cartoneros con el Estado ver
Dimarco (2005).
19
El análisis de las modalidades que adquieren estas relaciones, si bien son muy significativas para
comprender los procesos identitarios, exceden los márgenes de este artículo.

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Por último, nos centramos en algunas de las formas que adoptan las estra-
tegias identitarias en estos espacios “residuales”. A partir de dicho análisis, brinda-
mos una clasificación (muy esquemática y simple que busca fundamentalmente la
claridad expositiva) según diferentes trayectorias laborales y formas de posicionarse
frente a la actividad. No desconocemos los riesgos que entraña una clasificación de
este tipo en una actividad laboral que se caracteriza justamente por la inestabilidad y
sus características escurridizas. En este intento por describir, interpretar y, de algún
modo, conceptualizar (que no es otra cosa que nombrar) se nos escapa, creemos,
parte de su riqueza. En este sentido, recurriremos a Barel para expresar esta pre-
ocupación: “El acto de nominación, esto es, la designación, es, al mismo tiempo, un
acto de objetivación y de visibilización de las cosas (…). [Pero] la palabra conlleva
una inevitable y grave traición de la realidad” (citado en Gatti, 1999: 5). El desafío
está entonces en seguir buscando herramientas válidas para el conocimiento que no
fuercen realidades, y que escapen a los encasillamientos del mismo modo en que lo
hacen los sujetos. En otras palabras, que sean capaces de captar la complejidad y la
ambigüedad del fenómeno dado que esta ambigüedad no es déficit que deba ser
reparado sino, justamente, su particularidad y mayor riqueza.

7) B IBLIOGRAFIA

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historias detrás de la basura

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Protocolo para citar este texto: Dimarco, S., 2007, “¿Podremos mirar más allá de la basura?
Raneros, pirujas y cartoneros”, en Papeles del CEIC, vol. 2007/2, nº 33, CEIC (Centro de
Estudios sobre la Identidad Colectiva), Universidad del País Vasco,
http://www.ehu.es/CEIC/pdf/33.pdf
Fecha de recepción del texto: agosto de 2006
Fecha de evaluación del texto: octubre de 2006
Fecha de publicación del texto: septiembre de 2007

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